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Helena Cronin
La hormiga y el pavo real
UNIVERSIDAD
DE A N T iO O 'J IA
INSTITUTO RE
FILOSOFIA
Helena Cronin
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G R U P O E D I T O R I A L N O R M A
INSTITUTO T->
Barcelona, Buenos Aires, Caracas, Guatemala, México,
FTOSGFiA
Panamá, Quito, San José, San Juan, San Salvador,
Santafé de Bogotá, Santiago
Prefacio 13
PA R TE 1
El darwinismo, sus rivales y sus desertores
CAPI T UL O 1
Archivos caminantes 21
capítulo 2
Ün mundo sin Darwin 25
1859 25
Rivales y tonterías: 1859 y años siguientes 60
Adiós a todo eso 75
capitulo 3
El viejo y el nuevo darwinismo 83
Anticipaciones de cosas pasadas 83
Del organismo al gen 90-
Estructuras para estrategas 98
Complejidades y diversidades 114
capítulo 4
Demarcaciones del diseño 117
La chatarra del azar 125
“ Desviaciones extrañas atadas en un mismo haz’: 132
Artefactos de nuestras mentes 149
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O
PARTE 2
El pavo real
CAPÍTULO 5
El aguijón en la cola del pavo real 157
Se menea en el rostro de la selección natural 157
La carrera de una controversia 162
capítulo 6 «as*»».
¿Sólo selección natural? 167
“El abogado del darwinismo puro” 167
Coloración para la protección 168
Coloración para el reconocimiento 174
La explicación del despliegue 176
Coloración sin selección 179
¿Los machos a favor de Darwin, las hembras
a favor de Wallace? 195
El legado de Wallace: un siglo de selección natural 207
capítulo 7
.¿Pueden las hembras moldear a los machos? 221
Sólo los humanos pueden escoger 221
No escoger, sólo mirar 224
“ La inestabilidad de un indómito capricho femenino” 225
El problema del gusto 232
capítulo 8
¿Prefieren las hembras sensatas a los machos
con atractivo sexual? 243
¿Buen gusto o sensatez? 243
La solución de Darwin: la belleza por la belleza 243
La solución de Wallace: no sólo una cola hermosa 246
¿Es razonable la “ sensatez” ? 252
La solución de Fisher: el buen gusto es sensato 265
CAPÍ T UL O 9
“Hasta que se efectúen experimentos cuidadosos...” 269
CAPÍ T UL O 10
La superación de los fantasmas del darwinismo 301
El rostro cambiante de la selección sexual 301
Un final feliz para la historia del pavo real 316
PA R T E 3
La hormiga
capítulo 11
El altruismo ahora 327
El problema del altruismo 327
El problema solucionado 327
El ‘altruismo’ vuelto a analizar 340
capítulo 12
El altruismo de antaño 343
La más cruel naturaleza 343
El altruismo’no detectado 352 .
El altruismo degradado 363
capítulo 13
Los insectos sociales: parientes perfectos 375
capítulo 14
Paloma de la paz, no de la guerra: fuerzas convencionales 397
capítulo 15
Altruismo humano: ¿ Una clase de bondad natural? 413
Darwin: la moralidad como historia natural 413
Wallace: sabio ante el acontecimiento 449
Huxley: la moralidad enfrentada a la naturaleza 467
Spencer: cuerpos darwinistas, mentes lamarckianas 472
Retorcimentos retóricos 481
CAPÍ T UL O 16
La procreación tras bambalinas 485
El origen de las especies 485
Especiación para el bien mayor 492
La gran división de la selección: ¿el apareamiento o el destete? 497
El problema de Darwin y Wallace 504
Darwin contra la creación: incidental, no de dotación 509
Darwin contra la selección natural: incidental, no seleccionada 513
El interludio adaptativo de Darwin 518
Wallace: el poder de la selección natural 530
Orígenes esquivos 541
Epílogo 548
Bibliografía 555
índice 587
PRÓLOGO
12
PREFACIO
13
H E L E N A C R O N I N
f \ HELENA CRONIN
15
AGRADECIMIENTOS POR LAS ILUSTRACIONES
16
capítu lo 7 ¿Pueden las hembras moldear a los machos?
Priscilla Barrett dibujó el mono probócide. El faisán dorado por
permiso del Syndics of Cambridge University Library.
V
PARTE 1
EL D A R W I N I S M O , SUS R IV A L E S
Y SUS D E S E R T O R E S
1
A R C H I V O S C A M I N A N T E S
23
A R C H I V O S C A M I N A N T E S
24
2
U N M U N D O S IN D A R W IN
1859
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1859
gracias a una fuerza selectiva^ que es al mismo tiempo oportunista y
conservadora.
Las explicaciones rivales de la misma evidencia (véase por ejem
plo, Bowler 1984; Rehbock 1983, págs. 15-114; Ruse 1979a) no eran muy
impresionantes que digamos (dejando a un lado por el momento el
lamarckismo y los rivales posteriores al año 1859). Cuando vemos lo
inadecuadas que eran esas teorías en cuanto a poder explicativo, y
cuando reflexionamos sobre el hecho de que a pesar de ello fueron
éstas las principales explicaciones aceptadas por eminentes pensadores
durante siglos, podemos imaginar muy bien cómo sería nuestro mun
do sin la teoría de Darwin, y ¡cuán pobre sería!
Darwin y Wallace expusieron por primera vez su teoría en 1858,
en un trabajo conjunto para la Sociedad Linneana (el suyo fue uno
de esos extraños casos de un descubrimiento casi simultáneo en la
historia de la ciencia), y luego, en 1859, vino el bbro de Darwin titula
do El origen de las especies. Antes de 1859 buena parte de la historia
natural estaba unida en matrimonio a la teología natural (véase Gi-
llespie 1979; Gillispie 1951). Con Dios de su lado, la historia natural
daba la respuesta inevitable a la pregunta por la procedencia de este
diseño aparentemente consciente: que sí había habido un diseño y que
éste era obra de un diseñador supremo. Y la teología natural usaba
esta evidencia de un diseño supuestamente deliberado en la natura
leza para demostrar la existencia de Dios. Esto podía haber sido bue
na teología, pero sin duda era mala ciencia. Y la ciencia mala no estaba
confinada a los antievolucionistas. Hacia la mitad del sigo x ix la idea
de evolución empezó a ser aceptada paulatinamente, después de
haber sido rechazada casi de modo universal a comienzos del siglo.
Pero también los evolucionistas, cuando se los acosaba para que ex
plicaran el mecanismo, recurrían a la idea del diseño consciente (o a
la vaguedad).
Pero las teorías que no tienen valor científico directo pueden de
todas maneras ser de interés empírico por otras razones; en este caso,
por la luz que desplegaron sobre la teoría darwinista. Desde este punto
de vista, estas teorías predarwinistas del diseño deliberado caen en dos
grupos distintos, dependiendo de cuál de los dos problemas explica
tivos principales, adaptación o diversidad, consideraban el de mayor
importancia. Para algunos, el diseño deliberado se manifestaba en
los detalles adaptativos de los organismos individuales; para otros,
estaba en la grandiosa envergadura del plan total de la naturaleza.
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1 85 9
Las adaptaciones que con más razón sorprenden
La evidencia de la adaptación se constituyó en el mayor reto y, por
ende, en el mayor triunfo para el darwinismo. Tal como Darwin lo
señalaba, la otra clase de hechos, el patrón de diversidad, puede hasta
cierto punto explicarse fácilmente tan sólo planteando la evolución;
pero el principal problema es encontrar un mecanismo evolutivo que
explique la complejidad del diseño adaptativo:
Era evidente que hechos como éste... sólo podían explicarse bajo
la presuposición de que las especies se modifican de modo gradual...
pero era igualmente evidente que [uno necesitaba]... dar cuenta de
los innumerables casos en los cuales los organismos de todas clases
están adaptados de manera hermosa a sus hábitos de vida... a mí siem
pre me habían llamado mucho la atención estas adaptaciones y mien
tras no pudieran explicarse me parecía casi inútil emprender la tarea
de demostrar por medio de una evidencia indirecta que las especies
han sufrido modificaciones. (Darwin, R 1892, pág. 42)
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Continuidades en el tiempo
El mataco, o armadillo de tres bandas (del Journal o f Researches, de
Darwin): en La Plata, en Suramérica, a Darwin le impresionó muchísimo
la gran semejanza entre los armadillos de la actualidad y la armadura
fosilizada enterrada bajo su casa; la estrecha relación entre la especie
moderna y las formas gigantescas extintas era, como lo dijo en E l origen
“patente, hasta para un ojo no educado”. Pero también debió impresionar
se por el contraste entre aquellos antiguos gigantes y los pequeños y
tímidos animales que encontró:
E l armadillo [Dasypus minutus]... casi siempre trata de no dejarse ver,
agazapándose cerca de la tierra... En el momento en que lográbamos avistar
alguno, era preciso casi tirarse del caballo para lograr darle caza, porque en la
tierra blanda el anim al se enterraba con tal rapidez que sus cuartos traseros
casi desaparecían antes de que uno alcanzara a apearse. Es casi un pecado
matar animalitos tan lindos como éstos, porque, como lo dijo un gaucho
mientras ajilaba su cuchillo en el lomo de uno: ‘son tan mansos’. (Darwin,
Journal o f Researches)
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El poder de la adaptación
Colibrí y chapola colibrí (del The Naturalist on the River Amazons, de
Bates)
Varias veces le disparé por error a una chapola colibrí en lugar del pájaro...
Hubieron de transcurrir varios días antes de que aprendiera a distinguir a
uno del otro cuando volaban. Este parecido les ha llamado la atención a los
nativos, los cuales, aun cuando son blancos y educados, creen a pie juntillas
que la una se transforma en el otro. Han visto la transformación de las larvas
en mariposas y no les parece más maravilloso que una chapola se transforme
en un colibrí... Los negros y los indios trataron de convencerme de que ambos
eran la misma especie. ‘M ire las a la s-d ecía n - sus ojos son iguales, al igual
que las colas’. Esta creencia está tan arraigada que era inútil discutir con ellos
sobre él tema. Las chapolas Macroglossa se encuentran en la mayor parte de
los países, y en todas partes tienen los mismos hábitos; en Inglaterra existe
una especie bien conocida. E l señor Gould cuenta que alguna vez tuvo un
violento altercado con un caballero inglés que afirmaba que en Inglaterra hay
colibríes porque había visto volar uno en Devonshire, refiriéndose a la
Macroglossa stellatarum. (Bates, The Naturalist on the River Amazons)
que la selección y la variación sin más ayuda podían ser una prodi
giosa fuerza creativa, aunque la variación no fuera dirigida y la selec
ción no tuviera selector deliberado.
Como cosa sorprendente, a pesar de la elegante simplicidad y del
inmenso poder explicativo de esta solución, durante toda su historia
el darwinismo ha sido acusado por una minoría vociferante de críticos
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1859
de que en realidad no resuelve el problema de diseño sin diseñador.
Estos críticos pertenecen a dos grandes categorías y, significativamen
te, sus puntos de vista son contradictorios entre sí. Unos acusan a la
teoría darwinista de basarse en el azar ciego, señalando que éste no
tiene muchas probabilidades de producir adaptaciones. Por supuesto,
tienen razón en que la probabilidad de que de un sólo golpe y sin
guía alguna surjan entes complejos que funcionen muy bien es
bajísima; pero, por supuesto, están totalmente equivocados al ima
ginar que el darwinismo hace un planteamiento como éste. Otros
expresaban la queja opuesta: que, lejos de basarse en el mero azar, el
darwinismo tiene, de manera encubierta, un diseñador y que no
exorciza al diseño deliberado. También estas quejas están por com
pleto desenfocadas; la selección es una poderosa fuerza modeladora,
pero no tiene el ojo puesto en el futuro. Entonces, los del primer
grupo argumentan que la conclusión del darwinismo (complejidad
adaptativa) no se deduce de sus premisas. El segundo grupo argumen
ta que sí lo hace, pero sólo porque se ha metido de contrabando un
diseñador por la puerta trasera.
Dos críticas, pero con una misma falacia: la presuposición de que
no hay tercer camino entre los grandes saltos del azar ciego, sin guía
ni canal, por una parte, y la fina discriminación del diseño directo y
dirigido, por la otra. Tras esta presuposición hay una gran tradición
histórica. Por una parte, está la visión minoritaria que se extiende
hasta los epicúreos en el siglo ni a. C., que invocaba el azar para des
cartar un diseñador. Ésta tiene, sin duda, un toque de desesperación.
Intuitivamente parece más adecuado dejar la cuestión en suspenso
que insistir en que el azar podría dar lugar a este cúmulo de adap
taciones orgánicas altamente improbables. De hecho, desde la otra
orilla, la mayoría veía tan poco plausible la idea de que el azar ciego,
solo, pudiera dar lugar a un orden funcional complejo, que la usaban
como un reductio ad absurdum para apoyar la idea de que si hay un
diseño debe haber un diseñador: “Debe haber un diseñador porque
de otra manera el azar, solo, debería ser responsable del diseño, lo
que es evidentemente absurdo”. Estas críticas al punto de vista epicúreo
fueron revividas en el siglo x v i i , cuando se pensaba que el diseño
providencial necesitaba defenderse del temible ateísmo que, se creía,
fomentaba la teoría atomista. Hacia 1859 estos argumentos tenían gran
fuerza dentro de la teología natural. Entonces, cuando el darwinismo
apareció en escena, la oposición se encaminó con mucho ímpetu,
aunque de manera equivocada, a esgrimir contra él la dicotomía di
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Los ojos distorsionados del lenguado (Pegusa lascaris) cuentan una historia de
“ imperfección” adaptativa - “ Si yo fuera usted, no arrancaría desde este punto”
Los pleuronectidae o platijas son notables por la asimetría de su cuerpo. Descansan
de lado... Pero los ojos ofrecen la peculiaridad más destacada, pues ambos están
colocados en la parte superior de la cabeza. Sin embargo, cuando son muy jóvenes,
un ojo queda opuesto al otro y entonces, todo el cuerpo es simétrico... Pronto, el ojo
correspondiente a la parte inferior comienza a deslizarse por la cabeza hasta llegar
a la parte superior, pero no atraviesa el cráneo como se creía anteriormente. Es
obvio que a menos que el ojo inferior viajara así, no podría ser usado por el pez
mientras estuviera acostado en su posición lateral acostumbrada. Además, el ojo
inferior se escoriaría en el fondo arenoso. (Darwin, E l origen.)
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La mayor parte de los fisiólogos creen que los huesos del cráneo
son homólogos a... las partes elementales de cierto número de vérte-
• bras... ¡Qué inexplicables son estos hechos cuando uno tiene una v i
sión ordinaria de la creación! ¿Por qué habría de estar encerrado el
cerebro en una caja compuesta de piezas óseas tan numerosas y con
formas tan extraordinarias? Tal como Owen lo ha advertido, el bene
ficio que se deriva de que las piezas separadas cedan con facilidad en
el parto de los mamíferos de ninguna manera explicará la misma
construcción en el cráneo de las aves (Darwin 1859, págs. 436-7).
51
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rarse por medio de una evidencia antigua, de una evidencia que co
rroboraba a sus predecesores? Consideremos, para tomar una vía, el
ejemplo de Karl Popper de cómo trató Newton el asunto del legado
de Galileo y Kepler. La teoría newtoniana no se limitó a tomar el
trabajo de sus predecesores en bloque. Jamás. La nueva teoría no sólo
explicaba sino que corregía la antigua: “lejos de ser una mera conjun
ción de aquellas dos teorías... las corrige al tiempo que las explica”
(Popper 1957, pág. 202). Y las corrige utilizando sólo las posiciones
fundamentales de la teoría newtoniana, sin necesidad de ayuda adi
cional. Como J. W. N. Watkins lo expresa, la teoría newtoniana está
“corroborada por estos dos conjuntos de resultados anteriores, apa
rentemente desligados entre sí, porque explica aproximaciones pre
cisas de ambos, desde uno y sólo un conjunto de presuposiciones
fundamentales, y las revisiones no sólo no se limitan a ser escarceos,
sino que se inducen sistemáticamente por medio de aquellas presu
posiciones fundamentales” (Watkins 1984, pág. 302). De tal manera,
el conocimiento viejo se transformó en conocimiento nuevo, pro
porcionando una corroboración poderosa a la teoría de Newton.
Ahora bien, en el caso de la teoría darwinista y de las teorías ya exis
tentes, no tenemos nada tan exacto como las observaciones que
Newton usó, y en realidad nada expresado numéricamente. Sin
embargo es claro que de un modo cualitativo, sucede algo de la natu
raleza de la idea popperiana: una muy diciente corrección de impli
caciones empíricas de las teorías previas, una nueva mirada a datos
viejos. Y esta reinterpretación fluye con naturalidad de las presupo
siciones básicas de la teoría de Darwin, de las presuposiciones de
variación, herencia y selección, sin recurrir a ninguna de las presu
posiciones secundarias (en su mayor parte de tipo histórico).
Casi todo el mundo acepta que todos los seres orgánicos han
sido formados con base en dos grandes leyes: la unidad de tipo y las
condiciones de existencia. Por unidad de tipos se quiere significar aquel
parecido fundamental en la estructura que vemos en los seres orgá
nicos de la misma clase y que es totalmente independiente de sus
hábitos de vida. En mi teoría, la unidad de tipos se explica por la uni
dad de descendencia. La expresión de condiciones de existencia... que
da incluida por completo en el principio de la selección natural. Porque
la selección natural actúa, bien sea adaptando las partes variantes
de cada ser a sus condiciones de vida orgánicas o inorgánicas, o
habiéndolas adaptado durante períodos de tiempos m uy pasados...
(Darwin 1859, pág. 206; el subrayado es mío).
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1859
avergonzado por la creciente evidencia de una planeación aparente
mente tan imperfecta.
En la teoría darwinista la evidencia de la similitud en la diversi
dad se explicaba sin problemas por medio de la descendencia con
modificación. Los modelos a gran escala de la naturaleza podían ex
plicarse por medio de la descendencia; de la naturaleza se podían
esperar antojos debido a las modificaciones adaptativas forjadas por
la selección natural. Pero, ¿cómo exactamente corroboraba esta clase
de hechos la teoría darwinista? Nuestra idea corriente de corrobora
ción tiene que ver con la predicción exitosa de nuevos hechos ines
perados, semejantes a la corroboración exitosa de Eddington de la
sorprendente predicción de Einstein de que los rayos de luz se dobla
rían en campos gravitacionales fuertes. Tal corroboración depende
de las predicciones, que son temporalmente novedosas en el sentido
de que no hay hechos de esa clase ya registrados en conocimientos
anteriores (Popper 1957). Pero, era obvio que en lo que atañía a la
clasificación, a la distribución geográfica, etc., la teoría darwinista no
era tan fuerte en las predicciones temporalmente novedosas. En su
mayor parte, esta evidencia ya se conocía muy bien y estaba docu
mentada en profundidad en la historia natural predarwinista.
Sin embargo, la evidencia puede ser novedosa, sin ser nueva en el
tiempo (Zahar 1973). El punto es que uno no puede erigir una teoría
que abarque la evidencia conocida y después andar exhibiendo pre
dicciones basadas en esta misma evidencia como corroboración. Las
predicciones de esta clase no pueden contarse como nuevas. Pero
supongamos que la teoría no está construida sobre la base de la evi
dencia y supongamos que de todas maneras una predicción exitosa
podría derivarse de ella, una predicción que se derivara de la teoría,
“sin artificios” (Watkins 1984, pág. 300). Esta clase de predicción puede
contar como novedosa y proporcionar corroboración para la teoría.
Ella personifica la regla simple de que uno no puede usar el mismo
hecho dos veces: una vez en la construcción de una teoría y después
para apoyarse en él. Pero cualquier hecho que la teoría explique que
no hubiera sido prearreglado para explicar, apoya la teoría hubiera
sido o no conocido el hecho antes de la proposición de la teoría (Worrall
1978, pág. 48-49). Puede parecer que a fin de juzgar si un hecho es
novedoso en este sentido uno tuviera que tomar en cuenta la manera
como se construyó la teoría, y, en particular, si su construcción fue
guiada por la heurística de un programa de investigación (Worrall
55
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1978; Zahar 1973). Pero se puede decidir la novedad sin investigar cómo
fue construida la teoría (Watkins 1984, págs. 300-4). Las condiciones
importantes son si las presuposiciones fundamentales de la teoría
desempeñan un papel importante en la derivación de las predicciones
y si estas presuposiciones fundamentales al mismo tiempo dotan a la
teoría de un poder predictivo y explicativo mayor que aquélla de sus
rivales. Porque en este caso, su habilidad para predecir y explicar un
hecho particular que ya se conocía, lejos de resultar de algún ajuste
ad hoc con relación a ella, indica la superioridad de sus proposiciones
fundamentales. Mientras la teoría no fuera el producto de un mero
escarceo incompetente ad hoc, a la luz de la evidencia, entonces, por
muy familiar que la evidencia fuera y cualquiera fuera el papel que
jugara en la construcción de la teoría, todavía la confirmaría. Esa es
la razón por la cual la evidencia de la similitud en medio de la diver
sidad, aunque se conocía muy bien antes de los días del darwinismo,
podía sin embargo constituir una corroboración impresionante para
su teoría.
Los “grandes hechos”, como Darwin los llamó, confirmaban la
similitud en la diversidad de la naturaleza, cubrían una amplia y di
versa gama de evidencias, que iba desde los parecidos entre los em
briones de los humanos y de los sapos hasta la distribución irregular
de los peces de agua dulce, y hasta las semejanzas entre los pájaros ya
extintos y los más modernos de Nueva Zelandia. Es un signo de la
amplitud de la teoría darwinista el hecho de que pudiera abarcarlo
todo, que pudiera tener en cuenta de manera colectiva todo este cú
mulo de evidencia, al mismo tiempo que los aspectos individuales.
Las teorías predarwinistas se concentraban en unas pocas áreas de la
evidencia y casi no tocaban otras. Para el idealismo, la unidad de tipo,
que emergía de la clasificación, y las afinidades mutuas, que emergían
de la morfología y la embriología, eran, por supuesto, centrales a su
programa. Sin embargo, le preocupaba menos la sucesión geológica,
excepto como clave para revelar el plan trascendental. Y la distribución
geográfica era bastante ignorada en ambas escuelas de pensamiento;
el idealismo casi no la consideraba y el creacionismo utilitarista se
limitaba a farfullar de forma vaga sobre “centros de creación”. En
manos de tales teorías, entonces, estos grupos de fenómenos hasta
ahora no relacionados habían permanecido así. El mismo Darwin
aprovechó esta amplitud de su teoría como punto en su favor. Démosle
la última palabra. Dice sobre la selección natural:
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esta hipótesis puede verificarse - y ésta me parece la única mane
ra justa y legítima de considerar el asunto-, fijándonos en si explica
varias clase de hechos independientes, tales como la asociación
geológica de seres orgánicos, su distribución en tiempos pasados y
presentes y sus afinidades y analogías mutuas. Si el principio de la
selección natural puede explicar éstos y otros cuerpos de hechos, debe
aceptarse (Darwin 1868, i, pág. 9; véase también Darwin F. y Seward
1903, i, pág. 455)-
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UN M U N D O S I N D A R W I N
escucharán con sorpresa, tal vez con desdén, que hombres serios y
estudiosos sostuvieron en el pasado que tales órganos inútiles no eran
remanentes retenidos por la herencia sino que fueron creados espe
cialmente y que están organizados en el lugar que les correspondía,
como los platos en una mesa (éste es el símil de un botánico distin
guido) por una mano omnipotente, “para completar el esquema de
la naturaleza” (Darwin 1862, segunda edición, págs. 202-3)
En las mismas notas también desechaba las causas finales por ser “vír
genes estériles” (Gruber 1974, pág. 419).
Por último, un ejemplo tomado del idealismo. Es fácil subestimar
hasta qué punto están los idealistas sumergidos en la idea de que los
grandes modelos de la naturaleza, sus leyes fundamentales, podrían
obtenerse sin un recurso serio de la experiencia, y como consecuen
cia, eran tan campantes al estudiar las anomalías planteadas por los
hechos vulgares, especialmente en el caso de adaptaciones que no
encajaban en este gran diseño:
Uno tiene que tener esto en cuenta para entender cómo pudo el
idealismo prestarle tan poca atención a la adaptación. El siguiente
comentario de uno de los contemporáneos de Darwin que escribió
en el Gardeners Chroniclede 1870, atestigua el impacto embrutecedor
del idealismo sobre el estudio de la adaptación, y la contribución
inmensa hecha por Darwin:
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UN M U N D O SI N D A R W I N
(¡Aunque hay que admitir que este comentarista daña todo al darle la
bienvenida al adaptacionismo de Darwin como apoyo para la teolo
gía natural del creacionismo utilitarista!)
Los comentarios de Darwin sobre sus rivales nos proporcionan
una corrección útil a una tendencia que ha dominado recientemente
la historiografía darwinista. Muchos historiadores se dan vuelta hacia
atrás tratando de entender a los rivales de Darwin del siglo x ix y sus
puntos de vista. En esta posición, pierden de vista la inmensa supe
rioridad de la contribución de Darwin. No obstante el punto de vista
del siglo xix, Darwin entendía mejor las cosas que darwinistas del
siglo xx de esta laya.
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RIVALES Y TONTERÍAS: 1859 Y AÑOS SIGUIENTES
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Lamarck
Weismann
Sólo se copian los genes. Los tilonorrincos son tan sólo la forma en que los genes
fabrican más genes. El río inmortal del plasma germinal no se afecta por los
cambios corporales...___________________________ _______________________
Fenotipo extendido
...pero, como veremos en el próximo capítulo, los genes también tienen efectos
fenotípicos más allá de los cuerpos que los albergan: los emparrados así como
los tilonorrincos.
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U N M U N D O S I N DA RW I N
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U N MU N D O S I N D A R W I N
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ADIÓS A TODO ESO
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UN M U N D O S I N D A R W I N
do por Thomas Hunt Morgan (Singer 1931, pág. ix) quien, aunque
por aquella época era un importante darwinista y mendeliano
autoproclamado, no se había despojado de sus concepciones erró
neas anteriores sobre la selección natural y la teleología: “es claro que
nunca se sintió cómodo con la idea de selección... el concepto, y tal
vez el mismo término ‘selección’ lo molestaba; sonaba como con un
propósito; y, con su fuerte repugnancia por el pensamiento teleológico,
Morgan reaccionaba contra la idea de propósitos en la teoría evolu
cionista’’ (Alien 1978, pág. 314; véase también págs. 115-16,314-16), o,
más bien, con lo que tomaba como la idea de propósito.
El célebre etólogo Niko Tinbergen, estudiante en aquella época,
recordó cómo fue acosado por haber tenido la temeridad de formu
lar una pregunta adaptativa:
I
3
E L V IE JO Y E L N U E V O D A R W IN IS M O
83
EL V I E J O Y EL N U E V O D A R W I N I S M O
La estructura... del pájaro carpintero con sus patas, cola, pico y lengua
adaptadas de manera tan admirable para atrapar los insectos que están
debajo de la corteza de los árboles. (Darwin, El origen)
La lengua del pájaro carpintero está a menudo cubierta por una sustancia
viscosa y espinosa; en el Celeus flavescens, el Veniliornis olivinus y el
Dryocopus lineatus tiene de cuatro a seis espinas. La lengua puede salir a un
tamaño sorprendente, con la ayuda de huesos o “cuernos” largos y
flexibles, los cuernos terminan en diferentes lugares en las diversas
especies, en algunos casos (como en el Picoides villosus, Hemicircus
concretus y el H. canente) rodean el cráneo por la parte superior y le dan la
vuelta a la cuenca del ojo derecho.
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ANTICIPACIONES DE COSAS PASADAS
pájaro carpintero
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EL V I E J O Y EL N U E V O D A R W I N I S M O
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EL V I E J O Y EL N U E V O D A R W I N I S M O
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allá del cuerpo del pájaro. Entonces, podemos pensar en el nido como
un fenotipo extendido, pero fenotipo de todas maneras.
Los fenotipos extendidos no necesariamente se reducen a los ar
tefactos: a ser el nido de un pájaro, la tela de una araña o la represa de
un castor. Por lo general pensamos que el control genético del com
portamiento de un organismo surge de los genes de su propio cuerpo.
Pero, en principio, no hay razón por la cual un organismo no pudie
se explotar el sistema nervioso, el poder muscular y el potencial del
comportamiento de otro organismo ya listo, de la misma manera
como utiliza su proteína ya lista, sus vitaminas o sus minerales. La
selección natural favorecería a los genes que pudiesen manipular con
éxito el comportamiento de otro organismo para su propio beneficio.
Tal manipulación de un organismo por otro podría mirarse como un
efecto fenotípico extendido de genes manipuladores. Tomemos el
ejemplo de los parásitos. Tradicionalmente se ha pensado que sólo se
limitan a almorzar gratis, que no tienen que ayudar a cocinar el menú.
Cualquier efecto que estos huéspedes no invitados hayan tenido en
los anfitriones han sido vistos como efectos secundarios no buscados,
a causa de la depredación de los parásitos. Pero algunas veces los orga
nismos parasitados se comportan de una manera que no es buena
para ellos pero sí para los parásitos. Este llamativo hecho indica que
puede estar en escena la manipulación:
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DEL ORGANISMO AL GEN
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DEL ORGANISMO AL GEN
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Gran parte del tiempo, entonces, la idea del interés del individuo
y de su descendencia le dará una aproximación buena y trabajable al
punto de vista con la mira en el gen. Ésta es la razón por la cual, a
pesar de estar restringido a los organismos, el darwinismo clásico
pudo llegar tan impresionantemente lejos.
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EL, V I E J O Y EL N U E V O D A R W I N I S M O
poco que ver con el fracaso en apreciar los costos. Pero Darwin y sus
contemporáneos se preocupaban más por lo inadaptativo que re
sultaban estas características que con la manera como la selección
natural, a pesar de ello, se las arreglaba para mantener los libros de
contabilidad balanceados. Para sostener que una característica es adap-
taüva uno debe sugerir cómo podrían los beneficios ser mayores que
los costos. Pero para argumentar que un rasgo es imperfecto uno se
puede limitar a catalogar las imperfecciones, sin sujetarlas a ningún
análisis de costo-beneficio. Una adaptación imperfecta se veía como
algo que le quedaba corto a un ideal, no como algo que incurría en
costos debido a esta imperfección.
Consideremos, por ejemplo, la manera como veían los primeros
darwinistas las adaptaciones que no tenían un comportamiento
uniforme. Un comportamiento variado en su ejecución o en los resul
tados se consideraba candidato perfecto para el tratamiento imper
feccionista. A menudo se explicaba por ejemplo como una adaptación
para una respuesta unificada que había evolucionado imperfectamente,
o como una regresión casual hacia hábitos ancestrales, o como una
variación individual no importante.
Tomemos el análisis de Darwin de los hábitos, aparentemente
erráticos, de poner huevos de las “avestruces” (fiandús) y de los garra-
pateros (Molothrus bonariensis) (Darwin 1859, pág. 218; Peckham 1959,
págs. 395-6). Trata de mostrar una graduación en el parasitismo de
los ñandús -en un extremo-, pasando por los garrapateros, hasta
llegar a los instintos parasitarios muy aguzados del cucú europeo
(Peckham 1959, págs. 390-6). Éste es un procedimiento darwinista
normal; tales graduaciones proporcionan modelos de cómo podría
haber actuado la selección natural. Pero es la “ imperfección” desple
gadas lo largo de esta graduación lo que más interesa a Darwin, por
que indica que el diseño deliberado no estaba en acción. Los hábitos
de los garrapateros están “lejos de ser perfectos” dice (Peckham 1959,
pág. 395). Ponen éstos sus huevos en nidos ajenos, en números tan
grandes que la mayoría tienen que perderse porque los botan en terre
no desnudo; y algunas veces empiezan a construir nidos muy inade
cuados, que no completan ni usan. Tal imperfección, dice Darwin
encantado, es suficiente pára convertir en evolucionista a cualquier
creacionista: “el señor Hudson es un aguerrido opositor de la evolu
ción, pero parece estar tan impresionado por los instintos imperfectos
del Molothrus bonariensis que cita mis palabras y pregunta, ‘¿debemos
considerar estos hábitos no como instintos creados o de los que fue
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ESTRUCTURAS PARA ESTRATEGAS
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palmo por otras plantas; así, las semillas deben viajar grandes dis
tancias para caer en terrero no ocupado (Darwin 1859, pág. 77).
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(1872, págs. 196-9), aunque, como los etólogos modernos (y. gr.
Charlesworth y Kreutzer 1973, págs. 108-10), Darwin lo ve como algo
que se desarrolla en un contexto social.
Así, aunque Darwin de ninguna manera ignoró el comportamiento,
incluso el social, su punto de vista y el de sus contemporáneos estaba
sesgado. Las raíces de su prejuicio están arraigadas en el siglo xix,
pero su influencia llegó lejos. Aún en 1960 todavía podía sostenerse
que “el estudio del comportamiento [es un área vasta de la biología
moderna]... en la cual la aplicación de los principios evolucionistas
están aún en la etapa más elemental” (Mayr 1963, pág. 9).
Girar desde esta “etapa elemental” hasta el darwinismo de hoy es
encontrar, más que cualquier otra cosa, un mundo en el que los or
ganismos son seres sociales. Para el darwinismo clásico... las fuerzas
selectivas paradigmáticas, aparte de las presiones inorgánicas, eran
las relaciones de miembros de una especie y otra, tales como la presa
y el depredador o el parásito y el anfitrión.
Un organismo darwinista moderno habita un mundo en el que
el éxito de su comportamiento bien puede depender críticamente de
la frecuencia relativa de su propio tipo de comportamiento en la po
blación a la cual pertenece (su especie, por ejemplo, o su sexo; su
grupo para alimentarse o su nido): si el éxito depende de ser el más
escaso de los dos tipos, entonces la selección mantendrá, de modo
automático, la variabilidad. Esto se conoce como selección dependien
te de la frecuencia. Es sobre todo la teoría del juego evolucionista la
que ha proporcionado el modo de tratar con los asuntos que dependen
de la frecuencia. Cuando el éxito no se afecta de modo significativo
por el comportamiento de los demás, entonces una adaptación se
puede considerar simplemente como optimización. Cuando la de
pendencia de la frecuencia entra en escena, como sucede a menudo
con el comportamiento social, es más probable que la herramienta
apropiada sea la teoría del juego. Es John Maynard Smith, el distin
guido genetista y evolucionista quien, más que cualquier otro] ha sido
responsable del desarrollo de la teoría del juego evolucionista. Así com
para él las condiciones bajo las cuales la teoría de la optimización se
puede usar con condiciones que hagan necesario el análisis de la teoría
de los juegos.
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por ejemplo, la evolución del ala de las aves que se elevan alto y la del
comportamiento de dispersión de estas mismas aves. Para entender
el ala a partir de esto sería necesario saber acerca de las condiciones
atmosféricas en las que viven y sobre la manera como las fuerzas
ascendentes y descendentes varían con la forma del ala. También
habría que tener en cuenta las limitaciones impuestas por el hecho
de que las alas de los pájaros son de plumas, pues las limitaciones
serían diferentes para un murciélago o un pterosauro. No sería nece
sario, empero, tener en cuenta el comportamiento de otros miem
bros de la población. Por el contrario, la evolución de la dispersión
depende críticamente de cómo se están comportando otras especies
coespecíficas, porque ésta dispersión tiene que ver con encontrar la
pareja adecuada, evitar competencia por los recursos, protegerse en
grupo contra los depredadores y así sucesivamente.
En el caso de la forma del ala, entonces, queremos entender por
qué la selección ha favorecido los fenotipos particulares. La herra
mienta matemática apropiada es la teoría de la optimización. Estamos
frente al problema de decidir qué características particulares... con
tribuyen a que el animal sea apto, pero no con las dificultades espe
ciales que surgen cuando el éxito depende de lo que los demás hacen.
Es en este último contexto en donde la teoría del juego se vuelve im
portante (Maynard Smith 1982, p ág.i).
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ESTRUCTURAS PARA ESTRATEGAS
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Una vez más, entonces, el darwinismo clásico tuvo éxito como una
buena aproximación. Por una parte, incorporaba hasta cierto punto
el comportamiento social; por la otra, una amplia gama de caracte
rísticas se pueden tratar como sociales.
Complejidades y diversidades
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■
i
m
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1/ teorías que se han propuesto hasta ahora, sea la única que puede ex-
I plicar cómo ha llegado el mundo orgánico a guardar una asombrosa ¡¡
1 apariencia de diseño deliberado sin la intervención de un diseñador
1i
j j deliberado. Por eso debe ser extraño que un darwinista contradiga
11 ejemplos aparentes de adaptación. Pero, dicen los que disienten, que
1 1 sólo están tratando de purgar el bestiario darwinista de arenques rojos
\j (pistas falsas) y gansos salvajes, para evitar una búsqueda infructuosa
ji I de ventajas selectivas imaginarias. Al fin y al cabo, señalan éstos con
p \ toda razón, algunas características no son producto de la selección
I j/j natural y, de hecho, pueden no tener valor selectivo negativo ni posi-
I I tivo. Los darwinistas deben tener esto en cuenta, lo advierten, y no
¡ ' i apresurarse a presuponer que las explicaciones adaptativas serán apro-
J piadas. Para una frase típica en este punto de vista no se necesita ir
í más allá del propio Darwin. A finales de 1860 llegó a creer que en el
1 pasado él mismo se había esposado demasiado a la selección natural,
1 viendo su intervención en casos en donde probablemente no había
1 adaptaciones de ninguna clase:
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DEMARCACIONES DEL DISEÑO
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D E M A R C A C I O N E S DE L D I S E Ñ O
como mis conclusiones han sido en los últimos tiempos muy mal
interpretadas, y como se ha dicho que yo atribuyo la modificación de
especies exclusivamente a la selección natural, permítanme anotar
que en la primera edición de mi trabajo, y en las subsiguientes, puse
en una posición muy conspicua - a saber, al final de la introducción-
las siguientes palabras: “estoy convencido de que la selección natural
ha sido el principal pero no el único medio de m odificación”
(Peckham 1959, pág. 747).
estar surcada por numerosas bandas negras, o por pocas o por nin
guna; la frecuencia varía geográficamente. El C nemoralis no es esca
so. En varios géneros de caracoles terrestres, el color y el número de
bandas varía en muchas de las especies y de una especie a otra. Sobre
esta variabilidad hay una destacada disputa entre los darwinistas, que
ya tiene cien años de vida (véase v. gr. Mayr 1963, págs. 309-10). No son
los pequeños moluscos mismos los que en tan alto grado suscitaron
el interés de los darwinistas. Son los asuntos más generales que viajan
en su estela. ¿Es adaptativo el polimorfismo dentro de las poblaciones?
y, ¿qué hay sobre las variaciones de una población a otra dentro de
una especie? y, ¿qué sobre las características específicas de las especies,
diferencias entre especies muy relacionadas entre sí que a menudo
no son sino de una sola mancha de color, pero tan confiablemente
claras que los taxónomos las pueden usar como criterios diagnósticos?
En síntesis, ¿para qué toda esta variabilidad y a todos estos niveles?,
¿es adaptativa o no tiene objeto alguno, pues le es indiferente a la
selección natural? La opinión darwinista se ha dividido tan profun
damente en estas preguntas que ha dignificado al caracol con un alto
grado de fama, una fama que, en su época y a su propio modo, ha
rivalizado con el lugar del ojo o la cola del pavo real en la letanía de
dificultades del darwinismo. La disputa se originó por primera vez
en el siglo xix, pero ha ido y venido de manera intermitente hasta
hace poco tiempo. Incluso ahora, aunque se acepta en términos gene
rales que el azar sin ninguna ayuda no es la respuesta y que la selección
natural sí tiene algo que decir, no hay consenso acerca de qué exac
tamente sea ese algo; las teorías son casi tan polimórficas como los
caracoles mismos.
Desde las primeras décadas del darwinismo, algunos darwinistas
sentían que numerosas diferencias específicas de las especies (en par
ticular muchas en que los sistemáticos podían confiar para clasificar
las especies) no debían explicarse adaptativamente. Las diferencias
pequeñas entre las especies, declaraban ellos, eran nada más que eso:
meras diferencias, no adaptaciones (véase v. gr. Kellogg 1907, págs.
38-44,136, 375). Las diferencias surgían, sostenían ellos, porque la
especiación comienza con aislamiento geográfico (o alguna otra cau
sa de aislamiento reproductivo abrupto); y si se formaba una nueva
especie por el aislamiento aleatorio de una sección de la población,
entonces, aquello en que diferían de las especies padres podía resultar
de lo que nosotros ahora llamaremos deriva genética (para no men
cionar un buen número de fuerzas no adaptativas no darwinistas,
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Cuando hablamos del gen para la piel, por decir algo, de la piel
blanca, estamos escogiendo sólo uno de los efectos fenotípicos del gen.
Pero éste también puede, por ejemplo, causar cambios en el tamaño
de la cola o en la forma de las garras. Estos efectos fenotípicos “no
buscados” se consideran efectos secundarios de la selección, efectos
secundarios, en este caso, de una adaptación para el camuflaje de
invierno. De acuerdo con los no adaptacionistas, toda suerte de carac
terísticas que los darwinistas, luchando con valor, tratan de explicar
de manera adaptativa pueden no ser adaptaciones de ninguna clase
sino meros efectos secundarios (v. gr. Lewontin 1978, págs. 167-8, págs.
581-4,595-7; véase también la idea de Gould y Lewontin de “tetillas”,
consecuencias automáticas de rasgos estructurales de los organismos
(Gould y Lewontin 1979, págs. 581-4,595-7)).
Podría parecer que tales explicaciones no fueran ninguna victo
ria para los no adaptacionistas porque éstos se basan, en últimas, en
el trabajo de la selección natural, aunque de manera indirecta. Y así,
al fin y al cabo les permiten a los adaptacionistas hacer énfasis en la
importancia de la selección natural:
132
“des vi ac ion es e x t r añ as atadas en un mismo h a z ”
De hecho, algunos no adaptacionistas han clasificado tal “extensión”
como estratagemas adaptacionistas solapadas, una manera de aferrar
se a la selección natural incluso de frente a lo que se acepta son carac
terísticas no adaptativas y no seleccionadas (v. gr. Romanes 1892-7, ii,
págs. 171, 268-9n).
Pero si miramos más de cerca las presuposiciones que subyacen a
estas explicaciones, encontraremos que no son en realidad afines al
espíritu adaptacionista. Pensemos en lo que significaría sostener, por
ejemplo -u n caso extremo, pero veremos que se ha sostenido-, que
la enorme y barroca cornamenta del ciervo no es más que un efecto
secundario de la selección natural, que no es una adaptación sino
meramente consecuencia automática de las otras actividades de la
selección natural. La cornamenta llega a proporciones exageradas sin
intervención directa de la selección, dice el argumento, porque está
en el mismo haz que el desarrollo biológico de alguna característica
que la selección natural sí busca; ella viene al mismo tiempo que al
guna adaptación, como parte de su paquete biológico. Así lo dijo
Darwin, para explicar lo que quería decir con “correlación de creci
miento” : “la organización completa es tan unida durante su creci
miento y desarrollo, que cuando ocurren variaciones pequeñas en
una parte en particular, y se acumulan a través de la selección natural,
otras partes se modifican” (Darwin 1859, pág. 143). Tal aseveración
podría estar haciendo una de dos presuposiciones, la una altamente
improbable y la otra más razonable.
La presuposición inaceptable es que la cornamenta no es, desde
él punto de vista selectivo, ni ventajosa ni desventajosa. Aunque es
difícil tragarse esto en el caso de una estructura tan ornamental, tan
conspicua, tan intrincadamente modelada como la cornamenta, a
primera vista podría parecer más plausible en el caso de característi
cas menos espectaculares. Pero no debemos estar demasiado dispues
tos a presuponer que aun en estos casos el asunto sea así. Al fin y al
cabo, sabemos lo aguda que puede ser la mirada de la selección, lo
capaz de elevar lo que a nosotros nos parecen minucias a asuntos de
vida o muerte. Y también hay una consideración más importante que
la de los intuicionistas del adaptacionismo sobre la vigilancia de la
selección natural. Es improbable que cualquiera de los efectos secun
darios “no buscados” de un gen sea neutral, de modo que suponer
que todos lo son es multiplicar cosas improbables de manera alar
mante. Entonces, si la explicación de los efectos secundarios hace
esta aseveración, o cualquier otra que se le asemeje, aunque sea
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“ DESVIACIONES EXTRAÑAS ATADAS EN UN MISMO H A Z ”
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“DESVIACIONES EXTRAÑAS ATADAS EN UN MISMO H A Z ”
des más grandes son más poligínicas y esto será derto en cada una de
las categorías.) El tamaño de la cornamenta, entonces, no se aumenta
meramente en medio del torbellino adaptativo del tamaño del cuerpo;
es una adaptación por derecho propio.
Esta presión selectiva, a propósito, podría explicar bien por qué el
extinto ciervo irlandés tenía una cornamenta tan extraordinariamente
grande. Éste era un ejemplo antiadaptacionista y antidarwinista típi
co y favorito, de una estructura demasiado grande y desproporcionada
para haber sido el resultado de la selección natural, una estructura
que debió haber sido controlada por una tendencia ortogénica, tal
vez la fuerza que al fin llevó al ciervo a la extinción. Pero el colosal
tamaño relativo de la cornamenta es algo que se podía esperar (y
también, aunque al principio parezca en contra de toda evidencia, la
forma palmeada que tiene) si el ciervo era poligínico y la usaba como
arma en las batallas entre los machos (Clutton-Brock 1982, págs. 112-13;
Clutton-Brock et al. 1982, pág. 299).
A pesar de lo grande que es, la cornamenta es sólo una parte del
cuento del éxito alométrico. El tamaño del cerebro en los grandes
monos (Clutton-Brock y Harvey 1980), el tamaño de los dientes en
los monos del viejo mundo (Harvey et al 1978,1978a), el tamaño de
los testículos en los primates (Harcourt et. al 1881) y muchos otros
asuntos alométricos han cedido ante el escrutinio adaptacionista. Y
lo que es más, estos análisis adaptativos pueden mostrar brechas y
anómalías que de otra manera habrían permanecido ocultas. Harvey
y Clutton-Brock citan un ejemplo muy diciente:
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Selección secuencial
Efecto 1
Gen 1
Gen 2
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“desviaciones extrañas atadas en un mismo h a z ”
macho durante la época en que tienen mayores probabilidades de
concebir (Harvey y Clutton-Brock 1983, pág. 315).
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no más probable que el que las cabezas grandes siempre vinieran con
músculos más pequeños o sin ningún cambio en el tamaño muscular.
Es más probable que la selección natural tuviera que tomar una parte
más activa. Al llenarse el paquete genético de genes para cabezas
grandes, las presiones de la selección se establecerían a favor de los
genes para músculos grandes. Esto sería distinguible de la pleiotro-
pía porque en este caso el apareamiento se llevaría sólo después del
paso de varias generaciones; la selección natural no podría hacer el
apareamiento hasta que los genes para músculos grandes aparecieran
por casualidad.
Éstas son las dos posibilidades. Pero ahora pensemos en térmi
nos de pleiotropía extendida. No es sólo que el bisonte esté dotado de
músculos en el cuello. También tiene tendencia a que estos músculos
crezcan si son ejercitados. De manera que un bisonte de cabeza
grande automáticamente tenderá a desarrollar músculos grandes en
el cuello. Ahora bien, a primera vista esto no suena a pleiotropía.
Pero, ¿qué es la pleiotropía, al fin y al cabo, sino los diversos efectos
fenotípicos de un gen? El efecto del gen de la cabeza grande sobre los
músculos del cuello, es, estrictamente hablando, un efecto fenotípico
de este gen. En un medio normal, en el que un bisonte puede hacer
ejercicio con la cabeza y el cuello normalmente, cualquier individuo
que poseyera el gen de cabeza grande tendería a tener músculos gran
des en el cuello. Así que este gen debe considerarse como uno para
músculos de cuello grandes, al igual que uno para cabeza grande. Si
uno quiere retener la categoría “pleiotrópico” entonces los músculos
grandes del cuello son pleiotrópicos. Pero lo que nos interesa aquí es
que, a diferencia de muestro punto de vista normal de la pleiotropía,
no se desarrollan gracias a una conexión embriológica contingente,
arbitraria y singular que resulta aparecer en el momento en que es
útil; se desarrollan por razones adaptativas.
Ahora bien, se puede objetar que el efecto sobre la talla de la
cabeza es primario mientras el de la necesidad de músculos es in
directo y por lo tanto secundario; se puede argüir que los efectos
pleiotrópicos son por lo general directos, efectos primarios de un
gen. Pero ello no es así; cualquier efecto fenotípico, incluso el del
tamaño de la cabeza es indirecto de la misma manera (Dawkins 1982,
págs. 195-7). “La mayor parte de los efectos vistos por biólogos que
estudian el animal entero y todos los que ven los etólogos son largos
y tortuosos... [¿qué es] cualquier característica genética..., morfológica,
fisiológica o de comportamiento, sino un ‘producto secundario’ de
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“ DESVIACIONES EXTRAÑAS ATADAS EN UN MISMO H A Z ”
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D E M A R C A C I O N E S DE L D I S E Ñ O
Gran parte de este éxito resultó de los esfuerzos del mismo Wallace, y
en contra de una oposición formidable. Sus opositores no estaban
reducidos a los antidarwinistas. Muchos darwinistas pluralistas
pensaban que algunos aspectos distintivos de la coloración no eran
adaptativos; hemos visto que las diferencias específicas de las especies
se convirtieron en un punto importante de disputa. Más aún, para
gran desaliento de Wallace, Darwin intentó darle un giro a gran parte
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“DESVIACIONES EXTRAÑAS ATADAS EN UN MISMO H A Z ”
Todo objeto visible tiene que ser de algún color, porque a fin de
que sea visible debe enviar rayos de luz a nuestros ojos... en el mundo
inorgánico encontramos colores abundantes y variados... En él no
podemos cuestionar la utilidad para el objeto de color, y tal vez tam
poco en el rojo vivo de la sangre... o aún en el manto de verdor que
viste una porción tan grande de la superficie terrestre. La presencia
de algún color, o aún la de muchos colores vivos, en animales y plan
tas, no requerirá otra explicación que la del azul del océano, o la del
rubí o la de la esmeralda; esto es, exigirá una explicación sólo física
(Wallace 1889, pág. 188-9).
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D E M A R C A C I O N E S DE L D I S E Ñ O
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“ DESVIACIONES EXTRAÑAS ATADAS EN UN MISMO H A Z ”
Pero, haciendo a un lado las razones más obvias, hay otra manera
como la función biológica y lo que se ve como un “efecto secunda
rio” de coloración puede estar conectado de manera más precisa de
lo que generalmente apreciamos. Consideremos otra vez el rojo de la
sangre. Aun un adaptacionista tan ardiente como Wallace presupo
nía que es una propiedad enteramente incidental de la molécula de la
hemoglobina, propiedad a la que se le puede dar explicación física,
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PARTE 2
E L PAVO R E A L
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E L A G U IJÓ N D E L A C O L A D E L PAVO R E A L
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EL A G U I J Ó N DE LA C O L A D E L PAVO R E A L
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¿SÓ LO S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
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¡ S Ó L O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
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¿ S ÓL O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
Y lo que es más, sostiene Wallace, casos como éste muestran qué tan
to está determinado el dimorfismo por la mayor necesidad que tiene
la hembra de protección. Incluso en algunas de las especies que son
tan fuertes y que vuelan tan rápido que los machos no tienen necesi
dad de imitar a ninguna otra, las hembras de todas maneras lo hacen;
cuando ambos sexos imitan, siempre se encontrará que la especie es
más débü y vuela con más lentitud, de manera que también los ma
chos tienen esa necesidad de volverse imitadores para buscar protec
ción; y no existen casos en que sólo los machos busquen imitar.
Es innecesario abundar en ejemplos. Aun ahora, el trabajo de
Wallace sobre coloración protectora se reconoce como una contri
bución impresionante a la teoría darwinista, a la que le dio marco y
cánones para una rica veta de investigación. Este tributo de Darwin
tipifica las múltiples apreciaciones que Darwin hizo de los logros de
Wallace, - y nos recuerda su éxito en la tarea, aparentemente contra
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COLORACIÓN PARA LA PROTECCIÓN
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¿ S ÓL O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
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COLORACIÓN PARA EL RE C ON O C I M I E N T O
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COLORACIÓN SIN SELECCIÓN
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¿ S ÓL O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
cióri brillante del macho por medio de la selección sexual (v. gr.
Wallace 1891, pág. 89). Pero aun cuando comenzaba a tener dudas
sobre la selección sexual, le dejaba un papel, si bien secundario, con
respecto a la selección natural: “mientras la selección sexual ha esta
do desempeñando su trabajo, el mecanismo aún más poderoso de la
selección natural no ha estado a la espera, sino que ha modificado a
uno o a ambos sexos de acuerdo con las condiciones de vida” (Wallace
1871, pág. 180). Así, pues, en este período Wallace tenía una teoría
selectiva -o selección natural o sexual- para cubrir tanto a machos
como a hembras. Sostenía que los colores primordiales eran posible
mente opacos; a lo largo de un tiempo de la evolución la selección
sexual había hecho evolucionar a los machos hasta volverlos llamati
vos, mientras la selección natural por lo general había retenido 7
aumentado el vestido poco llamativo de las hembras (Wallace 1891,
pág. 130). Cuando Wallace abandonó la selección sexual, necesitó una
explicación alternativa para los machos. Su solución fue su teoría
fisiológica de la coloración llamativa (Wallace 1889, págs. 288-93,
297-8,1891, págs. 359-60).
Ya nos hemos detenido en los puntos de vista de Wallace sobre la
coloración rio adaptativa. Incluso este comprometido adaptacionista
se tomaba el trabajo de distinguir entre colores que eran puramente
físicos o fisiológicos 7 los que eran biológicos, 7 de hacer énfasis en
que estos últimos no requieren explicación adaptativa (Wallace 1889,
págs. 188-9). Sin embargo, resultó que su idea de lo que se podía ex
plicar por medio de la sola fisiología era demasiado católica. Desa
rrolló la teoría de que a lo largo del tiempo de la evolución, si los
organismos no se veían frenados por la selección natural, tenderían
de modo natural a volverse multicolores, como resultado de los
cambios físico-químicos constantes: “ Se puede considerar el color
como un resultado necesario de la constitución química altamente
compleja de los tejidos 7 fluidos animales” (Wallace 1889, pág. 279).
“ Muchas de las sustancias complejas que existen en animales 7
plantas están sujetas a cambios de color bajo la influencia de la luz, el
calor, o los cambios químicos, 7... éstos ocurren permanentemente
durante... el desarrollo 7 el crecimiento... Cada característica externa
también... pasa por cambios diminutos constantes, que con mucha
frecuencia, producen cambios de color” (Wallace 1891, pág. 359). De
manera que ser multicolor es el estado “normal” : “estas considera
ciones hacen probable que el color sea normal 7 aun un resultado
necesario de la estructura compleja de los animales 7 las plantas”
180
COLORACIÓN SIN SELECCIÓN
(Wallace 1891, pág. 359). Sin embargo, si no hubiera sido por la mano
limitadora de la selección natural, los animales se regocijarían en sus
espléndidos colores. Al fin y al cabo no hay tales limitaciones en su
interior y allí presentan un despliegue multicolor. Su exterior está
sujeto a un mayor número de cambios y por tanto tendería a tener
tonalidades aún más llamativas:
183
¿ S ÓL O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
tructura son, por decir algo, las alas de las mariposas tan similares
estructuralmente pero tan enormemente diferentes en sus patrones
de color? Como el psicólogo comparativo C. Lloyd Morgan dijo:
187
¿ S ÓL O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
188
COLORACIÓN SIN SÉLECCIÓN
rios químicos lo hacen (Darwin 1871, i, pág. 323). Hemos visto que
los colores escondidos, como el rojo de la sangre por ejemplo, se expli
caban corrientemente de esta manera. De igual forma, los colores
llamativos de los animales “ inferiores”, se pensaba en el pasado, no
eran adaptativos; Darwin mismo no dudó en hacer a un lado la selec
ción natural para favorecer las explicaciones físico-químicas en este
caso (v. gr. Darwin 1871, i, págs. 321-3; 326-7; Romanes 1892-7, i, págs.
409-10). Aun E. B. Poulton, cuyo trabajo en buena parte estaba dedi
cado a descubrir el significado adaptativo de la coloración, se sintió
obligado a insistir en que los colores pueden ser “incidentales” ; señaló
un punto importante al alabar a Darwin por reconocer esto y por
prevenirlo contra un adaptacionismo demasiado entusiasta (v. gr.
Poulton 1910, págs, 271-2). Pero todo ello estaba muy lejos de pro
clamar con Wallace que la cola del pavo real era “ incidental”.
En síntesis, para cualquier darwinista es una táctica demasiado
débil relegar al no adaptacionismo un fenómeno tan generalizado,
tan constante y con tanta apariencia de haber sido diseñado como lo
es la llamativa coloración que, según Darwin, era sexualmente selec
cionada; para alguien que profese estar a favor de las explicaciones
adaptativas, particularmente para aquel que se enorgullezca de su
explicación de la coloración como una contribución importante, equi
vale a un fracaso sin atenuantes. Y su fracaso no sorprende, tal como
John Maynard Smith lo señaló bien: “ Por más que uno dude sobre la
función de la cornamenta del ciervo irlandés y de la cola del pavo
real, es muy difícil suponer que pueden ser selectivamente neutrales”
(Maynard Smith 1978c, pág. 36).
Y hablando de fracasos sin atenuantes, haré sin embargo, una
petición de clemencia para buscar atenuantes en el caso de Wallace.
Sus argumentos parecen en algunos sentidos tan absurdos, en parti
cular para los casos más dramáticos, que es de mínima justicia men
cionar que él no fue el único en sostener cualquiera de los puntos
particulares (aunque los reunió y los explotó a su manera). Algunas
de las explicaciones más ingeniosas de los dibujos fueron tomadas de
un libro sobre coloración animal escrito por Alfred Tylor, un geólogo
inglés (Tylor 1886; Wallace 1889, pág. 288). Tylor veía los efectos
fisiológicos como la base sobre la que la selección natural comienza a
trabajar, más que como la ofrenda final de la naturaleza (Tylor 1886,
págs. 6-7,17). Pero otros se acercaban más al punto de vista de Wallace.
Un crítico de la teoría de Darwin de selección sexual, G. Norman
189
¿ S Ó L O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
1903, ii, pág. 93). Y Darwin, en su respuesta, aceptó que había quedado
impresionado con una sugerencia similar de que algunas estructuras
masculinas extravagantes fueran “producidas por el exceso de nutri
ción en el macho, exceso que en la hembra se dedicaba a formar los
órganos generativos 7 el óvulo” (Darwin F. 7 Seward 1903, ii, pág. 94)
(Un argumento que se acerca más a la idea moderna es que las hem
bras 7 machos distribu7en sus costos reproductivos de diferentes
maneras). Darwin también pensaba que los colores vistosos de los
machos correlacionaban con su pugnacidad (Marchant 1916, i, pág.
302). Ya más avanzado el siglo, Reginald Pocock, uno de los expertos
del museo Británico, especializado en arañas, sugirió que había in
vestigaciones recientes que sostenían poder demostrar que la selección
sexual de las arañas también se podía explicar a partir de la teoría de
Wallace de la vitalidad masculina:
191
¿ S ÓL O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
(Y, desde ese punto de vista, se confía mal.) A finales del siglo, Vernon
Kellogg declaró que la teoría del “vigor extraordinario del crecimien
to” es “la alternativa más llamativa” a la “desacreditada teoría de la
selección sexual” (Kellogg 1907, pág. 352; véase también pág. 117). Y
más tarde se convirtió en un punto de vista normal que “los colores
vivos de los machos... a veces son una suerte de productos secunda
rios de su vigor” (MacBride 1925, pág. 218).
Y lo que es más, Darwin, como Wallace, recurría de vez en cuando
a la fuerza no adaptativa del joie de vivre o el puro placer de la activi
dad, para tratar casos tan extraños como el de los pavos reales que
“exhiben” sus colas cuando no hay hembras presentes o el de los
petirrojos, que cantan a todo pulmón cuando ya ha pasado la tem
porada de apareamiento (v. gr. Darwin 1871, ii, págs. 54-5, 86). De
hecho, la actividad animal se ha explicado comúnmente de esta ma
nera, y lo han hecho naturalistas tan diferentes como Paley (1802,
págs. 454, 457, 458), Kropotkin (1902, págs. 58-9) y Julián Huxley
(1923a, págs. 122-7,1966). Quizás de manera más sorprendente, un
libro muy influyente, The Evolution ofSex (1889) escrito por Patrick
Geddes y por J. Arthur Thomson, apoyaba con ahínco muchas de las
ideas de Wallace. Sostenía que los machos están constitucionalmente
predispuestos a desarrollar colores más vivos, estructuras más desarro
lladas y comportamientos más vigorosos que las hembras, porque
tienen un metabolismo más activo; la selección natural y sexual de
sempeñaban un papel, pero relativamente menor (págs. 11,14,16,-31,
320,324). Tales ejemplos se pueden multiplicar. Así, pues, los puntos
de vista de Wallace, aunque hoy en día nos parezcan absurdos, no
eran tan alejados de la corriente principal del pensamiento como uno
pudiera imaginar.
A pesar del fracaso de Wallace, tanto él como otros se han dejado
llevar en ocasiones por las impresionantes explicaciones sobre la co
loración femenina que han presupuesto que él logró su propósito
más amplio (al menos en principio) de descartar por completo cual
192
COLORACIÓN SIN SELECCIÓN
193
¿ S ÓL O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
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¿LOS M A C H O S A FAVOR DE DARWIN, ...
197
¿ S ÓL O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
También dice que antes “me inclinaba a hacer mucho más hincapié
en el principio de la selección, para responsabilizarla de los colores
menos vivos de las hembras de las aves” (Darwin 1871, ii, pág. 198).
Pero ahora sostiene el punto de vista de que, si bien en algunos casos
las hembras “pueden posiblemente haber sido modificadas, indepen
dientemente de los machos, en aras de la producción” (Darwin 1871,
ii, pág. 200), por el momento, “se debe dudar de que sólo las hembras
de muchas especies hayan sido modificadas así” (Darwin 1871, ii, pág.
197). Y concluye que Wallace no tiene razón: “No puedo acompañar a
Wallace en la creencia de que los colores opacos, cuando se limitan a
198
¿LOS M A C H O S A FAVOR DE D A R W IN , . . .
las hembras, han sido, en la mayor parte de los casos, ganados específi
camente en aras de la protección” (Darwin 1871, ii, pág. 223). Analiza
las mariposas y las chapolas de la misma manera; acepta que los co
lores de algunas especies incluso los llamativos, son protectores, pero
sostiene que, de todas maneras, esto no sucede así de modo general,
aun cuando las hembras son opacas (v. gr. Darwin 1871, i, págs. 392-3,
399-409). Y de modo similar sostiene que aunque los mamíferos
tienen colores protectores, “sin embargo, en un gran número de es
pecies los colores son demasiado llamativos y arreglados de modo
demasiado singular para permitirnos suponer que sirven a este pro
pósito” (Darwin 1871, ii, pág. 299).
La preferencia de Darwin por la selección sexual y el legado .de la
herencia, más que la selección para la protección, también se revela
en el modo como maneja los casos de la coloración opaca de ambos
sexos. Acepta que en algunas especies en las que los sexos son opacos
no hay duda de que ha habido selección para la protección (Darwin
1871, ii, págs. 179, 223-6). Sin embargo, hace énfasis en que aun la
coloración opaca en ambos sexos (bien sea la misma o dimórfica) no
indica precisamente que la causa sea la selección para la protección,
mejor que la selección sexual, aunque sea muy tentador caer en esta
presuposición. Al fin y al cabo, señala con justa razón, las hembras de
estas especies pueden preferir machos poco llamativos (una presu
posición razonable, pero no muy frecuente en él).
nüestra completa ignorancia del asunto” (Darwin 1871, ii, pág. 226).
Tal precaución con toda seguridad está fuera de lugar (7 es, a propó-
sitoj poco característica de Darwin). Es su plausibilidad, no su de
mostración, lo que está sobre el tapete.
De modo significativo, Darwin estaba mucho más dispuesto a
invocar la protección cuando la selección sexual no tenía nada que
ver. Advierte que el color de los huevos de dos cucús australianos es
más parecido que el de los anfitriones de los cucús cuando el nido
que se toman como parásitos está abierto que cuando está cubierto
(Peckham 1959, pág. 393), y se aprovecha de la solución de Wallace al
enigma de los grillos demasiado llamativos que le hacen propaganda
a lo mal que le saben a los depredadores (Darwin, F. 1887, iii, págs.
93-4; Darwin, F. 7 Seward 1903, ii, págs. 60,71,92-3; Marchant 1916, i,
págs. 235-6).
Hasta aquí la evidencia de la posición de Darwin. Ahora:, vamos a
la dificultad que plantea: ¿Por qué la adoptó? Tal como lo he dicho,
no puedo encontrar una respuesta clara 7 nítida. Pero he aquí algu
nas consideraciones que parecen importantes.
Darwin se sintió llevado a sus conclusiones sobre la importancia
de la herencia por sus propias investigaciones empíricas (publicadas
en TheVariations ofAnimáis andPlants under Domestication [La varia
ción de los animales y de las plantas bajo la acción de la domesticación]
(1868)), particularmente por sus hallazgos sobre la herencia en ambos
sexos 7 las limitaciones sexuales. Éstos fueron resultados que consi
deró experimentalmente bien fundados. Le parecía que haber cedido
por completo a la posición de Wallace habría sido inconsistente con
sus descubrimientos. Pero ésta no debe ser la respuesta correcta. Con
seguridad, aun dados estos hallazgos, Darwin era innecesariamente
no adaptacionista en cuanto atañía al funcionamiento de la herencia.
Al fin 7 al cabo tenía razones para suponer que todos los procesos
que examinaba (lo que, en particular, ahora reconoceríamos como
influencias hormonales (Ghiselin 1969, pág. 226)) habrían estado su
jetos a la selección natural a lo largo del tiempo de la evolución 7, lo
que es más, al adoptar el punto de vista que sostenía, Darwin estaba
adoptando una posición que era un poco rara en él. Hemos advertido
que eii el pensamiento darwinista se había presentado una división
de tiempo atrás entre aquellos que hacían énfasis entre la fuerte in
fluencia de la herencia y las limitaciones en el desarrollo que impone,
7 aquellos que hacían hincapié en el inmenso poder de la selección
(posiciones que eran descendientes darwinistas de concepciones
200
¿ LOS M A C H O S A F A V O R DE D A R W I N , ...
idealistas y utilitaristas). Uno puede encontrar a Darwin casi siempre
en el lado del poder de la selección, pero en este asunto estaba muy
inclinado, inexplicablemente, hacia el otro.
Comparemos la posición de Darwin con la de Wallace. Wallace
salió a defender con bríos la importancia de la selección: “Me parece
que la selección es más poderosa que las leyes de la herencia, de las
cuales hace uso” (Darwin, F. y Seward 1903, ii, pág. 86). Wallace se
quejaba de que en la explicación darwinista la coloración femenina
no guardaba relación con las fuerzas selectivas que actuaban sobre
ella; se convertía en un asunto de puro azar:
esta teoría no arroja ninguna luz sobre las causas que han hecho
que las hembras del tucán, el pájaro abejófago, el perico, el guacamayo
y el herrerillo en casi todos los casos sean tan alegres como el macho,
mientras en el fabuloso tanagra, el picotero enano y las aves del
paraíso, al igual que en nuestro propio mirlo, las hembras son tan
opacas y poco llamativas que casi no puede reconocerse que perte
nezcan a la misma especie (Wallace 1891, pág. 124).
mayor belleza de los machos sobre las hembras, sin necesidad delprin
cipio protector (Darwin, F. y Seward 1903, ii, pág. 74; el subrayado es
mío). Pero el hecho de que el color femenino sea menos esplendoroso
que el masculino no elimina la posibilidad de ubicarlo por medio de
la adaptación. Las teorías de Darwin de la selección sexual y de la
herencia pueden explicar en conjunto tanto la coloración masculina
como la ocurrencia del dimorfismo. Pero no pueden explicar la colo
ración femenina en los muchos casos en los cuales parece haber sido
protegida; éstos parecen exigir una explicación adaptativa.
¿Sería que Darwin, al fin y al cabo sí satisfacía esta exigencia? ¿Se
limitaba sólo a presuponer, sin decirlo, que ambos sexos empezaban
con colores protectores desde que la selección sexual salía a escena?
En aquel caso, los principios selectivos en realidad no necesitarían
ser vueltos a invocar para explicar los colores siempre opacos de las
hembras. Malcolm Kottler, el comentarista que había escrito más
extensamente sobre este aspecto de la historia darwinista, insinúa que
Darwin descuidó el asunto de que la selección natural mantenía a las
hembras con colores protectores, mientras se concentraba en mos
trar que la selección natural no podía hacerlas así (Kottler 1980, pág.
204). Entonces, algunas de las declaraciones de Darwin necesitan
interpretarse con más generosidad; quizás sus premisas están en la
presuposición de que las hembras tienen colores protectores. Al fin y
al cabo, resulta que Darwin no era el único que hacía tales asevera
ciones.
?lomemos, por ejemplo a Kottler mismo. Aunque hace la distinción
explícitamente, aun él suena con demasiada frecuencia como Darwin
mismo sobre este punto. Nos dice, por ejemplo, que Darwin tenía
razón, en los casos dé herencia limitada por el sexo, en no invocar la
selección para explicar los colores vivos de los pájaros hembras, por
que la selección sexual y las leyes de la herencia solas podían res
ponder por ellas: “La selección femenina sola, en conjunción con la
herencia limitada por el sexo desde la primera variación seleccionada
sexualmente en el macho, producirían un macho conspicuo y una
hembra inconspicua; en tales casos, la selección natural en aras de la
protección del sexo que está en mayor peligro era innecesaria” (Kottler
1980, pág. 204; el subrayado es mío). Parece olvidar (pero con seguri
dad no es así) que lo más probable es que la hembra no es sólo
“inconspicua sino que está camuflada”. Kottler también dice con gran
seguridad que “Darwin le atribuía la coloración del sexo menos llama
tivo a la herencia limitada por el sexo desde la primera de las varia-
204
¿ LOS M A C H O S A F A V O R D E D A R W I N , ...
ciones de color sexualmente seleccionadas en el sexo más llamativo”
(Kottler 1980, pág. 204). También parece pasar por alto los muchos
casos donde no es suficiente “atribuirle” su coloración sólo al hecho
de que ella no hereda la de él. De manera semejante, al discutir las
correlaciones entre la coloración y la clase de nido, concluye: “Los
resultados eran exactamente los descritos por Wallace, pero habían
sido producidos sin la acción de la selección natural para la protección”
(Kottler 1980, pág. 219; el subrayado es mío). Esto suena como si ig
norara el hecho de que sin la selección natural uno puede explicar
algunos colores opacos, pero no los protectores. ¿Se trata sólo de que
Kottler comienza con la presuposición de que las hembras tienen
colores protectores, de manera que no se requiere más explicación
para su clase de dimorfismo? Ciertamente se refiere a su coloración
como “un rasgo claramente adaptativo” y está de acuerdo con Wallace
en que es “manifiestamente adaptativo” (Kottler 1980, págs. 204,217).
Sin embargo, no es tan manifiesto, porque de un mismo golpe castiga
a Wallace por tener un adaptacionismo demasiado celoso al expli
car la coloración femenina (v. gr. Kottler 1980, págs. 204,219). ¿Quizá
sí siente que Darwin no tenía “necesidad” de un principio protector?
Michael Ghiselin (1969, págs. 225-9,1974, págs. 131.178), también,
si lo entiendo bien, considera que tiene poca necesidad de explicar
los colores opacos de la hembra de manera adaptativa. Advierte que
la explicación de Wallace era adaptativa, mientras la de Darwin no,
pero lo ve como una fortaleza de la posición darwinista al comparar
la con el adaptacionismo dogmático de Wallace. Elogia a Darwin por
basarse en las leyes de la herencia para explicar características que
parecían “neutrales” o “mal adaptativas” (v. gr. Ghiselin 1974, pág.
178). Darwin sí emplea la herencia para explicar características de
esta clase, tales como los cuernos del reno hembra, que podían con
siderarse como pertenecientes a este caso (Marchant 1916, i, pág. 217);
pero el dimorfismo también cubre casos que exigen una explicación
adaptativa.
A propósito, hablando de los cuernos del reno hembra, parecería
que Darwin podría haber explicado la coloración llamativa de las
hembras por medio de la selección sexual. Su teoría no excluía la
posibilidad de escogencia de pareja por parte de los machos. De he
cho, incluso aceptaba que la escogencia que hacían los machos era
rutinaria en los humanos y ocurría ocasionalmente en otros anima
les. Pero en general hacía énfasis en que la escogencia de pareja era
casi exclusivamente femenina (sus razones, como lo hemos adverti-
205
¡ S Ó L O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
208
EL LEGADO DE WALLACE: UN SIGLO DE SELECCIÓN NATURAL
209
¿ S ÓL O S E L E C C I Ó N N A T U R A L ?
a los enemigos (Mottram 1915, pág. 663); por regla general, decía, las
especies de aves que son más víctimas de la depredación son especies
más sexualmente dimórficas que las especies más feroces, más gran
des o más sociables. Aunque no hace el intento de explicar cómo obra
el dimorfismo como protector (en otra parte había propuesto una
curiosa alternativa de selección grupal a la selección sexual (Mottram
1914)), concluyó que la “teoría de Darwin no puede explicar la corre
lación y qüe las diferencias sexuales posiblemente se deberían menos
a la selección sexual que a cel escape de los enemigos5 55 (Mottram
1915, págs. 674, 678). Hugh B. Cott, un zoólogo de Cambridge, más
tarde desarrolló una versión de la idea de Mottram (Gott 1946, pág.
506). Un día, cuando preparaba pieles de pájaros en Egipto advirtió
que los avispones estaban haciendo rapiña en las pieles descartadas
de las palomas de palma, pero evitaban las del martín pescador
moteado. La especie más conspicua tenía, al parecer, un sabor más
desagradable. Hizo la conjetura de que los pájaros vulnerables -es
pecies que son pequeñas, que viven en el piso, que tienen una gran
carencia de armas protectoras, etc - habían sido “forzadas... a lo lar
go de una de las líneas de especialización: aquellas que son relativa
mente comestibles buscaban la seguridad escondiéndose y aquellas
que eran de un mal sabor relativo, por medio de la publicidad” (Cott
1946, pág. 465). Pruebas cuidadosas sobre las preferencias de los
avispones, apoyadas por información sobre gatos y humanos, pare
cían respaldar esta conjetura. Cott se dio cuenta de que los miembros
de su grupo de catadores no eran los depredadores naturales de los
pájaros; pero “esta concurrencia de gusto parecía más notable cuan
do se encontraba... en tres criaturas tan totalmente diferentes en or
ganización y hábitos” (Cott 1946, pág. 501), suficientemente notable
para sugerir que también era muy probable que los depredadores
naturales estuvieran de acuerdo. Cott aceptaba que la selección sexual
podía funcionar cuando una especie relativamente no vulnerable
exhibía colores vistosos. Pero pájaros relativamente vulnerables que
fueran conspicuos, predecía, por lo general resultarían ser de mal sa
bor; sus tonos fuertes tendrían que ver con “la lucha interespecífica
por la seguridad, y no por la lucha intraespecífica por la reproduc
ción” (Cott 1946, pág. 501).
Más recientemente, Robert Baker y Geoffrey Parker (1979% si
guiendo su rastro, también concluyeron que la depredación ha sido
mucho más importante que la selección sexual en la evolución del
plumaje vistoso. En relación con su teoría de “presas improductivas”
214
EL LEGADO DE WALLACE: UN SIGLO DE SE L E C CIÓ N NAT UR A L
los pájaros evolucionan para conseguir una coloración viva para ha
cerse propaganda ante los depredadores. Esto no es tan descabellado
como parecería a primera vista. La aseveración que hacen es que los
pájaros más difíciles de cazar -los más veloces, por ejemplo, los de
vista más aguda-, también son los de colores más vivos; ellos infor
man a los depredadores potenciales que los intentos de depredación
van a rendirles un retorno bajo, comparado con presas que luchan
por no parecer notorias: “ Tú no me puedes agarrar. Ve a atrapar a las
que tratan de esconderse”. Baker y otros, después de esto han intenta
do interpretar una variedad de datos como evidencia en apoyo de lo
anterior (Baker 1985; Baker y Bibby 1987; Baker y Hounsome 1983).
Esto ha generado una fuerte discusión y no mucho acuerdo (Ander-
sson 1983a; Krebs 1979; Lyon y Montgomerie 1985; Reid 1984). Para
tomar sólo dos ejemplos de la serie de dificultades: ¿Qué exactamente
sería evidencia?, ¿es, por ejemplo, la depredación de los gatos domés
ticos relevante, dado que no sería una presión de la selección a lo
largo del tiempo de la evolución?, ¿y qué decir acerca de los datos que
aparentemente la teoría no es capaz de manejar* tales como la hora
de la muda de los pájaros con relación a los cambios estacionales de
su plumaje conspicuo?
Dicho sea de paso, un naturalista del siglo x ix sostenía que la
selección natural trataba de lograr el resultado exactamente contra
rio al de una “presa improductiva”. Jean Stolzmann (Stolzmann 1885)
sostenía -con toda seriedad- que el esplendor masculino en los pája
ros era el modo que la selección natural tenía para deshacerse del
exceso de machos. Los óvulos se desarrollaban con más facilidad para
volverse machos que hembras porque los embriones de los machos
requerían menos alimentación. Pero estos machos sobrantes consu
mían los recursos y molestaban a las hembras sin ninguna ventaja
evolutiva. La selección natural había acertado con varias soluciones
inteligentes, que Darwin por error había confundido con selección
sexual. La vistosidad les ayudaba a los depredadores a divisar su pre
sa y a las hembras a divisar a sus perseguidores; los rituales de canto
y danza mantenían ocupados a los machos y fuera del camino de las
hembras; las estorbosas plumas impedían el vuelo y les dejaban más
insectos a las hembras. Stolzmann advirtió que todo esto no sería
bueno para los machos mismos, pero, insistía, sin duda sería bueno
para la especie. Y al menos, dijo (con un poco de desdén), su explica
ción se ceñía a la selección natural y no recurría a mngún“ agent aussi
artificiel que la sélection sexuelle” (Stolzmann 1885, pág. 429).
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EL LEGADO DE WALLACE: UN SIGLO DE SELECCIÓN NATURAL
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EL LEGADO DE WALLACE: UN SIGLO DE SELECCIÓN NATURAL
219
7
¿P U E D E N L A S H E M B R A S M O L D E A R A LO S M A C H O S?
muy personal): “Au premier abord, il nous est difficile d’admettre chez
les femelles des oiseaux la présence d}un goüt esthétique si fortement
développé comme le sígnale Darwin” (Stolzmann 1885, pág. 423). Groos
pensaba que todo el proyecto darwinista podía beneficiarse al reem
plazar la idea:
222
SÓLO LOS HUMANOS PUEDEN ESCOGER
223
i P U E D E N L A S H E M B R A S M O L D E A R A LOS M A C H O S ?
Pero aun si las hembras admiran las plumas vistosas, las crestas
de gran tamaño o las explosiones de canto, sin embargo, argumentaba
Wallace, no escogen a sus compañeros sobre esta base. Disfrutar y
apreciar estos rasgos es una cosa. Permitirles que influyan sobre la
escogencia del compañero es otra. Esbozó una analogía con el gusto
femenino de los humanos:
Y lo mismo, argüía, sucede con los pájaros: “de igual manera, los pá-
224
“ la i n e s t a b i l i d a d de un i n d ó m i t o c a p r i c h o f e m e n i n o ”
jaros hembra pueden estar fascinadas o excitarse con un hermoso
despliegue de plumaje por parte de los machos; pero no hay prueba
de ninguna clase de si... [esto tiene] algún efecto para determinar su
escogencia de compañero” (Wallace 1889, págs. 286-7). ¿Entonces, qué
buscan las hembras? Nada, de acuerdo con Wallace: se limitan a mirar.
El argumento de Wallace presupone una conjunción poco proba
ble de fuerzas no adaptativas. Las hembras les prestan mucha atención
a los machos, sin ningún propósito adaptativo. Ellas ejercen discrimi
nación en el juicio, sin efectos selectivos. Ellas se fascinan y se excitan,
sin implicaciones evolucionistas para su escogencia de compañero.
Ciertamente, cada una de estas circunstancias podría dar lugar a otras
razones. Pero que todas se den al mismo tiempo es altamente impro
bable.
226
“la i n e s t a b i l i d a d de un i n d ó m i t o c a p r i c h o f e m e n i n o ”
melodiosos o bellos, de acuerdo con sus parámetros de belleza, pudie
ran producir un efecto marcado” (Darwin 1859, pág. 89; véase también
Darwin 1871, i, pág. 259, ii, pág. 78).
Wallace planteaba dos objeciones. Primero, le parecía poco pro
bable que las hembras discriminaran entre diferencias que eran sólo
muy pequeñas. ¿Cómo, preguntaba, podría haber evolucionado la
selección natural para producir poderes tan exigentes? Wallace acepta
ba de buena gana que criaturas como los pájaros y los insectos
podían distinguir colores diferentes. ¿Cómo podían los expertos en
la coloración protectora y la evolución de los colores en las flores (v.
gr. Wallace 1889, págs. 304, 306-8, 316-319) pensar de otra manera?
Pero de acuerdo con él los animales requieren más que una “percep
ción de diferenciación y contraste” de colores, mientras la selección
sexual exhibe una “apreciación de... una variedad y belleza infinitas
de... delicados contrastes y armonías sutiles de color” (Wallace 1891,
pág. 409). Los poderes de discriminación de las hembras, decía, son
demasiado débiles para distinguir variaciones tan pequeñas: “Yo no sé
cómo variaciones diminutas, suficientes para que la selección natural
opere, pueden ser seleccionadas sexuálmente. Parece que requiriéra
mos una serie de variaciones osadas y abruptas. ¿Cómo podremos
imaginar que cada pulgada de la cola del pavo real, o cada cuarto de
pulgada de la del ave del paraíso, serían advertidos y preferidos por
las hembras?” (Darwin, F. y Seward 1903, ii, págs. 62-3). Y ni siquiera
la evidencia de Darwin muestra que las hembras en realidad estén
empleando discriminaciones tan finas:
233
¿ P U E D E N LAS H E M B R A S M O L D E A R A LOS M A C H O S ?
234
EL P R O B L E M A DEL GUSTO
¿ P U E D E N LA S H E M B R A S M O L D E A R A LOS M A C H O S ?
sus parejas (v. gr. Darwin y Seward 1903, i, págs. 324-5,113; Wallace
1889, págs. 336-7). Entonces, es claro que á los ojos de Darwin la idea
de la elección estética era un aspecto importante de su teoría.
Esto nos trae de regreso a la cuestión de por qué sucedía así. Co
mencemos descartando lo que no hacía. No se limitaba a presuponer
que las colas de los pavos reales debieran parecer glamorosas a las
hembras sólo porque eran tan asombrosamente hermosas para no
sotros. Era muy consciente de que, aunque los casos paradigmáticos
de la selección sexual nos impresionan con su belleza pura, las carac
terísticas de los machos son a veces no sólo poco atractivas para los
humanos, sino que inclusive nos pueden parecer grotescas:
237
¿ P U E D E N LAS H E M B R A S M O L D E A R A LOS M A C H O S ?
240
EL PROBLEMA DEL GUSTO
241
8
¿P R E F IE R E N L A S H E M B R A S SE N SA T A S A LO S M A C H O S
C O N A T R A C T IV O S E X U A L ?
243
¿ P R E F I E R E N LAS H E M B R A S SEN S A T A S A LOS M A C H O S ...
Soluciones
Tres caminos hacia la belleza. Las alas del halieto: ¿son sólo aerodinámica
mente elegantes? La cola del viudo dominicano: ¿revela su cualidad? El
abanico del pavo real: ¿un capricho de la m oda femenina desbocada?
cola. Y lo que es más, si sus hijos heredan los ornamentos, ellos y sus
compañeras sufrirán el mismo destino. Es seguro entonces que la
hembra tiene buena razón para no escoger “ la belleza por la belleza”.
Parece injusto acusar a Darwin de no haber sido capaz de dar con
la idea de lo costoso de las características masculinas. Con toda segu
ridad la selección sexual es la única área en la cual el darwinismo
clásico reconoce de modo sistemático que las adaptaciones pueden
ser costosas. Al fin y al cabo, la teoría se construyó expresamente para
dar cuenta de las características de apariencia no utilitaria, caracte
rísticas que parecen no ser adaptativas según los cánones de la selec
ción natural. En El origen, el encabezamiento mismo bajo el cual
Darwin analiza la ornamentación masculina cuestiona su utilidad:
“La doctrina utilitaria, ¿hasta dónde es cierta?: la belleza, ¿cómo se
adquiere?” (Peckham 1959, pág. 367). Y Darwin dice de modo explí
cito que “puede llamarse útil sólo en un sentido muy forzado”
(Darwin 1859, pág. 199). También dice que las características
sexualmente seleccionadas “ han sido adquiridas en algunos casos al
costo no sólo de la inconveniencia sino de la exposición a peligros
reales” (Darwin 1871, ii, pág. 399). Por ejemplo, algunos pájaros con
sus colores llamativos o su ornamentación son presa fácil o se les
dificulta luchar (Darwin 1871, ii, págs. 96-7,233,234); de modo simi
lar, las estructuras construidas por los tilonorrincos “debe costarles
a las aves mucho trabajo” y a los tucanes deben “estorbarles” sus
inmensos picos (Darwin 1871, ii, págs. 71,227).
Y lo que es más, y otra vez poco usual dentro del darwinismo
clásico, Darwin veía las características sexualmente seleccionadas
como producto del trueque, porque las oportunidades de supervi
vencia se disminuyen a cambio de tener ventajas para el apareamiento:
De modo similar dice que las características que le harían daño a los
jóvenes podrían, en los machos mayores, tener más peso, por sus ven
tajas reproductivas (Darwin 1871, i, pág. 299).
245
¿ PR EF I ER E N LAS HE MBR AS SENSATAS A LOS MACHOS ...
¿Por qué adopta Darwin por épocas una posición que está tan lejos
de su teoría? La razón tiene que ver con su explicación de cómo pue
de operar la selección sexual en especies monógamas. Como vimos
antes, con toda razón arguye que la selección femenina puede ser
una fuerza selectiva efectiva si los machos más resplandecientes se
aparean con las hembras más sanas y por tanto las que pueden criar
más pronto. Esta solución es adecuada tal como está. Pero Darwin,
sin embargo, llega a sentir la necesidad de darle a la selección sexual
un empuje adicional, postulando que los machos más atractivos, y
por tanto los que tienen descendencia más temprano, son los más
sanos (como las hembras que más pronto tienen descendencia).
Incluso resume su teoría de la selección sexual de esta manera: “ He
mostrado que este [éxito en la descendencia de los machos más
atractivos] probablemente indicaba que las hembras... preferirían no
solamente a los más atractivos sino al mismo tiempo a los más vigoro
sos...” (Darwin 1871, ii, pág. 400). Esta presuposición no es necesaria
para solucionar el problema de Darwin. Además, tiene pocas bases,
dada la evidencia disponible para él (pues a diferencia de Wallace,
Darwin no ofrece razón para presuponer que la belleza y la caHdad
van mano a mano). Y es extraña a su teoría, pues su idea central es
que las hembras no seleccionan nada más que la belleza por sí misma.
Yo hago énfasis en este punto porque, antes del reciente resurgi
miento del interés en la selección natural, la teoría de Darwin se
tomaba de modo erróneo en el sentido de que la selección femenina
combinaba “ buen gusto” y “ sensatez”. Malos entendidos como el
250
LA SOLUCIÓN DE WALLACE
251
¿ P REF IER EN LAS HEMBRAS SENSATAS A LOS MACHOS ...
por ejemplo su análisis de la cola del pavo real (Wallace 1889, págs.
292-3). Dice que en algunos casos es útil tener el plumaje accesorio,
que ha sido desarrollado por la selección natural para protección en
el combate. Admite que, sin embargo, esto no puede responder por
todos los casos de costos aparentes: “las plumas enormemente alar
gadas del ave del paraíso y del pavo real pueden, sin embargo, no
tener tal uso, pero tienen que ser más dañinos que benéficos para la
vida diaria del pájaro” (Wallace 1889, págs. 292-3). Pero de acuerdo
con Wallace, el daño no podía ser demasiado, porque los pájaros
parecen arreglárselas a pesar de eso. De hecho, la extravagancia del
pavo real no hace más que apoyar su aseveración (recordemos su
teoría fisiológica del ornamento) de que los machos tienen una re
serva tan grande de energía que pueden permitirse cargar lo que de
otra manera podría ser un fardo demasiado pesado. El hecho de que
las plumas
253
¿ PR EF I ER E N LAS HE MB R AS SENSATAS A LOS MACHOS ...
254
¿ES RAZONABLE LA SENSATEZ ?
LAS HEMBRAS
ELIGEN POR
Buenos recursos
(‘el mejor nido’ )
También llamados
no adaptativos, mal\xdaptat¡vos, El macho suministra el nido y otros
arbitrarios, estético, Jjsheriano recursos, por lo tanto la hembra
puede escoger por la calidad de los
recursos y no sólo por la calidad del
macho.
enético
Estos dos algunas veces (’elmejoh nido’ - ambiental)
llamados adaptativos
Las diferencias en la
calidid de los machos
surgen en su totalidad de
diferencias ambientales.
Los tres llamados algunas veces La hembra está escogiendo
'buenos genes’ sólo *el- mejor nido’, no
al mejor ‘armador de nidos’
255
¿ PR EF I ER E N LAS HE MB R AS SENSATAS A LOS MACHOS ...
mina entre diferentes genes, y por tanto no actúa como fuerza selectiva
sobre los machos). En cuanto a la clase de selección de constitución
sana, he dicho que es llamada selección de buenos genes en contraste
con selección de buenos recursos. Pero algunos autores usan el tér
mino buenos genes para demarcar una categoría más amplia, muy
semejante a la que yo he llamado de sensatez. En este caso, los buenos
genes cubren no sólo la clase de selección de constitución sana sino
también los buenos recursos genéticamente diferenciados, la catego
ría completa que he llamado de sensatez, diferente de los buenos
recursos no genéticos. Cuando buenos genes se usa de esta manera,
la idea es hacer un contraste entre lo que he llamado selección sensata
(al menos, selección sensata que refleja diferencias genéticas) y lo que
he llamado selección de buen gusto (la noción de Darwin de selec
ción). En este contexto la selección de buen gusto a veces se llama no
adaptativa, mal adaptativa, arbitraria, estética o fisheriana, y su alter
nativa (sensatez genética) se llama selección adaptativa. Finalmente,
genes buenos a veces cubre no sólo la categoría que he mencionado
sino también buen gusto; en otras palabras, toda la selección femenina
que incluye las diferencias genéticas. En tal caso, la subcategoría de
buen gusto es a menudo llamada genes buenos fisherianos. (Bueno,
yo les advertí que esto iba a ser tortuoso).
Por mi parte, una distinción fundamental que quiero hacer es
entre buen gusto y sensatez. Y dentro de la categoría de sensatez en
contraremos importante distinguir entre especies en las cuales los
machos ponen los recursos en el esfuerzo reproductivo (cuidado pa
terno) y aquellos en los cuales no son sino donantes de esperma.
Donde el macho proporciona recursos, la hembra estará interesada
en la calidad de estos recursos; donde proporciona nada más que
esperma, le interesarán sólo sus genes. Como hemos notado, en las
especies que tienen cuidado paternal, las preocupaciones de la hembra
podrían muy bien incluir recursos que no reflejan diferencias gené
ticas; pero en este punto nuestro interés global diverge del de ella,
pues nos preocupa la evolución y por tanto, en últimas, los genes, de
manera que buenos recursos generalmente significará selecciones
entre machos genéticamente diferentes. Por supuesto, en la práctica
una hembra puede hacer más que una clase de escogencia, y esto nos
sería muy difícil de discernir.
Pero apartándonos de la terminología, hay una dificultad seria
entre estas teorías de sensatez, particularmente en la versión de los
genes buenos, a la que llegaremos en un momento. En una nota más
257
¿ P REF IER EN LAS HE MBR AS SENSATAS A LOS MACHOS ...
258
edición., págs. 304-13; Kodric-Brown y Brown 1984; Maynard Sniith
1985; Nur y Hasson 1984; Pomiankowski 1987). En efecto, las teorías
de la desventaja en general ponen patas arriba todo el mundo darwi-
nista. La última vez que nos las encontramos fue cuando miramos las
explicaciones adaptativas. Entonces dejamos a la cebra poniéndose
potencialmente en desventaja al lucir bandas que sin misericordia
traicionarían sus músculos subdesarrollados o sus piernas débiles.
Esto es, si tuviera tales defectos. Por supuesto, si tenía rayas y era
fuerte, entonces las bandas contarían una historia más feliz. De acuer
do con el punto de vista de la desventaja, cuando el propósito es im
presionar a compañeros potenciales, el resultado podría inclusive
hacer parecer sobria la deslumbrante cebra. Amotz Zahavi, quien
propuso el principio de la desventaja, dice en sus charlas sobre los
pelícanos machos (Pelecanus onocrotalus) que a éstos les crecen unos
morros grandes en los picos durante la temporada de apareamiento,
tan grandes que les dificulta la vista. Ahora bien, si hay algo que un
pelícano debe tener es la visión clara, para poder ver con precisión
antes de sumergirse a buscar peces. Parece, entonces, que los machos
se ponen en desventaja de manera deliberada. Eso es exactamente lo
que sucede, dice Zahavi. Todo el punto delejercicio está en jactarse, y
en hacerlo de manera confiable. “ ¡Miren qué bien me puedo alimen
tar a mí mismo, aunque tengo este gran morro al frente de los ojos!”
Entre mayor el morro, más diciente es la prueba y más confiable su
aseveración.
De manera que las hembras zahavianas explotan el hecho de que
los morros y los colores vivos y las colas largas implican costos reales.
Las desventajas llevan el mensaje de que el macho puede sufragar
estos costos. Por supuesto, los machos podrían tratar de falsificar su
carga. Pero Zahavi y otros argumentan que la propaganda desho
nesta, ante el escrutinio femenino, no es estable desde el punto de
vista de la evolución. Entonces, las cargas que evolucionarán son las
que son difíciles de falsificar. Y así la hembra sabrá que si un macho
se las ha arreglado para escapar de sus depredadores, alimentarse y
en términos generales mantener la lucha por la existencia, aun con su
plumaje llamativo o su cola poco ágil, entonces sin duda debe ser de
cualidad número uno A. Puede confiar en que las desventajas del
macho la llevarán a una pareja con buenos genes. Ahora, todo esto
cambia dramáticamente las reglas del juego de la sensatez de Wallace.
Wallace presupone implícitamente que la selección de sensatez ten-
¿P R E F IE R E N LAS H E M BR AS SENSATA S A LOS MACHOS ...
263
¿P R E F IE R E N LAS H E M BR A S SE NSATAS A LOS MACHOS ...
renda, sino que puede llevar a una ornamentadón tan costosa que se
puede considerar cualquier cosa menos sensata. Esto era lo que nece
sitaba la teoría de la sensatez de Wallace. Y, con este nuevo giro, por
fin está obteniendo más potencia de la que parecía tener al principio.
267
¿P R E F IE R E N LAS H E M BR AS SENSATAS A LOS MACHOS ...
268
9
“ H A S T A Q U E S E E F E C T Ú E N E X P E R IM E N T O S
C U I D A D O S O S ... ”
273
“ h a s t a q u e s e e f e c t ú e n e x p e r i m e n t o s c u i d a d o s o s . . . ”
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“ h a s t a q u e s e e f e c t ú e n e x p e r i m e n t o s c u i d a d o s o s . . . ”
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“ HASTA QUE SE EFECTÚEN EXPERIMENTOS C UI DA D OS OS ”
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“ HASTA QUE SE EFECTÚEN EXPERIMENTOS CUIDADOSOS ...”
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“ HASTA QUE SE EFECTÚEN EXPERIMENTOS CUIDADOSOS . . . ”
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“ h a s t a q u e s e e f e c t ú e n e x p e r i m e n t o s c u i d a d o s o s ...”
que las hembras prefieren los machos con espuelas más largas. Y
resultó ser, significativamente para la hipótesis de los buenos genes,
que estos machos sobrevivieron más tiempo que los de espuelas
menos atractivas. Al parecer las espuelas no intervienen en decidir la
dominancia entre los machos (el tamaño y la extensión de la cola son
lo que importa), de manera que la preferencia femenina toma sim
plemente su clave de la propia jerarquía de los machos y deja que las
fuerzas selectivas entre ellos establezcan los parámetros. Tampoco
utilizan las hembras el largo de la espuela como guía de la calidad del
territorio o de la edad. Parece que la preferencia femenina estuviera
guiada sólo por las cualidades de supervivencia de los machos -por
genes buenos- Aparentemente las hembras de las mariposas Colias
tiene una preferencia similar (Watt et al 1986). Su estrategia no es
exactamente la misma, porque el espermatóforo lleva nutrientes al
igual que esperma: recursos, así como genes. Pero en cuanto tiene
que ver con los genes, las hembras prefieren machos con un genotipo
mejor para darles combustible para el vuelo y para mantener la tem
peratura, atributos relacionados entre sí, cruciales para las mariposas.
Es probable que las hembras tiendan hacia tales machos, porque estos
mismos atributos también les permiten persistir en su cortejo.
Todos estos ejemplos de sensatez son impresionantes. Sin embar
go, esta evidencia sola no basta. No habrá evolución de la selección
femenina y del adorno del macho, bien sea wallaciana o darwin-fishe-
riana, a menos que tanto la preferencia como la característica prefe
rida sean hereditarias, y a menos que el apareamiento con los machos
preferidos dé como resultado un éxito reproductivo mayor que el
promedio (o al menos, que esto hubiese sido cierto en el pasado evo
lutivo). Se ha encontrado alguna evidencia de esta clase, aunque está
lejos de ser completa. En las moscas de las algas (Coelopa frigida),
por ejemplo, las hembras que tienen un gen particular hacen una
selección particular de macho y también se aparean con más éxito
que las hembras que tiene un alelo diferente, aunque no necesaria
mente sea el mismo gen el responsable de su comportamiento
(Engelhard et al 1989). La descendencia híbrida de uniones entre
dos especies de grillos de campo australianos (Teleogryllus commodus
y T. oceánicas) se da en dos tipos; las hembras prefieren el canto del
llamado de los machos de su propio tipo (sólo los machos cantan),
con lo que indican que la preferencia de pareja va genéticamente unida
a las llamadas de los machos (Hoy et al 1977; véase también Doherty
y Gerhardt 1983). En los faisanes, las hembras que se aparean con los
287
“ h a s t a q u e s e e f e c t ú e n e x p e r i m e n t o s c u i d a d o s o s . . . ”
machos de espuelas más largas empollan más animales que las otras,
y los machos de espuelas más largas también disfrutan de un éxito
reproductivo mayor. En las escorpinas moteadas, los machos más
grandes parecen tener un éxito de empollamiento mayor. En las
moscas del género Bittacus, las hembras que discriminan tienen más
éxito al poner huevos y los machos con las presas cazadas más atrac
tivas tienen un éxito mayor en la transferencia de esperma; y lo que
es más, tanto la preferencia femenina como la selección de presas del
macho son ál parecer hereditarias.
En un detallado estudio de laboratorio Linda Partridge se propuso
demostrar específicamente una conexión entre la escogencia de la
pareja y un componente de éxito reproductivo (y tal vez quizás para
la selección sexual) (Partridge 1980). Dividieron las moscas de la fru
ta (Drosophila melanogaster) en dos grupos; en uno, a las hembras se
les permitió una escogencia Ubre de pareja y en el otro, se les asignó
al azar. Los descendientes de los dos grupos estuvieron expuestos a la
competencia normal, competencia para el acceso a un suministro de
comida limitado. Encontraron que una proporción significativamente
más alta de los descendientes de apareamientos escogidos por las hem
bras sobrevivieron hasta llegar a la edad adulta. Pareció entonces que,
al ejercer la selección, los padres podían afectar al menos este com
ponente del éxito reproductivo. Pero otras preguntas continúan sin
respuesta (véase v. gr. Arnold 1983; Maynard Smith 1982c, pág. 184).
¿Eran los padres capaces de hacer una escogencia de genes buenos,
por ejemplo, contrario al punto de vista de que la variación genética
que afecta la aptitud no sería heredada?, o ¿se trataba de un caso donde
se debía escoger aquellos diferentes a uno (apareamiento de selecti
vidad negativa)? ¿Se aumentó el éxito reproductivo total?, o ¿pesaban
más las pérdidas que los beneficios en algún otro componente del
éxito reproductivo -que, como John Maynard Smith (1985, pág. 2) lo
señala, podría esperarse tanto por razones teóricas (Williams 1957)
como empíricas (Darwin 1871, ii, págs. 51-68)? ¿Escogían las hembras
a los machos superiores, o eran los machos superiores más capaces
de obtener acceso a las hembras? ¿Si había escogencia femenina, era
ésta heredada o lo había sido en el pasado? ¿Tenía que ver el criterio
para selección de pareja con la clase de características exageradas que
Darwin trataba de explicar? Hasta que tales preguntas se contesten,
en realidad no sabemos qué nos pueden contar estos resultados sobre
si las hembras son seguidoras de Wallace.
Wallace habría estado aún más contento con una interpretación
288
“h a s t a que se e f e c t ú e n e x p e r i m e n t o s c u i d a d o s o s . . . ”
que ahora se da sobre numerosos hallazgos experimentales. Para él,
la idea de que las hembras escogían sus parejas, aun de manera sen
sata, era una explicación que utilizaba como último recurso. Su primer
recurso, por supuesto, era la selección natural ortodoxa. Pero su si
guiente preferencia era explicar el adorno masculino como resultado
de la competencia directa entre machos. Se sentiría reivindicado por
muchas de las aseveraciones que ahora se hacen.
Tomemos el canto del pájaro, que Darwin definitivamente consi
deraba existía para “fascinar a la hembra” (Darwin 1871, ii, pág. 5168).
Darwin estaba convencido de que era una característica sexualmente
seleccionada (aunque, de toda la evidencia que recogió, sólo citó a
un naturalista que sostenía haber observado una conexión -era en
pinzones y canarios- entre la capacidad de canto del macho y el éxito
del apareamiento (Darwin 1871, ii, pág. 52)). Darwin habría apreciado
el resultado de algunos estudios recientes. En dos especies de
cazamoscas (Ficedula hypoleuca y F. albicollis), se encontró que las
hembras favorecían mayoritariamente las cajas de nidos en donde
cantaban falsos pájaros (cortesía de las grabaciones) sobre aquellas
que permanecían silenciosas (Eriksson y Wallin 1986). En el caso de
la curruca (Acrocephalus schoenobaenus), se encontró que los machos
con los cantos más sofisticados lograban aparearse más rápido (lo
que probablemente les daba ventaja reproductiva) (Catchpole 1980).
Esta preferencia de las hembras continuó siendo válida bajo las
condiciones de laboratorio, cuando se retiraron los factores walla-
cianos de confusión tales como la calidad del macho o su territorio
(Catchpole et al 1984). (Pero esto no excluye la posibilidad de que el
canto sea un marcador de alguna otra cualidad sensata). Pero la
preferencia femenina no descarta la competencia masculina como
fuerza selectiva; ambas influencias podrían funcionar (Catchpole
1987). En los pájaros garrapateros de cabeza parda (Molothrus ater)
se encontró que las hembras mostraban preferencia por los cantos
distintivos de los machos dominantes sobre aquellos de los machos
subordinados (West et al 1981). Y en el azulejo cruceta, de Zambia,
(Vidua chalybeata) aunque la canción del macho y el comportamiento
muy exhibicionista que lo acompaña se han tomado hasta cierto punto
como modelados por la selección femenina, la agresión entre los
machos parece haber desempeñado un papel importante (Payne 1983;
Payne y Payne 1977). De hecho, algunos investigadores sostienen que
la competencia entre machos es a menudo la principal fuerza evolu
tiva en la producción de cantos complicados. Esto se ha sostenido,
289
“ h a s t a q u e s e e f e c t ú e n e x p e r i m e n t o s c u i d a d o s o s . . . ”
291
“ hasta que se efectúen experimentos cuidadosos ...”
los machos; los machos pueden ser intimidados por el plumaje de
sus rivales en los encuentros agresivos... Los estudios de campo que
se han efectuado en especies en las cuales la evolución del plumaje
sofisticado en el macho se le ha atribuido clásicamente a la selección
femenina, generalmente no apoyan estas hipótesis de manera inequí
voca (Partridge y Halliday 1984, págs. 233-5).
Tomemos por ejemplo las aves del paraíso, uno de los grupos de
pájaros más sorprendentemente adornados. Se ha sostenido que hay
una especie (Paradisaea decora) en la que su plumaje extravagante y
su exhibición resultan casi por completo de la competencia entre
machos por la supremacía y el derecho a aparearse primero (Diamond
1981). Los machos dejan los despliegues más fabulosos el uno para el
otro. Cuando hay hembras presentes, dan un espectáculo más bien
pobre, y de todas maneras la selección femenina no llega a mucho
más que a aceptar el victorioso. El faisán dorado (Argusianus argus),
no ha escapado a esta degradación del papel femenino en la mode
lación de cuerpos -o, en este caso, de las plumas-, hermosos. Se ha
argumentando que la selección femenina no está determinada por
las sutilezas del plumaje artístico del macho sino por el efecto general
de su despliegue (ecos aquí de los desacuerdos de Darwiny Wallace)
y, más importante aún, por el hecho de que tenga un lugar para el
despliegue (Davison 1981). La embestida contra la selección femeni
na no se detiene allí. Algunos autores han indicado que aun cuando
hay selección, los machos a veces adquieren el derecho de prioridad
interrumpiendo con éxito los intentos de aparearse de otros machos;
el maniquí de cabeza dorada (Pipra erythrocephala) se ha citado como
ejemplo (Lili 1976). Para resumir, se discute que hay poca o ninguna
selección femenina en especies de tálamo; que aun cuando la hembra
sí escoge, puede no dirigirse hacia los ornamentos esplendorosos del
macho y que aun cuando su escogencia es por el ornamento, puede
estar simplemente reforzando los resultados de la competencia mas
culina.
Algunos críticos han contradicho estas interpretaciones de los
datos (v. gr. Cox y Le Boeuf 1977). Al fin y al cabo, argumentan, las
hembras podían simplemente hacer que los machos hagan el trabajo
por ellas, incitándolos a que compitieran el uno por el otro, de ma
nera que entre sí seleccionaran al superior. Y lo que es más, las hem
bras son a menudo capaces de escoger entre tálamos, aun cuando
tienen poca selección dentro de ellos. También tienen la opción de
292
“h a s t a que se e f e c t ú e n e x p e r i m e n t o s c u i d a d o s o s . . . ”
escoger un macho de bajo rango en la periferia de un tálamo. Cual
quier intento de otros machos por perturbar las cópulas entre una
hembra y un macho de su selección tiene pocas probabilidades de
éxito.
También hay nuevos hallazgos que están socavando esta visión
de la especie que va al tálamo como “un club masculino”. Se cita, por
ejemplo, que en el caso de la chachalaca, gran parte del plumaje vis
toso del macho y de su despliegue se había desarrollado a través de
competencias entre los machos por los límites territoriales (Wiley
1973). Desde este punto de vista, la hembra no estaba interesada en
los adornos sino en si el macho ocupaba una posición central en el
tálamo: una dirección de moda, no un traje de moda. Pero hasta ahora
se ha encontrado que la posición no es un factor determinante im
portante del éxito en el apareamiento. Más aún, como hemos visto,
las hembras establecen su programa en lugar de simplemente limi
tarse a aceptar el veredicto del combate masculino: ellas escogen a los
machos por su capacidad de pavoneo, una actividad que cuesta
mucho en energía y por tanto, presumiblemente, un signo de calidad
(Gibson y Bradbury 1985; Krebs y Harvey 1988).
Esta reinterpretación les devuelve a las hembras la escogencia.
Sin embargo, el criterio de las hembras sigue siendo el de la sensatez.
No hay informes hasta ahora en las especies que van al tálamo de
selecciones tipo darwin-fisheriana, de la belleza por la belleza. Pero
tal vez este icono de la selección sexual, el pavo real, al fin y al cabo va
a venir a rescatar a Darwin. Marión Petrie y sus colegas encontraron
que en el pavo Pavo cristatus, las hembras aparentemente prefieren
machos con el mayor número de ojos en la cola (Petrie et al 1991). Lo
que sucede es esto. En todas las especies que van a un tálamo, los
machos intentan asegurar el sitio del despliegue fuera de los límites
de su área, y sólo aquellos machos que logran asegurar uno pueden
hacer despliegue. Las hembras visitan a los machos en el tálamo. És
tas nunca se aparean con el primer macho que las corteja, y siempre
rechazan algunas parejas potenciales antes de decidirse. Hay una gran
variación en el éxito del apareamiento del macho; de los diez más
observados en un tálamo, los más exitosos copularon doce veces (con
ocho hembras diferentes) y los menos exitosos no lo hicieron ni una
vez. Más del cincuenta por ciento de esta variación se puede explicar
por el esplendor de la cola del macho, en particular por el número de
ojos. Se encontró, por ejemplo, que en diez de cada once cópulas
exitosas, la hembra había seleccionado al macho con el número más
293
HASTA QUE SE EFECTÚEN EXPERIMENTOS CUIDADOSOS ...
294
“ HASTA QUE SE E F E C T Ú E N EXPERIMENTOS CUIDADOSOS
295
“ h a s t a q u e s e e f e c t ú e n e x p e r i m e n t o s c u i d a d o s o s . . . ”
pensó Darwin, escogen los machos más fabulosos sólo porque son
los más fabulosos. Todavía no lo sabemos.
Cualquiera sea la historia que el pavo real nos cuente al fin, en la
actualidad la mayor parte de los otros símbolos de selección sexual
que se conocen, es decir la mayor parte de las especies que van a un
tálamo, están más allá de la comprensión darwinista (o de Darwin-
Fisher). Puede que esto a la vista de unos cuantos años parezca poco
generoso, tan poco generoso como ahora nos parece haber sostenido
que la función de la cola del pavo real y la canción del ruiseñor es
reconocimiento de la especie.
A propósito, he dicho que es una victoria para Wallace ver las
principales exhibiciones de Darwin aparentemente sucumbiendo a
la fuerza incontenible de la competencia masculina. No obstante, es
una victoria obtenida con grandes sacrificios en cuanto concierne al
darwinismo clásico. Sólo recientemente ha sido capaz el darwinismo
de entender los aspectos convencionales y ritualizados del compor
tamiento. Wallace veía que la competencia masculina funcionaría sin
problemas con base en las líneas de la selección natural; los machos
se tirarían de cabeza a luchar, con armas que serían útiles para otros
propósitos (v. gr. Wallace 1889, págs. 136-7, 282-3). En su teoría no
habría lugar para una escalada extravagante -tan característica de las
especies que van a un tálamo-, que la competencia masculina puede
generar. Aun los ejemplos menos llamativos que aceptamos como
éxitos de Wallace, -las canciones del mirlo de ala roja, de los azulejos
y de los garrapateros, la garganta roja del pez de tres espinas, las
charreteras del mirlo de ala roja-, tienen un elemento altamente
convencional que subyace al alcance del pensamiento clásico y que
requiere aún hoy de análisis cuidadoso. Una vez le pregunté al genetista
de poblaciones más eminente de Gran Bretaña y pionero en las ex
plicaciones de la competencia por medio de la teoría del juego conven
cional qué creía de las alegres presuposiciones que a veces se hacen
acerca del valor de las amenazas convencionales. “ Si yo fuera un pavo
real y otro macho me exhibiera la cola, le daría una patada en las
pelotas” fue su autorizada réplica. Y lo que es más, a diferencia de
Darwin (v. gr. Darwin 1871, ii, págs. 50,232-3,269), Wallace presuponía
que la competencia entre machos excluiría casi por completo la
selección femenina. Pero, tal como hemos advertido, puede haber
mucho campo de acción para la preferencia de la hembra, especialmente
de la clase de hembra sensata, aun si la competencia masculina es la
fuerza impulsora principal.
296
“ h a s t a q u e s e e f e c t ú e n e x p e r i m e n t o s c u i d a d o s o s . . . ”
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1950, pág. 268). De acuerdo con Michael Ruse, hay un falso conoci
miento que se ha generalizado: “hoy en día se suele argumentar que
Darwin estaba obsesionado con el hecho de la muerte, a tal punto
que excluía por completo el hecho de la reproducción” (Ruse 1971,
pág. 348).
Para el darwinismo moderno todo esto es una tempestad en
un vaso de agua. Hoy en día, la distinción entre la reproducción y la
supervivencia de organismos particulares ha perdido esta significa
ción suprema. Desde un punto de vista centrado en el gen el asunto
importante es: “ ¿qué contribución puede cualquiera de las dos hacerle
a la réplica de los genes?”
Al considerar la selección sexual como algo que se ve menos ri
guroso que la selección natural, este punto de vista tenía una
consecuencia interesante. Llevaba a un contraste impresionante
entre los puntos de vista clásico y moderno del darwinismo sobre la
variabilidad de las características sexualmente seleccionadas dentro
de una especie. El darwinismo clásico presuponía que, en términos
generales, la variabilidad surgiría sólo cuando las fuerzas selectivas
no fueran rigurosas; que bajo condiciones exigentes, las adaptacio
nes serían casi siempre uniformes. (Recordemos que Darwin trataba
los hábitos aparentemente erráticos de poner huevos de los ñandús y los
garrapateros como un instinto “ imperfecto” ). Darwin advertía que
las características sexualmente seleccionadas a menudo exhibían
marcadas diferencias estructurales y comportamentales dentro de una
especie (v. gr. Darwin 1871, i, págs. 401-3, ii, págs. 46,132-5)7 tomaba
esto como evidencia para su punto de vista de que la selección sexual
era menos rigurosa que la selección natural. Hablando de escarabajos,
por ejemplo, dice: “ El extraordinario tamaño de los cuernos y la
estructura inmensamente diferente de formas que están muy cercanas
indican que éstos han sido formados para algún propósito importante,
pero su excesiva variabilidad en los machos de la misma especie lleva
a la inferencia de que este propósito no puede ser de naturaleza defi
nida” (Darwin 1871, ii, pág. 371). Concluye entonces que son adornos
sexuales.
Donde el darwinismo clásico veía diferencias individuales sin
propósito, el darwinismo moderno encuentra con mayor frecuencia
que lo que está en juego es la selección. Por lo general se entiende la
variabilidad como selección dependiente de la frecuencia: si el más
escaso de dos tipos ha tenido una ventaja en virtud de ser raro, en
tonces la variabilidad se mantendrá automáticamente. Pensemos en
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EL ROSTRO CAMBIANTE DE LA SELECCIÓN SEXUAL
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LA S U P E R A C I Ó N DE LOS F A N T A S M A S DEL D A R W I N I S M O
mos inferir que éste sería el caso para la hembras, que no están arma
das, no tienen adornos y son capaces de sobrevivir y procrear su
especie” (Darwin 1871, i, pág. 258). Y lo que es más, los resultados
finales de la selección natural y de la selección sexual halaban típica
mente en direcciones opuestas. Donde la selección natural favorecía
el camuflaje, ir con la corriente y los costos energéticos bajos, el gusto
de las hembras llamaba a los colores brillantes, a las estructuras extra
vagantes y al comportamiento notorio. Este contraste entre lo útil y
lo ornamental se consideraba la diferencia más preponderante entre
la selección natural y la sexual. Al fin y al cabo, fue la extravagancia
barroca del adorno masculino lo que originalmente le planteó el
problema de la selección sexual a Darwin.
Las presuposiciones que subyacen a esta distinción son típicas
del darwinismo clásico. La selección sexual sí aceptaba que tenía que
ver con un trueque (entre la ventaja del apareamiento, por una parte
y la supervivencia junto con los restantes aspectos de lá reproducción,
por la otra); pero los costos en que se incurría por las adaptaciones
de la selección natural tendían a ser pasados por alto. Y las caracte
rísticas sexualmente seleccionadas eran por lo general consideradas
características sin ningún “uso real” y aun dañinas para sus poseedores,
pero se daba por sentado que las adaptaciones de la selección natural
serían útiles para el que las portara.
Muchos darwinistas, a menudo bajo la influencia de un pensa
miento vago a nivel de especie, llegaron a considerar esta generosidad
ornamental bajo una luz muy oscura. Las adaptaciones sexualmente
seleccionadas (junto con aquellas de otras fuerzas intraespecíficas) se
consideraban tan útiles para el individuo pero tan “egoístas”, que eran
malas para la especie, quizás tan malas que podrían llevar de modo
inexorable a la extinción. Los adornos del macho (y las armas desarro
lladas por los machos al competir con las hembras) se consideraban
ayudas en interés propio para el éxito reproductivo de sus poseedores,
que ponían en peligro el bien colectivo. Éstas eran las consideraciones
de Konrad Lorenz:
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sido totalmente suprimida: “Hice todo lo que pude para luchar por
la verdad científica y en realidad he exhibido una evidencia
inmensamente fuerte en favor de la teoría de Darwin de la selección
sexual. Pero me parece, sin embargo, que puesto que la teoría misma
está (oficialmente) sin respaldo, tal evidencia no se desea” (Selous
1913, pág. 98); dio como ejemplo un artículo en The British Bird Book
donde dice; “No hay referencia a ciertos hechos... que he registrado,
aunque contradigan lo que generalmente se asevera sobre el tema...
Nada se dice sobre la conducta de la hembra de las aves, que de ‘indi
ferente5 no tiene nada, que muestra con tanta claridad su poder de
selección... tal como lo infirió Darwin, pero que todavía se niega de
manera tan constante” (Selous 1913, págs. 96-7). Con la llegada de la
síntesis moderna la selección natural se volvió a establecer. Pero la
selección sexual seguía siendo ignorada. Si miramos en el índice de
cualquiera de los textos clásicos de aquel período no la encontrare
mos. Si las entradas del índice son medida de la importancia que se le
otorga a algo, entonces la selección sexual no estaba en la vanguardia
de las ideas. En Dobzhansky (1937), Simpson (1944,1953), y aún en
una revisión histórica reciente del período (Mayr y Provine 1980) es
evidente su ausencia; en Mayr (1942,1963) y Rensch (1959) se men
ciona una vez; en Huxley (1942) se le da un tratamiento más largo:
dos páginas (págs. 35-7). La contribución de Fisher debió haber res
catado la selección sexual de la oscuridad. Pero esto toma aún otro
siglo. ¿Por qué la teoría de Darwin -que hizo surgir tanto interés en
sus comienzos y lo ha hecho de nuevo en las décadas recientes- por
qué, durante los años que pasaron entre esas dos épocas sufrió una
carrera tan poco gloriosa?
A primera vista, la razón principal podría ser que la propia versión
de Darwin de la teoría dejó la selección de la hembra sin explicación.
Y sin explicación permaneció hasta que Fisher retomó el problema:
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Darwin aceptaba que concebir la cola del pavo real como un pro
ducto de la selección femenina era un “una extensión tremenda”
(Darwin; F. y Seward 1903, ii, pág. 90). Pero nunca cedió en su insis
tencia de que debiéramos extender nuestra creencia. “Mi convicción
del poder de la selección sexual permanece inconmovible” (Darwin
1871, segunda edición., pág. viii), dijo en el prefacio de la segunda
edición de El origen del hombre. Contrastan estas palabras con sus
dudas sobre la selección natural y son todavía más dicientes. Su
convicción permaneció inamovible hasta el final. Tal como Romanes
lo anotó,
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PA RTE 3
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El problema del altruismo
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Prisionero uno
Las ganancias son para el Prisionero uno
Prisionero dos
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do cerca del nido habían matado a dos pichones, los padres se vengaron
atacando los pájaros disecados; pero rápidamente “perdonaron” a los
aparentes traicioneros cuando sus pichones vivos les fueron devueltos.
Las mismas fuerzas pueden trabajar cuando los mandriles oliva
machos (Papio anubis), se juntan en coaliciones temporales (no
de parientes) contra opositores solos (Packer 1977); cuando los monos
vervet (Cercopithecus aethiops) están más deseosos de ayudar a otros
(de nuevo no parientes) si el individuo que solicita ayuda ha acicalado
al ayudador (Seyfarth y Cheney 1984); cuando las mangostas enanas
(Helogale párvula) hacen el papel de “nanas” (para los no parientes)
(Rood 1978); cuando los peces espinosos (Gasterosteus aculeatus) juntos
emprenden la peligrosa tarea de aproximarse a un depredador que
viene pisando con fuerza (Milinski 1987); y cuando parejas de peces
hermafroditas de los bancos de corales, el mero negro (Hypoplectrus
nigricans) se turnan, mientras ponen los huevos, en la alternancia de
ser el socio “macho” (baja inversión reproductiva), y el socio “hembra”
(alta inversión) (Fischer 1980).
Los altruistas recíprocos tienen que tener alguna manera de reco
nocerse entre sí, una manera de discriminar en favor de aquellos que
hacen buenos turnos y contra los que no. Pero no necesitan un cerebro
demasiado desarrollado, o ningún cerebro, que maneje esto; como
hemos advertido, en el caso de la selección de parentesco cualquier
equivalente funcional a una discriminación inteligente servirá. Podría
ser un contacto constante entre dos especies mutuamente dependien
tes, tales como el cangrejo eremita y su socia, la anémona de mar. O
podría ser un lugar único de encuentro, tal como los sitios confiables
adoptados por los peces que necesitan que les quiten los parásitos y
aquellos que se los quitan. De manera que los juegos del dilema del
prisionero no tienen que estar confinados a murciélagos, golondrinas
y monos. Aun los microbios y sus anfitriones podrían jugar. Axelrod
y Hamilton han especulado que el dilema del prisionero en esta clase
de análisis podría explicar por qué los microbios que son normalmente
benignos pueden de pronto volverse virulentos cuando su anfitrión
está fuertemente herido o tiene una enfermedad mortal. La sombra
del futuro de repente se encogió. Si el microorganismo necesita ser
infectivo para diseminarse a otros anfitriones, entonces es el momento
de aprovechar la oportunidad. Y quizás, lo han sugerido, los
cromosomas en la célula reproductora de una mujer pues hacen lo
mismo cuando ella llega al final de su vida reproductiva. Esto podría
explicar el aumento de cierta clase de defectos genéticos en los des-
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¿Son altruistas las caries dentales? ¡No era ni mucho menos éste el
modo como originalmente se había visto el autosacrificio, y sin em
bargo su lógica es innegable!
La diversidad de soluciones al problema del altruismo ha desper
tado la sospecha de un buen número de críticos de que la empresa
explicativa está de pie sobre bases falsas (v. gr. Midgley 1979a, págs.
440; Sahlins 1976, pág. 84). Esta impresión posiblemente se base en la
idea de que hay una sola característica que unifica el fenómeno, de
donde se sigue que debe haber una solución simple y unificada. No la
hay y de todas maneras no se sigue.
Inspirados en el reciente interés por el altruismo, los biólogos han
comenzado a detectar un caudal de comportamientos de apariencia
altruista, previamente invisibles para los ojos darwinistas. De hecho,
comienza a murmurarse que el emperador tiene un traje nuevo:
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f V
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EL A L T R U I S M O DE A N T A Ñ O
contra la sequía” (Darwin 1859, pág. 62). La lucha puede ser conducida
principalmente no por medio de encuentros armados o tomas pe
rentorias, sino por el camuflaje sutil, la alimentación nocturna o
simplemente acostándose a ras de suelo. De manera que el interés
por sí mismo no necesita parecer brutal y fuerte; podría venir en
multitud de estilos. Esta interpretación más amplia era lo que Dar
win quería que su teoría abarcara: “Empleo el término lucha por la
existencia en un sentido amplio y metafórico, que incluye la depen
dencia que un ser tiene de otro” (Darwin 1859, pág. 62). Da como
ejemplo la planta del desierto. De hecho, escogió el término prefi
riéndolo a su frase original: “ La guerra de la naturaleza”, porque era
más probable que comunicara su sentido más amplio (Stauffer 1975,
págs. 172,186-8,569).
Sin embargo, aun para Darwin y Wallace las connotaciones de
guerra, explicablemente, ganaron la batalla. Ambas introducen la idea
de la lucha por la existencia al hacer énfasis en que estamos mal diri
gidos si pensamos que la naturaleza tiene una disposición amable:
A este libro se le puede objetar que tanto los animales como los
hombres están representados bajo un aspecto demasiado favorable;
que insiste en sus cualidades sociales, m ientras sus instintos
antisociales y de dominio casi no se tocan. Sin embargo, esto era ine
vitable. Hemos oído hablar tanto últimamente de la dura e incle
mente lucha por la vida (que se decía cada animal llevaba a cabo
contra todos los demás...) y ciertas aseveraciones se han vuelto un
artículo de fe tan fuerte, que era necesario, primero que todo, propo
ner una amplia serie de hechos que mostraran la vida humana y ani
mal bajo un aspecto algo diferente (Kropotkin 1902, pág. 18; véase
también 1899, ii, págs. 316-18).
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La cruel naturaleza
La araña suramericana comedora de pájaros con su presa
Contemplamos el rostro de la naturaleza iluminado de la dicha... olvidamos
que los pájaros que ociosos cantan en nuestro alrededor viven, en su mayor
parte, de insectos o semillas, y que por ende destruyen la vida, o no recorda
mos en qué cantidad estos cantantes, o sus huevos, o sus nidos, son destruidos
por pájaros y fieras depredadoras. (Darwin, E l origen )
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Bowler 1976,1984, pág. 164; Gale 1972; Harris 1968, págs. 105-7; Ho
1988, págs. 119-20; Montagu 1952, pág. 31; y probablemente de modo
más irónico que serio, Marx en Meek 1953, pág. 173). Pero esto presu
pone que los darwinistas veían el rostro del capitalismo como algo
feo. Existe la visión de que, por el contrario, el espíritu prevaleciente
de las clases privilegiadas, a las cuales todos pertenecían, era de opti
mismo: la presuposición de que la lucha estaba coronada por el pro
greso y que el progreso aliviaba el sufrimiento (Schweber 1980, págs.
271-4).
El altruismo no detectado
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EL A LT R U ISM O NO D E T E C T A D O
Pero no debemos tomar los términos como “el bien del grupo” (o
especie, o lo que sea) como signos de un desafío explícito a la ortodo
xia. Muy a menudo fueron empleados con alegre inocencia. A veces,
de hecho, no llegaron a ser más que un mero giro lingüístico, una
forma de decir que en realidad no quería implicar más que “el bien
del individuo”. A veces tenían que ver con la selección a un nivel más
alto, pero a menudo se ve que esta aseveración era ingenua, exenta de
toda noción de que la selección de esta clase implicaría un alejamiento
radical del funcionamiento normal de la selección natural y requeri
ría un mecanismo radicalmente diferente para guiarla.
Durante varias décadas, entonces, los darwinistas desplegaron sin
darse cuenta una extraña mezcla de ortodoxia y heterodoxia. Algunas
veces, muy pocas, predicaban y practicaban al mismo tiempo la orto
doxia de nivel individual de Darwin, Wallace y sus contemporáneos.
Otras, las aceptaban sólo de labios para afuera, mientras confiaban
demasiado en las nociones del “bien mayor”. Y gran parte del tiempo
hacían uso alegre y fio apologético de explicaciones de nivel mayor,
aparentemente inconscientes de que violaban principios ortodoxos;
es más, aparentemente inconscientes de en qué consistía la ortodoxia
en realidad.
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EL ALTRUISMO NO DETECTADO
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Las h orm igas y term itas han ren unciado a una “ guerra
hobbesiana” y gracias a ello les va mejor. Sus nidos magníficos, sus
construcciones...; sus caminos pavimentados y las galerías subterrá
neas con arcos; sus vestíbulos y graneros espaciosos; sus maizales,
sus cosechas y la fermentación del grano; sus métodos racionales de
empollar sus huevos y las larvas y de construir nidos especiales para
criar a los pulgones... descritos como “ las vacas de las hormigas”...
(Kropotkin 1902, pág. 30).
Este contraste [entre las ventajas del individuo y del grupo] está,
de hecho, por lo general ausente. Una ventaj a adaptativa del individuo
también es probable que sea ventajosa para la especie. Se solía presu
poner que esto siempre era cierto, o el asunto simplemente no se
planteaba. Esto sucedía cuando se entendía la selección y se la anali
zaba en términos puramente darwinistas, y la selección darwinista,
por lo general (pero no siempre) actúa para otorgar la ventaja de la
especie al favorecer individuos de algunas clases y eliminar los de
otras. Aun la selección en agregados sociales por lo general favorece
al individuo, pues su integración al grupo se considera favorable a la
supervivencia y adaptativo tanto para él como para el grupo, al ser la
estructura social favorable para continuar la reproducción de toda la
unidad. En tales casos la selección genética, así como la darwinista,
no produce contradicciones entre adaptaciones individuales y espe
cíficas (Simpson 1953, pág. 164).
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El altruismo degradado
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E l A L T R U I S M O DE A N T A Ñ O
lógica que subyace tras ellas. Este análisis, al que llegaron indepen
dientemente Richard Dawkins y el filósofo David Hull, se basa en
una distinción entre vehículos y replicadores (Dawkins 1976, págs.
13-21, segunda edición, págs. 269,273-4,1982, págs. 81-117,134-5,1986,
págs. 128-37, 265-9,1989; Hull 1981). (Hull escogió la palabra menos
diciente de “interactor” en lugar de “vehículo” ).
Consideremos las propiedades que cualquier cosa necesitaría a fin
de ser una unidad de la selección natural, una unidad a la cual pudié
ramos decir que las adaptaciones -efectos fenotípicos- benefician.
Primero, debe ser capaz de reproducirse a sí misma (más estrictamen
te, por supuesto, hacer copias de sí misma); debe ser autorreplicadora.
Segundo, debe tener la buena suerte de no replicarse con absoluta
fidelidad, sino de cometer pequeños errores ocasionales; los errores
introducen cambios y, por ende, diferencias en la población, y estas
diferencias son el material sobre el cual trabaja la selección. Y tercero,
estas entidades autorreplicadoras deberán tener propiedades que
influyan sobre su supervivencia, su reproducción y su probabilidad
de autorréplica adicional. A algo que tenga tales propiedades lo po
demos llamar replicador. Los genes son replicadores. Reproducen
copias de sí mismos, globalmente fieles pero con mutaciones ocasio
nales, y tienen efectos fenotípicos que influyen sobre su destino. La
selección natural puede obrar a nivel de los genes; los genes pueden
ser unidades de selección.
Hay otros candidatos a unidades de selección: organismos, grupos,
especies. Los organismos son los candidatos con más probabilidades.
Pero un organismo no replica facsímiles de sí mismo; sus descendien
tes no pueden heredar sus características adquiridas, los cambios ac
cidentales que ha sufrido durante su vida. Similares consideraciones
se plantean, aún con más fuerza, para grupos y otros niveles superiores.
Aunque en un sentido amplio se renuevan a sí mismos, se dividen,
se ramifican y persisten, no pueden ser verdaderos replicadores. No
tienen medios confiables de autopropagación, no tienen mecanismos
más o menos automáticos para sacar generación tras generación de
facsímiles. Entonces, los genes pueden ser replicadores pero los orga
nismos, los grupos y otros niveles de la jerarquía no pueden serlo. La
selección natural tiene que ver con la supervivencia diferencial de los
replicadores. De modo que los genes son los únicos candidatos a uni
dades de selección.
Si los organismos no son rephcadores, ¿qué son? La respuesta es
que son vehículos de los replicadores, portadores de genes, instru-
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EL ALTRUISMO DEGRADADO
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EL A L T R U I S M O DE A N T A Ñ O
más difíciles de manejar no hay un propósito común que los una con
fuerza, nada que conduzca los intereses divergentes a una armonía
perfecta, como sí lo hay en los organismos. Los genes que están en
vehículos de nivel superior no están encadenados por un compromi
so de autointerés en la supervivencia y éxito reproductivo de un or
ganismo en particular. Esto permite que afloren los conflictos entre
prioridades. Entonces, encontrar una propiedad adaptativa, una
propiedad más o menos universalmente satisfactoria, a nivel grupal
y aún superior, sería obviamente una hazaña mucho más complicada
para ser ejecutada por la selección.
Supongamos, sin embargo, que existiera tal propiedad. ¿Sería sig
no de que ahí habría funcionado la selección grupal? Imaginemos,
por ejemplo, que las especies que se reproducen sexualmente evo
lucionaron con mayor rapidez que las asexuales y florecieron a sus
expensas. Se podría tal vez argüir que ésta sería una propiedad a nivel
de especie, porque son las especies y no los individuos las que evo
lucionan. Si es así, la selección natural actuaría sobre las propiedades
no de grupos sino de individuos, actuando sobre los efectos fenotí-
picos a nivel grupal. Tal selección, entonces podría ser llamada
selección grupal en un sentido muy estrecho de la palabra. Pero no se
debe permitir que esta terminología oscurezca el hecho de que sigue
siendo simple y llanamente una selección de replicadores. Los grupos
en sí mismos no son unidades de selección, ni son replicadores: son
vehículos, unidades de adaptación para la selección del replicador.
En este limitado sentido de selección grupal, así como en la selección
centrada en el organismo, del darwinismo clásico, la evolución sigue
teniendo que ver con cambios en la proporción de los replicadores
(genes) como resultado de la influencia de sus propios efectos fenotí-
picos sobre su propia replicación. Al igual que la “selección de organis
mos”, la “selección grupal estrecha” tiene que ver con las alteraciones
en las frecuencias relativas de los alelos en los paquetes genéticos que
ocurren por los efectos fenotípicos de estos genes, efectos que se ma
nifiestan a nivel del organismo y del grupo respectivamente. Gomo
siempre, la selección tiene que ver con la supervivencia diferencial, y
las unidades que sobreviven a lo largo del tiempo de la evolución no
son grupos ni individuos sino replicadores. En este sentido estrecho,
entonces, podría darse una “selección grupal”. Siempre que haya genes
unidos podrán surgir propiedades emergentes para que progresen
sus individuos, propiedades que se manifestarían sólo a niveles de
grupo o superiores. Pero aun si surgieran -lo que, como lo hemos
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LOS INSECTOS SOCIALES: PARIENTES PERFECTOS
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LOS I N S E C T O S s o c i a l e s : p a r i e n t e s p e r f e c t o s
AB AB
La primera generación de
crías son todas genéticamente
idénticas; son genéticamente
más cercanas a sus hermanos
y hermanas que a sus propias
crías.
AA AB BA BB
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LOS INSECTOS SOCIALES: PARIENTES PERFECTOS
hereda el cromosoma X del padre (el único que él tiene para dar) y
uno de los dos cromosomas X de la madre. Así, con respecto a sus
cromosomas sexuales paternales, los machos son, de hecho, mellizos
idénticos de sus hermanos y las hembras son, de hecho, mellizas idén
ticas de sus hermanas. No sucede lo mismo con respecto a sus
cromosomas sexuales maternales, o cualquiera de sus cromosomas
ordinarios. En lo que atañe a un gen o a un cromosoma sexual, en
tonces, los hermanos del mismo sexo son más cercanos genéticamente
de lo que podrían ser los descendientes potenciales. En particular, un
gen para la esterilidad individual al servicio del cuidado de un
hermano del mismo sexo podría ser favorecido si resultara estar lo
calizado en un cromosoma sexual.
Teóricamente, tal “altruismo del cromosoma sexual” es una ruta
posible para la esterilidad de la obrera en muchos animales con
cromosomas sexuales, incluyendo los mamíferos. Hamilton advirtió
esto hace algún tiempo (Hamilton 1972, pág. 201), pero pensó que los
cromosomas sexuales constituyen una fracción tan pequeña del
genoma (solo 5% en algunos mamíferos, por ejemplo) que tal
altruismo es poco probable. Como veremos, tenía algo más grande
en mente; ya había aclarado el caso análogo de castas de obreras esté
riles en los himenópteros, donde las hermanas plenas son especial
mente cercanas la una a la otra respecto al genoma completo. Sin
embargo, más recientemente ha aparecido el hecho de que las termitas
también tienen algo grande que ofrecer. En algunas especies, una
porción grande del genoma (incluso hasta casi la mitad) está ligada
a los cromosomas sexuales, formando lo que es en realidad un
cromosoma sexual gigante. Aquí, entonces, la objeción al “altruismo
del cromosoma sexual” desaparece. Los genes de las termitas en rea
lidad sí tienen una probabilidad significativamente mayor de ser com
partidos por los hermanos mismos que por los hijos, debido a que el
grupo de genes que funciona como un cromosoma sexual es tan
desusadamente grande. Quizás, entonces, hace mucho tiempo en el
pasado evolucionista, este vínculo de grandes partes del genoma con
los cromosomas sexuales ocurrió en especies de termitas y ayudó a
que despegara el altruismo del parentesco, aún en especies en las que
quizás no existe tal vínculo hoy. Pero existen problemas. El principal
es que las termitas no parecen comportarse como se predice. Parecen
desplegar altruismo con sus parientes independientemente del sexo;
tanto machos como hembras actúan como ayudantes estériles y no
se ha encontrado hasta ahora evidencia de que ninguno de los sexos
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LOS i n s e c t o s s o c i a l e s : p a r i e n t e s p e r f e c t o s
(Ruse 1979a, pág. 217), pero en otro lugar argumenta con gran fuerza
contra la aseveración de que la solución de Darwin es de seleccionis
mo grupal (Ruse 1980, págs. 618-19) (aunque su noción de selección
grupal tampoco es clara). También Robert Richards entiende que la
solución de Darwin es de selección de parentesco, pero no indica por
qué, y además, la iguala con la “selección comunitaria” (Richards 1981,
pág. 225).
He dicho que parte de esta confusión se origina en que el proble
ma de Darwin se identifica mal. Por otra parte, la responsabilidad
seguramente está en la propia ambigüedad de Darwin (¡aunque él no
es responsable de confusiones sobre selección grupal y de parentes
co!). A veces es posible interpretar a Darwin como un seleccionista
grupal; otras, como un seleccionista individual y algunas más como
un seleccionista individual con una solución de selección de paren
tesco. Pero es incorrecto atribuirle algunos de estos puntos de vista
de manera incondicional. Tristemente, parece que no puede haber
una respuesta definitiva sobre lo que en realidad tenía Darwin en
mente. Su posición ciertamente llega muy cerca a una solución de
selección de parentesco. La selección de parentesco explica la evolu
ción de las características altruistas por el hecho de que un gen para
el altruismo pueda diseminarse porque aumenta su propia réplica a
través de los efectos sobre sus parientes cercanos. El problema de
Darwin fue la dificultad de las características latentes. De manera que
hizo hincapié en dos asuntos; primero, las características de las obre
ras estériles pueden reproducirse a través de la línea germinal de sus
parientes fértiles en los cuales son latentes. Segundo, estas caracterís
ticas aumentan el éxito reproductivo de los parientes. Pero esto no
quiere decir que haya una explicación clara de selección de parentesco.
Uno no puede ignorar el hecho de que Darwin le prestaba poca
atención al altruismo de las obreras estériles, aun si su selección
resulta ser relevante para aquel problema. Y más importante aún, no
podemos ignorar el hecho de que Darwin introduce la idea de be
neficio para la comunidad (o al menos, introduce un lenguaje de
nivel de comunidad); el beneficio de la comunidad, aún cuando por
comunidad se entienda una unidad familiar, definitivamente no
tiene parte en una explicación de selección de parentesco. Su refe
rencia a la comunidad igualmente socava la pretensión de que él
era sin ambigüedades un seleccionista individualista convencido.
Sin embargo, también es incorrecto sostener que adoptaba de modo
inequívoco un punto de vista de selección grupal. No es claro que
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P A L O M A D E L A P A Z , N O D E L A G U E R R A *.
F U E R Z A S C O N V E N C IO N A L E S
Aunque los jabalíes luchen con violencia uno con el otro, rara
vez... reciben golpes fatales, pues éstos caen sobre los cuellos respec
tivos o sobre la capa de piel gruesa que cubre el hombro, que los
cazadores alemanes llaman el escudo...
El mandril macho del Cabo de la Buena Esperanza... tiene una
cola mucho más larga... que la hembra..., que probablemente le sirve
de protección, porque al preguntarle a los guardabosques de los
jardines zoológicos, sin darles ninguna clave de mi objetivo, si
cualquiera de los monos atacaban en especial a otros por la parte de
atrás del cuello, me respondieron que esto no sucedía, con excepción
del mandril de marras (Darwin 1871, ii, págs. 263, 267).
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P A L O M A DE LA P A Z , NO DE LA G U E R R A
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P A L O M A D E L A P A Z , NO DE LA G U E R R A
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P A L O M A DE LA P A Z , NO DE LA - G U E R R A
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P A LO M A DE LA P A Z , NO DE LA G U E R R A
El elefante... le pega a los troncos de los árboles hasta que puede tum
barlos con facilidad, y de esta manera extrae los corazones harinosos
de las palmas; en África utiliza a menudo un colmillo, siempre el
mismo, para examinar la tierra y así asegurarse de si ella será capaz
de soportar su peso... Uno de los usos secundarios más curiosos que
se les da a los cachos de cualquier animal ocasionalmente es [en la
cabra montaraz de los Himalayas y en el íbice]... que cuando el
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P A L O M A DE LA P AZ , NO DE LA G U E R R A
408
PALOMA DE LA PAZ, NO DE LA GUERRA
...y, como último recurso, la lucha: los cuernos entrelazados en una prueba de fuerza.
ral sensata, en la que los machos buscan una victoria clara (y, como
bonificación, los ornamentos barrocos de Darwin recortados en ta
maño). Pero incluso sin un análisis refinado de la EEE, no es difícil
para un darwinista moderno ver que a un macho podría irle mejor si
mostrara algo de control. Al fin y al cabo, la política de destrozar
podría ser muy costosa. Incluso un macho fuerte, en la plenitud de
su vida, podría tener mucho que perder. Los costos de las oportuni
dades, por ejemplo. El tiempo y la energía que dedica a vencer rivales
no pueden dedicarse a cazar presas o a atraer hembras. Y, además,
está el hecho de que por muy útil que sea tener a un rival fuera del
camino, ello es igualmente útil para sus otros rivales, y es él quien ha
pagado los costos de sacarlo de lugar. Y lo que es más, si el animal que
combate ya posee la hembra o el territorio que desea, fue presu
miblemente alguna vez un victorioso, de modo que está retando a
un antiguo campeón. En síntesis: como siempre, las ventajas deben
compararse con los costos. La incapacidad de Wallace para ver esto
quizás no es sorprendente. Él y sus contemporáneos no apreciaban
los costos de las convenciones. No ver los costos del combate es sim
plemente el otro lado de la misma moneda.
De modo gradual, a medida que el pensamiento de lo que es
“bueno para la especie” empezó a permear el darwinismo, el comba
te convencional se despojó de su invisibilidad. “La ritualización... ha
sido muy importante”, dijo Julián Huxley, “porque redujo el daño
intraespecífico, asegurando que la amenaza pueda producir la victo-
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P A L O M A DE LA P A Z , NO DE LA G U E R R A
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■ 15
A L T R U ISM O H U M A N O :
¿U N A C L A S E D E B O N D A D N A T U R A L ?
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ALTR UISM O HUM ANO: ¿UNA CLA SE DE BONDAD NATURAL?
como por uno mismo: “el así llamado sentido moral se derivaba
originalmente de los instintos sociales, pues ambos se relacionan al
comienzo exclusivamente con la comunidad” (Darwin 1871, i, pág.
97). A esto se añade la inteligencia, y el resultado es la moralidad
plena: “cualquier animal dotado de instintos sociales bien demarca
dos; inevitablemente adquiriría un sentido o conciencia morales,
tan pronto como sus poderes intelectuales se hubiesen desarrollado
tan bien, o casi tan bien, como los del hombre” (Darwin 1871, i, pág.
71-2). Otros animales llegan a actuar como centinelas, a acicalarse el
uno al otro, a cazar en comunidad. Las raíces de nuestra moralidad
se encuentran en actos sociales de esta naturaleza. Es a nuestro in
telecto a quien le debemos lo demás que tenemos, nuestros códigos
de ética y de justicia, nuestro sentido de los principios finamente
aguzado.
De manera que aquí, al fin, tenemos a Darwin reconociendo
explícitamente un caso problemático de altruismo y, lo que es más,
documentando de modo sistemático evidencias sobre comporta
mientos “altruistas” en otros animales (comportamiento que sería
considerado altruista si hubiera sido ejecutado por humanos). Sin
embargo, ni siquiera esto lo lleva a generalizar más allá de la morali
dad humana y a plantear el problema más amplio del altruismo en
sentido darwinista. ¿Cómo puede Darwin registrar ejemplo tras ejem
plo de un comportamiento aparentemente de autosacrificio y sin
embargo errar en el significado que tiene para su propia teoría?, ¿por
qué no avanzó hasta preguntar cómo tolera la selección natural tal
autoabnegación? Examinaremos una explicación en un momento.
Por ahora baste recordar la conocida razón de por qué el altruismo
pasó desapercibido por tanto tiempo. El análisis darwinistá de lá vida
social en otros animales es predeciblemente rico en ideas sobre bene
ficios selectivos, pero predeciblemente pobre en la identificación de
costos. Tomemos este pasaje por ejemplo:
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ALTR UISM O HUM ANO: ¡UNA CLA SE DE BONDAD NATURAL?
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ALTR UISM O HUM ANO: ¡UN A CLASE DE BONDAD NATURAL?
D F 3 7
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CER VEZA REFRESCO AÑOS AÑOS
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TOM A TOM A 25 16
CER VEZA REFRESCO AÑOS AÑOS
Entonces, de nuevo, las únicas tarjetas que hay que revisar son “ P”
“no-Q ”, en este caso “tomar cerveza” y “tener menos de veinte años”.
Resulta que cuando a la gente se le pide que aplique esta ley, le va
muchísimo mejor. En este caso parece tener mucha más lógica. La
proporción de personas que ven que sólo “ P y no Q” viola la ley
normalmente se dispara a un 75%.
¿Por qué esta diferencia? ¿Por qué son los poderes de razonamiento
de la gente aparentemente tan superiores en la clase de examen de
“tomar sin la edad?” Los psicólogos han buscado algún sesgo siste
mático en el efecto del contenido, alguna propiedad que el tema de
las reglas tiene en común. Y por lo general suponen que tiene que ver
con la experiencia previa de las personas.
Pero Leda Cosmides sospechaba que la solución del acertijo po
dría radicar no en la experiencia individual sino en la ancestral, en
nuestras propensiones darwinistas. Examinó las reglas que evocaban
un efecto de contenido y concluyó que casi siempre tenían que ver
con un intercambio social. De acuerdo con su análisis, tenían la
estructura:
433
ALTR UISM O HUM AN O: ¿UNA CLA SE DE BONDAD NATURAL?
Una poco lamentada norma que alguna vez tuvo mucha fuerza fue la
práctica de los linchamientos para aplicar la ley blanca en el sur. Un
episodio particularmente esclarecedor tuvo lugar en Texas en 1930
luego de que un negro fuera arrestado por atacar a una blanca. La
muchedumbre impaciente quemó la Corte para matar al prisionero
que se encontraba en su interior. Un testigo dijo: “ Oí que un hombre
detrás de mí comentó sobre el incendio, ¡qué vergüenza! N o acababa
de pronunciar estas palabras cuando alguien lo tumbó al suelo con
una botella. Le pegaron en la boca y le rompieron varios dientes”.
Ésta es una manera de aplicar una norma: castigar a aquellos que no
la apoyan. En otras palabras: sea vengativo, no sólo contra los que
violan la norma sino contra los que rehúsan castigar a los que lo
hacen. Esto quiere decir que hay que establecer la norma de que se
debe castigar a aquellos que no castigan la traición (Axelrod 1986,
págs. 1100-1).
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d a r w i n : l a m o r a l i d a d c o m o h i s t o r i a n a t u r a l
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ALTR UISM O HUMANO.* ¿UNA CLASE DE BONDAD NATURAL?
ción tan importante?, ¿por qué valoran los hombres estos recursos
tan intangibles hasta llegar a perseguirlos incluso hasta la muerte?
Para contestar esto, Daly y Wilson se vuelven a la teoría darwinista
y al impacto de la rivalidad sexual (D alyy Wilson 1988, págs. 123-86;
Wilson y Daly 1985). “ Si la selección ha modelado este aspecto de la
psiquis humana, parecería que la respuesta de alguna manera debe
tener la siguiente forma: estos recursos sociales son (o eran en el
pasado) maneras de lograr ser aptos para la supervivencia” (Daly y
Wilson 1988, pág. 131). Y analizan la evidencia para mostrar que esto
es en realidad así:
¿Por qué, pues, las diferencias entre hombres y mujeres, y por qué los
varones en particular? La respuesta, por supuesto, radica en la se
lección sexual. Varias líneas de evidencia apuntan a una historia
humana de competencia poligínica (aunque moderada). Las dife
rencias en el éxito reproductivo son mayores entre los hombres que
entre las mujeres y están más fuertemente correlacionadas con la
posición social. Los hombres, mas no las mujeres -sobre todo los
hombres jóvenes- tienen instintos poderosos para luchar por esta
posición. Y así la selección natural haya buscado o no que llegaran
hasta tan lejos, literalmente lucharán y a veces hasta de modo fatal.
Los machos conscientes de la posición son una cosa. Pero suele
decirse que en lo que atañe a la violencia y al homicidio, la familia es
uno de los lugares más peligrosos donde uno pueda estar. La aparen
te implicación de que los asesinos matan a sus parientes parece com
plicarle la vida a la teoría de selección de parentesco. Pero cuando
Daly y Wilson examinaron con más cuidado los datos de Norteamé
rica resultó que ¡la mayor parte de las víctimas de la “ familia” eran la
esposa del asesino! Si el FBI tuviera una manera más darwinista de
pensar, podría analizar sus estadísticas de modo crucialmente dife-
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d a r w i n : la moralidad como h i s t or ia n a t u r a l
rente, así como lo harían los múltiples científicos sociales que han
intentado explicarse el asesinato. Mirando cuidadosamente las cifras
de numerosas fuentes Daly y Wilson concluyeron que, lejos de reba
jarle peso a la teoría de la selección de parentesco, los modelos de
asesinato encajan a la perfección con sus expectativas. No sólo era
más probable que la violencia tuviera una escalada mientras más dis
tante era la relación de las personas, sino también que era más pro
bable que encontraran causa común en las disputas que llevaban al
asesinato mientras más cercanamente estuvieran relacionados; de
manera que los cómplices son en promedio parientes más cercanos
que la víctima y el ofensor (Daly y Wilson 1988, págs. 17-35).
Y sin embargo, existe el infanticidio en las familias, aunque asesi
nar el hijo propio es, lógicamente, cometer un suicidio darwinista.
Pero, una vez más, el análisis minucioso de Daly y Wilson encuentra
que, por el contrario, el infanticidio encaja bien con las inclinaciones
de la evolución que se esperarían en el reparto de los recursos escasos
de los padres (Daly y Wilson 1988, págs. 37-93). Es muy diciente el
hallazgo de que los hijastros resultan tener un riesgo mucho mayor
que los hijos naturales (Daly y Wilson 1988, págs. 83-93). De modo
que, por ejemplo, en 1967 un niño norteamericano que viviera con
uno o más padres sustitutos tenía cien veces más probabilidades de
que se le tratara mal hasta matarlo, que uno que viviera con sus padres
naturales; las cifras canadienses son iguales y, en toda Norteamérica,
los padrastros están más representados entre los homicidas que entre
los casos de abusos no fatales. Dicho sea de paso, por reveladoras que
sean estas cifras, no se revelan tan fácilmente en las estadísticas ofi
ciales. Al igual que con otros asuntos “familiares”, los datos de los
niños se clasifican bajo categorías organizadas de manera no biológi
ca: “Sorprende que por ejemplo las oficinas de censo de los EE.UU.,
Canadá y otras partes nunca han intentado distinguir padres natura
les de sustitutos, con el resultado de que no hay estadísticas oficiales
del número de niños de cada edad que viven en cada tipo de vivienda”
(Daly y Wilson 1988, pág. 88). En realidad sorprende. Y es un desper
dicio. Si los científicos sociales rehúsan admitir que la relación genética
de un padre con sus descendientes es una fuente de acción humana,
quizás deberían permitir que los zoólogos reunieran estas estadísti
cas. Daly y Wilson emplean los mismos métodos darwinistas para
ilustrar el parricidio, el asesinato de esposas y muchas otras clases de
asesinatos. Entre los datos demográficos de gran escala, por una parte,
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ALTRUISM O HUM ANO: ¿UNA CLASE DE BONDAD NATURAL?
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ALTRUISM O HUM ANO: ¿UNA CLASE DE BONDAD NATURAL?
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d a r w i n : la moralidad como hi s to ri a n a t u r a l
altruismo tiene que ver con los costos para el altruista. Pero Darwin
les presta más atención a los sentimientos que acompañan al altruismo
que a sus aparentes desventajas; le preocupa menos que el comporta
miento sea costoso que el hecho de que se base en la preocupación
por los demás. Ésta es una razón por la que es capaz de analizar lo
que es aparentemente un comportamiento no egoísta en otros ani
males sin verlo como problemático. El interés de Darwin está en la
fuente de la miel de la bondad humana más bien que en la hiel del
autosacrificio.
. Irónicamente, el propio método suyo le dio modos más exactos
de hacer lo opuesto: llegar directamente al problema darwinista general
del altruismo, sea en humanos o en cualquier otro ser viviente. Para
llegar a este problema general, el truco es rehusar empantanarse en
cuestiones de conciencia moral y concentrarse más bien en las
ventajas y desventajas adaptativas del comportamiento (o de la es
tructura) animal, (o de las plantas), particularmente si incluye un
aparente autosacrificio. Dar win al parecer no tomó este sendero. Pero
su propio método se lo proporcionó. Veamos cómo.
Necesitamos comenzar con un asunto de la teoría ética. A los
filósofos morales les parece muy buena la distinción -e l más famoso
de quienes insistieron en ella fue Kant- entre meramente actuar de
acuerdo con una regla y actuar con base en una regla, entre acciones
que resultan conformarse al deber y acciones hechas en aras del deber.
Es la diferencia entre no robar dinero porque uno no se hadado cuenta
que está allí y no robarlo porque uno piensa que robar es malo. La
diferencia entre hacer a alguien feliz sin darse cuenta (aún incons
cientemente), y hacerlo feliz porque uno cree en hacer el bien. Sólo si
un agente actúa con base en una máxima puede la acción ser moral
(o inmoral): sólo los agentes que son capaces de adoptar máximas
pueden ser morales (o inmorales). No llamaríamos a un perro moral
porque no toca el dinero de su amo, ni inmoral si le quitara el dinero
y lo llevara a su canasta, (aunque quizás estaríamos tentados a pensar
en términos morales si el perro le robara de modo furtivo un pedazo
de carne al amo de la mesa o la mirara con ganas pero resistiera la
tentación). Darwin usa los términos moralidad “material” y “formal”
para la misma idea (Darwin 1871, segunda edición, pág. n25); la
moralidad material tienen que ver con la práctica de la moralidad
(actuar en concordancia con reglas morales), mientras la moralidad
formal trata de la conciencia moral (el conocimiento de aquellas
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ALTRUISM O HUM AN O: ¿UNA CLASE DE BONDAD NATURAL?
reglas). Uno puede ver por qué, para la ética, la división es crucial.
Delimita los actos y agentes morales, apartándolos del reino donde
no se aplican consideraciones morales.
Sin embargo, Darwin rechaza cualquier distinción precisa entre
un acto que simplemente resulta teniendo buenos efectos aunque se
haya emprendido sin plan consciente y el resultado pleno de un acto
moral ejecutado de manera consciente, por un profundo sentido del
deber (Darwin 1871, i, págs. 87-9). Por importante que la diferencia
pueda ser para los filósofos morales, Darwin insiste en que no se puede
trabajar: “ Parece poco posible trazar una clara línea de distinción de
esta clase” (Darwin 1871, segunda edición, pág. 169). Señala casos en
los cuales le parece que el criterio elevado délos filósofos en cuanto a
lo que es moral nos da la respuesta errada, excluyendo de la esfera de
lo moral actos que con seguridad queríamos poner dentro de ella.
Por ejemplo, se han registrado múltiples casos “de bárbaros, gente
que no tiene ningún sentimiento de benevolencia general hacia la
humanidad y no está guiada por ningún motivo religioso, que como
prisioneros han sacrificado sus vidas deliberadamente, en lugar de
traicionar a sus camaradas” (Darwin 1871, i, pág. 88). Si es cierto que
estos “bárbaros” no están impulsados por “motivos nobles” (Darwin
1871, segunda edición, pág. 169), por máximas éticas generales (aun
que no es claro por qué Darwin asume esto), entonces no satisfacen
los cánones kantianos de la actuación moral. Y sin embargo, con se
guridad y con toda razón querríamos tildar su acción de moral. Sin
duda, también presenciamos un heroísmo noble “cuandb un perro
terranova arrastra a un niño y lo saca del agua, o un mono se enfren
ta al peligro para rescatar a su camarada* o toma bajo su cargo a un
mono huérfano” (Darwin 1871, segunda edición, págs. 170-1); pero
para los filósofos estos hechos no serían prueba de moralidad, por
que desde su punto de vista los perros y los monos carecen de la
capacidad de comprender principios morales abstractos, capacidad
esencial para que un agente sea moral. Así, Darwin rechaza cualquier
demarcación contundente, señalando en su lugar áreas grises, áreas
montadas unas sobre otras, protomoralidad, las continuidades entre
la mera sociabilidad y el tener un sentido moral más elevado.
Ahora bien, esto le permite una libertad que se le niega a los
filósofos éticos, a aquellos que se aferran a la noción de conciencia
moral. Le ofrece la libertad de caracterizar el altruismo -en cuanto
presenta un problema para la teoría darwinista-, como el problema
del altruismo del biólogo, más bien que como el problema del na-
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d a r w i n : la mo r al i d a d como h i s t o r i a n a t u r a l
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ALTR UISM O HUM AN O: ¿UNA CLASE DE BONDAD NATURAL?
Si... los hombres hubieran sido criados bajo precisamente las mis
mas condiciones que las abejas, hay poca duda de que nuestras m u
jeres solteras considerarían su deber sagrado, al igual que las obreras,
matar a sus hermanos, y las madres buscarían asesinar a sus hijas
fértiles; y a nadie se le ocurriría interferir (Darwin 1871, i, pág. 73).
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ALTR UISM O HUM AN O: ¿UNA CLASE DE BONDAD NATURAL?
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ALTRUISM O HUM AN O: ¿UNA CLASE DE BONDAD NATURAL?
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w a l l a c e : s a b i o a n t e e l a c o n t e c i m i e n t o
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ALTRUISM O H UM AN O : ¿UNA CLA SE DE BONDAD N ATURAL?
selección natural” (Darwin 1871, ii, págs. 375-6); “el hombre, o más
bien, principalmente la mujer”, concluyó, “se fue quitando el pelo
por propósitos ornamentales” (Darwin 1871, i, pág. 149). Otros críti
cos (v. gr. Bonavia 1870; Wright 1870, págs. 291-2) sugirieron que la
pérdida del pelo fue meramente un efecto secundario no adaptativo
de la selección; la falta de pelo fue un acompañamiento inevitable de
la selección de alguna característica útil; al fin y al cabo ello correla
ciona en particular con el aumento del tamaño del cerebro. Chauncey
Wright (un empleado público de Massachusetts y convencido darwi-
nista), adhirió a este argumento volviendo uno de los propios argu
mentos de Wallace en contra de él mismo. Wallace había argüido que,
en cierto punto de la evolución, el ingenio humano tuvo el efecto de
escudar nuestro cuerpo de la selección natural (Wallace 1864; 1891
reimpreso, págs. 173-6). Quizás, dijo Wright, la pérdida del pelo fuera
originalmente un efecto secundario no adaptativo. Pero la selección
natural no habría tenido incentivo para volver a dar vellos a nuestra
piel una vez solucionáramos el problema: “Cualquier salvaje protege
su espalda con cubiertas artificiales. Mr. Wallace cita el hecho como
prueba de que la pérdida de cabello es un defecto que la selección
natural debía remediar. Pero, ¿por qué debería remediar la selección
natural lo que el arte ya ha solucionado?” (Wright 1870, pág. 292).
Era una historia similar a la de nuestro desarrollo musical. Darwin
se la atribuía a la selección social (Darwin 1871, i, pág. 56), ii, págs.
330-1,337-7); pero -aparte de sus objeciones normales-Wallace soste
nía, como hemos advertido, que el uso de la voz humana para el
canto “ sólo entra en escena entre los hombres civilizados” y la se
lección sexual “no podría por tanto haber desarrollado este poder
maravilloso” (Wallace 1870, pág. 350). Weismann, sin justificación
que Wallace pudiera ver, concluía que todos los talentos tales como la
musicalidad, la capacidad de pintar y la aptitud matemática son meros
subproductos de la mente humana (Wallace 1889, págs. 472-3, m).
Entonces no podemos limitarnos a descartar los argumentos de
Wallace como un alegato especialmente engañoso. Sí ponen el dedo
sobre algunos problemas serios para el darwinismo. Y las respuestas
no son tan obvias. Sin embargo, un juicio darwinista sobre Wallace
debe ser que “pudo haber hecho un esfuerzo mayor”.
Para comenzar, el darwinismo no tenía por qué sentirse mal por
la aparente visión futurista de la selección natural. Hay una manera
ortodoxa de manejar este asunto, muy conocida para los darwinistas
del siglo xix. Wallace debería haber dado a su argumento clásico con-
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ALTRUISM O HUM ANO: ¿UNA CLA SE DE BONDAD NATURAL?
más refinados que las bestias” (Dohrn 1871, pág. 160; véase también
Wright 1870, pág. 293).
La mayor parte de los darwinistas de hoy en día estarían de acuerdo
con los principios generales de estos argumentos, así no lo estén con
los detalles. No puedo resistir el deseo de citar el siguiente ejemplo de
la clase de proceso que los críticos de Wallace tenían en mente; no es
sobre humanos sino sobre algún comportamiento cautivante (y por
desgracia cautivo) de los cetáceos:
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Al igual que Darwin, señala la ventaja que los grupos altruistas expe
rimentarán en la competencia con otros grupos:
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h u x l e y : l a m o r a l i d a d e n f r e n t a d a a l a n a t u r a l e z a
Así como Darwin decía de la selección entre grupos, uno sólo puede
preguntarse qué tendría en mente.
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ALTR UISM O HUM ANO: ¿UNA CLA SE DE BONDAD NATURAL?
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h u x l e y : l a m o r a l i d a d e n f r e n t a d a a l a n a t u r a l e z a
natural; pero para ser humanos tenemos que civilizar nuestro legado
natural: “la naturaleza ética, aunque nazca de la naturaleza cósmica,
está en necesaria enemistad con su padre” (Huxley 1894a, pág. viii).
“No podremos librarnos de la herencia de nuestros antecesores, que
eran marionetas del proceso cósmico; la sociedad que renuncie a ella
será destruida desde afuera. Pero aún menos podemos arreglarnos
con demasiada; la sociedad en la cual ella domine se destruirá desde
adentro” (Huxley 1894a, pág. viii). Pero una vez que hayamos llegado
a un alto nivel de desarrollo moral, las fuerzas darwinistas ya no nos
podrán moldear. Asegurándonos de que todos los miembros de la
sociedad tengan medios de existencia, los seres humanos le quitan a
la selección natural su poder.
Para Huxley, entonces, la cultura necesariamente se contrapone
a las preferencias de la selección natural. La evolución cultural tuvo
que navegar a todo vapor más adelante, en oposición a la evolución
genética, para hacer de nosotros lo que somos. Y para un darwinista
tan “rojo en colmillo y garra” como Huxley, esto era un hecho. Hoy
en día, sin embargo, el darwinismo sabe mejor cómo son las cosas.
Nuestras cualidades más admirables en realidad pueden ser legado
de la cultura y no de la selección natural. Pero no hay que suponer
que tienen que serlo, que es necesario depender de la evolución cul
tural si hemos de elevarnos sobre el egoísmo de nuestros genes. La
selección natural no excluye el autosacrificio, las buenas acciones, la
nobleza, la preocupación por los demás. Los senderos darwinistas
pueden llevar al altruismo, y hacerlo por diferentes rutas, la más ob
via de ellas por la cooperación mutua y la selección de parentesco. De
modo que Huxley estaba equivocado al pensar que si nos encontrá
bamos con un acto moral era necesario atribuirlo por completo a la
cultura y al aprendizaje. La selección natural podría haber sido la
instructora. (Para una variada selección de intentos modernos de
relacionar la cultura con nuestra herencia darwinista véase (y. gr.
Alexander 1979,1987; Boydy Richerson 1985; Cavalli-Sforzay Feldman
1981; Lumsden y Wilson 1981,1983 -pero en Lumsden y Wilson 1981,
adviértase que, aunque algunos pensadores lo han tomado con serie
dad (v. gr. Ruse 1986), tienen también poderosos detractores (v. gr.
Maynard Smith y Warren 1982).)
La idea de que las normas culturales de alguna manera se las
arreglan globalmente para incorporar un bien de nivel mayor proba
blemente llegó a su cima en la primera mitad del siglo x x con las
teorías funcionalistas de la sociología y la antropología, que explíci-
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h u x l e y : l a m o r a l i d a d e n f r e n t a d a a l a n a t u r a l e z a
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ALTR UISM O HUM AN O: ¿UNA C LA SE DE BONDAD N ATURAL?
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SPENCER: CUERPOS DARWINISTAS, MENTES LAMARCKIANAS
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ALTR UISM O H U M AN O : ¿UNA CLASE DE BONDAD NATURAL?
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RETORCIMIENTOS RETÓRICOS
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RETORCIMIENTOS RETÓRICOS
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L A P R O C R E A C IÓ N T R A S B A M B A L IN A S
¿Cómo se divide una especie en dos? Para los darwinistas, que están
más que todo interesados en la diversidad de la vida, esto ha sido
siempre el problema de los problemas: el asunto del origen mismo de
las especies. Un punto en particular molestó a los darwinistas por
muchos años. ¿Cómo llegan las especies a aislarse desde el punto de
vista reproductivo? ¿Por qué, si tratan de procrear entre sí, acaban
sus esfuerzos en esterilidad o en poca fertilidad? ¿Por qué, si nacen
híbridos, lo más probable es que sean estériles?
Éstos han sido asuntos importantes para el darwinismo. Pero, ¿por
qué discutirlos bajo el título de altruismo? Al fin y al cabo, para los
darwinistas modernos no hay conexión particular. La respuesta es
que desde tiempos anteriores a Darwin hasta hace unas pocas décadas,
las repetidas confusiones han llevado ala idea de que la especiación,
la separación de linajes en especies y en particular el desarrollo de la
esterilidad interespecífica exigen un autosacrificio altruista. Y los in
tentos de corregir este error han llevado a más confusiones. Como
un primer paso para corregir esta historia, daremos una mirada a
cómo se ven hoy en día el problema y su solución.
nido de que la selección suele actuar de este modo (v. gr. Barton y
Hewitt 1985, particularmente págs. 121,137).
Ésta es una historia que veremos. Es una especiación en donde
las barreras geográficas desempeñan un papel crucial (con o sin re
fuerzo posterior por parte de la selección natural). La especiación
alopátrica (“en otro lugar” ) es su nombre. Los darwinistas modernos
se han puesto de acuerdo en que ha sido un proceso vital en la
especiación de la mayor parte de los grupos. Más controvertida es la
idea de algunos darwinistas de que la especiación simpátrica (“en el
mismo lugar” ) también ha sido significativa. En esta última, las ba
rreras iniciales contra la interprocreación no son geográficas (aunque
algunas de las barreras más débiles que hemos llamado geográficas,
como los dos lados de una hoja, podrían estar incluidas aquí). El caso
más claro ocurre en las plantas, cuando el aislamiento reproductivo
instantáneo ocasionalmente surge por la repentina duplicación de los
cromosomas -llamada poliploide- en los híbridos. De otra manera
estos descendientes de híbridos habrían sido estériles. Pero con la
duplicación de sus cromosomas (de dos (diploides) a cuatro (tetra-
ploides) o, más generalmente, a cualquier número mayor de dos
(poliploides)) se vuelven capaces de procrear el uno con el otro, pues
cada cromosoma tiene un socio con el cual aparearse en la meiosis.
Al mismo tiempo son estériles con su especie de origen. Guando esto
ocurre la naturaleza puede anunciar el nacimiento inminente de una
nueva especie. Las dalias, las ciruelas, los castaños florecidos, las fram
buesas, el nabo y otras muchas especies de plantas surgieron de este
modo. La primavera Prím ula kewensis -e l descendiente híbrido
poliploide de la P. verticillata y la P. floribunda- es un ejemplo famoso.
En los animales, empero, rara vez, o quizás nunca, surgen espe
cies nuevas por poliploidia. En ellas, la especiación simpátrica puede
resultar gracias a, por ejemplo, un cambio en los hábitos de alimen
tación o de escogencia del lugar de procreación. Imaginemos una
especie de insecto en el que, por medio de una mutación aleatoria,
algunos individuos se volvieran capaces de extraer comida de una
nueva planta. Si estos mismos individuos también prefirieran poner
sus huevos en aquellas plantas y aparearse con individuos con las
mismas inclinaciones, entonces la especie se iría dividiendo gradual
mente. Por supuesto que sugerir la posibilidad aleatoria del origen
de un nuevo genotipo que simultáneamente influyera sobre la capa
cidad de la larva de crecer sobre una nueva planta alimenticia, sobre
los hábitos de poner huevos y sobre las preferencias en el aparea-
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EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
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LA G R A N D IV IS IÓ N DE LA S E L E C C IÓ N
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hay una buena razón para creer que los mecanismos de postapa
reamiento, si es que existen, son rara vez establecidos o intensificados
por medio de la acción de la selección natural. Existe considerable
desacuerdo en la bibliografía con respecto al significado de la selec
ción natural en lo que atañe a los mecanismos de aislamiento repro
ductivo, lo que se debe, al menos en parte, al hecho de que no se han
comprendido con claridad las diferencias tajantes en la significación
adaptativa de los mecanismos de postapareamiento y preapareamien
to. De acuerdo con la teoría propuesta por Dobzhansky (1 9 4 0 y en
otras partes) y basada en Fisher ( 1930), si se da cualquier grado de
hibridización entre dos formas diferentes, es más probable que los
factores hereditarios que prom ueven los apareamientos intra-
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LA GRAN DIVISIÓN DE LA SELECCIÓN
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
que todos sus nietos, estériles y fértiles, luchen por los mismos re
cursos limitados. Pues bien, éste es un caso absurdo. Pero ilustra la
moraleja: si estamos buscando el punto de corte de la selección, la
distinción entre preapareamiento y postapareamiento es irrelevante
y no lleva a ninguna parte. La distinción correcta es pre y pos destete,
donde destete significa cualquier inversión paternal. Es aquí donde
está la gran división. En una alternativa, la selección natural podría
actuar para ahorrarles costos a los padres; en la otra, se queda impo
tente.
Yo quedé perpleja cuando vi aparecer esta distinción espúrea. ¿Qué
yacía tras ella? Ésta fue la pregunta que le formulé al profesor Ha
milton. Entonces, cuando me contó cómo había llegado a escribir su
trabajo no publicado, me di cuenta de que la confusión había surgido
de una reacción contra el bienmayorismo. El análisis que se encuentra
en la bibliografía de hoy es un remanente de aquella reacción. Las
críticas estaban erradas, eran una reacción extrema. Pero este residuo,
sin embargo, sobrevivió hasta convertirse en el darwinismo del gen
egoísta de hoy.
Lo que sucedió fue lo siguiente. La idea del mecanismo de aisla
miento viene de atrás, cómo veremos, desde el darwinismo del siglo
xix. Pero fue Dobzhansky, en su clásico Genetics and the Origin o f
Species, quien expuso la idea de modo sistemático y le aseguró su
lugar en la síntesis moderna, al producir una obra muy famosa ya y
una categorización muy citada (Dobzhansky 1937, primera edición,
págs. 228-58). Y, sin embargo, mostró escaso interés en cuáles de es
tos mecanismos podrían ser adaptaciones y cuáles seguramente sólo
productos secundarios incidentales de divergencia durante la separa
ción geográfica; de hecho, sólo una vez menciona explícitamente la
selección (Dobzhansky 1937, primera edición, pág. 258). Fue en un
trabajo varios años después cuando aceptó la necesidad de considerar
el papel de la selección natural, la necesidad de distinguir lo que
podía ser seleccionado de lo que tenía que ser incidental. (Dobzhansky
1940) Las ediciones siguientes de su libro reflejan el cambio: compa
remos “ El origen del aislamiento”, págs. 254-8 en la primera edición,
con el “ Origen de los mecanismos de aislamiento”, págs. 280-8, en la
segunda y “El aislamiento reproductivo y la selección natural”, págs.
206-11, en la tercera. El punto de vista normal de la especiación, decía
en su trabajo, es que las barreras del aislamiento se acumulan sólo
como efectos secundarios. Pero la divergencia casi nunca sería sufi
ciente para producir aislamiento reproductivo: éste tendría que ser
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
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gametos de tal manera. Pero es claro que se podría escoger una perspec
tiva más razonable si se hubiera criticado el bienmayorismo desde
un punto de vista centrado en el gen, en lugar de centrado en el padre.
Y lo mismo es cierto de otra transmutación conceptual: pasar de la
idea de que la selección natural trata de evitar “el derroche del po
tencial reproductivo” (v. gr. Mecham 1961, pág. 26) a la idea de que en
el momento crucial de la fertilización, aquel potencial está fijo para
siempre y que la influencia de la selección natural sobre él ha llegado
a su fin.
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EL PROBLEMA DE DARWIN Y WALLACE
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EL PROBLEMA DE DARWIN Y WALL ACE
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DARWIN CONTRA LA SELECCIÓN NATURAL
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
que sería claramente ventajoso para las dos variedades de las especies
incipientes el hecho de que no fueran capaces de mezclarse, con el
mismo principio de que cuando un hombre está seleccionando al
mismo tiempo entre dos variedades, es necesario que las mantenga
separadas” (Peckham 1959, pág. 443; véase también Darwin 1868, ii,
pág. 185). (Es imposible decir si Darwin está pensando aquí en indi
viduos o en un bien mayor; de cualquier manera, es claro a donde
apunta.) Pero, como lo dice en Variation: “cuando tratamos de aplicar
el principio de la selección natural a cómo adquirieron las especies
distintas su mutua esterilidad, nos encontramos con grandes dificul
tades” (Darwin 1868, ii, pág. 185). Y llega al fin a la conclusión de que
la “esterilidad de los primeros cruces y de la progenie híbrida no ha
sido, hasta donde podemos juzgar, incrementada a través de la selec
ción natural” (Peckham 1959, pág. 471).
Su primer argumento (Peckham 1959, pág. 443; véase también
Darwin 1868, ii, págs. 185-6) es que la selección natural no podría
haber sido siempre la causa de la esterilidad interespecífica, porque
en algunos casos las especies están geográficamente separadas la una
de la otra y no podían haber tenido la oportunidad de cruzarse. La
selección no habría tenido ocasión de dejar por fuera el entrecru
zamiento porque de todas maneras estaba descartado por razones
geográficas.
Los argumentos de Darwin indican que la selección natural no
es esencial, pero, por supuesto, no la descarta del todo. De hecho, tal
como Darwin lo anotaba, si hubiera habido selección para la esterili
dad entre especies vecinas, entonces la esterilidad entre especies
geográficamente separadas podría haber surgido como un efecto
secundario no buscado (Peckham 1959, pág. 443). Wallace señaló (Dar
win, E y Seward 1903, i, pág. 294; Wallace 1889, pág. 173) que, de todas
maneras las especies que ahora están separadas podrían haber seguido
en contacto cuando se volvieron interestériles,
En el segundo argumento, Darwin (Peckham 1959, págs. 443-4;
véase también Darwin 1868, ii, pág. 186) toma el arma que había blan
dido contra el creacionismo especial y la vuelve contra la selección
natural. La infertilidad en cruces recíprocos es demasiado asistemática
para ser adaptativa:
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DARWIN CONTRA LA SELECCIÓN NATURAL
(Por “las dos especies” uno esperaría que él quisiera indicar “indivi
duos de cualquier especie”, pero este punto es válido, no importa qué
nivel de selección tuviera en mente.)
Wallace objeta, con toda razón, que la selección natural no tiene
que hacer un trabajo adaptativo completo de un sólo golpe, mientras
una adaptación parcial fuera útil; y aun la semiesterilidad, decía él,
era de alguna ventaja para prevenir cruces interespecífieos: “la esteri
lidad de un cruce sería ventajosa aun si el otro cruce fuera fértil: y del
mismo modo como las características ahora coordinadas podrían
haber sido acumuladas separadamente por la selección natural, los
cruces recíprocos pudieron haberse vuelto estériles uno tras otro”
(Darwin, F. y Seward 1903, i, pág. 293; véase también pág. 294). Darwin
aceptaba el punto de Wallace como principio, pero siguió reacio a
“admitir [en la práctica] la probabilidad de que la selección natural
ejecutara su trabajo de manera tan extraña” (Darwin, F. y Seward
1903, i, pág. 295). Éste es un juicio más bien arbitrario en boca de uno
de los abogados más destacados de la idea de que “el funcionamiento
extraño” fuera evidencia en favor de la selección natural y contra el
creacionismo.
Ahora llegamos “a la mayor dificultad” (Peckham 1959, págs. 444-5).
¿Cómo podría haber sido alguna vez ventajoso para un individuo
ser del todo infértil? Si, por ejemplo, dos variedades interfértiles se
hubieran entrecruzado, entonces ningún individuo se hubiera be
neficiado de una pérdida de fertilidad: “no podría haber sido de ninguna
ventaja directa para un animal individual procrear pobremente con
un animal de otra variedad diferente, y, por ende, dejar poca des
cendencia; en consecuencia, tales individuos no podrían haber sido
preservados o seleccionados” (Peckham 1959, pág. 444). O tomemos
el caso de dos especies que ya muestran alguna infertilidad al cruzarse;
otra vez, dice Darwin, ningún individuo se beneficiaría de una
infertilidad mayor:
516
DARWIN CONTRA LA SELECCIÓN NATURAL
Es imposible decir sobre qué nivel se está hablando, pero es claro que
Darwin trata de establecer alguna clase de contraste entre las cos
tumbres comunitarias de los insectos y la esterilidad derrochada de
un animal no social. (Mientras mayor es el contraste, sin embargo,
menos convincente se vuelve caracterizar a Darwin de seleccionista
individual hasta las últimas consecuencias. Ruse, por ejemplo, tiene
dificultades con esto y tiene que acabar por declarar que Darwin “veía
un panal de abejas completo como un individuo” (Ruse 1979a, pág.
217).)
En la sexta edición de El origen, Darwin le agrega una cuarta con
sideración: (Peckham 1959, pág. 447; véase también Darwin 1868, se
gunda edición, ii, pág. 214) la selección natural definitivamente no
podía haber sido responsable de la esterilidad interespeeífica en el
caso de las plantas. Y sin embargo, las reglas de la esterilidad son muy
parecidas para plantas y animales. De modo que también es poco
probable que sea adaptativa en los animales:
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I ÑA S
rilidad en las plantas era una adaptación. Y que el medio por el cual
la selección natural había logrado esta esterilidad interespecífica
también podía haber sido usado para hacer que la esterilidad evolu
cionara entre las especies. Pero acabó por decidir que la esterilidad
dentro de las especies quizás era rara vez adaptativa, si es que alguna
vez lo fue, y la esterilidad interespecífica nunca lo fue. Pero durante
unos cuantos años, sus publicaciones reflejaron las conjeturas y argu
mentos en contra, los resultados experimentales a favor y en contra,
la fortuna cambiante de sus ideas.
La historia comenzó en 1861, con el trabajo de Darwin sobre el
género Prímula (Darwin 1862a). En algunas especies, tales como en
las velloritas y las primaveras, las flores se dan de dos formas, con
una sola clase de flor por planta y la misma proporción entre plantas.
En una de las formas, la de alfiler, el estilo es largo y el estambre corto
(el estilo es la parte que termina en el estigma, la que recibe el polen,
y el estambre es la parte que segrega los granos de polen); en la otra,
la de cabo corto, el estilo es corto y el estambre largo. Darwin descu
brió que ésta era una adaptación, un mecanismo estructural para
lograr la polinización cruzada por medio de los insectos. Los natura
listas habían notado hace mucho tiempo que los descendientes de
plantas autopolinizadas carecían de vigor, y Darwin había concluido
en el pasado, que la selección natural favorecía la polinización cruza
da (v. gr. Darwin 1862). Mostró que, en la mayor parte de las especies
dimórficas de las Prímula, las alturas del estambre y del estigma en
las dos formas estaban ingeniosamente apareadas, de manera que
cuando un insecto en busca de néctar insertaba su proboscis entre las
flores con estilo largo, el polen del estambre se pegaba a aquella parte
de la proboscis que más tarde tocaría el estigma de la de estilo corto,
y viceversa Entre 1861 y 1863 Darwin encontró la misma clase de pro
visión estructural en otros grupos: en el lino y en otras especies Linum,
y en la lisimaquia púrpura y otras especies de Lythrum (algunas de las
cuales son trimórficas, con un estilo y dos estambres en cada forma)
(Darwin 1864,1865).
Mientras trabajaba en la Prímula, notó que el diseño no era a toda
prueba. Las flores podían seguir siendo autopolinizadas accidental
mente. Se preguntó si, como respaldo para promover la polinización
cruzada por medio de arreglos estructurales, la selección natural
había desarrollado alguna barrera fisiológica para la autofertilización,
de modo que aun si el propio polen de las flores llegara a su estigma
de modo accidental, la unión no fuera fértil. El estigma y los granos
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
En el Linum también encontró que mientras una forma era fértil con
su propio polen, en plantas de la otra forma “su propio polen no
produce más efecto que el de una planta de un orden diferente, o que
una cantidad de polvo inorgánico” (Darwin 1862a: Barret 1977, ii, pág.
63; véase también Darwin 1864). (Debió haberse sentido desalentado
al encontrar que la esterilidad del Lythrum no podía ser una adapta
ción porque estaba relacionada inversamente al peligro estructural
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EL INTERLUDIO ADAPTATIVO DE DARWIN
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
Unión legítima
Fertilidad completa
Unión
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
tural, por ser ventajosa para una especie en proceso de formación, asi
al mismo tiempo se vería la esterilidad como consecuencia de la pre
ponderancia y el resultado final sería varios grados de esterilidad, tal
como ocurre con especies existentes” (Peckham 1959, pág. 446). Es claro
que Darwin ve la preponderancia como la clave. Si una flor comienza
con una selección asegurada de pólenes, la selección puede entonces
aumentar de modo gradual el poder del polen de su propia especie y
disminuir el del de las otras.
Una vez más escribe Darwin en un lenguaje de nivel superior. En
la cuarta edición llega incluso a decir que la preponderancia del pro
pio polen sería ventajosa para la variedad porque “escaparía así de
volverse bastarda y deteriorada en su carácter” (Peckham), aunque el
“bastardismó”, una explicación a nivel de la especie, es algo que deja
por fuera de la quinta edición. Y sin embargo, es de suponer que está
pensando en un nivel individual, pues su razón para aferrarse a la
preponderancia es al parecer porque proporciona una clave de cómo
trabajan los costos y beneficios individuales.
Darwin ha expresado su conjetura. Y procede luego a retirarla. El
obstáculo, dice, es que no hay equivalente a la “selección de polen” en
los animales. Y, sin embargo, los modelos de esterilidad interespecí
fica de los animales y plantas son similares, de modo que es posible
que tengan una causa común. Entonces, es de suponer, que en ningún
caso sea ésta la selección natural:
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
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EL INTERLUDIO ADAPTATIVO DE DARWIN
Estilo
largo
Estilo
mediano
Estilo
corto
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EL INTERLUDIO ADAPTATIVO DE DAR WIN
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
tativo. Pero, como Darwin mismo, no aprecia los costos de los padres
de tener descendientes híbridos de baja fertilidad o estériles. Entonces
no puede comprender cómo podría la selección trabajar sobre los
padres. De manera que tiene que mirar a su alrededor en busca de
algo sobre lo que la selección pueda actuar. Y su respuesta está en los
híbridos mismos. Wallace cree que tiene que insistir, en cuanto adap-
tacionista ortodoxo, que la selección actúa sobre la inferioridad
híbrida, no sobre la esterilidad de los padres que tienen estos descen
dientes inferiores, porque es incapaz de ver los costos de oportunidad
que hay ahí. Su argumento es difícil de entender (inclusive no es ni
siquiera coherente) en detalle; pero es claro cuál es el caso que trata
dedefender.
Una de las objeciones principales de Darwin a los argumentos de
Wallace refleja de modo diciente esta misma inadvertencia; no hay
razón, dice Darwin, por la que la selección natural deba favorecer
una mayor fertilidad entre individuos que ya son algo interestériles;
al fin y al cabo, sus descendientes puros no se beneficiarán si la este
rilidad de las uniones híbridas de sus padres aumenta:
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w a l l a c e : e l p o d e r d e l a s e l e c c i ó n n a t u r a l
La siguiente idea del argumento de Wallace tiene que ver con las
preferencias para el apareamiento. La especiacióny la interesterilidad
cada vez mayor, al menos en los animales, dice, recibirían “gran ayuda
por... la poca inclinación de las dos formas a aparearse entre sí” (Wa
llace 1889, pág. 176). Esto se debe a que los animales por lo general
tienen una preferencia fuerte de procrearse con los parecidos, y las
diferencias constitucionales se correlacionan a menudo con dife
rencias externas que los animales reconocerán, en particular las
peculiaridades de color:
535
LA PROCREACIÓN TRAS BAMBALINAS
una nueva especie sería la de mantenerse separada de sus semejantes
más cercanos, y eso podría hacerse más fácilmente por medio de
alguna marca externa diferenciadora que se vea fácilmente” (Wallace
1889, págs. 217-18; véase también págs. 217-28,1981, págs. 367-8). Dicho
sea de paso, ésta fue la idea que desarrolló luego de su corresponden
cia en 1868 con Darwin (v. gr. Wallace 1891, págs. 349, 354). Hacia
1889, cuando publicó Darwinism, había llegado a pensar que “el
reconocimiento [en general, no específicamente para el apareamiento]
ha tenido una influencia más generalizada en la determinación de la
diversidad de la coloración animal que cualquier otra causa de nin
guna clase” (Wallace 1889, pág. 217). Aquí, entonces, tenemos una
confluencia de algunas de las nociones más amadas por Wallace: el
adaptacionismo, la selección natural en lugar de selección sexual y la
importancia de la coloración. La coloración para el reconocimiento
era una alternativa a la teoría de Darwin de la selección sexual. Era
también una explicación adaptativa para las diferencias específicas
en la coloración de las especies, diferencias que algunos críticos sos
tenían eran no adaptativas. Y además, era una adaptación para evitar
los “males” de la hibridación.
El reconocimiento de los machos era sólo una de las diversas ba
rreras reproductivas que Wallace se daba cuenta podían aislar mutua
mente a las especies incipientes. De nuevo, aunque él no las aduce en
su argumento de la esterilidad interespecífica, las analiza en otro lugar.
En un trabajo sobre distribución zoológica, por ejemplo, señaló que
las especies externamente similares podían separarse por “modos de
vida y hábitos” y las especies que “se parecen mucho en sus hábitos”
con toda probabilidad diferían en “color, forma o constitución” (Wa
llace 1889, págs. 257-8). Darwin, a propósito, le prestaba menos aten
ción a tales barreras. Esto se debía en parte a que prefería explicar la
coloración hasta donde fuera posible por medio de la selección sexual.
Quizás también porque tomaba las plantas como su caso paradig
mático, y en ellas la esterilidad es el mecanismo de aislamiento más
obvio (aunque no el más importante (Wilson y Burley 1983)); las ba
rreras etológicas principales ocurren en un sólo grado más alto, en el
comportamiento de los insectos.
Para decirlo en lenguaje darwinista de hoy, a Wallace se le podía
dar crédito por haber hecho énfasis en la importancia de las barreras
reproductivas etológicas y otras, las de la reproducción (estructura,
color, etc.) en la especiación, aunque quizás no apreciaba hasta dón
de podía la selección natural ser responsable de aplicarlas. En la
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w a l l a c e : e l p o d e r d e l a s e l e c c i ó n n a t u r a l
época de Wallace esto era poco común. Durante muchos años la mayor
parte de los darwinistas le prestaron poca atención a cualquier ba
rrera diferente de los accidentes de la geografía y la esterilidad. Una
excepción notablefue la de Karl Pearson: “La selección natural”, argu
mentaba, “requiere que el apareamiento selectivo... produzca aquella
barrera para el entrecruzamiento de la cual depende el origen de las
especies? (Pearson 1892, pág. 423). Pero no fue sino hasta la publicación
de Genetics and the Origin o/ Species, de Dobzhansky (1937), seguido
de Systematics and Origin o f Species escrito por Mayr (1942), cuando
la mayoría de los darwinistas empezaron a tomar en serio las clases
de mecanismos de aislamiento reproductivo que Wallace consideraba.
En reconocimiento a la percepción pionera de Wallace (y sin
cuestionar la aseveración suya de haber explicado la esterilidad de
manera adaptativa) Verne Grant llamó al proceso de selección por
aislámiento reproductivo “Efecto Wallace” (Grant 1966, pág. 99,1971,
pág. 188): “Wallace... presentó un modelo por medio del cual la se
lección natural podía construir barreras de esterilidad híbrida y de
comportamiento en el apareamiento entre especies simpátricas
divergentes. Argumentó que si los híbridos fueran adaptativamente
inferiores a las razas o a las especies, la selección favorecería la este
rilidad y las barreras etológicas entre ellos” (Grant 1963, pág. 503).
Algunos críticos han discutido si Wallace merece su efecto epónimo,
argumentando que su teoría trataba de la selección de los mecanis
mos de postapareamiento, sobre los que, dicen ellos, la selección no
puede influir (v. gr. Kottler 1985, págs. 416-17,430-1; Littlejohn 1981,
pág. 320):
537
LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
Hay que admitir que las palabras de Wallace sí parecen inclinar el caso
hacia el seleccionismo grupal. Pero si a eso vamos, vistas aisladamente,
también lo harían las aseveraciones de Darwin, citadas anteriormente,
sobre la esterilidad interespecífica: “La selección natural no puede
efectuar lo que no es bueno para el individuo, incluyendo en este
término una comunidad social” (Darwin, R y Seward 1903, i, pág.
294). El pasaje de Wallace era sólo una afirmación hecha al comienzo
de su correspondencia con Darwin. Cuando expuso por fin los detalles
de su teoría, nunca fue tan inequívoco (¡o tan claro!). Como Darwin,
Wallace hace un uso ligero del lenguaje de nivel superior, quizás sin
intenciones de nivel superior. A este respecto, por ejemplo, escribió a
Darwin: “no es probable que la selección natural pudiera acumular
estas variaciones [en grado de esterilidad] y así salvar la especie” (Dar
win, F. y Seward 1903, i, pág. 294; el subrayado es mío); pero sólo
unos cuantos meses más tarde estaba escribiendo: “ Si la selección
natural no pudiera acumular varios grados de esterilidad para el
beneficio de la planta, entonces, ¿como podría la esterilidad llegar a
asociarse con un cruce de una planta trimórfica en lugar de con otra?”
(Darwin, F. y Seward 1903, i, pág. 298; el subrayado es mío). Desafor
tunadamente tanto en el caso de Darwin como de Wallace el uso
general del lenguaje a nivel superior -especies, variedades, tipos, for
mas-generalmente hace difícil decidir en definitiva si tenían en mente
alguna verdadera clase de altruismo.
Wallace también ha sido acusado de ser un hiperadaptacionista,
otra vez en comparación poco favorable con Darwin (v. gr. Ghiselin
1969, págs. 150-1; Kottler 1985, pág. 388; Mayr 1959,1976, págs. 129-34;
véase también Gillespie 1979, pág. 72). Pero no estaba mal encamina
do, en el fondo, en la lucha por una explicación adaptativa donde
Darwin había abandonado toda esperanza. De hecho, hemos visto
que Darwin mismo conservó tal esperanza por varios años. Para
ponerlo en términos modernos, Wallace trataba de desarrollar una
teoría simpátrica de la especiación, suponiendo que la selección na-
540
ORÍGENES ESQUIVOS
Orígenes esquivos
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
dor, colocó los seres vivos donde los encontramos ahora. Darwin
demostró una fina apreciación de cómo pudieron los accidentes geo
gráficos moldear la historia de la vida. Pero no era la apreciación que
esperaríamos.
Aunque Darwin y Wallace aceptaban las teorías simpátricas de la
especiación, entre la mayor parte de los evolucionistas tales teorías
están desacreditadas desde hace largo tiempo; no meramente pasadas
de moda sino revaluadas. Ernst Mayr, en particular, argumentó con
gran autoridad e influencia durante varias décadas que aunque la
selección natural puede reforzar los mecanismos de aislamiento re
productivo, no puede establecerlos desde el principio, por completo
bajo su determinación: “una y otra vez se citan los mismos viejos
argumentos en favor de la especiación simpátrica, sin parar mientes
en qué tan decisivamente han sido refutados en el pasado... la
especiación simpátrica es como la hidra de Lerna, a la que le crecían
dos cabezas cuando le cortaban alguna de la viejas” (Mayr 1963, pág.
451). El problema con las teorías simpátricas, dice, es que “en últimas,
todas... hacen postulados arbitrarios que, sin más, dotan a los indivi
duos que están en proceso de especiación de todos los atributos de una
especie completa” (Mayr 1963, pág. 451), y consideran el aislamiento
reproductivo el principal atributo.
Yo no sé por qué la especiación simpátrica ha encontrado una
oposición tan dura. De acuerdo con el eminente citólogo austrahano
M. J. D. White, los zoólogos en vertebrados han sido los menos de
seosos de aceptar la idea, y los evolucionistas de las plantas también,
en términos generales, han sido poco receptivos (excepto en el caso
de la alopoliploidismo). Los entomólogos se han persuadido con más
facilidad, quizás -sugiere- porque los pequeños animales son más
capaces de especiarse sin divisiones geográficas (White 1978, pág. 229).
(¿No será que los entomólogos están adoptando un punto de vista
gulliveriano respecto de una barrera lilliputiense?)
Quizás, también, todavía estemos siendo testigos de una historia
conocida de inclinaciones adaptacionistas versus no adaptacionistas.
Hemos visto con cuánta firmeza se aferró Wallace a la idea de que la
selección natural tenía suficiente poder para dividir las especies sin
ayuda de las barreras geográficas. Y Darwin también pensaba que las
pequeñas diferencias entre especies incipientes se podían acumular
en generaciones sucesivas sin que llegara ayuda de las cofinas (o de
las corrientes de agua, o de cualquier cosa). (El desacuerdo de Dar
win con Wallace, recordemos, no era sobre el aislamiento geográfico
544
ORÍGENES ESQUIVOS
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LA P R O C R E A C I Ó N T R A S B A M B A L I N A S
547
EPÍLOGO
548
NOTA SOBRE LA S CAR TAS DE DARW IN Y W ALLACE
Darwin, F. 1887, ii, pág. 273: Darwin a Asa Gray, [? febrero 1860]
Darwin, F. 1887, ii, pág. 296: Darwin a Asa Gray, 3 abril [1860]
Darwin, F. 1887, iii, pág. 96: Darwin a Wallace, marzo [1867]
Darwin, F. 1887, ii, pág. 296: Darwin a Asa Gray, 3 abril [1860]
Darwin, F. 1887, iii, págs. 90-1: Darwin a Wallace, 28 [mayo?] [1864]
Darwin, F. 1887, iii, págs. 90-6: Darwin a Wallace, 28 [mayo?] [1864]; Darwin a Walla
ce 22 febrero [1867?]; Darwin a Wallace, 23 febrero [1867]; Darwin a Wallace, 26
febrero [1867]; Darwin a Wallace, marzo [1867]
Darwin, F. 1887, iii, págs. 95-6: Darwin a Wallace, marzo [1867]
549
N O T A S O B R E L A S C A R T A S DE D A R W I N Y W A L L A C E
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N O T A S O B R E L A S C A R T A S DE D A R W I N Y W A L L A C E
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abril 1868; Darwin a Wallace, 5 mayo 1868
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agosto [1868?]; Darwin a Wallace, 16 septiembre 1868; Wallace a Darwin, 18 sep
tiembre 1868; Darwin a Wallace, 23 septiembre 1868; Wallace a Darwin, 27 septiem
bre 1868; Wallace a Darwin, 4 octubre 1868; Wallace a Darwin, 6 octubre 1868
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enero 1871; Wallace a Darwin, 11 marzo; Darwin a Wallace, 16 marzo 1871
Marchant 1916, i, pág. 270; Darwin a Wallace, 1 agosto 1871
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agosto 1877; Wallace a Darwin, 3 septiembre 1877; Darwin a Wallace, 5 septiembre
[1877}
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N O T A S O B R E L A S C A R T A S D E D A R W I N Y W A L L A C E
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B IBLIO G R A FIA
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585
INDICE
587
ÍN D ICE
ciervo 133,136, i37> 212,403 353, 356, 359, 361, 362, 363, 364,
ciervo rojo 212,403 365, 369, 370, 372, 374, 389, 395,
clásico 31, 34, 81, 83, 86, 87, 89, 90, 396, 405, 409, 411, 412, 417, 445,
95, 96, 97, 98, 9 9 , 102> 103> 104 > 450, 455, 461, 463, 467, 470, 473,
10 5 ,111,113 ,114 ,12 2 ,15 0 475. 4 7 8 .4 8 2
Coelopa frígida 287 darwinista 2 1 ,2 2 ,2 6 ,2 9 , 37, 3 8 ,4 1,
Colias 287 43, 46, 47, 52, 53, 55, 56, 60, 61, 63,
Columba livia 282 73, 75, 77,78 , 80,81, 83, 86,89, 90,
competencia convencional 158,373 95, 98, 100, 102, 106, 107, 111, 113,
conductismo 439 11 5 ,1 1 7 ,1 1 8 ,1 1 9 ,1 2 0 , 12 1,12 2 , 125,
conocimiento a priori 59 12 7 ,13 1,14 3 ,14 4 ,14 5 ,14 9 ,15 7 ,16 3 ,
contrato social 4 29 ,4 30 ,4 31,4 32 16 5 ,16 7 ,16 8 ,17 2 ,17 3 ,17 9 ,18 4 ,18 8 ,
cornamenta 2 2 ,7 9 ,13 3 ,13 4 ,13 5 ,13 6 , 190, 195, 197, 199, 202, 205, 206,
137,18 9 ,4 0 4 ,4 0 6 ,4 0 7 208, 209, 210, 217, 219, 222, 232,
Cottus bairdi 286 238, 239, 240, 243, 247, 251, 259,
creacionismo 32, 33, 34, 4 6 , 47> 50, 265, 296, 299, 303, 307, 314, 316,
53,5 4 , 56,58, 60, 9 9 ,10 2 ,10 9 ,12 2 , 322, 329, 332, 337, 341, 345, 347,
143.347 348, 349, 351, 352, 353, 357, 358, 359,
creacionismo utilitarista 32, 33, 34, 361, 364, 365, 373, 386, 390, 393,
46, 47, 50, 53, 54, 56, 58, 60, 99, 394, 407, 4 0 9 , 411, 412, 413, 414,
10 2 .10 9 .12 2 .14 3 .3 4 7 416, 425, 435, 436, 437, 438, 439,
creencias espirituales 238 440, 441, 442, 443, 445, 446, 448,
cromosoma sexual 379 449, 450, 451, 454, 455, 461, 462,
cucús 2 0 0 ,337,338 ,34 0 463, 464, 465, 467, 469, 470, 471,
cuidados paternales 291 473. 475. 477. 479.4 8 2
de anillo en el cuello 282
Daily Worker 365 deriva genética 12 5 ,12 6 ,12 7 ,134
Darwin, F. 35, 38, 39, 47, 48, 58, 83, desboque Fisheriano 313
102, 109, 160, 166, 167, 172, 190, Desmodus rotundus 333
200, 201, 202, 203, 204, 227, 228, determinismo biológico 481
236, 238, 269, 273,324, 476 diabetes 418
darwinismo 21, 22, 2 4 ,3 4 ,3 5 ,3 8 ,3 9 , dicotomía diseño o azar 41
4 0 ,4 1 ,4 2 ,43, 44, 45, 4 6 , 53,56, 60, diente de león 105
61, 62, 63, 68, 6 9 ,70 ,72 , 73,74, 75, diferenciación ecológica 216
7 6 ,77, 78,7 9 ,81, 83, 86, 8 7,89 ,90 , dilema del prisionero 330, 333, 334,
91, 95, 9 6 , 97, 98, 9 9 ,10 1,10 2 ,10 3 , 446
10 4 ,10 5 ,10 6 ,10 7 ,-111,113 ,114 ,117 , diversidad 26, 27, 29, 32, 34, 35, 48,
1 1 8 ,1 19 ,1 2 0 ,1 2 1 ,12 2 ,12 7 ,1 3 5 ,1 4 4 , 49, 52, 53, 55, 56,11 4 ,1 15 ,12 8 , 342,
15 0 ,15 7,15 8 ,16 0 ,16 3,16 4 ,16 5,16 6 , 364, 420, 479
167, 175, 185, 193, 202, 207, 245, D N A 71,376
249, 252, 253, 254, 258, 264, 265, dogmático 124,205
296, 301, 303, 305, 306, 307, 308, Drosophila melanogaster 288
309, 310, 315, 316, 323, 327, 340, Drosophila testacea 283
341, 342, 343, 347, 349, 351, 352,
588
ÍN D IC E
590
ín d ic e
591
ÍN D ICE
selección epigámica 218,306 200, 201, 202, 203, 204, 205, 207)
selección grupal 362, 363, 365, 366, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214,
3^7) 37°> 372) 390, 391, 396, 411, 215, 216, 217, 218, 221, 222, 223,
467,471 224, 227, 228, 230, 232, 234, 236,
selección intergrupal 365 237, 238, 240, 241, 243, 245, 246,
selección intersexual 291 249, 250, 251, 265, 274, 275, 276,
selección natural 21, 22, 26, 27, 37, 277, 281, 284, 285, 288, 293, 296,
38, 39, 42, 43, 4 6 , 5 1 , 53, 55, 56, 57, 297, 298, 299, 300, 301, 302, 303,
61, 62, 6 8 ,7 5 ,7 6 ,7 9 , 80, 81, 83, 86, 3 0 4 ,3 0 5 ,3 0 6 ,3 0 7 ,3 0 8 ,3 0 9 ,3 1 0 ,
9 ° , 91) 92, 95, 96, 97, 99 j 10 0,10 1, 3 1 1 ,3 1 2 ,3 1 3 ,3 1 4 ,3 1 5 ,3 1 6 ,3 1 7 ,3 1 8 ,
10 2 ,10 3 ,10 4 ,10 9 ,115 , n 7 , na, u 9, 320, 322, 323, 324, 336, 397) 406,
12 0 ,12 1,12 2 ,12 3 ,12 4 ,12 5 ,12 6 ,12 7 , 407, 420, 436, 444, 445, 454,455
12 8 ,1 2 9 ,13 0 ,13 2 ,13 3 ,13 4 , i35> i37, semejanza en la diversidad 114
13 9 ,14 0 ,14 1,14 2 ,14 3 ,14 5 ,14 6 ,14 8 , semillas con plumillas 302,314
14 9 ,15 0 ,15 2 ,15 3 ,15 7 ,15 8 ,15 9 ,16 3 , sentido estético 221, 228, 236, 237,
16 4 ,16 5 ,16 7 ,17 6 ,18 0 ,18 1,18 2 ,18 5 , 2 3 8 ,2 3 9 ,2 4 0 ,2 4 4 ,3 2 1,3 2 2
18 8 ,18 9 ,19 2,19 3,19 4 ,19 5, i97, 198, Sialia sialis 381
200, 201, 202, 203, 204, 205, 206, simetría 32, 4 8 ,5 7,19 0 ,4 0 0
2 0 7,2 0 8 ,2 10 ,2 11,2 12 ,2 13,2 15 ,2 16 , síntesis moderna 86, 126, 129, 317,
217) 218) 221, 222, 227, 229, 230, 323
232, 234, 240, 243, 245, 246, 247, sistema de apareamiento 159, 420,
248, 249, 250, 252, 254, 260, 264, 423
265, 266, 267, 274, 285, 289, 290, sistema de apareamiento humano
296, 301, 302, 303, 304, 305, 306, 423
307,3 0 8 ,3 0 9 ,3 10 ,3 12 ,3 13 ,315,316, Sm ith,A. 44
317, 320, 324, 327, 328, 337, 338, sociología 462,4 70 ,4 73
340, 341, 343, 347, 354, 355, 356, solución de Darwin 243, 298, 383,
359, 361, 363, 364, 365, 366, 367, 3 8 9 ,3 9 0 ,3 9 1
368) 369, 370, 371, 372, 373, 375, solución de Wallace 20 0 ,246 ,252
382, 383, 386, 387, 388, 392, 399, sombra del futuro 334,336
400, 402, 404, 407, 409, 410, 411, Spencer, H. 413, 472, 473, 474, 475,
413, 414, 415, 416, 417, 418, 419, 476, 477, 478
423, 424, 425, 426, 429, 430, 432, Spermophilus beldingi 329
433, 436, 438, 439, 4 4 0 , 443, 4 4 4, Sphex ichneumoneus 418
445, 446, 447, 448, 449, 450, 451, Struthio camelus 102
452, 453, 454, 455, 456, 457, 458, superfecundidad 348,349
459, 46o, 461, 462, 463, 464, 465,
466, 467, 468, 469, 470, 471, 472, tábula rasa 479,480
473) 475, 477, 479,4 8 1 Tachycineta bicolor 333
selección sexual 2 1 ,22> 24,78,8 9,99 , tálamo 2 9 1,2 9 2 ,29 3,2 9 5,2 9 6
10 3 ,10 9 ,113 ,117 ,14 5 ,15 7 ,15 8 ,15 9 , tareas de selección de Wason 426
16 3,16 4 ,16 5 ,16 6 ,16 7 ,16 8 ,175 ,17 6 , tasas de mutación 359
178 ,179 ,18 0 ,18 5,18 8 ,18 9 ,19 1,19 2 , Teleogryllus comjmodus 287
193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, teleología 3 8 ,4 8 ,7 9 ,8 0 ,12 4
592
ÍN D IC E
593
{
4
COLECCIÓN VITRAL
Un grito oscuro
El enigma de los niños autistas
Denys Ribas
Hermenéutica y racionalidad
Gianni Vattimo (compilador)
Fuego en el dragón
Y otros ensayos psicoanalíticos sobre folclor
Géza Róheim
Del Cerro de Plata a los caminos extraviados
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