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REPORTAJE: REPORTAJE

Los legionarios se confiesan


JESÚS RODRÍGUEZ 11/07/2010

Pederasta, ladrón, morfinómano, Marcial Maciel fue al tiempo el fundador de la congregación más
conservadora y una de las más poderosas de la Iglesia. Tras su muerte, en 2008, se destapó su farsa.
Entramos en el territorio privado de la Legión de Cristo, desde sus seminarios y universidades hasta
la plaza de San Pedro.

Las vibrantes notas de Tú eres Pedro envuelven el Vaticano. El sol se desploma sobre Roma.
Benedicto XVI oficia con gesto desmayado ante 15.000 sacerdotes. Lucen hábitos de todas las
órdenes. Se defienden del calor con gorros con los colores papales y publicaciones religiosas
convertidas en improvisados abanicos. Muchos religiosos se desprenden del alzacuellos. Otros se
arremangan. No todos. Un centenar de legionarios de Cristo no pierden la compostura. Son
inconfundibles. Actitud recogida, sotana bien planchada, cuello almidonado, zapatos lustrados, puños
con gemelos, breviario en piel, peinado con raya y fijador. Visten sobre el hábito el roquete, una
elegante prenda eclesiástica de lino blanco. Uno de ellos descubre que las polvorientas sillas de la
plaza de San Pedro están dejando huellas blanquecinas sobre sus trajes talares. Alarma. Saca un
paquete de pañuelos del fondo de su sotana, distribuye entre sus compañeros y limpian con ahínco los
asientos. Ya tranquilos, se sumergen en sus oraciones.

Les gusta repetir que ellos nunca aflojan. Según el legionario Gabriel González Zambrano, director
del Instituto Sacerdos, en Roma, una institución de la Legión que forma cada año a un centenar de
sacerdotes de países en desarrollo en la disciplina de la congregación: "Somos como los futbolistas, si
haces concesiones, pierdes la fibra. Y eso está pasando con los curas que hablan de eliminar el
celibato. Aflojan. Tras el Concilio Vaticano (1962-1965) ya hubo en la Iglesia una ola de descontrol,
confusión y experimentos raros. Los legionarios no hemos aflojado. Somos sacerdotes orgullosos de
serlo. No queremos pasar desapercibidos".

Son la punta de lanza de la Iglesia más conservadora. No se permiten concesiones. No pierden el


tiempo. Es pecado. No tienen más asueto que 20 minutos al día. Y dos semanas de vacaciones al año
en comunidad. En orden de batalla para instaurar el reino de Cristo. Su caza y pesca de fondos y
vocaciones no se detiene. Tampoco su hambre de influencia. Una cuestión de poder en el seno de la
Iglesia. En liza con las viejas órdenes religiosas y también con los grupos neoconservadores
alimentados por Juan Pablo II de cuyo elenco forman parte. Mientras los seminarios de las órdenes
clásicas se vaciaban tras su particular mayo del 68, los de la Legión colgaban el cartel de completo. En
1950 solo tenían un sacerdote, su fundador, Marcial Maciel; hoy, cerca de 1.000. Su estrategia
corporativa ha sido crecer a toda costa. Copiando el ardor guerrero de los jesuitas y el elitismo del
Opus Dei. Y añadiendo una pizca de secretismo. Su objetivo siempre fue atraer a los "líderes del
mundo"; como confirma un viejo legionario: "Maciel tuvo claro que teníamos que ir a la punta de la
pirámide; a por los líderes naturales y económicos y, a través de nuestros colegios, a por sus hijos. La
clave era influir. Y, teóricamente, ayudar a los pobres a través de los ricos, como Robin Hood".

Han creado en solo 60 años un holding eclesial con 15 universidades y 48 más en México para las
clases populares; 177 colegios, 133.000 alumnos, 20.000 empleados, 3.450 sacerdotes y religiosos y
un millar de consagradas (su rama femenina de religiosas sin hábito); un brazo laico, Regnum Christi,
con 75.000 miembros divididos en células; y una telaraña de seminarios, comunidades, institutos,
casas de retiro y formación, campamentos, clubes juveniles y de debate, medios de comunicación y
pisos en 45 países, de los que nueve colegios, dos escuelas infantiles y una universidad están en
España. "Diez legionarios trabajamos por 20 curas", profiere con orgullo el padre Florián Rodero, un
legionario irreductible. "Los curas progres piensan que tener un aspecto digno y distinguido nos
separa del pueblo. Y yo les contesto que hay que estar con el pueblo, pero sin ser del pueblo. Hay que

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estar en tu sitio como sacerdote listo para defender a la Iglesia de la persecución de la que es víctima
por sus enemigos".

Eran los elegidos. Iban a salvar la Iglesia. Fueron el eficaz martillo de la Santa Sede contra la
Teología de la Liberación; activistas incansables contra el condón, el aborto, la eutanasia y la
reproducción asistida (en la última década, a través de sus sesgadas cátedras de Bioética); enemigos
del matrimonio entre personas del mismo sexo; generosa fuente de financiación para el Vaticano y,
ante todo, la fiel caballería ligera de Juan Pablo II para implantar su modelo de catolicismo:
resistencia, reconquista y restauración. La Iglesia como poder político. La Legión creció muy rápido.
Tenía los pies de barro. Y un terrible secreto en su interior que tras décadas de ocultamiento
terminaría por estallar: su fundador, Marcial Maciel, nacido en México en 1921, era un farsante.

Marta Rodríguez, una consagrada de 30 años que ha hecho promesa de obediencia, pobreza y
castidad y tiene un hermano legionario, rememora los fastos de la Legión de Cristo en noviembre de
2004, en el Vaticano, cuando Juan Pablo II celebró los 60 años de profesión sacerdotal del fundador.
Entre las frases de cariño que el Papa le dedicó hubo perlas como esta: "Mi afectuoso saludo se dirige
ante todo al querido padre Maciel, al que de buen grado acompaño con mis más cordiales deseos de
un ministerio sacerdotal colmado de los dones del Espíritu Santo". Era la consagración de la
congregación. "Estaba rodeada de 10.000 miembros del movimiento en audiencia privada con el
Papa, todos con las bufandas amarillas del Vaticano, y pensaba, 'somos perfectos'. Juan Pablo II nos
decía: 'Se siente, los legionarios están presentes'. Y te creías lo mejor de la Iglesia. Pensabas, soy del
Regnum Christi y qué fácil es ser del Regnum Christi. Cuando a comienzos de 2009 el padre Luis
Garza (el vicario y segundo de a bordo de la Legión) nos confesó la vida inmoral del Padre Maciel me
pasé llorando tres días y tres noches. Ya no era tan fácil ser del Regnum Christi. He pasado de
Disneylandia a la realidad. Ahora nos toca cambiar. Fíjate Maciel, ¡Un hombre que nos hablaba con
tanta belleza de la castidad...!".

Cuando uno entra en el hermético territorio de los legionarios, la primera tentación es adivinar
dónde están guardados los retratos del fundador. En qué desván se encuentran arrumbados. Desde la
condena de Benedicto XVI a Maciel en mayo de este año han desaparecido. No están detrás del sofá ni
entre los estantes de la biblioteca. ¿Los habrán quemado? Nadie parece saberlo. Han sido borrados de
la faz de la Legión. Como aquellas viejas fotografías del estalinismo de las que se iban evaporando los
disidentes como si nunca hubieran existido.

Marcial Maciel, perfecto ejemplo de sacerdote durante décadas para sus seguidores; dueño de vidas,
mentes y haciendas, falleció de cáncer en enero de 2008 en una discreta urbanización de Jacksonville
(Florida, EE?UU), 20 meses después de haber sido apartado por Benedicto XVI de la práctica pública
del sacerdocio por haber abusado sexualmente de 20 seminaristas. Nunca hubo juicio. El nuevo Papa
hizo borrón y cuenta nueva amparándose en la avanzada edad del reo, 84 años. Bastante duro había
sido ya para Joseph Ratzinger sacar adelante la investigación de la Iglesia contra Maciel que Juan
Pablo II y su entorno (principalmente su número dos, el cardenal Angelo Sodano, viejo amigo del
dictador chileno Augusto Pinochet e íntimo de Maciel) habían congelado durante una década. Los
abusos sexuales apenas representaban el primer capítulo de la extensa biografía de crímenes de
Maciel que se irían conociendo en los meses siguientes. Y que obligaría al Papa a destapar la olla de la
legión y ordenar una auditoría de la congregación a nivel mundial a cargo de cinco obispos. Tras
recibir los resultados y reunirse con los visitadores, la declaración de la Santa Sede del pasado 1 de
mayo sobre la vida y las obras de Maciel concluía sin paños calientes: "Los comportamientos
gravísimos y objetivamente inmorales del padre Maciel, confirmados por testimonios
incontrovertibles, se configuran, a veces, en auténticos delitos y manifiestan una vida carente de
escrúpulos y de verdadero sentimiento religioso". Ante la gravedad de los hechos, el Papa ha ido más
lejos de la pura retórica y ha intervenido la congregación a través de un delegado al que ha otorgado
plenos poderes religiosos, jurídicos y económicos para deshacer su madeja ideológico/financiera. La
maquinaria vaticana se encuentra en la disyuntiva de disolver, refundar o simplemente reformar la
orden. Cualquier posibilidad se contempla. El derecho canónico le otorga al Papa poder absoluto
sobre las órdenes religiosas. Lo confirma un catedrático de Derecho Canónico que pide anonimato:
"Si se disolviera el citado instituto, sus bienes pasarían a ser administrados por la Santa Sede. El Papa
es un monarca absoluto y puede tomar las decisiones que considere oportunas". Los legionarios

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contienen la respiración.

"Ratzinger y Maciel nunca se entendieron", explica un sacerdote sexagenario que abandonó la Legión
hace una década. "El Papa es un hombre tímido, reflexivo, un teólogo. Y Maciel tenía la mínima
formación teológica; era un hombre de pueblo hecho a sí mismo; un seductor; un actor con una
presencia imponente ante el público. Para Maciel, la Legión, su obra, era una obsesión, un fin en sí
mismo. Estaba poseído por su misión. Era lo único importante para él. Más importante que el
Evangelio. Nada le hubiera apartado de esa misión, ni los niños, ni las drogas. Una vez me dijo: "Yo
iré al infierno... y la Legión... lo que dios quiera".

Dos años y medio después de su muerte, la mayoría de los legionarios no niegan los delitos de
Maciel. Una actitud novedosa en la Legión, que durante décadas defendió a capa y espada la inocencia
de su fundador ante las periódicas denuncias de pedofilia, vida disoluta y adicción a las drogas que
desde 1997 aparecían en los medios de comunicación, atribuyéndolas a un complot de los enemigos
de la Iglesia. Maciel era un mártir. Eso ha cambiado. Nadie niega sus culpas. Aunque muchos las
asumen con la boca pequeña; minimizan sus tropelías como un misterio que solo Dios entiende.
Según ellos, Maciel era débil, pero hizo cosas buenas. Su ideario está vigente. "Dios escribe recto con
renglones torcidos". "Aunque el tronco estuviera podrido, las ramas son frescas y buenas". "No
juzguéis y no seréis juzgados". Reflexiones sin salida que esgrimen algunos entrevistados. Esos que
confían que cambiando algo nada cambie. Sin embargo, cuando se pregunta a uno de los hombres
fuertes de la Legión sobre los crímenes de Maciel, no le queda más remedio que tragar: "No queda
nadie en la Legión que piense que esas acusaciones son mentira. Los abusos a seminaristas están
comprobados. También que tuvo tres hijos de dos mujeres, aunque no tenemos la seguridad de que
todos los que lo dicen lo sean. Está comprobado que tuvo una doble vida; que jugó con diversas
identidades y tenía varios pasaportes; y desvío fondos. Luego está el tema de si violó a sus hijos, si era
adicto a los opiáceos y el lavado de dinero... Pero lo que realmente hay que determinar es si la Legión
era para él una tapadera o si sirve a la Iglesia. Yo creo que la Legión tiene sentido. No me puedo
explicar por qué Dios eligió ese instrumento, a Maciel, para crearla. Pero no olvide que el autor es
Dios".

-¿Me lo puede explicar?

-Dios fue el artista; Maciel, el pincel, y la Legión, la obra de arte.

Álvaro Corcuera, un sacerdote mexicano de 52 años, licenciado en Ciencias de la Educación y


emparentado con la familia ducal de Medinaceli, fue elegido director general de la congregación tras
el inesperado abandono del cargo por Maciel en enero de 2005. Corcuera no concede entrevistas. Le
encontramos en los jardines de la sede de la Legión, en Roma, a espaldas del Vaticano, rezando el
rosario. Saluda con afecto. Adopta expresión de sorpresa. Accede, "pero les ruego perfil bajo, me lo ha
pedido el Papa". Viste una impecable guayabera blanca, esa camisa ligera de origen cubano que los
legionarios usan durante el verano. Corcuera tiene fama de templagaitas. De quedar bien con todo el
mundo. De ir de perfil. Es un tipo astuto, refinado y muy preocupado por su forma física. Como
manda la Legión. "Esta tarde a las cuatro tengo partido de frontón porque se me están poniendo kilos
aquí", y se palpa la cintura. El puesto le viene grande. Posiblemente fue el hombre de paja de Maciel
para seguir influyendo en la Legión ante la retirada forzada del fundador. Corcuera lo niega: "Mi
elección fue limpia".

En su frío y desnudo despacho anejo a su celda, delante de una Coca-Cola Light, el padre Corcuera
reconoce que nunca aspiró a ocupar el trono de Maciel: "Yo era rector del seminario de Roma y era
feliz. Me gusta la enseñanza. Suceder al fundador era un paquete. Si hubiera sabido lo que iba a venir
me hubiera dado un infarto. Fue una sorpresa que Maciel no aceptara la reelección. Hoy no descarto
que la Santa Sede le indicara que abandonara la dirección general viendo lo que se avecinaba. Juan
Pablo II moría solo unos meses después. Y la investigación a partir de las denuncias de pederastia de
los antiguos seminaristas iba adelante. Una investigación de la que la Santa Sede nunca nos informó.
Me enteré de la sanción de 2006 a Maciel 10 minutos antes de que se hiciera pública. No he tenido
más información que el resto de los legionarios. No sabemos lo que va a pasar".

-¿No sabía nada de las andanzas del padre Maciel?

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-Era imposible entrar en su vida. Era muy reservado. En sus viajes, quehaceres; en su habitación no
entraba nadie. No usaba despacho. Hacía las reuniones de paseo. Viajaba continuamente. Las
decisiones las tomaba él sin consultar con nadie.

-Pero usted era una persona cercana...

-Entiendo las sospechas de la gente. Y le garantizo que no tenía ni idea. Si hubiera sospechado habría
investigado más. Pero Maciel era muy privado; nadie le preguntaba en qué gastaba. Un fundador es
una figura destacada dentro de cualquier congregación: todos tienen un santo. A este señor nadie le
cuestionaba nada. Y nos costó admitirlo. Y le aseguro que ya no podemos reconocer al padre Maciel
como modelo cuando sabemos que llevó a cabo actos terribles. Pero nos ha costado muchísimo
reconocerlo, porque ese perfil de ahora no coincide con lo que nosotros experimentamos, vimos y
escuchamos del él.

Sobre el papel, Maciel creó un perfecto modelo de vida religiosa. Amor, obediencia, pobreza, castidad.
Sacerdotes ejemplares. Caballeros a la antigua. Capaces de compartir mesa con los poderosos. Los
bienhechores. Y llevárselos al huerto. Así conquistaron a lo largo de su trayectoria a tres Papas;
muchos obispos y cardenales; varios dictadores, y los hombres más ricos del mundo. Aunque fuera a
base de halagos, alabanzas, jamones o sobres con efectivo, el gran arma de seducción de Maciel en la
curia.

En España, Maciel disfrutó desde su llegada en 1946 del apoyo de la dictadura de Franco, que le
recibió en tres ocasiones. De sus ministros más poderosos. Y de las grandes familias del régimen. Un
viejo legionario recuerda aquellos primeros pasos: "En los años sesenta el comunismo se colaba en
Europa. Había sacerdotes guerrilleros. Y a nuestros seminaristas les insultaban en Roma por llevar
sotana. Nos propusimos salvar a la iglesia del marxismo. Cuando los jesuitas optaron por los pobres a
finales de los sesenta y se alejaron de los ricos, que habían sido su clientela durante siglos, las grandes
familias franquistas se sintieron traicionadas, se volvieron hacia nosotros y comenzamos a pescar en
ese caladero. Ignacio María de Oriol y Urquijo fue nuestro primer apoyo. Nos dio casas, fincas,
autobuses. Cinco de sus hijos y un sobrino entraron en la Legión. Dijo a las grandes familias vascas
que nos apoyaran. Veneraban a Maciel. Le llamaban nuestro padre. La mujer de Oriol, Malen Muñoz,
me dijo una vez: 'Si quieres conocer a alguien que os convenga, me lo dices y te lo pongo a tiro'. Por
donde salían los jesuitas entrábamos nosotros".

Maciel siempre se llevó bien con la derecha. En España, el primer Gobierno del Partido Popular
en la comunidad de Madrid, en 1995, le sirvió de grupo de presión (mediante el apoyo entusiasta de
Gustavo Villapalos y José María Michavila) para montar su universidad en Madrid, la Francisco de
Vitoria. Daniel Sada, de 48 años, el hombre con corbata de la Legión en España y hoy rector de esa
universidad, llegaría a ser asesor personal de José María Aznar en la Moncloa para asuntos de
voluntariado, ONG y familia. Y lo que es casi tan importante, consejero personal de Ana Botella en los
proyectos humanitarios de la segunda dama. "En cuanto Ana conoció a Daniel, se lo apropió. Él es un
activista. Ana estaba muy cerca de sus ideas y, además, su hermana Macarena Botella ya estaba en el
entorno de los legionarios. Sada ayudó mucho a Ana en las ONG que montó. Hoy, Macarena es
directora de Relaciones Institucionales de la Francisco de Vitoria, y la mujer de Ángel Acebes, Ana
Pérez Martín, directora de la carrera de Enfermería. Zaplana también les ayudó cuando era presidente
de la Comunidad Valenciana. Con el PP en el poder, los legionarios consiguieron acceso al Gobierno.
Y eso se traducía en influencia y subvenciones", explica un antiguo miembro del Gabinete de Aznar.

Sin embargo, ninguno de los 3.450 legionarios de Cristo recibe un sueldo ni tiene más pertenencias
que su crucifijo. Viven en comunidades estancas. Desde que "toman el uniforme", sus bienes pasan a
poder de la congregación. Si su familia, con la que solo se pueden comunicar una vez al mes, les regala
un reloj o un ordenador, el superior los recoge y dispone de ellos. A los 15 años de vida religiosa
entregan la mitad de su herencia a la Legión; a los 25 pasan a la propiedad de la congregación "todos
sus bienes presentes y futuros". Ese dinero es inyectado en fondos de inversión, como el Integer
Ethical Fund, una Sicav domiciliada en Luxemburgo cuyos intereses alimentan la expansión de la
Legión, "aunque por delicadeza no disponemos de ellos, solo de su usufructo, hasta que muere el
sacerdote", explica Evaristo Sada, de 49 años, secretario general y primer ejecutivo de la

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congregación.

La pobreza es una obsesión en la Legión. Sus responsables remachan a cada paso que damos que
sus miembros viven en penuria, negando así las informaciones que atribuyen a la congregación una
fortuna de 25.000 millones de euros resguardados en paraísos fiscales. "La mayor parte de nuestro
patrimonio son los terrenos y los inmuebles de nuestros centros educativos. Es un gran patrimonio,
pero no vamos a vender".

El control del dinero de la Legión está en manos de Álvaro Corcuera y, sobre todo, de su hombre en la
sombra: el padre Luis Garza, un brillante ingeniero por Stanford perteneciente a una de las grandes
familias industriales de México. Así lo confirma René Lakenau, un empresario mexicano de 57 años
que preside Integer, el opaco grupo de seglares que asesora a la congregación en sus asuntos
terrenales: "Somos un equipo profesional que les ayuda en la elaboración de presupuestos,
contratación, recursos humanos, en temas educativos; somos el soporte de sus obras; pero en asuntos
de dinero, los padres tienen el control. El dinero se maneja de forma centralizada desde la dirección
general. Ahí no entramos. El desvío de fondos del padre Maciel no pasó por mí. Los Legionarios
tienen buenos amigos que les aconsejan con el dinero".

En todos los seminarios y comunidades que hemos visitado en Italia y en España sus superiores
afirman invariablemente estar a dos velas. Algo que contrasta con el aspecto inmaculado de sus
propiedades. Todos los edificios están situados en buenos barrios y son amplios, diáfanos y
agradables; silenciosos y minimalistas; no hay una mota de polvo; los muebles son sencillos, pero de
buen gusto; los suelos están pulidos como espejos, el jardín, bien segado y cultivado. A los caminos de
grava no les falta una china, y en el cuarto de baño de invitados un montón de toallas blancas
perfectamente dobladas aguardan para secar las manos. Sobre la piscina no flota ni una hoja y el
césped del campo de fútbol parece un green de golf. En sus capillas, en penumbra, rezan seminaristas
estáticos como figuras de porcelana.

El seminario de Salamanca, con 150 estudiantes y 20 formadores, recibe de la dirección general un


euro por persona y día. Para completar ese presupuesto, la comunidad tiene que buscarse la vida; es
la tradición: desde recaudar entre bienhechores ("al principio te da vergüenza, pero luego te
acostumbras") hasta consumir productos desechados por las grandes superficies comerciales. En el
gélido invierno salmantino la calefacción nunca funciona. Los yogures están caducados y se descansa
poco. El ejercicio físico es propio de un marine. Los seminaristas juegan al fútbol con la misma
convicción con la que rezan. Un ex legionario de 42 años afirma que es una forma descarada de
programación del individuo.

La comida que compartimos con ellos en Salamanca es sencilla e insulsa. Pobre, pero digna. Un
veterano legionario incide en esa idea de exaltación heroica de la pobreza en la congregación: "Los de
abajo nunca vemos un duro. La manía en la Legión siempre ha sido que vayas justo de dinero; vas de
viaje y no te llega para el hotel. Toda la vida nos han dado menos dinero del que necesitamos y tienes
que presentar un recibo de cada gasto. Eso contrasta con la vida que llevaba Maciel, al que nadie le
pedía explicaciones. Viajaba en primera, en la TWA, porque ahí coincidía con los líderes, y nos parecía
normal. Iba a los mejores hoteles y tenía un Mercedes, y nos parecía normal. Venía a Salamanca y si
no le gustaba la comida encargaban un bistec a un restaurante. Vivía a otro nivel". Para un legionario
de la generación de los ochenta, "de acuerdo, aun suponiendo que el padre Álvaro y el resto de la
cúpula no supieran las peores cosas de Maciel, deberían haberse dado cuenta de que no era un
modelo de vida religiosa (perdía el tiempo, le gustaba la buena vida, el confort, era despótico); y aun
así consintieron en crear una imagen falsa y heroica de él (que nosotros creímos), y ahora no hacen
nada por adaptarse a la intervención del Papa. Lo que teníamos que hacer es salir al encuentro de las
víctimas de la pedofilia y el abuso de poder; reconocer nuestros errores y disponernos a una
refundación en serio.

-¿Su visión de las cosas está muy extendida entre sus compañeros legionarios?

-Hay de todo. Algunos sacerdotes se están saliendo durante el verano o tomando distancia para ver si
las cosas cambian con el delegado del Papa. Otros simplemente esperan. Por países, los americanos
son muy críticos de cómo se han llevado las cosas y cómo nos han mentido los superiores; son muy

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legalistas, ven en la pedofilia un delito, como falsificar pasaportes, que merece una condena, y no
entran en disquisiciones morales. En España hay sacerdotes muy quemados, y a alguno que sabía algo
de Maciel lo mandaron al exilio. En México, donde la Legión es poderosísima y donde más se daba el
culto a la personalidad del fundador, es donde más se juega al doble lenguaje y al engaño. Entre los
mexicanos, la mentira y la ambigüedad son tácticas normales para hacer el bien. Y nuestros
seminaristas no se enteran de la fiesta.

Maciel hizo que sus legionarios no tuvieran nada, no supieran nada, no ambicionaran nada, que
olvidaran a sus familias ("el que mira atrás no vale"). Y que huyeran del sexo opuesto. El ex legionario
sexagenario describe esa conducta: "Yo desde el principio detecté que Maciel era un hombre con un
problema sexual. Era un inmaduro. Temía al sexo. Y eso se nota en las normas que fijó. En Maciel
había un rechazo a la sexualidad y, al tiempo, una sexualidad desatada. Es un caso de estudio". Según
el estricto reglamento redactado por Maciel (aún vigente), los legionarios deben salir siempre de dos
en dos. Y de sotana o impecable terno cruzado negro con alzacuellos. Es su coraza. No pueden escribir
a una mujer; pasear, fotografiarla, viajar ni convivir con ella; tampoco estar a solas ni visitarla en su
domicilio (a no ser que se esté muriendo). Tienen prohibido asistir a espectáculos, desde encuentros
deportivos hasta la ópera o el ballet; presenciar películas si son "frívolas o sensuales". No pueden
poseer libros, ni radio ni televisor. Y leer únicamente la prensa que autorice su superior (en
Salamanca, La Razón). Su correo está intervenido. El que envían y el que reciben. Para defenderse de
las tentaciones de la carne, Maciel les recomendaba "el descanso, la contemplación de la naturaleza, la
programación del tiempo y la huida de la improvisación y la ociosidad". Le pregunto al padre Miguel
Segura, valenciano, de 39 años, rector de la comunidad de Roma, maestro de novicios, físico de
nadador y uno de los hombres más influyentes de la Legión, qué tiene que hacer un seminarista si
todo eso le falla:

-¿Le autorizaría a que se infligiera castigos físicos para vencer la tentación?

-Para empezar, si tienes una sexualidad descontrolada no puedes entrar en la Legión. Aquí hay que
vivir sanamente, y si aprieta, yo recomiendo amistad, deporte y descanso. Si esa persona es
homosexual, le aconsejaría que abandonara la Legión. Si eres gay no puedes ser legionario; no puedes
ser sacerdote; no puedes vivir la castidad rodeado de hombres. En cuanto a los cilicios y azotarse...
son muestra vanidad. Yo aconsejo que se levanten antes, ayunen, se den baños fríos... que no pongan
en peligro su integridad física.

La tercera clave en la Legión es la obediencia. El control absoluto sobre el individuo. "Te convencen
de que debes a la Legión fidelidad y lealtad. Y terminas por asimilar que ese es tu camino. La
abnegación no es no comer, sino que te niegues tu criterio y voluntad. La Legión está por encima de
uno. Es la imitación de Cristo. La cuestión no es que te manden a limpiar el comedor; la cuestión es
que creas que es lo mejor que te puede pasar. Nunca te atreves a hacer la menor crítica de un superior.
Si hacías la menor observación, el padre Maciel terminaba por enterarse. Teníamos los dos votos
secretos (que abolió en 2007 Benedicto XVI para facilitar el trabajo de sus visitadores): no criticar a
los superiores y no aspirar a sus cargos. Era su táctica para que nadie abriera la boca. Los superiores
eran tus confesores. Te tenían en un puño. Maciel te llamaba a capítulo y sacaba una hoja de la sotana
y tenía apuntado todo lo que habías dicho. La red de chivatos era tremenda", explica el sacerdote que
abandonó la Legión. "Por eso entre nosotros hay un doble lenguaje; para que no te pillen dices lo
contrario de lo que quieres decir; es una esquizofrenia constante", explica otro legionario en filas.

La norma es que los que mandan tienen razón. Un legionario crítico con el sistema afirma que "los
superiores son expertos en la ambigüedad; todo lo presentan como voluntad de Dios, sin razonarlo
seriamente, y nosotros hemos entrado a ese juego como niños". No todos piensan igual. Un
seminarista rebate esa idea con la doctrina macielista en la mano: "Mi superior representa la
autoridad de Cristo en la Tierra". Para un tercero: "Esto es como el ajedrez, tenemos unas normas
estrictas de juego que no te puedes saltar, y las aceptas, pero luego eres libre jugando", explica el
padre William Brock, de 60 años, formador de novicios desde hace 27; un tipo simpático y abierto con
aspecto de viejo jugador de fútbol americano; "esto tiene reglas, pero también libertad de
movimientos".

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Es complicado saber a qué llama el padre Brock "libertad de movimientos". En la Legión todo está
regulado. Desde el atuendo (distinguido) al modelo de reloj (sin adornos y con correa negra); desde el
tiempo que un sacerdote debe rezar al día (tres horas) y lavarse los dientes (tres veces) hasta la forma
de comer los espaguetis (cortándolos, nunca enrollándolos en el tenedor) o la longitud de las patillas
(por la mitad de la oreja). Algo extensible a su movimiento seglar, el Regnum Christi, donde el manual
redactado por Maciel orienta al milímetro la vida de sus miembros; sus amistades, práctica espiritual,
noviazgo, sexualidad, forma de vestir, decoración de la casa, espíritu laboral (ya sean periodistas,
médicos o ministros), educación de los hijos, caza de fondos y pesca de vocaciones. Maciel llega a
aconsejar a sus seguidores la inclusión de la congregación "en el propio testamento".

A finales de 2005, la cúpula de la Legión, capitaneada por Corcuera, Garza y Sada, descubrió que
Maciel tenía una hija de 18 años. Y una mujer. Le acompañarían durante largos periodos en sus
últimos años. Harían exigencias económicas y de organización de la vida del ya anciano y senil Maciel
y pernoctarían en casas de retiro de la congregación. En una de ellas, en Cotija (México), saltaría la
liebre. "La chica y su madre, que pensábamos que eran sus parientes, resulta que eran su hija y su
mujer". Conmoción. Los dirigentes legionarios no se lo comunicarían a sus subordinados hasta tres
años más tarde. ¿Por qué? Corcuera contesta: "Tuvimos que asimilarlo y luego explicárselo
personalmente a cada uno de los sacerdotes, y se nos pasó el tiempo". A lo largo de 2006, 2007 y
2008, los miembros del movimiento tuvieron que soportar la continua humillación del goteo de
informaciones sobre los crímenes de su fundador. Aún le defenderían contra viento y marea. Lo
llevaban en la sangre y el cerebro. "Los superiores nunca nos daban toda la información; nos contaron
lo de la hija cuando ya había salido en The New York Times, pero no lo de la pederastia; siempre se
guardaban algo". Con esos antecedentes, muchos legionarios se sienten estafados. La demanda legal
de dos hijos de Maciel contra la congregación, a la que acusan de consentir los abusos
sexuales perpetrados por el fundador contra ellos cuando eran menores, ha sido la última gota. Están
dispuestos a que el Papa llegue hasta el final en la depuración de la congregación. Las compuertas se
han abierto. Los legionarios han comenzado a hablar.

Comer en la Ostaria Schiavi Falas de Roma junto a tres intelectuales de la Legión, los padres Barrajón,
Villagrasa y Aguilar, supone presenciar un encendido debate entre distintos modos de concebir el
futuro de la orden: desde la tibieza hasta la revolución. Charlar con las consagradas, las religiosas de
la Legión, que algunos medios han descrito como "las esclavas de Maciel"; las grandes olvidadas;
relegadas durante décadas a tener menos formación intelectual y teológica, menos autonomía,
atribuciones, presencia, opinión y margen de maniobra que sus compañeros sacerdotes, supone
también un alegato a favor de que las cosas cambien. "Esta herida no se puede cerrar en falso", dicen.

Cualquiera que sea la decisión de Benedicto XVI sobre el futuro de la Legión, la congregación nunca
volverá a ser la que fue. Afortunadamente. La traición del fundador ha hecho caer el muro de
hermetismo que la rodeaba. Los últimos dos años de Maciel fueron el amargo peregrinar de un
anciano derrotado al que algunos obispos no querían ni ver en sus diócesis. Murió rodeado de un
puñado de fieles. El padre Alfonso Corona, que le cuidó hasta el final, describe una muerte plácida y
piadosa. Otra fuente afirma que el padre Luis Garza le describió de forma muy distinta la agonía de
Maciel: "Algunos de los presentes detectaron una atmósfera extraña, estilo demoniaco...".

Juan Pablo II y Marcial Maciel se vieron por última vez el 30 de noviembre de 2004. En esas mismas
fechas, el entonces cardenal Ratzinger acababa de reactivar el sumario por pederastia contra el
fundador de la Legión. Cuatro meses más tarde fallecía Wojtyla y Ratzinger accedía al trono de San
Pedro. La última fotografía de Juan Pablo II y Maciel muestra a un Papa moribundo acariciando la
frente de su viejo amigo. Era una despedida. Maciel ya nunca será santo. Wojtyla, probablemente,
tampoco.

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http://www.elpais.com/articulo/portada/legionarios/confiesan/elpepusoceps/20100711... 14/07/2010

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