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EL PESEBRE, UN PUNTO DE ENCUENTRO.

Jesús en el pesebre. He aquí una buena lección para aprender que todas las
grandezas de este mundo son ilusión y mentira
San Francisco de Sales

Llegó navidad y hacer nuestro el pesebre o leer con agrado los rituales cristianos
debe ser el mayor y el único mérito de un verdadero seguidor de JESÚS, pero quien
se contentará con sólo el grito en el templo, o el alarido en la iglesia, o con el diezmo
mezquino, o con la hipócrita manía de acercarse a la fe cristiana (ortodoxa,
anglicana, protestante y católica) y no valorará todo lo demás, demostraría ser más
antojadizo religioso que amante y seguidor de Jesucristo. Pero convengamos algo,
ser CRSITIANO es un mérito y no un adjetivo de moda en el siglo XXI para llegar a
dominar las emociones de una sociedad ávida de esperanza.
En diciembre y en particular Navidad, muchos no quieren ver que este mes
se convirtió simplemente en un medio útil de estudio económico y en una excusa de
control religioso y político. Pero dejémonos de necedades; este tiempo de
encuentros debería llegar a ser la época ideal donde la moción de los afectos
movilice a todos los seres humanos tras la paz y la felicidad; porque el Pesebre sin
tender a ser fanático, es el lugar propicio para el encuentro con el otro y la magia
que surge de sus formas permite sin distinciones rehacer la humanidad.
El pesebre y la novena de aguinaldos, tienden a desaparecer bajo el influjo
de seudociencias que intentan desvirtuar la obra magnifica de Jesús para vender
sus propias interpretaciones de redención y gracia. Y, en caso de equivocarme,
gozaría en ser corregido por quien esté más versado entre tantos millares de
fanáticos. Pero mientras tanto, debemos volver al pesebre y a la novena de
aguinaldos donde se narran los hechos sobre el anuncio y el nacimiento del niño
Dios.
Hoy, en lugar de vender paraísos más de allá de la razón y más acá de las
ganas en imperativo que se muestre un Jesús vivo, que las sectas, seudociencias
y religiones hagan vivir más con amorosa vivacidad, a los ojos de los vivos a Cristo,
el Dios humanado. Que lo hagan sentir vivo, de una eterna presencia, a los
presentes sean creyentes o no. Que lo muestren en todas las acciones y con una
grandeza perenne.
El pesebre ha de manifestar cuánto hay de sobrenatural y de simbólico en
sus principios humanos, tan obscuros, tan sencillos y populares, y cuánto de familiar
humanidad, de popular sencillez, en fin, es el espacio terrenal ideal elegido para
nacer. Por lo tanto, el pesebre tiene la magia de mostrar, en fin, esa epopeya trágica
en la que pusieron manos el cielo y la tierra. Desde de allí cuántas enseñanzas son
dictadas para nosotros, apropiadas para nuestros tiempos, para nuestra dolorida
humanidad; en ese pequeño o gran escenario natural se recrea la humana
participación de acontecimientos que se inician en el establo de Belén y terminan
en la nube de llanto, odio y desesperación del Gólgota en Jerusalén.
El pesebre debe seguir incrustado en la tradición apostólica, en la Iglesia, y
desde allí aniquilar la tiniebla y el silencio, el odio y la discrimación, la mentira y la
violencia, la guerra y la muerte. Debe permitirnos distinguir en todos los escenarios
lo cierto de lo probable, lo histórico de lo legendario, el fondo de lo agregado y lo
primitivo de lo dogmático. Pero no en el sentido de la beatería mecánica, sino en el
sentido humano y viril de la renovación de las almas.

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