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Temas - 32 - Origen y Naturaleza de La Sociedad
Temas - 32 - Origen y Naturaleza de La Sociedad
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grupo de otra manera. El ser humano natural se comporta siguiendo patrones rutinarios
adquiridos por aprendizaje y fuertemente impuestos por el grupo. El sistema de
regulación social viene impuesto por el funcionamiento de los grupos de parentesco y
las reglas de filiación: linajes, clanes, casamientos, iniciación al mundo adulto, y por el
respeto a los tabúes y a las costumbres del grupo. Es cierto que los enfrentamientos en
el seno del grupo existen, Marvin Harris nos lo mostró perfectamente con las tribus
Yanomamo, pero quedan neutralizados por el ordenamiento convergente global del
grupo, es decir: por su capacidad de obrar exitosamente dentro de un marco natural del
que depende su supervivencia y de acuerdo con unas pautas culturales bien definidas y
reconocidas por todos sus miembros.
Este tipo de sociedades no permanecen indefinidamente estables. Las que hoy
conocemos con más rigor aparecen tras la desaparición del que fue el otro homínido no
Sapiens, el Homo de Neandertal. Es aproximadamente hace 30000 años cuando se
observa que el hombre vivía en bandas de unos 50 individuos. La mayoría eran
recolectores y cazadores. Inicialmente eran nómadas pero a medida que el grado de
sedentarización se iba incrementando, gracias a la domesticación de las semillas y de los
animales (Revolución Neolítica, en torno al 7500 a.n.e.), se iban generalizando los
asentamientos en forma de aldeas de 150 individuos. El incremento demográfico se
afianzaba y comienzan a aparecer los primeros poblados de 2000 habitantes como el de
Jericó. El salto a la ciudad ya está próximo: Chatal Hüyük, Sumer, Urk, &c y otras que
en las llanuras mesopotámicas comenzarán a florecer como reinos independientes. Las
sociedades naturales o preestatales formadas por bandas o aldeas fueron
paulatinamente dando paso a sociedades políticas. Las formas de poder político y
organización social se hacían cada vez más complejas, las aldeas se agrupaban, las
poblaciones se incrementaban y los roces con otros territorios ya ocupados se
generalizaban. Las mejor organizadas eran capaces de ir asimilando a las más
primitivas, es el momento de los primeros imperios: babilonio, asirio, hitita, egipcio,
chino, &c. Dichas sociedades estaban gobernadas por jefes y por reyes y las que mejor
supieron adaptarse a las condiciones del momento fueron las que marcaron el ritmo de
adecuación a los pueblos más primitivos.
Sumariamente hemos visto el proceso evolutivo de las primeras sociedades humanas.
Las más primitivas cuya organización política es más sencilla y tiende a la convergencia
es analizada por el antropólogo materialista cultural Marvin Harris. En ellas observa dos
figuras organizativas y políticas muy destacadas, por un lado la del cabecilla, se le
respeta, se le consulta y aunque con mando éste puede ser débil, esto es: no
necesariamente se le obedece. La función de los cabecillas es más igualitaria que de
mando. A su lado los chamanes, tienen una función mediadora y pueden ejercer
funciones coactivas si cuentan con el respaldo mayoritario del grupo. Y hay en estos
grupos una relación directa entre su demografía y los recursos energéticos disponibles
para su subsistencia. El equilibrio se garantiza de dos maneras: a) impidiendo el
incremento de población a través de prácticas directas de eliminación de individuos del
grupo: infanticidio, aborto; b) introduciendo métodos de intensificación de los recursos
alimentarios, mejora de técnicas e incremento de territorio propicio para la explotación
de sus recursos. En esta segunda dirección se logra un incremento del grupo y aparecen
los jefes de las diferentes aldeas, agrupadas en un núcleo compartido en forma de
ciudad, inicialmente igualitarios y después hereditarios, serán los reyes. Dentro del
reinado las distancias entre el rey y sus súbditos se acrecentarán, mediarán entre ambos
extremos los sirvientes y los guerreros. La distancia se llevará hasta el extremo dado
que los reyes alzarán su linaje al de los dioses.
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Ahora ya estamos en un momento político y humano complejo, perfectamente
jerarquizado, y en donde la autoridad es perfectamente reconocida. Los núcleos de
población reúnen en su interior a diferentes aldeas y clanes. Será el periodo transitorio
entre la sociedad humana natural y la política o estatal, las sociedades de reyes o
protoestatales constituidas en diferentes ciudades irán aumentando y al final
culminarán en acuerdos de asociación frente a terceros como consecuencia de un intento
por aunar esfuerzos por el bien común.
Por tanto, y desde el materialismo filosófico, proponemos que la transición de unas
sociedades a otras, desde las naturales a las políticas, desde las preestatales a las
estatales, no sólo se entienda apelando según la versión marxista a las relaciones de
producción, a las relaciones del hombre con el hombre (eje circular del espacio
antropológico) con el fin de garantizar la supervivencia del grupo, ni a la versión de
Marvin Harris apelando a las relaciones de clara tendencia al equilibrio entre la
sociedad y los recursos naturales disponibles (eje radial), sin duda ambos
fundamentales, sino que además debemos apelar a las relaciones de los hombres con los
númenes, o seres dotados de inteligencia con figura no humana, y con las sociedades
“extrañas” o extranjeras (eje angular). La evolución de cualquier sociedad no puede
entenderse exclusivamente por un proceso de maduración interna, porque juegan un
papel fundamental las relaciones con sociedades distintas, extrañas o rivales. La
aparición del Estado y la constitución de ciudades no pueden entenderse sin una red de
múltiples pueblos distintos.
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sustituido por otro grupo externo o porque él mismo fruto de la involución o del mal
gobierno se desestructure, entonces lo llamaremos “mal orden” o dixtasia.
Parecería lógico sugerir que todas las sociedades naturales necesariamente y en el
curso de la historia han evolucionado hacia sociedades políticas. En cambio, muchas de
ellas sobreviven como tal y esto se debe fundamentalmente al aislamiento. No hay
necesidad de transitar hacia una sociedad política. Estas corren el riesgo de sucumbir en
su contacto, o fin del aislamiento, con otras sociedades políticas en marcha. También es
frecuente el caso de sociedades preestatales que permanecen como tales gracias al
aislamiento; su futuro es igualmente incierto. Otras han ido internamente madurando y
con frecuencia se han ido transformando en sociedades políticas por el enfrentamiento
directo con otras sociedades. Con ellas no habrá relación simétrica sino asimétrica. Las
menos desarrolladas, las bárbaras o naturales, se tendrán que someter a las más
civilizadas o políticas. Los mecanismos puede ser severos: dominación, alienación y
explotación. La tendencia evolutiva del conjunto de las sociedades humanas es clara:
de la multiplicidad de culturas bárbaras, con mayor o menor grado de aislamiento, se
va pasando a través de un proceso de transitividad a una identidad común a todo ser
humano, a una única cultura universal, la civilizada. Este es el motivo por el cual ya no
es posible limitar la transición de la escritura, la geometría, la pólvora, la brújula, o la
teoría de la evolución una vez introducidas. Un descubrimiento o invención que
permanezca aislado no es civilizador, no es universal, no se incorpora al curso del
tiempo histórico. El lugar por antonomasia donde se percibe perfectamente todo este
proceso universalizador, de tránsito entre la sociedad natural a la política, se halla en la
ciudad. En ella se incorpora la división social, la especialización, se generaliza la
escritura, se desarrollan ceremonias propias del conjunto, se institucionalizan
verdaderos profesionales de la defensa frente a otros grupos humanos extraños o
enemigos. En fin, para que surja la ciudad tiene que haber ciudades o embriones de
ciudades próximas donde se de un flujo constante de especialistas entre ellas,
especialistas portadores de conocimientos que desbordan el mero saber cotidiano y se
instalan en la esfera de los saberes comprometidos con la verdad.
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desaparición definitiva de las fronteras y con ellas de los originarios Estados (Kant la
alentó como fórmula para la cristalización de la llamada Paz Perpetua, así proponía para
tal fin la desaparición de los ejércitos, de la capa cortical que venimos identificando
como rasgo definitorio del origen del Estado).
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heterogéneas de la sociedad y entre los distintos intereses de los ciudadanos, se ajusta
más a los que solemos denominar como justicia social. Entre ambos sentidos de
justicia, política y social, suelen darse situaciones de tensión pero no necesariamente
tiene porqué entenderse siempre así.
Ambas propuestas de justicia van dirigidas al respeto de las normas por todos
reconocidas o simplemente asumidas por igual. Ahora bien, la idea de igualdad cobra
sentidos diferentes en función del alcance del campo sobre el que se ponga en acción.
No es buena idea en sí misma, per se, sino en tanto que se promueven “buenas
igualdades” que benefician a la eutaxia, a la actividad social o de los diferentes y
heterogéneos grupos, o a las normas éticas. La igualdad no puede ser tratada como un
imperativo, en ocasiones este mecanismo de actuación puede pecar de irracionalidad (en
la evacuación de un barco por ejemplo), y dependerá más bien del contenido que se
quiera igualar. La justicia política aplicada a las relaciones de igualdad se dirigirá al
respeto de las normas dadas en el interior del núcleo del cuerpo político: legislativo,
judicial, ejecutivo. En cambio, la justicia social habrá que referirla a las relaciones de
igualdad conseguidas, en la mayoría de los casos deficitariamente, que logran articular
los derechos éticos universales (DD.HH) con la multiplicidad de intereses políticos
divergentes. Es evidente que el ejercicio político comprometido con la justicia
redundará favorablemente en los gobernados. En el límite la justicia política se enmarca
actualmente en los Estados. Las leyes políticas se despliegan de arriba abajo, del poder a
la sociedad civil, pero es esta la que transmite desde abajo sus exigencias de igualdad y
de justicia social. El problema se sitúa en el hecho evidente que nos muestra a la
sociedad política como un conjunto de grupos de individuos con intereses dispares e
incluso enfrentados, y dado que son parciales y atiende al bien del grupo son
ideológicos. En esta dialéctica de grupos sociales enfrentados sus propuestas serán más
justas cuanta más capacidad de igualdad social alcancen pero para ello necesitan que se
estabilicen, que se aúpen e institucionalicen en la eutaxia; las victoriosas entonces se
desplegarán en las diversas capas constitutivas de la nave política: cortical, basal y
conjuntiva. El puente de unión entre la política (eutaxia) y la moral o ética (justicia
social) ha de pasar por el Derecho. Sin la demanda social, de arriba abajo, sin atender
a las pretensiones de justicia social, la política sería estéril, el poder se ejerce sobre los
gobernados. De abajo arriba, la justicia social no puede pretender trabajar al margen
de los poderes políticos porque acabaría siendo inoperante o utópica. Tampoco
someterse a una cómoda actitud pasiva y resignarse con el fácil (laissez faire) dejar
hacer político o económico, dicha postura equivale a una situación de amoralidad muy
próxima a la reducción de los ciudadanos a meros “esclavos morales”.
El difícil recorrido entre la eutaxia y la justicia debe ser brevemente analizado. El
poder político persigue programas y planes encaminados al buen orden. Dichos
proyectos se enfrentan dialécticamente a multitud de programas y planes de naturaleza
social. En su conjunto son heterogéneos e ideológicos, persiguen unos interés de grupo
concretos y tienen diferentes grados de poder, de influencia en le poder político.
También es la sociedad civil la que valora en función de diferentes grados la actuación
del núcleo del cuerpo político. Así las normas encaminadas al buen orden, a la
estabilidad del conjunto del grupo en el marco del Estado, pueden ser: asumidas,
soportadas o rechazadas. La cristalización de dicha valoración sobre la llamada clase
política por parte de la opinión pública y de sus pretensiones se canaliza a través de los
diferentes partidos políticos, de las organizaciones de trabajadores o sindicatos, de las
organizaciones empresariales (nacionales o internacionales), ONGs, asociaciones
religiosas; todos ellas y en función de capacidad de influencia sobre el poder político
pretenden contribuir desde abajo a la justicia social directa o indirectamente. Es
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importante recordar que al margen de la ley, de la justicia en forma de normas que a
todos obliga por igual, existen organizaciones en la sociedad civil: grupos terroristas,
redes del crimen, &c. No tiene que ser necesariamente buena y justa, en contraposición
con la clase política que se entiende como mala e injusta; hay fuerzas morales, fuerzas
civiles que promueven abiertamente la injusticia, el no respeto de las normas por todos
asumidas, soportadas o rechazadas aceptando las consecuencias de nuestro desafío. El
poder político y la sociedad civil deben cooperar vía derecho en la vigilancia
permanente de las leyes: su cumplimiento y su respeto siempre orientado a la justicia.
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prístina, en esta línea también los partidos nacionalistas de nuestro momento), Kant,
Jovellanos. También representante de esta misma línea es Max Weber que introduce
una evolución social histórica de carácter progresivo: dominación carismática (héroes,
líderes), dominación tradicional, se legitima en la tradición, dominación racional-
legal, cuya legitimad reside en las leyes impersonales.
3.2) Versión realista. Se reconoce que se da un proceso social evolutivo en donde los
equilibrios nunca son definitivos dado que las relaciones propias de lo que se constituye
como espacio antropológico se halla en perpetuo cambio. Se dan mejores y peores
modelos políticos, más o menos justos, más permeables a las demandas de justicia de la
sociedad civil pero nada nos asegura el progreso indefinido. Autores como Platón, una
buena forma política siempre está abierta a la degeneración: timocracia, oligarquía,
democracia y finalmente tiranía, Aristóteles, Cicerón, Espinosa, Montesquieu.
También Gustavo Bueno, reconoce la contradicción entre las cuestiones políticas y
morales, en muchos casos insalvables, pero apuesta decididamente por la capacidad
racionalizadora y civilizadora humana, como modelos encuentra el del conocimiento
científico cuyo grado de verdad en forma de construcciones teóricas impersonales es
ejemplar, la filosofía occidental crítica y la independencia de ideologías milenaristas y
teológicas, y todo ello incidiendo directamente en la buena selección de aquellos
proyectos ético-morales con capacidad universalizadora más potentes y ajenos a
conductas arbitrarias e individualistas.