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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Anne, siempre Anne...

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

1806

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Junio

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Jueves 5 de junio

¡Por fin voy de camino a Somerset!

Harville y yo viajamos juntos desde la costa, maravillándonos ante lo extraño que es ver al
avanzar campos verdes, en lugar de mar azul. Aparte de la alarmante tendencia del suelo a
quedarse quieto bajo nuestros pies, en vez de bambolearse y hundirse como un elemento que se
respete, el viaje no fue del todo incómodo, y nos las arreglamos para matar el tiempo agasajando
a dos institutrices, las señoritas Brown, con nuestras recientes aventuras en el mar. O más bien,
las agasajé yo, pues Harville habló poco, y me tocó en suerte asombrarlas con relatos de los
peligros que atravesamos en nuestros esfuerzos por protegerlas de los franceses. Me
recompensaron con sus horrorizados jadeos y sentidas expresiones de agradecimiento.

Cuando se bajaron del carruaje, intenté levantar el ánimo de Harville, diciéndole que era un tonto
por intercambiar las sonrisas de todo un país lleno de mujeres por las cadenas de una sola, y
preguntándole si la mayor de las señoritas Brown no era la muchacha más hermosa que había
visto en su vida. Reconoció que era muy bonita, pero no tanto como su Harriet, y no hubo modo
de convencerlo de lo contrario; aún está decidido a pedirle que se case con él tan pronto como
llegue a casa.

Encontramos una litera cómoda en La Vaca y el Becerro, y ahora estoy aquí en mi habitación,
sentado junto a la ventana abierta, mirando hacia los campos de afuera. Todavía no me
acostumbro a la campiña, con su denso aroma a flores y a hierba. Me parece extraño después del
áspero aroma salado del mar, pero me atrevo a decir que me habituaré a él en poco tiempo, y no
tengo ninguna duda de que muy pronto me deleitaré en las alegrías del permiso para bajar a
tierra.

Viernes 6 de junio

Harville y yo desayunamos bien y después nos separamos, él para dirigirse a Wiltshire, y yo a


Monkford. Él partió antes que yo, en la diligencia, y yo tuve que esperar una hora al carruaje que
iba a llevarme. Éste llegó a la posada con gran premura, pausando sólo el tiempo suficiente para
cambiar los caballos, dejar salir tres pasajeros, tomar dos más, yo mismo y un muchacho que se
sentó en la parte de afuera, para entonces partir al mismo paso desenfrenado con que llegó. Tomé
mi lugar dentro del carruaje, ya que mis fondos me lo permitían, y pronto me vi rebotando por
todas partes debido a la velocidad que llevábamos y a la pobre condición del camino, pero dado
que, durante uno de los tumbos que dimos, la lindísima hija de un granjero cayó sentada sobre mi
regazo, no llegué a lamentarlo. Su madre me miró con desaprobación, pero ninguno de nosotros
pudo evitar reír cuando otro bache la envió a ella también a mi regazo. Eso rompió el hielo, y
empezamos a charlar, y pronto resultó que tenían un primo en el mar. El tiempo pasó rápido
hablando de batallas y ascensos, y fue una sorpresa para mí cuando llegó la hora de bajar del
carruaje.

Miré a mi alrededor para orientarme, y descubrí que aún tenía que cubrir a pie cierta distancia,
pero me alegré del ejercicio después de pasar tanto tiempo encerrado en el carruaje. Atravesé
Uppercross, al que había imaginado de mayor tamaño a juzgar por la descripción de mi hermano,
pero que resultó ser simplemente una aldea de tamaño moderado, con casas de pequeños
propietarios rurales, una mansión de altos muros y una casa parroquial. Me pregunté si la casa de
mi hermano sería similar, y esperé que fuera así, pues aunque la casa parroquial era pequeña,

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tenía su propio y pulcro jardín, con una vid y un peral guiados para crecer trepando por los
batientes de las ventanas.

Al fin llegué a Monkford, y hallé que mi persona despertaba el interés de las dos señoras y los tres
niñitos a los que rebasé en el camino, estos últimos quedándose a cierta distancia detrás de mí.
Miré a mi alrededor buscando la casa de mi hermano, y al fin le pregunté a un caballero que
caminaba en la dirección opuesta dónde vivía el señor Wentworth, el coadjutor. Me indicó cómo
llegar, y pronto me encontré ante la verja de entrada.

Recorrí la casa con la mirada con gran interés. No era tan atractiva como la casa parroquial de
Uppercross, pues era mucho más pequeña, y no tenía vid, pero tenía buen aspecto, y me sentía
muy animado al llamar a la puerta. Un sirviente abrió y me dijo que su amo no estaba en casa, ya
que no sabía exactamente a qué hora esperar mi llegada, pero que podía encontrarlo en la iglesia.
Dejé mis pertenencias en el vestíbulo y salí en su busca.

La iglesia era de tamaño modesto, pero se hallaba en buen estado de conservación, lo cual
hablaba bien de sus feligreses. Cuando entré, Edward me vio de inmediato y me dio una calurosa
bienvenida. Terminó sus asuntos y salimos juntos de la iglesia.

Al caminar de vuelta a su casa por el polvoriento camino, le conté todas mis noticias, de los
barcos en los que había navegado, y de los capitanes bajo los cuales había servido, de la batalla
de Santo Domingo y mi ascenso a comandante, y a cambio escuché sus relatos sobre sermones y
servicios, vecinos y feligreses. No pude evitar reírme ante la diferencia entre nosotros.

-¿Qué? ¿Uno de tus vecinos trepó sobre tu muro el mes pasado sin ser invitado? ¡Qué
calamidad!¡No sé cómo pudiste sobrevivir tanta agitación!

-¡Y muy bonito te la habrás pasado tú! -replicó Edward-. Sin saber nunca dónde te encontrarías
en unas cuantas horas, o si estarías vivo o muerto. Preferiría estar a salvo en mi parroquia con mi
jardín y mis libros, mi casa y mi iglesia, que ser zarandeado en mar abierto en un endeble barco
de madera. Tú siempre fuiste el más audaz de nosotros, Frederick.

-¿Y porqué no? La guerra ha hecho posible que hombres capaces y ambiciosos se abran paso en el
mundo, y tengo la intención de usar las oportunidades que me ha dado para labrar mi fortuna.
¡Ah! Los horizontes sin límites, tanto en el mar como en tierra, las batallas que luchar, las
recompensas que ganar. Pronto seré adinerado, y me propongo ser dueño de una propiedad antes
de acabar.

-¡Y entonces volver a embarcarte tan pronto como la hayas comprado! Nunca te establecerás en
tierra, lo hallarás demasiado soso. Creo que apenas y podrás tolerar tu permiso para bajar a
tierra. No puedo ofrecerte batallas, a menos que desees intimidar a mis feligreses para que
escuchen mis sermones en vez de ponerse a murmurar acerca de los sombreros de los demás, y
no puedo ofrecerte gloria, excepto la gloria de ser una novedad, que te examinen y hablen de ti
como de un toro premiado en una feria.

-Con eso basta. Ya tuve suficiente de batallas por el momento, y estoy listo para algo diferente.
Un hombre puede fatigarse del mar del mismo modo que de cualquier otra cosa, y el cambio me
hará luchar mejor. Además, me propongo pasarla bien mientras estoy aquí, y hacer todo lo que no
puedo hacer cuando estoy a bordo del barco. Me propongo salir a cabalgar, y pasear a pie, y
explorar la campiña, y anhelo conocer a tus vecinos. Me has contado mucho de ellos en tus
cartas, y espero con ansias a que me los presentes. Espero que haya algunas muchachas bonitas

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por aquí.

-Nunca me he fijado.

-Oh, vamos, incluso un coadjutor nota una cara bonita -dije yo.

-Si tú te hubieras visto acosado por cada soltera entre dieciséis y sesenta el último año, como yo,
no estarías tan ansioso por llamar su atención. Cuando no se ofrecen a arreglar las flores de la
iglesia, me hornean pasteles, lo que fastidia muchísimo a mi ama de llaves. “¿Acaso piensan que
yo no sé cómo hornear un pastel?”, me pregunta. Apenas puedo arreglármelas para evitar que
renuncie, tengo que calmar sus sentimientos heridos al menos una vez a la semana.

-A mí me pueden hornear todos los pasteles que deseen, aunque me asombra que no tengan
sirvientas que lo hagan por ellas.

-La mayoría son demasiado pobres para dar empleo a más sirvientes que una doncella para hacer
de todo, así que casi todas tienen que meterse a la cocina de vez en cuando -dijo Edward.

-¿Y cuál de tus solteras crees que es la más bonita?

-Si tienes que saberlo, la señorita Welling tiene fama de ser muy hermosa, y a la señorita Elliot se
le considera muy guapa. Sin embargo, ella es hija de un baronet, y dudo que en su vida haya
visto el interior de una cocina. No te prestará atención, seas comandante o no. Serás muy poca
cosa para ella.

-Ah, sí, me parece recordar que mencionaste a los Elliot. Fue Sir Walter Elliot quien te preguntó si
estabas emparentado con los Wentworth de Strafford, según creo, y te dejó con la palabra en la
boca cuando contestaste que no era así.

-No me dejó con la palabra en la boca, simplemente comentó que le sorprendía que los apellidos
de la nobleza se hubieran hecho tan comunes, y siguió su camino.

-Bonitas palabras, cuando no es más que un baronet. No tengo paciencia con tales personas. No
hacen nada de provecho, pero se dan aires de grandeza debido a los logros de sus antepasados.
Ya no dan para más.

-Entonces te ruego que se lo digas, y arruines mi posición en el vecindario -refunfuñó Edward.

-No te preocupes, la Marina no me ha despojado del todo de mis modales, o de mi sentido común,
pero me tomaré la libertad de pensarlo.

Cuando le pregunté cuándo tendría la oportunidad de ver a la señorita Elliot por mí mismo, me
respondió que estábamos invitados a una reunión mañana por la noche, y que Sir Walter tenía la
intención de honrarla con su presencia.

-¿Y tiene la señorita Elliot hermanas guapas?

-Dos. La señorita Elliot, de nombre Elizabeth, es la mayor de todas. Le siguen la señorita Anne, y
la señorita Mary, aunque ésta última es aún muy joven y se encuentra interna en el colegio.

-¿Y la señorita Welling? ¿Tiene hermanas?

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-Una hermana mayor, que ya está casada, y una menor, que no lo está.

-¡Espléndido! Cuatro señoritas guapas que conocer. ¡Creo que me la voy a pasar bien aquí!

Sábado 7 de junio

Me levanté al alba y me dirigí a los establos, pero no encontré allí nada de mi agrado, y decidí
comprarme un caballo. Le hablé a mi hermano de mi intención, y me respondió que no valía la
pena, ya que muy pronto volveré al mar, pero yo estaba decidido a tener uno, y con ese propósito
fui caminando a Crewkherne después de desayunar. Vi varios caballos, pero ninguno me llamó la
atención, y estaba a punto de alejarme cuando Limming, quien dirigía allí la subasta, me habló
de un caballo color castaño del que sabía, el cual iba a venderse debido a que su dueño había
perdido una fuerte cantidad jugando a las cartas. Me prometió tener el animal listo el lunes, y yo
accedí a echarle un vistazo.

Cuando regresé a Monkford, almorcé con mi hermano y le conté sobre el caballo.

-¿Puedes pagarlo? -me preguntó.

-Por supuesto que sí. Tengo mi botín de guerra. Puedo permitirme diez de esos caballos -le dije.

-¿No crees que sea demasiado extravagante?

-¿Para qué es el dinero, si no para gastarlo y disfrutarlo?

-Para darlo a los pobres -dijo él, bebiendo otra copa de vino.

-Me sorprende cómo nuestra madre pudo haber tenido dos hijos tan diferentes -exclamé-. Pero
para complacerte, hermano, haré una contribución a la caja de dinero para los pobres. ¿Ya estás
satisfecho?

-Por el momento -respondió.

Después de la comida, salí a explorar la campiña mientras él atendía sus deberes en la parroquia.
Nos reunimos al caer la tarde y nos preparamos para asistir a la fiesta en casa de la Honorable
señora Fenning.

-¿Un traje nuevo? -me preguntó Edward, mientras me recorría con la mirada de pies a cabeza,
cuando me reuní con él en el piso de abajo-. No, no me digas -dijo, al tiempo que yo abría la boca
para responder-. ¡Tu botín de guerra!

-Cualquiera puede conseguirlo, si se tiene el valor de luchar por él. Hay barcos franceses a la
espera de ser capturados, y tan pronto tenga mi propio barco, me propongo tomar una docena.

-Necesitarás un suministro constante si continúas gastando tu dinero tan pronto como lo obtienes.

Me reí de él y de su precaución, le di una palmada en la espalda, y le dije que se uniera a la


Marina y surcara los mares conmigo. Él respondió expresando el deseo de que yo me quedara en
tierra y me uniera a la Iglesia, y partimos juntos hacia la fiesta en perfecta armonía.

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La casa de la Honorable señora Fenning era una mansión de gran tamaño situada a las afueras de
Monkford, no tan magnífica como la mansión que vi en Uppercross, pero aún así imponente. Miré
a mi alrededor al entrar, pensando en que me gustaría comprar una casa parecida cuando haya
capturado unos cuantos barcos franceses más. La señora Fenning nos dio la bienvenida
cordialmente, y mi hermano y yo entramos al salón de baile. Eché un vistazo en derredor, y vi que
ya había allí reunidas un buen número de personas.

-¿Y quiénes son todas estas personas? -le pregunté a mi hermano, y entonces dije -No, déjame
adivinar-. Mis ojos se posaron sobre un hombre bien parecido de quizás cuarenta o cuarenta y
cinco años. Su cabello estaba peinado hacia atrás, a la última moda, y estaba vestido con el
mayor estilo-. Ése debe ser Sir Walter Elliot -dije-. ¿Y el caballero que está a su lado es...?

-El señor Poole, con su hija, la señorita Poole. -La señorita Poole era una dama de aspecto poco
agraciado y de edad indeterminada.- Y la joven que está junto a Sir Walter...

-Es su hija Elizabeth -terminé yo-. Tienes razón, hermano, es muy guapa.

Edward se mostró incómodo, y dijo con una risita avergonzada:

-Esa no es la señorita Elliot. Las hijas de Sir Walter no están aquí esta noche, pues se sienten
indispuestas. Se empaparon al asistir a un picnic y eso les ha dado un resfrío. No, la dama que
está junto a él es la señorita Cordingdale. Todos pensamos que se casaría con Lady Russell
cuando su esposa murió, pues Lady Russell es viuda, son viejos amigos, y son de la misma edad,
pero...

-Sir Walter, como muchos hombres antes que él, quería una esposa más joven. A menudo sucede
así -dije yo.

El señor Poole dio un paso adelante y habló a mi hermano, después me saludó a mí.
Intercambiamos palabras corteses, y después me presentó a Sir Walter.

Sir Walter me lanzó una mirada crítica.

-Me dicen que acaba usted de ganar un ascenso -dijo de manera majestuosa-. Debo felicitarlo...

Yo estaba a punto de decir que no era nada, que sólo había hecho lo que haría cualquier marino, y
que me sentía orgulloso de servir a mi país, cuando Sir Walter continuó:

-...ha conservado usted la lozanía de su rostro de manera notable. Desde luego, muestra señales
de correosidad, pero aún no está arruinado del todo. Sin embargo, pronto se verá destruido, pues
la vida al aire libre es, por encima de todo, enemiga de la piel. Le aconsejaría llevar sombrero,
señor, y velo, cuando se encuentre usted en climas soleados.

-Se lo agradezco, pero creo que debo continuar sin ellos, pues al calor de la batalla no hay tiempo
para pensar en velos. Hay un barco que maniobrar y un enemigo que derrotar.

-Un triste comentario sobre las preocupaciones de un hombre naval -dijo él-. Si se cuenta con una
figura pasable, el uniforme no sienta mal, pero un cutis enrojecido arruina todo el efecto.

-Pero piense en el buen trabajo que realiza la Marina en protegernos -dijo el señor Poole,
volviéndose hacia mí en son de disculpa-. Si no contáramos con tantos hombres valerosos, hace

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mucho que Napoleón nos habría invadido.

-Así nos quieren hacer creer los periódicos, pero, ¿quién los escribe? ¿Caballeros? Creo que no -
dijo Sir Walter-. No hay un solo hombre de renombre entre quienes escriben esos garabatos.

-Eso es verdad -dijo la señorita Poole, muy asombrada-. Tiene usted razón, Sir Walter, no hay uno
solo.

-Créame, señor Poole, se necesita más que una chusma francesa para invadir Inglaterra. Un solo
inglés vale por diez franceses -dijo Sir Walter.

-En circunstancias ordinarias, tal vez, pero bajo la guía de Napoleón, ¿quién lo sabe? Parece tener
la intención de subyugar toda Europa, y hasta ahora, lo está consiguiendo. ¡Ese hombre es un
monstruo! -tuvo el valor de comentar el señor Poole.

-¿Cómo se puede esperar que sea de otro modo, cuando es hijo de un abogado? -replicó Sir
Walter, sin querer quedarse atrás-. No es de suponer que sepa comportarse con propiedad. Por el
contrario, estaba destinado desde tierna edad para ir en contra de todo lo que es decente y
bueno.

La señorita Poole inclinó la cabeza y sonrió a Sir Walter en adulación silenciosa, en mudo
asentimiento a cada una de sus palabras, mientras que el señor Poole pareció estar a punto de
hablar, y después lo pensó mejor.

-Aún así se las arregló para convertirse en emperador -observé yo.

-Cualquiera puede hacerse emperador, pero un emperador no es un rey. Para ser rey se necesitan
siglos de crianza.

-¡Y también para ser baronet! -comentó la señorita Poole ansiosamente.

Sir Walter recompensó esta perspicaz observación con una regia sonrisa, y yo hice una reverencia
y seguí adelante. Me alegró dejar atrás a Sir Walter.

Me presentaron a una sucesión de otros invitados, entre quienes estaban el señor Shepherd, un
abogado local, y su hija; la señora Layne; y el señor Denton. Entonces tomé mi lugar, pues ya la
música estaba a punto de empezar.

La señora Fenning había contratado a un arpista, y le escuché con atención, hasta que mi atención
se vio atraída al ver a la señorita Welling dejar caer su abanico al suelo. Por la rápida mirada que
lanzó en mi dirección, sospeché que el incidente no había sido del todo accidental, y que se había
propuesto llamar mi atención. Era una muchacha muy bonita, como había dicho mi hermano, de
suave cabello rubio y una figura muy atractiva, y sentí muchas ganas de hablar con ella cuando
terminara la música.

No quedé decepcionado, y nos enfrascamos en un agradable flirteo antes de que la noche llegara
a su fin.

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Domingo 8 de junio

Todas los personajes notables del vecindario estuvieron hoy en la iglesia. Sir Walter le prestó
muchísima atención a la señorita Cordingdale, para gran molestia de la señorita Poole. Sin
embargo, ya que la señorita Cordingdale se ruborizaba primorosamente cada vez que el señor
Sidders miraba en su dirección, y puesto que el señor Sidders es un joven de alrededor de su
misma edad, muy apuesto y con una gran fortuna, me temo que Sir Walter tendrá que buscar
novia en otra parte. ¡Tal vez la señorita Poole aún consiga desposarlo!

Había en la iglesia algunas lindas hijas de granjeros, y tres señoritas cuyas sonrisas iluminaron la
mañana cuando me las presentaron afuera de la iglesia, después del servicio. Para mi sorpresa,
descubrí que estaba disfrutando mi permiso aún más que mi tiempo en el mar.

Lunes 9 de junio

Vi al caballo color castaño esta mañana, y me gustó muchísimo. El precio que pedían por él era
muy elevado, pero después de regatear un poco lo compré por una suma razonable. Mi hermano
sacudió la cabeza, preguntándome qué haría con él cuando regresara al mar, pero aún así tuvo
que admitir que era un hermoso animal.

Esta noche asistimos a un baile privado en la casa del señor y la señora Durbeville, una pareja de
impecable abolengo y fortuna, o así me informó mi hermano. Descubrí que eran gente agradable,
sin sentirse superiores a sus invitados, pues me dieron una calurosa bienvenida y expresaron la
esperanza de que disfrutara del baile.

Reconocí a varias personas cuando entré al salón. Vi a los Poole, y y mi mirada cayó sobre una de
las lindas señoritas que había conocido afuera de la iglesia, la señorita Denton, y la conduje a la
pista de baile. Tanto disfruté de bailar con ella, que le pedí otra baile para más tarde. Se ruborizó
primorosamente, y contestó que le encantaría.

Después siguió un minueto con la señorita Welling, quien coqueteaba conmigo de la manera más
agradable, pero desgraciadamente las hijas de los granjeros no estaban allí, así que tuve que
contentarme con la señora Layne para el siguiente baile. Me agasajó con historias sobre sus hijos,
y creo que me las arreglé para parecer interesado en las innumerables virtudes de éstos, antes de
que acabara la pieza y me volviera a encontrar de pie junto a mi hermano a un lado del salón.

Pronto descubrí que mi mirada se dirigía hacia Sir Walter, quien acababa de llegar, y se hallaba de
pie junto al señor Poole al otro lado del salón. Una vez más se había ataviado de modo
extraordinario, su ropa era exactamente como debía ser, y como remate, su cabello había sido
arreglado y acicalado de forma elegante por su valet. Había una señorita guapa junto a él, y le
comenté a mi hermano:

-¿Otro de los amores de Sir Walter?

-No, ésa es su hija, la señorita Elliot.

Pude ver porqué tenía fama de ser una belleza. Su rostro y figura eran ambos buenos, y había
algo en el aire con que se comportaba que mostraba que estaba consciente del lugar que ocupaba
en el mundo. Me sentí muy atraído hacia ella, y empecé a cruzar el salón, con la intención de

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pedir al señor Poole que nos presentara como era debido. Sin embargo, cuando me acercaba, oí
cómo le hablaba a su señorita de compañía, una pobre criatura de aspecto poco elegante, con el
mayor menosprecio. Su padre animaba esta conducta, y ello me disgustó tanto de ellos que
cambié ligeramente la dirección de mis pasos, y preferí acercarme a la señorita de compañía. Se
estaba formando un grupo para bailar, y le pregunté:

-¿Me concede el honor de este baile?

Sir Walter me miró como si yo hubiera confirmado sus peores sospechas sobre aquellos que se
hallaban por debajo del rango de baronet, y su hija se mostró aún menos complacida. La señorita
de compañía se sobresaltó, se sonrojó ligeramente, miró dubitativa hacia la señorita Elliot, y
entonces, con un vacilante “Gracias,” tomó mi brazo.

Noté varias miradas de sorpresa de quienes nos rodeaban cuando la conduje a la pista.

-No debió usted haberme invitado a bailar -dijo ella con suavidad, cuando tomamos nuestro lugar
en la fila-. Aún no nos han presentado.

-Entonces, ¿porqué aceptó usted? -le pregunté.

Una vez más se sonrojó, y yo pensé que, aunque carecía de la notable belleza de la señorita Elliot,
era bonita en extremo, con sus delicadas facciones y ojos oscuros.

-No podría decirlo, a menos que sea porque tengo tan pocas oportunidades de bailar que no
puedo darme el lujo de pasar por alto ni una sola.

Estaba a punto de sentir compasión por ella, cuando un súbito brillo en sus ojos me demostró
que, aunque sus palabras eran indudablemente ciertas, las había expresado con aire de travesura,
y me descubrí sintiéndome más complacido con mi elección de pareja.

-No debe permitirle a su señora dictarle lo que tiene que hacer. Incluso una señorita de compañía
tiene derecho a entretenerse un poco de vez en cuando -le dije yo cuando comenzamos a bailar.

Me miró con los ojos muy abiertos, y dijo:

-¿Qué le hizo pensar que soy señorita de compañía de la señorita Elliot?

-No he estado en el mar el tiempo suficiente como para que se me olvide cómo detectar las
diferencias de rango -dije yo-. Resulta obvio incluso para mi vista no entrenada. Su vestido,
aunque de buen corte, no es tan elegante como el de la señorita Elliot. Usted carece de su aplomo
y de su aire, y ella se dirige a usted como si no mereciera la pena hablarle. Su padre la apoya en
ello, y la anima a menospreciarla. Y también está el hecho de que, cuando nos dirigíamos a la
pista, usted no recibió de otros la deferencia que le corresponde a ella, de hecho, se mostraron
sorprendidos al ver que usted había sido elegida. También tiene usted un carácter tímido y
reservado, apropiado para su papel en la vida. Pero no se preocupe -continué amablemente-,
usted es sin duda mucho más interesante que la hermosa señorita Elliot, con todo y que es la hija
de un baronet. Ahora, dejemos ya a la señorita Elliot. Yo preferiría hablar acerca de usted. ¿Ha
vivido mucho tiempo en este vecindario?

-He vivido aquí toda mi vida -contestó ella con gravedad.

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-Eso es una gran bondad. Al menos no se ha visto usted separada de su familia y amigos, como
es el cruel destino de la mayoría de su clase. Su madre y su padre estarán complacidos de verla
tan bien colocada, supongo.

Hubo un breve silencio, y entonces dijo:

-Mi madre ha muerto.

Me maldije por mi falta de tacto.

-Perdóneme. He estado mucho tiempo en el mar, y he olvidado cómo comportarme en sociedad.


Me he mostrado muy presuntuoso en el poco tiempo que llevamos de conocernos, pero por favor
créame cuando le digo que no pretendía causarle dolor. ¿Le gustan los bailes? -le pregunté,
pensando que éste sería un tema de conversacion inofensivo.

-Me gustan mucho. Pero no necesita usted cambiar el tema, y no debe preocuparse de haberme
herido. Mi madre ha estado muerta por cinco años ya. La extraño, pero ya me he habituado al
dolor.

Me sentí aliviado, pues no deseaba lastimar a una criatura tan delicada.

-¿Todavía vive su padre? -le pregunté, con la esperanza de que no fuera huérfana del todo, pues
entonces su suerte en la vida sería realmente dura.

-Así es.

-Eso es una bendición. Le alegrará verla viviendo en Kellynch Hall, supongo.

-Claro que sí. La considera la residencia más magnífica de la localidad.

-¿Y aprueba su padre a los Elliot? ¿Comparte las opiniones y creencias de Sir Walter?

-Me parece que puedo asegurarle que sus ideas coinciden con exactitud -dijo ella.

Pobre chica, pensé, si su padre es otro como Sir Walter, pero no se lo dije. En vez de ello, le pedí
que me contara algo de mis nuevos vecinos, a fin de hacerla sentir más cómoda.

-La dama que se encuentra a su derecha es la señorita Scott -dijo, indicando a una solterona de
edad madura y de carácter tímido-. Se alarma con facilidad, y es mejor no hablarle acerca de la
guerra, pues vive con el temor constante de que los franceses invadan Inglaterra. Su hermana le
envía los periódicos cada mes, contándole de alguna nueva amenaza, y creo que no estará
tranquila hasta que se declare la paz. Del lado opuesto está el señor Denton, él vive en Harton
House. Junto a él está la señora Musgrove, y después de ella está la señorita Neville.

La pieza llegó a su fin demasiado pronto. Ella bailaba con sorprendente gracia, lo que encontré
agradable, y como resultado de mis atenciones había perdido su aspecto de sumisión. Cuando
terminó el baile, había luz en su mirada y algo de color en sus mejillas, de modo que
prácticamente florecía. La escolté de vuelta a su lado del salón y la dejé, con cierta renuencia,
junto a una disgustada señorita Elliot, antes de ir a reunirme con Edward.

-¿Qué te pareció la señorita Anne? -me preguntó.

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Lo miré inquisitivamente.

-La señorita Anne Elliot -puntualizó Edward.

-No la he visto. Supuse que seguía resfriada en casa -dije yo-. Debes señalármela, aunque si su
padre y su hermana sirven de indicación, no creo que desee conocerla. No cabe duda que será
orgullosa y desagradable, pagada de su propia belleza e importancia, y sintiendo desprecio por los
demás.

-¡Pero si acabas de bailar con ella! -dijo mi hermano.

Me quedé atónito.

-¿Qué?

Miré a través del salón a la señorita Anne. Por casualidad ella miraba alrededor del salón en ese
momento, y nuestras miradas se cruzaron. Al verme, sonrió, y después se volvió hacia otro lado.

-¡Así que ésa es la señorita Anne! -exclamé. Nuestra conversación cobraba un significado
completamente diferente. No pude evitar reír-. Creo que empiezo a disfrutar de mi permiso.

-Espero que no estés pensando en flirtear con ella -dijo mi hermano-. Es muy joven, sólo tiene
diecinueve años, y no está a la altura de un hombre de tu edad y experiencia.

-¿No lo crees así? A mí me parece que vaya si está a la altura. Ya me ha dado una paliza verbal, y
sospecho que es capaz de darme otra.

Mi hermano me miró dubitativamente, pero yo le di una palmada en la espalda y le dije que no se


preocupara, pues no tenía ninguna intención de perjudicar a la dama, pero que un leve coqueteo
me ayudaría a matar el tiempo hasta mi regreso al mar.

Ya lo estoy deseando. Y creo que le suministrará un poco de la atención que tanto necesita. No
hay nada como verse distinguida por un soltero codiciado para elevar a una señorita en la
estimación de sus amigas.

Miércoles 11 de junio

Acepté la idea de mi hermano de unírmele en sus deberes en la aldea esta mañana, pues no tenía
otra cosa que hacer. Mientras me señalaba las casas de cada uno de los miembros de su
congregación, y me presentaba a aquellos que estaban asomados a sus ventanas o en sus
jardines, que parecían ser todos ellos, me descubrí deseando ver a la señorita Anne Elliot.
Desafortunadamente, lo más cerca que estuve de tal encuentro fue cuando Sir Walter y la señorita
Elliot pasaron por allí en su carruaje, atravesando un charco de lodo y salpicando mis botas.
Edward se rió, pero yo no le vi la gracia, pues yo no tenía sirviente, y cuando regresáramos a la
casa tendría que limpiarlas yo mismo.

Esta tarde, después de devolverles el brillo a mis botas, salí a cabalgar al campo. Me animó la
vista de una lechera de mejillas sonrosadas, que llevaba dos cubetas sobre sus hombros con la
ayuda de un yugo. La ayudé a ponerlas en el suelo mientras ella bebía un poco de agua del pozo,

Traducido por Angélica Trejo


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y fui recompensado con un beso y una sonrisa.

Empezaba a pensar que la vida rural era muy agradable, y a entender porqué Edward había
elegido quedarse en tierra, hasta que una velada jugando al whist con los personajes locales me
recordó porqué había decidido hacerme al mar.

Viernes 13 de junio

Me levanté temprano, lleno de energía, y pronto salí de la casa. No sabía cómo mi hermano pordía
tolerar estar en cama en una mañana tan hermosa. Atravesé la aldea, y continué hasta campo
abierto, cruzando por campos y bosquecillos hasta que llegué al río. Lo crucé de un salto por su
parte más angosta, con la exuberancia que proviene de una mañana de verano, y continué
andando, a través de campos llenos de verdor. Acababa de llegar a una pequeña pradera, cuando
apareció una figura familiar. La señorita Anne Elliot caminaba por allí, y venía hacia mí.

-Comandante Wentworth -saludó ella.

Había una sonrisa en sus ojos, y estaba claro que pensaba en nuestro último encuentro tanto
como yo.

-Me sorprende verla por aquí -observé mientras me emparejaba con ella, decidido a pagarle con la
misma moneda- pues estaba seguro que sus deberes como señorita de compañía la mantendrían
dentro de casa, aún en una mañana tan hermosa como ésta. ¿Puede ser que la señorita Elliot no
la necesitaba a usted hoy, o se ha escabullido usted de la casa mientras ella aún está en cama? Le
ruego que no descuide sus obligaciones, si no quiere que la echen de la casa. No me gustaría
verla quedar desamparada a causa de un paseo matinal.

Ella se echó a reír.

-¿Está usted muy enojado conmigo? -me preguntó.

Yo sonreí.

-¿Cómo podría yo estar enojado con usted, cuando me derrotó en una pelea justa? Usted sería de
gran valor a bordo de un barco de guerra, señorita Elliot. Sus tácticas tienen la ventaja de ser tan
originales como eficaces.

-¡Fue demasiado tentador! -dijo ella.

-Pero, ¿qué está haciendo afuera sola, a esta hora? -le pregunté-. No puedo creer que a su padre
le agrade saber que está caminando sin una chaperona.

-Al contrario, no tiene ninguna objeción a que camine sola cuando me encuentro en tierra de los
Elliot.

Me sobresalté.

-Sí, señor, ya lo ve, está usted invadiendo propiedad privada. La tierra hasta llegar al río nos
pertenece.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Pensé en el salto que di para cruzar el río, lo que había yo hecho sin la menor idea de que estaba
entrando sin autorización en propiedad privada.

-Me alegra no haberlo sabido, o no habría llegado tan lejos -dije-. Pero está usted en todo su
derecho a echarme de aquí. Bien, ¿va usted a llamar a uno de sus guardabosques para que me
expulse, o va usted, quizás, a arrojarme de aquí usted misma?

-Creo que por ahora lo pasaré por alto -dijo ella pensativamente-. Después de todo, usted nos ha
salvado de Napoleón. Fue un gran servicio, y ya que nuestros campos aún nos pertenecen a
nosotros, y no a los franceses, entonces lo menos que podemos hacer para corresponderle es
permitirle pasear en ellos de vez en cuando.

-Entonces, si me lo permite, la acompañaré en su paseo.

Inclinó la cabeza con gracia y caminamos lado a lado. Limité la longitud de mis zancadas para
ajustarlas a sus pasos, más pequeños que los míos, y al mirar hacia abajo, noté que tenía pies
pequeños y muy lindos, envueltos en zapatos de cabritilla color azul.

-¿Camina usted a menudo por las mañanas? -le pregunté.

-Siempre, si el clima lo permite -dijo ella.

-El ejercicio parece sentarle bien -dije, percibiendo su aire de vitalidad-. ¿Se encuentra usted
siempre tan animada, a esta hora tan temprana?

Se sonrojó ligeramente, y confieso que sentí una súbita oleada de vanidad, pues adiviné que eran
mis atenciones, y no lo temprano de la hora, lo que hacía florecer sus mejillas. Sin embargo, me
apiadé de su turbación.

-Quizás está usted recordando la reunión del viernes, y lo alegre que fue. ¿O puede que sea usted
una de esas personas que son siempre más felices al aire libre?

-Creo que, en efecto, lo prefiero -reconoció ella.

-Y yo también. Me siento atrapado cuando estoy dentro de casa, acorralado, pero claro, me he
acostumbrado al mar abierto y al horizonte infinito. ¿Ha estado usted alguna vez en el mar,
señorita Elliot?

-He estado en excursiones de recreo alrededor de la bahía, en varios lugares escénicos, pero
nunca he llegado más lejos.

-¿Y qué le pareció?

-Me agradó mucho. Fue muy vigorizante sentir el viento en el rostro, y sentir el rocío marino. Me
pregunté esa vez si era así la vida para los marineros, que viven en un barco todo el tiempo, o si
se volvía algo ordinario para ellos con el tiempo. ¿Disfruta usted de los elementos, comandante
Wentworth, o los considera algo contra lo cual luchar, o algo a lo que simplemente no se hace
caso?

-En ocasiones, el mar es nuestro enemigo, pero por lo general el aire libre, el viento y el sol son
estimulantes.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Pero, ¿no se siente usted encerrado también cuando está a bordo de un barco? Debe ser
frustrante estar lleno de energía, y sin embargo, ser incapaz de ir a ningún lado.

-¿Incapaz de ir a ningún lado? -exclamé-. No puedo aceptar eso. En un barco, se puede ir a todas
partes.

-Me refiero a que caminando no se puede llegar muy lejos, pues si así lo hiciera, se caería usted
por la borda.

-Hay algo de razón en lo que dice, aunque, puesto que el horizonte siempre trae nuevos
panoramas, nunca se sienten impulsos de caminar mucho.

-Puedo entender que sea así cuando se halle con tierra a la vista, pero seguramente no será igual
cuando se halle en medio del océano -dijo ella.

-Sí, aún allí. Cada ola es diferente, de diferente color, de diferente tamaño, y las velas cambian
constantemente al expanderse o encogerse al viento. Y también está la emoción de saber que en
cualquier momento un barco enemigo puede aparecer y perseguirnos, o si no, presentarnos un
objetivo tentador al que dar caza.

-Confieso que yo hallaría eso alarmante.

Al decir esto, su chal resbaló hacia abajo, quedando atrapado en el ángulo de su codo, y me
distrajo la tersura de su brazo, de modo que me tomó un tiempo responder. Ella me dirigió una
mirada interrogante, y me di cuenta de cuán profundos son sus ojos, y cuán atractivos.

-¿No lo halla también usted alarmante? -me preguntó.

-No, en absoluto -dije yo, reponiéndome-. Un barco enemigo no es algo tan terrible. Al contrario,
le ofrece a uno la oportunidad de defender a su país y de cobrar botín. Hay muchísimo botín que
ganar en altamar, señorita Elliot, y con la guerra, los ascensos llegan pronto a quienes están
dispuestos a aprovechar las oportunidades que ésta ofrece.

-Usted ya las ha aprovechado, según creo. Su hermano nos contó que recientemente lo
ascendieron de puesto.

-Así es.

-Fue como consecuencia de la acción en Santo Domingo, ¿no es así?

-En efecto. ¡Ah, ésa sí que fue una batalla! Los franceses tenían el objetivo de interrumpir nuestro
comercio, pues había poco más que pudieran hacer después de que nosotros diezmamos su flota
en Trafalgar. Viendo destruidos sus planes de invasión, se dirigieron entonces hacia las Indias
Occidentales. Nosotros los perseguimos, y al fin los atrapamos. Entonces, ¡sí que hubo botín!
Cinco barcos franceses, y a todos los capturamos, o los hicimos encallar. Fue un buen día para
Inglaterra.

-Y un buen día para usted.

-Sí. Me concedieron mi propio barco, y recibí mi parte del botín.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Ella me escuchó atentamente, y entonces dijo:

-Oí que la acción dejó paralizada a la Marina francesa.

-Parece usted estar muy bien informada sobre la guerra -dije, sorprendido ante la profundidad de
su entendimiento, pues pocas señoritas se interesaban por nada más allá de su vecindad
inmediata.

-No veo cómo pueda no interesarme, ya que mi destino y el de todos cuantos me rodean
dependen del resultado de ésta. Si Napoleón nos invade, temo que Inglaterra se volvería muy
diferente, y no me gustaría verlo.

-No tenga miedo, nosotros la mantendremos a salvo -le aseguré-. Por desgracia, la Marina
francesa no ha sido destruida por completo, pues aún les quedan más de treinta barcos, y están
construyendo más para reemplazar a los que perdieron, pero al menos por el momento hemos
dejado atrás la amenaza de invasión. Les tomará un largo tiempo recuperarse de los golpes más
recientes que les hemos asestado, así que puede usted continuar dando sus paseos matutinos en
paz.

-Confieso que me alegro -se detuvo y miró a su alrededor-. Nada me gusta más que salir a
caminar al aire libre en el verano.

Era fácil ver porqué. Su mirada abarcaba la campiña inglesa, en todo su espléndido verdor. Había
campos y setos, y el río serpenteante flanqueado por plácidas riberas. Una playuela arenosa se
situaba en una hondonada donde se curveaba el río, y más allá, el agua se veía transparente al
fluir sobre las partes poco profundas, revelando los guijarros blancos y marrones que cubrían el
fondo.

-Aquí termina la tierra de los Elliot -dijo ella.

-Entonces debo despedirme.

Sin embargo, me sentía renuente a dejarla, y demoré mi partida preguntándole si estaría


presente mañana en los salones públicos. Ella respondió que sí, y al no encontrar yo otra razón
para detenerla por más tiempo, expresé la esperanza de verla allí e hice una reverencia para
despedirme.

Al alejarme de ella, resistí el impulso de mirar atrás, aunque me sentí muy tentado a hacerlo.
Quería de verla de pie allí, en su muselina floreada, el chal cayendo sobre sus brazos y la luz del
sol iluminando su cabello a contraluz. También quería ver, debo confesarlo, si sus ojos me
seguían.

Por fin llegué a casa de Edward y lo encontré desayunando.

-¿A dónde has ido tan temprano? -me preguntó.

-A caminar.

-Ojalá tuviera la mitad de tu energía. Me esperan un par de días muy ocupados, y creo que
renunciaré a la visita a los salones públicos de mañana.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Oh vamos, no puedes dejar de lado a tus vecinos, ¿y con quién bailarán las damas si las privas
de dos hombres solteros, pues los casados rara vez las sacan a bailar?

-A la mayoría de los casados de por aquí les gusta el baile -dijo Edward.

-De todos modos, debo insistir que vayas.

-¿Y por qué razon, si tienes la bondad de explicarme? -me preguntó, al tiempo que se servía otra
ración de pierna de cerdo.

-Por pura cortesía. Además, me encontré a la señorita Anne Elliot mientras caminaba, y descubrí
que ella estará allí.

-Espero que no tengas la intención de perseguirla, Frederick. No llevará a ningún lado, y podría
perjudicar su reputación.

-Piensas demasiado en esas cosas. ¡Está bien! ¡Está bien! -me reí, al ver que estaba a punto de
darme un sermón-. No voy a dañar su reputación, tenlo por seguro. Me andaré con cuidado y la
trataré con el mayor respeto. No la sacaré a bailar más de dos veces, ni la buscaré, o al menos,
no más de lo que sea consistente con la propiedad. Pero tengo la intención de bailar con ella, y
puesto que parecería extraño que yo fuera a los salones públicos sin ti, debo pedirte que halles la
energía para ello.

-Me sorprenden tus preferencias. No tengo idea de qué le ves. Pensé que la señorita Neville sería
más de tu gusto -observó él.

-Me agrada la señorita Neville -dije yo -pero la señorita Anne está mejor informada, y le gusta
mucho el mar.

-Pero no para vivir en él.

-Te equivocas si piensas que tengo en mente el matrimonio. ¿Qué, desperdiciarme a los veintitrés
años, con al menos diez años de peligro y emoción por delante? Pero me gusta la forma en que
me mira cuando le hablo de las batallas que he presenciado, y los barcos que he capturado. Es
una muchacha muy inteligente.

-Ah, ya veo. Te imaginas que es Desdémona, y tú Otelo, una joven arrobada con tus relatos de
aventuras en tierras lejanas. Ya entiendo.

-Espero que no -dije yo soltando la risa, y me serví una rebanada de carne de res, pues me sentía
hambriento tras mi caminata-. No soy un general, ni soy mucho mayor que Anne. Y si alguna vez
muestro inclinación a estrangularla, espero que me derribes de un puñetazo. Pero vamos, Edward,
te he dado mi palabra de no perjudicarla. De hecho, no tengo duda de que mis atenciones le
harán mucho bien. Le darán confianza en sí misma, y le mostrarán que la estimación que su
familia tiene de su valía no es algo generalizado.

-Si hubiera sabido que tus intenciones eran tan caritativas, no habría puesto ninguna objeción
para empezar. Es muy amable de tu parte que te tomes tantas molestias por una joven tan
oprimida -observó Edward con ironía.

-¿Preferirías que renunciara al placer de conocerla mejor? Tú siempre has buscado la seguridad,

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Edward, y yo nunca me he interpuesto, pero yo siempre he ido tras la aventura. Déjame tomarla
donde pueda.

-Si puedes hallarla en los salones públicos, entonces adelante -replicó él.

-No te preocupes, lo haré.

Pueden no ser tan estimulantes como una batalla naval, pero mis encuentros con la señorita Anne
resultaban ser igualmente placenteros, a su manera.

Lunes 16 de junio

Me descubrí pensando en la fiesta con cierta anticipación, y al morir la tarde, me sentí impaciente
por que llegara la noche. Quedé decepcionado cuando entré en el salón y descubrí que la señorita
Anne Elliot no estaba allí.

Sin embargo, me sobrepuse a mi decepción, y pasé las dos primeras piezas de forma bastante
agradable, bailando con la señorita Riversage. Su agudeza la hizo una compañera agradable al
principio, pero después se convirtió en malicia antes de que acabáramos de bailar, y me alegré de
conducirla de vuelta a su lugar.

La señorita Welling captó mi atención, y no pude resistirme a su invitación silenciosa. Su figura


elegante la hacía ser una agradable compañera, y su forma de bailar no me hizo quedar mal. Por
el contrario, no pocos ojos nos seguían por el salón. Ella tenía mucho encanto, además de belleza,
y me entretuvo charlando sobre arte y libros. Me proponía continuar nuestra conversación a un
lado del salón, pero los especulativos ojos de su madre posados sobre mí me mostraron que
estaba yo en peligro de ser considerado como un posible pretendiente, y eso era algo que quería
evitar. De modo que, después de agradecerle por el placer de bailar con ella, me retiré
apresuradamente.

-¡Qué! ¿Le tienes miedo a la señorita Welling? -preguntó Edward, muy divertido ante mi súbita
aparición a su lado.

-Tiene una mirada calculadora. Entré a la Marina de mi propia y libre voluntad, y no tengo
intenciones de permitir que me recluten al matrimonio por la fuerza -le contesté.

Las dos siguientes piezas las bailé con la señorita Bradley, cuya compañía fue mucho más
agradable cuando me enteré de que ya estaba prácticamente comprometida, y después me retiré
a un costado del salón. Al tomar una bebida de la bandeja de un lacayo que pasaba, me encontré
en medio de dos grupos de personas, y no pude evitar alcanzar a oír ambas conversaciones.

-...es el mejor hijo que jamás haya tenido madre alguna. Sí, mi Dick es un joven apuesto, y tan
bueno como el que más -decía una orgullosa mujer de edad madura, que se hallaba de pie a mi
derecha.

Un caballero a mi izquierda no había corrido con tanta suerte con su descendencia.

-... el muchacho siempre anda metido en problemas -lo oí refunfuñar-. Si no es una cosa, es
otra...

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-... claro que no es perfecto -continuó la madre afectuosa-. No le desearía un hijo perfecto a
ninguna madre. Desde luego, a veces hace alguna travesurilla, pero eso es todo, y lo que digo yo
es que un chico no es un chico si no se mete en travesurillas de vez en cuando...

-... su madre es demasiado indulgente, se rehúsa a ver que el muchacho se está saliendo de
control y necesita disciplina. Está muy bien enviarlo interno al colegio y todo eso, pero cuando
está en casa en las vacaciones no hay forma de controlarlo. Yo estoy a favor de mandarlo al
Ejército, o mejor aún, a la Marina. Eso le impedirá invadir la propiedad ajena...

-... puede trepar cualquier muro, sin importar lo alto que sea. Un chico debe ser capaz de trepar,
y él es tan bueno en eso, jamás se cae, pero su padre siempre está quejándose...

-... metiéndose en los jardines de nuestros vecinos y robando manzanas...

-... claro que nunca toma nada de los árboles, sólo lo que el viento echa al suelo, pero su padre
siempre arma un alboroto... -dijo ella.

-... peléandose con los otros chicos... -apuntó el padre.

-... es muy bueno en el boxeo, siempre he dicho que es muy importante para un muchacho
conocer las artes caballerescas. Ah, sí, mi Dick es un buen muchacho...

-... y tengo la intención de despachar a Dick al Ejército o a la Marina antes de que termine el año,
ya sea que a su madre le guste o no...

Me eché a reír al darme cuenta de que los dos hijos eran la misma persona, vista desde la
perspectiva de una madre y la de un padre. Esperé que el señorito Dick no se viera enviado a la
Marina, donde sin duda atormentaría a su capitán... aunque si era tan bueno para trepar, quizás
resultaría útil con los aparejos del barco.

Estaba a punto de devolver mi copa vacía a un lacayo que pasaba, cuando alcancé a ver de reojo
algo mucho más interesante: la señorita Anne Elliot. Su padre y su hermana no le hacían ningún
caso, ocupados en felicitarse uno al otro por su apariencia, y ella estaba ahí de pie a su lado
calladamente.

Atravesé el salón hacia ella.

-Algo le ha hecho gracia -dijo ella, después que yo hice mi reverencia.

Le conté sobre el excelente y problemático hijo, y ella me contó que la feliz pareja eran el señor y
la señora Musgrove, quienes vivían en la Casa Grande de Uppercross, y acababan de regresar de
Clifton. Además me informó que Dick era el muchacho que había entrado sin permiso a la
propiedad de mi hermano unas cuantas semanas atrás.

-No tenía idea que hubiera tanta actividad criminal por aquí. Debe usted contarme más acerca de
ello mientras bailamos, pues necesito estar preparado -dije yo.

-Todavía no me ha invitado usted -me contestó.

-¿Me haría el honor? -le pregunté.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Gracias -dijo ella inclinándose, y avanzamos hacia la pista de baile muy animados.

Bailé dos piezas con ella, y descubrí que atraíamos muchas miradas, algunas de ellas curiosas,
algunas complacidas, y algunas (las de Sir Walter y la señorita Elliot) desdeñosas. Sin embargo,
Anne no se dio por enterada, pues nunca titubeó, y encontré su compañía estimulante, al igual
que su manera de bailar. Nunca dejamos de conversar, sobre el arte, sobre música, acerca de su
labor en el vecindario y de mi vida en el mar.

Me vi obligado a ceder su mano a un abogado, un tipo bastante soso, cuando terminó nuestro
baile, y después bailó con un baronet. Este compañero me agradó bastante menos, y me fue difícil
quitarles los ojos de encima.

-Más vale que mires hacia otro lado -dijo mi hermano, acercándose a mí-. Tus atenciones hacia
ella empiezan a notarse.

-Supongo que puedo mirar a los que bailan. No es más que los demás están haciendo.

-A los que bailan, sí, si es a todos ellos, pero no haces más que mirar a la señorita Anne... y poner
mala cara a sus parejas, podría añadir.

-No estoy haciendo nada parecido. -Traté de apartar la vista de ellos, pero me fue imposible-.
¿Quién es él? -pregunté.

-Sir Matthew Cruickshank. Está visitando parientes en este vecindario.

-¿Así que no vive aquí?

-No, vive en Gloucestershire. Se va mañana.

-Parece un hombre muy agradable -dije yo, de buen humor ante el conocimiento de que se
marcharía pronto, en particular al hacerse evidente que él y Anne habían agotado su reserva de
frases corteses, y ya no tenían nada que decirse.

-¿La acompañarás a la mesa? -preguntó Edward.

-Por supuesto.

-Entonces asegúrate de hablarle también a tu vecina al otro lado tuyo -me advirtió-. No querrás
atraer la atención hacia ti, o hacia la señorita Anne.

-Me parece que sé cómo comportarme.

-Yo también -apuntó él, y se vio entonces reclamado por el señor Cox, quien deseaba presentarle
a una señorita que también visitaba parientes en el vecindario.

Cuando me acerqué a la señorita Anne, me sentí satisfecho al ver que aumentaba su animación
cuando me vio caminando hacia ella, y al saber que deseaba que la acompañara a la mesa tanto
como yo.

Recordé las palabras de mi hermano, y entablé conversación con mis vecinos de mesa, lo que no

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

fue difícil, puesto que el tema a tratar era uno en general, el de Napoleón.

-Temo que no habrá una victoria fácil -dijo la señorita Anne.

-Al contrario, la guerra terminará para Navidad -aseguró Sir Walter, sin mostrar reparo alguno en
acallarla enfrente de toda la concurrencia. La vi enrojecer, y me dieron ganas de tener a Sir Walter
a bordo de mi barco por unas cuantas semanas, para enseñarle el significado del trabajo duro y el
valor del respeto.

Puesto que ésto era imposible, salí en defensa de Anne, diciendo:

-Ojalá fuera así, pero Napoleón no es el tipo de hombre que se rinde fácilmente, y su influencia
está tan extendida que creo que la guerra durará al menos unos cuantos años más.

Ella me lanzó una rápida y brillante sonrisa de agradecimiento, lo que me recompensó con creces.

Sin embargo, a Sir Walter no le agradó que lo contradijeran.

-Ténganlo por seguro, estará derrotado por Navidad -dijo, más firmemente que antes.

-Oh, sí, por Navidad -dijo la señorita Poole, asintiendo vigorosamente-. Tiene usted toda la razón,
Sir Walter, estoy segura que así será. Con todos nuestros espléndidos oficiales luchando contra él,
no pasará mucho tiempo antes de que pida la paz.

Anne bajó la mirada a su plato, pero yo podía ver que se sonreía ante la obvia adulación de la
señorita Poole.

-No soporto hablar sobre la guerra -dijo la señorita Elliot, disimulando un bostezo-. No hay tema
más aburrido. Creo que debemos mandar redecorar la habitación amarilla para la visita del señor
Elliot, papá. Se está viendo algo raída, y además, hay un papel tapiz que vi en el Almacén de
Ackerman que luciría muy bien. También deberíamos reemplazar las colgaduras de la cama, así
como colocar una alfombra nueva.

-Sí, querida, creo que tienes razón. No debemos descuidar mostrarle ninguna cortesía, pues no
queremos que piense que Kellynch Hall es deficiente en ningún sentido. Como presunto heredero,
sentirá un interés natural en su mantenimiento. Creo que también deberíamos mandar redecorar
el salón principal.

Continuaron hablando de sus ideas para mejorar su hogar ancestral, mientras que la señorita
Poole asentía con energía e intervenía con un “¡Oh sí!” o un “¡Qué maravilloso!” cada pocos
minutos, y yo quedé libre para volver a dedicar mi atención a la señorita Anne.

Tuvimos una interesante conversación sobre los libros más recientes, comparando los “Poemas de
la frontera escocesa” de Scott con su obra más reciente, “El canto del último trovador.” Sin
embargo, la conversación habría sido menos estimulante, si no hubiera estado acompañada por
sus cambiantes expresiones, sus ojos chispeantes y sus frecuentes sonrisas.

La cena llegó a su fin demasiado pronto. De mala gana, renuncié a su compañía al regresar al
salón de baile, y la vi bailar con un individuo llamado Lauderdale. Me presentaron a dos señoritas
cuyos nombres ahora se me escapan, y cumplí con mi deber, acompañándolas a la pista de baile,
pero no puse el corazón en ello, y fui un compañero deficiente.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

La noche llegó a su fin. Tenía la esperanza de robarme unas cuantas palabras más con la señorita
Anne, pero fue imposible, y no pude hacer más que captar un vistazo de ella cuando se iba,
luciendo tan bonita como lo había hecho a su llegada.

Martes 24 de junio

Esta mañana llegó una carta de Sophia.

-Desearía que nuestra hermana no navegara en altamar con su esposo, sino que se estableciera
en tierra -rezongó Edward al tomar la carta de la bandeja en la que la trajeron-. No estoy diciendo
que se debió haber quedado en Deal, pero se debió haber establecido cerca de aquí, tal vez en
Plymouth. Es un buen puerto, con casas respetables, y no se habría sentido sola, puesto que yo
habría podido ir a visitarla con regularidad.

-¡Como si la visita ocasional de un hermano la compensara por la ausencia de su esposo! -


refunfuñé yo, al tiempo que me servía un plato de huevos con jamón-. No se casó con Benjamin
sólo para separarse de él. Sabes cuánto se preocupaba cuando estaba lejos, en el Norte. No podía
dormir de noche por la angustia sobre su estado, imaginándolo tirado sobre cubierta, herido o
muerto, y de día era lo mismo, puesto que no podía comer a causa de los mismos temores.
Recordarás que yo me quedaba con ella cada vez que estaba de permiso, y nunca se vio tan
pálida ni tan delgada. Sufría de todo tipo de dolencias imaginarias, y creo que la preocupación
habría acabado por matarla si no hubiera decidido irse con él la próxima vez que se embarcara.

-Pero el mareo... -protestó Edward.

-Nunca sufre de él, al menos no después de las primeras veinticuatro horas, y no hay vida más
saludable que la que se pasa en el mar.

-No importa lo que digas, debe ser muy incómodo para una mujer -comentó él.

-Sophia no es cualquier mujer, es mi hermana, y tiene su parte del espíritu Wentworth...

-¿De lo que carezco yo? -me interrumpió.

-No todos somos iguales -dije amablemente, pues me daba lástima que no tuviera nuestra
valentía.

-Gracias -respondió secamente.

-Además, estoy empezando a pensar que es algo bueno que no te gustara el océano. Con
nuestros padres muertos y Sophia en el mar, ¿adónde iría yo cuando estuviera de permiso si tú no
estuvieras en tierra firme?

-Me alegra poder serte de utilidad. Tomé la coadjutoría con ese propósito -observó con sarcasmo,
extendiendo la carta enfrente de él, y sirviéndose otra rebanada de jamón-. Confieso, sin
embargo, que parece feliz. Pensé que se cansaría pronto de esa vida, y le insistiría a su esposo
que la instalara en tierra, pero su carta suena bastante alegre -continuó, y empezó a leérmela en
voz alta.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-¿Y porqué no lo sería? Piensa en todos los lugares que ha visto, y todas las cosas que ha hecho.
Ha experimentado más cosas en la vida que lo que habría hecho de haberse casado con el señor
Wantage, como tú querías.

-¿Yo? ¿Querer que se casara con el señor Wantage? Bromeas. Él nunca me agradó. Es sólo que
pensé que estaría más segura con un abogado que con un marinero. Aún ahora, no me parece
que un barco de guerra sea un lugar apropiado para mi hermana.

-No hay nada mejor. Vivirá como una reina -le aseguré.

Él continuó con la carta, en la que Sophia mencionaba mi visita, y expresaba la esperanza de que
hubiera llegado sano y salvo, antes de pasar a su esperanza de que me dieran pronto un barco
propio, para después terminar su carta con sus mejores deseos por nuestra salud y felicidad.

Tras terminar su desayuno, Edward escribió una respuesta. Yo añadí una posdata, y la carta se
envió al correo sin demora.

-Aunque Dios sabe cuándo le llegará -dijo Edward.

-Ten por seguro que será bien recibida, cuando sea que le llegue. No hay nada mejor que un
recordatorio de casa cuando uno está al otro lado del mundo. Trae consigo pensamientos
placenteros de amigos y familia, y es atesorada para ser leída en momentos de quietud.

Hablamos sobre nuestros planes para la mañana, y dejé a mi hermano para que atendiera sus
deberes parroquiales, mientras que yo salía a cabalgar. Ésto aminoró en parte mi energía, y esta
tarde fui al pueblo a encargarme de algunos asuntos de negocios. Había tenido la esperanza de
alguna salida para esta noche, pero puesto que no habíamos recibido ninguna invitación, pasé una
velada tranquila con mi hermano, jugando al ajedrez. Fue algo novedoso, pero confieso que
muchas veladas como esta pondrían gravemente a prueba mi paciencia. Es bueno que mi
hermano haya entrado a la Iglesia, y no yo.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Julio

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Miércoles 2 de julio

Esta mañana caminaba por la aldea, cuando me hallé con la agradable sorpresa de doblar una
esquina y encontrarme siguiendo a la señorita Anne Elliot. Se hallaba acompañada de su
hermana, la señorita Elliot, y la señorita Shepherd. Se detuvieron fuera de la tienda de Clark,
hubo algo de conversación, y entonces la señorita Elliot y la señorita Shepherd entraron a la
tienda, y la señorita Anne cruzó la calle, caminando hacia una casita pequeña.

La reconocí como la casa de la señorita Scott, y comprendí que Anne se dirigía a hacerle una visita
de cortesía. Enfilé mis pasos en la misma dirección, y llegamos juntos a la puerta. Ella alzó la
mirada, sorprendida, y yo incliné la cabeza, comentando que ambos parecíamos tener la misma
intención. Sonrió e intercambiamos frases corteses. Se le veía notablemente bien, con las mejillas
arreboladas, y una mirada que me demostraba que no sentía aversión a embromarme si surgía la
oportunidad.

Estaba a punto de hacerle alguna observación cuando nos dimos cuenta de que la puerta estaba
entreabierta. La señorita Anne me miró interrogantemente, y yo abrí la puerta de un empujón,
mientras que ella anunciaba nuestros nombres para no alarmar a nadie que estuviera en la casa.

Entramos, esperando encontrar a la criada, pero no vimos a nadie, así que continuamos hasta la
salita, donde nos topamos con la señorita Scott, blandiendo el atizador.

-Oh, querida, lo siento tanto, pensé que eras Napoleón -dijo.

Regresó el atizador a su lugar junto al fuego, mientras la señorita Anne se comportó como si la
confundieran con el azote de Europa todos los días, y le preguntó a la señorita Scott cómo estaba.

-Muy bien, gracias, querida. Eres muy buena en venir a visitarme.

La señorita Anne le comentó sobre la puerta abierta, y la señorita Scott chasqueó la lengua y dijo
que tenía problemas con su nueva criada, una muchacha que pasaba más tiempo coqueteando
con el ayudante del panadero que atendiendo a su señora.

Le expresamos nuestra simpatía, y la señorita Anne prometió que hablaría con la chica.

-Querida, te estaré tan agradecida, pues estoy segura que a ti sí te escuchará. Yo le he dicho
hasta el cansancio que los franceses vendrán en cualquier momento, pero no me cree.

Continuó deleitándonos con un recital de sus enfermedades, y las enfermedades de su hermana,


antes de preguntar por la salud de Sir Walter, la salud de la señorita Elliot, la salud de la señorita
Anne y la salud de la señorita Mary.

Eventualmente, la señorita Anne y yo nos despedimos, y acabábamos de llegar a la puerta cuando


mi hermano pasaba por ahí. Me sentí decepcionado, pues me habría gustado saborear mis últimos
minutos a solas con la señorita Anne, pero oculté mis sentimientos, y mi hermano y yo la
escoltamos juntos de vuelta a la tienda. Nos separamos de ella afuera, ella entró a encontrarse
con sus acompañantes, y nosotros seguimos nuestro camino.

-Fue muy noble de tu parte visitar a la señorita Scott -dijo mi hermano, caminando a mi lado-. ¿O
podría tu visita haber tenido otro propósito?

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Fue enteramente motivada por la caridad -le dije.

No me creyó, pero lo dejó pasar, y entramos juntos a comer.

Viernes 11 de julio

Esta mañana llegó una carta de Harville, en la que me contaba que su amada Harriet había
aceptado su propuesta de matrimonio, y que habían convenido en casarse a principios de
septiembre.

-¿Irás a la boda? -me preguntó Edward.

-Claro que sí. Él me pidió que lo apadrinara.

-Parece ser bastante joven para tal compromiso. No es mayor que tú, según creo, y tú solo tienes
veintitrés años. Es demasiado pronto para tomar esposa.

-Estoy de acuerdo contigo, y así se lo he dicho muchas veces, pero está decidido a contraer tal
enlace, y nada que pueda decir yo le hará cambiar de opinión.

-¿No lo podría posponer? Le iría mejor si se comprometiera en vez de casarse, en esta época de
su vida. El matrimonio trae consigo cargas y responsabilidades, y éstas no harían más que
agobiarlo.

-Los compromisos largos le producen desconfianza, y habiendo tomado ya su decisión, siente que
nunca es demasiado pronto para casarse, pues lo podrían llamar de vuelta al mar en cualquier
momento. Me atrevo a decir que Harriet tampoco siente deseos de esperar, y si pierden esta
oportunidad, ¿quién sabe cuándo volverá a estar en casa? Me pide que vaya a visitarlo, para que
pueda conocer a Harriet -dije, doblando mi carta-. Iré la semana que viene, si te parece bien.

-Por favor no consultes mis deseos, no soy más que tu anfitrión.

-Puedes desquitarte conmigo, cuando compre mi finca -dije-. Puedes visitarme tan a menudo
como desees, ir y venir a tu capricho, sin avisarme siquiera.

-Cuando compres tu finca, si quieres complacerme...

-Será mi primera consideración.

-... te ruego que compres una que traiga consigo un puesto eclesiástico, y me lo des -dijo él-.
Esperar a que uno quede vacante es muy tedioso, y sin nadie que me recomiende, me temo que
seré un coadjutor hasta que tenga setenta años.

-Haré mi mejor esfuerzo -le prometí.

-Y asegúrate de que sea un buen puesto, que traiga consigo una buena casa, que no sea húmeda
ni oscura, y con abundante terreno.

-¿Tienes algo más que añadir?

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-No objetaría a tener un trozo de río, y a una buena biblioteca.

-Y también una casa en la ciudad, supongo.

Él rió, y dijo que ya que estaba soñando, bien podría hacerlo en grande.

-Aún así, desearía que lograras un ascenso, y que sucediera pronto. ¿No hay nadie que te
recomiende? -le pregunté.

-El obispo es amigo de la esposa de Melchester... ¿te acuerdas de Melchester? Estudiamos juntos
en Cambridge.

-Sí, lo recuerdo. Un tipo robusto, que sentía predilección por el oporto. ¿Así que crees que el
obispo te recomendará?

-Lo hará si puede, pero tiene sus propios parientes en que pensar primero, y dos de ellos han
entrado a la Iglesia. Así que ya ves, no es muy prometedor.

-¿Y no hay nada que puedas hacer por ti mismo?

-Hago todo lo que puedo. Hay una o dos posibilidades. Al señor Abbott, el coadjutor de Leigh
Ings, le acaba de dar un puesto eclesiástico uno de sus primos, y creo que tengo la oportunidad
de añadir la coadjutoría vacante a la mía. Los deberes son ligeros, y significaría un aumento a mi
estipendio. También hay la posibilidad de quede disponible un puesto en Trewithing, y puesto que
no hay nadie en espera de él, podría tocarme a mí.

Expresé la esperanza de que así fuera, y después me puse a hacer mis arreglos para visitar a
Harville. Tengo muchas ganas de conocer a Harriet, y ver que clase de mujer ha capturado el
corazón de mi amigo.

Miércoles 16 de julio

Esta noche cenamos con los Grayshotts, y después de la cena las damas nos deleitaron con
música. La señorita Denton fue persuadida por su madre a tocar para nosotros, y resultó ser muy
hábil. Después de que su madre la convenció de tocar una segunda sonata, abandonó el banquillo,
solicitando a la señorita Anne que tocara. Con más vacilación, la señorita Anne se acercó al
instrumento. Su padre alzó la vista cuando ella empezó a tocar, y yo pensé que al fin había allí
alguna evidencia de cariño paternal, pero su atención volvió a su conversación y continuó
hablando durante toda la interpretación de su hija. La señorita Elliot ni siquiera hizo otro tanto,
pues ni una vez miró en dirección de su hermana.

Al continuar la canción de la señorita Anne, me vi atraído hacia el pianoforte, pues su voz era
dulce y su ejecución demostraba un gusto superior. La escuché con placer, y cuando terminó de
tocar, le pedí que nos hiciera el favor de tocar otra vez. Pareció sorprendida, después enrojeció de
satisfacción, y comenzó otra canción. Canté con ella, y nos deleitamos a nosotros mismos, así
como a los otros.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Viernes 18 de julio

Esta mañana fui al pueblo, y de regreso acerté a pasar por una casita de donde se oía provenir
sonido de llanto. Dudé en acercarme a ver qué ocurría, pero al oír la voz de la señorita Anne
proveniente del interior, entré y me encontré con una escena extraña. Una mujer rolliza estaba
sentada en una esquina de la habitación, tapándose la cara con su delantal, mientras que siete
chiquillos armaban un alboroto junto al fogón. La señorita Anne, que evidentemente acababa de
llegar, les hablaba tranquila pero firmemente a los niños, quienes, quedó claro, estaban
discutiendo por un diminuto cachorrito.

Ella recogió al perrito y lo acunó en sus brazos, pues lo habían asustado los ruidosos niños. Los
chicos mayores saltaron para tomarlo, pero ella los reprendió hasta que se quedaron quietos,
después consoló a los niños más pequeños, que lloraban, y le habló animadoramente a la mujer,
quien al fin emergió de detrás de su delantal.

Tras unos cuantos minutos más, volvió a reinar la armonía, o lo que parecía pasar por armonía en
aquella casa, el perrito fue colocado en los amorosos brazos del chiquillo más pequeño, y la
señorita Anne y la mujer pudieron darse el lujo de mirar alrededor. Eso tuvo el efecto indeseado
de hacer que se dieran cuenta de mi presencia.

-Oí una conmoción, y me pregunté si podría serles de ayuda -expliqué.

La mujer protestó diciendo que su casa nunca había conmoción, me disculpé, y estaba a punto de
marcharme cuando se reveló que la señorita Anne se dirigía a la aldea, y que la hija mayor
también iría allí. Me ofrecí a acompañarlas, aceptaron mi oferta, y emprendimos camino juntos.
La chica pronto se quedó atrás, lo cual no lamenté, pues significaba que podía hablar libremente
con la señorita Anne. Le conté de mi próximo viaje para ver a Harville.

-Estuvimos juntos en la Academia Naval de Portsmouth -le dije-. Dos muchachitos, ansiosos por ir
al mar. Apenas puedo creer que hace diez años desde que fui allí, a la tierna edad de trece años.

-Debe haber hecho usted allí muchos amigos -dijo ella.

-Así fue -le dije-. Benwick, Jenson y Harville. Benwick era menor que el resto de nosotros, pues se
unió a la Academia tiempo después, en 1797, pero de algún modo se convirtió en uno de
nosotros. Claro que no nos quedamos todo el tiempo en la Academia. Nos embarcaron para que
ganáramos experiencia, y vaya que fue muy valioso.

-Suena emocionante -dijo Anne-. Muy diferente de mis propios días de escuela.

Me preguntó acerca de mi adiestramiento y sobre mis días como guardiamarina, y después me


contó sobre sus días en el colegio: sus lecciones, sus maestros, sus amigas... la señorita Vance,
quuien había regresado a Cornualles a vivir con sus padres; la señorita Hamilton, quien se había
casado con un tal señor Smith y había emprendido una vida de diversiones en Londres; y la
señorita Donner, quien se había casado con un hidalgo rural.

Al fin llegamos a la aldea. Me despedí con una reverencia y dejé a las damas, regresando a casa a
la hora del almuerzo.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Jueves 22 de julio

Emprendí viaje temprano y llegué a casa de Harville esta tarde. Harville me saludó calurosamente
y no perdió tiempo en presentarme a Harriet.

Descubrí que era una joven encantadora, sin la inteligencia de la señorita Anne Elliot, quizá, y sin
sus ojos oscuros, pero bonita de todos modos. Parecía ser uno o dos niveles menos refinada que
Harville, pero evidentemente estaba muy enamorada de él, y me dio gusto desearle toda la
felicidad que ameritaba la ocasión.

Casi no tuve oportunidad de hablarle de otra cosa, pues cuando regresamos a su alojamiento, no
hizo otra cosa que alabar a Harriet. En vano intenté hablarle de nuestras aventuras, pasadas y
futuras, pues después de responder a la pregunta de forma sensata, entonces suspiraba, y decía
que Harriet tenía los ojos más bonitos, o los pies más diminutos, o el corazón más tierno del
mundo, y yo le hablaba de batallas en vano. Me reí de él por ello, pero sólo me dijo que esperara
hasta que yo estuviera enamorado, a lo que observé que si el amor volvía tan tontos a los
hombres, prefería no sucumbir a él. Sonrió, y me dijo que me compadecía, y después dijo que la
sonrisa de Harriet era más brillante que el sol.

-Te equivocaste de vocación. Debiste haber sido poeta -le dije.

-Tal vez aún puedo serlo -dijo él-. Estoy seguro que los poetas la pasan mejor que los marineros.

-Aunque la paga es aún peor -dije yo.

Rió, y dijo que pensándolo bien, se quedaría en la Marina.

Traté de irme a la cama tres veces, pero no dejaba de hablar, y ya era tarde cuando regresé a mi
cuarto. Temo que tendré muy poca conversación racional los próximos días.

Miércoles 23 de julio

Harville derivó gran placer en verme con sus amigos y familia, y yo no hallé menos deleite en
estar en su compañía. No los había visto en tres años, y respecto a su hermana Fanny, había
pasado más tiempo aún, pues ella se hallaba interna en el colegio la última vez que fui de visita.
Su apariencia me sorprendió, pues ya no era una niña, sino una muchacha, y una muchacha
superior, además. Su mente era cultivada, y su ingenio era vivo. Su rostro y figura eran tales que
supe que pronto tendría muchos admiradores, y así se lo dije a Harville. Pareció muy complacido,
y al principio lo tomé como nada más que orgullo fraternal, pero al transcurrir el día, empecé a
pensar que quizás se debería a algo más, pues cuando salimos a dar un paseo, Harville y su
familia gradualmente se quedaron detrás hasta que yo me quedé caminando por delante a solas
con Fanny.

De nuevo, al volver a la casa, hubo ocasiones en que nos encontramos sentados solos, pues los
demás se iban hasta el otro extremo del salón. En suma, nos estaban dando la oportunidad de
conocernos, y la razón no era difícil de hallar. Puesto que Harville y yo éramos grandes amigos, y
que Fanny tenía diecisiete años, tenían en mente que quizás, un día, nos casáramos. Pero, a pesar
de su intelecto superior y de su indudable belleza, ella no despertaba en mí otra cosa que
sentimientos fraternales, y estoy persuadido de que yo sólo despertaba en ella los sentimientos

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

propios de una hermana. Harville fue lo suficiente sensato para comprenderlo así y, cuando
salimos a dar una vuelta juntos después de la cena, pronto dejó de lanzar indirectas respecto a
Fanny y a mí, y regresó a su tema de conversación favorito, Harriet.

Lo dejé hablar, y no sentí rencor por su felicidad, pues siempre hemos sido los mejores amigos,
pero me alegro de que la visita llegue mañana a su fin. Un hombre tan recientemente
comprometido no es buena compañía para nadie excepto para el objeto de su cariño.

Jueves 24 de julio

Pasé la mañana con Harville, Harriet y Fanny, y todos salimos a caminar juntos al campo. El sol
era abrasador, y las damas hacían girar sus sombrillas sobre sus cabezas al avanzar. Harville y yo
las embromamos, diciendo que nosotros no contábamos con tal abrigo al afanarnos bajo el sol
ardiente de las Bahamas. Las agasajamos con relatos de cuando nos quedaba poca agua a bordo
del barco, diciendo que muchas veces habíamos tenido que navegar con las gargantas resecas, y
para cuando volvimos a casa, todos estábamos listos para disfrutar de una bebida refrescante.
Partí para Monkford cuando ya declinaba la tarde, dejando a Harville y a Harriet planeando su
desayuno nupcial. Al principio disfruté de la cabalgata, pues mi viaje me llevó por diversos
paisajes campestres, pero un súbito aguacero la estropeó cuando aún me faltaban tres millas para
llegar a Monkford, y me alegré de poder hallarme al fin en interiores. Edward sentía curiosidad por
saber qué clase de novia había escogido Harville, y le informé respecto a su forma de ser y
hábitos tan pronto como cambié mis ropas mojadas.

Cuando terminé, comentó que, en mi ausencia, habíamos sido invitados a un picnic, y que él
había aceptado en nombre de los dos.

Sábado 26 de julio

Estoy empezando a conocer muy bien la campiña de los alrededores, y ya me siento bastante a
gusto allí. Salí a cabalgar antes del desayuno esta mañana, como de costumbre, y después hice
algunas visitas matutinas. Después del almuerzo fui al pueblo por un sombrero nuevo. Tenía la
débil esperanza de ver a la señorita Anne Elliot. La he visto muy poco a últimas fechas, pues no
ha asistido a ninguna reunión en la que Edward y yo hayamos estado presentes (no han sido lo
suficientemente elegantes para los Elliot), pero no tuve la buena fortuna de encontrármela.

Martes 29 de julio

Vi a la señorita Anne esta noche, y me sorprendió descubrir cuánto había echado de menos su
compañía.

Estaba a punto de preguntarle si podía escoltarla al comedor, cuando desafortunadamente, mi


anfitriona me pidió que en lugar de ello escoltara a la señorita Barnstaple. Hice una reverencia y

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

declaré que me encantaría, pero aunque la señorita Barnstaple es una pareja agradable, mis ojos
se veían constantemente atraídos hacia la señorita Anne.

Ella se sentó junto a un joven que tenía la apariencia de ser un perfecto tonto, de la clase que no
distinguiría un mástil de un penol. Pensé que se veía aburrida, pero para mi sorpresa, la señorita
Barnstaple dijo:

-Parece que Anne encuentra divertido a su compañero de mesa. A las damas les agrada mucho, y
no es de extrañar, pues es muy apuesto.

El aspecto físico de él no me impresionó, pues me pareció demasiado suave, y su conversación,


de la que me llegaban algunos fragmentos en momentos de silencio, no me pareció nada notable.
Pero no podía decirlo, pues la señorita Barnstaple podría haber interpretado mis observaciones, de
manera muy equivocada, como celos.

Sin embargo, no pude evitar que mis ojos se vieran atraídos constantemente hacia ellos de vez en
cuando, y me satisfizo observar que la mirada de la señorita Anne me buscaba en más de una
ocasión. Esta pequeña circunstancia me levantó el ánimo y me permitió sentirme halagado ante la
idea de que ella habría preferido estar hablando conmigo.

Tan pronto como terminó la cena, se anunció el baile, y fui hacia ella y le pedí el placer de su
mano para una pieza. Ella sonrió, declaró que le encantaría, y puso su mano en la mía. Tuve una
sensación de orgullo al conducirla hacia el grupo que se estaba formando en esos momentos. Era
un grupo pequeño, pues la habitación sólo tenía espacio suficiente para cinco parejas, pero me
alegró la oportunidad que me daba de hablar con ella.

-No la he visto en... -iba a dar el número exacto de días, pero pensé que sonaría demasiado
particular, así que dije- ... en un buen tiempo. ¿La han confundido otra vez con Napoleón en estos
días?

-No, no recientemente -dijo ella cuando empezó la música-. La señorita Scott ha leído muy poco
los periódicos en estos días, y eso la ha calmado como resultado, así que puede pensar en otras
cosas. Tan sólo ayer me contó que ha plantado tres nuevos arbustos en su jardín.

-Entonces se ha librado usted de ser atacada con el atizador.

-Al menos por el momento, hasta que llegue el siguiente periódico -dijo ella. La danza nos separó,
pero cuando nos volvimos a reunir, continuó: -Así que ha estado usted visitando a un amigo.

Me sentí complacido al saber que había notado mi ausencia, y empecé a contarle de Harville. Al
relatarle sus planes, por primera vez no me pareció tan extraño que hubiera decidido encadenarse
tan joven, y supuse que mi cambio de opinión quería decir que me estaba acostumbrando a la
idea; o bien era eso o que, habiendo conocido a su Harriet, pensaba que serían felices juntos.

Cuando terminé de hablarle de Harville, le pregunté casualmente:

-¿Quién era el joven con el que se sentó usted a la hora de la cena? No creo conocerlo.

-Era el señor Charles Musgrove.

-¿Y es amigo particular de usted? -no pude evitar preguntar.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Su familia y la mía son muy cercanas. Los Musgrove viven en la Casa Grande de Uppercross.

-Ah, un amigo de la familia -dije sintiéndome aliviado.- Recuerdo a sus padres -continué,
sintiéndome súbitamente caritativo hacia el joven señor Musgrove, e inclinado a ser efusivo-. Una
vez los alcancé a oír hablando de otro de sus hijos, Dick. ¿Tienen más hijos aparte de ellos dos?

-Así es, pero son menores que Charles, y no han dejado aún el salón de clases.

Mientras hablábamos, noté a una mujer bien vestida al otro extremo del salón, que me observaba
con ojos poco amistosos. Me sorprendí, y volví la mirada hacia otra parte, pero me sentí
consciente de sus ojos sobre mí por el resto de la pieza.

Cuando terminó, solté con renuencia la mano de la señorita Anne, y al regresar con mi hermano,
le pregunté:

-¿Quién es aquella dama?

-¿Cuál?

-La que está allá, al otro lado del salón, bien vestida, en seda color ámbar. ¿La ves? Me ha estado
observando como un capitán observa a un guardiamarina poco prometedor, y no tengo la menor
idea porqué. Es imposible que yo la haya ofendido de algún modo, pues no la conozco, de hecho,
nunca he hablado con ella en mi vida.

Sus ojos se volvieron hacia ella y dijo:

-Es Lady Russell.

-¿La viuda a quien sus amigos destinaban a casarse con Sir Walter Elliot, después de la muerte de
su esposa? -pregunté.

Mi hermano asintió.

Me quedé pensativo, pero no logré explicarme el porqué me había estado observando con
hostilidad.

-Podría entender que me mirara así si yo fuera la señorita Cordingdale o alguna otra joven beldad,
y me propusiera robarle a Sir Walter -dije-, pero como ése no es el caso, no me explico a qué se
debe.

-¿No te lo explicas? Entonces te lo diré. Es una vieja amiga de la familia Elliot, de hecho fue la
mejor amiga de Lady Elliot, y es la madrina de la señorita Anne. Ha mostrado interés en las
muchachas Elliot por los últimos cinco años, desde la prematura muerte de Lady Elliot, y siente
especial afecto por Anne, quien se parece mucho a Lady Elliot tanto en aspecto físico como en su
forma de ser. Le preocupa que le estés prestando demasiada atención.

-Ah, ya veo. Le preocupa que mis intenciones no sean honorables -dije yo. Al fin comprendía las
miradas sombrías que había estado lanzando en mi dirección.

-Muy al contrario, le preocupa que tus intenciones sean honorables. Quiere algo mejor que un
comandante para su ahijada.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Me sentí ofendido, pero me repuse rápidamente.

-No necesita sentir temor. No tengo en mente el matrimonio -observé, aunque pensé al decirlo
que había peores destinos que casarme con la señorita Anne Elliot.

-Entonces te aconsejaría que fueras más circunspecto. Estás singularizando a la señorita Anne con
tus atenciones, y pronto lo notarán otros ojos aparte de los míos. No debes hacerla blanco de las
murmuraciones, Frederick.

-Apenas la he visto por los pasados quince días -protesté.

-Pero lo estás compensando esta noche.

-Sólo he bailado con ella una vez, y en la cena me senté junto a la señorita Barnstaple.

-Pero no mirabas a la señorita Barnstaple como miras a la señorita Anne, tan absorto en ella. No,
no me saltes encima -dijo, cuando empecé a protestar enérgicamente-, todo lo que estoy diciendo
es que tengas cuidado. Ya no estás en altamar, sino en una aldea rural, y debes ser cuidadoso con
su reputación.

-La evitaré por una semana, si es lo que deseas -dije jovialmente.

-Sería sensato -estuvo de acuerdo mi hermano.

Yo no había esperado que se mostrara de acuerdo, pues lo había dicho en broma, y sentí toda la
irritación que siente alguien que debe cumplir una promesa que no se ha hecho en serio. Tuve que
observar a la señorita Anne aceptar la mano del señor Charles Musgrove, y tuve que ofrecer la
mía a varias otras señoritas que no me interesaban en absoluto, a fin de tranquilizar a mi
hermano... y a Lady Russell, cuyos ojos aún se volvían hacia mí de vez en cuando.

Una de tales parejas fue la señorita Elliot. No pude evitar pensar que Elizabeth era una sustituta
deficiente en lugar de Anne, pero me la presentaron como pareja de tal manera que ninguno de
los dos podía rehusar, y era difícil saber cuál de nosotros sentía que le había cabido la peor suerte:
la señorita Elliot, que se veía obligada a bailar con un marinero, o yo, que me sentía incapaz de
evitar comparar a la señorita Elliot con su mucho más agradable hermana.

Sin embargo, logré mi propósito, pues había protegido a la señorita Anne de los chismes, y Lady
Russell eventualmente miró hacia otro lado.

-Lady Russell no parece vigilar a la señorita Elliot tan celosamente como vigila a su hermana -le
comenté a mi hermano cuando terminó la pieza-. No parece sentir aprensión por ese lado.
Supongo que se debe a que la señorita Elliot jamás condescendería a unirse a un simple marinero.

-Eso, y el hecho de la señorita Elliot se propone casarse con el presunto heredero, el señor William
Walter Elliot.

-Ah, ya veo. Al casarse con él, retendría su posición como la dama más importante del vecindario,
y también retendría su hogar a la muerte de su padre. ¿Y el presunto heredero sabe de los planes
de la dama?

-Debe tener alguna idea, pues Sir Walter y la señorita Elliot lo han buscado dos veces en Londres,

Traducido por Angélica Trejo


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a donde dirigen sus pasos cada primavera. En las dos ocasiones lo invitaron a Kellynch Hall. La
primera vez se habló de su visita como una certeza, y todos deséabamos verlo allí. Teníamos
muchas ganas de conocerlo, pues nos habría dado tema de conversación para muchas placenteras
veladas, cuando había poco más de qué hablar. Los caballeros se habrían contentado con hablar
sobre sus costumbres, mientras que las madres de las señoritas pudieran haber dirigido toda su
astucia en proyectos para arrebatárselo a la señorita Elliot. El deseo más acariciado por todas ellas
era asegurarlo para una u otra de sus hijas. Pero desafortunadamente nos decepcionó a todos,
pues no vino. Lo invitaron de nuevo el año siguiente, pero otra vez nunca llegó. No creo que la
señorita Elliot haya perdido las esperanzas, ni creo que lo haga, no hasta que sepa que lo ha
perdido para siempre en virtud de que haya desposado a otra. Pero el caballero no parece tener
ninguna prisa por visitar Kellynch Hall.

-¿Es joven? -pregunté.

-Eso creo. Se ocupa en el estudio del Derecho.

-Entonces en efecto es joven. No me extraña que no desee cargarse de responsabilidades a una


edad tan temprana... aunque quizás es extraño que tenga la intención de equiparse para una
profesión cuando está destinado a heredar tantas posesiones.

-No ocurrirá en algún tiempo. Recuerda, no heredará nada hasta la muerte de Sir Walter, la cual
no será en muchos años, y aún entonces, al cabo puede que se lo roben todo, pues puede que Sir
Walter se vuelva a casar y tenga un hijo varón.

-Y con ello privaría al señor Elliot de su herencia -dije pensativamente-. Entonces el señor Elliot es
prudente, y no se confía en sus expectativas, sino que más bien desea asegurarse un futuro, muy
aparte de sus aspiraciones. Me agrada.

-¿Cómo puedes decir eso? Ni siquiera lo has conocido. Podría ser un bribón -dijo Edward.

-Mi querido Edward, si está preparando para la abogacía, entonces por supuesto que es un bribón,
¡pero al menos no es un bribón ocioso! -Mis ojos se volvieron de nuevo hacia la señorita Elliot.-
¿Sabe la señorita Elliot que está estudiando Derecho?

-Indudablemente. Pero sin duda supone que lo dejará si se casa con ella. Quizá al fin lo veamos
en Uppercross.

Me pregunté qué significaría tal matrimonio para la señorita Anne. ¿La apreciaría más su padre, si
su hermana se casaba, o menos? Me sentí tentado a invitarla a bailar otra vez, pero atento a la
advertencia de mi hermano, en lugar de ello bailé con la señorita Shepherd. Después se la cedí a
un tal señor Clay, quien estaba de visita en el área, cuando terminó la pieza, y cumplí con mi
deber bailando con varias otras señoritas antes de la hora de volver a casa.

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Agosto

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Martes 5 de agosto

Cumplí mi palabra a mi hermano, y no he visto a la señorita Anne por una semana. Puesto que los
Elliot no tienen intenciones de asistir al picnic, eso dará cuenta de unos cuantos días más sin su
compañía, y después de eso, creo que otra vez puedo hablar con ella sin levantar sospechas.

Viernes 8 de agosto

Había una ola de calor destellando sobre los campos cuando me levanté esta mañana. Me hizo
desear estar en el mar, pues no hay nada mejor que la fresca brisa del océano en un caluroso día
de verano.

Salí a cabalgar antes del desayuno, y me deleité al sentir el viento en el rostro. Me recordó lo
vigorizante que es estar de pie en la proa de un barco temprano por la mañana, azotado por el
aire, y me descubrí preguntándome qué barco me darían a capitanear. Sentí crecer mi inquietud
por volver al mar. ¡Mi propio barco! ¡Mi propia tripulación! Una nueva vida, y nuevos desafíos, con
todo el mundo por delante, esperando a que yo lo tome.

Sin embargo, cuando volví a casa, mi inquietud se desvaneció, pues mi hermano comentó que los
Elliot se nos unirían en el picnic después de todo.

-Parece que han oído el rumor de que el señor William Walter Elliot estará en las cercanías de
nuestro sitio pintoresco, y desean concertar un encuentro accidental, sin duda para invitarlo de
nuevo a Kellynch Hall -dijo.

-¿Dónde escuchas esas cosas? -le pregunté, sorprendido.

-Acabo de volver de visitar a la vieja señora Winters, quien está en cama y siempre disfruta de mi
compañía. Su hija es una doncella de Kellynch Hall, y ya que ayer fue su tarde libre, le contó todo
a su madre.

-¿Acaso los sirvientes lo saben todo? -pregunté.

-Has estado demasiado tiempo en el mar si no sabes la respuesta a esa pregunta -dijo él.

-Será interesante ver al caballero, y ver cómo se comporta -dije pensativamente-. ¿Crees que
recibirá el encuentro con agrado, o se sentirá molesto con ello?

-Sea cual sea el caso, se sorprenderá, y las sorpresas son siempre algo incómodo -dijo Edward-.
Desearía que hubieran mantenido su decisión de no asistir.

Yo no podía estar de acuerdo con él, así que no dije nada.

Nos pusimos en camino, yo montado en mi caballo color castaño y mi hermano sobre una
montura alquilada. Ofrecí comprarle algo mejor con lo que me quedaba de mi dinero, pero no
quiso oír de ello, diciendo que rara vez cabalgaba, y no podía permitirse mantener un caballo aún
si yo le regalaba uno.

Nos unimos al resto de la partida en el centro de Uppercross, y emprendimos camino en

Traducido por Angélica Trejo


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procesión. Resistí el impulso de cabalgar junto al carruaje de la señorita Anne, aunque la


tentación era muy fuerte. Ella vestía un fresquísimo vestido de muselina blanca. Me fijé
particularmente en sus manos, dentro de sus guantes blancos, y pensé con qué facilidad podría
envolver sus dos manos en una de las mías. Mis ojos subieron a su cara, enmarcada por su
sombrero, y pensé que nunca la había visto lucir más encantadora.

Cuando llegamos al lugar del picnic, no pude esperar más, y habiendo entregado mi caballo al
cuidado de uno de los mozos, fui hacia ella y le pregunté qué le había parecido el viaje.

-¿Era cómodo su carruaje? -le pregunté.

-Sí, gracias -dijo ella con una sonrisa.

-¿No se vio usted sacudida por demasiados baches? Eso es lo peor de un verano seco, los caminos
están llenos de surcos y de hoyos.

Ella me aseguró que no había rebotado demasiado.

-¿Le gustaría caminar? -le pregunté-. Es muy refrescante, después de pasar una hora en un
carruaje.

-Sí, creo que me gustaría.

Le ofrecí mi brazo. Ella lo tomó, y al cerrarse sus dedos sobre él, me descubrí disfrutando del día,
tanto, que la mirada de desaprobación de Lady Russell no estropeó mi resplandor de felicidad.

-¿Ha estado usted aquí antes? -le pregunté cuando echamos a andar, mientras los sirvientes
sacaban los tapetes del carruaje y los mozos retiraban a los caballos de sus varales.

-Sí, varias veces. La vista desde lo alto de la colina es renombrada por su belleza. Atrae visitantes
de millas a la redonda, particularmente en los meses de verano, cuando los campos están más
hermosos.

-Entonces vayamos a verlo.

Tenía la esperanza de que los otros encontrarían la perspectiva de una caminata colina arriba
demasiado fatigosa, pero los Pooles y las Laynes se nos unieron, diciendo que sentían que valdría
la pena subir a fin de ver la vista. Emprendimos camino juntos, mientras que el resto del grupo se
contentaba con pasear alrededor del sitio del picnic.

La señora Layne se cansó antes de llegar a lo alto, y ella y su hija dijeron que se quedarían donde
estaban y que se nos unirían de nuevo de camino abajo. La señorita Anne y yo, junto con el señor
y la señora Poole, continuamos hasta la cima. La vista era efectivamente espléndida,
mostrándonos la comarca por varias millas y, allá en la distancia, podíamos alcanzar a ver el
tenue brillo del mar.

-Debe ser extraño para usted hallarse en tierra después de pasar tanto tiempo en el mar. ¿Lo echa
usted de menos? -me preguntó la señorita Anne.

-Sí, así es -admití. Después me volví a mirarla-. Pero no en este momento.

Traducido por Angélica Trejo


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Ella se sonrojó, miró hacia abajo, y yo pensé que nunca se había visto más bonita.

La señora Poole recitó unas cuantas líneas de poesía. El señor Poole dijo: “Muy bien, muy bien,” y
cuando nos hubimos saciado de contemplar el paisaje, emprendimos camino de vuelta colina
abajo.

Pronto se nos unieron las Layne. Su descanso las había refrescado pero, como para este tiempo la
señora Poole se estaba fatigando, caminaron lentamente, para poder entretenerla con
conversación. La señorita Anne y yo los dejamos atrás a todos. Puesto que ya habíamos hablado
de la campiña y del clima, teníamos la oportunidad de hablar de algo más interesante, y nuestra
conversación se tornó a otras excursiones y visitas que habíamos hecho. Esto nos llevó a hablar
de Londres, donde yo había estado muchas veces.

-Me gustaría ver Londres -dijo ella.

-Pero seguramente ya ha estado usted allí -dije yo.

-No, nunca.

Me quedé asombrado.

-Pero pensé que iba usted allí a cada primavera.

-No. Mi hermana y mi padre van, pero yo no -respondió.

-¡Eso es monstruoso! Usted tiene tanto derecho como ellos a tomar parte en ese placer. La
próxima vez que vayan, debe usted ir con ellos.

-Ellos no desearán que yo vaya.

-¿Y son los deseos de ellos los únicos que hay que consultar? Debe usted decirles que la lleven.

-Sería imposible -dijo ella.

-Tonterías. No hay nada más fácil -repliqué yo.

-Para usted, quizá, pero no para mí. Yo no soy un comandante naval. No estoy acostumbrada a
dar órdenes, ni a que las obedezcan.

-Entonces es hora de que se acostumbre usted a ello. Puede empezar conmigo. Deme una orden,
y la obedeceré. Pronto aprenderá qué fácil es.

Ella sonrió, pero sólo sacudió la cabeza y no dijo nada.

-Estoy esperando -le dije juguetonamente.

-No se me ocurre nada -dijo ella.

Nos estábamos acercando al sitio del picnic, donde ya se había servido la comida. Nuestros
compañeros de picnic estaban todos reunidos, sentados sobre tapetes bajo un frondoso árbol, y
esperando sólo nuestra llegada para que el almuerzo pudiera comenzar. Sir Walter y la señorita

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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Elliot compartían un tapete con Lady Russell, y el señor y la señorita Shepherd. La señorita Scott
se hallaba sobre un segundo tapete con el señor y la señora Oldham, cuyos tres niños jugaban
cerca, y más adelante había otros dos tapetes desocupados.

Conduje a la señorita Anne a uno de ellos, donde se nos unieron las Layne, mientras que los Poole
se fueron a sentar junto a los Oldham. Hubo las frases corteses de costumbre, al preguntarnos el
resto del grupo qué nos había parecido el paseo, y qué pensábamos de la vista, y después los
caballeros empezaron a servir a las damas, dándome la oportunidad perfecta de continuar con el
mismo tema.

-Señorita Anne, ¿qué me ordena que le traiga?

Ella sonrió y dijo:

-Un poco de pollo, por favor.

-¿Está segura de que no preferiría la tarta de alcachofas? Se ve muy buena.

Dudó, después me miró a los ojos y dijo:

-No, gracias. Un poco de pollo.

-¿O quizás la langosta? No hay nada mejor que langosta en un día caluroso. Es muy refrescante.
Permítame tentarla, señorita Anne.

-Gracias, pero no. Comeré un poco de pollo.

-La carne de res fría se ve muy buena...

-Comandante Wentworth, tráigame un poco de pollo -dijo con severidad.

-Ya está -dije soltando la risa-. No fue tan difícil, ¿verdad?

-Con usted, quizás no -dijo ella.

-Sólo necesita un poco más de práctica, y no le parecerá difícil con nadie. Solo tiene que hablar
con audacia, y no cejar hasta que haya logrado su cometido. Si se aplica usted a mis enseñanzas,
visitará Londres, con sus muchas atracciones, la próxima vez que vayan su padre y su hermana.

Vi la boca de Lady Russell se endurecía al observarnos, y supe que le desagradaba ver cuánto
tiempo pasaba yo con la señorita Anne, y cuánto florecía la señorita Anne en mi compañía, pero
no lo tomé en cuenta, pues me sentía mucho más interesado en ver brotar el color en las mejillas
de Anne, y en ver cómo brillaban sus ojos.

Sin embargo, puesto que nuestra conversación era blanco de otros comentarios aparte de los de
Lady Russell, empecé a unirme a la conversación general, alabando la comida, lo hermoso que era
el día, y comentando sobre el placer de comer al aire libre con amigos.

Cuando todos hubimos comido hasta saciarnos, nos dividimos en diferentes grupos. La señorita
Scott se fue a un soto cercano a recoger flores silvestres, los Shepherd dieron un paseo colina
abajo, y el resto del grupo se quedó sentado en sus tapetes bajo los árboles, resolviendo

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adivinanzas de forma desganada, como correspondía a una tarde calurosa.

El señor Layne acababa de proponer una adivinanza cuando el señor Poole, que por casualidad
miraba en dirección del soto, exclamo:

-¡Cielos! ¿Qué es esto?

Yo seguí la dirección de su mirada, y vi a la señorita Scott corriendo hacia nosotros en un estado


de gran agitación.

-¡Los franceses! -gritó al acercarse a nosotros, moviendo los brazos de un lado a otro-. ¡Que el
cielo nos ampare! ¡Alguien haga algo! ¡Comandante Wentworth! ¡Los franceses están aquí!

Inmediatamente estuve alerta y me puse de pie de un salto, haciéndome cargo de la situación.

-¿Los franceses? ¿Dónde? -la interrogué, preguntándome si un grupo de espías podía haber
penetrado nuestras defensas y hallarse en esos momentos merodeando por la campiña.

-¡Del otro lado del soto! -dijo ella, jadeando casi sin aliento.

-¿Cuántos?

-¡Todo un ejército!

-¿Un ejército? -pregunté con incredulidad-. Vamos, señorita Scott, ¿cuántos vio usted?

-Bueno, sólo a uno -admitió ella-, pero donde hay uno, el resto no puede andar lejos. Oh,
comandante Wentworth, ¿qué vamos a hacer?

-Muéstreme -dije yo-. Pero vaya con cuidado.

Agitada, emprendió camino hacia el soto. Yo la seguí, y una fila de los asistentes al picnic me
siguió a mí.

-Tan pronto como lo vi, lo supe -dijo la señorita Scott al abrir la marcha a través del soto y
emerger del otro lado.

Los árboles dieron paso a campos abiertos, y recorrí el área con la vista, pero no vi nada. Mi
mirada cayó sobre un seto elevado, con un hombre asomado sobre él, comiendo una manzana.
Estaba a punto de acercarme y preguntarle si había visto a alguien, cuando la señorita Scott lo
señaló y dijo:

-Ahí está, por allá. Mide más de tres metros de altura, tal como dicen los periódicos, y qué bueno
que los leo, pues de otro modo, no lo habría reconocido.

-Oh, señorita Scott -dijo Anne con labios temblorosos, al llegar detrás de mí.

-¿Qué periódico ha estado usted leyendo? -le pregunté, mientras que el “francés” continuaba
comiendo su manzana, inconsciente de la alarma que había ocasionado.

-El que me envía mi hermana, y me alegro que se tome la molestia de hacerlo, de otro modo me

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habría acercado a él sin darme cuenta, y habría sido asesinada diez minutos después.

-Creo que tales temores podrían resultar ser precipitados -observé, dirigiéndome al otro lado del
seto.

La señorita Scott se quedó atónita al ver que, lejos de medir tres metros de altura, no medía más
de un metro sesenta y cinco, y estaba de pie sobre una escalera de mano.

-Buenos días -lo saludé.

-Buenas -contestó el hombre.

-Y un hermoso día que es.

-Mmmm -asintió.

Entablamos una larga conversación, y a pesar de su denso acento campesino pude discernir que
estaba terminando de almorzar, antes de volver a su tarea de recortar el seto. El resto del grupo
rió, y se dispersó gradualmente, y al final hasta los temores de la señorita Scott se vieron
tranquilizados.

-Aunque es un error que cualquiera pudo haber cometido, estoy segura -dijo, cuando caminaba
con la señorita Anne y conmigo de vuelta al sitio del picnic-, pues ciertamente parecía medir tres
metros, y como todo el mundo sabe, los franceses son gigantes.

-Pierda cuidado, no son más altos que los ingleses -la tranquilizó la señorita Anne.

-Oh, querida, estoy segura que lo dices con buena intención, pero tú nunca has ido a Francia, así
que, ¿cómo puedes saberlo?

La señorita Anne se quedó sin palabras ante esta lógica, así que le dije a la señorita Scott:

-Puede estar tranquila, señorita, que yo he visto a muchos franceses, y aún no he visto uno que
supere el metro ochenta.

La señorita Scott aún puso reparos, y era claro que dudaba. Pero al final, diciendo: “Bueno, si
usted lo dice, comandante, entonces quizás es así,” recayó en murmullos de alivio.

Al llegar al sitio del picnic, otra vez nos acomodamos sobre nuestros tapetes.

La señorita Elliot no se interesó en el juego de adivinanzas que se reanudó, declarando estar


aburrida. Ella, junto con su padre y Lady Russell, no se había unido a la fila de quienes querían
ver al “francés,” sino que se había mantenido al margen. Bostezó, y se puso de pie, diciendo que
era hora de volver a casa.

No era difícil ver porqué estaba insatisfecha, pues no había habido señales del señor Elliot, ni
nadie que no estuviera relacionado con nuestro grupo.

El día llegaba a su fin. Interrumpido por la alarma de la señorita Scott y los comentarios de la
señorita Elliot, el juego perdió su vivacidad, y los Poole y los Shepherd empezaron también a
hablar de partir.

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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Al fin se recogió todo, y no quedó nada que mostrara qué día tan placentero habíamos pasado allí,
excepto un trozo de hierba más corta donde habían pastado los caballos.

Yo ayudé a la señorita Anne a subir al carruaje. Ignorando las miradas de mi hermano y de Lady
Russell, cabalgué junto a ella, divirtiéndola y divirtiéndome en igual medida por todo el camino.

Al fin nos separamos, cuando su carruaje entraba en Kellynch Hall, y me quedé reflexionando en
uno de los días más placenteros que había experimentado en mucho tiempo.

Sábado 9 de agosto

-Veo que pasaste por alto mi consejo ayer, y otra vez singularizaste a la señorita Anne -dijo mi
hermano cuando hubo conpletado sus deberes parroquiales-. Es bueno que vayas a la boda de
Harville la semana entrante, pues al menos te mantendrá fuera de peligro.

Su interferencia me fastidió, pero me recordé a mí mismo que él se preocupaba por mi bienestar,


pues yo estaba consciente de haber sido el blanco de uno o dos pares de ojos curiosos, aparte de
los de Lady Russell, al cabalgar junto a la señorita Anne de camino a casa.

Y ahora, sentado aquí en mi escritorio, mirando por la ventana a los campos que rodean la casa
de mi hermano, me siento dividido como nunca en mi vida. Una parte de mí quiere pasar todo mi
tiempo con la señorita Anne, y otra parte de mí siente que debería ser más circunspecto, pues ella
es quien tendrá que enfrentarse a sus vecinos cuando yo me halle a salvo de vuelta en el mar.

Y no obstante, aunque estoy consciente del anhelo de sentir el rocío marino en la cara, también lo
estoy de una creciente renuencia a abandonar el vecindario, pues la señorita Anne está
adquiriendo cada vez más importancia para mí.

Nunca esperé encontrar a una mujer así cuando llegué por vez primera a Monkford, pues ¿quién
esperaría hallar tal joya arrumbada en el campo? ¿O que yo sería el hombre capaz de hacerla
brillar?

Lunes 18 de agosto

Acompañé a mi hermano a Uppercross esta mañana, y cuando pasábamos frente a la Casa


Grande vi a la señorita Anne, Lady Russell y el señor Charles Musgrove caminando hacia nosotros.

Había algo en la cercanía del señor Musgrove a la señorita Anne que no me gustó, y le dije a
Edward:

-Aquí vienen tres de nuestros vecinos. ¿Supongo que las familias Elliot y los Musgrove son
amigas?

-Ciertamente hace mucho tiempo que se conocen -concordó mi hermano.

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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Había un asomo de ambigüedad en su respuesta que no me gustó, pero pensé que era mejor no
clarificar más el asunto. Si yo persistía, sentí que Edward me miraría con recelo. Pero no pude
evitar notar que Lady Russell no miraba a Musgrove con los mismos ojos hostiles que dirigía hacia
mí, y se lo hice notar a Edward.

-Él le agrada bastante en forma general, pero si te refieres a que lo aprueba como pretendiente
para la señorita Anne, creo que te equivocas. A Lady Russell no la consume el orgullo como a Sir
Walter, pero conoce el valor que tiene el rango social, y creo que aspira más alto para su ahijada.
No creo que fomente el enlace.

-No es un mal tipo, me atrevo a decir -comenté yo, sintiéndome generoso una vez que supe que
no era un pretendiente-. No es mal parecido, y la propiedad de Uppercross no es insignificante.
Probablemente pretenderá a la señorita Welling.

-Pareces muy ansioso de encontrarle esposa -dijo Edward, divertido.

-Es porque se casa Harville. Me ha puesto a pensar en el matrimonio -repliqué.

El otro grupo se acercó, e intercambiamos saludos. Mi hermano y yo nos unimos a ellos, pues
todos nos dirigíamos a la calle principal, y caminamos todos juntos. Pude ver que a Lady Russell
no le complacía haberse encontrado con nosotros, y se esforzó por atraer mi atención, dejando a
la señorita Anne junto a Charles Musgrove. Pero no me iba a privar de la compañía de la señorita
Anne. Le pedí su opinión en tres ocasiones, y presté atención a sus respuestas, y antes que nadie
pudiera detenernos, nos hallamos absortos en una conversación, de la que no emergimos hasta
que nuestros caminos se separaron.

Edward no me dijo nada cuando seguimos nuestro camino, pero me miró, y supe lo que había en
su mente. Una vez más había singularizado a la señorita Anne, y una vez más le había otorgado
mi atención indivisa.

-¿Por cuánto tiempo te ausentarás para la boda de Harville? -me preguntó.

-Me voy mañana, y regresaré la noche del miércoles.

Él pareció satisfecho, pues sabía tan bien como yo que eso significaba que no podría hablar con la
señorita Anne antes del jueves.

Martes 19 de agosto

Emprendí camino temprano, a paso pausado, bendiciendo a mi caballo por facilitarme el paso por
las colinas que hallé en el camino. Al llegar encontré a Harville presa de los nervios, pues aunque
me recibió calurosamente, su conversación se veía acentuada por accesos de buen ánimo, e
igualmente frecuentes accesos de reflexión.

-¿No te estás arrepintiendo? -le pregunté.

Pareció sorprendido, y eso me tranquilizó, pues no podía echarse para atrás, aún si quisiera
hacerlo.

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-En absoluto -dijo-. Lo espero con ansias. Es sólo que estoy consciente del hecho de que, después
de mañana, mi vida jamás volverá a ser la misma. Me ha hecho sentirme inquieto. No puedo ver
el futuro... pero me atrevo a decir que muy pronto se volverá una rutina familiar. Me sorprende
que no sigas mi ejemplo y te cases, Wentworth. La vida de un soltero es una existencia árida y
vacía. Deberías encontrar a una buena mujer, alguien a quien puedas amar y estimar, alguien en
quien pensar cuando te halles lejos, en el mar, y alguien a quien volver a casa cuando estés de
permiso para bajar a tierra.

-¡No lo haré! -repliqué, aunque no con la misma firmeza con que lo habría hecho un mes antes-.
Soy demasiado joven para dar tal paso, y aún me falta demasiado mundo que ver. Y en cuanto al
permiso, me puedo quedar con mi hermano cuando vuelva a casa.

-No es tan cómodo como quedarse con una esposa -dijo él.

-Cierto, pero un hermano no es tan difícil de dejar atrás.

Su familia estaba reunida a su alrededor, esperando con ansias la celebración. Benwick y Jenson
también se hallaban allí, y yo pensé en lo rápido que había pasado el tiempo desde que todos nos
habíamos conocido en la Academia Naval.

-Ya era tiempo que hicieras de Harriet una mujer honesta -dijo el hermano de Harville, riéndose
de él-. Ya has estado suficiente tiempo suspirando por ella.

-Es una responsabilidad seria -dijo su primo, sacudiendo la cabeza.

-Hablas como si Harville fuera a recibir la carga del mando de la Marina, en lugar de que se le den
los deberes de esposo de una mujer bonita -dijo Benwick.

-Al menos tengo a mis amigos para defenderme -dijo Harville.

Pero su paz fue de corta duración. El resto de su familia se unió, y Harville recibió tantas
opiniones sobre el matrimonio como hombres había en la habitación.

Al fin exclamó: “¡Basta!”, y nos rogó a todos que habláramos de otra cosa.

Pero al retirarme para la noche, no pude apartar sus palabras de mi mente. Sigue mi ejemplo y
cásate, Wentworth.

Al fin, sintiéndome inquieto, y sabiendo que no podría dormir, salí a hurtadillas de la casa. Era una
noche hermosa, con una tibia brisa, y me abrí paso a la luz de la luna por el sendero. Al hacerlo,
pensé en cómo me había sentido, unos cuantos meses atrás, cuando Harville me había anunciado
sus intenciones de casarse. Me había sentido incrédulo, había pensado que era un tonto, pues el
mundo estaba lleno de muchachas bonitas, ¿y porqué querría cambiar las sonrisas de tantas por
las sonrisas de una sola?

Pero allí, de pie en la encrucijada, lo entendí.

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Miércoles 20 de agosto

Harville se levantó muy temprano, lleno de nervios. Halló imposible atarse el corbatín y yo tuve
que hacerlo por él. Después no pudo ponerse el abrigo, y Benwick y yo tuvimos que ayudarle. No
podía concentrarse en nada, y aunque tratamos de hablarle acerca de su próximo barco, y la
certeza de capturar más presas cuando volviera al mar, no escuchó más de una palabra de cada
diez.

Era aún demasiado temprano para ir a la iglesia, pero él insistió en que emprendiéramos camino,
con el resultado de que esperamos por quince minutos junto al altar. Pensé que se le gastarían las
manos de tanto apretarlas y relajarlas.

Al fin llegó Harriet, luciendo radiante en un vestido formal de satín. El servicio empezó, y al
observar a Harville pronunciar sus votos matrimoniales, descubrí para mi sorpresa que ya no lo
compadecía. Lo envidiaba.

Al salir de la iglesia, la madre de Harriet lloraba, la madre y la hermana de Harville lloraban


también, pero Harriet resplandecía de felicidad.

Regresamos a la casa de Harriet para el desayuno nupcial. Después que todos comimos y bebimos
hasta saciarnos, brindamos por la feliz pareja y pronunciamos discursos, los Harville salieron de
viaje de bodas.

Jenson, Benwick y yo nos quedamos todavía un rato, disfrutando de la hospitalidad de la familia


Harville. Benwick parecía muy impresionado con Fanny, mientras que Jenson hablaba con los
padres de Harville y yo pasé la tarde hablando con su hermano. Volvimos a vivir nuestras batallas
pasadas, y esperamos con ansias las batallas futuras, esperando poder, en algún momento,
hallarnos todos en el mismo barco.

Y después, al fin, fue hora de irme. Me despedí de todos, y les agradecí su amabilidad. Me
despidieron con sus buenos deseos resonándome en los oídos, y cabalgué de vuelta a casa a paso
firme. Seguía haciendo buen tiempo, y en el camino me deleitó un ocaso magnífico. Tiré a mi
caballo de la rienda y observé el espectáculo, viendo al cielo tornarse de color carmesí antes que
el sol se hundiera bajo el horizonte. Después reemprendí el camino, y llegué poco después de
oscurecer. Edward estaba leyendo el periódico, pero cuando entré en la habitación lo hizo a un
lado y me preguntó cómo me había ido. Le conté todas mis noticias, y me hizo un buen número
de preguntas sobre el servicio religioso. Lo satisfice lo mejor que pude, y él reconoció que todo
había estado bien hecho.

Entonces él me contó sus propias noticias, que no eran tan felices, pues el curato de Leigh Ings
había sido dado a alguien más.

-No importa, aún queda el puesto de Trewithing -le recordé.

-Así es, y me convendría más recibir un puesto fijo, más bien que otro curato. Debo esperar tener
mejor suerte en eso.

-¿Crees que lo recibirás? -le pregunté.

-No hay nada en firme -dijo él-, pero como tengo amigos en el vecindario y creo que nadie está
particularmente interesado en el puesto, creo que es posible.

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-Sería algo muy bueno si así fuera.

-Sin duda alguna. Tendría mi propia parroquia, una casa más grande, un aumento en mi
estipendio, y estaría mejor situado para oír de algún otro puesto que esté vacante.

-La Iglesia no es una profesión fácil para un hombre que no tenga a nadie que lo recomiende, a
diferencia de la Marina, donde un hombre puede probar su propia valía -observé.

-Pero aún así no es imposible llegar alto en el mundo -dijo él.

-Ya que Sophia está bien casada, y yo soy un comandante, me gustaría verte convertido en obispo
-dije yo.

Edward sólo rió, y dijo que no tenía mi ambición. De todos modos, expresó su intención de ir al
pueblo mañana a fin de enterarse de más.

Nos dimos las buenas noches. Al subir las escaleras, mis pensamientos regresaron a Harville, ya
casado, y me di cuenta de que una parte de mi vida había cambiado. Él y yo habíamos sido como
hermanos, pero ahora él había empezado una nueva vida, y sentí un desasosiego dentro de mí,
un anhelo de empezar yo mi propia nueva vida.

Jueves 21 de agosto

Edward fue al pueblo esta tarde para enterarse de todo lo que pudiera sobre el puesto de
Trewithing. Mientras estaba fuera, entregaron una nota procedente de Kellynch Hall, y yo tuve que
contener mi impaciencia hasta que regresara, pues estaba dirigida a él.

-¡Por todos los cielos! -exclamó al abrirla-. Nos invitan a cenar con Sir Walter Elliot en Kellynch
Hall.

-Debe haber algún error -dije yo.

-Velo por ti mismo.

Me arrojó la nota y, efectivamente, era una invitación.

-Pensé que no le agradaba a Sir Walter -dije sorprendido.

-Mi querido hermano, no toda invitación que llegue es un halago para ti. Es posible que desee
verme a mí. Si ha oído de mis esperanzas... pero no, no se interesaría en el rector de una
parroquia pequeña más de lo que se interesaría en el coadjutor de una parroquia todavía más
pequeña. Simplemente está siendo un buen vecino, y eso es todo.

-O bien es eso, o necesita completar el número de invitados.

-No eres un hombre muy confiado, Frederick.

-He descubierto que es mejor pecar de desconfiado al entrar en batalla -repliqué.

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-Con seguridad Sir Walter no está a la altura de un hombre de tu capacidad -se burló Edward.

No, pensé, pero Lady Russell sí.

No pude evitar preguntarme si ella estaba detrás de la invitación. ¿Quería verme, para tener la
oportunidad de conocerme, y de observar de cerca mi conducta con la señorita Anne? ¿Pensaba,
quizás, que un comandante pudiera no ser tan mal esposo para su favorita, después de todo? ¿O
quería una oportunidad para advertirme que me alejara?

Viernes 29 de agosto

-Pareces haberte vestido con cuidado poco común -comentó Edward cuando me reuní con él en el
salón, antes de que partiéramos hacia Kellynch Hall.

-En absoluto. Siempre soy cuidadoso con mi apariencia -dije yo, añadiendo-, siempre y cuando no
envuelva llevar velo.

Puesto que el clima era excelente, decidimos ir caminando hasta Kellynch Hall. Cuando llegamos,
pude ver de lleno la casa por primera vez, pues aunque la había alcanzado a ver cuando paseaba
por el río, nunca la había visto de frente. Al avanzar por la avenida de acceso, pensé que era una
casa excelente, y así se lo dije a mi hermano.

-Me convendría algo similar cuando haya labrado mi fortuna -dije.

-No lo dudo, pero tendrás que labrar tu fortuna primero -replicó él.

Al acercanos más, pensé en Kellynch, no como una casa, sino como el hogar de la señorita Anne.
Para ella, cada árbol y cada hoja de hierba le eran familiares, cada ladrillo y cada piedra. Al elevar
mis ojos hacia el ático, pensé en ella de niña, asomada a las ventanas enrejadas del cuarto de los
niños mirando los verdes prados. Pensé en ella, creciendo allí con una madre amorosa, para
después perder a su madre y partir a la escuela, y después regresar a la campiña que amaba, los
apacibles colores verde y marrón del parque, con el cielo azul por encima. La imaginé tocando el
piano en el salón, y mirando por las ventanas a la misma verdeante expansión, o caminando por
allí a través de las cambiantes estaciones del año, cuando las hojas se tornaban de verde claro a
verde oscuro, y de ahí a naranja y dorado.

La avenida era larga pero al fin alcanzamos la casa. Un majestuoso lacayo vestido de espléndida
librea nos dejó pasar, y después nos condujo al salón. Éste era grande y bien proporcionado, con
finos muebles y nuevos cortinajes y alfombras. Todo era de primera calidad, y evidenciaba los
gustos refinados de Sir Walter y la señorita Elliot. Pero algo faltaba, a pesar de toda su
magnificencia, y ese algo era calidez.

Sir Walter y su hija mayor me dirigieron miradas de superioridad, y Lady Russell me miró como si
yo fuera una serpiente: algo que sería seguro si se mantenía a distancia, pero que podía ser
venenoso si se traía demasiado cerca.

Pero un momento más tarde olvidé a Sir Walter, la señorita Elliot y a Lady Russell, cuando mis
ojos se posaron sobre la señorita Anne. Ella sonrió cuando me vio, y su sonrisa iluminó su rostro
con una alegría tan brillante que llenó toda la habitación. Irradiaba felicidad y benevolencia. Se

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adelantó para saludarme, y los dos nos perdimos inmediatamente en conversación, y sólo
volvimos a la realidad cuando Lady Russell dió un paso al frente para saludarnos a mí y a mi
hermano. Sir Walter y la señorita Elliot cumplieron con su deber y nos saludaron también.
Entonces Lady Russell comenzó a hablarme, en un esfuerzo, estoy seguro, por separarme de la
señorita Anne.

-Hemos tenido la fortuna de tenerlo con nosotros en Somersetshire por tanto tiempo -dijo, de una
forma que me hizo sentir que no pensaba en modo alguno que fuera una fortuna-. Tengo
entendido que usted tiene más de una conexión con el área. Su hermano vive aquí -dijo,
dirigiéndole una mirada breve-, ¿y creo que su cuñado también proviene de este condado?

-Sí, así es.

-¿Tiene usted sólo una hermana? -me preguntó Sir Walter, dignándose a unirse a la conversación.

-Sí.

-¿Lleva ya mucho de casada? -continuó.

-Siete años.

-Bastante tiempo. ¿Y qué clase de hombre es su esposo?

-Es capitán de fragata.

-Ah, un marinero -dijo Sir Walter, con una expresión de desagrado.

-Un oficial naval, y muy bueno -repliqué yo-.Ha servido a su país por muchos años y ha ayudado a
mantener a salvo nuestras costas.

-¿Está en el mar ahora? -preguntó la señorita Anne, con genuino interés.

Me suavicé ante el sonido de su voz.

-Así es.

-Su hermana debe echarlo de menos -dijo ella-. No puede ser agradable para una mujer estar
separada del hombre que ama.

-No, por supuesto -dije yo, mirándola con ternura, pues sentí que sus palabras iban dirigidas a
mí-. Tampoco es fácil para un hombre estar separado del objeto de su afecto.

Mi hermano se aclaró la garganta ruidosamente, y después dijo en tono jovial:

-Afortunadamente ninguno de los dos tiene que soportar las penas de la separación, ya que mi
hermana siempre navega con su esposo.

-Pero, ¿cómo es eso posible? -preguntó sorprendida la señorita Anne, volviéndose hacia él-. No
puedo imaginar cómo sobreviviría, comiendo solamente galletas saladas y durmiendo en una
hamaca. Debe ser muy valiente.

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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Me reí ante su idea de la vida a bordo de un barco.

-Puede usted estar tranquila. Ella duerme en un camarote, y disfruta de todas las comodidades
que una mujer pueda desear. Tiene buena comida, y un sirviente que la atiende.

-¿Un sirviente? -preguntó ella-. Seguramente tal cosa no es posible.

-Por supuesto que lo es. Los oficiales navales son caballeros -aquí Sir Walter y la señorita Elliot
intercambiaron expresiones de incredulidad, pero no las tomé en cuenta-, y están acostumbrados
a vivir bien. No esperan menos cuando están en el mar.

-Me sorprende que haya espacio para un sirviente, pues hay tantas otras cosas que se deben
acomodar, pero vivir a bordo no debe ser tan apretujado como había imaginado.

-No hay mucho espacio en una fragata, lo admito, pero mi cuñado no estará tranquilo hasta que
esté al mando de un buque de guerra, y acabará por ser almirante, no tengo dudas. A bordo de
un buque de guerra, ¿sabe?, no puede haber mejor alojamiento, ni nada más espacioso...

-... a menos que sea una hermosa casa en tierra -dijo Lady Russell, interviniendo en la
conversación con aire de alguien que ya ha estado callado demasiado tiempo-. En ella hay mucho
mejor alojamiento que un barco, pues tiene habitaciones espaciosas, extensos jardines y amplios
cuartos de servicio, todo lo que hace fácil y conveniente la vida.

-Pero una casa no tiene semejantes panoramas -dije yo.

-La vista desde Kellynch Hall es muy hermosa -dijo Sir Walter, sin querer quedarse atrás.

-Pero no puede competir con los paisajes en el mar, siempre cambiantes, o los esplendores de
Lisboa, Gibraltar o las Indias.

-En cuanto a eso, esos lugares extranjeros están sobrevalorados. No son nada comparados con
Londres o Bath-dijo Sir Walter.

Observé que la expresión de Anne cambiaba, y le pregunté:

-¿No le gusta Bath?

-No, debo confesar que no.

-Solo a un tonto no le gustaría Bath -dijo la señorita Elliot.

Anne se sonrojó, pero la animé a hablar, diciendo:

-Pero es un lugar interesante, ¿no le parece?

-Quizá. Pero no me gustó. Me pareció un lugar duro y demasiado vívido, a diferencia de la


campiña, con su colorida suavidad.

Evidentemente no quería hablar sobre ello, así que volví la conversación a los panoramas que se
pueden ver desde un barco, y Anne escuchó con atención absorta. Yo sólo la miraba a ella, así que
apenas y me di cuenta de que Lady Russell, Sir Walter y la señorita Elliot nos miraban con

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desaprobación, hasta que mi hermano atrajo discretamente mi atención.

Le permití que dirigiera la conversación hacia los libros. Una vez más, la señorita Anne y yo
tuvimos las mismas sensaciones, al descubrir nueva evidencia de que nuestros gustos coincidían
en todos los aspectos importantes, y nuevamente no pudimos dejar de hablar. De hecho, fue sólo
la cena la que puso fin a nuestra conversación.

Mientras cenábamos, la señorita Anne y yo continuamos hablando sobre libros, mientras que Sir
Walter le recitaba su linaje a mi hermano, detallando cada uno de sus antepasados y haciendo
comentarios sobre la elevada posición de un baronet, y la señorita Elliot hablaba con
determinación del señor William Walter Elliot, y las expectativas que tenían de verlo en Kellynch
antes que acabara el verano.

Lady Russell habló poco, pero siempre que yo alzaba la vista, hallaba sus ojos sobre mí.

Al fin, la cena terminó. Yo tenía ganas de bailar, y así lo sugerí, pero la idea fue descartada, y tuve
que contentarme con mirar de lejos a la señorita Anne. Al fin, su atención se distrajo con su
padre, y Lady Russell me llevó aparte.

-Parece usted estar muy prendado de Anne-dijo.

-En efecto, así es -dije yo, mientras mis ojos aún permanecían posados en ella.

-Es una muchacha muy joven, sólo tiene diecinueve años, y aún ha visto muy poco del mundo...

-Lo cual es una gran lástima, pues el mundo es un lugar maravilloso -repliqué-, y merece verlo.
Tengo entendido que su padre y su hermana van a Londres cada primavera, pero no han visto
adecuado llevarla con ellos. Ella debería ver la ciudad, y tomar parte de las diversiones. Vale la
pena ver los museos, los teatros y las tiendas. Le he dicho que debe exigirles que la lleven a
Londres la próxima vez que vayan su padre y su hermana.

-No me parece una buena idea que ella haga exigencias, y le ruego que no la anime a ello. No va
bien con el carácter de Anne, pues no está en su naturaleza ser estridente -respondió ella,
mirándome con ojos poco favorables.

Sin embargo, no tenía intención de dejar que me intimidara.

-Entonces, si ella no ha de hacer exigencias, alguien debe hacerlas por ella -dije, mirando con
intención a Lady Russell-, o si no seguirá habiendo visto muy poco del mundo cuando tenga
veinticinco.

Mi respuesta no le agradó a Lady Russell, y me di cuenta que ahora menos que nunca era amiga
mía.

No obstante, se sobrepuso, y con el aire de quien va al grano, dijo:

-Usted es un hombre de mundo, comandante, así que le hablaré claro, con la certeza de que
usted no me entenderá mal. Anne es muy joven e inexperta, y fácilmente influenciada por
aquellos a su alrededor. No me gustaría ver que nadie se aproveche de su juventud e
inexperiencia. Con el tiempo, conocerá a un hombre de su propia posición que pueda darle todas
las ventajas a las que está acostumbrada, y otras además. Estoy segura de que usted no tiene la

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intención de hacerle daño con sus atenciones...

-Puede usted estar tranquila, Lady Russell, que nunca haría nada que la perjudicara -dije con
sinceridad.

-Ahh -dijo ella, asintiendo con la cabeza-. Entonces me quita usted un gran peso de encima. Me
alegro que tengamos la misma forma de pensar en este asunto. Estaba segura de que así sería.
Un hombre de su experiencia no podía pensar de otra manera. Y ahora, no necesitamos decir
nada más al respecto. ¿Pronto regresará usted al mar, según creo?

-Sí, tan pronto como haya un barco disponible.

-¿Y lo está usted deseando?

-Lo espero con ansias -dije yo-, pues entonces puedo empezar a labrar mi fortuna. Tengo la
intención de ser un hombre acaudalado cuando deje la Marina.

-Le deseo éxito en su empresa -dijo ella-. Usted es joven y fuerte, tiene ambición, y espero que
alcance todo cuanto su corazón desee. Somos afortunados de tener un hombre así protegiendo
nuestras costas.

Inclinó levemente la cabeza y después se alejó. Al principio, me sentí complacido con la


conversación, pues sentí que había ido bien, pero al reflexionar sobre ello, me quedó la
inquietante sensación que, quizás, ambos habíamos estado hablando de cosas distintas. Había
habido algo ambiguo en sus palabras, y aunque las mías habían sido sinceras, de todos modos
sentí que ella las pudiera haber malinterpretado.

Pero entonces la señorita Anne se acercó, y Lady Russell quedó olvidada. No teníamos la intención
de no hacer caso de los demás, pero nuestras mentes estaban tan en sintonía una con la otra que
a duras penas nos dimos cuenta de la presencia de los otros hasta que fue tiempo de irme.

Le dije adiós a la señorita Anne con renuencia, me despedí también de Sir Walter, la señorita Elliot
y Lady Russell, y después Edward y yo salimos de Kellynch Hall.

Estuvo callado durante el regreso, pero una vez que estuvimos dentro de la casa me dijo:

-Frederick, debo hablar contigo una vez más sobre tus atenciones hacia la señorita Anne. Apenas
y le dirigiste una palabra a nadie más durante toda la velada. Tus atenciones son por mucho
demasiado particulares. Sería mejor que dejaras Monkford y visitaras a alguno de tus amigos por
unas cuantas semanas.

-Me gustaría darte gusto, Edward, pero está más allá de mis fuerzas -confesé-. No puedo
renunciar a ella.

-¿Qué clase de habla es ésa? ¿Un hombre que ha capturado barcos franceses no puede estar sin
la compañía de una muchacha de diecinueve años? Simplemente tienes que marcharte y está
hecho.

-No me entiendes. No sólo no puedo renunciar a ella, no lo voy a hacer -dije yo, reconociendo los
sentimientos que habían ido creciendo en mí desde el momento que la conocí-. Nunca pensé que
conocería a una mujer como ella: su mente tan superior, sus gustos tan refinados, su corazón tan

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abierto, su cabello tan suave, sus ojos tan brillantes, su piel tan tersa, su semblante tan amado,
su voz, su sonrisa... En suma, Edward, estoy enamorado de ella.

Me miró con preocupación.

-Le has prestado atención a muchas mujeres en tu vida, pero nunca antes te he oído decir que
estuvieras enamorado. ¿Es en serio, entonces?

-Lo es. No puedo vivir sin ella, y me propongo pedirle que se case conmigo.

Él sacudió la cabeza.

-No me agrada. No tienes nada que ofrecerle.

-Tengo mi dinero del botín.

-Ya te lo has gastado.

-Obtendré más.

-¿Acaso nunca ves problemas?

-Nunca uno que no pueda resolver.

Se sentó pesadamente.

-No puedo animarte en esto, Frederick. No tendrás la bendición de su familia, o la de Lady


Russell. Quieren verla casada con un hombre acaudalado y de alcurnia, y con buena razón. Su
futuro entero depende de su elección.

-¿No crees que soy un buen partido? -le pregunté, sorprendido y un poco herido.

Su respuesta fue apegada a la realidad.

-Tienes mucho camino por recorrer antes de que seas un buen partido para la hija de un baronet.
Encontrarás mucha oposición si sigues adelante con tus planes. No te concederán su mano de
buena gana, y puede que no te la concedan en absoluto.

-La oposición existe para ser hecha a un lado.

-Ya no estamos hablando de la Marina francesa. No puedes navegar hasta la entrada a la


propiedad en una fragata, ni puedes quitarle el mástil a Kellynch Hall. Sir Walter no te tendrá
miedo ni se rendirá. Si se pone en contra tuya, te rehusará su consentimiento.

-Entonces me casaré con ella sin él.

-¿Y consentiría la señorita Anne a tal matrimonio?

Vacilé.

-Ya ves, no tienes que pensar sólo en ti.

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-Tienes un punto de vista de las cosas demasiado negativo -le dije, sobreponiéndome-. Sir Walter
todavía no ha rehusado su consentimiento, y hasta que lo haga, no veo el caso de pensar en ello.

-¿Y estás seguro de que la señorita Anne te aceptará, aún con él?

-Yo...

Me detuve. Había estado a punto de decir, Estoy seguro de ello. Ella me ama, pero, ¿que tal si me
equivocaba? Por primera vez en mi vida vacilaba, y no me gustó nada la sensación. Pero no pude
sacarme la idea de la cabeza. ¿Qué tal si ella no me amaba? No podía soportar pensar en ello.

-Creo que ella me ama, y mañana lo sabré con seguridad -dije.

-¿Mañana? ¿De verdad crees que tendrás la oportunidad de hablar con ella tan pronto?

-Un hombre de acción crea sus propias oportunidades, no espera a que éstas llamen a su puerta -
dije yo.

Pensé en sus caminatas matutinas a la orilla del río, y me decidí a encontrarla allí, y a pedirle que
fuera mi esposa.

Sábado 30 de agosto

Pasé una noche terrible, aún peor que el sueño inquieto antes de una batalla, pues una mezcla de
excitación y anticipación me mantuvo despierto.

Me levanté a las cinco y media, pues ya no podía seguir dando vueltas en la cama, y me vestí con
cuidado. Me salté el desayuno, abrí el pasador de la puerta principal y salí silenciosamente,
dirigiendo mis pasos hacia el río. Al hacerlo, sentí que mi ánimo se levantaba. Era una mañana de
suave brisa y tibio sol despuntando en el horizonte. El mundo fulguraba de azul y verde,
chispeante del rocío que se adhería a la hierba. Era una mañana perfecta para una propuesta de
matrimonio... si Anne decía que sí.

Puesto que no estaba habituado a sentir semejante incertidumbre, rápidamente la despedí de mis
pensamientos. Caminé por la orilla del río, y después me detuve a hacer rebotar piedras sobre su
superficie, hasta que alcancé a ver a un martín pescador. Pausé para observar su plumaje
turquesa pasar como un relámpago, iridiscente a la temprana luz matinal, y lo vi sumergirse de
golpe en el agua. Lo tomé como un buen augurio: un ave venturosa se me aparecía, dándome
aviso de que mis propios días venturosos estaban por comenzar. Visualicé el tibio y tranquilo
verano extendiéndose frente a mí, con Anne a mi lado, y me sentí lleno de gozo.

Seguí caminando, y al fin me vi recompensado al verla a la distancia. Aún era temprano, no más
de las seis y media, y me sentí henchido de alegría de pensar que ella tampoco había podido
dormir. Me vió, vaciló, y después siguió adelante.

Caminé hacia ella, apresurando el paso, hasta que casi estaba corriendo. Ella me salió al
encuentro, y nos detuvimos, a sólo centímetros de distancia, y nos miramos uno al otro como si
nunca fuéramos a saciarnos de mirarnos.

Traducido por Angélica Trejo


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Ella empezó a hablar. Yo la interrumpí:

-Ya no puedo guardar silencio -exclamé-. La he observado durante todas estas semanas... he
hablado con usted... bailado con usted... he estado embelesado por usted... no puedo continuar
sin saber... Anne, mi queridísima Anne... estoy enamorado de ti -y aquí la tomé de las manos-,
por favor dime, libérame del sufrimiento, ¿estás tú enamorada de mí también?

Se ruborizó, bajó la mirada, murmuró algo que no pude oír, alzó la vista, y me traspasó con una
mirada tal que mi corazón dejó de latir. Di un paso atrás para verla mejor, después me llevé sus
manos a los labios, y pensé que nunca había andado un hombre más feliz que yo sobre la tierra.

-Anne -dije yo-, ¿quieres ser mi esposa?

Ella sonrió y se sonrojó otra vez.

-Sí, Frederick -dijo.

¡Sí, Frederick! Nunca dos palabras me habían sonado mejor.

-Cuando me haga al mar, ¿vendrás conmigo? ¿Te gustaría eso, Anne?

-Sí, creo que me gustaría muchísimo. Me has contado tanto sobre tu vida que anhelo verla por mí
misma.

-¡Las maravillas que te puedo mostrar! -dije yo, anticipando los placeres que experimentaría ella,
imaginando la aventura, la emoción y la novedad que tendría esa vida para ella, que nunca habia
ido más allá de sus propias costas-. Los siempre cambiantes estados de ánimo del mar, sus
montañas y valles, sus llanuras lisas y vítreas. Y los puertos que descubrirás. ¡Los colores, Anne!
Los vibrantes rojos y azules y verdes, no los colores apagados del verano inglés, bajo el cielo
inglés, sino la brillantez del Mediterráneo y la luz clara de las Indias.

-Anhelo ver todo eso -dijo con entusiasmo-. Habré viajado tanto como tu hermana antes de que
pasen muchos años más.

-Y así será. ¡Las historias que tendrás para contar cuando regreses!

Ella refulgía de pura emoción, preguntándome si hacía mucho calor en las Indias, y si alguna vez
llovía, si entendería a la gente y si la gente la entendería a ella.

Y entonces nos abrazamos, y seguimos caminando... apenas puedo decir qué hicimos... adónde
fuimos... lo que dijimos... yo estaba ofuscado.

El sol ascendió en el cielo, pero todavía seguíamos andando, a veces hablando, a veces en
silencio, con el mundo entero por delante, hasta que al fin nuestros pasos nos llevaron de vuelta a
Kellynch Hall. La vista de la casa me recordó la formalidad que aún había que soportar, el desdén
de Sir Walter, sus cejas enarcadas, su mirada fría, pero todo ello era un precio pequeño que pagar
por obtener la mano de Anne.

-Debo hablar con tu padre -dije yo-. Hablaré con él de inmediato.

Ella sacudió la cabeza.

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-Llegas demasiado tarde. Irá a visitar a un amigo por una semana, y -lanzando una mirada al sol,
que en ese momento se hallaba muy alto en el cielo, continuó -a esta hora ya se habrá marchado.

Yo no me descorazonaba tan fácilmente.

-No importa, hablaré con él tan pronto como regrese.

-Hasta entonces, tendremos que ser circunspectos cuando estemos en la compañía de otros -me
recordó.

Estuve de acuerdo. Yo anhelaba pregonar a los cuatro vientos mi éxito amoroso, pero no se podía
hablar del asunto con otras personas hasta que Sir Walter hubiera dado su consentimiento.

-¿Pero qué importa eso? -le dije-. Podemos encontrarnos cada mañana junto al río, y nosotros
sabemos, querida Anne, que estamos comprometidos.

Seguimos caminando juntos mientras que el sol se elevaba hasta el cenit, y empezó a hacer calor,
al alegre modo de un verano inglés, hasta que al fin ella dijo:

-Debo entrar.

-Quédate un rato más.

-Pronto será hora del almuerzo, y Elizabeth se estará preguntando dónde estoy. Si no entro ahora,
enviará a una doncella a buscarme, y entonces me preguntará en dónde he estado.

Con renuencia accedí. Se dio la vuelta para irse, la jalé hacia mí otra vez, nos abrazamos, y se dio
la vuelta de nuevo. La dejé partir, pero esperaba con ansias el día en que ya nunca nos
separaríamos.

La observé mientras caminaba hacia la casa, su vestido de muselina fresco y lindo a la luz
matinal, su chal resbalándose de su hombro y cayendo sobre el ángulo de su brazo, su cabello
rizándose sobre su nuca, y entonces desapareció de mi vista.

Me quedé contemplando el espacio vacío, después volví en mí y regresé a casa de mi hermano, de


muy buen ánimo. No podía decir nada de mi amor al mundo en general, todavía no, pero sí podía
decírselo a mi hermano.

No estaba en casa, y no regresó sino hasta las doce y media. Para ese tiempo yo estaba que
reventaba con la noticia y la solté casi tan pronto como entró a la casa.

-¡Le he pedido a Anne que se case conmigo, y me ha dicho que sí! -le conté.

-Deberías dejar almorzar a la gente antes de soltarle esa clase de cosas -se quejó, sin detenerse
hasta llegar al salón.

-¿No me vas a felicitar? -le pregunté, aunque me sentía tan feliz que apenas y me importaba.

-¿Su padre ha dado su consentimiento?

-Todavía no.

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-Entonces postergaré mis felicitaciones hasta que lo haga. ¿Ya comiste?

-¿Qué me importa la comida? -dije yo.

-Si vas a ver a Sir Walter, más vale que te importe. No puedes ir a verlo con el estómago vacío.

-Puesto que estará ausente hasta el viernes, no creo que tenga importancia. El alimento que
consuma yo ahora no me durará hasta entonces, así que postergaré mi comida por un tiempo
más. Además, no puedo comer. ¡Estoy tan feliz!

Edward se sentó.

-Por lo menos siéntate, me estás poniendo nervioso.

Yo me senté. Me puse de pie. Caminé por el salón. Me eché a reír. Me senté de nuevo. Me puse
otra vez de pie.

-¡Enamorados! -dijo mi hermano, tomando su periódico.

-Edward, ¡ella es maravillosa! -dije yo-. ¡La criatura más hermosa que haya contemplado alguna
vez...!

-Su hermana es mucho más guapa.

-Y sus modales...

-No son mejores que los de cualquier otra señorita bien criada.

-Su amor por los libros, su gusto musical, su conocimiento del mundo a su alrededor, y su sed por
aprender. Su inteligencia dejaría en ridículo a un maestro de escuela...

-Lo cual es muy fácil de hacer -declaró mi hermano-, pues todos juntos no tienen ni un ápice de
sensatez.

-Y sus gustos... nuestros pensamientos coinciden en todo -dije, sin desanimarme.

-Entonces te compadezco -comentó secamente-, pues nunca tendrán nada de qué hablar.

Me reí de él.

-¿Nada de qué hablar? ¡Nunca dejamos de hacerlo! ¿Acaso no te he traído a la criatura más
maravillosa del mundo para que sea tu cuñada? -le pregunté-. ¿La muchacha más hermosa,
refinada y elegante, superior en toda manera posible? ¿Con tal gusto y discernimiento, tal
capacidad y sensatez?

-Aún no me la has traído -me recordó.

Pero pude darme cuenta de que se sentía complacido, pues sacudió su periódico tres veces antes
de cambiar de página, y con él eso era una señal segura de felicidad.

Mi ánimo estuvo elevado durante todo el día, y no me sentí de humor para pasar una tranquila

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

velada dentro de la casa. Salí a cabalgar, maldiciendo el hecho de que no había sido invitado a la
cena que reclamaba la velada de Anne, pero consolándome con el hecho de que la vería mañana.

Domingo 31 de agosto

Me encontré a Anne junto al río esta mañana, y conversamos largamente. Nuestra conversación
abarcó desde nuestros vecinos, hasta los libros, a nuestro viaje de bodas. Me hubiera quedado allí
toda la mañana, pero, de mala gana, tuvimos que separarnos a fin de arreglarnos para ir a la
iglesia.

Al sentarme en mi banco, no pude evitar imaginar el día, no demasiado lejano, cuando ella estaría
de pie a mi lado ante el altar y se convertiría en mi esposa. Fue una ensoñación muy placentera, y
me ayudó a pasar el tiempo durante el largo y tedioso servicio religioso.

Porqué mi hermano decidió sermonear tan largamente a su rebaño en un día tan hermoso, no lo
sé, pues yo anhelaba salir al aire libre. Estaba seguro de que el resto de la congregación
compartía mis sentimientos, pues nunca oí tanto arrastrar de pies ni tanta tos en toda mi vida.

Edward no hizo ningún caso y no nos dejó ir hasta que hubo hablado por una hora entera.
Terminó con una severa advertencia contra la invasión a la propiedad privada y el robo de
manzanas, sin duda con miras a asegurarse de que su propio huerto se encontrara a salvo este
año.

Pude hablar con Anne afuera de la iglesia, y después de intercambiar frases corteses, nos
enfrascamos en una conversación más satisfactoria. Ésta se vio abreviada por la aparición de Lady
Russell, quien me saludó con frialdad y se llevó consigo a Anne, pero yo sabía que no pasaría
mucho tiempo antes de que nuestro noviazgo fuera reconocido oficialmente y pudiéramos
conversar todo lo que deseara nuestro corazón.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Septiembre

Traducido por Angélica Trejo


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Martes 2 de septiembre

Tenía la esperanza de ver a Anne junto al río esta mañana, pero como ayer, fue un día lluvioso, y
aunque no me impidió llegar hasta allá, ella no vino.

Regresé a casa a un abundante desayuno, en el curso del cual mi hermano me dijo que
necesitaba un par de guantes de la tienda de Clark. Se quejó de estar demasiado ocupado para ir,
y yo me ofrecí a ir en su lugar, pues me sentía inquieto y no podía concentrarme en nada.
Además, si el tiempo mejoraba, pensé que Anne podría aventurarse a salir a caminar y quizás la
vería en la tienda de Clark.

Pronto me encontré entrando a la tienda. La señorita Scott se hallaba ante el mostrador,


enfrascada en una conversación sobre cabezales (almohadas cilíndricas para el cuello).

-Debe ser grande -le decía al señor Green, quien estaba listo para atenderla-. Muy, muy grande.

Le mostraron dos, pero estaba indecisa en cuanto a cuál llevarse, y al verme, me pidió mi ayuda,
explicando:

-Mi hermana me ha enviado un reporte tan espantoso en los periódicos que estoy muerta de
preocupación. El artículo lo escribió un hombre con información impecable. Proviene de las fuentes
más confiables, y dice que los franceses están a tan sólo días de invadir nuestras costas. Tienen
una flota secreta de barcos, y tan pronto como pisen suelo inglés, tienen la intención de
asesinarnos a todos mientras dormimos. Sin embargo, hay una manera de confundirlos. El
periódico recomienda a sus lectores que pongan un cabezal en su cama, colocándole una peluca
en la parte superior, y que nos vayamos a dormir a otra parte. Yo voy a dormir en el sofá, pero no
sé qué tamaño de cabezal comprar. ¿Qué me aconsejaría, comandante?

No pude evitar sonreír. No obstante, su agitación era genuina, y para aliviar su angustia la llevé a
un lado y le hablé en un susurro.

-Esto no es del conocimiento público -dije-, pero obviamente usted es la clase de mujer que
puede guardar una confidencia, así que se lo diré. En este preciso momento la Marina está
trabajando en un plan para confundir a los invasores. Estoy en una misión secreta en esta parte
del país, y tan pronto como Napoleón nos invada, me lo informarán de inmediato. Me aseguraré
de que se le notifique a usted sin demora, y tendrá usted tiempo de huir antes de que Napoleón
llegue. Hasta ese momento, puede usted andar libremente por el vecindario, y dormir a salvo en
su propia cama.

-Oh, comandante, me quita usted un gran peso de encima, pero, ¿está usted seguro? ¿No se
demorará su información? ¿No olvidará informarme?

-En absoluto. Puede usted confiar en la Marina, y puede confiar en mí.

Regresó al mostrador y le dijo alegremente al encargado que después de todo ya no necesitaba el


cabezal. Yo estaba a punto de acercarme al mostrador cuando la puerta se abrió y, para mi
deleite, Anne entró, acompañada por la señorita Shepherd.

Antes que yo pudiera hablar, la señorita Scott, de camino a la salida, la saludó con las palabras:

-Señorita Elliot, puede usted estar tranquila, pues no vamos a ser asesinados mientras dormimos.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

El comandante Wentworth está en una misión secreta en este vecindario. No dudó en confiar en
mí, pues sabe que yo no me inclino a chismorrear, y que nunca le diría ni una palabra a ningún
alma viviente, así que me aseguró que me informará tan pronto como Napoleón nos invada. Sin
embargo, no debe usted decir nada al respecto, pues no es del conocimiento público, y si él no
hubiera tenido completa fe en mi discreción, no me lo habría dicho ni siquiera a mí. Debo pedirle
que guarde el secreto, y espero contar con su palabra de que no se lo mencionará a nadie.

-Puede estar segura de que no se lo diré a nadie -le prometió Anne.

La señorita Scott salió de la tienda. Puesto que la señorita Shepherd se acercó al mostrador en
busca de hilo de coser, pude hablar con Anne a solas.

Instantáneamente nos enfrascamos en conversación, y me animé al oír que Anne había tenido la
intención de encontrarse conmigo ayer, a pesar de que llovía, pero su hermana no se había
sentido bien, y había reclamado su atención, haciéndole imposible salir de casa. La misma razón
le había impedido pasear por el río esta mañana, pero puesto que la salud de su hermana había
mejorado un poco desde entonces, se había alegrado de tener la oportunidad de salir a caminar.

No pudimos hablar sobre nuestro compromiso por temor a que alguien alcanzara a escucharnos,
pero sí pudimos hablar sobre nuestro futuro de una forma más discreta. Yo hablé de la fortuna
que ganaría, y le pregunté a Anne su opinión sobre qué clase de propiedad debía comprar, ya
fuera en el campo, o junto al mar. Me aconsejó comprar una que contara con un tramo de litoral,
y con una pequeña bahía arenosa de modo que pudiera pasear junto al mar todos los días.

-Buena idea -dije-. Me gusta el agua. Siempre disfruto de mis paseos junto al río aquí.

Ella se sonrojó, y se vio más bonita que nunca, y yo me consideré el hombre más afortunado del
mundo. Nos imaginé a los dos paseando juntos en la playa de nuestra futura casa, con nuestros
hijos jugando a nuestro alrededor. Yo sería el Almirante Wentworth, y ella sería mi esposa.

La señorita Shepherd terminó de escoger su hilo, y Anne y yo tuvimos que separarnos, pero me
consolé con el hecho de que Sir Walter volvería en unos cuantos días más, y entonces le podía
pedir la mano de Anne.

Sentí anhelo de que hubiera un baile esa noche, en alguna parte donde pudiera bailar con Anne,
pero me comprometí a ir con mi hermano a jugar al whist. No me podía concentrar, pero esto, no
obstante, me hizo muy popular, pues significó que perdí cada juego.

Miércoles 3 de septiembre

Anne y yo disfrutamos del lujo de pasar una velada juntos en casa de la señora Grayshott, donde
pudimos bailar juntos. Fue un placer poder sentir su contacto, y pasar gran parte de la velada
conversando con ella, y aunque me sentí tentado de sobrepasar los límites del decoro invitándola
a bailar por tercera vez, me las arreglé para contenerme, sabiendo que Sir Walter volvería pronto,
y que entonces yo podría bailar cada pieza con Anne.

Traducido por Angélica Trejo


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Viernes 5 de septiembre

Fui al río esta mañana, como de costumbre, y fui recompensado al ver a Anne acercándose a mí.
Paseamos por los campos, con su brazo en el mío, y le pregunté cuando era probable que
regresara su padre.

-Llegará esta noche a tiempo para la cena -dijo ella.

-Entonces me presentaré mañana por la mañana, aunque resiento cada minuto que falta para
declararte públicamente como mi futura esposa. Poco me imaginaba, cuando llegué a Somerset,
que encontraría tal felicidad.

-Yo tampoco lo imaginaba. Se hablaba de tu visita, y sentía curiosidad por conocerte, pero no
esperaba que se desarrollara una amistad entre nosotros, ya no digamos algo más que eso. Pensé
que serías un hombre impaciente y de modales ásperos, un marinero que no pensaba en otra
cosa que en batallas y en el mar. No esperaba que fueras alguien de quien me pudiera enamorar.

Seguimos caminando. Yo hablé de la impaciencia que sentía por el regreso de su padre, y le


pregunté si ya le había contado a Lady Russell sobre nuestro compromiso.

-No, todavía no. Sentí que mi padre debía enterarse primero. Pero tan pronto como haya dado su
consentimiento, se lo diré.

Una sombra cruzó por su rostro mientras hablaba.

-¿Dudas de que lo conceda? -le pregunté.

-Mi padre puede ser... -pausó-. Está muy orgulloso de su legado... nuestro legado. No lo conoces
muy bien... aún... pero su libro favorito es la Crónica de los Baronets. Con frecuencia lo saca para
leerlo. Le gusta leer sobre el primer baronet, y recordarse que proviene de un linaje ilustre.

-¿Y tú? ¿Estás orgullosa de tu legado? -le pregunté.

-Orgullosa, sí, pero no me ciega al valor de todo lo demás. Hay otras cosas en la vida además de
la posición de baronet, y hay otros hombres de valía además de los que se hallan enlistados allí.

-¿Pero no dudas de que dará su consentimiento?

Vaciló, y después dijo:

-No. No, estoy segura de que lo dará. Sin embargo, puede dificultarte las cosas.

Me reí ante la idea, pues si yo podía resistir al poderío de la Marina francesa, estaba seguro de
que podía resistir una mirada fría de Sir Walter. Pero me reí para mis adentros, pues no tenía
ningún deseo de herir los sentimientos de Anne.

Mi hermano no se mostró tan optimista cuando me reuní con él para el almuerzo algunas horas
después.

-¿Y has pensando en que Sir Walter podría decir que no? -me preguntó.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-¿Porqué habría de pensarlo?

-Porque ésa probablemente será su respuesta.

-Es bueno que mi corazón no sea tan apocado como el tuyo, pues yo estoy seguro de que dirá que
sí -repliqué.

-No tienes título, ni fortuna, ni propiedad, nada que ofrecerle a su hija aparte de tu juventud y tu
persona.

-Eso me dijiste la semana pasada.

-Y te lo vuelvo a decir. Es mejor estar preparado para lo que pueda decir.

-Hay algo de razón en lo que dices. Pero no, no pensaré en eso. Dará su consentimiento, y Anne y
yo nos casaremos. Estoy seguro de ello.

Sábado 6 de septiembre

Pude comer muy poco, y esta mañana emprendí camino hacia Kellynch Hall. Llegué demasiado
temprano, pero ya no podía esperar más. Anduve de lado a lado por el camino de entrada hasta
que mi reloj de bolsillo me indicó que podía proceder. Me dirigí a la puerta y pregunté por Sir
Walter. Me hicieron esperar. Me paseé por el corredor. Me hicieron pasar. Y ahí estaba Sir Walter,
magníficamente ataviado, con el cabello arreglado a la última moda, leyendo la Crónica de los
Baronets.

Para empezar, no me hizo ningún caso, como si no pudiera despegar los ojos de su libro.

-Sir Walter -comencé.

Lentamente levantó la mirada, pero no cerró el libro.

No era un comienzo propicio.

-¿Deseaba usted verme? -me preguntó.

-Sí, así es, en efecto. Es un asunto importante. Me gustaría contar con su permiso para casarme
con su hija, Anne.

-¿Casarse con Anne? -preguntó, con tono de incredulidad-. Aún no me ha preguntado usted
siquiera si puede pretenderla. Es demasiado pronto para hablar de otra cosa.

Me quedé desconcertado, pero me repuse.

-Mi cariño se ha desarrollado con rapidez...

-En efecto, así ha sido. Ha estado usted en Somerset sólo unos cuantos meses.

Traducido por Angélica Trejo


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-Pero ese ha sido tiempo suficiente para saber que estoy enamorado de Anne. Aunque mi cariño
se ha desarrollado con rapidez...

-Y desaparecerá con la misma rapidez, sin duda alguna -me interrumpió.

-No será así -dije yo-. Sé muy bien lo que quiero. Estoy enamorado de Anne y deseo hacerla mi
esposa. Y ella también lo desea.

Me miró con altivo desagrado.

-¿Ya ha hablado usted con ella?

-Sí, así es.

-¿Sin consultarme?

Vacilé, y después dije:

-No habría tenido sentido molestarlo si Anne me hubiera dejado claro que no me aceptaría, y
además, no pude contenerme.

-Vaya -comentó-. ¿Y siempre es usted tan precipitado?

-Una vez que he tomado una decisión, actúo de inmediato. Soy un hombre resuelto.

-¿Así es como lo llama usted? -preguntó-. Yo lo llamo ser irresponsable e impetuoso.

Sus palabras me escocieron, y me sentí tentado a responder en el mismo tono, pero sabía que
esto no beneficiaría en modo alguno a mi petición, así que respondí tranquilamente:

-¿Tengo su permiso, señor?

-¿Dice que ya le ha preguntado usted a Anne?

-Sí, así es.

-¿Y ella desea aceptar su propuesta?

-Así es -le aseguré, alentado por el recuerdo.

-Qué extraordinario. No se me ocurre porqué -dijo-. Ella ha sido criada para saber el lugar que
ocupa en el mundo, y a valorarlo en conformidad. Su nombre aparece en la Crónica de los
Baronets. -Alzó su libro y empezó a leer en voz alta, en tono majestuoso, lento y mesurado.-
“Elliot, de Kellynch Hall.” -Pausó dramáticamente-. “Walter Elliot, nacido el primero de marzo de
1760, contrajo matrimonio el 15 de julio de 1784 con Elizabeth, hija de James Stevenson, hidalgo
de South Park, en el condado de Gloucester. De esta señora, fallecida en 1800, tuvo a Elizabeth,
nacida el primero de junio de 1785, a Anne, nacida el 9 de agosto de 1787...” -Se interrumpió y
me enseñó el libro-. Anne -dijo, señalando su nombre con el dedo-. La hija de un baronet. Ahí
está, mi hija, rodeada por su ilustre familia. ¿Puede usted ofrecerle un linaje similar?

Traducido por Angélica Trejo


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-No, no puedo -dije audazmente, mirándolo a los ojos-, pero para Anne el amor es más
importante que la alcurnia, y para mí también.

-¿De verdad? -dijo él.

-Bien, señor, ¿tengo su permiso? -le pregunté, con ganas de dar el asunto por terminado.

Pareció sopesar el asunto.

-Anne es muy diferente a su hermana -dijo-. No tiene el estilo ni los modales de Elizabeth, ni
tiene su belleza. Pero aún así, es la señorita Anne Elliot, y puede aspirar más alto que un marinero
por esposo. Tal enlace sería degradante...

Yo conservé la compostura con dificultad.

-... y si deshonra su apellido casándose con alguien tan inferior a ella, no haré nada en su favor -
continuó-. No tendrá fortuna. Sería mejor que renuncie usted a ella, porque no recibirá usted
nada de su enlace con ella, ni un solo penique.

Yo ardía de ira por dentro, pero respondí:

-No quiero nada, sólo a Anne.

-¿Y puede usted mantenerla? -preguntó con desdén.

-Sí.

-¿Tiene fortuna, entonces?

-Aún no, pero he tenido suerte en mi profesión, y pronto seré rico.

-¿En serio? Tiene usted un punto de vista muy optimista de este asunto.

-¿Debo entender que rehúsa usted su permiso, entonces? -pregunté, sin ganas de soportar más
tiempo sus insultos.

Hizo una pausa, después suspiró y dijo:

-Ah, bien, si hubiera usted pedido a Elizabeth, le hubiera yo mandado de regreso por donde vino,
pero ya que sólo se trata de Anne...

Otra vez tuve que esforzarme por guardar la compostura. Sólo Anne, por todos los cielos. Sólo
Anne.

-Sí, está bien, está bien, tiene usted mi permiso -dijo Sir Walter con voz fatigada. Hizo sonar la
campanilla-. El comandante Wentworth ya se va -le dijo al sirviente que acudió al llamado.

Yo estaba furioso, pero la furia pronto le dejó el paso a la feliz perspectiva que se abría ante mí,

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

así que le di las gracias y fui a buscar a Anne, para decirle que su padre había dado su
consentimiento.

La hallé en el jardín. Ella so volvió a mirarme con ansiedad, pero cuando vio mi sonrisa, su rostro
se relajó y corrió hacia mí. Yo corrí también, y la abracé.

-¡Tu padre ha accedido a nuestro enlace! Ya no necesitamos seguir manteniendo nuestros


sentimientos en secreto. ¡Quiero decírselo a todo el mundo! Soy el hombre más feliz del planeta.

Ella sonrió y dijo:

-Y yo soy la mujer más feliz. Tengo tantas ganas de contárselo a mis amistades como tú, pero
sólo te pido una cosa: debes permitirle decírselo primero a Lady Russell. Ha sido como una madre
para mí por muchos años, y quiero que lo oiga de mis labios antes de que lo oiga de alguien más.
Vamos a cenar en su casa la noche del martes. Será un grupo pequeño, sólo Lady Russell, mi
padre, mi hermana y yo, y se lo diré entonces. Después podremos anunciarlo al resto de nuestras
amistades.

-Muy bien. Yo ya le he dicho a mi hermano... no sobre el consentimiento de tu padre, por


supuesto, pero le dije que tenía la intención de proponerte matrimonio, y le conté que habías
dicho que sí. Me siento ansioso por decirle que nuestra boda puede proceder. Me gustaría que él
condujera el servicio religioso. ¿Tienes alguna objeción?

-Ninguna en absoluto. Me parece que es una excelente idea, si el señor Gossington no tiene
ninguna objeción. Nada me gustaría más.

-Si Gossington oficiara matrimonios por regla general, puede que deseara oficiar él mismo el
servicio religioso, pero ya que usualmente le deja tales cosas a mi hermano, no veo porqué razón
habría de objetar en esta ocasión. Le escribiré mañana a mi hermana. Me gustaría que viniera a la
boda, y si se encuentra en tierra en ese momento, sé que ella y Benjamin querrán venir.

Hablamos más sobre la boda, de que sus hermanas acompañaran a Anne hasta el altar, y de mis
planes de pedirle a Harville que me apadrinara, y nos embebimos tanto que perdimos toda noción
del tiempo, y la doncella de Anne tuvo que venir y avisarle que ya era tiempo de que se arreglara.

Nos separamos de mala gana, y yo regresé a casa de mi hermano. Sin embargo, no podía estar
tranquilo. Anhelaba la compañía de Edward, para tener a alguien con quien hablar, pero lo habían
mandado llamar a casa de uno de sus ancianos feligreses, y era probable que no regresara en
toda la noche. El resto del día se me hizo interminable, pero mañana, todo será diferente.

Miércoles 10 de septiembre

No puedo creerlo. Tengo el corazón oprimido al escribir esto. No hace mucho tiempo, Anne aceptó
mi mano, su padre dio su consentimiento, y éramos las dos personas más felices del mundo. Ayer
en la noche, Anne le dio la noticia a Lady Russell, y esta mañana Anne me dijo que el matrimonio
no podría efectuarse.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

¿Cómo puede la vida cambiar tan súbitamente? No parece ser cierto. Nada parece ser cierto desde
que me reuní con ella esta mañana junto al río. El aire era tibio, los pájaros cantaban a viva voz...
una mañana perfecta, sin el menor indicio del rayo que estaba a punto de golpearme.

Entonces apareció Anne. De inmediato me di cuenta de que su paso al caminar hacia mí era lento
y desganado, pero pensé que sólo estaba cansada, o que no me había visto aún. Sin embargo,
cuando se acercó, pude ver que sus hombros estaban encorvados.

Alzó la mirada y me vió. Su expresión era titubeante, y su paso vaciló.

-¿Qué sucede? -le pregunté, atravesando en dos zancadas los pocos metros que aún nos
separaban-. ¿Pasa algo malo?

-Nada, sólo que... tengo que hablar contigo.

Entonces dijo algo que nunca esperé oír: que había reconsiderado las cosas, que éramos
demasiado jóvenes, que los compromisos largos nunca eran buenos, que sería injusto de su parte
agobiarme con un compromiso cuando yo aún tenía que abrirme camino en el mundo, que
debíamos sentirnos agradecidos por no haber anunciado nuestro compromiso aún, pues no habría
ningún bochorno en romperlo, y que sería mejor que olvidáramos que alguna vez había existido.

Me quedé atónito. Pero pronto me repuse. Sus objeciones eran fáciles de vencer, y le aseguré que
no éramos demasiado jóvenes, y que nuestro compromiso no sería largo, pues pronto tendría los
medios suficientes para poder casarnos.

-Y entonces, Anne, empezarán nuestras aventuras.

Ella sacudió la cabeza con tristeza.

-Ah, ya veo. Cambiaste de opinión respecto a hacerte al mar-dije, pensando que esto era lo que
estaba detrás del asunto. Aunque lo lamentaba, no me sentía desalentado-. Nunca has estado a
bordo de un barco, y ahora que se trata de ello, te da miedo -dije con suavidad, tomando sus
manos en las mías-. Entiendo, la idea es demasiado para ti. Pero no te preocupes. Si sientes que
no puedes dejar tu hogar y a tu familia, tus amigos y tus vecinos, y sobre todo, tierra seca,
entonces no te lo exigiré. Pero éso no es razón para romper nuestro compromiso.

Retiró sus manos de las mías y dijo:

-No, Frederick, no puedo.

-¿No puedes? ¿Por qué no? -pregunté, tratando de entender.

-Todos los que me rodean me aconsejan que no lo haga...

-Así que es eso. Te han amedrentado para que te sometas a sus opiniones -dije yo.

-No, no es verdad -dijo ella.

Pero, a pesar de su lealtad hacia su familia, era claro que éso era lo que había pasado.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Sabía que sería así -dije-. Tu padre se mostró condescendiente cuando hablé con él, y te ha dicho
que no soy lo suficientemente bueno para ti, y tú, Anne, mi querida y dulce Anne, no tienes el
valor para enfrentarte a él.- Estaba consciente de la decepción que sentía al decir esas palabras,
pues había pensado que ella sería más fuerte, pero me recobré con rapidez-. Apóyate en mi
fuerza, pues yo tengo fuerza suficiente para los dos.

-No se trata sólo de mi padre -dijo angustiada-. También Lady Russell piensa que sería un error.
Las incertidumbres de tu profesión, las demoras inevitables. Sólo tengo diecinueve años...

-Eso no te preocupaba ayer.

-No. Pero he visto tan poco de la vida... Debo seguir la guía de aquellos que han visto más, y
escucharlos cuando me dicen que es imposible.

-¿Qué es imposible? ¿Comprarnos una acogedora cabañita tan pronto como haya capturado otro
barco, y entonces, cuando tenga suficiente dinero para comprar algo mejor, la propiedad de la que
hemos hablado?

-Lady Russell dice que eso nunca sucederá. Dice que tendrás otros gastos en esta época de tu
vida.

-Te aseguro que yo tengo mayor conocimiento de mis gastos que lo que puede saber Lady Russell.

-Y te preocuparás por mí cuando te halles lejos. Lady Russell dice...

-¡Lady Russell! -exclamé con impaciencia-. ¡Siempre Lady Russell! ¿No tienes tu propio corazón y
tus propias ideas?

Se alejó de mí, retrocediendo un par de pasos.

-Fue la mejor amiga de mi madre, estoy acostumbrada a confiar en su juicio, y siempre me ha


guiado bien.

Traté de tranquilizar sus temores, pero ella estaba resuelta. Discutí, pero ella se mantuvo firme.
Íbamos de un lado al otro, sin ceder terreno ninguno de los dos.

-Sería tu ruina. No puedo casarme contigo -dijo ella-. Nunca me perdonaría a mí misma si me
interpusiera en tu camino y te impidiera avanzar como te mereces. Con una prometida, serías
cauteloso. Te faltaría el espíritu osado que necesita un hombre para avanzar. No alcanzarías tus
ambiciones, pues yo te estorbaría para ello.

No podía creer lo que estaba oyendo. Me rehusé a aceptarlo, pero al fin ya no pude seguir
discutiendo con ella.

-No es posible que de veras tengas la intención de romper conmigo -dije, y mi valor vaciló-. Di
que no es verdad.

-Frederick...

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Pensé que me amabas.

Las palabras surgieron de mí como si me las arrancaran de la garganta.

-Y así es -declaró con pasión-. Te amo, pero...

-Pero no lo suficiente -dije yo. No pude contener el tono de dolor.

-No es eso.

-Es precisamente eso. No me amas lo suficiente para ir en contra de tu familia y amigos, para
seguir a tu corazón por dondequiera que te lleve, incluso si te lleva hasta los cabos de la tierra.

-Frederick...

-Basta -dije yo, herido como nunca me sentí antes, ni siquiera cuando había resultado herido en
batalla-. Has dejado tus sentimientos muy en claro. No puedes casarte conmigo. Muy bien. No te
exigiré que cumplas tu promesa. No quiero una novia renuente. Nuestro compromiso se acabó.

Hice una inclinación de cabeza y me alejé de prisa, pues no podía soportarlo, tener tan cerca la
felicidad, y al mismo tiempo tan lejos.

Dejé la tierra de los Elliot y caminé de regreso a la aldea.

Acababa de alcanzar el sendero principal, cuando el destino puso en mi camino a la persona que
no deseaba ver en absoluto, la misma mujer que era la causante de toda mi desdicha: Lady
Russell.

Enrojeció al verme, y titubeó, como bien debía hacerlo.

Yo no estaba de humor para cuidar mis palabras.

-Sí, señora, bien puede usted poner esa cara -dije yo-. Me ha hecho usted un mal terrible. Me ha
quitado la mujer que amo, y ha causado muchísima infelicidad donde antes no había más que
felicidad. Puede usted estar orgullosa de su obra.

-Yo no he hecho otra cosa que darle buen consejo a Anne -contestó, reponiéndose-. No tiene
madre, y me corresponde a mí guiarla. Si tuviera algún escrúpulo sobre la parte que he
desempeñado, lo habría perdido cuando me habló usted como lo hizo hace unos momentos. No
estoy acostumbrada a que se dirijan a mí de esa manera. Es usted un joven irresponsable,
comandante Wentworth, sin nada que ofrecerle a Anne excepto un largo compromiso seguido por
toda una vida de incertidumbre y soledad. Quiero algo mejor para ella. Quiero que tenga las
comodidades a las que está acostumbrada, y la compañía de un esposo que no se pase la mitad
de su vida en el mar.

-Pronto pude haberle dado las comodidades que necesita. ¡Estamos en guerra! Hay muchísimas
oportunidades para que un hombre joven y resuelto labre su fortuna, pues nunca ha habido mejor
amigo para un capitán joven y sin un centavo, pero hábil y ambicioso, que Napoleón Bonaparte.
Me propongo abrirme paso en el mundo, y hubiera llevado a Anne conmigo.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-La hija de un baronet no necesita que un marinero le abra paso -observó ella con tono de
superioridad.

-Con el botín que hubiera ganado, habría podido darle un mejor hogar que el que tiene ahora. En
unos cuantos años más...

-... es probable que fuera usted tan pobre como lo es ahora, pues gasta su dinero tan rápido
como lo obtiene.

-Con una esposa que mantener, habría cambiado mi forma de ser. No habría sentido deseos de
gastar mi dinero imprudentemente, pues habría tenido a alguien más en quien gastarlo. Habría
tenido una razón para invertirlo bien, y ver crecer mi capital.

-Así dicen todos los jóvenes, hasta que se casan, pero entonces es una historia muy diferente.
Después descubren que los placeres de la juventud son difíciles de abandonar, y que la atracción
que ejercen sus amigos es demasiado fuerte, y su esposa se las tiene que arreglar con lo que su
esposo quiera darle.

-Y lo que este esposo hubiera querido darle habría sido su corazón y su mano. -Vi en sus labios
una sonrisa burlona.- Así que, ¿prefiere usted ver a Anne casada con un hombre a quien no ame,
antes que permitirle seguir a su corazón?

-¡El amor! Los jóvenes siempre hablan del amor, pero nueve veces de cada diez, no es más que
una fantasía pasajera. Anne es joven. Pronto encontrará a alguien más, y usted se enamorará
otra vez la próxima vez que baje a tierra.

-Supone usted demasiado -dije yo-. No tiene idea de lo que yo siento. No tiene derecho a decir
que mis sentimientos cambiarán, o que soy así de inconstante. Yo amo a Anne.

-¿Y acaso es usted el único a quien implica el matrimonio? ¿Basta con que usted la ame? Debe
usted considerar que ella también debe amarlo a usted.

-Ella me ama.

-Pero no lo suficiente para casarse con usted.

-No -dije amargamente-. Habla usted de la inconstancia de los hombres, pero la culpable en este
caso es la inconstancia de las mujeres: la de Anne, por no amarme lo suficiente para seguir a su
corazón, y la de usted, por persuadirla a abandonarme, con la esperanza de un matrimonio mejor
en el futuro, con un hombre por quien ella no sentirá nada. Ésa es la maldición de los Elliot, que
les importe más el dinero y el estatus social, que el afecto y la verdadera valía.

-Tenga cuidado, comandante -dijo ella en tono de advertencia-, pues esas palabras suenan
demasiado a amargura.

-Debe usted perdonarme, Lady Russell, pero me siento amargado. Cuando un hombre ha perdido
todo lo que aprecia en el mundo, por la interferencia de otros, se halla proclive a esa particular
emoción. Anne nunca me habría rechazado si usted no hubiera intervenido.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Ella esbozó una sonrisa tentativa.

-Vamos, comandante, lo hecho, hecho está -dijo, extendiendo la mano para que yo la estrechara-.
Separémonos como amigos.

Yo no quise tomarla.

-Usted no es amiga mía, y tampoco es amiga de Anne, Lady Russell. Que tenga un buen día.

Y así diciendo, me apresuré a alejarme.

Por suerte, mi hermano aún no llegaba, así que no tuve que contarle inmediatamente lo que había
pasado. Me paseé por la habitación, pero no podía soportar estar encerrado, y pronto volví a salir,
para tratar de ahogar cabalgando lo peor de mi desesperación.

Ser amado, ser aceptado, y después ser rechazado. Era demasiado. No podía soportarlo.

En vano me dije que era mejor así, que si ella no me amaba era mejor descubrirlo ahora más bien
que después, cuando se hubiera anunciado el compromiso, o peor aún, cuando ya estuviéramos
casados.

Pensé en Harville y en su éxito amoroso. A su esposa no le importaba sufrir un poco de


incomodidad. Ella creía en Harville, y sabía que labraría su fortuna tarde o temprano. Hombre
afortunado. Si yo tuviera una mujer así a mi lado... Pero no quería a otra mujer. Quería a Anne.
Por más que lo intentaba, no podía sacármela de la cabeza. La manera en que me miraba, la
manera en que nuestros gustos y pensamientos y sentimientos coincidían, la manera en que me
hacía sentir... no podía arrancarme esos sentimientos. Había sido rechazado, pero mi corazón no
estaba bajo mi mando. Todavía la amaba.

Al fin, fatigado en cuerpo y en espíritu, regresé a casa.

Mi hermano me concedió un respiro, pues aún no estaba en casa, pero volvió a la hora del
almuerzo.

-Bien, hermano, no me tengas en suspenso. Fuiste a ver a Sir Walter. ¿Qué te dijo? ¿Te recibió
con los brazos abiertos, o te dijo que regresaras cuando te hayan concedido el título de caballero?
-me preguntó.

Yo no quería hablar de ello, pero no había modo de evitarlo.

-Él dio su consentimiento, pero Anne ha retirado el suyo -dije con brevedad.

-Ah-. No dijo más, pero se sentó a la mesa, y entonces observó:- Te dije que no le agradaría vivir
en el mar.

-Fue manipulada por Lady Russell. Con gusto me aceptó por cuenta propia, y habría afrontado con
valentía la frialdad de su padre, pero Lady Russell le dijo que yo no era lo suficientemente bueno
para ella... le dijo que ella me estorbaría... y no tuvo el valor de enfrentarse a ella.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-No me sorprende. Lady Russell ha sido como una madre para ella por los últimos cinco años.

-Eso me dijo. -Hice una pausa cuando nos trajeron el almuerzo, y cuando nos volvimos a quedar
solos, dije:- Pero llega el tiempo en que toda muchacha debe seguir su propia inclinación, y dejar
a su madre detrás.

-Parece que, para Anne, ese tiempo no ha llegado aún. Más vale que comas algo -observó, puesto
que mi comida seguía intacta sobre mi plato.

-No tengo hambre.

-Vamos, fue mejor así. Una esposa habría sido un obstáculo. No habrías sido igual de intrépido en
batalla, sabiendo que tendrías una esposa que lloraría por ti si te hubieran matado, y quizás
también hijos.

-¡Ja! ¿Porqué habrían de matarme? -repliqué, haciendo a un lado sus comentarios.

-Y si no te hubieran matado -continuó Edward, sin prestarme atención-, ¿cómo habría vivido
Anne?

Me sentí incómodo al pensar en ello, pero le dije a mi hermano que dejara de pensar en esas
tonterías.

-Haz fortuna, regresa a Monkford, y pregúntale a la dama otra vez -fue el consejo de mi hermano.

-Eso no lo haré nunca. No puedo casarme con una mujer que no tenga fe en mí, y que no tenga
constancia. Una promesa, una vez que se ha dado, debe cumplirse. Fidelidad, valor y resolución,
ésas son las cosas que yo valoro. Ésas son las cosas que Anne tenía, o que yo pensé que tenía.
Pero me equivoqué, pues no las tenía en absoluto -terminé, aún dolido.

-Entonces tienes suerte de haber escapado de un enlace que no habría sido de tu gusto, pues
eventualmente habrías descubierto sus deficiencias -fue la insensible respuesta de mi hermano.

-Muy cierto -dije yo.

Pero no lo decía en serio.

No podía pensar que el que Anne me hubiera rechazado fuera algo bueno, y si ella hubiera venido
a buscarme y me hubiera dicho que había cometido un error, yo la habría recibido con los brazos
abiertos. Tenerla otra vez, abrazarla... pero no vino.

Me excusé de participar en el club de whist de Edward esta noche.

-¿Qué, te quedas en casa a seguir dándole vueltas al asunto?

Lo negué, diciendo que no me sentía de humor para la sociedad, y que en lugar de ello leería un
libro, pero no me pude concentrar. No podía dejar de pensar en Anne. No me habría rechazado si
en verdad me amara...

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Pero era un disparate seguir pensando en ella, me dije. Ella era superficial. Su corazón no era tan
profundo como el mío, o nunca habría roto conmigo de esa manera. No sentiría pesar por haberla
perdido. Aprendería mi lección. Evitaría al sexo débil de ahora en adelante. Ganaría tanto botín en
la Marina como para establecerme cómodamente por el resto de mi vida, y sólo la mar sería mi
amante, pues, aún con todos sus cambios de humor, era menos caprichosa que una mujer.

Permanecería soltero por el resto de mi vida.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

1814

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Julio

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Lunes 25 de julio

Así que el Laconia al fin ha llegado a Plymouth. La guerra terminó, mi fortuna está hecha, y mi
tiempo en el mar ha llegado a su fin.

Apenas puedo creerlo. La Marina ha dominado mi vida por tantos años que ya es como una parte
de mí mismo, y no puedo imaginar cómo me sentiré cuando ya no esté en mi vida. Nunca más
vivir a bordo de un barco, nunca más navegar por los océanos, nunca más arribar a puertos
distantes, con toda la excitación que ello conlleva, no más cielos claros y calurosos, no más
lenguas extranjeras a mi alrededor, no más mercados llenos de productos extraños y maravillosos,
o palmeras meciéndose en las blancas playas.

Y sin embargo, aunque me entristece dejar ir todo aquello, descubro que espero con ansia mi
nueva vida en tierra. He estado lejos de Inglaterra por tanto tiempo que le encuentro toda la
novedad de un puerto extranjero. El aire suave y húmedo, los colores suaves y la brisa fresca,
todo ello tiene su encanto, y me alegro de estar de vuelta en casa.

Martes 26 de julio

Bajé a tierra por unas cuantas horas esta tarde, y por todos lados me saludaron con vivas y
expresiones de agradecimiento. Los hombres me estrechaban la mano, y los chiquillos me
seguían, mientras que las mujeres me bendecían por haberlas salvado del azote de Napoleón.
Traté de decirles que no había ganado yo solo la guerra, pero no quisieron escucharme, pues
querían a alguien a quien alabar, y yo estaba a mano para ello. Y efectivamente, que la guerra
haya terminado al fin, después de haber durado tanto tiempo que los niños que se arremolinaban
a mi alrededor nunca habían conocido un tiempo de paz, después de todo era algo grandioso.

Se representaron obras teatrales improvisadas, donde Napoleón, interpretado por una variedad de
hombres de todos tamaños y tallas, era derrotado con la entrada de los Aliados a París. Hubo
muchos comentarios picarescos, pero joviales, y se respiraba un aire de día de fiesta.

Al fin regresé al barco.

-El almirante Croft ha venido a verle -dijo mi teniente cuando subí a bordo, y efectivamente, ahí
estaba Benjamin.

Nos dimos palmadas en la espalda y nos felicitamos mutuamente por nuestro servicio, y después
de hablar de Sophia y Edward y toda la familia de Benjamin, nos pusimos a hablar de otras cosas.

-Voy de regreso a Taunton -dijo él-. Sophy y yo estamos viendo algunas propiedades en el área.
Queremos alquilar una tan pronto como sea posible, pues ahora que terminó la guerra
necesitamos un lugar dónde vivir. Debes venir y quedarte un tiempo con nosotros en cuanto nos
hayamos instalado.

-Nada me gustaría más.

Me dijo que acababa de volver de Londres, donde había estado atendiendo algunos negocios.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Nunca he visto nada igual -me dijo-. Las calles están llenas de gente mañana, tarde y noche. El
alboroto que se armó por los rusos el mes pasado fue enorme. El zar apenas y podía asomarse
por la calle sin provocar vítores espontáneos. Les encantó a la multitud, y también les encantó su
hermana, la Gran Duquesa. Una muchacha lindísima como ella sola, aunque muy joven para ser
viuda, pobre mujer.

-La guerra ha creado muchas viudas -dije yo.

-Sí -contestó, y calló por unos momentos, pensando en algunas a las que conocía. Luego se
repuso-. Se habló de que se volvería a casar, para cimentar una alianza con Inglaterra, pero oí
decir que los duques reales no fueron de su gusto. Y claro, también hubo las usuales discusiones
sobre la Princesa de Gales, con los Whigs (Partido Liberal Británico) apoyando sus esfuerzos por
asistir al Salón de Recepción Real, y la vieja Reina diciendo que no podía ser recibida. El público
estaba del lado de la Princesa Caroline, abucheaban al Príncipe Regente cuando paseaba en su
carroza, y le gritaban: “¡Ame a su esposa!”, pero como siempre, no hizo caso.

-¿Viste a alguno de los grandes militares?

-Fue imposible no hacerlo. Blücher estaba allí. No podía ni siquiera moverse sin que la gente lo
felicitara, de hecho, estaba tan rodeado por quienes deseaban presentarle sus buenos deseos en
Hyde Park que tuvo que ponerse de espaldas a un árbol. Wellington también estaba allí, pero
rechazó toda pompa y ceremonia, y cabalgaba acompañado sólo por un mozo. Había
celebraciones por todas partes, y aún las hay, con el Regente dando cenas oficiales en la Casa
Carlton, un lugar de ensueño, según cuentan, y haciendo planes para el Jubileo.

-Parece que Londres está inundado de noticias.

-Así es. Si puedes conseguir que te concedan unos días de permiso, debes ir a ver las
celebraciones del Jubileo la semana próxima. Habrá linternas de colores en el parque St. James, y
hay un puente chino que atraviesa el canal. Habrá un ascenso en globo, y una reescenificación del
asalto a Badajoz. Y habrá algo que te interesará, como oficial naval, pues habrá una Batalla del
Nilo simulada en la Serpentina.

-¿Y cómo se las arreglarán para eso? -pregunté, atónito ante la idea de que se representara una
batalla naval en Londres.

-Con barcazas provistas de cañones en miniatura.

-Es bueno que hayamos tenido algo más que barcazas a nuestra disposición, o nunca habríamos
ganado ninguna batalla -observé-. Pero iré si puedo.

Benjamin se despidió, y me encontré esperando con ansias las próximas semanas: un viaje a
Londres, la visita a Sophia, y al fin, una oportunidad de visitar a Edward y conocer a su flamante
esposa.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Viernes 29 de julio

Vi a Jenson esta tarde. Su barco acababa de entrar a puerto, e intercambiamos noticias. Me contó
que Lencet fue muerto en acción en enero, y me preguntó por Harville, a quien no ha visto desde
que todos servimos juntos en el año nueve. Le hablé de la herida que sufrió Harville hace dos
años, pero que aparte de eso Harville, Harriet y los niños están bien. También le conté que la
hermana de Harville, Fanny, estaba comprometida con Benwick, y le complació escucharlo.

Hablamos de nuestros planes ahora que terminó la guerra. Jenson me contó que había decidido
entrar al negocio de su familia en la trata de vinos, y que planeaba expandirlo comprando una
flotilla de barcos, para poder transportar el vino además de comprarlo y venderlo.

-Y supongo que capitanearás el buque insignia -dije yo.

-¡Por supuesto que sí!

Le conté sobre las celebraciones en Londres y decidimos asistir. Aceptó desayunar conmigo, para
que podamos emprender camino juntos mañana.

Sábado 30 de julio

Jenson y yo estábamos en pleno desayuno, haciendo los últimos planes para nuestro viaje a
Londres, cuando llegó una nota para mí.

-Saldré a caminar por la cubierta -dijo Jenson, disponiéndose a levantarse.

-No es necesario -le dije-. Es de Harville. Quédate. Te gustará escuchar lo que dice.- Desdoblé la
carta y empecé a leer en voz alta- Está en Plymouth... le da gusto oír que bajaré a tierra... ¡Oh,
no! -dije, al ver malas noticias-. ¡Oh, no!

-¿Qué sucede? -preguntó Jenson.

Sacudí la cabeza con incredulidad. Apenas y podía pronunciar las palabras.

-Es Fanny, la hermana de Harville. Está muerta.

-¿Muerta? -preguntó horrorizado.

No pude hacer otra cosa que asentir con la cabeza.

-Toda esa belleza... un intelecto tan superior... son noticias terribles -dijo Jenson-. Tenía toda su
vida por delante.

Seguí leyendo, recorriendo la página con la mirada, y dejé escapar un gemido cuando vi lo que
Harville me pedía.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-¡No! ¡Oh, no, no puedo! -exclamé en voz alta, retrayéndome de la tarea. Y aún así, al mismo
tiempo me daba cuenta que tenía hacerse, y que no había nadie mejor que yo para ello.

-¿Qué? ¿Qué sucede? -preguntó Jenson.

-Benwick -dije yo-. James. No lo sabe.

El semblante de Jenson se demudó enseguida.

-Acaba de regresar del Cabo, y tiene órdenes de dirigirse a Portsmouth. Harville no se atreve a
darle la noticia. Me pide que lo haga por él.

-Frederick...- -me dijo, mirándome con la más profunda comprensión, pues era una tarea que
ningún hombre envidiaría.

No obstante, no podía evitarse. Doblé la carta con resolución.

-Debo hacerlo de inmediato. Pediré un permiso de ausencia.

-Yo llevaré tu carta.

-Te lo agradezco, Jenson, desde el fondo de mi corazón. Y espero que me lo concedan, pues no
podré quedarme a esperar la respuesta.

Escribí mi carta y me puse de pie.

-Debo irme de inmediato. Pobre Benwick. ¿Cómo lo soportará? Perderla justo cuando sus
esperanzas se iban a hacer realidad, cuando su largo compromiso estaba por terminar, cuando
estaba a punto de desposar a Fanny. Ha esperado este momento por años, y que ahora le sea
arrebatado, y de esta manera... Es demasiado cruel.

Él asintió en silencioso acuerdo.

Y entonces dejé el barco y partí en mi espantoso encargo.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Agosto

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Lunes 1 de agosto

Un terrible día. Un terrible, terrible día.

Llegué a Portsmouth en la madrugada, habiendo viajado día y noche desde Plymouth, y me


transporté en un bote de remos hasta el Grappler. Benwick se sintió encantado de verme. Era
todo sonrisas al felicitarme por mi éxito, diciendo que no podía haberle sucedido a alguien que lo
mereciera más, y después me exigió que lo felicitara por su ascenso y por su riqueza. Estaba de
tan buen ánimo que no notó mi abatimiento, y me rompió el corazón cuando dijo:

-Al fin veré a Fanny. ¡No puedo esperar! Esa fue parte más difícil de estar en el mar, Wentworth,
tener que dejarla atrás. La he hecho esperar dos años mientras hacía mi fortuna y ganaba mi
ascenso, pero ahora nuestro compromiso puede acabar, y nos casaremos tan pronto como se
puedan leer las amonestaciones.

Pude haberme echado a llorar. No sabía cómo decirle, no podía hallar las palabras. Pero al final se
percató de mi estado de ánimo y me miró con incertidumbre. Le dije que tenía malas noticias, y le
pedí que me llevara abajo. Una vez que estuvimos en su camarote se lo dije, y se derrumbó.
Nunca he visto a un hombre tan destrozado. Se desplomó, pues las piernas no podían sostenerlo,
y parecía aturdido. No se movía ni hablaba. Entonces, al fin, todo le cayó encima, en oleadas de
desesperación, y pensé que se volvería loco. Nunca me fui de su lado, sino que me quedé con él
día y noche, y al hacerlo, esperé nunca tener que volver a vivir un día tan terrible como ése.

Jueves 11 de agosto

Al fin, Benwick ya superó lo peor, aunque su silencio me parece insoportablemente triste. Parece
un hombre vacío.

No puedo evitar pensar en él como era a los doce años, entrando titubeante a la Academia,
mirando nerviosamente a su alrededor, un chico pequeño para su edad, pero que pronto nos
impresionó por su inteligencia y su valor. Puedo ver su paso confiado al graduarse de la Academia,
y su interés cuando por primera vez se fijó en Fanny en la boda de Harville. Puedo recordar su
sonrisa cuando me dijo que ella había aceptado su mano, su pesar por no poder casarse con ella
hasta que hubiera ganado su ascenso, y su determinación de triunfar, por causa de ella.

Y ahora la vida lo ha abandonado, como si si corazón hubiera muerto con Fanny.

Viernes 12 de agosto

Esta mañana recibí una carta de Sophia, pero apenas tuve tiempo de echarle un vistazo antes de
que llegara Harville. La hice a un lado tan pronto como lo vi llegar, pues me alegraba por su
compañía, y me sentí encantado al ver que traía a Harriet con él. El ánimo de Benwick se levantó
un poco al verlos, y hablar con ellos le dio algo de paz a su corazón. Hablaron de Fanny durante
horas, y después Harville dijo que Benwick debía ir a vivir con ellos. Benwick protestó al principio,
diciendo que no tendrían espacio para él, pero Harriet añadió sus ruegos a los de Harville, y al fin

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aceptó. Fue un alivio para mí, pues no me gustaba pensar que estuviera solo en un tiempo como
ése.

Harville y yo tuvimos la oportunidad de hablar a solas, pues Harriet siguió hablando con Benwick.
Me contó que planea buscar una casa más grande, una que les permita tener más espacio, y
habló de su esperanza de encontrar algo junto al mar. Le deseé suerte, y prometió escribirme,
para darme su dirección, en cuanto se haya instalado.

Partieron juntos esta tarde, un triste grupo, y los observé alejarse con el corazón oprimido.
Debieron haber partido a preparar la boda de Benwick, si el destino hubiera sido más amable. En
lugar de ello, iban a compartir su dolor.

Mi único consuelo es saber que, con personas tan afectuosas a su alrededor, estará bien cuidado,
aunque temo que su herida sea demasiado profunda para recuperarse por completo. Fanny
Harville era una muchacha tan superior. No es probable que encuentre a otra como ella, y sin otro
afecto como ése, ¿qué podrá hacerle volver a la vida?

Lunes 15 de agosto

Así que me encuentro en Londres, casi tres semanas más tarde de lo que esperaba. Me encontré
con Jenson y le conté cómo se había tomado Benwick la noticia. Ninguno de los dos estábamos de
humor para socializar o celebrar después de aquello, y cenamos tranquilamente en Fladong's
antes de hacer planes para reunirnos mañana.

Martes 16 de agosto

Cené otra vez con Jenson esta noche, y nuestra charla naturalmente se volvió hacia Benwick.

-Lo único que espero es que pueda, en un año o dos, recobrar el ánimo -dijo Jenson-. Si lo hace,
aún será lo suficientemente joven para mirar a su alrededor y encontrar esposa.

-Será duro para Harville si lo hace -observé.

-Pero más duro para Benwick si no lo hace.

Estuve de acuerdo, y después volvimos nuestra atención, de manera deliberada, hacia cosas más
alegres, pues no queríamos obsesionarnos con algo que no podía cambiarse. Aún así, nuestro
ánimo estuvo decaído por el resto de la velada, y nos separamos temprano, conviniendo, no
obstante, en volver a reunirnos mañana.

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Miércoles 17 de agosto

Cuando llegué a Londres hace pocos días, no estaba de humor para las celebraciones que se
estaban llevando a cabo en la ciudad, pero hoy empecé a sentir más interés por ellas. Jenson y yo
salimos a caminar esta mañana, y el bullicio nos levantó el ánimo. Por todos lados nos rodeaban
caras sonrientes. Había un aire de festival, y una atmósfera de buena voluntad. Después de tantos
años de guerra, Londres celebraba la paz con gran estilo.

Aparté mis pensamientos del pasado y pensé en el futuro.

Debo comprar una propiedad, y encontrar a una mujer a quien pueda respetar, y ponerme a hacer
una vida para mí.

Sábado 20 de agosto

Recibí carta de Sophia esta mañana, y pude prestarle más atención que a la última, que aún
yacía, a medio leer, en mi bolsillo. Me sentí complacido al enterarme que ella y Benjamin habían
encontrado una finca que rentar, y que se sentían encantados con ella. Leí toda la descripción que
hacía de mobiliario elegante, un atractivo parque y paisajes espléndidos... y entonces su línea
final me desconcertó, pues me informaba del nombre de la propiedad, y me enteré que la finca
por la que ella y Benjamin se habían decidido era Kellynch Hall.

El nombre me tomó por sorpresa. Me recordó el verano del año seis, a Sir Walter y la señorita
Elliot, y Anne... Anne bailando conmigo... Anne caminando junto al río... Anne y yo, hablando de
todo y nada a la vez, absortos en la compañía uno del otro... Anne, persuadida a abandonarme, y
sin duda, ya casada para entonces, con un baronet, o alguien de mayor categoría, alguien con la
alcurnia que satisfaría al orgullo de su padre, y la fortuna que satisfaría la avaricia de Lady
Russell.

Estoy decidido a no lamentarme por ella, pues estoy seguro de que ella no se lamenta por mí.
Hace mucho que la olvidé, y su destino ya no me concierne. Aparte de cierta curiosidad natural,
no siento ningún deseo de volverla a ver. Dado que los Elliot se van a retirar a Bath, es
improbable que me tope con ella, y si por algún azar llegamos a encontrarnos, será como dos
extraños.

Ya no tiene poder sobre mí.

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Septiembre

Traducido por Angélica Trejo


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Jueves 29 de septiembre

Hoy fue el día fijado para que mi hermana se mude a Kellynch Hall, y aunque aún estaba atareado
ocupándome de los asuntos que me han entretenido por las últimas semanas, les dediqué un
pensamiento a ella y a Benjamin.

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Octubre

Traducido por Angélica Trejo


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Lunes 3 de octubre

Recibí carta de Sophia esta mañana, contándome que ella y Benjamin se han instalado en su
nueva casa, e invitándome a pasar un tiempo con ellos. Le escribí en respuesta para aceptar su
invitación, diciéndole que estaría con ellos la próxima semana.

Sábado 8 de octubre

Tuve buen viaje a Somersetshire, pero al acercarme a la región de Uppercross, no pude evitar que
los recuerdos se entrometieran en mi mente. La última vez que estuve en este poblado fue para
comprar un nuevo par de guantes para un baile, pensé... la última vez que pasé por ese árbol, me
dirigía a un picnic... la última vez que vi ese sendero, mi corazón estaba lleno de amargura y
dolor... y entonces vi Kellynch Hall frente a mí, y recordé cuando Edward y yo fuimos invitados a
cenar, y me había pasado toda la velada conversando con Anne.

Y entonces el carruaje se detuvo enfrente de la puerta, y me hicieron pasar, y ya no tuve más


tiempo para los recuerdos. Sophia se levantó para saludarme. Estaba muy bronceada a causa de
todos sus viajes, y tenía muy buen aspecto. Estaba muy complacida con su nuevo hogar, pues la
casa, los terrenos y los jardines eran todos de su agrado.

Benjamin y yo nos saludamos con calidez, y trajeron el té.

-Deberías encontrar tú también un lugar pronto, Frederick -dijo Benjamin-. Y cuando lo hagas,
asegúrate de encontrar un buen agente que se encargue de todo por ti. Nosotros tuvimos suerte
de hallar al señor Shepherd, pues es muy competente, y los detalles se concluyeron con toda
presteza. ¿Lo conociste la última vez que estuviste aquí?

-Creo que es posible que lo haya conocido -dije yo, renuente a hablar sobre aquel tiempo.

-Parece que cuida muy bien de Sir Walter -continuó Benjamin, sonriendo y sacudiendo la cabeza-.
Menos mal, pues parece que el hombre en verdad necesita que alguien cuide de él.

-¡Calla, Benjamin! -dijo mi hermana-. Le darás a Frederick una impresión equivocada. Sir Walter
es un hombre elegante y de gran refinamiento.

-Pero de muy poco sentido común. Quiso ser el hombre de mayor importancia de la localidad,
pero no contaba con los medios para ello, así que hipotecó sus tierras, con el resultado de que
contrajo deudas, y eventualmente tuvo que poner en renta su casa.

-Fue mejor que seguir como estaba y arruinarse, o rehusarse a pagar sus deudas y arruinar a
aquellos a quienes les debía -dijo Sophia-. Me atrevo a decir que pronto se recuperará. Puede vivir
con mucha más economía en Bath que aquí, y el ingreso que obtenga del alquiler de la casa le
ayudará a aligerar sus cargas.

Sentí una perversa satisfacción en saber que nuestras fortunas se habían invertido, y que el
hombre que me había menospreciado como pretendiente de su hija era ahora pobre, mientras que
yo era rico.

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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-La señorita Elliot es muy guapa -dijo Sophia-. Me sorprendió saber que aún no se ha casado.

Sentí una sacudida. ¿Se refería a la señorita Elizabeth Elliot, o Elizabeth se habría casado ya, en
cuyo caso Anne sería ahora la señorita Elliot...? Pero no, Anne se habría casado ya, desde luego.
Quizás la hija más joven, Mary, era ahora la señorita Elliot. Sin embargo, quise saberlo con
certeza.

-¿A cuál señorita Elliot te refieres? -pregunté, tratando que mi voz sonara casual.

-A la hija mayor, Elizabeth.

Así que no se había casado todavía. El señor Elliot no había cumplido las aspiraciones de la dama.

-Quizás no ha encontrado a nadie que le convenga. Ha heredado todo el orgullo de su padre, y me


atrevo a decir que no debe ser fácil de complacer -dijo Benjamin-. Pero su hermana sí se casó, y
se casó bastante bien.

Y ahí estaba, la noticia que yo había esperado oír, y que no obstante me desconcertó, pues
aunque yo sabía que Anne se debía haber casado en todo ese tiempo, aún así fue un golpe oírlo.

-Se casó con el señor Charles Musgrove, uno de nuestros nuevos vecinos -continuó Sophia.- Viven
en la Quinta Uppercross, y tienen dos varoncitos. El señor Charles Musgrove es el hijo del señor y
la señora Musgrove, que viven en la Casa Grande.

Entonces se casó con Charles Musgrove después de todo, pensé.

-Pues espero que sea muy feliz -dije con frialdad.

-Los Musgrove han sido muy atentos -dijo Benjamin-. El señor Musgrove padre nos vino a visitar
casi tan pronto como llegamos y nos dio la bienvenida al vecindario. Fue muy amable de su parte
venir a visitarnos con tal prontitud, y su hijo, el señor Charles Musgrove, no se quedó atrás en
atenciones, pues él y su esposa vinieron poco después. Les devolvimos la visita, y aunque no
encontramos en casa al señor Charles Musgrove, su esposa estaba allí con su hermana.

Su hermana. La señorita Mary Elliot, quien había estado en el colegio la última vez que visité el
vecindario.

-¿Conociste a Charles Musgrove cuando estuviste aquí antes? -preguntó Sophia.

-Creo que sí -contesté brevemente, sin ganas de hablar del pasado.

La brevedad de mi respuesta pasó inadvertida en medio de la conversación general.

-Ella no tiene el orgullo de su hermana, pero claro, tampoco tiene la belleza de su hermana -dijo
Sophia.

-Siempre pensé que era... -mucho más hermosa, había estado a punto de decir, pero me detuve a
tiempo, añadiendo:- ...una chica linda.

Traducido por Angélica Trejo


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-¿Linda? No estoy de acuerdo contigo en eso, pero quizás ha perdido algo de su lozanía. Los dos
niños la agotan, creo, y se enferma con facilidad -dijo Sophia.

-O se lo imagina -dijo Benjamin.

Entonces había cambiado mucho, en verdad, pensé, si estaba agotada y padecía enfermedades
imaginarias. Pero hacía ocho años que no la veía, y muchas cosas pueden cambiar en ocho años.

-Pero las chicas Musgrove, las hermanas del señor Charles Musgrove, esas sí que son dos
señoritas muy lindas, si me permiten decirlo -continuó Benjamin-. De modales alegres y
divertidísmas. Casarte con una de ellas no es lo peor que podrías hacer.

-Benjamin -dijo Sophia con desaprobación.

-¿Qué? -preguntó él-. Ya es tiempo de que Frederick se case, y una muchacha es igual de buena
que otra, al fin y al cabo.

-Frederick acaba de llegar. No lo presiones. -Se volvió hacia mí.- Si ya terminaste tu té, quizás te
gustaría ver el parque.

No sentía ningún deseo de verlo, y de que me recordara tiempos pasados, pero no podía
rehusarme, así que expresé mi disposición a verlo cuando le placiera. En poco tiempo, me
encontré una vez más caminando por los campos y el río que me eran tan familiares, y fue bueno
que mi hermana tuviera mucho que contarme, pues me temo que mis recuerdos me habrían
hecho un conversador deficiente si ella se hubiera quedado callada.

Cenamos a solas, únicamente nosotros tres, y después de una velada tranquila jugando cartas,
me retiré a dormir.

Descubrí que mi habitación era grande y espaciosa, situada al frente de la casa, con vista a la
avenida, y me pregunté quién la había ocupado cuando los Elliot vivían aquí.

¿Habría sido la señorita Elliot? ¿O Anne?

Lunes 10 de octubre

Cuando caminábamos por el parque esta mañana, Benjamin, Sophia y yo intercambiamos


historias sobre la Marina. Después de un rato, Benjamin me preguntó por Harville, y le conté las
tristes noticias sobre Fanny, añadiendo que Harville se había llevado a Benwick a vivir con ellos.
Benjamin preguntó dónde vivían, y le dije que Harville aún no se había establecido, pues
necesitaba una casa más grande, pero que había prometido escribirme tan pronto como se
instalara, y que yo, en correspondencia, había prometido ir a visitarlo.

-Espero que también vayas a visitar a Edward. Tiene muchas ganas de que conozcas a su esposa -
dijo Sophia.

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-Tan pronto como encuentre tiempo para ir a Shropshire, con gusto iré a conocerla. ¿Es tan
agradable como dice Edward?

-Sí, y muy bonita.

-Una verdadera belleza -dijo Benjamin.

Siento muchos deseos de conocerla, y de renovar mi amistad con mi hermano.

Martes 11 de octubre

Cruzando por la aldea esta mañana, descubrí que me saludaba un buen número de personas que
me recordaban de mi visita previa, y por ellos me enteré de las noticias del vecindario. La hija del
señor Shepherd, la señorita Shepherd, se casó con el señor Clay, tuvo dos hijos con él, perdió a su
esposo y regresó a vivir con su padre, sólo para que la señorita Elliot se la llevara consigo, pues la
había invitado a ir con ellos a Bath.

-Y tuvo mucha suerte -dijo la señora Layne-. Imagínese, se está quedando con los Elliot y va a
todas partes con ellos. Qué gran oportunidad para tener algo de diversión, pues parece que su
matrimonio no fue muy feliz, ¿y quién sabe? Quizás pueda conocer a algún caballero elegible y
contraiga un matrimonio más ventajoso que el primero.

-Kitty -dijo su esposo con desaprobación-. El capitán Wentworth no quiere oír todas esas
habladurías.

-¿Porqué será que los hombres llaman habladurías a la información sobre sus vecinos, gente a la
que conocen y en la que por lo tanto están interesados, pero a la información sobre personas que
no conocen, nunca han conocido y nunca conocerán, la llaman noticias, y la ponen en los
periódicos para que todos la lean?

-Hay alguien de quien me gustaría recibir noticias -le dije-. La señorita Scott. ¿Está feliz ahora que
ya se declaró la paz?

-Sí, desde luego. Se fue a vivir con su hermana, sabe. Tan pronto como se declaró la paz, decidió
marcharse. No tengo idea porqué. Cuando vivía aquí, estaba en constante temor de la invasión,
estando tan cerca del mar, y cuando esa amenaza pasó, se mudó al corazón del país.

-Lamento no poder verla.

-Le enviaré sus saludos la próxima vez que le escriba.

Para cuando regresé para el almuerzo, me había enterado del destino de la mayoría de los
feligreses de mi hermano, y también había conocido a su reemplazo, un joven estudioso que
parecía ser muy apreciado en la parroquia, y que me invitó a cenar con él.

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Miércoles 12 de octubre

El señor Musgrove padre vino esta mañana a presentar sus respetos, y a invitar a Sophia, a
Benjamin y a mí a cenar con él y su familia a fines de la semana próxima. Trató de apremiarnos
para fijar una fecha más inmediata, pero Benjamin tenía asuntos urgentes que atender, de modo
que no pudimos aceptar ninguna fecha más próxima.

Jueves 13 de octubre

Correspondí a la cortesía del señor Musgrove al devolverle la visita hoy, y lo encontré en casa
junto con su esposa y sus dos hijas.

La señorita Musgrove, una joven de unas veinte primaveras, prácticamente saltó de la silla cuando
me anunciaron e hizo una profunda reverencia mientras me miraba de arriba a abajo con ojos
llenos de admiración. Su hermana, la señorita Louisa, no era menos bonita ni mostraba menos
admiración por mí. Me recordaron a cachorritos juguetones, llenos de vida y ansiosos por agradar.
Mi ánimo se elevó y pensé: Ésta es exactamente la clase de compañía alegre y desenfadada que
necesito para deshacerme de las persistentes congojas de aquel verano.

Me invitaron a sentarme, y me trataron con tanta cordialidad que pronto me sentí como en casa.

-¿Y qué le parece Uppercross, señor? -preguntó el señor Musgrove, cuando todos hubimos tomado
asiento.

-Me parece un lugar muy placentero. El aire es puro, la campiña es variada, y la gente -le hice
una ligera inclinación de cabeza-, de lo más agradable.

Mi respuesta le complació, rió y se frotó las manos, y dijo que le daba gusto encontrar tan buenos
vecinos en los inquilinos de Sir Walter. No parecía recordarme de ocho años atrás y, puesto que yo
no sentía ningún deseo de despertar viejos recuerdos, no se lo recordé.

-Ah, sí, Uppercross es un excelente lugar -dijo la señora Musgrove-. Mi familia siempre ha vivido
en este vecindario -continuó, hablando para mí-. Mi hermana está casada con un caballero, el
señor Hayter, que no vive lejos de aquí, en Winthrop. ¿Quizás lo ha visto usted? Queda al otro
lado de la colina.

Yo dije que aún no había tenido ese placer.

-Uppercross está muy bien, pero deseo que pudiéramos ir a Londres, o a Bath -dijo la señorita
Musgrove.

-¿Qué? ¿Ir a Londres, o a Bath, y perdernos de toda la diversión que hay en casa? -le dijo su
madre-. Te recordaré eso la próxima vez que vayamos a un baile. -Se volvió hacia mí.- En la Casa
Grande nos gusta mucho bailar, capitán.

-Debe usted venir a nuestro siguiente baile, capitán Wentworth -dijo la señorita Musgrove.

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La idea me encantó, pues me sentía tentado por su amplia sonrisa y sus brillantes ojos.

-¡Prométalo! -dijo la señorita Musgrove-. Tenemos que hacer que baile con nosotros, ¿no es así,
mamá? -dijo, volviéndose hacia su madre.

-De verdad que sí. Será usted muy bien recibido, capitán Wentworth, cuando nos pueda usted
dedicar un poco de tiempo.

-Por favor diga que vendrá -rogó la señorita Louisa-. Nos gustaría tanto tenerlo aquí.

-¿Por favor? -dijo su hermana.

-¿Cómo podría rehusarme? -contesté soltando la risa, pues hacía mucho que no me sentía tan
complacido.

-Ya dejen en paz al buen capitán -dijo el señor Musgrove-, antes de que lo dejen medio muerto de
agobio. En serio, capitán, es muy problemático ser padre de dos niñas tan ruidosas -pero lo dijo
con mucho afecto, y era obvio que las quería muchísimo-. ¿Se quedará usted a cenar? -me
preguntó.

Fue con verdadero pesar que no pude aceptar su amable invitación, pues la casa tenía una
atmósfera feliz, y por dondequiera que yo miraba había alegría, pero ya le había prometido a
Sophia que le haría compañía.

-¿Entonces vendrá usted mañana? -me dijo.

-Oh, sí, capitán, por favor diga que vendrá -me suplicó la señora Musgrove.

Ya no pude resistir más tiempo a sus súplicas, y declaré que aceptaba con mucho gusto.

El resto de la visita pasó de forma muy agradable, con las dos muchachas haciéndome preguntas
sobre mis batallas y contándome sobre los bailes del vecindario, y en suma, halagándome con
tanta atención que lamenté tener que irme.

Sin embargo, la hora de la despedida llegó, y regresé a Kellynch Hall de excelente humor.

Sophia y yo cenamos solos, pues los asuntos de negocios de Benjamin lo habían sacado de casa,
y teníamos aún tanto que contarnos después de pasar tantos años separados que ya era muy
tarde cuando nos fuimos a dormir.

Viernes 14 de octubre

Era un magnífico día, la clase de fresco clima otoñal que hace del ejercicio un estimulante deleite.
Salí a dar una cabalgata matinal, y la neblina temprana se aclaró para revelar un hermoso día.
Cuando volví a casa para desayunar, sentía un saludable apetito.

Pasé el día escribiendo cartas y encargándome de asuntos en el pueblo, y al anochecer me dirigí

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hacia la Casa Grande. Me sentía consciente de cierta curiosidad y un poco de aprensión al caminar
por la avenida, pues sabía que el señor Charles Musgrove y su esposa cenarían con nosotros.
¿Cómo luciría Anne? ¿Me recordaría? ¿O me habría olvidado? Sí, muy probablemente, pensé, y el
orgullo acudió en mi ayuda, inundándome por dentro. Bien, que así fuera. Yo ya la había olvidado
a ella, había seguido con mi vida, me había ganado mi ascenso y labrado mi fortuna. No iba a
languidecer por una muchacha irresoluta, que se había casado con otro hombre pocos años
después de aceptar casarse conmigo.

Entré, y al descubrir que el señor Charles Musgrove y su esposa no se encontraban allí, sentí que
mi ánimo se elevaba. Las dos señoritas Musgrove me prestaron muchísima atención, y sus padres
no se quedaron atrás con la cálida bienvenida que me dieron. Fue la clase de recibimiento que me
hacía sentir, una vez más, como en casa.

Sin embargo, apenas tuve tiempo de sentarme cuando cambió el ánimo de todos, y el señor
Musgrove, poniéndose serio, me dijo:

-Fue una suerte que no se quedara ayer a cenar con nosotros después de todo, capitán, pues no
habríamos sido buena compañía. Tuvimos una calamidad en la familia.

-¡Oh, fue espantoso! Todos estábamos en un estado terrible -dijo la señora Musgrove,
abanicándose vigorosamente, pues el calor que despedía la chimenea era intenso-. Se me subió el
corazón a la garganta cuando oí la noticia, pues desde luego que uno siempre piensa en lo peor.
Me pasaron por la cabeza toda clase de ideas, cada una peor que la anterior. No sé cómo le
hicimos para resistir.

-No mantengamos al capitán en suspenso más tiempo -dijo el señor Musgrove-. Nos sentimos
muy consternados porque nuestro nieto sufrió una seria caída.

-Sí, muy seria, muy seria en verdad-dijo su esposa.

-Lamento mucho escucharlo. Espero que no haya sido grave -pregunté, preocupado por el
jovencito.

-Así lo temíamos en ese momento, y llamamos de inmediato al señor Robinson, el boticario.

-Fue Anne quien lo mandó llamar -dijo la señora Musgrove-. Anne siempre ha sido muy sensata y
se hizo cargo de todo enseguida, así que el pequeño Charles recibió de inmediato la mejor
atención. Lo mandó llamar incluso antes de enviarnos aviso a nosotros.

-Muy sensato de su parte -dijo el señor Musgrove-. Bueno, Robinson lo examinó y dijo que se
había dislocado la clavícula, así que la reacomodó en su lugar...

-Oh, eso fue horrible, y muy doloroso para el pobre niño -dijo la señora Musgrove.

-Puede usted imaginarse lo aliviados que nos sentimos todos en cuanto acabó, y dijo que creía
que con mucho descanso todo saldría bien -dijo el señor Musgrove-. Eso nos dio esperanzas, y
nos permitió regresar a casa.

-Aunque no creo haber probado ni un bocado de la cena por la preocupación -dijo la señora
Musgrove.

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-Sin embargo, el niño pasó una buena noche, y parece que va muy bien -dijo la señorita Musgrove
con energía, como si estuviera ansiosa de terminar con el tema del pequeño Charles y dejar de
hablar de su caída.

-Sí, el señor Robinson no cree que haya daños permanentes, por lo que nos sentimos muy
agradecidos -dijo la señora Musgrove-. Pensábamos que mi hijo y mi nuera cancelarían su
asistencia esta noche, pero están tan complacidos con el progreso del pequeño Charles que
sienten que lo pueden dejar por unas cuantas horas. Si las cosas fueran diferentes, habrían tenido
que quedarse en casa, lo cual hubiera sido una gran decepción para ellos, pues tienen muchos
deseos de verlo a usted -dijo cortésmente, haciendo una inclinación de cabeza en mi dirección.

En ese momento, anunciaron al señor Charles Musgrove y señora. Tan pronto como oí los
nombres me sentí tenso, a pesar de mi convicción de haber dejado atrás el pasado. No volteé a
mirar de inmediato. El señor Charles Musgrove entró a la habitación a paso vivo, y reconocí en él
al mismo hombre que vi en el año seis, el hombre a quien Anne había descrito como un amigo de
la familia. Al recorrerlo con la mirada, me sentí sorprendido de que hubiera aceptado casado con
él, pues en nada se salía de lo ordinario, y se veía aún menos bien parecido de lo que recordaba.
Ciertamente no era el buen partido que Lady Russell había querido para Anne, y le dio cierto solaz
a mi orgullo saber que sus intrigas no habían servido para nada, después de todo.

-Aquí estás, Charles, muy a tiempo para conocer al capitán Wentworth -dijo el señor Musgrove-.
Capitán Wentworth, permítame presentarle a mi hijo, el señor Charles Musgrove...

Lo saludé, y entonces me vi obligado a volver la cara para incluir a su esposa en mi visión, y para
mi asombro descubrí que no era Anne, de hecho era una mujer a la que nunca había visto en mi
vida.

-... y a mi nuera, la señora de Charles Musgrove, quien antes de su matrimonio era la señorita
Mary Elliot -terminó el señor Musgrove.

¡Así que fue la hermana de Anne quien se casó con Charles Musgrove! Me sentí eufórico, aunque
no sabía porqué, y después me hizo gracia, y después me sentí tonto, y bastante enojado
conmigo mismo al darme cuenta de cuánto tiempo había malgastado pensando en aquel
encuentro.

El señor Charles Musgrove y su esposa me saludaron con calidez y era evidente que les interesaba
mucho su nuevo vecino.

-¿Están seguros de que está bien haber dejado al pequeño Charles? -preguntó la señora Musgrove
cuando concluyeron las presentaciones-. No me siento nada tranquila. Sé que el señor Robinson
se siente muy optimista, pero me preocupa que tenga una recaída.

-Puedes estar perfectamente tranquila, mamá -dijo Charles.

-Oh, sí, perfectamente, porque no lo dejamos solo. Anne está con él -dijo su esposa-. Anne es mi
hermana -me explicó.

-Bien, si Anne está con él, entonces estoy segura de que estará muy bien -dijo la señora
Musgrove.

Traducido por Angélica Trejo


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-Por supuesto que sí. Anne es la persona más indicada para cuidarlo. No tiene la sensibilidad de
una madre, y además, siempre lo hace obedecer. Siempre le hace más caso a ella que a mí. No
siento ningún temor al respecto, saben, porque va tan bien que me siento muy tranquila. Anne
siempre puede mandarnos recado si pasara algo, y sólo estamos a media milla de distancia.

Todos nos sentamos, y sonreí al descubrir que la señorita Musgrove y la señorita Louisa se las
arreglaron para sentarse una a cada lado mío, ambas compitiendo por atraer mi atención.

-Tengo entendido que conoció usted a Anne cuando estuvo aquí antes -dijo Charles, instalándose
en un sofá al lado de su madre.

-Sí, nos conocimos -dije yo.

-¿En serio? -preguntó Mary.

-Tu te encontrabas en el colegio en esa época, pero Anne estaba en casa -dijo Charles-. Debió
haber sido en el año cinco, más o menos.

-El año seis -respondí.

-Ah, sí, creo que tiene usted razón. Su hermano era el coadjutor de Monkford, ¿no es así?

-Sí, así fue.

-Espero que se encuentre bien.

-Sí, gracias, está muy bien. Ahora está casado.

-El matrimonio es algo muy bueno -dijo la señora Musgrove-. Todos los hombres deben casarse.

-Y todas las mujeres -dijo el señor Musgrove, mirando a sus dos hijas con benignidad.

Yo anhelaba preguntar si Anne se había casado, pero mi orgullo no me lo permitió.

-Me atrevo a decir que no tardará usted en ver a Anne por ahí, pues se está quedando con
nosotros por el momento -dijo Charles-. Su familia se ha ido a Bath, pero mi esposa no estaba
bien de salud y necesitaba a su hermana, así que Anne se quedó atrás.

-Efectivamente, no sé qué hubiera hecho sin Anne -dijo Mary.

Entramos al comedor. El señor Musgrove acompañó a Mary, Charles acompañó a su madre, y yo


quedé para llevar a las señoritas Musgrove, una de cada brazo.

Me sentía encantado con ellas. Estaban llenas de preguntas sobre mi vida en el mar, hicieron
comentarios juguetones que nos hicieron reír a todos, trayendo alegría a la mesa, y después de la
cena nos entretuvieron tocando el pianoforte y el arpa.

-Tienen tanto talento para la música -dijo felizmente la señora Musgrove-. Son tan inteligentes,
que no sé cuál de ellas toca mejor. ¿Qué opina usted, capitán Wentworth?

Traducido por Angélica Trejo


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-Ambas son muy talentosas -dije yo, admirándolas tanto como su madre hubiera podido desear,
pues sus rostros estaban llenos de vida, y tenían un porte encantador... aunque creo que en
realidad no tocaban tan bien. No era de extrañar. Eran demasiado inquietas para aguantar las
muchas horas que requería practicar sus instrumentos, y con seguridad abandonarían la tarea en
favor de salir a caminar, ir de compras o chismorrear tan frecuentemente como pudieran.

-Así es, muy buenas chicas, las dos. Me gusta oírlas tocar juntas, y nunca decido qué me gusta
más, el piano o el arpa. El señor Musgrove y yo somos afortunados. Ahora canten un poco para
nosotros -le dijo a las muchachas.

Obedecieron con presteza y yo me acerqué al pianoforte y me uní a ellas. Me sonrieron de la


forma más agradable, y fue difícil decidir cuál de ellas me gustaba más, la señorita Musgrove, con
sus brillantes rizos, o la señorita Louisa, con sus modales atrevidos y sus graciosos hoyuelos.

Al fin dejaron de cantar y proseguimos nuestra conversación. Charles Musgrove no tardó en


invitarme a ir de cacería con él al día siguiente.

-Desayunaremos juntos en la Quinta y después sacaremos las escopetas -dijo él.

-No me gustaría estorbarle a la señora Musgrove, habiendo un niño enfermo en casa -contesté,
aunque en realidad, mi objeción se debía a una extraña renuencia a ver a Anne.

Él elogió mi preocupación, hubo algo de debate al respecto, y el resultado fue que


desayunaríamos en la Casa Grande, y después nos iríamos a casa de Charles Musgrove.

El tiempo pasó volando y fue hora de despedirme. Animado por una velada trascurrida en la
compañia sin complicaciones de unas muchachas tan bonitas y vivaces, regresé a Kellynch Hall.

Al caminar por la avenida, descubrí que mis pensamientos se desviaban de nuevo hacia Anne, y
lo extraño que era que mi cuñado hubiera alquilado Kellynch Hall. De todas las casas que había en
Somersetshire, ¿porqué tuvo que rentar precisamente ésa? ¿Un lugar que tenía tantos recuerdos
para mí? ¿Y que me colocaría inevitablemente en compañía de Anne? Era sólo por azar que no nos
hubiéramos encontrado ya, pues si no hubiera sido por la caída del niño, ella habría ido ayer a la
Casa Grande y yo habría pasado la velada en su compañía.

Al recordar el pasado, sentí un chispazo de furia contra ella por su carácter vacilante, y una
punzada de orgullo herido por la manera en que me había tratado. Y entonces me calmé. Sabía
que tenía que acostumbrarme a verla, pues estaríamos juntos con frecuencia, y no me convenía
en absoluto dejar asomar ni el más mínimo rastro de resentimiento. Me decidí a no mencionar
nunca el pasado y a tratarla con perfecto buen humor, simplemente como una mujer a quien
conocí alguna vez.

Pero aún así, no pude evitar que mis pensamientos se detuvieran en ella cuando entré a la casa.
Anne Elliot, pensé, después de tantos años.

Anne Elliot.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Sábado 15 de octubre

Me uní a los Musgrove temprano para desayunar. Las señoritas Musgrove eran el par de
compañeras de desayuno más perfectas que un hombre tenga derecho a esperar, y estaban igual
de animadas de lo que estuvieron ayer. Charlaron continuamente durante el desayuno, y trataban
de demorarnos a Charles y a mí, hasta que Charles ya no pudo aguantar más demora y se puso
de pie, diciendo que era hora de irnos. Las muchachas no soportaban la idea de separarse de
nosotros... de mí, debo confesarlo, pues ¿qué interés puede tener un hermano para sus propias
hermanas?... y declararon su intención acompañarnos hasta la Quinta. La excusa que pusieron fue
un deseo de visitar a su sobrino y ver cómo seguía, aunque no habían mencionado para nada al
niño en toda la mañana.

Me sentí contento de estar en su compañía, pues ¿qué hombre puede resistir las atenciones de
dos chicas tan bonitas? Pero de nuevo me sentí renuente a ver a Anne. Sin embargo, no había
modo de evitarlo, así que pensé que era mejor darle algún aviso del encuentro, y le dije a Charles
Musgrove que se adelantara. Porqué me sentí ansioso de evitarle una súbita impresión, no lo sé,
pero así fue.

Las muchachas y yo llegamos a la Quinta después. Ésta era una extensa casa de campo, muy
amplia, con altos ventanales que daban a los bien recortados jardines y una linda veranda.

Las muchachas soltaban risillas y parloteaban a mi lado cuando entramos. Vi a la señora


Musgrove de inmediato, y busqué con la mirada a Anne, pero no vi a nadie excepto a una
apagada y desvaída criatura de modales vacilantes, que atendía a un muchachito en ese
momento. Pensé que era una institutriz, hasta que se volvió hacia mí y, sobresaltado, me di
cuenta que era Anne.

-Quizás recuerde usted a mi hermana, la señorita Anne Elliot -dijo Mary.

Así que no se había casado, y no era de extrañar, pues su belleza había desaparecido. La lozanía
de sus mejillas, el brillo de sus ojos, todo se había desvanecido. Su figura estaba encorvada, y se
veía, de hecho, tan agobiada por las preocupaciones, que no hubiera creído posible que pudiera
haber cambiado tanto en sólo ocho años.

-Señorita Elliot -dije yo.

-Capitán Wentworth.

Nuestros ojos se encontraron. Hicimos las reverencias de rigor. Y todo el tiempo yo estaba
pensando: Una vez, no habríamos tenido ojos para nadie más.

Continué moviéndome y hablando, aunque sin tener la menor idea de lo que decía. Y entonces,
misericordiosamente, Charles apareció en la ventana, habiendo recogido ya a los perros, y nos
fuimos.

En unos pocos y breves minutos, todas mis recuerdos de la gracia y la belleza de Anne habían
quedado destruidos, y no me quedaba nada excepto la ira y la amargura, pues si ella tan sólo
hubiera tenido un poco de resolución, entonces todo podría haber sido diferente.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-¿Qué le pareció a usted Anne? -me preguntó la señorita Musgrove cuando nos acercábamos a
donde terminaba la aldea.

-Está tan cambiada que no la habría reconocido -dije yo.

Al decir eso, la recordaba como la había visto aquella primera mañana, caminando junto al río,
con la luz temprana del sol haciendo brillar su cabello. Recordaba cómo la luz iluminaba las
ondulaciones del agua, y recordaba que sus ojos brillaban aún más cuando se reía de mí por
haberme hecho creer que era una señorita de compañía.

Pero esa Anne se había ido para siempre. Me había fallado, me había abandonado, me había
decepcionado, y había demostrado una debilidad de carácter que yo no podía comprender ni
perdonar. Me había dejado para dar gusto a otros, y aún podía sentir el dolor que eso me
causaba, pero ahora era una punzada apagada y nada más. El destino nos había vuelto a reunir,
pero ella ya no tenía poder sobre mí.

Las señoritas Musgrove nos acompañaron hasta el fin de la aldea. Su buen humor formaba un
marcado contraste con la escena que acabábamos de abandonar, pero aún sus mentes de
mariposa no me podían sacar de mis sombríos pensamientos. Fue sólo después de una mañana
de agotador ejercicio que me sentí volver a la normalidad.

Al fin me separé de Charles, agradeciéndole por la actividad de la mañana, y regresé a casa y me


senté un rato con Sophia. Me contó sobre lo que había hecho esa mañana, y sus planes de
comprar un calesín, para que ella y Benjamin pudieran pasear por la campiña. Entonces, después
de escuchar mi relato de cómo había pasado la mañana, me preguntó:

-¿Qué te parecen las chicas Musgrove?

-Son criaturas muy bonitas y vivaces -dije yo.

-¿Y te parece que pudieras casarte con alguna de ellas? Deberías estar pensando en sentar
cabeza, ¿sabes?

-Me atrevo a decir que tengo corazón para cualquiera de ellas, si pueden atraparlo -contesté con
ligereza-. Aceptaría a cualquier muchacha linda que se me atraviese en el camino.

Excepto a Anne Elliot, pensé.

Ella sonrió ante mi tono frívolo, y después dijo:

-Creo que cualquiera de ellas sería una esposa agradable. ¿No tienes preferencia?

-Ninguna en absoluto. Estoy más que listo para contraer un matrimonio tonto. Un poco de belleza
unas cuantas sonrisas, unos pocos elogios a la Marina, y estaré perdido. ¿No es acaso bastante
para un marinero, que no ha tenido contacto con la compañía de las mujeres que lo refine?

Se rió de mí, sabiendo que hablaba en broma, y dijo que era el hombre más melindroso que
conocía.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-¿No tienes alguna virtud en mente? -me preguntó-. ¿Algún gusto o deseo que te ayude a
decidirte por una de las señoritas Musgrove en vez de la otra?

-Una mentalidad fuerte y dulzura en los modales -dije yo-. Eso es todo lo que pido. Desde luego,
aceptaría algo un poco inferior, siempre que no lo fuera mucho. Si soy un tonto lo seré de verdad,
pues he pensado en este asunto más que la mayoría de los hombres.

-Entonces ya lo has pensado bastante, y ahora es tiempo para la acción. Me gustaría verte
establecido, Frederick, y estoy segura de que pronto encontrarás a tu señorita fuerte pero dulce.
¿Quién sabe?, podría estar viviendo en la Casa Grande en este preciso momento.

Almorzamos juntos, y después salí a cabalgar por la tarde.

Una mentalidad fuerte, pensé, ése es mi requisito esencial. No aceptaré a una mujer débil que
cambie de opinión para complacer a otros. No me casaré hasta que encuentre a alguien con
fuerza de carácter y con sus propias ideas.

Jueves 20 de octubre

Benjamin volvió a casa hoy, y fue encantador ver con cuanta calidez lo recibió mi hermana. El de
ellos sí que ha sido un matrimonio feliz.

Viernes 21 de octubre

Sophia y yo cenamos con los Musgrove esta noche, y formamos un grupo bastante grande. El
señor Charles Musgrove y su esposa se encontraban allí. También estaban unos primos de los
Musgrove, los Hayter, que vivían cerca. Y puesto que el pequeño Charles ya estaba bastante
recuperado, Anne también cenó con nosotros.

Al entrar al salón, recordé que hubo un tiempo, hacía mucho, cuando nos habíamos abierto el
corazón uno al otro, pero aunque hablamos una o dos veces esta noche, nuestros comentarios
nunca salieron de lo ordinario, de hecho, ella habló muy poco. No supe qué pensar de su silencio,
si en ella era algo general estar callada, o si se sentía avergonzada de recordar el pasado, o si,
efectivamente, se había vuelto tan orgullosa como el resto de su familia y consideraba que yo no
era digno de su atención.

Fue un alivio, pues, descubrir que las señoritas Hayter eran tan ruidosas como las Musgrove, pues
su plática ocultó todas las pausas incómodas, y las muchachas nos entretuvieron con sus
disparates.

Se sentían fascinadas por mi vida en el mar, y gradualmente sus preguntas me sacaron de mi


introspección y me devolvieron al presente. Su ignorancia sobre asuntos navales era profunda, y
la señorita Musgrove se quedó pasmada al descubrir que teníamos comida a bordo del barco.

-¿Pero cómo suponía usted que vivíamos, si no teníamos comida? -le pregunté-. ¡Nos habríamos

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

muerto de hambre!

-Creo que pensé que comían cuando llegaban a tierra -dijo ella.

-¿Y con cuanta frecuencia sucedería eso?

-No tengo idea, en verdad. ¿Una vez a la semana, quizás?

Solté la risa y ella continuó, diciendo:

-Entonces, si tenían comidas regulares, deben haber tenido tiendas a bordo. ¡Qé maravilloso! Me
encantaría verlas.

-¡Pero qué idea! ¡Tiendas a bordo, hágame el favor! ¿Dónde las pondríamos? -le preguntó
Benjamin.

-Sobre cubierta -respondió ella.

-¿Qué? ¿Sobre cubierta? ¿Acaso cree usted que hay espacio entre los cañones? Nuestros barcos
son muy amplios, lo reconozco, pero no son tan grandes como Londres.

-Bueno, entonces, bajo cubierta -dijo ella, riéndose-. Estoy segura de que deben tener espacio,
pues no se me ocurre qué otra cosa puedan guardar allí. Además, deben tener tiendas, pues si
no, ¿cómo comprarían su comida? ¿O acaso la mandan pedir?

Sophia y Benjamin se sonrieron, y yo me apiadé de ella, y dije:

-La llevamos con nosotros.

-¿Y cómo se la comen? -preguntó la señorita Musgrove-. No creo que tengan mesa y sillas, así
que supongo que se sientan en la cubierta y equilibran su plato sobre las rodillas.

-Y supongo que piensa que comemos con los dedos -dijo Benjamin, riendo cada vez más.

-¿No me diga que tienen cubiertos?

-Eso es exactamente lo que digo.

-De todos modos no me gustaría comer en el mar -dijo la señorita Louisa-. Odiaría comer carne
cruda.

-¿Cruda?-quiso saber Benjamin.

-Yo tampoco querría carne cruda -dijo Sophia-. Tenemos un cocinero para hacer de comer, y un
sirviente para atendernos.

Vi sonreír a Anne, y me recordó los lejanos días en que ella había sido tan ignorante de los hábitos
a bordo de un barco como lo eran las señoritas Musgrove. Recordé el deleite que había sentido en
educarla, pues había percibido el chispazo de su inteligencia superior, y me había sentido alentado

Traducido por Angélica Trejo


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por el placer que ella encontraba en aprender todo lo que estaba relacionado conmigo.

Resueltamente volví a dirigir mi atención hacia las señoritas Musgrove. No hubo modo de
satisfacerlas hasta que les expliqué todo sobre la vida a bordo de un barco: la comida, el trabajo,
los horarios, la rutina diaria.

La señorita Musgrove sacó entonces la Lista Naval, y las dos hermanas la examinaron juntas con
el propósito de encontrar los barcos que yo había comandado.

-El primero fue el Asp, me acuerdo, buscaremos el Asp -dijo ella.

Yo recordaba al Asp con cariño, como todo hombre recuerda al primer barco que capitaneó. Pensé
en los tiempos felices que pasé en él, pero no quise admitirlo, y en son de broma les dije que no
era más que un navío viejo y desvencijado.

-El Almirantazgo se entretiene de vez en cuando en enviar algunos centenares de hombres al mar
en barcos que ya no sirven -dije-. Pero tienen muchísimos hombres de quienes encargarse, y
entre los miles que igual se pueden hundir en el fondo del mar como si no, les es imposible
distinguir al grupo al que lamentarán menos.

Las dos muchachas no sabían que pensar de mis palabras, pero Benjamin se rió, y dijo que nunca
había habido mejor goleta que el Asp en sus buenos tiempos.

-Fuiste afortunado al recibirla -me dijo, para después volverse hacia las damas y decir:- Él sabe
que debe haber habido veinte hombres mejores que él solicitándola al mismo tiempo. Fuiste
afortunado de que te dieran algo tan pronto, sin tener más interés que el tuyo propio.

-Comprendí la suerte que tuve, almirante, se lo aseguro. Era algo grande para mí, en aquella
época, estar en el mar, algo muy grande. Ansiaba tener algo en qué ocuparme.

Sentí que mi ánimo se ensombrecía de nuevo al recordar las razones para ello. Había estado
ansioso de escapar porque había sido rechazado, y había querido algo que me distrajera de mis
problemas, pues no quería pasar el resto de mi vida obsesionado con Anne.

Afortunadamente Benjamin no sabía nada de aquello.

-Ciertamente que lo hiciste -contestó-. ¿Qué haría un hombre joven como tú en tierra por medio
año? Si un hombre no tiene esposa, pronto desea volver a hacerse al mar.

-Estoy segura de que debían haberle dado un barco mejor, diga usted lo que diga -comentó la
señorita Louisa-, pues estoy segura de que lo merecía.

-¿Tuvo usted grandes aventuras en el Asp? -preguntó la señorita Musgrove.

-Muchas -dje yo.

Las agasajé con relatos del tiempo que pasé en el Asp, los corsarios a los que había capturado, y
la fragata francesa a la que había tomado.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-La traje a Plymouth -dije yo, mientras que ellas no se perdían una sola de mis palabras-. Aún no
llevábamos ni seis horas en la Sonda, cuando se levantó un terrible vendaval, que duró cuatro
días y cuatro noches, y que habría acabado con el pobre y viejo Asp en la mitad de ese tiempo,
pues nuestro encuentro con el Great Nation no mejoró mucho nuestra situación. Veinticuatro
horas más, y yo no sería más que un tal valiente capitán Wentworth, en un pequeño párrafo al pie
de los periódicos, y habiéndome hundido en sólo una goleta, en poco tiempo nadie se acordaría de
mí.

Me pareció ver que Anne se estremecía, y sentí que los años daban vuelta atrás, acercándonos
una vez más. Pero entonces vi que se arrebujaba en su chal, y me di cuenta que no había hecho
otra cosa que temblar de frío.

Mi atención se vió atraída de nuevo hacia las señoritas Musgrove, que lanzaban exclamaciones de
compasión y horror. Entonces, habiendo terminado con el Asp, las muchachas empezaron a buscar
el Laconia, y yo les quité la lista de las manos para ahorrarles la molestia. Leí en voz alta su
nombre y los demás pormenores.

-Ése también fue uno de los mejores barcos que tuve -dije-. ¡Ah! Ésos fueron días muy gratos.
¡Qué rápido hice dinero a bordo del Laconia! Un amigo mío y yo tuvimos una travesía de lo más
agradable juntos desde las Islas Occidentales. ¡Pobre Harville, hermana! Sabes lo mucho que
necesitaba el dinero, aún más que yo. Tenía esposa -dije, pensando en Harriet, y el día que lo
apadriné en su boda-. Es un tipo excelente. Nunca olvidaré su felicidad. Todo le hacía sufrir tanto
por causa de ella. Deseé encontrármelo de nuevo el verano siguiente, cuando todavía tenía yo la
misma suerte de estar en el Mediterráneo.

La señora Musgrove dijo algo en voz baja, y me tomó por sorpresa al decir no se qué sobre que
fue un día feliz para ellos cuando me hicieron capitán de ese barco. No entendí a qué se refería y
no supe cómo contestar.

-Mi hermano -susurró la señorita Musgrove-. Mamá está pensando en el pobre Richard, quien
murió.

Seguía sin entender y esperé impacientemente a oír la continuación. Parecía que Richard
Musgrove había estado por un breve tiempo bajo mi mando. Hice memoria y eventualmente me
acordé de él, un muchacho problemático y con poca aptitud para el mar.

-¡Pobre chico! -continuó la señora Musgrove-. Se había vuelto tan serio, y sus cartas eran tan
excelentes mientras estuvo bajo su mando. Habría sido una felicidad si nunca lo hubiera
abandonado a usted. Le aseguro, capitán Wentworth, lamentamos mucho que lo haya hecho.

Yo recordé la dificultad que había tenido en hacerlo escribir aunque fuera una sola carta a su
familia, es decir, una carta en la que no pidiera dinero, y no pude compartir sus sentimientos, pero
no se lo dije, pues se veía que estaba sufriendo. En vez de ello, me senté junto a ella en el sofá, y
entablé conversación con ella sobre su hijo. Hice todo lo que estuvo en mi poder, con compasión y
disposición a escuchar, para aliviar su dolor.

Después de un tiempo se calmó, hasta que estuvo lista para reintegrarse a la conversación
general.

-¡Qué gran viajera debió haber sido usted, señora! -le dijo a mi hermana.

Traducido por Angélica Trejo


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Ella le habló de sus viajes, y terminó diciendo:

-Nunca he pasado de los Estrechos, y en las Indias Occidentales no he estado nunca. A Bermuda y
las Bahamas no las consideramos parte de las las Indias Occidentales.

La señora Musgrove no se mostró en desacuerdo, de hecho me hubiera sorprendido si hubiera


alguna vez oído mencionar esos lugares por uno u otro nombre.

Mientras Sophia hablaba de su vida en el mar, me complació ver que las lágrimas de la señora
Musgrove se habían secado y que se hallaba absorta en la conversación.

-¿Pero no sentía usted miedo en el mar? -le preguntó la señora Musgrove.

-De ningún modo. Cuando estaba separada de Benjamin, vivía en temor constante, sin saber
cuándo volvería a tener noticias suyas, pero siempre que podíamos estar juntos, nada me
aquejaba -dijo mi hermana.

La señora Musgrove concordó ampliamente con estas palabras, diciendo:

-¡Sí, efectivamente, oh, sí! Estoy de acuerdo con usted, señora Croft. No hay nada tan malo como
la separación, pues el señor Musgrove siempre asiste a las sesiones de la Audiencia de Asuntos
Judiciales, y me alegro tanto cuando terminan y él está a salvo de vuelta en casa.

Atrapé a Anne sonriéndose ante lo que decía la señora Musgrove, y me recordó la manera en que
nuestras mentes iban siempre por el mismo camino. Parecía que aún lo hacían, ocasionalmente,
pues a ambos nos hacía gracia la idea de que el señor Musgrove se encontraba en igual peligro al
asistir a las sesiones, que el almirante Croft al navegar por el Mar del Norte.

-Mamá, queremos bailar un poco -dijo la señorita Musgrove, cansada de una conversación en la
que no tomaba parte y, aún hallándose de buen humor, ansiosa por algo de ejercicio físico.

-¡Oh, sí, tenemos que bailar! -dijo la señorita Hayter.

-Estaba a punto de sugerirlo yo misma -dijo la señorita Louisa.

-¡Qué excelente idea! -dijo la señora Musgrove-. Y miren, tenemos a Anne para que toque para
nosotros, y nadie toca mejor que ella, pues sus dedos prácticamente vuelan sobre las teclas.

Ello me tomó por sorpresa, pues habían relegado a Anne al pianoforte sin siquiera preguntarle.

-¿La señorita Elliot nunca baila? -le pregunté a la señorita Louisa, un poco perturbado, cuando ella
me reclamó como su pareja.

-¡Oh, no!, nunca. Ha abandonado por completo el baile. Prefiere tocar. Nunca se cansa de hacerlo
-fue la rápida respuesta.

No lo creí, pues a Anne siempre le había encantado bailar, y me sentí debatirme entre el deseo de
defenderla y decir que debía tomar parte en el baile, y la exasperación de que en todo este

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tiempo aún no hubiera aprendido a defenderse. No la tomaban en cuenta cuando su padre y su


hermana iban a divertirse a Londres, ni la tomaban en cuenta ahora, cuando sus amigas bailaban,
pero si hubiera tenido un poco más espíritu, un poco más de fuerza de carácter, también podía
haber tomado parte en la diversión.

Bailé dos veces con cada una de las Musgrove, y dos veces con cada una de las Hayter, y fue
imposible no sentirme alegre al ver cómo lo disfrutaban, aunque de algún modo no fue algo tan
alegre como debió haber sido, pues todo el tiempo estuve consciente de que Anne estaba sentada
al pianoforte.

Al fin se terminó el baile. Anne dejó su asiento y se pasó al sofá a unirse a la señora Musgrove, y
yo me acerqué al instrumento, tratando de escoger una melodía para la señorita Musgrove. Sin
embargo, no había llegado más allá de la primera línea cuando Anne regresó, y yo desocupé el
asiento, diciendo:

-Perdón, señorita, éste es su asiento.

Esperaba ver alguna chispa de la Anne de antes, alguna luz en sus ojos, pero no había nada.

-No, no, en absoluto -dijo ella, haciéndose para atrás.

Y eso fue todo lo que le dije. Pero aunque continué hablando con las señoritas Musgrove y Hayter,
y de vez en cuando le dirigía la palabra a Charles Musgrove o a Charles Hayter, todo el tiempo
estuve consciente sólo de Anne: Anne, hablando en voz baja con el señor Musgrove, Anne,
acercándose a la mesa, Anne, sentada junto a la señorita Hayter.

Anne, siempre Anne.

Miércoles 26 de octubre

He estado tan poco tiempo en casa esta semana, que Benjamin fingió asombrarse de encontrarme
en el salón poco antes de la cena.

-¿Qué, no vas a Uppercross hoy? -me preguntó.

-Sabes muy bien que no voy allí a diario -contesté.

-Vas tan seguido que es igual. Claro que no te culpo por ello. Las Musgrove son muy bonitas, y las
Hayter son casi igual de guapas. Y ninguna de ellas muestra aversión a los galanteos de un
capitán que acaba de volver a casa del mar. ¿O vas allí por el placer de la compañía del señor y la
señora Musgrove? -me preguntó.

-¡Pero por supuesto que sí! Son gente de lo más agradable.

Sophia sonrió, y después dijo:

-¿Entonces cuándo irás a Shropshire? Los Musgrove no son la única gente agradable que hay en

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Inglaterra, ¿sabes? Tu propio hermano también es muy agradable. Y anhela presentarte a su


esposa.

-Un párroco rural no puede aspirar a competir con las alegrías de una casa llena de muchachas,
incluso si tiene esposa -dijo Benjamin jovialmente-. A Frederick lo han echado a perder los
halagos de esas muchachas.

Yo protesté, pero tiene razón. Disfruto mucho de la compañía de esas chicas. Nunca se cansan de
oír sobre las batallas navales en que tomé parte, o mi vida a bordo del barco, o mi ascenso, o los
puertos que he visitado. Y a cambio, nunca se cansan de contarme sobre sus amigos, su familia,
sus vecinos, sus vestidos y sombreros. Y cuando ya se ha dicho todo, hay baile y música en qué
ocuparnos del modo más placentero.

-Vamos, Frederick, cuéntanos, ¿aún no te has decidido entre las dos? -preguntó Benjamin en tono
de broma.

-No tengo ninguna prisa -dije yo.

-La señorita Musgrove es la más bonita -dijo Benjamin-, y me agrada la mayor de las Hayter, pero
creo que la señorita Louisa me agrada más. No creo conocer nunca a una chica tan llena de vida
como ella.

-Cuando termines de encontrarle esposa a Frederick, quizás puedas dirigir tu atención hacia
animarlo a que visite a su hermano. No debes descuidar a Edward -me dijo Sophia-. Ya sabes que
quiere que conozcas a su esposa, pues es una muchacha excelente, y le prometiste que lo
visitarías.

-No te preocupes, iré a verlo pronto, pero por ahora creo que tendré que dar crédito a lo que él
cuenta de sus virtudes.

-También quiere enseñarte la casa, ¿sabes? -dijo Benjamin-. No fuiste el único que tuvo suerte en
recibir un ascenso.

-En efecto. Ha tenido la suerte de conseguir su propio puesto eclesiástico, particularmente uno tan
bueno -dijo Sophia.

-Sí, no es fácil lograr avanzar en la Iglesia -dije yo-, mucho más difícil que en la Marina, donde las
batallas que libra un hombre hablan por él. Estaba hablando de ello con Charles Hayter apenas la
otra noche. ¿Conocen a Charles Hayter? Es hermano de las señoritas Hayter, y primo de las
Musgrove. Vive con su familia en Winthrop, al otro lado de la colina desde Uppercross.

-Sí, lo conocemos -dijo Sophia.

-Tiene una coadjutoría, pero queda a seis millas de distancia. Afortunadamente, no se requiere
que resida allí, así que vive en casa de su padre en Winthrop. Anoche se habló de que obtendría la
coadjutoría de Uppercross, lo que sería algo muy bueno, pues supondría un viaje de sólo dos
millas para atender sus deberes en lugar de las seis millas que debe recorrer ahora.

-Debes contarle a Edward cuando lo visites -dijo Sophia-. Le escribiré mañana. ¿Quieres que le
avise de cuándo piensas llegar?

Traducido por Angélica Trejo


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-Dile que si es conveniente para él, lo visitaré en dos semanas -dije yo.

Eso la complació, y entramos a cenar.


Jueves 27 de octubre

Esta mañana, cuando fui a visitar a las señoritas Musgrove, hallé que no estaban en casa. La
señora Musgrove me aseguró que habían ido a la Quinta a ver a su sobrino, así que las seguí
hasta allí, pero cuando me hicieron pasar a la salita me tomó por sorpresa encontrarme a Anne en
lugar de ellas. Estaba completamente sola, excepto por el pequeño inválido Charles, que yacía en
el sofá.

-Pensé que las señoritas Musgrove estaban aquí -dije yo, encaminándome hacia la ventana para
ocultar mi súbita agitación-. La señora Musgrove me dijo que las encontraría aquí.

-Están arriba con mi hermana, pero me atrevo a decir que bajarán enseguida -contestó ella.

No parecía sentirse cómoda, ni yo tampoco, pero afortunadamente el niño la llamó y pudimos


escapar de nuestra turbación, ella arrodillándose junto al sofá para atender a Charles, y yo
quedándome junto a la ventana mirando hacia fuera.

Yo no sabía qué decir. ¿Estábamos destinados a tratarnos uno al otro con frialdad, debido a lo que
había pasado entre nosotros? ¿No podíamos olvidarlo, y al menos actuar con cortesía? Estuve a
punto de sugerirlo, pero se alzó dentro de mí tal oleada de sentimientos ante la idea de hablar del
pasado, o siquiera aludir a él, que me quedé callado.

En ese momento apareció una cuarta persona, pero no se trataba de alguien que hiciera más
fáciles las cosas, pues se trataba de Charles Hayter. No pareció complacido al verme, y me
pregunté si Anne y él eran amigos, o algo más que amigos, pues si lo fueran, eso explicaría su
actitud hacia mí. Lancé una mirada rápida hacia Anne, pero no hubo ninguna súbita sonrisa en sus
labios, ninguna gozosa bienvenida, y descarté tales ideas. Anne lo invitó a sentarse y esperar a
los otros, y por consiguiente él tomó asiento.

Quise compensarlo por la frialdad que demostré a su llegada,así que caminé hacia él, preparado
para hacer algún comentario sobre el estado del tiempo, pero aparentemente él no tenía deseos
de entablar conversación, pues tomó el periódico y se sumió en la lectura.

Así que nos quedamos en silencio hasta que hubo una distracción, que consistió en un niño muy
pequeño que entró corriendo a la habitación.

-Ah, Walter -dijo Hayter, alzando la vista de su periódico una vez antes de volver a sumergirse en
él.

Walter, un robusto jovencito de unos dos años de edad, se acercó corriendo hacia su hermano. Sin
embargo, puesto que su corta edad lo hacía más inclinado a molestar a su hermano que a ser de
ayuda alguna, Anne trató de mantenerlo a distancia, pero el niño tenía ganas de que le prestaran
atención, y tan pronto como ella le dio la espalda, le empezó a dar la lata trepándose sobre ella.
Puesto que estaba ocupada con Charles, no podía deshacerse del niño, sino sólo pedirle que se
bajara.

Sus órdenes fueron en vano. Se las arregló para empujarlo, pero el niño sentía mayor placer en
traparse a su espalda otra vez.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Hayter volvió a alzar la vista del periódico para decir: “¡Walter! Deja a tu tía en paz,” pero Walter
no le hizo caso.
Viendo la necesidad de hacer algo al respecto, levanté al niño de la espalda de Anne y me lo llevé
al otro lado de la habitación, donde lo entretuve de modo que ya no pudiera importunarla.

No recibí ningún agradecimiento de ella, en realidad, no buscaba obtenerlo, pero sentí una mezcla
de emociones por haberle prestado un servicio. Debería estar enojado con ella por traicionarme.
Estaba enojado con ella. Y aún así sentí un placer agridulce por poder ayudarla cuando lo
necesitaba.

La atmósfera se sentía tensa, y así permaneció hasta que Mary y las dos chicas Musgrove se nos
unieron. Anne salió inmediatamente de la habitación. Después hubo un intercambio de frases
corteses, tras lo cual Hayter y yo escoltamos a las dos señoritas de vuelta a la Casa Grande.

La atmósfera en nuestro paseo no era feliz. La señorita Musgrove parecía tener el ánimo decaído,
y Hayter parecía molesto, así que decliné su invitación para entrar.

Una vez de vuelta en Kellynch mis pasos me llevaron hacia el río y caminé por la orilla, perdido en
mis pensamientos. ¿Porqué Anne no me había hecho ningún caso? ¿Y porqué había salido del
salón tan pronto como había podido cederle el cuidado del pequeño Charles a su madre? ¿De
verdad sentía tanta antipatía por mí? Si yo hubiera sido el que la hubiera ofendido a ella, habría
podido entender su actitud, pero ella me había ofendido a mí. ¿Pudiera ser que sentía rencor hacia
mí por haberle hablado con tanta aspereza a Lady Russell hace ocho años?

Reflexioné sobre el asunto hasta que alcancé a ver al calesín de Sophia dando tumbos por la
avenida, y regresé a la casa en estado insatisfecho. No podía entender la conducta de Anne. Pero
quizás no tenía nada que ver conmigo. Quizás se le había hecho tarde para hacer alguna visita, se
había demorado por la necesidad de cuidar de Charles, y había tenido que irse a toda prisa tan
pronto como pudo dejar al niño.

Eso parecía más probable, pues apenas y me había dirigido un par de palabras desde que regresé,
y probablemente yo ni siquiera le pasaba por la cabeza.

Traducido por Angélica Trejo


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Noviembre

Traducido por Angélica Trejo


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Martes 1 de noviembre

Sophia recibió carta de Edward esta mañana, diciendo que estaría ausente la semana próxima,
pero invitándome a visitarlo el día diecinueve. Yo le escribí en respuesta para confirmar dichos
planes. Me siento ansioso por conocer a su esposa y poder verlo de nuevo.

Sábado 5 de noviembre

Charles Musgrove y yo habíamos hecho planes para pasar la mañana juntos, y emprendí camino
hacia la Quinta Uppercross de muy buen humor, pues era una hermosa mañana, las hojas
cobrizas de los árboles brillando al sol otoñal. Sin embargo, al acercarme a la Quinta, mis pasos
comenzaron a hacerse más lentos, pues no quería volver a encontrarme en otra situación
incómoda. No necesitaba preocuparme, pues encontré a Musgrove afuera de casa, listo para partir
y esperando mi llegada. La cacería fue buena la primera media hora, pero más tardamos en
empezar a pasarla bien de verdad que en tener que regresar, pues el perrillo que llevábamos con
nosotros aún no estaba entrenado por completo y nos echó a perder la cacería. Cuando
regresamos a la Quinta, hallamos que las señoritas Musgrove estaban a punto de salir a dar una
larga caminata, acompañadas por Mary y Anne.

-¡Vengan con nosotros! -rogó Louisa.

-No queremos echarles a perder el ejercicio -dije yo.

Ella se rió ante esa idea, y nos engatusó y suplicó hasta que Charles y yo cedimos, y salimos
todos juntos. Yo iba adelante, con Henrietta de un brazo y Louisa del otro, y Anne se quedó detrás
con Mary y Charles.

Pronto llegamos a una cerca y, puesto que era bastante alta, Charles ayudó tanto a Anne como a
Mary a bajar de ella. A mí me tocó ayudar a Henrietta, y después a Louisa. Debido a que ésta
última era la persona de menor estatura del grupo, tuvo que saltar al bajar de la cerca, y yo la
atrapé por la cintura para ayudarla a tocar tierra. Ella encontró esta experiencia tan deliciosa que
volvió a trepar a la cerca para hacerlo de nuevo. Todos nos reímos, y cuando llegamos a la
siguiente cerca, no estuvo contenta hasta que yo la ayudé a saltar otra vez.

Hablamos de generalidades, y yo mencioné que mi hermana y su esposo habían salido a pasear


en su calesín. Mientras caminábamos juntos, le conté a Louisa que tenían el hábito de volcarse
con frecuencia, diciendo:

-Pero a mi hermana le gusta darle gusto a su esposo y no le molesta.

-Yo haría exactamente lo mismo en su lugar -dijo Louisa alegremente-. Si yo amara a un hombre
como ella ama al almirante, estaría siempre con él, nada podría separarnos, y preferiría volcarme
con él en un coche que ser conducida sin peligro por otro.

-¿De verdad? -dije yo soltando la risa, contagiándome de su tono-. ¡Es usted admirable!

Pero cuando nos quedamos en silencio al subir por una empinada colina, me quedé pensando en
lo que había dicho, que no dejaría que nada la separara de su esposo. Era una muchacha resuelta,
dueña de mucha firmeza y constancia, y cuanto más pensaba en ello, más me convencía de que

Traducido por Angélica Trejo


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no dejaría que nadie le dijera qué hacer. Le lancé una rápida mirada a Anne, y después aparté la
vista, aunque no podía imaginar porqué aún resentía tanto algo que sucedió ocho años atrás.

Llegamos a la cima de la colina, y a nuestros pies podíamos ver la propiedad Winthrop. Ya que
estábamos tan cerca, Charles Musgrove expresó su intención de visitar la granja, y presentar sus
respetos a su tía. Mary declaró que no podía caminar tan lejos y, después de un poco de
conversación, se decidió que la señorita Musgrove iría con Charles mientras que el resto de
nosotros nos quedaríamos.

Nos sentamos a esperar. Mary estaba contrariada, y Louisa pronto me preguntó si yo quería
ayudarla a recoger un poco de nueces. Yo acepté. Nos fue muy bien desde el comienzo, pues
había bastantes nueces por allí. Anduvimos de aquí para allá entre los setos, y al hacerlo, me
puso al corriente de que había un acuerdo tácito entre Henrietta y Charles Hayter.

De inmediato entendí porqué a Hayter le había molestado tanto encontrarme en la Quinta


Uppercross aquel día, y porqué no me había dirigido la palabra: había visto en mí a un rival por el
afecto de su dama. Parecía que mi presencia había causado un distanciamiento entre ellos, y
Henrietta había tenido la intención de visitarlo para enderezar las cosas, pero casi había cambiado
de opinión cuando Mary afirmó que se sentía demasiado cansada para ir hasta allá.

-¿Qué, acaso yo habría dejado de hacer algo que estuviera decidida a hacer, y que supiera que era
lo correcto, por los aires y la interferencia de una persona semejante, o de cualquier otra
persona? -preguntó ella-. No, no creo que sea tan fácil hacerme cambiar de parecer. Cuando me
decido a algo, estoy decidida a hacerlo de verdad. Y Henrietta parecía tan resuelta a ir a Winthrop
hoy, y aún así, estuvo cerca de dejar de hacerlo por una complacencia sin sentido.

-¿Entonces se hubiera vuelto atrás, de no haber sido por usted?

-En efecto, así habría sido. Casi me avergüenza decirlo.

-Es una dicha para ella tener a la mano un criterio como el suyo. Su hermana es una criatura
encantadora, pero veo que es usted quien posee un carácter decidido y firme. Quienes desean ser
felices deben ser firmes. Si Louisa Musgrove desea ser feliz en el otoño de su vida, debe preservar
y emplear todos los poderes de su mente.

Me di cuenta, en cuanto terminé de hablar, de lo extrañas que deben haberle sonado mis
palabras, pues reflejaban tanto de lo que había transcurrido antes en mi vida. En efecto, se quedó
callada por un rato, pero al fin habló de nuevo, cambiando la conversación. No pudo haber
encontrado un tema que me atrajera más.

-Mary es bastante afable en muchos sentidos, pero a veces me enfada muchísimo por su tontedad
y su orgullo... el orgullo de los Elliot. Tiene demasiado del orgullo de los Elliot.

Yo estuve de acuerdo silenciosamente.

-Hubiéramos preferido mil veces que Charles se casara con Anne.

Me quedé pasmado. ¿Charles había querido seriamente casarse con Anne?

-¿Supongo que sabe que quería casarse con Anne? -preguntó Louisa.

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No pude dominarme de inmediato, pero al final dije, para ser muy claro:

-¿Quiere decir que él le propuso matrimonio y que ella lo rechazó?

-Oh, sí, claro que sí.

-¿Cuándo sucedió eso?

-No lo sé con exactitud, pues Henrietta y yo estábamos en el colegio por aquel entonces, pero
creo que fue cerca de un año antes de que se casara con Mary. Ojalá lo hubiera aceptado. Todos la
hubiéramos preferido a ella muchísimo más, y papá y mamá siempre han creído que el que ella no
aceptara fue obra de su gran amiga Lady Russell. Ellos creen que Charles no era lo
suficientemente cultivado y afecto a los libros para ser del gusto de Lady Russell, y que por
consiguiente, ella persuadió a Anne de que lo rechazara.

¿Podía ser eso cierto? ¿Podía Lady Russell haber persuadido una vez más a Anne de rechazar a un
pretendiente?

-¿Cuándo se casaron Mary y Charles? -pregunté como al descuido.

-Hace cuatro años, en 1810 -dijo Louisa.

Me quedé con muchas cosas en qué pensar. ¿Había Lady Russell persuadido a Anne de rechazar a
otro pretendiente, o podía haber alguna otra explicación? Una parte de mí sentía que debía
haberla, pues no creía que Lady Russell se hubiera opuesto demasiado a Charles Musgrove. Tenía
un hogar respetable, buenas perspectivas, y él había parecido caerle bien cuando los vi en el año
seis.

¿Podía ser que Anne lo hubiera rechazado por cuenta propia?

Le lancé una mirada furtiva, intentando leer la respuesta en su rostro. Nos reunimos con los
demás, y yo aún trataba de resolver el acertijo cuando me sobresaltó la vista de Sophia y
Benjamin en su calesín. Llegaron junto a nosotros y nos preguntaron si alguna de las damas
deseaba que la llevaran a casa.

-Hay espacio para una persona más, y puesto que vamos a atravesar Uppercross, les ahorrará
una milla de camino -dijo Benjamin.

Las damas declinaron la invitación, pero cuando cruzábamos el sendero noté que Anne parecía
fatigada. Hablé aparte con mi hermana, y ésta dijo:

-Señorita Elliot, estoy segura de que usted se encuentra cansada. Por favor, dénos el gusto de
llevarla a casa. Hay aquí excelente espacio para tres, se lo aseguro. Si todos fuéramos delgados
como usted, creo que podríamos sentar a cuatro. Debe aceptar, de veras.

Benjamin añadió su voz a la de su esposa, y yo ayudé a Anne a subir al calesín. Al tocar su mano,
sentí todo el poder de mis emociones previas. Recordé los tiempos en que la había tocado antes,
al bailar con ella, al caminar con ella, al abrazarla, y no podía entender cómo nos habíamos
distanciado tanto.

¿Había estado yo equivocado al alejarme en el año seis? ¿Había estado equivocado en no

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regresar? ¿Había sido un tonto en no escribirle, como estuve a punto de hacer, en el año ocho,
cuando me encontré con unos cuantos miles de libras en el bolsillo? Me lo había impedido mi
orgullo, y el temor de ser rechazado una vez más. Pero si yo hubiera vencido a mi orgullo y
derrotado a mi temor de otro rechazo, ¿pudieran entonces los últimos seis años haber sido
diferentes?

La observé alejarse, aún intrigado por lo que acababa de oír. Había tenido la oportunidad de
contraer un matrimonio respetable, y sin embargo la había declinado. ¿Porqué? ¿Qué significaba
eso? ¿Quería decir que el pretendiente no había estado a la altura de otro amor?

Pero no, tales pensamientos eran un desatino. Ella no había mostrado ni interés ni disfrute en mi
compañía desde mi llegada al vecindario, en realidad, había hecho todo cuanto estaba en su poder
por evitarme y hacer imposible toda conversación privada. Había dejado sus sentimientos muy en
claro.

Lunes 7 de noviembre

Me inquietó enterarme que Anne y yo por fuerza tendríamos asociación más cercana en el futuro,
pues a la hora del desayuno mi hermana me informó que Anne dejaría pronto la casa de su
hermana para quedarse en Kellynch Lodge con Lady Russell.

-La noticia ha corrido por todo Uppercross. Lady Russell pronto volverá de un compromiso que la
ha mantenido ausente por varias semanas -dijo Sophia-. He oído hablar muy bien de ella. Todos
dicen que es una mujer inteligente y sensata. ¿La conociste cuando estuviste aquí antes?

-Creo que sí.

-¿Y es tan agradable como lo afirman los informes de ella?

-La conocí muy poco -fue todo lo que iba a decir.

-Será bueno ver algunas caras nuevas por aquí, y en la iglesia, y en otros lados -dijo Benjamin-.
Lady Russell y la señorita Elliot le añadirán variedad a nuestras veladas. Puesto que estarán
viviendo en el vecindario, debemos invitarlas a cenar con nosotros.

Yo no estaba seguro de que me agradara la idea. Ver otra vez a Anne, estar con ella, era una
extraña clase de tortura. ¿Porqué rechazó a Charles Musgrove? ¿Fue por mí? La idea me
atormentaba. Sí, se mostraba fría conmigo. Sí, evitaba mi compañía, ¿pero no podía deberse a
que se sentía incómoda en mi presencia? Ojalá lo supiera.

Trajeron una carta y me apoderé de ella, ansioso por distraer mis pensamientos del problema
indescifrable que era Anne. Cuando empecé a leerla, descubrí que era de Harville.

-¡Excelente! -dije, mientras mis ojos descendían por la página.

Sophia me miró interrogantemente.

-Al fin Harville ha encontrado una casa más grande, en Lyme. Él y Harriet pasarán allí el invierno.
Esto es un golpe de suerte, pues sólo está a veinte millas de distancia. Iré allí a caballo hoy.

Traducido por Angélica Trejo


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-Espléndido -dijo Benjamin-. Podrás ver a ese pobre muchacho... ¿cómo se llamaba?

-Benwick.

-Eso es, Benwick, podrás ver cómo está. Pobre hombre... regresar a casa, sólo para hallar muerta
a su prometida. No es lo que un hombre espera que suceda. Sabe que él podría no regresar, pero
que quienes quedan en tierra mueran es un triste golpe.

-Fue un mal asunto -dijo Sophia.

-Si puedo serle de alguna ayuda a él o a Harville, lo haré con gusto, pues sabes que Harville
quedó lisiado, después de que lo hirieron gravemente hace dos años. Una visita me dará una
buena oportunidad para enterarme de todas sus noticias.

-Podrías tener tus propias noticias que contarle muy pronto -dijo Sophia.

-Sí, y ya es tiempo -dijo Benjamin-. Te estás quedando atrás. Harville desplegó sus velas hace
años y te ganó la carrera, Frederick. Ya tiene tres hijos, ¿no es así?

-Así es, excelentes niños, todos ellos.

Pero aunque continuaba embromándome, yo me rehusé a dejarme llevar. Emprendí viaje pronto y
cabalgué hasta Lyme. Cuando vi el mar, le di un tirón a las riendas de mi caballo y dejé que mis
ojos se deleitaran con el panorama. Dejé vagar mi vista sobre la encantadora pequeña bahía y la
línea de acantilados que se extendían más allá de ella. Dejé que mis ojos cayeran sobre el Cobb y
pensé en lo útil que éste era, pues formaba una excelente barrera para los embates del mar, y
proveía un lugar para atar los botes de pesca.

Al fin entré al pueblo. Seguí la calle principal que bajaba hacia el mar, hasta que llegué a la casa
de Harville. Era pequeña y desvencijada, pero estaba magníficamente situada, pues se encontraba
en un lugar abrigado cerca del extremo del muelle y tenía una inigualable vista al mar.

Me recibieron muy bien, Harville y su esposa me saludaron calurosamente, y los niños corrían
alrededor de mis pies. Habían crecido desde la última vez que los vi, sobre todo el bebé, pues ya
no lo era, era más bien un robusto jovencito de tres años que corría tras los niños mayores,
ansioso por tomar parte en la diversión.

-Bien, ¿qué piensas de nuestro nuevo hogar? -preguntó Harville.

-Es casi como estar a bordo de un barco -dije apreciativamente.

-Por esa razón lo escogimos -dijo él.

Entramos, y vi a Benwick sentado junto al fuego. Me dio la bienvenida cordialmente, pero su


ánimo se hallaba decaído. Sin embargo, se alegró un poco cuando los tres hicimos memoria sobre
nuestras experiencias en el Laconia.

-Era un barco excelente -dijo Benwick.

-¡Y con tres de los mejores oficiales de la Marina a bordo! -dije yo.

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Pero mientras Harville y yo revivíamos una aventura tras otra, Benwick gradualment se quedó en
silencio, y se retiró temprano. Harville y yo nos quedamos conversando, y al hacerlo, empezamos
a hablar sobre lo que le había pasado a Benwick.

-Te estaré siempre agradecido por darle la noticia -dijo Harville-. Nadie más pudo haber salvado al
pobre James. Te agradezco que te hayas quedado a bordo con él por una semana, ayudándole a
pasar por lo peor.

-Lo hice con gusto, aunque fue muy poca cosa.

Me quedé un rato callado, pensando en la hermana de Harville, la muchacha que conocí en el año
seis, y las indirectas de Harville sobre nuestro posible matrimonio. Una chica bonita, con un
intelecto superior, la clase de chica que no se conoce todos los días. Pensé con pesar en su
prematura muerte.

-¿Te propones que Benwick se quede a vivir contigo? -le pregunté al fin.

-Sí. No tiene familia, y puesto que su salud es mala es difícil que viva solo. Además, nos une el
recuerdo de Fanny.

Jueves 8 de noviembre

Los niños nos despertaron temprano, y pronto salimos de casa, pues la mañana estaba hermosa y
el brillo de sol invernal nos llamaba afuera. Bajamos caminando al Cobb.

-Está mucho más concurrido en los meses de verano -dijo Harville, mientras las gaviotas
graznaban sobre nuestras cabezas-. El pueblo se inunda de visitantes, y todas las casas de
huéspedes están llenas. Los salones públicos se abren, y hay muchas cosas que hacer. En invierno
es más bien tranquilo, pero nos agrada.

Miré las casetas de baño colocadas sobre la playa, y las imaginé llenas de gente en el verano.

Llegamos al Cobb y los dos niños mayores pidieron que se les permitiera subir hasta la parte más
alta.

-Por favor, papá, hoy no hay viento que nos lleve.

-Muy bien -dijo su padre-. Pero deben tomar mi mano.

Hicieron lo que les mandaban. Harriet sostenía la mano del pequeño Thomas, y subimos todos
juntos. El aire estaba tranquilo y el sol nos calentaba el rostro. Benwick recitó poesía, y yo pensé
en lo mucho que Anne hubiera disfrutado de caminar por el Cobb, con tal panorama, citando a
Byron. Pensé en la casa que habíamos planeado tener junto al mar, y otra vez me sentí enojado
con ella por rechazarme. Pudimos haber sido felices, tal como lo eran Harville y Harriet.

Llegamos hasta el fin del Cobb y dimos la vuelta. Se levantó una brisa fuerte, y pude ver porqué
Harville no les permitía a los niños caminar por allí sin sostenerlos de la mano, pues una súbita
ráfaga de viento los podía haber hecho caer. Llegamos al otro extremo del Cobb y bajamos por las
escalera, y después regresamos a casa de Harville a tiempo para almorzar temprano.

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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Emprendí el regreso poco después, pues me esperaba una larga cabalgata, y quería volver a casa
antes del anochecer. Casi lo logré, y descubrí que me sentía listo para la cena.

Sophia y Benjamin estaban ansiosos por oír acerca de mi día, y yo, a mi vez, estaba ansioso por
oír acerca del de ellos. Éste había transcurrido explorando la campiña por el norte, y Sophia se
alegraba de que no se hubieran volcado más de una sola vez.

Miércoles 9 de noviembre

Fui a Uppercross esta mañana y descubrí que me habían echado de menos. Las Musgrove se
quejaron de que no hubiera ido a verlos por dos días completos, y Louisa me embromó al
respecto, diciendo que ya no me interesaba en ellos. Les expliqué porqué no había podido ir a
visitarlos, y mi atención hacia mi amigo fue muy alabada.

-Nunca he ido a Lyme. ¿Cómo es? -preguntó Louisa.

-La campiña es magnífica. Hay una larga colina que conduce al pueblo, y la calle principal es aún
más empinada. La bahía es pequeña pero agradable, y hay acantilados que se se extienden hacia
el este del pueblo. En verano hay mucho que hacer, con baños de mar y bailes públicos, aunque
todas las diversiones se suspenden por el invierno.

-Me encantaría verlo -dijo ella-. Deberíamos ir todos.

Su sugerencia tuvo una recepción entusiasta, y en poco tiempo se planeó la visita. La primera
idea fue partir por la mañana y regresar por la noche, pero se juzgó que esto sería demasiado
arduo para los caballos, y cuando se consideró mejor el asunto, fue evidente que no habría
suficiente luz de día para hacer el paseo en esta época del año si se quería ir y volver en el mismo
día. Al final, se decidió que viajaríamos allí mañana, nos quedaríamos a pasar la noche, y
volveríamos el viernes.

Dejé al grupo de excelente humor, pues todos esperaban con ansia el paseo.

Jueves 10 de noviembre

Todos nos reunimos en la Casa Grande para desayunar temprano, y después emprendimos el
viaje. Mary, Henrietta, Louisa y Anne viajaron en el carruaje, mientras que Charles y yo lo hicimos
en la calesa. El viaje fue largo, y cuando llegamos a nuestro destino ya pasaba del mediodía.
Fuimos derecho hacia una posada, donde nos procuramos alojamiento y ordenamos la cena, y
después nos encaminamos hacia el mar. Aunque los salones públicos estaban cerrados, había en
la magnificencia del paisaje y el esplendor del mar el suficiente atractivo para interesar a las
damas. Mientras caminábamos, les hablé de las áreas vecinas: Charmouth, con sus terrenos altos
y su pequeña bahía rodeada por oscuros acantilados, la aldea de Up Lyme, y Pinny, con sus
verdes simas y dramáticas formaciones rocosas.

Nos quedamos bastante tiempo a la orilla del mar, mirando hacia el océano, y después me fui a
visitar a Harville mientras que los otros siguieron camino hacia el Cobb.

Traducido por Angélica Trejo


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Harville se sintió encantado de verme de nuevo, y cuando le hablé del grupo con el que había ido,
no estuvo contento hasta que él y su esposa, junto con Benwick, salieron a conocer a mis amigos.

Harville insistió en que cenáramos con él, y Harriet se unió a sus ruegos. Sólo el hecho de que ya
habíamos ordenado la cena en la posada los hizo aceptar con renuencia que no podríamos cenar
con ellos. Se consolaron invitándonos a su casa en ese momento, y aceptamos con gusto.

Fue un rato de mucha alegría, y como mi mirada se veía atraída hacia Anne, lo que sucedía con
mucha frecuencia, vi en su rostro algo de su anterior animación, pues estaba enfrascada en vivaz
conversación con Harville. Sus ojos brillaban, y descubrí que el tenor de su mente no había
cambiado, pues cada palabra que pronunciaba era una palabra que que pude haber pronunciado
yo mismo.

Me encontré otra vez debatiéndome entre la frustración que sentía hacia ella por rechazarme,
furia conmigo mismo por no escribirle en el año ocho, y esperanza de que aún estuviera
enamorada de mí.

Cuando nos fuimos, Louisa estaba entusiasmada.

-Qué amigables eran todos, y qué industriosos -dijo-. ¿Vio usted los juguetes que el capitán
Harville les hizo a sus hijos? Nosotros nunca tuvimos juguetes mejores que ésos. Me parece que
los marineros son las únicas personas que saben cómo vivir. Nos han dado tanto que merecen ser
respetados y amados por cada uno de nosotros.

Sus palabras no sonaban ensayadas, pero después de la conversación de Anne, me pareció que
más bien correspondían a un salón de clases.

A la propia Anne le hablé muy poco, pues no sabía qué decirle. No podía hablarle en privado en tal
ambiente, entre tantas personas, y sin embargo apenas podía soportar no hablar con ella.

Durante toda la cena me sentí consciente de su presencia, y le lancé miradas furtivas en cuanto
tenía oportunidad. ¿En qué pensaba? ¿Qué sentía? Yo estaba ansioso por hablar con ella después
de la cena, pero Harville y Benwick nos visitaron sorpresivamente, así que me fue imposible.

Harville y yo cedimos a los ruegos de las señoritas Musgrove, y las entretuvimos con historias de
nuestras aventuras a bordo del Laconia, pero una y otra vez descubría que mi mirada se desviaba
hacia Anne. Ella se había ido a sentar junto a Benwick, que se había retirado a un rincón tranquilo,
pues su ánimo aún se hallaba decaído y no soportaba una reunión tan ruidosa con tanta facilidad.

Era algo típico de su espíritu amable y generoso el hacerle compañía, y de lo poco que oí de su
conversación, pude distinguir que hablaban de poesía. Deseé ser yo el que estuviera sentado a su
lado en aquel rincón, hablando con ella de ese modo tan abierto y libre, en lugar de verme
obligado a entretener a las otras damas.

Harville y Benwick se fueron al fin, y una vez más tuve la esperanza de poder hablar con Anne,
pero las damas se retiraron a sus habitaciones de inmediato.

Cuando las seguí una media hora después, sentí cómo aumentaba mi frustración ante la insipidez
de la conversación general, y cómo me hacía falta algo más, algo que siempre había encontrado
con Anne.

Traducido por Angélica Trejo


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Viernes 11 de noviembre

Me levanté temprano y me sentí ansioso por salir al aire libre, pues era una hermosa mañana, con
la marea alzándose ante una brisa que soplaba desde el sureste. Tenía la esperanza de
encontrame con Anne en la salita, pero cuando bajé descubrí que ya había salido. Sin embargo,
Louisa estaba allí, y puesto que el desayuno aún no estaba listo, sugirió que saliéramos a dar un
paseo al Cobb. Salimos y caminamos hasta el mar. Se veía gris, moteado de blanco, y por sobre
nuestras cabezas giraban las chillonas gaviotas.

No hacía mucho que habíamos salido, cuando vimos a Anne y a Henrietta a cierta distancia. Anne
se veía radiante. El fresco viento le había dado color a sus mejillas y brillo a sus ojos, y lucía tal
como lo había hecho ocho años atrás, cuando la conocí por vez primera. El día se desvaneció en la
nada, y yo me quedé ahí de pie envuelto en una nube de silencio, sin ver nada, sin oír nada, nada
excepto a Anne. Ella reía, pues el viento azotaba su cabello frente a su rostro, y mientras yo la
observaba, ella alzó la mano y se retiró un mechón de sobre las mejillas, atorándolo detrás de su
oreja. Entonces sus ojos se encontraron con los míos. Cuánto tiempo nos quedamos así, no lo sé,
pero sin importar cuánto tiempo haya sido, no fue suficiente. Me bebí su imagen, sus tiernos ojos
oscuros, su semblante risueño, y su suave cabello castaño; todo ello me tenía hipnotizado.

Y entonces una súbita ráfaga de viento se estrelló contra nosotros, y Louisa se sujetó de mi brazo,
haciéndome volver al presente. Traté de recuperar el momento, pero Anne ya se había volteado, y
el momento se perdió irremediablemente.

-Salieron ustedes temprano -dijo Henrietta.

Yo no pude responder, pues la visión de Anne, habiendo recuperado su belleza, me había dejado
sin habla.

-Pero no tan temprano como ustedes -dijo Louisa-. Pensé que el capitán Wentworth y yo éramos
los únicos que estábamos despiertos.

-Hemos estado afuera por toda una media hora, ¿no es así, Anne? -dijo Henrietta.

Anne parecía tener tanta dificultad como yo en responder. Louisa rompió el silencio diciendo que
había algo que deseaba de la tienda, y nos invitó a todos a regresar al pueblo con ella. Todos
declaramos estar dispuestos a acompañarla, y caminamos de regreso por la playa.

Al llegar a los peldaños por los que se bajaba a la playa, vimos a un caballero en la parte superior,
preparándose a bajar. Se hizo hacia atrás y nos cedió el paso para que las damas pudieran pasar.
Anne y Henrietta subieron primero, y al llegar arriba vi que el caballero miraba a Anne, y la volvía
a mirar. Una oleada de celos me golpeó por dentro, pues él no tenía derecho de mirarla de esa
manera. Pero me contuve, y caminamos hasta las tiendas en paz.

Una vez que Louisa hubo hecho sus compras, regresamos a la posada, donde nos esperaba el
desayuno. Mary y Charles estaban ahí, y cuando nos liberamos de nuestra ropa de exterior, nos
unimos a ellos.

Casi habíamos acabado de desayunar cuando oímos el ruido de una calesa afuera. Charles se
levantó de un salto para ver si era tan buena como la suya propia, y todos nos apiñamos en torno
a la ventana para mirar. El dueño de la calesa salió, y me percaté de que era el mismo caballero
con quien nos habíamos cruzado en los escalones que subían desde la playa.

Traducido por Angélica Trejo


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Vi sonreír a Anne, y una vez más sentí la ardiente oleada de los celos, esta vez peor que la
anterior. ¿Porqué le había sonreído a él, y no a mí?

Llevado por un súbito impulso, le pregunté al mozo:

-Por favor, ¿podría decirnos cómo se llama el caballero que se acaba de marchar?

-Sí, señor, es un tal señor Elliot.

-¿Elliot?- pregunté atónito, mientras se levantaba un murmullo general a mi alrededor.

-Un caballero de gran fortuna, que llegó anoche procedente de Sidmouth -continuó el mozo-.
Seguramente habrán oído el carruaje, señor, mientras se encontraban ustedes cenando, y ahora
va hacia Crewkherne, de camino a Bath y a Londres.

-¡Válgame! -exclamó Mary-. Debe ser nuestro primo.

Así que ése era el señor Elliot, el hombre al que la señorita Elliot había perseguido tan
asiduamente, y a quien había perdido, todos esos años atrás, el hombre a quien había juzgado
digno de su mano... y quien ahora evidentemente estaba de luto, pues llevaba una banda de
crepé negro alrededor del sombrero. Me pregunté quién había muerto y, haciendo discretas
preguntas a Charles, descubrí que el señor Elliot se había casado unos años antes, pero que se
había quedado viudo recientemente. No habían tenido hijos, me contó, pero Sir Walter no había
vuelto a hacerle invitaciones, a causa de algunos comentarios despectivos que el señor Elliot había
hecho sobre sus parientes, y que habían llegado a oídos de Sir Walter.

¡Pero que Anne se encuentre con tal hombre, aquí y ahora!, pensé con desaliento.

-¡Es una lástima que no hayamos sido presentados! -continuó Mary-. ¿Les parece a ustedes que
tiene el aspecto de los Elliot? Apenas lo miré, pues estaba mirando a los caballos, pero creo que
tiene algo del aspecto de los Elliot. Me sorprende no haber reconocido el escudo de armas que
llevaba el carruaje.

Charles comentó que ello se debía a que el abrigo del caballero había estado colgando sobre el
panel de la puerta, y Mary exclamó que, si el sirviente no hubiera estado de luto, lo habría
reconocido por la librea.

Yo, por otra parte, sentía un profundo alivio de que no hubiéramos conocido antes su identidad,
pues entonces se habrían hecho las presentaciones, y Anne lo habría llegado a conocer mejor.

-Considerando todas estas extraordinarias circunstancias -dije, tratando de ocultar mi agitación-


debemos pensar que es obra de la Providencia el que no hayan sido ustedes presentados a su
primo.

Miré a Anne, con la esperanza de que ella también lo viera así. Para alivio mío, no parecía sentir
deseos de dar pasos para conocer al caballero, pues dijo que su padre y el señor Elliot no se
habían dirigido la palabra en muchos años, lo que no hacía deseable una presentación.

Me sentí animado por sus palabras, pero al no saber con exactitud qué le pasaba por la cabeza, no
podía saber cuáles eran sus verdaderas razones para no desear la presentación. ¿Era a causa de

Traducido por Angélica Trejo


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su padre, como dijo, o era... pudiera ser... que su corazón ya estaba comprometido... conmigo?

Traté de leer la respuesta en su rostro, pero no pude detectar nada. Ojalá supiera porqué había
rechazado a Charles Musgrove, ojalá supiera si sentía indiferencia hacia mí, o si simplemente se
mostraba reservada, si alguna vez me había extrañado, y si lamentaba su decisión de
rechazarme.

Pronto se nos unieron los Harville y Benwick, pues habíamos acordado dar un último paseo con
ellos antes de partir. Harriet expresó su opinión de que su esposo habría caminado bastante para
cuando llegaran a casa, así que decidimos acompañar a los Harville hasta su puerta, y entonces
emprender nosotros el camino de vuelta a casa.

Nos separamos de los Harville según lo planeado, y estábamos a punto de regresar a la posada
cuando algunos del grupo expresaron el deseo de dar un último paseo por el Cobb. Louisa estaba
tan decidida a tener este último placer que todos cedimos a sus deseos, y Benwick vino con
nosotros.

Había demasiado viento en la parte superior para que el paseo resultara agradable, así que
decidimos bajar los peldaños hasta la parte baja. Louisa insistió en que yo la ayudara a saltar,
como con frecuencia yo la había ayudado a saltar de las cercas.

Traté de disuadirla, diciendo que el pavimento resultaría demasiado duro para sus pies, pero ella
insistió. Cedí ante sus demandas, pero al hacerlo, empecé a pensar que un carácter decidido no
era tan deseable después de todo. Si era firme en su búsqueda de lo correcto, entonces era algo
estimable, pero si era firme en su búsqueda de sus propios deseos, entonces era simplemente
obstinación.

Sin embargo, yo había causado el daño, y debía tolerarlo, al menos por el momento. La ayudé a
saltar de los peldaños sin que pasara nada malo, y ahí debió haber concluido todo, pero ella volvió
a subir corriendo los escalones para que la ayudara a saltar otra vez.

De nuevo, traté de persuadirla de que abandonara la idea, pero hablé en vano.

-Estoy decidida a hacerlo -dijo ella, y saltó sin previo aviso.

Yo extendí los brazos para recibirla, me demoré medio segundo en hacerlo, ella cayó sobre el
pavimento del bajo Cobb... y me quedé mirándola horrorizado, pues estaba muerta.

Mil pensamientos me pasaron por la cabeza, atormentándome por mi tontedad. No debí haberle
prestado tanta atención, nunca debí haberla ayudado a saltar de las cercas, no debí haberla
animado a pensar que ser testaruda era una virtud, no debí haberla traído a Lyme. Mil
pensamientos, girando en mi mente en un torbellino, mientras la levantaba del suelo, mi cuerpo
reaccionando a la crisis como lo había hecho en innumerables crisis en el mar, haciéndome cargo
de la situación, haciendo lo que era necesario, buscando si había una herida, sangre, una
contusión... pero no había nada. Y sin embargo, sus ojos estaban cerrados, no respiraba, y su
rostro tenía el aspecto de la muerte.

-¡Está muerta! ¡Está muerta! -gritó Mary, aferrándose del brazo de su esposo.

Henrietta se desmayó, y se habría caído de los escalones, si no hubiera sido por Benwick y Anne,
que la sujetaron y la sostuvieron entre los dos.

Traducido por Angélica Trejo


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-¿No hay quien pueda ayudarme? - exclamé, agobiado por el peso de la culpa y la desesperación,
y sintiendo que toda mi fuerza había desaparecido.

-¡Acudan a él, por amor de Dios, acudan a él!

Era la voz de Anne, Anne, en quien se podía confiar en medio de una crisis, Anne, haciendo
reaccionar a Charles y a Benwick, quienes llegaron a mi lado enseguida, y sostuvieron a Louisa. Al
quitármela ellos de los brazos, me incorporé, pero había subestimado el efecto que la impresión
había tenido en mí, y trastabillé. Una vez más alcancé a ver el rostro pálido de Louisa, y exclamé:

-¡Oh, Dios! ¡Su padre y su madre!

No soportaba pensar que estaban en Uppercross, imaginándonos a todos felices, y confiando en


que yo traería a su hija sana y salva de regreso a casa.

-¡Un cirujano! -dijo Anne.

Su sentido común me hizo volver a la cordura.

-¡Eso es, un cirujano, en este instante! -dije yo, y estuve a punto de irme a buscar uno cuando
Anne dijo que Benwick sabría mejor que yo dónde encontrar uno.

De nuevo, su sentido común tranquilo y frío prevaleció. Benwick entregó a Louisa al cuidado de
Charles, y partió para el pueblo a la mayor velocidad.

-Anne, ¿qué hacemos ahora? -exclamó Charles, y me di cuenta de que todos parecían contar con
ella en tal predicamento.

-¿No sería mejor llevarla a la posada? Sí, estoy segura de ello, hay que llevarla suavemente a la
posada -dijo Anne.

Sus palabras me hicieron reaccionar una vez más y, ansioso por hacer algo, yo mismo sostuve a
Louisa. Sus ojos pestañearon, y sentí un momento de loca y súbita esperanza cuando se abrieron
y supe que estaba viva. ¡Qué alegría! ¡Qué felicidad!

-¡Está viva! -exclamé.

Todos alrededor de mí lanzaron un grito de alivio. Pero entonces los ojos de Louisa se cerraron, y
no volvió a dar señales de recobrar la consciencia.

Aún no habíamos abandonado el Cobb cuando Harville se reunió con nosotros, pues Benwick le
había avisado de lo ocurrido de camino a buscar al cirujano, y había salido corriendo a
encontrarnos. Nos dijo que debíamos disponer de su casa, y pronto estuvimos todos bajo su
techo. Bajo la dirección de Harriet, Louisa fue llevada al piso superior, y todos pudimos respirar
una vez más.

El cirujano llegó antes de lo que hubiera parecido posible, y para nuestro gran alivio declaró que el
caso no era desesperado. La cabeza había recibido una seria contusión, pero había visto lesiones
más serias, de las que los heridos se habían recuperado.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-¡Gracias a Dios! -dije yo-. ¡Gracias a Dios!

Su hermana, hermano y cuñada hicieron eco de mi exclamación, y vi que también Anne daba
silenciosamente las gracias a Dios. Pero las mías fueron las más sentidas de todas. Yo no la había
matado, yo que la había alentado en su imprudencia y la había convencido de no escuchar a los
demás. Pero había hecho que se lastimara gravemente. Era ya bastante carga para mí. Me hundí
en una silla y me dejé caer sobre la mesa, apoyando la cabeza sobre mis brazos cruzados, incapaz
de perdonarme a mí mismo.

Después de un rato me recobré. No podía dejarle todo a Anne... Anne, que había hecho tanto,
quien había conservado la calma, y había demostrado ser superior a las demás en todos los
sentidos.

Rápidamente se hicieron arreglos de que Benwick cediera su habitación, para que un miembro de
nuestro grupo pudiera quedarse, dándole a Louisa el consuelo de ver un rostro familiar cerca de
ella, y Harriet, que era una enfermera experimentada, se encargaría de cuidarla.

-Y Ellen, mi doncella, es tan experimentada como yo. La cuidaremos juntas, día y noche -dijo ella.

Traté de darle las gracias, pero no las quiso aceptar, diciendo que se alegraba de corresponder a la
amabilidad que yo había mostrado en darle a Benwick la noticia de la muerte de Fanny. Entonces
regresó a la habitación de arriba, donde Anne se había quedado cuidando a Louisa.

Me alegré de que Anne estuviera con ella. Era siempre a Anne a quien la gente acudía en tiempos
de crisis. Era Anne quien se había encargado de todo cuando su sobrino se había dislocado la
clavícula, era Anne quien nos había indicado a todos qué hacer cuando Louisa se cayó. Anne,
siempre Anne, quien, sin hacer revuelo, mostraba la firmeza de su mente por su capacidad de
saber qué era lo mejor, y de ver que se hiciera callada y tranquilamente. Yo había tratado de
olvidarla, pero había resultado imposible, pues ella era superior a cualquier otra mujer que
hubiera conocido.

-Es un mal asunto -dijo Charles. Su rostro se veía blanco de la preocupación.

-Pobres de mi padre y mi madre. ¿Cómo se les dará la noticia? -dijo Henrietta.

Hubo un momento de silencio, pues nadie podía soportar pensar en ello. Pero había que hacerlo.

-Musgrove, usted o yo debemos ir -dije.

Charles se mostró de acuerdo, pero no quería dejar a su hermana en tal estado.

-Entonces lo haré yo -dije.

Me lo agradeció efusivamente, y dijo que debía llevarme a Henrietta conmigo, pues se hallaba
profundamente afectada por la impresión de lo sucedido.

-No, no dejaré a Louisa -dijo Henrietta.

-Pero piensa en mamá y papá. Deben tener a alguien que los consuele cuando se enteren de la
noticia -dijo Charles.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Sus palabras la conmovieron y consintió en ir a casa. Fue un alivio para todos nosotros, pues en
su casa estaría bien cuidada, y no tendríamos que preocuparnos por ella además de por su
hermana.

-Entonces está arreglado, Musgrove, usted se quedará, y yo me encargaré de escoltar a su


hermana a su casa -dije yo-. En cuanto al resto del grupo, su esposa deseará volver junto a sus
hijos, como es natural, pero si Anne quiere quedarse, nadie es más apropiado, más capaz, que
Anne.

Fue en ese momento que Anne apareció. Anne, tranquila y calmada. Anne, que al verla me
llenaba de fortaleza y valor.

-Usted se quedará, estoy seguro, se quedará a cuidarla – le dije con suavidad, anhelando poder
tomar sus manos entre las mías como lo había hecho una vez antes, maravillándome del modo en
que podía envolver sus dos manos en las mías. Manos tan pequeñas, y sin embargo, tan capaces.

Ella se sonrojó intensamente. Yo quería hablarle, determinar cuáles eran sus sentimientos, y
hablarle de los míos, pero ahora no era el momento, así que hice una inclinación de cabeza, y me
alejé.

Ella se volvió hacia Charles, diciendo que se quedaría con gusto.

Todo quedó arreglado, y me apresuré a volver a la posada para alquilar un carruaje, para que
pudiéramos viajar más rápido. Engancharon los caballos, y no me quedó nada que hacer excepto
esperar a que Henrietta se me uniera. Al fin llegó, pero para mi sorpresa, Anne venía con ella.
Pronto me enteré de la razón. Mary se había sentido celosa de Anne, y había exigido ser ella quien
se quedara a ayudar a cuidar de Louisa, y había dicho que Anne debía ser quien regresara a
Uppercross.

El cambio me enfureció, pero no se podía hacer nada al respecto, así que ayudé a las damas a
subir al coche. Miré a Anne, pero ella esquivó mis ojos, y entonces yo también subí, y nos
pusimos en marcha.

Hablamos poco en el camino, pues nuestro ánimo estaba decaído, y yo tenía mucho en que
pensar sobre cómo decirles lo ocurrido a los padres de Louisa.

Cuando llegamos al área de Uppercross, le dije a Anne:

-Creo que sería mejor si usted se quedara en el carruaje con Henrietta, mientras yo entro y le doy
la noticia a sus padres. ¿Le parece que es una buena idea?

Ella asintió, y me sentí satisfecho.

Dejé el carruaje a la puerta y entré a la casa. Me recibieron calurosamente, aunque con cierta
ansiedad, pues el señor y la señora Musgrove ya se habían preocupado a causa de lo tarde que
era. Sentí un momento de aprensión, pues la situación me recordaba la pesadilla de darle a
Benwick la noticia de la muerte de Fanny, pero esta noticia no era tan mala. Esta noticia traía
consigo esperanza. La idea me dio valor, y empecé a hablar.

Hubo alarma. ¿Cómo podría no haberla? Pero aunque no intenté minimizar la seriedad de la
situación, les repetí muchas veces que el cirujano no había perdido la esperanza, y que éste había

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

visto lesiones peores que no habían resultado fatales. El señor Musgrove, tras la primera
impresión, reconfortó a su esposa, y cuando ésta se calmó lo suficiente, escolté a Henrietta y
Anne dentro de la casa.

Tan pronto como estuvieron instaladas, regresé a Lyme, para poder estar a mano en caso de que
se requiriera mi ayuda.

Y ahora estoy de nuevo aquí, en la posada, en mi propia habitación, pero incapaz de dormir. Aquí
sentado, no puedo pensar en nada excepto en Anne: cuando nos conocimos, nuestro cortejo,
nuestra separación, y nuestro reencuentro.

Al fin he reconocido lo que creo que he sabido todo el tiempo, que todavía estoy enamorado de
ella. Nunca he dejado de amarla. En ocho años no he conocido a otra como ella, porque no hay
otra como ella.

Tan pronto como Louisa esté fuera de peligro, debo decirle a Anne lo que siento, y pedirle una vez
más que sea mi esposa.

Sábado 12 de noviembre

Louisa pasó una buena noche, y para mi enorme alivio, su condición no había empeorado. El
cirujano la visitó de nuevo, y expresó su satisfacción, diciendo que no debíamos esperar una
curación rápida, pero que todo iba progresando bien, y que si no se le movía o alteraba, abrigaba
esperanzas de una total recuperación.

Mi alivio fue profundo. Si tan sólo Louisa pudiera recuperar completamente la salud y el ánimo, yo
sería un hombre agradecido. Tan pronto como se marchó el cirujano, Charles partió a Uppercross
para notificar a sus padres del progreso de Louisa. Sin embargo, prometió regresar, y al fin así lo
hizo, trayendo consigo a la antigua niñera de los Musgrove. Ésta, habiendo educado a todos los
niños hasta que el último fue enviado al colegio, pasaba sus días en las desiertas habitaciones
infantiles, arreglando todos los desperfectos que caían en sus manos, y naturalmente se sintió
muy feliz de ir a Lyme y atender a su amada señorita Louisa.

Así que, veinticuatro horas después del accidente, encuentro que las cosas están tan bien como
cabría esperarse. Louisa está siendo atendida por su querida Sarah, los peores temores del señor
y la señora Musgrove se han tranquilizado, y si todo sale bien, pronto estaré con Anne otra vez.

Lunes 14 de noviembre

Louisa recuperó la conciencia varias veces el día de hoy, y cuando estaba consciente, reconoció a
quienes la rodeaban. Esto nos dio ánimos a todos, tanto que Harville y yo salimos a caminar esta
tarde. Una vez que estuvimos afuera, alejamos nuestros pasos del Cobb, pues ninguno de los dos
soportaba la idea de visitarlo, y nos dirigimos hacia el pueblo.

-No sabes cómo he sufrido por ti estos últimos días -dijo Harville-. Me he sentido tan angustiado,
Frederick, sabiendo por qué agonías debes estar pasando. Fue terrible ver a James perder a su
prometida el año pasado, y no podría soportar verte perder a la tuya también.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Me quedé horrorizado, pues era claro que Harville creía que Louisa era mi prometida. Estaba a
punto de corregirlo cuando recordé mi conducta hacia ella, la manera en que había aceptado,
incluso alentado, sus atenciones hacia mí. Sentí que se me helaba la sangre. No había pensado
que resultara nada malo de ello, pues tanto ella como su hermana habían flirteado conmigo, pero
tan pronto como Henrietta había dejado clara su preferencia por Charles Hayter, yo debí haber
prestado menos atención a Louisa. Debí haber visitado Uppercross con menos frecuencia,
retirando mis atenciones gradualmente para que no se percibiera como un desaire. Pero en lugar
de ello, yo había continuado en el mismo derrotero de conducta, motivado por... ¿qué? ¿El amor?
No, pues yo nunca la había amado. Veía eso claramente. Entonces, ¿cuál había sido el motivo? ¿El
orgullo? Sí, mi orgullo. Me avergonzaba reconocerlo, incluso ante mí mismo, pero de eso se
trataba. No lamento haberte perdido, le había estado diciendo a Anne con mis acciones. Tu
rechazo no me hirió. Ya lo ves, soy feliz con otra.

Percibí toda la incorrección de mi conducta, y deseé dar marcha atrás al tiempo, pero tal deseo
era en vano. Le había prestado demasiada atención a Louisa, Harville la consideraba
erróneamente como mi prometida, y ahora yo no podía arruinar su reputación ante el mundo
diciendo que nunca había existido un compromiso entre nosotros. Estaba atado a ella, si ella me
quería, tan irrevocablemente como si ya le hubiera pedido que fuera mi esposa.

-Estás deprimido -dijo Harville, notando mi cambio de humor, y atribuyéndolo a la causa


equivocada-. No pierdas las esperanzas. El cirujano no las ha perdido. Cree que Louisa se
recuperará totalmente. Puede quedarse con nosotros tanto tiempo como sea necesario, y tú
también. Quizás te haría bien verla.

-¡No! -dije yo.

La vehemencia de mi respuesta lo tomó por sorpresa.

-Quiero decir, verme podría alterarla, y necesita descansar -rectifiqué-. Más vale que no me
acerque a ella, por el bien de su salud. No debo hacer nada que ponga en riesgo su recuperación.

Harville aprobó mi actitud, y para alivio mío, no dijo más.

Regresamos a la casa pero, al sentarme en la salita, sentí el corazón oprimido. Me había dado
cuenta gradualmente, en el curso de los últimos pocos meses, que Anne era la única mujer sobre
la tierra a quien yo podía amar, y en el preciso momento en que había tenido la esperanza de
declararle mi amor, la oportunidad de hacerlo me había sido arrebatada. Si Louisa se recuperaba,
pronto podría hallarme casado con una mujer a la que no amaba. Y si no se recuperaba... era
demasiado terrible pensarlo.

Me entretuve un rato con los hijos de Harville, y descubrí que su charla me elevaba el ánimo,
distrayéndome de la negra depresión que me envolvía como una nube.

En cuanto a lo que deparaba el futuro, no podía hacer nada por cambiarlo, así que hice un
esfuerzo por apartarlo de mi mente.

Traducido por Angélica Trejo


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Martes 15 de noviembre

Una agradable sorpresa ocurrió esta mañana. La familia Musgrove llegó a la posada, donde se
instalaron rápidamente antes de ir a ver a Louisa. El señor y la señora Musgrove estaban ansiosos
por ver a su hija, y sintieron un profundo alivio cuando ésta recobró la consciencia por unos
cuantos minutos y los reconoció. Les dieron las gracias a los Harville una y otra vez, y se sentían
particularmente agradecidos por el hecho de que Harriet era una enfermera experimentada, lo
que la hacía la persona más indicada para atender a la inválida, y se dieron a la tarea de ayudarla
de todos los modos posibles.

-Tan pronto como Louisa esté lo suficientemente bien como para moverla, nos proponemos
llevárnosla a la posada, donde podemos cuidarla nosotros todo el tiempo -me dijo la señora
Musgrove-, pero hasta que eso suceda, nos sentimos agradecidos de que sus amigos la alojen en
su casa.

Fue otro día lleno de ansiedad, pero puesto que no hubo recaída, y Louisa continuaba recobrando
sus fuerzas, transcurrió tan bien como podía esperarse.

Miércoles 16 de noviembre

La señora Musgrove me preguntó esta mañana si me gustaría entrar a ver a Louisa, pero le di la
misma respuesta que le había dado antes a Harville, diciendo que temía que la impresión de
verme podría ser perjudicial para ella, y que podría ocasionarle un revés a su salud. La señora
Musgrove no dijo más al respecto, y me sentí aliviado, pues había decidido llevar a cabo todo lo
que pudiera honorablemente hacer para desvincularme de Louisa. No la abandonaría si se sentía
comprometida conmigo, pero tampoco alentaría sentimientos de afecto en ella si éstos aún no
existían.

Jueves 17 de noviembre

Hoy regresé a Kellynch Hall, para notificar a Sophia de cómo seguía Louisa, y para darle todos los
detalles del accidente que aún no supiera. Estaba muy angustiada, igual que Benjamin, de que
semejante accidente le sobreviniera a una muchacha tan querida.

No pude quedarme mucho tiempo, pues había prometido regresar enseguida a Lyme, y yo quería
avanzar todo el camino que pudiera mientras aún hubiera luz de día, pero con gusto me quedé a
almorzar con ellos y, hambriento por el agotamiento que sentía en cuerpo y ánimo, comí
abundantemente.

Después de la comida, pregunté por Anne.

-Si no hubiera sido por la señorita Elliot, todos habríamos hallado la situación mucho más difícil de
sobrellevar -dije-. Espero que el esfuerzo no le haya causado efectos adversos.

Sophia me aseguró que Anne se hallaba tranquila y serena.

-Me das un profundo alivio -dije, y mis palabras eran sinceras-, pues fue ella la que conservó la

Traducido por Angélica Trejo


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calma y nos prestó auxilio, cuando las otras damas estaban abrumadas por la impresión. De
hecho, yo mismo también lo estaba. Mis alabanzas hacia ella no son exageradas.

Y realmente no lo eran.

Después de escribirle a Edward notificándole que no me sería posible visitarlo como había
planeado, dejé a Sophia y partí una vez más. De camino pasé por la casa de Lady Russell y dejé
allí una nota para Anne, diciéndole que Louisa se encontraba tan bien como cabía esperarse, pues
para entonces Anne había comenzado su visita a su madrina. Tras dejar la nota, regresé a Lyme.

Viernes 18 de noviembre

La recuperación de Louisa continúa, lentamente pero con constancia. Sus períodos de consciencia
son más largos y más frecuentes. Si Dios quiere, seguirá mejorando.

Lunes 21 de noviembre

Louisa ha seguido mejorando durante el fin de semana, y hoy se sentó por primera vez, lo que fue
una fuente de gran alegría para nosotros.

Parece haber esperanza, verdadera esperanza, de que se recuperará por completo, y creo que, al
fin, todos en la casa empiezan a creerlo también.

Martes 22 de noviembre

La vida ha recuperado una apariencia de normalidad. Mary pasó la mañana en la biblioteca, y a la


hora de la cena discutió con Harriet sobre quién debía entrar primero al comedor. Charles
Musgrove propuso una excursión a Charmouth, y todos aprobaron su idea.

Aproveché la oportunidad para decir que yo también estaba pensando en ausentarme por unos
cuantos días. Dado que todos habían aceptado la idea de que no deseaba ver a Louisa para no
alterarla, nadie vio nada extraño en mis planes, y dije que me iría la semana próxima.

Jueves 24 de noviembre

Louisa se sentó hoy otra vez, y conversó con su madre. Las dos se sintieron encantadas por lo
lúcida que estaba. La señora Musgrove era toda sonrisas al contarnos lo ocurrido, y sus otros hijos
sintieron un gran alivio al oírlo, pues les permitía emprender su visita a Charmouth de buen
humor. Yo me quedé atrás, pero hice mis planes para mi viaje a Plymouth, y declaré mi intención
de partir el martes.

Traducido por Angélica Trejo


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Viernes 25 de noviembre

Los jóvenes señor y señora Musgrove regresaron a Uppercross, satisfechos del progreso de
Louisa, pero los Musgrove mayores aún están aquí, renuentes a dejar a su hija. Tienen la
esperanza de que pronto pueda hacer el viaje hasta Uppercross y ansían tenerla de vuelta en
casa, pero dudo que pueda volver antes de Navidad, y de hecho pudieran pasar algunas semanas
más antes de que esté lista para hacer semejante viaje.

Martes 29 de noviembre

Me despedí de los Musgrove esta mañana, primero del señor y la señora Musgrove, de manera
que, si estaban disgustados por mis acciones y exigían conocer mis intenciones hacia su hija,
pudiera tranquilizarlos y quedarme si fuera necesario. Sin embargo, no mostraron ningún
disgusto, sino que en vez de ello me dieron las gracias por todo lo que había hecho. Después me
despedí de todos los demás. El adiós fue melancólico, pero una vez que partí, me embargó una
sensación de libertad. Debo considerarme atado a Louisa si ésta se siente apegada a mí, pero si
mi ausencia puede aminorar tal apego, me alegraré de ser libre.

Traducido por Angélica Trejo


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Diciembre

Traducido por Angélica Trejo


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Lunes 5 de diciembre

Escribí a Harville, tal como se lo había prometido, para darle mi dirección. Me prometió
mantenerme informado sobre la condición de Louisa.

Martes 6 de diciembre

Vi a Jenson por casualidad esta mañana, y nos pusimos a conversar. Me invitó a cenar con él y yo
acepté con mucho gusto, pues me sentía temeroso de los pensamientos que me atormentaban
siempre que estaba solo.

Él estaba de muy buen ánimo, y me contó todo sobre sus progresos en el comercio del vino,
después de lo cual nuestra conversación naturalmente se dirigió hacia las batallas en que
habíamos participado. Mencionó nuestras victorias en el año ocho, cuando por primera vez nos
habíamos hallado con varios miles de libras, y mientras él hablaba, mis pensamientos se
desviaron de vuelta a aquel tiempo. Yo había estado en tierra tras mis primeros triunfos, y me
había sentido tentado a escribirle a Anne contándole acerca de mi buena fortuna, y ofrecerle mi
mano una vez más. Había llegado hasta el punto de tener la pluma en la mano, pero el dolor y la
duda me habían asaltado, y los dejé ganar la partida. El orgullo, la dignidad herida, el temor de
que se hubiera olvidado de mí, el temor de que me exponía a quedar en ridículo, el temor al
rechazo... todo ello me había retenido. Pero si yo hubiera vencido mis temores, si le hubiera
escrito, como había querido hacer, entonces, ¿qué habría dicho ella? ¿Habría dicho que sí?

-...debes venir a ver el barco mañana. ¿Qué dices? -preguntó Jenson.

Sus palabras me regresaron al presente.

-El astillero no se encuentra lejos de aquí. Podrías ver el casco del barco, y te puedo enseñar los
planos -dijo Jenson.

Me di cuenta de que me estaba invitando a ver su nuevo barco, que estaba aún en proceso de
construcción, y di mi consentimiento a la idea. Pero cuando continuó hablando, contándome sobre
el diseño de su embarcación, mis pensamientos regresaron de nuevo al año ocho. Si entonces le
hubiera vuelto a pedir a Anne que se casara conmigo, ¿qué habría dicho ella?

Miércoles 7 de diciembre

Un día interesante. Jenson me mostró su barco, y era una belleza. Me hizo bien oír su alegre
conversación, y su buen humor alegró el mío, de modo que pude prestar atención a todo lo que
me decía. Cené con su familia esta noche, y descubrí que son gente sensata y agradable. Me han
invitado a cenar con ellos la semana próxima, y he decidido extender mi estadía para poder
aceptar su invitación.

Traducido por Angélica Trejo


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Viernes 9 de diciembre

Le escribí a Edward, disculpándome por no haber podido llevar a cabo nuestros planes anteriores,
pero diciéndole que me gustaría verlo, pues ahora estaba libre para viajar. Le sugerí visitarlo en
Navidad, si le parecía conveniento, y le di la dirección de Jenson.

Sábado 10 de diciembre

Esta mañana llegó una carta de Harville, informándome que Louisa continuaba progresando muy
bien, y que todos ahora eran un grupo bastante alegre. Mencionó que Benwick distraía a Louisa
leyéndole poesía cuando ésta se sentía bien, y me alegró pensar que ambos disfrutaban de su
mutua compañía.

Martes 13 de diciembre

Recibí carta de Edward, diciendo que se sentía encantado ante mi idea de pasar la Navidad con él
y su esposa, así que quedó arreglado, lo iré a visitar.

Miércoles 14 de diciembre

Esta noche cené otra vez con la familia de Jenson, y después de la cena, él y su padre sugirieron
que yo podría ir a trabajar con ellos como capitán de uno de sus barcos. Les di las gracias, pero
les dije que mis días como marinero habían llegado a su fin, a menos que mi país me necesitara.
No se ofendieron por mi rechazo, y me desearon suerte, pero al regresar a la posada, me descubrí
pensando en que, si Louisa no imaginaba estar comprometida conmigo, y si Anne ya no me
amaba, entonces podría cambiar de opinión y aceptar la oferta de Jenson.

Pero si Anne ya no me amaba, ¿entonces porqué nunca se había casado?

Jueves 22 de diciembre

Así que, al fin, estoy en Shropshire. Fue un alivio para mi ánimo estar otra vez con Edward, de
hecho, no sabía hasta dónde llegaba la opresión que sentía hasta que llegué. Me encantó conocer
a la esposa de Edward, una hermosa muchacha, plena de suave humor y sensatez, con modales
cautivadores y elegancia personal. Su ánimo es justo el que le conviene a mi hermano: lo
suficientemente vivaz para hacerla una atractiva compañía, pero lo suficientemente callada para
permitirle ayudarle a Edward en su trabajo, y creo que son muy felices. ¿Y porqué no lo serían?
Se tienen uno al otro, su casa es la residencia de un caballero, de amplias proporciones, y el
rectorado es próspero.

Me dieron una amplia bienvenida y me pusieron enfrente una excelente cena. Hablamos acerca de
su matrimonio, y del tiempo que pasé en el mar, de su vecindario y de sus vecinos, de Sophia y
Benjamin, y después de generalidades.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Una vez que terminamos de cenar, Eleanor se retiró, dejándonos para que disfrutáramos de
nuestro oporto. Felicité a Edward por su esposa, y él sonrió y dijo que era un hombre afortunado.

-Tengo una hermosa esposa, y me ha ido bien en la iglesia -dijo efusivamente-. No tanto como tú
esperabas... no he llegado a ser obispo... pero me gusta la vida que tengo.

Después me lanzó una mirada astuta, y dijo:

-Pero no todo va bien para ti, según parece. Debe haber sido una gran sorpresa para ti cuando
descubriste que Sophia alquiló Kellynch Hall.

No dije nada, pues temía que su simpatía pudiera hacerme perder la compostura.

-Vamos, no hay necesidad de ocultármelo. Han pasado ocho años desde que Anne te rechazó, y
en todo ese tiempo nunca has hablado de otra mujer. Todavía piensas en ella.

-Sí -admití-. Así es. Y tienes razón en suponer que fue una gran sorpresa para mí cuando Sophia y
Benjamin alquilaron Kellynch Hall. De todas las casas que hay en Somersetshire, que se hayan
instalado en esa precisamente.

-¿Y cómo está Anne? Tengo entendido que se quedó en el vecindario cuando su familia se marchó
a Bath.

-Sí.

Y entonces, antes de que supiera lo que estaba haciendo, me hallé contándoselo todo. Fue un
alivio para mí poder hablar al fin, pues yo nunca había mencionado mi breve compromiso a otra
alma viviente, debido a que mi deseo de proteger la reputación de Anne, así como mi propio
orgullo, me habían mantenido callado. Edward era la única persona en el mundo con quien podía
hablar, y ahora que otra vez me hallaba en su compañía, todo se me desbordó: mi reencuentro
con Anne, los Musgrove, nuestro viaje a Lyme, y Louisa.

-Bueno -dijo él, cuando terminé al fin-. Siempre te gustó la acción, Frederick, y parece que te las
has arreglado para encontrarla aquí tal como en el mar.

Yo sacudí la cabeza.

-Esa pobre chica -dije.

-No puedes culparte. Ella quiso saltar, tú intentaste disuadirla, pero no quiso escucharte. No es tu
culpa. Además, en noventa y nueve casos de cada cien, no hubiera conducido a gran perjuicio. Tú
la habrías atrapado de todos modos, o se habría caído y torcido el tobillo, y nada más. Fue
desafortunado que se haya lastimado tan gravemente, pero no fue algo que pudiste haber
previsto.

-No -admití yo, sintiéndome mucho mejor de lo que me había sentido en mucho tiempo, pues
aunque Edward siempre había estado presto en cuanto a desinflar mi engreimiento, ahora que
necesitaba consuelo me lo daba en cabal medida.- Aún así, no puedo absolverme del cargo de
conducta poco caballerosa.

-Te equivocaste en animar las atenciones de las señoritas, claro está, y estuvo aún peor de tu

Traducido por Angélica Trejo


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parte haberlas animado a ello motivado por el orgullo, pero no las engañaste deliberadamente,
pues en ese tiempo no comprendías tus propios sentimientos. Tendrás que atenerte a las
consecuencias, y aún es posible que tengas que pagar por tu locura, pero no desesperes, todo
aún puede salir bien. Louisa sólo tiene diecinueve años. Está en una edad en que sus sentimientos
cambian rápidamente. Quizás no se haya considerado comprometida contigo, y aún si así fue,
puede que todavía vea a otro hombre que le guste más que tú. Pareces sorprendido -dijo con voz
burlona-. Y sin embargo, no eres el único hombre en el mundo. Hay otros que son más jóvenes,
más ricos, más guapos, más corteses y más caballerosos... así que no hay necesidad de que me
mires así. Te quiero mucho, y creo que cualquier mujer que también te quiera obraría con
sensatez, pero lamento decirte que no eres la encarnación de todas las virtudes.

Me vi obligado a sonreír y a decir con tristeza:

-Muy cierto.

-Bueno, ya basta de Louisa. Cuéntame de Anne. ¿Ha cambiado mucho?

-Se ve igual que siempre -dije yo, recordando lo brillantes que se veían sus ojos y la frescura de
su tez cuando estábamos en el Cobb.

Y entonces mi ánimo decayó, y le hablé a Edward sobre su frialdad, y de cómo ella evitaba mi
compañía. Y después volvió a elevarse cuando le conté que había rechazado a Charles Musgrove,
a lo que Edward dijo “Ah” pensativamente. Y entonces le conté como al fin había admitido ante mí
mismo que ella era la única mujer con quien alguna vez desearía casarme.

-Darle vueltas al asunto no te ayudará. Debes llenar de actividades todo el tiempo que pases aquí,
para que no tengas tiempo parae pensar. Te mantendremos ocupado con visitas y fiestas. No te
preocupes, ya te sobrepondrás.

La oportunidad de desahogarme me había hecho bien, y su sentido común me había fortalecido,


de modo que fue con ánimo tolerable que dejé la mesa junto con Edward y nos unimos a Eleanor
en la salita. Ella tocó el arpa y cantó para nosotros, y la velada fue mucho más agradable de lo
que yo tenía derecho a esperar.

Domingo 25 de diciembre

Fue una mañana brillante y soleada, y cada uno de los feligreses de Edward se presentó en la
iglesia. El sermón fue conmovedor, y el canto fue inspirador. Después que terminó el servicio,
tuve la oportunidad de conversar con los vecinos de Edward, y entonces nos dirigimos a casa a
disfrutar de una abundante comida.

Me pregunté cómo estaría pasando Anne su Navidad, y si se encontraba feliz.

Miércoles 28 de diciembre

Edward recibió esta mañana una carta de Sophia, y me la dio a leer. Hablaba de sus celebraciones
navideñas, y del dolor que padecía Benjamin en el dedo gordo del pie, el cual ella esperaba que

Traducido por Angélica Trejo


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mejorara pronto, pero que temía que fuera gota. Mencionó que es posible que vayan a Bath para
visitar el balneario, y dijo que Lady Russell y Anne ya se hallaban allí.

Fruncí el ceño.

-Estás leyendo la parte sobre Lady Russell -dijo Edward, interpretando correctamente mi ceño
fruncido -. ¿Aún no la has perdonado por la parte que tuvo en separarte de Anne?

-No, no la he perdonado. Fue un mal asunto. Me sorprende que le agrade a Sophia -observé.

-Pero a mí no. Las dos son mujeres sensatas.

-¡Ja! -repliqué yo-. Pobre Anne. Estar un vez más con su padre y hermana, que la menospreciarán
tanto como siempre lo han hecho, y en Bath, un lugar que nunca le ha gustado. Si tan solo fuera
yo libre, podría ir a ella -dije.

-Quizás su padre y su hermana la traten mejor ahora -dijo mi hermano, al tiempo que yo le
devolvía la carta.

-Quizás. Pero no lo creo. Estoy seguro que son tan malos como siempre lo han sido.

Una carta de Harville me informó que Louisa había mejorado tanto que ya podía levantarse todos
los días, y que, aunque estaba muy callada, pues sus nervios aún se encontraban delicados, ya
estaba casi totalmente recuperada, y que pronto volvería a casa a Uppercross.

Se acerca muy pronto el tiempo, pues, en que mi destino se decidirá para siempre.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

1815

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Enero

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Domingo 1 de enero

Así que ha llegado el año nuevo, pero ¿quién puede decir si será un año para bien, o para mal?

Miércoles 4 de enero

Hoy recorrí la parroquia con mi hermano. Es un hermoso lugar, y sus feligreses son buenas
personas. No es de extrañar que sea tan feliz aquí. Una refinada pareja de nombre Darnley nos
contó que están organizando un grupo para dar un paseo en carruaje la semana próxima, y nos
invitaron a unirnos a ellos. Aceptamos con gusto. El tiempo está templado para ser esta época del
año, y es agradable estar al aire libre.

Martes 10 de enero

-Pareces muy alegre hoy -observó Edward, cuando cabalgábamos con el grupo de invitados de los
Darnley.

-Quizás- dije yo con cautela.

Nos habíamos quedado un poco atrás de los otros, y podíamos hablar libremente, aunque no
sabía si ésto era algo bueno o malo.

-¿Y bien? ¿Vas a contarme?

-He recibido otra carta de Harville -dije yo-. Me escribe de vez en cuando.

-¿Está bien?

-Sí, el y su familia se encuentran perfectamente.

-¿Y?

-Y, después de que habló sobre su familia, mencionó que Louisa y Benwick parecen estar muy
prendados uno del otro, y que se pasan todo el día leyendo poesía juntos. Hizo algunos
comentarios velados acerca de que los hombres deben proteger sus tesoros si no quieren que
otros se los roben, y después me preguntó cuando volvería yo a Lyme.

-Ah, ya veo. Piensa que alguien podría reemplazarte en los afectos de Louisa.

-Sí.

-No me extraña que estés tan alegre.

-Y aún así no puedo creerlo -dije, sacudiendo la cabeza-. Benwick perdió a su prometida hace
menos de un año, y era una joven tan superior.

-Un hombre no siempre quiere a una joven superior por esposa. A veces quiere una disposición

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

dulce y una naturaleza cariñosa.

-Muy cierto.

-¿Y vas a ir a Lyme?

-No. Le he escrito a Harville diciéndole que no podré regresar en algún tiempo. Comenté que me
daba mucho gusto que Louisa estuviera progresando tanto, y que también me daba mucho gusto
que Benwick estuviera más alegre. Llegué hasta a decir que sonaba a que se están haciendo bien
uno al otro, y que seguramente eso tendría que alegrar a todos los amigos de ellos.

-Eso parece muy claro.

-Tan claro como me atreví a serlo, de todos modos.

En ese momento uno de nuestro grupo se dio la vuelta y nos llamó, así que hicimos trotar a los
caballos y nos volvimos a unir al grupo principal.

La visita fue muy agradable. La casa era magnífica, los jardines aún mejores, y el clima estuvo
templado. Hicimos planes para hacer otra excursión dentro de dos semanas, y descubro que lo
espero con ansias. Parece que pronto quedaré libre de mis ataduras, y que podré vivir otra vez.

Martes 31 de enero

Sophia y Benjamin han decidido ir a Bath, pues es casi seguro que padece de gota.

-Le dije que no debería beber tanto oporto, pero no quiso escuchar -dijo Edward.

-Me gustaría conocer Bath -dijo Eleanor-. Nunca he ido allí.

-Entonces iremos después, antes de que termine el año -le prometió Edward.

Nos entretuvimos el resto de la tarde hablando de las diversiones que había en Bath, y la sociedad
que uno podía encontrar allí. Edward y yo recordamos todo lo que pudimos de las raras veces que
visitamos Bath, y agasajamos a Eleanor hablando sobre los baños, los conciertos y los salones
públicos hasta que fue hora de retirarnos.

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Febrero

Traducido por Angélica Trejo


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Lunes 13 de febrero

Mi rostro se iluminó con una sonrisa esta mañana al leer mis cartas.

-¡Qué felicidad! -dije-. ¡Louisa va a casarse con el capitán Benwick! Se enamoraron durante su
convalescencia. Todo está aquí, en esta carta de Harville. ¡Qué individuo tan espléndido! Me
escribió tan pronto como supo la noticia.

-¿El capitán Benwick es amigo tuyo, según deduzco? -dijo Eleanor.

-Sí, en verdad lo es.

-¿Y Louisa? ¿No era la joven que tuvo el accidente en Lyme?

-Sí, así es.

-Entonces es un resultado muy feliz de un evento triste -dijo Eleanor con aprobación.

-¡Y en verdad así es! -exclamé yo.

Me alegré de haber ordenado mi caballo antes de abrir mis cartas, pues antes de transcurrida
media hora pude salir de la casa y cabalgar en la helada mañana, con mi aliento formando
nubecillas en el aire frente a mí. Cuando hube llegado lo suficientemente lejos, y no podían verme
ni oírme desde ninguna casa, tiré de las riendas de mi caballo y grité “¡Libre!” a todo pulmón.
“¡Libre! ¡Soy libre!”

Me solté a reír de puro gozo. Después de todas estas semanas de angustia, ¡al fin era libre para ir
a Bath! ¡Libre para buscar a Anne! ¡Libre para casarme con ella, si me aceptaba!

Pero enseguida me acometieron las dudas. Palmée el cuello de mi caballo y seguí cabalgando,
tratando de no escucharlas, pero no había modo de hacerlas desaparecer. Era posible que no me
aceptara. Era posible que me rechazara. Pero a pesar de mis temores, había lugar para la
esperanza. Ella había rechazado al menos a un hombre de mejores pretensiones que yo, cuando
rechazó a Charles Musgrove, y una y otra vez me había preguntado: ¿Fue por mí? Supe que sólo
había una manera de estar seguro. Debía ir a Bath de inmediato, y entonces lo sabría de una vez
por todas.

Durante el almuerzo, le hablé a Edward y a Eleanor sobre mis intenciones. Eleanor no se


sorprendió, asumiendo que yo iba a ver a Sophia, pero Edward adivinó mi verdadera razón. Me
habló de ello después de la cena, cuando Eleanor se hubo retirado.

-¿Vas a ver a Anne? -me preguntó.

-Así es.

-Entonces te deseo suerte.

-Gracias. La necesitaré. Apenas me atrevo a verla, pues en su mirada, en sus palabras, está
encerrada mi felicidad futura.

-Nunca te ha faltado valor, Frederick. Sin importar cuál sea la respuesta, podrás resistirla, pero

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espero por tu bien que sea una respuesta feliz -me dijo.

Le agradecí sus buenos deseos, y le dije que me proponía emprender camino a primera hora
mañana.

Pasé el resto del día pensando en lo que le diría cuando la viera otra vez.

Miércoles 15 de febrero

Y así que aquí estoy, en Bath, listo para enfrentarme al futuro.

Jueves 16 de febrero

Esta mañana visité a Sophia y a Benjamin. Se sorprendieron al verme, pero me recibieron muy
bien, e insistieron en que yo abandonara la posada donde había tomado una habitación, diciendo
que debía quedarme con ellos. No pude resistirme a tanta amabilidad e hice lo que sugerían. Me
alegró descubrir que su casa era cómoda y estaba situada en una buena zona de la ciudad.

Después de darles los saludos que les enviaba Edward, pregunté, en tono casual, si habían visto a
los Elliot.

-No, aún no hemos descubierto en dónde viven, pero tan pronto como logremos averiguar su
dirección, tenemos la intención de ir a visitarlos -dijo Sophia.

Yo no podía estarme tranquilo, y poniendo como excusa asuntos de negocios, salí de la casa poco
después con la intención de descubrir yo mismo dónde estaba Anne. No había llegado muy lejos
cuando me tropecé con otro grupo de conocidos justo antes de alcanzar la calle Milsom. Ellos
sugirieron que camináramos juntos y yo estuve de acuerdo.

-Mi cuñado está rentando la propiedad de Sir Walter Elliot -dije yo-. En este momento se
encuentra en Bath. ¿Por casualidad lo conocen?

-Sí, hemos sido presentados. Él se encuentra aquí acompañado por su hija, la señorita Elliot -dijo
el señor Lytham.

-Su otra hija también está aquí. Acaba de reunirse con ellos recientemente. Una tal señorita Anne
Elliot -observó la señora Lytham.

Pregunté si sabían en dónde vivía Sir Walter, y al dar la vuelta en la calle Milsom, la señora
Lytham me informó que los Elliot habían alquilado una casa en Camden Place.

Empezó a llover, y me alegré de haber comprado un paraguas. Estaba a punto de abrirlo para dar
refugio a las damas, cuando la señora Lytham comentó que le gustaría comprar un poco de listón.
Todos acordamos en entrar juntos a la tienda, para no mojarnos. Acabábamos de entrar cuando vi
a... Anne, justo ahí, enfrente de mí.

Me sobresalté, y sentí el color inundar mi cara. Después de haber ensayado nuestro primer

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encuentro tantas veces, nunca había imaginado que sería de esta manera, pues no había previsto
un encuentro inesperado. Todos los discursos que había practicado se evaporaron de mi mente, y
no pude hacer otra cosa que quedarme allí parado y mirarla, mientras que toda una gama de
emociones me inundaba por dentro: sorpresa al verla, alivio de haberla hallado, placer al mirarla y
desilusión por que no se encontraba sola.

Ella, por otra parte, parecía perfectamente compuesta. ¿No significaba yo nada para ella,
entonces, cuando podía conservar la ecuanimidad al verme inesperadamente? ¿Me había olvidado,
a mí, y a lo que fuimos una vez uno para el otro? ¿Habían muerto en su pecho tales sentimientos?
¿Había llegado a considerarme como nada más que un viejo conocido?

Yo había pensado... había tenido la esperanza... de que su rechazo a Charles Musgrove significaba
que quedaba una oportunidad para mí, pero ¿que tal si sólo significaba que él no le agradaba, o
que no lo consideraba como suficientemente bueno para ella, o que, como sospechaba la señorita
Musgrove, él no le agradaba a Lady Russell?

-Señorita Anne -dije yo, avergonzado, y mi lengua se trabó súbitamente-. Es para mí un honor y
un placer verla otra vez.

Ella sonrió, e hizo una reverencia.

Su sonrisa me dio esperanzas de que mi presencia no le era enteramente desagradable, y yo


quería decir más, pero, ya que alguien del grupo que me acompañaba acertó a hablarme justo en
ese momento, tuve que acercarme al mostrador. Sin embargo, tan pronto como quedé libre, me
acerqué de nuevo a Anne y le hablé otra vez, sin apenas darme cuenta de lo que decía, pero
decidido a decir algo, lo que fuera. Le pregunté por su padre, creo, y hablé acerca del clima, pero
no me sentía cómodo, no me sentía a gusto, no podía volver a asumir el trato que habíamos
tenido antes, de perfecta comprensión, pues no había perfecta comprensión entre nosotros.

Vi a su hermana, su hermana me vio, estuve a punto de hablar, pero la señorita Elliot se dio la
vuelta. ¡Tan distinta a Anne!

-¿Dónde está el carruaje? -preguntó la señorita Elliot en tono altanero-. El carruaje de Lady
Dalrymple ya debería haber llegado. Señora Clay, vaya a asomarse a la ventana y vea si puede
verlo.

Reconocí en la señora Clay a la hija del señor Shepherd, ahora casada y enviudada, como había
oído decir. Se fue hacia la ventana como le ordenaban, y se apoderó de mí el temor de que Anne
estuviera a punto de marcharse. Me di la vuelta para hablar con ella, ansioso por aprovechar al
máximo esta oportunidad, pero era demasiado tarde. Anunciaron el carruaje de Lady Dalrymple.
La señorita Elliot y la señora Clay se dirigieron inmediatamente hacia la puerta, y yo tomé la
oportunidad que me quedaba, ofreciéndole mi brazo a Anne. Tenía la esperanza de al menos
continuar nuestra conversación mientras la acompañaba al carruaje.

-Se lo agradezco mucho, pero no voy a ir con ellas -dijo ella-. El carruaje no puede dar acomodo a
tanta gente. Voy a pie. Prefiero caminar.

-Pero está lloviendo -dije yo.

-Oh, muy poco. Nada que me moleste -respondió.

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Una súbita inspiración me iluminó, y le ofrecí mi paraguas. Entonces pensé en una idea mejor, y le
rogué que me permitiera traerle una silla.

-Se lo agradezco muchísimo, pero pronto dejará de llover, estoy segura -dijo ella.

Estaba a punto de ofrecerle mi brazo junto con mi paraguas y acompañarla a casa, agradeciendo
a la Providencia por la oportunidad que había puesto en mi camino, cuando ella dio al traste con
mis esperanzas al decir que estaba esperando a su primo, el señor Elliot, que sólo se había ido a
hacer un encargo, y que regresaría en cualquier momento.

Así que Elliot se encontraba en Bath, y ella prefería caminar con él a caminar conmigo. Me sentí
abatido. ¿Qué le había estado diciendo él mientras estaban en Bath? ¿La había estado cortejando?
¿Ganándose su cariño?

En ese momento lo vi caminando por la calle, y sentí que mi ánimo se hundía. Él no tendría
ninguna dificultad en ganar la aprobación de su familia, si deseaba hacerla su esposa. Era cierto
que su hermana podría sentirse celosa, y esto podría angustiar a Anne por algún tiempo. Pero
aparte de eso, en edad, aspecto físico, cuna y fortuna era un partido excelente.

¿Era así como lo vería ella ahora?, me pregunté, mirándola de perfil. No podía creerlo. No, no
Anne, quien tenía un corazón tan profundo como el mío, y quien nunca se casaría sin amor, estaba
seguro de ello.

Pero quizás lo amaba. Quizás podía ver en él todo lo que había visto en mí ocho años antes.

En ese momento, Elliot entró. Yo lo recordaba perfectamente. No había ninguna diferencia entre él
y el hombre que había estado de pie en los escalones en Lyme, admirando a Anne cuando pasaba,
excepto en su aire, pues, mientras que antes la había mirado como un extraño lleno de
admiración, ahora la miraba al modo de un amigo muy cercano. Parecía verla sólo a ella, y pensar
sólo en ella, se disculpó por su tardanza y lamentó haberla tenido esperándolo. Estaba ansioso por
llevársela sin más pérdida de tiempo, antes de que aumentara la lluvia, y un momento después se
fueron juntos, el brazo de ella bajo el de él, dedicándome sólo un “Que tenga usted un buen día”
antes de marcharse.

Tan pronto como se perdieron de vista, las damas del grupo que me acompañaba empezaron a
hablar sobre ellos, diciendo que al señor Elliot parecía gustarle muchísimo la señorita Anne. La
señora Lytham dijo que su amiga la señora Veer le había contado que el señor Elliot siempre
estaba acompañando a la familia, y que era fácil ver cómo acabaría todo aquello.

Me sentí devastado. Perder a Anne ante un hombre como Elliot, cuando yo había estado tan cerca
de dirigirme a ella.

-Es bonita, creo, Anne Elliot, muy bonita, cuando uno la mira bien. No se estila decirlo, pero
confieso que la admiro más que a su hermana -dijo la señora Lytham.

-Oh, yo también -respondió la señorita Stanhope.

-Y yo también -respondió otra-. No hay comparación. Pero todos los hombres están locos por la
señorita Elliot. Anne es demasiado delicada para su gusto. ¿Qué opina usted, capitán Wentworth?
¿No cree que ella es la más guapa de las dos?

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Estaba a punto de responder verazmente, y decir que así era en verdad, cuando recordé mis
modales y dije que pensaba que ambas damas eran extremadamente hermosas.

-¡Muy diplomático! -dijo Lytham echándose a reír.

-Sí -dijo el señor Runcorne-. Que nunca le hagan opinar sobre la relativa belleza de las damas,
pues puede usted estar seguro de que llegará a oídos de ellas, y aunque tendrá las sonrisas de
una de ellas por siempre jamás, también tendrá la eterna desaprobación de todas las demás.

Los hombres rieron a carcajadas, y las mujeres continuaron hablando sobre Anne.

-Una bonita muchacha, y no tan orgullosa como su padre y su hermana -dijo la señorita
Stanhope-. Hay una vieja amiga suya del colegio, una tal señora Smith, saben ustedes, que vive
en la pobreza en los Edificios Westgate. Mucha gente abandonaría tal amistad de inmediato, pues
ése no es un vecindario recomendable, pero la señorita Anne visita a su amiga muy asiduamente.

-¿Está usted segura? -preguntó la señora Lytham.

-Lo estoy, pues yo misma la he visto allí una vez que mi carruaje atravesaba el vecindario.

-Entonces eso es algo más en su favor. El señor Elliot se llevará una buena esposa, además de
bonita -dijo Lytham.

-Será una boda de primavera, creo yo -dijo la señora Lytham.

¡Una boda de primavera! No podía soportar pensarlo. ¿Perder a Anne, tan pronto, ante otro
hombre?

-¡Imposible! -exclamé abruptamente.

El grupo entero se me quedó viendo, sobresaltado, y me sentí enrojecer de vergüenza. Busqué


apresuradamente una explicación para mi estallido, y afortunadamente hallé una a mano.

-Él lleva una banda de crepé negro alrededor de su sombrero. Está de luto -dije.

-Ah, sí, muy cierto. Entonces será una boda veraniega -dijo la señora Lytham.

-Pudiera ser que el caballero no desee volver a casarse -dije, más para convencerme a mí mismo
que a la señora Lytham.

-No parece estar inconsolable -observó ella-. Muy al contrario. Parece estar muy interesado en la
señorita Anne. ¿Qué clase de mujer era su esposa?

-No era una mujer de buena cuna, pero era inteligente, talentosa, y una heredera, según dicen
todos -dijo la señorita Stanhope.

-Ah.

-Ella se enamoró de él...

-No me sorprende, pues es un hombre muy apuesto.

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-...y estaba decidida a casarse con él.

-¿De verdad? Yo oí que fue él el que la persiguió -dijo Lytham.

-Para nada. Él estaba destinado para la señorita Elliot -dijo la señorita Stanhope.

-Entonces la señorita Elliot debió de atraparlo cuando tuvo la oportunidad -dijo la señora Lytham.

-Lo intentó, en más de una ocasión. Ella y su padre lo buscaron en Londres hace como unos diez
años. Armaron un gran alboroto sobre él, y lo invitaron a visitarlos en Kellynch Hall, pero en ese
tiempo él era joven, podría decir incluso que era muy joven, y sus parientes del campo no eran de
su gusto, así que se escapó de la red.

-Querida, ¿dónde oyó usted todo eso?

-En los Pump Rooms (Salones donde los visitantes podían beber del agua del manantial, la cual se
consideraba que tenía propiedades curativas), ¿en dónde más? -dijo la señorita Stanhope.

-Ah, por supuesto.

-Y ahora que es viudo, parece que prefiere a la señorita Anne -terminó la señorita Stanhope.

-Entonces ella será la futura Lady Elliot, y dueña de Kellynch -dijo la señora Lytham-. Su hermana
hallará eso difícil de soportar. Pero a mí me alegra. Ella me agrada mucho. Cumplirá con ese papel
muy bien.

Se volteó hacia mí y me preguntó:

-¿Así que su cuñado ha alquilado la casa de los Elliot, capitán Wentworth?

-Así es. Tomó posesión por San Miguel.

-Una buena época del año. ¿Tiene la intención de quedarse allí mucho tiempo?

-Por el momento, sí.

-Entonces más vale que Sir Walter no tenga ningún accidente, o su heredero podría querer
Kellynch de vuelta.

-¿Es muy grande la fortuna del señor Elliot? -preguntó Lytham.

-Claro que sí -dijo la señora Runcorne-. Ahora es un hombre acaudalado, y vive muy
liberalmente... mi primo lo conoció en la capital.

Empezaron a hacerme preguntas sobre Kellynch Hall. Yo no quería hablar sobre el tema, pues
guardaba tantos recuerdos para mí, pero sólo una minuciosa descripción de las habitaciones
principales dejó satisfechas a las damas.

Para alivio mío, eso pareció contentarlas, pues la conversación se alejó del tema de Anne y pasó a
sus otros conocidos.

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Sin embargo, temía que volvieran al tema, pues no podía confiar en mí mismo de guardar silencio
si volvían a mencionar al señor Elliot, así que me despedí del grupo.

Me había comprometido a cenar con Sophia y Benjamin, pero hallé muy difícil concentrarme en la
conversación durante la cena. Me encontré tratando de decidir qué le diría a Anne cuando la viera,
pero no pude pensar en nada que me satisficiera. Decidí dejarlo al azar del momento, y sólo
espero que mi ingenio no me abandone.

Viernes 17 de febrero

Me encaminé hacia Camden Place pero, como sucedió ayer, vi a Anne totalmente por casualidad,
esta vez mientras caminaba por la calle Pulteney. Para mi consternación, vi que Lady Russell la
acompañaba. Para mi mayor consternación, vi que, tan pronto como Anne me vio, miró
inmediatamente a su acompañante.

Entonces, ¿todavía se deja manejar por Lady Russell?, me pregunté.

No lo sabía, pero si así era, temí que mis esperanzas pronto se verían frustradas, pues no tenía
razón para suponer que yo le agradara a Lady Russell ahora más de lo que lo había agradado hace
ocho años. Podía haber hecho mi fortuna, pero una vez que Lady Russell decidía algo, era
improbable que cambiara de parecer.

Lady Russell miró en mi dirección, pero nuestras miradas no se encontraron. Traté de captar la
mirada de Anne, pero ella estaba mirando hacia abajo, y no quería mirarme. Quise cruzar la calle
y hablarle, pero la presencia de Lady Russell, así como la propia actitud de Anne, me detuvieron.
Fortalecí mi resolución... pero el momento había pasado.

Me maldije por dentro, preguntándome dónde y cuándo me había convertido en un hombre tan
cobarde. Nunca había sentido temor al llevar un barco a la batalla, pero hablarle a Anne, descubrir
si todavía me amaba o no... eso me aterrorizaba.

Sábado 18 de febrero

Un grupo de amigos me persuadió a ir al teatro esta noche. La obra fue muy buena, pero no la
disfruté, porque Anne no estaba allí, y si Anne no estaba allí, tampoco podía ver ninguna razón
para mi presencia.

Me invitaron a un concierto la noche del martes y, al no poder pensar en alguna razón para
rehusarme, me vi obligado a aceptar la invitación.

Espero tener la oportunidad de hablar con Anne antes de esa noche. Podría verla mañana en la
iglesia, o podría verla en las Pump Rooms. Si no, tendré que ir de visita a Camden Place, sea yo
bien recibido o no, y presentarle mis respetos a Sir Walter.

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Domingo 19 de febrero

Tenía la esperanza de ver a Anne en la iglesia esta mañana, pero ella y su familia deben
frecuentar una iglesia diferente, pues no la vi.

Martes 21 de febrero

Pasé un día infructuoso, con la esperanza de ver a Anne en los lugares públicos, y regresé a casa
de mi hermana para cenar temprano.

-¿Ya has ido a visitar a Sir Walter? -le pregunté.

-No, todavía no -fue la respuesta.

-Creo que iré a visitarlo mañana. Siento que debo presentarle mis respetos.

-Buena idea. Iré contigo -dijo ella-, y persuadiré a Benjamin de que también vaya.

Habiendo arreglado las cosas a mi entera satisfacción, sentí que ya podía relajarme, y después de
la cena, fui al concierto de un humor más alegre. Llegué temprano, y decidí esperar al resto de mi
grupo adentro. Entré al Salón Octogonal... y me quedé atónito al ver allí a Anne. Estaba con su
padre, su hermana y la señora Clay. Recibí una fría mirada de parte de su padre, así que decidí
hacerle una ligera reverencia y seguir mi camino, con la esperanza de hablar con Anne más tarde
esa misma noche, cuando su padre y hermana no estuvieran cerca. Pero Anne dio un paso
adelante y dijo: “¿Cómo está usted?”

Con esas simples palabras, mi ánimo se elevó, pues había hecho el esfuerzo de hablarme, así que
quizás no todo estaba perdido.

Me detuve junto a ella, y pregunté por su salud y la de su familia y amigos. Oí susurros entre su
padre y su hermana, y entonces, para mi sorpresa, Sir Walter se dio por enterado de mi
presencia. Con mayor lentitud, y con menos ganas, la señorita Elliot hizo lo mismo. Les hice una
ligera reverencia en respuesta, ligera, porque su propio reconocimiento había sido ligero, y
entonces mi atención regresó a Anne.

-¿No se mojó usted, espero, el otro día cuando se fue a casa en medio de la lluvia? -le pregunté.

-No, no, en absoluto.

Hubo silencio, y yo sentí que debía continuar mi camino, pero no pude hacerlo.

-Quizás me mojé un poco -dijo ella.

-Debió haber sido muy incómodo para usted.

-Oh, no, en realidad no.

Nos quedamos otra vez en silencio, y busqué desesperadamente en mi mente algo más que decir,
pues no quería dejarla, ni parecía que ella quisiera que la dejara.

Traducido por Angélica Trejo


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-¿Está usted disfrutando de su visita a Bath? -le pregunté.

-Sí, es de lo más agradable, gracias.

Había tanto que me hubiera gustado decirle. Apenas sabía por dónde empezar, pero no podía decir
nada importante en el Salón Octogonal, a plena vista de su padre y hermana, cuando otras
personas podían entrar en cualquier momento. Deseé estar en Kellynch Hall, caminando junto al
río, al lado de Anne, de modo que pudiera decirle todo lo que había en mi corazón. Pero en lugar
de ello, tuve que contentarme con decir trivialidades.

-Los Salones son magníficos -dije.

-En verdad lo son -dijo ella, recibiendo mis palabras con mayor calidez de la que merecían.

Ello me dio valor, pues mis banalidades no la disgustaban. Sin embargo, no pude pensar en nada
más que decir. Me maldije a mí mismo interiormente por mi estupidez.

-El fuego da mucho calor -dijo, rescatándonos de nuestro silencio.

-Está usted demasiado cerca del fuego -dije yo, mostrándome solícito de inmediato-. Por favor,
hagámonos a un lado.

-No, no, no siento demasiado calor, es sólo que... el fuego arde mucho -terminó ella débilmente.

Otra vez nos quedamos callados. No quería mirarme a los ojos, sino que miraba por encima de mi
hombro, y yo no podía quejarme de ello pues yo mismo, después de arreglármelas para mirarla
de frente una vez, me descubría mirando hacia el techo del salón.

¿Qué significaba esto?, me pregunté. Ella se sentía avergonzada, de eso me daba cuenta, pero
¿porqué? ¿Acaso anhelaba abrirme el corazón y decirme que me había echado de menos? Parecía
mucho esperar. Quizás se sentía avergonzada de que su padre y su hermana no me hubieran
saludado con la debida cortesía, y quería compensármelo por medio de mostrarse cortés conmigo
ella misma. O quizás se avergonzaba de Lady Russell, que me había pasado de largo en la calle
sin decir una palabra. Quizás estaba tratando de allanar nuestras pasadas diferencias, de modo
que pudiéramos encontrarnos en el futuro sin sentir vergüenza. O quizás... y aquí mi ánimo
tembló... quizás estaba tratando de encontrar las palabras para decirme que ella y el señor Elliot
estaban comprometidos.

Yo sabía que debía darle pie para hablar, y pensé que podía hacerlo mediante mencionar el tema
de Lyme, pues sabía que había sido en Lyme donde había visto por primera vez al señor Elliot.

-Apenas la he visto a usted desde el día que pasamos en Lyme -dije-. Me temo que haya usted
sufrido por la impresión, y más aún porque ésta no la dominó en el momento.

-No, le aseguro que no fue así. Sólo me dio gusto haberle sido útil a Louisa y Henrietta.

-Fue un momento terrible -dije yo, recordándolo en todo detalle: la caída de Louisa, mi culpa y mi
remordimiento, el temor que había sentido cuando pensé que estaba muerta. Pero las cosas
habían resultado mucho mejor de lo que yo había pensado posible alguna vez, y sonriendo de
nuevo, continué- Sin embargo, aquel día dejó sus efectos, tuvo consecuencias que deben
considerarse lo contrario de terribles. Cuando tuvo usted la presencia de ánimo de sugerir que

Traducido por Angélica Trejo


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Benwick era la persona más adecuada para ir a buscar al cirujano, poco podía usted imaginar que
eventualmente él sería una de las personas más interesadas en la recuperación de Louisa.

Ella se mostró de acuerdo, pero dijo que pensaba que sería una unión feliz, pues ambos tenían
buenos principios y buen carácter.

-Con toda mi alma les deseo que sean felices, y me regocijo por cualquier circunstancia que
contribuya a ello -dije yo, y mis palabras eran sinceras.

Pero al hablar sobre los Musgrove, y de sus cariñosos corazones paternales que estaban ansiosos
por asegurar el bienestar de su hija, gradualmente me hallé perdiendo de vista a Louisa y a
James, y pensando más en mí mismo y en Anne, pues Anne no gozaba de tal buena voluntad
paterna.

Me detuve al darme cuenta de la dirección que tomaban mis palabras. Miré rapidamente a Anne, y
vi que sus pensamientos habían estado siguiendo a los míos, pues se había sonrojado. Además,
sus ojos se hallaban fijos en el suelo y no quería mirarme. Recordé cómo habían sido las cosas
para nosotros: muchas dificultades contra las cuales luchar, oposición, capricho... todo a lo que
Benwick no tendría que enfrentarse.

Mientras buscaba otro tema del que hablar, descubrí que no podía soportar más tiempo esta
charla intrascendente, tenía que darle a conocer mis sentimientos. Tenía que dejarle saber que
éstos no habían cambiado, pues quizás, si no estaba ya irrevocablemente decidida por el señor
Elliot, quizás aún me amaba. Me aclaré la garganta y continué, aunque hablé a tropezones,
inseguro de qué decir, temeroso de no decir suficiente, o de decir demasiado.

-Confieso que pienso que existe entre ellos cierta disparidad, mejor dicho, una gran disparidad, y
en un punto aún más esencial que el carácter -dije-. Considero a Louisa Musgrove como una
muchacha muy agradable y de carácter muy dulce, y en ningún modo deficiente en
entendimiento, pero Benwick es algo más. Si hubiera sido el efecto de la gratitud, si él hubiera
llegado a amarla porque creía que ella lo prefería a él, habría sido algo muy distinto. Pero no
tengo razón para suponer que haya sido así. Parece, por el contrario, haber sido un sentimiento
perfectamente espontáneo y natural de parte de él, y esto me sorprende. ¡Un hombre como él, en
la situación en que se encontraba! ¡Con el corazón traspasado, herido, casi hecho pedazos! Fanny
Harville era una criatura superior -dije, mirando a Anne, con la esperanza de transmitir con los
ojos que yo la consideraba también a ella una criatura superior-, y el apego que él sentía por ella
era verdadero amor.

De nuevo miré a Anne, y traté de comunicarle que mi apego hacia ella era verdadero.

-Un hombre no se repone cuando le entrega el corazón a una mujer así -dije-. No debe... no
puede -terminé.

Si alguna vez hombre alguno pudo hablar con la mirada, yo le hablaba con la mía de mi amor en
ese momento. Conteniendo el aliento, esperé la respuesta de Anne, pero ella no dijo nada. Me
pregunté si había yo llegado demasiado lejos, y si había dicho demasiado. Y entonces me
pregunté si ella me había entendido, o si realmente había pensado que yo hablaba de Benwick, y
sólo de Benwick. Ella no parecía saber qué pensar, o qué decir.

Al fin habló.

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-Me gustaría mucho ver Lyme otra vez.

Me quedé sorprendido.

-¿De veras? No suponía que pudiera usted haber encontrado en Lyme nada que pudiera inspirarle
tal sentimiento. El horror y la angustia en que se vio envuelta, la agitación, la ansiedad. Hubiera
pensado que las últimas impresiones que tuvo usted de Lyme fueron de un fuerte disgusto.

-Las últimas horas fueron muy dolorosas, desde luego – admitió ella-, pero cuando el dolor ha
pasado, el recuerdo de éste muchas veces se convierte en placer. Uno no ama menos un lugar por
haber sufrido en él, a menos que haya sido todo sufrimiento, y nada más que sufrimiento, lo cual
de ningún modo fue el caso en Lyme. Sólo sentimos ansiedad y angustia durante las últimas dos
horas, y previamente habíamos disfrutado tanto con la visita. Hay verdadera belleza en Lyme, y
en suma -se sonrojó ligeramente-, en conjunto, mis impresiones de Lyme son muy agradables.

Sentí emociones encontradas en dos direcciones. ¿Eran agradables sus recuerdos de Lyme debido
a mí? Si así era, ¡qué felicidad! ¿O eran agradables debido a que allí había visto por primera vez al
señor Elliot? Si así era, ¡qué desdicha!

Yo anhelaba preguntar, descubrirlo, pero en ese momento hubo una agitación en el salón. Cada
vez se había llenado más y más de gente mientras yo hablaba con Anne, y ahora se veía
energizado por la entrada de Lady Dalrymple. Anne se alejó para saludarla, y yo me quedé solo,
preguntándome si la ansiedad de Anne por saludar a la dama era causada por el hecho de que la
acompañaba el señor Elliot.

Formaban un alegre grupo: Lady Dalrymple disfrutaba de la adulación por parte de cuantos la
rodeaban, Sir Walter y la señorita Elliot solazándose en el honor de ser sus amistades, el señor
Elliot se mostraba muy prendado de Anne, y Anne... Anne parecía recibirlo con gusto. Mi corazón
se sintió dolorido e, incapaz de soportarlo, abandoné el salón.

Cuando al fin cobré consciencia del lugar donde me encontraba, me encontré en el Salón de
Conciertos. La señora Lytham me encontró pronto, y empezamos a hablar de la música que
escucharíamos. Yo no era capaz de hablar racionalmente, pero afortunadamente a ella le gustaba
mucho la música, y habló lo suficiente para los dos.

-Veo que Lady Dalrymple está aquí -dijo la señora Lytham.

Miré a mi alrededor... difícilmente podía evitarlo, ya que el grupo del que formaba parte Lady
Dalrymple entró con un bullicio calculado para atraer todas las miradas. Me volví hacia otro lado,
pero no antes de haber visto a Anne... la radiante Anne, cuyos ojos brillaban, y cuyas mejillas
ardían con una luz que provenía de su interior... sentarse en uno de los asientos de las primeras
filas, junto al señor Elliot.

Yo me dirigí hacia el lado opuesto del salón, para no tener que verlos juntos, pero no pude
despegar los ojos de ella. Seguí divisándola a través del mar de sombreros adornados de plumas,
su rostro cerca del rostro del señor Elliot, y en el intermedio que siguió a una canción italiana,
tuve la mortificación de verla hablándole en voz baja, íntimamente, excluyendo a todos los
demás, con las cabezas casi tocándose.

Hubo una pausa en el programa, y Cranfield me llamó. Él y otro grupo de hombres estaban
hablando sobre música y política, y me vi obligado a unirme a ellos. Sin embargo, apenas podía

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

concentrarme en la conversación, y mi mirada regresaba constantemente a Anne. Aún estaba con


el señor Elliot, aún hablaba con él, aún disfrutaba de su compañía.

Oí a alguien pronunciar mi nombre, y me di cuenta de que Sir Walter y Lady Dalrymple estaban
hablando de mí. No podía alcanzar a oír su conversación, pero imaginé que Sir Walter decía: El
capitán Wentworth una vez tuvo pretensiones de casarse con mi hija, pero, como puede usted
ver, ella ha hecho una mejor elección, y va a casarse con el que va a ser el próximo baronet. Yo
nunca le había agradado, y con seguridad se alegraba de mi total derrota.

El salón empezó a llenarse de nuevo en preparación del segundo acto, y me di cuenta de que el
señor Elliot no había regresado aún a sentarse junto a Anne. A pesar de los temores que me
embargaban, me resolví a aprovechar al máximo la oportunidad, y di un paso adelante con la
intención de sentarme a su lado, pero otros fueron más rápidos, y los asientos pronto se
ocuparon. Me quedé observando, no podía evitarlo, y para mi gran fortuna, pronto se cansaron de
la música y abandonaron el salón. Había un espacio junto a Anne. Dudé, atormentado una vez
más por la duda. ¿Debía ir a ella, y descubrir de una vez por todas si me consideraba solamente
como un conocido del pasado? ¿O no hacer nada, y quizás perder mi oportunidad con ella?

Finalmente me armé de valor, y fui hacia ella.

-Espero que esté usted disfrutando del concierto. Confieso que creí que me agradaría más -dije,
pensando en que, si el señor Elliot no hubiera estado presente, por supuesto que así habría sido.

-Es cierto que el canto no es de primera calidad, pero hay algunas voces excelentes, y la orquesta
es buena -dijo ella.

Me sentí alentado por el hecho de que estaba dispuesta a hablar conmigo, y que no parecía mirar
a su alrededor en busca del señor Elliot mientras hablábamos. Apenas comenzaba a disfrutar de
nuestra conversación, y estaba a punto de tomar asiento en el espacio vacío que había junto a
ella, cuando el señor Elliot le tocó el hombro ligeramente.

-Le ruego que me perdone, pero su ayuda es necesaria -le dijo a Anne-. La señorita Carteret está
ansiosa por tener una idea general de lo que se va a cantar a continuación, y desea que le
traduzca usted del italiano.

Había algo tan íntimo en su gesto al tocarla, algo tan confiado en su manera de hablar, que todo
el gozo que sentía me abandonó. No podía estar ahí sentado, escuchando canción tras canción de
aquella música tan desgarradoramente bella, con sus románticas letras italianas, mientras que el
señor Elliot estaba detrás de nosotros, listo para tocar otra vez su hombro en cualquier momento
con el aire de un enamorado oficial, e inclinar la cabeza cerca de la de ella, y hablarle en voz baja,
mientras los pensamientos de ambos eran uno solo. No podía soportarlo. Supe que tenía que
marcharme antes de que empezara el segundo acto, antes de encontrarme atrapado en la más
profunda desdicha. Me disculpé apresuradamente, diciendo:

-Le deseo buenas noches. Me voy.

-¿No se quedará usted a escuchar la próxima canción? -preguntó ella sorprendida.

-No. No hay nada por lo que valga la pena quedarme- dije con amargura.

Y con esto, me apresuré a abandonar el salón.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Llegué de vuelta a casa de Sophia a tiempo para cenar con ella, pero no pude prestar atención a
nada de lo que decía. Le dije que me sentía exhausto, y me retiré a mi habitación, donde no pude
pensar en nada más que en Anne y el señor Elliot, el señor Elliot y Anne.

Miércoles 22 de febrero

Me desperté para encontrar la luz del sol invernal entrando a través de las cortinas, pero el brillo
del día, que normalmente me habría hecho sentir alegre, no podía devolverme la felicidad, pues el
recuerdo del concierto se encontraba grabado en mi mente con demasiada claridad.

Viernes 24 de febrero

Después del desayuno, salí a caminar y, para mi sorpresa, la primera persona con quien me
encontré en cuanto puse un pie fuera de la casa, fue Charles Musgrove. Ambos nos
sobresaltamos, y después sonreímos al reconocernos, a lo que pronto siguió un momento de
incomodidad por parte de Charles. Pude darme cuenta de que estaba pensando en Louisa, y
preguntándose si yo me había sentido herido al enterarme de su compromiso. Me apresuré a
tranquilizarlo.

-Estoy encantado de verle, Musgrove -lo saludé con calidez-. No nos habíamos visto desde Lyme.
¿Quién hubiera pensado que lo que sucedió allí tendría un resultado tan bien recibido? Me dió
muchísimo gusto saber del compromiso de su hermana. Una joven tan hermosa y valerosa como
ella merece toda la felicidad en la vida, y creo que Benwick es justo el hombre que puede dársela.
Es una persona excelente, con un carácter firme, y me alegro mucho por los dos.

-Es bueno que diga eso, Wentworth -dijo él, estrechando mi mano con firmeza, mientras una
expresión de alivio se extendía por su cara-. Pensé que... pero bueno, todo eso quedó en el
pasado, y sé que a mi hermana le dará gusto enterarse de que usted le envía sus buenos deseos.

-Y así es, con todo mi corazón -le aseguré.

Habiendo aclarado las cosas satisfactoriamente para los dos en este asunto, empezamos a
caminar juntos, y le pregunté qué estaba haciendo en Bath.

-Estoy aquí acompañando a mi familia. Mi madre está aquí, y también Mary, desde luego, y los
Harville están con nosotros. No sé si está usted al tanto, pero mi madre invitó a los Harville a
Uppercross cuando Louisa estuvo lo suficientemente recuperada para volver a casa. Mi madre
quería agradecerles todo lo que hicieron por Louisa. Me parece que puedo decir que disfrutaron
mucho su visita, y que sus hijos la pasaron muy bien jugando con mis hermanos y hermanas
menores. Fue Harville quien nos dio la idea de venir a Bath, pues él necesitaba venir por asuntos
de negocios, y decidí venir con él, pues el campo se pone muy aburrido en esta época del año.
Entonces Mary decidió que no podría soportar que la dejáramos detrás, y mi madre declaró que
tenía algunas amistades aquí a quienes le gustaría visitar, y Henrietta pensó que era una
excelente oportunidad para comprar su ajuar de boda. Así que aquí estamos los seis, listos para
pasarla bien a nuestros diferentes modos.

-Espléndida idea. Me alegra que Henrietta y Hayter hayan decidido no esperar más para casarse.

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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Demorar mucho las cosas es muy perjudicial, en mi opinión. Si dos personas se aman, deberían
formalizar su afecto lo antes posible.

Mientras hablaba, pensé en mí mismo y en Anne. ¡Si tan sólo nosotros hubiéramos podido
formalizar nuestro afecto en el año seis!

-Supongo que sí, aunque no creo que hubieran dado este paso si no fuera porque recibieron un
gran golpe de suerte -dijo Musgrove-. ¿Qué le parece, Wentworth? Hayter ha conseguido una
posición eclesiástica muy ventajosa.

-¿En serio? Me alegro mucho por él. ¿Dónde está situada?

-A sólo 25 millas de Uppercross, en Dorsetshire. No le pertenece de modo permanente, la ocupa


en lugar de un jovencito que por el momento es demasiado joven para asumir el puesto, pero
será suya por muchos años, y para cuando el muchacho tenga edad suficiente, seguramente
Hayter habrá encontrado otra posición.

-Parece muy conveniente.

-Sí, y me alegro por ellos.

Después, cambiando de tema a algo más inmediato, Musgrove continuó:

-Acabo de reservar un palco en el teatro para mañana por la noche. Espero que pueda unirse a
nosotros.

Yo declaré que lo haría encantado. Fue en este punto que Harville se nos unió, pues una de las
damas le había hecho un encargo, y los tres juntos seguimos nuestro camino.

-¿Vendrá usted a presentar sus respetos a mi madre? -preguntó Musgrove, cuando nos
acercábamos al Ciervo Blanco, la posada donde se estaban hospedando.

-Con el mayor placer.

Cuando entramos a la posada, Musgrove se adelantó, y yo me quedé un poco atrás con Harville.
Parecía que había pasado mucho tiempo desde que estuvimos juntos en la Marina. La vida en el
mar tenía sus problemas, pero me descubrí pensando que era muchísimo más franca y abierta
que la vida en tierra.

-Cuéntame sobre Louisa Musgrove -le dije-. ¿Se ha recuperado por completo?

-Se encuentra bien, pero no tan vivaz como lo era antes, o al menos así tengo entendido -dijo él-.
Por supuesto, yo no la conocía de antes del accidente, pero su familia con frecuencia ha
mencionado que siempre se la pasaba cantando, o bailando, o corriendo por ahí.

-Sí, así era -dije yo.

-Si su languidez es pasajera, no lo sé. Quizás, cuando continúe mejorando, sus energías
regresarán.

-Fue bueno de tu parte y la de Harriet haberla cuidado.

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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Lo hicimos con mucho gusto. Cualquier amistad tuya, Wentworth... aunque en un tiempo pensé
que tenías la intención de casarte con ella. Parece que estaba equivocado.

-Yo era amigo de la familia, pero nada más -dije-. Me alegra que ella y Benwick sean felices.

Él guardó silencio.

-¿No te da gusto el compromiso? -le pregunté.

Harville vaciló.

-Sí, por supuesto. James es un buen hombre, y ella me parece una joven encantadora. Es sólo
que... sé que es egoísta de mi parte, pero no me gusta la idea de que olvide a Fanny. Estuvieron
comprometidos por años enteros, Wentworth, y sólo hace siete meses que ella murió.

-Era una chica maravillosa, superior en todos los sentidos -dije con suavidad.

-Sí, así era. No puedo ser imparcial, claro está, porque Fanny era mi hermana, pero de verdad
pienso que era especial. Y James también lo pensaba. Pero ahora... extraño a Fanny -dijo con un
suspiro.

Yo le hablé de su belleza y de su buen carácter, recordando los tiempos en que los tres estuvimos
juntos, hasta que Harville recuperó la alegría.

-Tienes razón, desde luego. James tiene derecho a ser feliz, y me alegra que haya encontrado la
felicidad. Sólo que parece demasiado pronto... pero mejor demasiado pronto que demasiado
tarde. Me alegro por él. Sí, en verdad me alegro.

Entonces subimos a las habitaciones de los Musgrove, y tan pronto como entré, vi allí a Anne.

Me tomó por sorpresa, pero aún así, debía haberlo esperado, pues la llegada de los Musgrove
inevitablemente nos reuniría en algún momento. Ella estaba emparentada con ellos, y era amiga
de la familia, igual que yo. No obstante, no podía confiar en mí mismo para más que saludarla con
cortesía. Me pareció que ella deseaba que me acercara a a ella, y yo me pregunté fugazmente si
podría estar equivocado en pensar que había algo entre ella y el señor Elliot, después de todo.

Sin embargo, mis esperanzas se vieron frustradas antes de que pudieran echar raíz, pues Mary,
de pie junto a la ventana, nos señaló a un caballero que estaba de pie allá abajo.

-Anne, allí está la señora Clay, estoy segura, de pie bajo la rotonda, y hay un caballero con ella.
Los vi doblar la esquina de la calle Bath hace sólo un momento. Parecen estar sumidos en su
conversación. ¿Quién es él? Ven y dime. ¡Santo cielo! Ahora recuerdo. Es el señor Elliot en
persona.

-No, no puede ser el señor Elliot, te lo aseguro. Iba a marcharse de Bath esta mañana a las
nueve, y no regresará hasta mañana -dijo Anne.

Así que ella estaba al tanto de las idas y venidas del caballero en cuestión, pensé yo, alejando mis
ojos de ella.

-Estoy segura que es él -dijo Mary, y añadió con aire ofendido:- Seguramente que no esperarás

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que no reconozca a mi propio primo. Tiene los rasgos de la familia, y es la misma persona que
vimos en Lyme. Sólo asómate a la ventana, Anne, y fíjate.

Anne pareció avergonzada, y no me sorprendió, pues todas las miradas se dirigieron a ella, pero
como no dijo nada, todos quedaron en silencio.

Hubo una pausa incómoda.

-Ven, Anne – insistió Mary-, ven y mira por ti misma. Será demasiado tarde si no vienes pronto.
Ya se van a separar, ya se están dando la mano. Él ya se va. ¡Si no conoceré yo al señor Elliot!
Parece que a ti se te olvidó todo lo de Lyme.

Al fin, Anne se asomó a la ventana. ¿Qué significaba su vacilación? ¿Que no quería verlo? Deseé
poder leer sus pensamientos.

-Sí, desde luego que es el señor Elliot -dijo Anne calmadamente-. Supongo que cambió su hora de
partir, eso es todo, o quizás yo me equivoqué.

Eso me pareció esperanzador. Si ella se había equivocado, entonces no le había estado prestando
atención cuando él le dijo cuáles eran sus planes.

Qué tortura era analizar cada una de sus frases, para ver si demostraban que existía un romance
entre ambos, o no.

-Bien, madre -dijo Musgrove, cuando la señora Clay y el señor Elliot se hubieron perdido de vista-,
he hecho por ti algo que te va a gustar. Fui al teatro y reservé un palco para mañana por la noche.
Sé que es algo que te encanta, y hay espacio para todos nosotros, pues caben nueve personas.
Invité al capitán Wentworth, y estoy seguro que Anne no se arrepentirá de acompañarnos. A
todos nos gusta ir al teatro.

-¡Ir al teatro! Justo lo que me hacía falta -dijo la señora Musgrove-. Si a Henrietta le agrada la
idea...

-¡Santo cielo, Charles! ¿Cómo puedes pensarlo siquiera? -intervino Mary-.¿Has olvidado que
tenemos el compromiso de ir a Camden Place mañana por la noche? ¿Y que nos invitaron
expresamente para conocer a Lady Dalrymple y a su hija, y al señor Elliot, todos nuestros
principales vínculos familiares... que nos invitaron expresamente para que les seamos
presentados? ¿Cómo puedes ser tan olvidadizo?

Mientras ella y Charles discutían sobre el tema, él declarando que no había prometido nada, y ella
asegurando que sí, yo observaba a Anne, para ver si podía distinguir en su expresión si estaba
ansiosa por ver otra vez al señor Elliot.

Las palabras finales de Charles, “¿Qué me importa a mí el señor Elliot?”, hicieron que mi mirada
se desviara de él de nuevo hacia Anne, preguntándome con toda mi alma: ¿Qué le importaba el
señor Elliot a Anne? No pude leer su expresión, ni ésta pareció cambiar cuando la señora
Musgrove dijo que más valía que Charles regresara a cambiar la reservación del palco para el
martes.

-Sería una lástima que nos separarámos, y además perderíamos la compañía de Anne, si va a
haber una fiesta en casa de su padre -dijo-. Estoy segura de que ni Henrietta ni yo disfrutaríamos

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

de la representación si Anne no fuera con nosotras.

Yo esperé la respuesta de Anne conteniendo el aliento.

-Si sólo dependiera de mi inclinación personal, señora, la fiesta que habrá en casa (excepto en lo
que concierne a Mary) no supondría para mí el menor inconveniente. No disfruto de esta clase de
reuniones, y me alegraría mucho poder cambiarla por ir al teatro y estar en su compañía -dijo
ella.

Pero Mary se mostró inflexible en que no podían perderse la fiesta, y pronto todos estuvieron de
acuerdo en ir al teatro el martes.

Me levanté de mi asiento, abrumado por lo que acababa de oír. ¡Ella no disfrutaba de esa clase de
reuniones! ¡No disfrutaba de la compañía del señor Elliot! ¡Prefería ir al teatro!

Me acerqué a donde ella estaba de pie, fingiendo que me acercaba a la chimenea para disimular, y
traté de pensar en algo que decir.

-¿Entonces no ha estado usted el suficiente tiempo en Bath para disfrutar de las fiestas que hay
aquí? -le pregunté.

-Oh, no. El carácter usual de estas reuniones no me atrae. No me gusta jugar a las cartas -
respondió ella.

Aquí estaba mi oportunidad, sin importar cuán pequeña, y la aproveché.

-Sé que anteriormente no le gustaban a usted las cartas, pero el tiempo cambia muchas cosas -
añadí significativamente.

-Yo no he cambiado tanto -dijo ella, y sus palabras también parecían significativas.

No había cambiado tanto. Y aún así...

-¡Es mucho tiempo, en verdad! ¡Ocho años y medio son mucho tiempo! -dije, sin saber si había
hablado en voz alta.

Habría dicho aún más, pero Henrietta instó a Anne a acompañarla a fin de cumplir con todos sus
encargos.

-Estoy lista para ir contigo -dijo Anne, pero no lo parecía. Parecía querer quedarse.

Y entonces sucedió algo que la demoró. Se oyeron sonidos que se acercaban, venían otros
visitantes, y la puerta se abrió. Sir Walter y la señorita Elliot habían llegado.

Al instante sentí que se me oprimía el corazón, y pude darme cuenta de que Anne sentía lo
mismo. El bienestar, la libertad, la alegría del salón se esfumaron, disolviéndose en fría
compostura, estudiado silencio, conversación insípida, para estar a la altura de la elegancia de su
padre y hermana.

Me sorprendió que me saludaran, y que hubiera sido con un poco más de cortesía que antes. Me
pregunté que podía haberme elevado en su estimación. Quizás Lady Dalrymple había hablado bien

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El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

de mí, pues estaba seguro de que ninguna otra cosa habría satisfecho el orgullo de Sir Walter y la
señorita Elliot.

-Capitán Wentworth -dijo la señorita Elliot, sonriente.

Yo le hice una fría reverencia: no se me había olvidado la forma en que trataba a Anne.

Resultó que ella y su padre habían venido para distribuir invitaciones a su fiesta.

-Mañana por la noche, para conocer a unos cuantos amigos: no es una fiesta formal -dijo la
señorita Elliot.

Dejó las tarjetas sobre la mesa (decían: ”En casa de la señorita Elliot”) con una sonrisa cortés, y
me incluyó en su cortesía. De hecho se aseguró de entregarme una invitación. Yo la recibí
educadamente, pero no sentí otra cosa que desdén. No me habían valorado ocho años atrás, ni
me valorarían ahora, si otros no les hubieran señalado el camino, y sabía que la amistad que me
mostraban se perdería en el momento en que Lady Dalrymple, o cualquier otra persona por el
estilo, hablara contra mí. Sin embargo, era una invitación, y me daría la oportunidad de ver a
Anne, pensé, al darle vueltas a la tarjeta que tenía en la mano.

-¡Imagínense! ¡Elizabeth incluyó a todos! -susurró Mary de forma bastante audible-. No me


sorprende que el capitán Wentworth esté encantado. Ya ven que no puede soltar la tarjeta.

Yo me sentí enrojecer de desprecio y, al cruzarse mi mirada con la de Anne, supe que sus
sentimientos reflejaban los míos. Eso me decidió. Iría a esa fiesta. No era seguro aún que Anne
amara al señor Elliot, y no la consideraría perdida para mí hasta que se anunciara el compromiso
oficialmente.

Hice una reverencia y, con la sensación de que aún había esperanza, dejé a las damas para que
pudieran hacer sus compras.

Sábado 25 de febrero

Esta mañana llovía fuertemente cuando desperté, pero se necesitaba algo más que lluvia para
mantenerme alejado del Ciervo Blanco. Mi hermana y Benjamin me acompañaron, y llegamos
inmediatamente después del desayuno. Para mi decepción, Anne no se encontraba allí. Sophia y la
señora Musgrove pronto empezaron a charlar, y yo me puse a conversar con Harville. Mary y
Henrietta se la pasaron asomándose a la ventana y lanzando exclamaciones sobre la lluvia. Tan
pronto como el cielo se despejó, Henrietta dijo:

-¡Al fin! Vamos, Mary, pongámonos en marcha.

-¿No quieres esperar a Anne? -preguntó Mary.

-No quiero esperar a nadie, estoy ansiosa de encargarme de mis cosas. Ayer vi un encaje que
debo conseguir, y un sombrero nuevo que tengo que tener. Pero mamá, debes asegurarte de que
Anne no se vaya. Una vez que haya llegado, debes mantenerla aquí hasta que regresemos. No
quisiera perderme su visita por nada del mundo.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Me sentí satisfecho al ver cuánto apreciaba Henrietta a Anne. Era evidente que no había olvidado
la ayuda que Anne le había prestado en Lyme.

Las dos jóvenes damas se marcharon, y al poco rato llegó Anne. Inmediatamente me di cuenta de
su presencia, pero no podía despegarme de Harville, ya que él me había pedido que le ayudara a
escribir una carta por él. Para acabar con ello lo antes posible, le sugerí hacerlo de inmediato.

Había papel y pluma colocados sobre una mesita a un costado del salón, así que me encaminé
hacia ella y empecé a escribir. Me consolé con el hecho de que no me estaba perdiendo ninguna
conversación de gran importancia, pues la señora Musgrove le contaba a Sophia sobre el
compromiso de Henrietta, y lo describía con tal lujo de detalles que estoy seguro de que requirió
de toda la paciencia de Sophia aparentar estar interesada en el tema.

-Así que pensamos que era mejor que se casaran de inmediato, y fueran felices, como han hecho
tantos antes de ellos. En todo caso, dije yo, es mejor que un compromiso largo -concluyó la
señora Musgrove.

-Eso es precisamente lo que iba a comentar -dijo mi hermana-. Prefiero que los jóvenes se
establezcan de inmediato aún con un ingreso pequeño, y pasen por unas cuantas dificultades
juntos, más bien que pasar por un compromiso largo. Siempre he pensado que...

Ya no la seguí escuchando pues tenía que prestar atención a mi carta, pero cuando terminé de
escribirla, Sophia seguía echando pestes contra los compromisos largos.

Rocié la carta con arena para secar la tinta, y mientras lo hacía, Harville abandonó su asiento, se
acercó a la ventana, y con una sonrisa invitó a Anne a que se le uniera. Estaban tan cerca de mí
que no pude evitar alcanzar a oír lo que decían.

-Mire esto -comenzó Harville, desenvolviendo un paquete que traía en la mano, y mostrándole
una pequeña miniatura-. ¿Sabe usted de quién es este retrato?

Anne lo tomó, lo estudió, y declaró que era del capitán Benwick. Harville asintió, y dijo que era
para Louisa.

-Pero -continuó con tristeza-, no fue hecho para ella. Fue hecho en el Cabo, cumpliendo con una
promesa hecha a mi pobre hermana, y Benwick lo traía a casa para Fanny. Y ahora tengo que
encargarme que otra lo reciba. ¡Vaya encargo! Pero, ¿quién más podría hacerlo? En eso le doy la
razón. Pero confieso que no me arrepiento de haber encontrado a alguien más a quien confiárselo.
Lo está haciendo en este momento-dijo mirándome y refiriéndose a la carta de la que me ocupaba
en ese momento-. Está escribiendo sobre eso ahora -y añadió en voz baja-: ¡Pobre Fanny! Ella no
lo habría olvidado tan pronto.

-No -respondió Anne, con voz suave y llena de sentimiento-, bien puedo creerlo.

Su presta comprensión se ganó la gratitud de Harville. Y yo también me sentí agradecido con ella,
por dar solaz al abatido ánimo de mi amigo.

-No estaba en su naturaleza -continuó Harville, animado a continuar por la forma en que Anne lo
escuchaba-. Ella lo adoraba.

-No estaría en la naturaleza de ninguna mujer que amara de verdad -dijo Anne.

Traducido por Angélica Trejo


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Me sobresalté, y me alegré de que en ese momento nadie estaba lo suficientemente cerca para
darse cuenta. ¿Podía creer lo que estaba escuchando? ¿De verdad podía Anne estar diciendo que
una mujer que amara de verdad nunca olvidaría tan pronto al hombre al que amaba? ¿Y podía
querer decir algo especial al decir estas palabras? Me pareció que lanzaba una mirada rápida en
mi dirección. ¿Quería decir que no me había olvidado? Sentí que mis esperanzas se agitaban... y
que después se hundían. Los dos casos no eran similares. Hacía menos de un año que Fanny
Harville había muerto, pero Anne y yo habíamos estado separados por más de ocho años. Era en
verdad una gran diferencia.

Aún así, me esforcé por oír lo que ella diría a continuación, pues me sentía seguro de que sus
palabras tenían un trasfondo que iba más alla de lo que Harville podía saber, y cada uno de mis
nervios estaba alerta. Le lancé una mirada rápida yo también, por el espejo que colgaba por
encima de la mesa, para poder captar la expresión de su rostro. Junto a ella, vi que Harville
sonreía y sacudía la cabeza.

Anne habló con voz más decidida.

-Nosotras no nos olvidamos de ustedes tan pronto como ustedes se olvidan de nosotras -le dijo-.
Es, quizás, nuestro destino más bien que un mérito de parte nuestra. No podemos evitarlo.
Vivimos en casa, tranquilas, encerradas, y nuestros sentimientos nos dominan. Ustedes se ven
obligados a la acción. Siempre tienen una profesión, actividades, negocios de una u otra clase,
que los llevan de vuelta al mundo de inmediato, y la ocupación continua y el cambio pronto
mitigan las impresiones.

¿Era eso lo que pensaba ella?, me pregunté. ¿Creía que las ocupaciones y las actividades habían
mitigado mis impresiones? ¿Que la había olvidado, embebido en otros intereses?

Era una idea nueva para mí, y me sentí muy perturbado.

-Admitiendo lo que asegura usted, que el mundo hace todo esto tan pronto para los hombres
(cosa que yo no admito) -dijo Harville, y sus palabras me dieron nuevos ánimos, pues hablaba en
favor de todos los hombres-, eso no puede aplicarse a Benwick. Él no se ha visto obligado a
ninguna clase de aación. La paz lo devolvió a tierra enseguida, y desde entonces ha estado
viviendo con nosotros, en nuestro pequeño círculo familiar.

-Es cierto -dijo Anne-, muy cierto, no lo recordaba, pero ¿qué diremos ahora, capitán Harville? Si
el cambio no proviene de circunstancias externas, debe provenir de adentro. Debe ser la
naturaleza, la naturaleza masculina, la que ha operado en el capitán Benwick.

Yo anhelaba hablar, pero no podía, pues sentía temor de lo que pudiera decir, que dejaría escapar
de golpe mis sentimientos ante todos, dejándolos a todos asombrados con el fervor de mi pasión.

-No, no, no es la naturaleza masculina -dijo Harville-. No admito que esté en la naturaleza del
hombre más que en la de la mujer ser inconstante y olvidar a aquellos a quienes ama, o ha
amado en el pasado. Más bien al contrario. Creo que existe una verdadera analogía entre nuestros
cuerpos y nuestras mentes, y que así como nuestros cuerpos son más fuertes, así también
nuestros sentimientos, capaces de soportar el trato más rudo y de capear el más fuerte temporal.

-Sus sentimientos pueden ser más fuertes -respondió Anne-, pero la misma analogía me permite
asegurar que nuestros sentimientos son más tiernos. Ustedes están siempre trabajando y
afanándose, expuestos a todos los riesgos y penalidades. Su hogar, su país, sus amigos, todo

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

deben abandonarlo. Ni tiempo, ni salud, ni vida pueden llamar suyos. Sería demasiado duro, en
verdad, si a todo esto debieran añadir los sentimientos de una mujer.

Mientras hablaba, su voz vaciló, abrumada por las emociones, y yo dejé caer mi pluma al suelo,
tan agitado estaba yo, y casi a reventar con todo lo que quería decir.

-¿Has terminado la carta? -me preguntó Harville, pues el ruido había atraído su atención.

Estaba a punto de decir que sí, cuando se me ocurrió una idea.

-Todavía no, me faltan unas cuantas líneas. Terminaré en cinco minutos -dije, y sacando otra hoja
de papel, recogí la pluma, la mojé en el tintero y empecé a escribir. Mi pluma rasguñaba el papel
en mi prisa, y mis sentimientos se me desbordaban del alma.

Ya no puedo escuchar más en silencio. Debo hablarle por cualquier medio a mi alcance. Me
desgarra usted el alma. Estoy entre la agonía y la esperanza. No me diga que es demasiado tarde,
que tan preciosos sentimientos se han perdido para siempre.

Y mientras escribía, oí más y más palabras que casi me dominaban.

-No creo jamás haber abierto un libro en mi vida que no tuviera algo que decir sobre la
inconstancia de la mujer. Canciones y proverbios, todo habla acerca de la veleidad femenina. Pero
quizás me dirá usted que todos han sido escritos por hombres -decía Harville.

-Quizás lo diga -dijo Anne-. Los hombres siempre han tenido la ventaja sobre nosotras en contar
su propia historia. No permitiré que los libros me prueben nada.

Los hombres siempre han tenido la ventaja en contar su propia historia, pensé. Y yo estaba
decidido a contarle la mía a Anne.

Me ofrezco a usted nuevamente con un corazón que es aún más suyo que cuando casi lo destrozó
usted hace ocho años y medio. No se atreva a decir que el hombre olvida más rápidamente que la
mujer, que su amor muere antes. No he amado a nadie más que a usted.

-Pero entonces, ¿cómo lo probaremos?

-No podremos hacerlo -admitió Anne-. Ambos comenzaremos, probablemente, con una ligera
predisposición hacia nuestro propio sexo, y sobre esa predisposición construiríamos todas las
cricunstancias en su favor que han ocurrido dentro de nuestro propio círculo, muchas de las cuales
(quizás aquellas que más nos han llamado la atención) es posible que sean aquéllas precisamente
que no pueden contarse sin traicionar una confidencia o, de algún modo, decir lo que no debe
decirse.

Con cada una de sus palabras, me convencía más y más que no me había olvidado, que todavía
me amaba, pues ¿qué otra cosa podría querer decir al hablar sobre traicionar una confidencia?

Puedo haber sido injusto, he sido débil y rencoroso, pero nunca inconstante. Sólo por usted he
venido a Bath. Sólo por usted pienso y proyecto. ¿No se ha dado cuenta? ¿No ha comprendido mis
deseos?

-¡Ah! Si sólo pudiera hacerle comprender lo que sufre un hombre cuando mira por última vez a su

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

esposa e hijos, y ve alejarse al barco que se los ha llevado, hasta que se pierde de vista, y se da
vuelta y dice: “¡Dios sabe si nos volveremos a ver algún día!” -dijo Harville.

-Oh, espero hacerle justicia a todo lo que usted siente, y lo que sienten aquellos que se parecen a
usted. No permita Dios que menosprecie el calor y los fieles sentimientos de ninguno de mis
semejantes. Merecería yo el mayor de los desprecios si me atreviera a suponer que el verdadero
afecto y la constancia sólo los conocen las mujeres -dijo Anne.

¡Entonces ella sabía que también los hombres podíamos ser constantes! Y sabiéndolo, debía saber
que yo también podía serlo.

Mi pluma le respondía, como mi voz no podía hacerlo en ese momento.

No hubiera esperado siquiera estos diez días, de haber podido leer sus sentimientos, como creo
que debe usted haber leído los míos. Apenas puedo escribir. A cada instante oigo algo que me
domina. Baja usted la voz, pero puedo distinguir los tonos de esa voz cuando se pierde entre
otras. ¡Buenísima, excelente criatura! De verdad nos hace usted justicia. De verdad cree que
existe verdadero afecto y constancia entre los hombres. Crea usted también que estas dos cosas
existen de la forma más ferviente y firme en F.W.

Estaba a punto de dejar la pluma cuando me di cuenta de que Anne seguía hablando.

-Creo que son ustedes capaces de todo lo que es grande y bueno en sus matrimonios -dijo ella-.
Los creo capaces de sobrellevar cualquier esfuerzo, cualquier dificultad doméstica, siempre que...
si se me permite decirlo... siempre que tengan ustedes un objeto. Quiero decir, mientras la mujer
a quien aman viva, y viva para ustedes. El único privilegio que pido para mi propio sexo (y no es
algo muy envidiable, así que no necesita usted codiciarlo), es el de amar por más tiempo, cuando
la existencia o la esperanza han desaparecido.

¿Era eso lo que pensaba? ¿Qué su amor había durado más que el mío, cuando ya no había
esperanza? ¡No, yo la amaría por siempre, con o sin esperanza!

-Tiene usted un gran corazón -dijo Harville afectuosamente.

Un gran corazón, desde luego que sí.

Sophia se estaba despidiendo, diciendo que todos nos veríamos en la fiesta de los Elliot, y me
apresuré a añadir una posdata.

Debo irme, sin saber cuál será mi destino, pero regresaré aquí, o me reuniré con su grupo tan
pronto como sea posible. Una palabra, una mirada me bastarán para decidir si debo ir a casa de
su padre esta noche o nunca.

Doblé la carta, le contesté algo a Sophia, aunque no tenía idea de qué me había preguntado, y le
dije a Harville que estaría con él en medio minuto. Sellé la carta, la deslicé bajo los papeles
desparramados, pues no me dio tiempo de hacer más, y salí apresuradamente de la habitación.
Ella la encontraría allí, estaba seguro.

Pero un minuto más tarde ya no estaba tan seguro, y decidí que debía encontrar una manera de
entregársela en propia mano. Regresé, diciendo que había olvidado mis guantes, y para alivio mío
encontré a Anne de pie junto a la mesa. Así que, como yo había esperado, sentía curiosidad

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

respecto a qué había estado escribiendo por tanto tiempo. Dando la espalda a la señora
Musgrove, saqué la carta y se la di a Anne, y salí de la habitación un instante después.

¿Qué pensaría cuando la leyera?, me pregunté. La había escrito tan apresuradamente que apenas
sabía si le resultaría comprensible. Estaba seguro que había emborronado la tinta al menos en un
lugar. ¿Podría ella descifrar las palabras?

Salí a la calle, caminé unos pasos, me di la vuelta, caminé un poco más, hasta que al fin me
encontré en la calle Union, y allí enfrente de mí estaba Anne. Entonces se iba a casa, así que
podría tener la oportunidad de hablarle. Pero iba acompañada por Musgrove. Deseé que éste
estuviera a cien millas de distancia. Me uní a ellos, esperando poder leer los pensamientos de
Anne por una mirada o una palabra, y sin embargo ella no me miraba. ¿Qué significaba eso? ¿Se
sentía avergonzada? Sí. ¿Pero se debía eso a se sentía complacida con mi carta, o alarmada? No
lo sabía.

Me sentí indeciso. No sabía si quedarme allí o seguir de largo. Volví a mirarla, y esta vez Anne me
devolvió la mirada. Y no era una mirada de rechazo. Sus ojos brillaban, sus mejillas
resplandecían. La había visto así antes, cuando caminábamos junto al río los primeros días de
nuestro cortejo, y eso me dio valor para llegar a su lado.

Y entonces Musgrove habló:

-Capitán Wentworth, ¿en que dirección va usted?

-No sabría decirlo -dije yo, sorprendido.

-¿Va usted hasta Belmont? ¿Pasará cerca de Camden Place? Porque si es así, no sentiré reparos
en pedirle que tome mi lugar, y escolte usted a Anne de vuelta a casa de su padre. No se siente
muy bien esta mañana, y no debe ir tan lejos sin compañía, y yo tengo que encontrarme con
alguien en la plaza de mercado. Me prometieron mostrarme una excelente escopeta que están a
punto de enviar a alguien más. Dijeron que no la empaquetarían hasta el último momento, para
que yo pueda verla, y si no voy ahora, ya no tendré oportunidad.

-Suena como una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. Acompañaré a Anne con
mucho gusto. Me causaría un enorme placer poder serle útil- dije, con la esperanza de no sonar
demasiado eufórico, pues mi ánimo se había disparado hasta el cielo ante la idea de encontrarme
a solas con Anne.

Musgrove nos dejó solos, y dirigimos nuestros pasos hacia el sendero de grava, donde podíamos
hablar todo cuanto nuestros corazones desearan. Tan pronto como llegamos, las palabras se me
salieron a tropezones, pues ya no podía contenerlas por más tiempo.

-No puedo estar tranquilo... no puedo estar quieto... Anne, dime, ¿hay esperaza para mí? -dje,
apenas atreviéndome a respirar.

-Sí, hay esperanza, más que esperanza -respondió ella, en un acento idéntico al mío-. He estado
tan equivocada...

Yo quería gritar de alegría, pero sólo dije:

-No, no estabas equivocada, nunca lo estuviste.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Si sólo pudieras saber cuáles fueron mis sentimientos desde el día que te fuiste de Somerset
hace ocho años.

-¿Lamentaste perderme inmediatamente?- pregunté.

-Sí, aunque en ese momento aún pensaba que estaba en lo correcto al haberte rechazado.

-¿Cómo pudiste hacerlo, cuando estabas tan enamorada de mí? El tiempo que pasé contigo ese
verano fue el más feliz de toda mi vida. ¿También lo recuerdas?

-Cada día. Recuerdo la manera en que mi corazón se aceleraba cada vez que te veía. Te veías
mucho más vivo que cualquier otra persona que conocía. Tu espíritu me cautivó, así como tus
relatos de costas lejanas, tu brío en disfrutar de la vida y tu amor por mí -añadió sonrojándose-.
Nadie me había mirado nunca como tú lo hacías, y si alguien lo hubiera hecho, yo no habría
deseado que lo hiciera. Pero contigo, todo era diferente. Contigo, el mundo era un lugar brillante y
maravilloso.

-Ya una vez te pregunté si querías casarte conmigo. Te vuelvo a preguntar, ¿quieres casarte
conmigo, Anne?

-Sí -dijo ella.

Una ligera sombra me cruzó por el rostro.

-No necesitas temer que otra vez cambie de opinión -me tranquilizó-. En ese tiempo yo era una
jovencita, fácilmente persuadida por amigos que conocían más del mundo que yo, que me dijeron
que nuestro amor nos llevaría a la infelicidad, que yo te estorbaría, que no estarías libre de seguir
tras tus objetivos, que tus ambiciones se verían frustradas a causa de mí, que llegaría un tiempo
en que te arrepentirías de tu decisión, y que yo, agobiada por la ansiedad, llegaría a arrepentirme
de la mía. Ahora soy una mujer que sabe lo que quiere y lo que hay en su corazón, y que sabe lo
que hay en el tuyo. No tengo ningún temor, ninguna aprensión, y nada que nadie pueda decirme
me persuadirá a renunciar a mi futura felicidad.

Yo apreté su mano en la mía, inconsciente de la presencia de los transeúntes mientras


ascendíamos por la gradual subida.

-Cuando regresaste a Bath, ¿fue para verme? -me preguntó.

-Así fue. Vine sólo por ti.

-Yo deseaba que así fuera, pero al mismo tiempo pensé que era demasiado esperar. Tu afecto por
Louisa...

-No digas más. Mi conciencia me lo reprocha vivamente. Nunca debí haber procurado ganar su
afecto, pero me sentía furioso contigo, y lleno de orgullo herido. Después de que me rechazaste,
me dije a mí mismo que te olvidaría. Dirigí mi atención hacia mi carrera y dediqué mis energías a
defender a mi país. Estuve al mando de excelentes barcos y labré mi fortuna, pero todo el tiempo
tú estabas ahí, como una herida en el corazón que no quería desaparecer. Cuando te volví a ver,
aún estaba furioso. Fui injusto hacia tus méritos porque de ellos se derivaba mi sufrimiento. Fue
sólo en Uppercross cuando empecé a hacerles justicia, pues brillabas allí igual que habías brillado
antes. Y en Lyme, aprendí una dolorosa lección: que hay gran diferencia entre la firmeza de los

Traducido por Angélica Trejo


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principios y la obstinación de la voluntariosidad, y que tú tenías una cosa y Louisa tenía la otra.

-Nunca olvidaré el momento en que cayó -dijo Anne.

-Yo tampoco. Me embargó la agonía de la desesperación, pues sentía que yo era el culpable, pues
yo le había dicho cuánto valoraba un carácter decidido.

-No podías saber cómo acabaría aquello.

-No, pero de todos modos me sentí abrumado. Y sin embargo, mientras Henrietta se desmayaba y
Mary se ponía histérica, tú, Anne, nunca perdiste la cabeza, y te encargaste de los asuntos
prácticos que había que atender.

-Yo fui la que menos quedó afectada -dijo ella-. Era más fácil para mí que para el resto.

-Sólo tú podías decir eso -repliqué con una sonrisa-. Pero tú te encargaste de todo. Y cuando
eventualmente llegamos a casa de Harville, y metieron a Louisa en cama, entonces me golpeó la
plena fuerza de mis pensamientos, pues no tenía otra cosa que hacer en los siguientes días
excepto pensar. Empecé a lamentar mi orgullo, mi insensatez, la locura del resentimiento que me
había retenido de intentar volver a ganarme tu amor de inmediato, tan pronto como descubrí que
Benjamin había rentado Kellynch Hall.

-Lo que yo sentí cuando me enteré...

-¿Sí? -dije yo, ansioso por saberlo.

Ella sacudió la cabeza.

-Casi fue demasiado para mí. Escuché cada detalle, después abandoné la habitación, para buscar
el consuelo de respirar aire fresco, pues me ardían las mejillas. Salí a caminar a mi parte favorita
del jardín, pensando que en unos cuantos meses, tú podrías ir de visita a Kellynch.

-¿Y deseabas que viniera?

-Más que ninguna otra cosa. Cuando te fuiste de Somersetshire, después de que te dije que a fin
de cuentas no podía casarme contigo, no pude olvidarte. Mi apego hacia ti, mis remordimientos,
nublaban cualquier disfrute. Mi ánimo sufría, y todo me parecía apagado y muerto. No culpé a
Lady Russell por su consejo, ni me culpé a mí misma por haberme dejado guiar por ella, pero
sentí que, si alguna jovencita en circunstancias similares me pidiera consejo, nunca recibiría de mí
ningún consejo que llevara a una desdicha inmediata tan segura, por causa de un bien futuro tan
incierto.

-Así que deseabas poder dar marcha atrás a tu decisión -dije yo-. Y tan pronto -sentí que mi
corazón se conmovía al pensarlo-. Nunca lo supe. Estaba furioso y no podía ver más allá de tu
traición. Yo era un joven impetuoso, aunque creía ser tan experimentado. Entonces, ¿creías que,
aún con las desventajas de la desaprobación de tu familia, y las incertidumbres de un compromiso
largo, aún así habrías sido más feliz conmigo que sin mí?

-Sí.

-¿Y esperabas que mi declaración se renovara cuando llegué a Kellynch?

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Apenas me atrevía a esperar nada de esa clase, pero anhelaba verte, descubrir cómo te veías, y
si te acordabas de mí. Me dije que no podía ser, y fueron necesarios muchas caminatas, y muchos
suspiros para disipar mi agitación ante tal idea. Me dije que era una locura, que nos
encontraríamos como extraños, que nunca podríamos volver a ser lo que habíamos sido antes,
pero aún así no podía estar tranquila. Pensaba en ti constantemente.

¡Cada vez se ponía mejor!

-Me sentí aliviada de que tan poca gente conociera del pasado... sólo tú, y yo, Lady Russell, mi
padre y mi hermana... pues no podría haber soportado las miradas de otros. Supuse que le
habrías dicho a tu hermano, pero hacía mucho que él se había ido de la comarca, y estaba segura
de poder confiar en su discreción, así que al menos se me evitó el problema de que el tema fuera
del conocimiento público.

-Así que pensabas en mí, incluso desde el primer día -dije, complacido, y sin embargo enojado
conmigo mismo al mismo tiempo-. Si tan sólo hubiera hablado... Si tan sólo hubiera hecho a un
lado mi orgullo y mi furia, nos pudimos haber ahorrado todo lo que sucedió después.

-¿Cuándo lo pudiste hacer a un lado? -me preguntó.

-Aquel día en Lyme. Me vi a mí mismo bajo una luz diferente, porque vi que habías tenido razón
en ser precavida, y en escuchar el consejo de aquellos de mayor edad y más sabios que tú. No
digo que su consejo fuera bueno, sólo que tuviste razón en escucharlo. Estaba a punto de
decírtelo, de ir a ti tan pronto como Louisa estuviera fuera de peligro, y hablarte de mis
sentimientos, pero enseguida Harville me dejó claro que pensaba que Louisa y yo estábamos
comprometidos. Fue un momento amargo -dije sacudiendo la cabeza-, pues si quienes nos
rodeaban pensaban que estábamos comprometidos, y si Louisa misma así lo pensaba, entonces
no podía abandonarla honorablemente. Habría tenido que casarme con ella. Nunca me arrepentí
tanto de mi tonta cercanía hacia ella. Había estado gravemente equivocado y debía pagar las
consecuencias. Decidí irme de Lyme, pues pensé que podía sin deshonra intentar debilitar su
cariño, si podía hacerse de forma limpia y honesta.

-No supe nada de esto. Yo pensé que amabas a Louisa, que su juventud y alegría te cautivaron.
Sabía que junto a ella, mi belleza se había marchitado y mi ánimo estaba decaído. No regresaste
a Kellynch, y asumí que se debía a que estabas preocupado por Louisa.

-Y así era, pero únicamente lo que sentiría por cualquier muchacha que hubiera tenido tal
accidente. Me quedé un tiempo con Edward. Él me preguntó por ti de manera muy particular, y
hablar de ti me dio cierto alivio. Creo que adivinó mis sentimientos, pues incluso me preguntó si
habías cambiado mucho, sin sospechar que para mí tú nunca podrías cambiar.

Ella sonrió.

-Y entonces, me vi liberado de mi tormento por la noticia del compromiso entre Louisa y Benwick.
Antes de cinco minutos me dije: “Estaré en Bath el miércoles,” y así lo hice. ¿Fue imperdonable
pensar que valdría la pena venir? ¿Y llegar con cierto grado de esperanza? Tú seguías soltera. Era
posible que conservaras los sentimientos del pasado, igual que yo, y existía una circunstancia que
me daba ánimos. Nunca podría dudar que otros te amaran y aspiraran a ti, pero sabía con certeza
que habías rechazado al menos a un hombre de mejores aspiraciones que las mías, y no podía
menos que repetirme con frecuencia: “¿Fue por mí?”

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Me volví a mirarla de frente.

-¿Fue así, Anne? ¿Rechazaste a Charles Musgrove por mí?

-Sí- reconoció ella, y la idea me hizo muy feliz-. Lady Russell aprobaba la idea, pero para entonces
yo era mayor, y más sabia, y no seguí su consejo. Ella me había persuadido de no casarme con el
hombre que amaba. No iba a dejar que me persuadiera de casarme con un hombre a quien no
amaba.

Yo sonreí.

-Yo estaba celoso de él, cuando te conocí en el año seis -sacudí la cabeza al recordar esa
sensación-. Parecías tenerle cariño, pero en cuanto me enteré que era un amigo de la familia, lo
perdoné. Pero este año había alguien más de quien sentir celos. El señor Elliot. No pude dejar de
ver que te admiraba cuando lo vimos en Lyme, y una vez que descubrí quién era él, y lo elegible
que era, y lo deseable de la relación, sentí miedo. Yo había venido a Bath a hablarte, a decirte que
te amaba, y sin embargo, cada vez que te veía, siempre estabas acompañada del señor Elliot. Tú
le sonreías...

-Por pura cortesía.

-Yo no sabía eso. Pensé que lo mirabas favorablemente, así que me quedé callado. La vez que nos
encontramos en la calle Milsom fue exquisita por el placer y el dolor que me causó, y el concierto
fue aún peor. Te adelantaste para saludarme, lo cual me dio esperanzas, pero entonces te
sentaste con el señor Elliot. Sus cabezas estaban siempre juntas, como si estuvieran teniendo una
conversación privada...

-Le estaba traduciendo la letra de las canciones. El señor Elliot no habla italiano.

-Ah -dije yo, muy satisfecho.

-¿Fue por eso que te fuiste? -me preguntó.

-Sí, ya no podía soportarlo más. Verte tan cerca de él... Tenía que irme, pues verte en medio de
aquellos que yo sabía que no podían sentir buenos deseos hacia mí, ver al señor Elliot tan cerca
de ti, conversando y sonriendo, y sentir toda su horrible elegibilidad y lo adecuado que era el
enlace, fue terrible para mí. Saber que seguramente cualquiera que aspirara a influir en ti deseaba
tal enlace. Incluso si tus propios sentimientos fueran de renuencia o de indiferencia, considerar de
qué apoyo tan poderoso disfrutaría él. ¿No era suficiente para hacerme quedar como el tonto que
era? ¿Cómo podía contemplar la escena sin sentir agonía? ¿Acaso la sola vista de Lady Russell,
sentada a tu lado, el recuerdo de lo que había sido, el conocimiento de su influencia sobre ti, la
impresión indeleble e inmovible de lo que una vez hizo la persuasión... acaso no tenía yo todo en
contra?

-Debiste haber distinguido la diferencia, no debiste haber sospechado de mí esta vez, el caso era
tan distinto, y mi edad también lo fue -dijo Anne-. Si una vez me equivoqué en ceder ante la
persuasión, recuerda que fue ante la persuasión ejercida hacia el lado de la seguridad, no hacia el
riesgo. Cuando cedí, pensé que era mi deber hacerlo, pero no se podía invocar ningún deber en
este caso. Al casarme con un hombre que nada sentía por mí, ni yo por él, habría incurrido en
todos los riesgos, habría violado todos mis deberes.

Traducido por Angélica Trejo


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-Quizás debí haber razonado así, pero no podía. No podía esperar ningún beneficio del
conocimiento que había adquirido de tu carácter. No podía sacarlo a la superficie: estaba vencido,
enterrado, perdido entre aquellos sentimientos anteriores que me habían hecho sufrir año tras
año. Solamente podía pensar en ti como alguien que había cedido, que había renunciado a mí,
que se había dejado influir por cualquier otra persona que no era yo. Te veía junto a la misma
persona que te había guiado en aquel año de desdicha. No tenía motivos para creer que ahora
tuviera menos autoridad. Además había que añadir a ello la fuerza del hábito.

-Yo hubiera pensado que mis modales hacia ti te habrían hecho pensar diferente.

-¡No, no! Tus modales podrían haber sido sólo la tranquilidad que te daba tu compromiso con otro
hombre. Te dejé creyendo esto, y sin embargo estaba decidido a verte otra vez. La mañana me
hizo recobrar el ánimo, y sentí que aún existía un motivo para permanecer aquí.

Para entonces habíamos llegado a Camden Place, y me vi obligado a dejar a Anne allí.

-No quiero separarme de ti -dije.

-Es sólo hasta esta noche.

-Ah, sí, la reunión que organiza tu hermana. Me sorprende que me haya invitado.

-Se habla bien de ti en Bath. Al fin, a través de las opiniones de otros, ha descubierto tu valía -
dijo ella.

La dejé ir con renuencia, la miré entrar a la casa, y después regresé a mis habitaciones, más feliz
de lo que nunca me había sentido.

Mientras me vestía para la velada, pensé en cuánta desdicha me pude haber evitado si le hubiera
hablado a Anne tan pronto como llegué a Kellynch Hall.

Terminé de vestirme, y me dirigí a Camden Place.

La fiesta fue insípida, como suelen ser tales fiestas, pero me dio la oportunidad de estar con Anne.
La observé moverse entre los invitados de su padre, radiante de felicidad, y supe que su felicidad
se debía a mí.

Hablé libremente con el señor Elliot, pues mis celos se habían desvanecido, y habían sido
reemplazados por una buena voluntad inmensa. Pasé por alto la actitud de superioridad de Lady
Dalrymple y la señorita Carteret, y les hablé acerca del mar. Incluso intercambié frases corteses
con Sir Walter y la señorita Elliot. Los Musgrove estaban allí, al igual que Harville, y todos
conversamos fácil y libremente. Louisa estaba comprometida, Anne y yo habíamos llegado a un
entendimiento... yo no había tenido la menor idea, al comenzar el año, que éste podía llegar a tan
feliz conclusión.

Vi a Anne hablar con mi hermana y mi cuñado, y me sentí muy satisfecho al ver lo bien que se
llevaban, pues aunque todavía no le había dado la noticia a Sophia, sabía que se sentiría
complacida.

De vez en cuando me las arreglé para robarme unos momentos junto a Anne. Su chal se resbaló,
y la ayudé a ajustarlo. Un insecto se paró en su cabello, y yo lo ahuyenté, sintiendo el roce de su

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

suave cabello entre mis dedos.

Y cuando no podía hablar con ella, la observaba.

Pero no pude obligarme a hablarle a Lady Russell. Anne se dio cuenta de ello, y vino hacia mí, en
un momento que yo estaba de pie junto a un grupo de hermosas plantas de invernadero.
Fingiendo admirarlas, de modo que pudiera hablarme sin atraer las miradas, me preguntó si había
perdonado a su amiga.

-Todavía no, pero hay esperanzas de que la perdone con el tiempo -dije-. Confío en tener piedad
de ella pronto. Pero yo también he estado pensando en el pasado, y ha surgido una pregunta, si
puede haber habido otra persona que fuera peor enemigo mío incluso que esa dama.

Le hablé de aquella vez, en el año ocho, cuando estuve a punto de escribirle, pero que el temor
me había retenido de hacerlo. Yo mismo había sido mi propio peor enemigo.

-Ya había sido rechazado una vez, y no quería correr el riesgo de volver a ser rechazado -le dije-,
pero si te hubiera escrito entonces, ¿habrías contestado mi carta? En una palabra, ¿habrías
renovado el compromiso?

-Lo habría hecho -me contestó, y su acento me lo dijo todo.

-¡Dios mío! ¡Lo habrías hecho! No es que no lo pensara, o no lo deseara, como el único
coronamiento a todos mis otros éxitos, pero era orgulloso, demasiado orgulloso para volvértelo a
pedir. No te comprendía. Tenía los ojos cerrados, y no quería comprenderte, o hacerte justicia.
Este es un recuerdo que debería hacerme perdonar a cualquiera antes que a mí mismo. Seis años
de separación y sufrimiento habrían podido evitarse. Esta es una clase de dolor nuevo para mí. Me
había acostumbrado a la satisfacción de creerme merecedor de todas las bendiciones de las que
disfrutaba. Me había valorado a mí mismo como alguien que se había afanado honorablemente y
que merecía una justa recompensa. Como otros grandes hombres que sufren reveses de la
fortuna, debo esforzarme por aprender a someter mi mente ante la dicha. Debo aprender a
soportar ser más feliz de lo que merezco.

Ella sonrió, pero no pude decir más, pues en ese momento los Musgrove la reclamaron, y tuve
que contentarme con la compañía de Harville hasta que terminó la fiesta.

Lunes 27 de febrero

Me levanté temprano y fui a Camden Place donde, una vez más, me encontré pidiéndole a Sir
Walter la mano de Anne en matrimonio. Se mostró un poco más amable que la vez pasada, pues
ahora sus amistades me estiman. Expresó su sorpresa ante la constancia de mi afecto, e inquirió
acerca de mi fortuna. Al descubrir que consistía en veinticinco mil libras, dijo que no era tan
grande como tenía derecho a esperar la hija de un baronet, pero declaró que era adecuada. Su
actitud me molestó, pero resistí el impulso de replicar que mi fortuna era al menos mejor que la
suya, pues él no poseía más que deudas. Al fin dio su consentimiento, y nuestra entrevista llegó a
su fin.

Le sonreí a Anne al regresar al salón. Anne me devolvió la sonrisa, y le contamos la noticia a su


hermana. La señorita Elliot no demostró más calidez de lo que había demostrado anteriormente.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Sólo consiguió dedicarnos una mirada altanera, y un ligeramente incrédulo “¿En serio?”

Me sentí molesto por Anne, pues era poco generoso por parte de su hermana no felicitarla, pero
pronto vi que a Anne no le importaba. ¿Porqué habría de hacerlo? Nos teníamos uno al otro, así
que, ¿qué nos importaba la aprobación de nadie más?

-¿Y cuándo le darás la noticia a Lady Russell? -le pregunté a Anne cuando su hermana nos dejó
solos.

-Pronto. Esta tarde -dijo ella-. Tiene derecho a saber, y de hecho, estoy ansiosa por contarle. Esta
vez será muy distinto, y espero que se alegre por mí.

-Yo también lo espero, pero mejor díselo mañana. Por el resto del día, te quiero para mí solo.

Ella estuvo de acuerdo, y pasamos el tiempo enfrascados en libre y franca conversación,


abriéndonos el corazón uno al otro como lo habíamos hecho en el pasado, hasta que pareció que
nunca nos habíamos separado.

No hablamos con nadie más, excepto en las comidas, cuando no se podía evitar hacerlo, y al fin
nos separamos, renuentemente, por la noche.

Yo anhelaba contarle a Sophia y a Benjamin sobre mi compromiso, pero habían salido a visitar a
unos amigos, así que me guardé mi secreto para mí solo.

Martes 28 de febrero

Llegué temprano a Camden Place esta mañana y descubrí que Anne había salido. Esperé a que
volviera, y cuando lo hizo me dijo que había ido a visitar a Lady Russell.

-¿Y cómo tomó la noticia? -le pregunté.

-Le costó un poco, pero me dijo que haría un esfuerzo por conocerte mejor, y por hacerte justicia.

-Entonces no puedo pedir más -dije-. Sé que deseaba verte ocupar el lugar de tu madre. No
puedo darte la posición que tendrías junto a un baronet, pero puedo darte las comodidades que
no podía proveerte hace ocho años. ¿Y cómo tomó la noticia el señor Elliot? ¿Ya está enterado?

-No lo sé, ni me importa. Acabo de enterarme que no es el hombre que creí que era. Hemos
estado tristemente engañados acerca del señor Elliot.

Me quedé atónito y le pregunté a qué se refería.

-No nos buscó a fin de zanjar la brecha que se había abierto entre nosotros, como afirmó. En
lugar de ello, vino a Bath para mantener vigilado a mi padre. Un amigo le había advertido que la
señora Clay, quien acompañó a mi hermana a Bath, tenía ambiciones de convertirse en la próxima
Lady Elliot.

-Y sabía que si Sir Walter se casara y tuviera un hijo varón, él perdería su herencia -dije yo,
asintiendo pensativamente.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Así es. Él declaró nunca haber hablado con menosprecio de la posición de baronet, como oyó
decir mi padre, y aseguró que siempre había deseado estar en buenos términos con nosotros.
Aparentó ser tan agradable que convenció por completo a mi padre y mi hermana, se restableció
una relación cordial entre ellos, y se le aseguró que sería bien recibido en Camden Place en
cualquier momento que deseara ir.

-Así que logró su objetivo de vigilar muy de cerca a la señora Clay.

-Y colocarse en posición de intervenir si le parecía necesario.

-Pero, ¿estás segura? -pregunté.

-Lo estoy. Me enteré por una antigua amiga del colegio, la señora Smith, que por el momento se
encuentra en Bath. Una vez fue una mujer adinerada, comparativamente hablando, y ella y su
esposo conocieron al señor Elliot en Londres, pero ahora se encuentra pasando por momentos
difíciles.

Pensé que debía tratarse de la misma amiga de la que me había hablado la señora Lytham, y mi
estimación por Anne aumentó, ante la constancia de su amistad, incluso en la adversidad. Pensé
en lo afortunado que era yo al casarme con una mujer que sabía igual que yo que las cosas
importantes de la vida -el amor, el afecto, la amistad- no tenían nada que ver con la riqueza.

-Los sufrimientos de mi amiga se debieron en gran medida al señor Elliot. Le pidió dinero prestado
a su esposo, el cual no devolvió, y aún peor, lo indujo a endeudarse. Cuando el señor Smith
murió, el señor Elliot debió haberse encargado de que ella pudiera reclamar cierta propiedad a
que tenía derecho en las Indias Occidentales, pues él era el albacea del testamente, pero
incumplió sus deberes, y como resultado, mi amiga vive en la pobreza -dijo con un suspiro.

-¡Pero eso es terrible!

-En verdad lo es. Si él tan sólo hiciera un pequeño esfuerzo, el dinero recaudado de la propiedad
le permitiría a mi amiga disfrutar de un grado de comodidad que mejoraría su vida
inconmesurablemente.

-Lamento mucho oírlo -dije. Me quedé pensando un momento, y después continué: -Estoy en
deuda con ella por abrirte los ojos sobre el señor Elliot, y le debo mi amistad por ser amiga tuya.
Conozco algo sobre las Indias Occidentales, y la ayudaría con mucho gusto.

Ella me dirigió una mirada de sincera gratitud, y expresó el deseo de que fuéramos a ver a la
señora Smith esa tarde. Yo estuve de acuerdo, y cuando llegamos a los Edificios Westgate, me
sentí consternado al ver cómo vivía la amiga de Anne. Sus habitaciones se limitaban a un
saloncito ruidoso, y una recámara poco iluminada en la parte trasera. Ahora estaba inválida, sin
posibilidad de moverse de una habitación a otra sin ayuda, y Anne me dijo que su amiga nunca
salía de la casa excepto cuando la llevaban al balneario.

En verdad era digna de lástima. Sin embargo, pronto descubrí que su ánimo no había decaído,
pues expresó cuánto gusto sentía al conocerme, y me felicitó calurosamente por mi compromiso.

-Anne tuvo la bondad de visitarme esta mañana y darme la noticia -dijo-. Me da muchísimo gusto
por ella, y por usted también. Es usted muy afortunado por haber ganado su amor.

Traducido por Angélica Trejo


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Le aseguré que estaba consciente de lo afortunado que era, y ella declaró que estaba segura de
que seríamos muy felices juntos.

-He traído aquí a Frederick con más de un propósito -dijo Anne-. Lo he traído aquí para ayudarte.
¿No mencionaste una propiedad en las Indias Occidentales?

-Sí, desde luego. Si pudiera usted hacer algo por ayudarme le quedaría muy agradecida -me dijo
la señora Smith.

Le pedí que me diera detalles, y al oírlos sentí que contaba con buenas probabilidades de
conseguir éxito. Me ofrecí a actuar por ella, y nos separamos con buenos deseos por parte de los
dos.

Volvimos caminando a Camden Place, y dejé allí a Anne, pues había prometido encargarme de los
asuntos de la señora Smith de inmediato. No volvimos a encontrarnos hasta la noche, cuando
fuimos al teatro con los Musgrove.

Éstos eran, como siempre, un grupo de familia feliz. Benwick estaba ausente, pues había
prometido ir a cenar a casa de un conocido, pero el resto del grupo estaba allí. Cuando nos
reunimos todos en el palco, Henrietta y Louisa no dejaban de charlar sobre sus próximos
matrimonios. Musgrove estaba ansioso por contarme sobre la escopeta que había visto. Hayter
estaba hablando de su posición eclesiástica, y el señor y la señora Musgrove charlaban sobre sus
hijos, las tiendas, y lo mucho que disfrutaban estar en Bath. Cuando se hizo una pausa en la
conversación, Anne y yo les comunicamos nuestras buenas noticias. Todos parecieron atónitos,
pero Mary se recobró casi de inmediato y nos felicitó calurosamente.

-Siempre sentí que ustedes estaban hechos uno para el otro -dijo, aunque resultaba obvio que la
idea nunca se le había ocurrido hasta ese momento-. Estoy segura de que es a mí a quien deben
agradecérselo, pues yo tuve mucho que ver en reunirlos.

-Sí, un azar feliz -dijo la señora Musgrove, radiante de alegría-. Estoy muy feliz por ustedes. Usted
siempre habría sido bien recibido en nuestra familia, capitán Wentworth, por su amabilidad hacia
Richard, pero será doblemente bienvenido como esposo de Anne.

Mientras Anne aceptaba las felicitaciones de todos, y procuraba contestar las preguntas que le
hacían Henrietta y Louisa sobre su traje de novia, Mary, quien se hallaba sentada a mi lado, se
volvió hacia mí y dijo:

-Si yo no hubiera conservado a Anne a mi lado en el otoño, se habría marchado a Bath con Lady
Russell, y ustedes nunca se habrían encontrado. Todo me lo deben a mí. Me dará mucho gusto
tener una hermana casada. No veo porqué Charles deba tener dos hermanas casadas este año, y
yo ninguna. Y Anne ha atrapado al mejor esposo, después de todo, pues usted es mucho más rico
que el capitán Benwick o Charles Hayter. Sí, me alegro que mi propia hermana ha conseguido al
mejor esposo de las tres.

No pude evitar hacer una mueca, y más tarde, cuando Anne vino a mi lado, me preguntó porqué
había puesto aquella cara.

-Al menos un miembro de tu familia se alegra de que yo entre a formar parte de ella, pero sólo se
debe a que soy más rico que Hayter o Benwick -le dije.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Ella se sintió avergonzada, y se ruborizó, pero se sentía demasiado feliz para que la vulgaridad de
Mary la perturbara demasiado tiempo, y pasamos una velada dichosa. Creo que la representación
fue buena, pero ninguno de los dos le prestó atención, pues estuvimos demasiado ocupados
mirándonos uno al otro.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Marzo

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Miércoles 1 de marzo

Fui a visitar a Lady Russell esta mañana. Era inevitable que existiera cierta incomodidad en
nuestro primer encuentro, y pensé que sería mejor que éste tuviera lugar en privado. Me hicieron
pasar, y allí frente a mí vi a la mujer que había frustrado mis esperanzas ocho años y medio
antes.

Parecía sentirse incómoda, y yo sentí un momento de resentimiento... y después éste


desapareció, hecho a un lado por la felicidad.

Me adelanté a saludarla.

-Lady Russell -dije, pues ella parecía no saber cómo empezar. Su confusión me dio lástima, y
continué con amabilidad-, una vez usted me tendió la mano y sugirió que fuéramos amigos. Yo
rehusé tomarla, pues aún no estaba listo para hacer las paces con usted, pero ahora sí lo estoy.
Esta vez, yo le ofrezco mi mano y le digo a usted: Lo hecho, hecho está, seamos amigos.

Le extendí la mano. Ella titubeó un momento, pareció a punto de decir algo, y después la estrechó
en silencio.

-Una vez le dije, hace mucho tiempo, que nunca haría nada que perjudicara a Anne, y se lo repito
ahora -continué-. Aún más, le diré que la felicidad de ella es, y siempre será, mi primera
consideración. Espero que esto la ayude a aceptar la idea de nuestro matrimonio.

-Es usted muy generoso, capitán Wentworth -dijo ella al fin-, y me esforzaré por imitarlo. Aunque
no creo que mi consejo haya estado errado en aquel tiempo, los resultados demostraron que me
equivoqué. Creo que ustedes dos se aman sincera y profundamente, y aunque deseaba un mejor
partido para Anne en términos de rango -estoy siendo sincera, ya lo ve usted- me parece que no
pudo haber encontrado un mejor partido que usted en términos de lealtad y cariño mutuos.

Le hice una ligera inclinación de cabeza, le volví a asegurar mi determinación de hacer feliz a
Anne, y nos despedimos, si no como amigos, entonces al menos como dos personas que habían
alcanzado un punto de entendimiento y respeto.

Le conté a Anne sobre nuestro encuentro mientras cenábamos juntos en casa de algunos de
nuestros conocidos de Bath.

-Lady Russell me habló sobre tu visita. Me alegro que hayas ido -dijo Anne-. Con el tiempo,
llegará a quererte tanto como yo, y entonces mi felicidad estará completa.

La noticia de nuestro compromiso ya se había esparcido, y nos encontramos recibiendo


felicitaciones por todas partes. Benwick me miraba con una sensación de alivio y satisfacción, y
una vez que estábamos sentados juntos bebiendo oporto me dijo:

-Esta noticia me quita un peso de encima, Wentworth. Cuando viniste a Lyme en noviembre, no
estaba seguro si estabas enamorado de Louisa. Al principio me contuve, pues no deseaba
perjudicarte, pero cuando te fuiste y no regresaste, empecé a entender que no existía un apego
serio entre ustedes, así que me permití enamorarme de ella. Es una joven tan inteligente, con
unos ojos tan expresivos, y un carácter tan suave. Además, ella no me recuerda en nada a... -y
su voz se volvió baja y melancólica- a Fanny.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Yo lo miré comprensivamente, pues empezaba a entender cómo habían sido las cosas para él.
Otra muchacha que se pareciera a Fanny le habría recordado demasiado a su primer amor. Una
que fuera lo opuesto a ella no lo haría.

-Todavía me acuerdo de ella, Wentworth, pero ya no es con dolor, sino con calidez -me dijo-. Me
siento agradecido por haber tenido la suerte de conocerla. Dios sabe lo que sufrí cuando murió...
bueno, tú estuviste ahí... -dijo, sujetando su copa con fuerza, abrumado por sus sentimientos-.
Pero todas las cosas han de pasar, o al menos, aminorarse, incluso el dolor. Aún está allí, pero no
tan intenso como antes, y aunque siempre la extrañaré, ahora tengo otras alegrías que me hacen
desear seguir viviendo. Estoy convencido de que Fanny así lo hubiera querido.

-Estoy seguro de ello -dije con fervor-. Era una joven inteligente que disfrutaba de la vida. No
hubiera querido que desperdiciaras la tuya en dolorosos recuerdos.

Él me sonrió con gratitud.

-Eso es lo que yo pienso. A Harville le parece difícil aceptar este nuevo amor... no, no protestes, lo
sabes tan bien como yo. Y así es como debería ser. Era el hermano de Fanny. No digo que se
alegrara de verme abrumado por el dolor, pero es simplemente natural que alguien que la quería
tanto como él desee saber que otros que también la querían la siguen extrañando. Pero Harville es
una buena persona, y se alegra de verme salir de la desesperación. Louisa le agrada, y las
circunstancias de nuestro romance son tales que conmoverían hasta al corazón más frío –y
sacudió la cabeza, recordando aquellas circunstancias-. Cuando pienso en que Louisa pudo haber
muerto también... en verdad parecía haber perdido la vida cuando la levantaron después de la
caída.

Yo también recordaba bien ese momento. Nos había afectado a todos.

-Pero algo extraño sucedió -dijo él, y su voz se hizo más fuerte-. Cuando la vi recuperarse de
aquel estado tan parecido a la muerte en que se encontraba, yo también me sentí recuperarme
del mío. Me descubrí, al fin, capaz de amar otra vez. Tengo mucha suerte en haber recibido una
segunda oportunidad, Wentworth -concluyó.

-¡Una segunda oportunidad! -dije yo, impactado al saber que yo también había recibido una
segunda oportunidad con Anne.

-¿Qué sucede? -preguntó Benwick, percibiendo un cambio en mi actitud.

Yo simplemente sonreí, pues él nunca había estado enterado de nuestro primer compromiso.

-Nada, excepto que estoy de acuerdo contigo. Por las segundas oportunidades -dije, levantando
mi copa.

Justo en ese momento la conversación general se había detenido, y mis palabras fueron
interpretadas como un brindis. Las copas se alzaron, y todo en derredor de mí oí la exclamación:
“¡Por las segundas oportunidades!”

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Domingo 5 de marzo

Esta mañana Anne y yo nos descubrimos siendo el blanco de todas las miradas en la igesia, pues
nuestro compromiso es el tema de conversación en todo Bath. Aquellos que aún no habían tenido
la oportunidad de expresarnos sus mejores deseos nos felicitaron, e incluso el señor Elliot se
dignó dirigirnos una ligera inclinación de cabeza desde el otro costado de la iglesia, aunque no
logró obligarse a desearnos felicidad.

La señora Clay se mostró muy complacida, pues la caída del señor Elliot significaba que ella
estaba libre para atrapar a Sir Walter si así lo deseaba. Le pregunté a Anne si le parecía prudente
advertir a su padre de los propósitos de la señora Clay.

-No serviría de nada -dijo ella-. El año pasado intenté advertir a Elizabeth, pero ella se rehusó a
creer la sola idea. Mi padre haría lo mismo que ella. Peor aún, le podría meter la idea en la
cabeza.

-Entonces tienes razón en no decir nada. -Pero no me agradaba la idea de que la señora Clay
viviera en Kellynch Hall, si se las arreglaba para casarse con Sir Walter, así que expresé en voz
alta una idea que me había estado dando vueltas en la cabeza por algún tiempo.- He estado
pensando sobre Kellynch, Anne. ¿Crees que tu padre querría vendérmelo? Si no es una parte
inalienable de la propiedad, entonces puede venderlo si así lo desea. La venta cubriría sus deudas
de inmediato, y Kellynch aún permanecería en la familia. Además, tú podrías ocupar el lugar de tu
madre como la dueña y señora de Kellynch Hall.

-Dudo que mi padre quiera venderlo. Además, no me gustaría vivir en Kellynch Hall. Sé que a
Lady Russell le agradaría verme allí, pero no he sido feliz en esa casa. Lo que mi corazón anhela
es una propiedad junto al mar.

-¿Aquella de la que hablábamos cuando nos comprometimos por primera vez, hace tantos años?

-Sí. Desde entonces me ha parecido el modelo de la perfección, con una extensión de litoral y
pequeñas bahías arenosas, que tenga aspecto rural por detrás, y vista al mar por el frente.

-Entonces debemos ocuparnos en encontrarla. Mañana empezaré a hacer indagaciones con los
agentes inmobiliarios, para ver si hay algo que podamos inspeccionar.

Nos enfrascamos en un alegre debate sobre el número de habitaciones y el tamaño de los jardines
que deseábamos en nuestro nuevo hogar, y no cesamos hasta que nuestros acompañantes
reclamaron nuestra atención.

Martes 7 de marzo

Esta mañana recibí carta de Edward, agradeciéndome la que yo le había enviado, e informándome
del enorme gusto que le daba enterarse de que Anne me había aceptado. Nos invitó a ambos a
visitarlo el jueves. Anne estuvo de acuerdo con la idea, y yo le escribí a Edward aceptando la
invitación.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

Miércoles 8 de marzo

Sophia y Benjamin volvieron de visitar amistades por una semana, y yo les conté acerca de mi
compromiso.

-¡Al fin! -dijo Benjamin-.Sophia y yo empezábamos a pensar que nunca te casarías. Te tomaste tu
tiempo, pero al final has hecho una buena elección. Es una belleza. No tan vivaz como las chicas
Musgrove, quizás, pero tiene un aire de callado refinamiento que me agrada.

-Me alegro mucho por ti -dijo Sophia-, y me alegro por mí misma. Su aire es muy placentero, y
ella me agrada más que cualquiera de las señoritas Musgrove. Me sorprende que no te hayas
fijado en ella cuando estuviste aquí antes, visitando a Edward. Seguramente la viste, ¿no es así?

-Lo que Frederick haya o no haya hecho hace ocho años no importa, Sophia, nos ha traído a la
chica ahora -y se volvió hacia mí-. Debes traerla a vernos esta tarde.

Hice lo que sugirieron, y me conmovió ver lo bien que se llevaban. Anne Elliot, como la hija del
dueño de la propiedad que rentaban, les podía simpatizar. A Anne, como mi futura esposa, podían
amarla.

-¿Y ya le contaste a Edward? -me preguntó Sophia.

-Sí, le escribí y le di la noticia. Lo visitaremos mañana.

Jueves 9 de marzo

Disfrutamos muchísimo de nuestra visita a Edward. Le dio una calurosa bienvenida a Anne, y
Eleanor hizo lo mismo. Edward y Anne se recordaban mutuamente de los años que él vivió en
Monkford, y hablaron con cariño y nostalgia de aquellos días.

-Usted estuvo en el baile en que Frederick y yo nos conocimos por primera vez -dijo ella.

-Fue un encuentro muy propicio -observó él con una mirada significativa.

-Ah. Me preguntaba si Frederick le había contado -dijo Anne, sonrojándose ligeramente.

-Claro que lo hizo, y muchas veces. No podía estarse callado. No hablaba de nada más que de
usted: su belleza, su inteligencia, su ternura y su encanto. Me dijo lo feliz que se sentía de estar
comprometido con usted.

Eleanor sonrió con benignidad, y Anne se ruborizó, pues resultaba obvio que también Eleanor
estaba enterada.

-Yo puedo guardar una confidencia, pero ningún hombre puede ocultarle algo así a su esposa -dijo
Edward-. Eleanor pronto adivinó que había habido algo entre ustedes, y yo le conté todo. Le doy
mi palabra de que nunca se lo he mencionado a nadie más, y sólo espero que me perdone por mi
único y pequeño desliz.

Los dos lo perdonamos de todo corazón, y en realidad resultaba más fácil que Eleanor estuviera

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

enterada, pues la conversación se hizo más libre. Hablamos sobre el pasado, y recordamos el
verano del año seis con mucho afecto. Puesto que todo había resultado tan bien, pude pensar en
aquellos tiempos sin sentir dolor, de hecho, sintiendo el mayor placer.

Lunes 13 de marzo

¡El señor Elliot se ha ido de Bath! Estoy sorprendidísimo. Es cierto que, ahora que Anne y yo
estamos comprometidos, ya no tiene excusa para visitar Camden Place, y por lo tanto ya no
puede mantener vigilada a la señora Clay, pero no hubiera esperado que se diera por vencido tan
fácilmente. Le ha dejado el camino libre a la señora Clay para casarse con Sir Walter, si es que
puede atraparlo. No me parece algo tan improbable, pues Sir Walter habla muy bien de ella. No es
un enlace que me gustaría ver realizado, pero no se puede hacer nada para evitarlo, y al menos
me llevaré lejos a Anne, para que no tenga que ver a la señora Clay ocupando el lugar de su
madre.

Miércoles 15 de marzo

Esta mañana Camden Place se encontraba en estado de conmoción cuando llegué, pues la señora
Clay se había marchado repentinamente.

-¿A dónde se ha ido? -le pregunté a Anne.

-Nadie lo sabe -me respondió-. Sé tan poco de este asunto como tú. Dejó una carta para mi
hermana, diciendo que asuntos familiares la llamaban a casa, sin entrar en más detalles al
respecto.

Elizabeth entró en la habitación en ese momento, acompañada por Lady Russell.

-La ingratitud más baja -dijo con furia-. Yo me hice cargo de la señora Clay, la hice mi confidente,
y así es como me lo paga.

Vi a Lady Russell abrir la boca, y después volverla a cerrar. Obviamente deseaba decirle a
Elizabeth que se lo había advertido, pero evidentemente decidió que sería mejor no decir nada.

-Irse sin darme ni el más mínimo aviso, sin siquiera decirme a la cara que planeaba marcharse -
continuó Elizabeth-. Espero que el asunto que la llevó a su casa sea algo serio, y no una
insignificancia.

Anne y yo decidimos salir a caminar, pues la atmósfera dentro de la casa se sentía muy incómoda.
Una vez que estuvimos al aire libre, le pregunté a Anne qué pensaba en realidad de la abrupta
partida de la señora Clay.

-¿Crees que se haya dado cuenta de que Sir Walter nunca se casará con ella, y por lo tanto ha
decidido no perder más el tiempo con él, o crees que el señor Elliot haya podido tener algo que
ver en esto? -le pregunté.

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

-Sospecho que lo segundo -dijo Anne.

-Quizás el señor Elliot le ofreció dinero por alejarse de Sir Walter. Está decidido a ser el próximo
baronet, y puesto que el dinero no significa nada para él, para el señor Elliot sería un precio
pequeño que pagar a fin de asegurase la sucesión.

Me pregunté qué pudo haberle ofrecido el señor Elliot a la señora Clay para tentarla a renunciar a
la oportunidad de un futuro tan próspero, pero en realidad no me lo pregunté por mucho tiempo.
La señora Clay revestía muy poco interés para mí. Todo mi interés se centraba en Anne.

Viernes 17 de marzo

Esta mañana recibí una carta referente a la propiedad de la señora Smith en las Indias
Occidentales, y las noticias parecían tan prometedoras que fui a decírselo enseguida. Para mi
asombro, me contó que se había enterado (no sé cómo, puesto que esa señora nunca sale de
casa) de que la señora Clay se había reunido con el señor Elliot en Londres, y se encontraba
viviendo allí bajo su protección.

-¿Como su amante? -pregunté atónito.

Ella asintió.

-Pero la señora Clay es una mujer muy astuta. Creo que no estará contenta con ser solamente su
amante por mucho tiempo.

-¿Se refiere usted a que ha puesto sus miras en el matrimonio?

-Creo que tiene puestas sus miras en un baronet, y el futuro baronet le es igual que el baronet
actual.

-No puedo creer que el señor Elliot se case con ella.

-¿No lo cree usted? Si él se rehúsa a hacerlo, ella puede regresar directamente a Sir Walter. Solo
tendría que hacer unas pocas protestas de inocencia, y expresar su indignación por las mentiras
que corrieron sobre ella, después proceder a adularlo un poco, y asunto arreglado.

Empecé a sonreír.

-Me agrada la idea. Creo que la señora Clay y el señor Elliot hacen muy buena pareja juntos. Son
dos personas codiciosas y que buscan su propio provecho, y que entre los dos no tienen ni un solo
ápice de decencia o valores morales.

-Y son dos personas que entre más lejos estén de los Elliot, será mejor. El padre y la hermana de
Anne siempre han sido orgullosos, y no me importa qué sea de ellos, pero no me gustaría ver
angustiada a Anne de ninguna manera.

En esto los dos estábamos de acuerdo, y seguí camino hacia Camden Place, donde hallé a Anne
lista para salir en nuestro proyectado paseo en carruaje. Mientras paseábamos por la campiña,
hablamos de todo lo que me había contado la señora Smith. Anne expresó su sorpresa, pero antes

Traducido por Angélica Trejo


El diario del capitán Wentworth Amanda Grange

de mucho tiempo se convenció de que, como creía la señora Smith, la señora Clay podría llegar a
persuadir al señor Elliot de casarse con ella después de todo.

-¿Te importaría eso? -le pregunté.

-No me agradaría verla como la próxima Lady Elliot, pero claro, dudo que tenga que hacerlo, pues
para entonces habremos abandonado el vecindario.

-En cuanto a eso, he oído acerca de una propiedad muy prometedora. ¿Te gustaría verla?

Expresó cuánto le encantaría la idea, y después de dejarla de vuelta en Camden Place, hice los
arreglos para ello.

Lunes 20 de marzo

Al fin hemos encontrado nuestra propiedad. Es exactamente como Anne y yo la habíamos


imaginado, una casa estilo Reina Ana situada en medio del verdor de la campiña, con un extenso
tramo de línea costera, y tres bahías arenosas. Ambos nos sentimos encantados con ella, y cerré
el trato con el agente de inmediato.

Regresamos a cenar en casa de los Musgrove, donde descubrimos que nuestras noticias eran
recibidas con emociones mezcladas: los Harville estaban encantados, Henrietta y Louisa
preguntaron si eso significaba que Anne y yo nos casaríamos antes que ellas, y Mary se sintió
ofendida ante la idea.

-Seguramente se estará preguntando porqué Mary se sintió tan molesta -me dijo Henrietta
después de la cena-. No es realmente algo tan sorprendente. Usted le agradaba bastante como
futuro cuñado para empezar, por ser lo suficientemente rico para ser un crédito para ella, pero no
lo suficientemente adinerado como para que Anne pudiera eclipsarla. Mary tenía frente a ella
Uppercross Hall, una propiedad substancial que Charles heredaría al debido tiempo, mientras que
Anne no podía aspirar a una propiedad semejante, y por lo tanto, Mary podía considerarse
superior a su hermana. Usted le ha quitado ahora esa fuente de satisfacción al comprar esa
propiedad. Sin embargo, siempre que no sea usted nombrado baronet, me parece que se
recobrará con el tiempo.

Y así fue. Mary pronto recuperó el ánimo.

-Ya pueden fijar la fecha para la boda -dijo Benjamin.

-Que sea pronto. Nosotros nos casaremos en mayo -dijo Henrietta.

-Y también nosotros -dijo Louisa-. ¿Porqué no nos casamos las tres en mayo?

-Yo siempre quise casarme en junio -dijo Anne.

Me sentí complacido ante la idea, pues aunque me agradaban las chicas Musgrove, no deseaba
compartir el día de mi boda con ellas.

Traducido por Angélica Trejo


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-Es un buen plan -dije-. Tengo una sugerencia que hacer. Creo que nos deberíamos casar el nueve
de junio.

Anne se sonrojó, pues esa fue la fecha en que nos conocimos.

-Parece que la dama aprueba la idea -dijo Benjamin con una sonrisa.

-¿Entonces está arreglado? -pregunté, mirando a Anne.

-Sí –Anne se mostró de acuerdo.

Traducido por Angélica Trejo


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Junio

Traducido por Angélica Trejo


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Viernes 9 de junio

Hoy, Anne y yo nos casamos. Cuando la vi caminar hacia el altar del brazo de su padre, ya no
pensé en los años que desperdiciamos, sino en los años que teníamos por delante. Sus dos
hermanas la acompañaban junto al altar, y la iglesia estaba llena de los arrendatarios de los Elliot,
que habían venido a verla casada. Lady Russell se encontraba allí, y también la señora Smith.
Edward y Eleanor estaban sentados junto a Sophia y a Benjamin. Harville también estaba allí, así
como los Musgrove. Todos habían venido a expresarnos sus buenos deseos.

Después de la ceremonia, regresamos a Kellynch Hall para el desayuno nupcial.

-¿Se dieron cuenta? -preguntó Mary, cuando salíamos del comedor-. Papá ha estado escribiendo
en la Crónica de los Baronets.

Anne tomó el libro, y ahí estaba, el registro de nuestro matrimonio, escrito de propia mano de Sir
Walter, después de la fecha del nacimiento de Anne.

Era algo que nunca había esperado ver, pero bajo la influencia de Lady Dalrymple, Sir Walter
había llegado a valorar a un capitán, o al menos, a darse cuenta de que otros lo valoraban, y para
Sir Walter, eso era suficiente.

¿Pero era suficiente para mí?

Cuando salimos hacia el carruaje que nos esperaba, me encontré pensando en el futuro.

-¿En qué piensas? -me preguntó Anne.

-Estoy pensando en que todavía soy joven, y que aún tengo tiempo de ascender el el mundo. ¿Te
gusta cómo suena Sir Frederick y Lady Wentworth?

-Estoy contenta con ser simplemente la señora Wentworth, pero ya que siempre alcanzas todo lo
que te propones, creo que deberé acostumbrarme a ser Lady Wentworth dentro de poco.

-¡Crees en mí! -exclamé, conmovido hasta las más hondas fibras de mi ser.

-Siempre lo he hecho -dijo ella.

-Entonces no me queda nada que desear.

-Excepto un título de caballero -dijo ella en broma.

-Un título de caballero para empezar, y después, ¿quién lo sabe?

La ayudé a subir al carruaje, y emprendimos camino hacia el futuro.

Traducido por Angélica Trejo

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