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Él cree que ella es una molesta sabelotodo…

H
ugh Prentice nunca ha tenido paciencia para las féminas
dramáticas, y si Lady Sarah Pleinsworth había estado
familiarizada con las palabras tímida o retraída, es tiempo que
las arroje por la ventana. Además, un duelo imprudente ha dejado a este brillante
matemático con una pierna arruinada y ahora nunca podría cortejar a una mujer
como Sarah, y mucho menos soñar con casarse con ella.

Ella cree que él simplemente está loco...

Sarah nunca ha perdonado a Hugh por el duelo en que luchó y que casi
destruyó a su familia. Pero incluso si pudiera encontrar una manera de perdonarlo,
no importaría. No le importa que su pierna no sea perfecta, es su personalidad lo
que no puede soportar. Sin embargo, obligados a pasar una semana en estrecha
compañía descubren que las primeras impresiones no siempre son confiables. Y
cuando un beso lleva a dos, tres y cuatro, el matemático puede perder la cuenta, y
la dama puede, por primera vez, encontrarse a sí misma sin palabras...
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Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
The Secrets of Sir Richard Kenworthy
Julia Quinn
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Traducido por Itorres

Corregido por Lizzie Wasserstein

Londres

Muy tarde en la noche

Primavera de 1821

E
l piquet1 favorece a aquellos con una memoria vívida —dijo el
Conde de Chatteris, sin dirigirse a alguien en particular.

Lord Hugh Prentice no le escuchó; estaba demasiado lejos, en la


mesa junto a la ventana, y más pertinentemente, estaba algo borracho. Pero Hugh
había oído la observación de Chatteris, y si no hubiera estado intoxicado, él habría
pensado:

Es por eso que juego piquet.

Él no lo habría dicho en voz alta. Hugh nunca había sido del tipo de hablar
solo con el propósito de hacer que su voz fuera escuchada. Pero él lo hubiera
pensado. Y su expresión habría cambiado. Una de las comisuras de sus labios habría
temblado, y su ceja derecha podría haberse apenas arqueado, solo la mínima señal
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de movimiento, pero aun así, suficiente para un observador atento, para pensar en
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Piquet: El juego de cartas llamado Piquet es un juego de origen Inglés para dos jugadores. Ver:
http://www.ehowenespanol.com/juega-piquet-como_403248/
él como petulante.

Aunque la verdad era que la sociedad de Londres era bastante carente de


observadores cuidadosos.

Excepto por Hugh.

Hugh Prentice notaba todo. Y recordaba todo, también. Él podía, si lo


deseaba, recitar todo de Romeo y Julieta, palabra por palabra. Hamlet, también.
Julio César no podía, pero solo debido a que nunca se había tomado el tiempo para
leerlo.

Hugh era un talento tan poco frecuente que había sido sancionado por
hacer trampa seis veces durante sus primeros dos meses en Eton. Pronto se dio
cuenta de que su vida se hacá infinitamente más fácil si él intencionalmente fallaba
una pregunta o dos en sus exámenes. No era que le importaran mucho las
acusaciones de hacer trampa, él sabía que no había hecho trampa, y no le importaba
lo que pensaran los demás de él, pero era una molestia, ser arrastrado ante sus
profesores y ser obligado a estar allí y regurgitar información hasta que estuvieran
satisfechos de su inocencia.

Sin embargo, donde su memoria se volvía realmente práctica, era en las


cartas. Como el hijo menor del Marqués de Ramsgate, Hugh sabía que no debería
heredar precisamente algo. De los hijos más jóvenes se esperaba se enlistaran en el
ejército, el clero, o en las filas de los cazadores de fortunas. Como Hugh carecía del
temperamento para cualquiera de estas actividades, tendría que encontrar algún
otro medio de apoyo. Y el juego era tan fácil cuando uno tiene la capacidad de
recordar cada carta jugada, en orden, durante toda una noche.

Lo que había sido difícil encontrar eran caballeros dispuestos a jugar, la


notable habilidad de Hugh en el piquet se había convertido en parte de una
leyenda, pero si los jóvenes estaban bastante borrachos, siempre probaban suerte.
Todo el mundo quería ser el hombre en batir a Hugh Prentice en las cartas.
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El problema era que esta tarde, Hugh también había bebido “suficiente”.
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No era común que ocurriera; él nunca había estado cómodo con la pérdida de
control que fluía a causa de una botella de vino. Pero había estado fuera de casa
con amigos, y habían ido a una taberna un poco salada, donde las pintas eran
grandes, la gente muy ruidosa y las mujeres exuberantes poco frecuentes.

En el momento en que habían llegado a su club y sacado una baraja de


cartas, Daniel Smythe-Smith, quien había entrado recientemente a su título como
el Conde de Winstead, era lo mejor en sus manos. Estaba ofreciendo descripciones
vívidas de la dama con la que acababa de copular, Charles Dunwoody estaba
prometiendo volver a la taberna para mejorar el desempeño de Daniel, e incluso
Marcus Holroyd, el joven Conde de Chatteris, quien siempre había sido un poco
más serio que los demás, se reía tan fuerte que casi volcaba su silla.

Hugh había preferido a su camarera que a la de Daniel, un poco menos


carnosa; un poco más ágil, pero se limitó a sonreír cuando forzó los detalles.
Recordaba cada centímetro de ella, por supuesto, pero nunca besaba y contaba.

—¡Te venceré esta vez, Prentice! —Daniel se jactó. Él se inclinó


descuidadamente contra la mesa, su firma, una sonrisa casi cegadora al resto de
ellos. Siempre había sido el encantador del grupo.

—Por el amor de Dios, Daniel —gimió Marcus —, no de nuevo.

—No, no, no, puedo hacerlo. —Daniel agitó un dedo en el aire, riendo
cuando el movimiento le hizo perder el equilibrio—. Puedo hacerlo esta vez.

—¡Él puede! —exclamó Charles Dunwoody—. ¡Sé que puede!

Nadie se molestó en comentar. Incluso sobrio, Charles Dunwoody parecía


saber un montón de cosas que eran falsas.

—No, no, yo puedo —insistió Daniel—, porque tú —él agitó un dedo en


la dirección general de Hugh—, has bebido demasiado.

—No tanto como tú —señaló Marcus, pero hipó cuando lo dijo.

—Conté —dijo Daniel triunfante—. Él tuvo más.


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—Yo tomé más —se jactó Dunwoody.


—Entonces, definitivamente deberías jugar —dijo Daniel.

Un juego tenía lugar, y el vino se servía, y todo el mundo estaba teniendo


un gran tiempo hasta que…

Daniel ganó.

Hugh parpadeó, mirando las cartas sobre la mesa.

—Gané —dijo Daniel, con asombro nada despreciable—. ¿Creerían eso?

Hugh corrió a través de la cubierta de su mente, ignorando el hecho de que


algunas de las cartas eran extrañamente difusas.

—Gané —dijo Daniel de nuevo, esta vez a Marcus, su mejor amigo de toda
la vida.

—No —dijo Hugh, sobre todo para sí mismo. No era posible. Simplemente
no era posible. Nunca perdía en el juego. Por la noche, cuando estuviera tratando
de dormir, cuando estuviera tratando de no escuchar, su mente podría abrir todas
las cartas que había jugado ese día. Esa semana, incluso.

—Ni siquiera estoy seguro de cómo lo hice —dijo Daniel—. Era el rey,
pero luego fue el siete, y yo…

—Era el as —Hugh soltó, incapaz de escuchar otro momento de su idiotez.

—Hmmm. —Daniel parpadeó—. Tal vez lo era.

—Dios —gritó Hugh—. Alguien cállelo. —Necesitaba tranquilidad. Tenía


que concentrarse y recordar las cartas. Si pudiera hacer eso, todo esto
desaparecería. Era como aquella vez que había llegado tarde a casa con Freddie, y
su padre ya había estado esperándolo con…

No no no. Eso era algo diferente. Estas eran cartas. El Piquet. Nunca perdía.
Era la única cosa, la única, con la que podía contar.
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Dunwoody se rascó la cabeza y miró las cartas, contando en voz alta.


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—Creo que él…


—¡Winstead, maldito tramposo! —gritó Hugh, las palabras vertiéndose
espontáneamente de su garganta. No sabía de dónde habían salido, o lo que le había
impulsado a decirlas, pero una vez fuera, ellas llenaron el aire, chisporroteando con
violencia encima de la mesa.

Hugh comenzó a temblar.

—No —dijo Daniel. Solo eso. Solo no, con una mano temblorosa y una
expresión confusa. Desconcertado, como…

Pero Hugh no pensaría en eso. No podía pensar en eso, así que en vez de
eso se puso en pie, dando un vuelco a la mesa mientras se aferraba a la única cosa
que sabía que era cierta, la cual era que él nunca perdía en las cartas.

—No hice trampa —dijo Daniel, parpadeando rápidamente. Se volteó


hacia Marcus—. Yo no hago trampa.

Pero tenía que haber hecho trampa. Hugh pasó las cartas en su mente otra
vez, ignorando el hecho del Jack de tréboles que de hecho estaba sosteniendo, y él
estaba persiguiendo el diez, bebiendo vino en un vaso muy similar al que
actualmente estaba roto a sus pies....

Hugh comenzó a gritar. No tenía idea de lo que estaba diciendo, solo que
Daniel había hecho trampa, y la reina de corazones había tropezado, y 42 veces
306 siempre eran 12,852, no es que tuviera alguna idea de que tuviera que ver con
algo, pero había vino sobre todo el piso ahora, y las cartas estaban por todas partes,
y Daniel estaba allí de pie, sacudiendo la cabeza, diciendo:

—¿De qué está hablando?

—No hay manera de que pudieras haber tenido el As —susurró Hugh. El


As había estado después del Jack, el cual había estado después del diez...

—Pero lo hice —dijo Daniel con un encogimiento de hombros. Y un


eructo.
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—No podías —disparó Hugh en respuesta, tropezando para mantener el


equilibrio—. Conozco cada carta de la baraja.
Daniel miró las cartas. Hugh lo hizo, también, a la reina de diamantes,
Madeira2 goteando de su cuello como si fuera sangre.

—Notable —murmuró Daniel. Él miró a Hugh—. Yo gané. Puedes creerlo.

¿Se estaba burlando de él? ¿Estaba Daniel Smythe-Smith, el oh-tan


venerable Conde de Winstead, burlándose de él?

—Tendré la satisfacción —gruñó Hugh.

La cabeza de Daniel latigueó con sorpresa.

—¿Qué?

—Nombra a tus padrinos.

—¿Me estás retando a duelo? —Daniel se volteó incrédulo hacia Marcus—


. Creo que él me está desafiando a un duelo.

—Daniel, cállate —gimió Marcus, Marcus, quien de repente parecía


mucho más sobrio que el resto de ellos.

Pero Daniel lo despidió con la mano y luego dijo:

—Hugh, no seas un idiota.

Hugh no pensó. Se abalanzó. Daniel saltó a un lado, pero no lo


suficientemente rápido, y los dos hombres cayeron. Una de las patas de la mesa
atascadas en la cadera de Hugh, pero apenas la sintió. Golpeó a Daniel; una, dos,
tres, cuatro veces, hasta que dos pares de manos tiraron de él hacia atrás, arriba y
afuera, apenas sujetándolo mientras escupía:

—Eres un maldito tramposo.

Porque él sabía eso. Y Winstead se había burlado de él.


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—Eres un idiota —respondió Daniel, sacudiendo la sangre de su cara.


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2 Madeira: Vino de color ámbar que es fabricado en las Islas Madeira.


—Voy a tener mi satisfacción.

—Oh, no, no la tendrás —silbó Daniel—. Yo tendré la satisfacción.

—¿Patch of Green? —dijo Hugh con frialdad.

—Al amanecer.

Hubo un profundo silencio mientras todos esperaban que cualquier


hombre regresara a sus cabales.

Pero no lo hicieron. Por supuesto que no.

Hugh sonrió. No podía imaginar por qué él tenía algo para sonreír, pero lo
sentía deslizándose a lo largo de su rostro, no obstante. Y cuando miró a Daniel
Smythe-Smith, vio el rostro de otro hombre.

—Que así sea.

—No tienes que hacer esto —dijo Charles Dunwoody, haciendo una
mueca cuando terminó su inspección del arma de Hugh.

Hugh no se molestó en contestar. Le dolía demasiado la cabeza.

—Quiero decir, te creo que él estaba haciendo trampa. Tendría que ser,
porque, bueno, eres tú, y tú siempre ganas. No sé cómo te las arreglas, pero lo haces.

Hugh apenas movió la cabeza, pero sus ojos viajaron en un lento arco hacia
la cara de Dunwoody. ¿Estaba Dunwoody ahora acusándolo de tramposo?

—Creo que son las matemáticas —continuó Dunwoody, ajeno a la


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expresión sardónica de Hugh—. Siempre has sido monstruosamente bueno en


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eso…
Agradable. Siempre tan agradable ser llamado un bicho raro.

—… y sé que nunca hiciste trampa en las matemáticas. El cielo sabe que te


cuestionaron lo suficiente en la escuela. —Dunwoody lo miró con el ceño
fruncido—. ¿Cómo haces eso?

Hugh le dirigió una mirada plana.

—¿Me estás preguntando en estos momentos?

—Oh. No. No, por supuesto que no. —Dunwoody se aclaró la garganta y
retrocedió un paso. Marcus Holroyd se dirigía hacia ellos, presumiblemente en un
intento de poner fin al duelo. Hugh vio como las botas de Marcus se comían la
hierba húmeda. Su zancada izquierda era más larga que la derecha, aunque no por
mucho. Probablemente le llevaría quince pasos más llegar a ellos, dieciséis si se
sentía de mal genio y buscaba acorralarle en su espacio.

Pero este era Marcus. Él pararía a los quince.

Marcus y Dunwoody intercambiaron armas para su inspección. Hugh


estaba justo al lado del cirujano, quien solo estaba lleno de información útil.

—Justo aquí —dijo el cirujano, golpeando la parte superior de su propio


muslo—. Lo he visto pasar. La arteria femoral. Sangras como un cerdo.

Hugh no dijo nada. En realidad él no iba a disparar a Daniel. Había tenido


un par de horas para calmarse, y mientras que él todavía estaba furioso, no veía
ninguna razón para tratar de matarlo.

—Pero si lo que desea es algo muy doloroso —continuó el cirujano—,


usted no puede fallar con la mano o el pie. Los huesos son fáciles de romper, y hay
un montón de infierno de nervios. Además, usted no lo matará. Demasiado lejos
de todo lo importante.

Hugh era muy bueno en ignorar a la gente, pero incluso él no podía


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resistirse a esto.
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—¿La mano no es importante?


El cirujano rodó la lengua por los dientes, y luego hizo un ruido de succión,
presumiblemente para desalojar algún pedazo rancio de alimentos. Él se encogió
de hombros.

—No es el corazón.

Él tenía un punto, que tomar en cuenta. Hugh odiaba cuando la gente


molesta tenía puntos válidos. Sin embargo, el cirujano no tenía ningún sentido, él
tenía que cerrar su maldita boca.

—Simplemente no vaya por la cabeza —dijo el cirujano con un


estremecimiento—. Nadie quiere eso, y no estoy hablando de solo el pobre diablo
que ha tomado la bala. Habrá sesos por todos lados, a tiro abierto. Dispara el funeral
directo al infierno.

—¿Esta es tu elección de cirujano? —preguntó Marcus.

Hugh volteó la cabeza hacia Dunwoody.

—Él lo encontró.

—Soy un barbero —dijo el cirujano a la defensiva.

Marcus negó con la cabeza y se dirigió de nuevo a Daniel.

—¡Caballeros estén listos!

Hugh no estaba seguro de quien había clamado orden. Alguien había


averiguado sobre el duelo y quería los derechos de fanfarronear, más
probablemente. No había muchas frases en Londres más codiciadas que "Yo mismo
lo vi".

—¡Tomen puestos!

Hugh levantó el brazo y apuntó. 7.5 centímetros a la derecha del hombro


de Daniel.
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—¡Uno!
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Buen Dios, él se olvidó del conteo.


—¡Dos!

Apretó su pecho. El conteo. Los gritos. Fue la única vez que los números
se convirtieron en el enemigo. La voz de su padre, ronca en su triunfo, y Hugh,
tratando de no escuchar...

—¡Tres!

Hugh se encogió.

Y apretó el gatillo.

—¡Awgrrrrrrrrr!

Hugh miró a Daniel sorprendido.

—¡Maldita sea, me disparaste! —gritó Daniel. Se agarró el hombro, su


camisa blanca arrugada ya rebosante de color rojo.

—¿Qué? —se dijo Hugh a sí mismo—. No. —Él la había dirigido hacia un
lado. No muy lejos a un lado, pero era un buen tirador, un excelente tirador.

—Oh, Cristo —murmuró el cirujano, y se quitó de en medio del campo a


la carrera.

—Le disparaste. —Dunwoody se quedó sin aliento—. ¿Por qué hiciste eso?

Hugh no tenía palabras. Daniel estaba herido, tal vez incluso de muerte, y
él lo había hecho. Lo había hecho. Nadie le había forzado. E incluso ahora,
mientras Daniel levantaba su brazo ensangrentado, su brazo literalmente
ensangrentado…

Hugh gritó mientras sentía su pierna trozándose en piezas.

¿Por qué había pensado que escucharía el disparo antes de sentirlo? Sabía
cómo funcionaba. Si Sir Isaac Newton estaba en lo correcto, el sonido viaja a una
velocidad de 300 metros por segundo. Hugh estaba a unos veinte metros de Daniel,
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lo que significaba que la bala habría tenido que viajar...


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Pensó. Y pensó.
No podía trabajar la respuesta.

—¡Hugh! ¡Hugh! —dijo la voz frenética de Dunwoody—. Hugh, ¿estás


bien?

Hugh miró a la cara borrosa de Charles Dunwoody. Si él estaba mirando


hacia arriba, entonces debía estar en el suelo. Él parpadeó, tratando de establecer
su mundo de nuevo enfocado. ¿Estaba todavía borracho? Había tenido una
asombrosa cantidad de alcohol la noche anterior, tanto antes como después del
altercado con Daniel.

No, no estaba borracho. Por lo menos no mucho. Le habían disparado. O


por lo menos, pensó que le habían disparado. Se había sentido como si hubiera
tomado una bala, pero en realidad ya no dolía tanto. Aun así, eso explicaría por qué
él estaba tendido en el suelo.

Tragó saliva, tratando de respirar. ¿Por qué era tan difícil respirar? ¿Acaso
no había recibido un disparo en la pierna? Si hubiera recibido un disparo. Todavía
no estaba seguro de qué era lo que había sucedido.

—Oh, querido Dios —vino una voz nueva. Marcus Holroyd, respirando
con dificultad. Su rostro estaba pálido.

—¡Pongan presión sobre él! —ladró el cirujano—. Y cuidado con ese


hueso.

Hugh trató de hablar.

—Un torniquete —dijo alguien—. ¿Deberíamos atar un torniquete?

—¡Tráiganme mi bolsa! —gritó el cirujano.

Hugh intentó hablar de nuevo.

—No gastes tu energía —dijo Marcus, tomando su mano.


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—¡Pero no te duermas! —añadió Dunwoody frenéticamente—. Mantén


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tus ojos abiertos.


—El muslo —dijo Hugh con voz ronca.

—¿Qué?

—Dile al cirujano... —Hugh se detuvo, sin aliento—. El muslo. Sangrando


como un cerdo.

—¿De qué está hablando? —preguntó Marcus.

—Yo… yo… —Dunwoody estaba tratando de decir algo, pero lo mantuvo


capturado en su garganta.

—¿Qué? —exigió Marcus.

Hugh miró a Dunwoody. Parecía enfermo.

—Creo que él está tratando de hacer una broma —dijo Dunwoody.

—Dios. —Marcus juró duramente, volteando hacia Hugh con una


expresión que Hugh encontró difícil de interpretar—. Estúpido, terco... Una
broma. Estás haciendo una broma.

—No llores —dijo Hugh, porque parecía que él podría.

—Apriételo con más fuerza —dijo alguien, y Hugh sintió algo tirando de
su pierna, y luego apretado, duro, y entonces Marcus estaba diciendo—: Será mejor
que retrocedaaaaaaas…

Y eso fue todo.

Cuando Hugh abrió los ojos, estaba oscuro. Y él estaba en una cama. ¿Había
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pasado un día entero? ¿O más? El duelo había sido en la madrugada. El cielo todavía
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estaba rosa.
—¿Hugh?

¿Freddie? ¿Qué estaba haciendo Freddie aquí? No podía recordar la última


vez que su hermano había puesto un pie en la casa de su padre. Hugh quería decir
su nombre, quería decirle lo contento que estaba de verlo, pero su garganta estaba
increíblemente seca.

—No trates de hablar —dijo Freddie. Se inclinó hacia adelante, su familiar


cabeza rubia entrando en el arco de la luz de las velas. Siempre se habían parecido,
más que la mayoría de los hermanos. Freddie era un poco más bajo, un poco más
ligero, y un poco más rubio, pero tenían los mismos ojos verdes en el mismo rostro
anguloso. Y la misma sonrisa.

Cuando ellos sonreían.

—Deja que te traiga un poco de agua —dijo Freddie. Con cuidado, puso
una cuchara en los labios de Hugh, botando el líquido dentro de su boca.

—Más —dijo Hugh con voz ronca. No había habido nada que tragar. Cada
gota solo había empapado su lengua reseca.

Freddie le dio unas cuantas cucharadas, y luego dijo:

—Vamos a esperar un poco. No quiero darte demasiada a la vez.

Hugh asintió. No sabía por qué, pero asintió.

—¿Te duele?

Le dolía, pero Hugh tenía la extraña sensación de que no le había dolido


tanto hasta que Freddie le preguntó al respecto.

—Todavía está ahí, ya sabes —dijo Freddie, haciendo un gesto hacia el pie
de la cama—. Tu pierna.

Por supuesto que todavía estaba allí. Dolía como el maldito infierno.
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¿Dónde más podría estar?


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—A veces los hombres sienten dolor incluso después de perder una


extremidad —dijo Freddie en un apuro nervioso—. Dolor fantasma, es llamado. Lo
leí, no sé cuándo. Hace algún tiempo.

Entonces era probablemente cierto. La memoria de Freddie era casi tan


buena como la de Hugh, y sus gustos siempre habían ido hacia las ciencias
biológicas. Cuando eran niños, Freddie había prácticamente vivido afuera, cavando
en la tierra, recogiendo sus especímenes. Hugh había ido con él un par de veces,
pero había estado más que aburrido.

Hugh había descubierto rápidamente que su interés en uno de los


escarabajos no aumentó con el número de escarabajos ubicados. Lo mismo sucedió
con las ranas.

—Padre está en la planta baja —dijo Freddie.

Hugh cerró los ojos. Era lo más cerca que podía a un movimiento de cabeza.

—Debería ir a buscarlo —dijo sin convicción.

—No.

Un minuto más o algo así pasó, y Freddie dijo:

—Aquí, tienes un poco más de agua. Has perdido una gran cantidad de
sangre. Será por eso que te sientes tan débil.

Hugh tomó unas cuantas cucharadas. Dolía al tragar.

—Tu pierna está rota, también. El fémur. El doctor la acomodó, pero dijo
que el hueso se astilló. —Freddie se aclaró la garganta—. Estarás atrapado aquí por
bastante tiempo, me temo. El fémur es el hueso más grande del cuerpo humano.
Va a tomar varios meses para sanar.

Freddie estaba mintiendo. Hugh podía oírlo en su voz. Lo que significaba


que iba a tomar un poco más de unos pocos meses en sanar. O tal vez no sanaría
del todo. Tal vez estaba lisiado.
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No sería divertido.
—¿Qué día es hoy? —dijo Hugh con voz áspera.

—Has estado inconsciente durante tres días —respondió Freddie,


interpretando correctamente la pregunta.

—Tres días —hizo eco Hugh. Buen Dios.

—Llegué ayer. Corville me notificó.

Hugh asintió. Calculaba que su mayordomo sería el que le haría saber a su


hermano Freddie que había estado a punto de morir.

—¿Qué pasa con Daniel? —preguntó Hugh.

—¿El Conde de Winstead? —Freddie tragó—. Se ha ido.

Los ojos de Hugh se abrieron.

—No, no, no muerto —dijo rápidamente Freddie—. Su hombro estaba


herido, pero él va a estar bien. Él solo salió de Inglaterra es todo. Padre trató de
arrestarlo, pero tú no estabas muerto aún…

Aún. Gracioso.

—…y entonces, bueno, no sé lo que le dijo padre. Él vino a verte el día


después de que ocurriera. Yo no estaba aquí, pero Corville me dijo que Winstead
intentó disculparse. Padre no estaba entendiendo… bueno, ya conoces a Padre.
—Freddie tragó saliva y se aclaró la garganta—. Creo que el Conde de Winstead
fue a Francia.

—Él debe regresar —dijo Hugh con voz ronca. No fue culpa de Daniel. Él
no había sido el único en llamar al duelo.

—Sí, bueno, puedes hablar de eso con Padre —dijo Freddie, incómodo—.
Él ha estado hablando acerca de cazarlo a muerte.

—¿En Francia?
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Página

—Yo no traté de razonar con él.


—No, por supuesto que no. —¿Por qué, quién razonaría con un loco?

—Ellos pensaron que podrías morir —explicó Freddie.

—Ya veo. —Y esa era la parte horrible. Hugh lo veía.

El Marqués de Ramsgate no tuvo que elegir a su heredero; la primogenitura


le obligaría a dar Freddie el título, las tierras, la fortuna, casi cualquier cosa que no
fuera clavada por mayorazgo. Pero si Lord Ramsgate pudiera haber elegido, todos
sabían que él habría elegido a Hugh.

Freddie tenía veintisiete años y aún no se había casado. Hugh mantenía la


esperanza de que aún podría hacerlo, pero sabía que no había ninguna mujer en el
mundo que llamaría la atención de Freddie. Aceptaba esto sobre su hermano. Él
no lo entendía, pero lo aceptaba. Solo deseaba que Freddie entendiera que todavía
podía casarse y cumplir con su deber y tomar toda esa maldita presión de Hugh.
Seguro que había un montón de mujeres que estarían encantadas de tener a sus
maridos fuera de sus camas una vez que el cuarto de bebés estuviera lo
suficientemente poblado.

El padre de Hugh, sin embargo, estaba tan disgustado que le había dicho a
Freddie que no se molestara con una esposa. El título podría tener que residir en
Freddie durante unos años, pero por más que Lord Ramsgate planeara, debería
terminar con Hugh o sus hijos.

No es que alguna vez él tuviera a Hugh en tanto afecto, tampoco.

Lord Ramsgate no era el único noble que no veía ninguna razón para cuidar
a sus hijos por igual. Hugh sería mejor para Ramsgate, y por lo tanto Hugh era
mejor, y punto.

Debido a que todos sabían que el Marqués amaba a Ramsgate, Hugh, y


Freddie precisamente en ese orden.

Y, probablemente, a Freddie no del todo.


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Página

—¿Te gustaría láudano? —preguntó Freddie abruptamente—. El doctor


dijo que podríamos darte un poco si te levantabas.
Si. Incluso menos gracioso que el aún.

Hugh asintió y permitió que su hermano mayor le ayudara aproximándolo


en algo parecido a una posición sentada.

—Dios, eso es asqueroso —dijo, entregando la taza de vuelta a Freddie, una


vez que había tomado el contenido.

Freddie olfateó los restos.

—Alcohol —confirmó—. La morfina se disuelve en eso.

—Justo lo que necesito —murmuró Hugh—. Más alcohol.

—¿Perdón, cómo dices?

Hugh se limitó a sacudir su cabeza.

—Me alegro de que estés despierto —dijo Freddie en un tono que obligó a
Hugh a notar que no había vuelto a sentarse después de verter el láudano—. Le
pediré a Corville que le informe a Padre. Preferiría no hacerlo, ya sabes, si no tengo
que…

—Por supuesto —dijo Hugh. El mundo era un lugar mejor cuando Freddie
evitaba a su padre. El mundo era un lugar mejor cuando Hugh lo evitaba también,
pero alguien tenía que interactuar con el viejo hijo de puta en cuestión, y ambos
sabían que tenía que ser él. Que Freddie hubiera venido aquí, a su antigua casa en
St. James, era un testimonio de su amor por Hugh.

—Nos vemos mañana —dijo Freddie, haciendo una pausa en la puerta.

—No tienes que hacerlo —le dijo Hugh.

Freddie tragó saliva y miró hacia otro lado.

—Tal vez el día siguiente, entonces.


21

O el siguiente. Hugh no lo culparía si él nunca regresaba.


Página
Freddie debe haber dado instrucciones al mayordomo de esperar antes de
notificar a su padre de la variación en la condición de Hugh, ya que casi un día
entero pasó antes de que Lord Ramsgate bramara en la habitación.

—Estás despierto —ladró.

Fue sorprendente lo mucho que sonó como una acusación.

—Maldito imbécil idiota —silbó Ramsgate—. Casi te matan. ¿Y por qué?


¿Por qué?

—Estoy encantado de verte, también, Padre —respondió Hugh. Estaba


sentado ahora, con la férula hacia adelante como un tronco. Estaba bastante seguro
de que sonaba mejor de lo que se sentía, pero con el Marqués de Ramsgate, uno
nunca debía mostrar debilidad.

Lo había aprendido desde el principio.

Su padre le dio una mirada de disgusto, pero por lo demás, ignoró el


sarcasmo.

—Podrías haber muerto.

—Eso entiendo.

—¿Crees que esto es gracioso? —espetó el marqués.

—De hecho —respondió Hugh—, no lo creo.

—Sabes lo que habría pasado si murieras.

Hugh sonrió con suavidad.


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—He reflexionado, para estar seguro, pero ¿alguien sabe muy bien lo que
Página

pasa después de la muerte?


Dios, pero era agradable ver la abultada cara de su padre volviéndose roja.
Mientras no comenzara a escupir.

—¿Tomas algo en serio? —demandó el marqués.

—Tomo muchas cosas en serio, pero no esto.

Lord Ramsgate contuvo el aliento, todo su cuerpo temblaba de rabia.

—Los dos sabemos que tu hermano nunca se casará.

—Oh, ¿es eso de lo que se trata todo esto? —Hugh hizo su mejor imitación
de sorpresa.

—¡No voy a tener descendencia Ramsgate de esta familia!

Hugh siguió esta explosión con una pausa perfectamente sincronizada y


luego dijo:

—Oh vamos, el primo Robert no es tan malo. Incluso le permitieron volver


a Oxford. Bueno, la primera vez.

—¿Eso es lo que es esto? —escupió el marqués—. ¿Estás tratando de


matarte solo para molestarme?

—Me imagino que yo pudiera enfadarte con mucho menos esfuerzo que
esto. Y con un resultado mucho más agradable para mí.

—Si quieres deshacerte de mí, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo Lord
Ramsgate.

—¿Matarte?

—¡Tú maldito…!

—Si hubiera sabido que iba a ser tan fácil, realmente habría…

—¡Solo cásate con una chica tonta y dame un heredero! —rugió su padre.
23
Página

—Todas las cosas en igualdad de condiciones —dijo Hugh con devastadora


calma—, yo prefiero que ella no sea una tonta.
Su padre se sacudió con furia, y pasó un minuto completo antes de que él
fuera capaz de hablar.

—Necesito saber que Ramsgate permanecerá en la familia.

—Nunca dije que no me casaría —dijo Hugh, sin embargo no tenía siquiera
idea de por qué sentía la necesidad de decirlo—. Pero no voy a hacerlo a tu
mandato. Además, yo no soy tu heredero.

—Frederick…

—Aún podría casarse —dijo Hugh, cada sílaba con fuerza y recortada.

Pero su padre resopló y se dirigió a la puerta.

—Oh, Padre —llamó Hugh antes de que pudiera salir—. ¿Avisarías a la


familia de Lord Winstead que él puede regresar de forma segura a Gran Bretaña?

—Por supuesto que no. Él puede pudrirse en el infierno por lo que me


importa. O en Francia. —El marqués dio una risa sombría—. Es por mucho el
mismo lugar, en mi opinión.

—No hay ninguna razón por la que no se le deba permitir regresar —dijo
Hugh con más paciencia de la que hubiera creído ser capaz—. Como ambos hemos
señalado, no me mató.

—Te disparó.

—Yo le disparé primero.

—En el hombro.

Hugh apretó los dientes. Discutir con su padre siempre había sido agotador,
y él estaba muy pasado de láudano.

—Fue mi culpa —espetó.


24

—No me importa —dijo el marqués—. Se fue por su propio pie. Tú eres un


Página

lisiado que ni siquiera puede ser capaz de engendrar hijos ahora.


Hugh sintió sus ojos ampliarse con alarma. Le habían disparado en la
pierna. La pierna.

—No pensaste en eso, ¿verdad? —se burló su padre—. Esa bala golpeó una
arteria. Es un milagro que no sangraras a muerte. El médico cree que tu pierna
tiene suficiente sangre para sobrevivir, pero solo Dios sabe sobre el resto de ti.
—Él abrió la puerta y tiró su última declaración sobre su hombro—. Winstead ha
arruinado mi vida. Puedo malditamente arruinar la suya.

El alcance total de las lesiones de Hugh no sería conocido por varios meses.
Su fémur sanó.

Un poco.

Su músculo poco a poco volvió a estar junto. Lo que quedaba de él.

En el lado positivo, todas las señales apuntaban hacia ser capaz de


engendrar un hijo.

No es que él quisiera. O tal vez más al punto, no es que a le hubiera sido


presentada una oportunidad.

Pero cuando su padre le preguntó... o, más bien, exigió... o, más bien, quitó
las sábanas en la presencia de algún médico alemán Hugh no habría querido
encontrarse en un callejón oscuro…

Hugh se cubrió con las mantas de nuevo, vergüenza mortal fingida, y dejó
que su padre creyera que había sido dañado de forma irreparable.

Y todo el tiempo, a lo largo de toda su insoportable recuperación, Hugh


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estuvo confinado en la casa de su padre, atrapado en la cama, y obligado a soportar


Página

ministraciones diarias de una enfermera cuya firma especial de cuidados le traía a


la mente a Atila el Huno.

Ella se parecía a él, también. O por lo menos tenía una cara que Hugh se
imaginó que encajaba en Atila. La verdad era que la comparación no era muy
elogiosa.

Para Atila.

Pero Atila la enfermera, por más áspera y cruda que pudiera ser, todavía
era preferible al padre de Hugh, que llegaba cada día a las cuatro de la tarde, brandy
en mano (solo uno; ninguno para Hugh), con las últimas noticias de su caza de
Daniel Smythe-Smith.

Y cada día, a las cuatro y un minuto de la tarde, Hugh le pedía a su padre


que se detuviera.

Solo se detuviera.

Pero, por supuesto, no lo hizo. Lord Ramsgate prometió cazar a Daniel


hasta que uno de ellos estuviera muerto.

Finalmente Hugh estaba lo suficientemente bien para dejar Ramsgate


House. No tenía mucho dinero, solo sus ganancias de juego de cuando jugaba, pero
él tenía lo suficiente para contratar a un ayudante de cámara y tomar un pequeño
apartamento en The Albany, que era conocido como el edificio de primera clase
en Londres para los caballeros de nacimiento excepcional y la fortuna no
excepcional.

Aprendió a caminar de nuevo. Él necesitaba un bastón para cualquier


distancia real, pero podía atravesar la longitud de un salón de baile en sus propios
pies.

No es que visitara los salones de baile.

Él aprendió a vivir con el dolor, el dolor constante de un hueso mal


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ajustado, el latido palpitante de un músculo torcido.


Página

Y se obligó a visitar a su padre, para tratar de razonar con él, para decirle
que parara la caza de Daniel Smythe-Smith. Pero nada funcionó. Su padre se
aferraba a su furia con los dedos blancos pellizcados. Él nunca tendría un nieto
ahora, él se enfurecía, y todo era culpa del Conde de Winstead.

No importaba cuanto señalaba Hugh que Freddie estaba sano y todavía


podría sorprenderlos y casarse. Muchos de los hombres que más bien habrían
permanecido solteros tomaban esposas. El marqués solo escupió. Literalmente,
escupió en el suelo y dijo que incluso si Freddie tuviera una esposa, nunca se las
arreglaría para engendrar un hijo. Y si lo hacía, si por algún milagro lo hacía, no
sería ningún hijo digno de su nombre.

No, era culpa de Winstead. Se suponía que Hugh tenía que proporcionar
el heredero Ramsgate, y ahora mírenlo. Él era un lisiado inútil. Que probablemente
no podría engendrar un hijo, tampoco.

Lord Ramsgate nunca perdonaría a Daniel Smythe-Smith, el una vez


apuesto y popular Conde de Winstead. Nunca.

Y Hugh, cuya única constante en la vida había sido su capacidad de mirar


un problema desde todos los ángulos y resolver la solución más lógica, no tenía ni
idea de qué hacer. Más de una vez él mismo había pensado en casarse, pero a pesar
de que parecía estar en buenas condiciones, siempre existía la posibilidad de que la
bala de hecho le hubiera hecho algún daño. Además, pensó mientras miraba su
pierna arruinada, ¿qué mujer habría de quererlo?

Y entonces, un día, algo despertó en su memoria de un momento fugaz de


aquella conversación con Freddie, justo después del duelo.

Freddie había dicho que no había tratado de razonar con el marqués, y


Hugh había dicho: “Por supuesto que no”, y luego había pensado, ¿Por qué quién
razonaría con un loco?

Por fin sabía la respuesta.


27

Solo otro loco.


Página
Traducido por areli97 y Apolineah17

Corregido por Lizzie Wasserstein

Fensmore, Chatteris

nr. Cambridgeshire

Otoño 1824

L
ady Sarah Pleinsworth, veterana de tres infructuosas temporadas
en Londres, miró alrededor de la habitación de dibujo de su pronto-
a-ser primo y anunció:

—Estoy infestada de bodas.

Sus acompañantes eran sus hermanas menores, Harriet, Elizabeth y


Frances, quienes, con dieciséis, catorce, y once años, no estaban en la edad de
preocuparse sobre panoramas matrimoniales. Sin embargo, uno pensaría que ellas
ofrecerían un poco de simpatía.

Uno lo pensaría, si no estuviera familiarizado con las chicas Pleinsworth.

—Estás siendo melodramática —replicó Harriet, dándole a Sarah una


mirada fugaz antes de sumergir su pluma en tinta y reanudar sus garabatos en el
escritorio.

Sarah se volteó lentamente en su dirección.

—Estás escribiendo una obra acerca de Henry VIII y un unicornio, ¿y me


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estás diciendo a mí melodramática?


Página

—Es una sátira —respondió Harriet.


—¿Qué es una sátira? —cortó Frances—. ¿Es lo mismo que un sátiro?

Los ojos de Elizabeth se ampliaron con perverso placer.

—¡Sí! —exclamó.

—¡Elizabeth! —la regañó Harriet.

Frances entrecerró sus ojos hacia Elizabeth.

—No lo es, ¿verdad?

—Debería serlo —replicó Elizabeth—, dado que has hecho que ponga un
sangriento unicornio en la historia.

—¡Elizabeth! —A Sarah realmente no le importaba que su hermana


hubiera maldecido, pero como la mayor en la familia, ella sabía que debería
importarle. O por lo menos, hacer como si lo hiciera.

—No estaba maldiciendo —protestó Elizabeth—. Hablaba en sentido


figurado.

Esto fue recibido con un confuso silencio.

—Si el unicornio está sangrando —explicó Elizabeth—, entonces la obra


tiene aunque sea una posibilidad de ser interesante.

Frances jadeó.

—¡Oh, Harriet! No vas a herir al unicornio, ¿cierto?

Harriet deslizó una mano sobre su escrito.

—Bueno, no mucho.

El jadeo de Frances se convirtió rápidamente en un grito ahogado de terror.

—¡Harriet!
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—¿Es inclusive posible tener una plaga de bodas? —dijo Harriet


Página

fuertemente, girándose hacia Sarah—. Y si lo es, ¿dos calificarían como tal?


—Lo harían —contestó Sarah oscuramente—, si estuviesen sucediendo
solamente con una semana de diferencia, y si sucediera que una está emparentada
con una de las novias y uno de los novios, y especialmente si una fue forzada a ser
dama la honor en una boda en la cual…

—Solo tienes que ser dama de honor una vez —cortó Elizabeth.

—Una es suficiente —murmuró Sarah. Nadie debería tener que caminar al


altar con un ramo de flores al menos que fuese la novia, ya hubiera sido la novia, o
fuera demasiado joven para ser la novia. De cualquier otra forma, era simplemente
cruel.

—Creo que es divino que Honoria te haya pedido que fueras su dama de
honor —dijo Frances a borbotones—. Es tan romántico. Quizás puedas escribir una
escena como esta en tu obra, Harriet.

—Es una buena idea —respondió Harriet—. Podría agregar un nuevo


personaje. Haré que sea justo como Sarah.

Sarah ni siquiera se molestó en girar en su dirección.

—Por favor no.

—No, será muy divertido —insistió Harriet—. Un pequeño chiste privado


solo para nosotras tres.

—Hay cuatro de nosotras —dijo Elizabeth.

—Oh, cierto. Perdona, creo que estaba olvidando a Sarah, en realidad.

Sarah consideró esto indigno de responder, pero sí encrespó su labio.

—Mi punto es —continuó Harriet—, que siempre recordaremos que


estuvimos juntas justo aquí cuando pensamos sobre ello.

—Podrías hacer que se pareciera a mí —dijo Frances esperanzadamente.


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—No, no —dijo Harriet, apartándola—. Es muy tarde para cambiar ahora.


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Ya lo tengo arreglado en mi cabeza. El nuevo personaje debe verse como Sarah.


Déjame ver… —Empezó a garabatear furiosamente—. Grueso y oscuro cabello con
solamente la más ligera tendencia a rizarse.

—Ojos oscuros y sin fondo —agregó Frances sin aliento—. Deben ser sin
fondo.

—Con un indicio de locura —dijo Elizabeth.

Sarah se dio la vuelta para mirarla.

—Solo estoy haciendo mi parte —objetó Elizabeth—. Y definitivamente


veo ese indicio de locura ahora.

—Debería pensarlo —replicó Sarah.

—No demasiado alta, no demasiado baja —dijo Harriet, aun escribiendo.

Elizabeth sonrió y se unió en el sonsonete.

—No demasiado delgada, no demasiado gorda.

—¡Oh oh oh, yo tengo uno! —exclamó Frances, prácticamente saltando al


mismo tiempo en el sofá—. No demasiado rosa, no demasiado verde.

Eso detuvo la conversación en seco.

—¿Disculpa? —Finalmente se las arregló Sarah.

—No te avergüenzas fácilmente —explicó Frances—, así que muy rara vez
te sonrojas, y solamente te he visto vomitar una vez, y eso fue cuando todas
tuvimos ese pescado malo en Brighton.

—Por lo tanto el verde —dijo Harriet aprobadoramente—. Bien hecho,


Frances. Eso es muy ingenioso. Las personas realmente se vuelven un poco verdes
cuando están mareadas. Me pregunto por qué.

—Bilis —dijo Elizabeth.


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—¿Tenemos que tener esta conversación? —preguntó Sarah.


Página

—No veo por qué estás de tan mal humor —dijo Harriet.
—No estoy de mal humor.

—No estás de buen humor.

Sarah no se molestó en contradecirla.

—Si fuera tú —dijo Harriet—, estaría caminando en las nubes. Tienes la


oportunidad de caminar al altar.

—Lo sé. —Sarah se dejó caer en el sofá, el lamento de su última sílaba al


parecer demasiado fuerte para mantenerse en posición vertical.

Frances se levantó y fue a su lado, mirando hacia abajo sobre el respaldo


del sofá.

—¿No quieres caminar por el pasillo al altar? —Se veía un poco como un
pequeño gorrión preocupado, su cabeza inclinándose hacia un lado y luego hacia
el otro con pequeños movimientos afilados de pájaro.

—No particularmente —respondió Sarah. Por lo menos, no excepto que


fuera su propia boda. Pero era difícil hablar con sus hermanas acerca de esto; era
tal la brecha entre sus edades, y había ciertas cosas que una no podía compartir con
una niña de once años.

Su madre había perdido tres bebés entre Sarah y Harriet, dos como abortos
y uno cuando el hermano menor de Sarah, el único niño que había nacido de Lord
y Lady Pleinsworth, murió en su cuna cuando tenía tres meses de edad. Sarah
estaba segura que sus padres estaban decepcionados de no tener un hijo vivo, pero
para su crédito, nunca se quejaron. Cuando mencionaban el título yendo al primo
de Sarah, William, no refunfuñaban. Solo parecían aceptarlo del modo en que era.
Había habido cierta plática acerca de Sarah casándose con William, para mantener
las cosas “limpias y ordenadas y que todo quedara en la familia” (como lo había
puesto su madre), pero William era tres años menor que Sarah. A los dieciocho, él
había apenas empezado en Oxford, y seguramente él no se casaría en los siguientes
32

cinco años.
Página

Y no había oportunidad de que Sarah fuera a esperar cinco años. Ni un


centímetro de oportunidad. Ni una fracción de una fracción de un centímetro de…

—¡Sarah!

Miró hacia arriba. Y justo a tiempo. Elizabeth parecía estar apuntando un


volumen de poesía en su dirección.

—No —advirtió Sarah.

Elizabeth frunció brevemente el ceño en decepción y bajó el libro.

—Estaba preguntando —ella (aparentemente) repitió—, si sabías si todos


los invitados han llegado.

—Creo que sí —respondió Sarah, aunque realmente no tenía idea—.


Realmente no podría decir acerca de los que se están quedando en el pueblo. —Su
prima Honoria Smythe-Smith se estaba casando con el Conde de Chatteris la
mañana siguiente. La ceremonia sería celebrada aquí en Fensmore, la ancestral casa
de Chatteris en el norte de Cambridgeshire. Pero inclusive la gran casa de Lord
Chatteris no tenía capacidad para todos los invitados que estaban llegando de
Londres; algunos cuantos habían sido forzados a tomar habitaciones en las posadas
locales.

Como familia, los Pleinsworth habían sido los primeros en serles asignadas
habitaciones en Fensmore, y habían llegado más temprano en la semana antes de
tiempo para ayudar con los preparativos. O quizás, más precisamente, su madre
estaba ayudando con los preparativos. Sarah había sido encomendada con la tarea
de mantener a sus hermanas fuera de líos.

Lo cual no era sencillo.

Normalmente, las niñas habrían sido vigiladas por su institutriz,


permitiéndole a Sarah atender sus deberes como la dama de honor de Honoria,
pero tal como pasó, su (ahora antigua) institutriz se casaría dentro de quince días.
33

Con el hermano de Honoria.


Página

Lo que quería decir que una vez que las nupcias Chatteris-Smythe-Smith
estuvieran completas, Sarah (junto con la mitad de Londres, parecía) tomarían las
carreteras y viajarían de Fensmore al sur hacia Whipple Hill, en Berkshire, para
asistir a la boda de Daniel Smythe-Smith y la señorita Anne Wynter. Como Daniel
también era un conde, sería un enorme acontecimiento.

Tanto como la boda de Honoria sería un enorme acontecimiento.

Dos grandes acontecimientos. Dos grandes oportunidades para Sarah de


bailar y divertirse y ser dolorosamente consciente de que ella no era una de las
novias.

Ella solamente quería casarse. ¿Era eso tan patético?

No, pensó, enderezando su columna (pero no demasiado como para tener


que realmente sentarse), no lo era. Encontrar un marido y ser una esposa era todo
para lo que había sido entrenada, además de tocar el pianoforte en el infame
Cuarteto Smythe-Smith.

Lo cual, pensándolo bien, era parte de las razones por lo que estaba tan
desesperada por casarse.

Cada año, como un reloj, las cuatro primas Smythe-Smith de mayor edad
y sin casarse eran forzadas a juntar sus inexistentes talentos musicales y tocar juntas
en un cuarteto.

E interpretar.

Delante de personas de verdad. Las cuales no eran sordas.

Era el infierno. Sarah no podía pensar en una palabra mejor para


describirlo. Estaba totalmente segura que la palabra apropiada no había sido
inventada aún.

El ruido que salía de los instrumentos Smythe-Smith también solo podría


ser descrito por palabras que aún no se han inventado. Pero por alguna razón, todas
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las madres Smythe-Smith (incluyendo a la de Sarah, la cual había nacido como


Página

Smythe-Smith, aun cuando ahora era una Pleinsworth) se sentaban en la fila


delantera con alegres sonrisas en sus rostros, seguras en su loco conocimiento que
sus hijas eran prodigios musicales. Y el resto de la audiencia…

Ese era el misterio.

¿Por qué había un “resto de la audiencia”? Sarah nunca podía averiguarlo.


Seguramente uno tenía que asistir solo una vez para darse cuenta que nada bueno
podría venir alguna vez de una velada musical Smythe-Smith. Pero Sarah había
examinado la lista de invitados; había personas que iban cada año. ¿En qué estaban
pensando? Tenían que saber que se estaban sometiendo a sí mismos para lo que
solo podría llamarse tortura auditiva.

Aparentemente había existido una palabra inventada para ello.

La única forma de que una prima Smythe-Smith fuera liberada del


Cuarteto Smythe-Smith era el matrimonio. Bueno, eso y fingir una enfermedad
desesperada, pero Sarah ya había hecho eso una vez, y no pensaba que funcionaría
una segunda vez.

O uno podría haber nacido niño. Ellos no tenían que aprender a tocar
instrumentos y sacrificar su dignidad en un altar de humillación pública.

Era realmente bastante injusto.

Pero de vuelta al matrimonio. Sus tres temporadas en Londres no habían


sido completos fracasos. Solamente este verano pasado, dos caballeros habían
pedido su mano en matrimonio. E inclusive aunque sabía que probablemente se
estaba condenando a sí misma a otro año en el pianoforte sacrificial, los había
rechazado a ambos.

Ella no necesitaba una loca y gran pasión. Era demasiado práctica para
creer que todos encontraban a su amor verdadero, o incluso que todos tenían un
amor verdadero. Pero una dama de veintiuno no debería casarse con un hombre
de sesenta y tres.

En cuanto a la otra propuesta… Sarah suspiró. El caballero había sido un


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incómodamente afable compañero, pero cada vez que contaba a veinte (y parecía
Página

hacerlo con extraña frecuencia), se saltaba el número doce.


Sarah no necesitaba casarse con un genio, ¿pero era realmente demasiado
pedir por un marido que pudiera contar?

—Matrimonio —se dijo a sí misma.

—¿Qué fue eso? —preguntó Frances, todavía mirando por encima del
respaldo del sofá. Harriet y Elizabeth estaban ocupadas con sus propios asuntos, lo
cual estaba bien, porque Sarah realmente no necesitaba una audiencia aparte de
una niña de once años cuando anunció:

—Tengo que casarme este año. Si no lo hago, realmente creo que


simplemente moriré.

Hugh Prentice se detuvo brevemente en la puerta de la habitación de


dibujo, luego sacudió su cabeza y siguió adelante. Sarah Pleinsworth, si sus oídos
estaban en lo correcto, y normalmente lo estaban.

Aún otra razón por la que no había querido asistir a esta boda.

Hugh siempre había sido un alma solitaria, y había muy pocas personas
cuya compañía buscaba deliberadamente. Pero al mismo tiempo, no eran tantas las
personas a las que evitaba, tampoco.

Su padre, por supuesto.

Asesinos convictos.

Y Lady Sarah Pleinsworth.

Aunque su primer encuentro no hubiese sido un desastre


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abrumadoramente loco, nunca habrían sido amigos. Sarah Pleinsworth era una de
Página

esas dramáticas féminas dadas a dar grandes e hipérboles anuncios. Hugh


normalmente no estudiaba los patrones de discurso de otros, pero cuando Lady
Sarah hablaba, era difícil ignorarla.

Usaba demasiados adverbios. Y signos de exclamación.

Además, ella lo despreciaba. Esta no era una conjetura de su parte. Él la


había escuchado pronunciar las palabras. No que esto lo molestara; a él no le
importaba mucho ella, tampoco. Solo deseaba que ella aprendiera a ser silenciosa.

Como ahora mismo. Ella iba a morir si no se casaba este año. Realmente.

Hugh le dio a su cabeza una pequeña sacudida. Por lo menos él no tendría


que asistir a esa boda.

Él casi se libró de esta, también. Pero Daniel Smythe-Smith había insistido,


y cuando Hugh había señalado que esta no era ni siquiera su boda, Daniel se había
recargado en su silla y había dicho que esta era la boda de su hermana, y si querían
convencer al resto de la sociedad de que habían puesto sus diferencias en el pasado,
sería malditamente mejor que Hugh se presentara con una sonrisa en su rostro.

No había sido la más agraciada de las invitaciones, pero a Hugh no le


importaba. Él prefería más cuando las personas decían lo que querían decir y lo
dejaban así. Pero Daniel tenía razón acerca de una cosa. En este caso, las apariencias
eran importantes.

Había sido un escándalo de proporciones inimaginables cuando los dos


hombres se habían batido en duelo tres años y medio antes. Daniel había sido
forzado a huir del país, y Hugh había pasado un año entero aprendiendo a caminar
de nuevo. Luego estaba otro año de Hugh tratando de convencer a su padre de
dejar a Daniel en paz, y luego otro de en realidad tratar de encontrar a Daniel una
vez que Hugh había finalmente descubierto cómo hacer que su padre retirara a sus
espías y asesinos y dejara las cosas malditamente en paz.

Espías y asesinos. ¿Su existencia realmente había descendido tan lejos en el


melodrama? ¿Que él podría considerar las palabras espías y asesinos y en realidad
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encontrarlas relevantes?
Página

Hugh dejó salir un largo suspiro. Había sometido a su padre, y localizado a


Daniel Smythe-Smith y lo había traído de vuelta a Gran Bretaña. Ahora Daniel
estaba casándose y viviría feliz por siempre, y todo sería como debería haber sido.

Para todos excepto para Hugh.

Bajó la vista hacia su pierna. Era solamente justo. Él había sido el que lo
había empezado todo. Él debería ser el que tuviera las repercusiones permanentes.

Pero maldición, hoy dolía. Había pasado once horas en la diligencia el día
anterior, y todavía estaba sintiendo las secuelas.

Realmente no entendía por qué necesitaba hacer una aparición


en esta boda. Seguramente su asistencia en la boda de Daniel más tarde en el mes
sería suficiente para convencer a la sociedad que la lucha entre Hugh y Daniel eran
noticias viejas.

Hugh no era demasiado orgulloso para admitir que en este caso, por lo
menos, le importaba lo que la sociedad pensaba. No se molestaba cuando la gente
lo etiquetaba como un excéntrico, con más aptitud en las cartas de la que tenía con
las personas. Tampoco le había importado cuando había escuchado a una dama de
sociedad decirle a otra que lo encontraba muy extraño, y que no permitiría que su
hija lo considerara como un pretendiente potencial, si su hija llegara a interesarse,
lo que, dijo la dama con énfasis, nunca lo haría.

A Hugh no le había importado, pero lo recordaba. Palabra por palabra.

Lo que sí le molestaba, sin embargo, era que pensaran en él como un


villano. Que alguien pudiera pensar que había querido matar a Daniel Smythe-
Smith o que se había regocijado cuando él había sido obligado a abandonar el
país… Esto, Hugh no lo podía soportar. Y si la única manera de redimir su
reputación era asegurarse de que la sociedad sabía que Daniel lo había perdonado,
entonces Hugh asistiría a esta boda y a cualquier otra cosa que Daniel considerara
apropiada.
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—¡Oh, Lord Hugh!


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Hugh se detuvo ante el sonido de la familiar voz femenina. Era la
mismísima novia, Lady Honoria Smythe-Smith, pronta a ser Lady Chatteris. En
veintitrés horas, en realidad, si la ceremonia comenzaba a tiempo, lo cual Hugh
tenía poca confianza en que haría. Le sorprendió que ella estuviera afuera y
paseando. ¿No se suponía que las novias estaban rodeadas de sus amigas mujeres y
parientes, preocupándose por detalles de último minuto?

—Lady Honoria —dijo, cambiando el agarre en su bastón para que pudiera


ofrecerle una reverencia a manera de saludo.

—Estoy tan contenta de que sea capaz de asistir a la boda —dijo ella.

Hugh miró sus ojos azules durante un momento más de lo que otras
personas podrían haber pensado necesario. Estaba casi seguro de que ella estaba
diciendo la verdad.

—Gracias —dijo. Luego mintió—. Estoy encantado de estar aquí.

Ella sonrío ampliamente y se le iluminó el rostro de una manera en que


solo la verdadera felicidad podría. Hugh no se engañaba a sí mismo de que él fuera
responsable de su alegría. Todo lo que había hecho era proferir una sutileza y por
lo tanto no hacer nada para quitarle la actual felicidad inducida por la boda.

Simples matemáticas.

—¿Disfrutó el desayuno? —preguntó ella.

Él tenía la sensación de que ella no le había hablado para preguntarle por


su comida de esta mañana, pero como debía haber sido obvio que solo había
asistido, respondió:

—Mucho. Elogio a Lord Chatteris por sus cocinas.

—Muchas gracias. Este es por mucho el mayor evento que se celebrará en


Fensmore durante décadas; los sirvientes están bastante frenéticos por el temor. Y
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el placer. —Honoria apretó los labios tímidamente—. Pero sobre todo por el temor.
Página

Él no tenía nada que añadir a eso, así que esperó a que continuara.
Ella no lo defraudó.

—Tenía la esperanza de poder pedirle un favor.

Hugh no podía imaginar qué, pero ella era la novia, y si quería pedirle a él
que se parara de cabeza, tenía entendido que estaba obligado a intentarlo.

—Mi primo Arthur se ha puesto enfermo —dijo—, y él iba a sentarse en


la mesa principal en el desayuno de la boda.

Oh, no. No, ella no le estaba pidiendo…

—Necesitamos otro caballero y…

Al parecer, lo estaba haciendo.

—... y esperaba que pudiera ser usted. Sería un largo camino hacia hacerlo
todo, bueno… —Tragó saliva y sus ojos se movieron hacia el techo por un
momento mientras intentaba encontrar las palabras correctas—. Hacia hacerlo
todo bien. O al menos que parezca ser correcto.

Él la miró durante un momento. No era que su corazón se estuviera


hundiendo; los corazones no se hundían tanto como lo hacía un estrecho apretón
de pánico, y la verdad era, que él tampoco lo hacía. No había razón para temer ser
obligado a sentarse en la mesa principal, pero había muchas razones para temerlo.

—No es que no esté bien —dijo apresuradamente—. En lo que a mí


respecta, y a mi madre también, puedo decir con bastante fiabilidad, que le
tenemos en gran estima. Sabemos… Es decir, Daniel nos contó lo que hizo.

Él la miró con atención. ¿Qué, exactamente, le había dicho Daniel?

—Sé que él no estaría aquí en Inglaterra si no lo hubieras buscado, y estoy


más que agradecida.

Hugh pensó que era extraordinariamente gracioso que ella no señalara que
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él era la razón por la que su hermano había tenido que dejar Inglaterra en primer
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lugar.
Sonrió con serenidad.

—Una persona muy sabia me dijo una vez que no son los errores que
cometemos los que revelan nuestro carácter, sino lo que hacemos para corregirlos.

—¿Una persona muy sabia? —murmuró él.

—Muy bien, fue mi madre —dijo con una sonrisa tímida—, y tendré que
hacerle saber que se lo dijo a Daniel mucho más que a mí, pero me he dado cuenta,
y espero que él también, que sea verdad.

—Creo que él se ha dado cuenta —dijo Hugh en voz baja.

—Bien, entonces —dijo Honoria, cambiando rápidamente de tema y de


estado de ánimo—, ¿qué dice? ¿Se unirá a mí en la mesa principal? Me estaría
haciendo un enorme favor.

—Sería un honor ocupar el lugar de su primo —dijo y supuso que era la


verdad. Preferiría ir a nadar en la nieve que sentarse en un estrado frente a todos
los invitados de la boda, pero era un honor.

Su rostro se iluminó de nuevo, su felicidad era prácticamente un faro. ¿Era


esto lo que las bodas le hacían a las personas?

—Muchas gracias —dijo ella, con evidente alivio—. Si se hubiera negado,


habría tenido que pedírselo a mi otro primo, Rupert y…

—¿Tiene otro primo? ¿Uno que pasó por alto a favor de mí? —Hugh no se
podría haber preocupado demasiado por las innumerables reglas y normas que
regían su sociedad, pero eso no quería decir que no sabía que existieran.

—Él es horrible —dijo ella en un sonoro susurro—. Honestamente, es


simplemente terrible y come demasiadas cebollas.

—Bueno, si ese es el caso —murmuró Hugh.


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—Y —prosiguió Honoria—, él y Sarah no se llevan bien.


Página
Hugh siempre consideraba sus palabras antes de hablar, pero incluso él no
fue capaz de detenerse de medio espetar:

—No me llevo bien con Lady Sarah. —Antes de cerrar firmemente la boca.

—¿Disculpe? —inquirió Honoria.

Hugh forzó su mandíbula a abrirse.

—No veo por qué eso sería un problema —dijo con firmeza. Querido Dios,
iba a tener que sentarse con Lady Sarah Pleinsworth. ¿Cómo era posible que
Honoria Smythe-Smith no se hubiera dado cuenta de lo estupendamente mala idea
que eso sería?

—Oh, gracias, Lord Hugh —dijo Honoria efusivamente—. Aprecio su


flexibilidad en este asunto. Si los siento juntos, y no habría ningún otro lugar para
ponerlo en la mesa principal, créame, lo busqué, solo Dios sabe las discusiones en
las que entrarían.

—¿Lady Sarah? —murmuró Hugh—. ¿Discusiones?

—Lo sé —concordó Honoria, malinterpretando por completo sus


palabras—. Es difícil de imaginar. Nunca hemos discutido. Ella tiene el más
maravilloso sentido del humor.

Hugh no hizo ningún comentario.

Honoria le sonrió grandiosamente.

—Gracias de nuevo. Me está haciendo un enorme favor.

—¿Cómo podría negarme?

Sus ojos se entrecerraron por un breve momento, pero pareció no detectar


el sarcasmo, lo cual tenía sentido, ya que el propio Hugh no sabía si estaba siendo
sarcástico.
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—Bueno —dijo Honoria—, gracias. Le diré a Sarah.


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—Ella está en la sala de estar —dijo. Honoria lo miró con curiosidad, así
que añadió—: La escuché hablar mientras pasaba por ahí.

Honoria siguió con el ceño fruncido, por lo que agregó:

—Tiene una voz demasiado distintiva.

—No me había dado cuenta —murmuró Honoria.

Hugh decidió que sería un momento excelente para que se callara y se


fuera.

La novia, sin embargo, tenía otros planes.

—Bueno —declaró—, si ella está justo ahí, por qué no viene conmigo y le
contamos las buenas noticias.

Era lo último que quería, pero entonces ella le sonrió, y él recordó, ella es
la novia. Y la siguió.

En las novelas fantásticas, del tipo que Sarah leía por docena y de las que
se negaba a pedir disculpas, el comienzo era pintado por lo asombroso y no por los
trazos continuos. La heroína levantaba su mano hacia la frente y decía algo como:
“¡Oh, si tan solo pudiera encontrar un caballero que viera más allá de mi pasado,
mi nacimiento ilegítimo y mis rudimentarios dedos!”

Muy bien, ella todavía no había encontrado un autor dispuesto a incluir


algo de asombro extra. Pero eso sin dudad haría una buena historia. No podía negar
eso.
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Pero volviendo a la prefiguración. La heroína haría su apasionada súplica,


Página

y luego, como si invocara algún antiguo talismán, un caballero aparecería.


Oh, si tan solo pudiera encontrar un caballero. Y allí estaba él.

Por qué razón, después de que Sarah hubiera hecho su (la verdad es que
ridícula) declaración sobre morir si no se casaba este año, levantó la vista hacia la
puerta. Porque en realidad, ¿eso habría sido divertido?

Como era de esperar, nadie apareció.

—Jumm —murmuró—. Incluso los dioses de la literatura han perdido las


esperanzas en mí.

—¿Dijiste algo? —preguntó Harriet.

—Oh, si tan solo pudiera encontrar un caballero —murmuró para sí


misma—, quien me haría miserable y me molestaría hasta el final de mis días.

Y entonces.

Por supuesto.

Lord Hugh Prentice.

Dios del cielo, ¿estaba allí para ponerle fin a sus esfuerzos?

—¡Sarah! —llegó la voz alegre de Honoria mientras la novia entraba por la


puerta al lado de él—. Tengo buenas noticias.

Sarah se puso de pie y miró a su prima. Luego miró a Hugh Prentice, quien,
tenía que decirlo, nunca le había agradado. Luego miró de nuevo a su prima.
Honoria, su mejor amiga en el mundo entero. Y ella supo que Honoria (su mejor
amiga en el mundo entero que realmente debería saberlo mejor) no tenía buenas
noticias. Al menos no lo que Sarah consideraría una buena noticia.

O Hugh Prentice. Si su expresión fuera alguna indicación.

Pero Honoria todavía estaba brillando como una alegre linterna casi casada
y prácticamente flotaba sobre sus pies cuando anunció:
44
Página

—El primo Arthur ha enfermado.


Elizabeth se acercó inmediatamente con atención.

—Esa es una buena noticia.

—Oh, vamos —dijo Harriet—. Él no es ni la mitad de malo que Rupert.

—Bueno, esa parte no es la buena noticia —dijo Honoria rápidamente, con


una mirada nerviosa hacia Hugh, para que no pensara en ellas como unas
completamente sedientas de sangre—. La buena noticia es que Sarah iba a tener
que sentarse con Rupert mañana, pero ahora no.

Frances se quedó sin aliento y saltó al otro lado de la habitación.

—¿Eso significa que podría sentarme en la mesa principal? ¡Oh, por favor,
podría tomar ese lugar! Me encantaría eso por encima de todas las cosas. Sobre todo
porque me estarías poniendo arriba en un estrado, ¿no es así? En
realidad estaría por encima de todas las cosas.

—Oh, Frances —dijo Honoria, sonriendo cálidamente hacia ella—, me


gustaría que pudiera ser así, pero sabes que no hay niños en la mesa principal, y
además, necesitamos que sea un caballero.

—Así que Lord Hugh —dijo Elizabeth.

—Estoy muy complacido de estar a su servicio —dijo Hugh, a pesar de que


era claro para Sarah que él no lo estaba.

—No puedo comenzar a decirle lo agradecidas que estamos —dijo


Honoria—. Sobre todo Sarah.

Hugh miró a Sarah.

Sarah miró a Hugh. Parecía imperativo que se diera cuenta de que ella no
estaba, de hecho, agradecida.

Y luego él sonrió, el patán. Bueno, no era realmente una sonrisa. No


45

hubiera sido llamada una sonrisa en el rostro de alguien más, pero su semblante
Página

era normalmente tan frío que el más ligero temblor en la comisura de sus labios
era el equivalente de cualquier otra persona a saltar de alegría.
—Estoy segura de que estaré encantada de sentarme junto a usted en lugar
del primo Rupert —dijo Sarah. Encantada era una exageración, pero Rupert tenía
un aliento terrible, así que por lo menos evitaría eso con Lord Hugh a su lado.

—Ciertamente —repitió Lord Hugh, su voz era una extraña mezcla de


monotonía y voz cansina que hizo que Sarah se sintiera como si su mente estuviera
a punto de explotar. ¿Se estaba burlando de ella? ¿O estaba simplemente repitiendo
una palabra para dar énfasis? No lo sabía.

Y, sin embargo, otro rasgo que representaba a Lord Hugh Prentice, el


hombre más irritante de Gran Bretaña. ¿Si uno estaba siendo objeto de burla, no
tenía derecho a saberlo?

—¿No toma cebollas crudas con su té, ¿verdad? —preguntó Sarah con
frialdad.

Él sonrió. O tal vez no lo hizo.

—No.

—Entonces, estoy segura —dijo ella.

—¿Sarah? —dijo Honoria, vacilante.

Sarah se giró hacia su prima con una brillante sonrisa. Nunca se había
olvidado de ese momento molesto el año anterior cuando conoció por primera vez
a Lord Hugh. Él había pasado de cálido a frío en un abrir y cerrar de ojos. Y maldita
sea, él podía hacerlo, así que ella también podía.

—Tu boda va a ser perfecta —declaró—. Lord Hugh y yo nos volveremos


famosos, estoy segura.

Honoria no compró el acto de Sarah ni por un segundo, no es que Sarah


realmente pensara que lo haría. Sus ojos se movieron rápidamente de Sarah a Hugh
y de nuevo otra vez, cerca de seis veces en el espacio de un segundo.
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—Ahhhhh —eludió la respuesta, claramente confundida por la repentina


Página

torpeza—. Bien.
Sarah mantuvo una sonrisa pegada plácidamente en su rostro. Por Honoria
intentaría ser civilizada con Hugh Prentice. Por Honoria incluso le sonreiría, y se
reiría de sus bromas, suponiendo que él hiciera bromas. Pero aun así, ¿cómo era
posible que Honoria no se diera cuenta de lo mucho que Sarah odiaba a Hugh? Oh,
muy bien, no odiaba. Reservaría el odio para los verdaderamente malvados.
Napoleón, por ejemplo. O ese vendedor de flores del Covent Garden que había
tratado de engañarla la semana anterior.

Pero Hugh Prentice era más allá de desagradable, más allá de molesto. Él
era la única persona (además de sus hermanas) que se las arreglaba para enfurecerla
tanto que había tenido que literalmente mantener sus manos abajo para evitar
pegarle.

Nunca había estado tan enfadada como lo había estado esa noche…
47
Página
Cómo se conocieron
(la manera en que ella lo recuerda)

Traducido y Corregido por Lizzie Wasserstein

Un salón de baile en Londres, celebrando el compromiso del Sr. Charles


Dunwoody y la Srta. Nerissa Berbrooke.

Dieciséis meses antes.

—¿C rees que el señor St. Clair es guapo?

Sarah no se molestó en volverse hacia Honoria


mientras ella le hacía la pregunta. Estaba
demasiado ocupada viendo el señor St. Clair, tratando de decidir lo que pensaba de
él. Ella siempre había favorecido a los hombres con el cabello rojizo, pero no estaba
tan segura de que le gustaba la coleta que llevaba en la espalda. ¿Lo hacía parecer
un pirata, o lo hacía parecer como si estuviera tratando de parecerse a un pirata?

Había una enorme diferencia.

―¿Gareth St. Clair? ―consultó Honoria―. ¿Quieres decir el nieto de Lady


Danbury?

Eso arrancó los ojos de Sarah de vuelta a Honoria.

―¡Él no lo es! ―dijo con un jadeo.


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―Oh, lo es. Estoy bastante segura de ello.


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―Bueno, eso lo lleva justo fuera de mi lista ―dijo Sarah sin vacilación
alguna.

―Sabes, admiro a Lady Danbury ―dijo Honoria―. Ella dice exactamente


lo que quiere decir.

―La cual es precisamente la razón por la que ninguna mujer en su sano


juicio querría casarse con un miembro de su familia. Santo cielo, Honoria, ¿qué
pasa si uno tuvieran que vivir con ella?

―Tú has sido conocida por tener un pequeño lenguaje bastante directo por
ti misma ―señaló Honoria.

―Sea como sea ―dijo Sarah, que era por lo que ella iba a ir hacia un
acuerdo―, yo no soy rival para Lady Danbury. ―Miró hacia el señor St. Clair.
¿Pirata o aspirante a pirata? Ella supuso que no tenía importancia, no si estaba
emparentado con Lady Danbury.

Honoria le palmeó el brazo.

―Date un tiempo.

Sarah se volvió hacia su prima con una mirada sarcásticamente plana.

―¿Cuánto tiempo? Tiene ochenta si está al día.

―Todos necesitamos algo a lo que aspirar ―señaló Honoria.

Sarah no pudo evitar poner sus ojos en blanco.

―¿Mi vida se ha vuelto tan patética que mis aspiraciones deben medirse
en décadas en vez de años?

―No, por supuesto que no, pero...

―Pero, ¿qué? ―preguntó Sarah sospechosamente cuando Honoria no


completó su pensamiento.
49
Página

Honoria suspiró.
―Encontraremos esposo este año, ¿qué te parece?

Sarah no fue capaz de formar una respuesta verbal. Una mirada triste era
todo lo que podía manejar.

Honoria devolvió el mismo tipo de expresión y al unísono suspiraron.


Cansadas, agotadas, cuando dijeron sobre los suspiros:

―Somos patéticas ―dijo Sarah.

―Lo somos ―estuvo de acuerdo Honoria.

Observaron el salón de baile unos momentos, y luego Sarah dijo:

―No me importa esta noche, sin embargo.

―¿Ser patética?

Sarah miró a su prima con una sonrisa descarada.

―Esta noche te tengo a ti.

―¿La miseria ama la compañía?

―Eso es lo más divertido ―dijo Sarah, sintiendo su ceño fruncirse en una


expresión burlona―. Esta noche no soy incluso miserable.

―Por qué, Sarah Pleinsworth ―dijo Honoria con humor apenas


contenido―, eso podría ser lo más bonito que me has dicho.

Sarah se rio entre dientes, pero aun así preguntó:

―¿Vamos a ser solteronas juntos, viejas y tambaleantes en la velada


musical anual?

Honoria se estremeció.

―Estoy bastante segura de que no es lo más bonito que me has dicho. Amo
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la velada musical, pero…


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―¡No lo haces! ―Sarah apenas resistió el impulso de aplaudir sus manos
sobre sus oídos. Nadie podía amar esa velada musical.

―Dije que amaba la velada musical ―aclaró Honoria―, no la música.

―¿Cómo, dime por favor, son diferentes? Pensé que podría perecer…

―Oh, Sarah ―la regañó Honoria―. No exageres.

―Desearía que fuera una exageración ―murmuró Sarah.

―Pensé que era muy divertido practicar contigo y Viola y Marigold. Y el


año que viene será aún mejor. Tendremos a Iris con nosotras tocando el
violonchelo. La tía María me dijo que el señor Wedgecombe está a solo semanas
de proponerse a Marigold. ―Honoria frunció el ceño pensativa―. Aunque no
estoy muy segura de cómo lo sabe.

―Ese no es el punto ―dijo Sarah con gran seriedad―, e incluso si lo fuera,


no vale la pena la humillación pública. Si quieres pasar tiempo con tus primas,
invítanos a todas a un picnic. O un juego de Pall Mall.

―No es lo mismo.

―Gracias a Dios. ―Sarah se estremeció, tratando de no recordar un solo


momento de su debut en el Cuarteto de las Smythe-Smith. Hasta ahora estaba
resultando un recuerdo difícil de reprimir. Cada horrible acorde, cada mirada
compasiva…

Era por eso que tenía que tener en cuenta a cada caballero como un posible
cónyuge. Si tenía que tocar con sus discordantes primas una vez más,
ella perecería.

Y eso no era una exageración.

―Muy bien ―dijo Sarah enérgicamente, luego enderezó sus hombros para
acentuar el tono. Era el momento de volver al trabajo―. El Sr. St. Clair está fuera
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de mi lista. ¿Quién más está aquí esta noche?


Página

―Nadie ―dijo Honoria con aire taciturno.


―¿Nadie? ¿Cómo es eso posible? ¿Y el señor Travers? Pensé que tú y él...
Oh. ―Sarah tragó saliva al ver la expresión de dolor en el rostro de Honoria―. Lo
siento. ¿Qué pasó?

―No lo sé. Pensé que todo estaba yendo muy bien. Y luego… nada.

―Eso es muy extraño ―dijo Sarah. El señor Travers no habría sido su


primera opción para un esposo, pero parecía lo suficientemente firme. Ciertamente
no del tipo de dejar tirada a una dama sin ninguna explicación―. ¿Estás segura?

―En el soirée de la señora Wemberley la semana pasada le sonreí y él salió


corriendo de la habitación.

―Oh, pero seguro que estás imaginando…

―Él tropezó con una mesa en la salida.

―Oh. ―Sarah hizo una mueca. No estaba poniendo una cara alegre en
eso―. Lo siento ―dijo simpáticamente, y lo hacía. Como de consolador era tener
a Honoria a su lado como compañera de fracaso en el mercado del matrimonio,
quería que su prima fuera feliz.

―Probablemente es lo mejor ―dijo Honoria, siempre optimista―.


Compartimos muy pocos intereses. Él es en realidad muy musical, y yo no sé cómo
él siquiera… ¡Oh!

―¿Qué es? ―preguntó Sarah. Si hubieran estado más cerca de los


candelabros, el jadeo de Honoria habría apagado la vela.

―¿Por qué está él aquí? ―susurró Honoria.

―¿Quién? ―Los ojos de Sarah se extendieron por toda la habitación―.


¿El Sr. Travers?

―No. Hugh Prentice.


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Todo el cuerpo de Sarah se puso rígido de rabia.


Página
―¿Cómo se atreve a mostrar su cara? ―dijo entre dientes―. Seguramente
él sabía que íbamos a asistir.

Pero Honoria estaba sacudiendo su cabeza.

―Tiene tanto derecho de estar aquí…

―No, no lo tiene ―interrumpió Sarah. Confiando en que Honoria sería


amable e indulgente cuando nadie lo merecía―. Lo que Lord Hugh Prentice
necesita ―dijo Sarah entre dientes―, es una flagelación pública.

―¡Sarah!

―Hay un tiempo y un lugar para la caridad cristiana, y Lord Hugh Prentice


no se cruza con ninguno de ellos. ―Los ojos de Sarah se estrecharon
peligrosamente mientras espiaba el caballero que pensaba era Lord Hugh. Nunca
habían sido presentados formalmente; el duelo se había producido antes de que
Sarah hubiera entrado en sociedad, y por supuesto, nadie se había atrevido a
hacerlos conocerse el uno al otro después de eso. Pero aun así, ella sabía cómo lucía.

Ella había hecho sus asuntos para saber qué aspecto tenía.

Solo podía ver al caballero por su espalda, pero el cabello era el correcto
color marrón claro. O tal vez rubio oscuro, dependiendo de cómo de caritativa se
estaba sintiendo. Ella no podía ver si él sostenía un bastón. ¿Había mejorado su
caminar? La última vez que lo había espiado, varios meses atrás, su cojera había
sido muy pronunciada.

―Él es amigo de Sr. Dunwoody ―dijo Honoria, con la voz todavía


pequeña y frágil―. Él habrá querido felicitar a su amigo.

―No me importa si él quería dar a la feliz pareja su propia isla privada de


la India ―escupió Sara―. También eres amiga del Sr. Dunwoody. Lo has conocido
por años. Seguramente Lord Hugh es consciente de ello.
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―Sí, pero…
Página
―No pongas excusas por él. No me importa lo que Lord Hugh piense de
Daniel…

―Bueno, lo hago. Me importa lo que todo el mundo piensa de Daniel.

―Ese no es el punto ―arremetió Sarah―. Eres inocente de cualquier


delito, y te han hecho daño más allá de toda medida. Si Lord Hugh tuviera un hueso
decente en su cuerpo, se quedaría lejos de cualquier reunión en la que haya incluso
una posibilidad de que pudieras estar presente.

―Tienes razón. ―Honoria cerró los ojos por un momento, luciendo


insoportablemente cansada―. Pero en este momento no me importa. Solo quiero
irme. Quiero ir a casa.

Sarah siguió mirando al hombre en cuestión, o más bien a su espalda.

―Él debería saberlo mejor ―dijo, sobre todo para sí misma. Y luego se
sintió dando un paso al frente―. Yo voy a…

―No te atrevas ―advirtió Honoria, tirando a Sarah con un tirón rápido


en el brazo―. Si causas una escena...

―Nunca causaría una escena. ―Pero por supuesto ambas sabían que lo
haría. Por Hugh Prentice, o más bien, debido a Hugh Prentice, Sarah crearía una
escena que sería parte de la leyenda.

Hace dos años, Hugh Prentice había rasgado a su familia en pedacitos. La


ausencia de Daniel era todavía un enorme agujero en las reuniones familiares. Ni
siquiera se podía mencionar su nombre enfrente de su madre; la tía Virginia
simplemente fingiría que no había escuchado, y luego (según Honoria), se
encerraría en su habitación a llorar.

El resto de la familia no se había ido sin tocar, tampoco. El escándalo tras


el duelo había sido tan grande que tanto Honoria como Sarah se habían visto
obligadas a renunciar a la que habría sido su primera temporada en Londres. No se
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le había escapado notar a Sarah (ni a Honoria, una vez que Sarah lo había señalado,
Página

repetido, soltado, y entonces se dejó caer en su cama con la desesperación), que


1821 había sido una poco común temporada productiva, a juzgar por las madres
casamenteras de Londres. Catorce caballeros elegibles se habían comprometido
para casarse en esa temporada. ¡Catorce! Y eso no estaba siquiera contando a los
que eran demasiado viejos, demasiado raros o demasiado aficionados a la bebida.

Quién sabe lo que hubiera pasado si Sarah y Honoria hubieran estado fuera
y en la ciudad durante esa temporada matrimonialmente espectacular. Llámala
poco profunda, pero en lo que se refiere a Sarah, Hugh Prentice era directamente
responsable de que su soltería se acercara rápidamente.

Sarah nunca había conocido al hombre, pero lo odiaba.

―Lo siento ―dijo Honoria abruptamente. Se le quebró la voz, y su voz


sonaba como si estuviera luchando contra un sollozo―. Tengo que irme. Ahora. Y
tenemos que encontrar a mi madre. Si ella lo ve...

Tía Virginia. El corazón de Sarah cayó en picada. Ella sería una ruina. La
madre de Honoria nunca se había recuperado de la desgracia de su único hijo.
Encontrarse cara a cara con el hombre que había causado todo...

Sarah agarró la mano de su prima.

―Ven conmigo ―instó―. Te ayudaré a encontrarla.

Honoria asintió débilmente, dejando a Sarah liderar el camino. Ellas


serpentearon entre la multitud, tratando de equilibrar la velocidad con discreción.
Sarah no quería que su prima se viera obligada a hablar con Hugh Prentice, pero
moriría antes de permitir que alguien pensara que estaban huyendo de su
presencia.

Lo que significaba que ella iba a tener que quedarse. Tal vez ni siquiera
hablaría con él. Sarah tendría que salvar la cara en nombre de toda la familia.

―Ahí está ―dijo Honoria mientras se acercaban a las grandes puertas del
salón. Lady Winstead estaba de pie con un pequeño puñado de matronas,
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charlando amistosamente con la Sra. Dunwoody, su anfitriona.


Página
―Ella no lo ha de haber visto ―susurró Sarah. No habría estado sonriendo
de lo contrario.

―¿Qué voy a fingir? ―preguntó Honoria.

―Fatiga ―dijo Sarah inmediatamente. Nadie podría dudar de ello.


Honoria se había vuelto pálida al momento en que había visto a Hugh Prentice,
apareciendo manchas grisáceas bajo sus ojos espantosamente aliviados.

Honoria asintió rápidamente y salió corriendo, tirando cortésmente de su


madre a un lado antes de susurrarle unas palabras al oído. Sarah las observó a las
dos hacer sus excusas, luego se deslizaron por la puerta a la fila de espera de
carruajes.

Sarah dejó escapar una respiración contenida, aliviada de que su tía y su


prima no tendrían que entrar en contacto con Lord Hugh. Pero cada arcoíris tenía
un forro negro y sucio, parecía, y la partida de Honoria hizo que Sarah estuviera
atrapada aquí por lo menos una hora. No pasaría mucho tiempo antes de que las
malas lenguas se dieran cuenta de que Lord Hugh Prentice estaba en la misma
habitación que una prima Smythe-Smith. En primer lugar habría miradas, y luego
los susurros, y entonces todo el mundo estaría mirando para ver si se cruzaban, y
hablaban, e incluso si no lo hacían, ¿cuál sería el que dejaría primero la fiesta?

Sarah juzgó que tenía que permanecer en el salón de baile Dunwoody


durante al menos una hora antes de que ya no importara quien se iba primero. Pero
antes de eso, tenía que ser vista teniendo un precioso momento, lo que significaba
que no podía estar parada sola en el borde del salón principal. Necesitaba encontrar
a una amiga con quien charlar, y necesitaba que alguien bailara con ella, y tenía
que reír y sonreír como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Y tenía que hacer todo eso mientras dejaba perfectamente claro que sabía que
efectivamente Lord Hugh Prentice había hecho su camino en la fiesta y que ella lo
encontraba completamente debajo de su importancia.
56

Mantener las apariencias podía ser tan agotador.


Página
Por suerte, a unos segundos de volver a entrar en el salón de baile, vio a su
primo Arthur. Estaba aburrido como un palo, pero era gallardamente apuesto y
siempre parecía llamar la atención. Más importante aún, si ella tiraba de su manga
y le decía que lo necesitaba para bailar con ella de inmediato, él lo haría, sin hacer
preguntas.

Al término de su baile con Arthur, lo dirigió a llevarla hacia uno de sus


amigos, que entonces no tuvo más remedio que pedir su compañía en el minué que
seguía, y antes de darse cuenta, Sarah había bailado cuatro veces en rápida
sucesión, tres de los cuales con hombres del tipo que hacían a una jovencita parecer
muy popular. El cuarto fue con Sir Félix Farnsworth, que, por desgracia, nunca
había hecho a ninguna dama lucir popular.

Pero en ese momento, Sarah se estaba convirtiendo en el tipo de jovencita


que hacía a los caballeros parecer populares, y se alegró de que le estuviera dando
un brillo a Sir Félix, a quien siempre había sido bastante aficionada, a pesar de su
desafortunado interés por la taxidermia.

No vio a Lord Hugh, pero no sabía cómo él podía haber dejado de verla.
Para cuando terminó de beber un vaso de limonada con Sir Félix, decidió que se
había mostrado lo suficiente, incluso si no hubiera sido una hora completa desde
que Honoria se había marchado.

Veamos, si cada baile duró unos cinco minutos, con un poco de tiempo en
el medio, además de la breve charla con Arthur y dos vasos de limonada...

Seguramente eso equivalía a un nombre de familia restaurado. Al menos


por esta noche.

―Gracias de nuevo por un adorable baile, Sir Félix ―dijo Sara mientras le
entregaba el vaso vacío a un lacayo―. Le deseo la mejor de las suertes con ese
buitre.

―Sí, son una gran diversión para posar ―respondió con un gesto de
57

animación―. Todo está en el pico, ya sabe.


Página

―El pico ―repitió ella―. Correcto.


―¿Se va, entonces? ―preguntó―. Tenía la esperanza de contarle acerca
de mi otro nuevo proyecto. La musaraña.

Sarah sintió que sus labios se movían en un intento de formar palabras. Sin
embargo, cuando habló, lo único que salió fue:

―Mi madre.

―¿Su madre es una musaraña?

―¡No! Quiero decir, no normalmente. ―Oh, cielo santo, era una buena
cosa que Sir Felix no fuera un chismoso, porque si esto llegara a su madre...

»Lo que quise decir es que ella no es una musaraña. Nunca. Pero tengo que
encontrarla. Me dijo específicamente que quería irse antes de… ehm… bueno…
ahora.

―Son cerca de las once ―suministró amablemente Sir Félix.

Ella hizo un gesto enfático.

―Precisamente.

Sarah dijo sus despedidas, dejando a Sir Félix con el primo Arthur, quien,
si no estaba interesado en las musarañas, al menos, puso un buen acto de eso. Luego
se puso en camino en busca de su madre para decirle que deseaba salir antes de lo
previsto. No vivían lejos de las Dunwoody; si Lady Pleinsworth no estaba lista para
irse, no debería resultar difícil que el carruaje Pleinsworth llevara a Sarah a casa y
luego volviera por su madre.

Cinco minutos de búsqueda no revelaron el paradero de Lady Pleinsworth,


sin embargo, y muy pronto Sarah estaba murmurando para sí mientras irrumpía
por el pasillo hacia donde ella pensaba que los Dunwoody tenían una sala de juegos.

―Si mamá está jugando a las cartas... ―No es que Lady Pleinsworth no
pudiera permitirse el lujo de perder una guinea o dos en lo que fuera que las
58

matronas jugaron en estos días, pero aun así, parecía bastante injusto que ella
Página
estuviera apostando, mientras que Sarah estaba salvando a la familia de la absoluta
vergüenza.

Causada por su primo, mientras él había estado jugando.

―Ah, la ironía ―murmuró―. Tu nombre es...

Tu nombre era...

Tu nombre podría ser...

Ella en realidad se detuvo cuando frunció el ceño. Al parecer, el nombre


de la ironía era una palabra que a ella no se le ocurría.

―Soy patética ―murmuró, reanudando su búsqueda. Y quería ir a casa.


¿Dónde diablos estaba su madre?

La luz suave brillaba desde una puerta parcialmente abierta a solo unos
metros por delante. Era bastante tranquilo para un juego de cartas, pero, por otro
lado, la puerta abierta parecía indicar que todo lo que Sarah encontrara en adelante,
no sería demasiado inapropiado.

―Mamá ―dijo, entrando en la habitación. Pero no era su madre.

El nuevo nombre de la ironía era al parecer Hugh Prentice.

Se quedó inmóvil en la puerta, incapaz de hacer otra cosa que mirar al


hombre que estaba sentado junto a la ventana. Más tarde, cuando estaba reviviendo
cada terrible momento del encuentro, se le ocurriría que pudo haberse ido. Él no
estaba de frente a ella, y no la vio; no la vería a menos que ella volviera a hablar.

Lo que por supuesto hizo.

―Espero que esté satisfecho ―dijo fríamente.

Lord Hugh se puso de pie ante el sonido de su voz. Sus movimientos eran
rígidos, y se apoyó pesadamente en el brazo de la silla mientras se levantaba.
59
Página

―¿Cómo dice? ―dijo cortésmente, mirándola con una expresión que era
completamente carente de emoción.
¿Él ni siquiera tenía la decencia de parecer incómodo en su presencia?
Sarah sintió sus manos volverse puños rocosos.

―¿Es que no tiene vergüenza?

Esto provocó un parpadeo, pero poco más.

―Realmente depende de la situación ―murmuró finalmente.

Sarah buscó en su repertorio por las exclamaciones adecuadas de


indignación femenina, estableciéndose finalmente en:

―Usted, señor, no es un caballero.

En ese momento, finalmente obtuvo su total atención. Sus ojos verde pasto
encontraron los de ella, estrechándose tan levemente ante el pensamiento, y fue
entonces cuando Sarah se dio cuenta que…

Él no sabía quién era ella.

Ella se quedó sin aliento.

―¿Y ahora qué? ―murmuró él.

No sabía quién era ella. Había condenadamente arruinado su vida, ¿y no


sabía quién era ella?

Ironía, tu nombre estaba a punto de ser condenado.


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Página
Cómo se conocieron

(la manera en que él lo recuerda)

Traducido por Mari NC

Corregido por Lizzie Wasserstein

E
n retrospectiva, Hugh pensó, que debería haberse dado cuenta de
que la joven mujer de pie delante de él estaba trastornada cuando
declaró que él no es un caballero. No es que no fuera la verdad; por
todo lo que trataba de comportarse como un adulto civilizado, sabía que su alma
había estado negra como el hollín durante años.

Pero, en realidad… “Usted, señor, no es un caballero” inmediatamente


después de “espero que esté satisfecho” y “¿es que no tiene vergüenza?”

Seguramente ningún adulto de inteligencia y cordura razonable sería tan


redundante. Por no hablar de trillado. O bien la pobre mujer había pasado
demasiado tiempo en el teatro, o se había convencido a sí misma que era un
personaje de uno de esos melodramas horribles que todo el mundo estaba leyendo
últimamente.

Su inclinación era girar en su talón bueno y partir, pero a juzgar por la


mirada salvaje en sus ojos ella probablemente le seguiría, y él no era exactamente
el zorro veloz en la caza estos días. Mejor abordar el problema de frente, por así
decirlo.

—¿Está indispuesta? —preguntó con cuidado—. ¿Desearía que fuera a


61

buscar a alguien por usted?


Página
Ella balbuceaba y echaba humo, sus mejillas volviéndose tan rosadas que
él podía ver el profundo color incluso en la penumbra proyectada por los
candelabros.

—Usted… Usted…

Él se alejó un discreto paso. No creía que ella estuviera escupiendo


literalmente sus palabras, pero por la forma en que sus labios se presionaban entre
sí, él realmente no podía ser demasiado cuidadoso.

—¿Quizás debería sentarse? —sugirió. Hizo una seña a un sofá cercano,


esperando que no esperara que la ayudara a llegar hasta allí. Su balance no era lo
que solía ser.

—Catorce hombres —siseó.

Ni siquiera podía comenzar a preguntarse a lo que se refería.

—¿Sabía eso? —preguntó ella, y se dio cuenta de que estaba temblando—.


Catorce.

Él se aclaró la garganta.

—Y solo un yo.

Hubo un momento de silencio. Un momento de bendito silencio. Luego


habló.

—Usted no sabe quién soy, ¿verdad? —demandó ella.

Hugh la examinó más de cerca. Lucía vagamente familiar, pero


lógicamente hablando, esto no significaba nada. Hugh no socializaba con mucha
frecuencia, pero solo ahí había tantos miembros de la alta sociedad. Eventualmente
cada rostro se vería familiar.

Si hubiera permanecido en la reunión de eta tarde por más de unos


62

minutos, podría haber conocido su identidad, pero había dejado el salón de baile
Página

casi tan rápidamente como lo había encontrado. La expresión de Charles


Dunwoody se había vuelto cenicienta cuando Hugh había ofrecido sus
felicitaciones, dejando a Hugh preguntándose si había perdido a su último amigo
en Londres. Finalmente Charles lo llevó aparte y le informó que la madre y la
hermana de Daniel Smythe-Smith estaban presentes.

No le había pedido a Hugh que se fuera, pero entonces de nuevo, ambos


sabían que no había necesitado hacerlo. Hugh se había inclinado y retirado
inmediatamente. Les había causado a esas dos mujeres bastante dolor. Permanecer
en el baile hubiera sido poco menos que rencoroso.

Sobre todo porque malditamente no podía bailar bien.

Pero su pierna había dolido, y no se había sentido como para empujar a


través de la línea de carruajes afuera para encontrar un carruaje de alquiler, al
menos no de inmediato. Así que había hecho su camino a un salón tranquilo, en el
que había estado esperando sentarse y descansar en soledad.

O no.

La mujer que se había entrometido en su refugio seguía de pie en el umbral,


su furia tan palpable que Hugh estaba casi dispuesto a reexaminar sus creencias
sobre la posibilidad de combustión espontánea de la forma humana.

—Usted ha arruinado mi vida —dijo entre dientes.

Eso, sabía que era falso. Había arruinado la vida de Daniel Smythe-Smith,
y por extensión, posiblemente, la de su hermana menor no casada, pero esta
oscuramente morena mujer delante de él no era Honoria Smythe-Smith. Lady
Honoria tenía el cabello mucho más claro, y su rostro no era tan expresivo, aunque
la profunda emoción de esta mujer podría haber sido provocada por la locura. O,
ahora que pensaba en ello, beber.

Sí, eso era mucho más probable. Hugh no estaba seguro de cuántos vasos
de ratafía se requerían para intoxicar a una mujer de aproximadamente cincuenta
y siete kilogramos, pero es evidente que ella lo había logrado.
63

—Lamento que la haya consternado —dijo—, pero me temo que me ha


Página

confundido con otra persona. —Luego añadió, no porque quería sino porque tenía
que hacerlo; ella estaba malditamente bloqueando el pasillo y claramente
necesitaba algún tipo de empujón verbal para ponerse en camino—: Si puedo ser
de más ayuda…

—Es posible que pueda ayudarme —le espetó—, eliminando su presencia


de Londres.

Trató de no gemir. Eso se estaba volviendo tedioso.

—O de este mundo —dijo maliciosamente.

—Oh, por el amor de Cristo —juró. Quien fuera esta mujer, hacía mucho
tiempo que sacrificó cualquier obligación que tenía de hablar como un caballero
en su presencia—. Por favor —se inclinó, con estilo y sarcasmo en la misma
medida—, permita que me mate ante su amable solicitud, oh mujer anónima cuya
vida he destruido.

Su boca se abrió. Bueno. Ella estaba sin habla.

Finalmente.

—Yo sería feliz de cumplir su voluntad —continuó—, una vez que salga
de mi CAMINO. —Su voz se convirtió en un rugido, o mejor dicho, su versión de
un rugido, que era más bien un gruñido malévolo. Empujó su bastón en el espacio
vacío a su izquierda, esperando que su irritada presencia sería suficiente para
convencerla de hacerse a un lado.

Su respiración succionó el aire de la habitación en un fuerte jadeo digno


de Drury Lane.

—¿Está atacándome?

—Todavía no —murmuró.

Ella gruñó.
64

—Porque no estaría sorprendida si lo intentara.


Página

—Tampoco —dijo, con ojos cortantes—, yo lo estaría.


Ella jadeó de nuevo, esta vez un pequeño soplo mucho más en consonancia
con su papel como una joven dama ofendida.

—Usted, señor, no es un caballero.

—Así que lo hemos establecido —mordió—. Ahora bien, tengo hambre,


estoy cansado y quiero irme a casa. Usted, sin embargo, están bloqueando mi único
medio de salida.

Ella se cruzó de brazos y amplió su postura.

Él inclinó la cabeza y consideró la situación.

—Parece que tenemos dos opciones —dijo finalmente—. Puede moverse,


o puedo empujarle fuera del camino.

Su cabeza se balanceó a un lado en lo que solo podría describirse como


arrogancia.

—Me gustaría verle intentarlo.

—Recuerde, yo no soy un caballero.

Ella sonrió.

—Pero tengo dos buenas piernas.

Él acarició su bastón con un poco de afecto.

—Tengo un arma.

—La que soy lo suficientemente rápida como para evitar.

Él sonrió con suavidad.

—Ah, pero una vez que se mueva, no habrá ningún obstáculo. —Él se
permitió a sí mismo un giro en pleno vuelo de su mano libre—. Entonces puedo
estar en mi camino, y si hay algún Dios en nuestro cielo, nunca pondré los ojos
65

sobre usted de nuevo.


Página
Ella no dio exactamente un paso fuera del camino, pero parecía inclinarse
ligeramente hacia un lado, por lo que Hugh aprovechó la oportunidad para
empujar su bastón como una barrera y empujar su camino más allá de ella. Salió,
también, y en retrospectiva realmente debería haber seguido en marcha, pero
luego ella gritó:

—Sé exactamente quién es, Lord Hugh Prentice.

Se detuvo. Exhaló lentamente. Pero no se volvió.

—Soy Lady Sarah Pleinsworth —anunció, y no por primera vez deseó


saber cómo interpretar mejor las voces de mujer. Había algo en su tono que no
entendía muy bien, un poco de atragantamiento donde la garganta podría haberse
cerrado, solo por una milésima de segundo.

Él no sabía lo que eso significaba.

Pero él sabía, no necesitaba ver su cara para saberlo, que ella esperaba que
él reconociera su nombre. Y por mucho que deseaba no reconocerlo, lo hizo.

Lady Sarah Pleinsworth, prima hermana de Daniel Smythe-Smith. Según


Charles Dunwoody, ella había sido muy vocal en su furia sobre el resultado del
duelo. Mucho más que la madre de Daniel y su hermana, quién, en opinión de
Hugh, tenían una demanda mucho más válida para la ira.

Hugh se volvió. Lady Sarah estaba de pie a pocos metros de distancia, su


postura firme y furiosa. Tenía las manos en puños a sus costados, y su barbilla
sobresalía hacia adelante de una manera que le recordaba a un niño enojado,
atrapado en una discusión absurda y decidido a mantenerse firme.

—Lady Sarah —dijo con la debida cortesía. Ella era prima de Daniel, y a
pesar de lo que había ocurrido en los últimos minutos, estaba decidido a tratarla
con respeto—. No nos han presentado formalmente.

—Difícilmente necesitamos…
66
Página

—Pero, no obstante —interrumpió él antes de que pudiera hacer otra


proclamación melodramática—: Yo sé quién es usted.
—Aparentemente no —murmuró.

—Es prima de Lord Winstead —indicó—. Conozco su nombre más no su


rostro.

Ella le dio un asentimiento, el primer gesto que había hecho que incluso
daba a entender civilidad. Su voz, también, fue un poco más templada cuando
volvió a hablar. Pero solo un poco.

—No debería haber venido esta noche.

Él hizo una pausa. Entonces dijo:

—He conocido a Charles Dunwoody durante más de una década. He


querido felicitarle por su compromiso.

Esto no pareció impresionarla.

—Su presencia fue más dolorosa para mi tía y mi prima.

—Y por eso lo siento. —Era verdad, y estaba haciendo todo lo posible para
arreglar las cosas. Pero no podía compartir eso con los Smythe-Smith hasta que
encontrara éxito. Sería cruel aumentar las esperanzas de la familia de Daniel. Y tal
vez más al punto, no podía imaginar que le recibirían si hacía una visita.

—¿Lo siente? —dijo Lady Sarah con desprecio—. Me resulta tan difícil de
creer.

Una vez más, se detuvo. No le gustaba responder a la provocación con


estallido inmediato. Nunca lo hacía, lo cual hizo su comportamiento con Daniel
aún más mortificante. Si él no hubiera estado bebiendo, se habría comportado de
forma racional, y nada de esto habría ocurrido. Desde luego no hubiera estado de
pie aquí en un rincón oscuro de la casa de los padres de Charles Dunwoody, en
compañía de una mujer que obviamente lo había buscado por ninguna otra razón
que la de lanzar insultos a su cabeza.
67

—Usted puede creer lo que desee —respondió. No le debía ninguna


Página

explicación.
Por un momento, ninguno habló, entonces, Lady Sarah dijo:

—Se fueron, en el caso de que se pregunte.

Él inclinó la cabeza en pregunta.

—Tía Virginia y Honoria. Se fueron tan pronto como se dieron cuenta de


que estaba aquí.

Hugh no sabía lo que pretendía con su declaración. ¿Era la intención el


sentirse culpable? ¿Hubieran querido permanecer en la fiesta? ¿O era esto más de
un insulto? Tal vez Lady Sarah estaba tratando de decirle que él era tan repelente
que sus primas no podían tolerar su presencia.

Así que no dijo nada. No deseaba dar una respuesta incorrecta. Pero
entonces algo fastidió su cerebro. Un tipo de rompecabezas. Nada más que una
pregunta sin respuesta, pero era tan extraña y fuera de lugar que él tenía que saber
la respuesta. Y así, le preguntó:

—¿Qué quiso decir antes, catorce hombres?

La boca de Lady Sarah se estiró en una plana línea sombría. Bueno, más
sombría, si tal cosa fuera posible.

—La primera vez que me vio —le recordó él, a pesar de que esa vez pensó
que sabía exactamente de qué estaba hablando—, dijo algo de unos catorce
hombres.

—No fue nada —dijo ella con desdén, pero sus ojos se movieron un poco a
la derecha. Estaba mintiendo. O avergonzada. Probablemente ambas cosas.

—Catorce no es nada. —Estaba siendo pedante, lo sabía, pero ella ya había


probado su paciencia en todas las formas, menos la matemática. 14 ≠ 0, pero más al
punto, ¿por qué la gente trae las cosas a colación si no quieren hablar de ellas? Si
ella no hubiera tenido la intención de explicar el comentario, malditamente bien
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debería haberlo mantenido para sí misma.


Página

Ella dio un paso más notablemente a un lado.


—Por favor —dijo ella—, váyase.

Él no se movió. Ella había despertado su curiosidad, y había pocos en este


mundo más tenaces que Hugh Prentice con una pregunta sin respuesta.

—Usted acaba de pasar la última hora ordenándome salir de su camino


—dijo ella entre dientes.

—Cinco minutos —corrigió él—, y mientras lo hago por la serenidad de


mi propia casa, me encuentro curioso acerca de sus catorce hombres.

—No eran mis catorce hombres —le espetó.

—Esperaría que no —murmuró, y luego añadió—: no es que juzgaría.

Su boca se abrió.

—Hábleme de los catorce hombres —pinchó.

—Se lo dije —insistió, con las mejillas ruborizadas de un satisfactorio tono


rosado—, no era nada.

—Pero tengo curiosidad. ¿Catorce hombres para la cena? ¿Para el té? Es


demasiado para un equipo de cricket, pero…

—¡Alto! —exclamó ella.

Él lo hizo. Arqueó una ceja, incluso.

—Si quiere saberlo —dijo ella, su voz cortada por la furia—, hubo catorce
hombres que se comprometieron para casarse en 1821.

Hubo una pausa muy larga. Hugh era un hombre inteligente, pero no tenía
ni idea de lo que esto tenía que ver con nada.

—¿Todos los catorce hombres se casaron? —preguntó cortésmente.

Ella lo miró fijamente.


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Página

—Usted dijo que catorce se comprometieron para casarse.


—No importa.

—Les importa a ellos, me imagino.

Había pensado que habían terminado con el histrionismo, pero Lady Sarah
dejó escapar un grito de frustración.

—¡Usted no entiende nada!

—Oh, por el amor de…

—¿Tiene alguna idea de lo que ha hecho? —exigió ella—. Mientras usted


se sienta en su confortable hogar, todo cómodo en Londres…

—Cállese —dijo, solo que no tenía idea de si lo había dicho en voz alta. Él
solo quería que se detuviera. Dejara de hablar, dejara de discutir, dejara todo.

Pero en lugar de eso se adelantó y, con una mirada venenosa, preguntó:

—¿Sabe usted cuántas vidas ha arruinado?

Tomó aliento. Aire, necesitaba aire. No necesitaba escuchar esto. No por


ella. Él sabía exactamente cuántas vidas había arruinado, y la suya no era una de
ellas.

Pero ella no quería ceder.

—¿No tiene conciencia? —dijo entre dientes.

Y, por último, él le espetó. Sin pensar en su pierna, dio un paso hacia


adelante hasta que estuvieron lo suficientemente cerca como para que ella sintiera
el calor de su aliento. Él la apoyó contra la pared, atrapándola con nada más que la
furia de su presencia.

—Usted no me conoce —mordió—. No sabe lo que pienso o lo que siento


o la medida del infierno que visito todos los días de mi vida. Y la próxima vez que
se sienta tan agraviada, usted, que ni siquiera lleva el mismo apellido que Lord
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Winstead, haría bien en recordar que una de las vidas que he arruinado es la mía.
Página

Y luego se alejó.
—Buenas noches —dijo él, tan agradablemente como un día de verano.

Por un momento pensó que podrían finalmente haber terminado, pero


luego ella dijo la única cosa que podría redimirla.

—Ellos son mi familia.

Él cerró sus ojos.

—Ellos son mi familia —dijo ella con voz ahogada—, y usted los ha herido
sin remedio. Por eso, nunca podré perdonarle.

—Tampoco —dijo, sus palabras para sus oídos solamente—, yo puedo.


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Página
Traducido por areli97 y Apolineah17

Corregido por Lizzie Wasserstein

De vuelta en Fensmore

En la sala de estar con Honoria, Sarah

Harriet, Elizabeth, Frances, y Lord Hugh

Justo donde nos quedamos…

E
ra un momento extraño cuando caía el silencio en una reunión de
primas Smythe-Smith, pero eso fue exactamente lo que pasó
después de que Lord Hugh hiciera una cortés inclinación y saliera
de la sala de estar.

Las cinco de ellas, las cuatro hermanas Pleinsworth y Honoria, se


mantuvieron calladas por varios segundos, mirándose entre ellas mientras
esperaban que pasara una cantidad adecuada de tiempo.

Casi podías escucharlas contar, pensó Sarah, y en efecto, tan pronto como
llegó al diez en su propia cabeza, Elizabeth declaró:

—Bueno eso no fue muy sutil.

Honoria se giró.
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Página

—¿A qué te refieres?


—Estás tratando de juntar a Sarah y Lord Hugh, ¿cierto?

—¡Por supuesto que no! —exclamó Honoria, pero el alarido negativo de


Sarah fue considerablemente más fuerte.

—¡Oh, pero deberías! —dijo Frances con una palmada encantada de sus
manos—. Me gusta mucho Lord Hugh. Es verdad que puede ser un poco
excéntrico, pero es increíblemente inteligente. Y es muy buen tirador.

Todos los ojos se volvieron a Frances.

—Él le disparó al primo Daniel en el hombro —le recordó Sarah.

—Es muy buen tirador cuando está sobrio —aclaró Frances—. Daniel lo
dijo.

—No puedo empezar a imaginar la conversación que reveló tal hecho


—dijo Honoria—, ni tampoco lo deseo, tan cerca de la boda. —Se giró
resueltamente de nuevo a Sarah—. Tengo un favor que pedirte.

—Por favor di que no involucra a Hugh Prentice.

—Involucra a Hugh Prentice —confirmó Honoria—. Necesito tu ayuda.

Sarah hizo un gran espectáculo al suspirar. Ella iba a tener que hacer
cualquier cosa que Honoria pidiera; ambas sabían eso. Pero inclusive si Sarah tenía
que hacerlo sin pelear, no iba a hacerlo sin quejarse.

—Temo mucho que él no se sentirá bienvenido en Fensmore —dijo


Honoria.

Sarah no podía encontrar nada discutible en esa afirmación; si Hugh


Prentice no se sentía bienvenido, era difícilmente su problema y nada más de lo
que él se merecía. Pero ella podía ser diplomática cuando la ocasión lo requería,
por lo que comentó:
73

—Pienso que es mucho más probable que se aísle a sí mismo. No es muy


Página

amigable.
—Encuentro más probable que es tímido —dijo Honoria.

Harriet, aún sentada en el escritorio, jadeó encantada.

—Un héroe melancólico. ¡El mejor tipo! ¡Debo incluirlo en mi obra!

—¿La del unicornio? —preguntó Frances.

—No, la que acabo de pensar esta tarde. —Harriet apuntó a Sarah con el
extremo de su pluma—. Con la heroína que no es demasiado rosa o verde.

—Él le disparó a tu primo —espetó Sarah, girándose bruscamente para


enfrentar a su hermana menor—. ¿Nadie recuerda eso?

—Fue hace tanto tiempo —dijo Harriet.

—Y creo que lo siente —declaró Frances.

—Frances, tienes once años —dijo Sarah severamente—. Difícilmente eres


capaz de juzgar el carácter de un hombre.

Los ojos de Frances se estrecharon.

—Puedo juzgar el tuyo.

Sarah miró de hermana en hermana, luego de regreso a Honoria. ¿Nadie se


daba cuenta de la horrible persona que era Lord Hugh? Olvida por un momento
(cómo si uno pudiera) que él casi había destruido su familia. Era inaguantable. Uno
solo tenía que hablar con él por dos minutos antes de…

—Él de hecho se ve incómodo en las reuniones —admitió Honoria,


irrumpiendo en la diatriba interna de Sarah—, pero esa es otra razón para que
nosotras nos salgamos de nuestro camino para hacerlo sentir bienvenido. Yo…
—Honoria se interrumpió, miró alrededor de la habitación, notó a Harriet,
Elizabeth, y Frances, todas observándola con gran curiosidad sin disimular, y
dijo—: Dispénsenme, por favor. —Tomó el brazo de Sarah y la arrastró fuera de la
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sala de estar, por el pasillo y dentro de otro salón.


Página
—¿Voy a ser la niñera de Hugh Prentice? —demandó Sarah una vez que
Honoria hubo cerrado la puerta.

—Claro que no. Pero estoy pidiéndote que te asegures de hacerlo sentir
parte de las festividades. Quizás esta tarde, en la sala de estar antes de la cena
—sugirió Honoria.

Sarah gimió.

—Es probable que se quede en una esquina, parado solo.

—Quizás le gusta de esa manera.

—Eres buena hablando con las personas —dijo Honoria—. Siempre sabes
qué decir.

—No con él.

—Ni siquiera lo conoces —dijo Honoria—. ¿Qué tan terrible podría ser?

—Por supuesto que lo he conocido. Creo que no queda nadie en Londres a


quien no haya conocido. —Sarah consideró esto, luego murmuró—: Tan patético
como eso suena.

—No dije que no lo hayas conocido, dije que no lo conoces —corrigió


Honoria—. Hay bastante diferencia.

—Muy bien —dijo Sarah, un tanto a regañadientes—. Si deseas separar


cabellos.

Honoria simplemente inclinó su cabeza, obligando a Sarah a seguir


hablando.

—No lo conozco —dijo Sarah—, pero lo que he conocido de él, no me


gusta particularmente. He tratado de ser amable durante estos últimos meses.

Honoria le dio la mirada más incrédula.


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Página

—¡Lo he hecho! —protestó Sarah—. No diría que he tratado muy duro,


pero debo decirte, Honoria, el hombre no es un conversador brillante.
Ahora Honoria parecía como si se fuera a reír, lo que solo aumentó la
irritación de Sarah.

—He tratado de hablar con él —dijo Sarah entre dientes—, porque eso es
lo que las personas hacen en las reuniones sociales. Pero nunca responde como
debería.

—¿Cómo debería? —repitió Honoria.

—Me pone incómoda —dijo Sarah con un resoplido—. Y estoy bastante


segura de que a él no le agrado.

—No seas tonta —dijo Honoria—. Les agradas a todos.

—No —dijo Sarah, con bastante franqueza—, a todo el mundo le


agradas tú. Yo, por el otro lado, carezco de tu amabilidad y corazón puro.

—¿De qué estás hablando?

—Simplemente que mientras tú buscas lo mejor en todos, yo tomo una


vista más cínica del mundo. Y yo… —Se detuvo. ¿Cómo decirlo?—. Hay personas
en este mundo que me encuentran bastante irritante.

—Eso no es verdad —dijo Honoria. Pero era una respuesta automática.


Sarah estaba bastante segura que dándole más tiempo a considerar la afirmación,
Honoria se daría cuenta de que era completamente verdadera.

Aunque hubiera dicho la misma cosa de todas formas. Honoria era


maravillosamente leal en esa forma.

—Es verdad —dijo Sarah—, y me molesta. Bueno, no mucho, de cualquier


modo. Desde luego no me molesta acerca de Lord Hugh, ya que el sentimiento es
recíproco con creces.

Honoria se tomó un momento para considerar las palabras de Sarah, luego


puso los ojos en blanco. No mucho, pero Sarah la conocía demasiado bien como
76

para perderse el gesto. Era lo más cercano que su amable y gentil prima llegaba a
Página

un ataque de gritos.
—Pienso que deberías darle una oportunidad —dijo Honoria—. Nunca has
tenido siquiera una conversación adecuada con él.

No había habido nada adecuado acerca de ello, pensó oscuramente Sarah.


Casi habían llegado a las manos. Y desde luego no había sabido qué decirle. Se
sentía enferma cada vez que recordaba su encuentro en la fiesta del compromiso
Dunwoody. No había hecho nada más que derramar clichés. Podría incluso haber
golpeado el suelo con el pie. Probablemente pensó que era una completa imbécil,
y la verdad era, ella prefería pensar que había actuado como una.

No que le importara lo que pensaba de ella. Eso sería atribuir demasiada


importancia a su opinión. Pero en ese horrible momento en la biblioteca
Dunwoody, y en las pocas palabras que habían intercambiado desde entonces,
Hugh Prentice la había reducido a alguien que a ella no le gustaba mucho.

Y eso era imperdonable.

—No depende de mí decir con quién o con quién no te relacionarás


—continuó Honoria, después de que se hizo claro que Sarah no iba a comentar—,
pero estoy segura de que puedes encontrar la fuerza para soportar la compañía de
Lord Hugh por un día.

—El sarcasmo te sienta bien —dijo Sarah con recelo—. ¿Cuándo pasó eso?

Honoria sonrió. —Sabía que podía contar contigo.

—En efecto —murmuró Sarah.

—Él no es tan horrible —dijo Honoria, palmeando su brazo—. Creo que


es bastante atractivo, en realidad.

—No importa si es atractivo.

Honoria saltó ante eso.

—Así que piensas que es atractivo.


77
Página

—Pienso que es bastante extraño —disparó Sarah de vuelta—, y si estás


tratando de hacer de casamentera…
—¡No lo hago! —Honoria sostuvo sus brazos en alto en falsa rendición—.
Lo juro. Meramente estaba haciendo una observación. Creo que tiene ojos muy
agradables.

—Me agradaría más si tuviera un dedo vestigial —murmuró Sarah.


Quizás debería escribir un libro.

—Un vestigial… ¿qué?

—Sí, sus ojos son perfectamente agradables —dijo Sarah obedientemente.


Era verdad, supuso. Él de hecho tenía ojos muy agradables, verdes como el césped,
y agudamente inteligentes. Pero ojos agradables no hacían a un futuro marido. Y
no, ella no veía a cada hombre soltero a través de un lente de elegibilidad, bueno,
no mucho, y desde luego no a él, pero era claro que a pesar de sus protestas,
Honoria estaba arrojando sus pensamientos en esa dirección.

—Haré esto por ti —dijo Sarah—, porque sabes que haría cualquier cosa
por ti. Lo que quiere decir que me tiraría en frente de un carruaje en movimiento
si llegaba el caso. —Se detuvo, dándole a Honoria el tiempo para absorber eso antes
de continuar con un gran movimiento de su brazo—. Y si me tiraría en frente de
un carruaje en movimiento, es lógico pensar que también consentiría en una
actividad que no requiere tomar mi propia vida.

Honoria la miró en blanco.

—Tal como sentarme al lado de Lord Hugh Prentice en el desayuno de tu


boda.

Le tomó a Honoria un momento procesarlo.

—Cuan… lógico.

—Y por cierto, son dos días que debo sufrir en su compañía, no uno.
—Arrugó la nariz—. Solo para ser claros.
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Honoria sonrió graciosamente.


Página

—¿Entonces entretendrás a Lord Hugh está tarde antes de la cena?


—Entretener —repitió Sarah sardónicamente—. ¿Debo bailar? Porque
sabes que no voy a tocar el pianoforte.

Honoria se rio mientras se dirigía a la puerta.

—Solo sé tu encantador ser usual —dijo ella, asomando su cabeza de vuelta


en la habitación solo un último segundo—. Él te amará.

—Dios lo prohíba.

—Él obra en extrañas maneras…

—No tan extrañas.

—Me parece que la dama…

—No lo digas —interrumpió Sarah.

Las cejas de Honoria se alzaron.

—Shakespeare definitivamente sabía de qué estaba hablando.

Sarah tiró una almohada en su dirección.

Pero falló. Era ese tipo de día.

Más tarde ese día…

Chatteris había organizado una tarde de tiro al blanco, y como este era uno
de los pocos deportes en los que Hugh todavía podía participar, decidió dirigirse al
jardín del lado sur a la hora acordada. O más bien, treinta minutos antes de la hora
acordada. Su pierna aún estaba irritantemente rígida, y descubrió que incluso con
79

su bastón para ayudarlo, estaba caminando más lento de lo normal. Había remedios
Página

para aliviar el dolor, pero el ungüento que había sido presentado por su médico
olía a muerte. En cuanto al láudano, no podía tolerar el embotamiento de mente
que traía consigo.

Todo lo que quedaba era la bebida, y era cierto que una copa o dos de
brandy parecían aflojar el músculo y suprimir el dolor. Pero raramente se permitía
beber de más; solamente mira lo que pasó la última vez que se había embriagado.
También hacía todo lo posible para evitar los licores hasta el anochecer por lo
menos. Las pocas veces que se había rendido y había bebido algo, había estado
disgustado consigo mismo por días.

Tenía unos cuantos métodos con los cuales medir su fuerza. Se había
convertido en una cuestión de honor hacerlo al anochecer con solo su ingenio para
combatir el dolor.

Las escaleras siempre eran las más difíciles y se detenía en el descansillo


para flexionar y estirar la pierna. Tal vez no debería molestarse. Ni siquiera había
llegado a medio camino del jardín del lado sur y el ya familiar sonido sordo estaba
pulsando a través de su muslo. Nadie se enteraría si simplemente se daba la vuelta
y regresaba a su habitación.

Pero, maldita sea, quería disparar. Quería sostener un arma en la mano y


levantar su brazo derecho y apuntar. Quería apretar el gatillo y sentir el culatazo
en su hombro. Más que todo quería disparar con increíble exactitud.

Así era de competitivo. Era un hombre, eso era de esperar.

Habría susurros y miradas furtivas, estaba seguro. No pasaría desapercibido


que Hugh Prentice estaba sosteniendo una pistola en las proximidades de Daniel
Smythe-Smith. Pero Hugh más bien estaba perversamente a la espera de eso.
Daniel también. Él había dicho lo mismo cuando habían hablado en el desayuno.

—Diez libras si podemos hacer que alguien se desmaye —había declarado


Daniel, justo después de que había hecho una bastante buena imitación del falsete
de una de las benefactoras de Almack’s, complementada con una mano en el
80

corazón y una colección estelar de casi todas las expresiones de indignación


Página

femenina conocidas por el hombre.


—¿Diez libras? —murmuró Hugh, mirando por encima de su taza de
café—. ¿Para mí o para ti?

—Para ambos —dijo Daniel con una sonrisa descarada—. Marcus es bueno
para ello.

Marcus le dio una mirada y volvió a sus huevos.

—Se está volviendo muy aburrido en su vejez —le dijo Daniel a Hugh.

A favor de Marcus, lo único que hizo fue poner los ojos en blanco.

Pero Hugh había sonreído. Y se había dado cuenta de que estaba


disfrutando más que nunca en algún momento reciente. Si los caballeros iban a
disparar, él malditamente iba a unirse a ellos.

Sin embargo, llevó al menos quince minutos hacer su camino hasta la


planta baja, y una vez allí, decidió que lo mejor sería acortar a través de uno de los
muchos salones de Fensmore en vez de tomar el camino más largo hacia el jardín
sur.

Durante los últimos tres años y medio, Hugh se había vuelto


extraordinariamente experto para averiguar todos los atajos posibles.

La tercera puerta a la derecha, luego entrar, girar a la izquierda, cruzar la


sala y salir por las puertas francesas. Como un beneficio adicional, se tomaría un
momento para descansar en uno de los sofás. La mayoría de las damas se habían
ido al pueblo, así que era poco probable que alguien estuviera allí. Por su
estimación tenía un cuarto de hora antes de que el tiro al blanco comenzara.

La sala no era muy grande, con solo unos pocos asientos distribuidos. Había
una silla azul frente a él que parecía lo suficientemente cómoda. Podía verla por
encima del respaldo del sofá que estaba puesto enfrente de esta, pero
probablemente había una mesa baja entre ellos. Podría levantar su pierna un
momento y nadie se enteraría.
81
Página

Se abrió paso, pero no debió haber estado prestando la debida atención,


porque su bastón golpeó el borde de la mesa, lo que llevó directamente a su
espinilla contra el borde de la mesa, lo que a su vez dio lugar a una cadena de las
maldiciones más creativas saliendo de su boca mientras se daba la vuelta para
sentarse.

Fue entonces cuando vio a Sarah Pleinsworth, dormida en el sofá.

Oh, maldita sea.

Había estado teniendo un día mejor que el promedio, a pesar del dolor en
su pierna. Lo último que necesitaba era una audiencia privada con la oh-tan
dramática Lady Sarah. Ella probablemente lo acusaría de algo nefasto, seguido de
una trillada declaración de odio y luego terminaría con algo acerca de esos catorce
hombres que se habían comprometido durante la temporada de 1821.

Él todavía no entendía de qué se suponía que iba eso.

O por qué incluso lo recordaba. Siempre había tenido buena memoria, pero
en realidad, ¿su cerebro no podía dejar de lado lo verdaderamente inútil?

Tenía que conseguir cruzar la sala sin despertarla. No era fácil pasar de
puntillas con un bastón, pero por Dios eso haría si era lo que hacía falta para
atravesar la sala sin ser notado.

Bueno, ahí iban sus esperanzas de descansar la pierna. Con mucho cuidado,
se movió hasta quedar detrás de la baja mesa de madera, con cuidado de no tocar
nada excepto la alfombra y el aire. Pero como cualquiera que alguna vez hubiera
caminado fuera sabía, el aire podía mover y aparentemente él estaba respirando
muy fuerte, porque antes de que llegara más allá del sofá, Lady Sarah se despertó
de su sueño ligero con un chillido que lo sobresaltó tanto que cayó de espaldas
contra la otra silla, cayó sobre el brazo tapizado y aterrizó torpemente sobre el
asiento.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué está haciendo? —Ella parpadeó rápidamente antes de


arponearlo con una mirada—. Usted.
82

Era una acusación. Absolutamente lo era.


Página

—Oh, me dio un susto —dijo ella, frotándose los ojos.


—Al parecer —maldijo entre dientes mientras trataba de balancear sus
piernas hacia el frente de la silla—. ¡Ay!

—¿Qué? —preguntó ella impacientemente.

—Pateé la mesa.

—¿Por qué?

Frunció el ceño.

—No lo hice a propósito.

Solo entonces pareció darse cuenta de que estaba descansando muy


informalmente sobre el sofá y, con un rápido movimiento, se enderezó en una
posición erguida más adecuada.

—Discúlpeme —dijo ella, todavía aturdida. Su cabello oscuro estaba


cayendo de su peinado; él consideró que era mejor señalar eso.

—Por favor, acepte mis disculpas —dijo secamente—. No era mi intención


asustarle.

—Estaba leyendo. Debía haberme quedado dormida. Yo… ah…


—Parpadeó un par de veces más, entonces sus ojos finalmente parecieron
enfocarse. En él—. ¿Se estaba acercando sigilosamente a mí?

—No —dijo, quizá con más velocidad y fervor de lo que era educado. Hizo
un gesto hacia la puerta que daba al exterior—. Estaba cortando camino. Lord
Chatteris ha hecho arreglos para hacer tiro al blanco.

—Oh. —Ella pareció sospechar durante un segundo más, entonces esto


claramente dio forma a la vergüenza—. Por supuesto. No hay razón por la que
usted se acercaría sigilosamente… Es decir… —Se aclaró la garganta—. Bien.

—Bien.
83

Esperó un momento y luego preguntó directamente:


Página

—¿No planeaba continuar por el césped?


Él la miró fijamente.

—Para el tiro al blanco —aclaró.

Él se encogió de hombros.

—Estoy antes de tiempo.

A ella no pareció importarle esa respuesta.

—Está bastante agradable afuera.

Él miró por la ventana.

—Así es. —Ella estaba tratando de deshacerse de él y suponía que ella


merecía cierto respeto por ni siquiera intentar ocultarlo. Por otro lado, ahora que
estaba despierta, y que él estaba en una silla, descansando su pierna, no parecía
haber ninguna razón para apresurarse en continuar.

Podía soportar cualquier cosa durante diez minutos, incluso a Sarah


Pleinsworth.

—¿Planea disparar? —preguntó.

—Sí.

—¿Con un arma?

—Así es como uno usualmente lo hace.

Su rostro se endureció.

—¿Y piensa que eso es prudente?

—¿Se refiere a que su primo estará allí? Le aseguro que él también tendrá
un arma. —Sintió sus labios curvarse en una sonrisa sin emoción—. Va a ser casi
como un duelo.
84

—¿Por qué bromea sobre tales cosas? —espetó ella.


Página

Dejó que su mirada se posara intensamente sobre la suya.


—Cuando la alternativa es la desesperación, generalmente prefiero el
humor. Incluso si es de la variedad de horca.

Algo brilló en sus ojos. Un atisbo de comprensión, tal vez, pero se había
ido demasiado rápido para asegurar que lo había visto. Y entonces ella frunció los
labios, una expresión tan remilgada que era claro que había imaginado ese breve
momento de simpatía.

—Quiero que sepa que no lo apruebo —dijo.

—Debidamente señalado.

—Y —ella levantó la barbilla y la giró ligeramente—, creo que es una muy


mala idea.

—¿Cómo es eso diferente de la falta de aprobación?

Ella solo frunció el ceño.

Él tuvo un pensamiento.

—¿Le resulta lo suficientemente malo como para desmayarse?

Recuperó rápidamente la atención.

—¿Qué?

—Si se desmaya en el césped, Chatteris nos debería dar a Daniel y a mí diez


libras a cada uno.

Sus labios formaron una O y luego se quedaron congelados en esa posición.

Él se inclinó hacia atrás y sonrió perezosamente.

—Podría ser persuadido para ofrecerle un veinte por ciento.

Su rostro se movió, pero se quedó sin palabras. Maldita sea, pero era
demasiado divertido hacerla picar el anzuelo.
85
Página

—No importa —dijo él—. Nunca lo lograríamos.


Su boca finalmente se cerró. Luego se abrió de nuevo. Por supuesto.
Debería haber sabido que su silencio podía ser solo pasajero.

—No le agrado —dijo ella.

—No en realidad, no. —Probablemente debería haber mentido, pero de


alguna manera parecía que cualquier cosa menos de la verdad habría sido más
insultante.

—Y usted no me agrada.

—No —dijo suavemente—. No pensé que lo hiciera.

—¿Entonces por qué está aquí?

—¿En la boda?

—En la sala, tonto, es un lento. —La última parte, la dijo para sí misma,
pero su oído siempre había sido bastante agudo.

Él rara vez sacaba a relucir su lesión como una carta de triunfo, pero este
parecía un buen momento.

—Mi pierna —dijo con deliberada lentitud—. Duele.

Hubo un delicioso silencio Delicioso para él, eso era. Para ella, se
imaginaba que era horrible.

—Lo siento —murmuró, bajando la mirada antes de que él pudiera


determinar el alcance de su rubor—. Eso fue muy grosero de mi parte.

—No hay nada que pensar de ello. Lo ha hecho peor.

Sus ojos llamearon.

Él juntó las puntas de los dedos, sus manos formando un triángulo hueco.

—Recuerdo nuestro encuentro previo con una exactitud desagradable.


86
Página

Ella se inclinó hacia adelante con furia.


—Echó a mi prima y a mi tía de una fiesta.

—Ellas huyeron. Hay una diferencia. Y yo ni siquiera sabía que estaban


allí.

—Bueno, debería haberlo sabido.

—La clarividencia nunca ha sido uno de mis talentos.

Podía verla esforzándose por controlar su temperamento, y cuando habló,


su mandíbula apenas se movió.

—Sé que usted y el primo Daniel han arreglado las cosas, pero lo siento, no
puedo perdonarle por lo que hizo.

—¿Incluso si él lo ha hecho? —preguntó Hugh suavemente.

Ella se movió incómodamente y su boca se presionó en varias expresiones


diferentes antes de que finalmente dijera:

—Él puede permitirse ser caritativo. Su vida y felicidad han sido


reestablecidas.

—Y las suyas no. —No hizo la frase como una pregunta. Era una
afirmación y una antipática.

Ella cerró la boca.

—Dígame —exigió, porque maldita sea, era el momento de que llegaran al


fondo de esto—. ¿Qué es exactamente lo que le he hecho? No a su primo, no a su
prima, sino a usted, Lady Sarah cualesquiera que sean sus otros nombres
Pleinsworth.

Ella lo miró con rebeldía, luego se puso de pie.

—Me voy.
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—Cobarde —murmuró él, pero también se puso de pie. Incluso ella se


Página

merecía el respeto de un caballero.


—Muy bien —dijo, el color de sus mejillas se profundizó con ira apenas
contenida—. Se suponía que haría mi debut en 1821.

—El año de los catorce caballeros elegibles. —Era cierto. No olvidaba casi
nada.

Ella hizo caso omiso de esto.

—Después de que echó a Daniel del país, mi familia tuvo que ir a reclusión.

—Fue mi padre —dijo Hugh bruscamente.

—¿Qué?

—Mi padre echó a Lord Winstead fuera del país. No tuve nada que ver con
ello.

—Eso no importa.

Sus ojos se entrecerraron y con una lenta deliberación, dijo:

—Lo hace para mí.

Ella tragó saliva incómodamente, todo su porte estaba rígido.

—Debido al duelo —dijo, reformulando de modo que la culpa pudiera ser


puesta de lleno sobre él—, nosotros no regresamos a la ciudad durante todo un año.

Hugh ahogó una risa, entendiendo finalmente su pequeña mente tonta.


Ella lo estaba culpando por la pérdida de su temporada en Londres.

—Y esos catorce caballeros elegibles ahora están perdidos por siempre para
ti.

—No hay razón para ser tan burlón.

—No hay manera de saber que uno se habría propuesto —señaló. Le


gustaba que las cosas fueran lógicas y esta no lo… era.
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Página
—No hay manera de saber que uno no lo habría hecho —exclamó. Levantó
su mano hacia su pecho y dio un errático paso hacia atrás como si se sorprendiera
de su propia reacción.

Pero Hugh sentía ninguna simpatía. Y no pudo evitar la desagradable risa


que brotó desde su garganta.

—Nunca deja de asombrarme, Lady Sarah. Durante todo este


tiempo, me ha estado culpando por su soltería. ¿Se le ha ocurrido buscar en algún
lugar cerca de casa?

Dejó escapar un horrible atragantamiento y su mano fue a su boca, no tanto


para cubrirla como para reprimir algo.

—Discúlpeme —dijo, pero ambos sabían que lo que él había dicho era
imperdonable.

—Pensé que no me agradaba debido a lo que le hizo a mi familia —dijo


ella, manteniéndose tan rígida cuando negó con la cabeza—, pero eso no es nada
en absoluto. Es una persona terrible.

Él se quedó muy quieto, de la forma en que le habían enseñado desde su


nacimiento. Un caballero siempre estaba en control de su cuerpo. Un caballero no
agitaba los brazos, escupía o se inquietaba. No le quedaba mucho en su vida, pero
tenía esto, su orgullo, su porte.

—Intentaré no forzarla a estar en mi compañía —dijo secamente.

—Es demasiado tarde para eso —siseó ella.

—¿Disculpe?

Sus ojos se clavaron en los suyos.

—Mi prima, si lo recuerda, ha solicitado que nos sentemos juntos en el


desayuno de la boda.
89
Página

Aparentemente olvidaba algunas cosas. Maldita sea. Se lo había prometido


a Lady Honoria. No había forma de salir de ello.
—Puedo ser civilizado si usted puede —dijo.

Ella lo sorprendió en ese momento, extendiendo la mano para sellar su


acuerdo. Él la tomó y en el momento en que su mano estuvo en la suya, tuvo el
deseo más extraño de llevar sus dedos a sus labios.

—¿Tenemos una tregua entonces? —dijo ella.

Él levantó la mirada.

Eso fue un error.

Porque Lady Sarah Pleinsworth estaba mirándolo con una expresión de


claridad inusual y (estaba bastante seguro) poco común. Sus ojos, que siempre
habían sido duros y crispados cuando se giraban en su dirección, ahora eran más
suaves. Y sus labios, se dio cuenta ahora que no le estaban lanzando insultos, eran
perfección absoluta, llenos y rosados, y tocados con el tipo adecuado de curva.
Parecían decirle a un hombre que ella sabía cosas, que sabía cómo reír, y que si solo
fijaba su alma a la suya, ella iluminaría su mundo con una sola sonrisa.

Sarah Pleinsworth.

Buen Dios, ¿había perdido el juicio?


90
Página
Traducido por veroonoel

Corregido por Lizzie Wasserstein

Más tarde esa noche.

C
uando Sarah bajó a cenar, se sentía un poco mejor sobre tener que
pasar la noche con Hugh Prentice. La disputa que habían tenido
aquella tarde había sido horrible, y no podía imaginar que alguna
vez decidieran ser amigos, pero al menos no era secreto. Si ella iba a ser obligada a
permanecer a su lado durante la duración de la boda, él no pensaría que ella lo
estaba haciendo por el deseo de su compañía.

Y él se comportaría correctamente a su vez. Habían hecho un trato, y a


pesar de sus defectos, no parecía ser del tipo que iba contra su palabra. Sería
educado, y pondría un buen espectáculo para Honoria y Marcus, y una vez que
este ridículo mes de bodas hubiera terminado, no tendrían que volver a hablar
nunca más.

Después de cinco minutos en la sala de estar, sin embargo, quedó


maravillosamente claro que Lord Hugh aún no estaba presente. Y Sarah había
buscado. Nadie iba a acusarla de eludir su deber.

A Sarah nunca le había gustado estar por sí sola en reuniones, así que se
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unió a su madre y tías al lado de la chimenea. Como era de esperar, estaban


Página

chismorreando sobre la boda. Sarah escuchó a medias; luego de cinco días en


Fensmore, no podía imaginar que hubiera algún detalle que no hubiera escuchado
aún sobre la próxima ceremonia.

—Es una pena que las hortensias no están en temporada —dijo su tía
Virginia—. Las que crecen en Whipple Hill son justo del tono azul-lavanda que
necesitamos para la capilla.

—Es azul-lavanda —corrigió la tía María—, y debes saber que las


hortensias serían un terrible error.

—¿Un error?

—Los colores son demasiado variables —continuó la tía María—, incluso


en un arbusto cultivado. Nunca serías capaz de garantizar el tono antes de tiempo,
¿y qué pasa si no combinan perfectamente con el color de vestido de Honoria?

—Seguramente nadie espera la perfección —respondió la tía Virginia—.


No con las flores.

La tía María resopló.

—Yo siempre espero perfección.

—Especialmente de las flores —dijo Sarah con una pequeña carcajada. La


tía María había nombrado a sus hijas Rose, Lavender, Marigold, Iris y Daisy. Su
hijo, quien Sarah pensaba secretamente que podía ser el chico más afortunado de
Inglaterra, fue llamado John.

Pero la tía María, aunque por lo general era de buen corazón, nunca había
tenido mucho sentido del humor. Pestañeó un par de veces en dirección a Sarah
antes de dar una pequeña sonrisa y decir:

—Oh sí, por supuesto.

Sarah aún no estaba segura de si la tía Maria había entendido la broma.


Decidió no presionar el asunto.
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—¡Oh, miren! ¡Allí está Iris! —dijo, aliviada de ver a su prima entrar en la
Página

habitación. Sarah nunca había sido tan cercana a Iris como a Honoria, pero las tres
eran casi de la misma edad, y Sarah siempre había disfrutado el ingenio seco de
Iris. Se imaginó que las dos pasarían más tiempo juntas ahora que Honoria se iba a
casar, especialmente porque compartían una profunda aversión por la velada
musical familiar.

—Ve —dijo su madre, asintiendo en dirección a Iris—. No quieres


quedarte aquí con las matronas.

Realmente no quería, así que con una agradecida sonrisa a su madre, Sarah
se dirigió a Iris, que estaba de pie cerca de la puerta, obviamente buscando a
alguien.

—¿Has visto a Lady Edith? —preguntó Iris sin preámbulos.

—¿A quién?

—Lady Edith Gilchrist —aclaró Iris, refiriéndose a una jovencita que


ninguna de las dos conocían muy bien.

—¿No se comprometió recientemente con el Duque de Kinross?

Iris hizo un gesto como si la reciente pérdida de un duque elegible no


tuviera ninguna consecuencia.

—¿Está Daisy abajo? —preguntó.

Sarah pestañeó ante el repentino cambio de tema.

—No que yo haya visto.

—Gracias Dios.

Sarah agrandó los ojos ante el uso bastante rápido del nombre del Señor,
pero nunca criticaría. No sobre Daisy.

Daisy era mejor en pequeñas dosis. Simplemente, no había manera de


evitar eso.
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—Si logro pasar todas estas bodas sin asesinarla, será un pequeño milagro
Página

—dijo Iris oscuramente—. O un gran… algo.


—Le dije a la tía Virginia que no las pusiera juntas en una habitación
—dijo Sarah.

Iris desmintió esto con un movimiento de su cabeza mientras continuaba


mirando la sala de estar.

—No había nada que hacer al respecto. Las hermanas serán puestas juntas.
Necesitan conservar habitaciones. Estoy acostumbrada a ello.

—¿Entonces que está mal?

Iris se dio la vuelta para mirarla, sus claros ojos grandes y furiosos en su
pálido rostro de manera similar. Sarah había escuchado a un caballero llamar a Iris
incolora; tenía ojos azul claro, pálido cabello rubio fresa, y una piel que era
prácticamente transparente. Sus cejas eran pálidas, sus pestañas eran pálidas, todo
en ella era pálido, hasta que uno la conocía.

Iris era feroz entre los mejores.

—Ella quiere tocar —siseó.

Por un momento Sarah no comprendió. Y luego; aterradoramente; lo hizo.

—¡No! —jadeó.

—Trajo su violín desde Londres —confirmó Iris.

—Pero…

—Y Honoria ya ha traído su violín a Fensmore. Y por supuesto cada casa


grande tiene un pianoforte. —Iris apretó su mandíbula; obviamente estaba
repitiendo las palabras de Daisy.

—¡Pero tu chelo! —protestó Sarah.

—Se podría pensar, ¿no crees? —siseó Iris—. Pero no, ella ha pensado en
todo. Lady Edith Gilchrist está aquí, y ella trajo su chelo. Daisy quiere que lo tome
94

prestado.
Página

Instintivamente, Sarah giró su cabeza, buscando a Lady Edith.


—Ella no está aquí aún —dijo Iris—, pero necesito encontrarla en el
momento que entre.

—¿Por qué traería un chelo Lady Edith?

—Bueno, ella toca —dijo Iris, como si Sarah no hubiera considerado eso.

Sarah resistió el impulso de poner sus ojos en blanco. Bueno, casi.

—¿Pero por qué lo traería aquí?

—Al parecer, es bastante buena.

—¿Qué tiene que ver eso?

Iris se encogió de hombros.

—Espero que a ella le guste tocar todos los días. Muchos de los grandes
músicos lo hacen.

—No lo sé —dijo Sarah.

Iris le lanzó una mirada de conmiseración, y luego dijo:

—Necesito encontrarla antes de que lo haga Daisy. Bajo ninguna


circunstancia permitiré que Daisy le pida prestado su chelo en mi nombre.

—Si es tan buena, probablemente ni siquiera querrá prestarlo. Al menos


no a una de nosotras. —Sarah hizo una mueca. Lady Edith era relativamente nueva
en Londres, pero seguramente sabía de la velada musical Smythe-Smith.

—Me disculpo de antemano por abandonarte —dijo Iris, manteniendo sus


ojos en la puerta abierta—. Probablemente debería salir como un rayo en el
momento que la vea.

—Debería salir como un rayo yo primero —le dijo Sarah—. Se me han


asignado tareas para la noche.
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Su tono debe haber mostrado su disgusto, porque Iris se dio vuelta hacia
Página

ella con renovado interés.


—Voy a ser niñera de Hugh Prentice —dijo Sarah, sonando bastante
agobiada mientras las palabras salían entrecortadas de su boca. Pero es un buen
tipo de agobio. Si iba a tener una noche terrible, por lo menos podría presumir de
ello con antelación.

—Niñera de… Oh, por…

—No te rías —advirtió Sarah.

—No lo iba a hacer —mintió Iris claramente.

—Honoria insistió. Piensa que él no se sentirá bienvenido si uno de


nosotros no vela por su felicidad e inclusión.

—¿Y te pidió que le hicieras de niñera? —Iris le lanzó una mirada dudosa,
siempre una expresión inquietante. Había algo en los ojos de Iris, ese acuoso azul
pálido y las pestañas tan finas que eran casi invisibles. Podía ser bastante
desconcertante.

—Bueno, no —admitió Sarah—, no con esas palabras. —Con ningunas


palabras, para ser sinceras, y de hecho, Honoria había negado específicamente esas
palabras, pero por una mejor historia se hacía llamar niñera a sí misma.

En funciones de este tipo, uno tenía que tener algo bueno para quejarse.
Era como esos chicos de Cambridge que había conocido la primavera anterior. Solo
parecían felices cuando habían sido capaces de quejarse de la cantidad de trabajado
que habían tenido que hacer.

—¿Qué quiere que hagas? —preguntó Iris.

—Oh, esto y aquello. Debo sentarme con él mañana en el desayuno de la


boda. Rupert está enfermo —añadió.

—Bueno, eso es bueno al menos —murmuró Iris.

Sarah reconoció eso con una breve inclinación de cabeza mientras


96

continuaba:
Página

—Y me pidió específicamente entretener a Lord Hugh antes de la cena.


Iris miró por encima de su hombro.

—¿Ya está aquí?

—No —dijo Sarah con un suspiro de felicidad.

—No te pongas demasiado complaciente —advirtió Iris—. Estará abajo. Si


Honoria te pidió que cuidaras de él, ella le habrá pedido; bastante específicamente;
que viniera a cenar.

Sarah miró a Iris con horror. Honoria había dicho que no estaba tratando
de emparejarlos…

—Seguramente no crees…

—No, no —dijo Iris con un resoplido—, no se atrevería a tratar de hacer


de casamentera. No contigo.

Los labios de Sarah se juntaron para preguntarle qué había querido decir
con eso, pero antes de que pudiera hacer un sonido, Iris añadió:

—Ya conoces a Honoria. Le gusta que todo esté limpio y ordenado. Si


quiere que cuides a Lorg Hugh, se asegurará de que él esté aquí para que necesite
ser cuidado.

Sarah consideró esto por un momento, luego le dio un gesto de


asentimiento. Honoria era así.

—Bien —declaró, porque ella siempre lo hacía con un declarativo bien—.


Serán dos días miserables, pero se lo prometí a Honoria, y siempre mantengo mis
obligaciones.

Si Iris hubiera estado bebiendo un trago, habría rociado todo a través de la


habitación.

—¿Tú?
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—¿Qué quieres decir, con yo? —exigió Sarah. Iris lucía como si estuviera
Página

a punto de reír de diversión.


—Oh, por favor —dijo Iris, de esa manera despectiva que uno podría
adoptar solo con la familia y aún esperar estar en condiciones de hablar al día
siguiente—, eres la última persona que puede reclamar mantener todas sus
obligaciones.

Sarah se echó hacia atrás, profundamente ofendida.

—Te ruego que me disculpes.

Pero si Iris vio la aflicción de Sarah, no se dio cuenta. O no le importó.

—¿Tu memoria no se estira hacía atrás al último abril? —solicitó Iris—.


¿El catorce de abril, para ser más exactos?

La velada musical. Sarah se había echado para atrás la tarde de la actuación.

—Estaba enferma —protestó—. No había manera de que pudiera tocar.

Iris no dijo una palabra. No tenía que hacerlo. Sarah estaba mintiendo, y
ambas lo sabían.

—Muy bien, no estaba enferma —admitió Sarah—. Al menos no tan


enferma.

—Es amable de tu parte admitirlo finalmente —dijo Iris con voz


molestamente superior.

Sarah cambió su peso incómodamente. Habían sido ellas dos aquella


primavera, más Honoria y Daisy. Honoria había estado feliz de tocar todo el tiempo
que estuvo con su familia, y Daisy estaba convencida de que estaba en camino a
convertirse en una virtuosa. Iris y Sarah, por otra parte, habían mantenido varias
conversaciones debatiendo diversos métodos de muerte por instrumento musical.
Humor negro. Había sido la única manera en que habían sido capaces de afrontar
el miedo.

—Lo hice por ti —le dijo finalmente a Iris.


98
Página

—Oh, en serio.
—Pensé que el espectáculo entero sería cancelado.

Iris no estaba convencida.

—¡En serio! —insistió Sarah—. ¿Quién iba a pensar que mamá arrastraría
a la pobre señorita Wynter al espectáculo? A pesar de que salió bien para ella, ¿no
es así?

La señorita Wynter; la señorita Anne Wynter, que se iba a casar con el


primo Daniel en dos semanas y convertirse en la Condesa de Winstead; había
cometido el error de contarle una vez a la madre de Sarah que podía tocar el
pianoforte. Lady Pleinsworth, aparentemente, no se había olvidado de eso.

—Daniel se habría enamorado de la señorita Wynter de todas maneras


—replicó Iris—, así que no trates de calmar tu conciencia con eso.

—No lo estaba haciendo. Simplemente estaba señalando que nunca podría


haber previsto… —Dejó escapar un suspiro de impaciencia. Nada de esto sonaba
de la manera que lo hacía en su cabeza—. Iris, debes saber que estaba tratando de
salvarte.

—Estabas tratando de salvarte a ti misma.

—Estaba tratando de salvarnos a las dos. Simplemente… no funcionó de la


manera que planeé.

Iris la miró con frialdad. Sarah esperó a que respondiera, pero no lo hizo.
Simplemente se quedó parada allí, prolongando el momento como un suave
caramelo de melaza, estirado en un columpio viscoso. Finalmente, Sarah no pudo
soportarlo más, y cedió con:

—Solo dilo.

Iris levantó una ceja.

—Lo que sea que estás dispuesta a decirme. Obviamente hay algo.
99
Página

Los labios de Iris se separaron, luego se cerraron, como si estuviera


tomándose el tiempo para elegir las palabras correctas. Finalmente, dijo:
—Sabes que te quiero.

No era lo que Sarah había esperado. Lamentablemente, tampoco lo que


vino a continuación:

—Siempre te voy a querer —continuó Iris—. De hecho, probablemente


siempre me vas a gustar, y sabes que no puedo decir lo mismo de la mayoría de
nuestra familia. Pero puedes ser terriblemente egoísta. Y la peor parte es que, ni
siquiera puedes verlo.

Era la cosa más extraña, pensó Sarah. Quería decir algo. Necesitaba decir
algo, porque eso era lo que hacía cuando se encontraba con algo que no le gustaba.
Iris no podía llamarla egoísta y esperar que Sarah solo se quedara allí parada y
escuchara.

Y aun así eso era lo que parecía estar haciendo.

Tragó saliva, y sintió su legua dispararse para humedecer sus labios, pero
no podía formar palabras. Todo lo que podía hacer era pensar. No. No era cierto.
Amaba a su familia. Haría cualquier cosa por ellos. Que Iris se pudiera parar allí y
la llamara egoísta…

La hirió profundamente.

Sarah miró a la cara de su prima, sintiendo el momento preciso cuando Iris


se movió, como si el hecho de que hubiera llamado a Sarah egoísta no fuera lo más
consecuente del mundo.

Como si cualquier cosa pudiera ser más consecuente.

—Ahí está —dijo Iris vigorosamente—. Lady Edith. Necesito llegar a ella
antes que Daisy. —Tomó un paso, luego se dio la vuelta y dijo—: Podemos hablar
de esto más tarde. Si quieres.

—Preferiría que no, gracias —respondió Sarah con fuerza, finalmente


100

transportando su personalidad afuera de cualquier agujero en el que hubiera


Página

saltado. Pero Iris no la oyó. Ya se había dado la vuelta y estaba haciendo su camino
hacia Lady Edith. Sarah se quedó sola en la esquina, tan torpe como una novia
despechada.

Y ahí, por supuesto, fue cuando Hugh Prentice llegó.


101
Página
Traducido por marcelaclau y areli97

Corregido por Lizzie Wasserstein

L
a cosa extraña era que Sarah pensó que estaba molesta.

Pensó que estaba furiosa con Iris, quien debía haber sido más
sensible con los sentimientos de otros. Si Iris había sentido la
necesidad de llamarla egoísta, por lo menos podría haberlo
hecho en un ambiente más privado.

¡Y luego abandonarla! Sarah entendía la necesidad de interceptar a Lady


Edith antes de que Daisy cayera sobre ella, pero aun así, Iris debería haber dicho
que lo lamentaba.

Pero entonces, mientras Sarah se ponía de pie en su rincón, preguntándose


por cuánto tiempo podía pretender que no había notado la llegada de Lord Hugh,
tomó un respiro inesperado.

Y ahogó un sollozo.

Aparentemente ella estaba más que enojada, y en un gran peligro de llorar,


ahí mismo en el abarrotado salón de Fensmore.

Se volvió rápidamente para examinar el largo y sombrío retrato que la


había mantenido acompañada. El sujeto parecía ser un caballero desagradable de
Flanders, del siglo XVII, si el ojo de Sarah para la moda era correcto. Cómo se las
arreglaba para lucir tan orgulloso en ese ridículo cuello plisado, nunca lo sabría,
102

pero él la estaba mirando por debajo de su nariz ganchuda en una forma que le
decía claramente que ninguno de sus primos se atrevería a llamarlo egoísta en su
Página

cara, y si lo hacían, no lloraría por eso.


Sarah frunció los labios y lo miró. Era probablemente un testimonio de la
habilidad del artista que parecía mirarla a ella.

—¿Ha hecho el caballero algo para ofenderla?

Era Hugh Prentice. Sarah conocía su voz lo suficientemente bien por


ahora. Honoria debía haberlo enviado. Ella no podía imaginar por qué él pudiera
buscar su compañía de otra manera.

Habían prometido ser civilizados, no amistosos.

Ella se dio la vuelta. Él estaba de pie a cerca de dos metros de ella, vestido
impecablemente para la cena. Excepto por su bastón. Estaba raspado, la veta de la
madera opaca por el uso. Sarah no estaba segura de por qué encontraba eso tan
interesante. Seguro Lord Hugh viajaba con un ayuda de cámara. Sus botas habían
sido pulidas al punto de brillar y su corbata estaba atada con experticia. ¿Por qué
su bastón no tenía el mismo cuidadoso tratamiento?

—Lord Hugh —dijo, aliviada de que su voz sonaba casi normal cuando
ofreció esa pequeña reverencia.

Él no dijo nada de inmediato. Se volvió hacia el retrato, levantó su barbilla


y sus ojos lo recorrieron. Sarah se alegró de que no la mirara a ella examinándola
así. No estaba segura de sí podía manejar otra disección de sus defectos tan pronto
después de la primera.

—Ese cuello se ve muy incómodo —dijo Lord Hugh.

—Ese también fue mi primer pensamiento —replico Sarah, antes de que


recordara que él no le gustaba y más al punto, él era su carga por la noche.

—Creo que deberíamos alegrarnos de que vivimos en tiempos modernos.

Ella no respondió. No era el tipo de declaración que lo requería. Lord Hugh


continuó el escrutinio a la pintura, en un momento se inclinó hacia ella,
103

presumiblemente para examinar el manejo del pincel. Sarah no sabía si él se dio


Página

cuenta de que necesitaba tiempo para recomponerse. No podía imaginar que lo


había hecho; él no parecía el tipo de hombre que notara esas cosas. De cualquier
forma, estaba agradecida. Para el tiempo que el volvió la vista hacia ella, la
sensación de ahogo en su pecho se había aliviado, y ya no estaba en peligro de
avergonzarse a sí misma en frente de varias docenas de los invitados más
importantes a la boda de su prima.

—El vino está muy bueno esta noche, me han dicho —dijo ella. Fue un
inicio abrupto de la conversación, pero educado e inocuo, y más importante, fue la
primera cosa que apareció en su cabeza.

—¿Le dijeron? —hizo eco Lord Hugh.

—No he tomado nada por mí misma —explicó Sarah. Una pausa incomoda,
y luego—: En realidad, nadie me lo dijo. Pero Lord Chatteris es reconocido por sus
bodegas. No puedo imaginar que el vino sea cualquier cosa sino bueno.

Dios mío, esa era una conversación pomposa. Pero no importaba; Sarah
podría sortearla. No eludiría sus deberes esta noche. Si Honoria la miraba; si Iris la
miraba…

Nadie sería capaz de decir que ella no mantenía sus promesas.

—Intento no beber en la compañía de los Smythe-Smith —dijo Lord


Hugh, casi sin darle importancia—. Raramente termina bien para mí.

Sarah jadeó.

—Bromeo —dijo.

—Por supuesto —respondió rápidamente, mortificada de haberse revelado


de una forma tan poco sofisticada. Debería haber entendido la broma. Lo habría
hecho, si ella no estuviera tan molesta por Iris.

Querido Dios, se dijo a sí misma (y a cualquiera que pudiera estar


escuchando), por favor lleva esta noche a su fin con una velocidad asombrosa.
104

—¿No es esto interesante? —preguntó lentamente Lord Hugh—. ¿Todo


esto se forjó por una convención social?
Página
Sarah se volvió hacia él, aunque sabía que nunca podría discernir el
significado de su expresión. Él inclinó su cabeza a un lado, el movimiento
reordenando las sombras de su impasivo rostro.

Era atractivo, se dio cuenta Sarah en una extraña explosión de conciencia.


No era solo el color de sus ojos. Era la forma en la que él miraba a una persona,
firme y a veces desconcertante. Le prestaba un aire de intensidad que era difícil de
ignorar. Y su boca, raramente sonreía, o por lo menos casi nunca le sonreía a ella,
pero había algo más bien irónico en ella. Suponía que algunas personas podrían no
encontrarlo atractivo, pero ella…

Lo hacía.

Querido Señor, lo intentó de nuevo, un olvido asombroso. Nada menos que


una velocidad supernatural sería suficiente.

—Aquí estamos —continuó él, señalando con elegancia al resto de los


invitados—, atrapados en una habitación con, o, ¿cuántos más diría?

Ella no tenía idea a donde iba con eso, pero se aventuró a adivinar.

—¿Cuarenta?

—De hecho —respondió él, aunque podía darse cuenta con el rápido
barrido que sus ojos hicieron a través de la habitación que él no concordaba con su
estimación—. Y su presencia colectiva significa que usted —se inclinó solo unos
centímetros—, quien me encuentra repugnante, ya hemos establecido, está siendo
bastante educada.

—No estoy siendo educada porque hay otras cuarenta personas en la


habitación —dijo ella, arqueando sus cejas—. Estoy siendo educada porque mi
prima me lo pidió.

La esquina de su boca se movió. Debió haber sido divertido.


105

—¿Se dio cuenta ella del reto que esto podría plantear?
Página
—No lo hizo. —dijo Sarah con fuerza. Honoria sabía que a Sarah no le
interesaba la compañía de Lord Hugh, pero no pareció comprender la extensión de
su disgusto.

—Debo felicitarla entonces —dijo él con un guiño irónico—, por


mantener sus protestas para sí misma.

Algo precioso y familiar hizo clic de nuevo en su lugar, y Sarah finalmente


comenzó a sentirse más como ella misma. Su barbilla se levantó orgullosa unos
centímetros.

—No lo hice.

Para su gran sorpresa, Lord Hugh hizo un sonido que podría haber sido una
risa ahogada.

—Y ella me encargo con usted de todos modos.

—A ella le preocupa que usted puede no sentirse bienvenido aquí en


Fensmore —dijo Sarah, en la clase de tono que decía que no era una preocupación
compartida.

Sus cejas se levantaron, y de nuevo el casi sonrió.

—¿Y ella piensa que usted es la persona para darme la bienvenida?

—Nunca le conté de nuestro encuentro previo —admitió Sarah.

—Ah. —Él hizo un gesto condescendiente—. Todo comienza a tener


sentido.

Sarah apretó sus dientes en un intento largo e infructuoso de resoplar.


Como odiaba ese tono de voz. Ese oh-veo-como-su-pequeña-mente-femenina-
trabaja tono de voz. Hugh Prentice era difícilmente el único hombre en Inglaterra
en usarlo, pero parecía haber perfeccionado la habilidad al filo de la navaja. Sarah
106

no podía imaginar cómo alguien toleraba su compañía por más de unos pocos
minutos. Sí, era bastante agradable a la vista, y sí, él era (le dijeron)
Página
excepcionalmente inteligente, pero por Dios, el hombre era como pasar las uñas
por una pizarra.

Ella se inclinó hacia adelante.

—Es un testimonio de mi amor por mi prima que no he encontrado una


forma de envenenar su polvo de dientes.

Él se inclinó hacia adelante.

—El vino podría haber sido un sustituto efectivo —dijo—, si estuviera


tomando. Por eso lo estaba sugiriendo ¿no fue así?

Ella se negó a ceder terreno.

—Está loco.

Él encogió un hombro y retrocedió como si la carga del momento entre


ellos nunca hubiera ocurrido.

—No soy el que trajo el veneno a la conversación.

La boca de ella se abrió. El tono de voz de él era precisamente el que ella


habría usado mientras discutían el clima.

—¿Molesta? —murmuro él educadamente.

No tan molesta como desconcertada.

—Usted hace muy difícil que sea amable —le dijo.

Él parpadeó.

—¿Tenía la intención de ofrecerle mi polvo de dientes?

Santo cielo, era frustrante. Y la peor parte era que ella no estaba segura de
si él estaba bromeando ahora. Sin embargo, se aclaró la garganta y dijo:
107

—Usted tenía la intención de tener una conversación normal.


Página

—No estoy seguro de que nosotros dos tengamos conversaciones normales.


—Puedo asegurarle que yo sí.

—No conmigo. —Esta vez él sí sonrió. Ella estaba segura de eso.

Sarah enderezó sus hombros. Seguro el mayordomo debería estarlos


llamando a comer pronto. Tal vez ella debía empezar a ofrecer sus plegarias a él,
desde que el otro Él parecía no estar escuchando.

—Oh, vamos, Lady Sarah —dijo Lord Hugh—. Debe admitir que nuestro
primer encuentro fue cualquier cosa menos normal.

Ella presionó sus labios juntos. Ella odiaba reconocerle su punto,


cualquiera de sus puntos, realmente, pero él tenía uno.

—Y desde entonces —añadió—, nos hemos encontrado contadas veces, y


siempre de una manera bastante superficial.

—No lo he notado —dijo ella de forma tensa.

—¿Qué fue superficial?

—Que nos hemos conocido —mintió ella.

—Sin importar —continuó él—, que esta es solo la segunda vez que hemos
intercambiado más de dos oraciones con el otro. La primera creo que me pidió que
le quitara al mundo mi presencia.

Sarah parpadeó. Ese no había sido su momento más fino.

—Y luego esta noche… —Sus labios se movieron en una sonrisa


seductora—. Bueno, usted mencionó veneno.

Ella dirigió una mirada plana en su dirección.

—Usted debería preocuparse por su polvo de dientes.

Él se rio de eso, y una emoción eléctrica se sacudió a través de sus venas.


108

Ella podría no tener lo mejor de él, pero en definitiva había anotado un punto
Página

reconocido. La verdad sea dicha, ella estaba empezando a disfrutarlo. Todavía le


disgustaba, solo en parte por principio, pero tenía que admitir, tal vez, que estaba
disfrutándolo un poco.

Él era un adversario digno.

Ella no se había dado cuenta de que quería un adversario digno.

Lo cual no quería decir, buen Dios si ella se sonrojaba con sus propios
pensamientos se iba a arrojar por la ventana, que lo deseaba. Cualquier adversario
digno lo haría.

Incluso uno sin esos ojos tan bonitos.

—¿Pasa algo malo, Lady Sarah? —preguntó Lord Hugh.

—No —respondió. Demasiado rápido.

—Se ve agitada.

—No lo estoy.

—Por supuesto —murmuró él.

—Yo… —se interrumpió, entonces dijo gruñendo—: bueno, ahora lo


estoy.

—Y yo que ni siquiera lo he estado intentando —dijo.

Sarah tenía todo tipo de réplicas para eso, pero ninguna que lo dejara sin
una para él. Tal vez lo que ella realmente quería era un adversario solo un poco
menos digno. Apenas suficiente cerebro para mantener el interés, pero no tanto
para que ella no pudiera ganar siempre.

Hugh Prentice nunca sería ese hombre.

Gracias a Dios.
109

—¡Bueno, esto parece como una conversación incomoda! —llegó una voz
nueva.
Página
Sarah giró su cabeza, no que necesitara ver al hablante para reconocer su
identidad. Era la Condesa de Danbury, el viejo dragón más terrible de la alta
sociedad. Una vez había logrado destruir un violín con nada más que un bastón (y,
Sarah estaba convencida, un juego de manos). Pero su verdadera arma, como todo
el mundo sabía, era su devastador ingenio.

—Incomoda, sí —dijo Lord Hugh con una reverencia respetuosa—. Pero


creciendo menos con cada segundo que pasa ahora que usted está aquí.

—Es una pena —replicó la anciana, ajustando el agarre en su bastón—.


Encuentro que las conversaciones incomodas son muy divertidas.

—Lady Danbury —dijo Sarah, en una reverencia—, que grata sorpresa


verla esta noche.

—¿De qué está hablando? —demandó Lady Danbury—. Esto no debería


ser una sorpresa para nada. Chatteris es mi sobrino-bisnieto. ¿Dónde más debería
estar?

—Uhm. —Fue todo lo que le salió a Sarah antes de que la condesa


preguntara:

—¿Saben por qué hice mi camino a través de toda la sala, especialmente


para unirme a ustedes dos?

—No lo puedo imaginar —dijo Lord Hugh.

Lady Danbury lanzó una mirada de reojo a Sarah, quien rápidamente dijo:

—Tampoco yo.

—He encontrado que las personas felices son aburridas. Ustedes dos, por
otra parte, parecen listos para escupir clavos. Naturalmente vine de inmediato.
—Ella miró de Hugh a Sarah y luego dijo claramente—: Entreténganme.
110

Esto fue recibido con un silencio atónito. Sarah robó una mirada a Lord
Hugh y estuvo aliviada al ver su usual expresión aburrida resquebrajada con
Página

sorpresa.
Lady Danbury se inclinó hacia adelante y dijo en un susurro fuerte:

—He decidido que me gusta, Lady Sarah.

Sarah no estaba del todo segura de que esto era una cosa buena.

—¿Lo ha hecho?

—En efecto. Y entonces le daré un consejo. —Asintió ella dirigiéndose a


Sarah como si concediera una audiencia a un ciervo—. Usted puede sentirse libre
de compartirlo a voluntad.

Los ojos de Sarah se dirigieron a Lord Hugh, aunque por qué ella podría
querer que viniera en su ayuda era algo que no podía decir.

—Nuestra conversación actual —continuó Lady Danbury de forma


imperiosa—, he observado que es una joven con un ingenio razonable.

¿Razonable? Sarah sintió como su nariz se arrugaba mientras intentaba


entender eso.

—¿Gracias?

—Fue un alago —confirmó Lady Danbury.

—¿Incluso la parte razonable?

Lady Danbury resopló.

—No la conozco tan bien.

—Bueno, entonces, gracias —dijo Sarah, decidiendo que era un excelente


momento para ser piadosa, o por lo menos, obtusa. Miró a Lord Hugh, quien
parecía ligeramente divertido, y luego de vuelta a Lady Danbury, quien la miraba
como si esperara que dijera algo más.

Sarah se aclaró la garganta.


111

—Ehm. ¿Había alguna razón por la que deseara que conociera lo que
Página

siente?
—¿Qué? Oh, sí. —Lady Danbury golpeó su bastón en el suelo—. A pesar
de mi avanzada edad, no olvido nada. —Ella hizo una pausa—. Excepto
ocasionalmente cuando lo acabo de decir.

Sarah mantuvo su rostro fijado con una sonrisa vacía e intentó aplacar la
punzante sensación de temor.

Lady Danbury dejó salir un suspiro dramático.

—Supongo que uno no puede llegar a la edad de setenta sin hacer unas
pocas concesiones.

Sarah sospechó que setenta perdió la marca por al menos una década, pero
no había forma de que ella fuera a dar su opinión en público.

—Lo que iba a decir —continuó Lady Danbury, su voz llena de tonos de
paciencia por completo interrumpida (a pesar del hecho de que ella era la única
que había estado hablando)—, es que cuando usted expresó sorpresa con mi
presencia, las dos sabemos que no era más que un intento débil de hacer
conversación, y yo dije, “¿Dónde más podría estar?” usted debería haber dicho,
“Aparentemente usted no encuentra una conversación educada al desviarla”.

Los labios de Sarah se abrieron y colgaron allí en un óvalo asombrado por


dos segundos enteros antes de que dijera:

—Me temo que no la sigo.

Lady Danbury la observó con una mirada vagamente agravada antes de


decir:

—Le he dicho que encuentro las conversaciones incómodas muy


entretenidas, y usted dijo esa tontería acerca de estar sorprendida de verme,
entonces yo con toda razón la llamé tonta.

—No creo que la llamara tonta —murmuró Lord Hugh.


112

—¿No lo hice? Bueno, lo pensé. —Lady Danbury estampó su bastón en la


Página

alfombra y se volvió hacia Sarah—. En cualquier caso, estaba tratando de ser de


ayuda. Nunca hay ningún punto en escupir trivialidades inútiles. Le hace ver un
poco como un poste de madera, y no quiere eso, ¿cierto?

—Realmente depende de la ubicación del poste de madera —replicó Sarah,


preguntándose cuántos postes de madera una podría encontrar en, digamos,
Bombay.

—Bien hecho, Lady Sarah —aplaudió Lady Danbury—. Siga afilando esa
lengua. Espero que mantenga su ingenio consigo esta tarde.

—Generalmente espero mantener mi ingenio conmigo todas las tardes.

Lady Danbury asintió con aprobación.

—Y usted… —Se giró hacia Lord Hugh, para el gran placer de Sarah—. No
piense que me he olvidado de usted.

—Creo que dijo que no olvida nada —dijo él.

—Así es —respondió Lady Danbury—. Tal como su padre en ese aspecto,


espero.

Sarah jadeó. Incluso para Lady Danbury, esto era atrevido.

Pero Lord Hugh probó ser un buen contrincante. Su expresión no cambió


en lo más mínimo mientras decía:

—Ah, pero ese no es el caso para nada. La memoria de mi padre es


implacablemente selectiva.

—Pero tenaz.

—También implacable.

—Bueno —declaró Lady Danbury, golpeando su bastón en la alfombra—.


Supongo que es hora de ponerlo en su sitio.
113

—Tengo muy poco control sobre mi padre, Lady Danbury.


Página

—Ningún hombre carece de todos los recursos.


Él inclinó su cabeza en un diminuto saludo.

—No dije que lo hiciera.

Los ojos de Sarah iban de un lado al otro tan rápido que se estaba mareando.

—Este sinsentido ha durado suficiente —anunció Lady Danbury.

—En ese punto, estamos de acuerdo —respondió Lord Hugh, pero a los
oídos de Sarah, ellos aún estaban combatiendo.

—Es bueno verle en esta boda —dijo la anciana duquesa—. Espero que
presagie tiempos de paz por venir.

—Como Lord Chatteris no es mi sobrino-bisnieto, solo puedo suponer que


fui invitado por amistad.

—O para mantener un ojo en usted.

—Ah —dijo Lord Hugh, una esquina de su boca deslizándose en una curva
torcida—, pero eso sería contraproducente. Uno supondría que el único crimen
atroz por el cual quizás necesitaría supervisión implicaría a Lord Winstead, quien,
como ambos sabemos, está aquí en esta boda.

Su rostro volvió a su usual máscara inescrutable, y él miró a Lady Danbury


sin pestañear hasta que ella dijo:

—Creo que esa es por mucho la oración más larga que le he oído
pronunciar.

—¿Le ha oído pronunciar muchas oraciones? —preguntó Sarah.

Lady Danbury se giró hacia ella con una expresión beligerante.

—Había olvidado que estaba ahí.

—He estado inusualmente callada.


114

—Lo cual me lleva a mi punto original —declaró Lady Danbury.


Página

—¿Qué estamos incómodos? —murmuró Lord Hugh.


—¡Sí!

Esto, predeciblemente, fue recibido con una pausa incómoda.

—Usted, Lord Hugh —declaró Lady Danbury—, ha estado anormalmente


taciturno desde el día que nació.

—¿Estuvo ahí? —preguntó.

El rostro de Lady Danbury se arrugó, pero era obvio que apreciaba una
excelente réplica, incluso dirigida a ella.

—¿Cómo lo soporta? —le preguntó a Sarah.

—Raramente tengo que hacerlo —respondió Sarah con un encogimiento


de hombros.

—Juuum.

—Ella ha sido asignada a mí —explicó Lord Hugh.

Los ojos de Lady Danbury se estrecharon.

—Para alguien tan poco comunicativo, está bastante expresivo esta tarde.

—Debe ser la compañía.

—Ciertamente tiendo a sacar lo mejor en la gente. —Lady Danbury sonrió


socarronamente y se volvió para enfrentarse a Sarah—. ¿Qué opina?

—Sin ninguna duda usted saca lo mejor en mí —proclamó Sarah. Ella


siempre había sabido cuando decir lo que alguien más quería escuchar.

—Debo decir —dijo Lord Hugh en un tono seco—, que encuentro está
conversación desviada.

—Bueno, lo haría, ¿no? —replicó Lady Danbury—. No es como si tuviera


115

que exigirle a su cerebro estar a mi altura.


Página
Sarah sintió a sus labios separarse de nuevo mientras trataba de resolver
eso. ¿Lady Danbury acababa de llamarlo inteligente? ¿O lo estaba insultando al
decir que no había agregado nada interesante a la conversación?

¿Y qué quería decir que Sarah tenía que exigirle a su cerebro estar a su
altura?

—Se ve perpleja, Lady Sarah —dijo Lady Danbury.

—Me encuentro deseando fervientemente que pronto seamos llamados a


la cena —admitió Sarah.

Lady Danbury resopló con diversión.

Envalentonada, Sarah dijo a Lord Hugh:

—Creo que he empezado a rezarle al mayordomo.

—Si hay respuestas, ciertamente lo escuchara antes que nadie más —dijo
él.

—Ahora esto es más como eso —anunció Lady Danbury—. Mírenlos a


ustedes dos. Están definitivamente bromeando.

—Bromeando —repitió Lord Hugh, como si no pudiera procesar del todo


la palabra.

—No es tan entretenido para mí como una conversación incómodoa pero


me imagino que ustedes lo prefieren. —Lady Danbury presionó juntos sus labios y
miró alrededor de la habitación—. Supongo que deberé encontrar a alguien más
para que me entretenga ahora. Es un balance bastante delicado, saben, encontrar
incomodidad sin estupidez. —Golpeó su bastón en la alfombra, hizo un bufido y
se fue.

Sarah se volvió hacia Lord Hugh.


116

—Está loca.
Página

—Quizás debería apuntar que recientemente dijo la misma cosa sobre mí.
Sarah estaba segura que había miles de diferentes respuestas a eso, pero se
las arregló para pensar en precisamente ninguna de ellas antes de que Iris
apareciera repentinamente. Sarah apretó los dientes. Todavía estaba muy molesta
con ella.

—La encontré —anunció Iris, su rostro aún severo con determinación


latente—. Estamos salvadas.

Sarah no podía encontrar suficiente comprensión dentro de sí misma para


decir algo brillante y de felicitación. De cualquier forma, asintió.

Iris le dirigió una mirada extraña, marcada con un pequeño encogimiento


de hombros.

—Lord Hugh —dijo Sarah, quizás con un poco más de énfasis de lo que era
estrictamente necesario—, ¿le puedo presentar a mi prima, la señorita Smythe-
Smith? Propiamente señorita Iris Smythe-Smith —añadió, sin ninguna otra razón
que su propio sentido de fastidio—. Su hermana mayor se casó recientemente.

Iris dio un pequeño salto, claramente solo entonces dándose cuenta que él
había estado parado al lado de su prima. Esto no sorprendió a Sarah; cuando Iris
tenía puesta su mente en algo raramente notaba algo que considerara irrelevante.

—Lord Hugh —dijo Iris, recuperándose rápidamente.

—Estoy muy aliviado de escuchar que están salvadas —dijo Lord Hugh.

Sarah tuvo un poco de satisfacción en el hecho que Iris no parecía saber


cómo responder.

—¿De la plaga? —preguntó Lord Hugh—. ¿La Peste?

Sarah solo podía mirarlo fijamente.

—Oh, ya sé —dijo en el tono más alegre que le había escuchado—.


117

Langostas. No hay nada como una buena plaga de langostas.


Página

Iris parpadeó varias veces, entonces levantó un dedo como si se le acabara


de ocurrir algo.
—Me iré entonces, entonces.

—Por supuesto que lo harás —murmuró Sarah.

Iris le hizo una mueca casi imperceptible, y luego hizo su partida,


serpenteando de manera fluida a través de la multitud.

—Debo confesar curiosidad —dijo Lord Hugh una vez que Iris hubo
desaparecido de su vista.

Sarah solo miró hacia adelante. Él no era del tipo de dejar que su silencio
lo detuviera, así que parecía que no había mucha necesidad de contestar.

—¿De qué terrible destino la salvo su prima?

—No de usted, aparentemente —masculló Sarah antes de poder controlar


su lengua.

Él se echó a reír ante eso, y Sarah decidió que no había razón para no
contarle la verdad.

—Mi prima Daisy, esa es la hermana menor de Iris, estaba tratando de


organizar una presentación especial del Cuarteto Smythe-Smith.

—¿Por qué eso debería ser un problema?

Sarah se tomó un momento para formular su pregunta.

—Entonces, ¿no ha asistido a una de nuestras veladas musicales?

—No he tenido el placer.

—Placer —repitió Sarah, metiendo su barbilla hacia atrás en su cuello


mientras trataba de tragar su incredulidad.

—¿Algo está mal? —preguntó Lord Hugh.


118

Abrió su boca para explicar, pero justo entonces el mayordomo entró y los
llamó para la cena.
Página

—Sus oraciones son contestadas —dijo Lord Hugh irónicamente.


—No todas ellas —murmuró.

Él ofreció su brazo.

—Sí, todavía está atorada conmigo, ¿no es así?

Así es.
119
Página
Traducido por Lizzie Wasserstein e Itorres

Corregido por Lizzie Wasserstein

La tarde siguiente.

Y
así, el Conde de Chatteris y Lady Honoria Smythe-Smith se
unieron en sagrado matrimonio. El sol brillaba, el vino fluía y, a
juzgar por las risas y sonrisas en el desayuno de boda (que hace
tiempo se había metamorfoseado en un almuerzo de boda), un buen momento
estaba siendo tenido por todos.

Incluso para Lady Sarah Pleinsworth.

Desde donde Hugh estaba sentado en la mesa principal (solo consigo


mismo, todo el mundo se había levantado para bailar), ella era la encarnación
misma de la despreocupada mujer inglesa. Hablaba con facilidad a los otros
invitados, que a menudo se reían (pero nunca demasiado fuerte), y cuando ella
bailaba, se veía tan malditamente feliz que casi iluminaba la habitación en llamas.

A Hugh una vez le había gustado bailar.

Había sido bueno en eso, también. La música no era tan diferente de las
matemáticas. Todo era tan solo patrones y secuencias. La única diferencia era que
flotaban en el aire en lugar de en un pedazo de papel.

El baile era una gran ecuación. Una parte era el sonido, la otra el
movimiento. El trabajo del bailarín era hacerlos iguales.
120

Hugh podría no haber sentido la música, de la manera en que el maestro


Página

de coro en Eton había insistido en que debería, pero desde luego la entendía.
―Hola, Lord Hugh. ¿Quiere un poco de pastel?

Hugh miró y sonrió. Era la pequeña Lady Frances Pleinsworth,


sosteniendo dos platos. Uno tenía una rebanada gigante de pastel, el otro solamente
una enorme. Ambos habían sido generosamente congelados con escharcha en
tonos lavanda y diminutas violetas de caramelo. Hugh había visto el pastel en todo
su esplendor antes de que hubiera sido cortado; había comenzado a preguntarse
inmediatamente cuántos huevos podría haber requerido tal pastel. Cuando eso
había resultado un cálculo imposible, había empezado a pensar en el tiempo que
habría tomado hacer el dulce. Entonces se había movido a…

―¿Lord Hugh? ―dijo Lady Frances, cortando sus pensamientos. Levantó


uno de los platos unos centímetros más alto en el aire, lo que le recordaba por qué
se le había acercado.

―Me gusta el pastel ―dijo.

Se sentó a su lado, dejando los platos en la mesa.

―Se veía solitario.

Hugh volvió a sonreír. Era el tipo de cosas que un adulto jamás habría dicho
en voz alta. Y, precisamente, la razón por la que preferiría haber estado charlando
con ella que cualquier otra persona en la habitación.

―Estaba solo, pero no solitario.

Frances frunció el ceño, considerándolo. Hugh estaba a punto de explicar


la diferencia cuando ella ladeó la cabeza y le preguntó:

―¿Está seguro?

―Solo es un estado del ser ―explicó―, mientras que solitario es…

―Lo sé ―interrumpió ella.


121

Él la miró.
Página

―Entonces me temo que no entiendo su pregunta.


Ella inclinó la cabeza hacia un lado.

―Me preguntaba si una persona siempre sabe cuándo está solo.

Una pequeña filosofa, era ella.

―¿Cuántos años tiene? ―preguntó, decidiendo que no le sorprendería que


ella abriera la boca y dijera que en realidad tenía cuarenta y dos.

―Once. ―Ella señaló con el tenedor su pastel, expertamente recogiendo


la escarcha de entre las capas―. Pero soy muy precoz.

―Es evidente.

Ella no dijo nada, pero la vio sonriendo alrededor de su tenedor mientras


tomaba un bocado.

―¿Le gusta el pastel? ―preguntó ella, delicadamente taponando la


comisura de su boca con una servilleta.

―¿No le gusta a todo el mundo? ―murmuró, no señalando que él ya había


dicho que sí.

Ella miró su plato intacto.

―Entonces, ¿por qué no ha comido nada?

―Estoy pensando ―dijo, sus ojos barriendo a través de la habitación y


fijándose en su sonriente hermana mayor.

―¿No puede comer y pensar al mismo tiempo? ―preguntó Frances.

Era un desafío si alguna vez había escuchado uno, así que movió su
atención de nuevo al plato de pastel en frente de él, dio un buen mordisco, masticó,
tragó saliva y dijo:

―541 veces 87 es 47 067.


122

―Está inventando ―dijo Frances instantáneamente.


Página

Él se encogió de hombros.
―No dude en consultar la respuesta por sí misma.

―No puedo hacerlo muy bien aquí.

―Entonces tendrá que tomar mi palabra, ¿verdad?

―Siempre y cuando se dé cuenta de que yo podría comprobar su respuesta


si tuviera los suministros adecuados ―dijo Frances descaradamente. Luego frunció
el ceño―. ¿Realmente se dio cuenta de eso en su cabeza?

―Lo hice ―confirmó. Tomó otro bocado de pastel. Realmente estaba


bastante sabroso. La escarcha parecía haber sido aromatizada con lavanda real. A
Marcus siempre le habían gustado los dulces, recordó.

―Eso es brillante. Me gustaría poder hacer eso.

―En ocasiones viene muy bien. ―Comió más pastel―. Y a veces no es


así.

―Soy muy buena en matemáticas ―dijo Frances con voz de suficiencia―,


pero no puedo hacerlo en mi cabeza. Tengo que escribir todo.

―No hay nada malo en ello.

―No, por supuesto que no. Soy mucho mejor que Elizabeth. ―Frances dio
una noble sonrisa―. Ella odia que lo sea, pero sabe que es verdad.

―¿Cuál es Elizabeth? ―Hugh probablemente debería haber recordado


cuál hermana era cuál, pero el recuerdo que capturaba cada palabra en una página
no siempre era tan confiable con nombres y rostros.

―Mi siguiente hermana mayor. Ella es a veces desagradable, pero en su


mayor parte nos llevamos bien.

―Todo el mundo es a veces desagradable ―le dijo.


123

Eso la detuvo.
Página

―¿Incluso usted?
―Oh, en especial yo.

Ella parpadeó un par de veces, entonces debe haber decidido que prefería
la conversación anterior, porque cuando abrió la boca de nuevo, fue para
preguntar:

―¿Tiene hermanos o hermanas?

―Tengo un hermano.

―¿Cuál es su nombre?

―Frederick. Yo lo llamo Freddie.

―¿Le agrada?

Hugh sonrió.

―Mucho. Pero no consigo verlo muy a menudo.

―¿Por qué no?

Hugh no quería pensar en todas las razones por las que no, por lo que se
instaló en la única que era adecuada para sus oídos.

―Él no vive en Londres. Y yo sí.

―Eso es muy malo. ―Frances pasó su tenedor por el pastel, apenas


removiendo la escharcha―. Tal vez le pueda ver en Navidad.

―Tal vez ―mintió Hugh.

―Oh, me olvidé de preguntar ―dijo ella―. ¿Es mejor en aritmética que


él?

―Lo soy ―confirmó Hugh―. Pero a él no le importa.

―Tampoco a Harriet. Ella es cinco años mayor que yo, y yo sigo siendo
124

mejor que ella.


Página

Hugh asintió, al no tener otra respuesta.


―A ella le gusta escribir obras de teatro ―continuó Frances―. Ella no se
preocupa por los números.

―Ella debería ―dijo Hugh, mirando de nuevo la celebración de la boda.


Lady Sarah ahora estaba bailando con uno de los hermanos Bridgerton. El ángulo
era tal que Hugh no podía estar seguro de cuál era. Recordó que tres de los
hermanos se casaron, pero uno no.

―Ella es muy buena en eso ―dijo Frances.

Ella lo es, pensó Hugh, todavía mirando a Sarah. Bailaba maravillosamente.


Uno podía casi olvidar su irascible boca cuando bailaba así.

―Ella incluso pondrá un unicornio en la siguiente.

Un uni…

―¿Qué? ―Hugh se volvió hacia Frances parpadeando.

―Un unicornio. ―Ella le dio una mirada escalofriantemente


penetrante―. ¿Usted está familiarizado con ellos?

Buen Señor, ¿se estaba burlando de él? Se habría quedado impresionado si


no fuera tan patentemente ridículo.

―Por supuesto.

―Estoy loca por los unicornios ―dijo Frances con un suspiro de


felicidad―. Creo que son geniales.

―Inexistentemente brillantes.

―Así que eso pensamos ―respondió ella con el drama adecuado.

―Lady Frances ―dijo Hugh con su tono más didáctico―, usted debe ser
consciente de que los unicornios son criaturas mitológicas.
125

―Los mitos tuvieron que venir de alguna parte.


Página

―Ellos vinieron de la imaginación de los bardos.


Ella se encogió de hombros y se comió el pastel.

Hugh se quedó estupefacto. ¿Realmente estaba debatiendo la existencia de


los unicornios con una niña de once años?

Trató de olvidar el asunto. Y descubrió que no podía. Al parecer, él estaba


debatiendo la existencia de los unicornios con una niña de once años.

―Nunca ha habido un avistamiento registrado de un unicornio ―dijo, y


para su gran irritación, se dio cuenta de que su voz sonaba tan formal y rígida como
Sarah Pleinsworth cuando había sido toda insolente sobre sus planes de agarrarse
a tiros con su primo.

Frances levantó la barbilla.

―Nunca he visto a un león, pero eso no significa que no existan.

―Puede que nunca haya visto a un león, pero cientos de otras personas lo
han hecho.

―No puede demostrar que algo no existe ―respondió ella.

Hugh se detuvo. Ella lo tenía allí.

―De hecho ―dijo con aire de suficiencia, reconociendo el momento


exacto en que él se había visto obligado a capitular.

―Muy bien ―dijo, dándole un gesto de aprobación―. No puedo probar


que no existen los unicornios, pero usted no puede probar que lo hacen.

―Es cierto ―dijo ella gentilmente. Su boca se frunció y luego hizo un


pequeño giro desconcertante―. Me gusta, Lord Hugh.

Por un segundo, sonó exactamente igual que Lady Danbury. Hugh se


preguntó si debía tener miedo.
126

―Usted no me habla como si yo fuera una niña ―dijo.


Página

―Es una niña ―señaló. Ella había usado la forma del subjuntivo "ser", lo
que implica que ella no era realmente una niña.
―Bueno, sí, pero no me habla como si yo fuera una idiota.

―No es una idiota ―dijo. Y ella había usado el subjuntivo correctamente


en ese momento. Pero él no hizo mención de ello.

―Lo sé. ―Ella estaba empezando a sonar un tanto exasperada.

Él la miró por un momento.

―Entonces, ¿cuál es su punto?

―Solo que… Oh, hola, Sarah. ―Frances sonrió por encima del hombro
de Hugh, presumiblemente a la pesadilla actual de su existencia.

―Frances ―dijo la ahora familiar voz de Lady Sarah Pleinsworth―. Lord


Hugh.

Se puso en pie, a pesar de que era difícil, con su pierna.

―Oh, usted no necesita… ―comenzó Sarah.

―Lo hago ―interrumpió Hugh bruscamente. El día en que ya no pudiera


ponerse en pie en presencia de una dama sería… Bueno, sinceramente no quería
meditarlo.

Ella le dio una tensa y posiblemente avergonzada sonrisa y, entonces


caminó a su alrededor para sentarse en la silla al otro lado de Frances.

―¿De qué estaban hablando?

―Unicornios ―respondió Frances con prontitud.

Los labios de Sarah se juntaron en lo que parecía ser un intento de


mantener una cara seria.

―¿En serio?
127

―En serio ―dijo Hugh.


Página

Se aclaró la garganta.
―¿Llegaron a alguna conclusión?

―Solo que tenemos que acordar estar en desacuerdo ―dijo él. Añadió una
sonrisa plácida―. Como tantas veces ocurre en la vida.

Los ojos de Sarah se estrecharon.

―Sarah no cree en los unicornios, tampoco ―dijo Frances―. Ninguna de


mis hermanas lo hace. ―Ella dio un pequeño suspiro triste―. Estoy
completamente sola en mis sueños y esperanzas.

Hugh observó a Sarah poner los ojos en blanco, y luego dijo:

―Tengo la sensación, Lady Frances, que en lo único en lo que está sola es


en ser bañada con el amor y la devoción de su familia.

―Oh, yo no estoy sola en eso ―dijo Frances brillantemente―, aunque


como la más joven, disfruto de ciertos beneficios.

Sarah hizo un resoplido.

―¿Es verdad, entonces? ―murmuró Hugh, mirando en su dirección.

―Ella sería bastante terrible si no fuera tan innatamente maravillosa


―dijo Sarah, sonriendo a su hermana con evidente afecto―. Mi padre la mima de
una manera abominable.

―Él lo hace ―dijo Frances felizmente.

―¿Su padre está aquí? ―preguntó Hugh con curiosidad. No creía que él
hubiera conocido a Lord Pleinsworth.

―No ―respondió Sarah―. Él considera demasiado lejos un viaje desde


Devon. Él rara vez sale de casa.

―No le gusta viajar ―dijo Frances.


128

Sarah asintió.
Página

―Él va a estar en la boda de Daniel, sin embargo.


―¿Va a llevar a los perros? ―preguntó Frances.

―No lo sé ―respondió Sarah.

―Mamá lo…

―… matará, lo sé, pero…

―¿Perros? ―dijo Hugh. Porque, en realidad, tenía que ser preguntado.


Las dos hermanas Pleinsworth lo miraron como si hace mucho hubieran olvidado
que estaba allí.

―¿Perros? ―repitió.

―Mi padre ―dijo Sarah, delicadamente abriéndose paso a través de sus


palabras―, es bastante aficionado a los perros.

Hugh miró a Frances, que asintió con la cabeza.

―¿Cuántos perros? ―preguntó Hugh. Parecía una pregunta lógica.

Lady Sarah parecía reacia a admitir un número, pero su hermana más joven
no tenía tales escrúpulos.

―Cincuenta y tres en el último recuento ―dijo Frances―. Pero son


probablemente más ahora. Siempre están teniendo cachorros.

Hugh no pudo localizar una respuesta adecuada.

―Por supuesto que no se puede meter a todos en un carruaje ―añadió


Frances.

―No ―logró contestar Hugh―. No me imagino que pudiera.

―A menudo ha dicho que él encuentra en los animales mejor compañía


que en los humanos ―dijo Sarah.
129

―No puedo decir que no estoy de acuerdo ―dijo Hugh. Vio a Frances
abrir la boca para hablar y rápidamente la hizo callar con la punta del dedo―. Los
Página

unicornios no cuentan.
―Yo iba a decir ―dijo con fingida afrenta―, que me gustaría que trajera
a los perros.

―¿Estás loca? ―exigió Sarah, justo mientras Hugh murmuraba:

―¿A todos los cincuenta y tres?

―Probablemente no los traería a todos ―le dijo Frances a Hugh antes de


pasar a Sarah―. Y no, no estoy loca. Si él trae a los perros, tendría a alguien con
quien jugar. No hay otros niños aquí.

―Me tiene a mí ―se encontró diciendo Hugh.

Las dos hermanas Pleinsworth cayeron en completo silencio. Hugh tenía


la sensación de que esta no era una ocurrencia común.

―Sospecho que tendría una tarea difícil al elegirme para un juego de


Naranjas y Limones ―dijo con un encogimiento de hombros―, pero estoy feliz
de hacer algo que no requiera de mucho uso de mi pierna.

―Oh ―dijo Frances. Ella parpadeó un par de veces―. Gracias.

―Esta ha sido la conversación más divertida que he tenido en Fensmore


―le dijo.

―¿En serio? ―preguntó Frances―. ¿Pero no había sido asignada Sarah


para hacerle compañía?

Hubo un silencio muy incómodo.

Hugh se aclaró la garganta, pero Sarah habló primero.

―Gracias, Frances ―dijo con gran dignidad―. Agradezco que hayas


tomado mi lugar en la mesa principal, mientras yo bailaba.

―Se veía solitario ―dijo Frances.


130

Hugh tosió. No porque estuviera avergonzado, sino porque estaba...


Página

Maldita sea, él no sabía lo que estaba sintiendo en ese momento. Era bastante
desconcertante.
—No es que el estuviera solo —dijo Frances rápidamente, disparándole
una mirada de complicidad—. Pero mucho lo parecía. —Miró hacia adelante y
atrás entre su hermana y Hugh, al parecer apenas dándose cuenta de que podría
estar atrapada en medio de un momento incómodo—. Y él necesitaba pastel.

—Bueno, todos necesitamos pastel —puntualizó Hugh. A él no podía


importarle menos si Lady Sarah era dejada de lado, pero no había necesidad para
que Lady Frances se sintiese incómoda.

—Necesito pastel —anunció Sarah.

Esa fue justo la cosa para que la conversación continuara.

—¿No has comido? —preguntó Frances con asombro—. Oh, debes hacerlo.
Es absolutamente brillante. El lacayo me dio un pedazo con extra flores.

Hugh sonrió para sus adentros. Extra flores, de hecho. Las decoraciones
habían vuelto la lengua de Lady Frances púrpura.

—Estaba bailando —le recordó Sarah.

—Oh, sí, por supuesto. —Frances hizo una mueca y se volteó hacia
Hugh—. Es otro gran pesar de ser la única niña en una boda. Nadie baila conmigo.

—Le aseguro que lo haría —dijo él con toda seriedad—. Pero, por
desgracia... —Hizo una seña a su bastón.

Frances dio un guiño simpático.

—Bueno, entonces, estoy muy contenta de haber sido capaz de sentarme


con usted. No es divertido estar sola mientras todo el mundo está bailando. —Se
puso de pie y se volteó hacia su hermana—. ¿Debería conseguirte un poco de
pastel?

—Oh, eso no será necesario.


131

—Pero acabas de decir que querías un poco.


Página

—Ella dijo que necesitaba un poco —dijo Hugh.


Sarah lo miró como si le hubieran brotado tentáculos.

—Recuerdo las cosas —dijo él simplemente.

—Te conseguiré pastel —Frances decidió, y se alejó.

Hugh se entretenía a sí mismo contando para ver cuánto tiempo le tomaría


a Lady Sarah cortar a través del silencio y hablar con él después de que su hermana
se marchó. Cuando llegó a cuarenta y tres segundos (más o menos, ya que no tenía
un reloj para una medida verdaderamente exacta) se dio cuenta de que iba a tener
que ser el adulto del dúo, y dijo:

—Le gusta bailar.

Ella se puso en marcha, y cuando se volteó hacia él, él se dio cuenta al


instante de su expresión, que mientras él había estado midiendo una incómoda
pausa en la conversación, ella se había limitado a estar sentada en un silencio
amigable.

Encontró esto extraño. Y tal vez incluso inquietante.

—Así es —dijo ella bruscamente, aun parpadeando con sorpresa—. La


música es una delicia. Realmente hace a uno pararse y… le ruego me disculpe.
—Ella se sonrojó, de la forma en que todos lo hacían cuando le decían algo que
posiblemente podría referirse a su pierna lesionada.

—A mí me gustaba bailar —dijo, sobre todo para llevarle la contraria.

—Yo… ah… —Ella se aclaró la garganta—. Ehm.

—Es difícil ahora, por supuesto.

Los ojos de ella adquirieron una expresión vaga de alarma, por lo que él
sonrió plácidamente y tomó un sorbo de su vino.

—Pensé que no bebía en presencia de los Smythe-Smith —dijo ella.


132

Él tomó otro sorbo, el vino estaba bastante bueno, tal como lo había
Página

prometido la noche anterior, y se volteó hacia ella con toda la intención de


responder con una broma seca, pero cuando la vio sentada allí, su piel todavía rosa
y cubierta de rocío de sus últimos esfuerzos, algo se trastornó dentro de él, y el
pequeño nudo de ira que trabajó tan duro para mantener controlado ardió como
ráfagas enterradas sucesivas y comenzó a sangrar.

Nunca iba a bailar otra vez.

Nunca iba a montar a caballo o subirse a un árbol o dar zancadas a propósito


a través de una habitación e impresionar a una dama. Había mil cosas que nunca
haría, y uno pensaría que habría sido un hombre que habría de recordar esto, un
hombre físicamente capacitado que podía cazar y boxear y hacer todas esas cosas
sangrientas que un hombre estaba destinado a hacer, pero no, estaba ella, Lady
Sarah Pleinsworth, con sus hermosos ojos y pies ágiles, y cada maldita sonrisa que
ella había otorgado a sus compañeros de baile por la mañana.

No le gustaba ella. En realidad no, pero por Dios, habría vendido un pedazo
de su alma en ese mismo momento por bailar con ella.

—¿Lord Hugh? —Su voz era tranquila, pero sostenía un pequeño rastro de
impaciencia, lo suficiente para ponerle sobre aviso de que había estado en silencio
durante demasiado tiempo.

Tomó otro sorbo de vino, más de un trago esta vez, de hecho, y dijo:

—Me duele la pierna. —No lo hacía. No mucho, de todos modos, pero que
bien podría haber hecho. Su pierna parecía ser la razón de todo en su vida; sin
duda, un vaso de vino no era la excepción.

—Oh. —Ella se movió en su asiento—. Lo siento.

—No lo sienta —dijo, tal vez más bruscamente de lo que pretendía—. No


es su culpa.

—Sé eso. Pero todavía puedo lamentar que le duela.


133

Él debe haberle dado una mirada dudosa, porque ella se echó hacia atrás a
Página

la defensiva y dijo:
—No soy inhumana.

La miró de cerca, y de alguna manera sus ojos fueron abajo de la línea de


su cuello hacia los delicados planos de su clavícula. Podía ver cada respiración, cada
pequeño movimiento a lo largo de su piel. Se aclaró la garganta. Ella era
definitivamente humana.

—Perdóneme —dijo secamente—. Era de la opinión de que usted pensaba


que mi sufrimiento no era más de lo que merezco.

Sus labios se separaron, y él casi podía ver su declaración corriendo por su


mente. Su malestar era palpable, hasta que finalmente ella dijo:

—Puede que me haya sentido así, y no puedo imaginar que algún día voy
a resignarme a pensar con caridad por usted, pero estoy tratando de ser menos...
—Se detuvo, y su cabeza se movía con torpeza mientras buscaba las palabras—.
Estoy tratando de ser una mejor persona —dijo finalmente—. No le deseo dolor.

Sus cejas se elevaron. Esta no era la Sarah Pleinsworth con quien estaba
familiarizado.

—Pero usted no me agrada —de repente soltó.

Ah. Ahí estaba ella. Hugh realmente tomó un poco de consuelo en su mala
educación. Se sentía inexplicablemente cansado, y él no tenía la energía para
descubrir a esta más profunda, más matizada, Sarah Pleinsworth.

Podía no gustarle la demasiado dramática joven señorita que hacía


pronunciamientos grandes y fuertes, pero en ese momento... él la prefería.
134
Página
Traducido por Mari NC y marcelaclau

Corregido por Lizzie Wasserstein

E
lla realmente podía ver por encima de toda la sala desde aquí arriba
en la mesa principal, pensó Sarah. Daba la oportunidad de mirar
bastante descaradamente (como los que lo hacían en eventos como
estos) a la novia. La feliz novia, vestida de seda color lavanda pálido y una sonrisa
radiante. Uno podría, tal vez, tirar dagas con los ojos a esa feliz novia (sin la
intención, por supuesto, de que la novia feliz en realidad viera esas dagas en la
mirada). Pero era, después de todo, culpa de Honoria que Sarah estuviera atrapada
aquí, sentada al lado de Lord Hugh Prentice, quien, luego de aparentemente tener
una conversación encantadora con su hermana menor, se había vuelto
desagradable y maleducado.

—Yo hago sacar lo mejor de usted, ¿no? —murmuró Sarah sin mirarlo.

—¿Ha dicho algo? —preguntó. No la miró, tampoco.

—No —mintió.

Él se movió en su asiento, y Sarah miró hacia abajo el tiempo suficiente


para darse cuenta de que él estaba ajustando la posición de su pierna. Parecía estar
más cómodo con esta extendida ante él; había notado eso la noche anterior, durante
la cena. Pero mientras que esa mesa había estado cargada con invitados, esta estaba
bastante vacía a excepción de ellos dos, y había un montón de espacio para…
135

—No me duele —dijo, sin girarse ni un centímetro en su dirección.


Página
—¿Perdón? —dijo ella, ya que no había estado mirando su pierna. De
hecho, después de que se había dado cuenta de que él la sostenía muy recta, ella
había estado mirando muy a propósito al menos otras seis cosas.

—La pierna —dijo Hugh—. No me duele en estos momentos.

—Oh. —Estaba en la punta de su lengua el replicar que ella no había


preguntado por su pierna, pero ni siquiera ella sabía cuándo los buenos modales
llamaban a la moderación—. El vino, me imagino —dijo finalmente. No había
bebido mucho, pero si decía que ayudaba con el dolor, ¿quién era ella para dudar
de él?

—Es difícil doblarla —dijo. Y entonces él la miró, directo y muy verde—.


En caso de que se estuviera preguntando.

—Por supuesto que no —dijo ella rápidamente.

—Mentirosa —dijo en voz baja.

Sarah jadeó. Por supuesto que ella había mentido, pero había sido una
mentira cortés. Mientras que él llamándola mentirosa había sido con toda
seguridad nada cortés.

—Si usted quiere saber acerca de ella —dijo Hugh, cortando un pequeño
bocado del pastel con el costado de su tenedor—, solo tiene que preguntar.

—Muy bien —dijo Sarah bruscamente—, ¿faltan algunos grandes trozos


de carne?

Él se atragantó con su pastel. Eso le dio una gran satisfacción.

—Sí —dijo.

—¿De qué tamaño?

Él lucía como si fuera a sonreír de nuevo, lo cual no había sido su intención.


136

Echó un vistazo a su pierna.


Página

—Yo diría que unos cinco centímetros cúbicos.


Ella apretó los dientes. ¿Qué clase de persona respondía en centímetros
cúbicos?

—Aproximadamente del tamaño de una naranja pequeña —agregó.


Condescendientemente—. O una fresa algo enorme.

—Yo sé lo que es un centímetro cúbico.

—Por supuesto que sí.

Y lo más extraño era que no parecía ni un poco condescendiente cuando


dijo eso.

—¿Se lesionó la rodilla? —preguntó ella, porque al cuerno con todo, ahora
estaba curiosa—. ¿Es por eso que no puede doblarla?

—Puedo doblarla —respondió—, pero no muy bien. Y no, no hubo lesión


en la rodilla.

Sarah esperó varios segundos, y luego dijo, sobre todo entre los dientes:

—¿Por qué, entonces, no puede doblarla?

—El músculo —dijo, dejando uno de sus hombros subir y bajar en un


encogimiento de hombros—. Sospecho que no se estira como debe, ya que le faltan
cinco centímetros cúbicos de… ¿cómo dice? —Su voz se hizo desagradablemente
graciosa—. Ah, sí, trozos de carne.

—Me dijo que preguntara —dijo entre dientes.

—Sí que lo hice.

Sarah sintió su boca apretarse. ¿Estaba tratando de hacerla sentir como una
desgraciada? Si hubiera alguna regla oficial de la sociedad de cómo una dama estaba
destinada a comportarse con un hombre parcialmente paralizado, no se la habían
enseñado a ella. Estaba bastante segura, sin embargo, que se suponía que tenía que
137

fingir que no se daba cuenta de su enfermedad.


Página
A menos que necesitara asistencia. En cuyo caso, se suponía que debía
darse cuenta de su cojera, porque sería imperdonablemente insensible hacerse a un
lado y verlo trastabillar. Pero de cualquier manera, probablemente se suponía que
no hiciera preguntas.

Tales como por qué no podía doblar la pierna.

Pero aun así. ¿No era su deber como caballero no hacerla sentir mal por
ello cuando ella metiera la pata?

Honoria le debía una por esto. Honoria probablemente le debía tres.

Tres de qué, no estaba segura, pero algo grande. Algo muy grande.

Se sentaron allí por un minuto más o menos, a continuación, Hugh dijo:

—No creo que su hermana vaya a volver con el pastel. —Hizo un gesto
muy ligeramente con la cabeza. Frances bailaba el vals con Daniel. La expresión de
su rostro era de absoluto deleite.

—Él siempre ha sido su primo favorito —comentó Sarah. Ella todavía no


estaba realmente mirando a Hugh, pero en cierto modo lo sintió asentir en
acuerdo.

—Él tiene una manera fácil con la gente —dijo Hugh.

—Es un talento.

—Ciertamente. —Tomó un sorbo de vino—. Uno que usted posee


también, lo entiendo.

—No con todos.

Él sonrió burlonamente.

—Usted se refiere a mí, supongo.


138

Estaba en la punta de su lengua el decir: “Por supuesto que no”, pero él era
Página

demasiado inteligente para eso. En cambio, se sentó en un silencio sepulcral,


sintiéndose muy parecida a una tonta. Una tonta grosera.
Él se rio entre dientes.

—Usted no debe castigarse a sí misma para su falta. Yo soy un desafío


incluso para la más afable de las personas.

Ella se dio la vuelta, mirándolo a la cara con una total confusión. E


incredulidad. ¿Qué clase de hombre decía tal cosa?

—Usted parece llevarse bien con Daniel —respondió ella finalmente.

Una de sus cejas se levantó, casi como un desafío.

—Y, sin embargo —dijo, inclinándose ligeramente hacia ella—: Yo le


disparé.

—Para ser justos, estaban en un duelo.

Él casi sonrió.

—¿Me está defendiendo?

—No. —¿Lo estaba? No, ella simplemente estaba haciendo conversación.


En lo cual, según él, se suponía que ella era buena—. Dígame —dijo—, ¿tenía
intención de acertarle?

Él se congeló, y por un momento Sarah pensó que había ido demasiado


lejos. Cuando habló, lo hizo con asombrosa calma.

—Es la primera persona que me pregunta eso.

—Eso no puede ser posible. —Porque, en realidad, ¿no colgaba todo en ese
detalle?

—No creo que me haya dado cuenta hasta este momento, pero no, nadie
ha pensado alguna vez en preguntar si tenía intención de dispararle.

Sarah se mordió la lengua durante unos segundos. Pero por muy pocos.
139

—¿Bueno, la tenía?
Página

—¿Tener la intención de dispararle? No. Por supuesto que no.


—Debería decirle eso.

—Él lo sabe.

—Pero…

—Le dije que nadie me había preguntado —le interrumpió—. No he dicho


que nunca haya ofrecido la información por mí mismo.

—Espero que su disparo fuera accidental también.

—Ninguno de nosotros estaba en uso de sus plenas facultades mentales esa


mañana —dijo, su tono de voz completamente desprovisto de inflexión.

Ella asintió con la cabeza. No sabía por qué; en realidad no estaba


aceptando nada. Pero sentía como si debiera responder. Sentía como si se mereciera
una respuesta.

—Sin embargo —dijo Lord Hugh, mirando al frente—, yo fui el que pidió
el duelo, y yo fui el que disparó primero.

Ella bajó la mirada hacia la mesa. No sabía qué decir.

Él habló de nuevo, en voz baja, pero con una convicción inequívoca.

—Nunca he culpado a su primo de mi lesión.

Y entonces, antes de que pudiera pensar en la manera de responder, Lord


Hugh se puso de pie tan bruscamente que su pierna lesionada chocó contra la mesa,
salpicando un poco de vino de la olvidada copa de alguien. Cuando Sarah miró
hacia arriba, vio su mueca de dolor.

—¿Está bien? —preguntó ella con cuidado.

—Estoy bien —dijo con voz cortante.

—Por supuesto que sí —murmuró. Los hombres siempre estaban “bien”.


140

—¿Qué se supone que significa eso? —espetó.


Página

—Nada —mintió, llegando a ponerse en pie—. ¿Necesita ayuda?


Sus ojos brillaban de furia de que ella incluso hubiera preguntado, pero
justo cuando empezó a decir: “No”, su bastón cayó al suelo.

—Voy a conseguir eso por usted —dijo Sarah rápidamente.

—Yo puedo…

—Ya lo tengo —dijo ella entre dientes. Buen Dios, el hombre estaba
haciendo que fuera difícil para ella ser un ser humano considerado.

Él dejó escapar un suspiro, y luego, a pesar de que estaba claramente reacio


a hacerlo, dijo:

—Gracias.

Ella le entregó el bastón, y luego, con mucho cuidado, le preguntó:

—¿Puedo acompañarle a la puerta?

—No es necesario —dijo con brusquedad.

—Para usted, tal vez —le espetó ella.

Eso pareció despertar su curiosidad. Una de sus cejas se levantó en


pregunta, y Sarah dijo:

—Creo que usted es consciente de que se me ha encargado su bienestar.

—Realmente debería dejar de halagarme, Lady Sarah. Se me subirá a la


cabeza.

—No voy a eludir mi deber.

Él la miró durante un largo momento, luego envió una mirada afilada hacia
la veintena de invitados a la boda que estaban bailando en ese momento.

Sarah tomó una respiración tranquilizadora, tratando de no aumentar su


141

tormento. Ella probablemente no debería haberlo abandonado en la mesa, pero se


había estado sintiendo feliz, y le gustaba bailar. Seguramente Honoria no había
Página

tenido intención de que debiera permanecer a su lado en cada momento de la boda.


Además, había habido varias otras personas restantes en la mesa cuando ella se
levantó. Y ella había regresado cuando se dio cuenta de que había estado
totalmente solo, con solo Frances como compañía.

Aunque a decir verdad, él parecía preferir a Frances.

—Es extraño —murmuró él—, ser el deber de una mujer joven. No puedo
decir que haya tenido nunca el placer.

—Le hice una promesa a mi prima —dijo Sarah con voz tensa. Por no
hablar de Iris y sus juicios—. Como un caballero, debería permitir que yo, al
menos, trate de cumplir esa promesa.

—Muy bien —dijo, y su voz no estaba enojada. Tampoco resignada, o


divertida, o cualquier cosa que ella pudiera discernir. Él extendió el brazo, como
cualquier caballero haría, pero ella dudó. ¿Se suponía que tenía que tomarlo? ¿Lo
pondría fuera de equilibrio?

—No me va a tumbar —dijo.

Ella lo tomó del brazo.

Él inclinó la cabeza hacia la de ella.

—A menos que, por supuesto, usted empuje.

Ella sintió que se ruborizaba.

—Oh, vamos, Lady Sarah —dijo él, mirándola con una expresión
condescendiente—. Sin duda, puede aceptar una broma. Especialmente cuando es
a costa mía.

Sarah forzó en sus labios una sonrisa tensa.

Lord Hugh se rio entre dientes, y se dirigió a la puerta, avanzando más


rápido de lo que ella hubiera esperado. Su cojera era pronunciada, pero él
142

claramente había descubierto la mejor manera de compensarlo. Debió haber tenido


Página

que volver a aprender a caminar, se dio cuenta con asombro. Habría tomado meses,
tal vez años.
Y habría sido doloroso.

Algo parecido a la admiración comenzó a revolotear en su interior. Todavía


era grosero y molesto, y desde luego no disfrutaba de su compañía, pero por
primera vez desde aquel duelo fatídico tres años y medio antes, Sarah descubrió
que lo admiraba. Era fuerte. No, no en esa manera: mira-cuan-sin-esfuerzo-puedo-
subir-a-una-juven-dama-en-un-caballo, aunque por lo que sabía, también lo era.
Ella tenía la mano en su brazo, y no había nada suave acerca de él.

Hugh Prentice era fuerte en el interior, donde realmente contaba. Tendría


que serlo, para recuperarse de una lesión.

Ella tragó saliva, sus ojos enfocándose en algún lugar al otro lado de la
habitación, incluso mientras continuaba el paso a su lado. Se sentía inquieta, como
si el suelo hubiera caído de repente justo unos centímetros, o el aire se hubiera
adelgazado. Ella había pasado los últimos años detestando a este hombre, y si bien
esta ira no la había consumido, la había, de alguna manera, definido.

Lord Hugh Prentice había sido su excusa. Él había sido su constante.


Cuando el mundo se inclinó y cambió a su alrededor, él había permanecido como
su quieto objeto de disgusto. Era frío, sin corazón, sin conciencia. Había arruinado
la vida de su primo y nunca se disculpó por ello. Era horrible de una manera que
ninguna otra cosa en la vida nunca podría ser tan mala.

¿Y ahora ella había encontrado algo en su interior para admirar? Eso era
impropio de ella. Honoria era quien encontraba lo bueno de la gente; Sarah tenía
el rencor.

Y ella no cambiaba de opinión.

Excepto, por lo visto, cuando lo hacía.

—¿Va a bailar a su gusto una vez que me haya ido? —preguntó Lord Hugh
de repente.
143

Sarah lo miró, tan perdida en el tumulto de sus pensamientos que su voz


Página

golpeó demasiado fuerte en sus oídos.


—No había pensado en ello, la verdad —dijo ella.

—Debería —dijo en voz baja—. Usted es una encantadora bailarina.

Sus labios se abrieron con sorpresa.

—Sí, Lady Sarah —dijo—, fue un cumplido.

—No sé qué hacer con él.

—Le recomendaría aceptarlo con gracia.

—¿Y basa eso en experiencia personal?

—Por supuesto que no. Yo casi nunca acepto cumplidos con gracia.

Ella lo miró, esperando ver una mirada astuta, tal vez incluso una traviesa,
pero su rostro permanecía tan impasible como siempre. Ni siquiera la miraba.

—Usted es un hombre muy extraño, Lord Hugh Prentice —dijo en voz


baja.

—Lo sé —dijo, y rodeó a un enorme tío abuelo de Sarah (y su


remarcablemente alta esposa) para llegar a la puerta del salón de baile. Antes de
que pudieran hacer su escape, sin embargo, fueron interceptados por Honoria, que
seguía irradiando tanta felicidad que Sarah pensó que sus mejillas debían doler de
tanto sonreír. Frances estaba de pie a su lado, tomándole la mano y tomando el
resplandor de la novia.

—¡No se van tan pronto! —exclamó Honoria.

Y entonces, solo para demostrar que era imposible hacer una salida
desapercibida en una habitación llena de Smythe-Smith, Iris se materializó
repentinamente al otro lado de Honoria, sonrojada y sin aliento debido al Reel
Escocés que acababa de terminar.
144

—Sarah —dijo Iris con una risita borracha—. Y Lord Hugh. Juntos. Una
vez más.
Página
—Todavía —corrigió Hugh, para gran mortificación de Sarah. Dio a Iris
una cortés inclinación de cabeza y se volvió hacia Honoria y dijo—: Ha sido una
boda maravillosa, Lady Chatteris, pero tengo que ir a mi habitación para descansar.

—Y yo le debo acompañar —anunció Sarah.

Iris soltó una carcajada.

—No a su habitación —dijo ella rápidamente. Buen Dios—. Solo a las


escaleras. O tal vez… —¿Necesitaba ayuda en la escalera? ¿Se suponía que tenía
que ofrecerla?—… Ehm, subir las escaleras si usted…

—Tan lejos como desee llevarme —dijo, su declaración benevolente con


clara intención de molestar.

Sarah apretó los dedos en su brazo, con suerte hasta el punto de dolor.

—Pero no quiero que se vayan todavía —exclamó Honoria.

—Hacen una pareja encantadora —dijo Iris con una sonrisa.

—Eres muy amable, Iris —dijo Sarah entre dientes.

—Fue una maravilla verle, Lord Hugh —dijo Iris, con una reverencia un
poco demasiado rápida—. Me temo que tendrá que disculparme. Le prometí a
Honoria que iba a encontrar al primo Rupert y bailar con él. ¡Debo mantener mis
compromisos, ya sabe! —Ella hizo un gesto alegre y se deslizó alejándose.

—Gracias a Dios por Iris —dijo Honoria—. No sé lo que Rupert ha estado


comiendo esta mañana, pero nadie quiere estar cerca de él. Es muy reconfortante
saber que puedo contar con mis primas.

Y la daga que Iris había empujado en el corazón de Sarah tomó un pequeño


giro estupendo. Si Sarah había pensado que podría despojarse de Lord Hugh
pronto, estaba claramente equivocada.
145

—Deberías darle las gracias más tarde —continuó Honoria, dirigiendo sus
Página

palabras hacia Sarah—. Sé cuánto el primo Rupert y tú no… ah… —Su voz se
desvaneció al recordar que Lord Hugh estaba de pie frente a ella. Nunca era
educado divulgar las diferencias familiares en público, incluso si ella le había hecho
consciente de la grieta justo el día anterior—. Bueno —declaró, después de
aclararse la garganta—. Ahora no tienes que bailar con él.

—Porque Iris lo hace —aportó Frances amablemente, como si Sarah no


hubiera captado eso.

—Realmente tenemos que irnos —dijo Sarah.

—No, no, no pueden —dijo Honoria. Tomó las manos de Sarah en las
suyas—. Quiero que estés aquí. Eres mi prima más querida.

—Pero solo porque yo soy demasiado joven —le expresó Frances a Hugh.

—Por favor —dijo Honoria, luego volvió su rostro hacia Hugh—. Y usted
también, Lord Hugh. Significaría mucho para mí.

Sarah apretó los dientes. Si esta fuera cualquier otra persona, habría
arrojado sus brazos al aire y se habría alejado. Pero Honoria no estaba tratando de
jugar a la casamentera. No era tan astuta, e incluso si lo fuera, no sería tan obvia.
Más bien, la felicidad de la novia era tal que ella quería que todos fueran tan felices
como ella, y no podía imaginar que alguien pudiera estar más feliz de lo que estaban
aquí en esta misma sala.

—Lo siento, Lady Chatteris —murmuró Lord Hugh—, pero me temo que
tengo que descansar mi pierna.

—Oh, pero entonces usted debe hacer su camino al salón —respondió


Honoria al instante—. Estamos sirviendo pastel allí para los invitados que no
deseen bailar.

—¡Sarah no ha tenido pastel! —exclamó Frances—. Yo tenía que conseguir


un poco para ella.

—Está bien, Frances —le aseguró Sarah—. Yo…


146

—Oh, debes tener pastel —dijo Honoria—. La Sra. Wetherby trabajó con
Página

el cocinero durante semanas para conseguir la receta correcta.


Sarah no lo dudaba. Honoria estaba loca por los dulces; siempre lo había
estado.

—Yo voy contigo —dijo Frances.

—Sería maravilloso, pero…

—¡Y Lord Hugh puede venir, también!

En ese momento, Sarah se volvió hacia Frances con sospecha. Honoria


podría estar simplemente tratando de hacer que el mundo entero estuviera en
éxtasis como ella, pero los motivos de Frances eran raramente tan puros.

—Muy bien. —Sarah asintió antes de que se diera cuenta de que era
realmente el lugar de Lord Hugh hacerlo.

—Marcus y yo iremos a la sala pronto para saludar a la gente allí —dijo


Honoria.

—Como desee, milady —dijo Hugh con una pequeña reverencia. Nada en
su voz traicionó irritación o impaciencia, pero Sarah no se dejó engañar. Era
extraño que ella hubiera llegado a conocerlo lo suficientemente bien en el último
día para darse cuenta de que él estaba absolutamente furioso. O por lo menos, algo
molesto.

Y sin embargo, su rostro era tan estoico como siempre.

—¿Vamos? —murmuró él. Sarah asintió, y entonces continuaron hacia la


puerta. Una vez en el pasillo, sin embargo, él se detuvo y dijo—: Usted no necesita
acompañarme al salón.

—Oh, lo necesito —murmuró ella, agradeciendo a Iris quien estaba


restregándoselo, y Honoria, quien no lo hacía, e incluso Frances, quien esperaba
totalmente que estuviera allí cuando llegara con el pastel—. Pero si usted desea
irse, lo disculparé.
147

—Se lo prometí a la novia.


Página

—Yo también.
Él la miró por un momento más largo de lo que era cómodo, entonces dijo:

—¿Supongo que usted no es del tipo que rompe sus promesas?

Él tenía suerte de que ella había soltado su brazo. Ella probablemente


habría roto su hueso en dos.

—No.

Nuevamente, él la miro fijamente. O tal vez no era una mirada fija, pero
era bastante extraño el modo en el que él dejaba que sus ojos se deleitaran con su
rostro antes de que hablara. Él hacia esto con otras personas también; ella lo había
notado la noche anterior.

—Muy bien, entonces —dijo él—. Creo que nos esperan en el salón.

Ella lo miró y luego volvió a mirar hacia adelante.

—Me gusta el pastel.

—¿Estaba pensando negárselo a sí misma simplemente por evitarme?


—pregunto él mientras continuaban por el pasillo.

—No exactamente.

Él le dio una mirada de soslayo.

—¿No exactamente?

—Iba a volver al salón una vez usted se fuera —admitió—. O que alguien
lo enviara a mi habitación. —Un momento después añadió—: Y no estaba tratando
de evitarlo.

—¿No lo estaba?

—No, Yo… —Ella sonrió para sí misma—. No exactamente.


148

—¿No exactamente? —hizo eco una vez más.


Página

Ella no lo aclaró. No podía, porque ella no estaba incluso segura de lo que


había querido decir. Solo que, tal vez, ya no lo detestaba por completo. O por lo
menos no lo suficiente como para negarse el pastel.

—Tengo una pregunta —dijo.

Él inclino su cabeza indicando que podría proceder.

—Ayer, cuando estábamos en el salón, cuanto usted, ehm…

—¿La desperté? —suministró.

—Sí —dijo, preguntándose por qué se había sentido tan avergonzada


diciéndolo.

—Bueno, después, quiero decir. Usted dijo algo acerca de diez libras.

Él se rio entre dientes, un bajo y rico sonido que nacía en lo profundo de


su garganta.

—Quería que pretendiera desmayarme —le recordó.

—¿Lo podría haber hecho? —preguntó él.

—¿Un falso desmayo? Eso espero. Es un talento que una dama debería
poseer. —Ella le lanzó una sonrisa descarada y luego preguntó—: ¿Acaso Marcus
realmente le ofreció diez libras si yo me desmayaba en el césped?

—No —admitió Lord Hugh—. Su primo Daniel sintió que la visión de


nosotros armados con pistolas era suficiente para hacer a una dama desmayarse.

—No solo yo —se vio obligada a aclarar.

—No solo usted. Y entonces Daniel anunció que Lord Chatteris nos pagaría
a cada uno diez libras si lo conseguíamos.

—¿Marcus accedió a eso? —Sarah no podía pensar en algo que se pareciera


menos a él, excepto posiblemente saltar a un escenario y bailar un poco.
149

—Por supuesto que no. ¿Puede imaginar algo así? —Sonrió Lord Hugh
entonces, una sonrisa real, verdadera y que curvaba más que solo las esquinas de
Página

sus labios. Llegaba a sus ojos, brillando en esas profundidades verdes, y por el más
asombroso, horripilante momento, él se volvió casi atractivo. No, no eso. Él
siempre había sido atractivo. Cuando él sonrió, se volvió…

Amable.

—Oh, Dios mío —se atragantó, saltando hacia atrás. Ella nunca había
besado a un hombre, nunca había querido hacerlo, y ¿estaba empezando con Hugh
Prentice?

—¿Pasa algo malo?

—Emmm, no. Quiero decir, sí. Quiero decir, ¡había una araña!

Él miró al piso.

—¿Una araña?

—Se fue por ese lado —dijo ella rápidamente, apuntando a la izquierda. Y
un poco a la derecha también.

Lord Hugh frunció el ceño, apoyado en su bastón como si su cuerpo se


balanceara de un lado a otro para tener una mejor vista del pasillo.

—Ellas me aterrorizan —dijo Sarah. No era exactamente verdad, pero casi.


A ella ciertamente no le gustaban.

—Bueno, no la veo ahora.

—¿Debería ir y buscar a alguien? —le espetó, pensando en un viaje a través


de la casa, tal vez todo el camino a las dependencias del servicio podría no ser una
mala idea. Si no veía a Hugh Prentice, esta locura tendría un fin ¿podría ser?—.
Usted sabe —continuó inventando todo a medida que continuaba—, para buscarla.
Y matarla. Dios mío, podría haber un nido.

—Estoy seguro de que las mucamas de Fensmore nunca permitirían que


eso ocurriera.
150

—Sin embargo —chilló. Y esta vez se estremeció porque el chillido había


Página

sido horrible.
—¿Tal vez sería más fácil llamar a un lacayo? —él se dirigió al salón que
estaba a solo unos metros de distancia.

Ella asintió, porque por supuesto él tenía razón, y ya sentía que regresaba
a la normalidad. Los latidos de su corazón se estaban desacelerando y mientras ella
no mirara su boca, la urgencia de besarlo se iba. Parcialmente.

Ella enderezó sus hombros. Podía hacer esto.

—Gracias por su amable compañía —dijo, y entró en el salón.

Estaba vacía.

—Bueno, esto es muy extraño —dijo.

Los labios de Hugh se presionaron apretados.

—En efecto.

—No estoy segura... —comenzó Sarah, pero no tenía que averiguar qué
decir luego, porque Lord Hugh se había vuelto hacia ella con los ojos entrecerrados.

—Su prima —comenzó él—. Ella no lo haría…

—¡No! —exclamó Sarah—. Quiero decir, no —dijo en un tono mucho más


apropiado—. Iris tal vez, pero no Hon… —se interrumpió. La última cosa que ella
quería era que él pensara que alguno de los Smythe-Smith estaban intentando
dejarlos juntos.

—¡Mire! —dijo, su voz salía demasiado chillona y fuerte. Ella revoloteó su


mano hacia la mesa de la izquierda—. Platos vacíos. Había personas aquí. Ellos se
acaban de ir.

Él no dijo nada.

—¿Deberíamos sentarnos? —preguntó ella torpemente.


151

Él todavía no dijo nada. Giró su cabeza, sin embargo, para hacerle frente
Página

de manera más directa.


—¿Y esperar? —ofreció—. ¿Desde que dijimos que lo haríamos? —Se
sintió ridícula. Y un poco inquiera. Pero ahora se sentía como si tuviera algo que
probarse a sí misma, que ella podía estar en la misma habitación que él y sentirse
perfectamente normal.

»Frances estará esperando que estemos aquí —añadió, desde que Lord
Hugh parecía haberse quedado mudo. Ella supuso que estaba pensando, pero
realmente, ¿no podía pensar y hacer una conversación al mismo tiempo? Ella lo
hacía todo el tiempo.

—Después de usted. Lady Sarah —dijo finalmente.

Se dirigió a un sofá azul y dorado, el mismo, se dio cuenta, en el que había


estado durmiendo cuando él la había despertado. Estaba tentada a echar un vistazo
detrás mientras caminaba para estar segura de que él no necesitaba su ayuda. Lo
que era ridículo, porque ella sabía que él no necesitaba su ayuda, por lo menos no
para una simple tarea como esa.

Pero ella quería, y cuando finalmente llegó al sofá y se sentó, se sintió


inexplicablemente aliviada de ser capaz de mirarlo. Él solo estaba unos pasos atrás,
y al momento siguiente estaba sentado en la silla azul que había ocupado el día
anterior.

Déjà vu, ella pensó, excepto que todo era diferente ahora. Todo excepto
donde estaban sentados. Le había tomado solo un día y su mundo se había vuelto
al revés.
152
Página
Traducido por karliie_J

Corregido por Lizzie Wasserstein

—D
éjà vu —bromeó Lady Sarah, y Hugh estaba
pensando lo mismo, excepto que no era
exactamente lo mismo. La mesa no se encontraba
en el mismo lugar que el día anterior. Él se dio cuenta de eso cuando tomó asiento.

»¿Algo le molesta? —preguntó ella.

Él podía sentir que fruncía el ceño.

—No, solo… —Se removió en su asiento. ¿Qué tan difícil sería mover la
mesa? Aún estaba cubierta con platos medio vacíos que los sirvientes no sabían que
ya podían retirar. Pero seguramente solo podrían hacerlos a un lado...

—¡Oh! —dijo Lady Sarah repentinamente—. Necesita estirar su pierna.


Claro.

—Creo que la mesa no se encuentra exactamente donde estaba ayer —él


dijo.

Ella miró la mesa y luego a él.

—Yo tenía espacio para acomodar mi pierna —aclaró.

—Ciertamente —dijo ella bruscamente. Ella se puso de pie y él casi gruñó.


Él colocó sus manos a los costados de la silla, listo para ponerse de pie, pero Lady
153

Sarah puso ligeramente una mano sobre la suya y dijo:


Página

—No por favor, no tiene que ponerse de pie.


Él miró su mano, pero tan rápido como apareció, se había ido, y ella
empezó a mover la vajilla hacia otra mesa.

—No —él dijo, descubriendo que no le complacía verla haciendo trabajo


doméstico.

Ella lo ignoró.

—Ahí —dijo ella, poniendo sus manos en sus caderas mientras evaluaba la
mesa parcialmente vacía. Ella lo miró—. ¿Se sentiría más cómodo poniendo su pie
sobre la mesa?

Dios santo. Él no podía creer que siquiera estuviera preguntando.

—No voy a poner mi pie sobre la mesa.

—¿Lo haría si estuviera en su casa?

—Por supuesto, pero…

—Entonces ha contestado mi pregunta —dijo descaradamente, volteando


hacia los platos sucios.

—Lady Sarah, deténgase.

Ella continuó limpiando y ni siquiera se molestó en dedicarle una mirada.

—No.

—Insisto. —Era muy extraño. Lady Sarah Pleinsworth estaba apartando


platos sucios y preparándose para mover los muebles. Pero lo más impresionante
era que estaba haciendo todo eso para ayudarlo a él.

—Guarde silencio y permítame ayudarlo —dijo ella. Aunque severamente.

Sus labios se abrieron con sorpresa, y eso debió haberla complacido un


poco, porque sus labios formaron una sonrisa, y después esa sonrisa se transformó
154

en una sonrisa petulante.


Página

—No soy un inútil —murmuró.


—Nunca pensé que lo fuera. —Sus ojos oscuros brillaron, y mientras ella
se daba la vuelta para terminar con su tarea, la comprensión lo golpeó como el aire
caliente del desierto.

La deseo.

Se quedó sin aliento.

—¿Sucede algo? —preguntó ella.

—No —graznó. Pero aun la deseaba.

Ella lo miró.

—Usted sonó extraño. Como si… bueno, no lo sé. —Ella continuó


apartando los platos, hablando mientras trabajaba—. Tal vez, como si estuviera
sufriendo.

Hugh guardó silencio, tratando de no mirarla fijamente mientras se movía


por el salón. Santo Dios, ¿Qué estaba pasando con él? Si, ella era muy atractiva, y
si, el corpiño de terciopelo de su vestido estaba moldeado de tal forma que un
hombre no podía evitar darse cuenta de la exacta, exacta y perfecta, forma de sus
pechos.

Pero ella era Sarah Pleinsworth. Él la había odiado hasta hace menos de
veinticuatro horas. Él podría aun odiarla un poco.

Y maldita sea, él no estaba seguro de cómo se sentía el aire caliente del


desierto. ¿De dónde diablos había venido eso?

Sarah colocó el último plato y se dio la vuelta para mirarlo.

—Creo que lo que tenemos que hacer es poner su pie sobre la mesa, y
después jalarla hacia usted para que pueda soportar el resto de su pierna.

Él permaneció quieto por un momento. No podía moverse. Él aún estaba


155

tratando de averiguar qué diablos estaba pasando.


Página

—Lord Hugh —dijo ella expectante—. ¿Su pierna?


Nada podría disuadirla, se dio cuenta, por lo que ofreció una silenciosa
disculpa a su anfitriona y colocó su embotado pie sobre la mesa.

Y de hecho, se sentía bien estirar un poco la pierna.

—Espere —dijo Sarah, moviéndose hacia su lado de la mesa—. No está


apoyando su rodilla. —Se colocó junto a él y jaló la mesa, pero la movió en forma
diagonal—. Oh, lo siento —dijo, esquivando el respaldo de su silla—. Solo tomará
un minuto.

Ella caminó de costado por el espacio entre el sofá y su silla, apretándose a


sí misma junto a él. No se estaban tocando pero él podía sentir el calor irradiando
de su piel.

—Si me disculpa —dijo ella sin aliento.

Él giró su cabeza.

Realmente no debería haber hecho eso.

Lady Sarah se había inclinado para hacer palanca, y ese vestido… la curva
del escote…tan cerca de él…

Él se removió nuevamente en su asiento, y esta vez no tenía nada que ver


con su lesión.

—¿Puede levantarla un poco? —preguntó Sarah.

—¿Qué?

—Su pierna. —Ella no lo estaba mirando, gracias a Dios, porque él no podía


dejar de mirarla. La sombra entre sus pechos estaba tan cerca, y su aroma estaba
arremolinándose a su alrededor, limones y madreselva y algo más terroso y sensual.

Ella había estado bailando toda la mañana. Sin aliento y eufórica por el
esfuerzo. El solo hecho de pensar en ello lo hizo desearla tanto que pensó que
156

dejaría de respirar.
Página

—¿Necesita ayuda? —preguntó.


Dios mío, sí. Él no había estado con ninguna mujer desde su lesión, y la
verdad era, que él realmente no había querido. Él tenía las mismas necesidades que
todos los hombres, pero era tan malditamente difícil imaginar que alguien lo
deseara con una pierna arruinada que él no se había permitido sentir nada por
alguien más.

Hasta ahora, cuando lo había golpeado como…

Oh, maldita sea, no el aire caliente del desierto. Lo que sea menos el aire
caliente del desierto.

—Lord Hugh —dijo Sarah impacientemente—. ¿Me escuchó? Si levanta


su pierna, sería más fácil para mí mover la mesa.

—Lo siento —murmuró, y levantó su pierna unos centímetros.

Ella jaló la mesa, pero rozó la parte superior de su bota y se atascó un poco,
forzándose a dar un paso para mantener el equilibrio.

Ella estaba ahora tan cerca que podía estirar su mano y tocarla. Sus dedos
apretaron los costados de la silla para evitar sucumbir ante el deseo.

Él quería tocar su mano, quería sentir sus dedos curvarse alrededor de los
suyos, y después él quería llevarlos hacia su boca. Él podría besar la parte interna
de su muñeca, sentir su pulso latiendo a través de su piel pálida.

Y después, oh, Dios santo, este no era el momento para tener una fantasía
erótica, pero no podía evitarlo. Después él podría levantar sus manos sobre su
cabeza provocando que arqueara su espalda, para que cuando él presionara su
cuerpo contra el suyo, pudiera sentir todo de ella, cada arco y cada curva. Y después
él podría escabullirse debajo de su falda y deslizar su mano a lo largo de su pierna
y tocar ese punto sensible entre sus caderas.

Él quería conocer su temperatura exacta, y después él quería conocerla otra


157

vez, cuando ella estuviera caliente y llena de deseo.


Página

—Eso es —dijo ella, enderezándose. Era casi imposible pensar que ella
estaba tan ajena a sus pensamientos, que ella no sabía que tan cerca estaba él de
perder el control.

Ella sonrió, consiguiendo que la mesa estuviera en la posición que deseaba.

—¿Está mejor?

Él asintió, no confiando en su voz.

—¿Se encuentra bien? Luce un poco enrojecido.

Oh, Dios mío.

—¿Puedo ofrecerle algo?

A usted.

—¡No! —escupió, tal vez demasiado fuerte. ¿Cómo diablos había pasado
esto? Él estaba mirando a Sarah Pleinsworth como un libidinoso adolescente, y
todo en lo que podía pensar era en la forma de sus labios, el color.

Él quería conocer su textura.

Ella puso una mano sobre su frente.

—¿Puedo? —preguntó, pero ella ya lo estaba tocando antes de terminar


su pregunta.

Él asintió. ¿Qué más podría hacer?

—De verdad no se ve bien —murmuró—. Además cuando Frances regrese


con el pastel, podemos pedirle que le traiga algo de limonada. Tal vez podría
encontrarla refrescante.

Él asintió nuevamente, forzando a su mente a enfocarse en Frances. Quien


tenía once. Y le gustaban los unicornios.

Y quien no debería, bajo ninguna circunstancia, entrar a la habitación


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cuando él estaba en ese estado.


Página

Sarah quitó su mano de su frente y frunció el ceño.


—Está un poco caliente —dijo—, pero no mucho.

Él no podía imaginar cómo era eso posible. Hace unos minutos, él hubiese
pensado que iba a estallar en llamas.

—Estoy bien —dijo, casi interrumpiéndola—. Solo necesito más pastel. O


limonada.

Ella lo miró como si le hubiera salido una oreja extra. O como si la piel le
hubiese cambiado de color.

—¿Sucede algo? —preguntó.

—No —dijo ella, aunque sonó como si no estuviera completamente


convencida—. Es solo que usted no suena como usted mismo.

Él trató de mantener su tono ligero mientras decía:

—No estaba consciente de que nos conociéramos lo suficiente el uno al


otro como para determinar eso.

—Es extraño —estuvo de acuerdo, tomando asiento—. Solo pensé que…


olvídelo.

—No, dígame —presionó. Iniciar una conversación era una excelente idea.
Eso mantendría su mente alejada de otras cosas, y más importante, eso le aseguraba
que ella se mantendría sentada en el sofá y no cerca de él.

—Usualmente hace una pausa antes de hablar —dijo ella.

—¿Acaso es un problema?

—No, por supuesto que no. Es solo diferente.

—Quizá me gusta considerar mis palabras antes de decirlas.

—No —murmuró ella—. No es eso.


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Una pequeña risa escapó de sus labios.


Página

—¿Me está diciendo que no considero mis palabras antes de usarlas?


—No —dijo ella riendo—. Estoy segura de que lo hace. Usted es muy listo,
así como estoy segura de que usted sabe que lo sé.

Eso lo hizo sonreír.

—No puedo explicarlo realmente, ella continuó. Pero cuando mira a una
persona… No, no seamos innecesariamente vagos. Cuando me mira antes de
hablar, frecuentemente hay un momento de silencio, y no creo que sea porque está
analizando y escogiendo sus palabras.

Él la miró intensamente. Ahora ella estaba guardando silencio, y ella era la


que estaba tratando de ordenar sus pensamientos.

—Es algo en su rostro —dijo ella finalmente—. Es solo que no parece como
si estuviera tratando de decidir que decir. —Ella lo miró de repente, y su expresión
reflexiva desapareció de su rostro—. Lo siento, eso fue algo un poco personal.

—No necesita disculparse —dijo él—. Nuestro mundo está lleno de


conversaciones sin sentido. Es un honor participar en una que no lo es.

Sus mejillas se encendieron con orgullo, y miró hacia otro lado casi
avergonzada. Él se dio cuenta en ese momento que él, también, la conocía lo
suficientemente bien para saber que no era una expresión frecuente en su rostro.

—Bueno —dijo ella, doblando sus manos en su regazo. Ella se aclaró la


garganta, y lo hizo de nuevo—. Quizá deberíamos… ¡Frances!

Lo último fue dicho con gran entusiasmo y, él pensó que había detectado,
algo de alivio.

—Siento haber demorado demasiado —dijo Frances mientras entraba en


la habitación—. Honoria arrojó el ramo, y no quería perdérmelo.

Sarah se enderezó inmediatamente.


160

—¿Honoria arrojó el ramo y yo no estaba ahí?


Página

Frances parpadeó un par de veces.


—Supongo que lo hizo. Pero no deberías preocuparte acerca de eso. Nunca
le habrías ganado a Iris.

—¿A Iris? —La boca de Sarah se abrió completamente, y Hugh solo podía
clasificar la expresión como una mezcla de horror y júbilo.

—Ella saltó —confirmó Frances—. Harriet fue noqueada.

Hugh cubrió su boca.

—No reprima su risa por mí —dijo Sarah.

—No me había dado cuenta de que Iris tenía sus ojos puestos en alguien
—dijo Frances mirando hacia el pastel—. ¿Puedo tomar un poco del tuyo, Sarah?

Sarah gesticuló con su mano para que ella lo tomara y respondió:

—No lo creo.

Frances lamió un poco de betún de su tenedor.

—Tal vez ella piensa que el ramo de la novia la ayudará a descubrir su


verdadero amor.

—Si ese fuera el caso —dijo Sarah irónicamente—, yo podría haber saltado
enfrente de Iris.

—¿Sabe cómo es que se creó la tradición del lanzamiento del ramo de la


novia? —preguntó Hugh.

Sarah sacudió la cabeza.

—¿Está preguntando porque usted lo sabe, o porque quiere saber?

Él ignoró su sarcasmo y dijo:

—Las novias son consideradas por tener buena suerte, y hace muchos siglos
161

las mujeres jóvenes que querían un poco de esa suerte trataron literalmente de
obtener una pieza arrancando pedazos del vestido de la novia.
Página

—¡Eso es de barbaros! —exclamó Frances.


Él sonrió ante su reacción.

—Solo puedo deducir que alguien muy listo se dio cuenta de que si la novia
ofrecía algún símbolo de su éxito romántico, probablemente sería benéfico para su
salud y bienestar.

—Yo pienso lo mismo —dijo Frances—. Piensa en todas esas novias que
fueron pisoteadas.

Sarah rio y se estiró para tomar lo que quedaba de su pastel. Frances había
hecho un significativo progreso con el betún. Hugh iba a decirle que tomara el
suyo, él ya había tenido suficiente cuando la estuvo observando bailar. Pero con su
pierna sobre la mesa, él no se podía inclinar lo suficiente para acercar su plato hacia
el suyo.

Entonces él solo la miró mientras comía un poco y escuchaba hablar a


Frances de cualquier cosa. Él se sintió notablemente feliz, e incluso pudo haber
cerrado sus ojos por un momento, hasta que escuchó a Frances decir:

—Tienes un poco de betún.

Él abrió los ojos.

—Allí —Frances estaba hablándole a Sarah, señalando su propia boca.

No había servilletas; a Frances no se le había ocurrido traerlas. La lengua


de Sarah escapó de su boca y lamió la comisura de su labio.

Su lengua. Sus labios.

Su perdición.

Hugh quitó su pie de la mesa y se puso de pie abruptamente.

—¿Sucede algo? —preguntó Sarah.


162

—Por favor discúlpeme con Lady Chatteris —dijo rígidamente—. Sé que


quería que esperara por ella, pero de verdad necesito descansar mi pierna.
Página

Sarah parpadeó en confusión.


—No estaba usted…

—Es diferente —la interrumpió, aunque no lo era realmente.

—Oh —dijo ella, y fue un oh muy ambiguo. Ella pudo haber estado
sorprendida o contenta o incluso decepcionada. Él no podía encontrar la
diferencia. Y la verdad era que, él no debería estar interesado en saberlo, porque
no debería estar deseando a una mujer como Lady Sarah Pleinsworth.

No debería.
163
Página
Traducido por veroonoel

Corregido por Lizzie Wasserstein

A la mañana siguiente.

E
l camino de Fensmore era una larga fila de carruajes mientras los
invitados a la boda se preparaban para partir hacia Cambridgeshire
y viajar al suroeste de Berkshire, más específicamente a Whiple
Gill, la tierra de origen de los Condes de Winstead. Vendría a ser, como Sarah lo
dijo una vez, la Gran y Terrible Caravana de la Aristocracia Británica. (Harriet,
pluma en mano, había insistido que un término así necesitaba mayúsculas).

Como Londres estaba solo un poco fuera del camino, algunos de los
invitados que habían sido relegados a las posadas cercanas eligieron regresar a la
ciudad. Pero la mayoría habían elegido convertir la doble celebración en tres largas
semanas de fiestas durante el viaje.

—Dios mío —había declarado Lady Danbury al recibir sus invitaciones


para ambas bodas—, ¿realmente piensan que voy a reabrir mi casa de la ciudad por
diez días entre las bodas?

Nadie se había atrevido a señalar que la casa de campo de Lady Danbury se


encontraba en Surrey, que era aún más directo entre Fensmore y Whipple Hill que
Londres.
164

Pero el punto de Lady Danbury era válido. La aristocracia era una extensa
sociedad a esta altura del año, con la mayoría de la gente del norte o del oeste, o
Página

más pertinentemente, de algún lugar que no fuera Cambridgeshire y Berkshire y


puntos intermedios. Casi nadie veía una razón para abrir sus casas en Londres por
menos de dos semanas cuando podían disfrutar de la hospitalidad de alguien más.

Aunque hay que decir, que esa opinión no era compartida por todos.

—Recuérdame —le dijo Hugh a Daniel Smythe-Smith mientras


caminaban por el vestíbulo de Fensmore—, ¿por qué no me voy a casa?

Era un viaje de tres días de Fensmore a Whipple Hill, dos sí uno quería
empujarlo, y nadie lo hacía. Hugh suponía que significada menos tiempo total en
un carruaje que regresar a Londres y luego dirigirse hacia Berkshire una semana
más tarde, pero aun así, iba a ser un viaje de locos. Alguien (Hugh no estaba seguro
quién; ciertamente no era Daniel; nunca había tenido cabeza para esas cosas) había
trazado la ruta, marcando todas las posadas (junto con el número de habitaciones
que albergaba cada una) y resuelto dónde debía dormir cada uno.

Hugh esperaba que nadie que no hubiera planeado asistir a las bodas
Chatteris-Smythe-Smith-Wynter estuviera fuera en las rutas esta semana porque
no habría habitaciones.

—No vas a casa porque tu casa es aburrida —le dijo Daniel con una
palmada en su espalda—. Y no tienes un carruaje, así que si fueras a regresar a
Londres, tendrías que encontrar un asiento con una de las amigas de mi madre.

Hugh abrió su boca para hablar, pero Daniel aún no había terminado.

—Y eso por no decir cómo llegarás a Whipple Hill desde Londres. Puede
que haya espacio con la ex niñera de mi madre, pero si no lo hay, podrías tratar de
reservar un asiento en el coche de correos.

—¿Has terminado? —preguntó Hugh.

Daniel levantó un dedo como si tuviera una última cosa que decir, luego lo
bajó de vuelta.
165

—Sí —dijo.
Página

—Eres un hombre cruel.


—Digo la verdad —respondió Daniel—. Además, ¿por qué no querrías
venir a Whipple Hill?

Hugh podía pensar una razón.

—Las festividades comienzan tan pronto como lleguemos —continuó


Daniel—. Será la continua y magnífica frivolidad hasta la boda.

Era difícil imaginar a un hombre con el alma más ligera y llena de alegría
que no fuera Daniel Smythe-Smith. Hugh sabía que parte de eso era por las
próximas nupcias de Daniel con la hermosa señorita Wynter, pero la verdad,
Daniel siempre había sido un hombre que hacía amigos con facilidad y se reía a
menudo.

Sabiendo que había destrozado la vida de un hombre así, Hugh había


encontrado más difícil cuando Daniel había sido exiliado a Europa. Hugh aún
estaba sorprendido de que Daniel hubiera vuelto a su posición en Inglaterra con
gracia y buen humor. La mayoría de los hombres habrían ardido de venganza.

Pero Daniel le había dado las gracias. Le había agradecido por encontrarlo
en Italia, y luego le había agradecido por detener la caza de brujas de su padre, y
finalmente, le había agradecido por su amistad.

No había nada, pensó Hugh, que no haría por ese hombre.

—¿Qué harías en Londres de todas maneras? —preguntó Daniel, haciendo


un gesto a Hugh para que lo siguiera al camino—. ¿Sentarte y hacer sumas en tu
cabeza?

Hugh lo miró.

—Bromeo porque te admiro.

—En serio.
166

—Es una habilidad brillante —insistió Daniel.


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—¿Incluso si hizo que te disparara y fueras echado del país? —preguntó


Hugh. Era verdad lo que le había dicho a Sarah: a veces el humor negro era la única
opción.

Daniel se detuvo en seco, y su expresión se volvió sombría.

—Te das cuenta —dijo Hugh—, de que me aptitud con los números es
precisamente la razón por la que siempre he sobresalido en la cartas.

Los ojos de Daniel parecieron oscurecerse, y luego parpadeó, su cara


adquirió un aire de resignación.

—Ya está, Prentice —dijo—. Se acabó, y nuestras vidas se han restaurado.

La tuya, pensó Hugh, luego se odió por pensarlo.

—Ambos éramos idiotas —dijo Daniel tranquilamente.

—Es posible que ambos hayamos sido idiotas —respondió Hugh—, pero
solo uno de nosotros llamó al duelo.

—No tuve que aceptar.

—Por supuesto que sí. No habrías sido capaz de mostrar tu cara si no lo


hubieras hecho. —Era un estúpido código de honor entre los jóvenes caballeros de
Londres, pero era sacrosanto. Si un hombre era acusado de hacer trampa en el
juego, se tenía que defender a sí mismo.

Daniel puso su mano en el hombro de Hugh.

—Te he perdonado, y tú, creo, me has perdonado.

Hugh no, de hecho, pero solo porque no había nada que perdonar.

—Lo que me pregunto —continuó Daniel suavemente—, es si tú te has


perdonado.

Hugh no respondió, y Daniel no lo quiso presionar. En cambio, su voz


volvió a sus tonos joviales, declarando:
167

—Vamos a Whipple Hill. Comeremos, otros beberemos, y todos seremos


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felices.
Hugh hizo una leve inclinación de cabeza. Daniel ya no bebía licores. Dijo
que no los había tocado desde aquella fatídica noche. Hugh pensaba a veces que
debería seguir su ejemplo, pero había tardes en que necesitaba algo para sacar el
dolor.

—Además —dijo Daniel—, tienes que estar ahí temprano. He decidido que
debes unirte a la fiesta de la boda.

Eso detuvo a Hugh en frío.

—¿Cómo dices?

—Marcus será mi padrino de boda, por supuesto, pero creo que necesito a
algunos caballeros más conmigo. Anne tiene una verdadera flotilla de damas.

Hugh tragó saliva, deseando no sentirse tan condenadamente incómodo en


aceptar tal honor. Porque era un honor, y quería decir que se sentía agradecido, y
que significada mucho para él, y se había olvidado cuan tranquilizante se sentía
tener un verdadero amigo.

Pero lo único que pudo hacer fue un gesto brusco. No había estado
mintiéndole a Sarah el día anterior. No sabía cómo aceptar cumplidos con gracia.
Suponía que uno tenía que pensar que se los merecía.

—Está decidido entonces —dijo Daniel—. Oh, y por cierto, he encontrado


un lugar para ti en mi carruaje favorito.

—¿Qué significa eso? —preguntó Hugh sospechosamente. Habían salido


de la casa y estaban casi en el camino.

—Veamos —dijo Daniel, ignorando su consulta—. Cierto… allí. —Hizo


un gesto con un movimiento de su mano a un relativamente pequeño carruaje
negro, quinto en la línea del camino. No había cresta, pero claramente estaba bien
hecho y cuidado. Probablemente del entrenador secundario de una de las familias
168

nobles.
Página

—¿De quién es ese carruaje? —exigió Hugh—. Dime que no me pusiste


con Lady Danbury.
—No te puse con Lady Danbury —respondió Daniel—, aunque a decir
verdad, probablemente sería una excelente compañera de viaje.

—¿Quién, entonces?

—Sube y verás.

Hugh había pasado la tarde entera y gran parte de la noche convenciéndose


de que su enloquecida lujuria por Sarah Pleinsworth había sido provocada por una
momentánea locura que había sido provocada por… algo. Quizás más locura
momentánea. Sin embargo pasar un día entero cerca de ella no podía ser una buena
idea.

—Winstead —dijo en una voz de advertencia—. Tú prima no. Te lo digo,


ya he…

—¿Sabes cuántas primas tengo? ¿En serio crees que puedes evitarlas a
todas?

—Winstead.

—No te preocupes, te he puesto con lo mejor del lote, lo prometo.

—¿Por qué me siento como si estuviera siendo llevado al matadero?

—Bueno —admitió Daniel—, te superan en número.

Hugh se dio la vuelta.

—¿Qué?

—¡Aquí estamos!

Hugh levantó la vista justo cuando Daniel abrió la puerta.

—Damas —dijo Daniel pomposamente.


169

Apareció una cabeza afuera.


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—¡Lord Hugh!
Era Lady Frances.

—Lord Hugh.

—Lord Hugh.

Y sus hermanas, aparentemente. Aunque no, en lo que Hugh podía decir,


Lady Sarah.

Hugh finalmente exhaló.

—Algunos de mis mejores momentos han sido con estas tres señoritas
—dijo Daniel.

—Creo que el viaje de hoy es de nueve horas —dijo Hugh secamente.

—Serán nueve muy agradables horas. —Daniel se acercó más—. Pero si


puedo ofrecerte un consejo —susurró—, no trates de seguir todo lo que dicen. Te
dará vértigo.

Hugh se detuvo en el paso hacia arriba.

—¿Qué?

—¡Ahí vas! —Daniel le dio un empujón—. Te veremos cuando nos


detengamos para el almuerzo.

Hugh abrió su boca para protestar, pero Daniel ya había cerrado la puerta.

Hugh miró a su alrededor en el interior del carruaje. Harriey y Elizabeth


estaban sentadas mirando hacia adelante, una larga pila de libros y papeles en el
asiento entre ellas. Harriet estaba tratando de equilibrar un escritorio portátil sobre
sus rodillas y tenía una pluma escondida detrás de su oreja.

—¿No fue lindo de parte de Daniel ponerle en el carruaje con nosotras?


—dijo Frances, tan pronto como Hugh se había instalado en su asiento a su lado.
170

O más bien, fue un poco antes de que se hubiera instalado; se estaba dando cuenta
de que ella no era una niña particularmente paciente.
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—En efecto —murmuró Hugh. Suponía que estaba agradecido, en


realidad. Mejor Lady Frances que alguna señora vieja o un caballero con un
cigarrillo. Y seguramente sus hermanas serías tolerables.

—Se lo pedí especialmente —continuó Frances—. Tuve un tiempo tan


agradable en la boda de ayer. —Se volvió hacia sus hermanas—. Comimos pastel
juntos.

—Lo vi —dijo Elizabeth.

—¿Le importa montar al revés? —preguntó Frances—. Harriet y Elizabeth


se enferman si lo hacen.

—¡Frances! —protestó Elizabeth.

—Es verdad. ¿Qué sería más vergonzoso, decirle a Lord Hugh que se
enferman montando hacia atrás, o que se enfermen de verdad montando hacia
atrás?

—Preferiría al antiguo yo —dijo Hugh.

—¿Van a charlar todo el camino? —preguntó Harriet. De las tres, era la


que más se parecía a Sarah. Su cabello era unos tonos más claros, pero la forma de
su cara era la misma, y también lo era su sonrisa. Miró a Hugh con una pizca de
vergüenza—. Le pido perdón. Me estaba dirigiendo a mis hermanas, por supuesto.
No a usted.

—No tiene importancia —dijo con una ligera sonrisa—. Pero como suele
suceder, no tengo la intención de charlar todo el camino.

—Planeaba escribir —continuó Harriet, moviendo un pequeño fajo de


papeles sobre su escritorio portátil.

—No puedes hacer eso —dijo Elizabeth—. Dejarás tinta por todos lados.

—No lo haré. Estoy desarrollando una nueva técnica.


171

—¿Para escribir en el carruaje?


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—Involucra menos tinta. Lo prometo. ¿Y alguna se acordó de empacar


galletas? Siempre me da hambre antes de parar para almorzar.

—Frances trajo algunas. Y sabes que a madre le dará un ataque si vuelcas


tinta…

—Cuidado con los codos, Frances.

—Lo siento mucho, Lord Hugh. Espero que no haya dolido. Y no traje
galletas. Pensé que Elizabeth lo iba a hacer.

—¿Te sentaste sobre mi muñeca?

—Oh, molesta. Sabía que tendría que haber comido un desayuno más
grande. Deja de mirarme así. No voy a volcar tinta en el ca…

—Tu muñeca está aquí. ¿Cómo se usa menos tinta?

Hugh solo podía mirar. Parecía haber dieciséis conversaciones diferentes a


la vez. Con solo tres participantes.

—Bueno, solo anoto las ideas principales…

—¿Las ideas principales tienen unicornios?

Hugh había sido completamente incapaz de seguir quién estaba hablando


hasta eso.

—Los unicornios de nuevo no —gimió Elizabeth. Miró a Hugh y dijo—:


Por favor, disculpe a mi hermana. Está obsesionada con los unicornios.

Hugh miró a Frances. Se había puesto rígida de ira y estaba mirando a su


hermana. No la culpaba; el tono de Elizabeth había sido tan de hermana mayor
como era posible, dos partes de condescendencia y una parte de burla. Y mientras
que en realidad no la culparía por eso; habría sido de la misma manera a su edad,
estaba seguro; fue capturado por un repentino deseo de ser el héroe de una pequeña
niña.
172

No podía recordar la última vez que había sido un héroe.


Página

—Me gustan mucho los unicornios —dijo.


Elizabeth lo miró atónica.

—¿En serio?

Él se encogió de hombros.

—¿No les gustan a todo el mundo?

—Sí, pero no creen en ellos —dijo Elizabeth—. Francés cree que son
reales.

Por el rabillo del ojo vio a Frances mirándolo nerviosamente.

—Ciertamente no puedo probar que no existen —dijo.

Frances dejó escapar un chillido.

Elizabeth lucía como si hubiera estado mirando al sol por mucho rato.

—Lord Hugh —dijo Frances—, yo…

—¡Mamá!

Francés se detuvo en medio de la oración y todos miraron hacia la puerta


del carruaje. Era la voz de Sarah, justo afuera del carruaje, y no sonaba feliz.

—¿Crees que va a venir con nosotros? —susurró Elizabeth.

—Bueno, lo hizo en el camino hacia aquí —respondió Harriet.

Lady Sarah. En el carruaje. Hugh no estaba seguro de poder imaginar una


tortura más diabólica.

—Es aquí con tus hermanas o con Arthur y Rupert —dijo la voz de Lady
Pleinsworth—. Lo siento, pero no tenemos lugar…

—No voy a poder sentarme con usted —le dijo Frances a Hugh en tono de
disculpa—. No van a caber las tres del otro lado.
173

Lady Sarah se sentaría a su lado. Aparentemente había una tortura más


Página

diabólica.
—No se preocupe —le aseguró Harriet—, Sarah no se pone enferma
montando al revés.

—No, está bien —escucharon decir a Sarah—, no me importa viajar con


ellas, pero estaba esperando…

La puerta se abrió. Sarah ya estaba a mitad del escalón, con la espalada


hacia el carruaje mientras continuaba hablando con su madre.

—Es solo que estoy cansada, y…

—Es tiempo de partir —interrumpió Lady Pleinsworth con firmeza. Le dio


un pequeño empujón a su hija—. No voy a ser la que retrase a todos.

Sarah dejó escapar una exhalación impaciente mientras retrocedía dentro


del carruaje y se daba la vuelta y…

Lo vio.

—Buenos días —dijo Hugh.

Su boca estaba abierta por la sorpresa.

—Me moveré —se quejó Frances. Se levantó y se movió al otro lado del
carruaje, tratando de tomar el asiento al lado de la ventana de Elizabeth antes de
acabar, con los brazos cruzados, en el centro.

—Lord Hugh —dijo Sarah, claramente perdida—. Yo, ehm… ¿Qué está
haciendo aquí?

—No seas ruda —la regañó Frances.

—No estoy siendo ruda. Estoy sorprendida. —Se sentó en el lugar que
Frances había dejado vacante—. Y curiosa.

Hugh se recordó a sí mismo que ella no tenía idea de lo que había pasado
174

el día anterior. Porque nada había pasado. Todo había estado en su cabeza. Y quizás
en otras partes de su cuerpo. Pero lo importante era que ella no sabía, y nunca lo
Página

sabría, porque eso iba a desaparecer.


Locura momentánea, por definición, era momentánea.

De todos modos, tomó un poco de esfuerzo no darse cuenta que su cadera


estaba a solo unos centímetros de la suya.

—¿A qué debemos el placer de su compañía, Lord Hugh? —preguntó Sarah


mientras desataba su papelina.

Definitivamente no tenía idea. No había manera de que usara la palabra


placer, al contrario.

—Su primo me informó que me había guardado un lugar en el mejor


carruaje del viaje —dijo.

—Caravana —lo corrigió Frances.

Apartó los ojos de Sarah para mirar a su hermana menor.

—¿Cómo dice?

—La Gran y Terrible Caravana de la Aristocracia Británica —dijo Frances


descaradamente—. Es como la llamamos.

Se sintió sonreír, y cuando volvió a respirar, sonaba como una risa.

—Eso es… excelente —dijo, finalmente decidiéndose por una palabra.

—Sarah pensó en ello —dijo Frances, encogiendo los hombros—. Es muy


inteligente, ya sabe.

—Frances —advirtió Sarah.

—Lo es —dijo Frances en la peor imitación de un susurro que Hugh había


oído.

Los ojos de Sarah revoloteaban de un lado a otro, de la manera en que lo


hacía cuando se sentía incómoda, y finalmente se inclinó hacia adelante para mirar
175

por la ventana.
Página

—¿No deberíamos estar partiendo pronto?


—La Gran y Terrible Caravana —murmuró.

Ella se volvió hacia él con recelo en sus ojos.

—Me gusta —dijo simplemente.

Sus labios se separaron, y tenía esa mirada, como si estuviera planeando


una larga oración, pero en lugar de eso, dijo:

—Gracias.

—Oh, ¡nos vamos! —dijo Frances felizmente.

Las ruedas del carruaje comenzaron a moverse debajo de ellos. Hugh se


echó hacia atrás y permitió que el movimiento lo adormeciera en quietud. Nunca
le había importado viajar en carruaje antes de su lesión. Siempre lo había puesto a
dormir. Aún lo hacía; el único problema era que no había suficiente espacio para
extender su pierna, y dolía como el diablo al día siguiente.

—¿Estará bien? —le preguntó Lady Sarah en voz baja.

Inclinó su cabeza hacia ella y murmuró:

—¿Bien?

Sus ojos fueron fugazmente hacia su pierna.

—Voy a estar bien.

—¿No necesitará estirarla?

—Vamos a parar para el almuerzo.

—Pero…

—Estaré bien, Lady Sarah —la interrumpió, pero para su propia sorpresa,
sus palabras no tenían ninguna pizca defensiva. Aclaró su garganta—. Gracias por
176

su preocupación.
Página

Sus ojos se estrecharon, y podía decir que ella estaba tratando de decir si le
creía. No quería darle ninguna causa para que pensar que él no estaba
perfectamente cómodo, así que miró ociosamente hacia las tres hermanas
Pleinsworth más jóvenes, apretujadas en una fila. Harriet estaba golpeando el
extremo emplumado de una pluma contra su frente, y Elizabeth había sacado un
pequeño libro. Frances estaba inclinada encima de ella, tratando de ver por la
ventana.

—Ni siquiera hemos salido del camino —dijo Elizabeth, sin sacar sus ojos
de su libro.

—Solo quiero ver.

—No hay nada para ver.

—Lo habrá.

Elizabeth pasó una página con crujiente precisión.

—No vas a estar así todo el… ¡Auch!

—Fue un accidente —insistió Frances.

—Me dio una patada —dijo Harriet, a nadie en particular.

Hugh contempló el intercambio con un poco de humor, muy consciente


de que lo que era divertido ahora sería angustioso si se prolongaba durante la
próxima hora.

—¿Por qué no tratas de ver por la ventana de Harriet —dijo Elizabeth.

Frances suspiró pero hizo lo que su hermana había sugerido. Un momento


después, sin embargo, oyeron el sonido de papel arrugado.

—¡Frances! —gritó Harriet.

—Lo siento. Solo quiero mirar por la ventana.

Harriet miró a Sarah suplicante.


177

—No puedo —dijo Sarah—. Si piensan que están incómodas ahora, solo
Página

piensen lo apretadas que estaríamos si estuviera yo en lugar de Frances.


—Frances, quédate quieta —dijo Harriet bruscamente, y dio vuelta a los
papeles en su escritorio portátil.

Hugh sintió a Sarah empujarlo ligeramente con el codo, y cuando se volvió,


hizo un gesto con sus ojos hacia su mano.

Uno… dos… tres.

Estaba contando discretamente los segundos, cada dedo estrechándose a


tiempo.

Cuatro… cinco…

—¡Frances!

—¡Lo siento!

Hugh miró a Sarah, cuya débil sonrisa era petulante.

—Frances, no puedes mantenerte inclinada hacia mí de esa manera


—rompió Elizabeth.

—¡Entonces déjame sentarme en la ventana!

Todos los ojos se volvieron hacia Elizabeth, quien finalmente dejó escapar
un bufido de irritación mientras se agachaba en el medio del carruaje para que
Frances se deslizara hacia la ventana. Hugh miraba con interés mientras Elizabeth
se movía más de lo necesario para encontrar una posición cómoda, volvía a abrir
su libro, y miraba las palabras.

Miró a Sarah. Ella lo miró con una expresión que decía, Solo espera.

Francés no los defraudó.

—Estoy aburrida.
178
Página
Traducido por rihano

Corregido por Lizzie Wasserstein

S
arah suspiró, desgarrada entre la diversión y la vergüenza de que
Lord Hugh estuviera a punto de presenciar un clásico escupitajo
Pleinsworth.

—Por el amor de… ¡Frances! —Elizabeth miró a su hermana menor como


si pudiera arrancarla la cabeza—. ¡No han pasado más de cinco minutos desde que
cambiamos lugares!

Frances se encogió de hombros impotente.

—Pero estoy aburrida.

Sarah robó una mirada hacia Hugh. Él parecía estar tratando de no reírse.
Lo que ella supuso era la mejor que podía esperar.

—¿No podemos hacer algo? —declaró Frances.

—Lo estoy haciendo —dijo Elizabeth entre dientes, sosteniendo su libro.

—Sabes que eso no es lo que quise decir.

—¡Oh, no! —gritó Harriet.

—¡Yo sabía que ibas a derramar la tinta! —gritó Elizabeth. Entonces ella
dejó escapar un grito—. ¡No pongas eso sobre mí!
179

—¡Deja de moverte tanto!


Página

—¡Puedo ayudar! —dijo Frances con entusiasmo, saltando a la palestra.


Sarah estaba a punto de intervenir cuando Lord Hugh se inclinó hacia
adelante, agarró a Frances por el cuello y la arrastró a través del carruaje, donde la
depositó sin ceremonias en el regazo de Sarah.

Era bastante magnífico, de verdad.

Frances se quedó boquiabierta.

—Usted debe permanecer fuera de esto —le aconsejó él.

Sarah, por su parte, estaba lidiando con un codazo en sus pulmones.

—No puedo respirar —jadeó ella.

Frances ajustó su posición.

—¿Mejor? —preguntó ella alegremente.

La respuesta de Sarah fue una enorme bocanada de aire. De alguna manera


se las arregló para girar la cabeza hacia un lado para que ella estuviera enfrentando
a Lord Hugh.

—Me gustaría felicitarle por un rescate superior, excepto que parece que
he perdido toda la sensibilidad en mis piernas.

—Bueno, al menos usted está respirando ahora —dijo él.

Y entonces, el cielo la ayude, comenzó a reír. Había algo tan ridículo acerca
de ser felicitada por respirar. O tal vez era solo que uno tenía que reír cuando lo
mejor de la propia situación de uno era que uno aún estaba respirando.

Y así lo hizo. Ella se echó a reír. Se rio tan duro y tan largo que Frances se
deslizó de su regazo al suelo. Y entonces siguió riendo hasta que las lágrimas
estaban corriendo por su rostro, y Elizabeth y Harriet dejaron sus disputas y se
quedaron mirando, asombradas.
180

—¿Qué pasa con Sarah? —preguntó Elizabeth.


Página

—Fue algo acerca de tener problemas para respirar —dijo Frances desde el
suelo.
Sarah dejó escapar un pequeño chillido de risa ante eso, entonces agarró su
pecho, jadeando:

—No puedo respirar. Estoy riendo demasiado fuerte.

Como toda buena risa, era contagiosa, y en poco tiempo todo el carruaje se
estaba riendo, incluso Lord Hugh, a quien Sarah nunca podría haber imaginado
que riera así. Oh, él sonreía, y, ocasionalmente, se reía entre dientes, pero en ese
momento, cuando el carruaje Pleinsworth rodó hacia el sur hacia Thrapstone, él
estaba tan desarmado como el resto de ellas.

Fue un momento glorioso.

—Oh —logró decir Sarah finalmente.

—Yo ni siquiera sé de qué nos estamos riendo —dijo Elizabeth, sin dejar
de sonreír de oreja a oreja.

Sarah terminó secándose las lágrimas de sus ojos y trató de explicar.

—Fue, él dijo, oh, no importa, nunca sería tan divertido al recontarlo.

—He conseguido limpiar la tinta, por lo menos —dijo Harriet. Ella hizo
una mueca avergonzada—. Bueno, excepto por mis manos.

Sarah miró e hizo una mueca. Solo uno de los dedos de Harriet parecía
haber sido salvado.

—Te ves como si tuvieras la peste —dijo Elizabeth.

—No, creo que eso está en tu cuello —respondió Harriet, sin ofenderse en
absoluto—. Frances, debes salir del piso.

Frances miró a Elizabeth, quien se había deslizado de nuevo en el asiento


junto a la ventana. Elizabeth suspiró y se movió hacia el centro.
181

—Yo solo voy a aburrirme de nuevo —dijo Frances en cuanto se acomodó.


Página

—No, no lo hará —dijo Hugh con firmeza.


Sarah se volvió a mirarlo, divertida e impresionada. Se necesitaba de un
hombre valiente para hacerse cargo de las chicas Pleinsworth.

—Vamos a encontrar algo que hacer —anunció él.

Ella esperó a que él se diera cuenta de que esa nunca podría ser respuesta
suficiente. Al parecer, sus hermanas estaban haciendo lo mismo, al menos diez
segundos pasaron antes de que Elizabeth le preguntara:

—¿Tiene alguna sugerencia?

—Él es brillante con los números —dijo Frances—. Puede multiplicar


enormes sumas monstruosas en su cabeza. Lo he visto hacerlo.

—No puedo imaginarme que vaya a encontrar entretenido preguntarme


de matemáticas durante nueve horas —dijo él.

—No, pero puede ser entretenido por los próximos diez minutos —dijo
Sarah, y ella quería decir cada palabra. ¿Cómo era posible que no supiera esto
acerca de él? Sabía que él era muy inteligente; Daniel y Marcus, ambos lo habían
dicho. También sabía que había sido considerado imbatible en las cartas. Después
de todo lo que había pasado, no había forma de que ella no pudiera saber eso.

—¿Cuan monstruosamente grandes? —preguntó ella, porque en verdad,


quería saber.

—Por lo menos cuatro dígitos —dijo Frances—. Eso es lo que hizo en el


desayuno de la boda. Fue brillante.

Sarah se asomó por encima hacia Hugh. Él parecía estar sonrojándose.


Bueno, tal vez solo un poquito. O tal vez no. Tal vez ella solo quería que él se
sonrojara. Había algo muy atractivo en la idea.

Pero entonces ella atrapó algo más en su expresión. No sabía cómo


describirlo, excepto que lo supo de repente...
182

—Usted puede hacer más de cuatro dígitos —dijo ella con asombro.
Página

—Es un talento —dijo él—, lo que me ha traído tantos problemas como


beneficios.

—¿Puedo probarlo? —preguntó Sarah, tratando de mantener algo del


entusiasmo fuera de su voz.

Él se inclinó hacia ella con una pequeña sonrisa.

—Solo si puedo probarla a usted.

—Aguafiestas.

—Podría llamarla igual.

—Más tarde —dijo ella con firmeza—. Usted va a mostrarme más tarde.
—Estaba fascinada por este talento recién revelado de Lord Hugh. Seguramente a
él no le importaría una pequeña ecuación. Lo había hecho por Frances.

—Podemos leer una de mis obras —sonrió Harriet. Ella comenzó a


rebuscar a través de la pila de papeles en su regazo—. Tengo la que empecé justo
anoche. Ya sabes, la que tiene la heroína que no es demasiado rosa…

—¡Y no es muy verde! —terminaron Frances y Elizabeth con emoción.

—Oh —dijo Sarah con gran consternación—. Oh oh oh oh. No.

Lord Hugh se volvió hacia ella con cierta diversión.

—¿No es demasiado rosa o verde? —murmuró.

—Es una descripción de mí, me temo.

—Ya... veo.

Ella le lanzó una mirada.

—Ríase. Sabe que quiere hacerlo.

—Ella tampoco es demasiado gorda o delgada —dijo Frances amablemente.


183

—Esa no es en realidad Sarah —explicó Harriet—. Solo un personaje que


Página

he modelado basado en ella.


—Bastante cerca —agregó Elizabeth. Con una sonrisa.

—Aquí tiene —dijo Harriet, sosteniendo una pequeña pila de papeles a


través del carruaje—. Tengo solo una copia, por lo que va a tener que compartirla.

—¿Esta obra maestra tiene un nombre? —preguntó Hugh.

—Todavía no —respondió Harriet—. He encontrado que a menudo debo


completar una obra antes de que sepa cómo llamarla. Pero va a ser algo
terriblemente romántico. Es una historia de amor. —Ella hizo una pausa, con la
boca retorciéndose por sus pensamientos—. Aunque no estoy segura de que vaya
a tener un final feliz.

—¿Se trata de un romance? —dijo Lord Hugh con un dudoso movimiento


de su frente—. ¿Y yo estoy destinado a ser el héroe?

—Realmente no podemos utilizar a Frances —dijo Harriet sin sarcasmo


alguno—. Y yo solo he conseguido una copia, por lo que si Sarah es la heroína,
usted tienes que ser el héroe, ya que está sentado a su lado.

Él miró hacia abajo.

—¿Mi nombre es Rudolfo?

Sarah casi escupió una risa.

—Usted es español —dijo Harriet—. Pero su madre era inglesa, por lo que
lo habla perfectamente.

—¿Tengo un acento?

—Por supuesto.

—No puedo imaginar por qué pregunté —murmuró. Y luego, a Sarah—:


Oh, mire. Su nombre es Mujer.
184

—Encasillada de nuevo —bromeó Sarah.


Página

—Yo no había pensado en un nombre apropiado, todavía —explicó


Harriet—, pero no quería retrasar todo el manuscrito. Me podría tomar semanas
pensar en el nombre correcto. Y para entonces podría haber olvidado todas mis
ideas.

—El proceso creativo es una cosa peculiar, de hecho —murmuró Lord


Hugh.

Sarah había estado leyendo más adelante mientras Harriet estaba


hablando, y ella estaba desarrollando serias dudas.

—No estoy segura de que esto sea una buena idea —dijo, jalando la segunda
página de la pila para poder leer más.

No, definitivamente no era una buena idea.

—Leer en un carruaje moviéndose es siempre un riesgo —dijo Sarah


rápidamente—. Especialmente montando al revés.

—Tú nunca te enfermas —le recordó Elizabeth.

Sarah miró adelante a la página tres.

—Puede ser.

—No tienes que hacer realmente las cosas de la obra —dijo Harriet—. Esta
no es una actuación verdadera. Es solo una lectura.

—¿Debería estar leyendo más adelante? —le preguntó Lord Hugh a Sarah.

Sin decir una palabra, ella le entregó la página dos.

—Oh.

Y la página tres.

—Oh.

—Harriet, nosotros no podemos hacer esto —dijo Sarah con firmeza.


185

—Oh, por favor —declaró Harriet—. Sería muy útil. Ese es el problema
Página

con la escritura de obras de teatro. Uno tiene que oír las palabras dichas en voz
alta.
—Tú sabes que yo nunca he sido buena actuando en tus obras —dijo Sarah.

Lord Hugh la miró con curiosidad.

—¿En serio?

Algo en su expresión no le cayó bien a ella.

—¿Qué significa eso?

Él hizo un pequeño encogimiento de hombros.

—Solo que usted es muy dramática.

—¿Dramática? —A ella no le gustó la forma en que sonaba.

—Oh, vamos —dijo él, con mucha más condescendencia de la que era sana
en un carruaje cerrado—, seguramente no se ve a sí misma tan tranquila y mansa.

—No, pero yo no sé si iría tan lejos como dramática.

Él la miró por un momento y luego dijo:

—Usted disfruta haciendo declaraciones.

—Eso es cierto, Sarah —puntualizó Harriet—. Lo haces.

Sarah giró la cabeza y clavó tal mirada en el rostro de su hermana que fue
un milagro que ella no se consumiera en el acto.

—No voy a leer esto —dijo ella, apretando la boca cerrada.

—Es solo un beso —exclamó Harriet.

¿Solo un beso?

Los ojos de Frances se abrieron casi tan anchos como su boca.

—¿Tú quieres que Sarah bese a Lord Hugh?


186

Solo un beso. Nunca podría ser solo un beso. No con él.


Página

—Ellos realmente no harían lo del beso —dijo Harriet.


—¿Uno hace un beso? —preguntó Elizabeth.

— No —respondió Sarah mordaz—. Uno no lo hace.

—Nosotras no le diríamos a nadie —intentó Harriet.

—Esto es muy inapropiado —dijo Sarah con voz tensa. Ella se volvió hacia
Lord Hugh, quien no había dicho una palabra por algún tiempo—. Sin duda, usted
está de acuerdo conmigo.

—Ciertamente lo estoy —dijo él, sus palabras extrañamente recortadas.

—Ya está. Ves, no estamos leyendo esto. —Sarah empujó las páginas de
regreso a Harriet, quien las recuperó con gran renuencia.

—¿Tú lo harías si Frances leyera la parte de Rudolfo? —preguntó Harriet


con un hilo de voz.

—Tú acabas de decir…

—Lo sé, pero en realidad deseo escucharlo en voz alta.

Sarah se cruzó de brazos.

—Nosotros no estamos leyendo la obra, y eso es definitivo.

—Pero…

—Dije que no —explotó Sarah, sintiendo los últimos restos de su control


partiéndose en dos—. Yo no estoy besando a Lord Hugh. No aquí. No ahora.
¡Nunca jamás!

Un silencio horrorizado cayó sobre el carruaje.

—Le pido perdón —murmuró Sarah. Ella podía sentir un rubor subiendo
desde la garganta hasta la punta de su cabeza. Esperó a que Lord Hugh dijera algo
horriblemente inteligente y cortante, pero él no pronunció ni una palabra.
187

Tampoco lo hizo Harriet. O Elizabeth o Frances.


Página

Finalmente Elizabeth hizo un ruido extraño con la garganta y dijo:


—Solo voy a leer mi libro, entonces.

Harriet reorganizó sus papeles.

Incluso Frances se volvió hacia la ventana y miró hacia afuera sin una
palabra sobre el aburrimiento.

De Lord Hugh, Sarah no sabía. Ella no podía atreverse a mirarlo. Su


estallido había sido feo, el insulto imperdonable. Por supuesto que ellos no iban a
besarse en el carruaje. No se habrían besado aunque hubieran estado actuando la
obra en un salón. Como Harriet había dicho, habría habido algún tipo de narración,
o tal vez se habrían inclinado (pero mantenido unos respetables quince
centímetros de distancia) y besado el aire.

Pero ella ya estaba tan consciente de él, de maneras que la confundían


tanto como la enfurecían. Solo leyendo que más adelante sus personajes se
besarían...

Había sido demasiado.

El viaje continuó en silencio. Frances finalmente se quedó dormida.


Harriet miraba al vacío. Elizabeth siguió leyendo, aunque de vez en cuando había
levantado la vista, sus ojos parpadeando de Sarah a Hugh y viceversa. Después de
una hora, Sarah pensó que Lord Hugh podría haberse quedado dormido, también;
no se había movido ni una sola vez desde que se habían quedado en silencio, y ella
no podía imaginar que fuera cómodo para su pierna permanecer en la misma
posición por tanto tiempo.

Pero cuando ella arriesgó una mirada, él estaba despierto. La única señal
de que la vio mirándolo fue un pequeño cambio en sus ojos.

Él no dijo nada.

Tampoco lo hizo ella.


188

Finalmente, ella sintió las ruedas del carruaje desacelerando, y cuando se


Página

asomó por la ventana vio que ellos se estaban acercando a una posada con un alegre
cartelito que decía, The Rose and Crown, est. 1612.
—Frances —dijo ella, contenta de tener una razón lógica para hablar—.
Frances, es hora de despertar. Estamos aquí.

Frances parpadeó aturdida y se apoyó en Elizabeth, que no pronunció una


queja.

—Frances, ¿tienes hambre? —insistió Sarah. Ella se inclinó hacia adelante


y empujó su rodilla. El carruaje había llegado a una parada completa, y todo en lo
que Sarah podía pensar era en escapar. Había estado tratando tan duro de
mantenerse quieta, guardar silencio. Se sentía como si ella no hubiera respirado en
horas.

—Oh —dijo Frances, finalmente, con un bostezo—. ¿Me quedé dormida?

Sarah asintió.

—Tengo hambre —dijo Frances.

—Deberías haber recordado las galletas —dijo Harriet.

Sarah la habría regañado por tan mezquino comentario, excepto que era
un alivio escuchar algo tan perfectamente normal.

—Yo no sabía que se suponía que tenía que traer las galletas —se quejó
Frances, poniéndose en pie. Ella era pequeña para su edad, y podía pararse en el
carruaje sin agacharse.

La puerta del carruaje se abrió, y Lord Hugh tomó su bastón y salió sin
decir palabra.

—Tú lo sabías —dijo Elizabeth—. Te lo dije.

Sarah se movió hacia la puerta.

—¡Estás pisando mi capa! —aulló Frances.


189

Sarah miró hacia afuera. Lord Hugh estaba extendiendo su mano para
ayudarla a bajar.
Página

—No estoy pisando nada.


Sarah tomó su mano. Ella no sabía qué más podría hacer posiblemente.

—Fuera de mi… ¡Oh!

Hubo un grito, y luego alguien tropezó con fuerza en Sarah. Ella se


tambaleó hacia adelante, su mano libre balanceándose salvajemente para mantener
el equilibrio, pero fue en vano. Ella cayó, primero en el escalón, y luego en el duro
suelo, llevándose a Lord Hugh con ella.

Ella dejó escapar un grito cuando un ramalazo de dolor atravesó su tobillo.


Cálmate, se dijo, es solo la sorpresa. Era como darse con el pie. Dolía como el
demonio por un segundo, y entonces te dabas cuenta de que era la sorpresa más
que nada.

Así que ella contuvo la respiración y esperó a que el dolor disminuyera.

Este no lo hizo.
190
Página
Traducido por liebemale y Apolineah17

Corregido por Lizzie Wasserstein

P
or un momento, Hugh no había entendido todo lo que pasó.

No estaba del todo seguro de lo que había sucedido en el interior


del carruaje, pero momentos después de que Sarah puso su
cálida mano en la suya, ella dejó escapar un grito y se lanzó
hacia él.

Extendió los brazos para atraparla. Fue la cosa más natural del mundo, a
excepción de que era un hombre con una pierna arruinada, y los hombres con las
piernas arruinadas nunca deben olvidar que lo son.

La atrapó, o por lo menos pensaba que lo hizo, pero su pierna no podía


soportar su peso combinado, no cuando se amplificaba por la fuerza de la caída. No
tuvo tiempo para sentir el dolor; sus músculos simplemente se desplomaron, y su
pierna se dobló debajo de él.

Así que no importaba si él la agarró o no. Ambos cayeron al suelo, y por


un momento Hugh no pudo dar nada más que un grito ahogado. El impacto le
había sacado el aliento de su cuerpo, y su pierna…

Se mordió el interior de la mejilla. Duro. Era extraño como un dolor podía


disminuir la intensidad de otros. O al menos solía hacerlo. Esta vez no lo hizo.
Probó la sangre y todavía sentía la pierna atravesada por agujas.
191

Maldiciendo entre dientes, él se puso de manos y rodillas para poder llegar


Página

a Sarah, que estaba tirada en el suelo junto a él.


—¿Está bien? —preguntó con urgencia.

Ella asintió con la cabeza, pero fue seco, y sin importancia lo que decía que
no, que no se encontraba bien.

—¿Es su pierna?

—Mi tobillo —gimió.

Hugh se arrodilló a su lado, su pierna gritando en agonía al ser doblada de


vuelta. Él tendría que meter a Sarah en la Rose and Crown, pero primero debía
comprobar si se había roto el hueso.

—¿Puedo? —dijo, sus manos flotando cerca de su pie.

Ella asintió con la cabeza, pero antes de que pudiera tocarla, estaban
rodeados. Harriet había saltado del carruaje, y luego Lady Pleinsworth salió
corriendo de la posada, y Dios sabe quién más presionaba, y lo empuja hacia afuera.
Finalmente Hugh apenas arrastró sus pies y retrocedió, apoyándose pesadamente
en su bastón.

El músculo de su muslo se sintió como si alguien le hubiera clavado un


cuchillo ardiendo, pero, aun así, era una especie conocida de dolor. Él no se había
hecho nada nuevo en la pierna, parecía decirle; solo acababa de empujarla hasta el
límite.

Dos caballeros llegaron a la escena, los primos de Sarah, pensó, y luego


Daniel estaba allí, empujándolos.

Haciéndose cargo.

Hugh observó mientras él miraba el tobillo, y luego vio como Sarah puso
sus brazos alrededor de su cuello.

Y aun así vio como Daniel se extendió por la multitud y la llevó a la posada.
192

Hugh nunca sería capaz de hacer eso. Olvida de la equitación, olvida el


Página

baile, y la caza, y todas esas cosas que le entristecían desde que una bala había
destrozado el muslo. Ninguna tenía más importancia.
Él nunca tendría una mujer en sus brazos y la cargaría.

Nunca se había sentido menos hombre.

Posada The Rose and Crown

Una hora más tarde

—¿Cuántos?

Hugh levantó la vista justo cuando Daniel se deslizó en el taburete a su


lado en el bar de la posada.

—¿Cuántas tragos? —aclaró Daniel.

Hugh tomó un trago de su cerveza, y luego otro, porque eso era lo que
hacía falta para terminar el tarro.

—No los suficientes.

—¿Estás borracho?

—Lamentablemente, no. —Hugh señaló al tabernero por otro.

El posadero lo miró.

—¿Uno para usted, también, milord?

Daniel negó con la cabeza.


193

—Té, si puede. Todavía es temprano.


Página

Hugh sonrió.
—Todo el mundo está en el comedor —le dijo Daniel.

Todos los doscientos de nosotros, casi dijo Hugh, pero entonces recordó
que se estaban separando en las posadas para el almuerzo. Supuso que debería estar
agradecido por los pequeños favores. Solo una quinta parte de los huéspedes habría
visto su humillación.

—¿Quieres unirte a nosotros? —preguntó Daniel.

Hugh lo miró.

—No lo creo.

El posadero puso otro tarro de cerveza delante de Hugh.

—El té estará listo pronto, milord.

Hugh levantó el tarro a sus labios y bebió un tercio de un solo trago. No


había suficiente alcohol en la cosa. Le estaba tomando demasiado tiempo aplastar
a su cerebro en la nada.

—¿Se lo rompió? —preguntó. Él no tenía la intención de hacer preguntas,


pero esto lo tenía que saber.

—No —dijo Daniel—, pero es un esguince desagradable. Está hinchado, y


ella tiene un buen montón de dolor.

Hugh asintió. Sabía todo acerca de eso.

—¿Puede viajar?

—Creo que sí. Vamos a tener que ponerla en un carruaje diferente. Tendrá
que levantar la pierna.

Hugh tomó otro largo trago.

—No vi qué pasó —dijo Daniel.


194

Hugh se quedó inmóvil. Poco a poco, se volvió hacia su amigo.


Página

—¿Qué me estás preguntando?


—Solo qué pasó —dijo Daniel, torciendo la boca con incredulidad ante la
reacción exagerada de Hugh.

—Ella se cayó del carruaje. No pude atraparla.

Daniel lo miró fijamente durante unos segundos y luego dijo:

—Oh, por el amor de Dios, no te estás echando la culpa a ti mismo,


¿verdad?

Hugh no respondió.

Una de las manos de Daniel onduló exponiendo la pregunta.

—¿Cómo podrías haberla atrapado?

Hugh se agarró al borde de la barra.

—Maldita sea —murmuró Daniel—. No siempre se trata de tu pierna.


Probablemente yo habría errado también.

—No —escupió Hugh—. No habrías errado.

Daniel estuvo en silencio por un momento y luego dijo:

—Sus hermanas se peleaban. Al parecer, una de ellas chocó contra ella en


el interior del carruaje. Por eso se cayó.

No importaba realmente por qué se cayó, pensó Hugh, y tomó otro trago.

—Así que fue realmente más como si ella fuera lanzada.

Hugh puso su atención en su trago durante el tiempo suficiente para


gruñir:

—¿Tienes un punto?

—Debe de haber salido del carruaje con una fuerza considerable —dijo
195

Daniel, y Hugh suponía que estaba hablando con una voz paciente. Pero Hugh no
Página

estaba de humor para darle puntos por la paciencia. Él estaba de humor para beber,
y sentir lástima de sí mismo, y golpear la cabeza de todo el que era tan estúpido
como para acercársele. Terminó su cerveza, golpeó el tarro en la mesa y pidió otro.
El posadero se apresuró a obedecer.

—¿Estás seguro que quieres beber eso? —preguntó Daniel.

—Absolutamente.

—Creo recordar —dijo Daniel en una voz terriblemente tranquila—, una


vez que me dijiste que no bebías hasta la noche.

¿Acaso Daniel creía que Hugh lo había olvidado? ¿Acaso creía que Hugh
se habría sentado aquí y bebido pinta tras pinta de mala cerveza si no hubiera
alguna otra manera de matar el dolor? No era solo su pierna en este momento.
Maldita sea, ¿cómo se suponía que iba a ser un hombre, cuando su maldita pierna
no podía soportarlo?

Hugh sintió su corazón acelerarse con furia, y oyó su respiración salir


entrecortada, con resoplidos enojados. Había un centenar de cosas diferentes que
podría haberle dicho a Daniel en ese momento, pero solo una expresaba realmente
lo que sentía.

—Vete a la mierda.

Hubo un largo silencio, y luego Daniel bajó del taburete:

—No estás en buen estado para montar el resto del día en un carruaje con
mis primas más jóvenes.

Hugh frunció los labios—. ¿Por qué demonios te crees que estoy bebiendo?

—Voy a fingir que no dijiste eso —dijo Daniel en voz baja—, y te sugiero
que cuando estés sobrio hagas lo mismo. —Se acercó a la puerta—. Nos vamos en
una hora. Voy a tener a alguien informándote que carruaje es posible montar.

—Déjame —dijo Hugh. ¿Por qué no? No necesitaba estar en Whipple Hill
196

de inmediato. Podía malditamente bien hospedarse en eRose and Crown el resto


de la semana.
Página

Daniel sonrió sin humor.


—Te gustaría eso, ¿no es cierto?

Hugh se encogió de hombros, tratando de ser insolente. Pero todo lo que


hizo fue quedarse fuera de balance, y casi se deslizó fuera de su taburete.

—Una hora —dijo Daniel, y él se alejó.

Hugh se dejó caer sobre su bebida, pero sabía que en una hora, él estaría
de pie en frente de Rose and Crown, preparándose para la siguiente etapa del viaje.
Si alguien más, quien fuera en absoluto, hubiera estado delante de él y le hubiera
ordenado que estuviera listo en una hora, se habría marchado de la posada y nunca
vuelto.

Pero no a Daniel Smythe-Smith. Y sospechaba que Daniel lo sabía.

Whipple Hill

nr. Thatcham

Berkshire

Seis días después

El trayecto hasta Whipple Hill había sido poco menos que miserable, pero
ahora que estaba aquí, se le ocurrió a Sarah que tal vez había tenido la suerte de
haber pasado sus primeros tres días con un tobillo hinchado en el carruaje
Pleinsworth. El viaje podría haber tenido baches y dar sacudidas, pero al menos
había tenido una razón lógica para permanecer fuera de sus pies. Más al punto,
todos los demás se habían quedado atascados en un solo lugar en sus traseros,
197

también.
Página

Ya no.
Daniel determinó que la semana previa a su boda debía ser de leyenda, y
había planeado toda clase de entretenimientos y diversión. Habría salidas y
charadas y baile y una caza y al menos otros doce pasatiempos maravillosos que se
revelarían como fuera necesario. Sarah no le había sugerido que ofreciera dar
lecciones de malabares en el césped. Lo cual, por cierto, ella sabía que podía hacer.
Había aprendido cuando tenía doce años y una feria itinerante había pasado a
través de la ciudad.

Sarah pasó su primer día completo en la residencia atrapada en la


habitación que compartía con Harriet con el pie apoyado en almohadas. Sus otras
hermanas habían venido a visitarla, al igual que Iris y Daisy, pero Honoria estaba
todavía en Fensmore, disfrutando de unos días de privacidad con su nuevo marido
antes de viajar. Y mientras Sarah apreciaba a sus parientes por venir a entretenerla,
ella no estaba muy cautivada por sus faltas de aliento por todos los eventos
increíblemente fabulosos tomando lugar fuera de la puerta de su dormitorio.

Su segundo día en Whipple Hill pasó casi de la misma manera, excepto que
Harriet se compadeció de ella y le prometió a leerle los cinco actos de Henry VIII
y el Unicornio de la Muerte, que había cambiado de nombre recientemente a La
Pastora, el Unicornio, y Henry VIII. Sarah no podía entender por qué; no había
ninguna mención de una pastora en cualquier lugar. Había dado cabeceadas
durante unos pocos minutos. Seguramente ella no se podría haber perdido un
personaje bastante fundamental como para merecer una mención en el título de la
obra.

El tercer día fue el peor. Daisy llevó su violín.

Y Daisy no conocía piezas cortas.

Así que cuando Sarah se despertó en su cuarto día en Whipple Hill, se juró
a sí misma que descendería la escalera de honor y se uniría al resto de la
humanidad, o moriría en el intento.
198

Ella, en realidad, lo juró. Y ella debe haberlo hecho con gran convicción
Página

porque la doncella palideció y se santiguó.


Pero eso solo sirvió, para descubrir que la mitad de las mujeres habían
partido hacia el pueblo. Y la otra mitad estaban a punto de hacerlo.

Los hombres planeaban cazar.

Habría sido bastante humillante llegar en el desayuno en los brazos de un


lacayo (ella no había especificado cómo iba a descender la escalera de honor), así
que tan pronto como todos los demás invitados se hubieran marchado, se puso de
pie y dio un cauteloso paso. Podía poner un poco de peso en el tobillo mientras
tuviera cuidado.

Y se apoyó contra la pared.

Tal vez ella iría a la biblioteca. Ella podía encontrar un libro, sentarse, leer.
No había necesidad de usar sus pies para nada. La biblioteca no estaba tan lejos.

Ella dio un paso más.

No era completamente a través de la casa.

Ella gimió. ¿A quién trataba de engañar? A este paso le iba a llevar la mitad
del día llegar a la biblioteca.

Lo que necesitaba era un bastón.

Ella se detuvo. Esto le hizo pensar en Lord Hugh. No lo había visto en casi
una semana. Supuso que no debería haber encontrado esto extraño; solo eran dos
de las más de cien personas que habían hecho el viaje desde Fensmore a Whipple
Hill. Y ni que decir que no vendría a visitarla mientras convalecía en su dormitorio.

Aun así, ella había estado pensando en él. Cuando estaba en la cama con el
pie en las almohadas, se preguntó cuánto tiempo había tenido que hacer lo mismo.
Cuando ella se levantó en medio de la noche y se arrastró hasta el orinal, había
empezado a dudar. . . y entonces maldijo a la injusticia biológica de todo. Un
hombre no habría tenido que arrastrarse hasta el orinal, ahora, ¿verdad?
199

Probablemente podría utilizar la maldita cosa en la cama.


Página

No es que ella se imaginara a Lord Hugh en la cama.


O utilizando un orinal, para el caso.

Pero aun así, ¿cómo lo había hecho? ¿Cómo él todavía lo hacía ¿Cómo logró
las tareas cotidianas de la vida sin querer tirarse el cabello y gritar a los cielos?
Sarah odiaba ser tan dependiente de los demás. Esta misma mañana había tenido
que pedir una doncella que encontrara a su madre, que había entonces decidido
que un lacayo era la persona correcta para cargarla y que fuera a desayunar.

Todo lo que quería era ir a un lugar en sus propios pies. Sin informar a
nadie de sus planes. Y si tenía que sufrir un dolor punzante cada vez que ponía el
peso sobre el pie, entonces que así sea. Valía la pena solo para salir de su habitación.

Pero volviendo a Lord Hugh. Ella sabía que su pierna le molestaba después
de mucho uso, ¿pero sentía dolor cada vez que daba un paso? ¿Cómo era posible
que ella no le hubiera preguntado esto? Habían caminado juntos, ciertamente no
grandes distancias, pero aun así, ella debería haber sabido si tenía dolor. Ella
debería haber preguntado.

Cojeó un poco más lejos por el pasillo, y finalmente se rindió y se sentó en


una silla. Alguien aparecería en algún momento. Una doncella... un lacayo... Era
una casa ocupada.

Se sentó, tocando una melodía en su pierna con las manos. Su madre


tendría un ataque si la viera así. Una dama estaba destinada a quedarse quieta. Una
mujer debe hablar en voz baja y reír musicalmente y hacer todo tipo de cosas que
nunca habían llegado naturalmente a Sarah. Era notable, de verdad, que amara a
su madre tan bien. En cualquier caso, deberían haber querido matarse la una a la
otra.

Después de unos minutos Sarah oyó que alguien se movía alrededor de la


esquina. ¿Debía llamar? Ella necesitaba ayuda, pero…

—¿Lady Sarah?
200

Era él. No sabía por qué estaba tan sorprendida. O complacida. Pero lo
Página

estaba. Su última conversación había sido horrible, pero cuando vio a Lord Hugh
Prentice acercándose a ella por el pasillo, ella estaba tan feliz de verlo que era
asombroso.

Él llegó a su lado, y luego miró hacia arriba y abajo del pasillo.

—¿Qué está haciendo aquí?

—Descansar, me temo. —Extendió su pie hacia fuera unos centímetros o


menos—. Mis ambiciones superaron mis habilidades.

—Usted no debe estar en pie.

—Pasé tres días prácticamente atada a mi cama.

¿Era su imaginación o él de repente parecía un tanto incómodo?

Ella siguió hablando.

—Y tres más antes de que quedara atrapada con…

—Como todos lo hicimos.

Presionó sus labios juntos malhumoradamente.

—Sí, pero el resto de ustedes fueron capaces de salir y caminar.

—O cojear —dijo él secamente.

Sus ojos se movieron rápidamente hacia su rostro, pero cualquier emoción


que él escondía detrás de sus ojos, no pudo interpretarla.

—Le debo una disculpa —dijo con rigidez.

Ella parpadeó.

—¿Por qué?

—La dejé caer.


201

Lo miró por un momento, completamente sorprendida de que él pudiera


Página

culparse a sí mismo por lo que obviamente fue un accidente.


—No sea ridículo —le aseguró—. Me hubiera caído sin importar qué.
Elizabeth estaba pisando el dobladillo de Frances, y Frances estaba tironeando, y
luego Elizabeth movió su pie y… —Agitó una mano—. Bueno. No se preocupe. De
alguna manera fue Harriet quien se cayó encima de mí. Si solo hubiera sido
Frances, me atrevo a decir que podría haber sido capaz de recuperar el equilibrio.

Él no dijo nada, y aun así ella se encontró incapaz de interpretar su


expresión.

—Fue en el último escalón, sabe. —Se oyó decir—. Fue entonces cuando
me lastimé el tobillo. No cuando aterricé. —No tenía ni idea de por qué esto podría
hacer una diferencia, pero nunca había sido talentosa censurando sus palabras
cuando estaba nerviosa.

»También le debo una disculpa —añadió con voz entrecortada.

Él la miró con cara de interrogación.

Tragó saliva.

—Fui muy desagradable con usted en el carruaje.

Él empezó a decir algo, probablemente “No sea tonta”, pero ella lo


interrumpió.

—Yo exageré. Fue muy… vergonzosa la actuación de Harriet. Y solo


quiero que sepa que estoy segura de que habría actuado de la misma manera con
cualquiera. Así que en realidad, no debería sentirte insultado. Por lo menos, no
personalmente.

Buen Dios, estaba balbuceando. Nunca había sido buena con las disculpas.
La mayoría de las veces simplemente se negaba a darlas.

—¿Se va a unir a los caballeros para la caza? —soltó.


202

La comisura de su boca se tensó y sus cejas se elevaron en una expresión


irónica mientras decía:
Página

—No puedo.
—Oh. Oh. —Tonta estúpida, ¿qué había estado pensando? —. Lo siento
—dijo—. Eso fue terriblemente insensible de mi parte.

—No tiene que darle vueltas al asunto, Lady Sarah. Soy cojo. Es un hecho.
Y esto ciertamente no es tu culpa.

Ella asintió.

—Aun así lo siento.

Por un simple segundo él pareció inseguro de qué hacer, entonces, con una
voz tranquila, dijo:

—Disculpa aceptada.

—Sin embargo, no me gusta esa palabra —dijo ella.

Las cejas de él se elevaron.

—Cojo. —Ella arrugó la nariz—. Eso le hace sonar como un caballo.

—¿Tiene una alternativa?

—No. Pero no es mi trabajo resolver los problemas del mundo,


simplemente exponerlos.

Él la miró fijamente.

—Bromeo.

Y entonces, finalmente, él sonrió.

—Bueno —dijo ella—, supongo que solo bromeo un poco. No tengo una
mejor palabra para ello, y probablemente no puedo resolver los problemas del
mundo, aunque para ser justos, nadie me ha dado la oportunidad para hacerlo.
—Levantó la mirada con los ojos entornados con astucia, casi desafiándolo a hacer
un comentario.
203

Para su gran sorpresa, él simplemente se limitó a reír.


Página
—Dígame, Lady Sarah, ¿qué planea hacer esta mañana? De alguna manera
dudo que su intención sea sentarse en la sala durante todo el día.

—Pensé que podría leer en la biblioteca —admitió—. Es tonto, lo sé, ya


que es lo que he estado haciendo en mi habitación estos últimos días, pero me estoy
desesperando de no estar en ningún otro lugar más que en mi dormitorio. Creo que
me gustaría ir a leer dentro de un armario solo por el cambio de escenario.

—Sería un interesante cambio de escenario —dijo él.

—Oscuro —estuvo de acuerdo.

—Lanudo.

Ella presionó los labios juntos en lo que resultó ser un intento fallido para
contener la risa.

—¿Lanudo? —repitió.

—Eso es lo que encontraría en mi armario.

—Me encuentro alarmada por una visión de ovejas. —Hizo una pausa y
luego una mueca—. Y por lo que Harriet podría hacer con tal escena en una de sus
obras.

Él levantó la mano.

—Vamos a cambiar de tema.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado, después se dio cuenta de que estaba
sonriendo coquetamente. Así que dejó de sonreír. Pero aun así se sentía
inexplicablemente coqueta.

Entonces sonrió de nuevo, porque le gustaba sonreír, y le gustaba sentirse


coqueta, y sobre todo porque sabía que él sabría que en realidad no estaba
coqueteando con él. Porque no lo estaba. Simplemente se sentía coqueta. Era el
204

resultado de haber estado encerrada en esa habitación durante tanto tiempo con
Página

nadie más que sus hermanas y primas.


—Estaba de camino a la biblioteca —dijo él.

—Sí.

—Y se desvió hacia…

—El desayunador.

—No llegó muy lejos.

—No —admitió ella—, no lo hice.

—¿Tal vez se le ocurrió —preguntó él en tono cuidadoso—, que no debería


estar caminando sobre ese pie?

—Sí, como una cuestión de hecho.

Él arqueó una ceja.

—¿Orgullo?

Ella le dio un abatido asentimiento en confirmación.

—Demasiado lejos de ello.

—¿Qué deberíamos hacer ahora?

Miró su traidor tobillo.

—Supongo que tengo que encontrar a alguien para que me lleve allí.

Hubo una larga pausa, el tiempo suficiente para que ella levantara la vista.
Pero él se había dado la vuelta, así que lo único que vio fue su perfil. Finalmente,
él se aclaró la garganta y preguntó:

—¿Le gustaría que le prestara mi bastón?

Sus labios se abrieron en sorpresa.


205

—Pero, ¿no lo necesita?


Página
—No para distancias cortas. Ayuda —dijo antes de que ella pudiera señalar
que nunca lo había visto sin él—, pero no es estrictamente necesario.

Estaba a punto de aceptar su sugerencia; incluso se estiró para tomar el


bastón, pero luego se detuvo, porque él era el tipo de hombre que haría algo
estúpido en nombre de la caballerosidad.

—Puede caminar sin el bastón —le dijo, mirándolo directamente a los


ojos—, ¿pero eso significa que su pierna dolerá más tarde?

Él se quedó muy quieto y luego dijo:

—Probablemente.

—Gracias por no mentirme.

—Casi lo hice —admitió.

Ella se permitió una pequeña sonrisa.

—Lo sé.

—Tiene que tomarlo ahora, sabe. —Agarró la parte de en medio del bastón
y se lo ofreció para que el mango estuviera a su alcance—. Mi honestidad no
debería quedar sin recompensa.

Sarah sabía que no debería permitir que él hiciera esto. Él podría querer
ayudarla ahora, pero después de ese día, su pierna le dolería. Innecesariamente.

Pero de alguna manera sabía que negarse le causaría mucho más dolor que
cualquier otro que su pierna pudiera darle más tarde ese día. Él necesitaba ayudarla,
se dio cuenta.

Necesitaba ayudarla mucho más de lo que ella necesitaba la ayuda.

Por un momento, casi no podía hablar.


206

—¿Lady Sarah?
Página
Ella levantó la mirada. Él la estaba mirando con una expresión curiosa, y
sus ojos… ¿Cómo era posible que sus ojos se hicieran hermosamente más grandes
cada vez que lo miraba? Él no estaba sonriendo; la verdad era que no sonreía a
menudo. Pero ella lo vio en sus ojos. Un destello de calidez, de felicidad.

No había estado allí ese primer día en Fensmore.

Y le sorprendió en sus propios dedos del pie lo mucho que quería que
nunca se fuera.

—Gracias —dijo decisivamente, pero en vez de agarrar el bastón, alcanzó


su mano—. ¿Me ayuda a levantarme?

Ninguno llevaba guantes, y la repentina explosión de calidez en su piel la


hizo temblar. La mano de él se envolvió firmemente alrededor de la suya, y con un
pequeño tirón, se encontró de pie. O en un pie, en realidad. Se balanceaba en su
pie bueno.

—Gracias —dijo ella de nuevo, de alguna manera alarmada por cómo


sonaba sin aliento.

Sin decir palabra, él le entregó el bastón, y ella lo tomó, curvando los dedos
alrededor del liso mango. Se sentía casi íntimo, sostener este objeto que
prácticamente se había convertido en una extensión de su cuerpo.

—Es un poco alto para usted —dijo.

—Puedo hacerlo. —Probó dar un paso.

—No, no —dijo él—, necesita apoyarse en él un poco más. Así. —Dio un


paso detrás de ella y puso su mano sobre la suya en el mango del bastón.

Sarah dejó de respirar. Él estaba tan cerca que podía sentir su aliento, cálido
y cosquilloso en la punta de su oreja.
207

—¿Sarah? —murmuró él.


Página

Ella asintió, necesitando un momento para encontrar su voz de nuevo.


—Cre-creo que ahora lo tengo.

Él se apartó y por un momento todo lo que pudo sentir fue la pérdida de su


presencia. Fue sorprendente, desconcertante y…

Y frío.

—¿Sarah?

Se sacudió de su extraño ensimismamiento.

—Lo siento —murmuró—. Estaba distraída.

Él sonrió. O tal vez era una sonrisa de suficiencia. Una amistosa, pero aun
así presuntuosa.

—¿Qué pasa? —Nunca lo había visto sonreír así.

—Solo me estaba preguntando dónde estaba el armario.

Le tomó un momento, estaba segura de que lo habría captado al instante si


no hubiera estado tan aturdida, y entonces sonrió. Y luego:

—Me llamaste Sarah.

Él hizo una pausa.

—Así es, lo hice. Me disculpo. Fue de manera inconsciente.

—No —dijo ella rápidamente, saltando sus últimas palabras—. Está bien.
Me gusta, creo.

—¿Crees?

—Sí —dijo con firmeza—. Somos amigos ahora, creo.

—Crees. —Esta vez él definitivamente estaba sonriendo.


208

Ella le lanzó una mirada sarcástica.


Página

—No podías resistirte, ¿verdad?


—No —murmuró—. Creo que no.

—Eso fue tan horrible que casi fue bueno —le dijo.

—Y eso fue tan insultante que casi se sintió como un cumplido.

Ella sintió que sus labios se apretaban en las esquinas. Estaba tratando de
no sonreír; era una batalla de ingenio, y de alguna forma sabía que si se reía, habría
perdido. Pero al mismo tiempo, perder no era una perspectiva tan terrible. No en
esto.

—Vamos —dijo con fingida severidad—. Vamos a verte caminar hacia la


biblioteca.

Y así lo hizo. No fue fácil ni poco doloroso, la verdad no debería haberse


levantado todavía, pero lo hizo.

—Lo estás haciendo muy bien —dijo él mientras se acercaban a su destino.

—Gracias —dijo, ridículamente complacida por su felicitación—. Es


maravilloso. Tal independencia. Era horrible tener que depender de alguien para
que me llevara. —Lo miró por encima de su hombro—. ¿Así es como te sientes?

Los labios de él se curvaron en una expresión irónica.

—No exactamente.

—¿En serio? Porque… —Su garganta casi se cerró—. No importa. —Qué


idiota era. Por supuesto que no se había sentido igual para él. Ella estaba usando el
bastón para pasar el día. Él nunca estaría sin él.

A partir de ese momento ya no se preguntó por qué él no sonreía muy a


menudo. En cambio, se maravilló de que alguna vez lo hiciera.
209
Página
Traducido por Jadasa Youngblood y karliie_j

Corregido por Lizzie Wasserstein

El salón azul

Whipple Hill

Ocho en punto de la tarde

C
uando iba a compromisos sociales, Hugh no sabía qué era peor:
estar temprano y agotarse a sí mismo teniendo que levantarse cada
vez que aparecía una dama, o llegar tarde, solo para ser el centro
de atención, mientras entraba cojeando en la habitación. Esta tarde, sin embargo,
su lesión había tomado la decisión por él.

No había mentido cuando le dijo a Sarah que su pierna probablemente le


dolería más tarde. Pero se alegró de que ella hubiera tomado el bastón. Era, pensó
con una sorprendente falta de amargura, lo más cerca que iba a llegar a sus brazos
y llevarle a salvo.

Patético, pero un hombre tenía que tomar sus triunfos donde pudiera.

En el momento en que entró en el gran salón de Whipple Hill, la mayoría


de los demás invitados ya estaban presentes. Cerca de setenta personas, si calculaba
correctamente a la multitud. Más de la mitad de la llamada caravana estaba siendo
210

hospedada en posadas cercanas, durante el día se divertían en la casa, pero por la


noche se iban.
Página
No se molestó en fingir que estaba buscando a nadie más que a Sarah en el
momento en que cojeó por la puerta. Habían pasado gran parte del día en tranquilo
compañerismo en la biblioteca, ocasionalmente conversaban, pero más a menudo
simplemente leían. Ella le exigió que le demostrara su genialidad matemática
(palabras de ella, no suyas), y obedeció. Siempre odió “actuar” bajo exigencias, pero
Sarah lo observó y escuchó con tan obvio deleite y asombro que no fue capaz de
sentir su incomodidad habitual.

Se dio cuenta de que la había juzgado mal. Sí, era demasiado dramática y
dada a grandes pronunciamientos, pero no era la superficial debutante que hace
tiempo pensó que era. También estaba llegando a darse cuenta de que su anterior
antipatía hacia él, no era del todo infundada. La perjudicó, involuntariamente, pero
así fue. Era un hecho que hubiera tenido esa primera temporada en Londres, si no
fuera por su duelo con Daniel.

Hugh no iría tan lejos como para estar de acuerdo con que arruinó su vida,
pero ahora que la conocía mejor, no parecía probable que Lady Sarah Pleinsworth
pudiera haber atrapado a uno de los ahora legendarios catorce caballeros.

No podía, sin embargo, obligarse a arrepentirse de esto.

Cuando la encontró, fue su risa, en realidad, lo que le atrajo hacia ella, se


encontraba sentada sobre una silla en el medio de la habitación con su pie apoyado
en una pequeña otomana. Una de sus primas estaba con ella, la pálida. Iris, era su
nombre. Ella y Sarah parecían tener una relación extraña, un poco competitiva.
Hugh nunca sería tan osado como para pensar que entendía más de tres cosas sobre
las mujeres (y probablemente ni siquiera esas), pero era claro para él que las dos
sostenían conversaciones completas con nada más que ojos entrecerrados e
inclinaciones de cabeza.

Pero por ahora, parecían estar teniendo un feliz momento, por lo que se
abrió paso y dio una respetuosa reverencia.
211

—Lady Sarah —dijo—. Señorita Smythe—Smith.


Página

Ambas mujeres le sonrieron y le dieron la bienvenida en respuesta.


—¿No se uniría a nosotras? —dijo Sarah.

Se sentó en la silla a la izquierda de Sarah, teniendo la oportunidad de


extender su pierna delante de él. Generalmente trataba de no llamar la atención
sobre sí mismo al hacer esto en público, pero ella lo sabía, aquello sería más cómodo
de esta manera, y más al punto, sabía que no sería tímida sobre decirle cómo debía
sentarse.

—¿Cómo está sintiéndose su tobillo esta noche? —le preguntó.

—Muy bien —respondió ella, luego arrugó su nariz—. No, eso es una
mentira. Es bastante espantoso.

Iris se rio entre dientes.

—Bien, lo que sea —dijo Sarah con un suspiro—. Creo que me esforcé
demasiado esta mañana.

—Pensé que pasaste la mañana en la biblioteca —dijo Iris.

—Lo hice —le dijo Sarah—. Pero Lord Hugh muy amablemente me prestó
su bastón. Caminé todo el camino a través de la casa por mí misma. —Frunció el
ceño hacia su pie—. A pesar de que después de eso no hice absolutamente nada
con él. No estoy segura de por qué está siendo tan malo.

—Este tipo de lesión necesita tiempo para sanar —dijo Hugh—. Podría
haber sido más que un simple esguince.

Ella hizo una mueca.

—Hizo un sonido espantoso cuando me torcí sobre el escalón. Más bien


como algo partiéndose en dos.

—Oh, eso es espantoso —dijo Iris con un temblor—. ¿Por qué no dijiste
nada?
212

Sarah se encogió de hombros, y Hugh dijo:


Página
—Me temo que esa no es una buena señal. Desde luego no es nada
permanente, pero sí indica que la lesión puede ser más profunda de lo que
pensamos en un principio.

Sarah dejó escapar un dramático suspiro.

—Supongo que tendré que aprender a conceder audiencias en recamara


como una Reina Francesa.

Iris miró a Hugh.

—Se lo advierto, está hablando en serio.

No lo dudó.

—O —continuo Sarah, sus ojos adquirieron un brillo peligroso—, podría


tener a alguien organizando una litera para llevarme alrededor.

Hugh se rio entre dientes ante su extravagancia. Era justo el tipo de cosas
que hace tan solo una semana le habría hecho rechinar los dientes. Pero ahora que
la conocía mejor, no podía evitar sentirse entretenido. Tenía una manera muy
única de manipular a la gente a su gusto. Lo que había querido decir cuando dijo
antes: que era un talento.

—¿Te daremos de comer uvas de un cáliz dorado? —bromeó Iris.

—Pero, por supuesto —respondió Sarah, sosteniendo su expresión altanera


durante unos dos segundos antes de que rompiera en una sonrisa.

Entonces todos se rieron, lo cual probablemente era la razón de que


ninguno de ellos vio a Daisy Smythe-Smith hasta que estuvo prácticamente sobre
ellos.

—Sarah —dijo bastante informal—, ¿puedo hablar contigo?

Hugh se puso en pie. Aún no había tenido la oportunidad de hablar con


213

esta particular Smythe-Smith. Se veía joven, todavía en las aulas de clases, pero lo
Página

suficientemente mayor como para bajar a cenar en un evento familiar.


—Daisy —dijo Sarah a modo de saludo—. Buenas noches. ¿Has sido
presentada a Lord Hugh Prentice? Lord Hugh, ésta es la señorita Daisy Smythe-
Smith. Es la hermana de Iris.

Por supuesto. Había oído hablar de esta familia. El ramillete Smythe-


Smith, una vez alguien las llamó así. No podía recordar todos sus nombres. Daisy,
Iris, probablemente, una Rosehip y Marigold. Sinceramente esperaba que ninguna
fuera llamada Crocus.

Daisy hizo una reverencia rápida, pero claramente no tenía interés en él,
ya que inmediatamente giró su cabeza rizada y rubia de nuevo hacia Sarah.

—Dado que no puedes bailar esta noche —dijo bruscamente—, mi madre


decidió que tocáramos.

Sarah se puso pálida, y Hugh de repente recordó esa primera noche en


Fensmore, cuando comenzó a contarle algo sobre las veladas musicales de su
familia. Fue interrumpida antes de que pudiera terminar. Nunca se enteró de lo
que le iba a decir.

—Iris no será capaz de unirse a nosotros —continuó Daisy, inconsciente


de la reacción de Sarah—. No tenemos violonchelo, y lady Edith no fue invitada
a esta boda, no es que eso nos habría servido de algo para bien —dijo con un
resoplido ofendido—. Fue muy cruel por su parte no prestarnos su violonchelo en
Fensmore.

Hugh observó cómo Sarah le lanzó una mirada desesperada a Iris. Iris, él
se dio cuenta, respondió con nada más que compasión. Y horror.

—Pero el pianoforte está perfectamente afinado —dijo Daisy—, y por


supuesto que me traje mi violín, así que haremos un dueto.

Iris le regreso a Sarah una de sus expresiones. Estaban teniendo otra de esas
conversaciones silenciosas, Hugh pensó, intraducible; para cualquier persona del
214

sexo masculino.
Página

Daisy continúo:
—La única pregunta es qué tocaremos. Propongo el Cuarteto no. 1 de
Mozart, ya que no tenemos tiempo para practicar. —Se giró hacia Hugh—. Lo
presentamos a principios de este año.

Sarah hizo un sonido ahogado.

—Pero…

Pero Daisy no admitía interrupciones.

—¿Supongo que recuerdas tu parte?

—¡No! No lo hago. Daisy, yo…

—Me doy cuenta —continuó—, de que solo somos dos, pero no creo que
eso vaya a hacer diferencia.

—¿No? —preguntó Iris, viéndose ligeramente enferma.

Daisy le dio a su hermana una mirada fugaz. Una mirada fugaz, se dio
cuenta Hugh, que aun así se las arregló para impregnarse a sí mismo con un
asombroso grado de condescendencia y molestia.

—Simplemente seguiremos adelante sin el violonchelo y el segundo violín


—anunció.

—Tú tocas el segundo violín —dijo Sarah.

—No cuando hay solo un violinista —respondió Daisy.

—Eso no tiene ningún sentido —contribuyó Iris.

Daisy dejó escapar una bocanada de aire muy molesta.

—Incluso si toco la segunda parte, como lo hice la primavera pasada, aún


seguiría siendo la única violinista. —Esperaba una confirmación, entonces a pesar
de ello continuó de todas maneras—. Lo cual, por lo tanto, me hace el primer
215

violín.
Página

Incluso Hugh sabía que no funcionaba de esa manera.


—No puedes tener un segundo violín sin un primero —dijo Daisy
impacientemente—. Es numéricamente imposible.

Oh no, pensó Hugh, no va a traer los números a esto.

—Daisy, no puedo tocar esta noche —dijo Sarah, con una lenta y espantada
sacudida de su cabeza.

Daisy apretó sus labios.

—Tu madre dijo que lo harías.

—Mi madre…

—Lo que Lady Sarah quiere decir —interrumpió Hugh suavemente—, es


que ella ya me prometió la noche a mí.

Parecía que estaba desarrollando un gusto a jugar al héroe. Incluso con


damas, quienes no tenían once años y estaban locamente enamorada de unicornios.

Daisy lo miró como si estuviera hablando en otro idioma.

—No entiendo.

Por la expresión de la cara de Sarah, ella tampoco. Hugh ofreció su sonrisa


más suave y dijo:

—Yo, tampoco puedo bailar. Lady Sarah se ofreció a sentarse conmigo


durante toda la noche.

—Pero…

—Estoy seguro de que Lord Winstead hizo arreglos para la música de esta
noche —continuó Hugh.

—Pero…
216

—Y yo, rara vez tengo a alguien que me haga compañía en noches como
esta.
Página

—Pero…
Buen Dios la chica era persistente.

—Me temo que simplemente no puedo permitir que ella rompa su promesa
—dijo Hugh.

—Oh, nunca podría hacer eso —dijo Sarah, finalmente actuando su papel.
Le dio a Daisy un impotente encogimiento de hombros—. Es una promesa.

Daisy favorablemente se clavó a sí misma en el suelo, su rostro


retorciéndose mientras empezaba a hundirse en lo que había sido frustración
absoluta.

—Iris... —comenzó.

—No tocaré el pianoforte —prácticamente gritó Iris.

—¿Cómo sabías lo que iba a preguntar? —preguntó Daisy con un petulante


ceño fruncido.

—Has sido mi hermana desde que naciste —respondió Iris de forma


exasperante—. Por supuesto que sabía lo que ibas a preguntarme.

—Todas tuvimos que aprender a tocar —se quejó Daisy.

—Y entonces todas dejamos de tomar lecciones cuando empezamos con las


cuerdas.

—Lo que Iris está tratando de decir —dijo Sarah, con una pequeña mirada
hacia Hugh antes de firmemente girar hacia Daisy—, es que su talento en el
pianoforte nunca podría corresponderse al tuyo en el violín.

Iris dejó escapar un ruido que sospechosamente sonaba como un ahogo,


pero para cuando Hugh la miró, ella estaba diciendo:

—Es verdad, Daisy. Sabes que es verdad. Solo me avergonzaría a mí misma.


217

—Muy bien. —Daisy finalmente se rindió—. Supongo que simplemente


podría presentar algo por mí misma.
Página

—¡No! —gritaron a la vez, tanto Sarah como Iris.


Y realmente fue un grito. Suficientes personas giraron en su dirección, por
lo que Sarah se vio obligada a cubrir su cara con una sonrisa avergonzada y decir:

—Lo siento mucho.

—¿Por qué no? —preguntó Daisy—. Estoy feliz de hacerlo, y no faltan


solos de violín de los cuales elegir.

—Es muy difícil bailar con la música de un solo de violín —dijo


rápidamente Iris.

Hugh no tenía idea de si esto era verdad, pero desde luego no iba a
cuestionarlo.

—Supongo que tienes razón —dijo Daisy—. Realmente es malo. Después


de todo, esta es una boda de la familia, y sería mucho más especial tener a la familia
tocando la música.

No se trataba solo de que era una cosa desinteresada lo que dijo, era que
eso era completamente desinteresado, y cuando Hugh arriesgó una mirada hacia
Sarah e Iris, ambas tenían una expresión un tanto avergonzada en sus rostros.

—Habrá otras oportunidades —dijo Sarah, aunque no fue tan lejos como
para ofrecer algo específico.

—Quizás mañana —dijo Daisy con un pequeño suspiro.

Ni Sarah ni Iris dijeron una palabra. Hugh no estaba seguro de si incluso


respiraban.

La campana sonó para la cena, y Daisy salió. Mientas Hugh se ponía de pie,
Sarah dijo:

—Debería entrar con Iris. Daniel dijo que me llevaría. Debo decir que
estoy agradecida. —Arrugó su nariz—. Es muy extraño tener al lacayo haciéndolo.
218

Hugh empezó a decir que esperarían hasta que Daniel llegara, pero el
Página

hombre del momento tenía su impecable sincronización habitual, y Hugh apenas


le había ofrecido a Iris su brazo antes de que Daniel estuviera alzando a Sarah en
los suyos y llevándola al comedor.

—Si no fueran primos —dijo Iris en ese tono seco, que Hugh estaba
llegando a darse cuenta de que era únicamente suyo—, habría sido muy romántico.

Hugh la miró.

—Dije que si no fueran primos —protestó—. De todas maneras, él está tan


desesperadamente enamorado de la señorita Wynter que no se daría cuenta si todo
un harén desnudo cayera desde el techo.

—Oh, se daría cuenta —dijo Hugh, desde que se encontraba muy seguro
de que Iris estaba tratando de ser irritante—. Simplemente no haría nada al
respecto.

Mientras Hugh entraba en el comedor con la mujer equivocada en su


brazo, se le ocurrió que él, tampoco, haría nada al respecto.

Si un harén desnudo cayera del techo.

Más tarde esa noche

Después de la cena

—Te das cuenta —le dijo Sarah a Hugh—, que estás pegado a mi ahora
toda la noche.

Se encontraban sentados sobre el pasto, bajo las antorchas que de alguna


manera lograban transmitir la suficiente calidez para mantenerse afuera, siempre
219

y cuando uno tuviera un abrigo. Y una manta.


Página
No eran los únicos que se habían aprovechado del buen atardecer. Una
docena de sillas y divanes se colocaron sobre el pasto fuera del salón de baile, y en
un momento dado cerca de la mitad de ellos estaban llenos. Sin embargo, Sarah y
Hugh eran las únicas personas, que se habían ubicado permanente.

—Si incluso dejas mi lado —continuó Sarah—, Daisy me encontrará y me


arrastrará al pianoforte.

—¿Y eso sería muy terrible? —preguntó.

Le lanzó una mirada inmutable, entonces dijo:

—Me aseguraré de que te envíen una invitación para nuestra próxima


velada musical.

—Espero ansioso la misma.

—No —dijo—, no lo haces.

—Todo esto se siente muy misterioso —dijo, recostándose cómodamente


en su silla—. En mi experiencia, la mayoría de las jóvenes están ansiosas por
mostrar su talento con el pianoforte.

—Nosotras —dijo, haciendo una pausa para darle al pronombre la cantidad


justa de atención—, somos extraordinariamente terribles.

—No pueden ser tan malas —insistió—. Si lo fueran, no prepararían


veladas musicales anualmente.

—Esto supone lógica. —Hizo una mueca—. Y gusto. —Parecía que no


había razón para no ofrecer la verdad sin adornos. Él lo aprendería muy pronto, si
alguna vez se encontraba en Londres en el momento equivocado del año.

Hugh se rio entre dientes, y Sarah reclinó su cabeza, hacia el cielo, no


quería gastar ni un otro pensamiento sobre las abominables veladas musicales de
220

su familia. La noche era demasiado preciosa para eso.


Página

—Hay muchas estrellas —murmuró.


—¿Disfrutas de la astronomía?

—No realmente —admitió—, pero me gusta mirar las estrellas en una


noche clara.

—Esa ahí, es Andrómeda —dijo, señalando hacia una colección de estrellas


que personalmente Sarah pensaba que parecían una catapulta deformada más que
cualquier otra cosa.

—¿Qué sobre esa? —preguntó, haciendo un gesto hacia un garabato que se


veía como la letra W.

—Casiopea.

Movió su dedo un poco hacia la izquierda.

—¿Y esa?

—Nada, que yo sepa —admitió.

—¿Alguna vez las contaste todas? —preguntó.

—¿Las estrellas?

—Cuentas todo lo demás —bromeó.

—Las estrellas son infinitas. Ni siquiera yo puedo contar tanto.

—Por supuesto que sí —dijo, sintiéndose coqueta y traviesa, enrollando


todo junto.

—No podría ser más sencillo. Infinito menos uno, infinito, infinito más
uno.

La miró con una expresión que le decía que sabía estaba siendo ridícula a
sabiendas. Pero aun así, dijo:
221

—No funciona de esa manera.


Página

—Debería.
—Pero no es así. Infinito más uno sigue siendo infinito.

—Bueno, eso no tiene sentido —suspiró feliz, estirando su manta con más
fuerza a su alrededor. Le encantaba bailar, pero en verdad, no podía imaginar por
qué alguien elegiría permanecer en el salón de baile, cuando podría estar afuera,
sobre el pasto, observando los cielos.

—¡Sarah! ¡Y Hugh! ¡Qué encantadora sorpresa!

Sarah y Hugh intercambiaron una mirada mientras Daniel se dirigía hacia


ellos, su sonriente prometida lo seguía. Sarah aún no se había adaptado bastante al
inminente cambio de posición de la señorita Wynter, de institutriz de sus
hermanas a pronta-a-ser la Condesa de Winstead de su primo. No era que Sarah
estuviera siendo una snob al respecto, o al menos ella no creía que lo fuera.
Esperaba que no lo fuera. Le gustaba Anne. Y le gustaba como de feliz era Daniel
cuando estaba con ella.

Simplemente, todo era muy extraño.

—¿Dónde está Lady Danbury cuando la necesitamos? —dijo Hugh.

Sarah se giró hacia él con una sonrisa curiosa.

—¿Lady Danbury?

—Ciertamente, queremos decir algo sobre que esto no es completamente


una sorpresa.

—Oh, no lo sé —dijo Sarah con una pícara sonrisa—. Hasta donde sé, nadie
aquí es mi sobrino bisnieto.

—¿Han estado aquí toda la noche? —preguntó Daniel una vez que él y
Anne estuvieron cerca.

—De hecho sí —confirmó Hugh.


222

—¿No tienen demasiado frío? —preguntó Anne.


Página
—Estamos bien cubiertos —dijo Sarah—. Y sinceramente, si no puedo
bailar, estoy encantada de estar aquí afuera, al aire fresco.

—Ustedes dos hacen una pareja interesante esta tarde —dijo Daniel.

—Creo que esta es la esquina de los lisiados —contestó Hugh secamente.

—Deje de decir eso —lo regañó Sarah.

—Oh, lo lamento. —Hugh miró a Anne y Daniel—. Ella sanará, por


supuesto, por lo que ya no se podrá permitir estar entre nosotros.

Sarah se sentó derecha.

—Yo no me refería a eso. Bueno, sí, pero no completamente. —Y como


Daniel y Anne los observaban con confusión, ella explicó—: Esta es la tercera, no,
cuarta vez que él dice eso.

—¿La esquina de los lisiados? —repitió Hugh, e incluso bajo la luz de las
antorchas ella podía ver que él estaba sorprendido.

—Si no deja de decir eso, le juro que me iré.

Hugh levantó una ceja.

—¿No acaba de decir que estaré estancado con usted por el resto de la
tarde?

—Usted no debería decirse lisiado —dijo Sarah. Su voz creciendo con


pasión, pero ella era completamente incapaz de controlarlo—. Es una palabra
terrible.

Hugh, predeciblemente, solo era cuestión de tiempo que dijera:

—Aplica.

—No, no lo hace.
223

Él rio.
Página

—¿Va a compararme con un caballo otra vez?


—Esto es mucho más interesante que cualquier cosa que esté pasando
adentro —le dijo Daniel a Anne.

—No —dijo ella firmemente—. No lo es. Y ciertamente no es de nuestra


incumbencia—. Ella lo tomó del brazo, pero él estaba mirando a Sarah y a Hugh.

—Podría ser de nuestra incumbencia —dijo él.

Anne suspiró y puso los ojos en blanco.

—Eres tan chismoso. —Después ella dijo algo que Sarah no pudo escuchar,
y Daniel renuentemente le permitió que lo arrastrará lejos de ahí.

Sarah los miró irse, un poco confundida con el obvio deseo de Anne de
irse, ¿ella pensaba que ellos querían un poco de privacidad? Qué raro. Aun así, ella
aún no había terminado con esta conversación, por lo que se dio la vuelta y
enfrentó a Hugh.

—Si quieres, puedes llamarte a ti mismo cojo —dijo ella—, pero te prohíbo
que te digas lisiado.

Él la miró con sorpresa. Y, quizá, asombro.

—¿Me lo prohíbes?

—Sí, lo hago. —Ella tragó, incomoda con el flujo de emociones que la


estaba recorriendo. Por primera vez esta tarde, ellos estaban completamente solos
en el césped, y ella sabía que si permitía que su voz bajara hasta su registro más
silencioso, el aún podría escucharla—. No me gusta cojo tampoco, pero al menos
es un adjetivo. Si te dices a ti mismo lisiado, es como si dijeras que eso es todo lo
que eres.

Él la miró por un largo momento antes de ponerse de pie y cruzar la


pequeña distancia hacia su silla. Él se inclinó, y después, tan despacio que ella no
estaba segura si realmente lo había oído, él dijo:
224

—Lady Sarah Pleinsworth, ¿me permite este baile?


Página

Hugh no estaba preparado para esa mirada. Ella alzó su rostro hacia él, y
sus labios se separaron en un aliento, y en ese momento él podría haber jurado que
el sol ascendió y se posó en su sonrisa.

Él se inclinó más, casi tan cerca para susurrar:

—Si no soy un lisiado como dices, entonces debería ser capaz de bailar.

—¿Estás seguro? —susurró ella.

—Nunca lo sabré a menos que lo intente.

—No seré muy agraciada —dijo con remordimiento.

—Es por eso que eres la pareja perfecta.

Ella se estiró y puso su mano sobre la de él.

—Lord Hugh Prentice, sería un honor bailar con usted.

Con cuidado, ella se movió hacia la orilla de la silla, y permitió que él la


ayudara a estar sobre sus pies. O más bien, su pie. Era casi cómico; él se recargaba
en la silla, y ella en él, y ninguno podía evitar que sus sonrisas se convirtieran en
risas.

Cuando ambos estuvieron derechos y razonablemente bien balanceados,


Hugh escuchó las notas musicales que viajaban con la brisa. Él escuchó una
cuadrilla.

—Creo que escuché un vals —dijo.

Ella lo miró, claramente preparada para corregirlo. Él puso un dedo sobre


sus labios.

—Debe ser un vals —le dijo, y el vio su comprensión. Ellos no podrían


bailar un reel, o un minuet, o una cuadrilla. Incluso un vals requeriría de
innovación.
225

Él se estiró y tomó su bastón de donde estaba recargado al costado de su


Página

silla.
—Si coloco mi mano aquí —dijo, descansándola sobre el mango—, y tú
pones la tuya sobre la mía…

Ella lo hizo, y él colocó su otra mano en la parte baja de su espalda. Sin


apartar la mirada, ella puso su mano sobre su hombro.

—¿Así? —susurró.

Él asintió.

—Así.

Era el vals más extraño y raro que podría existir. En vez de un par de manos
unidas, elegantemente arqueadas, ambos sostenían su peso en el bastón. No
demasiado; no necesitaban tanto soporte, no mientras se tuvieran el uno al otro. Él
tarareó un tiempo de tres cuartos, y la guío con una pequeña presión en su espalda,
moviendo el bastón cuando era tiempo de girar.

Él no había bailado en casi cuatro años. Él no había sentido la música fluir


a través de su cuerpo, no había saboreado el calor de una mujer en sus manos. Pero
esta noche… Era mágico, casi espiritual, y él supo que no había forma de
agradecerle por ese momento, por restaurar una parte de su alma.

—Eres muy agraciado —dijo ella, mirándolo con una sonrisa enigmática.
Esta era la sonrisa que ella usó en Londres, él estaba seguro de eso. Cuando ella
bailó en el baile, cuando ella miró a su acompañante y le ofreció un cumplido, así
era como ella había sonreído. Lo hizo sentir positivamente normal.

Él nunca pensó que estaría tan agradecido por una sonrisa.

Él acercó su rostro al de ella y pretendió que le confesaba un secreto.

—He estado practicando por años.

—¿Lo hiciste?
226

—Oh, sí. ¿Deberíamos intentar un giro?


Página

—Oh si, hagámoslo.


Juntos levantaron el bastón, lo mecieron gentilmente a la derecha, después
lo colocaron de nuevo sobre el césped.

Él se inclinó.

—Había estado esperando el momento adecuado para mostrarle mi talento


al mundo.

Sus cejas se alzaron

—¿El momento adecuado?

—La pareja adecuada —se corrigió.

—Sabía que había una razón por la cual tuve que caerme del carruaje
—Ella rio y le dirigió una mirada traviesa—. ¿No vas a decirme que sabías que
había una razón para no atraparme?

Él no podía bromear acerca de eso.

—No —dijo con una voz forzada—. Jamás.

Ella estaba mirando hacia abajo, pero podía ver por las curvas de sus
mejillas que ella estaba complacida. Después de un momento, ella dijo:

—Amortiguaste el golpe.

—Al parecer soy bueno en algo —replicó, feliz de volver a las bromas. Era
algo más seguro.

—Oh, yo no creo eso milord. Sospecho que eres bueno para muchas cosas.

—¿Acaso me llamaste milord?

Esta vez, cando ella sonrió, lo escuchó en su aliento, antes de que ella
dijera:
227

—Al parecer lo hice.


Página

—No puedo imaginar lo que pude haber hecho para ganarme tal honor.
—Oh, no se trata de lo que hayas hecho para ganárselo —dijo ella—, se
trata de lo que yo creo que hiciste para merecerlo.

Él paró de bailar por instante.

—Esto tal vez explique por qué no entiendo a las mujeres.

Ella rio con eso.

—Esa es una de las muchas razones, estoy segura.

—Me ofendes.

—Al contrario. No conozco a ningún hombre que realmente deseé


entender a las mujeres. ¿De qué se quejarían entonces si lo hicieran?

—¿Napoleón?

—Está muerto.

—¿El clima?

—Ustedes ya cuentan con eso, aunque posiblemente no puedas encontrar


una queja al respecto esta noche.

—No —él estuvo de acuerdo, mirando hacia las estrellas—. Es una noche
poco común.

—Si —dijo ella suavemente—. Si, lo es.

Él debió haber estado satisfecho con eso, pero él se sentía codicioso, y él


no quería que el baile se terminara, por lo que permitió que su mano se posara más
pesadamente en su espalda y dijo:

—No me dijiste qué es lo que crees que hice para merecer el honor de ser
llamado “tu señor”.
228

Ella lo miró con ojos imprudentes.


Página

—Bueno, si yo fuera completamente honesta, podría admitir que eso solo


se me escapó de la boca. Eso solo le da un aire coqueto a la declaración.
—Me has destrozado.

—Ah, pero no seré completamente honesta. En vez de eso, voy a


aconsejarte que te preguntes por qué me estaba sintiendo coqueta.

—Yo debería tomar ese consejo.

Ella tarareó quedamente mientras daban una vuelta.

—Me vas a hacer preguntar, ¿verdad?

—Solo si lo deseas.

Él atrapó su mirada y lo sostuvo.

—Lo deseo.

—Muy bien, yo me estaba sintiendo coqueta porque…

—Espera un momento —la interrumpió, porque ella lo merecía, después


de hacerle preguntar—. Es tiempo de dar otra vuelta.

Ellos ejecutaron esta a la perfección, lo que significaba, que ellos no habían


perdido el equilibrio.

—Estabas diciendo —él apuntó.

Ella lo miró con falsa severidad.

—Yo debería decir que he perdido el hilo de mis pensamientos.

—Pero no lo harás.

Ella hizo una mueca de disculpa.

—Oh, pero creo que en realidad lo hice.

—Sarah.
229

—¿Cómo logras hacer que mi nombre suene como una amenaza?


Página

—No importa realmente si suena como una amenaza —dijo el—. Solo
importa que tú pienses que suena como una amenaza.

Sus ojos se abrieron completamente, y ella rompió a reír.

—Tú ganas —dijo ella, y él estaba seguro de que ella habría levantado sus
manos en defensa si aún no estuvieran dependiendo el uno del otro para mantener
su equilibrio.

—Creo que lo hago —murmuró.

Era el vals más extraño y raro que podría existir, y era el momento más
perfecto de su vida.
230
Página
Traducido por rihano y marcelaclau

Corregido por Lizzie Wasserstein

Varias noches después, bien entrada la noche

En el dormitorio de invitados que comparten

Lady Sarah y Lady Harriet Pleinsworth

—V
as a leer toda la noche?

Los ojos de Sarah, que habían estado


acelerando a lo largo de las páginas de su
novela con un más que placentero
abandono, se congelaron en el lugar sobre
la palabra forsitia.

—¿Por qué —dijo ella en voz alta (y con un considerable agravio)—, esa pregunta
siquiera existe en el ámbito de la actividad humana? Por supuesto que no voy a leer
toda la noche. ¿Ha existido siquiera alguna vez un ser humano que haya leído toda
la noche?

Esta fue una pregunta que ella lamentó inmediatamente, porque ahí estaba
Harriet tumbada en la cama junto a ella, y si había alguien en el mundo que
respondería diciendo: “Probablemente lo ha habido”, era Harriet.
231

Y así lo hizo.
Página

—Bueno, yo no voy a hacerlo —murmuró Sarah, a pesar de que ella ya


había dicho mucho. Era importante conseguir la última palabra en una discusión
fraternal, incluso si esto significaba repetirse a uno mismo.

Harriet giró hacia su costado, arrugando su almohada debajo de la cabeza.

—¿Qué estás leyendo?

Sarah contuvo un suspiro y dejó caer el libro cerrado alrededor de su dedo


índice. Esta no era una secuencia desconocida de los acontecimientos. Cuando
Sarah no podía dormir, leía novelas. Cuando Harriet no podía dormir, ella
molestaba a Sarah.

—La señorita Butterworth y el Barón Loco.

—¿No habías leído eso antes?

—Sí, pero disfruto releerlo. Es una tontería, pero me gusta. —Ella volvió a
abrir el libro, plantó sus ojos de nuevo en forsitia, y se preparó para seguir adelante.

—¿Viste a Lord Hugh esta noche en la cena?

Sarah pegó su dedo índice de nuevo en el libro.

—Sí, por supuesto que lo hice. ¿Por qué?

—Ninguna razón en particular. Pensé que se veía muy guapo. —Harriet


había cenado con los adultos esa noche, para gran disgusto de Elizabeth y de
Frances.

La boda estaba ahora a tres días de distancia, y Whipple Hill era un frenesí
de actividad. Marcus y Honoria (Lord y Lady Chatteris, se recordó Sarah a sí
misma) habían llegado de Fensmore viéndose sonrojados, risueños y
delirantemente felices. Esto habría sido suficiente para hacer que Sarah quisiera
vomitar, salvo que ella había estado teniendo un buen momento, riendo y
bromeando con Lord Hugh.
232

Era la cosa más extraña, pero la suya fue la primera cara en la que pensó
Página

cuando se despertó por la mañana. Ella lo buscó en el desayuno, y siempre parecía


encontrarlo allí, su plato casi tan completamente lleno como para indicar que él
había llegado apenas unos instantes antes de que ella lo hubiera hecho.

Cada mañana, ellos se demoraban. Se decían a sí mismos que era porque


no podían participar en las numerosas actividades que se habían planeado para el
día (aunque en verdad el tobillo de Sarah había mejorado mucho, y aunque un
paseo hasta el pueblo aún estaba fuera de cuestión, no había ninguna razón para
que ella no pudiera manejar los bolos en el césped).

Ellos se quedaban, y ella pretendería tomar su té, porque si realmente bebía


tanto como uno normalmente podría durante las horas en que se sentaba a la mesa,
se vería obligada a interrumpir la conversación acortándola.

Ella no reflexionó sobre el hecho de que una conversación truncada a la


hora marcada no podría ser interpretada posiblemente como corta.

Ellos se retrasaban, y la mayoría de la gente no parecía darse cuenta. Los


otros invitados llegaban y se iban, tomando su comida del aparador, bebiendo su
café y té, y saliendo. A veces Sarah y Hugh se unían a la conversación, a veces no.

Y luego, finalmente, cuando se hacía más que evidente que era hora de que
los sirvientes limpiaran el desayunador, Sarah se levantaría y casualmente
mencionaría a dónde pensaba que podría llevar su libro para la tarde.

Él nunca diría que planeaba reunirse con ella, pero siempre lo hacía.

Ellos se habían hecho amigos, y si de vez en cuando ella se contenía de


mirar su boca, pensando que todo el mundo tenía que tener un primer beso, y sería
encantador si el suyo fuera con él... Bueno, ella guardaba esas cosas para sí misma.

Se estaba quedando sin novelas, sin embargo. La biblioteca de Whipple Hill


era extensa, pero tristemente era deficiente en los libros de la clase que a Sarah le
gustaba leer. Señorita Butterworth había sido dejado al azar entre La Divina
Comedia y La fierecilla domada.
233

Volvió a mirar abajo. La señorita Butterworth aún no había conocido a su


barón, y Sarah estaba ansiosa porque la trama empezara a moverse.
Página

Forsitia... forsitia...
—¿Crees que se veía guapo?

Sarah dejó escapar un gruñido molesto.

—¿Crees que Lord Hugh se veía guapo? —pinchó Harriet.

—No sé, se veía como él mismo. —La primera parte era una mentira; Sarah
lo sabía, y ella lo había encontrado desgarradoramente guapo. La segunda parte era
verdad, y era probablemente la razón por la que ella pensaba él era tan guapo, para
empezar.

—Creo que Frances se ha enamorado de él —dijo Harriet.

—Probablemente —estuvo de acuerdo Sarah.

—Es muy amable con ella.

—Sí, lo es.

—Él le enseñó a jugar al piquet esta tarde.

Debe haber sido cuando ella estaba ayudando a Anne a su ajuste final del
vestido, pensó Sarah. No podía imaginar cuando más él habría tenido el tiempo.

—No la dejó ganar. Creo que ella pensó que lo haría, pero pienso que le
gustó que no lo hiciera.

Sarah dejó escapar un sonoro suspiro de impaciencia.

—Harriet, ¿de qué va esto?

Harriet metió la barbilla sorprendida.

—No lo sé. Solo estaba haciendo conversación.

—Qué —Sarah buscó en vano un reloj—, ¿qué hora es?

Harriet estuvo en silencio durante un minuto entero. Sarah logró pasar de


234

forsitia a paloma antes de que su hermana volviera a hablar.


Página

—Creo que le gustas.


—¿De qué estás hablando?

—Lord Hugh —dijo Harriet—. Creo que le gustas.

—No le gusto —replicó Sarah, y no era que ella estuviera mintiendo; era
más que esperaba que estuviera mintiendo. Porque sabía que se estaba enamorando
de él, y si él no sentía de la misma manera, no sabía cómo podría soportarlo.

—Creo que estás equivocada —dijo Harriet.

Sarah regresó resueltamente a las palomas de la señorita Butterworth.

—¿Te gusta?

Sarah saltó. No había manera de que ella fuera a hablar con su hermana
sobre esto. Era demasiado nuevo, y demasiado privado, y cada vez que pensaba en
ello se sentía como si pudiera estallar fuera de su piel.

—Harriet, yo no estoy teniendo esta conversación en este momento.

Harriet se detuvo a pensar en esto.

—¿Vas a tenerla mañana?

—¡Harriet!

—Oh, está bien, no voy a decir otra palabra. —Harriet hizo un gran
espectáculo de darse la vuelta en la cama, tirando de la mitad de las colchas de
Sarah en el proceso.

Sarah soltó un bufido, dado que una muestra tan obvia de irritación
claramente estaba solicitada, entonces ella tiró de la manta y volvió a su libro.

Excepto que ella no podía concentrarse.

Sus ojos estaban asentados en la página treinta y tres por lo que parecieron
horas. Junto a ella, Harriet finalmente dejó de murmurar y se quedó inmóvil, su
235

respiración desacelerando hasta unos ligeros, y pacíficos, ronquidos.


Página

Sarah se preguntó qué estaba haciendo Hugh, y si alguna vez tenía


dificultad para conciliar el sueño.

Se preguntó cuánto le dolía su pierna cuando iba a la cama. ¿Si le dolía por
la noche, si aún le dolía por la mañana? ¿Alguna vez despertaba por el dolor?

Ella se preguntó cómo había llegado a ser tan talentoso en matemáticas. Se


lo había explicado una vez, después de que ella le había rogado que multiplicara
algunas sumas ridículamente largas, cómo veía los números en su cabeza, a menos
que en realidad no los viera, solo que ellos de alguna manera se acomodaban hasta
que él sabía la respuesta. Ella ni siquiera había intentado fingir que lo entendía,
pero había seguido haciendo preguntas porque él era tan adorable cuando estaba
frustrado.

Él sonreía cuando estaba con ella. No pensaba que hubiera sonreído muy a
menudo antes.

¿Era posible enamorarse de alguien en tan poco tiempo? Honoria había


conocido a Marcus toda su vida antes de que ella se enamorara de él. Daniel había
declarado amor a primera vista con la señorita Wynter. De alguna manera, eso casi
parecía más lógico que el viaje de Sarah.

Ella supuso que podría estar en la cama toda la noche y dudar de sí misma,
pero se estaba sintiendo demasiado inquieta, así que se levantó de la cama, se acercó
a la ventana y apartó las cortinas. La luna no estaba llena, pero estaba a más de la
mitad del camino, y la luz plateada brillaba sobre la hierba.

Rocío, pensó, y se dio cuenta de que ya se había puesto sus zapatillas. La


casa estaba en silencio, y ella sabía que no debería estar fuera de su habitación, y
no era siquiera que la luz de la luna la estuviera llamando...

Era la brisa. Las hojas habían durado desde que habían caído de los árboles,
pero los diminutos puntos en los extremos de las ramas eran lo suficientemente
ligeros para rizarse y balancearse. Un soplo de aire fresco, eso era todo lo que
236

necesitaba. El aire fresco y el viento haciendo cosquillas a través de su cabello.


Habían pasado años desde que a ella le había sido permitido llevarlo suelto fuera
Página

de la puerta de su dormitorio, y solo quería salir y...


Y ser.

La misma noche

Una habitación diferente

El sueño nunca había venido fácilmente para Hugh Prentice. Cuando era
un niño pequeño, era porque estaba escuchando. No sabía por qué la habitación de
los niños en Ramsgate no estaba lejos en algún remoto rincón como en todas las
demás casas en las que alguna vez había estado, pero no era así, y eso significa que
de vez en cuando, y nunca cuando ellos esperaban (lo cual no era cierto; ellos
siempre lo esperaban), Hugh y Freddie oirían a su madre gritar.

La primera vez que Hugh lo oyó, saltó de la cama, solo para ser detenido
por la mano restrictiva de Freddie.

—Pero mamá...

Freddie sacudió su cabeza.

—Y Padre... —Hugh había oído la voz de su padre, también. Parecía


enojado. Y luego se echó a reír.

Freddie negó con la cabeza otra vez, y la mirada en sus ojos fue suficiente
para convencer a Hugh, que era cinco años menor que él, de gatear de nuevo hacia
su cama y taparse los oídos.

Pero él no cerró los ojos. Si le hubieran preguntado al día siguiente, habría


237

jurado que ni siquiera había parpadeado. Él tenía seis años, y todavía juraba por un
montón de cosas imposibles.
Página
Cuando vio a su madre esa noche antes de la cena, ella no se veía como si
algo estuviera mal. Realmente había sonado como si su madre hubiera sido herida,
pero no tenía moretones, y no sonaba enferma. Hugh comenzó a preguntarle al
respecto, pero Freddie lo pateó en su pie.

Freddie no hacía cosas así sin una razón; Hugh mantuvo la boca cerrada.

Por los próximos meses Hugh observó a sus padres con cuidado. Fue
entonces que se dio cuenta de que casi nunca los veía juntos en la misma
habitación. Si ellos cenaban juntos en el comedor, él no lo sabría; los niños cenaban
en la habitación de los niños.

Cuando los veía, al mismo tiempo, era muy difícil determinar cuáles
podrían ser sus sentimientos hacia el otro; no era como si hablaran entre sí. Meses
pasarían, y Hugh casi podía imaginar que todo estaba perfectamente bien.

Y entonces ellos lo escucharían de nuevo. Y sabía que no todo estaba


perfectamente bien. Y que no había nada que pudiera hacer al respecto.

Cuando Hugh tenía diez años, su madre sucumbió a una fiebre provocada
por una mordedura de perro (y un pequeño mordisco, pero que se había vuelto feo
muy rápidamente). Hugh lloró por ella tanto como él podría llorar por alguien que
veía por veinte minutos cada noche, y finalmente dejó de escuchar cada noche
mientras trataba de conciliar el sueño.

Pero a estas alturas eso no importaba. Hugh no podía conciliar ya más el


sueño porque estaba pensando. Se acostaba en su cama, y su mente zumbaba, y
corría, y daba vueltas, y en general hacía todo menos tranquilarse por sí misma.
Freddie le dijo que tenía que imaginar su mente como una página en blanco, lo que
en realidad hacía reír a Hugh, porque si había una cosa que su mente nunca sería
capaz de duplicar, era una página en blanco. Hugh veía números y patrones todo
el día, en los pétalos de una flor, en la cadencia de los cascos de un caballo sobre el
terreno. Algunos de estos patrones atrapaban su atención inmediata, pero el resto
238

se demoraba en la parte posterior de su mente hasta que él estaba tranquilo y en la


Página

cama. Ahí era cuando se deslizaban, y de repente todo era sumar y restar y
reordenar, ¿y Freddie de verdad creía que él podría dormir con eso?
(Freddie no lo creía, de hecho. Después de que Hugh le contó lo que
sucedía en su cabeza cuando él estaba tratando de conciliar el sueño, Freddie nunca
mencionó la página en blanco de nuevo.)

Ahora, había muchas razones para no derivar fácilmente hacia el sueño. A


veces era su pierna, con su apretón persistente del músculo. A veces era su
naturaleza suspicaz, obligándolo a mantener un ojo metafórico sobre su padre, en
quien Hugh nunca confiaría completamente, a pesar de su ventaja actual en sus
batallas. Y a veces era la misma vieja cosa, su mente zumbando con números y
patrones, incapaz de apagarse por sí sola.

Pero Hugh tenía una nueva hipótesis: no podía dormir porque


simplemente se había acostumbrado a este estilo particular de frustración. De
alguna manera él había entrenado a su cuerpo a pensar que se suponía que yacería
allí como un tronco durante horas antes de finalmente darse por vencido y
descansar. Había tenido un montón de noches sin ninguna explicación razonable
para su insomnio. Su pierna podría sentirse casi normal, y su padre ni siquiera un
punto en su mente, y todavía el sueño lo eludiría.

Últimamente, sin embargo, había sido diferente.

Todavía no estaba encontrando fácil conciliar el sueño. Probablemente


nunca lo haría. Pero la razón del por qué...

Esa era la diferencia.

En los años transcurridos desde su lesión, había habido un montón de


noches que lo habían encontrado despierto y deseando a una mujer. Era un
hombre, y a excepción de su estúpido muslo izquierdo, todas las partes de él
estaban trabajando en orden. No había nada anormal en él, solo mucho que estaba
incómodo.

Pero ahora que la mujer tenía un rostro y un nombre, y a pesar de que


239

Hugh se comportaba con perfecto decoro durante todo el día, cuando estaba
acostado en su cama en la noche, su respiración se volvía entrecortada y su cuerpo
Página

quemaba. Por primera vez en su vida, él anhelaba por los números y patrones que
plagaban su mente. En su lugar todo en lo que podía pensar era en ese momento
un par de días antes, cuando Sarah tropezó con la alfombra en la biblioteca y la
había atrapado antes de que cayera. Durante un momento de éxtasis, sus dedos
habían rozado el costado de su pecho. Ella había estado usando terciopelo, y Dios
sabe qué más por debajo, pero él había sentido su curva, la suave ternura, y el dolor
que había estado creciendo dentro de él se volvió desenfrenado.

Así que no estaba particularmente sorprendido cuando se dio la vuelta de


manera irregular en su cama, recogió su reloj de bolsillo, y vio que eran las tres y
media de la mañana. Había tratado de leer, ya que eso algunas veces lo dormía,
pero no había funcionado. Había pasado una hora haciendo ecuaciones realmente
aburridas en su cabeza, pero eso no había realizado el truco, tampoco. Por último,
admitió la derrota y se acercó a la ventana. Si no podía dormir, por lo menos podía
ver algo que no fuera la parte interna de sus párpados.

Y allí estaba ella.

Él estaba sorprendido, y sin embargo, no se sorprendió en absoluto. Sarah


Pleinsworth había estado rondando sus sueños durante más de una semana; por
supuesto que estaría en el césped en el medio de la noche, la única vez que se paraba
junto a su ventana. Había una especie de lógica insana en esto.

Luego se sacó a sí mismo de su estupor, porque ¿qué diablos estaba


haciendo ella? Era las tres y media de la mañana, y si él podía verla desde su
ventana, por lo menos dos docenas de otros podrían, también. Hugh soltó una sarta
de improperios que habrían hecho a cualquier marinero sentirse orgulloso
mientras se dirigía hacia el armario y sacaba un par de pantalones.

Y sí, él podría dar zancadas cuando fuera absolutamente necesario. No eran


bonitas, y lo lamentaría más tarde, pero funcionaban. Unos momentos más tarde,
estaba más o menos vestido (y las partes que estaban “menos”, estaban cubiertas
por su abrigo), y él se estaba moviendo por los pasillos de Whipple Hill tan
240

rápidamente como podía sin despertar a toda la casa.


Página

Se detuvo brevemente justo afuera de la puerta trasera. Su pierna estaba


casi en espasmos, y sabía que si no se detenía y la sacudía, se derrumbaría bajo su
cuerpo. La demora le dio tiempo para barrer con su mirada a través del césped,
buscándola. Ella había estado usando un abrigo, pero este no había cubierto por
completo su bata de dormir blanca, por lo que debería ser fácil de detectar...

Él la vio. Sentada en la hierba, tan quieta que podría haber sido una estatua.
Ella estaba abrazando sus rodillas contra su pecho, contemplando el cielo nocturno
con una expresión de serenidad que le habría quitado el aliento si no estuviera ya
tan destrozado por el miedo y la furia, y ahora por el alivio.

Hugh se abrió paso lentamente, favoreciendo a su pierna ahora que la


velocidad ya no era esencial. Ella debía de haber estado perdido en sus
pensamientos, porque no parecía oírle. A unos ocho pasos, sin embargo, él oyó su
respiración cortarse bruscamente, y ella se volvió.

—¿Hugh?

Él no dijo nada, solo siguió caminando hacia ella.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella, poniéndose de pie.

—Yo podría preguntarte lo mismo —le soltó.

Ella se echó hacia atrás, sorprendida por su muestra de enojo.

—No podía dormir, y yo…

—¿Así que pensaste que pasearías al aire libre a las tres y media de la
mañana?

—Sé que parece tonto…

—¿Tonto? —exigió él—. ¿Tonto? ¿Estás malditamente tomándome el


pelo?

—Hugh. —Ella extendió la mano para colocarla sobre su brazo, pero él la


apartó.
241

—¿Y si yo no te hubiera visto? —exigió—. ¿Qué pasa si alguien más te


Página

hubiera visto?
—Habría ido dentro de la casa —dijo ella, sus ojos buscando los suyos con
una expresión de tal perplejidad que él casi se estremeció. Ella posiblemente no
podía ser tan ingenua. Había corrido atravesando la casa, él, quien en algunos días
apenas podía caminar, había corrido a través de esta maldita casa monstruosa,
incapaz de alejar el recuerdo del llanto de su madre.

—¿Crees que cada persona en el mundo tiene los mejores deseos para ti en
el corazón? —exigió.

—No, pero creo que cada persona aquí los tiene, y…

—Hay hombres en este mundo que hieren a las personas, Sarah. Hay
hombres que lastiman a las mujeres.

Su cara se puso pálida, y ella no dijo nada.

Y Hugh trató muy duro de no recordar.

—Miré por la ventana —dijo ahogándose—. Miré por mi ventana a las


condenadas tres y media de la mañana, y allí estabas, deslizándote por la hierba
como una especie de fantasma erótico.

Sus ojos se abrieron como platos, y podrían haberse llenado con alarma,
pero él estaba demasiado lejos para darse cuenta.

—¿Y si no hubiera sido yo? —Él la agarró por los brazos, los dos, sus dedos
mordiendo su carne—. Qué si alguien más te hubiera visto, y qué si alguien más
hubiera llegado hasta aquí, con diferentes intenciones...

Su padre nunca había sido una persona de pedir permiso a las mujeres en
su vida.

—Hugh —susurró Sarah. Ella estaba mirando su boca. Por Dios, estaba
mirando su boca, y su cuerpo se sentía como si estuviera en llamas.
242

—Qué... Qué si... —Su lengua se sentía gruesa, y su respiración ya no era


uniforme, y ni siquiera estaba seguro de que sabía lo que estaba diciendo.
Página

Y entonces ella atrapó su labio inferior entre sus dientes, y casi podía sentir
el suave roce de este a través de sus propios labios, y luego...

Él se perdió.

La aplastó contra él, su boca tomando la de ella sin sutileza, ni fineza, nada
más que pasión cruda y necesidad. Una de sus manos se enredó en su cabello y la
otra vagó por su espalda, encontrando la exuberante curva de su trasero,
acercándola.

—Sarah —gimió, y una parte de él noto que ella lo estaba tocando también.
Sus pequeñas manos estaban detrás de su cabeza sosteniéndolo contra ella, y sus
labios se habían suavizado y abierto, y estaba haciendo pequeños sonidos que lo
atravesaban como un rayo.

Ni una vez rompió el beso, él se quitó su abrigo y lo dejó caer en el piso. Se


hundieron a sus rodillas, y luego ella estaba sobre su espalda y él estaba sobre ella,
él todavía la estaba besando, duro y profundo, como si pudiera permanecer en esto
por siempre con tal de que sus labios nunca dejaran los de ella. Su camisón era de
algodón blanco, diseñado para dormir, no para tentar, pero dejaba la superficie
plana de su pecho desnudo, y pronto él estaba arrastrando sus labios por su cremosa
piel, preguntándose qué tan cerca podía llegar a esos senos perfectos sin tomar el
borde del corpiño en sus dientes y rasgar la maldita cosa fuera de ella por completo.

Sus caderas se movieron, y él gimió su nombre de nuevo mientras se


encontraba acomodándose entre sus piernas. Él estaba restringido contra sus
pantalones, y no tenía idea de si ella sabía qué significaba, pero no era capaz de
realizar preguntas cautelosas. Se arqueó contra ella, sabiendo bien que incluso a
través de sus prendas, ella podía sentirlo en su centro.

Ella dejó salir un pequeño grito de asombro ante la presión, y sus manos
intensificaron el agarre, hundiéndose en su cabello antes de deslizarse por su
espalda y debajo de la camisa, lejos del pantalón.
243

—Hugh —susurró ella, y él sintió un dedo recorrer la línea de su


columna—. Hugh.
Página
Con la fortaleza que él no sabía que tenía, se apartó, solo lo suficiente para
poder mirarla a los ojos.

—Yo no haré… No haré… —Querido Dios, era difícil arrancarle una sola
palabra. Su corazón latía con fuerza, y su interior se retorcía, y la mitad del tiempo
ni siquiera estaba seguro de si continuaba respirando.

—Sarah —comenzó de nuevo—. No te tomaré. No ahora, lo prometo. Pero


necesito saber. —Él no tenía la intención de besarla de nuevo, pero cuando ella lo
miró y arqueó su cuello, fue como si estuviera poseído. Su lengua encontró el hueco
de su clavícula, y fue allí que finalmente consiguió pronunciar las palabras—:
Necesito saber —repitió, y se alejó de nuevo para ver su rostro—. ¿Quieres esto?

Ella lo miró con confusión. Su deseo estaba escrito en ella, pero él


necesitaba escucharla decirlo.

—¿Quieres esto? —preguntó, su voz era una súplica ronca—. ¿Me deseas?

Sus labios se separaron y ella asintió. Luego susurró:

—Sí.

Hugh dejó salir el aliento de su cuerpo en una entrecortada exhalación. La


magnitud de su regalo lo golpeó de repente. Ella se estaba abriendo a él… y
confiando en él. Él le había dicho que no iba a reclamar su virtud, y no lo haría,
por lo menos no esta noche. Pero deseaba a esta mujer más de lo que había deseado
algo en su vida, y no era lo suficientemente caballero para abotonarla de nuevo y
enviarla a su habitación.

Bajó una mano hasta que encontró el dobladillo de su camisón. Ella se


quedó sin aliento mientras su dedo se deslizaba por debajo, pero el sonido se perdió
bajo su propio gemido cuando él pasó la mano por el calor de la piel de su pierna.
Nadia la había tocado allí. Nadie había arrastrado su mano hacia arriba, hasta por
encima de su rodilla. Ese lugar era suyo ahora.
244

—¿Te gusta esto? —susurró, apretando levemente.


Página

Ella asintió con su cabeza.


Él se movió un poquito más arriba, todavía lejos de su centro, pero cambió
su agarre poco a poco hasta que su pulgar acarició la delicada piel de la parte interna
de su pierna.

—¿Te gusta esto?

—Sí. —Fue a duras penas un sonido pero él lo escuchó.

—¿Qué hay acerca de esto? —Su otra mano, la mano que había estado
jugando con su cabello, ahuecó su seno a través del camisón.

—Oh… Oh, Hugh.

Él la besó despacio, profundamente.

—¿Eso fue un sí?

—Sí.

—Quiero verte —dijo, arrastrando sus labios a su oreja—. Quiero ver cada
centímetro de ti. Y yo sé que no lo voy a hacer, no ahora, pero quiero ver algo de
ti. ¿Entiendes?

Ella negó con su cabeza.

—¿Confías en mí?

Ella esperó hasta que sus ojos se encontraran.

—Con mi vida.

Por un momento él no podía ni siquiera moverse. Sus palabras lo


alcanzaron, tomaron su corazón y lo apretaron. Y cuando habían acabado con eso,
se movieron más abajo. Había pensado que la deseaba antes, pero no era nada
comparado con el deseo primario que se apoderó de él con esas tres suaves palabras.

Mía, pensó. Ella es mía.


245
Página
Con dedos temblorosos, él desató el pequeño lazo que mantenía su modesto
escote, y se preguntó qué insensata, insensata persona puso tal cosa en el camisón
que no estaba destinado para tentar. Era un lazo y él tenía que desenvolverla.

Con un pequeño tirón de sus dedos, estaba abriendo su regalo, y con un


pequeño empujón más, su camisón estaba deslizándose abajo, dejando al
descubierto uno de sus pechos perfectos. Su escote no se había aflojado lo suficiente
para mostrar los dos, pero había algo intensamente erótico en tener uno solo.
Él lamió sus labios y lentamente volvió a mirarla a los ojos. No dijo una palabra, y
no apartó la mirada de su rostro mientras con una mano suavemente rozaba su
pezón con la palma.

No le preguntó si le gustaba. No necesitaba hacerlo. Ella suspiraba su


nombre, y antes de que pudiera decir una palabra, asintió con la cabeza.

Mía, pensó de nuevo, y era la cosa más increíble, porque hasta ahora, había
asumido, no, había sabido; que no encontraría a alguien, que no habría nunca una
mujer que él llamara suya.

Suavemente, la besó en los labios. Luego en la nariz, y luego en cada uno


de sus ojos. Fue una explosión que salió de él, que estaba enamorándose de ella,
pero nunca había sido un hombre que hablara de sus sentimientos, y las palabras
se atragantaron en su garganta. Entonces él la besó una última vez, verdadera y
profundamente, esperando que lo reconociera por lo que era, una ofrenda de su
propia alma.

Tuyo, pensó. Soy tuyo.


246
Página
Traducido por liebemale y marcelaclau

Corregido por Lizzie Wasserstein

S
arah era consciente de que no debería haber salido en el medio de la
noche. No se le permitía dar un paseo fuera de su casa en Londres
sin una acompañante; ella sabía muy bien que una excursión pasada
la medianoche en Berkshire era igualmente prohibida.

Pero ella había estado tan inquieta, tan... incómoda. Ella se había sentido
mal en su propia piel, y cuando había salido de la cama y tocado con sus pies la
alfombra, su habitación se había sentido demasiado pequeña. La casa se había
sentido demasiado pequeña. Ella había necesitado moverse, sentir el aire de la
noche sobre su piel.

Ella nunca se había sentido así antes, y realmente, no tenía ninguna


explicación para ello. O mejor dicho, no la había tenido.

Ahora ella la tenía.

Ella lo había necesitado. Hugh.

Ella no lo había sabido.

En algún punto entre el paseo en carruaje y el pastel y el loco vals en el


césped, Sarah Pleinsworth se había enamorado del último hombre que alguna vez
haya querido.
247

Y cuando él la besó…
Página

Todo lo que quería era más.


—Eres tan hermosa —murmuró él, y por primera vez en su vida, Sarah
realmente creía que ella lo era.

Ella le tocó la mejilla.

—Tú también.

Hugh sonrió, una media sonrisa tonta que le dijo que no le creía por un
segundo.

—Lo eres —insistió. Ella trató de hacer su cara inexpresiva, pero nada
podría frenar su sonrisa—. Tendrás que tomar mi palabra en esto.

Aun así, él no hablaba. Él la miró como si fuera algo valioso, y la hacía


sentirse valiosa, y en ese momento, lo único que quería en el mundo era que él
sintiera lo mismo.

Porque él no lo hacía. Ella sabía que él no lo hacía.

Había dicho cosas… pequeñas cosas, en realidad, solo un comentario aquí


y allá que él seguramente no esperaba que alguien recordase. Pero Sarah lo
escuchó. Y recordó. Y ella sabía que... Hugh Prentice no era feliz. Peor aún, él no
creía que lo mereciera ser.

No era el tipo de hombre que buscaba grandes multitudes. No quería ser


un líder entre los hombres. Pero Sarah también sabía que Hugh no quería ser un
seguidor. El suyo era un carácter muy independiente, y no le importaba estar solo.

Pero él había estado más que solo estos pocos últimos años. Él había estado
a solas con solo su aplastante sentimiento de culpa haciéndole compañía. Ella no
sabía lo que Hugh había hecho para convencer a su padre de que Daniel volviera a
Inglaterra en paz, y no podía empezar a imaginar lo difícil que había sido para
Hugh viajar a Italia para encontrar a Daniel y traerlo de vuelta.

Pero lo había hecho. Hugh Prentice había hecho todo lo humanamente


248

posible para hacer las cosas bien, y todavía no estaba en paz.


Página
Él era un buen hombre. Defendía a las niñas y los unicornios. Él bailó el
vals con un bastón. Él no se merecía tener su vida definida por un solo error.

Sarah Pleinsworth nunca había hecho nada a medias, y sabía que si ella
amaba a este hombre, eso significaba que iba a dedicar su vida a hacerle
comprender este hecho simple.

Él era valioso. Y se merecía cada gota de felicidad que llegara a sus manos.

Ella extendió la mano y tocó con el dedo sus labios. Eran suaves, y
maravillosos, y ella se sentía honrada solo por sentir su aliento en la piel.

—A veces en el desayuno —susurró—, no puedo dejar de mirarte la boca.

Temblaba. Le encantaba que ella pudiera hacerlo temblar.

—Y tus ojos... —continuó, envalentonada por su reacción—. Las mujeres


matarían por los ojos de ese color, ¿sabías?

Él negó con la cabeza, y algo en su expresión, tan desconcertada, tan


triunfante la hizo sonreír de alegría pura.

—Creo que eres hermoso —susurró—, y creo que... —El corazón le dio un
vuelco, y ella se atrapó el labio inferior entre los dientes—. Espero que la mía sea
la única opinión que te importe.

Se inclinó y rozó sus labios con los suyos. La besó en la nariz, luego la
frente, y luego, al cabo de un largo rato, cuando la miró a los ojos, él la besó de
nuevo, esta vez sin ocultar nada.

Sarah dejó escapar un gemido, el sonido ronco quedó atrapado en su boca.


Su beso fue hambriento, voraz, y por primera vez en su vida, ella entendía la
pasión.

No, esto era más que pasión.


249

Esto era necesidad.


Página
La necesitaba. Podía sentirlo en cada uno de sus movimientos. Podía oírlo
en el duro roce de su aliento. Y con cada toque de la mano, cada movimiento de su
lengua, estaba avivando esa misma necesidad en ella. Ella no sabía que era posible
anhelar a otro ser humano con tal intensidad.

Sus dedos encontraron el dobladillo de la camisa fuera del pantalón, y


deslizó la mano bajo el borde, rozando suavemente su piel. Sus músculos saltaron
bajo su toque, y él contuvo el aliento, el susurro del aire más allá de su mejilla como
un beso.

—Tú no sabes —dijo con voz áspera—. No sabes lo que me haces.

Podía ver la pasión en sus ojos; la hacía sentirse femenina y fuerte.

—Dime —susurró ella, y arqueó el cuello para encontrar sus labios en un


beso suave y fugaz.

Por un momento pensó que podría. Pero él se limitó a sacudir la cabeza y


murmuró:

—Sería la muerte para mí. —Entonces él la besó de nuevo, y a ella no le


importaba lo que le provocaba, con tal de que él se lo provocara a ella.

—Sarah —dijo, levantando sus labios de los ella el tiempo suficiente para
susurrar su nombre.

—Hugh —susurró ella, y ella podía oír su sonrisa en su propia voz.

Él se echó hacia atrás.

—Estás sonriendo.

—No puedo evitarlo —admitió.

Le tocó la mejilla, mirándola con tanta emoción que por un momento se


olvidó de respirar. ¿Era amor lo que vio en sus ojos? Se sentía como amor, incluso
250

si él no hubiera dicho las palabras.


Página
—Tenemos que parar —dijo, y tiró suavemente de su camisón de nuevo a
su lugar apropiado.

Sarah sabía que tenía razón, pero aun así le susurró:

—Desearía que pudiéramos quedarnos.

Hugh soltó una carcajada ronca, casi como si estuviera dolorido.

—Oh, no tienes idea de lo mucho que me gustaría eso.

—Faltan algunas horas hasta el amanecer —dijo en voz baja.

—No voy a arruinar tu reputación —dijo él, llevando su mano a sus


labios—. No de esta manera.

Una burbuja de alegría flotaba en su interior.

—¿Eso quiere decir que intentarás arruinarme de alguna otra manera?

Su sonrisa se volvió caliente mientras se levantaba y la ponía de pie.

—Me gustaría mucho hacerlo. Pero yo no lo llamaría arruinar. Arruinar es


lo que le sucede a una reputación, no lo que sucede entre un hombre y una mujer.
O por lo menos —añadió, bajando la voz sensualmente—, no lo que pasa entre
nosotros.

Sarah se estremeció de placer. Su cuerpo se sentía tan vivo; ella se sentía


tan viva. No supo cómo se las arregló para caminar de regreso a la casa. Sus pies
querían correr, y sus brazos querían envolverse alrededor del hombre al lado de
ella, y su voz tenía ganas de reír, y en el fondo...

En el profundo interior…

Ella estaba mareada. Mareada de amor.

Él la acompañó hasta la puerta. Nadie se había levantado; siempre y cuando


251

estuvieran en silencio, no tenían nada que temer.


Página

—Nos vemos mañana —dijo Hugh, levantando su mano a sus labios.


Ella asintió con la cabeza, pero no dijo nada. No podía pensar en una
palabra lo suficientemente grande como para capturar todo lo que estaba en su
corazón.

Ella estaba enamorada. Lady Sarah Pleinsworth estaba enamorada.

Y era grandioso.

A la mañana siguiente

—Algo está mal contigo.

Sarah parpadeó el sueño de los ojos y miró a Harriet, que estaba sentada en
el borde de su cama con dosel, mirándola con considerable suspicacia.

—¿De qué estás hablando? —se quejó Sarah—. No hay nada malo en mí.

—Estás sonriendo.

Esto la atrapó desprevenida.

—¿No puedo sonreír?

—No como primera cosa de la mañana.

Sarah decidió que no podría haber una respuesta apropiada y volvió a su


rutina de la mañana. Harriet, sin embargo, estaba en modo de curiosidad absoluta
y la siguió hasta el lavabo, entrecerró los ojos, con la cabeza inclinada, y dejando
escapar dudosos pequeños "juums" a intervalos irregulares.

—¿Es algo fuera de lugar? —preguntó Sarah.

—¿Lo es?

Cielo santo, y la gente la llamaba dramática a ella.

—Estoy tratando de lavarme la cara", dijo Sarah.


252

—Por todos los medios, debes hacerlo.


Página
Sarah metió las manos en el lavabo, pero antes de que pudiera hacer nada
con el agua, Harriet asomó su rostro aún más cerca, revisando rápidamente entre
las manos y la nariz de Sarah.

—Harriet, ¿qué te pasa?

—¿Qué te pasa a ti? —contrarrestó Harriet.

Sarah dejó pasar el agua a través de sus dedos.

—No tengo idea de lo que estás hablando.

—Estás sonriendo —acusó Harriet.

—¿Qué clase de persona crees que soy que no se me permite despertar de


buen humor?

—Oh, se te permite. Es solo que no creo que seas constitucionalmente


capaz.

Era cierto que Sarah no era conocida por ser una persona mañanera.

—Y estás ruborizada —añadió Harriet.

Sarah se resistió a la tentación de tirar el agua en el rostro de su hermana


y en su lugar se echó un poco por su cuenta. Se secó con una pequeña toalla blanca,
y luego dijo:

—Tal vez es porque me he visto obligada a esforzarme a discutir contigo.

—No, no creo que eso sea todo —dijo Harriet, haciendo caso omiso de su
sarcasmo por completo.

Sarah pasó junto a ella. Si su rostro no estaba ruborizada antes, sin duda lo
estaba ahora.

—Algo está mal contigo —llamó Harriet, corriendo tras ella.


253

Sarah hizo una pausa, pero no se volvió.


Página

—¿Me estás siguiendo al orinal?


Hubo un momento muy satisfactorio de silencio. Seguido de:

—Ehm, no.

Con los hombros erguidos, Sarah entró en la pequeña sala de baño y cerró
la puerta.

Y echó la llave. En realidad, ella no lo haría hasta que Harriet contara hasta
diez, lo que le daría a Sarah tiempo más que suficiente para hacer sus necesidades.

En el momento en la puerta estaba asegurada de la invasión, Sarah se


volvió, se apoyó en ella, y dejó escapar un largo suspiro.

Oh santo cielo.

Oh santo cielo.

¿Era realmente tan vistosamente diferente después de la última noche que


su hermana menor, podía verlo en su cara?

Y si ella se veía tan diferente después de una noche de besos robados, qué
pasaría cuando…

Bueno, suponía técnicamente que era "si".

Pero su corazón le decía que sería "cuándo". Ella iba a pasar el resto de su
vida con Lord Hugh Prentice. Simplemente, no había forma en que ella permitiera
que cualquier otra cosa sucediera.

En el momento que Sarah bajó a desayunar (Harriet pisándole los talones


y cuestionándole cada sonrisa), estaba claro que el tiempo había cambiado. El sol,
que había pasado la última semana de descanso con amabilidad en el cielo, se había
retirado detrás de nubes ominosas de peltre, y el viento silbaba con la amenaza de
una tormenta que se aproximaba.

La excursión de caballeros (un viaje a caballo hacia el sur hasta el río


254

Kennet) fue cancelada, y Whipple Hill zumbaba con la energía no utilizada de


Página

aristócratas aburridos. Sarah se había acostumbrado a tener gran parte de la casa


para ella sola durante el día, y para su sorpresa, se encontró resentida de lo que
parecía una intrusión.

Para complicar las cosas, Harriet había decidido que su misión para el día
sería ser su sombra, y cuestionar a Sarah en cada movimiento. Whipple Hill era
grande, pero no lo suficientemente grande cuando tu propia hermana menor era
curiosa, decidida y, quizás lo más importante, estaba al tanto de todos los rincones
de la casa.

Hugh había estado en el desayuno, como siempre, pero había sido


imposible para Sarah hablar con él sin Harriet metiéndose en la conversación.
Cuando Sarah se fue a la pequeña sala para leer su novela (como ella había
mencionado casualmente que pensaba hacer en el desayuno), Harriet estaba en el
escritorio, con las páginas de su actual trabajo en curso abierto antes que llegara
ella.

—Sarah —dijo alegremente Harriet—, que gusto encontrarte aquí.

—Que gusto —dijo Sarah, sin inflexión alguna. Su hermana nunca había
sido experta en el arte del subterfugio.

—¿Vas a leer? —preguntó Harriet.

Sarah bajó la mirada hacia la novela en su mano.

—Dijiste que ibas a leer —le recordó Harriet—. En el desayuno.

Sarah se volvió hacia la puerta, teniendo en cuenta cuáles eran sus otras
opciones para la mañana.

—Frances está buscando a alguien con quien jugar naranjas y unicornios


—dijo Harriet.

Eso aseguró la victoria. Sarah se sentó directo en el sofá y abrió Señorita


Butterworth. Pasó unas cuantas páginas, buscando donde lo había dejado, luego
255

frunció el ceño.
Página

—¿Es eso un juego? —preguntó—. ¿Naranjas y unicornios?


—Ella dice que es una versión de Naranjas y Limones —le dijo Harriet.

—¿Cómo pueden los unicornios sustituir a los limones?

Harriet se encogió de hombros.

—No es como si uno necesitara limones reales para jugar.

—Aun así, hace arruinar la rima. —Sarah negó con la cabeza, convocando
el poema de la niñez en su memoria—. Naranjas y unicornios dicen las campanas
de San. . . —Ella miró a Harriet en busca de inspiración.

—¿Clunicorns?"

—De alguna manera no lo creo.

—Moonicorns.

Sarah inclinó la cabeza hacia un lado.

—Mejor —juzgó.

—¿Spoonicorns? Zoomicorns.

Y… eso fue suficiente. Sarah volvió a su libro.

—Hemos terminado ahora, Harriet.

—Parunicorns.

Sarah ni siquiera podía imaginar de donde había venido esa. Pero aun así,
ella se encontró tarareando mientras leía.

Naranjas y limones dicen las campanas de San Clemente.

Mientras tanto, Harriet estaba murmurando para sí misma en el escritorio.

—Pontoonicorns xyloonicorns…
256

Me debes cinco cuartos de penique dicen las campanas de San Martin.


Página

—¡Oh, oh, oh, lo tengo! ¡Hughnicorns!


Sarah se quedó helada. Esto no lo podía ignorar. Con gran deliberación,
ella colocó su dedo índice en su libro para marcar su lugar y miró hacia arriba.

—¿Qué acabas de decir?

—Hughnicorns —respondió Harriet, como si nada pudiera haber sido más


común. Ella le dio a Sarah una mirada astuta—. El nombre por Lord Hugh, por
supuesto. Él parece ser un tema frecuente de conversación.

—No para mí —dijo Sarah inmediatamente. Lord Hugh Prentice


actualmente podría ocupar cada uno de sus pensamientos, pero no podía recordar
ni una sola vez de iniciar un debate acerca de él con su hermana.

—Tal vez lo que quería decir —engatusó Harriet—, es que él es un tema


frecuente en tus conversaciones.

—¿No es esa la misma cosa?

—Él es un participante frecuente en tus conversaciones —corrigió Harriet


sin perder el ritmo.

—Disfruto hablando con él —dijo Sarah, porque nada bueno podría salir
de negarlo. Harriet lo sabía mejor.

—De hecho —dijo Harriet, entornando los ojos como un detective—. Lo


deja a uno preguntándose si él es también la fuente de tu poco característico buen
humor.

Sarah dio un pequeño resoplido.

—Estoy comenzando a sentirme ofendida, Harriet. ¿Desde cuándo he sido


conocida por mi falta de buen humor?

—Cada mañana de tu vida.

—Eso es muy injusto —dijo Sarah, ya que estaba bastante segura de que
257

nada bueno podía salir de negar esto, tampoco.


Página

En general, nunca era bueno negar algo que era indisputablemente verdad.
No con Harriet.

—Yo creo que te gusta Lord Hugh —declaró Harriet.

Y porque Sarah estaba leyendo la Señorita Butterworth y el Barón loco, en


la que los barones (locos o no) siempre aparecían en las puertas al momento en el
que se mencionaba su nombre, ella miró hacia arriba.

Nada.

—Ese es un cambio refrescante —murmuró.

Harriet la miró.

—¿Dijiste algo?

—Estaba maravillada por el hecho de que Lord Hugh no apareció en la


puerta en el momento en el que dijiste su nombre.

—No tienes tanta suerte —dijo Harriet con una sonrisa.

Sarah puso sus ojos en blanco.

—Y solo para ser precisa, Creo que a ti te gusta Lord Hugh.

Sarah se volvió hacia la puerta. Porque realmente, ella nunca sería así de
afortunada dos veces.

Todavía nada de Hugh.

Bueno. Esto era nuevo y diferente.

Dio unos golpecitos con sus dedos contra el libro por un momento, luego
dijo en voz baja:

—¡Oh, como me gustaría encontrar un caballero quien mirara más allá de


mis tres desconcertantes hermanas y mi —¿por qué no?—, dedo vestigial.
258

Ella miró a la puerta.


Página

Y allí estaba él.


Ella sonrió. Pero a fin de cuentas, ella debía parar con el asunto del dedo
vestigial. Sería solo su suerte si acababa dando a luz a un bebé con un dedo extra.

—¿Estoy interrumpiendo? —preguntó Hugh.

—Por supuesto que no —dijo Harriet con gran entusiasmo—. Sarah está
leyendo, y yo estoy escribiendo.

—Entonces, estoy interrumpiendo.

—No —dejó escapar Harriet. Miró a Sarah por ayuda, pero Sarah no vio
razón para interceder.

—No necesito silencio para escribir —explicó Harriet.

Las cejas de él se levantaron en signo de pregunta.

—¿No le pidió a sus hermanas que no conversaran en el carruaje?

—Oh, eso es diferente. —Y entonces, antes de que alguien preguntara


cómo, Harriet se giró hacia Hugh y preguntó—: ¿No se sentará para unirse a
nosotras?

Él hizo un gesto cortes y entró a la habitación. Sarah miró como él hacía


su camino al sillón orejero. Él estaba dependiendo de su bastón en mayor medida
que lo habitual; ella podía verlo en su andar. Frunció el ceño, entonces recordó que
él se había apresurado todo el camino abajo desde su habitación la noche anterior.
Sin su bastón.

Ella esperó hasta que él se sentó al otro lado del sofá, entonces suavemente
preguntó:

—¿Le está molestando su pierna?

—Solo un poco. —Él puso su bastón en el suelo y se frotó el musculo. Sarah


se preguntó si él incluso notaba cuando hacía eso.
259

Harriet de repente se puso de pie.


Página

—Acabo de recordar algo —espetó.


—¿Qué? —preguntó Sarah.

—Es… ehm… algo acerca de… ¡Frances!

—¿Qué acerca de Frances?

—Oh, no mucho, realmente, solo…

Ella revolvió sus papeles juntos y tomó todo el montón, doblando algunas
hojas nuevas en el proceso.

—Cuidado ahí — advirtió Hugh.

Harriet lo miró sin comprender.

—Está arrugándolas —dijo, señalando el papel.

—¡Oh! Cierto. Más razón para irme. —Ella dio un paso hacia la puerta,
luego otro—. Así que voy a estar en camino…

Sarah y Hugh giraron para verla irse, pero a pesar de todas sus protestas,
parecía estar revoloteando por la puerta.

—¿Necesitas encontrar a Frances? —pregunta Sarah.

—Sí. —Harriet voló sobre sus pies, luego se volvió de nuevo y dijo—: Bien.
Hasta luego entonces. —Y finalmente se fue.

Sarah y Hugh se miraron mutuamente por algunos segundos antes de


reírse.

—Qué fue esa… —comenzó a decir él.

—¡Lo siento! —gritó Harriet corriendo de nuevo a la habitación—. Olvide


algo. —Ella corrió hacia el escritorio, tomando nada en absoluto que Sarah pudiera
ver (aunque para ser justos, Sarah no la tenía en una línea de visión clara), y se
apresuró afuera, cerrando la puerta detrás de ella.
260

La boca de Sarah se abrió.


Página

—¿Qué es esto?
—Esa pequeña descarada. Ella solo pretendió haber olvidado algo así podía
cerrar la puerta.

Hugh arqueó una ceja.

—¿Eso te molesta?

—No, por supuesto que no. solo que nunca creí que ella podía ser tan
retorcida. —Sarah hizo una pausa para reconsiderar esto—. No importa, ¿qué era
lo que estaba diciendo? Claro, ella es tan retorcida.

—Lo que encuentro interesante —dijo Hugh—, es que tu hermana está


determinada a que seamos dejados juntos a solas. Con la puerta cerrada —añadió
de manera significativa.

—Ella me acusó de me gustas.

—Oh, ella lo hizo ¿verdad? ¿Cuál fue tu respuesta?

—Creo que evadí dar una.

—Buen jugado, Lady Sarah, pero no me someto tan fácilmente.

Sarah avanzó un poco más cerca a su lado del sofá.

—¿Seguro?

—Oh, no —replicó él, extendiendo la mano para tocar la suya—. Si yo


fuera a preguntarte si te gusto, puedo asegurarte que no podrías escaparte tan
fácilmente.

—Sí tú preguntaras si me gustas —dijo Sarah, dejándolo tirarla hacia él—,


Podría desear no escapar.

—¿Podrías? —él hizo eco, su voz cayendo como un murmullo ronco.

—Bueno, yo podría necesitar un poco de convencimiento…


261

—¿Solo un poco?
Página

—Un poco podría ser todo lo que necesito —dijo ella, dejando salir un
pequeño grito ahogado cuando su cuerpo entró en contacto con el de él—, pero
podría en realidad querer mucho.”

Sus labios rozaron los suyos.

—Puedo ver que tengo trabajo.

—Afortunadamente para mí, tú nunca me pareciste el tipo de hombre que


huye del trabajo duro.

Él sonrió como un lobo.

—Puedo asegurarte, Lady Sarah, que trabajaré muy duro para asegurarme
de complacerte.

Sarah pensó que eso sonaba muy bien, de hecho.


262
Página
Traducido por Jadasa Youngblood

Corregido por Lizzie Wasserstein

S
arah no estaba segura de cuánto tiempo se besaron. Podrían haber
sido cinco minutos, podrían haber sido diez. Todo lo que sabía era
que la boca de Hugh era muy malvada, y a pesar de que no se había
quitado o incluso reordenado una sola pieza de su ropa, sus manos eran astutas y
atrevidas.

La hacía sentir cosas, cosas traviesas que se empezaban en su vientre y


fluían a través de ella como la lava ardiente. Cuando sus labios se encontraban
sobre su cuello, quería estirarse como un gato, arqueándose hasta que cada músculo
de su cuerpo estuviera caliente y flexible. Quería sacarse sus zapatillas y pasar sus
dedos a lo largo de sus pantorrillas. Quería arquear su espalda y presionar sus
caderas contra él, entonces permitir que sus piernas se separaran suave y
flexiblemente para que él pudiera acomodarse entre ellas.

Le hacía desear cosas que una dama jamás diría, cosas que ni siquiera
debería pensar una dama.

Y le encantaba. No había reaccionado ante cualquiera de estos impulsos,


pero le encantaba que ella lo deseara. A ella le encantaba esa sensación de
abandono, este loco deseo de acercarse más y más hasta que se fundieran. Nunca
antes había querido siquiera besar a un hombre, y ahora lo único en lo que podía
263

pensar era en cómo de perfectas se sentían sus manos sobre su piel desnuda la
noche anterior.
Página
—Oh, Hugh —suspiró cuando sus dedos encontraron la curva de su muslo
y lo apretaron a través de la suave muselina de su vestido. Frotó su pulgar en
círculos perezosos, cada movimiento llevándolo más cerca de su área más privada.

Querido Dios, si podía hacerla sentir así a través de su vestido, ¿qué


ocurriría cuando él en realidad tocara su piel?

Sarah se estremeció ante el pensamiento, aturdida por lo emocionada que


estaba simplemente pensando sobre ello.

—No tienes ni idea —murmuró Hugh entre besos—, de lo mucho que


desearía que estuviéramos en cualquier otro lugar excepto en está habitación.

—¿En cualquier lugar? —preguntó burlándose. Despeinando su cabello


rubio oscuro con una de sus manos, deleitándose en lo fácil que era despeinarlo.

—En algún lugar con una cama. —Besó su mejilla, entonces su cuello,
luego la piel sensible en la base de su garganta—. Y una puerta con cerradura.

El corazón de Sarah brincó ante sus palabras, pero al mismo tiempo, su


comentario despertó una astilla de sentido común. La puerta de la pequeña sala de
estar se encontraba cerrada, aunque no estaba cerrada con llave. Sarah ni siquiera
pensó que pudiera estar cerrada, y es más, sabía que no debería estar cerrada con
llave. Cualquiera, quién tratara de abrir la puerta y encontrara que no podía entrar,
inmediatamente querría saber lo que estaba ocurriendo adentro, lo que significaba
que a menos que uno de ellos quisiera enfrentarse a la caída por la ventana a seis
metros, estarían en un muy gran escándalo si alguien simplemente hubiera entrado
a través de la puerta abierta.

Y mientras Sarah tenía toda la intención de casarse con Lord Hugh


Prentice (una vez que le pidiera, lo cual él haría, y si no lo hacía, ella se lo pediría),
no le gustaba mucho un matrimonio provocado por el escándalo justo unos días
antes de la boda de su primo.
264

—Tenemos que detenernos —dijo, sin mucha convicción.


Página
—Lo sé. —Pero no dejó de besarla. Podría haber disminuido un poco, pero
no se detuvo.

—Hugh…

—Lo sé —dijo de nuevo, pero antes de que se alejara, el pomo de la puerta


giró firmemente, y Daniel caminó bruscamente a largas zancadas, diciendo algo
sobre buscar a Anne.

Sarah jadeó, pero no había manera de que pudiera enderezar la situación a


tiempo. Hugh estaba más de la mitad arriba sobre ella, habían por lo menos tres
horquillas sobre el suelo, y…

Y, bueno, Hugh estaba más de la mitad arriba sobre ella.

—¿Qué diablos? —Daniel se quedó conmocionado, congelado antes de que


se cayera su natural rapidez de pensamiento, y pateara la puerta cerrándola detrás
de él.

Hugh se puso en pie con más velocidad de la que Sarah hubiera creído
posible dadas las circunstancias. Liberada de su peso, se sentó, por instinto cubrió
sus pechos con sus brazos, a pesar de que su vestido no tenía ni un solo botón
desabotonado.

Pero se sentía expuesta. Aún podía sentir el calor del cuerpo de Hugh
contra el suyo, y ahora Daniel se encontraba mirándola con una expresión de furia
y decepción que no podía mirarlo a los ojos.

—Confiaba en ti, Prentice —dijo Daniel en voz baja y amenazadora.

—No en esto —respondió Hugh, e incluso Sarah se sorprendió por la falta


de seriedad en su tono.

Daniel comenzó a lanzarse contra él.


265

Sarah se puso de pie de golpe.


Página

—¡Detente! ¡No es lo que piensas!


Después de todo, era lo que siempre decían en las novelas.

—Muy bien —dijo, viendo las expresiones incrédulas de ambos—, es lo


que piensas. Pero no puedes golpearlo.

Daniel gruñó.

—Oh, ¿no puedo?

Sarah plantó su mano sobre su pecho.

—No —dijo firmemente, luego se giró hacia Hugh señalándole con un


dedo—. Y tú tampoco.

Hugh se encogió de hombros.

—No estaba tratando de hacerlo.

Sarah parpadeó. Tenía un aspecto asombrosamente relajado, considerando


todas las cosas.

Giró hacia Daniel.

—Esto no es asunto tuyo.

El cuerpo de Daniel se puso rígido por la furia, y apenas podía controlar su


voz cuando dijo:

—Sarah, ve a tu habitación.

—No eres mi padre —disparó de vuelta.

—Malditamente estoy en lugar de tu padre hasta que él llegue —casi


escupió Daniel.

—Oh, mira quién está hablando —se burló. Después de todo, la prometida
de Daniel vivía con los Pleinsworth. Sarah sabía bastante bien que su persecución
266

romántica no había sido del todo casta.


Página

Daniel cruzó sus brazos.


—Esto no es sobre mí.

—No lo era hasta que irrumpiste en la habitación.

—Si te hace sentir mejor —dijo Hugh—, estaba planeando pedirle a Lord
Pleinsworth su mano tan pronto como llegue.

Sarah sacudió su cabeza hacia atrás y alrededor.

—¿Esa es mi propuesta?

—Cúlpalo a él —respondió Hugh con un guiño hacia Daniel.

Pero entonces Daniel hizo algo inesperado. Dio un paso hacia Hugh, le
lanzó una dura mirada a su rostro, y dijo:

—No le pedirás a Lord Pleinsworth su mano. No le dirás ni una sola palabra


hasta que le cuentes la verdad.

¿La verdad? Sarah miró de Daniel a Hugh y de nuevo. Varias veces. Pero
incluso ella podría no haber estado ahí, por todo lo que le prestaban atención. Y
por una vez en su vida, mantuvo su boca cerrada.

—¿Qué —mordió Hugh, su temperamento finalmente se encendió—,


quieres decir con eso?

—Lo sabes muy bien. —Daniel estaba furioso—. Confío en que no has
olvidado el trato que hiciste con el diablo.

—¿Te refieres al que salvó tu vida? —replicó Hugh.

Sarah sobresaltada dio un paso hacia atrás. No sabía lo que estaba pasando,
pero la aterrorizaba.

—Sí —confirmó Daniel con voz sedosa—. Ese. ¿No creerías que una mujer
debe saberlo antes de aceptar tu proposición?
267

—¿Saber qué? —preguntó Sarah preocupadamente—. ¿De qué están


Página

hablando? —Pero ninguno de los hombres ni siquiera le dio una mirada.


—El matrimonio es un compromiso de por vida —dijo Daniel con una
espantosa voz—. De por vida.

La mandíbula de Hugh se puso rígida.

—Winstead, este no es el momento.

—¿No es el momento? —repitió Daniel—. ¿No es el momento? ¿Cuándo


más condenado infierno podría ser el momento?

—Cuida tu lenguaje —espetó Hugh.

—Es mi prima.

—Es una dama.

—Ella está aquí —dijo Sarah débilmente, levantando una mano.

Daniel se dio la vuelta para mirarla.

—¿Te ofendí?

—¿Siempre? —preguntó Sarah, desesperada por romper la tensión en la


habitación.

Daniel frunció el ceño ante su patético intento de humor y giró de nuevo


hacia Hugh.

—¿Le contarás? —preguntó—. ¿O lo haré yo?

Nadie dijo una palabra.

Varios segundos pasaron, entonces Daniel se giró hacia Sarah con una
brusquedad que casi la hizo marear.

—¿Recuerdas —dijo en un horrible tono de voz—, cómo de furioso estaba


el padre de Lord Hugh después del duelo?
268

Sarah asintió, aunque no estaba segura de que él esperara una respuesta.


Página

No había estado fuera en sociedad en el momento del duelo, pero oyó a su madre
susurrando sobre él con sus tías. Lord Ramsgate se había vuelto loco, habían dicho.
Estaba extremadamente trastornado.

—¿Alguna vez te preguntaste —continuó Daniel, aún en ese tono


espantoso que ahora se daba cuenta que era para Hugh, aun cuando sus palabras
eran dirigidas hacia ella—, cómo Lord Hugh logró convencer a su padre de que me
dejara en paz?

—No —dijo Sarah lentamente, y era la verdad. O al menos lo había sido


hasta unas pocas semanas atrás—. Asumí... no sé. Regresaste, y eso era todo lo que
importaba.

Se sentía como una idiota. ¿Por qué no se había preguntado lo que Hugh
había hecho para traer a Daniel? ¿Debería haberlo hecho?

—¿Alguna vez has conocido a Lord Ramsgate? —le preguntó Daniel.

—Estoy segura de que lo he hecho, en algún momento —dijo Sarah, sus


ojos se movían rápidamente nerviosamente de Hugh a Daniel—. Pero yo…

—Él es una rata, un bastardo —gruñó Daniel.

—¡Daniel! —Sarah nunca le había oído usar tales palabras. O tal tono. Miró
a Hugh, pero él solo se encogió de hombros y dijo:

—No tengo inconveniente a tal descripción.

—Pero... —Sarah luchó por palabras. No veía a su padre muy a menudo, él


raramente dejaba Devon, y más a menudo Sarah se encontraba a sí misma llevada
por todo el sur de Inglaterra por su madre, en la interminable búsqueda de un
marido adecuado. Pero él era su padre, y lo amaba, y no podía imaginar quedarse
parada mientras alguien lo llamaba con nombres tan horribles.

—No todos tenemos padres amables y bondadosos —dijo Hugh.


269

Sarah esperaba que estuviera interpretando mal la nota de


condescendencia que se asentaba sobre sus palabras.
Página

—¿Qué tiene eso que ver con nada? —preguntó exasperada.


—Quiere decir que mi padre es un imbécil. Significa que es un enfermo
hijo de puta, que lástima a la gente y disfruta haciéndolo. Significa… —Hugh dio
un paso acercándose más, su voz volviéndose más fría, con furia—, que está
completamente loco sin importar qué tipo de cara ponga para el resto de la
humanidad, y no hay, repito, no hay razonamiento con él cuando tiene sus dientes
clavados en algo.

—En mí —aclaró Daniel.

—En cualquier cosa —espetó Hugh—, pero sí, estás incluido. Tú, por otro
lado —le dijo a Sarah, su voz volviéndose incómodamente normal—, le gustarías.

Se sintió enferma.

—El título de tu familia data desde los Tudor, y es probable que tengas una
decente dote. —Hugh inclinó una cadera contra el brazo del sofá y extendió su
pierna lesionada frente a él—. Pero además, estás bien de salud y en edad fértil.

Sarah solo podía mirar.

—Mi padre te adorará —finalizó con un encogimiento de hombros.

—Hugh —empezó Sarah—. Yo no... —Pero no sabía cómo finalizar su


declaración. No reconocía a este hombre. Era duro y frágil, y la manera en que la
describió la dejó sintiéndose sucia y retorcida.

—Ni siquiera soy su heredero —dijo Hugh y Sarah podía oír algo emotivo
en su voz. Algo enojado, algo listo para golpear.

—Ni siquiera debería importarle si mi novia puede reproducir


correctamente —continuó Hugh, cada sílaba más entrecortada que la anterior—.
Tiene a Freddie. Debería fijar sus esperanzas ahí, y sigo diciéndoselo…

De repente giró alejándose, pero no antes de que Sarah lo escuchará


maldecir por lo bajo.
270

—Nunca conocí a tu hermano —dijo Daniel, después de que casi un


Página

minuto de silencio sofocara la habitación.


Sarah lo miró. Su frente estaba fruncida, y se dio cuenta de que Daniel
estaba más curioso que sorprendido.

Hugh no se dio vuelta. Pero sí dijo, en un tono extrañamente monótono:

—No se mueve en los mismos círculos que tú.

—¿Hay… hay algo malo con él? —preguntó Sarah indecisa.

—¡No! —vociferó Hugh, dándose la vuelta tan rápido que perdió el


equilibrio y casi cayó al suelo. Sarah se lanzó hacia adelante para sostenerlo, pero
Hugh extendió su brazo para alejarla.

—Estoy bien —gruñó.

Pero no lo estaba. Podía ver que no lo estaba.

—No hay nada malo con mi hermano —dijo Hugh, su voz baja y precisa,
incluso mientras recuperaba el aliento de su casi caída—. Está perfectamente sano,
perfectamente capaz de engendrar un hijo. Pero… —Sus ojos se movieron rápido
significativamente hacia Daniel—, no es probable que se case.

Los ojos de Daniel se nublaron y asintió comprendiendo.

Pero no Sarah.

—¿Qué significa eso? —soltó, porque maldito infierno, era como que
estuvieran hablando en un diferente idioma.

—No es para tus oídos —dijo Daniel rápidamente.

—Oh, ¿eso es cierto? —preguntó—. Y, ¿rata, bastardo, hijo de puta lo es?

Si no hubiera estado tan furiosa, se habría sentido un poco satisfecha en la


forma en que ambos hombres se estremecieron.

—Prefiere a los hombres —dijo Hugh bruscamente.


271

—Ni siquiera sé lo que eso significa —espetó Sarah.


Página

Daniel dejó escapar una maldición amarga.


—Oh, por el amor de Cristo, Prentice, es una dama. Y es mi prima.

Sarah no podía imaginar lo que eso tenía que ver con cualquier cosa, pero
antes de que pudiera preguntar, Daniel dio un paso hacia Hugh y gruñó:

—Si dices una palabra más, te juro que te descuartizo.

Hugh lo ignoró, sus ojos nunca separándose de los de Sarah.

—De la manera en que yo te prefiero a ti —dijo deliberadamente lento—,


mi hermano prefiere a los hombres.

Lo miró fijamente, sin comprender, y luego:

—Oh. —Miró a Daniel, aunque no tenía ni idea de por qué—. ¿Eso es


incluso posible?

Él apartó su mirada, sus mejillas ardiendo rojas.

—No afirmo entender a Freddie —dijo Hugh, cada palabra elegida


deliberadamente—, o por qué es como es. Pero es mi hermano, y lo amo.

Sarah no estaba segura de cómo responder. Miró a Daniel para que la


orientara, pero se encontraba de espaldas.

—Freddie es un buen hombre —continuó Hugh—, y estaba…

Sarah giró de vuelta hacia él. Su garganta estaba trabajando


convulsivamente, y no creyó que jamás lo hubiera visto tan destrozado.

—Él fue la única razón por la que sobreviví a mi infancia. —Hugh


parpadeó, y entonces realmente sonrió melancólicamente—. Aunque me imagino
que él diría lo mismo sobre mí.

Querido Dios, pensó Sarah, ¿qué clase de hombre era su padre?

—Él es... no como yo —dijo Hugh tragando—, pero es un buen hombre,


272

tan honorable y amable como nunca conocerás.


Página
—Muy bien —dijo Sarah lentamente, tratando de aceptar todo—. Si dices
que es bueno, y que debería amarlo como a un hermano, lo haré. Pero, ¿qué tiene
esto que ver con... con todo esto?

—Fue por eso que mi padre estaba tan empecinado en la venganza contra
tu primo —respondió Hugh, haciendo un gesto con su cabeza hacia Daniel—. Es
por eso que aún lo está.

—Pero dijiste…

—Puedo refrenarlo —interrumpió Hugh—, no puedo cambiar su opinión.


—Desplazó su peso, y Sarah pensó ver un destello rápido de dolor a través de sus
ojos. Siguió su mirada hacia su bastón, recostado sobre la alfombra cerca del sofá.
Dio un paso hacia él, pero antes de que pudiera hacer algo más, se apresuró a
recuperarlo para él.

La expresión de su cara cuando se lo entregó no era una de gratitud. Pero


lo que sea que quería decirle, se lo tragó amargamente y en cambio, dijo a la
habitación en general.

—Les conté que el día del duelo, no sabían si iba a sobrevivir.

Sarah miró a Daniel. Asintió tristemente.

—Mi padre tiene la creencia, y... —Hugh dejó de hablar, y dejó escapar un
suspiro agotado y resignado—. Y puede que tenga razón —continuó finalmente,
como si solo estuviera aceptándoselo a él mismo—, que Freddie nunca se casará.
Siempre había pensado que podía, a pesar de que... —Una vez más, sus palabras se
desvanecieron.

—¿Hugh? —dijo Sarah en voz baja, después de que pasó casi un minuto.

Él giró y la miró, luego su expresión se endureció.

—No importa lo que pensaba —dijo despectivamente—. Todo lo que


273

importa es lo que piensa mi padre, y él está convencido de que debo ser el que
Página

proporcione un heredero para la próxima generación. Cuando Winstead casi me


mata... —Se encogió de hombros, dejando que Sarah y Daniel llegaran a sus propias
conclusiones.

—Pero no te mató —dijo Sarah—. Así que aun puedes...

Nadie habló.

—Ehm, puedes, ¿no puedes? —preguntó finalmente. No era el momento


para ser remilgada y recatada.

Él se rio brutalmente.

—No tengo ninguna razón para suponer lo contrario, aunque confesaré


que no le aseguré ese hecho a mi padre.

—Bueno, ¿no crees que deberías haberlo hecho? —preguntó—. Habría


dejado en paz a Daniel solo, y…

—Mi padre —interrumpió Hugh bruscamente—, no deja ir fácilmente la


venganza.

—Ciertamente —dijo Daniel.

—Aun no comprendo —dijo Sarah. ¿Qué de todo esto tiene que ver con
cómo Hugh te trajo Daniel, de vuelta de Italia?

—Si te quieres casar con él —le dijo Daniel—, no me interpondré en tu


camino. Me gusta Hugh. Siempre me ha gustado Hugh, incluso cuando nos
encontramos en ese maldito campo de duelo. Pero no permitiré que te cases con él
sin saber la verdad.

—¿Qué verdad? —exigió Sarah. Estaba tan condenadamente enferma de


ellos hablando alrededor del tema cuando ni siquiera sabía cuál era el problema.

Daniel la miró fijamente durante un largo momento, luego volvió su


atención a Hugh.
274

—Cuéntale cómo convenciste a su padre —dijo en una voz entrecortada.


Página
Miró a Hugh. Estaba mirando algún punto por encima de su hombro. Era
como si ella ni siquiera estuviera ahí.

—Cuéntale.

—Mi padre no ama nada tanto como el título Ramsgate —dijo Hugh con
voz monótonamente extraña—. No soy nada más que un medio para un fin, pero
cree que soy su único medio, y por lo tanto soy invaluable.

—¿Qué significa eso? —preguntó.

Giró de vuelta hacia ella, parpadeando como si él la atrajera al centro.

—¿No lo comprendes? —dijo en voz baja—. Cuando se trata de mi padre,


la única cosa con la cual tengo que negociar es a mí mismo.

La ansiedad de Sarah comenzó a aumentar.

—Preparé un contrato —le dijo Hugh—, explicando exactamente lo que


ocurriría si tu primo recibiera algún daño.

La mirada de Sarah se deslizó a Daniel, luego, de vuelta a Hugh.

—¿Qué? —dijo, el terror en su voz, amenazando con arrastrar el mismo


aliento de su cuerpo—. ¿Qué ocurrirá?

Hugh se encogió de hombros.

—Me suicido.
275
Página
Traducido por Fanny

Corregido por Lizzie Wasserstein

—N
o, en serio —dijo Sarah. Su voz era forzada; sus ojos
muy cautelosos—. ¿Qué dijiste que pasaría?

Hugh luchó contra el impulso de clavar sus


pulgares en sus sienes. Su cabeza había comenzado a golpear, y estaba bastante
seguro que el único remedio sería la estrangulación de Daniel Smythe-Smith. Por
una vez, todo en la vida de Hugh estaba yendo bien, yendo malditamente perfecto,
y Daniel tuvo que meter su cabeza donde no era requerida. Donde no
era necesitada.

No era así como Hugh había querido tener esta conversación.

O tal vez, no había querido tenerla en absoluto, una pequeña voz dentro
trató de decir. No había pensado mucho sobre eso. Había estado tan enamorado de
Lady Sarah, tan absolutamente fascinado por la dicha de enamorarse que no había
pensado ni una vez en el “acuerdo” con su padre.

Pero seguramente, seguramente ella podría ver que no había tenido otra
opción.

—¿Es una broma? —demandó Sarah—. Porque si lo es, no es divertido.


¿Qué fue lo que en verdad dijiste que pasaría?

—No está mintiendo —dijo Daniel.


276

—No. —Sarah sacudió su cabeza, horrorizada—. Eso no puede ser verdad.


Página

Es absurdo. Es una locura, es…


—La única cosa que podría convencer a mi padre de dejarlo en paz —dijo
Hugh bruscamente.

—Pero tú no lo decías en serio —dijo ella, la desesperación en su voz—.


Porque le mentiste, ¿verdad? Fue solo una amenaza. Una amenaza vacía.

Hugh no respondió. No tenía idea si lo había dicho en serio. Había tenido


un problema, no, había sido golpeado por un problema, y finalmente había visto
una manera para resolverlo. Con toda honestidad, había estado encantado con él
mismo. Había pensado que su plan era brillante.

Su padre nunca se arriesgaría a perder a Hugh antes de que Hugh pudiera


ver que una nueva generación de hombres Prentice vagaba en la tierra. Aunque
una vez que eso sucediera, pensó Hugh, todas las apuestas estarían apagadas. Si el
marques tenía a un nieto saludable o dos bajo su poder, probablemente ni
parpadearía si Hugh fuera y se suicidara.

Bueno, tal vez parpadearía una vez, solo por el bien de las apariencias. Pero
solo después de que Hugh fuera mucha agua bajo el puente.

Oh, había sido grandioso cuando se había presentado a su padre con ese
contrato. Tal vez era un enfermo hijo de puta, pero ver a su padre tan golpeado,
tan completamente, sin recurso o argumentos…

Había sido magnifico.

Había ventajas en ser tal cañón perdido, se dio cuenta Hugh. Su padre había
vociferado, protestado y volcado la bandeja del té, mientras tanto, Hugh había solo
observado con esa individual, casi clínica diversión que nunca fallaba en enfurecer
al marqués.

Y luego, después de que Lord Ramsgate declaró que Hugh nunca pasaría
por tan absurda amenaza, él finalmente había mirado a su hijo. Lo había visto
realmente por primera vez en la memoria de Hugh. Había visto la insolente y vacía
277

sonrisa, la firme determinación en su barbilla, y el marqués se había puesto tan


Página

blanco que sus ojos parecían marchitarse en sus cuencas.


Había firmado el contrato.

Después de eso, Hugh no había pensado mucho sobre eso. Tal vez hiciera
la ocasional broma inapropiada (siempre había tenido un oscuro sentido del
humor), pero en lo que a él concernía, él y su padre estaban en un callejón sin
salida de segura destrucción mutua.

En otras palabras, no había nada de qué preocuparse. Y no entendía por


qué nadie más se daba cuenta de eso.

Por supuesto que los únicos que sabían sobre el contrato eran Daniel y
Sarah, pero eran gente inteligente, raramente ilógicos en sus decisiones.

—¿Por qué no me estás respondiendo? —preguntó Sarah, su voz


elevándose con pánico—. ¿Hugh? Dime que no lo dijiste en serio.

Hugh se le quedó viendo. Había estado pensando, recordando, y fue casi


como si una parte de él hubiera dejado la habitación y encontrado alguna tranquila
esquina para reflexionar el estado de su triste mundo.

Iba a perderla. No iba a entender. Hugh podía ver eso ahora en sus
frenéticos ojos y sus temblorosas manos. ¿Por qué no podía ver que él había hecho
la elección de un héroe? Se estaba sacrificando a él mismo, o al menos amenazando
con, por el bien de su amado primo. ¿No debería contar para algo?

Había traído a Daniel de vuelta a Inglaterra, había asegurado su seguridad;


¿sería castigado por eso?

—Di algo, Hugh —rogó Sarah. Miró a Daniel y luego de vuelta a Hugh, su
cabeza moviéndose con torpes sacudidas—. No entiendo porque no quieres decir
algo.

—Él firmó un contrato —dijo Daniel en voz baja—. Tengo una copia.

—¿Tienes una copia?


278

Hugh no estaba seguro de como eso cambiaba algo, pero Sarah lucía
Página

horrorizada. El color se había drenado de su piel, y sus manos, las cuales estaba
tratando muy duro mantener a su lado, estaban temblando—. Tienes que romperlo
—le dijo a Daniel—. Justo en este momento. Tienes que romperlo.

—No es…

—¿Está en Londres? —lo cortó—. Porque si está allá, me iré en este


momento. No me importa si me pierdo tu boda, no es un problema. Puedo ir y
traerlo, y…

—¡Sarah! —prácticamente gritó Daniel. Cuando tuvo su atención, dijo—:


No haría ninguna diferencia. No es la única copia. Y si él tiene razón —señaló a
Hugh—, es lo único que me mantiene a salvo.

—Pero eso podría matarlo —gritó ella.

Daniel se cruzó de brazos.

—Esto depende completamente de Lord Hugh.

—De hecho, de mi padre —dijo Hugh. Porque en realidad, ahí era donde
comenzaba la cadena de locura.

El cuerpo de Sarah se quedó quieto, pero su cabeza sacudiéndose, casi como


si estuviera tratando de mover su cerebro para que entendiera.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó a pesar de que Hugh sintió que había
dejado bien claras sus razones—. Está mal. Es-es-es antinatural.

—Es lógico —dijo Hugh.

—¿Lógico? ¿Lógico? ¿Estás demente? Es lo más ilógico, irresponsable,


egoísta…

—Sarah, detente —dijo Daniel poniendo una mano sobre su hombro—.


Estás alterada.
279

Pero ella simplemente se lo quitó de encima.


Página
—No seas condescendiente conmigo —espetó. Se volteó hacia Hugh. Él
deseo saber qué decir. Pensó que había dicho lo correcto. Era lo que le habría
convencido si tuvieran sus posiciones invertidas.

—¿Estabas pensando en alguien más que tú mismo? —demandó ella.

—Estaba pensando en tu primo —dijo Hugh en voz baja.

—Pero ahora es diferente —gritó—. Cuando hiciste esa amenaza, eras solo
tú. Pero ahora…

Hugh esperó, pero no terminó la oración. Ella no dijo: no lo es. No


dijo: somos nosotros.

—Bueno, no tienes que hacerlo —anunció ella, como si acabara de resolver


todos sus problemas—. Si le sucede algo a Daniel, no vas a tener que pasar por eso.
Nadie te sostendrá a tal contrato, nadie. Por supuesto no tu padre, y Daniel
estará muerto.

La habitación se quedó en silencio hasta que Sarah golpeó una mano


horrorizada sobre su boca.

—Lo siento —dijo volteando sus frenticos ojos a su primo—. Lo siento


tanto. Oh, Dios mío, lo siento.

—Hemos terminado —anunció Daniel disparándole una mirada casi de


odio a Hugh. Puso sus brazos alrededor de Sarah y murmuró algo en su oído. Hugh
no pudo escuchar lo que dijo, pero no hizo nada para detener el flujo de lágrimas
que corrían por el rostro de Sarah.

—Empacaré mis cosas —dijo Hugh.

Nadie le dijo que no lo hiciera.


280
Página
Sarah permitió que Daniel la sacara de la habitación, solo protestando
cuando se ofreció a cargarla para subir las escaleras.

—No, por favor —dijo con voz ahogada—. No quiero que nadie se dé
cuenta de lo alterada que estoy.

Alterada. Que patética excusa para una palabra. No estaba alterada, estaba
destruida.

Destrozada.

—Déjame llevarte a tu habitación —dijo él.

Asintió, luego espetó.

—¡No! Puede que Harriet esté ahí. No quiero que haga preguntas, y sabes
que las hará.

Al final, la llevó a su propia habitación, razonando que ese sería el único


lugar en la casa en el que se le podía garantizar privacidad. Le preguntó una última
vez si quería a su madre, o a Honoria, o a quien fuera, pero Sarah sacudió la cabeza
y se curvó en una bola encima de sus sabanas. Daniel encontró un manta y la puso
sobre ella, y luego, después de que le reasegurara que sí, deseaba que la dejaran
sola, salió de la habitación y en silenció cerró la puerta detrás de él.

Diez minutos después, llegó Honoria.

—Daniel dijo que dijiste que querías estar sola —dijo Honoria antes de que
Sarah pudiera hacer más que mirarla con una expresión cansada—, pero creemos
que estás equivocada.

La pura definición de familia. La gente que podía decidir cuándo estabas


equivocada. Sarah suponía que era tan culpable como cualquiera. Probablemente
281

más.
Página

Honoria se sentó a su lado en la cama y alejó gentilmente el cabello del


rostro de Sarah.
—¿Cómo puedo ayudarte?

Sarah no levantó su cabeza de la almohada. Tampoco giró su cabeza hacia


su prima.

—No puedes.

—Debe haber algo que podamos hacer —dijo Honoria—. Me rehúso a


creer que todo está perdido.

Sarah se incorporó un poco y la miró con incredulidad.

—¿Acaso Daniel no te dijo nada?

—Me dijo algo —respondió Honoria, no mostrando ninguna reacción al


tono poco amable de Sarah.

—¿Entonces cómo puedes decir que no todo está perdido? Creí que lo
amaba. Creí que me amaba. Y ahora, descubro… —Sarah sintió su rostro
contorsionarse con el enojo que Honoria no se merecía, pero no pudo
controlarse—. ¡No me digas que no todo está perdido!

Honoria atrapó su labio inferior entre sus dientes.

—Tal vez si hablas con él.

—¡Lo hice! ¿Cómo crees que terminé así? —Sarah ondeó su brazo frente a
ella como si dijera…

Como si dijera: Estoy tan enojada, dolida y no sé qué hacer.

Como si dijera: No hay nada que pueda hacer, excepto ondear mi estúpido
brazo.

Como si dijera: Ayúdame porque no sé cómo pedirlo.

—No estoy completamente segura de que sepa la historia completa —dijo


282

Honoria con voz cuidadosa—. Daniel estaba bastante alterado, y dijo que estabas
Página

llorando y luego me fui corriendo…


—¿Qué te dijo? —preguntó Sarah en un tono monótono.

—Explicó que Lord… —Honoria hizo una mueca, como si no pudiera


creer lo que estaba diciendo—. Bueno, me dijo como Lord Hugh fue capaz de
finalmente convencer a su padre para dejar en paz a Daniel. Es… —Una vez más,
el rostro de Honoria encontró al menos tres diferentes expresiones de incredulidad
antes de que fuera capaz de continuar—. Pensé que era bastante inteligente de su
parte, aunque sin duda alguna…

—¿Demente?

—Bueno, no —dijo Honoria lentamente—. Solo sería demente si no


hubiera ninguna razón detrás de eso, y no creo que Lord Hugh haga algo sin
razones detrás.

—Dijo que se suicidaría, Honoria. Lo siento, no puedo… ¡Buen Dios, y la


gente me llama dramática!

Honoria mordió una pequeña sonrisa.

—Es… de alguna manera… irónico.

Sarah la miró.

—No estoy diciendo que es divertido —dijo Honoria muy rápido.

—Creí que lo amaba —dijo Sarah con una pequeña voz.

—¿Creíste?

—No sé si todavía lo hago. —Sarah se volteó dejando que su cabeza cayera


contra la cama. Dolía mirar a su prima. Honoria era feliz, y se merecía ser feliz,
pero Sarah nunca sería lo suficientemente pura del corazón como para no odiarla
solo un poquito. Solo por este momento.

Honoria estuvo en silencio por unos pocos segundos, luego preguntó en


283

voz baja:
Página

—¿Puedes desenamorarte rápidamente?


—Me enamoré rápidamente. —Sarah tragó incómodamente—. Tal vez
nunca fue verdadero. Tal vez yo solo quería que fuera verdadero. Todas estas bodas
y tú y Marcus, y Daniel y Anne, y todos viéndose tan felices, y yo solo quería eso.
Tal vez eso es todo lo que era.

—¿De verdad lo crees?

—¿Cómo podría estar enamorada de alguien que amenaza con tal cosa?
—preguntó Sarah con la voz rota.

—Lo hizo para asegurar la felicidad de otra persona —le recordó


Honoria—. Mi hermano.

—Lo sé —respondió Sarah—, y podría admirarlo por eso, en serio podría,


pero cuando le pregunté si era una amenaza vacía, no dijo que lo fuera. —Tragó
saliva, tratando de calmar su respiración—. No me dijo que si… si fuera necesario
—se ahogó con las palabras—, no lo haría. Le pregunté directo en su rostro y no
respondió.

—Sarah —comenzó Honoria—, necesitas….

—¿Siquiera entiendes lo horrible que es esta conversación? —exclamó


Sarah—. Estamos discutiendo de algo que solo llegaría a pasar si tu hermano
es asesinado. ¿Como si… como luego… cualquier cosas que hiciera Hugh
fuera peor?

Honoria puso una mano gentil sobre el hombro de Sarah.

—Lo sé —se ahogó Sarah, como si el gesto de Honoria hubiera sido una
pregunta—. Vas a decirme que necesito preguntarle de nuevo. Pero y si le pregunto
y dice que sí lo dijo en serio, y qué si su padre cambia de idea y le hace algo a
Daniel, va a tomar una pistola y ponerla en su estúpida boca?

Hubo un horrible momento de silencio, luego Sarah golpeó su mano contra


284

su boca, tratando físicamente de contener su sollozo.


Página
—Toma una respiración profunda —dijo Honoria en tono tranquilizador,
pero sus ojos estaban horrorizados.

—¿Cómo si siquiera pudiera hablar sobre eso? —chilló Sarah—. Qué


horrible me sentiría sobre Hugh y que tan enojada estaría con él cuando
obviamente eso signifique que Daniel ya está muerto, no debería ser eso lo que me
destroce, Dios del cielo, Honoria, es en contra de la misma naturaleza del hombre.
No puedo… no puedo…

Cayó en los brazos de su prima, jadeando a través de sus lágrimas.

—No es justo —sollozó en el hombro de Honoria—. No es justo.

—No. No lo es.

—Lo amo.

Honorio no dejó de frotar su espalda.

—Sé que lo amas.

—Y me siento como un monstruo estando enojada porque dijo… —Sarah


jadeó, sus pulmones jalando una inesperada bocanada de aire—. Que se suicidaría
y luego le rogué para que me dijera que no lo haría, ¿cuándo no debería en realidad
estar alterada de que todo esto significaría que algo le había pasado a Daniel?

—Pero puedes ver porqué Lord Hugh hizo ese pacto en primer lugar
—dijo Honoria—, ¿verdad?

Sarah asintió contra ella. Sus pulmones dolían. Su cuerpo entero dolía.

—Pero debería ser diferente ahora —susurró—. Debería sentirse diferente


ahora. Yo debería significar algo.

—Y lo haces —dijo Honoria tranquilizadoramente—. Sé que lo haces. He


visto la manera en la que se miran cuando creen que nadie está mirando.
285
Página
Sarah se alejó solo lo suficiente para mirar el rostro de su prima. Honoria
la estaba mirando con la más pequeña de las sonrisas y sus ojos, sus increíbles ojos
lavanda que Sarah siempre había envidiado, estaban claros y serenos.

¿Era esa las diferencia entre las dos? Se preguntó Sarah. Honoria abordaba
cada día como si su mundo estuviera hecho de mares de un verde cristalino y
suaves brisas del océano. El mundo de Sarah era una tormenta tras otra. Nunca
había tenido un día sereno en su vida.

—He visto la manera en la que él te mira —dijo Honoria—. Está


enamorado de ti.

—No lo ha dicho.

—¿Tú lo has dicho?

Sarah dejó que su silencio fuera su respuesta.

Honoria se estiró y tocó su mano.

—Puede que tengas que ser la valiente y decirlo primero.

—Es fácil para ti decirlo —dijo Sarah pensando en Marcus, siempre tan
honorable y reservado—. Te enamoraste del más fácil, hermoso y menos
complicado hombre de Inglaterra.

Honoria le dio un simpático encogimiento de hombros.

—No podemos evitar de quien nos enamoramos. Y no eres la más fácil y


menos complicada mujer de Inglaterra, ya sabes.

Sarah le dio una mirada de soslayo.

—Olvidaste la más hermosa.

—Bueno, puede que seas la más hermosa —dijo Honoria con una sonrisa
286

torcida. Luego golpeó a Sarah con su codo—. Me atrevo a decir que Lord Hugh
cree que eres la más hermosa.
Página

Sarah enterró su rostro en sus manos.


—¿Qué voy a hacer?

—Creo que tienes que hablar con él.

Sarah sabía que Honoria tenía razón, pero no podía detener su mente de
pensar en todas las eventualidades que tal conversación podría traer.

—¿Y si dice que va a mantener el trato? —preguntó finalmente, su voz


pequeña y asustada.

Varios segundos pasaron y Honoria dijo:

—Entonces al menos lo sabrás. Pero si no le preguntas, nunca sabrás qué


pudo haber dicho. Solo piensa si Romeo y Julieta hubieran hablado.

Sarah alzó la mirada, estupefacta momentáneamente.

—Esa es una terrible comparación.

—Lo siento, sí, tienes razón. —Honoria lució avergonzada, luego cambio
de parecer y señaló a Sarah con un dedo alegre—. Pero hizo que dejaras de llorar.

—Solo para regañarte.

—Puedes regañarme todo lo que desees si trae una sonrisa a tu rostro. Pero
debes prometerme que hablarás con él. No quieres que un horrible y enorme mal
entendido arruine tu oportunidad de ser feliz.

—Estás diciendo que, si mi vida va a ser arruinada, ¿tengo que arruinarla


yo? —preguntó Sara con voz seca.

—No es exactamente como lo pondría, pero sí.

Sarah estuvo callada por un largo momento, y luego, casi distraídamente,


preguntó:

—¿Sabías que puede multiplicar grandes sumas en su cabeza?


287

Honoria sonrió indulgentemente.


Página

—No, pero no me sorprende.


—Solo le toma un instante. Trató de explicarlo una vez, como luce en su
cabeza cuando lo hace, pero no pude entender nada de lo que decía.

—La aritmética trabaja en maneras misteriosas.

Sarah puso sus ojos en blanco.

—¿Lo contrario al amor?

—El amor es completamente incomprensible —dijo Honoria—. La


aritmética es puramente misteriosa. —Se encogió de hombros, se puso de pie y
sacó una mano para Sarah—. O tal vez es al revés. ¿Vamos a averiguarlo?

—¿Vas a venir conmigo?

—Solo para ayudarte a encontrarlo. —Le dio un pequeño encogimiento de


un solo hombro—. Es una casa grade.

Sarah arqueó una ceja suspicaz.

—Tienes miedo de que pierda el valor.

—Sin duda —confirmó Honoria.

—No lo haré —dijo Sarah, y a pesar de las mariposas en su estómago y el


temor en su corazón, sabía que era verdad. No era de las que se retractaba de sus
temores. Y nunca sería capaz de vivir con ella misma si no hacía todo lo que estaba
en su poder para asegurar su propia felicidad.

Y la de Hugh. Porque si alguien en el mundo se merecía un final feliz, era


él.

—Pero no justo ahora —dijo Sarah—. Tengo que recomponerme. No


quiero ir a él luciendo como si hubiera estado llorando.

—Él debería saber que te hizo llorar.


288

—Por qué, Honoria Smythe-Smith, eso podría ser la cosa más dura que
Página

alguna vez he escuchado que digas.


—Es Honoria Holroyd ahora —dijo Honoria descaradamente—, y es
verdad. La única cosa peor que un hombre que hace llorar a una mujer, es un
hombre que hace llorar a una mujer y no se siente culpable por eso.

Sarah la miró con una clase de respeto.

—La vida de casada te sienta bien.

La sonrisa de Honoria fue engreída.

—¿Verdad que sí?

Sarah se deslizó hasta el borde de la cama y se bajó. Sus piernas estaban


rígidas, y estiró una por una, doblando y estirando la rodilla.

—Ya sabe que me hizo llorar.

—Bien.

Sarah se inclinó contra un lado de la cama y miró sus manos. Sus dedos
estaban hinchados. ¿Cómo pasó eso? ¿A quién se le ponían las manos como
salchichas por llorar?

—¿Hay algún problema? —preguntó Honoria.

Sarah le dirigió una mirada triste.

—Creo que preferiría que Lord Hugh piense que soy del tipo de mujer que
se ve preciosa mientras llora, ojos brillando y esas cosas.

—¿A diferencia de ojos rojos e hinchados?

—¿Es esa tu manera de decirme que soy un desastre?

—Querrás rehacer tu cabello —dijo Honoria, siempre el epitome del tacto.

Sarah asintió.
289

—¿Siquiera sabes dónde está Harriet? Estamos compartiendo habitación, y


Página

no quiero que me vea así.


—Ella nunca te juzgaría —le aseguró Honoria.

—Lo sé. Pero no quiero sus preguntas. Y sabes que tendrá preguntas.

Honoria mordió una sonrisa. Conocía a Harriet.

—Te diré qué —dijo—, me aseguraré de que Harriet esté distraída y puedas
ir a tu habitación a… —Agitó sus manos cerca de su rostro, la seña universal de
arreglar la apariencia de alguien.

Ella asintió.

—Gracias. Y Honoria… —Sarah esperó hasta que su prima se giró para


mirarla—. Te quiero.

Honoria sonrió temblorosamente.

—También te quiero, Sarah. —Secó una lágrima inexistente de su ojo y


preguntó—: ¿Te gustaría que le mandara decir a Lord Hugh que se encuentre
contigo en treinta minutos?

—¿Tal vez una hora? —Sarah era valiente, pero no tanto. Necesitaba más
tiempo para reforzar su confianza.

—¿En el conservatorio? —sugirió Honoria, caminando hacia la puerta—.


Tendrán privacidad. No creo que alguien use esa habitación en toda la semana.
Imagino que tienen miedo de tropezar con nosotros practicando para una velada
musical.

Sarah sonrió a pesar de ella misma.

—Muy bien, el conservatorio en una hora. Debería…

Fue interrumpida por un fuerte golpe en la puerta.

—Qué raro —dijo Honoria—. Daniel sabe que… —Se encogió de hombros
290

sin molestarse en terminar la oración—. ¡Entre!


Página

La puerta se abrió, y uno de los lacayos entró.


—Milady —le dijo a Honoria, parpadeando con sorpresa—. Estaba
buscando a su señoría.

—Él muy amablemente nos permitió usar su habitación —le dijo


Honoria—. ¿Hay algún problema?

—No, pero tengo un mensaje de los establos.

—¿De los establos? —repitió Honoria—. Eso es muy extraño. —Miró a


Sarah, quien había esperado pacientemente a través del intercambio—. ¿Qué
podría ser tan importante que le dijeran a George que vinieran a buscar a Daniel a
su habitación?

Sarah se encogió de hombros, imaginándose que George era el lacayo.


Honoria había crecido en Whipple Hill; por supuesto que se sabría su nombre.

—Muy bien —le dijo Honoria, volteándose hacia el lacayo. Sacó una
mano—. Si me das el mensaje a mí, me aseguraré de que Lord Winstead lo reciba.

—Discúlpeme, señora. No está escrito. Me fue pedido que lo dijera.

—Lo transmitiré —dijo Honoria.

El lacayo lució indeciso, pero solo por un momento.

—Gracias, señora. Me pidieron que le dijera a su señoría que Lord Hugh se


llevó uno de los carruajes a Thatcham.

Sarah se puso firme.

—¿Lord Hugh?

—Ehh, sí —confirmó George—. Es el caballero que cojea, ¿verdad?

—¿Por qué iría a Thatcham?

—Sarah —dijo Honoria—. Estoy segura que George no sabe…


291

—No —interrumpió George—. Es decir, lo siento, milady. No tenía


Página

intención de interrumpir.
—Por favor, continúa —dijo Sarah con urgencia.

—Me dijeron que fue a White Hart para ver a su padre.

—¿Su padre?

George no se inmutó, pro estuvo cerca.

—¿Por qué iría a ver a su padre? —demandó Sarah.

—No-No-No lo sé, milady. —Miró con desesperación a Honoria.

—No me gusta esto —dijo Sarah.

George lucía dolorido.

—Puedes irte, George —dijo Honoria. Él hizo una pequeña reverencia y


huyó.

—¿Por qué está su padre en Thatcham? —preguntó Sarah en el momento


en el que estuvieron solas.

—No sé —respondió Honoria, sonando tan desconcertada como se sentía


Sarah—. Desde luego no fue invitado a la boda.

—Esto no puedo ser bueno. —Sarah se giró a la ventana. La lluvia seguía


cayendo como cortinas—. Necesito ir al pueblo.

—No puedes ir con este clima.

—Hugh lo hizo.

—Eso es completamente diferente. Iba a ver su padre.

—¡Quien quiere matar a Daniel!

—Oh, querido Dios —dijo Honoria sacudiendo la cabeza—. Todo esto es


una locura.
292

Sarah la ignoró, en vez de eso, salió al pasillo y le gritó a George, quien


Página

afortunadamente no había bajado las escaleras:


—Necesito un carruaje —dijo—. Inmediatamente.

Tan pronto como se fue, se volteó hacia Honoria, quien estaba de pie en la
puerta.

—Nos encontraremos en el camino —dijo Honoria—. Voy a ir contigo.

—No, no puedes —dijo Sarah inmediatamente—. Marcus nunca me


perdonaría.

—Entonces lo llevaremos también. Y a Daniel.

—¡No! —Sarah agarró la mano de Honoria y la jaló hacia atrás a pesar de


que no había dado ni un paso—. Bajo ninguna circunstancia Daniel puede ir a ver
a Lord Ramsgate.

—No puedes dejarlo fuera de esto —insistió Honoria—. Está tan


profundamente involucrado como…

—Está bien —dijo Sarah solo para cortarla—. Trae a Daniel. No me


importa.

Pero si le importaba. Y en el momento en el que Honoria salió corriendo


para buscar a los dos caballeros, Sarah se puso su abrigo y se apresuró a los establos.
Podía ir hasta el pueblo más rápido que cualquier carruaje, incluso en…
no, especialmente en esta lluvia.

Daniel, Marcus y Honoria la seguirían a White Hart; Sarah sabía que lo


harían. Pero si llegaba ahí más rápido que ellos, podría… bueno, para ser honesta,
no estaba segura de qué podría hacer, solo que podría hacer algo. Encontraría una
manera de aplacar a Lord Ramsgate antes de que Daniel se presentara, iracundo y
buscando pelea.

Tal vez no sería capaz de diseñar un final feliz para todos, de hecho, estaba
casi segura de que no podría hacerlo. Más de tres años de odio y amargura no
293

podrían ser alejados en un solo día. Pero si de alguna manera Sarah pudiera evitar
Página

que los ánimos se levantaran y los puños volaran y, buen cielo, que mataran a
alguien…
Tal vez no sería un final feliz, pero por Dios, tendría que ser lo
suficientemente feliz.
294
Página
Traducido por Karliie_j y Fanny

Corregido por Lizzie Wasserstein

Una hora antes.

Whipple Hill.

Un salón diferente.

S
i eventualmente Hugh se convirtiera en el Marqués de Ramsgate, la
primera cosa que haría sería cambiar el lema de la familia. Él podía
hacer eso ¿No? Porque Con el orgullo viene el valor no tenía sentido
con el contexto de la presente generación de hombres Prentice. No, si Hugh
pudiera hacer algo al respecto, cambiaría toda la maldita cosa a Las cosas siempre
pueden empeorar.

Un buen ejemplo: La corta misiva que había sido enviada a su habitación


en Whipple Hill mientras él estaba en el pequeño salón, rompiendo el corazón de
Sarah, haciéndola llorar, y aparentemente siendo una terrible persona.

La carta era de su padre.

Su padre.

Había sido lo suficientemente malo tener que ver su familiar letra


puntiaguda. Después él tuvo que leer las palabras y darse cuenta de que Lord
295

Ramsgate estaba ahí. En Berkshire, prácticamente bajando desde Whipple Hill en


el White Hart, la posada local de moda.
Página
Cómo es que el marqués había conseguido una habitación cuando todas las
posadas estaban ocupadas por los invitados a la boda, Hugh no podía ni imaginarlo.
Pero su padre siempre había encontrado la forma de pasar aporreando por la vida.
Si él quería una habitación, el obtendría una, y Hugh solo podía sentir lastima por
la cascada de huéspedes que serían reubicados en la siguiente-mejor habitación
hasta que algún pobre hombre se encontrara a si mismo alojado en el granero.

Lo que la carta de su padre no decía, sin embargo, era por qué había viajado
hasta Berkshire. Hugh no estaba particularmente sorprendido por la omisión; su
padre nunca le había dado explicaciones a nadie. Él estaba en el White Hart, él
quería hablar con Hugh, y quería hacerlo inmediatamente.

Eso era todo lo que había escrito.

Hugh generalmente se hacía a un lado para evitar cualquier interacción


con su padre, pero no era tan estúpido como para ignorar una orden directa. Él le
pidió a su ayuda de cámara que empacara sus cosas y esperara por futuras
instrucciones, y después partió hacia el pueblo. Él no estaba seguro si Daniel se
molestaría por tomar prestado uno de los carruajes Winstead, pero como la lluvia
seguía cayendo incesantemente contra la tierra, y Hugh era un hombre con un
bastón… Él realmente no podía encontrar otra solución.

Sin mencionar que era con su padre con quien estaba siendo forzado a
encontrarse. No importaba qué tan furioso pudiera estar Daniel con Hugh, y Hugh
sospechaba que estaba irremediablemente furioso, él entendería la necesidad de
reunirse con el marqués.

—Dios, odio esto —se dijo Hugh a si mismo mientras se subía


extrañamente al carruaje. Y él se preguntaba si algo de la inclinación de Sarah hacia
el drama se le estaba pegando, porque en todo lo que podía pensar era:

Voy en camino a mi ruina.


296
Página
The White Hart Inn

Thatcham

Berkshire

—¿Qué estás haciendo aquí? —demandó Hugh, las palabras saliendo de su


boca antes de que hubiera dado dos pasos dentro de uno de los comedores privados
del White Hart.

—¿No hay saludo? —dijo su padre, sin molestarse en ponerse de pie —,


Ningún “¿Padre, que te trae a Berkshire en este bello día?

—Está lloviendo.

—Y la tierra se renueva —dijo Lord Ramsgate con una voz jovial.

Hugh lo miró fríamente. Él odiaba cuando su padre pretendía ser paternal.

Su padre señaló hacia la silla al otro lado de la mesa.

—Siéntate.

Hugh hubiera preferido mantenerse de pie, solo para llevarle la contraria,


pero su pierna le dolía y su deseo de provocar a su padre no era tan grande como
para sacrificar su propia comodidad. Tomó asiento.

—¿Vino? —preguntó su padre.

—No.

—No es tan bueno de todos modos —mencionó su padre, tomándose lo


que quedaba en su copa—. Realmente debería llevar mi propio vino cuando salga
de viaje.
297

Hugh se mantuvo en silencio, esperando a que su padre llegara al punto.


Página

—El queso es tolerable —dijo el marqués. Se estiró por una rebanada de


pan de la tabla de queso sobre la mesa—. ¿Pan? Realmente no pueden echar a
perder una hogaza de…

—¿De qué diablos se trata esto? —explotó Hugh finalmente.

Su padre claramente había estado esperando por ese momento. Su cara se


transformó con una sonrisa de superioridad, y se recargó de nuevo en su silla.

—¿No puedes adivinarlo?

—No me atrevería a intentarlo.

—Vine a felicitarte.

Hugh lo miró con no disimulada desconfianza.

—¿Por qué?

Su padre movió un dedo hacia él.

—No seas tímido. Escuché un rumor de que estabas a punto de


comprometerte.

—¿Quién te lo dijo? —Hugh apenas había besado a Sarah por primera vez
la noche anterior. ¿Cómo, en el nombre de Dios, sabia su padre que estaba
planeando pedirle matrimonio?

Lord Ramsgate gesticuló con la mano.

—Tengo espías en todos lados.

Hugh no lo dudaba. Pero de todos modos… Entrecerró los ojos.

—¿A quién estabas espiando? —preguntó—. ¿A Winstead o a mí?

Su padre encogió los hombros.

—¿Acaso importa?
298

—Intensamente.
Página

—Ambos, supongo. Tú me haces demasiado fácil matar dos pájaros de un


tiro.
—No deberías usas ese tipo de metáforas en mi presencia —dijo Hugh
levantando una ceja.

—Siempre demasiado literal —le dijo Lord Ramsgate chasqueado la


lengua—. Nunca has aceptado una broma.

Hugh lo miró boquiabierto. ¿Su padre lo estaba acusando a él de no tener


sentido del humor? Era asombroso.

—No estoy comprometido en matrimonio —le dijo Hugh, cada palabra que
salía de sus labios, afilada y precisa como un dardo—. Y no lo estaré en ningún
momento en un futuro cercano. Por lo tanto, puedes empacar tus cosas y regresar
al infierno de donde saliste.

Su padre rio ante el insulto, lo que a Hugh le pareció exasperante. Lord


Ramsgate nunca desestimaba los insultos. El los apuñaba duramente en una
pequeña bola, los llenaba con alfileres y garras, y después los tiraba de regreso al
agresor.

Y después se reía.

—¿Ya terminamos? —preguntó fríamente Hugh.

—¿Por qué la prisa?

Hugh le dio una sonrisa enfermiza.

—Porque te detesto.

De nuevo, su padre rio.

—Oh, Hugh, ¿cuándo vas a entenderlo?

Hugh no dijo nada.

—No importa que me detestes. Nunca va a importar. Soy tu padre. —Él se


299

inclinó hacia adelante y sonrió—. No te puedes deshacer de mí.


Página

—No —dijo Hugh. Él niveló una mirada con él a través de la mesa—.Pero


tú te puedes deshacer de mí.
La quijada de Lord Ramsgate se crispó.

—Asumo que te refieres a ese maldito documento que me forzaste a firmar.

—Nadie te forzó —dijo Hugh con una sonrisa insolente.

—¿De verdad lo crees?

—¿Acaso yo puse la pluma en tu mano? —argumentó Hugh—. El contrato


era una formalidad. Tú lo sabes tan bien como yo.

—Yo no sé nada…

—Te dije lo que podría pasar si lastimabas a Lord Winstead —dijo Hugh
con mortífera calma—. Y eso sigue en pie con contrato o no.

Eso era cierto; Hugh había preparado el contrato antes de que su padre y
su abogado lo solicitaran porque él quería que supieran que estaba hablando en
serio. Él había querido que su padre firmara con su nombre, su nombre completo
y el título que valía tanto para él, con el conocimiento de todo lo que perdería si
no dejaba ir toda su venganza hacia Daniel.

—He mantenido mi parte del acuerdo —escupió Lord Ramsgate.

—Tomando en cuenta que Lord Winstead aun esta con vida, sí.

—Yo…

—Debería decir —interrumpió Hugh, disfrutando del placer de haber


cortado a su padre durante el primer pronombre—, que no te estoy pidiendo
demasiado. La mayoría de las personas pueden vivir tranquilamente sus vidas sin
tratar de matar a otro ser humano.

—Él te convirtió en un lisiado —dijo su padre.

—No —dijo Hugh suavemente, recordando la mágica noche en la grama


300

de Whipple Hill. Cuando había bailado el vals. Por primera vez desde que la bala
de Daniel había hecho pedazos su pierna, Hugh había sostenido en brazos a una
Página

mujer, y bailado.
Sarah se había rehusado a permitirle llamarse a sí mismo lisiado. ¿Fue ese
el momento en que se había enamorado de ella? ¿O fue solo uno de los cientos de
momentos?

—Prefiero llamarme a mí mismo cojo —murmuró Hugh. Con una sonrisa.

—¿Cuál diablos es la diferencia?

—Si soy un lisiado, entonces eso es todo… —Hugh miró hacia arriba. El
rostro de su padre estaba rojo, del tipo venoso, con motas rojas que venían de
mucho enojo, o de mucha bebida.

»No importa —dijo Hugh—. Nunca lo entenderías. —Pero Hugh tampoco


había entendido. Había necesitado que Lady Sarah Pleinsworth le hiciera entender
la diferencia.

Sarah. Eso era lo que ella era ahora. No Lady Sarah Pleinsworth, ni siquiera
Lady Sara. Solo Sarah. Había sido suya, y la había perdido. Y todavía no entendía
muy bien por qué.

—Te subestimas a ti mismo, hijo —dijo Lord Ramsgate.

—Acabas de llamarme un lisiado —dijo Hugh—, ¿y me acusas de


subestimarme?

—No me refiero a tu habilidad atlética —dijo su padre—, aunque si es


verdad que una mujer querrá un esposo que pueda montar, defenderse y cazar.

—Porque tú eres tan bueno en esas cosas —dijo Hugh, bajando la mirada
a la panza de su padre.

—Lo era —respondió su padre, aparentemente sin ofenderse por el


insulto—, y escogí de la manada cuando decidí casarme.

De la manada. ¿Era esa la manera en la que su padre veía a las mujeres?


301

Por supuesto que lo era.


Página
—Dos hijas de duques, tres de marqueses, y una de un conde. Podría haber
tenido a cualquiera de ellas.

—Qué suerte la de mi madre —dijo Hugh rotundamente.

—Así es —le dijo Lord Ramsgate, perdiéndose completamente el


sarcasmo—. Su padre pudo haber sido el Duque de Farringdon, pero era una de
seis hijas, y su dote no era grande.

—¿Más grande que la otra hija de duque, asumo? —Hugh arrastró las
palabras.

—No. Pero los Ferringdon descendían de los barones de Veucevlos, los


primeros de los cuales, como sabes…

Oh, lo sabía. Señor, sí que lo sabía.

—… lucharon al lado de William el conquistador.

Hugh había sido forzado a memorizar los árboles familiares a los seis años.
Por suerte, tenía talento para tales cosas. Freddie no había sido tan suertudo. Sus
manos habían estado hinchadas por semanas por la paliza.

—El otro ducado —terminó el marqués con desdén—, era de una forma
relativamente nuevo.

Hugh solo podía sacudir su cabeza.

—En serio llevas el esnobismo a nuevos niveles.

Su padre lo ignoró.

—Como estaba diciendo, creo que te subestimas. Puede que seas un lisiado,
pero tienes tus encantos.

Hugh prácticamente se ahogó.


302

—¿Mis encantos?
Página

—Un eufemismo por tu apellido.


—Por supuesto. —¿Cómo podría ser cualquier otra cosa?

—Puede que no seas el primero en la línea por el título, pero por mucho
que me disguste, cualquiera que se moleste en indagar, se dará cuenta de que
incluso si no te conviertes en el Marqués de Ramsgate, tu hijo lo hará.

—Freddie es más prudente de lo que crees. —Hugh se sintió obligado a


señalar eso.

Lord Ramsgate resopló.

—Fui capaz de descubrir que estás anhelando a la hija de Pleinsworth.


¿Crees que su padre no descubrirá la verdad sobre Freddie?

Ya que Lord Pleinsworth estaba enterrado en Devon con cincuenta y tres


sabuesos, Hugh pensó que no, pero sí veía el punto de su padre.

—No iría tan lejos como para decir que podrías tener a cualquier mujer que
quisieras —continuó Lord Ramsgate—, pero no veo razón para que no puedas
enganchar a la muchacha Pleinsworth. Especialmente después de pasar la semana
completa uno encima del otro en el desayuno.

Hugh se mordió la mejilla para no responder.

—Veo que no lo contradices.

—Tus espías, como siempre, son excelentes —dijo Hugh.

Su padre se hizo hacia atrás en su silla y tamborileó sus dedos juntos.

—Lady Sarah Pleinsworth —dijo con admiración en su voz—. Debo


felicitarte.

—No lo hagas.

—Oh, querido. ¿Estamos siendo tímidos?


303

Hugh apretó el borde de la mesa. ¿Qué pasaría exactamente si saltara sobre


Página

la mesa y apretara la garganta de su padre? Seguramente nadie podría llorarle el


viejo.
—Sabes, la he conocido —continuó su padre—. No mucho, por supuesto,
solo una presentación en un baile hace unos años. Pero su padre es un conde.
Nuestros caminos se cruzan de vez en cuando.

—No hables de ella —advirtió Hugh.

—Es bastante bonita en una manera poco convencional. El rizado de su


cabello, esa encantadora boca ancha… —Lord Ramsgate miró hacia arriba y movió
sus cejas—. Un hombre podría acostumbrarse a tal rostro sobre la almohada a su
lado.

Hugh sintió que la sangre se calentaba en sus manos.

—Cállate. Ahora.

Su padre hizo una demostración de ceder.

—Puedo ver que no deseas discutir tus asuntos personales.

—Estoy tratando de recordar cuando te ha detenido eso antes.

—Ah, pero si fueras a casarte, tu elección de novia sería muy mi asunto


también.

Hugh se puso de pie.

—Tú, enfermo hijo de…

—Oh, detente —dijo su padre, riendo—. No estoy hablando sobre eso,


aunque ahora que lo pienso, puede que haya una manera para el problema de
Freddie.

Oh, Dios santo. Hugh se sintió enfermo. No lo pondría más allá de su padre
forzar a Freddie a casarse y luego violar a su esposa.

Todo en nombre de la dinastía.


304

No, no funcionaría. Freddie, por todas sus maneras tranquilas, nunca se


Página

permitiría ser forzado a casarse bajo tales pretensiones. Y aunque de alguna


manera…
Bueno, Hugh siempre podría detenerlo. Todo lo que tenía que hacer era
casarse. Darle a su padre una razón de que un heredero Ramsgate estaba en camino.

Lo que finalmente estaba feliz de hacer.

Con una mujer que no lo querría.

Por culpa de su padre.

La ironía de todo lo estaba matando.

—Su dote es respetable —dijo el marqués, continuando como si Hugh no


hubiera estado de pie con una mirada asesina en sus ojos—. Por favor, siéntate. Es
difícil tener una discusión racional contigo inclinado a un lado.

Hugh tomó una respiración, tratando de calmarse. Se estaba apoyando en


su pierna. Ni siquiera se había dado cuenta. Lentamente, se sentó.

—Como estaba diciendo —continuó su padre—. Tuve a mi abogado


mirando y es casi la misma situación que vi con tu madre. Las dotes de las
Pleinsworth no son grandes, pero es suficiente, considerando la línea de sangre de
Lady Sarah y sus conexiones.

—No es un caballo.

Su padre arqueó una sonrisa.

—¿En serio?

—Voy a matarte —gruñó Hugh.

—No, no lo harás. —Lord Ramsgate alcanzó otra rebanada de pan—. Y en


serio deberías comer algo. Hay más que pued…

—¿Pararás con la comida? —rugió Hugh.

—Estás de mal humor hoy.


305

Hugh forzó su voz a que regresara a un registro normal.


Página

—Generalmente las conversaciones con mi padre tienen ese efecto en mí.


—Creó que caí en esa.

De nuevo, Hugh miró a su padre en shock. ¿Estaba admitiendo que Hugh


había conseguido lo mejor de él? Nunca hacía eso, ni siquiera con algo tan pequeño
como un desvío de conversación.

—Por tus comentarios —continuó Lord Ramsgate—. Solo puedo deducir


que, de hecho, no te le has propuesto a Lady Sarah.

Hugh no dijo nada.

—Mis espías, como parece que disfrutamos llamarlos, me aseguran que


parece receptiva a tal propuesta.

Hugh todavía no dijo nada.

—La pregunta es —Lord Ramsgate se movió hacia adelante, inclinando sus


codos sobre la mesa—, ¿qué puedo hacer para ayudarte en tu propuesta?

—Quédate fuera de mi vida.

—Ah, pero no puedo.

Hugh dejó salir un suspiro cansado. Odiaba mostrar debilidad frente a su


padre, pero estaba tan malditamente cansado.

—¿Por qué no me dejas en paz?

—¿Tienes que preguntarme eso? —respondió su padre, a pesar de que


claramente Hugh había estado hablando con él mismo.

Hugh puso una mano sobre su frente y pinchó sus sienes.

—Puede que Freddie todavía se case —dijo, pero ahora, era más por hábito
que por otra cosa.

—Oh, detente —dijo su padre—. Él no sabría qué hacer con una mujer si
306

ella saca su polla y…


Página
—¡Detente! —rugió Hugh, casi volteando la mesa mientras se ponía de pie
de nuevo—. ¡Cállate! ¡Solo cierra tu maldita boca!

Su padre parecía casi desconcertado por el arrebato.

—Es la verdad. La verdad probada, tengo que añadir. Sabes cuantas putas
he…

—Sí —espetó Hugh—. Sé exactamente cuántas putas has encerrado en la


habitación con él. Es este maldito cerebro mío. No puedo dejar de contar,
¿recuerdas?

Su padre estalló en risas. Hugh lo miró, preguntándose qué demonios


podría ser tan divertido en tal momento.

—He contado también —jadeó Lord Ramsgate, casi doblándose de la risa.

—Lo sé —dijo Hugh sin emoción. Su habitación siempre había estado al


lado de la de Freddie. Había escuchado todo. Cuando Lord Ramsgate le había
llevado las prostitutas a Freddie, se había quedado a mirar.

—Fue inútil —continuó Lord Ramsgate—. Pensé que podría ayudar.


Marcar un ritmo, ya sabes.

—Oh, Dios —casi gruñó Hugh—. Detente. —Todavía podía escucharlo.


La mayoría de las veces solo había sido su padre, pero de vez en cuando una de las
mujeres entraría en espíritu y se uniría.

Lord Ramsgate seguía riendo mientras se ponía de pie.

—Una… —dijo, haciendo un gesto lascivo para que contara con él—.
Dos…

Hugh retrocedió. Un recuerdo destelló en su cerebro.

—Tres…
307

El duelo. El conteo. Había estado tratando de no recordar. Había tratado


Página

tan duro de sacar el recuerdo de la voz de su padre de su mente que se estremeció.


Y había apretado el gatillo.

Nunca había tenido la intención de dispararle a Daniel. Había estado


apuntando a un lado. Pero entonces alguien había comenzado a contar, y de
repente, Hugh era un niño de nuevo, acurrucado en su cama mientras escuchaba a
Freddie rogarle a su padre para que lo dejara en paz.

Freddie, quien le había enseñado a Hugh a nunca interferir.

El conteo no había sido solo por las prostitutas. Lord Ramsgate era muy
aficionado a su muy pulida caña de caoba. Y no vio ninguna razón para prescindir
de ella cuando sus hijos lo disgustaban.

Freddie siempre lo disgustaba. A Lord Ramgste le gustaba contar los golpes.

Hugh miró a su padre.

—Te odio.

Su padre le devolvió la mirada.

—Lo sé.

—Me voy.

Su padre sacudió la cabeza.

—No, no te vas.

Hugh se quedó quieto.

—Discul…

—No quería tener que hacer esto —dijo su padre, casi disculpándose.

Casi.

Luego estrelló su embotado pie en la pierna mala de Hugh.


308

Hugh aulló con agonía mientras se doblaba. Sintió su cuerpo curvarse,


Página

tratando de contener el dolor.


—Maldición —jadeó—. ¿Por qué hiciste eso?

Lord Ramsgate se arrodilló a su lado.

—Necesito que no te vayas.

—Voy a matarte —gruñó Hugh, aun jadeando contra el dolor—.


Maldición, voy a…

—No —dijo su padre, presionando un paño húmedo y perfumado en su


rostro—, no lo harás.
309
Página
Traducido por Rivery (SOS)

Corregido por Lizzie Wasserstein

Suite El Duque de York

Posada The White Hart

C
uando Hugh abrió los ojos, estaba en una cama. Y su pierna le dolía
como el demonio.

—¿Qué diablos? —gimió, alcanzando a masajear el músculo


punzante. Excepto...

¡Maldita sea! El bastardo lo había atado.

—Oh, estás despierto. —La voz de su padre. Suave y ligeramente...


¿aburrida?

—Voy a matarte —gruñó Hugh. Se retorció contra sus ataduras hasta que
vio a su padre sentado en una silla en un rincón, mirándolo por encima de un
periódico.

—Es posible —dijo Lord Ramsgate—, pero hoy no.

Hugh dio un tirón otra vez. Y otra vez, pero todo lo que obtuvo por su
310

trabajo fue una muñeca dañada y un serio caso de vértigo. Cerró los ojos por un
momento, tratando de recuperar su equilibrio.
Página
—¿Qué demonios es esto?

Lord Ramsgate fingió considerarlo.

—Estoy preocupado —dijo finalmente.

—¿Sobre qué? —dijo Hugh entre dientes.

—Me temo que estás tardando demasiado tiempo con la encantadora Lady
Sarah. Quién sabe cuándo encontraremos a la próxima mujer dispuesta a pasar por
alto —la cara de Lord Ramsgate se arrugó con disgusto—, a ti.

Aquel insulto no lo alcanzó. Hugh estaba acostumbrado a este tipo de


comentarios crueles y en algún momento había empezado a sentirse orgulloso de
ellos. Pero el comentario de su padre acerca de tomar “demasiado tiempo” lo dejó
profundamente inquieto.

—He conocido a Lady Sarah —en esta encarnación, por lo menos, añadió
para sí—, durante apenas dos semanas.

—¿Eso es todo? Se siente como un poco más largo. Pero parecen años y
todo eso, supongo.

Hugh se hundió. El mundo claramente había sido puesto del revés. Su


padre, que por lo general gritaba y despotricaba mientras que Hugh mantenía una
arrogancia distante, lo miraba con nada más que las cejas arqueadas.

Hugh, por otra parte, estaba listo para escupir clavos.

—Yo esperaba que estuvieras más adelantado con tu cortejo a estas alturas
—dijo Lord Ramsgate, haciendo una pausa para pasar una página de su periódico—.
¿Cuándo empezó todo, de nuevo? Oh, sí, aquella noche en Fensmore. Con Lady
Danbury. Dios, ella es un viejo murciélago.

Hugh se sintió enfermo.


311

—¿Cómo sabes eso?


Página

Lor Ramsgate levantó la mano y restregó los dedos juntos.


—Tengo gente en mi servicio.

—¿Quién?

Lord Ramsgate ladeó la cabeza, como si estuviera debatiendo la


conveniencia de revelar esta información. Luego se encogió de hombros y dijo:

—Tu ayuda de cámara. ¿Por qué no decírtelo? Lo habrías descubierto.

Hugh se quedó mirando el techo mareado y en estado de shock.

—Él ha estado conmigo durante dos años.

—Cualquiera puede ser sobornado. —El marqués bajó el periódico y miró


por encima de la parte superior—. ¿No te he enseñado nada?

Hugh tomó aire y trató de mantener la calma.

—Tienes que desatarme ahora mismo.

—Todavía no. —Lord Ramsgate recogió el periódico de nuevo—. Oh, por


todos los infiernos, esto no estaba planchado. —Puso el papel hacia abajo y con
irritación se inspeccionó las manos, ahora manchadas de tinta negra—. Odio viajar.

—Debo volver a Whipple Hill —dijo Hugh con una voz tan razonable
como pudo reunir.

—¿En serio? —El marqués sonrió con suavidad—. Porque he oído que te
ibas.

Los dedos de Hugh se curvaron en garras. Su padre estaba


perturbadoramente bien informado.

—Recibí una nota de tu ayuda de cámara mientras estabas indispuesto


—continuó Lord Ramsgate—. Escribió que le habías dicho que empacara tus cosas.
Esto me preocupa, debo decir.
312

Hugh tiró de sus ataduras, pero no se deslizaron ni un pelo. Su padre


Página

conocía claramente sus nudos.


—Espero que no dure mucho más tiempo. —Lord Ramsgate se levantó, se
acercó a una pequeña palangana, y sumergió sus manos. Agarró un pequeño paño
blanco, y luego miró por encima del hombro a Hugh para decir—: Estamos
esperando a que la encantadora Lady Sarah llegue.

Hugh lo miró boquiabierto.

—¿Qué dijiste?

Su padre se secó las manos con una precisión meticulosa, luego sacó su reloj
de bolsillo y lo abrió.

—Pronto, diría yo. —Miró a Hugh con una expresión desconcertadamente


suave—. En estos momentos tu hombre ya la habrá informado de tu paradero.

—¿Por qué diablos estás tan seguro de que vendrá aquí? —gruñó Hugh.
Pero sonaba desesperado Podía oírlo en su propia voz, y eso lo aterraba.

—No lo estoy —respondió su padre—. Pero tengo la esperanza. —Miró a


Hugh—. Tú deberías tenerla también. Solo Dios sabe cuánto tiempo estarás pegado
a esa cama si no lo hace.

Hugh cerró los ojos y gimió. ¿Cómo demonios había dejado que su padre
tuviera lo mejor de él?

—¿Qué había en ese paño? —exigió. Todavía se sentía mareado. Y cansado,


como si acabara de correr un kilómetro a toda velocidad. No, no era eso. No estaba
sin aliento, solo...

Sus pulmones se sentían huecos. Desinflados. No sabía de qué otra manera


explicarlo.

Hugh repitió su pregunta, alzando la voz con impaciencia:

—¿Qué había en ese paño?


313

—¿Eh? Ah, eso. Aceite de vitriolo dulce. Algo ingenioso, ¿no?


Página

Hugh parpadeó contra los puntos que aún nadaban delante de sus ojos.
Ingenioso no era la palabra que él habría elegido.

—Ella no va a venir al White Hart —dijo Hugh, tratando de mantener su


voz desdeñosa. Burlona. Cualquier cosa que pudiera llevar a su padre a dudar de la
eficacia de su plan.

—Por supuesto que lo hará —dijo Lord Ramsgate—. Ella te ama, aunque
solo Dios sabe por qué.

—Tu ternura paternal nunca deja de sorprenderme. —Hugh dio a sus


ataduras un pequeño tirón para mostrar mejor el punto.

—¿No irías por ella si hubiera huido a una Posada?

—Eso es completamente diferente —espetó Hugh.

Lord Ramsgate se limitó a sonreír.

—Te das cuenta de que hay un sinnúmero de razones por las que esto no
va a funcionar —dijo Hugh, tratando de sonar razonable.

Su padre lo miró.

—Está diluviando, por ejemplo —improvisó Hugh, tratando señalar la


ventana con la cabeza—. Tendría que estar loca para salir fuera con eso.

—Tú lo hiciste.

—No me dejaste mucha elección —dijo Hugh con voz tensa—. Y además,
Lady Sarah no tiene ninguna razón para preocuparse por mi llegada aquí para verte.

—Oh, ¡vamos! —su padre se burló—. Nuestra aversión mutua no es ningún


secreto. Me atrevería a decir que todo el mundo sabe de ella a estas alturas.

—Nuestra aversión mutua, sí —dijo Hugh, consciente de que sus palabras


se estaban derramando demasiado rápido de sus labios—. Pero ella no sabe cuán
314

profunda es la enemistad.
Página

—¿No le contaste a Lady Sarah de nuestro —se burló Lord Ramsgate—,


contrato?
—Por supuesto que no —mintió Hugh—. ¿Crees que ella aceptaría mi
propuesta si lo supiera?

Su padre lo consideró por un momento, y luego dijo:

—Razón de más para llevar a cabo mi plan.

—¿Cuál es?

—Asegurar tu matrimonio, por supuesto.

—¿Atándome a una cama?

Su padre sonrió con aire de suficiencia.

—Y permitiendo que ella sea la que te libere.

—Estás loco —susurró Hugh, pero para su horror, sintió algo agitándose
en su espina dorsal. La idea de Sarah, inclinada sobre él, arrastrándose sobre él para
alcanzar el nudo alrededor del poste de la cama...

Apretó los ojos con fuerza, tratando de pensar en tortugas, y en ojos de


pescado, y en el cura gordo del pueblo donde se había criado. Cualquier cosa menos
en Sarah. Cualquier cosa menos Sarah.

—Suponía que estarías agradecido —dijo Lord Ramsgate—. ¿No es ella lo


que querías?

—Así no —dijo Hugh entre dientes.

—Los tendré a los dos encerrados a cal y canto aquí por lo menos una hora
—continuó su padre—. Ella va a estar comprometida por completo hagan el acto
o no. —Lord Ramsgate se inclinó y miró de reojo—. Todo estará bien. Tú
conseguirás lo que quieres, y yo conseguiré lo que quiero.

—¿Qué hay de lo que ella quiere?


315

Lord Ramsgate arqueó una ceja, y luego inclinó la cabeza hacia un lado,
Página

luego se encogió de hombros. Al parecer, ésa sería toda la consideración que le


daría a las esperanzas y los sueños de Sarah.
—Ella estará agradecida —decidió. Empezó a decir algo más, pero luego
se detuvo, inclinando la cabeza para apuntar mejor su oreja hacia la puerta—. Creo
que ha llegado —murmuró.

Hugh no oyó nada, pero en efecto, un momento después un insistente


golpe sonó en la puerta.

Hugh tiró con furia contra sus ataduras. Deseaba a Sarah Pleinsworth;
querido Señor, la deseaba con todo su ser. Quería estar con ella ante Dios y los
hombres, deslizar un anillo en su dedo, y prometer su eterna devoción. Quería
llevarla a la cama y mostrarle con su cuerpo todo lo que había en su corazón, y
quería amarla mientras ella engordaba con su bebé.

Pero él no quería robarle estas cosas. Ella tenía que quererlas también.

—Esto es muy emocionante —dijo Lord Ramsgate, su tono burlón


perfectamente calibrado para erizar los nervios de Hugh—. Madre mía, me siento
como un colegial.

—No la toques —gruñó Hugh—. Por Dios, si le pones una mano encima...

—Vamos, vamos —dijo su padre—, Lady Sarah va a ser la madre de mis


nietos. Nunca se me ocurriría causarle daño.

—No hagas esto —dijo Hugh, su voz ahogada antes de que pudiera añadir,
por favor. No quería rogar. No pensaba que su estómago pudiera soportarlo, pero
en esto, por Sarah, lo haría. No tenía deseos de casarse con él; eso estaba claro,
después de todo lo que había ocurrido con Daniel esa mañana más temprano. Si
ella entraba en la habitación, Lord Ramsgate la encerraría y sellaría su destino.
Hugh ganaría la mano de la mujer que amaba, pero ¿a qué costo?

—Padre —dijo Hugh, y sus ojos se encontraron en shock. Tampoco podía


recordar la última vez que Hugh se había dirigido a él con ninguna otra cosa que
“señor”—. Te lo suplico, no lo hagas.
316

Pero Lord Ramsgate simplemente se frotó las manos con regocijo y caminó
Página

hacia la puerta.
—¿Quién está ahí? —llamó.

La voz de Sarah llegó a través de la puerta.

Hugh cerró los ojos con angustia. Esto iba a suceder. No podría evitarlo.

—Lady Sarah —dijo Lord Ramsgate en el momento en que abrió la


puerta—. Hemos estado esperándola.

Hugh se volvió y se obligó a mirar hacia la puerta, pero su padre seguía


bloqueando su visión.

—Estoy aquí para ver a Lord Hugh —dijo Sarah en la voz más fría que
había oído nunca—. Su hijo.

—¡No entres, Sarah! —gritó Hugh.

—¿Hugh? —Su voz sonó con pánico.

Hugh se revolvió contra sus ataduras. Sabía que no iba a liberarse, pero no
podía quedarse allí como un bulto ensangrentado.

—Oh Dios mío, ¿qué ha hecho con él? —gritó Sarah, y pasó junto a Lord
Ramsgate con la fuerza suficiente para derribarlo contra el marco de la puerta.
Estaba empapada, con el cabello pegado a la cara, el dobladillo de su vestido
embarrado y desgarrado.

—Solo preparándolo para usted, mi querida niña —dijo Lord Ramsgate con
una carcajada. Y entonces, antes de que Sara pudiera pronunciar una palabra, salió
de la habitación y cerró la puerta detrás de él.

—Hugh, ¿qué pasó? —preguntó Sarah, corriendo a su lado—. Oh Dios mío,


te ató a la cama. ¿Por qué haría algo así?

—La puerta —Hugh prácticamente gritó, señalando con la cabeza hacia un


lado—. Comprueba la puerta.
317

—¿La puerta? Pero...


Página

—Hazlo.
Sus ojos se abrieron como platos, pero hizo lo que le pedía.

—Está cerrada —dijo girándose hacia atrás para mirarlo.

Hugh maldijo con saña por lo bajo.

—¿Qué está pasando? —Ella se apresuró a regresar a la cama, yendo


inmediatamente por las ataduras en uno de sus tobillos—. ¿Por qué te ató a la cama?
¿Por qué vendrías a verlo?

—Cuando mi padre demanda mi presencia —dijo Hugh con voz tensa—,


no lo ignoro.

—Pero tú...

—Sobre todo en la víspera de la boda de tu primo.

Sus ojos se encendieron con comprensión.

—Por supuesto.

—En cuanto a las ataduras —añadió Hugh con la voz llena de odio—, eran
para tu beneficio.

—¿Qué? —preguntó con la boca abierta. Entonces—: ¡Oh, demonios,


auch! —Metió su dedo índice en la boca—. Se me dobló la uña —se quejó—. Estos
nudos son gigantescos. ¿Cómo los consiguió tan apretados?

—Yo no era capaz de luchar —dijo Hugh, incapaz de alejar el odio hacia sí
mismo de su voz.

Sus ojos viajaron hacia su cara.

Pero él se dio la vuelta, incapaz de mirarla cuando dijo:

—Lo hizo mientras yo estaba inconsciente.


318

Sus labios formaron un susurro, pero si ella creó palabras reales o un simple
sonido, él no lo sabía.
Página

—Aceite de vitriolo dulce —dijo con una voz plana.


Ella negó con la cabeza.

—No sé...

—Empapado en un paño y presionado contra la cara, puede hacer que una


persona quede inconsciente —explicó Hugh—. He leído sobre ello, pero esta es la
primera vez que he tenido el placer.

Su cabeza se sacudió; no creía que ella fuera consciente del movimiento.

—.Pero ¿por qué haría una cosa así?

Hubiera sido una pregunta sensata si hubieran estado hablando de otro que
no fuera el padre de Hugh. Hugh cerró los ojos por un momento, completamente
mortificado por lo que se vio obligado a decir.

—Mi padre cree que si estamos encerrados en la habitación juntos, te verás


comprometida.

No dijo una palabra.

—Y por lo tanto obligada a casarte conmigo —añadió Hugh, no es que


pensara que no había sido claro.

Ella se congeló, sus ojos sin dejar nunca el nudo que había estado tratando
de soltar tan diligentemente. Hugh sintió algo pesado y oscuro instalarse alrededor
de su corazón.

—No estoy segura de por qué —dijo finalmente. Su voz era lenta, y muy
cuidadosa, como si estuviera preocupada de que la palabra equivocada podría
desencadenar una avalancha de acontecimientos desagradables.

Hugh no tenía ni idea de cómo responder a eso. Ambos conocían las


normas que rodeaban su sociedad. Serían descubiertos juntos, en una habitación
con una cama, y a Sarah se le presentarían dos opciones: el matrimonio o la ruina.
319

Y a pesar de todo lo que ella había aprendido sobre él esa mañana, Hugh tenía que
pensar que de las dos, él seguía siendo la mejor opción.
Página

—No es como si pudieras comprometerme mientras estás atado a una cama


—dijo, todavía sin mirarlo.

Hugh tragó. Sus gustos nunca habían corrido hacia ese tipo de cosas, pero
ahora era imposible no pensar en todas las maneras en que uno podría verse
comprometido, mientras estaba atado a una cama.

Ella atrapó su labio inferior entre los dientes.

—Tal vez solo debería dejarte así —dijo.

—Dejarme... así —se atragantó.

—Bueno, sí. —Ella frunció el ceño, llevándose una mano a la boca en un


gesto preocupado—. De esa forma, cuando alguien llegue, y alguien... Daniel no
puede haber estado muy por detrás de mí... él verá que nada podría haber sucedido.

—¿Tu primo sabe que estás aquí?

Ella asintió.

—Honoria insistió en decírselo. Pero creí... Tu padre... yo no quería...


—Se apartó el cabello mojado de los ojos—. Creí que si podía llegar primero, podría
ser capaz de... No sé, calmar todo.

Hugh gimió.

—Lo sé —dijo ella, la expresión de sus ojos haciendo juego exactamente


con su lúgubre risa—. No me esperaba...

—... ¿esto? —terminó por ella, y se habría señalado a sí mismo con un


movimiento despectivo de la mano... si dichas manos no hubieran estado
ensangrentadas y bien atadas a los postes de la cama.

—Va a ponerse feo cuando Daniel llegue aquí —susurró Sarah.

Hugh no se molestó en confirmarlo. Ella sabía que era verdad.


320

—Sé que dijiste que tu padre no le hará daño, pero... —Se volvió
Página

bruscamente, con los ojos encendidos con una idea—. ¿Serviría de algo si golpeara
en la puerta? Podría gritar para pedir ayuda. Si alguien llegara antes que Daniel...
Él negó con la cabeza.

—Eso le dará exactamente lo que quiere. Un testimonio de tu supuesta


perdición.

—¡Pero estás atado a la cama!

—Supongo que no se te ha ocurrido pensar que alguien podría pensar que


tú me ataste a la cama.

Ella se quedó sin aliento.

—Precisamente.

Saltó de la cama como si se hubiera quemado.

—Pero eso es... eso es...

Él decidió no terminar su frase esta vez.

—Oh, Dios mío.

Hugh trató de no prestar atención al horror en su expresión. Maldita sea,


si no había estado completamente asqueada por él después de las revelaciones de
esa mañana, ella sin duda lo estaba ahora. Dejó escapar un suspiro irregular.

—Voy a encontrar alguna manera —dijo, aunque no tenía ni idea de cómo


podría mantener tal promesa—. No vas a tener que hacerlo... Voy a encontrar una
manera.

Sarah levantó la vista. Sus ojos estaban fijos en la pared, y él pudo ver tres
cuartos del perfil de su rostro. Su expresión era dura e incómoda.

—Si podemos explicarle a Daniel... —Ella tragó, y Hugh siguió el ligero


movimiento a lo largo de su suave cuello. Lo había besado una vez. Más de una
vez. Ella había sabido a limones y sal y había olido a mujer, y él había estado tan
321

jodidamente duro por ella que había pensado que se avergonzaría a sí mismo.
Página

Y ahora aquí estaba, con cada uno de sus sueños siéndole entregados en
bandeja de plata, y en lo único que podía pensar era en que tenía que encontrar
una manera de evitarlo. Él no podría vivir consigo mismo si ella fuera obligada a
casarse, incluso si era su deseo más desesperado.

—Creo que él va a entenderlo —dijo Sarah con voz entrecortada—. Y no


va a forzar la situación. No quiero... —Ella apartó la mirada completamente ahora,
y él no podía ver su rostro—. No quiero que nadie se sienta obligado...

No terminó la frase. Hugh asintió, decidiendo la mejor manera de


interpretar sus palabras. Había estado planeando pedirle que se casara con él; ella
lo sabía. ¿Era esta su manera de insinuar que no debía pedírselo? Después de todo,
ella todavía intentaba evitarle la humillación.

—Por supuesto que no —dijo finalmente. Cuatro palabras sin sentido,


dichas únicamente para llenar el silencio. No tenía idea de qué más iba a hacer.

Ella se mordió el labio de nuevo, y él solo pudo quedarse mirando como su


lengua daba un golpecito suavemente para humedecer el lugar donde sus dientes
acababan de estar. Y así como así, su cuerpo se incendió. Fue la reacción más
inapropiada imaginable, pero no podía dejar de pensar en llevar su lengua y
deslizarla por su labio, desde la parte que estaba mordisqueando y hasta la
comisura. Luego la movería más abajo, a la curva de su cuello, y...

—Por favor, desátame —prácticamente graznó.

—Pero...

—No puedo sentir mis manos —dijo, agarrándose a la primera excusa que
se le ocurrió. No era ni remotamente cierto, pero su cuerpo estaba saltando a la
vida, y si no conseguía liberarse pronto, no habría manera de ocultar su deseo.

Sarah vaciló, pero solo por un momento. Se acercó a la cabecera de la cama


y se puso a trabajar en el nudo de la muñeca derecha.

—¿Crees que está justo fuera de la puerta? —susurró.


322

—Sin duda.
Página

Su rostro se torció con disgusto.


—Eso es...

—¿Enfermizo? —terminó por ella—. Bienvenida a mi infancia.

Lamentó las palabras el momento en que las dijo. Los ojos de ella se
llenaron de compasión, y sintió la bilis subiendo por su garganta. No quería su
compasión, ni por su pierna, ni por su infancia, ni por cualquiera de las puñeteras
formas en que no podría tener la esperanza protegerla. Él solo quería ser un
hombre, y quería que ella lo supiera, lo sintiera. Quería cernirse sobre ella en la
cama, sin nada entre ellos salvo el calor, y quería que supiera que había sido
reclamada, que era suya, y que ningún otro hombre conocería nunca la cálida seda
de su piel.

Pero él era un tonto. Ella se merecía a alguien que pudiera protegerla, no


un lisiado que había sido derrotado tan fácilmente. Pateado, drogado, y atado a una
cama... ¿cómo podría respetarlo después de eso?

—Creo que tengo este —dijo ella, tirando con fuerza de la cuerda—.
Espera, espera... ¡Ahí está!

—Un cuarto del camino —dijo, tratando de sonar alegre y fallando


miserablemente.

—Hugh —dijo ella, y él no podía decir si era el precursor de una


declaración o una pregunta.

Y nunca lo descubrió. Hubo una terrible conmoción en el vestíbulo,


seguida de un gruñido de dolor y una serie de improperios en voz alta.

—Daniel —dijo Sarah, haciendo una suave mueca.

Y aquí estoy yo, pensó Hugh miserablemente, todavía atado a la maldita


cama.
323
Página
Traducido por ஓ¥anliஓ

Corregido por Lizzie Wasserstein

S
arah apenas tuvo tiempo de alzar la mirada antes de que la puerta se
abriera y el aire fuera dividido por el sonido de la madera
rompiéndose y astillándose en torno a la inútil cerradura.

―¡Daniel! ―gritó ella, y por su vida, no sabía por qué parecía sorprendida.

―Qué demonios…

Pero el grito de Daniel fue cortado por el Marqués de Ramsgate, quien


corría desde el vestíbulo, lanzándose a través de la puerta hacia la espalda de
Daniel.

―Quítate de encima, maldito…

Sarah trató de saltar a la refriega, pero Hugh tiró de ella hacia atrás con la
mano que ella había liberado recientemente. Lo sacudió de un tirón y corrió hacia
su primo, solamente para ser derribada por el hombro de Lord Ramsgate cuando
Daniel se giró, tratando de quitárselo de su espalda.

―¡Sarah! ―gritó Hugh. Estaba tirando tan fuerte en sus ataduras restantes
que la cama empezó a rodarse.

Sarah se puso de pie, pero Hugh movió su brazo en un arco salvaje y agarró
un puñado de la falda empapada.
324

―Suéltame ―dijo ella entre dientes, cayendo de nuevo en la cama.


Página

Él envolvió su brazo alrededor de ella, sus dedos todavía sosteniendo su


falda en un agarre mortal.

―Nunca en tu maldita vida.

Daniel, por su parte, había sido incapaz de conseguir quitarse a Lord


Ramsgate de su espalda y ahora estaba golpeándolo contra la pared.

―Tú condenado loco ―gruñó él―. ¡Quítate de encima!

Sarah agarró un pedazo de la falda y comenzó a tirar en la dirección


opuesta.

―Él va a matar a tu padre.

Los ojos de Hugh encontraron los suyos con acerado desdén.

―Déjalo.

―Oh, te gustaría eso, ¿no? ¡Él sería colgado!

―No con nosotros solamente como testigos ―replicó Hugh.

Sarah jadeó y dio otro tirón a la falda, pero Hugh la tenía en un agarre
sorprendentemente firme. Trató de retorcerse para salir de su agarre, y fue
entonces cuando vio la cara de Daniel volverse terriblemente violeta.

―¡Lo está ahogando! ―gritó ella, y Hugh debe haber alzado la mirada,
porque le soltó la falda tan abruptamente que Sarah patinó a través de la habitación,
apenas capaz de mantener el equilibrio.

―¡Bájese de él! ―gritó, agarrando la camisa de Lord Ramsgate. Buscó a su


alrededor algo, cualquier cosa, con la que golpearlo en la cabeza. La única silla era
demasiado pesada para levantarla, así que con una breve oración, apretó su mano
en un puño y golpeó fuertemente.

―¡Ayyy! ―Aulló de dolor y sacudió el puño. Nadie le había dicho que


325

golpear a un hombre en la cara doliera.


Página

―¡Jesucristo, Sarah! ―Ese era Daniel, jadeando y apretando su ojo.


Ella había golpeado al hombre equivocado.

―¡Oh, lo siento! ―gritó ella. Pero al menos había hecho tambalear la torre
humana. Lord Ramsgate se había visto obligado a dejar ir el cuello de Daniel
cuando ambos hombres cayeron al suelo.

―Te mataré ―gruñó Lord Ramsgate, lanzándose de vuelta hacia Daniel,


quien no estaba en condiciones de defenderse.

―Ya basta ―espetó Sarah, pisando con fuerza la mano de Lord


Ramsgate―. Si lo mata, mata a Hugh.

Lord Ramsgate levantó la mirada hacia ella, y no podía decir si estaba


confundido o furioso.

―Mentí ―dijo la voz de Hugh desde la cama―. Le conté sobre nuestro


acuerdo.

―¿Dejó de pensar en eso? ―exigió Sarah. Debido a que ella estaba hasta
la coronilla de estos hombres―. ¿Lo hizo? ―gritó relativamente.

Lord Ramsgate levantó la mano, la que ella no estaba machacando bajo su


bota, en actitud de súplica. Lentamente, Sarah levantó su peso, sin apartar la vista
de él hasta que se deslizó a varios metros de distancia de Daniel.

―¿Estás bien? ―le preguntó a Daniel mecánicamente. La piel debajo del


ojo se estaba volviendo púrpura. Él no iba a lucir muy bonito para su boda.

Él gruñó en respuesta.

―Bien ―dijo ella, decidiendo que su gruñido había sonado lo


suficientemente saludable. Y entonces se le ocurrió―. ¿Dónde están Marcus y
Honoria?

―En algún lugar detrás de mí en un carruaje ―dijo furiosamente―.


326

Monté.
Página

Por supuesto, pensó Sarah. No sabía por qué no se le había ocurrido que
iba a insistir en montar para ir tras ella una vez descubrió que había partió sin ellos.
―Creo que me rompió la mano ―se quejó Lord Ramsgate.

―No está rota ―dijo Sarah con irritación―. La habría escuchado


romperse.

Desde la cama, Hugh soltó una risa sofocada. Sarah le dirigió una mirada
disgustada. Esto no era gracioso. Nada de esto era gracioso. Y si no podía ver eso,
él no era el hombre que ella pensaba que era. El humor negro contaba solamente
cuando uno no estaba en la horca de verdad.

Rápidamente, se volvió hacia su primo.

―¿Tienes un cuchillo?

Los ojos de Daniel se agrandaron.

―Para sus ataduras.

―Oh. ―Daniel metió la mano en su bota y sacó una pequeña daga. Ella la
tomó con cierta sorpresa; no había pensado realmente que saborearía el éxito.

―Adquirí el hábito de llevar un arma en Italia ―dijo Daniel con voz


plana.

Sarah asintió. Por supuesto que lo habría hecho. Eso fue cuando Lord
Ramsgate había tenido asesinos entrenados cazándolo.

―No se mueva ―le espetó al marqués, y atravesó la habitación hacia


Hugh―. Recomendaría que no te muevas tampoco ―dijo ella, y dio un rodeo
hacia el otro lado de la cama cortando la cuerda que inmovilizaba su mano
izquierda. Estaba a mitad de camino a través de las ataduras cuando vio a Lord
Ramsgate comenzar a ponerse en pie―. ¡Eh eh eh! ―gritó ella, señalando con el
cuchillo en su dirección―. De vuelta al suelo.

Él obedeció.
327

―Me estás aterrando ―murmuró Hugh. Pero sonaba como un cumplido.


Página

―Podrías haber muerto ―dijo entre dientes.


―No ―le dijo, su mirada seria―. Soy el único al que él nunca tocaría,
¿recuerdas?

Sus labios se separaron, pero lo que ella iba a decir se evaporó cuando su
mente empezó a dar vueltas.

―¿Sarah? ―Hugh sonó preocupado.

Él no era el único, se dio cuenta. Él no era el único.

La última parte de la cuerda se rompió, y Hugh sacó el brazo de su lado,


gimiendo mientras se masajeaba el hombro.

―Puedes deshacer tus tobillos ―dijo Sarah, apenas recordando voltear


hacia fuera el mango cuando le dio el cuchillo. Se dirigió de nuevo hacia Lord
Ramsgate―. Levántese ―le ordenó.

―Me acaba de decir que me sentara ―dijo arrastrando las palabras.

Su voz se redujo a un gruñido amenazador.

―Usted no querrá discutir conmigo en estos momentos.

―Sarah ―se aventuró Hugh.

―Tranquilo ―le dijo con brusquedad, sin siquiera molestarse en darse la


vuelta. Lord Ramsgate se puso en pie, y Sarah se inclinó hacia adelante hasta que
él quedó apoyado contra la pared―. Quiero que me escuche con mucha atención,
Lord Ramsgate, porque solamente voy a decir esto una vez. Me casaré con su hijo,
y, a cambio, usted me jurará que dejará a mi primo en paz. ―Lord Ramsgate abrió
la boca para hablar, pero Sarah no había terminado―. Es más ―dijo antes de que
él pudiera hacer más que el sonido de una sílaba―, no intentará ponerse en
contacto conmigo o con cualquier miembro de mi familia, y eso incluye a Lord
Hugh y a los hijos que podamos tener.
328

―Ahora resulta…
Página

―¿Usted quiere que me case con él? ―lo cortó Sarah en voz alta.
El rostro de Lord Ramsgate se puso rojo de rabia.

―Piensa que…

―¿Hugh? ―dijo ella, extendiendo su mano detrás de sí―. ¿El cuchillo?

Debe de haber liberado sus pies, porque cuando habló, estaba mucho más
cerca de ella que de la cama. Se volvió para mirar; él estaba de pie a unos pocos
centímetros detrás de ella. Él dijo:

―No estoy seguro de que sea una buena idea, Sarah.

Él probablemente tenía razón. Ella no tenía ni idea de qué diablos se había


apoderado de ella, pero estaba tan condenadamente enojada justo ahora que casi
estaba inclinada a estrangular a Lord Ramsgate con sus propias manos.

―¿Usted quería un heredero? ―gruñó Sarah hacia el marqués―. Está


bien. Le daré uno o moriré en el intento.

Hugh se aclaró la garganta, presumiblemente tratando de recordarle que


todo este fracaso de día había comenzado con su pronosticada muerte.

―Ni una palabra de ti, tampoco ―dijo ella con furia, girándose con el dedo
señalando airadamente. Él estaba de pie a pocos metros de distancia, su bastón
ligeramente sujeto en su mano―. Estoy harta de ti, y de ti y de él… ―Ella sacudió
la cabeza en dirección a Daniel, quien seguía sentado contra la pared, sujetándose
el muy rápidamente ennegrecido ojo―… tratando de resolver las cosas. Eres un
inútil, todos ustedes. Han pasado más de tres años, y la única forma en que has
logrado mantener la paz es mediante la amenaza de suicidarte. ―Se dio la vuelta
para enfrentar a Hugh, y sus ojos se estrecharon peligrosamente―. Lo cual no
harás.

Hugh la miró fijamente hasta que se dio cuenta de que tenía que hablar.

―No lo haré ―dijo.


329

―Lady Sarah ―dijo Lord Ramsgate―, debo decirle…


Página

―Cállese ―le espetó―. Me han dicho, Lord Ramsgate, que usted está
deseoso de un heredero. O debería decir un heredero además de los dos que ya
tiene.

El marqués hizo un gesto brusco.

―Y, de hecho, está tan deseoso de este heredero que Lord Hugh fue capaz
de negociar por la seguridad de mi primo con su propia vida.

―Fue un trato impío ―escupió lord Ramsgate.

―En eso estamos de acuerdo ―dijo Sarah―, pero creo que se ha olvidado
de un detalle importante. Si, de hecho, lo único que le importa es la procreación,
la vida de Lord Hugh no vale nada sin la mía.

―Oh, así que ahora va a decirme que usted también va a amenazar con el
suicidio.

―Nada de eso ―dijo Sarah con un bufido burlón―. Pero piense por un
momento, Lord Ramsgate. La única manera que usted puede conseguir a su tan
preciado nieto es si su hijo y yo permanecemos en buen estado de salud y felicidad.
Y déjeme decirle, si usted me hace infeliz de cualquier manera, voy a prohibirle
mi cama.

Hubo una sacudida altamente satisfactoria de silencio.

Lord Ramsgate se burló.

―Él va a ser su amo y señor. No puede prohibirle ningún lugar.

Hugh se aclaró la garganta.

―No se me ocurriría violar sus deseos ―murmuró.

―Despreciable excusa de…

―Me está haciendo infeliz, Lord Ramsgate ―le advirtió Sarah.


330

Lord Ramsgate dejó escapar un suspiro furioso, y Sarah supo que lo había
Página

vencido.
―Si algún daño permanente siquiera llega a mi primo ―advirtió ella―, le
juro que lo perseguiré y destrozaré con mis propias manos.

―Yo le tomaría su palabra ―dijo Daniel, aun palpando suavemente la piel


alrededor de su ojo.

Sarah se cruzó de brazos.

―¿Todos entendemos estos términos?

―Yo ciertamente lo hago ―murmuró Daniel.

Sarah no le hizo caso, en su lugar, se acercó más a Lord Ramsgate.

―Estoy segura de que verá que es una solución más beneficiosa para todas
las partes involucradas. Usted conseguirá lo que quiere, un heredero eventual para
Ramsgate, y yo conseguiré lo que quiero: la paz para mi familia. Y Hugh… ―Sus
palabras llegaron a un abrupto fin cuando se vio obligada a bajar la bilis que
amenazaba su garganta―. Bueno, Hugh no tiene que suicidarse.

Lord Ramsgate se mantenía inexplicablemente tranquilo. Finalmente, dijo:

―Si usted se compromete a casarse con mi hijo y no le prohíbe su cama, y


espero que me crea cuando le digo que tendré espías en su casa y sabré si no está
cumpliendo con su parte del trato, entonces dejará en paz a su primo.

―Para siempre ―agregó Sarah.

Lord Ramsgate dio un rápido asentimiento cortante.

―Y no va a tratar de ponerse en contacto con mis hijos.

―No puedo estar de acuerdo con eso.

―Muy bien ―aceptó, ya que no esperaba ganar en ese punto―, le


permitiré que los pueda ver, pero solamente en mi presencia o la de su padre, y en
331

un momento y lugar de nuestra elección.


Página

Lord Ramsgate se sacudió con rabia, pero dijo:


―Le doy mi palabra.

Sarah se volvió y miró a Hugh para su confirmación.

―En esta puedes confiar en él ―dijo Hugh en voz baja―. A pesar de su


crueldad, no rompe sus promesas.

Entonces Daniel dijo:

―No lo he conocido por mentir.

Sarah lo miró boquiabierta.

―Me dijo que iba a tratar de matarme y lo hizo ―dijo Daniel―. Tratar,
eso es.

La boca de Sarah se abrió.

―¿Esta es tu garantía?

Daniel se encogió de hombros.

―Luego dijo que no trataría de matarme, y hasta donde yo sé, no lo hizo.

―¿Qué tan duro le pegaste? ―preguntó Hugh.

Sarah bajó la mirada hacia su mano. Sus nudillos se estaban volviendo


púrpuras. Buen Señor, y su boda era en dos días. Anne nunca se lo perdonaría.

―Valió la pena ―dijo Daniel, una de sus manos haciendo un sinuoso gesto
cerca de su cara. Su cabeza se inclinó hacia un lado mientras arqueaba una ceja
hacia Hugh―. Ella lo hizo ―dijo―. Lo que tú y yo nunca fuimos capaces de
manejar.

―Y todo lo que tenía que hacer era sacrificarse a sí misma ―dijo Lord
Ramsgate con una sonrisa melosa.
332

―Voy a matarte ―gruñó Hugh y Sarah tuvo que ponerse frente a él y


forzadamente lo mantuvo atrás.
Página

―Vuelva a Londres ―le ordenó Sarah al marqués―. Lo veré en el bautizo


de nuestro primer hijo, y ni un momento antes.

Lord Ramsgate simplemente se rio.

―¿Quedó claro? ―exigió ella.

―Como el agua, mí querida señora. ―Lord Ramsgate se acercó a la puerta,


y luego se dio la vuelta―. Si hubiera nacido antes ―dijo con una mirada intensa―,
me habría casado con usted.

―¡Tú, Bastardo!

Sarah fue empujada hacia un lado cuando Hugh se lanzó hacia su padre.
Un puño se encontró con la carne en un crujido horrible.

―No eres digno de pronunciar su nombre ―siseó Hugh, avecinándose


amenazadoramente sobre su padre, quien había caído al suelo, con la nariz
ensangrentada y casi con seguridad rota.

―Y tú eres el mejor de los dos ―dijo Lord Ramsgate con un pequeño


escalofrío de repulsión―. Dios del cielo, no sé qué hice para merecer tales hijos.

―Tampoco yo ―dijo Hugh bruscamente.

―Hugh ―dijo Sarah, poniendo la mano en su brazo―. Déjalo. No vale la


pena.

Pero Hugh no era él mismo. No apartó su brazo, ni tampoco dio ninguna


indicación de que la había escuchado. Se inclinó y agarró su bastón, el cual se había
caído al suelo en la pelea, ni una sola vez quitando los ojos del rostro de su padre.

―Si la tocas ―dijo Hugh, su voz terriblemente entrecortada y plana―, te


mataré. Si dices una sola palabra indecorosa, te mataré. Si incluso respiras en la
dirección equivocada, yo…

―Me mataras ―dijo su padre con desdén. Señaló con la cabeza hacia la
333

pierna mala de Hugh―. Solamente sigue pensando que eres capaz, tú pequeño
Página

estúpido lisia…
Hugh se movió como un relámpago, su bastón en un arco delante de él
como una espada. Era maravilloso en movimiento, pensó Sarah. ¿Era así como
había sido… antes?

―¿Te importaría repetir eso? ―dijo Hugh, presionando la punta de su


bastón contra la garganta de su padre.

Sarah dejó de respirar.

―Por favor ―dijo Hugh, en un tono que era más devastador para su
tranquilidad―. Di algo más. ―Él movió el bastón por la tráquea de Lord Ramsgate,
aliviando la presión sin perder el contacto―. ¿Cualquier cosa? ―murmuró.

Sarah se humedeció los labios, mirándolo cautelosamente. No podía decir


si era el epítome de control o si estaba a un suspiro de romperse. Ella observó su
pecho subir y bajar con el latido de su corazón, y estaba hipnotizada. Hugh
Prentice era más que un hombre en ese momento; él era una fuerza de la
naturaleza.

―Que se vaya ―dijo Daniel con voz cansada, finalmente poniéndose de


pie―. No vale la pena un viaje a la horca.

Sarah miró la punta del bastón, todavía apretada contra la garganta de Lord
Ramsgate. Parecía presionar hacia adelante, y ella pensó: No, no lo haría. . . y luego,
rápido como el mercurio, el bastón se fue volando, abandonando el agarre de Hugh
por una fracción de segundo antes de que lo capturara de nuevo y se alejara. Él
estaba favoreciendo su pierna herida, pero había algo gallardo sobre su paso
desigual, algo casi grácil.

Era maravilloso aun en movimiento. Uno simplemente tenía que mirar.

Sarah se sintió exhalar. No estaba segura de cuándo fue la última


respiración. Observó en silencio como Lord Ramsgate se ponía de pie y salía de la
habitación. Y luego ella se quedó mirando la puerta abierta, casi esperando que
334

regresara.
Página

―¿Sarah?
Vagamente, registró la voz de Hugh. Pero ella no podía apartar los ojos de
la puerta, y estaba temblando. . . sus manos temblaban, y tal vez todo su cuerpo
estaba temblando.

―Sarah, ¿estás bien?

No. Ella no lo estaba.

―Permíteme ayudarte.

Ella sintió el brazo de Hugh en su hombro, y de repente el temblor se


intensificó, y sus piernas. . . ¿Qué le estaba pasando a sus piernas? Hubo un horrible
ruido desgarrador, y cuando ella jadeó en busca de aire, se dio cuenta de que había
venido de ella, y luego repentinamente estaba en sus brazos, y él la llevaba a la
cama.

―Está bien ―dijo―. Todo va a estar bien.

Pero Sarah no era ninguna tonta. Y ella no se sentía bien.


335
Página
Traducido por ஓ¥anliஓ

Corregido por Lizzie Wasserstein

Whipple Hill

Más tarde esa noche

L
a mano de Hugh se cernió en el aire durante un largo rato antes de
conectar con la puerta en un golpe nítido. No estaba seguro de qué
tipo de reorganización aleatoria había tenido lugar entre los
invitados, pero Sarah había sido trasladada a una habitación propia a su regreso a
Whipple Hill. Honoria, quien había llegado a White Hart con Marcus poco después
de que Lord Ramsgate se había marchado, había establecido al respecto que Sarah
se había vuelto a lesionar el tobillo y necesitaba descansar. Si alguien estaba curioso
en cuanto al por qué no podía hacerlo en la habitación que había estado
compartiendo con Harriet, no habían dicho nada. Probablemente nadie ni siquiera
se había dado cuenta.

Hugh no tenía idea de cómo estaba explicando Daniel el ojo negro.

―¡Entre! ―Esa era la voz de Honoria. Esta no era una sorpresa; ella no
había abandonado el lado de Sarah desde que habían regresado.

―¿Estoy interrumpiendo? ―preguntó Hugh, dando solamente dos pasos


en la habitación.
336

―No ―dijo Honoria, pero él no la vio girarse para enfrentarlo. Solamente


Página

podía mirar a Sarah, quien estaba sentada en la cama, una montaña de almohadas
en su espalda. Llevaba el mismo camisón blanco que… querido Dios, ¿podría haber
sido justo la noche anterior?

―No debería estar aquí ―dijo Honoria.

―Lo sé. ―Pero él no hizo ademán de irse.

La lengua de Sarah salió apresuradamente para humedecer sus labios.

―Estamos prometidos ahora, Honoria.

Las cejas de Honoria se levantaron.

―Yo sé mejor que nadie que eso no significa que él debería estar en tu
dormitorio.

Hugh sostuvo la mirada de Sarah. Esta tendría que ser su decisión. No la


forzaría.

―Ha sido un día muy extraño ―dijo Sarah en voz baja―. Este
difícilmente sería el momento más escandaloso del mismo.

Sonaba exhausta. Hugh la había sostenido en sus brazos todo el viaje a casa,
hasta que sus sollozos habían dado paso a un silencio desgarrador. Cuando él la
había mirado a los ojos, estos habían estado en blanco.

Conmoción. Él lo sabía muy bien.

Pero parecía más como ella misma ahora. Si no mejor, entonces al menos
repuesta.

―Por favor ―dijo él, dirigiendo la simple palabra hacia su prima.

Honoria dudó por un momento, luego se levantó.

―Muy bien ―cedió―, pero regresaré en diez minutos.


337

―Una hora ―dijo Sarah.


Página

―Pero…
―¿Qué es lo peor que podría pasar? ―preguntó Sarah con una expresión
de incredulidad―. ¿Podríamos vernos obligados a casarnos? Eso ya ha sido
arreglado.

―Ese no es el punto.

―Entonces, ¿cuál es el punto?

La boca de Honoria se abrió y se cerró mientras miraba de Sarah a Hugh y


de vuelta.

―Se supone que debo ser tu acompañante.

―Yo no creo que esa sea exactamente la palabra que cruzó los labios de mi
madre cuando estuvo aquí antes.

―¿Dónde está tu madre? ―preguntó Hugh. No es que estuviera planeando


hacer algún avance indecoroso, pero mientras que estuviera a solas con Sarah por
la próxima hora, parecía un buen dato saberlo.

―En la cena ―respondió Sarah.

Hugh se pellizcó el puente de su nariz.

―Dios, ¿es tan tarde?

―Daniel nos dijo que ha tomado una siesta, también ―dijo Honoria con
una gentil sonrisa.

Hugh asintió levemente. O tal vez fue una sacudida. O poner los ojos en
blanco. Él estaba tan del revés que ni siquiera podía estar seguro. Había querido
permanecer con Sarah cuando habían logrado volver a Whipple Hill, pero ni
siquiera él sabía que tal libertad no sería tolerada por sus primos. Y más al punto,
había estado tan agotado por sí mismo que todo lo que pudo haber sido capaz de
hacer fue subir las escaleras y meterse en su propia cama.
338

―Ellos no lo están esperando ―añadió Honoria―. Daniel dijo… ehm, yo


Página

no sé lo que dijo, pero él siempre ha sido bueno en excusas creíbles para ese tipo
de cosas.
―¿Y su ojo? ―preguntó Hugh.

―Me dijo que tenía un ojo morado cuando conoció a Anne, así que, era
lógico que tuviera uno cuando se casara con ella.

Hugh parpadeó.

―¿Y Anne estuvo de acuerdo con esto?

―Puedo decir honestamente que no tengo ni idea ―dijo Honoria con una
remilgada voz.

Sarah resopló y puso los ojos en blanco.

―Pero ―continuó Honoria, su sonrisa volviendo furtivamente a su rostro


mientras se ponía de pie―, también puedo decir honestamente que estoy muy
contenta de no estar presente cuando ella lo vio.

Hugh se movió hacia un lado mientras Honoria se dirigía a la puerta.

―Una hora ―dijo. Hizo una pausa antes de avanzar al corredor―.


Debería bloquear la puerta.

Hugh se sobresaltó con sorpresa.

―¿Disculpe?

Honoria tragó incómodamente, y sus mejillas tomaron en un rubor delator.

―Será asumido que Sarah está en reposo y no desea ser molestada.

Hugh solamente pudo quedarse mirándola aturdido. ¿Le estaba dando


permiso para arruinar a su prima?

Le tomó solamente un momento a Honoria darse cuenta de a dónde lo


habían llevado sus pensamientos.
339

―No me refería a… Oh, por todos los cielos. No es como si alguno de


ustedes este en estado de hacer alguna cosa.
Página

Hugh echó un vistazo hacia Sarah. Su boca estaba abierta.


―No querrán a nadie entrando mientras están a solas ―dijo Honoria, su
piel ahora a tono con un matiz verde sonrosado. Ella entrecerró los ojos hacia
Hugh―. Simplemente se quedará sentado en la silla, pero tranquilo.

Hugh se aclaró la garganta.

―Tranquilo.

―Sería muy inapropiado ―dijo, seguido de―: Me voy ahora. ―Ella se


apresuró a salir de la habitación.

Hugh se volvió hacia Sarah.

―Eso fue incómodo.

―Será mejor que cierres la puerta ―dijo Sarah―. Después de todo eso.

Él extendió la mano y giró la llave.

―En efecto.

Con Honoria ausente, sin embargo, no tenían influencia en la que basarse


para una sensación de normalidad, y Hugh se encontró de pie junto a la puerta
como una estatua mal parada, incapaz de decidir a dónde llevar sus pies.

―¿Qué quisiste decir… ―soltó abruptamente Sarah―, cuando dijiste


“hay hombres que lastiman a las mujeres”?

Sintió que su frente se fruncía.

―Lo siento. No sé…

―Anoche ―le interrumpió ella―m cuando me encontraste, estabas tan


molesto, y dijiste algo sobre los hombres que hieren a las personas, los hombres
que lastiman a las mujeres.

Sus labios se separaron y su garganta se cerró, ahogando cualquier palabra


340

que pudiera haberse formado allí. ¿Cómo podía ella no haber entendido a qué se
Página

refería? Seguramente ella no era tan inocente. Había llevado una vida protegida,
pero tenía que saber lo que pasaba entre un hombre y una mujer.
―A veces… ―comenzó lentamente, ya que esta no era una conversación
que alguna vez hubiera esperado―,…un hombre puede…

―Por favor ―lo cortó―, sé que los hombres lastiman a las mujeres; lo
hacen cada día.

Hugh quería encogerse. Deseó que su declaración hubiera sido chocante,


pero no fue así. No era más que la verdad.

―No estabas hablando en general ―dijo ella―. Puedes haber pensado que
así era, pero no lo era. ¿De quién estabas hablando?

Hugh se quedó muy quieto, y cuando por fin habló, él no miró a Sarah.

―Era de mi madre ―dijo, en voz muy baja―. Seguramente te has dado


cuenta que mi padre no es un hombre amable.

―Lo lamento ―dijo ella.

―Él la lastimo en la cama ―dijo Hugh, y de repente no se sintió del todo


bien. Su cuello se tensó, y él tiró a un lado, tratando de quitarse de encima el peso
de sus recuerdos―. Él nunca la lastimó fuera de la cama. Solamente dentro de ella.
―Tragó saliva. Tomó una respiración―. Por la noche podía oír sus gritos.

Sarah no habló. Estaba muy agradecido por eso.

―Nunca vi nada ―dijo Hugh―. Si él la marcaba, él siempre tuvo la


precaución de hacerlo donde no se mostraría. Ella nunca estuvo lesionada, ni
amoratada. Pero… ―miró a Sarah; por fin levantó la mirada hacia Sarah―… pude
verlo en sus ojos.

―Lo lamento ―dijo Sarah otra vez, pero había algo en su expresión
cautelosa, y después de un momento, ella miró hacia otro lado.

Hugh observó mientras ella metía la barbilla en su hombro, sombras


341

vacilaban por su garganta mientras tragaba. Él nunca la había visto tan incómoda,
tan cohibida.
Página

―Sarah ―comenzó, y luego se maldijo a sí mismo por la idiotez, porque


ella alzó la mirada, esperando más, y no tenía ni idea de lo que debía decir. Su boca
colgaba mudamente, y ella dejó que sus ojos volvieran a caer sobre su regazo, donde
sus manos estaban agarrando nerviosamente sus sábanas.

―Sarah, yo… ―dijo con brusquedad. ¿Y qué? ¿Qué? ¿Por qué no podía
terminar una maldita frase?

Ella levantó la vista, de nuevo esperando a que continuara.

―Yo nunca lo haría… eso. ―Las palabras se ahogaron al salir de su


garganta, pero tenía que decirlo. Tenía que asegurarse de que ella entendía. Él no
era su padre. Nunca sería ese hombre.

Ella negó con la cabeza, el movimiento tan pequeño que casi se lo perdió.

―Lastimarte ―dijo―. Yo nunca te haría daño. Nunca podría…

―Lo sé ―dijo ella, afortunadamente cortando su confesión forzada―.


Nunca lo harías… ni siquiera tienes que decirlo.

Él asintió, girando bruscamente cuando se escuchó a sí mismo arrastrar un


corto suspiro atormentado. Era la clase de sonido hecho justo antes de perderse
uno mismo por completo, y él no podía… después de todo lo que había sucedido
ese día…

No podía ir allí. Ahora no. Así que él se encogió de hombros, como si un


movimiento despreocupado pudiera lanzar todo por la borda. Pero todo lo que
parecía hacer era intensificar el silencio. Y Hugh se encontró en la misma posición
en que había estado antes de que ella hubiera preguntado por su madre, congelado
cerca de la puerta, sin saber qué hacer consigo mismo.

―¿Has dormido? ―preguntó finalmente Sarah.

Él asintió y encontró el impulso para adelantarse y acomodarse en la silla


que Honoria había dejado vacante. Enganchó su bastón sobre el brazo y se volvió
342

para mirarla.
Página

―¿Y tú?
―Lo hice. Estaba alterada. No, estaba derrotada. ―Ella trató de sonreír, y
él pudo ver que estaba avergonzada.

―Eso está bien ―empezó a decir.

―No ―le dijo bruscamente―, no lo está, en realidad. Quiero decir, que


lo estará, pero… ―Parpadeó como un conejo acorralado, y luego dijo―: Estaba
tan cansada. No creo haber estado tan cansada alguna vez.

―Es comprensible.

Ella lo miró por un largo momento, luego dijo:

―No sé qué me invadió.

―Yo tampoco ―admitió él―, pero me alegro de que lo hiciera.

Ella no habló durante varios segundos.

―Tienes que casarte conmigo ahora.

―Yo había estado planeando pedírtelo ―le recordó.

―Lo sé… ―ella recogió el dobladillo de la sábana―,… pero a nadie le


gusta ser forzado.

Él extendió la mano y agarró la suya.

―Lo sé.

―Yo…

―Fuiste forzada ―dijo con vehemencia―. No es justo, y si deseas


retractarte…

―¡No! ―Ella se echó hacia atrás, luciendo sorprendida por su arrebato―.


Es decir, no, no quiero retractarme. No puedo realmente.
343

―No puedes ―repitió, con la voz apagada.


Página

―Bueno, no ―dijo ella con los ojos brillantes de impaciencia―. ¿Estabas


siquiera escuchándome hoy?

―Lo que escuché ―dijo con lo que esperaba fuera la paciencia


adecuada―, fue a una mujer sacrificarse.

―Y, ¿eso no es lo que tú hiciste? ―le espetó de vuelta―. ¿Cuándo, fuiste


a tu padre y amenazaste con suicidarte?

―No puedes compararlos a los dos. Yo causé todo este condenado caos.
Me corresponde a mí arreglarlo.

―¿Estás enojado porque has sido usurpado?

―¡No! Por el amor de… ―Él se pasó la mano por el cabello―. No pongas
palabras en mi boca.

―Ni lo soñaría. Estás haciendo un buen trabajo por tu cuenta.

―No deberías haber ido a White Hart ―dijo en voz muy baja.

―Ni siquiera voy a dignarme a responder a eso.

―No sabías qué tipo de peligros te esperaban.

Ella soltó un bufido.

―¡Aparentemente tú tampoco!

―Dios mío mujer, ¿has de ser tan obstinada? ¿No lo entiendes? ¡Yo no
puedo protegerte!

―No te pedí que lo hicieras.

―Yo voy a ser tu marido ―dijo, cada palabra rebanando su garganta en el


camino hasta sus labios―. Es mi deber.

Sus dientes estaban apretados con tanta fuerza que su barbilla temblaba.
344

―¿Sabes que ―dijo ella entre dientes―, desde esta tarde, nadie; ni tú, ni
Página

tu padre, ni siquiera mi primo, me han dado las gracias?


Los ojos de Hugh volaron a los de ella.

―No, no lo digas ahora ―le dijo con brusquedad―. ¿Crees que pueda
posiblemente creerte? Fui a la posada porque estaba muy asustada, porque tú y
Daniel habían pintado una imagen de un loco, y lo único en lo que podía pensar
era en que él iba a hacerte daño…

―Pero…

―No digas que él nunca te lastimaría. Ese hombre está loco de atar. Él
cortaría tu brazo, siempre y cuando se asegure que aún puedas engendrar hijos.

Hugh se puso pálido. Él sabía que era cierto, pero odiaba que ella incluso
tuviera que pensar en eso.

―Sarah, yo…

―No. ―Ella señaló con su dedo índice hacia él―. Este es mi turno. Estoy
hablando. Tú vas a estar callado.

―Perdóname ―dijo, tan suavemente las palabras que no eran más que un
susurro en los labios.

―No ―dijo ella, sacudiendo la cabeza como si acabara de ver un


fantasma―. No tienes que ser agradable ahora. No puedes pedirme perdón y
esperar que yo… yo… ―Su garganta convulsionó con un sollozo―. ¿Entiendes lo
que me has hecho pasar? ¿En un solo día?

Las lágrimas corrían libremente por sus mejillas, y tomó toda la fuerza de
Hugh no inclinarse hacia adelante y apartarlas de un beso. Quería pedirle que no
llorara, pedir disculpas por este momento y por el futuro, porque sabía que iba a
suceder de nuevo. Podía dedicar su vida a una de sus sonrisas, pero en algún
momento iba a fallar, y la haría llorar de nuevo, y eso lo destrozaría.

Le tomó la mano y se la llevó a los labios.


345

―Por favor, no llores ―suplicó.


Página

―No lo hago ―gritó ahogadamente, enjugándose las lágrimas con la


manga.

―Sarah…

―¡No estoy llorando! ―gritó.

No discutió. En su lugar, se sentó a su lado en la cama, y la abrazó y le


acarició el cabello, murmurando sonidos sin sentido de consuelo hasta que ella se
hundió a su lado, completamente desgastada.

―No me puedo imaginar lo que piensas de mí ―susurró finalmente.

―Creo ―dijo con cada gramo de su alma―, que eres magnífica.

Y que él no se la merecía.

Ella había llegado y salvado el día; había sangrientamente hecho muy bien
lo que él y Daniel no habían logrado en casi cuatro años, y lo había hecho mientras
Hugh había estado atado a una maldita cama. Tal vez no en el momento exacto de
su triunfo, pero si había sido liberado, fue solamente porque había sido ella la que
lo hizo.

Ella lo había salvado a él. Y si bien entendía que las circunstancias de esta
situación en particular eran únicas, lo desgarraba que él nunca sería capaz de
protegerla como un esposo estaba destinado a proteger a su esposa.

Allí era donde cualquier hombre que se precie se haría a un lado y le


permitiría que se casara con alguien más, alguien mejor.

Alguien completo.

Excepto que cualquier hombre que se precie no habría estado en esta


situación, para empezar. Hugh había causado este debacle. Él había sido el que se
emborrachó y desafió a un hombre inocente a un duelo. Él era el que tenía un
padre como murciélago loco en el campanario, quien requería de una amenaza de
346

suicidio para conseguir que dejara en paz a Daniel. Pero Sarah era la que estaba
pagando el precio. Y Hugh, incluso si él fuera ese hombre que se precie, no podía
Página

posiblemente hacerse a un lado. Porque hacerlo sería poner en peligro a Daniel. Y


Sarah estaría mortificada.

Y Hugh la amaba demasiado como para incluso dejarla ir.

Soy un bastardo egoísta.

―¿Qué? ―murmuró Sarah, sin mover la cabeza de su pecho.

¿Había dicho eso en voz alta?

―¿Hugh? ―Ella cambió de posición, su barbilla elevándose para poder ver


su rostro.

―No puedo dejarte ir ―susurró él.

―¿De qué estás hablando? ―Ella se movió de nuevo, apartándose, lo


suficiente para poder mirarlo a los ojos.

Ella tenía el ceño fruncido. No quería hacerla fruncir el ceño.

―No puedo dejarte ir ―dijo de nuevo, sacudiendo la cabeza en un


pequeño y lento movimiento.

―Nos vamos a casar ―dijo ella. Cautelosamente, como si no estuviera


segura de por qué lo decía―. No tienes que dejarme ir.

―Debería. Yo no puedo ser el hombre que necesitas.

Ella le tocó la mejilla.

―¿No es eso algo que debo decidir yo?

Él tomó una profunda y trémula respiración, cerrando los ojos ante el


horror del recuerdo.

―Odio que hayas tenido que ver a mi padre hoy.

―También lo odio, pero ya está hecho.


347

Él la miró con asombro. ¿Cuándo se había vuelto tan calmada? Apenas


Página

cinco minutos antes, había estado llorando y él había estado calmándola, y ahora
estaba lúcida, mirándolo con tanta paz y sabiduría que casi podía creer que su
futuro era brillante y sin complicaciones.

―Gracias ―dijo él. Ella inclinó la cabeza hacia un lado―. Por hoy. Por
mucho más que hoy, pero por ahora me quedaré con el ahora.

―Yo… ―Tenía la boca abierta en un óvalo indeciso, y luego dijo―: Me


parece una cosa muy extraña para la cual decir, no hay de qué.

Buscó en su rostro, aunque no estaba seguro de qué. Tal vez solamente


quería mirarla, a la calidez del profundo chocolate de sus ojos y su amplia y
exuberante boca que entendía muy bien cómo sonreír. Él la miró asombrado y
maravillado, al recordar la feroz guerrera de esa tarde. Si ella lo defendía tan bien,
él no podía imaginar cómo podría ser como madre, para proteger a su propia carne
y sangre.

―Te amo ―dijo, las palabras rodaron de sus labios. No estaba seguro de
que él quería decirlas, pero ahora no podía parar―. No te merezco, pero te amo, y
sé que nunca pensaste casarte con alguien en esas circunstancias, pero prometo que
dedicaré el resto de mi vida inclinado a tu felicidad. ―Llevó sus manos hasta sus
labios y las besó con fervor, casi deshecho por la fuerza de sus emociones―. Sarah
Pleinsworth ―dijo―, ¿te casarías conmigo?

Las lágrimas brillaron en sus pestañas, y sus labios temblaban mientras


decía:

―Nosotros ya…

―Pero yo no te lo pedí ―la interrumpió―, mereces que te lo pidiera. No


tengo un anillo, pero puedo conseguir uno más tarde, y…

―No necesito un anillo ―dijo bruscamente―. Solamente te necesito a ti.

Él le tocó la mejilla, su mano suavemente acariciando su piel, y luego…


348

Él la besó. Llegó sin pensar, este impulso, esta hambre. Su mano se hundió
Página

en la densa caída de su cabello mientras sus labios devoraban los suyos.


―¡Espera! ―jadeó.

Se echó hacia atrás, pero simplemente unos centímetros.

―También te amo ―susurró―. No me diste la oportunidad de decirlo.

Si él hubiera tenido alguna esperanza de controlar su deseo, se perdió en


ese momento. Él besó su boca, su oreja, su cuello, y cuando ella estuvo sobre su
espalda y él sobre ella, agarró el delicado lazo que mantenía unida su bata con los
dientes y abrió el nudo.

Ella se echó a reír, un sonido maravilloso y gutural que, sin embargo, logró
sobresaltarlo en un momento tan acalorado.

―Se deshace tan fácilmente ―dijo con una sonrisa indefensa―. No podía
dejar de compararlo con los nudos de tu padre esta mañana. ¡Y también estamos
en la cama!

No pudo evitar sonreír, a pesar de que la cama era el último lugar en que
alguna vez quiso pensar en su padre.

―Lo siento ―dijo ella con una risita―. No pude evitarlo.

―No te amaría tanto si pudieras ―bromeó.

―¿Qué significa eso?

―Simplemente que tienes una maravillosa capacidad de encontrar el


humor en el más inesperado de los lugares.

Ella le tocó la nariz.

―Encontré humor en ti.

―Precisamente.

Sus labios se unieron en una sonrisa bastante satisfecha.


349

―Creo… ¡Oh!
Página

Claramente, ella acababa de notar su mano deslizándose por su pierna.


―¿Qué decías? ―murmuró él.

Ella hizo un pequeño ruido encantador cuando él encontró la suave carne


de su muslo, dijo entonces con voz entrecortada:

―Estaba diciendo que creo que no debemos tener un largo compromiso.

Su mano se deslizó más arriba.

―¿De verdad?

―Por el bien de… Daniel… por supuesto, y… ¡Hugh!

―Definitivamente por mi bien ―dijo, tomando el lóbulo de su oreja


suavemente entre los dientes. Pero más bien pensó que su exclamación tenía un
poco más que ver con el suave calor que acababa de descubrir entre sus piernas.

―Tenemos que demostrar que tenemos la intención de mantener nuestra


parte del trato ―dijo ella, sus palabras puntualizadas por gritos y gemidos suaves.

―Mmmm-hmmm. ―Dejó que sus labios dejaran un rastro suavemente


por el cuello mientras reflexionaba el juicio de deslizar un dedo en ella. Tenía
suficiente claridad mental como para estimar que tenían unos treinta minutos
antes de que su prima regresara, ciertamente no el tiempo suficiente para hacer el
amor con ella apropiadamente.

Pero era más que suficiente para darle placer.

―¿Sarah? ―murmuró.

―¿Sí?

Rozó los dedos en su núcleo.

―¡Hugh!

Él sonrió contra su piel mientras deslizaba un dedo en su calor. Su cuerpo


350

se sacudió, pero no se alejó de él, y mientras comenzaba a moverse dentro de ella,


Página

su pulgar encontró su punto más sensible, una ligera presión sobre el nudo antes
de iniciar una lenta espiral de presión.
―Qué es esto… no hice…

No se le entendía nada, y no quería que lo hiciera. Él solamente quería que


sintiera el placer de su toque, que supiera que él la adoraba.

―Relájate ―murmuró.

―Imposible.

Él se rio entre dientes. No tenía ni idea de cómo estaba manteniendo sus


propios impulsos bajo control. Estaba duro como una roca, pero todavía
controlado. Tal vez era porque sus pantalones estaban haciendo un buen trabajo
reteniéndolo; tal vez era porque sabía que este no era el momento ni el lugar.

Pero él pensaba… No, él sabía que era porque solamente quería


complacerla.

Sarah.

Su Sarah.

Él quería ver su rostro cuando ella llegara a la cima. Quería abrazarla


mientras bajara temblando desde los cielos. Cualquier cosa que él deseara podía
esperar. Esto era para ella.

Pero cuando pasó, y él observó su rostro y la sostuvo mientras su cuerpo


cantaba de felicidad, se dio cuenta de qué también había sido para él.

―Tu prima estará de regreso pronto ―dijo una vez que su respiración
había vuelto a la normalidad.

―Pero bloqueaste la puerta ―dijo, sin molestarse en abrir los ojos.

Él le sonrió. Ella era adorable cuando estaba soñolienta.

―Sabe que tengo que irme.


351

―Lo sé. ―Ella abrió un ojo―. Pero no tiene que gustarme.


Página

―Yo estaría más que gravemente herido si lo hicieras. ―Él se deslizó de


la cama, agradecido de que todavía estuviera completamente vestido, y recuperó
su bastón―. Te veré mañana ―dijo, inclinándose para posar un último beso en su
mejilla. Entonces, antes de que pudiera volver a caer en la tentación, él cruzó la
habitación hacia la puerta.

―Oh, ¿Hugh?

Se volvió para verla sonriendo como un gato con un plato de crema.

―¿Sí, mi amor?

―Dije que no necesitaba un anillo.

Él arqueó una ceja.

―Lo hago. ―Ella contoneó los dedos―. Necesitar un anillo. Solamente


para que lo sepas.

Él echó hacia atrás la cabeza y se rio.


352
Página
Traducido por veroonoel (SOS)

Corregido por Lizzie Wasserstein

Incluso más tarde esa noche

Técnicamente el día siguiente

Pero por muy poco

L
a casa estaba muy tranquila mientras Sarah caminaba de puntillas
or los oscuros pasillos. No había crecido en Whipple Hill, pero si
contaba todas sus visitas juntas, estaba segura de que llegaría a más
de un año.

No sería una exageración decir que conocía la casa como la palma de su


mano.

Nunca podrías conocer una casa como aquellas por las que deambulaste
cuando eras un niño. Las escondidas habían asegurado que conociera cada puerta
de comunicación y cada escalera trasera. Pero más importante, significaba que
cuando alguien había mencionado unos días atrás que a Lord Hugh Prentice le
había sido asignado el dormitorio verde del ala norte, ella sabía exactamente lo que
eso significaba.

Y la mejor manera de llegar allí.


353

Cuando Hugh había dejado su habitación esa noche, apenas cinco minutos
Página

antes de que Honoria hubiera regresado, Sarah había pensado que caería en un
perezoso y lujoso sueño. No estaba segura de entender exactamente qué le había
hecho a su cuerpo, pero había encontrado casi imposible levantar ni un dedo por
algún tiempo luego de que se fuera. Se sentía tan… saciada.

Pero a pesar de su absoluta satisfacción física, no durmió. Tal vez debido a


toda la siesta que había tomado más temprano, quizás era víctima de una mente
hiperactiva (tenía mucho en qué pensar, después de todo), pero para el momento
en que el reloj de la chimenea marcó la una de la madruga, tuvo que aceptar que
no dormiría esa noche.

Esto debería haberla frustrado, ya que no era alguien que la llevara bien
cuando estaba demasiado cansada, y no quería estar de malhumor en el desayuno.
Pero en cambio, en todo lo que podía pensar era que ese período extra de vigilia
era un regalo, o al menos debería considerarlo como tal.

Y los regalos nunca deberían ser malgastados.

Por lo cual, a la una-cero-nueve de la madrugada, envolvió sus dedos


alrededor de la manija de la puerta de la habitación verde del ala norte, aplicando
presión cuidadosamente hasta que sintió el mecanismo hacer clic, y permitió que
la puerta se pudiera abrir en, afortunadamente, sus silenciosas bisagras.

Con movimientos muy cuidadosos, cerró la puerta detrás de ella, giró la


llave en la cerradura, y caminó en puntilla de pies hasta la cama. Un eje de pálida
luz formaba líneas en la alfombra, proporcionando luz suficiente para ver dormir
a Hugh.

Sonrió. No era una cama grande, pero era lo suficientemente grande.

Estaba extendido más hacia el lado derecho del colchón, así que caminó
hacia la izquierda, tomó un pequeño aliento de coraje, y se subió. Despacio,
cuidadosamente, avanzó hacia él hasta que estuvo lo suficientemente cerca para
sentir el calor que desprendía su cuerpo. Se acercó aún más, colocando suavemente
su mano en su espalda, que estuvo encantada de descubrir desnuda…
354

Se despertó con un sobresalto, haciendo un resoplido tan divertido que ella


Página

no pudo evitar reír.


—¿Sarah?

Sonrió con coquetería, a pesar de que probablemente no la podía ver en la


oscuridad.

—Buenas noches.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó atontado.

—¿Te estás quejando?

Hubo un instante de silencio. Y luego, en un timbre ronco que reconoció


desde esa misma tarde:

—No.

—Te extrañaba —susurró.

—Aparentemente.

Golpeó su pecho a pesar de que había escuchado la sonrisa en su voz.

—Se supone que tienes decir que también me extrañaste.

Sus brazos la rodearon, y antes de que pudiera decir otra palabra, la había
tirado encima de él, con las manos ligeramente ahuecando su trasero a través de su
camisón

—Yo también te extrañé —dijo.

Suavemente, lo besó en los labios.

—Voy a casarme contigo —dijo con una sonrisa tonta.

—Podría escuchar eso todo el día.

—Pero la cosa es… —Apoyó la cabeza en su brazo y lentamente extendió


su pie, dejando que sus dedos corrieran suavemente por una de sus piernas, que
355

estuvo encantada de comprobar que también estaba bastante desnuda—. Me


Página

parece que no puedo convocar a la rectitud moral requerida de una mujer en mi


posición.
—Una interesante elección de palabras, considerando tu actual posición en
mi cama.

—Como estaba diciendo, voy a casarme contigo.

Su mano encontró la curva de su cadera, y el dobladillo de su camisón


comenzó a viajar por su pierna mientras sus dedos lentamente amontonaban la
tela.

—Será un compromiso corto.

—Muy corto —estuvo de acuerdo.

—Tan corto, de hecho, que… —Se quedó sin aliento; se las había arreglado
para conseguir que el camisón llegara a su cintura, y ahora su mano estaba
apretando su trasero de la manera más deliciosa.

—¿Qué decías? —murmuró, uno de sus dedos apartándose con maldad


hacia el mismo lugar que le había dado placer esa misma noche.

—Solo que… quizás… —Trató de respirar, pero con todo lo que le estaba
haciendo, no estaba segura de recordar cómo—. No sería tan malo si hiciéramos
nuestros votos lo antes posible.

La atrajo hacia sí.

—Oh, será muy malo. Muy travieso.

Ella sonrió.

—Eres terrible.

—¿Debería recordarte que eres la que se coló en mi cama?

—¿Debería recordarte que soy un monstruo creación tuya?

—Un monstruo, ¿eh?


356

—Es una forma de decirlo. —Lo besó, suavemente, en la esquina de su


Página

boca—. No sabía que podía sentirme de esta manera.


—Yo tampoco —admitió.

Se quedó inmóvil. Seguramente no estaba diciendo que no había hecho


esto antes.

—¿Hugh? Esta no es… ¿Esta es tu primera vez?

Sonrió mientras la tomaba en sus brazos y la tumbaba de espaldas.

—No —dijo en voz baja—, pero bien podría serlo. Contigo, todo es nuevo.
—Y luego, mientras aún estaba conmocionada por la belleza de su declaración, la
besó profundamente.

—Te amo —dijo, sus palabras casi perdidas en su boca—. Te amo tanto.

Quería devolver el sentimiento, quería susurrarle su propio amor contra su


piel, pero su camisón parecía haberse desvanecido, y en el momento que su cuerpo
tocó el de ella, piel a piel en su totalidad, estaba insensible.

—¿Puedes sentir lo mucho que te deseo? —dijo, sus labios moviéndose


desde su mejilla hasta su sien. Empujó sus caderas contras las suyas, toda su dura
longitud presionando sin descanso contra su vientre—. Cada noche —gimió—.
Cada noche he soñado contigo, y cada noche he estado así, sin posibilidad de
liberación. Pero esta noche —su boca hizo un perverso y lento sendero hacia su
cuello—, será diferente.

—Sí —suspiró, arqueándose debajo de él. Estaba ahuecando sus pechos,


rodeándolos con sus manos. Luego se pasó la lengua por sus labios…

Casi se cayó de la cama cuando se llevó uno a su boca.

—Oh mi oh mi oh mi oh mi —jadeó, aferrándose a las sábanas debajo de


ella. Apenas le había dado importancia a esa parte de su cuerpo antes. Lucían bien
en un vestido, y había sido advertida que a los hombres les gustaba mirarlos, cielos,
nadie le había dicho que sus pechos podrían sentir tanto placer.
357

—Tenía la sensación de que te gustaría eso —dijo con una sonrisa de


Página

satisfacción.
—¿Por qué lo siento… en todas partes?

—¿En todas partes? —murmuró. Sus dedos se movieron entre sus


piernas—. ¿O aquí?

—En todas partes —dijo sin aliento—, pero ahí más que nada.

—No puedo estar seguro —dijo con tono burlón—. Deberíamos investigar
el asunto, ¿no te parece?

—Espera —dijo, poniendo una mano en su brazo.

La miró, sus cejas levantadas en pregunta.

—Quiero tocarte —dijo tímidamente.

Ella vio el instante en que entendió lo que quería decir.

—Sarah —dijo con voz ronca—, eso podría no ser una buena idea.

—Por favor.

Tomo aliento mientras tomaba su mano y la guiaba lentamente por su


cuerpo. Ella observó su rostro mientras pasaba por sus costillas, su abdomen…
Lucía como si estuviera dolorido. Él cerró sus ojos, y cuando sus dedos llegaron a
la lisa y tirante piel de su virilidad, gimió audiblemente, su respiración saliendo en
cortos y calientes jadeos.

—¿Te estoy lastimando? —susurró. No era en absoluto lo que había


esperado. Sabía lo que pasaba entre un hombre y una mujer; tenía más primas
mayores de las que podía contar, y varias eran bastante indiscretas. Pero no había
esperado que fuera tan… sólido. Su piel era blanda y suave como el terciopelo, pero
debajo…

Envolvió un brazo a su alrededor, tan decida en su exploración que no se


dio cuenta del aliento contenido que sacudía su cuerpo.
358

Debajo, estaba duro como una piedra.


Página

—¿Siempre es así? —preguntó. Porque no parecía cómodo, y no podía


imaginar cómo los hombres entraban en sus pantalones.

—No —dijo con voz áspera—. Él… cambia. Con el deseo.

Pensó en ello, mientras sus dedos continuaban acariciándolo hasta que él


cerró su mano sobre la de ella y la apartó.

Lo miró con aprensión. ¿Lo había disgustado de alguna manera?

—Es demasiado —dijo entrecortadamente—. No puedo aguantar…

—Entonces no lo hagas —le susurró.

Se estremeció mientras sus labios se encontraban con los de ella,


mordiendo y jugando, sus movimientos, primero lánguidos y seductores, crecieron
a calientes y necesitados, y ella jadeó mientras sus manos se extendían sobre sus
muslos y los apartaba.

—No puedo esperar más —gruñó, y lo sintió en su entrada—. Por favor


dime que estás cerca.

—Yo… creo que sí —le susurró. Sabía que quería algo. Cuando había
presionado sus dedos dentro de ella más temprano, había sido la sensación más
increíblemente íntima, pero su miembro era mucho más largo.

Su mano se deslizó entre sus cuerpos y la tocó de la misma manera que lo


había hecho antes, aunque no tan profundamente.

—Dios mío, estás tan mojada —gimió, y luego apartó la mano, apoyándose
sobre ella—. Trataré de ser suave —prometió, y luego su virilidad estaba de nuevo,
empujando hacia delante lentamente.

La respiración de Sarah se detuvo, y se tensó a medida que la fricción


aumentaba. Dolía. No mucho, pero lo suficiente para humedecer el fuego que había
estado ardiendo en su interior.
359

—¿Estás bien? —le preguntó con ansiedad.


Página

Asintió.
—No mientas.

—Estoy casi bien. —Le dio una sonrisa débil—. En serio.

Comenzó a retirarse.

—No deberíamos haber…

—¡No! —Envolvió sus brazos con fuerza alrededor de él—. No te vayas.

—Pero tú…

—Todo el mundo me dice que duele la primera vez —dijo para


tranquilizarlo.

—¿Todo el mundo? —Logró una sonrisa temblorosa—. ¿Con quién has


estado hablando?

Una nerviosa burbuja de risa cruzó sus labios.

—Tengo una gran cantidad de primas. No Honoria —dijo rápidamente,


porque podía ver que eso era lo que estaba pensando—. A algunas de las mayores
les gusta hablar. Bastante.

Se apoyó sobre ella, inclinándose en sus antebrazos para no aplastarla con


su peso. Pero no dijo nada. Por la intensa mirada de concentración en su cara, ella
no estaba segura de que pudiera.

—Pero luego se pone mejor —murmuró—. Eso es lo que dicen. Si tu esposo


es amable, se pone mucho mejor.

—No soy tu esposo —dijo con voz ronca.

Hundió una de sus manos en su cabello, atrayendo sus labios a los de ella,
murmurando:

—Lo serás.
360

Fue su perdición. Cualquier pensamiento de detenerse fue barrido


Página

mientras la capturaba en un ardiente beso. Se movió despacio, pero con gran


parsimonia, hasta que de alguna manera; ella no estaba segura cómo lo lograron;
sus caderas se encontraron, y él estaba totalmente enfundado en su interior.

—Te amo —le dijo ella antes de que pudiera preguntarle si se encontraba
bien. No quería más preguntas, solo pasión. Él comenzó a moverse de nuevo, y
cayeron en un ritmo que los llevó al borde de su precipicio.

Y luego, en un momento de cegadora belleza, se estremeció y se apretó a


su alrededor. Él enterró la cabeza en su cuello para ahogar su grito, y empujó una
vez más, derramándose a sí mismo dentro de ella.

Respiraron. Era todo lo que ambos podían hacer. Respiraron, y luego


durmieron.

Hugh se despertó primero, y una vez que se aseguró que aún estaban a
varias horas de la madrugada, se permitió el sencillo lujo de recostarse sobre su
lado y mirar a Sarah mientras dormía. Luego de varios minutos, sin embargo, ya
no podía ignorar los calambres en su pierna. Había pasado bastante tiempo desde
que había usado sus músculos de tal manera, pero mientras que los esfuerzos eran
una delicia, las secuelas no.

Moviéndose lentamente para no despertar a Sarah, se deslizó en una


posición sentada, extendiendo su extremidad lesionada delante de él. Haciendo
una mueca, se clavó los dedos en el músculo, amasando a través de la rigidez. Lo
había hecho infinidad de veces; sabía exactamente cómo localizar el nudo y
empujar su pulgar en él, fuerte, hasta que el músculo se estremecía y relajaba. Dolía
como el demonio, pero era una buena extraña manera de dolor.
361

Cuando sus dedos se cansaron, se pasó la palma de la mano, moviéndola


Página

contra su pierna en un movimiento circular apretado. A esto le seguía un firme


movimiento de barrida, y luego…
—¿Hugh?

Se volvió al oír la adormecida voz de Sarah.

—Está bien —dijo con una sonrisa—. Puedes volver a dormir.

—Pero… —bostezó.

—Todavía faltan horas para la madrugada. —Se inclinó y besó su coronilla,


luego regresó a su lentamente relajado músculo, volviendo a usar sus pulgares
contra los nudos.

—¿Qué estás haciendo? —volvió a bostezar, tirándose a sí misma a una


posición ligeramente vertical.

—No es nada.

—¿Te duele la pierna?

—Solo un poco —mintió—. Pero está mucho mejor ahora. —Lo que no
era una mentira. Se estaba sintiendo casi lo suficientemente bien como para
considerar la posibilidad de ejercitarse exactamente de la misma manera que lo
había metido en esa situación.

—¿Puedo intentarlo? —le preguntó en voz baja.

Se dio la vuelta sorprendido. Nunca se le había ocurrido pensar que ella


podría desear servirlo de esa manera. Su pierna no era linda; entre la fractura y la
bala (y la desgarbada manera del doctor de hurgar para remover la bala), había sido
dejado con la piel arrugada y cicatrizada, tensada sobre un músculo que ya no tenía
la larga y suave forma con la que había nacido.

—Podría ser capaz de ayudar —dijo con voz suave.

Sus labios se separaron, pero las palabras no salieron. Sus manos estaban
cubriendo sus peores cicatrices, y parecían no poder levantarse de su pierna. Estaba
362

oscuro, y sabía que ella no podría ver los pellizcos, al menos no muy bien.
Página

Pero eran feos. Y eran un feo recordatorio del error más egoísta de su vida.
—Dime qué hacer —le dijo, colocando sus manos cerca de las suyas.

Asintió bruscamente y cubrió una de sus manos con las suyas.

—Aquí —dijo, dirigiéndola hacia el nudo más intransigente.

Apretó los dedos hacia abajo pero no con la suficiente presión.

—¿Está bien?

Utilizó su mano para empujar la de ella con más fuerza.

—Así.

Se mordió el labio inferior entre sus dientes e intentó de nuevo, esta vez
llegando a ese horrible lugar profundo en lo que quedaba de su músculo. Gimió, y
ella aflojó de inmediato.

—¿Hice…?

—No —dijo—, está bien.

—De acuerdo. —Le dio una mirada vacilante y volvió al trabajo, haciendo
una pausa cada pocos segundos para estirar sus dedos.

—A veces uso mi codo —le dijo, aun sintiéndose un poco cohibido.

Lo miró con curiosidad, luego se encogió de hombros e intentó la


sugerencia.

—Oh, Dios mío —se quejó, cayendo hacia atrás contra las almohadas. ¿Por
qué se sentía mucho mejor cuando lo hacía alguien más?

—Tengo una idea —dijo—. Recuéstate sobre el costado.

Sinceramente, no pensaba que pudiera moverse. Se las arregló para


levantar una mano, pero solo por un segundo. Estaba deshuesado. No podía haber
363

otra posible explicación.


Página

Se rio y le dio vuelta ella misma, alejándolo de ella para que su pierna
herida estuviera encima.
—Deberías estirarla —dijo, y sostuvo su rodilla en su lugar mientras
doblaba su pierna, llevando su tobillo a sus nalgas.

O más bien, a mitad de camino.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Asintió, temblando por el dolor. Pero era… Bueno, tal vez no un buen
dolor, pero uno con utilidad. Podía sentir algo aflojándose en su carne, y cuando
yació de nuevo en su espalda y ella masajeó suavemente el músculo dolorido, casi
se sintió como si algo enojado lo abandonara, pasando a través de su piel y
levantándose de su alma. Su pierna latía, pero su corazón se sentía más ligero, y
por primera vez en años, el mundo parecía estar lleno de posibilidades.

—Te amo —dijo. Y pensó para sí, Esto hace cinco. Cinco veces lo había
dicho. No era lo suficiente.

—Y te amo. —Se inclinó y le besó la pierna.

Se tocó su cara y sintió lágrimas. No se había dado cuenta que estaba


llorando.

—Te amo —le dijo de nuevo.

Seis.

—Te amo.

Siete.

Ella levantó la mirada con una perpleja sonrisa.

Le tocó la nariz.

—Te amo.

—¿Qué estás haciendo?


364

—Ocho —dijo en voz alta.


Página

—¿Qué?
—Eso hace ocho veces que lo he dicho. Te amo.

—¿Estás contando?

—Son nueve ahora, y —se encogió de hombros—, siempre cuento.


Deberías saber eso a estas alturas.

—¿No crees que deberías terminar la noche con incluso diez?

—Era de mañana cuando viniste, pero sí, tienes razón. Y te amo.

—Lo has dicho diez veces —le dijo, acercándose para un suave y lento
beso—. Pero lo que quiero saber es, ¿cuántas veces lo has pensado?

—Imposible de contar —dijo contra sus labios.

—¿Incluso para ti?

—Infinitas —murmuró, deslizándola sobre el colchón—. O quizás…

Infinito más uno.


365
Página
Traducido por areli97 (SOS)

Corregido por Lizzie Wasserstein

Pleinsworth House

Londres

La siguiente primavera

M
atrimonio o muerte: las únicas dos maneras de evitar el
reclutamiento al Cuarteto Smythe-Smith. O quizás más
precisamente: las únicas dos maneras de liberarse a sí mismo
de sus garras.

Lo cual era el por qué nadie podía entender (excepto Iris, pero más tarde)
cómo llegó a pasar que en tres horas el Cuarteto Smythe-Smith tomaría el
“escenario” para su velada musical anual, y Lady Sarah Prentice, recientemente
casada y muy viva, iba a tener que sentarse en el pianoforte, apretar sus dientes, y
tocar.

La ironía, Honoria le había dicho a Sarah, era exquisita.

No, Sarah le había dicho a Hugh, la ironía no era exquisita. La ironía


debería ser golpeada con un bate de cricket y pateada al suelo.

Si la ironía tuviera una forma corporal, por supuesto. La cual no tenía, para
366

la gran decepción de Sarah. La urgencia de balancear un bate de cricket a algo más


que a una pelota de cricket era positivamente algo que alteraba la vida.
Página
Pero no había bates disponibles en el salón de música Pleinsworth, así que
en cambio se había apropiado del arco del violín de Harriet y lo estaba usando de
la forma en que Dios seguramente había planeado.

Para amenazar a Daisy.

—¡Sarah! —chilló Daisy.

Sarah gruñó. Ella realmente gruñó.

Daisy corrió para cubrirse detrás del pianoforte.

—¡Iris, haz que se detenga!

Iris alzó una ceja como diciendo, ¿Realmente piensas que me levantaría de
esta silla para ayudarte, mi excesivamente molesta hermana pequeña, hoy de entre
todos los días?

Y sí, Iris sabía cómo decir todo eso con un movimiento de su ceja. Era un
talento extraordinario, realmente.

—Todo lo que hice —Daisy hizo un puchero—, fue decir que ella podría
tener una actitud ligeramente mejor. Quiero decir, en serio.

—En retrospectiva —dijo Iris con una voz muy seca—, esa quizás no haya
sido la mejor elección de palabras.

—¡Ella va a hacernos ver mal!

—Ella —dijo Sarah amenazadoramente—, es la única razón por la que


tienes un cuarteto.

—Todavía encuentro difícil de creer que no teníamos a nadie más


disponible para tomar el lugar de Sarah en el pianoforte.

Iris la miró boquiabierta.


367

—Dices eso como si sospecharas que Sarah cometió un crimen.


Página
—Oh, ella tienen buenas razones para sospechar de un crimen —dijo
Sarah, avanzando con el arco.

—Nos estamos quedando sin primas —dijo Harriet, brevemente


levantando la vista de sus notas. Ella había pasado el altercado entero escribiéndolo
todo—. Después de mí solamente están Elizabeth y Frances antes de que debamos
cambiar a una nueva generación.

Sarah le dio a Daisy una mirada final antes de regresar el arco de Harriet.

—No voy a hacer esto otra vez —advirtió—. No me importa si tienen que
reducirse a un trío. La única razón por la que estoy tocando este año es…

—Porque te sientes culpable —dijo Iris—. Bueno, lo haces —agregó


cuando su comentario fue recibido con nada más que silencio—. Aún te sientes
culpable por abandonarnos el año pasado.

Sarah abrió su boca. Era su inclinación natural a discutir cuando era


acusada de algo, equivocadamente o no. (En este caso, no.) Pero cuando vio a su
esposo, parado en la puerta con una sonrisa en su rostro y una rosa en su mano, en
cambio dijo:

—Sí. Sí, lo hago.

—¿Lo haces? —preguntó Iris.

—Lo hago. Lo siento por ti, y por ti —ella asintió hacia Daisy—, y
probablemente también por ti, también, Harriet.

—Ella ni siquiera tocó el año pasado —dijo Daisy.

—Soy su hermana mayor. Estoy segura que le debo una disculpa por algo.
Y si todas ustedes me disculpan, me estoy yendo con Hugh.

—¡Pero estamos practicando! —protestó Daisy.


368

Sarah agitó la mano alegremente.


Página
—¡Ta-ta!3

—“¿Ta-ta?” —murmuró Hugh en su oído mientras se abrían paso fuera del


salón de música—. ¿Dijiste “ta-ta”?

—Solamente a Daisy.

—Realmente eres una buena persona —dijo—. No tenías que tocar este
año.

—No, creo que tenía. —Nunca lo admitiría en voz alta, pero cuando se dio
cuenta que era la única persona capaz de salvar la velada musical anual… Bueno,
no podía dejarla morir—. La tradición es importante —dijo, apenas capaz de creer
las palabras que estaban saliendo de su boca. Pero ella había cambiado desde que
se había enamorado. Y además…

Ella tomó la mano de Hugh y la colocó sobre su abdomen.

—Podría ser una niña.

Le tomó un momento. Y entonces:

—¿Sarah?

Ella asintió.

—¿Un bebé?

Asintió de nuevo.

—¿Cuándo?

—Noviembre, debería pensar.


369

—Un bebé —dijo de nuevo, como si no pudiera creerlo del todo.


Página

3
Ta-ta: Es una forma de decir adiós, sobre todo a alguien que te cae mal.
—No deberías de estar tan sorprendido —le tomó el pelo—. Después de
todo…

—Ella necesitará tocar un instrumento —él interrumpió.

—Ella podría ser un niño.

Hugh bajó la mirada hacia ella con humor seco.

—Eso sería bastante inusual.

Ella se rio. Solamente Hugh haría semejante broma.

—Te amo, Hugh Prentice.

—Y yo te amo ti, Sarah Prentice.

Ellos continuaron su caminata hacia la puerta principal, pero después de


solo dos pasos, Hugh se inclinó y murmuró en su oído:

—Dos mil.

Y Sarah, porque era Sarah, se rio entre dientes y dijo:

—¿Eso es todo?
370
Página
S
ir Richard Kenworthy tiene menos de un mes para encontrar esposa.
Él sabe que no puede ser demasiado exigente, pero cuando ve a Iris
Smythe-Smith oculta detrás de su violonchelo en las infames veladas
musicales de su familia, piensa que podría haber encontrado oro. Ella es el tipo de
chica que no notas hasta la segunda, o tercera, mirada; pero hay algo en ella, algo
ardiendo a fuego lento bajo la superficie, y él sabe que ella es la elegida.

Iris Smythe-Smith está acostumbrado a ser subestimada. Con su pálido


cabello y tranquilo ingenio astuto que tiende a mezclar en el fondo; y le gusta que
sea de esa manera. Así que cuando Richard Kenworthy exige una presentación,
ella tiene sospechas. Él coquetea, es encantador, da toda la impresión de un hombre
que se enamora, pero ella no puede creer que todo sea verdad. Cuando su propuesta
de matrimonio se convierte en una situación comprometida que obliga a la
cuestión, no puede dejar de pensar que le está escondiendo algo. . . aun cuando su
corazón le dice que diga que sí.
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Página
Julia Quinn no sabía qué iba a hacer después de terminar la secundaria,
pero un día, leyendo una novela romántica decidió escribir una ella misma. Desde
entonces se ha convertido en una de las mejores escritoras románticas, y sus
novelas se caracterizan por su gran sentido del humor. Julia Quinn actualmente
vive en el Noroeste del Pacífico con su familia.

Entre sus series se encuentran:

 Serie Bevelstoke.
 Serie Blydon.
 Serie Lyndon.
 Serie Los Bridgerton.
 Serie Wyndham.
 Serie Smythe-Smith Quartet.

Esta última incluye:

1. Just Like Heaven.


2. A Night Like This.
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3. The Sum Of All Kisses.


4. The Secrets of Sir Richard Kenworthy. (Junio 2015)
Página
Moderación:
Itorres Lizzie Wasserstein

Traducción:
Apolineah17 karliie_j Mari NC

areli97 liebemale rihano

Fanny Lizzie Wasserstein Rivery

Itorres marcelaclau veroonoel

Jadasa Youngblood ஓ¥anliஓ

Recopilación:
Itorres

Revisión, Corrección y Diseño:


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Lizzie Wasserstein
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