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Pudiera ser que Góngora compusiera sus letrillas y textos más populares, por
contrarrestar la opinión de sus contemporáneos incapaces de mirar y admirar más allá
de sus narices la genialidad del poeta. Atosigado por las críticas, contra las que luchó
denodadamente con las armas que le concedió la naturaleza, quiso demostrar que su
talento no era espectacular edificio de vocablos o desmesurado vulcanismo léxico de
sintaxis ininteligible. Indócil, inconformista, soberbio de su arte, pasa de la luz a la
oscuridad, de lo popular a lo culto, de lo chocarrero a lo sublime, de lo lesivo a lo
religioso, con la misma férula y el mismo ardor poético.
Ándeme yo caliente
Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
En la pedregosa orilla
En la pedregosa orilla
del turbio Guadalmellato,
que al claro Guadalquivir
le paga el tributo en barro,
5 guardando unas flacas yeguas,
a la sombra de un peñasco,
con la mano en la muñeca
estaba el pastor Galayo;
pastor pobre y sin abrigo
10 para los hielos de mayo,
no más de por estar roto
desde el tronco a lo más alto.
Quejábase reciamente
del Amor, que lo ha matado
15 en la mitad de los lomos
con el arpón de un tejado,
por la linda Teresona,
ninfa que siempre ha guardado,
orillas de Vecinguerra,
20 animales vidrïados,
hija de padres que fueron
pastores de este ganado,
el uno, orilla de Esgueva,
el otro, orilla de Darro.
25 De esta, pues, Galayo andaba
tiesamente enamorado,
lanzando del pecho ardiente
regüeldos amartelados.
No siente tanto el desdén
30 con que della era tratado,
cuanto la terrible ausencia
le comía medio lado;
aunque para consolarse
sacaba de rato en rato
35 un cordón de sus cabellos,
y tejido de su mano,
tan delicado y curioso,
tan curioso y delicado,
que si el cordón es tomiza
40 los cabellos son esparto.
Con lágrimas lo humedece
el yegüero desdichado,
aunque después con suspiros
quedó enjuto y perfumado,
45 y en un papelón de estraza,
habiéndolo antes besado,
lo envuelve; y saca, del seno,
de su pastora un retrato
que en un pedazo de anjeo,
50 no sin primor ni trabajo,
con una espátula vieja
se lo pintó un boticario,
y, clavando en él la vista,
en tono romadizado
55 estos versos cantó, al son
de un mortero y de su mano:
«Dulce retrato de aquella
enemiga desabrida
que para acabar mi vida
60 no tiene en sus ojos mella:
la paciencia se me apoca
de ver cuán al vivo tienes
la frente entre las dos sienes
y los dientes en la boca,
65 y que es tal el regalado
mirar de tus ojos bellos,
que el que está más lejos dellos,
ese está más apartado;
y así, aunque me hagan guerra,
70 mirándolos me estaría,
toda la noche y el día,
comiendo turmas de tierra.
Retrato, pues, soberano,
que, según es tu primor,
75 tuvo al hacerte, el pintor,
cinco dedos en su mano:
si no quies verme difunto,
según por ti me derriengo,
mírame, pues ves que tengo
80 la nariz tan en su punto;
mírame, ninfa gentil,
que ayer me miré en un charco,
y vi que era rubio y zarco,
como Dios hizo un candil».
Hermana Marica
Hermana Marica,
Mañana, que es fiesta,
No irás tú a la amiga
Ni yo iré a la escuela.
Pondraste el corpiño
Y la saya buena,
Cabezón labrado,
Toca y albanega;
Y a mí me podrán
Mi camisa nueva,
Sayo de palmilla,
Media de estameña;
Y si hace bueno
Trairé la montera
Que me dio la Pascua
Mi señora abuela,
Y el estadal rojo
Con lo que le cuelga,
Que trajo el vecino
Cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
Veremos la iglesia,
Darános un cuarto
Mi tía la ollera.
Compraremos dél
(Que nadie lo sepa)
Chochos y garbanzos
Para la merienda;
Y en la tardecica,
En nuestra plazuela,
Jugaré yo al toro
Y tú a las muñecas
Con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
Y las dos primillas,
Marica y la tuerta;
Y si quiere madre
Dar las castañetas,
Podrás tanto dello
Bailar en la puerta;
Y yo de papel
Haré una librea
Teñida con moras
Porque bien parezca,
Y una caperuza
Con muchas almenas;
Pondré por penacho
Las dos plumas negras
Y en la caña larga
Pondré una bandera
Con dos borlas blancas
En sus tranzaderas;
Y en mi caballito
Pondré una cabeza
De guadamecí,
Dos hilos por riendas;
Y entraré en la calle
Haciendo corvetas,
Yo y otros del barrio,
Que son más de treinta;
Jugaremos cañas
Junto a la plazuela,
Porque Barbolilla
Salga acá y nos vea;
Bárbola, la hija
De la panadera,
La que suele darme
Tortas con manteca,
Arrojóse el mancebito
Arrojóse el mancebito
al charco de los atunes,
como si fuera el estrecho
poco más de medio azumbre.
5 Ya se va dejando atrás
las pedorreras azules
con que enamoró en Abido
mil mozuelas agridulces.
Del estrecho la mitad
10 pasaba sin pesadumbre,
los ojos en el candil,
que del fin temblando luce,
cuando el enemigo cielo
disparó sus arcabuces,
15 se desatacó la noche
y se orinaron las nubes.
Los vientos desenfrenados
parece que entonces huyen
del odre donde los tuvo
20 el griego de los embustes.
El fiero mar, alterado,
que ya sufrió como yunque
al ejército de Jerjes,
hoy a un mozuelo no sufre;
25 mas el animoso joven,
con los ojos cuando sube,
con el alma cuando baja,
siempre su norte descubre.
No hay ninfa de Vesta, alguna,
30 que así de su fuego cuide
como la dama de Sesto
cuida de guardar su lumbre:
con las almenas la ampara,
porque ve lo que le cumple,
35 con las manos la defiende
y con las ropas la cubre;
pero poco le aprovecha,
por más remedios que use,
que el viento con su esperanza
40 y con la llama concluye.
Ella entonces, derramando
dos mil perlas de ambas luces,
a Venus y a Amor promete
sacrificios y perfumes;
45 pero Amor, como llovía,
y estaba en cueros, no acude,
ni Venus, porque con Marte
está cenando unas ubres.
El amador, en perdiendo
50 el farol que lo conduce,
menos nada y más trabaja,
más teme y menos presume;
ya tiene menos vigor,
ya más veces se zabulle,
55 ya ve en el agua la muerte,
ya se acaba, ya se hunde.
Apenas expiró, cuando,
bien fuera de su costumbre,
cuatro palanquines vientos
60 a la orilla lo sacuden,
al pie de la amada torre
donde Hero se consume,
no deja estrella en el cielo
que no maldiga y acuse;
65 y viendo el difunto cuerpo,
la vez que se lo descubren
de los relámpagos grandes
las temerosas vislumbres,
desde la alta torre envía
70 el cuerpo a su amante dulce,
y la alma a donde se queman
pastillas de piedra zufre.
Apenas del mar salía
el sol a rayar las cumbres,
75 cuando la doncella de Hero,
temiendo el suceso, acude,
y, viendo hecha pedazos
aquella flor de virtudes,
de cada ojo derrama
80 de lágrimas dos almudes.
Juntando los mal logrados,
con un punzón de un estuche
hizo que estas tristes letras
una blanca piedra ocupen:
85 Hero somos, y Leandro,
no menos necios que ilustres,
en amores y firmezas
al mundo ejemplos comunes.
El amor, como dos huevos
90 quebrantó nuestras saludes:
él fue pasado por agua,
yo estrellada mi fin tuve.
Rogamos a nuestros padres
que no se pongan capuces,
95 sino, pues un fin tuvimos,
que una tierra nos sepulte.
45 Serranas de Cuenca
iban al pinar,
unas, por piñones,
y otras, por bailar.
Bailando, y partiendo,
50 las serranas bellas,
un piñón con otro,
si ya no es con perlas,
de Amor las saetas
huelgan de trocar,
55 unas, por piñones,
y otras, por bailar.
Hicieron su agosto
por aquestas vegas,
en donde se juntan
y casados quedan
Manzanares verde
y Jarama bella.
Los pastores suyos,
después de la siega,
y de espigas rojas
una cruz compuesta,
vienen a la ermita,
quieren ofrecerla.
Cantar de siega
Blanca me era yo
cuando entré en la siega;
diome el sol y ya soy morena.
Blanca solía yo ser
antes que a segar viniese;
mas no quiso el sol que fuese
blanco el fuego en mi poder.
Mi edad al amanecer
era lustrosa azucena;
diome el sol y ya soy morena.
Canción de bodas
Dente parabienes
el mayo garrido,
los alegres campos,
las fuentes y ríos.
Alcen las cabezas
los verdes alisos
y con frutos nuevos
almendros floridos.
Echen las mañanas
después del rocío,
en espadas verdes
guarnición de lirios.
Suban los ganados
por el monte mismo
que cubrió la nieve
a pacer tomillos.
UNA VOZ
Este niño se lleva la flor,
que los otros no.
Este niño tan garrido.
TODOS
Se lleva la flor.
VOZ
Que es hermoso y bien nacido.
TODOS
Se lleva la flor.
VOZ
La dama que le ha parido.
TODOS
Se lleva la flor.
VOZ
Cuando llegue a estar crecido,
ha de ser un gran señor.
Este niño se lleva la flor,
que los otros no.
I
En las mañanicas
del mes de mayo
cantan los ruiseñores,
retumba el campo.
En las mañanicas,
como son frescas,
cubren ruiseñores
las alamedas.
Ríense las fuentes
tirando perlas
a las florecillas
que están más cerca.
Vístense las plantas
de varias sedas
que sacar colores
poco les cuesta.
Los campos alegran
tapetes varios,
cantan los ruiseñores,
retumba el campo.
II
Seguidillas
Caminad, suspiros
adonde soléis,
y si duerme mi niña
no la recordéis.
(La niña de plata. Parte IX.)
No corráis, vientecillos,
con tanta prisa,
porque al son de las aguas
duerme la niña.
(El mármol de Felisardo. Parte VI.)
En Santiago el Verde
me dieron celos,
noche tiene el día,
vengarme pienso.
Río de Sevilla,
¡cuán bien pareces,
con galeras blancas
y ramos verdes!
(Lo cierto por lo dudoso. Parte XX. Madrid, 1625.)
Vienen de Sanlúcar,
rompiendo el agua,
a la torre del oro
barcos de plata.
(El amante agradecido [1602-1604]. Parte X. Madrid, 1618.)
Barcos enramados
van a Triana,
el primero de todos
me lleva el alma.
Zarpa la capitana,
tocan a leva
y los ecos responden
a las trompetas.
(El Amete de Toledo. Parte IX.)
Río de Sevilla,
¡quién te pasase
sin que la mi servilla
se me mojase!
Salí de Sevilla 5
a buscar mi dueño,
puse al pie pequeño
dorada servilla.
Letrillas jocosas
Mariquita me llaman
los carreteros;
Mariquita me llaman...
voime con ellos.
(Servir a señor discreto.)
Lavareme en el Tajo
muerta de risa,
que el arena en los dedos
me hace cosquillas.
Si te echares al agua,
bien de mis ojos,
llévame en tus brazos,
nademos todos.
(La buena guarda [1610]. Parte XV. Madrid, 1621.)
Mi forzado me dice
que no le sigo;
daré viento a las velas
con mis suspiros.
(La octava maravilla [1609-1610]. Parte X.)
Salen de Valencia
noche de San Juan
mil coches de damas
al fresco del mar.
¡Cómo retumban los remos, 5
madre, en el agua,
con el fresco viento
de la mañana!
Despertad, señora mía,
despertad, 10
porque viene el alba
del señor San Juan.
(Las flores de don Juan. Parte XII. Madrid, 1619.)