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Cuál Es El Sentido de La Vida
Cuál Es El Sentido de La Vida
uizás porque acabo de cumplir años, o quizás porque acabo de terminar mis exámenes…
sea cual sea la razón, he estado reflexionando mucho en esta pregunta últimamente.
“Un hombre sale a pasear. En el camino, se encuentra con un obrero y le pregunta: ¿Qué
haces? Trabajo ¿Para qué trabajas? Para ganar dinero ¿Para qué quieres dinero? Para
comer ¿Para qué comer? Para vivir ¿Para qué vives? No lo sé…”. Es una de las
anécdotas que más versiones tiene. A veces, el protagonista es un filósofo, otras veces
un santo, un filántropo, un artista o todo lo anterior. No importa. Sea cual sea el origen de
la historia, nos muestra el método de la filosofía (buscar las causas últimas) y nos
introduce al tema: ¿Para qué vivimos? ¿Cuál es el sentido de la vida?
Mucho se podría decir del tema, pero el objetivo de las cápsulas no es el de ofrecer
respuestas definitivas, sino el de generar espacios de reflexión sobre la propia existencia.
Por lo tanto, no te ofrezco respuestas; te ofrezco vías para responder.Imagina que estas
en un cuarto completamente vacío. El cuarto se llama: “El sentido de la vida”. Delante de
ti, se encuentran tres puertas: I) No hay sentido; II) El sentido es inmanente; III) El sentido
es trascendente. Vamos a abrir las tres antes de atravesar alguna.
La primera puerta nos muestra un vacío. La vida no tiene sentido. Nuestra existencia se
consume lentamente en el tiempo del cual somos prisioneros. Vagamos por el mundo
como extranjeros, esperando el momento de culminar el gran y único destino al cual
hemos sido llamados: la muerte. Nacemos para morir. Nacer, crecer, reproducirse y
perecer, esto es lo más cercano que tenemos a un sentido de la vida. Venimos de la nada
y a la nada nos dirigimos.
Después de ese vértigo nihilista, te diriges a la segunda puerta. La abres y te encuentras
contigo mismo. La inmanencia te dice que el sentido de la vida eres tú. Amar duele; el
dolor es un mal; por lo tanto, tenemos que evitar el amor. El sentido de la vida consiste en
un vaciarse, liberarse de toda atadura externa y alcanzar la paz con uno mismo. Hacerte
nada para hacerte todo. La segunda puerta te lleva al encuentro con un Yo nirvánico, libre
y absoluto.
El sentido de la vida
Dios es el principio y el fin de todo ser humano: viene de Dios y va hacia Él.
Una vez un hombre iba viajando en un tren; estaba durmiendo. Se despertó y alguien le
preguntó a dónde iba, pero el hombre adormilado respondió que no sabía. La misma
persona le preguntó dónde había subido en el tren, pero respondió lo mismo, que no
sabía. Es comprensible que un señor así no sepa responder a unas preguntas tan
fundamentales: estaba todavía en los brazos de Morfeo.
Sin embargo, muchos hombres hoy en día no saben responder a preguntas todavía más
fundamentales, que se refieren al sentido de su existencia humana ¿de dónde vienen?,
¿a dónde van?
Dios es el principio y el fin de todo ser humano: viene de Dios y va hacia Él.
El filósofo Aristóteles dijo que el hombre es como una flecha lanzada al aire: no sabe de
dónde viene ni a dónde va. Pero nosotros los creyentes sí conocemos las respuestas a
estas preguntas. Dios, por así decirlo, nos ha dado todo servido en el plato:
Dios nos creó y estamos de regreso hacia Él. Él, al mandarnos a este mundo, nos dio un
boleto de ida y vuelta. Todo el sentido de nuestra vida está contenido en esta verdad:
estamos regresando a la casa paterna. No todo el mundo tiene la suerte de conocer esta
verdad.
¡Hay tantos seres humanos que están vagando por las tinieblas de la duda y de la
incertidumbre! Pensemos en los espiritistas que creen en la reencarnación, en los
materialistas que piensan que todo es materia y que el hombre tiene la misma suerte de
una planta o de un pájaro... Debemos dar gracias a Dios por el don de la fe en esta
verdad que es el eje de la existencia humana: Dios es nuestro principio y mi fin.
El gran error de nuestras vidas es vivir desorientados y engañados, creyendo que vamos
siguiendo un sentido... cuando en realidad cada día nos alejamos más del verdadero
sentido: Dios. El que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando
del término.
Venimos de Dios
La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios.
Nosotros salimos de la mano creadora de Dios, somos obra de Dios. Cuando quieren dar
valor a una pintura dicen que es de Rembrandt, de Picasso, de Dalí... Nosotros podemos
decir que somos de Dios, pues nuestro Hacedor es Dios mismo.
Esta creación de Dios es una acción continua en nuestra vida, pues Él sigue
sosteniéndonos en el ser. Si Dios pudiera dormir un instante, toda la creación dejaría de
existir. Nosotros necesitamos a Dios para seguir viviendo. Sin Él no podemos hacer nada,
desde la acción más banal como rascarnos la barbilla, hasta la más sublime que es hacer
un acto de caridad.
¡Qué insulsa debe ser la vida del hombre que no posee a Cristo! Un poco de tiempo de
egoísmo, un oficio pasajero, tratar de llenar el vacío de la existencia con paladas de
diversión y de sexo, cuando no son de sufrimiento sin sentido; y dejar a otro en nuestro
sitio que continúe la cadena indefinida: a ver si tiene más suerte y logra alcanzar lo que
nosotros no alcanzamos.
Somos muy sensibles a los desastres físicos y económicos. Nos impresiona cuando hay
un accidente o cuando fulano da un mal paso en el negocio y pierde todo de un día a otro.
No somos tan sensibles a los fracasos espirituales. El fracaso espiritual total es la pérdida
de la propia alma. Sin embargo, ¿cuánto hacemos por salvar nuestra alma?
Esta meditación debe ayudarnos a establecer una correcta escala de valores en la cual
Dios y la salvación de mi alma ocupan el primer lugar.
En su poderosa encíclica Evangelium Vitae (1995), Juan Pablo II afirma que ´´los mayores
tienen una valiosa contribución que hacer al Evangelio de la vida´´. Por su parte, el
Consejo Pontificio para los Laicos escribe que ´´los planes de pastoral de los mayores y
con los mayores deben enraizarse en la defensa de la vida´´. Ciertamente, el movimiento
Vida Ascendente está plenamente comprometido con la cultura de la vida. Las prioridades
en este compromiso se centran en el sentido de la vida y de la dignidad humana, del
sufrimiento y de la muerte. La vida humana es un bien primario de un valor inestimable e
inviolable, una de las cosas vivas más hermosas del mundo. Es un gran regalo de Dios,
un signo de su maravillosa presencia en nosotros. Es algo sagrado. También es una tarea
para todos los humanos: administrarla bien, defenderla y de promocionarla con otros.
Para el cristiano, como para San Pablo (Fil 1:21), la vida humana es en realidad la vida de
Cristo, que es nuestra vida: ´´Yo soy el camino, la verdad y la vida´´ (Jn 14:6). El Señor
vino al mundo para que todos podamos tener vida, y una vida en plenitud (Jn 10:10). La
vida en Cristo está llena de gracia y amor. La persona humana posee dignidad humana,
que es perfección única, plenitud y valor. La dignidad humana, como dignidad ontológica
o fundamental, es igual en todos los seres humanos. Así, una persona puede actuar cruel
y criminalmente, con lo cual pierde su dignidad moral, pero nunca puede perder su
dignidad humana básica. Para el cristiano, la más alta dignidad humana de la persona se
halla en unión con Dios a través de Cristo, hijo de Dios y hombre perfecto (cf. Vaticano II,
GS, n. 22, 32, 38, 45). Todos los seres humanos, los niños nacidos y los nonatos, los
jóvenes y los viejos, hombres o mujeres, blancos o negros, filipinos o españoles... Todos
los seres humanos son personas. Cualquier ser humano es igual a todos los demás.
Ningún ser humano, hombre o mujer, ni es ni debería ser tratado como un objeto sino
como un sujeto, no como un medio sino como un fin, no como ´´ello´´, sino como ´´él´´ o
´´ella´´ (o, mejor aún, ´´tú´´).
Todo ser humano posee en esencia la misma dignidad humana y, por tanto, es merecedor
de un respeto incondicional (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 90). No obstante, entre los
seres humanos, los más débiles deberían ser protegidos de una manera especial. En la
tradición cristiana, en particular, ser débil es título suficiente para merecer un respeto y
una atención especiales. ¿Quiénes son los débiles hoy en día? Lo son, entre otros, los
embriones humanos, los pacientes terminales, los inválidos, los marginados, los niños, las
mujeres y los ancianos. Ellos merecen recibir, de parte de los cristianos, lo que se viene
en llamar amor preferencial, tal y como han afirmado Juan Pablo II y Pablo VI (cf. Juan
Pablo II, Familiaris Consortio, 1981, 47; Pablo VI, Octogesima Adveniens, 1971, 15).
Dios dijo: ´´No matarás´´ (Ex 20:13). La eutanasia, ya legalizada en Holanda, en Bélgica y
en Oregón (Estados Unidos), es inmoral. La eutanasia, al matar a un ser humano de
manera activa, directa e intencional, es según el Vaticano II una de las infamias de
nuestro tiempo. Atenta contra el derecho fundamental a la vida y también contra el
mandato de Dios. Hablando objetivamente, la eutanasia ´´voluntaria´´ (o matarse a uno
mismo) es un suicidio, y la ´´involuntaria´´ (la muerte impuesta por otros a pacientes que
sufren) es un homicidio, otro crimen que clama al cielo. La eutanasia recibe a veces el
nombre de ´´matar por misericordia´´. Nos preguntamos: ¿Cómo puede ser misericordioso
el acto de matar a otro ser humano? ¿Cómo puede ser realmente misericordioso ayudar a
cometer suicidio a alguien que está herido? La verdadera misericordia, o compasión, es
una cualidad de auténtico amor al prójimo. Como ha dicho Juan Pablo II, ´´la verdadera
compasión nos lleva a compartir el dolor del otro, no a matar a la persona cuyo
sufrimiento no podemos soportar´´ (EV 66).
Permitir la muerte es ético en dos situaciones: En primer lugar, cuando el tratamiento para
prolongar la vida es realmente inútil para el paciente. En segundo lugar, cuando la
prolongación de la vida (de la agonía) es una carga demasiado dura de soportar, sobre
todo para el paciente. Hay otra posibilidad de acortar la vida indirectamente: cuando el
paciente necesita calmantes que, directamente, le mitigarán el dolor, pero indirecta e
involuntariamente pueden acortarle la vida (en ética se habla aquí del principio de doble
efecto).
Afirmamos con energía que hay un derecho a la vida, pero no hay un derecho a la muerte.
Podemos hablar, con sumo cuidado, del derecho a ´´una muerte digna´´ o a ´´una muerte
con dignidad´´, es decir, una muerte que llega a su tiempo, ni antes (como en la eutanasia
y el suicidio asistido) ni después (como en la distanasia). Juan Pablo II dijo en Viena, en
1988: ´´Tanto la extensión artificial de la vida humana como el aceleramiento de la
muerte, aunque emanan de diferentes principios, encierran ambos el mismo fundamento:
la convicción de que la vida y la muerte son realidades confiadas a los seres humanos
para que dispongan de ellas a su voluntad´´. El Santo Padre añadió entonces que, ´´al
igual que el resto de seres humanos, nuestros ancianos tienen derecho a una vida digna y
a una muerte digna´´.
De este modo, el sufrimiento se puede convertir en un camino para encontrar a Dios. Con
la gracia de Dios y nuestra cooperación, la cruz puede pasar de ser un lugar de dolor y
sufrimiento a ser ´´una cita con el Señor Crucificado´´ (J.M. Cabodevilla). Los santos no
sólo soportaron sus sufrimientos paciente y gozosamente, por amor a Dios, sino que
incluso pedían al Señor que aumentase sus sufrimientos para poder unirse de una
manera más próxima a Jesús crucificado, con lo cual se convertían en corredentores con
Él. El sentido más profundo del misterio del sufrimiento es el sufrimiento corredentor y
salvífico, como decía San Pablo (Col 1:24).
¿Qué hacer frente al sufrimiento de otros? Siguiendo a Cristo, el Buen Samaritano, todos
tenemos que estar al lado de los que sufren, en nuestras familias y comunidades, para
ayudarles a sobrellevar su sufrimiento, ¡no para aumentárselo! En su obra Calígula, Albert
Camus puso las siguientes palabras en boca de Escipión: ´´Calígula me dijo a menudo
que la única falta que uno comete en su vida es causar sufrimiento a otros´´. Tenemos
que estar al lado de los que sufren de dolor y de soledad, y tenemos que hacerlo sin
juzgarles, no con una actitud paternalista sino de comprensión, respeto y oración, puesto
que ellos pasan por diferentes estadios psicológicos, como los cinco clásicos de la
doctora Elizabeth Kubler-Ross, a saber: negación, rabia, negociación, depresión y
aceptación.
Sentido de la muerte
Se dice que la ´´muerte social´´ (separación de todos y soledad) precede muchas veces a
la muerte biológica. Las familias de las personas mayores que sufren y el equipo sanitario
que les atiende no deberían permitir que esto suceda. El cristiano moribundo, en
particular, cree en la compañía de Cristo y muere con esperanza, en la comunidad de
creyentes, auxiliado por la oración y los Sacramentos. Teilhard de Chardin pedía a Dios
que le enseñase a tratar su muerte como un acto de comunión. La muerte representa la
terminación de esta vida, lo que implica la desintegración del cuerpo y, en perspectiva
cristiana, el paso del alma, como esperamos, a la vida eterna (una vida que, al final de los
tiempos, será también compartida por nuestros cuerpos, que tendrán entonces una forma
gloriosa). Hablando en términos médicos, la muerte se define hoy como la cesación total e
irrevocable, tanto de la función cardiopulmonar como de la de todo el cerebro, incluido el
tronco cerebral. De hecho, el debate sobre la ´´muerte cerebral´´ continúa todavía activo.
La cruz de los cristianos, el báculo para la jornada de la vida, según San Juan de la Cruz,
es la ´´cruz de la esperanza´´. Una cruz que apunta a la Resurrección de Cristo. En la
perspectiva de la Pascua, sufrir y morir no son meramente estar en la cruz, sino una
oportunidad de amar, y de amar más: ´´Dios amó tanto al mundo que nos dio a su Hijo
Unigénito, y aquél que cree en Él no morirá, sino que tendrá vida eterna´´ (Jn 3: 16). En
esta vida terrenal, debemos integrar el Viernes Santo con el Domingo de Pascua, ya que
uno necesita del otro: ´´El Viernes Santo sin la Resurrección está falto de esperanza, y la
Resurrección sin el Viernes Santo está falta de sentido´´. Bajo la mirada de Dios, ´´una
experiencia de sufrimiento puede convertirse en una experiencia de resurrección´´ (Javier
Barbero).
Conclusión
La Iglesia de Cristo se preocupa por cada uno de nosotros: Es nuestro pastor. Como
pueblo de Dios, los mayores son también Iglesia y tienen que cooperar activamente en los
planes y acción pastoral de la Iglesia proclamando, celebrando y sirviendo el Evangelio de
la vida y el amor. En particular nosotros los mayores, y particularmente los miembros de
Vida Ascendente, tratamos de ser ministros de pastoral siendo creativamente fieles a
nuestro carisma, a nuestra tríada, es decir, a la espiritualidad, la amistad y el apostolado.
Parte de nuestra misión consiste en proclamar la dignidad, los derechos humanos y el
sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte.
El sentido de la vida
La experiencia nos revela que el sentido abarca más que el significado. Para captar el
significado de una acción basta analizar ésta en sí misma
La experiencia nos revela que el sentido abarca más que el significado. Para captar el
significado de una acción basta analizar ésta en sí misma. El sentido sólo se revela
cuando se contempla tal acción en una trama de acciones interconexas. Tienes hambre y
ves un cestillo de manzanas apetitosas en la entrada de una frutería. Para ti tiene un gran
significado tomar una y comerla. Te apetece, te gusta, te sacia. Ese gesto está colmado
de significado. Significa mucho para ti. Pero ¿tiene sentido?
La cuestión del sentido surge con el ser humano. El animal no necesita planteársela.
Tiene que desarrollarse, pero su desarrollo está predeterminado con firmeza implacable
por la especie. Por eso no puede equivocarse nunca al actuar. Le basta seguir sus
instintos para asegurar su pervivencia y la de la especie.
El ser humano debe también crecer por ley natural, pero tiene el privilegio de poder
saberlo y precisar el modo de llevarlo a cabo. El hombre es un "ámbito", no un mero
"objeto", y se desarrolla como persona creando nuevos ámbitos a través del encuentro. El
encuentro es fuente de luz y de sentido. Al encontrarme con otras personas y formar
comunidades, siento que configuro mi vida de forma ajustada a las exigencias de mi
realidad personal, a lo que ya soy y a lo que estoy llamado a ser. Esta llamada es mi
vocación y misión. Cuando mis opciones fundamentales, mis hábitos y mis actos se
orientan hacia el cumplimiento de esta misión y esta vocación, la marcha de mi existencia
se realiza en el sentido adecuado, en la dirección justa. En la misma medida tiene
"sentido".
Nuestra vida se desarrolla y adquiere, por ello, sentido cuando cumplimos el deber de
elegir en virtud del ideal verdadero de nuestra existencia. Ese ideal viene dado -según la
investigación actual más cualificada- por la creación de formas valiosas de unidad con las
realidades circundantes . Al elegir de este modo, comenzamos a ser libres, por cuanto
tomamos distancia de nuestras apetencias inmediatas, sobrevolamos la situación y
optamos en virtud de una realidad distinta de nosotros y sumamente valiosa.
Si ese deber que asumimos lo consideramos como algo impuesto desde el exterior,
nuestra libertad interior es todavía incipiente: nos liberamos del apego a nuestras
apetencias, pero permanecemos sumisos a una instancia externa y ajena. Mas, cuando
llegamos a amar ese ideal, lo interiorizamos de tal forma que lo sentimos como una
exigencia interior. Con ello, nuestra elección a favor del ideal gana espontaneidad, y la
libertad interior se hace perfecta. Uno se torna transparente al ideal. Éste se hace
presente en toda nuestra actividad. Tal presencia transfigura nuestro ser y actuar y los
colma de sentido.
Nuestra vida tiene pleno sentido cuando no necesita tender hacia el ideal -visto como una
meta futura-, porque éste se ha convertido ya en su más íntima razón de ser y en el
impulso de su acción. El ideal juega entonces la función de valor supremo, el que aúna
dinámicamente todos los demás como una clave de bóveda.
El sentido y la responsabilidad
El sentido de nuestra vida brota cuando somos responsables, en el doble sentido de que
respondemos al valor que polariza todos los demás y respondemos de los frutos de tal
respuesta. Esta recepción activa del valor es una actividad creativa. Y toda forma de
creatividad es dual, implica al menos la colaboración de dos realidades. Por eso exige una
actitud de apertura desinteresada.
A la inversa, el que sólo se preocupa de lo que puedan reportarle los seres del entorno,
tiende a reducirlos a medios para sus fines, con lo cual los rebaja a condición de objetos y
hace inviable la actividad creativa. En consecuencia, vacía su vida de sentido, porque no
funda encuentros ni crea nuevos ámbitos de vida; se reduce a manipular objetos. Sitúa su
vida en un plano inferior al debido, se aleja de su verdad existencial, agosta su capacidad
creadora.
Así, el que confunde el amor personal con el mero erotismo corre peligro de reducir la otra
persona a mera fuente de gratificaciones. Esta vida de relación interesada puede tener un
significado intenso, incluso conmovedor, pero carece de sentido, por la razón decisiva de
que no sitúa su comportamiento en el plano de la creatividad sino en el del manejo
arbitrario de una realidad gratificante. Esta falta de autenticidad y ajuste a las condiciones
del propio ser se traduce en mengua de sentido.
Cuando uno adopta una actitud integradora y se abre al encuentro de realidades vistas
como ámbitos, crea con éstas un campo de juego común, en el cual las relaciones
espaciales "aquí-ahí", "dentro-fuera", "interior-exterior", "lo propio-lo ajeno"... quedan
felizmente superadas. En el aspecto físico-corpóreo, dos amigos están el uno "fuera" del
otro, porque dos cuerpos opacos no pueden ocupar el mismo lugar. Pero, en el aspecto
lúdico-creador, se hallan en la intimidad de un mismo campo de interacción. Lo que les
viene de fuera ya no es necesariamente externo y ajeno; puede serles íntimo. Y el
entregarse a ello o tomarlo como impulso de su obrar no supone una entrega a lo ajeno,
por tanto una alienación o enajenación, que carece de sentido en un ser llamado a regirse
autónomamente.
Al vivir de modo creativo, el esquema "autonomía-heteronomía" deja de aparecer como
un dilema para presentarse como un contraste . Soy de verdad autónomo al ser
heterónomo. Me guío por criterios propios al asumir activamente criterios de acción
fecundos para mi vida y convertirlos en íntimos sin dejar de ser distintos. Al vivir uno
personalmente esta integración de la autonomía y la heteronomía, se siente plenificado,
colmado, desbordante de sentido.
Algo semejante cabe decir de la fecundación mutua de la libertad y las normas. Si acepto
de forma pasiva una norma o un precepto, no los convierto en íntimos; siguen siendo
externos, extraños y ajenos, y, al dejarme guiar por ellos, me alieno y pierdo mi identidad
personal, mi autenticidad. No actúo con la debida autonomía e independencia. Mi vida
pierde el carácter personal que le compete. No tiene sentido. Está rebajada de rango,
envilecida. No se halla en la verdad; se mueve en la falsedad.