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EL TERCER HOMBRE Gonzalo Pérez Méndez

Nos encontramos ante una película de factura inglesa, bajo la dirección de Carol Reed,
adaptando al cine la novela del mismo nombre que había escrito Graham Greene. En el
reparto nos encontramos con caras conocidas, como Aida Valli, Joseph Cotten, y sobretodo,
Orson Welles. Es una obra clave en el cine británico de todos los tiempos, y de forma más
concreta, en la cultura europea de la posguerra.

Pero, desde un punto de vista histórico, lo que más nos interesa de la bibliografía son las
fechas: encuadrar la película en su contexto, ver más allá del arte y el producto, entenderla
como una hija de su tiempo, que comprenderemos mejor viendo en la pantalla a Wells, Cotten
y Valli. La obra fue rodada en 1949, pero se ambienta poco antes, en 1947, con una
diferencia, como vemos, casi mínima. El tercer hombre es cine negro, es pesquisas y misterio,
pero no es otra película en los barrios bajos de alguna gran ciudad norteamericana. Los
hechos narrados tienen lugar en la Viena de la posguerra, una ciudad oscura y en ruinas donde
la gente hace lo que sea para sobrevivir. No es la pobreza de los guetos de siempre, es la
miseria extrema, donde los escombros no vienen simplemente de la dejadez, sino que
recuerdan batallas y bombardeos a sus supervivientes. Como vemos, esto tiene una gran
importancia para la atmósfera y la sociedad que recrea la película, pero también, para el
propio contexto histórico en el que fue rodada, imaginada y plasmada. La Viena de 1947 nos
permite ver con inmediatez las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, y también, las
tensiones que van desarrollando un nuevo conflicto, esa guerra fría que sacudirá al mundo
durante tantas décadas, y que cuando la película se estrenó en los cines, era un tema de
rabiosa actualidad.

El protagonista, Holly Martins, es una especie de perdedor, al mejor estilo del cine negro
norteamericano, ese que siempre busca a personajes atormentados e imperfectos frente a la
exquisitez aristocrática que tiene el género en Gran Bretaña. Es cierto que estamos ante una
película inglesa, pero la influencia que aquellos años ejercía Hollywood, sus gánsteres y
sombreros fedora, era imparable. Martins, en cualquier caso, no es un mafioso, tampoco un
detective privado conservado en alcohol, sino otro tipo de vieja gloria, un escritor de novelas
del Oeste que ha conocido tiempos mejores y ahora se enfrenta a deudas y una situación
difícil. Al recibir la noticia del fallecimiento de Harry Lime, su amigo de toda la vida, viaja a
Viena para acudir a su funeral, muerto en extrañas circunstancias, en un sospechoso atropello
en la vía pública. Martins empieza a plantearse muchas preguntas, y se pone a investigar,
destapando una red de mentiras en las que acaba relacionándose tanto con la policía como con
miembros del hampa. No es sólo lo que descubre sobre las verdaderas condiciones de la
muerte de su amigo, también, la auténtica naturaleza de este, que parece haber sido un
importante contrabandista en el mercado negro. Martins recibe esta dura información de
manos del jefe de la policía, y lo niega tozudamente, intentando buscar pruebas que limpien el
nombre de su fallecido amigo ante la policía. Recurre a distintas fuentes, desde los testigos
del atropello hasta la amante del difunto, Anna, y todos coinciden en hablar de Lime como un
hombre honrado, al margen de la delincuencia y la mala vida. Pero Martins empieza a

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sospechar que, más que la realidad, sólo le están contando lo que quiere oír. No deja de pensar
en que le están ocultando mucha información sobre la muerte de Lime, ante un más que
posible asesinato. Vuelve a hablar con el portero del edificio, descubriendo que en el
momento del atropello, el cadáver de su amigo no sólo estaba acompañado de dos hombres,
como apuntaba la versión oficial, sino que había un tercer hombre, una figura misteriosa que
da nombre a la propia película. Nada parece encajar: Ann, de origen checoslovaco, resulta
tener un pasaporte austríaco falsificado que le había dado el propio Lime, y el portero aparece
asesinado después de que imprudentemente Martins cuente a demasiada gente el secreto que
le había contado sobre ese supuesto tercer hombre. Entre tanto, los hampones que trabajaban
con Lime empiezan a perseguir a Martins, que se refugia en la comisaría, donde el jefe de
policía le muestra finalmente las pruebas que incriminan a su difunto amigo en un caso de
tráfico de penicilina. Se robaban los fármacos en los hospitales y almacenes militares, y ante
la creciente demanda de una población enferma, precaria y con necesidad de evadirse, se
rebajaba con agua, provocando un sinfín de muertes y enfermedades a sus consumidores.
Martins, que siente algo por Anna e intenta flirtear con ella a lo largo de toda la película, corre
a contarle esta desgarradora realidad, pero evidentemente, la novia del difunto Lime lo sabe
de sobra. De vuelta en la calle, solo y derrotado, Martins siente que alguien le está siguiendo:
se trata, increíblemente, del propio Lime, que desaparece de repente entre las sombras.
Martins da parte a la policía, y descubre un pasadizo que da a las alcantarillas de Viena,
desvelándose así que su viejo amigo se escondía en la parte rusa de la ciudad. Esto implica un
doble problema: por una parte, una estrecha colaboración entre Lime y sus hampones y los
soviéticos, y por otro lado, la aparente inmunidad diplomática de un Lime que, en zona
comunista, se escapa de la jurisdicción de la policía militar. Así, se traza un plan para tenderle
una trampa a Lime, sacarle de su escondite entre los soviéticos, para poder arrestarlo. Eso
implica hacer que Anna abandone Austria, pero esta descubre que hay gato encerrado cuando
se encuentra con Martins en la estación de tren, quedándose finalmente. Martins finge aceptar
la proposición de Lime, concertando una cita en un bar fuera del distrito soviético.
Prácticamente cuando Lime está a punto de entrar al bar (vigilado por la policía), ve a Martins
discutiendo con Anna, que le acusa de vender al susodicho a las fuerzas del orden. Se inicia
así una persecución por las sombrías alcantarillas de Viena, que se salda con Martins abriendo
fuego contra Lime, que no quiere acabar en la cárcel, bajo ningún concepto. Así, la película
finaliza con el segundo y verdadero entierro de Lime. Martins, en el último momento, intenta
conquistar a Anna, sin éxito, ante el resentimiento por lo que ella, no sin razón, considera una
traición.

Centrándonos más en el contexto histórico, decir que nos encontramos en la Viena de 1947,
entre las ruinas de la posguerra y el inicio de las hostilidades que marcarán la Guerra Fría. La
situación de la Viena de la época nos recuerda a Berlín, con un territorio y una población
repartida entre cuatro distritos, cada uno para una de las potencias aliadas: Estados Unidos,
Francia, Reino Unido y la URSS. No sólo vemos las secuelas de la Segunda Guerra Mundial
en las ruinas y los escombros, también en una economía hundida, centrada en la subsistencia,
con buena parte de sus infraestructuras destruidas o inhabilitadas. Tanto la industria como la
agricultura habían quedado prácticamente arrasadas. En un segundo plano, apreciamos en la
propia película la aplicación del Plan Marshall, ese gran proyecto norteamericano para

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reconstruir las economías de Europa Occidental, y de paso, plantear un negocio muy
lucrativo. Precisamente, la película está ambientada en el momento álgido de la financiación
norteamericana para Austria, en 1946-1947. La amenaza de los rusos, aunque en el film
apenas se entrevé, es una sombra constante. Los soviéticos aguardan al otro lado de la
frontera, incluso cobijan a Lime y sus hampones. Aunque no se muestre mucho aquí, la gran
conflictividad social que mostraron los trabajadores de Europa Occidental, y la presencia de
otro modelo económico y social al otro lado del paralelo 38, explican en gran parte el interés
del capitalismo norteamericano por reconstruir Europa y brindarle cierto bienestar, para
suavizar (que nunca eliminar) las tensiones sociales y disuadir al proletariado de tomar la vía
de la revolución y el sindicalismo más combativo. En este contexto de guerra fría, las ayudas
del Plan Marshall permitirán a EE.UU reclutar toda clase de aliados para hacer frente a la
URSS, a menudo reciclando viejos elementos fascistas.

Así, la escalada de la tensión entre ambas superpotencias desembocará en ese Telón de Acero
que tan bien describió Winston Churchill. Para Austria, esto significará que se bloquearán los
intercambios comerciales con el Este, provocándose una terrible crisis económica que, entre
la precariedad y la escasez de medios, empujará a buena parte de la población al mercado
negro que aparece en la película, un oscuro negocio con muchas víctimas, pero también,
algunos ganadores, que como Lime, hacían dinero a costa de la miseria de los más
necesitados. El tráfico de penicilina robada y rebajada se encuadra aquí. Este fármaco había
sido clave durante la Segunda Guerra Mundial, curando a los soldados de toda clase de
heridas. Ahora, con la complicada paz que sigue al conflicto, el consumo de penicilina
adquirirá otro cariz. Ante el duro invierno de 1946-47, esta medicina será un remedio muy
socorrido y demandado para hacer frente a las enfermedades que azotarán al Centro y Noreste
de Europa. Estados Unidos, mientras tanto, se alzará como el primer productor de penicilina:
hasta este lado del Atlántico llegaban los beneficiarios con el contrabando, de un modo u otro.
Algo similar, por otra parte, ocurría en el caso de la morfina, con excombatientes robando
cargamentos y distribuyéndoselos a la mafia local, ante una creciente población de adictos,
aunque este fenómeno se dará mas bien en Estados Unidos.
Entrando en un terreno más político, contrasta la repartición de Viena en cuatro distritos,
cuando los primeros en llegar al lugar y derrotar a las fuerzas nazis fueron los soviéticos. Esto
se explica, en cualquier caso, por el complicado equilibrio que siguió a la derrota del Eje, en
el que una triunfal pero exhausta URSS tuvo que hacer toda clase de concesiones para ganar
tiempo y reponerse. Después de la llegada de los rusos, Karl Renner creará una coalición de
comunistas, socialistas y socialcristianos, alcanzando el gobierno tras las elecciones de 1945
con el beneplácito y el apoyo de la URSS, y restableciendo la Constitución de 1929. Se inicia
así un proceso de desnazificación en cualquier caso insuficiente, aunque notable si lo
comparamos con la evidente continuidad del régimen franquista en nuestro país.

Igualmente, Viena será un auténtico foco del espionaje durante la época de la Guerra Fría,
convirtiéndose en todo un sector económico para la necesitada población austríaca, que
colaboraba de diversas maneras con los servicios secretos. Por su posición estratégica, Austria
era clave para la inteligencia norteamericana en lo referido a recabar información sobre los
soviéticos.

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Desde una perspectiva más de género, destaca Anna, prácticamente la única figura femenina
importante en la película, o al menos, la que guarda más relevancia. Es una actriz de teatro
que ama a Lime incondicionalmente, sin importarle los oscuros negocios en los que anda
metido. Su carácter tiene un poso irracional, pero también de lealtad, ante un Martins más
pragmático que no duda en traicionar a su viejo amigo (pese a sus buenas intenciones). Dado
el carácter noire del film, es inevitable pensar en Anna como una femme fattale, y aunque si
bien tiene algunos de sus rasgos (atracción sobre el protagonista, carácter misterioso,
continuas dobleces), tampoco se ajusta completamente a este molde, porque, a fin de cuentas,
es otra víctima más de los tejemanejes de Lime, y no traiciona o ataca por la espalda a
Martins, simplemente encubre lo que sabe. De todas formas, es notorio cómo en esta película
el protagonista no se lleva a la chica, siendo continuamente rechazado, lo que contrasta con
los tópicos de la época, y nos presenta a una Anna independiente y decidida.

Entrando en lo ideológico, podemos apreciar que, como cualquier otro producto cultural (y
más en este contexto de guerra fría y propaganda), el director nos está vendiendo un discurso.
Reed había modificado su estilo desde la década de los Cuarenta, tras posicionarse junto a los
británicos durante la guerra. Esto implica, a fin de cuentas, posicionarse también del lado de
los norteamericanos, hacedores de la victoria en Europa Occidental. Así, resulta algo
maniquea la comparación que nos propone la película: un recto y honrado estadounidense
dispuesto a hacer todo lo necesario para acabar con el contrabando de penicilina, frente a un
huidizo y traicionero Lime que se mezcla con el hampa, trafica y se esconde bajo las faldas de
los soviéticos. Lime también era estadounidense, pero entre que vivía en Viena y corría por
las alcantarillas hacia el distrito ruso, no deja de presentársenos como una especie de desertor.
Aunque no es un elemento central del film, vemos la tensión de la guerra fría tras el
contrabando de penicilina. La película destaca, entre otras muchas cosas, por una maravillosa
intervención del propio Lime, cuando se reencuentra con su viejo amigo Martins en una
antológica noria de Viena:

“"Recuerda lo que dijo no sé quién: en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia,
hubo guerras matanzas, asesinatos... Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el
Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y
paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!
Lo mismo podemos aplicar a la Guerra Fría: una época de grandes amenazas, tensión y
violencia, que no obstante, trajo consigo un tremendo progreso económico y tecnológico. Hay
perdedores, pero también beneficiarios. No son sólo los contrabandistas de penicilina,
también los asesores militares, los científicos, los ingenieros, los empresarios de ese complejo
militar-industrial del que ya había advertido Eisenhower al pueblo norteamericano; toda clase
de traficantes del terror atómico. Igual que entre las ruinas de Viena, gente como Lime ve una
gran oportunidad en este nuevo mundo. Otros, como Martins, se oponen frontalmente y
buscan la justicia a cualquier precio. ¿Pero es ese precio deseable? En el caso del
protagonista, le supone perder toda posibilidad de conquistar a Anna, y especialmente,
traicionar a su mejor amigo, entregándole a la policía. A Martins no le mueve la avaricia, sino
una buena causa, aunque igualmente eso le supondrá romper su código ético.

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