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Letrina Noviembre 2019
Letrina Noviembre 2019
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CABALGANDO EN LA LLANURA
ELÍAS URDÁNIGO
Bajo del bus en el centro. Tengo unos dólares en los bolsillos y otro tanto
en la cuenta del banco. Camino esquivando personas y autos, y vendedores y
prostitutas a destiempo. Camino. Las putas del terminal, así decía la crónica del
periódico. Camino durante una media hora y tomo un bus que vaya al terminal.
Le tengo miedo a la gente, les tengo miedo a la multitud y a los hombres
violentos. Siento que no soy capaz de defenderme de los demás, aunque haya
ejemplos precisos que me demuestren lo contrario.
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Bajo y doy unos pasos, miro la fachada de los hoteles que hay por la zona. Voy
a alquilar una habitación y por la noche, voy a conseguir una prostituta, y voy
a ganarle a mi miedo. Miedo al ridículo, quizá el mayor de todos mis miedos.
Escojo el hotel que tiene el edificio más alto. Le digo a la recepcionista que me
dé una habitación. Cuando me pide el nombre, descubro que tengo la necesidad
de dar uno falso. Y me acuerdo de Camilo Ramírez. Me dan la habitación número
11. Subo por el ascensor.
Por eso te lastimé tanto Diana, soy un ser hecho de miedo y debilidad. Y para ti
fui un dictador sanguinario. Esa es la cadena que no pude romper. Y
probablemente la misma que arrastró mi padre hasta su muerte. Al menos
nuestro hijo está a salvo de mi influencia, Diana. No hay mal que por bien no
venga, no es así que repite tu mamá.
Ya no hay luz solar afuera. No he comido desde hace varias horas, pero no
tengo hambre. A las 9 de la noche empezarán a llegar las chicas, debutar con
una prostituta a estas alturas, todo con retraso; en ustedes reinas
nocturnas descargaré todo el miedo y pondré en práctica lo que aprendí en
la escuela del dolor. Mi padre dijo que no sabía cómo había criado un pelele sin
carácter. Por más que intenté no pude enfrentarlo. Lo insulté desde la calle
cuando estuve seguro de que no podría alcanzarme. Faltarle el respeto a tus
padres es tabú.
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FABIAN HERLLEJOS
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Ella decía que mi mirada era triste y fuerte, nunca entendí por qué me lo decía, pero cuando me vi por primera
vez en el espejo, después de su muerte, supe a lo que se refería, frente a mí encontré a un hombre desconocido,
exageradamente solitario y desconocido, no volví a ser el mismo. Después de ella tuve una relación que terminó
siendo tortuosa y después ya nada. Hoy me vi al espejo y ya me sé reconocer el rostro, pero sigo con aquella
mirada con la que me vi por primera vez desde que supe de su accidente. Vivo con el miedo de perder a quienes
amo y eso es irresoluble. Ilse, con su partida, de algún modo me enseñó a ver la vida con nostalgia y eso muchas
veces galopa en los cuentos que hago, en mi forma de decirle al mundo “hey, no pasa nada, aún queda gente
jodida con sentido del humor”. Esa es la zona que nadie o casi nadie ve. Ese es mi lastre, mi oficio, hoy no traigo
una libreta de prepa, hoy es el corazón remendado lo que traigo en las manos y sé que no habrá nadie quien me
lo pueda arrojar a la cara. Si lo dejo en alguien es porque hay fe y porque entiendo que todos tenemos fantasmas,
de algún modo u otro. Decía Cerati "poder decir adiós es crecer" y yo, desde hace bastante tiempo, gracias a
ella, ya no le temo al olvido.
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Odio las salchichas
María Fernanda Rodríguez A.
PRIMER PREMIO
XIV CONCURSO DE CUENTOS
NUESTRA PALABRA CANADA 2019
Mi mamá, más que nadie, sabe que odio las para que el Bobby jugara.
salchichas y aun así las sigue
preparando. Y si, por casualidad, paso por una En esta ciudad la pobreza está en todas partes; en
carnicería y hay salchichas en el exhibidor, las calles y en el aire. Ya nos
las contemplo y me quedo muy quieta evocando acostumbramos a ver a los pobres, junto a su
algo que me duele en el pecho y me rosario de hijos, instalados a pedir limosna, en
provoca llorar. las veredas o al pie de esas iglesias vestidas de
Aquel día, llegué a casa con el apuro de mostrarles piedra. Y los perros callejeros se mueren de
mi nueva adquisición. El perrito hambre, se secan al sol y desaparecen dejando solo
que Doña Margarita Velasco, de la casa esquinera, una mancha sobre el pavimento donde
me regaló. las moscas revolotean. El olor rancio del ambiente
—Ponle un nombre —dijo la vecina mientras le demora en desaparecer.
rascaba el lomo al perro.
—Bobby —dije yo, casi sin pensar. Hay poca gente como la vecina, Doña Margarita,
Tenía una cola larga y puntiaguda que no paraba con algo de recursos y buen
de mover, los ojitos brillosos y el corazón, que se ablanda ante tanta carencia.
pelo café con pintas negras. Lo encontraron Desde hacía algún tiempo que yo quería un perrito.
merodeando por el barrio durante varios días. Se lo comenté a Doña Margarita
Al principio sorprendió que sólo se sentara al pie y ella, mientras acariciaba la cruz colgante de su
de la puerta de los Velasco, luego se supo cuello, dijo que tener un animalito estaba
que fue la misma Doña Margarita quien, a bien ante los ojos de Dios.
escondidas, lo alimentaba, por eso el perrito —Ellos nos ayudan a cruzar el puente que divide la
regresaba puntual; sin embargo, la vecina no pudo muerte de la vida eterna.
adoptarlo. Y aunque el matrimonio Entonces sujeté al Bobby, le amarré al cuello una
Velasco nunca tuvo hijos, gozaban de la compañía cuerda improvisada, agradecí y me
de un gato, un perico, un mono, dos lo llevé. Emprendimos camino a casa, con
perros y un conejo; algunos callejeros y otros esporádicas pero forzosas paradas para que el
regalados, en todo caso, todos adoptados. Con animal saciara su comezón.
el conejo, que fue último en unirse a la gran familia, Caminamos uno al lado del otro, avanzando al
el marido puso un estatequieto mismo ritmo, ambos con la actitud gallarda que da
ordenando no recibir más animales. la alegría de haber encontrado un amigo.
—¡Margarita, ni un sólo animal más en esta casa!
Por eso me regaló el perrito y también por el En aquella época ya habían comenzado los
espacio, dijo que mi casa era grande problemas entre mis padres.
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En ocasiones Papá no llegaba a dormir y cuando y fue imposible que mamá encarara a Doña
regresaba no le dirigía la palabra a nadie, ni Margarita, por lo menos los primeros días.
siquiera a mi mamá, a menos que fuera para
pelear. Las riñas eran cada vez más frecuentes. Cuando papá hizo su aparición y le comenté del
Las gemelas iban a cumplir quince años, yo tenía Bobby, ablandó algo su expresión
nueve. Las rencillas no sólo eran hosca. Se hincó y le llenó de arrumacos. Y mamá
entre mis padres, también mis hermanas echaban olvidó la promesa de devolver el perrito a
leña al fuego, y por duplicado. En los Doña Margarita.
desayunos una se burlaba de la otra tachándola de El Bobby se acostumbró a salir conmigo en las
glotona; a veces intervenían en las mañanas y me esperaba en la puerta
discusiones conyugales y se parcializaban a favor de la escuela hasta la hora de salida. Luego
de mamá. Yo, en cambio, me encogía en regresábamos juntos a casa. Las niñas de mi
mi habitación, como un caracol, a esperar el paso escuela me decían afortunada por tener mi
de la tormenta que sólo dejaba un mascota.
ambiente sordo con esporádicos portazos y El bocadillo que Mamá prepara en las mañanas es,
miradas desafiantes. por lo general, una salchicha
A mis hermanas les dio mucha alegría la presencia envuelta en pan. Yo me comía el pan y el Bobby la
del Bobby, pero les dejé bien salchicha; a mi perrito le gustaban las
claro que era mío. Lo escondí en mi habitación. salchichas.
Papá no estaba en casa y mamá, al principio, El recuerdo de la última noche que dormimos
no lo notó. Estaba apenas recuperándose de la juntos está intacto.
última pelea y, como complemento, tenía la Papá llegó con el semblante cansado y la mirada
preocupación de una de las gemelas que tenía ausente; nadie conocía aquella
crisis de angustia en la escuela. expresión mejor que yo. Habría pelea. La riña
A pesar de ser gemelas mis hermanas son muy comenzó apenas asentó sus talones en la
distintas. La que nació primero, con casa, entonces mis hermanas, mi perrito y yo nos
dos minutos de diferencia, es la más débil. Se encerramos en mi habitación. Los gritos
asusta por todo, la gripa le ataca seguido, iban y venían por largo rato, después los sollozos
tiene malas calificaciones y cada que puede me de mamá. Luego, cuando yo no estaba ni
saca la lengua y me apunta con el dedo dormida ni despierta sino perdida en una zona de
burlándose. La otra, en cambio, es como un adulto vigilia y abrazada del Bobby, escuché un
cariñoso. Me ayuda con la tarea y asiste a ¡PAF! Un golpazo. Y el silencio. Supe que la pelea
mamá con el quehacer de la casa, pero es la que había terminado y también caí dormida.
más llora cuando a papá le da por soltar A la mañana siguiente, con un cachete inflamado,
groserías y portazos, no contiene la pena. mamá nos preparaba el desayuno.
Mi madre tiene, en el carácter, la dualidad de las —Está hinchado por la muela —dijo mientras se
gemelas; ante mi padre es sumisa, palpaba el pómulo moreteado.
pero con nosotras, estricta. Cuando conoció al Tenía los ojos llorosos y el semblante azul. Papá se
Bobby y supo que era un perro callejero, le había marchado. Las gemelas
dio asco. Nunca le han gustado las mascotas. Me comenzaron su clásica pelea matutina. Yo, dejé
ordenó devolverlo, pero me negué y a hurtadillas intacto el desayuno sobre la mesa. El Bobby
lo metí en la bañera, lo dejé limpio y fragante. no paraba de ladrar. Mamá estalló en lágrimas y
Crucé los dedos y le juré a mamá que el Bobby gritos. Tomó la salchicha de entre mi pan y
nunca más será un perro callejero. “Lo devuelves le ofreció al Bobby. Él siguió la salchicha de la
tú, o lo devuelvo yo”, me dijo. Fuimos varias veces cocina hasta la cochera. Solo cuando mi
a la casa de los Velasco, pero nadie abrió la puerta perrito subió en el auto mamá la soltó. Prendió el
auto y arrancó. Y nunca más supe del
Bobby.
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Daniel Cardona
Es difícil imaginar que una hora antes de que Erwin me propine una puñalada en el pulmón izquierdo nos estamos
tomando una jarra de Corona en la Station des Sports, un bar deportivo del centro de Montreal que está casi vacío
gracias a la tormenta de nieve que azota la ciudad desde el mediodía.
Nos encontramos para ver un partido de futbol entre las selecciones de Colombia y Brasil por las eliminatorias del
mundial de Qatar 2022. Es solo un pretexto para reencontrarnos, ponernos al tanto de los chismes más recientes
y hablar un poco de mierda.
Mientras empieza el partido, el canal de tv nos bombardea con comerciales de cerveza local y algunos boletines
noticiosos. En uno de ellos se repite la noticia de la victoria del Partido Liberal y el discurso progresista de su
Primer Ministro Justin Trudeau, un líder carismático con ideas de apertura y multiculturalismo que hace cuatro
años ganó por mayoría absoluta. El novio de América lo ha vuelto a hacer, pero su segundo mandato será de
carácter minoritario.
- En cuatro años se pasó de ser un príncipe azul a un político de carne y hueso – dice mi amigo.
- El fin de la Trudeaumanía – contesto chocando mi vaso de cerveza contra el suyo.
Erwin me pregunta si alguna vez he pensado regresar a mi país. Le digo que a pasar vacaciones seguro que sí, pero
que regresar del todo no se me pasa por la cabeza. ¿Para qué irte de un país en el que la pérdida de un gato de
raza es la noticia que sale en la primera plana del periódico? Es claro que nadie está exento del factor suerte. Se
nos viene a la mente el caso del inmigrante sirio que sobrevivió a un bombardeo en Damasco para morir en una
calle de Montreal tras ser aplastado por un aire acondicionado que se desprendió de la ventana de un quinto piso.
La vida es una serie de eventos, a veces afortunados, a veces trágicos. Pero es claro que lo del pobre sirio es un
caso aislado. No es la norma.
Erwin me dice que va por la misma línea, que la idea es terminar de echar raíces en esta tierra.
Empieza el partido y el tema de conversación cambia a lo futbolístico. Debate tras debate a medida que rueda el
balón, que el portero de Colombia es un hueco, que no, que un porterazo; que Neymar es un payaso, que no, que
un megacrack; que esto sí, que esto no, y así entre cerveza y cerveza hasta que un cobro de tiro libre de James
Rodríguez se clava en el ángulo de la portería brasilera y nos saca el grito de gol que teníamos atrancados desde
el pitazo inicial.
Nuestra alegría se va al bote de basura en el preciso instante en el que un gorila de 2 metros de alto y unos 200
kg de peso abre la puerta del bar, dejando entrar un ventarrón frío y ruidoso que se mete por nuestros huesos.
Cuando has vivido más de treinta años en Medellín desarrollas la habilidad de oler el peligro. La mirada de Erwin
reafirma mi convencimiento de que algo huele mal.
En una noche de tormenta de nieve, la gente normal se encuentra en casa viendo una película de Netflix al calor
de una botella de vino y las ondas térmicas de una chimenea.
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Pero ni Erwin ni yo somos personas normales.
Y aparentemente el clon de Hulk tampoco lo es.
El bar está semivacío pero el gorila en cuestión decide sentarse a mi lado.
Erwin me mira de reojo, olemos problemas.
El hombre pide una cerveza extrafuerte. Le hace entender al barman (señalando a nuestra jarra) que no se le
ocurra servirle bebidas para señoritas. También ordena que cambien el partido de futbol por uno de hockey.
El barman le indica que hay otras pantallas en el bar, pero el tipo dice que esta es su pantalla favorita.
En ese instante la mesera nos trae la comida que habíamos ordenado treinta minutos atrás. Dos platos cargados
con un bistec de búfalo y papas fritas. Tratamos de actuar con normalidad y proseguimos con nuestra
conversación.
Al tipo no le hace gracia que hablemos en español. Estamos en fucking Quebec, aquí se habla fucking french.
Destila un olor a alcohol fermentado cada vez que abre la boca.
Le digo en francés que decir “Fucking french” en inglés es una incoherencia a la hora de defender su lengua natal.
También le pregunto si es capaz de hablar otro idioma.
Me responde recogiéndose las mangas de su pullover que domina el idioma de los puños.
El barman nota la tensión en el ambiente y le hace una seña al de seguridad, un ser enorme con aspecto de matón
italiano que supera en estatura y musculatura al buscapleitos que nos trajo el niño Dios.
- ¿Todo bien por acá? – pregunta nuestro ángel de la guarda.
El tipo responde, antes de beberse su cerveza de un solo trago, que "por ahora todo está bien”.
El de seguridad lo invita a cambiarse de lugar. La invitación no es bien recibida y dice que él se puede sentar
donde le plazca, que este es un “Free fucking country”.
Erwin interviene y propone que seamos nosotros los que cambiemos de lugar, a otra mesa donde podamos seguir
viendo el partido.
Nos cambiamos de sitio. El administrador del bar nos dice que la cena va por cuenta de la casa.
Le digo a mi amigo que lo mejor es que nos vayamos después de comer.
Erwin dice que lo más inteligente es que nos vayamos de una vez.
No comemos. Obedecemos a nuestro instinto de conservación y abandonamos el bar.
Al fondo vemos al sujeto bebiendo directamente de su jarra mientras nos observa con los ojos llenos de odio.
Salimos en medio de la tormenta. Un ventarrón violento nos hace retroceder dos pasos mientras avanzamos
tres. La nieve nos llega a las rodillas.
Logramos llegar a paso de tortuga al bar más cercano. También está vacío. Nos ubicamos en la barra y ordenamos
algo de comer, lo mismo que queríamos cenar en el otro bar, bistec de búfalo y papas fritas.
No tarda mucho en llegar el pedido. El mesero nos trae la comida. Nos entrega los utensilios envueltos en una
servilleta. Erwin se ríe al ver el tamaño y el filo de los cuchillos. Dice que no tiene nada que envidiarle a los Ginsu
2000, los famosos cuchillos japoneses que inundaban los comerciales de televisión en la década de los noventa.
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El tipo viene a mi encuentro y eructa en mi cara.
- Wtf man, This is disgusting. – le digo al sujeto cayendo en su provocación.
Tomo mi cerveza y se la echo encima.
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SOBRE LA CALLE DE LAS 1000 Máscaras
FELIPE VALENZUELA
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