Premio Príncipe de Asturias de las Letras y Premio Nacional de Narrativa entre otros muchos, en su libro Nuevos Cuadernos de La Romana, hace referencia a Anita García Troyano, nieta de Juanito Maravilla. “ Estepona, por fin. Mi paso y estancia en esta ciudad data de 1922. Allí cumplí los doce años, y entre mis actividades de entonces se llevaban buena parte del tiempo, más o menos como en los que le siguieron, y no me atrevo a decir que como en los presentes, la literatura y el amor. A qué autor plagiaba entonces no consigo recordarlo: acaso al de “Las minas del Rey Salomón”, que allí leí. En Estepona tuve mi primer “Quijote”, regalo de un caballero, cojo él, por más señas, a quien no sé si inquietaba o sorprendía mi afición a la lectura. Por lo que al amor respecta, la niña de mis sueños se llamaba Anita, tenía grandes ojos negros y largas trenzas endrinas, y lo más probable es que jamás me haya correspondido, porque un niño tímido, de gafas, que no entendía de toros y usaba una fonética más bien dura a los oídos dulcificados de una andaluza, no podía ser objeto amable. Esto no quiere decir que no haya tenido mis éxitos: a las muchachas mayores y a las señoras les hacía gracia la corrección con que pronunciaba el castellano, me invitaban a merendar para oírme hablar y a algunas de ellas le gustaban también mi tez y mis cabellos claros. Una, mayorcita ya (al menos para mí estimación de entonces), en una de esas meriendas, después de acariciarme la cabeza, dijo a su madre: “Mírale, mamá, no tiene na de gitano”. Evidencia racial que todavía persiste y que no sé si lamentar o no. Años después aprendí a estimar a los gitanos. Pero lo que busqué hoy en Estepona fue la ciudad, y la hallé, no digo intacta, pero escasamente vulnerada, tras las modernas edificaciones turísticas de la playa. En general, respondió a mis recuerdos de tal modo que todo lo pude identificar. La casa en que yo vivía, en la plaza, permanece sin otro aditamento que una puerta más abierta en la fachada. Hoy es un hostal. Casi enfrente se mantiene aún, aunque modificada, la casa, o más bien palacio, de las señoritas de Tejerina, de quienes hablé aquí hace un año, viejas, feas y adorables por su simpatía. Interrogué a un anciano, quien me explicó que lo habían dejado todo a la Iglesia, que de su casa se había hecho hospital, y que hoy, ya sin funciones, está abandonada a los pájaros. Ignoro cuál será la situación, qué modificaciones habrán introducido en su interior, que recuerdo como ejemplo máximo de elegancia y suntuosidad andaluzas. El exterior lo han estropeado al suprimirle los cierros, al arrancarle la balconada del primer piso, al reducir a ventanas frías una arquería de la tercera planta. Queda, intacta y airosa, la torre de la esquina; queda también, carcomido, el portal claveteado. Alguien de buen gusto, y ayudándose de viejas fotografías y de recuerdos como los míos, pudiera reconstruirla y dedicarla a hospedaje. Es capaz y se presta a parador o a cosa semejante, apta para viajeros que detesten la uniformidad de los grandes hoteles, aun de los de lujo, como éste, tan impersonal, en que me alojan. Hallé también algunas fachadas bellísimas, que fotografié. Quise hacerlo a la casa donde Anita vivía, en la esquina de una calle por la que se llega a la plaza, pero la casa ya no existe. En su lugar, y en un edificio moderno todavía inconcluso, hay instalada una boutique de ventanas ochavadas. Naturalmente, me abstuve de preguntar si Anita, mi amor de aquel verano, vive todavía. No me recordará como yo la recuerdo.” Agradezco profundamente a Fco. Javier Albertos, la autorización de la publicación de la fotografía de Anita García Troyano y le agradezco también haber podido encontrar, leer y disfrutar este pasaje del libro de Gonzalo Torrente Ballester en su página Estepona en su Historia, página que recomiendo encarecidamente visiten todos los que sean amantes de la historia de Estepona.