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Frontera fluida entre Andes, Piedemonte y Selva


María Clemencia Ramírez

Contenido

PRESENTACIÓN ............................................................................................................................... 4
AGRADECIMIENTOS ...................................................................................................................... 5
INTRODUCCIÓN .............................................................................................................................. 6
CAPITULO I: ANTECEDENTES ETNOGRAFICOS DEL POBLAMIENTO DEL VALLE DE
SIBUNDOY ...................................................................................................................................... 16
1.1 El territorio quillacinga a la llegada de los conquistadores ......................................................... 18
1.2 La presencia del quechua en el piedemonte del Putumayo, nororiente de Nariño y distrito de
Almaguer ........................................................................................................................................... 25
1.3 La ruta del oriente y la relación entre quillacingas de la montaña, del camino a almaguer, del
distrito de almaguer y del piedemonte y selva colombianas y ecuatorianas ..................................... 31
1.4 Indicios de la posible procedencia del oriente ecuatoriano de grupos de habla quechua
asentados en el suroccidente colombiano .......................................................................................... 35
1.5 Reflexiones y discusión sobre el manejo del territorio por los grupos prehispánicos del
suroccidente de Colombia y Ecuador ................................................................................................ 38
CAPITULO II: EL VALLE DE SIBUNDOY DENTRO DE LA FRONTERA MINERA DEL
SUROCCIDENTE DE COLOMBIA DURANTE LA COLONIA.................................................. 41
2.1 La frontera minera, una frontera móvil ...................................................................................... 43
2.2 El rescate, la encomienda y la mita minera ................................................................................ 44
2.3 Localización de las minas de veta y aluvión en el suroccidente del país ................................... 48
2.4 Población indígena y explotación de minas ............................................................................... 51
2.5 Formas de resistencia indígena en el piedemonte ...................................................................... 56
2.6 Transformación de la frontera minera en frontera misionera, agrícola y ganadera .................... 63
CAPITULO III: LOS SIBUNDOYES, GRUPOS DE PIEDEMONTE ESTRUCTURADORES DE
LA RELACIÓN DE INTERCAMBIO ANDES-SELVA ................................................................ 64
3.1 Los sibundoyes, cargueros con tradición de comerciantes.......................................................... 67
3.2 Implicaciones de la reapertura del antiguo camino Popayán-Almaguer-Mocoa ........................ 74
3.3 Descripción de los caminos Pasto-Valle de sibundoy-Mocoa y Pasto-Mocoa vía río Guamués 78
CONCLUSIONES ............................................................................................................................ 82

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ÍNDICE DE MAPAS ........................................................................................................................ 88
GRÁFICOS ....................................................................................................................................... 92
ÍNDICE DE TABLAS ...................................................................................................................... 93
TABLA No. 1.................................................................................................................................... 93
TABLA No. 2.................................................................................................................................... 94
TABLA No. 3.................................................................................................................................... 95
TABLA No. 4.................................................................................................................................... 96
ANEXO: TABLAS SEGÚN ZAJEC (1988) .................................................................................... 99
BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................................. 106

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PRESENTACIÓN

El trabajo de Clemencia Ramírez frontera fluida entre Andes, piedemonte y selva: El caso
del Valle de Sibundoy (siglos XVI-XVIII) estudia la relación que las sociedades de los
Andes Colombianos establecieron en diferentes pisos térmicos cuando tuvieron que
construir su economía, sus sistemas de organización social y su cultura. Siguiendo el caso
de los habitantes del Valle de Sibundoy, Clemencia Ramírez. llama la atención en torno a la
mediación que esta región de piedemonte tuvo con respecto a las selvas y zonas bajas de la
Amazonía y zonas altas de los Andes.
Al acudir a la Etnología y a la Historia para intentar acceder a los signos que aún
sobreviven o a los que quedaron en textos escritos por los españoles que estuvieron ligados
a la conquista de esta región del sur-oriente de Colombia, la autora logra trazar los
mecanismos de integración de macroespacios mediante el comercio y el intercambio de
bienes. La antinomia Andes-selva no existía en el mundo prehispánico sino que, por el
contrario, eran las mitades fundadoras de una identidad funcional. Fueron los procesos de
conquista y colonización los que rompieron en gran parte esta unidad a pesar de los
esfuerzos que los naturales hicieron para resistir, refugiados en el comercio, la brujería y el
curanderismo, espacios en donde los habitantes del Valle de Sibundoy ocultaron la esencia
de su dualidad Inga y Kamsá.
Esta dualidad fundó la estabilidad y el movimiento al lograr estructurar una sociedad en
donde los Kamsá eran agricultores sedentarios mientras que los Inga eran migrantes y
tratantes que recorrían los extremos de un inmenso territorio, para crear caminos que daban
vida a múltiples comunidades. Es indudable que la autora ha apuntado al tratamiento de
problemas que no solo competen a las comunidades del sur de Colombia sino a las de otras
regiones de nuestros Andes dispersos y diversos.
El trabajo que fue discutido en el Taller de Etnohistoria de la Universidad Nacional, se
convirtió en una Tesis Meritoria el posgrado de Historia y la Universidad Nacional de
Colombia, en el Programa Excelencia Académica le otorgó una Distinción Especial dentro
del concurso de los mejores trabajos de Grado del período 1994-5. Clemencia
Ramírez se ha vinculado como estudiante de Doctorado en el Departamento de
Antropología de la Universidad de Harvar d lo cual garantiza la calidad futura de sus
investigaciones.
Consciente de la importancia de esta investigación el Instituto Colombiano de Cultura
Hispánica no ha dudado en ofrecerlo a quienes se interesan por el conocimiento de nuestra
Historia. El Taller de Etnohistoria de la Universidad Nacional de Colombia agradece a esta
institución y a su Director Dr. William Jaramillo su solidaridad y respaldo con quienes
estudian la historia colonial colombiana. También a Clemencia Vallejo quien ha vigilado la
edición de la obra.
HERMES TOVAR PINZÓN
Director Taller Etnohistoria
Universidad Nacional de Colombia
Bogotá, marzo 5 de 1996

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AGRADECIMIENTOS

En primer lugar debo agradecer al profesor Hermes Tovar, quien desde que inicié mis
estudios de postgrado en historia me abrió una veta de trabajo hasta antes insospechada
dentro del marco de la historia colonial y la Antropología. Su amplio conocimiento y
trayectoria en el tema, hizo posible que mi trabajo etnológico adquiriera una perspectiva
histórica y se dimensionara dentro de la larga duración. Sin su dirección permanente y su
entusiasmo, no habría concluido el presente trabajo.
En segundo lugar, a mis compañeros del seminario de etnohistoria de la Universidad
Nacional, antropólogos e historiadores que desde sus perspectivas de análisis enriquecieron
el trabajo y ayudaron a estructurarlo.
En tercer lugar, agradezco a la directora del Archivo Central del Cauca, Hedwig Hartmann,
quien estuvo siempre lista a ayudarme en la consecución de documentos del Archivo, lo
cual hizo muy productiva mi estadía de un mes, así como al equipo del Area Cultural del
Banco de la República en Pasto. A Bruno Mazzoldi y a Olga de Mazzoldi por su hospedaje
y permanente colaboración desde Pasto.
En cuarto lugar, estoy en deuda con el Instituto Colombiano de Antropología, entidad con
la que he estado vinculada durante estos años y que me permitió realizar la investigación
como parte de mis labores de investigadora. A los diferentes directores, que no sólo
apoyaron el trabajo sino que lo criticaron y discutieron conmigo, muchas gracias.
En quinto lugar, agradezco a todas aquellas personas que de una u otra forma han estado
cerca, en el desarrollo de mi tesis, ya sea leyendo apartes de la misma, discutiéndola o
sencillamente dándome apoyo para terminarla.
Por último, agradezco a mi familia, que ha tenido que ceder parte de su tiempo para
colaborarme y ayudar así a la culminación de este trabajo.

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INTRODUCCIÓN

Considero indispensable introducir esta tesis haciendo una reflexión teórica sobre lo que ha
significado mi encuentro con la historia desde la perspectiva de mi trabajo como Etnóloga.
Llego al Valle de Sibundoy en el año de 1985 con el objeto de realizar una monografía
actualizada de los dos grupos indígenas que habitan actualmente este Valle: los Kamsá y
los Inga. A partir del trabajo etnológico realizado, se hizo evidente que estos grupos
comparten rasgos socio-culturales y organizativos, a pesar de tratarse de grupos lingüísticos
diferentes, el primero hablante de la lengua kamsá y el segundo del quechua. Al preguntarle
a los Inga si se relacionan con los Kamsá, niegan enfáticamente cualquier tipo de relación,
pero a la vez coinciden en considerarse originarios o prove nientes de las tierras bajas.

A pesar de esta aparente diferencia radical, encontré relaciones estructurales fundamentales


que indican que estos dos grupos no pueden estudiarse en forma independiente. Con
respecto a la especialización económica, los Inga son comerciantes y como tales se
trasladan por todo el país, mientras que los Kamsá son agricultores y artesanos,
desarrollando una tradición sedentaria. Por otro lado, comparten un mismo territorio,
localizándose los Inga en la parte alta del Valle y los Kamsá en la parte baja. Ambos
comparten una tradición de conocimiento chamámico de selva tropical, complejo cultural
que gira alrededor del yagé (banesteriopsis caapi). Por esta razón, chamanes de ambos
grupos indígenas se trasladan permanentememente a diversas localidades del Bajo
Putumayo y Alto Caquetá para entrar en contacto con Kofanes, Coreguajes, Sionas e Ingas,
llamados por ellos “los amigos”, quienes se encargan de enseñar e inciar a los chamanes (o
médicos indígenas) Ingas o Kamsá. Los chamanes son entrenados por años en el
conocimiento, preparación y aplicación de otras plantas medicinales, hasta convertirse en
maestros. Ellos, aunque tengan la sabiduría y lleguen a ser chamanes reconocidos, deben
mantener contacto constante con los mencionados “maestros”, habitantes de las tierras
bajas, para conseguir tanto las plantas medicinales como el yagé, originario de la región
selvática y en ocasiones, para ser curados por ellos. Esto conlleva un intercambio cultural y
unas relaciones estructurales entre sí y con los grupos de selva en principio, cuyas raíces
quise entrar a buscar en la documentación temprana, pues se trata de fenómenos de larga
duración que sólo en esta medida pueden ser explicados, y en ello radica la importancia de
la historia social y estructural como marco teórico para el encuentro de la antropología y la
historia.

La Historia Social y la Antropología

Ir del presente hacia el pasado y viceversa se constituye en un método de trabajo que se ha


venido imponiendo en las investigaciones que los antropólogos realizan en el campo
histórico. El manejo de fuentes secundarias, primarias e información obtenida a través del
trabajo de campo, hace importante reflexionar sobre el encuentro de las dos disciplinas:

la antropología y la historia. ¿Cómo se enfrenta un antropólogo al Archivo Histórico?


Encontrar respuestas a los fenómenos del presente guió mi búsqueda de información, así
como las preguntas que hice a la documentación histórica consultada, referida a los siglos

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XVI-XVIII. Y en este sentido es fundamental lo que anota Lucién Fevbre (1953-1970-23),
uno de los fundadores de la nueva historia, quien señala: elaborar un hecho es construir. Es
dar soluciones a un problema si se quiere. Y si no hay problema no hay nada, de manera
que se opone a que el historiador vaya rondando a través del pasado al azar, enfatizando
que debe partir de un problema por resolver, es decir, una hipótesis que verificar, que en mi
caso surge de mi conocimiento etnológico de los grupos indígenas que habitan hoy en día el
Valle de Sibundoy.

Febvre (1953-1970) al preguntarse si la historia es una ciencia con leyes dadas por el
pasado per se, dice:

"no aplastemos el esfuerzo humano bajo el peso esterilizador del pasado(...) el


pasado no obliga (...) El hombre no se acuerda del pasado; siempre lo reconstruye. El
hombre aislado es una abstracción. La realidad es el hombre en grupo. Y el hombre no
conserva en su memoria el pasado de la misma forma en que los hielos del Norte
conservan congelados los mamuts milenarios. Arranca del presente y a través de él,
siempre conoce e interpreta el pasado”.

En esta cita Lucien Febvre apunta una vez más a la cotidianidad y realidad en la cual se
hace ciencia: por hombres del presente pertenecientes a un momento histórico que
establecen relación con las mentes de los hombres del pasado, sin pretender establecer
leyes, lo cual no niega su carácter científico, por cuanto parten de teorías e hipótesis
generadas a partir de su vivencia del presente:

“El pasado nos resulta inteligible a la luz del presente y sólo podemos comprender
plenamente el presente a la luz del pasado. Hacer que el hombre pueda comprender la
so ciedad del pasado e incrementar su dominio de la sociedad del presente, tal es la
doble función de la historia” (Carr1961-1984: 73).

La Historia Estructural y la Antropología

Es Fernand Braudel (1970:29) en el marco de la Nueva Historia, quien posteriormente


desmenuza este concepto de duración y establece la diferenciación entre fenómenos de
corta, mediana y larga duración.

Se inaugura la era de la historia estructural que propone abordar las realidades sociales:
“todas las formas amplias de la vida colectiva: las economías, las instituciones, las
arquitecturas sociales y por último (y sobre todo), las civilizaciones”, llamando la atención
sobre la variedad del tiempo social, susceptible de mil velocidades, y en este sentido afirma
que no tiene nada que ver con el tiempo único establecido por la crónica y la historia
tradicional, que se han preocupado por el tiempo breve, el del episodio (corta duración) y el
de la coyuntura (mediana duración) en los cuales se hacen evidentes los cambios, las
rupturas que aparecen en la superficie, pero señala cómo existe también un tiempo que
tiende a la inmovilidad el de las estructuras, el que ha caracterizado la historia de las
civilizaciones, las sociedades, las economías, las instituciones que viven a un ritmo menos

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precipitado; se trata de la larga duración que se constituye en objeto de la historia
estructural1 .

Plantea entonces, la pluralidad del tiempo histórico y se refiere a las continuidades y


discontinuidades de los fenómenos sociales:

“Reconstituir con tiempos diferentes y órdenes de hechos diferentes la unidad de


la vida, constituye nuestro oficio y también nuestro tormento; el oficio de nosotros los
historiadores, que junto con los sociólogos, somos los únicos en tener derecho de
mirada sobre todo lo humano” (Braudel, 1970:59).

El concepto de estructura que maneja Radcliffe Brown (1952-1972) es coincidente con


aquel que señalábamos utiliza Braudel (1970) y que a su vez lleva a la historia a su
etnologización, pues como se ha señalado, es en el estudio de las estructuras y de la larga
duración que se encuentran el historiador y el antropólogo.

Estas estructuras casi inmóviles, tanto el historiador como el antropólogo aceptan -a partir
de la observación-, que se desintegran para reconstruirse o se desestructuran para
reestructurarse, pero además de establecer esta tendencia hacia la unidad funcional, como lo
hace Radcliffe Brown, Braudel (1970:100) busca la duración precisa de estos movimientos
positivos o negativos:

“...a una crisis estructural social se le deben señalar puntos de referencia en el


tiempo, a través del tiempo y se le debe localizar con exactitud, en sí misma y más aún
en relación a los movimientos de las estructuras concomitantes. Lo que le interesa
apasionadamente a un historiador es la manera en que se entrecruzan estos
movimientos, su integración y sus puntos de ruptura: cosas todas ellas que sólo se
pueden registrar con relación al tiempo uniforme de los historiadores, medida general
de estos fenómenos y no con relación al tiempo social multiforme, medida particular
de cada uno de ellos”.

La rigurosidad en el manejo del tiempo histórico es una de las grandes diferencias entre el
antropólogo y el historiador: tal como lo señaló Evans Pritchard (1974: 62), la principal
ventaja del antropólogo como investigador social es sin duda la experiencia en trabajo de
campo y paradójicamente, esta es una de las razones para que se haya enfatizado el estudio
del presente sin hacer USO de la historia y por lo tanto, del tiempo histórico:

“A la luz del conocimiento obtenido sobre el pasado, el historiador puede


interpretar el presente. Nosotros por el contrario, hacemos un estudio del presente y la
luz de lo que hayamos aprendido sobre el presente, interpretar las fases de su
desarrollo en el pasado”.
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Braudel (1970: 70), define estructura como “un ensamblaje, una arquitectura, pero más aún, una realidad que
el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar. Ciertas estructuras están dotadas de larga vida que
se convierten en elementos estables de una infinidad (le generaciones: obstruyen la historia, la entorpecen y
por tanto, determinan su transcurrir, Otras por el contrario se desintegran más rápidamente. Pero todas ellas
constituyen, al mismo tiempo sostenes y obstáculos. En tanto que obstáculos, se presentan como límites
(envolventes en el sentido matemático) de los que el hombre y sus experiencias no pueden emanciparse”.

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Así, el uso que hace el antropólogo de los datos históricos dependerá de su significación
para el problema que se está investigando en el momento que realiza su trabajo de campo,
de manera que se hace un recorrido entre presente y pasado sin mayor rigurosidad en el
manejo del tiempo histórico, hecho que no se cumple para el historiador. El historiador va a
delimitar siempre los años o el período que cubre su investigación, mientras que el
antropólogo puede realizar una mo nografía de una comunidad que abarque desde el
momento prehispánico hasta el actual, tiempos a los cuales se referirá en la medida en que
le ayuden a explicar la situación actual de dicha comunidad.

Es en el marco de la nueva historia, de la larga duración, de la historia de las colectividades,


de los hombres en el tiempo, es decir de la historia enminentemente social, como se
establece una muy estrecha relación con la antropología. Para entrar a realizar una reflexión
común desde la historia y la antropología se debe partir de la definición de historia dada por
el padre de la Escuela de los Anales o de la nueva historia, Lucien Febvre (1953-1970:39-
40), quien afirma que la historia es por definición, absolutamente social:

“En mi opinión, la historia es el estudio científicamente elaborado de las diversas


actividades y de las diversas creaciones de los hombres de otros tiempos, captadas en
su fecha, en el marco de sociedades extremadamente variadas y, sin embargo,
comparables unas a otras (el postulado de la sociología); actividades y creaciones con
las que cubrieron la superficie de la Tierra y la sucesión de las edades”.

Como temas objeto de trabajo tanto de historiadores como de antropólogos y ejemplos de


estructuras de larga duración que permanecen desde el momento de la conquista hasta el
presente se han señalado la territorialidad, la autonomía política y la regionalidad cultural
(Alvarez, 1986). Es en este último tema en el que podemos encontrar la diferencia del
enfoque desde la antropología y desde la historia;

La antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda (1989:17) estableció en su estudio sobre la


Familia en Colombia, la existencia de cuatro complejos culturales o grupos regionales
diferenciados en Colombia, definidos como “modalidades de la cultura mayor,
espacialmente limitadas que forman unidad estructural con ella aunque medien aparentes o
reales contradicciones”: el complejo cultural antioqueño, el de la subregión negroide o
litoral fluvio minero, el andino o americano y el de la región cultural neohispánica o
santandereana. Su objetivo es dar cuenta de las características de la familia y de los valores
culturales dominantes en cada uno de los complejos.

Los historiadores por su parte (Alvarez, 1986 y Jaramillo Uribe, 1989), buscan explicar el
porqué de estos contrastes regionales a pesar de la colonización española y la imposición de
la cultura europea desde el siglo XVI, encontrando la explicación en “razón de su distinto
desarrollo histórico, de las formas diversas en que a lo largo de los siglos, se fueron
articulando indio, blanco, negro y mestizo, de la heterogeneidad de respuestas. que cada
comunidad ha dado a sus retos económicos y sociales. Una variada gama de situaciones
históricas y de formas de vida necesariamente deberá producir disparidad en las estructuras
culturales que dan cohesión a cada grupo humano regional”. (Alvarez, 1986: 16).

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Tanto historiadores como antropólogos están señalando la permanencia y el ritmo lento de
cambio de las estructuras familiares y culturales lo cual hace que hoy, después de cinco
siglos de colonización y dominio de la cultura europea occidental, se observe la diferencia,
y están apuntalando a que la identidad nacional se edifica sobre esta diversidad cultural: en
este ejemplo vemos cómo la historia busca explicar los procesos de conformación regional
y el antropólogo social se centra en el análisis y señalamiento de los códigos y patrones
culturales que los identifican como diferentes. Contribuir a la caracterización de la
conformación socio-cultural de la re gión del surocciclente del país, desde el siglo XVI
hasta el XVIII refiriéndome siempre a la situación actual, se convierte en uno de los
objetivos del presente trabajo.

Es alrededor del tema del territorio como pretendo presentar una reflexión en torno al Valle
de Sibundoy, visto corno un lugar donde se presentan manifestaciones de tradiciones
andinas y selváticas como resultado de su situación de frontera entre andes y selva. Trataré
de mirar las continuidades y rupturas que se suceden en el tiempo en cuanto a la
conformación del territorio, entendido como un espacio socializado y culturizado,
construido en la interacción de diversos actores, a lo largo de diferentes períodos históricos.

“Así como las estructuras económicas y sociales se transforman en el curso de la


historia, las estructuras espaciales evolucionan igualmente y existe una interacción
dialéctica compleja entre las modificaciones de lo económico, lo social, y lo espacial.
En cada época de la historia la sociedad imprime, así, su sello más o menos profundo
en el espacio, pero en un espacio ya parcialmente estructurado en cuanto heredado”.
(Deler: 1987,135)

La estructura territorial del piedemonte amazónico y específicamente del Valle de


Sibundoy, no puede entenderse sin tener una mirada tanto intraregional como
macroregional por cuanto se encuentra determinada por su situación de corredor obligado
entre andes y selva.

Dos hipótesis de trabajo son las que he explorado históricamente como estructuras de larga
duración, al analizar los dos grupos indígenas que habitan el Valle de Sibundoy como una
unidad, después del trabajo de campo realizado,

En primer lugar, al constatar como lo he señalado que su territorio no se circunscribía al


Valle de Sibundoy como región natural delimitada por las montañas que lo rodean, sino que
la traspasaban culturalmente, al establecer relaciones comerciales, étnicas y socio-culturales
con habitantes de tierras bajas, como son los Sionas y Kofanes, y de tierras altas, como son
los Ingas del resguardo de Aponte en el nororiente de Nariño, así como los Pastos al sur;
según consta en documentos tempranos, partí de la hipótesis de que los habitantes del Valle
de Sibundoy han sido comerciantes especializados, intermediarios y estructuradores de la
relación andes-selva desde épocas prehispánicas.

En segundo lugar, el que Ingas y Kamsá presenten rasgos de organización dual al compartir
el mismo territorio, así como por su interrelación y aspectos socio-culturales semejantes,
dentro de una unidad de opuestos complementarios, a pesar de tratarse de grupos
lingüísticos diferentes.
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En tercer lugar, que esta movilidad característica de estos grupos del Valle de Sibundoy, así
como dicha estructura de pensamiento dual, han sido factores de resistencia cultural que
han permitido su sobrevivencia frente a los colonizadores españoles, en primera instancia, y
posteriormente frente a los misioneros y colonos blancos.

Para estudiar estos fenómenos he dividido esta obra en tres capítulos. El primero estudia el
Espacio y los Antecedentes Etnográficos del Poblamiento del Valle de Sibundoy, señalando
en primer lugar, la localización del Valle de Sibundoy dentro de los “grupos de montaña”
diferenciados por los españoles y que correspondían a los grupos de piedemonte
amazónico. Defino a continuación el territorio Quillacinga y las Provincias que dentro de él
diferenciaron los visitadores. Dentro de éstas me centro en determinar cuáles eran las etnias
que se encon traban habitando el Valle de Sibundoy a la llegada de los conquistadores y
cuál era la relación de los Quillacinga Camino a Almaguer con los habitantes del Distrito
de Almaguer, por encontrar que el Valle de Sibundoy guardaba estrecha relación con el
nororiente de Nariño y Almaguer, según se deduce de las crónicas y fuentes primarias, así
como de las rutas de acceso al mismo. La presencia de hablantes del quechua en el Valle de
Sibundoy, me lleva a referirme a la denominada “cultura quichua de transición”
ampliamente difundida des de la Sierra hasta la zona selvática tanto del oriente Colombiano
como del oriente Ecuatoriano, de manera que se busca establecer la relación de los grupos
quechuas asentados en el suroccidente colombiano con los grupos quechuas ecuatorianos.
En este orden de ideas, se discute sobre la penetración del Inca en el sur del país y se
cuestiona el por qué siempre se relaciona la presencia del quechua con la avanzada del inca.

El segundo capítulo, se centra en mirar la constitución de la frontera minera del


Suroccidente de Colombia durante la Colonia, por cuanto la minería fue la actividad central
en el Valle de Sibundoy durante estos siglos, actividad que implicó el traslado masivo de
población por parte de los españoles dentro de la región delimitada en el primer capítulo, lo
cual se constituye en factor de ruptura y desestructuración de la organización socio-
económica indígena. Sinembargo, y a pesar de ello, debido a su localización en zona de
transición, y a las alianzas establecidas entre los grupos del piedemonte amazónico,
rebeldes frente a la colonización, se muestra cómo la frontera minera, presenta avances
pero también retrocesos hasta que se abandona a finales del siglo XVIII, constatándose así
una característica fundamental de las zonas de frontera: no son realmente asimiladas al
centro administrativo y económico español.

En el tercer capítulo se muestra cómo logran permanecer estructuras organizativas propias


de los grupos de piedemonte como son las relaciones de intercambio comercial entre andes
y selva llevadas a cabo por los habitantes del Valle de Sibundoy. Los sibundoyes se
convierten en los cargueros por excelencia, confirmándose así su tradición de comerciantes
y la articulación territorial en épocas prehispánicas de territorios actualmente
desarticulados. Los caminos transitados por los sibundoyes nos permiten establecer los
circuitos comerciales que se manejaban y la estrecha vinculación de los andes y las tierras
bajas, mediados por el piedemonte.

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Fuentes

Para lograr el objetivo propuesto, hice uso de fuentes arqueológicas, lingüísticas,


etnográficas, orales, de archivo y de historiadores y antropólogos que han trabajado fuentes
de primera mano.

Se consultaron documentos del Archivo General de la Nación en Santafé de Bogotá y se


tuvo oportunidad de viajar a Popayán durante un mes para consultar el Archivo Central del
Cauca, tomando en ambos casos como eje de la consulta realizada, los pueblos de
Sibundoy, Santiago, La Laguna, Mocoa, Patascoy y Sucumbíos, con miras a determinar los
cambios y permanencias de estos pueblos a lo largo de la Colonia.

Aun cuando se visitó el Archivo Municipal de Pasto, la documentación de la colonia ha


desaparecido casi en su totalidad, de manera que visité el Centro de Documentación
especializado que se encuentra en el Area Cultural del Banco de la República y que tiene
todos los Boletines Históricos de Pasto donde se encuentran transcripciones completas de
los Libros de Cabildo de Pasto, así como de otra documentación primaria.

Del Archivo General de Indias trabajé microfilmes de las visitas de Tomás López (1558) y
de García de Valverde (1570), que fueron fundamentales para establecer las características
del territorio del suroccidente del país en cuanto a grupos indígenas allí asentados y su
diferenciación interna. Con esta documentación también determiné las unidades político-
administrativas que los españoles establecieron para dominar el territorio. La tasación que
los visitadores realizaron, me introdujo en las características económicas y productivas de
la región. En fin, son dos visitas fundamentales para la reconstrucción de la realidad socio-
cultural anterior a la Conquista y de los primeros decenios de la misma.

Se tuvo acceso también a una Visita Anónima de 1560 o Relación de los Pueblos de la
Gobernación de Popayán en el Distrito del Nuevo Reyno de Granada, transcrita por Hermes
Tovar y que complementa la información a las dos anteriores. De estas visitas se desprende
la existencia de tres grupos indígenas asentados en la región: Abades, Pastos y
Quillacingas. Para 1582 la memoria sobre Quillacingas, Pastos y Abades de Francisco
Centellas da cuenta en forma sucinta de los pueblos, caciques, encomenderos, doctrinas y
número de indios tributarios. Para este mismo año, fray Jerónimo de Escobar escribió una
Relacion sobre la Gobernación o Provincia de Popayán, en la cual se recogen descripciones
más amplias de los pueblos que la conformaban y que sirvió para dar una idea del escenario
en el cual se suceden los acontecimientos, al igual que La Crónica del Perú de Cieza de
León de 1553, muy rica en datos etnográficos.

Son varios los investigadores que han trabajado los grupos étnicos prehispánicos definidos
arqueológica y etnohistóricamente, como son los Pastos, Quillacingas y Abades.

Kathleen Romoli (1962, 1977-78) es pionera en el estudio etnohistórico del suroccidente


del país y en la delimitación del territorio ocupado por cada uno de los grupos étnicos que
comprendían la antigua jurisdicción de Pasto, es decir, Pastos, Quillacingas, Abades,
Mocoas y Sucumbíos. Su trabajo sobre el Distrito de Almaguer fue también fundamental
para entender las relaciones interregionales que se establecían entre el territorio
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correspondiente a Pasto y el que correspondía a Popayán. Fue a partir de sus trabajos como
me introduje en el análisis de la complejidad etnica característica de la región objeto de
estudio. Su detenido análisis de las fuentes de archivo mostraba cómo la Provincia de
Sibundoy era considerada como parte del territorio quillacinga pero diferenciada del
mismo, lo cual me llevó a centrarme en este hecho, una vez inicié el análisis de las visitas
de Tomás López y García de Valverde.

Encarnación Moreno Ruiz (1971) escribe su tesis doctoral sobre estos grupos desde épocas
prehispánicas hasta fines del siglo XVI y tiene como objetivos, mostrar sus diferencias
desde el punto de vista arqueológico -orígenes diferentes-, localización de sus
asentamientos, separación de rasgos culturales a través del análisis de fuentes históricas y
de los primeros contactos españoles. Por otro lado analiza si hubo o no presencia incaica en
el sur de Colombia, tema que considero que es fundamental mirar detenidamente.

Frank Salomon (1980), en su trabajo Los Señores Etnicos de Quito, en el que trata con las
sociedades aborígenes pre-incásicas y el imperio inca, se refiere a los Pastos del sur de
Nariño y su aporte principal es el de establecer los circuitos comerciales de corta, mediana
y larga duración establecidos en los andes septentrionales, lo cual implica una articulación
interzonal específica; además de soluciones como el “archipiélago vertical” y la
“microverticalidad”, reconoce a los "yndios mercaderes" o "mindalaes" que aparecen desde
Quito hacia el norte por todas las provincias de Imbabura y el Carchi hasta Colombia, al
igual que los “kamayujkuna”, o personas no especializadas quienes disponían de
excedentes y realizaban intercambios. Los sitios donde se realizaban las transacciones, eran
llamados “tiangueces”. Por otra parte, Salomon señala los contactos entre andes y selva
realizados desde épocas prehispánicas, señalamiento que me llevó a mirar el papel de los
habitantes del Valle de Sibundoy en el establecimiento de esta relación, en consideración a
su situación geográfica de corredor obligado entre andes y selva.

Calero (1991), trabaja no solamente a los Pastos y Quillacingas sino también a los Abades
entre 1535-1700. Su trabajo se centra en las visitas que se realizaron a la zona, tanto en el
siglo XVI como durante el XVII. No sólo trabaja la de Tomás López (1558) y García de
Valverde (1570), sino que analiza las visitas realizadas en el siglo XVII a la zona del
suroccidente del país como fueron la del Juez Diego Armentaros y Henao en 1606, la de
Luis de Quiñones, en 1616, centrada en la región de los Pastos, la de Antonio Rodríguez de
San Isidro Manrique en 1638 que por el contrario enfatizó en los Quillacinga y la de Diego
Inclán Valdés en 1668. De esta manera, el siglo XVII que para mi caso fue el que menos
información arrojó de los archivos consultados, sobre todo en lo que se refiere a la primera
mitad, Calero lo trabaja en forma sistemática. No sólo analiza las visitas en sí mismas, sus
disposiciones, sus consecuencias políticas y objetivos, sino que muestra las
transformaciones que sufren instituciones fundamentales para estos años como es el caso de
las encomiendas, las doctrinas, las composiciones de tierra, la mita o concierto agrario. En
fin, se trata de un trabajo histórico que da una visión detallada del proceso de penetración y
consolidación del imperio español en el suroccidente del país. El análisis demográfico y de
evolución de la población indígena durante estos siglos es muy completo, lo cual me
permitió retomarlo para completar la serie que presento desde el siglo XVI hasta el presente
de las etnias Inga y Kamsá del Valle de Sibundoy.

13
Sobre los Quillacinga, Diego Zajec (1988) se dedica a trabajar el siglo XVI a partir de las
Provincias diferenciadas por los españoles dentro de esta etnia. Muestra las
transformaciones que sufre cada una de ellas en cuanto a pueblos de indios, caciques,
encomenderos, clase de productos que tributan, y a partir de esta información trata de llegar
a entender cómo funcionaba este territorio en épocas prehispánicas. Retorna el concepto de
“microverticalidad” para explicar la relación que se establecía y a partir de allí, entender
cómo solucionan los españoles el comercio entre una y otra zona según su especificidad
productiva.

A través de estos trabajos hasta aquí reseñados, se ha podido establecer el proceso de


penetración española a la región del suroccidente del país, la instauración de la encomienda
y el control que se hace de la fuerza de trabajo a través de la mita y el concierto, además del
análisis de la tributación a la cual las comunidades nativas son sometidas, según se deduce
de las visitas. Aun cuando se ha señalado la relación existente entre zonas ecológicas
diversas como son los andes, la costa y la selva, así como el establecimiento de redes de
intercambio intra e interregionales, siempre se diferencia entre Pastos, Quillacingas o
Abades, sin llegar a señalar y analizar la diversidad étnica y las formas de convivencia
interétnica, aspectos en los cuales el Piedemonte Amazónico y específicamente el Valle de
Sibundoy, son un laboratorio para investigación.

Analizar una zona de transición, una frontera entre andes y selva, es uno de los objetivos
que se propusieron para avanzar en la investigación del suroccidente del país durante la
Colonia. La avanzada inca es un tema que todos los estudiosos de la zona tocan en sus
trabajos pero de manera muy somera, siempre focalizados en determinar hasta dónde
lograron sojuzgar a otros pueblos. Mirar la presencia quechua en el piedemonte es otro de
los objetivos que me propuse, por cuanto encontré que es característica importante de la
zona y daba pistas para entender la relación andes-selva.

Tanto las fuentes de primera mano como los estudiosos de la zona, están de acuerdo en
mostrar la especificidad del Valle de Sibundoy dentro del territorio quillacinga, hasta el
punto de que Moreno Ruiz (1980:8) sostiene como hipótesis de trabajo que la “lengua
quillacinga no debe incluirse con la sibundoy”. La situación de corredor entre andes y selva
del Valle de Sibundoy, se convirtió en la pista para entender el porqué de su
comportamiento atípico. Su situación en el piedemonte y su característica de zona de
frontera, me permitió acercarme al Valle de Sibundoy desde una perspectiva diferente, ya
no solamente como parte del territorio quillacinga, sino como parte del piedemonte
amazónico, lo cual me llevó a encontrar relaciones de los grupos asentados allí con grupos
andinos, como son los Pastos, de piedemonte como son los Mocoa, los Sucumbíos y los
Andakí, y de selva como los Kofanes, Sionas y Coreguajes. Este es el aporte del trabajo que
presento al estudio del suroccidente. Pretendo a través de un estudio de caso, mirar cómo se
estructura esta relación andes-piedemonte-selva, desde épocas prehispánicas y cuáles son
las sobrevivencias que se observan etnológicamente en el presente.

Por otra parte, dichos especialistas en el grupo prehispánico Quillacinga, están de acuerdo
en sostener que a diferencia de los Pastos, estos no tenían tradición de comercio (Moreno
Ruiz, 1980), ni existían mercados en sitios Quillacinga (Calero, 1991:52). Sinembargo, si
nos centramos en el estudio de los Sibundoyes, encuentro que el comercio es fundamental
14
para la estructuración de esta relación andes-selva y son los grupos asentados en el Valle de
Sibundoy quienes ejercen esta función de intermediarios. Insisto entonces, que si nos
detenemos a mirar el caso del Valle de Sibundoy, vamos a encontrar aspectos que hasta el
momento no han sido trabajados por aquellos investigadores que se han acercado al estudio
de la región del suroccidente del país.

Por último considero necesario aclarar que los capítulos que constituyen la presente tesis
fueron presentados como ponencias a diferentes Congresos de Antropología y como tales
fueron publicados en las respectivas memorias como versiones preliminares. Como
resultado de su discusión y análisis durante los diferentes Congresos, los capítulos fueron
enriquecidos, revisados y estructurados como un libro, logrando dar una visión amplia del
piedemonte, ya no solamente tratando los habitantes del Alto Putumayo -como se hizo en el
artículo aparecido en la Revista Colombiana de Antropología No. 29- sino introduciendo
los grupos del Alto Caquetá y ampliando así el área objeto de estudio.

15
CAPITULO I: ANTECEDENTES ETNOGRAFICOS DEL
POBLAMIENTO DEL VALLE DE SIBUNDOY

Al definir el territorio como un espacio socializado y culturizado, construido en la


interacción de diversos actores, a lo largo de diferentes períodos históricos, se hace
indispensable establecer cuáles son los grupos humanos que lo han habitado a lo largo del
tiempo y las significaciones socio-culturales que éstos le han dado al mismo.
Para el caso del suroccidente y específicamente del piedemonte amazónico, en la colonia se
reconocieron por parte de los españoles los denominados “grupos de montaña”, entre los
cuales estaban los habitantes del Valle de Sibundoy. Renard-Casevitz y Saignes (1988), se
detienen en el análisis del vocablo “montaña” y lo definen de orígen hispánico:
“con un sentido preciso y restringido que no varió: designa los piedemontes
amazónicos de la cordillera andina oriental y todavía, de modo más limitado, el piso
inferior del bosque de 400/500 a 1.800m de altitud. En cuanto a la franja superior
entre 1.800 y 3.000m., caracterizada por una red casi impenetrable de bambús,
helechos arborescentes, dominada por algunos árboles grandes‟, más fresca, más
humeda, se denomina „ceja de montaña‟ o bosque lluvioso” (Dolfus en: Renard-
Casevitz y Saignes, 1988:43).
Los “grupos de montaña” reconocidos por los españoles para el siglo XVI y XVII en el
suroccidente de Colombia hacia el piedemonte amazónico eran los Quillacinga de la
Montaña, los Sucumbíos, los Mocoa y los Andakí.
Los Quillacinga de la montaña, se componían de „el pueblo de La Laguna‟ (La Cocha o
Lago Guamués) y más adentro, los del valle de Sibundoy -Cigundoy, como se escribe en
algunos documentos- Patascoy, más unos cacicazgos subordinados de los cuales no se
saben sino los nombres. Las tierras de estos pueblos, llamadas por los conquistadores „las
provincias de la Montaña‟, se extendían desde la cumbre de la Cordillera Central hasta la
Cordillera Portachuelo al Este de Sibundoy y desde el divorcio de las aguas entre el alto
Caquetá y las cabeceras del Putumayo hasta el río Guamués.
Al sur de los Sibundoy -Patascoy y menos conocidos que estos, estaban los Sucumbíos,
posiblemente pero no seguramente- de filiación Cofán. Su territorio era la región entre el
alto de la Cordillera Central y el Putumayo y entre el río Guamués y el San Miguel de
Sucumbíos.
“En tercer lugar, estaba el no muy definido grupo de los Mocoa, que habitaba el río del
mismo nombre y un trecho contiguo a éste en la margen derecha del Caquetá (Romoli
(1977-78:13). Ver mapa No.1
Se encontraban al norte de los Mocoa, los Andakí del alto Caquetá estudiados por Friede
(1967:32-33), quien los localiza como sigue:

16
“ocupaban una faja de unos 100 kms. de ancho de la Alta Selva Amazónica
extendida a lo largo de la Cordillera Oriental entre los ríos Orteguaza, Caquetá y
encerrada entre los ríos Orteguaza y Caquetá y su afluente el Mocoa.”
Además de estos grupos diferenciados, se encontraban compartiendo este territorio, grupos
hablantes del quechua, que aparentemente no fueron reconocidos explícitamente, como
grupos étnicos cohesionados y localizados espacialmente de manera específica por parte de
los españoles, pero cuya presencia la considero fundamental para entender el manejo
territorial de esta región de piedemonte y por ello en este capítulo trataré de incursionar en
el porqué de su presencia y de dónde provienen.
Tanto los habitantes del Valle de Sibundoy como los demás grupos del piedemonte,
mantenían relaciones de diferente tipo entre sí y con grupos de tierras altas y bajas,
reconocíendose además como habitantes de una misma región, compartiendo formas de
ocupación del territorio.
Puesto que durante la Colonia, el Valle de Sibundoy, formaba parte del territorio
quillacinga, se debe tener una visión general del mismo, para entender así las relaciones
intraregionales que se establecían.

17
1.1 El territorio quillacinga a la llegada de los conquistadores

En la visita de Tomás López (1558), se establece claramente el territorio quillacinga:


distingue la Provincia de los Quillacingas interandinos, dividiéndolos en los siguientes
grupos: los Quillacingas camino de Quito, los Quillacingas camino a Popayán, los
Quillacingas del valle de Pasto y los Quillacingas del camino a Almaguer. Por otro lado,
diferencia la Provincia de los Quillacingas de la Montaña. (Ver mapa No. 2).

Los Quillacingas interandinos habitaban el nororiente de Nariño, hacia la banda derecha del
río Guáitara, el valle de Atris, el valle del río Juanambú y las partes altas y medias del río
Mayo, constituyendo éste el límite norte de su territorio. Los Quillacingas de la Montaña,
se encontraban alrededor de La Laguna de La Cocha, en el valle de Sibundoy y en el cerro
de Patascoy."

Tomás López (1558) reporta 9.144 indígenas tributarios quillacingas para un total de
27.432 habitantes, distribuidos por el mencionado territorio1 .

Cieza de León (1553-1962:111), en su famosa Crónica del Perú se refiere así a los
Quillacingas:

“También comarcan con estos pueblos e indios de los Pastos otros indios y naciones a
quien llaman los quillacingas, y tienen sus pueblos hacia la parte del oriente, muy
poblados. Los nombres de los más principales dellos contaré como tengo de
costumbre, y nómbranse Mocondino y Bejendino, Buyzaco, Guajanzangua y
Mocoxonduque, Guacuanquer y Macaxamata. Y más al oriente está otra Provincia
algo grande, muy fértil, que tiene por nombre Cibundoy. También hay otro pueblo que
se llama Pastoco, y otro que está junto a una laguna que está en la cumbre de la
montaña y más alta sierra de aquellas cordilleras, de agua frigidísima, porque con ser
tan larga que tiene más de ocho leguas en largo y más de cuatro en ancho, no se cría ni
hay en ella ningún pescado ni aves, ni aun la tierra en aquella parte produce ni da maíz
ninguno ni arboledas.”

Es evidente la diferenciación que hace Cieza entre la Provincia del oriente de Nariño de
aquella más al oriente de ésta o de Cibundoy, lo cual es confirmado posteriormente por
Tomás López como ya se anotó. Esta diferenciación considero que es resultado de la
situación geográfica del valle de Sibundoy en el piedemonte del Putumayo, lo cual va a
constituirse en factor fundamental en el análisis que se hará sobre la conformación y
utilización del territorio por parte de los grupos étnicos que lo habitan, como se mostrará
más adelante.

Es tal la distinción que se hace, que en la visita anónima de 1560 aparecen como dos
provincias diferentes:

1
La población total indígena se logró aplicando un índice de 3 personas por tributario durante el siglo XVI.
(Jaramillo Uribe, 1964). Si tomáramos 3 a 4 estaría entre 27.432 y 36.576.

18
"Otra provincia es los quillassingas es tierra templada la gente della más vestida todos
se comen unos a otros es tierra muy doblada toda de savanas y montañas, biven en
buhios de paja y apartados unos de otros". Ay en ella muchos venados y perdizes y
conejos, no es gente de contrato entre ellos ni con otros, ay en esta provincia minas de
oro y lo sacan en ella con yndios sus encomenderos, abundante de mahiz y de todos
los mantenimientos de las demás provincias, es gente de muy mala desistión y de poca
razón y naturalmente mal ynclinada".

“Otra provincia es la de Sigundoy es fría y gente vestida y de buena desistión y


abundante de todo género de comida y ricos de oro que lo poseen y lo traen en j oyas.
Ay minas de oro y que los naturales las labran y agora los españoles lo sacan con
yndios por esta provincia este año de cincuenta y nueve yendo un teniente de
gobernador a castigar ciertos delitos de los yndios le metieron en otra provincia más
adelante de grandísima poblazón y gran disposición de tierra y muy llana tanto que se
tiene entendido que es el principio de la poblazón del Dorado que mucho tiempo que
se anda buscando, dió aviso dello al gobernador hasta agora no se sabe quel
governador aya proveydo capitán ni gente que vaya a ver la dicha provincia. (Visita
anónima de 1560. Archivo de la Real Academia de Historia (Madrid) Relaciones
Geográficas, 4661, 14-IX. En Tovar, 1988: 24-26).

De la cita anterior se deduce que el patrón de asentamiento de los quillacinga es disperso,


salpicando sus sitios de habitación los valles interandinos donde se cultiva maíz, cabuya,
caña y algodón entre otros productos, y aunque se tasa también en éstos, la riqueza es
minera antes que agrícola. En cuanto a la provincia de “Sigundoy”, es claro que se refieren
a ella como la entrada a la selva amazónica, resaltándose su riqueza en oro.

Cieza de León (1553-1962:113-114) al referirse al territorio quillacinga anota:

“Hay grandes ríos, todos de agua muy singular, y se cree que tendrán oro en abundancia
algunos dellos. Un río destos está entre Popayán y Pasto, que se llama río Caliente. En
tiempo de invierno es peligroso y trabajoso de pasar. Tienen maromas gruesas para pasarlo
los que van de una parte a otra. Lleva la más excelente agua que yo he visto en las Indias, ni
aun en España. Pasado este río, para ir a la villa de Pasto hay una sierra que tiene de subida
grandes tres leguas (...) Pasado el río Caliente y la gran sierra de cuesta que dije, se va por
unas lomas y laderas y un pequeño despoblado o páramo, a donde, cuando yo lo pasé, no
hube poco frío. Mas adelante está tina sierra alta; en su cumbre hay un volcán, del cual
algunas veces sale cantidad de humo, y en los tiempos pasados, (según dicen los naturales)
reventó una vez y echó de sí muy gran cantidad de piedras. Queda este volcan para llegar a
la villa Pasto, yendo de Popayán como vamos a la mano derecha2

2
Al respecto de la ruta seguida por Cieza de León, Monseñor Federico Lunardi (1935:17), señala cómo
saliendo de Popayán hacia Pasto, los españoles debieron buscar un camino retirado de las montañas, para
evitar las emboscadas de los indígenas que se habían refugiado allí, de manera que siguieron la banda derecha
del río Patía, “donde se encontraban poblaciones seguras como el famoso Pueblo de la Sal”, después del cual
se llagaba a un paso entre las bocas del río Guáitara y del río juanambú, que él supone era el río Caliente.
Señala que este camino se usó regularmente en los primeros tiempos de la conquista. pero que el Camino Real

19
Cieza reitera en esta cita lo quebrado del territorio quillacinga y nos introduce en la
búsqueda de los caminos antiguos utilizados para comunicarse los distintos asentamientos
entre sí, y que atravesaban las cordilleras. (Ver mapa No.3) Estos caminos indican que el
Valle de Sibundoy mantenía estrecho contacto con el nororiente de Nariño, habitado por los
Quillacingas camino a Almaguer, por lo cual a continuación me centraré en mirar al interior
estas dos provincias.

1. 1.1 Los Quillacingas de la Montaña habitantes de la Provincia de Sibundoy

Los pueblos que Tomás López (1558) distingue como pertecientes a la Provincia de la
Montaña son: Cibundoy, Patazcoy, La Laguna, Zacananbuy, Mocondinejo, Pamoque
(principal de Tuquerresme) y Cunbal, con un total de 4.429 tributarios, es decir, 13.287
habitantes. Doce años después, la visita de García de Valverde (1570), reporta 2.299
tributarios (6.897 pobladores), lo cual indica un descenso de la población del 48.1%, como
resultado de la conquista temprana. (Ver tabla No. 1).

Al analizar con detenimiento las visitas de Tomás López (1558) y García de Valverde
(1570), se puede inferir la existencia de dos grupos étnicos diferenciados asentados en el
mismo: los Quillacingas, (actuales Kamsá) en el pueblo de “Cigundoy” y los Inga hablantes
del quechua, asentados en los pueblos de La Laguna y Patascoy.

En la visita de Tomás López (1558), los indios de “Cigundoy” son reconocidos como
agricultores y se tasan en maíz, trigo y mantas de algodón, mientras que a los habitantes de
La Laguna y Patascoy se les exige tributo en tablas y elementos de madera como artesas,
alfaxias, etc,, confirmándose lo que Cieza de León (1553-1962;113) señala en cuanto a la
produccion en esta zona:

“En los Quillacingas se dá mucho maíz y tienen las frutas que estotros; salvo los
naturales de la laguna, que éstos ni tienen árboles ni siembran en aquella parte maíz
por ser tan fría la tierra como he dicho”,

García de Valverde (1570) entrevista a “sacerdotes y personas de buena conciencia” para


complementar información sobre los indígenas a quienes va a tasar y es así como Joan,
vecino de Pasto, después de prestar juramento testifica:

“...que tiene noticia de las provyncias de indios de los termynos de esta ciudad de más
de treynta años a esta parte, que son las provincias de los Pastos y los Abades y
Quillacingas y Cigundoy que también son Quillaclngas (...) y que en lo que toca a la
provincia de la montaña y Cigundoy le pareze a este testigo que pueden ser tasados en
oro porque tienen mynas en su propia tierra y que podrá cada un yndio de los del dicho
pueblo de Cigundoy pagar cada año dos pesos de oro del que sacan en las mynas y que
los de Patazcoy y La Laguna le pareze que no pueden ser tasados sino en madera y en
algunas sementeras que hagan en este valle por estar hechas y que podrá cada yndio
dar cada año una tabla y una tirante y algunas artesas y bateas entre todos” (fl.208r).

fue después por el puente que atravesaba el río Mayo, o bordeando la montaña, se seguía a pie y lo llama el
Camino de los Pueblos. (Ver mapa No. 3).

20
De esta entrevista se puede inferir que se mantiene la diferenciación entre los habitantes de
la parte alta del Valle (La Laguna y Patascoy) y los de la parte baja (Cigundoy), es decir,
los Inga habitaron la parte alta del Valle, cerca al Páramo de Bordoncillo y la Laguna de la
Cocha, mientras que los Quillacingas (actuales Kamsá) se encontraban asentados en la
parte de abajo o parte plana del Valle. Es aún más claro el encomendero Rodrigo Pérez, a
quien se le pide información y al referirse a las Provincias diferencia entre la de los
Quillacingas y la montaña de La Laguna y Patazcoy” (fol.209r), lo cual indicaría que
existían los quillacinga propiamente dichos o Kamsá y los de la Laguna y Patascoy, que
serían los Inga. En este sentido es muy claro García de Valverde al mandar a los indios de
Patascoy

“ayudar en cada un año a las sementeras que por la dicha tassa del pueblo principal de
Cigumdoy se manda que se hagan para el sustento del dicho capital y porque por lo que
conviene a la salud y conservación en ynstrución de los yndios del dicho pueblo de
Patazcoy por esto de antes poblados en tierras enfermas y de cienegas y donde ni los yndios
podrían tener mantenimiento espiritual ni corporal se an mandado poblar en el dicho Valle
de Cigundoy en parte cómoda don los dichos naturales escogieron y mando a vos el dicho
encomendero que con toda brevedad hagais que se acaben de poblar los dichos yndios
donde se les mandó y señaló y tengais cuydado de que siempre estén poblados so pena que
no podays llevar tributo alguno dellos no estando poblados demos de que a vista se enbie y
ponga persona con bara de justicia y dias y salario que los pueble”. (fols385v y 386r).

Se plantea entonces, el traslado de un pueblo situado en la ceja de montaña al valle,


constatándose así la reducción de pueblos y su localización en la parte alta. Por otra parte,
al establecer la tasa del pueblo de Patazcoy, el visitador Valverde se refiere a la parcialidad
de Quinchoa como adscrita al cacique de este pueblo, hoy en día vereda y asentamiento
Inga del Valle de Sibundoy3. Por otra parte, Sañudo (1894-1939:64) cree que el poblado
que formaron los de Patascoy es el actual San Andrés, pueblo Inga en el Valle de Sibundoy.
Sinembargo los visitadores españoles, se referían a los dos grupos indistintamente como
sibundoyes4.

Al respecto de esta diferenciación étnica al interior de la Provincia de la Montaña, es


interesante anotar las dos distribuciones lingüísticas que se han propuesto a partir de la
recolección de topónimos en el área quillacinga:

3
La toponimia de la región es un indicador importante de tener en cuenta para mirar las permanencias en el
manejo territorial por parte de la etnias allí asentadas. Hoy en día es clara la diferenciación de toponimia
quechua y/o inga frente a la kamsá y/o quillacinga.
4
La denominación de los habitantes de la "Provincia de la Montaña”, —actual Valle de Sibundoy— varía a lo
largo de los siglos. Durante los siglos XVI-XVII, se denomina Quillacinas de la Montaña, durante el siglo
XVIII, Sibundoyes y ya para el siglo XIX-XX se diferencian los Ingas y Kamsá. Los españoles no
distinguieron los dos grupos étnicos que compartían este territorio sino que unificaron la denominación de los
habitantes del Valle de Sibundoy, obvian o la distinción interna. Actualmente se encuentran en el Valle de
Sibundoy los corregimientos de Santiago, Colón, Sibundoy y San Francisco, que se encuentran ubicados a lo
largo e la carretera que une a Pasto con Mocoa y la Inspección de Policía de San Andrés, que junto con
Santiago y Colón son habitados por Ingas. mientras que en Sibundoy se asientan los Kamsi San Francisco es
el corregimiento blanco principal. En la parte alta del Valle se encuentra El Encano en el municipio de La
Cocha, asentamiento donde se continúa trabajando la carpintería y cuyos habitantes no se definen como
pertenecientes a ninguno de los dos grupos étnicos diferenciados. (Ver mapa No. 2A).

21
"El Kamsá-relacionado [se les distingue con el término relacionado por cuanto el análisis
de sus troncos muestran un área más restringida que la de la terminación /oy/ que fue la que
permitió establecer el área de distribución del Kamsá] se extendía por las cuencas de los
ríos Janacatú, alto Juananmbú, Buesaco, posiblemente Pasto y alto Putumayo. El área
lingüística Lacisuna o Lagunas, correspondía según las observaciones de Hooykas (1976), a
un dialecto emparentado con el Kamsá-relacionado e incluía la región de Consacá, región
sur y sur-este de Pasto Yacuanquer. Tangua, La Laguna, Cabrera y Dolores).(Groot,
1991:92-93)

Se constata la diferenciación lingüística antes anotada, pero se supone que se trata de


dialectos emparentados. Sin embargo, surge la pregunta de si no se trataría de hablantes del
quechua que ya se encontraban asentados en los alrededores de La Laguna a la llegada de
los conquistadores, por razones que se expondrán más adelante.

1.1.2 Los Quillacingas del Distrito de Almaguer y los Quillacinga camino a Almaguer

Los pueblos que Tomás López (1558) distingue como pertenecientes a los Quillacingas
camino a Almaguer son: Guaxazanga, Palacino, Xacanacatu, Zacandonoy, Quina,
Joananbu, Yxaui, Buyzaco, Mocondonoy e Uazcoy y Cachaubi a los cuales les
corresponden 2.743 tributarios, aproximadamente 8.229 habitantes. En la visita de García
de Valverde (157.0) se tasan 1.400 tributarios (4.200 habitantes), constatándose lo
mencionado para la Provincia de la Montaña, en cuanto al descenso de población en un
49% en sólo 12 años de diferencia entre una y otra visita. (Ver tabla No. 1).

Como lugares de referencia importantes en la zona camino a Almaguer tenemos el pueblo


de La Cruz, situado en el valle al norte del territorio quillacinga, surcado por el río Mayo, y
los de Juanambú, y Quiña en el valle que atraviesa el río Juanambú. El río Mayo se
constituye para los españoles en el límite administrativo que divide a los quillacinga bajo la
jurisdicción del Distrito de Pasto, de aquellos bajo el Distrito de Almaguer y es el cacicazgo
de Mamendoy del pueblo de La Cruz, localizado en la banda derecha del río Mayo (Ver
mapa No. 3), el lugar que marcaba este límite septentrional. (Romoli, 1962:266).

Sobre los ríos Mayo y Juanambú, comenta Lunardi (1935:17) que se trataba de ríos muy
profundos y difíciles de atravesar, por lo cual en 1671, se debió tender un puente sobre el
río Mayo que pasaba a 1.171 metros sobre el nivel del mar, para permitir el paso de
mercaderías que venían desde Quito por este camino “que corría a los pies del Macizo
Colombiano”.

Al norte de la provincia de los Quillacingas camino a Almaguer ya en el Distrito de este


nombre, se encuentra la ciudad de Almaguer, a la cual la relación anónima de 1560, se
refiere en los siguientes términos:

“...tiene su asiento en un cerro alto de savana de temple frío y todos los términos desta
provincia así mismo fría. La gente y naturales della andan los más vestidos de ropa de
algodón. No ay caciques ni señores naturales e así todo ello es behetría, alcanzan
22
algunos valles calientes donde cojen cantidad de algodón y de coca y de yuca y mucha
cantidad de mahiz dos vezes en el año que en lo frío no se da más de una, biven los
naturales en buhíos de paja y muy apartados unos de otros, son de mala disistión que
después que está poblada la cibdad nunca an estado de buena paz y a esta causa no la
tasé el licenciado Tomás López ...“ (Anónimo 1560, en Tovar, 1988: 32).

Es importante anotar cómo lo quebrado del territorio, les permite a los habitantes de
Almaguer, localizados en un altiplano, acceder a los valles calientes, lo cual nos introduce
al manejo microvertical del territorio5 , en el sentido que Oberem (1981) le ha dado a este
concepto: el que un pueblo tenga campos de cultivo situados en diferentes pisos ecológicos,
que pueden alcanzar en un mismo día, con la posibilidad de regresar al lugar de residencia
por la noche. En este caso concreto, el centro está localizado en región fría y alta, con
cultivos en los valles. Hoy en día los habitantes de La Cruz, en hora y media de camino,
tienen acceso a los valles y por consiguiente a productos de tierra templada.

En cuanto al territorio de Almaguer, y su composición étnica o provincias diferenciadas, se


cuenta con la descripción que hace el autor anónimo de la Relación de 1560, que señala la
presencia de grupos quillacinga:

“Ay en esta ciudad (Almaguer) seys provincias donde abitan los naturales. La de los
quillacingas es fría y gente caribe que come carne humana. La discanze está de guerra y no
sirven es templada y muy abundosa de todo género de comida. La provincia de choaes
asimismo templada y muy abundosa, está de guerra y no sirven. La provincia de gua
chiconu es tierra fría y en ella ay un señor principal que la manda toda y le obedecen. La de
pansitará es tierra fría y que tiene muy junta su poblazón. La de patía es caliente y en ella
ay micas minas de oro y así mismo las ay en todas las demás provincias aunque no tan
buenas como las de este valle ...“ (Anónimo 1560, en Tovar, 1988: 33-34).

La población de Discanze a la que se refiere este Anónimo se encuentra localizada en el


alto Caquetá y podría tratarse de un asentamiento de grupos de habla quechua, si se
considera que hoy en día es habitado por el grupo étnico Inga. Sobre este pueblo se
encuentran las siguientes consideraciones:

“mas lejos por el Caquetá abajo, esta Yscancé (moderno Descancé) pero este no figura
en los documentos, que son de fecha anterior a su pacificación (1550-1566). No se
sabe si el nombre de Yscanzé, existía en estos parajes antes de la entrada de los
españoles, quienes, durante bastante tiempo, llamaban de la misma manera el alto río
Caquetá. A raíz de sus conquistas, Yscancé contaba con 5.000 indios de encomienda,

5
Al respecto del manejo territorial para el acceso a recursos de diferentes pisos térmicos es esclarecedor el
trabajo de John Murra (1972) quien propone un modelo denominado “Archipiélago vertical”, constituído por
colonias permanentes asentadas en la periferia para controlar los recursos a ejados del centro por varios días
de camino: estas colonias las ve como “islas” étnicas, separadas físicamente de su núcleo pero manteniendo
con este un contacto social y tráfico continuo, formando un archipiélago, patrón de asentamiento típicamente
andino. Murra es enfático en anotar que a este tráfico, que permitía el acceso simultáneo a recursos y zonas
muy distintos entre sí por una misma población, se le ha llamado comercio y se le ha confundido con
migraciones estacionales o transhumancia, llegando a redusir los archipiélagos verticales a relaciones
limitadas de trueque ritual o a intercambios estacionales.

23
que pronto se redujeron a 2.000, calificados de “muy buenos” (Rel.I); con el tiempo,
los que quedaron fueron llevados a sectores menos apartados del distrito” (Romoli
1962,246).

Fray Jerónimo de Escobar (1582-1983,294) da noticia en 1582, de que Yscanzé “se pobló
ha diez años” (1572) y dice:

“son los indios muy buenos; abrá como 2.000 de ellos encomendados a diez y siete
vecinos, de los cuales los más dellos son mestizos y mulatos”.

Es evidente hasta el momento, la coexistencia desde épocas prehispánicas de grupos étnicos


lingüísticamente diferenciados, pero que comparten y establecen relaciones entre sí,
llegando a identificarse totalmente en diversas manifestaciones culturales, como se entrevé
para el caso de Sibundoy y ahora de Almaguer.

En segundo lugar, la consideración de un territorio que abarca diferentes pisos térmicos y


que como tal, presenta formas de producción complementarias. Para el territorio
quillacinga, Zajec (1988:59) ha explorado el modelo de microverticalidad antes señalado y
además encuentra que cada área o provincia quillacinga diferenciada por los visitadores
(Quillacingas camino a Almaguer, camino a Quito, de la Montaña, del Valle de Atris y
camino a Popayán) conformaban un bloque productivo que a través de redes comerciales
intraregionales entraban en contacto, como se deduce de la tasación que se establece en las
visitas a la zona. Así, los habitantes del Camino a Almaguer, eran tasados en cultivos de
tierra caliente, mientras que los habitantes del Camino a Quito, en los de tierra fría; en la
Provincia de la Montaña, la agricultura ocupaba un segundo plano y lo importante era la
minería y los productos maderables, mientras que en el Valle de Pasto era fundamental la
ganadería y la agricultura de tierra fría, que surtía al Distrito de Almaguer
fundamentalmente minero. (Ver Anexo: tablas de tasación, Zajec: 1988).

24
1.2 La presencia del quechua en el piedemonte del Putumayo, nororiente
de Nariño y distrito de Almaguer

Un indicador para el análisis de la composición étnica diversa del territorio quillacinga es la


presencia de grupos de habla quechua, tanto en la región de los Quillacingas de la Montaña,
como en la de los del camino a Almaguer y en el propio Distrito de Almaguer.
El quechua generalmente ha sido asociado al imperio Inca y por consiguiente, cuando se
encuentran voces quechuas en las regiones del sur de Colombia, se trata de explicar su
presencia como resultado de la avanzada Inca en épocas prehispánicas, rezagó de la
presencia de indios de habla quechua, en su mayoría yanaconas, que acompañaron las
huestes con quistadoras desde Quito y posteriormente se asientan en territorio colombiano.
Otra forma de explicar estos vocablos es por el esfuerzo de los conquistadores para
implantar el quechua como lengua vehicular en todo el territorio sometido.
Se ha establecido que los Inca, como formación social en expansión, habían conquistado a
los grupos étnicos del norte del Ecuador, llegando hasta el río Angasmayo o río Guáitara en
su curso superior , a la altura del Rumichaca en la actual frontera colombo-ecuatoriana:
“Ahora bien: está fuera de duda que el límite septentrional del imperio inca era la
línea que hoy señala la frontera entre Colombia y Ecuador; pues sobre este punto las
fuentes están unánimes, y sus noticias al respecto han sido confirmadas por
hallazgos arqueológicos.” (Romoli, 1962:2756 )
A pesar de esta afirmación contundente, Frank Salomon (1980:300) quien coincide en
señalar la nación Pasto como “la extrema periferia del Tawantinsuyu norte, el puesto de
avance imperial menos consolidado y más lejano”, afirma que “todavía están inciertas sus
fronteras y sus hitos” y más adelante sostiene:

6
Son varias las aseveraciones que se pueden mencionar, tanto de cronistas como de fuentes secundarias,
señalando este límite: Romoli (1977-78: 15) cita el pasaje respectivo de una relación geográfica de principios
de 1541 (AGI, Patronato: Leg27:Ramo 1), en el cual el autor describe el camino de Pasto a Quito,y al
mencionar el río Angasmayo, Romoli concluye que se está refiriendo a los dos pasos del Guáitara, entre
Funes e Iles y el famoso del Rumichaca. Cieza (1553-1962:122) anota: “también se llega a un río, cerca del
cual se ve a donde antiguamente los reyes ingas tuvieron hecha una fortaleza de donde daban guerra a los
pastos y salían a la conquista dellos; y está un puente en este río, hecha natural, que parece artificial, la cual es
una peña viva, alta y muy gruesa, y hácese en el medio della un ojo, por donde pasa la furia del río, y por
encima van los caminantes que quieren. Llámase esta puente Lumichaca en lengua de los ingas, y en la
nuestra querrá decir puente de piedra. (...) Cerca deste puente quisieron los reyes ingas hacer otra fortaleza, y
tenían puestas guardas fieles que tenían cuidado de mirar sus propias gentes no se les volviesen a Cuzco o a
Quito, porque tenían por conquista sin provecho la que hacían en la región de los pastos. Vásquez de Espinosa
(1948:335), refiriéndose al paso del río Caliente, dice: “pasado este río está la sierra de donde Gonzalo Pizarro
fue siguiendo al Virrey Blasco Nunes Vela el año de 1545 hasta el río de Angasmayu, que es donde llegó
conquistando el Rey Guayna-Capac. Zúñiga (1987: 15) anota cómo después de consultar múltiples fuentes
deduce que "el rio Angasmayo no es otro que el Guaytara". Moreno Ruiz (1980: 318) sostiene que el límite
norte estuvo en el río Angasmayo, según consenso entre los cronistas. Caillavet (1985:406), al referirse al
punto estrategico de los Incas para el control de la sierra norte dice: “hacia el norte está en posición defensiva
frente a los Pastos (no conquistados, según nuestra opinión)”.

25
“Si Moreno Ruiz está en lo cierto y si la escasa evidencia de cerámica es confiable,
el avance Inca se habrá extendido rápidamente a lo largo del callejón interandino
hasta los segmentos centrales del territorio Pasto, pero habrá hecho relativamente
poco impacto hacia el este y el oeste de esta ruta. Aún en plena ruta de conquista, el
impacto Inca parece mínimo y efímero. Dejó una escasa muestra de cerámica y unas
pocas palabras quechuas. Hasta el uso del quichua en el sur de Colombia hoy en día,
puede ser en gran parte resultado de la introducción de “yanaconas” sureños por los
conquistadores”.
Al respecto Luis Fernando Calero (1991:36) atribuye la existencia hoy en día de unos pocos
grupos de habla quechua —en el Valle de Sibundoy (Santiago, Colón, San Andrés) y en la
parte alta de la cuenca del río Juananmbú (Aponte)— a la influencia Inca en el lado
colombiano, aun cuando también la considera tenue. Sostiene que estos grupos parecen
haber habitado las montañas de Nariño desde antes de la llegada de los españoles y no
serían traídos del Ecuador por los conquistadores como se ha supuesto. En este sentido
coincide Romoli (1977-78), quien es enfática en aclarar que los indios yanaconas fueron
llevados solo en las primeras expediciones de descubrimiento y conquista que salieron de
Quito hacia el norte en 1535 y 1538 y que además murieron en su mayoría en los llanos del
Patía y en la expedición del Magdalena, de manera que eran pocos los que se encontraban
en la región del suroeste en el siglo XVI.
“En el censo (del Distrito de Almaguer) de 1688 resultaron exactamente trece
yanaconas útiles más el cacique y un indio del residuo. (A.C.C. 2166 en Romoli,
1962: 260).
El trabajo arqueológico, etnohistórico y lingüístico realizado por Groot, Correa y Hooykas
(1976)7 , que busca establecer los límites de ubicación de los grupos Pastos y Quillacingas
y los alcances geográficos de las incursiones del Imperio incaico, deja abiertas algunas
consideraciones en este sentido: encuentran que la toponimia del área de los Pastos es más
homogénea que la de los Quillacingas. Esto correspondería a la continuidad temporal del
primer grupo, frente a la ocupación de diversos grupos étnicos en el área del segundo, lo
cual se reflejaría en la heterogeneidad tanto lingüística como arqueológica, e indicaría que
el idioma del cual formaba parte esta toponimia, estaba desapareciendo o no se había
arraigado lo suficiente. En cuanto a la presencia del quechua, concluyen:
“Los topónimos del quechua nativo se encuentran dispersos en un área limitada que
corresponde a la zona tradicional de los quillacingas. Existe por lo tanto un vacío de
topónimos quechuas nativos en el área de los pastos, desde el río Chota en la
Provincia del Carchi, en el Ecuador hasta el río Curiaco, al sur de Yacuanquer en

7
La mayor parte de este trabajo, presentado al Banco de la República en 1976, ha sido publicado por la
Fundacion de Investigaciones Arqueológicas Nacionales del mismo, en 1991 con el título de “Intento de
Delimitación del Territorio de los Grupos Etnicos Pastos y Quillacingas en el Altiplano Nariñense”. La
primera parte del libro titulada “Arcas Lingüísticas de Nariño”, presenta el trabajo de la historiadora-lingüista
Eva María Hooykas, quien realizó la investigación entre 1975-1976. En la segunda parte “Territorio y Grupos
Étnicos en el Siglo XVI”, se recoge la primerá fase de reconocimiento y exploración arqueológica llevada a
cabo en la zona conjuntamente con Luz Piedad Correa entre 1975-1976, y una segunda fase realizada por
Groot entre 1989-1990, lo cual permitió a esta autora, una revisión total de la primera fase. Considerando que
todo el trabajo de 1976 no ha sido publicado, se citará la obra publicada o la inédita, según el caso.

26
Nariño. Como hay noticias históricas de que los Incas habían ocupado territorios
nariñenses hasta el río Mayo, los datos lingüísticos, aunque no corroborados con los
hallazgos arqueológicos, indicarían que si hubo una franca y sistemática ocupación
de Nariño por los Incas, aquella debió hacerse por el Oriente de la Cordillera y por
el Valle de Sibundoy, pues de haberse realizado por el centro del departamento,
probablemente no se habría producido el hiato lingüístico que hoy se ha corrobo
rado en la región de los pastos” (Groot, Co-ea y Hooykas, 1976: 165).
La existencia, anterior a la llegada de los conquistadores, de grupos de habla quechua en el
nororiente de Nariño, es sugerida por Hooykas (1991:63) al diferenciar el quechua nativo -
que se circunscribe al área quillacinga e “incluye nombres como Charguayaco, Ayurco,
Turupamba etc., es decir, tipos de nombres que no parecen haber formado parte del
vocabulario de la gente de habla española”- de una segunda categoría de quechuismos, cuya
distribución es más amplia. A estos últimos, que están presentes en el centro del territorio
pasto, es a los cuales hace referencia Salomon en el párrafo atrás citado.
Esta consideración se complementa con la que hace Romoli (1962:273), al constatar el
conocimiento del quechua entre las tribus almaguereñas al tiempo de la conquista. Supone
que en los años subsiguientes a la conquista, éste se perdió casi completamente debido a la
desaparición de los nativos, y hace la siguiente aclaración:
“En aquel entonces, el nombre de quechua (propio de una provincia al noroeste del
Cuzco) aún no había sido adoptado como término lingüístico. Los españoles
denominaron al idioma „la lengua del Inga‟ o la „lengua general‟ y distinguieron
entre la forma cortesana „la lengua de Cuzco‟ y el dialecto ecuatoriano „la lengua de
Quito‟. En los documentos los indios del pueblo de la Cruz aparecen como „ladinos
en la lengua de Cuzco‟, mientras que de aquellos de la Provincia de Guachicono que
algo sabían de quechua se dice que „entienden la lengua de Quito‟. Es de anotar que
el quechua no estaba difundido por igual en los diferentes sectores del Distrito. En
el pueblo de la Cruz, todos los indios nombrados en los documentos lo hablaban; en
Pancitará y Guachiconu, entre doce principales llamados por testigos, sólo tres o
cuatro pudieron declarar en la lengua general. Y los indios de Papallata no parecen
haber conocido ese idioma, ya que cuando habla de comnunicarse con ellos, era
preciso hacerlo en su lengua de Haxa” (Romoli,1962:274-275).
En esta cita Romoli apunta a la diferenciación entre el quechua peruano y el dialecto
quechua ecuatoriano, lo cual induce a pensar en primera instancia, que estos grupos de
habla quechua nativo que convivían con grupos quillacingas, podrían provenir de la
expansión Inca propiamente dicha, anterior a la conquista española, o deberse a
migraciones provenientes del Ecuador ya sea del norte o del oriente. Sin embargo, la
diferenciación que se hace entre la lengua de Cuzco y el dialecto ecuatoriano o lengua de
Quito, nos lleva a plantear también la posibilidad de que se dieran migraciones escalonadas
de grupos que se trasladan desde el Perú, permanecen en el Ecuador y de allí llegan al
suroccidente de Colombia. ¿Qué otras consideraciones inducen a pensar en esta
posibilidad?
Sobre la procedencia directa del Perú —si descartamos el resultado de la presencia quechua
debida a los yanaconas traídos por los conquistadores y estamos de acuerdo con que se trata

27
de grupos étnicos habitantes de la zona antes de la llegada de los conquistadores, hablantes
de un “quechua nativo”— podríamos suponer, a partir de una lectura etnológica actual8 ,
que se trata de grupos étnicos con vocación de migrantes estacionales —como puede ser el
caso de comerciantes especializados que se radican en sitios diferentes durante períodos de
tiempo considerables y en muchos casos tienen sitios de vivienda ubicados en diversas
localidades, como es el caso de los Ingas de Santiago en el valle de Sibundoy hoy en día—
o definitivos, como sería el caso de aquellos individuos o familias que huían ante la
invasión Inca y que por lo tanto no continuaban perteneciendo al centro del Imperio Inca.
Esta situación sería distinta a la de los mitimaes, quienes no perdían los lazos con su grupo
de pertenencia étnico9 . Está establecido por Murra (1983) como poco probable que los
mitimaes cayeran bajo la jurisdicción del señor local o sea, que no se integraban a la
comunidad conquistada. En el caso de los grupos de habla quechua a los que nos referimos,
se encuentran conviviendo con aquellos grupos quillacinga y suponemos que compartían en
muchos casos rasgos de orga nización socio-cultural, tal como lo hacen hoy en día los
Kamsa y los Inga en el valle de Sibundoy, una razón más para suponer que no se trataba de
grupos mitimaes10.
Oberem (1980) sintetiza las incursiones que realizaron los emisarios del Inca mandando
emisarios, a “la región más allá de la Cordillera”, es decir, al piedemonte ecuatoriano (zona
de los Quijos), pero no hay referencias al piedemonte colombiano. Sin embargo el Inca no
logra colonizar y dominar estos grupos, por cuanto es famosa la resistencia que ofrecieron y
la derrota que le infligieron, lo cual aunado al límite establecido para su expansión en el río
Angasmayo, hace aún menos probable la confirmación de la hipótesis que supone que los
Ingas son herederos de los mitimaes que se trasladaron al Putumayo. Existe otra
consideración a este respecto, para el caso del piedemonte ecuatoriano:
“el hecho que los Incas hayan renunciado a desarrollar, en su frontera oriental
instituciones de control vertical análogas al modelo de archipiélago se explicaría
tanto por la hostilidad continua de los Bracamoros y el recuerdo de la dolorosa
derrota que éstos habían infligido a las tropas imperiales como por la similitud
ecológica de la vertiente occidental, apta para proveer de los mismos recursos que el

8
En este sentido estoy de acuerdo con Taylor (1988:15) cuando dice: “es a partir de una reflexión sobre el
estado contemporáneo del sistema que trato de esclarecer los caminos de la diacronía. Por lo demás me parece
evidente que sólo un conocimiento directo de la disposición estructural actual de las formaciones sociales
amazónicas permite captar el carácter específico de la evolución histórica de estas poblaciones, así como la
del sistema de relaciones que las asocia a las culturas de la Sierra”.
9
Según señala Murra (1983:253-254), Cieza distingue cuatro categorías de mitimaes: “1. Colonos enviados
desde el centro a zonas recien conquistados para „enseñar‟ a los nativos, colaborar en su control y cosas
semejantes. 2. Guarniciones fronterizas que tendieron a convertirse en asentamientos permanentes cuando el
reino dejo de expandirse. 3. Cultivadores con conocimiento del riego, enviados a zonas poco pobladas para
incrementar la producción del maíz regado. 4. Exrebeldes, poblaciones conquistadas y otros sectores
„excedentes‟ alejados de su hábitat original y utilizados en el núcleo como pastores del rey, criados personales
y en una variedad de tareas”. También Martha B. Anders. Historia y Etnografía: los Mitmaq de Huanu c o en
las Visitas de 1549, 1557 y 1562. (Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1990).
10
Sobre los Inga hay autores como Rivadeneira y Zubritski (1977:60) que han propuesto siguiente hipótesis
de trabajo: “los ingas no son otra cosa que los he rederos directos de los Mitimaes de categoría superior
trasladados al extenso territorio del Putumayo al momento de la conquista incaica”. Entienden como
pertenecientes a la categoría superior a los descendientes del Unico Inca, originados del Tahuantinsuyo y que
cumplían la función de colonizar las tierras recién conquistadas.

28
piedemonte amazónico y, al contrario que esta última región aparentemente libre de
poblaciones hostiles; además, los valles calientes, primero secos y luego húmedos,
del Catamayo y del Puyango ofrecían un acceso a las tierras bajas mucho más
favorable que el entreveramiento de colinas que domina la vertiente oriental ”.
(Taylor, 1988:55 Tomo II).
Es decir, no hubo un interés en colonizar el piedemonte oriental, por parte del Inca.
Con respecto a los estudios realizados sobre la lengua que hablan actualmente los Inga del
valle de Sibundoy, los cuales nos pueden dar pistas al respecto de su procedencia, se
encuentran las siguientes consideraciones: según Levinsohn, citado por Hooykas (1991:63),
el Inga y también la toponimia del quechua de Nariño se parecen más al quechua del Perú y
Bolivia que al quechua del Ecuador, consideración que antes que ser motivo de discusión,
confirmaría la migración escalonada.
Levinsohn.(1974:357) distingue además dos dialectos inga en el Valle de Sibundoy, el que
se concentra alrededor de Santiago y otro alrededor de San Andrés y señala que los
habitantes de cada localidad tienen tradiciones distintas con relación a sus orígenes, lo cual
es constatado por esta diferencia de dialectos. Triana (1950:373), en su expedición
realizada a principios del presente siglo, al referirse a los habitantes de Santiago, comenta
que ellos recuerdan claramente la época de su venida del Ecuador y la migración de los
“putumayos” o habitantes de San Andrés, procedentes de las tierras bajas. Levinsohn
recoge también una leyenda entre los habitantes de San Andrés, según la cual dicen
proceder de la región del río de Sucumbíos y que subieron al valle Sibundoy por un río que
se llama Balsayaco. (Hooykas y Groot, 1991:43). Esta procedencia oriental del grupo inga
de San Andrés, nos lleva a considerar la estrecha relación del piedemonte con la región de
selva, y nos confirma que no podemos entenderlo en forma aislada. El piedemonte se
constituye además en corredor o paso obligado para el desarrollo de una relación andes-
selva, permanente durante épocas prehispánicas, plasmada en flujos migratorios e
influencias culturales desde la región Amazónica hacia la zona andina. Esta relación es muy
antigua y ha sido fechada en Ecuador, a partir de las excavaciones arqueológicas realizadas
en el piedemonte, que no existen para el lado colombiano: “el alto Amazonas ha sido,
durante el período Formativo Temprano, un foco muy importante de influencias culturales,
difundidas de este a oeste a lo largo de los valles”. (Taylor,1988:32).
Rivadeneira y Zubritski (1977) concluyen que la lengua de comunicación corriente del
grupo indígena de Santiago (valle de Sibundoy) es una de las hablas del dialecto quechua,
ampliamente difundido en la sierra del Ecuador y encuentran también índices del substrato
de otro dialecto quechua, el ayacuchano, hecho que apoya su hipótesis en favor del origen
mitimae de los ingas del Putumayo. Jean Caudmont (1953:362) por su parte , afirma que:
“los nativos de la región de Santiago no comprenden el Quichua tal como se habla
en el norte del Ecuador, los que viven al sur de Mocoa parecen hablar una forma
más arcaica, intermediaria entre el Inga y el Quichua propiamente dicho que les
permite hasta cierto punto la intercomprehensión con los indígenas del norte de la
República vecina. El Inga de Santiago es probablemente el dialecto más
diferenciado de la lengua de los conquistadores incáicos.”

29
Aun cuando hay diferencias en las consideraciones lingüísticas, aquellas que relacionan el
quechua del sur de Colombia con el del norte del Ecuador, frente a quienes le atribuyen un
origen peruano incaico, hay consenso en que se trata de grupos de habla quechua que se
encontraban en la región objeto de estudio a la llegada de los conquistadores. A partir de las
consideraciones expuestas y debido a su ubicación geográfica, no pertenecían activamente
al Imperio Incaico como se ha sugerido, ni se trata de una expansión Inca realizada por la
sierra norte del Ecuador hacia el centro del departamento de Nariño. Se trata de migrantes
del oriente, y puede ser su relación con los grupos de habla quechua del piedemonte
ecuatoriano -quienes se trasladaban por sierra y selva indistintamente-, la que nos va a
permitir dilucidar el manejo territorial y la dinámica tan diferente que se estableció en estas
zonas de frontera, tanto del Imperio Incaico como del español.
A este respecto es revelador el trabajo de Whitten (1976:21) sobre los Canelos Quichua del
este de los andes ecuatorianos. En primer lugar, afirma que durante siglos ha existido una
estructura de intercambio quechua en las tierras bajas, que ha permitido a los hablantes de
varios dialectos de selva y de montaña comunicarse entre sí. En segundo lugar, para
principios del siglo XV deja señalada la posible existencia de una familia lingüística
quechua de Andes-selva preincaica que se extendía desde el valle semiandino y cálido al
norte del Cuzco hasta el noroeste de Yurimaguas. Según Whitten, los pobladores de
montaña y selva portadores de esta lengua quechua preincaica, para esta época
probablemente estaban rodeados por hablantes de otras lenguas y dialectos y separados
unos de otros mucho tiempo antes de la expansión Incaica. Bajo estas circunstancias,
Whitten considera que el bilingüismo y/o multilingüismo puede haberse constituido en una
adaptación básica de los quechua hablantes de las tierras bajas. El quechua fue usado por
los grupos de piedemonte fundamentalmente para mantener las relaciones de intercambio
entre andes y selva.
Siendo los ingas del piedemonte colombiano hablantes del quechua y comerciantes
especializados, se podría considerar que comparten las mencionadas características
señaladas por Whitten para los grupos del piedemonte ecuatoriano, lo cual apunta a
confirmar su estrecha relación con los grupos quechuas del este de los andes ecuatorianos.
Cabe anotar además, que los inga entienden el kamsá, lo cual significa que también
comparten la condición del bilingüismo.

30
1.3 La ruta del oriente y la relación entre quillacingas de la montaña, del
camino a almaguer, del distrito de almaguer y del piedemonte y selva
colombianas y ecuatorianas

Siguiendo con esta hipótesis de trabajo, si se adentra en la búsqueda del origen del quechua,
es importante la consideración de Donald Lathrap (1970: 79-80) de su posible nacimiento
al sur de la Cuenca Central del río Ucayalí en el Amazonas peruano. Esta cobra importancia
inusitada si se tiene en cuenta que algunas piezas de cerámica encontradas en la excavación
de salvamento de un cementerio localizado en la vereda de Tajumbina (municipio de La
Cruz Nariño)11, se asemejan a la cerámica típica de la región del río Ucayalí, según lo
señalaron varios arqueólogos ecuato rianos consultados por el arqueólogo Gilberto Cadavid
(co municación personal). Además, otras piezas cerámicas son del mismo tipo de las que se
han hallado en el oriente (Putumayo). Por otra parte, Lathrap (1970) señala las migraciones
posteriores que se realizan desde el sur para lograr la expansión del quechua, las cuales se
hacen fundamentalmente a pie antes que por vía fluvial. (Ver mapa No. 4).
Estas consideraciones van en el mismo sentido de aquello que señala María Victoria Uribe
(1980-1981: 270-271) con respecto a los hallazgos obtenidos en el reconocimiento
arqueológico del valle del río Guamués y de los ríos Churuyaco y San Miguel en el
Putumayo:
“Comparando la cerámica encontrada en el valle del río Guamués con algunos de
los tipos de cerámica corrugada que conforman tanto el Complejo Sombrerillos en
San Agustín (Reichel-Dolmatoff, 1975), como con la Fase Pastaza del Oriente
ecuatoriano (Porras, 1975:100), el parentesco nos parece innegable; se consolida
una hipótesis formulada por nosotros en trabajos anteriores acerca del importante
papel desempeñado por esta región de pie de monte en la economía interandina.”
Por otro lado, en las excavaciones realizadas por el arqueológo Felipe Cárdenas, durante
1988, 1989 y 1990, en un cementerio localizado en el valle de Atriz (Pasto-Nariño) fechado
por C14 entre los siglos XVII y XVIII A.D., se encontraron dos objetos de cerámica
punteada e incisa, con características de aquella hallada en el Putumayo (comunicación
personal).
La semejanza de la cerámica encontrada en el nororiente de Nariño con aquella del
Putumayo y del Amazonas, nos lleva a buscar la relación que se pudo establecer entre la
región andina y la amazónica, y es el piedemonte oriental el que nos puede dar pistas sobre
la interacción entre la sierra y la selva. Vale la pena reiterar el señalamiento que hace
Taylor (1988:34) al analizar el piedemonte oriental de los Andes septentrionales y
meridionales: “La existencia precoz de grandes redes de intercambio y de importantes
movimientos de población tanto de la sierra hacia las tierras bajas como de abajo hacia

11
Esta excavación estuvo a cargo del arqueólogo Gilberto Cadavid, investigador del Instituto Colombiano de
Antropología y se realizó entre junio y primeros días de agosto de 1990. El Fondo de Investigaciones
Arqueológicas del Banco de la República publicó este año (1992) el informe de análisis y clasificación
preliminar de los materiales culturales obtenidos bajo el título de „Arqueología de Salvamento en la Vereda de
Tajumbina, Municipio de La Cruz (Nariño), bajo la autoría de Gilberto Cadavid y Hernán Ordóñez.

31
arriba está claramente evidenciada.” Es entonces fundamental establecer los caminos o
bocas de montaña que permitían establecer este contacto12.
Es en este sentido en el que el señalamiento de una ruta que por el oriente de la cordillera
llega al nororiente de Nariño atravesando el valle de Sibundoy (Groot, Correa y Hooykas,
1976), tiene gran interés. Al respecto, da pistas Sañudo (1894-1939:5) cuando anota que “...
tal vez el camino del Oriente no era por el Encano, sino por el Páramo inclemente del
Bordoncillo hasta hace pocos años”, lo cual nos lleva a replantear el manejo territorial y la
conformación regional que se estableció en épocas anteriores, según la cual, zonas
actualmente aisladas unas de otras, antiguamente se encontraban estrechamente vinculadas,.
Por otro lado es necesario insistir sobre el hecho de que tanto en el nororiente de Nariño,
incluyendo el Distrito de Almaguer, como en el valle de Sibundoy, se encuentran grupos
étnicos de habla quechua conviviendo con grupos de habla quillacinga y/o kamsá, lo cual
nos lleva a establecer una relación estrecha entre las dos provincias quillacingas —la de los
quillacingas interandinos y la de la Montaña—, no sólo en cuanto a intercambio se refiere,
sino en cuanto a su estructura étnica diferenciada. En este sentido es importante resaltar lo
que destaca Hooykas (1991:64):
“Pero la distribución del Quechua nativo no es por „regiones montañosas‟ (Ortiz,
1960), sino por una variedad de tierras y climas, que pudieran estar señalando una
expansión colonizadora de gente de habla quechua, porque excluye totalmente el
área Pasto, circunstancia que no se menciona en las discusiones”.
Vollmer (1976: 22-24) da noticia de la salida en 1975 de 25 familias ingas del valle de
Sibundoy rumbo al nororiente de Nariño, donde se fundó el actual poblado de Aponte,
distante del pueblo de Colón (valle de Sibundoy) 12 leguas de montaña, con el río
Juanambú de por medio. Además señala la existencia de un camino de herradura que cruza
el páramo de Juanoy y en 1a. horas de viaje comunica al valle de Sibundoy con Aponte.
(Ver mapa No. 3).
En el establecimiento de esta estrecha relación, entre dos zonas aparentemente
independientes la una de la otra13, es esclarecedora la relación lingüística que se ha
sugerido entre el idioma kamsá hablado hoy en día en el Valle de Sibundoy y el antiguo
quillacinga del nororiente de Nariño:
12
Lunardi (1935:5), refiriéndose a las misiones franciscanas en 1633, trae a cuento cómo se trasladan de
Quito a la ciudad de Ecija de Sucumbíos (bajo Putumayo), cinco misioneros, hecho que narra Fray Laureano
de la Cruz, de la siguiente manera: “ellos solos sin compañía de soldados ni otra ayuda de Costa temporal,
puesta en diso toda su confianza, el cual los llevó con bien a la ciudad de Ecija, en la provincia de los
Sucumbíos, que está de la otra banda de la cordillera, hacia el oriente, distancia de sesenta leguas de la ciudad
de Quito, todo por tierra y los más de ellos por muy mal camino”. El haber realizado este recorrido muestra la
existencia de tales bocas de montaña que permitían la comunicación de occidente con oriente.
13
En la visita que realiza García de Valverde a la zona, entre 1570 y 1571, entrevista personas y sacerdotes
“de buena conciencia que de ello entiendan” como son Joan Baptista de Reyna, clérigo, presbítero, cura y
vicario en la provincia de los pastos y Rodrigo Pérez, encomendero de Sibundoy, quienes coinciden en
afirmar al referirse a Cigundoy que “no tienen trato ny contrato con otros yndios porque están cercados de
muchas montañas” (fol. 207v.y 216r,). Moreno Ruiz. (1980:276) es una de las defensoras de la separación
clara entre sibundoyes y quillacingas, por cuanto los diversos autores consultados señalan distinciones
fundamentales y anota: “cosa que la bibliografía parece haber olvidado y existe una marcada tendencia a
demostrar que quillacingas y sibundoyes pertenecen al mismo grupo”.

32
“Según Castellví, todos los pueblos que habitaban el territorio de Almaguer al
tiempo de la conquista hablaban dialectos del idioma llamado por él kamsá y por
otros Coche (Rocha, Ortiz); mocoa (Loukotka, Brinton); kotse (Rivet), sebondoy
(Buchwald) o alguna variante de estos nombres. Por razones geográficas, históricas
y de nomenclatura, los expertos que se han ocupado de esa lengua son de opinión de
que ella representa el idioma de los antiguos quillacingas, dueños de la parte
oriental del actual departamento de Nariño al norte de Tellez (...) el coche-sibundoy-
kamsá es generalmnente considerado como una familia lingüística independiente y
en vista (le esta peculiaridad, habría que concluir que si la extinta lengua de
Almaguer era de la dicha familia, como lo afirma Castellvi, los pueblos primitivos
almaguereños pertenecían a la etnia de los quillacinga” (Romoli, 1962: 263).
Esta relación lingüística es sugerida también por Sañudo (1939) y Eva Hooykas (1991) a
partir de topónimos quillacingas que tienen significado en kamsá y por el área de
distribución de la terminación /oy/. A esta misma conclusión llega Von Buchwald citado
por Uribe (1985-86:20), quien además compara el kamsá o “sebondoy” con las pocas
palabras que se conservan de la llamada lengua mocoa, encontrándolas casi idénticas, lo
cual es confirmado por Jijón (1974:46) cuando dice: “mocoas, koches o sebondoyes son los
que vivían al este de la Cordillera Oriental”.
Esta relación del kamsá o antiguo quillacinga con una lengua perteneciente a un grupo del
piedemonte amazónico —como es la lengua mocoa— nos induce a pensar en su estrecha
vinculación y posible orígen selvático. Además, nos lleva a considerar que en la zona de
influencia de Mocoa se encuentran grupos étnicos de habla kamsá y/o quillacinga,
compartiendo su territorio hacia el norte con los grupos de piedemonte de habla quechua
localizados en los afluentes superiores del río Caquetá como son Yunguillo, Condagua y
Descansé (antiguamente nombrado Discanze), lo cual amplía a esta zona la conformación
étnica diferenciada anotada para el nororiente de Nariño: grupos de habla quillacinga,
compartiendo territorio con grupos de habla quechua, tal como se había señalado.
Se confirmaría entonces lo que anota Ramón (1990), acerca de que la difusión del quechua
no implicó la desaparición de las lenguas locales y sólo en el siglo XVI el quechua logra
desplazarlas. Sin embargo, en algunos casos, como puede ser el del valle de Sibundoy, esto
no ocurre y hoy en día se encuentran conviviendo los dos grupos.
La tradición oral es otro elemento importante de considerar respecto al establecimiento de
esta relación, por cuanto se tiene conocimiento de que los pueblos que se encuentran entre
los ríos Juanambu y Mayo relatan que los indígenas que allí vivían, venían del oriente y que
el pueblo de Cumbitará14 fue fundado por los sibundoyes (Hooykas y Groot, 1991:43). Esta
migración del suroriente al nororiente se cumpliría también en el sentido contrario —tal
como lo señalaba Taylor (1988) — a través de caminos que conectaban las dos regiones:
“En el área de la laguna de la Cocha existe la tradición de que los sucumbíos, se
trasladaron de las regiones al norte de la Laguna hasta el presente río San Miguel o
14
Cumbitará es un municipio del departamento de Nariño. Dista de Pasto 180 kms. hacía el noroccidente.
Limita con Barbacoas y Magüi por el occidente, por el norte con Magüi, por el sur con Los Andes
(Sotomayor) y por el oriente con Policarpa. La mayor parte del territorio es montañoso destacándose entre los
accidentes orográficos los cerros Cumbitará y Sotomayor; basa sus tierras el río Patía. (IGAC, 1980:494)

33
Sucumbío (frontera con el Ecuador), por debajo de las aguas de la Cocha, de norte a
sur. Esta dirección de la migración de los Sucumbíos se ve documentada por los
datos toponímicos, desde el Volcán de Doña Juana hasta el mencionado río San
Miguel.” (Hooykas y Groot, 1991:43).
Cárdenas (1989-90) reseña las características de las estatuas líticas encontradas en el
corregimiento de Las Mesas en el Norte de Nariño, y las compara con cerámica
antropomorfa encontrada en territorio quillacinga (en el valle de Atriz, en la ciudad de
Pasto, en El Encano, municipio de La Cocha y en Consacá al occidente de Pasto) y
concluye que existe una especificidad y una nueva forma de repre sentatividad
antropomorfa en la estatuaria y cerámica prehispánicas, que permiten adjúdicarle a esta
etnia un territorio diferenciado del de los pastos.
Al respecto de esta estatuaria de piedra que se ha encontrado en el área quillacinga, Moreno
Ruiz (1980: 155-156) dice:
“A través de la geografía se puede dibujar una especie de callejón que va desde el
Páramo de las Papas hasta el Encano, atravesando toda el área quillacinga (...)
A través de todo ello puede seguirse una variación estilística en la que se nota el
alejamiento gradual hacia el sur de un punto focal de creación de una indudable
conexión agustiniana”
Este callejón al que se refiere implica anotar una vez más, contactos entre zonas
aparentemente alejadas; es evidente que el área quillacinga no estaba tan dividida como
aparece en crónicas y visitas. Existen caminos de herradura que conectaban las provincias
diferenciadas por los españoles entre si y que confirman la existencia de este callejón: de
San Agustín (Huila) al Valle de las Papas, el camino atraviesa el filo de la Cordillera
Central y llega a San Sebastián, punto en el que el camino busca nuevamente la hoya del río
Caquetá para llegar a Santa Rosa (Cauca), población localizada en la vertiente oriental de la
Cordillera; de allí sigue la misma hoya y llega a Descansé por una trocha de difícil acceso,
después de dos jornadas de camino de ocho horas. Este sitio se comunica también por
trocha, y atravesando el río Cascabel, con Yun guillo, localizado en la margen derecha del
Caquetá y de este poblado a Condagua, se gastan ocho horas de camino (Chaves, 1945).
Condagua, Yunguillo y Descansé son hoy en día asentamientos de grupos ingas. Fray
Jerónimo de Escobar (1582 - 1983:294) da noticia de Descansé bajo la denominación de
“Yscanze” y comenta:
“este lugar ha diez años se pobló (...) y es tierra tan áspera que no se puede entrar
allá sino a pie y pásase Un puerto a do corre término de tres leguas un aire tan frío,
con el cual y con ser la tierra yerma y sin ningún regalo, suelen perecer indios y
españoles en el camino. Es pueblo de muy poco sujeto y de pocas esperanzas que lo
será.”

34
1.4 Indicios de la posible procedencia del oriente ecuatoriano de grupos
de habla quechua asentados en el suroccidente colombiano

Romoli (1962: 273) confronta los topónimos del Distrito de Almaguer con aquellos de los
antiguos pueblos del Ecuador publicados por Jijón y Caamaño en 1940 y concluye que
“resulta clara la afinidad entre aquellos de Pancitara y Guachiconu y la nomenclatura
ecuatoriana. El parecido más directo es con el Panzaleo, aunque hay algunos nombres con
otro sabor”, lo cual es para ella significativo, cuando señala el conocimiento del quechua
que había entre las tribus almaguereñas al tiempo de la conquista.
La región Panzaleo se encuentra ubicada en la cuenca de los ríos Ambato-Latacunga, en la
zona andina septentrional del Ecuador (Ver mapa No. 5) “y se sabe que en la época de la
conquista Inca, estrechas relaciones económicas, políticas y matrimoniales, unían las
poblaciones Quijos del pie del norte oriental con los Panzaleos de Latacunga”. (Taylor,
1988:35).
Esta anotación debe tenerse en cuenta por cuanto del grupo de los Quijos, de habla
quechua, habitante del piedemonte ecuatoriano —alrededor de los actuales poblados
Papallacta, Baeza, Tena, Avila y Archidona—, se tiene noticia que en épocas
precolombinas mantenían relaciones como comerciantes, con la Sierra; para mediados del
siglo XVI se registran sus huídas hacia la zona andina y para el XVII su migración a la
parte superior de la región amazónica: desplazamientos más temporales que definitivos
hacia la región del Aguarico y San Miguel (Oberem, 1980:43). ¿No serían los grupos de
habla quechua del oriente ecuatoriano, quienes en migraciones escalonadas llegan a
establecerse tanto en el piedemonte como en el nororiente de Nariño y el Distrito de
Almaguer?
En esta búsqueda es definitivo considerar lo que Hudelson (1987:7) anota refiriéndose a la
cultura quichua del Ecuador:
“Para los Nahuatl, Quichua y Tupí, la conquista española se volvió un catalizador de
sus migraciones precolombinas, acelerando su dispersión y absorción por grupos
nativos. De los tres, sólo el quichua continúa expandiéndose actualmente,
absorbiéndolo otras sociedades indígenas”.
Esta vocación de migrantes que se le adjudica a los grupos hablantes del quechua, debe ser
tenida en cuenta para entender su presencia en lugares diversos.
Es así como Milciades Chaves, citado por Arocha (1985:156), sostiene que los ingas del
valle de Sibundoy provienen de la selva tropical y también se refiere a un camino por el
oriente de los Andes:
"Habrían emigrado del Perú, tomando la vertiente oriental de los Andes, pasando por los
ríos Napo y Aguarico. A Colombia habrían llegado por el río San Miguel para detenerse en
el Putumayo. De Mocoa y sus alrededores, habrían proseguido a Descansé y Yunguillo
localizados en el extremo sur del departamento del Cauca y Condagua y Puerto Umbría en
el Putumayo"

35
Estas referencias llevan a incursionar en el establecimiento de las vías a través de las cuales
se realizaban dichas migraciones escalonadas y en este sentido debe tenerse presente que a
lo largo de los ríos Aguarico, San Miguel y Putumayo, —además de algunos afluentes
menores del Aguarico como el Dué, el Dashino, el Pusino en el nororiente ecuatoriano,
dentro de la Provincia del Napo, colindando con Colombia y Perú-, se encuentran hoy en
día asentadas comunidades indígenas de habla quechua, de diferente procedencia, historia y
orígen étnico que llegan en sucesivas migraciones. Fundamentalmente se diferencian dos
grupos: los del Alto Napo considerados descendientes de los Quijos y los provenientes de
la provincia de Pastaza, etnológicamente definidos como canelos-quichua (Folleti-
Castegnaro, 1985:18). Cabe anotar que es en esta Provincia de Pastaza donde Porras (1975)
ha realizado las excavaciones arqueológicas que han arrojado tipos de cerámica corrugada
semejante a la encontrada por Uribe (1980-81) en el valle del río Guamues (Putumayo).
Es entonces el río Napo, con su afluente el Aguarico y el Putumayo con su afluente el San
Miguel, una de las claves para buscar la conexión: Vásquez de Espinosa (1948), al explicar
el nacimiento del Gran Río Orinoco, describe un recorrido que explica claramente el
sistema hidrográfico que permitiría entender cómo se podían trasladar los Quijos de su
territorio en el piedemonte ecuatoriano, en diversas direcciones, siguiendo el Napo.
Después de referirse al nacimiento del río Putumayo que corre derecho al este y a 14 leguas
de su nacimiento pasa junto a la ciudad de Ecija en la Provincia de los Sucumbíos dice:
“20 leguas mas auajo de esta ciudad al este se junta este Río de la laguna con el de
Purumayu y hazen un poderoso Río que va muy manso, por ir por tierra llana, y
caminando de Ecija por la falda de la cordillera al sur 10 leguas de ella, se juntan
otros dos Ríos llamados el uno Asuela y el otro Rodela, y hazen un poderoso Río a
quien los españoles llamaron San Miguel que corriendo a leste se va juntar con el
Río Purumayu 45 leguas mas auaxo de la ciudad de Ecija, donde se haze un
poderoso Rio hondable y ancho, que por partes tiene mas de vna legua de orilla a
orilla, con gran suma de islas; de las dichas juntas de Asuela y Rodela, 15 leguas al
sur se va a otras juntas de dos Rios llamados Zimba y Aguarico, prouincia del Puci y
Cofanes, juntos estos dos Caudalosos Ríos, hazen vn poderoso Rio a quien los
españoles llamaron el Rio del Oro, por auer mucho en esta prouincia y corre a leste
por aquí es termino del Obispado de quito, y Caminando al sur 3 leguas de este Rio,
está fundada la ciudad de San Pedro de Alcala del Rio dorado de la gobernacion de
los Quixos, tierra de pocos indios abra en esta prouincia hasta 400 encomendados en
10 vezinos, toda es tierra de montaña y de mucha aroboleda. De esta ciudad a la de
Vaesa en la Gouernacion de los Quixos abra 30 leguas al sur y de Vaesa a Quito que
está al poniente 20 leguas en cuios terminos está vn Páramo, llamado Antisana, que
nacen de sus faldas dos Rios, el vno a al vanda del Norte llamdao de la Coca, que
corre a leste y pasa junto a la ciudad de Vaesa -el otro nace a la vanda del sur en
poco más de un grado y se llama Napo, el cual se junta con el de la Coca obra de 50
leguas mas auajo de su nacimiento, Corriendo a leste de estas juntas obra de 70
leguas mas auaxo se junta con el Rio del oro y haze un poderoso Río ancho y
hondable que es el Orinoco, corriendo siempre a leste sus aguas”. (Vásquez de
Espinosa, 1948:336 Capitulo 5 1085-1086. Subrayado mío).

36
A este sistema hidrográfico se deben sumar las trochas que ni siquiera pueden ser utilizadas
por caballos y mulas, como en el caso de los caminos que se describieron y que comunican
a San Agustín con el piedemonte del Putumayo y de los cuales Oberem (1980) trae noticia
para el Ecuador: el camino que de la sierra va por Papallacta a Baeza y que hay consenso en
considerar como una de las rutas principales de comunicación entre la zona andina y las
zonas bajas del Ecuador (Porras, 1975:30); del camino de Baeza al Napo, cerca de Baeza,
sale el que lleva a Avila que a su vez se comunica con el río Napo mediante senderos que
pasan por Concepción, Loreto o Payamino. De Puerto Napo existe una carretera que lleva a
Puyo y otro camino que va Napo arriba hasta la sierra, a Salcedo (Ver mapa No. 5).
En este amplio marco de relaciones regionales establecidas por los grupos étnicos
prehispánicos, se torna revelador el señalamiento del arqueológo Felipe Cárdenas (1990) al
respecto de la similitud de las representaciones antropomorfas de la cerámica y del
complejo de estatuaria lítica menor del Norte de Nariño o zona quillacinga, con algunas
estatuas líticas que se han encontrado en el norte del Ecuador y con piezas de cerámica
Cosanga (piedemonte ecuatoriano) como las que se encuentran en la colección del Banco
Central del Ecuador en Quito.
La Fase Cosanga, que diferencia Porras (1975), resultado de excavaciones arqueológicas en
el oriente ecuatoriano, zona de los Quijos, está datada por varias fechas de Carbono 14
entre el año 500 A.C. y se prolonga hasta el 800 D.C.; se ha establecido una estrecha
relación con la zona andina por cuanto en Pillaro, situado junto al abra natural del Pastaza
—la única puerta que abren los Andes desde la frontera con Colombia hasta la del Paute al
sur del país— se han encontrado más del 70% de los artefactos pertenecientes a dicha Fase.
“La existencia de cerámica Cosanga en la región occidental puede explicarse como efecto
del comercio entre ambas zonas, evidenciado por el hallazgo de caracoles marinos y
collares de conchas integrando el ajuar fúnebre de las tumbas de Pillaro.” (Porras,
1975:155).

37
1.5 Reflexiones y discusión sobre el manejo del territorio por los grupos
prehispánicos del suroccidente de Colombia y Ecuador

Es indudable el intenso intercambio que tenía lugar entre la región andina y la región del
oriente, complementado con un manejo microvertical del territorio. Ramón (1990: 34) en su
trabajo sobre señoríos llama la atención acerca de cómo a pesar de las diferencias, según se
trate de habitantes serranos, costeños, de los flancos cordilleranos o amazónicos todos
comparten “la doble solución de un acceso complementario a recursos y la vigencia de
redes de intercambio especializado o no”.
Esta es la clave para entender la complejidad del manejo territorial que hacen los grupos
prehispánicos en una región tan amplia y con nichos ecológicos tan diversos: “los cacicatos
locales explotaban recursos diversificados en el marco de un control “microvertical”
implicando diferencias de altitud del orden de 350 a 800 metros como máximo, o sea una
franja que englobaba los páramos, el corredor interandino y la porción superior de los
valles de piedemonte” (Taylor, 1988: 51 Tomo II).
Pero además de este acceso a los recursos, es importante tener en cuenta las rivalidades,
alianzas, intercambios económicos y matrimoniales que se establecían entre los diferentes
cacicazgos, que aunque pertenecientes al mismo grupo cultural, al estar localizados en
diferentes pisos ecológicos, se convierten muchas veces en cacicazgos políticamente
independientes.
Entonces se hace indispensable entrar a determinar en el caso de los quillacinga, con más
detenimiento, cómo se estableció esta relación entre habitats tan distintos ocupados por una
misma etnia:
“la mayoría de los quillacingas se organizaron en cacicazgos divididos por líneas de
familia. Su estructura fue menos firme y socialmente menos cohesiva que la de los
Pastos: no existieron asociaciones federativas y en algunos casos no existían jefes
(...) los caciques fueron jefes locales que velaron por los derechos de sus sujetos,
especialmente en relación con la tierra”. (Calero,1991:50).
Sin embargo, a pesar de esta aparente autarquía, Calero anota que se sabe que se reunían
para celebrar rituales y ceremonias y cómo se proveían de la linaza para barnizar la madera,
a través de sus relaciones con oriente, lo cual permite deducir que existía una organización
detrás que los relacionaba. Estas relaciones que se establecían y que se señalan como algo
ocasional, llevan a considerar la anotación que hace Murra (1972), cuando se refiere a su
modelo sobre acceso de recursos, según la cual se confunde el archipiélago vertical con
relaciones limitadas de trueque ritual o con intercambios estacionales, perdiéndose de vista
la verdadera estructura organizacional que se encuentra subyacente. ¿Qué papel jugaban los
grupos de piedemonte en esta organización? Esta es una pregunta fundamental para
responder, pues son los grupos de piedemonte los que dan sentido a la relación andes-selva
en la que se ha insistido y se puede afirmar que son el enlace, los estructuradores, los
intermediarios, por cuanto es el piedemonte el corredor obligado entre estas dos regiones.
Al respecto es indicador el que hoy en día en el valle de Sibundoy, los grupos indígenas que

38
allí habitan compartan rasgos culturales propios de los grupos de selva tropical y de los
grupos andinos y que mantengan relaciones comerciales permanentes con una y otra zona.
Taylor (1988:51, Tomo II) en su trabajo sobre el piedemonte ecuatoriano, señala cómo los
jefes étnicos de los cacicazgos andinos mantenían estrechas relaciones con las poblaciones
del piedemonte, que escapaban de su control político inmediato, pero cuya lealtad buscaban
asegurarse. Con respecto a los señoríos de Panzaleo-Quito y los de Cayambe-Otavalo-
Carangue en el Ecuador, -del primero se mencionó su relación estrecha con el grupo de los
Quijos- Ramón (1990:65), distingue tres modalidades de acceso a los recursos:
“...el control microvertical de diversas zonas de producción a cortas distancias de
sus llactakuna semanas, la compartición mediante alianza simétrica o asimétrica de
cuencas productoras de artículos estratégicos y el intercambio, alianza y conflicto
con las etnias de la ceja de montaña, „los yumbos‟ de ambos lados de las
cordilleras”.
Cabe preguntarse, si esta estructura se puede aplicar para el caso de los quillacinga donde
se encuentran estos tres elementos como se ha expuesto, o si se hace necesario ampliarla si
se tienen en cuenta otros aspectos, como es la presencia de grupos de habla quechua en toda
la zona. A pesar de que se mantiene la discusión tendiente a determinar la fecha de su
llegada al territorio en principio ocupado por los quillacinga, se han señalado aseveraciones
e indicios —como es la diferenciación de un quechua nativo, el reconocimiento de
migraciones prehispánicas de los grupos de habla quechua— que permitirían afirmar que se
encontraban allí desde épocas tempranas.
Hudelson (1987) ha acuñado el término de “cultura quichua de transición” para referirse a
la cultura quichua que se desarrolló en las comunidades de Baeza, Archidona y Avila (sitios
habitados por los Quijos de habla quechua) y después en otras subregiones del oriente
ecuatoriano. La define como una mezcla india de Sierra y Amazonía, así como también de
elementos blancos; con esta definición se aparta de Oberem (1980), señalando que los
quijos no eran un grupo homogéneo como él supuso y afirma que no hay evidencia
histórica que soporte la teoría de que se hablaba quichua antes de la conquista española, en
lo que es ahora el este del Ecuador. Quedan entonces sentadas las consideraciones en uno y
otro sentido y abierta la discusión.
A pesar de ello, es importante señalar la reiterada aparición de grupos de habla quechua
compartiendo territorio con grupos quillacinga (Distrito de Almaguer, nororiente de Nariño
y Valle de Sibundoy), lo cual lleva a pensar en la existencia de una organización dual en el
manejo del territorio; esto explicaría el que se permita a los quichua asentarse en el mismo,
tal como sucede hoy en día y se ha señalado, en el valle de Sibundoy. Sobre la organización
dual se encuentran referencias para la sierra norte ecuatoriana, y se ha interpretado como un
rasgo preincaico muy difundido en los Andes sur y centrales (Caillavet, 1985) o como una
dualidad territorial impuesta por los Inca, que buscó transformar la heterogeneidad en
complementariedad, dentro de un proyecto planificador (Salomon,1988). Para Colombia se
haría necesario el análisis de terminologías regionales que permitieran establecer o no este
supuesto. Se requiere del afinamiento de herramientas como la toponimia y antroponimia,
fundamentales para establecer pistas en este sentido.

39
En la Tabla No. 4 se hizo un seguimiento de los pueblos de la Provincia de la Montaña —
actual Valle de Sibundoy—, desde 1558 hasta 1751 utilizando además de las visitas de
Tomás Lopez (1558) y García de Valverde (1570) Cartas Cuentas del Archivo Central del
Cauca y se puede observar la permanencia del pueblo de Sibundoy a lo largo de estos
siglos, mientras que el pueblo de La Laguna desaparece como pueblo de indios en el siglo
XVII, se mantiene Patascoy, ya trasladado al Valle, aparece Santiago y se menciona el de
los Putumayos del Valle de Sibundoy, que como se anotó puede ser el actual San Andrés,
cuyos habitantes dicen proceder de oriente. Para 1692, ya se diferencian los pueblos de
Sibundoy, asentamiento Kamsá y los de Santiago y San Andrés de Putumayo, pueblos
ingas tradicionales. La permanencia de Sibundoy a lo largo de los siglos es un indicador del
sedentarismo de los Quillacinga o Kamsá, frente a la movilidad de los Ingas, que como se
verá más adelante, se caracterizan por su carácter de migrantes estacionarios. Un grupo
étnico sedentario que comparte territorio con otro de tradición cultural migrante es otra
manifestación de dualidad interna que se hace evidente en el presente.

40
CAPITULO II: EL VALLE DE SIBUNDOY DENTRO DE LA
FRONTERA
MINERA DEL SUROCCIDENTE DE COLOMBIA
DURANTE LA COLONIA

Se ha venido insistiendo en la situación de frontera entre andes y selva del Valle de


Sibundoy, situación que va a ser determinante en la apropiación territorial que ejerce el
poder español en la zona. El sentido que se le ha dado al concepto de frontera es sintetizado
por Guhl (1991, 31):
“La frontera es el producto del movimiento del poder estatal en contraste con un
límite natural que es a la vez una zona de contacto de una región natural con otra
región”.
Para el caso que se va a analizar, es importante precisar la definición anterior —
eminentemente geopolítica—, desde una perspectiva histórico-cultural: se trata de límites
culturales, cuyas fronteras son dinámicas y determinadas por el hombre según momentos
históricos específicos. De esta manera, aunque el piedemonte es de por sí frontera entre dos
regiones geográficas (andes y selva), se conformaron fronteras sociales y culturales antes
que naturales.1
Durante el régimen colonial, límites geográficos como es el caso de los piedemontes,
coinciden con las fronteras políticas para esta región del suroccidente. En palabras de
Mellafe (1968:11) “se forman fronteras, entendiendo por esta palabra, los espacios de
reciente ocupación, las áreas en vías de colonización”. Para los españoles, conquistar los
“grupos de montaña” fue difícil e imposible incorporarlos económicamente de forma
continua: el gobierno español, radicado en la región andina incursionaba hacia las selvas
oriental y occidental, animados por su objetivo primordial, la búsqueda de minas de oro.
Durante el siglo XVI y hasta 1680 la extracción de oro era la actividad económica
dominante en la vertiente oriental andina2. Sin embargo, durante el período colonial es
reiterativo el fracaso en el sometimiento de los grupos indígenas de selva, y aún de los del
piedemonte, siendo famosas las rebeliones y la belicosidad de grupos orientales como los
Mocoas (Bonilla 1968, Llanos y Pineda 1982), Sucumbíos (A.C.C. Sig.1963) y Andakí
1
En palabras de Latimore (1968, 375): “The changing significance, for changing societies, of an unchanging
physical configuration which may at one time be a frontier, at another time a frontier of different significance
(as when an old external frontier becomes an internal demarcation within an enlarged community), and at
another time no frontier at alll (as in the case of the western frontier of expansion of European man across de
North American continent), leads to the axiomatic statement that frontiers are of social, not geographic
origin”.
2
Tomás López (1558), al referirse a la tasación de la Provincia de Popayán, afirma que «el fundamento y
estribo de este distrito son las minas y sin ellas no hallo yo manera como fuese posible pasar adelante estas
oblaciones” (Transcripción en Friede, Tomo IV, 19-6:122). Con respecto al análisis del sistema colonial y la
minería en la Gobernación de Popayán durante los siglos XVI-XVIII, pueden verse los trabajos de Germán
Colmenares Historía Económica y Social de Colombia. Popayán, una Sociedad Esclavista 1680-1800
(Editorial La Carreta, Bogotá, 1979) y Za mira Diaz Oro, Sociedad y Economía. El sistema colonial en la
Gobernación de Popayán 1533- 1 733. (Banco de la República, Bogotá. 1994)

41
(Friede, 1967) así como de los Sindagua del occidente (Calero 1991, Romoli 1963,
Caillavet 1989). Esto, aunado a lo quebrado del territorio, y a las pautas de población
dispersas, hicieron difícil la concentración en pueblos de los indios que habitaban estas
zonas, para ser adoctrinados, gobernados y utilizados como fuerza de trabajo permanente.
Al actuar el poder español instaurado durante el período colonial, sobre una base territorial
que no logró dominar en su totalidad, se conformaron ciertas zonas de transición o espacios
limítrofes periféricos, que se amplían y se contraen según los intereses del poder central. Se
establecieron así fronteras móviles3 : este es el caso del piedemonte andino del oriente que
como se ha insistido, marca el límite entre la zona andina y las tierras bajas de selva,
regiones naturales diferenciadas. Para los grupos prehispánicos, la antinomia andes-selva
no existía: por una parte, para los grupos andinos, como era el caso de los Incas, era una
parte complementaria, “una mitad fundadora de identidad” en términos de Renard-Casevitz,
Saignes y Taylor
(1988)4. La llegada de los conquistadores implica la ruptura y desarticulación de este
territorio prehispánico que por otra parte, mantenía una relación tripartita andes-
piedemonte-selva, en la cual los habitantes del piedemonte eran los mediadores y
estructuradores de la misma.

3
Esto se da cuando las diferentes formas de avanzada no logran la implantación del sistema social que
representan. Sin embargo, en algunos casos serán perceptibles sus secuelas en los territorios independientes,
como son la merma demográfica por enfermedades, la introducción de instrumentos de hierro, las dispersión
de los grupos, etc.” (Vargas, 1993:39).
4
Comparando la relación de los Incas con la región de piedemonte y selvática, en contraste con la
colonización española, Reinard, Tylor y Casevitz (1988:208-209) para el caso del piedemonte ecuatoriano
anotan: „Es decir, que desde el punto de vista puramente práctico‟, la conquista de los grupos del piedomente
no ofrecía para el Imperio (Inca) obstáculos organizacionales mayores, algunos éxitos concretos lo
demuestran: eran factores ideológicos los que hacían la empresa muy problemática, incluso realmente
imposible [existía ruptura Arriba Abajo en el imaginario Inca]. En cambio, para los españoles, la conquista de
las zonas de montaña era mucho más dificil de realizar, por el estilo de la colonización y los objetivos que la
dirigían, mientras que ideológicamente nada se oponía a la ocupación hispánica de aquellas regiones. Más allá
de esta oposición tan esquemática, se pefila en definitiva el paso de una complementaridad dialéctica a una
asmetría abierta, el nacimiento de una frontera-en todos los sentidos del término- sobre los escombros de una
secular antimonía; y más que la afinidad superficial entre las oposiciones polares desarrolladas
respectivamente por los Incas y los españoles, queremos poner de relieve aquí esta radical innovación
histórica. Frente a las tierras altas hispánicas, la Amazonia cesa a partir de este momento de constituir una
mitad fundadora de identidad para transformarse en un mundo exclusivo de virtualidad. (...) Llega a ser para
los países andinos un vertedero social y onírico en el cual vienen a codearse entre indios invisibles, los
rechazados, los rebeldes y los religiosos, en resumen, los excluidos y los utopistas, todos aquellos que por
motivos diferentes sueñan o han soñado otra cosa que lo que puede ofrecerles la sociedad central andina.
Entonces, no es por casualidad que si la administración de estas regiones queda durante mucho tiempo
atribuida a las misiones, instituciones a caballo, también ellas de una frontera; tampoco es por azar si la
Amazonia permanece hasta hoy víctima de proyectos faraónicos de gobiernos en crisis, ya que el papel de una
frontera es colaborar para la perennidad del orden central, sirviendo de espacio donde proyectar las escorias
de las contradicciones que obren en el corazón de la sociedad. (pp. 208-209).

42
2.1 La frontera minera, una frontera móvil

La frontera minera del suroccidente de Colombia, que se instaura desde el siglo XVI hasta
mediados del siglo XVIII, a partir de la ocupación española del territorio comprendido
entre el sur de Popayán y las vertientes oriental y occidental andina, presenta procesos de
avance y retroceso, como resultado de la expansión del dominio español de los andes hacia
las tierras bajas, en busca del preciado metal. Tal como lo anota Víctor Alvarez (1986, 5):
“Cuando los documentos coloniales hablan de frontera minera, agrícola o militar,
estan designando los límites provisorios de un proceso de expansión permanente y
que va cambiando en la medida en que se ocupan las nuevas zonas y se incorporan
así a la territorialidad de cada grupo”.
En este caso concreto, el poder español trata de apropiar territorios de piedemonte —tanto
el oriental como el occidental—, los cuales se extienden hacia zonas de selva tropical
húmeda, territorios que busca incorporar tanto económicamente —a través de la extracción
de recursos—, como política e ideológicamente, a la zona andina donde ha logrado
consolidar su dominio y desde donde ejerce la administración política. La dinamicidad y
movilidad de la frontera minera está dada entonces, por la búsqueda y extracción del oro,
primero hacia la vertiente oriental y posteriormente hacia la occidental, En el sur existían
tanto minas de aluvión como de veta, que seguramente eran explotadas por los indígenas
pero de manera menos agresiva que la instaurada por los españoles, cuyo objetivo
primordial al inicio de la conquista era lograr el preciado metal.

43
2.2 El rescate, la encomienda y la mita minera

Es bajo la anterior perspectiva como el “rescate” (Tovar 1989) y la encomienda cobran


sentido como formas de explotación y sojuzgamiento que definieron la economía y la
sociedad de la conquista en la primera mitad del siglo XVI, y de la colonia, en la segunda
mitad del dicho siglo.
El rescate consistía no solamente en saquear y robar sino también en el establecimiento de
relaciones de reciprocidad e intercambio con las comunidades prehispánicas, utilizando los
modelos económicos indígenas que se fundamentaban en estos principios: así, los
españoles cambiaban hachas y mercaderías por oro , perlas etc.
“el rescate hizo del intercambio una vía de penetración que culminó con la guerra y
esclavitud de los naturales. Estos actos se convirtieron en factores disolventes de la
resistencia indígena, abriendo los caminos de la articulación de dos mundos, dos
civilizaciones, dos mentalidades (...) Cuando el rescate dejó de ser el elemento
jalonador de esta expansión, la encomienda, con el tributo y el trabajo compulsivo,
se convirtió en el motor sustitutivo de la relación colonial” (Tovar 1989,2).
A cambio de fuerza de trabajo y de los consiguientes tributos que recibía el encomendero,
este tenía la obligación de catequizar en la religión católica a los indígenas que le habían
sido encomendados. Con el transcurso del tiempo se hace prioritaria la enseñanza cristiana
en la organización de las encomiendas, de manera que para el suroccidente, el visitador
García de Valverde (1570) decreta que son los curas doctrineros quienes deben recibir los
primeros tributos recolectados.
“De aquí en adelante, el tributo se dividió entre el doctrinero, el encomendero y el
cacique, una alteración que trajo consigo un importante cambio en la intención
original del sistema de encomienda,” (Calero, 1991:72),
Es a los curas doctrineros a quienes se les exige vivir en los pueblos, prohibiéndoseles
hacer de las villas, como Pasto o Popayán, sus centros de operación. De esta manera en
zonas apartadas, son los curas doctrineros quienes ejercen de hecho la autoridad y
representan al gobierno español.
“Entre sus funciones además de enseñar la fe cristiana, estaba supervisar la recogida
del tributo, castigar la conducta considerada impropia de los indios (borracheras,
adulterio, idolatrías), y también actuar como policías en caso de disputas” (Calero,
1991:73).
Esto se cumple sobre todo para regiones de difícil acceso con población dispersa, donde los
encomenderos y las autoridades civiles no se radican, como es el caso de los piedemontes.
La desarticulación de los andes con respecto a las tierras bajas durante la colonia se
constata para el caso del Valle de Sibundoy, en documentación del siglo XVIII, en la cual
se explicita que las comunicaciones oficiales se remiten “al misionero doctrinero como a
quien solamente viven su bordinados y sujetos dichos indios‟ (A.G,N. 1751, Impuestos
Varios, Tomo 8 Fl. 229r). Son los curas los encargados de expandir la frontera hacía las

44
zonas de selva, no sólo con un interés doctrinario sino también, de ampliación de la frontera
económica y/o minera.
En 1549, con las leyes Nuevas reformadas se reglamenta el pago de tributos al
encomendero en dinero, frutos y especies antes que en servicios personales5, pero la
necesidad de mano de obra para mantener las instituciones españolas genera una
contradicción que sólo puede superarse haciendo uso de la “compulsión pública” y aparece
la mita o repartimiento forzoso de servicios personales remunerados, reglamentada en 1550
y que persiste hasta la primera mitad del siglo XVIII6.
La mita podía ser agraria, minera, pastoril, de servicio doméstico o de obrajes y consistía en
el establecimiento de cuotas laborales que debían cumplir los indígenas tributarios según
asignación que hiciese el corregidor, tanto para el servicio del encomendero como del
poseedor de mercedes de tierra o hacendado. Los indios de un determinado lugar se
sorteaban periódicamente para trabajar durante un plazo o tiempo determinado al servicio
de los españoles mediante el pago de un salario adecuado controlado por las autoridades.
Los propietarios de encomienda deducían de los jornales la cantidad que los indios debían
pagar por concepto de tributo y el resto se les daba a ellos. La duración de la mita minera se
fijó en diez meses dentro de cada año y no se podía exceder de un tercio permanente de la
población tributaria para ser destinada a estas labores. (Ots Capdequi, 1941)
Para el caso del suroccidente, es para esta época cuando se abren las minas de oro y se
inicia su explotación, haciendo uso de la fuerza de trabajo indígena, lo cual se constituye en
uno de los objetivos de la visita de Tomás López: observar el cumplimiento de las Nuevas
Leyes (1542) que prohibían el servicio personal y el uso de los indígenas en el trabajo de
minas y el transporte de cargas, de manera que es el encargado de reemplazar el servicio
personal por la mita.7

5
Sobre disposiciones referentes al tributo y el trabajo, puede consultarse a Maria Angeles Eugenio Martínez
Tributo y Trabajo del Indio en Nueva Granada (Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, Sevilla,
1977).
6
Para el caso del Perú, Stern (1982:36) señala como Toledo transformó la tradición de la mita prehispánica
consistente en rotación de trabajo dentro de la comunidad, en trabajo forzoso en el cual «el Estado exigía
contingentes de una séptima parte, como máximo, de la población tributana de un repartimiento. Los mitayos,
como se llamaba a los trabajadores de leva, trabajarían durante períodos especificados fuera de sus
comunidades, hasta que los sustituyeran los trabajadores que iniciasen una nueva rotación. El Estado regularía
los salarios y las condiciones de trabajo y asignaría cupos de mitas a los empresarios coloniales” y termina
señalando cómo se termina así con “la escasez de mano de obra para el trabajo peligroso de las minas”. Con
respecto a la mita en la Nueva Granada, puede consultarse a Julian B. Ruiz Rivera Encomienda y Mita en
Nueva Granada Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, Sevilla, 1975.
7
Las Leyes Nuevas se dictan: “porque nuestro principal intento y voluntad siempre ha sido y es de
conservación y aumento de los indios y que sen instruidos y enseñados en las cosas de nuestra santa fé
católica y bien tratados como personas libres y vasallos nuestros como lo son” (Konetzke, 1953:217).
Sinemnbargo, la mita, al ser trabajo forzoso niega de plano el principio por el cual se dictan dichas leyes. En
la visita que hace García de Valverde (1570), refiriéndose a Almaguer en cuanto a los excesos cometidos con
los indios de minas, hace la siguiente aclaración: “Y aunque los españoles sacaban oro con ellos, acontecióle
lo que a él y otros visitadores de trece o catorce años a esta parte he visto que hacen. Que como por Vuestra
Majestad está mandado quitar [de] las minas (de) los indios, no han querido dar orden en ellas ni quitar los
excesos ni aun verlos ni quererlos entender. Antes iban a las minas y tomaban por testimonio como estaban ya
los indios fuera, porque los encomenderos, como sabían ya la voluntad del visitador, teníanlos ya detrás de un

45
Sin embargo esto no se lleva a cabo totalmente, pues López incluye en la tasa servicios
personales el trabajo doméstico así como en obras en la casa del encomendero como se
puede observar en la tasa que se impone a los habitantes de Janambú del Camino a
Almaguer:
“...yten le den tres mochachos para que esten y sirvan en casa del dicho su
encomendero los quales se remuden de quinze en quinze días (...) y hasta en tanto
que el dicho su encomendero se provee de servicio y apercibesele que lo haga así y
estos y los demás yndios que el dicho encomendero tiene o tuviere lo enpajen y
reparen las casas y bohio de su morada de dos en dos años una vez si fuere
menester” (fol. 37r.)
Lo mismo se cumple para los Quillacingas de las demás provincias, incluida la de la
Montaña. (Ver Anexo: Tablas de Tributación según Zajec [1988]).
En una visita anónima de 1560, transcrita por Hermes Tovar (1988) se tiene un total de 200
indios de mina para la Provincia de la Montaña, repartidos 120 en Sibundoy, 30 en
Patascoy y 80 en Zacananbuy, lo cual representa un 4.7% del total de tributarios en dicha
provincia. Para los tributarios camino a Almaguer se contabilizan 120 indios de minas, de
los pueblos de Juananbú (50) y Zacandonoy (70), lo cual constituye el 4.3% del total para
esta provincia. Se tendría un 9% de indios trabajando en mita minera para esta época8 .
En 1570, el visitador Valverde establece dos modalidades de mita: la primera se aplica a los
distritos productores de oro por excelencia: el de los Abades en la vertiente occidental
andina y el del Valle de Sibundoy en la vertiente oriental. La segunda modalidad, se decreta
para el resto de la región, como es el caso de los indios del Camino a Almaguer y del
Distrito de Almaguer propiamente dicho, que también los destina a la labor de minas.
La mita minera se reglamenta para el primer caso, de forma que se garantiza al
encomendero el trabajo gratuito de 1/5 parte de la mano de obra disponible, durante ocho
meses del año, del 1 de noviembre al 30 de junio, en turnos de cuatro meses y en jornadas
de once horas (Romoli 1977-78, 26). La prestación de servicios en las minas se realiza a
cambio de un salario consistente en una manta o una camiseta.
“Esta se daba a los indios que empezaban a trabajar en noviembre y acababan en
febrero, mientras que la manta era para los que comenzaban en marzo y terminaban
en junio (...) los mitayos debían recibir además diariamente un cuartillo de maíz,
media libra de carne y alguna sal. Los días de pescado, recibirían únicamente
algunas papas y fríjoles”. (Padilla 1977, 84-85).

cerro, y el visitador se salía por una parte de las minas y ellos metían los indios por otra. Y de aqui ha venido
que siempre se han andado con mucho desorden, echando más de los que pueden y fuera de edad conveniente
más tiempo de lo que era justo en cada un año con mala comida y ninguna doctrina. Y como el sustento de
estos pueblos pende de las tales minas, „porque es cosa cierta y sin duda que muchos de ellos si no hubiesen
de sacar oro con los indios, certificado de ello realmente se despoblarían, las audiencias no se han atrevido a
quitar las minas.” (Transcripción en Friede, Tomo VI, 1976:67)
8
Este porcentaje se encuentra en un rango coincidente de aquel calculado por Tovar (1970:102) para la
Provincia de Pamplona, centro minero durante la colonia: “un 5% de la actividad económicamente activa
masculina dedicada a las minas y una población total de hombres y mujeres en el servicio minero entre el 6 y
el 7% con respecto del total”.

46
Vale la pena anotar que el que esta tasación de tributo en trabajo remunerado la haya
establecido García de Valverde para Otros pueblos ricos en minas de oro como es el caso
de los pertenecientes a la región Abad, confirma la importancia de Sibundoy como centro
minero; al respecto el capitán Rodrigo Pérez, a quien estaba adjudicada la encomienda de
Sibundoy, al testificar en la visita de García de Valverde dice:
“...en lo que toca a la provincia de Cigundoy que por estar encomendado en este
testigo no tiene parezer en ello por ser cosa propia pero que lo que le pareze es que
se podrán tasar en yndios para myna como los de la provincia de los Abádes por
tenerllas en su tierra y en medio de sus poblaciones donde no tienen nesesidad de
tener rancheria ny dar comer fuera de sus casas y que de esta manera le pareze que
podrán mexor cumplir el tributo con más facilidad y (Fol. 209v.) menos trabajo
mudándose por sus mytas que alcanze el trabajo a todos...” (fol. 210r).
En este orden de ideas, al hacer la tasación de Sibundoy García de Valverde destina 154
indios de dicho pueblo para labor de minas, 22 de la Pientissima que se localiza dentro del
valle y 24 de Patazcoy, para un total de 200 indios de mina (ACHSC No.4, 1969:131)
manteniéndose el número que se destinó en la visita de 1560, aun cuando nos encontramos
frente a un fuerte descenso demográfico: se contabililizaron 2.299 tributarios para la
Provincia de la Montaña, en 1560, frente a 4.429 en 1558, lo cual representa, como se anotó
en el capítulo anterior, una disminución del 48.1%. Para los términos de la ciudad de Pasto,
García de Valverde ordenó que
“se les den y alquilen yndios mytayos pagándoles su salario y es justo se le probea y
lo mismo a qualesquier otras personas aunque no sean encomenderos de yndios que
quisieren labrar y sembrar y criar ganados por tanto que mandaba y mandó que las
justicias de esta ciudad vean el número de yndios que para las dichas cosas seran
nesesarios repartirse para que vengan a esta ciudad a servir y alquilarse d e todas las
provincias de esta ciudad excepto de la provincia de los Abades y Cigundoy.”(Fol.
602r.).
La prohibición de traer indios mitayos de Sibundoy a trabajar a Pasto, nos ratifica la
importancia de la actividad minera en el Valle de Sibundoy. Los mitayos fueron
indispensables para lograr la explotación de las riquezas minerales y generar ingresos para
el sustento de la sociedad española local así como de las doctrinas indígenas. Sin este
apoyo, se habría abandonado la región y la conversión de los indios, mucho antes. Se puede
afirmar que la frontera minera coincide con la frontera misionera, pues mientras se logran
explotar las riquezas minerales los curas permanecen en la zona realizando además sus
funciones religiosas, judiciales y gubernamentales, abandonándola cuando deja de tener
importancia como región minera, tal como sucede para el caso del Valle de Sibundoy.

47
2.3 Localización de las minas de veta y aluvión en el suroccidente del
país

De norte a sur encontramos la región minera de Almaguer, al sur de Popayán —según West
(1972 23)—, depósitos de veta fundados en 1551 (Ver mapa No. 6). Fray Jerónimo de
Escobar (1582-1983,291) se refiere a Almaguer así:
"prosiguiendo la razón de este pueblo de Almaguer. digo que se sacará cada año de
él más de 30.000 pesos de oro, porque es tierra rica. Hay un asiento de minas 8
leguas del lugar, que se llama las minas de la Concepción, a donde de ordinario hay
dos mil indios y negros en la labor de las minas por que vienen cuadrillas de otros
pueblos".
Además de las minas de Almaguer localizadas en un "cerro alto y muy grande”, fueron
famosos los aluviones del valle de Guachicono, en la misma zona.
Hacia la vertiente oriental de la región andina se explotaron las minas de veta de Sibundoy,
Yscanzé, Agreda (Mocoa) y hacia la vertiente occidental, las de Madrigal (Chanpanchica),
a fines del siglo XVI.
De Sibundoy dice Valverde (1570, fIs. 207 y 374):
“vido este testigo que tienen minas de otro en el propio valle junto a las casas de los yndios
y que por esto pueden dar oro de tributo”, las cuales las manda “labrar a tajo abierto”.
En la vertiente del Alto Caquetá se encontraba San Miguel de Sucumbíos, ciudad fundada
en 1558, cuyos “pobladores tuvieron ricos labaderos de Este metal a mediados del siglo
XVI, en los ríos Uchuarina, Bermejo, Anzuela, Amoguajes, etc. (...) Las tribus indígenas
sacan oro de las arenas del Caquetá y del Cutiaco el Cascabel y el Villalobos, sus
tributarios; del Putumayo y sus afluentes: San Pedro, Guineo, San Juan Oritapunto y
Guamués; del Aguarico y del Cofanes, el Condué y el Dué que desaguan en él”. (Restrepo
1979,80).
También son variadas las referencias a las minas y a los “labaderos de oro” alrededor de la
ciudad de Mocoa. Vásquez de Espinosa (1948, 334)” se refiere así a Mocoa:
“la ciudad de Mocoa de esta Governación está en el mismo paralelo que Pasto al
Oriente con pocos vesinos españoles, es de temple caliente, cogese en su distrito
mucho algodón, y ay ricas minas, y labaderos de oro”.
Por otro lado en un documento de 1800 se encuentra un testimonio más amplio que muestra
la presencia de la actividad aurífera en esta zona hasta el siglo XIX:
“Los antiguos trabajaron en la quebrada de Santo Domingo, San Pedro, Sardinas y
Platanar. En el río Mocoa para la travesía del Caquetá, también minas según se ve
en la labor de los antiguos como en el paraje de Yunguillo para el río arriba como en
Escancé y Cascabel, son todos estos minerales muy ricos como lo enseñan las
playas del río Caquetá hasta la boca del río Fragua”. (A.G.N. Fondo Bernardo J.
Caycedo Caja 23, Folio 91 en Figueroa Rivera Mary 1986, 26).

48
Participaban de esta actividad minera los “grupos de montaña” reconocidos por los
españoles y habitantes del piedemonte amazónico, como se señaló en el capítulo anterior.
Se trata entonces de los Quillacinga y los Inga del Valle de Sibundoy, los Sucumbíos, el
grupo de los Mocoa en el Putumayo y los habitantes del Alto Caquetá (Yunguillo,
Descansé, etc.) (Romoli 1977-78,13).
En Madrigal (Chapanchica), situado en las riberas del río Patía, en lo que se conoce hoy
como la Hoz de Minamá, se explotaron las minas de oro hasta 1582 año en el cual se
abandonan, trasladándose la actividad minera al cerro de Nuestra Señora de Caguacara, en
territorio Abad (margen izquierda del curso bajo del río Guaitará hasta su desembocadura)
hacia el oriente, llevándose consigo indígenas de Madrigal9. (Calero: 1991:174-175).
De la villa de Chapanchica dice firay Jerónimo de Escobar (1582-1983,293):
“Este pueblo es pequeño, tierra muy caliente, por lo cual es enfermo. Hay en él
como mil indios encomendados (en) doce vecinos. Será pueblo de hasta veinte
hombres. Estos mil indios estarán en contorno de diez leguas del lugar. Es tierra de
mucho oro. Los naturales muy pocos y gente para poco”.
En el territorio Abad se explotan las minas de aluvión del río Pacual hasta entrado el siglo
XVII, situación que se cumple para el Valle de Sibundoy, pues como consta en la visita de
Armenteros y Henao en 1606, se le aumenta de 8 a 12 meses el trabajo de los mitayos
mineros (Calero, 1991:173) .10

2.3.1 La frontera minera al occidente


La riqueza de oro aluvial en la vertiente occidental es fundamental dentro de la delimitación
de la región minera del suroccidente y las incursiones que se hacen por parte de los
españoles son determinantes en el retroceso de la frontera minera de la vertiente oriental.
Las características de estos depósitos mineros, en la costa sur del Pacífico, se describe así:
“las llanuras del Pacífico forman una llanura costera formada por depósitos
aluviales dejados por las corrientes que bajan de la vertiente occidental de la

9
Las referencias documentales más tempranas, plantean que “en los términos de la Villa de San Juan de
Pasto, existían cuatro pmovincias pobladas todas ellas de naturales”, entre las cuales estaba la de los Abades
cuyo ”temple es más caliente que frío, los naturales andan desnudos los más dellos y que se comen unos a
otros, es abundante esta provincia de frutas y de mahiz y cojese dos veces en el año y otras rayces que llaman
yuca, de que ellos hacen su principal bebida. Ay en esta provincia minas de oro y lo sacan los españoles con
yndios.” (Visita anónima de 1560. Archivo de la Real Academia de Historia (Madrid) Relaciones
Geográficas, 661, 14-IX. En Tovar, 1988: 25).
10
La visita de Armenteros y Heano, ralizada en 1606, se concentró en la ciudad de Popayán y las aldeas
circundantes de forma que visitó los pueblos mineros de Sibundoy, Mocoa y Sucumbíos. «Esta visita reveló
que la población nativa local continuaba menguándose de manera alarmante, Entre los indios de las aldeas de
Sibundoy y Putumayo (Sucumbios) y las encomiendas de Juan Pérez de Zuñiga y Jacinto Rosales,
respectivamente, había un total de 1.218 habitantes. En Mocoa, la situación era casi tan grave. (...) La reforma
de Armenteros contribuyó aún más a socavar la ya precaria situación de los nativos, cuyas condiciones de
trabajo eran cada vez más severas. Las necesidades de tesorería y no el bienestar del indio, constituían el
criterio para fijar las políticas laborales.” (Calero, 1991:164)

49
Cordillera Occidental. La mitad norte de la llanura que se extiende al sur de
Buenaventura hasta Guapi, raras veces excede la anchura de 48 kms. y está cruzada
por corrientes cortas y rápidas como el Micay, el Naya y el Timbiqui. En la mitad
sur de la zona costera el importante río Patía y sus tributarios han construido una
ancha llanura conocida como la región de Barbacoas” (West, 1972:24).
A medida que los europeos penetran nuevas tierras, nuevas actividades mineras florecen.
Estos placeres auríferos no fueron explotados por los españoles en épocas tempranas, sino
hasta entrado el siglo XVII.11
En las cabeceras de los ríos Iscuandé y Patía al sur de la costa Pacífica, se encontraban los
Sindagua, quienes como guerreros andaban por un vasto territorio que incluía la parte norte
pacífica del departamento de Nariño, el valle del Patía y la cuenca del río Pacual y la parte
sur de la región pacífica del Cauca. Atacaban a los Abades, lo cual afectaba la explotación
minera, pues destruían asentamientos; sólo pudieron ser sojuzgados por los españoles hacia
1630, lo cual incidió en que la ampliación de la frontera minera hacia el occidente pacífico
ocurriera sólo hasta entrado el siglo XVIII como se ha venido señalando. Zamira Díaz
(1994:82)) señala el carácter transitorio de los distritos mineros pues al descubrir los
yacimientos se instalaban los Reales de Minas, se explotaba el recurso y cuando se
empobrecía la veta, se abandonaba el lugar, y concluye:
“Por eso, la historia económica colonial de las regiones mineras se debe interpretar
como la apertura de fronteras, en cuyo entorno se ubicaban los distritos mineros,
que se constituían en sus centros administrativos locales; sitios de mercadeo de
provisiones alimenticias, herramientas y fuerza laboral; y lugares seguros de
comercialización del producto, hasta su agotamiento”.
La composición étnica de la Provincia de las Barbacoas, era también diversa, constituida
por indios procedentes de grupos distintos, tal como lo señala Romoli (1963, 272):
“sindaguas y nulpes” o “sindaguas y cuasmingas”; tal vez hacia finales del siglo XVII se
habían transferido indígenas del San Juan de Micay al río Telembí.
Como se puede deducir, desde Almaguer, pasando por la cuenca del río Telembí, el bajo
Patía (región de Barbacoas) y la llanura baja detrás del Tamaco actual, hacia el sur, hasta el
río Aguarico hacia el oriente, en el Bajo Putumayo, se podría establecer que existió
delimitada para los siglos XVI-XVII y XVIII una frontera minera móvil, ligada a la
incorporación y/o abandono de los territorios aptos para la explotación aurífera.

11
Sobre la minería en el Pacífico, puede consultarse a Fernando Jurado Noboa Esclavitud en la Costa
Pacífica: Iscuande Tumaco, Barbacoas y Esmeraldas, siglos XVI al XIX (Editiorial Abya- Yala. Quito, 1990).

50
2.4 Población indígena y explotación de minas

Los grupos Quillacingas y Pasto no opusieron resistencia a los españoles quienes se


posesionaron de su territorio “casi sin costo” (Romoli,1977-78, 17), razón por la cual
reciben de lleno los efectos devastadores de la conquista, al convertirse en mano de obra
preferencial para el laboreo de minas. Al referirse a la tasación impuesta por Tomás López
en su visita realizada en 1558 Moreno Ruiz (1971, 428) anota:
“esta tasa que estableció anteriormente el oidor Tomás López, parece que no se
cumplió, pues ni los indios, ni los españoles quedaron conforme. Los indios por que,
salvo los pastos tenían poco algodón y técnica de tejido, por lo que prefirieron
seguir prestando servicio en las minas de las provincias de los Abades, Quillacingas
y Sibundoyes y de este modo, llegar a cubrir la tasa que se les había impuesto con lo
cual pasaron a trabajar en las minas 1.405 indios. Los españoles aceptaron este
cambio en la percepción de la tasa”.
El traslado de población para la explotación de minas era frecuente muchas veces no sólo
de los tributarios sino de familias completas, tal como lo atestigua fray Jerónimo de
Escobar (/1582/ 1983: 294) al referirse al pueblo de Yscanzé (actual Descansé):
“Estos indios de aquí como en su tierra no se han descubierto hasta ahora minas, los
han sacado y llevado a las minas de Almaguer, donde hoy en día están por lo cual
han muerto muchos”.
En una Cédula Real (1590) en la cual se autoriza a la Audiencia de Quito la población de
una Villa o Ciudad de Indios Junto a las Minas de Zaruma en el Ecuador, se lee:
“...y que la tierra de Zarama es sana, fértil y abundante de metales, sólo hay falta de
naturales, y esto se podría remediar con poblar allí dos o tres mil indios
Qyillacingas, Pastos Lata cungas, Purháes, Sichos y Chimbos, llevando de cada
nación un número que no hiciese falta en sus poblaciones y que a éstos se les diesen
tierras y casas hechas y fuesen adscriptos a la labor de aquel cerro y se les pagasen
sus jornales poblándose allí una villa o ciudad donde así mismo se diesen minas y
aguas a los pobladores” (Garcés, 1935: 459, Colección de Cédulas Reales, Fl. 227 ,
Tomo Primero 1538-1600).
Se constata el traslado de familias indígenas, pues se propone poblarlos en villas, traslados
que se realizan interregionalmente y cubren el territorio adscrito a la Audiencia de Quito. A
pesar de que en la visita de Rodríguez de San Isidro de Manrique, realizada en 1638, se
ordena a los encomenderos cesar con esta práctica, amenazándolos con la confiscación de
sus encomiendas, 30 años después (1668), el visitador Inclán Valdés, dió autorización para
que indios quillacingas fueran llevados a las minas de Almaguer o a la zona Abad, lo cual
confirma la permanencia de los traslados desde lugares distantes. (Calero, 1991:166-171).
En las curvas de población elaboradas para las dos etnias asentadas en el Valle de Sibundoy
(véase gráfico No. 1: población Inga-Kamsá, Valle de Sibundoy, siglos XVI-XX y No. 2:
Indices de crecimiento población Inga-Kamsá, siglos XVI-XX) teniendo en cuenta los
asentamientos diferenciados, y que cubren el período comprendido desde mediados del

51
siglo XVI (1558) hasta el presente (1988)12, se hace evidente la catástrofe poblacional
que sufren estas etnias entre 1558 y 1590, es decir, durante la segunda mitad del siglo XVI,
lo cual es más acentuado para la población Kamsá, que pasa de un índice de crecimiento
del 43.33 en 1570, a uno de 16.66 en 1590, (gráfico No. 2.) asumiendo como año base 1558
= 100.
Por su parte, los Inga pasan de un 86.25 a un 37.75, en el mismo período de referencia.
Sin embargo entre la visita de 1558 y la de 1560 (Anónimo; transcripción de Hermes
Tovar. 1988:26), con tan sólo un año de diferencia, se reporta un vertiginoso ascenso de la
población Kamsá correspondiente a 1.000 tributarios más, cifra que no se tomó en cuenta
para la elaboración de los gráficos, por considerar que representa un aumento muy alto en
un período tan corto. Sinembargo, vale la pena presumir que el apogeo de la explotación de
las minas de oro durante estos años, pudo acrecentar la población a través del traslado de
población indígena procedente de otros lugares para labores en minería, tal como se ha
venido señalando.
El decrecimiento de población durante la segunda mitad del siglo XVI es resultado en gran
parte del trabajo compulsivo en las minas que implicaba traslados de población al interior
de la frontera establecida los cuales se realizaban de manera indistinta tanto desde el punto
de vista étnico como geográfico: habitantes de los andes, del piedemonte y de las tierras
bajas, se interrelacionaban constantemente, tal vez manteniendo patrones de poblamiento
anteriores a la conquista.
Debido a la relación establecida entre la región de Almaguer y Sibundoy y de este Valle
con Descansé y Condagua, (alto Caquetá) podemos presumir el intercambio de tributarios
entre estas zonas y la consecuente diezmación de indios por el trabajo. de las minas, en el
período considerado. Estos traslados de población se continúan hasta mediados del siglo
XVIII al tiempo con la persistencia de la mita minera, tal como se infiere de la siguiente
anotación de Friede (1967, 61):
“en las listas de indios bautizados en Mocoa en 1775 (Arch. 4 sign 9386), se
encuentran apellidos como Chicunque, Mavisoy, Tandioy, Omne, Jacanamejoy,
Peña, Quinche, que patentiza la traída de indios forasteros originarios de la región
situada al sur del Macizo Central Colombiano y del valle de Sibundoy”.
Es posible entonces que así como población de la etnia Pasto fue traída al Valle de
Sibundoy para explotar las minas de veta en el mismo, a su vez en este período o
posteriormente, población del Valle fue llevada a las minas de aluvión en los alrededores de
Mocoa. Estos continuos desplazamientos de población en el valle pueden ayudar a explicar

12
Se siguieron los parámetros adoptados por Jaramillo Uribe (1964:242) en su estudio «La población
indígena de Colombia en el momento de la conquista y sus posteriores transformaciones” (A.C.H.S.C. No.2,
Vol 2, Bogotá, 1964). La población total indígena se logró aplicando un Indice de 3 personas por tributario
dur ante el siglo XVI. Cabe señalar, sin embargo, que Tovar en su artículo “Estado actual de los estudios de
demografÍa histórica en Colombia” (A.C.H.S.C., No. 5, Bogotá, 1979), propone un índice de 3.8 por
tributario, lo cual significaría un aumento significativo de la población total. Sinembargo, se mantuvo el de 3
a 1.

52
la tendencia de la constante disminución de población desde mediados del siglo XVI hasta
finales del siglo XVII, (Véase gráfico No. 1).
Pero no fue solamente el extenuante trabajo en las minas de veta o de aluvión; según
Romoli (1577-78:33), al referirse a las visitas de Tomás López en 1558 y a la de Valverde
en 1570:
“En los doce años entre la primera visita y la segunda, no hubo, que se sepa, guerra,
revuelta, hambre, trato de esclavos ni expediciones mayores de las que solían llevar
gran cantidad de indios de servicio, de los cuales pocos regresaron a sus hogares. La
minería era poca y para ella no era preciso hacer traslados de trabajadores a climas
malsanos (...) Parece pues, que las principales causales de la enorme disminución de
la población indígena entre 1558 y 1570 haya sido la evasión y la epidemia de
viruela que azotó al país en 1566. Para 1588 registra otra gran epidemia de viruela
(Romoli, 1962: 259).
Estas consideraciones cuestionarían la posible introducción de fuerza de trabajo al Valle y
de éste a otras regiones, implicando esto que el dato de 4.000 tributarios Kamsá para 1560
en Sibundoy sería inconsistente; a pesar de ello otras fuentes nos indican que vale la pena
considerarlo.
Con respecto al marcado descenso de población, Calero (1991, 205-206) refiriéndose al
Distrito de Pasto, sostiene: “la parte norte del río Juanambú y la parte baja del río Guaitara,
junto con Sibundoy, sufrieron la más numerosa pérdida de población india”. Y al comparar
la información demográfica de finales del siglo XVI aportada por el Corregidor Ortega
(1590) con la del Gobernador Rodrigo de Mañosca de finales del XVII (1688 - 1691)
deduce que la población del Distrito de Pasto sigue en declinación a lo largo del siglo XVII,
de lo cual no se escapa Sibundoy.
La afirmación que hace Bonilla (1968:18), —después de referirse a las incursiones
misioneras al Valle entre 1547 y 1600—, “tenemos entonces, que el siglo XVII sorprendió
al recóndito vallecillo gozando de la tranquilidad que le deparaba su aislamiento”, debe
cuestionarse, pues, como se ha demostrado, el Valle no permaneció aislado y la continua
disminución de la población indígena durante el siglo XVII nos lleva a pensar que siguieron
sufriendo los embates de la colonización española. Entre 1590 y 1688 se registran tasas de
crecimiento negativas: -2.6% en el caso kamsá y -1.37% en el inga (Ver tabla No. 3).
Al final del siglo XVII, la población de las tierras bajas en general continúa decreciendo,
mientras que la de las tierras altas había alcanzado su punto más bajo, iniciando su
recuperación.
Sólo durante el siglo XVIII se empieza a observar una relativa estabilización después de su
casi desaparición hacia finales del XVI (Véase gráfico No. 1) de la población indígena del
Valle. Según Calero (1988:275), en el siglo XVIII en el Distrito de Pasto la incipiente
recuperación de población indígena acontece más tempranamente que en la mayoría de los
lugares de la Nueva Granada, “donde el número de nativos continúa decayendo durante
gran parte del siglo XVIII”. Así entre 1688 y 1711, las tasas de crecimiento se tornan
positivas: 1.32% para los inga y 4% para los kamsá.(Ver tabla No.3).

53
En cuanto a los grupos indígenas de Ecija de los Sucumbios y Mocoa en el Alto Caquetá,
Llanos y Pineda Camacho (1982) coinciden también en señalar el fuerte descenso de
población indígena en la segunda mitad del siglo XVI concomitante con un relativo
esplendor económico, producido por la explotación aurífera, que se mantiene sólo hacia la
segunda mitad del siglo XVII, cuando quedan despobladas estas ciudades debido al
levantamiento y rebelión de indios. Para el año de 1681, la ciudad de Mocoa estaba
destruida.
Esta despoblación coincide con el abandono de la explotación intensiva de las minas de oro
del piedemonte oriental y se inicia así, un proceso de retroceso de la frontera minera, lo
cual impide que la frontera oriental como tal se cierre y desaparezca en el sentido de que
esta zona de explotación minera sea incorporada al centro andino; por el contrario
permanece con su condición de territorio marginal. Se cumple en este caso la tercera
acepción de frontera que distingue Mellafe (1968,11):
“un espacio geográfico dado en el cual los procesos de producción de estructuración
institucional y social. no se han integrado aún en un continuo normal, pero están en
camino de formación o de transformación sumamente drástica (...) Este proceso
presupone, además (...) un choque o fusión y entronque cultural de dos o más
horizontes culturales distintos.”
La actividad minera amplía su frontera hacia las tierras bajas del Pacífico, después de 1610.
Esta área de tierras bajas se extendía, desde la cuenca del río Mira al sur hasta los ríos
Timbiquí y Naya al norte y desde los picos de la cordillera en el este hasta el litoral Pacífico
en el Oeste, como se anotó.
Para 1630, se sojuzga a los guerreros Sindagua. Los sobrevivientes son llevados a Santa
María del Puerto para ser empleados en trabajos agrícolas y mineros. Como lo señala
Calero (1991:179), “con los sindagua bajo control y con la fundación de dos nuevas
poblaciones -Santa María del Puerto en las riberas del Telembí (actual Barbacoas) y Santa
Bárbara de la Isla del Gallo—, la región se encontraba lista para el período de bonanza
minero”.
Como resultado del descenso de población anotado para las tierras bajas, la mano de obra
negra se importa desde finales del siglo XVI (1592) y ya para 1684 son numerosos los
negros que trabajan en esta zona.
“El desarrollo posterior de la economía minera —y en su efectivo crecimiento— debe
asociarse al crecimiento paulatino de las cuadrillas de esclavos, por lo menos en los
yacimientos del Chocó, en Raposo, en Caloto y en Barbacoas. De otro lado, la movilidad de
la mano de obra esclava, es decir, su traslado de un distrito a otro y a las haciendas de
trapiche en el Valle del Cauca, explicaría las alternativas de un crecimiento minero en
Caloto-Nóvita-Caloto.” (Colmenares, 1979:170).
La minería hacia la vertiente occidental y costa Pacífica es supervisada por españoles
residentes en Pasto y Popayán. Hacia 1699 el boom minero de Barbacoas había disminuido,
registrándose un descenso de residentes españoles, de 40 a 16, constituyéndose este
fenómeno en un índice del decaimiento de la temprana prosperidad de la región (Calero
1991:180); esto se traduce en el inicio del abandono de la zona, produciéndose así otro
54
proceso de retroceso de la frontera minera con la consiguiente exclusión y marginamiento
de las tierras bajas del desarrollo de la región andina perteneciente a la Gobernación de
Popayán.
La vertiente oriental andina o piedemonte amazónico (valle de Sibundoy, Iscancé,
Yunguillo, Mocoa, Ecija de Sucumbíos) hasta el siglo XVIII, se encuentra entre dos fuerzas
que jalonan: la andina (el Distrito de Pasto, Gobernación de Popayán) y la selvática
(Provincia de Mocoa) en cuanto a regimen de producción, dominio político y religioso se
refiere. Mocoa es la puerta de entrada a las tierras bajas y los grupos que allí habitaban se
comportaban como los de selva para los españoles en cuanto a lo indómito y lo belicosos,
lo cual no se cumple para Quillacingas y Pastos, quienes no opusieron resistencia a los
españoles en forma abierta, como se ha señalado. Mocoa, era la sede de las misiones
franciscanas del Putumayo y Caquetá desde donde ejercían su influencia colonizadora.

55
2.5 Formas de resistencia indígena en el piedemonte
Como se mencionó al iniciar este capítulo, un aspecto que sobresale a lo largo de la
documentación de archivo y de fuentes secundarias consultadas es la aparición reiterada de
los grupos indígenas de piedemonte como autores temidos por parte de autoridades
españoles y curas doctrineros, de los ataques y destrucción de los pueblos de misioneros.13
Estos ataques se realizaban a través de alianzas que establecieron los grupos indígenas
habitantes del Alto Caquetá y Putumayo, como eran los Andakíes, Tamas, Sucumbíos, Mo
coas, Inganos y Sibundoyes, para lograr su objetivo. Estas alianzas muestran la relación que
establecían entre sí los “grupos de montaña” asentados en un de territorio de frontera entre
la región andina y selvática. Es entendiendo su situación de intermediarios y
estructuradores de las relaciones entre los grupos de tierras altas y los de tierras bajas que
los hace participar tanto de rasgos culturales andinos como de selva, como podemos
entender las formas de resistencia que adoptan frente al embate español. Por una parte se
presenta la resistencia activa materializada en sublevaciones y ataques a los misioneros,
causando la destrucción de los pueblos de misión y por otra parte, la resistencia pasiva que
se manifiesta en la permanencia de relaciones de intercambio entre el complejo cultural
andino y el complejo selvático (Ver capítulo III).
Así, la relación estrecha que se establecía entre los grupos de piedemonte o de montaña con
los de selva, explicaría su papel protagónico en la defensa de la puerta de entrada al
territorio amazónico por parte de los misioneros y colonizadores españoles, por una parte.
Por otra, aquellos que se especializaron en comerciar productos de selva hacia la zona
andina, que contaban dentro de sus tradiciones culturales de una capacidad de traslación
permanente aunado a un conocimiento chamánico y por consiguiente de curanderismo,
como es el caso de los Sibundoyes, lograron ser temidos y afianzarse como etnia alrededor
de esa tradición cultural.
Estas alianzas están indicando entonces, la existencia anterior a la conquista de redes de
intercambio, tanto de productos para la subsistencia como de elementos rituales
chamánicos. (Seijas 1969, laussig 1980, Chaumeil 1988) puesto que los grupos de
piedemonte han jugado un papel fundamental como depositarios de este saber, lo cual les
ha proporcionado un elemento de identidad y de fortaleza frente al otro, permitiendoles
afianzarse como etnia, adoptando formas de resistencia pasivas, características de los
grupos del altiplano. Los documentos, escritos en su mayor parte por misioneros, insisten
en el rechazo a la imposición de los doctrineros y en la búsqueda de mantener sus patrones
culturales, estrechamente vinculados al complejo cultural de selva, como es el del
curanderismo alrededor del yagé .
Los indígenas del piedemonte son descritos como “indios infieles”, “salvajes”, “bárbaros”,
“indómitos”, en fin, se trata de indios “aucas” o indios no bautizados. Estas categorías
utilizadas para referirse a ellos no sólo están implicando la imposibilidad por parte de los
13
A lo largo de los siglos XVI, XVII, XVIII y principios del XIX, se registran sublevaciones indígenas que
destruyen las poblaciones establecidas por misioneros, representantes del gobierno español, quienes a pesar de
ello insisten periódicamente en su misión: 1595, 1620, 1663, 1682, 1695, 1719, 1721, 1789, 1804, 1806 son
algunas fechas identificadas (Llanos y Pineda, 1982, Pineda, 1992, Phelan, 1967, Figueroa, 1986, Fondo
Bernardo J. Caicedo A.G.N., 1805). Así, durante el período colonial es reiterativo el fracaso en el
sometimiento de los grupos indígenas de selva, y aún de los del piedemonte andino oriental y occidental.

56
misioneros de adoctrinarlos para traerlos a participar de la “ley de Dios” y por consiguiente
civilizarlos”, sino que también están indicando su poder y el temor que les tienen las
autoridades españolas.14
Las noticias de rebeliones indígenas sucedidas en la región del Putumayo, son definitivas
en cuanto a que obligan a los misioneros a retirarse de los pueblos desde donde ejercen su
dominio:
El pueblo Agreda de Mocoa, era la sede de las misiones franciscanas del Putumayo y
Caquetá que tuvieron su orígen en la Provincia Franciscana de Quito, permitiendo el
adoctrinamiento de los indígenas en la religion católica desde el año de 1640 hasta el de
1682, año en que se sublevaron con exterminio total y muertes de de los vezinos christianos
la ciudad de Mocoa perteneciente a jurisdicción de Pasto” (A.C.C., Signatura 4387)
Friede (1967:241), señala que en 1721, ocurre una sublevación general de las tribus del
Putumayo y Caquetá “que en pocas semanas echó por tierra la obra misionera realizada
durante varios decenios”. Complementa Víctor Daniel Bonilla (1968,18), cuando dice:
“y hasta el mismo Sibundoy Grande llegaron las batallas, porque este pueblo fue
atacado varias veces por los mocoas y yaguaronjos deseosos de obtener el apoyo
guerrero de sus hermanos de raza contra los invasore ibéricos. Pero pocos
sibundoyes se plegaron a sus deseos. Tanto por haber sido diezmados durante las
primeras décadas de guerras, como por haber entrado en la etapa de transculturación
que se acentuaba cada día mas”.
Este señalamiento se constituye en un ejemplo concreto de la presión ejercida por los
Mocoas sobre los Sibundoyes, que definitivamente se comportan de manera diferente ante l
a dominación española: mientras los primeros se rebelan y por tanto desaparecen como
etnia, los Sibundoyes sobreviven hasta el presente.
La belicosidad de los grupos Mocoa y Sucumbios, se deduce del argumento que esgrime
Don Agustín Rodríguez Nabarro al solicitar la adjudicación de las encomiendas vacas de
Mocoa y Sucumbíos, en 1662:
"...por ser las dichas de Mocoa y Sucumbíos, fronteras de indios [ene]migos,
rebeldes a la Real Corona y otros Caribes que in[quie]tan no sólo aquella Provincia
sino tam bién las de Timaná donde actualmente han hecho las correrias y (borroso)
sas que son públicas y notorias y a Vuestra Merced le constan todo lo cual necesita
del breve y eficaz remedio que procure poner haciendome la merced que pido con
justicia y costas y en lo necesario etcétera.” (A.C.C. Signatura 1963)."
En esta cita se hace evidente también la situación de frontera de las encomiendas de Mocoa
y Sucumbíos y la dificultad que tenían los españoles para someter a sus habitantes. Este
comportamiento lo presentaron otros grupos de piedemonte al oponer resistencia abierta
14
El término “auca” debe analizarse no sólo desde la perspectiva española sino también de la población
indígena: cuando un indígena se entrena para chamán, uno de los indicadores de que se ha convertido en
“maestro” es el poder ver y entrar en contacto con los indios “aucas” con la ayuda del yagé; los aucas, al no
estar contaminados de occidente son los verdaderos poseedores del saber chamánico de selva, son los indios
sabios, los antiguos, los que no se dejaron dominar por los españoles y conservaron su poder chamánico.

57
como lo señala Friede (1967:24) al referirse a los Andakí: “cuando quieren hacer una
traición hacen liga y conspiración con los Tama y Mocoa” y trae noticias de los “frecuentes
ataques a las fundaciones españolas de las laderas selváticas de la Cordillera tales como
Simancas, Yunguillo, Condagua y Mocoa, llegando hasta Sibundoy y tal vez hasta Ecija de
los Sucumbios" (Friede, 1967:59).
Los intentos de sujeción de los indios Mocoas y los del bajo Putumayo y Caquetá se
continúan hasta bien entrado el siglo XVIII, así como se constata en los siguientes apartes:
en un documento del Archivo del Cauca de 1739 se lee:
“Haviendo los indios de la Provincia de Mocoa (que desde el año de mil seiscientos
y quarenta se redujeron al conocimiento de Nuestra Santa Fe Católica reconociendo
curas (sic) que los doctrinaban hasta el año de ochenta y dos que se sublevaron con
exterminio total y muertes de los vezinos cristianos de la ciudad de Mocoa
pertenecientes a la jurisdicción de Pasto y por consiguiente a la Governación de V.
Sra. nuebamente reduciendose a la primera sujeción cristiana de sus antepasados
desde el año de mil setecientos y veinte y quatro hasta el presente de treinta y nuebe
por las fervorosas solicitudes de los religiosos de mi Jerárquica orden que los han
adoctrinado hasta entonces en el Pueblo Capital de San Antonio de Padua del gran
Caquetá y en los demás que a él se reconocen anexos” (A.C.C. Signatura 4387).
Este intento de sujeción de la Provincia de Mocoa parece no tener un éxito total, pues para
el año de 1740 se lee esta petición:
“Señor Governador y Capitán General Don Pedro de Valencia , vecino desta ciudad
dueño de negros esclavos de labor de minas ante Vueseñoría pareció según derecho
(dro) y digo que por estar las quadrillas de mis hijos Pedro Agustín y Joseph
Valencia con la mia en la Provincia de Raposo desacomodadas de minas he hecho a
todo costo penetrar las montañas de Mocoa y sus moradores perdién dose hasta y en
ellos la semilla ebangélica, viviendo selbátícos sin Dios, sin Ley, sin Rey por lo que
determino exponiendo a mi gente a padecer las pribaciones que dichos indios
quisieren causarles a que ella sirva de medio llebando párroco (...) para bolber a
rebaño tanta obeja perdida (...) lo que conseguido seguiran después de la Gloria del
Señor grandes aumentos a los haberes reales por los quintos que frujuaran la labor
de minas tan ricas ricas y para el transplante de dichas quadrillas y que cada uno de
mis hijos y yernos lebanten y crien la suya hago en su nombre y mio como
descubridor de las circunstancias dichas registro desde el primer paso del lío
Yscansen (entrando por el pueblo del Pongo) hasta las juntas que base este abajo
con la quebrada de Yunguia de uno y otro lado con las quebradas que le tributan
quelas que se nombran conocidas son las de la playa de los surrones, quebrada o rio
Blanco, Cascabel, Guayabal, La Macana y Yunguia y hago manifestación del oro de
cajas que se han dado en algunas aguas principales, sobras y resobras, desde su
nacimiento hasta sus salidas con los amagamientos, cañadas y vertideros que a cada
una tributa de uno y otro lado inclusive con las labores altas y bajas que encierran
así estas nombradas como las no mencionadas que ai desde dichas Juntas de
Yunguía de uno y otro lado para arriba asta dicho primer lado o paso del río del
Yscansen y sus playas amparándome Vuesaseñoría en ellas dandome título en forma

58
que protesto poblar por mi y mis hijos y pagar a su Majestad que Dios Guarde sus
reale quintos.” (A.C.C. Signatura 3972).
En este documento se está proponiendo la explotación de minas a través de la instalación de
un real de minas en el piedemonte amazónico, consistente en el poblamiento de una
cuadrilla de esclavos, cuya presencia se solicita justificándola como medio para cumplir
con el objetivo de la colonización española: “catequizar y civilizar indios”. En este sentido
es interesante tener en cuenta el señalamiento que hace Colmenares (1979:142) al referirse
a los reales de minas del Chocó:
“La precariedad de los asentamientos mineros del Chocó daba a la región ese
aspecto de frontera permanente que era el escándalo de los funcionarios reales que
la visitaban. Para estos los centros urbanos no eran un símbolo del orden político o
de “vivir en policía” sino la posibilidad de un control sobre la población dispersa.”
Se confirma así, que la imposibilidad de dominar la población del piedemonte amazónico,
hace que se plantee una forma de control político y económico semejante a aquel instaurado
en otras regiones de frontera.
Sin embargo, a pesar de este aparente abandono de la explotación minera para mediados del
siglo XVIII, los indígenas mantuvieron la explotación del oro como parte de su
organización económica tradicional, producto necesario para llevar a cabo el intercambio
entre productos de selva y andes. (Ver capítulo III).
Para 1784, los franciscanos abandonaron los pueblos, fundados en el Putumayo. “El
balance final de la actividad misionera franciscana en el río Putumayo durante más de 100
años es bastante negativo; la colonización a través del régimen misional había fracasado”
(Llanos y Pineda, 1982: 21).
En 1792, son los agustinos los que se encargan de continuar con la obra misionera en el
Alto Caquetá y Putumayo estableciendo su centro misional en Mocoa “por ser este lugar de
residencia de gran número de infieles y abrigo de un palenque de negros fugitivos de las
explotaciones mineras de la región Pacífica” (Figueroa Rivera, 1986:50). Mocoa fue
poblado con indios de Sibundoy, tal como se constata en el siguiente documento sobre
población:
En San Agustín de Mocoa hay diez y nuebe hombres tributarios: quatro ancianos:
dos de Misión: veinte y quatro mujeres: treinta párbulos; y todos estos individuos
que forman la Población son Naturales de los Pueblos de Sebondoy.
La gente que se hallaba poblada en el de San Agustin de Nieto era ocho hombres
grandes, siete mugeres y once párbulos los que abandonaron el pueblo y se hallan
dispersos en un puesto llamado Pacayaco, de los quales solo he logrado con un
modo cariñoso hablar con los mandones quienes me han prometido fundar
nuebamente su Pueblo y hacer Yglesia y Casa de Cura.
De los que se halla de Pobladores en el de la Concepción de Descarizé son nuebe
Yndios Naturales y Tributan de los pueblos de Sebondoy , siete negros esclavos,

59
cinco mulatos libres, tres mulatos esclavos, cinco párbulos esclavos, cinco mulatas
libres y doce párbulos libres.
Los Yndios que se hallaron poblado en el de San Raíael de Yunguillo eran ocho con
su familias todos Naturales, y Tributarios de los Pueblos de Sebondoy, los quales
abandonaron este Pueblo, y se hallaron incorporados entre sus primeros Pueblos de
Sebondoy”. (A.G.N. Fondo Bernardo J. Caicedo, Caja 23, fl.1r.).
Como se puede concluir, se sigue insistiendo en una avanzada misionera que parece no
lograrse a cabalidad; se mantiene el traslado de población indígena, pues no sólo se traen a
Mocoa de Sibundoy sino también de Sucumbíos (Figueroa Rivera, 1986:51) y se
encuentran esclavos negros habitando esta región del Putumayo, lo cual explica la solicitud
que hace Don Pedro de Valencia para explotar las minas de aluvión del piedemonte oriental
-ya no con mano de obra indígena—, mostrando este hecho su descenso poblacional.
Para este mismo año de 1806, fray Francisco Javier, agustino que fue autorizado por el
Obispo de Quito en 1792 para establecer “pueblo formal con la reducción de las montañas
de Mocoa y Andaki” da noticia de una de gran sublevación en esta zona y deja entrever que
se trata de un fenómeno recurrente:
“...dicen que han salido al pie de doscientos yndios del Andaqui al pueblo de
Yunguillo los que dicen vienen dirigidos a destruir mi casa y casa de cabildo y todos
los abitantes, que aun me dicen que se an unido los antes dichos yndios del Andaqui
con los yndios del referido pueblo del Yunguillo y también los indios de San Miguel
de Mocoa y las cabezas de este motín son el governador de Yunguillo Juan Juanoy y
también el indio del referido Mocoa Patricio Jacamijoy, y el que ha sido todo el
tiempo cabeza de motin pues desde el tiempo de su antecesor Don Monsarralde una
noche entrando el referido yndio de su pueblo a fin de que se alsasen a quitarnos la
vida a mi, al corregidor y a los soldados del resguardo y como tuvimos pronto aviso
se acudió pronto con toda la tropa a la casa donde estaban y viendose ya rodeados,
se escurrió la mayor parte de los yndios” (A.C.C. Signatura 11452).
Se hace evidente la necesidad de militarizar el resguardo para garantizar la presencia de las
autoridades políticas y religiosas, además de resaltar las alianzas permanentes de los grupos
indígenas habitantes del piedemonte.
Sobre el desenlace de esta sublevación es reveladora la siguiente cita:
Señor, participo a vuestra alteza como todas las bullas de motin que rugían de parte
de los yndios Aucas han sido falzas, pues sólo la sublimación que pretendían heran
solo de parte de algunos yndios que se hallaban poblados en el pueblo de San Rafael
de Yunguillo por ser la cabeza de este dicho motin el governador del referido
pueblo al que con mi maña sin escandalizarlos, les tengo ya presos siguiendo el
sumario correspondiente, al restante número de yndios del ante dicho pueblo de
Yunguillo, les tengo ya suavisados con mi cariño y agasajo, aunque algunos se me
han ausentado a lo intrincado del monte, por las muchas amenazas del reverendo
padre por que este santo nombre, todo lo quiere llevar a rigor y sin reflexión, pues
estas bullas lo mas son emanadas del atropellamiento del reverendo padre como
impondrá el sumario el que concluyendolo remitiere con la principal cabeza de
60
motin pues aunque la instruccion que me dio me advierte a que vaya de común
acuerdo con el reverendo padre en estas ocasiones me es preciso no observar ese
capítulo por la mucha violencia que le asiste, pues por la mui epoca reflexión que le
asiste tengo trabajo redoblado que despacio informare a vuestra alteza para que
imponiendose se digne en la capacidad de instruirme el mejor govierno que he de
observar.
Tambien participo a vuestra alteza como me he ausentado el acuerdo con que ha
procedido el señor alcalde don Santiago Fuentes de suspender la tropa en esa ciudad
de Almaguer, pues no ha sido necesaria pues con los yndios que avemos, se ha
conseguido descubrir y apresar los motores que pretendian la sublevacion y por
ahora encargado a ese señor alcalde suspenda la tropa intestando concluyo el
sumario y con la tropa de este destacamento sacar los delincuentes a esta ciudad de
Almaguer a entregarlos al comandante de ellos asta la presencia de vuestra merce
pues esto gracias al todo poderoso se ha socegado. (A.C.C., Signatura 11452).
Como se confirma, los representantes de las autoridades españolas temían a los “aucas” o
indios “salvajes”, hasta el punto de imaginarse una sublevación masiva y se militariza la
zona, cuando realmente no había tal cantidad de indios dispuestos a atacar.
¿Por qué se tiene ese gran temor? Al respecto, Taussig (1980:22) ha señalado cómo la
conquista de la cultura indígena llevó a la indigenización de la cultura del conquistador en
cuanto a la adscripción de poderes mágicos y de curanderismo a los grupos indígenas.
Para el momento de la conquista, Langdon (1990) analiza el papel del chamán entre los
Sionas —“maestros” de los sibundoyes— a partir de narraciones orales y muestra cómo
aumentan su poder para defender a los nativos de los conquistadores, haciendo uso del yagé
y de la hechicería.
Es teniendo en cuenta los anteriores señalamientos como puedo concluir que el poder que
se les atribuía a los habitantes del piedemonte, estaba estrechamente relacionado con el uso
del yagé, planta alucinógena, que confiere poderes sobrenaturales a los chamanes, quienes
pueden prever el futuro, transformarse en animales poderosos, etc. Esto se hace evidente,
en el testimonio de un mestizo habitante de Descansé que trae Friede (1967:134):
“Oí de chiquito a los mayores, que vinieron los indios pumas, quienes “se
comieron” la villa de Santa Rosa y la villa de Descansé, juntados con los aucas del
Andaki. Los pumas eran animales grandes que se comían cuanto topaban. Los aucas
cazaban a los cristianos como se cazan animales. Cuan do vino una mujer llamada
Antonia Campos y su marido Becerra, vinieron otra vez los aucas; entonces los de
Descansé los corrieron con los perros como se corre a un animal (...) el puma que se
comió a Santa Rosa era a manera de un gallo. El puma era un Sibundoy, pero había
también pumas Andaki”.
Existía un imaginario que hacía de los aucas, de los salvajes, de los que se resistían al
sometimiento español, indios temidos, que además de belicosos manejaban poderes
chamánicos, como se deduce al señalar el entrevistado que el puma era un Sibundoy, pero
que también había Andakí, lo cual hace suponer que este complejo chamánico se extendía
por todo el piedemonte amazónico, desde el Alto Putumayo hasta el Alto Caquetá. Pineda
61
(1985:29) al referirse a los productos que se comercian desde el Caguán (Alto Caquetá)
hacia el Alto Magdalena concluye:
“el piedemonte colombiano fue también un área de suministro de bienes
chamánicos, a cambio de ciertos artículos indispensables para su vida local, que
tenían también una función simbólica religiosa (el hacha, la sal, el tabaco, la
chaquira, etc..) en el contexto de su uso tradicional. Este foco chamanístico del
piedemonte se conserva aún hoy en día en el Putumayo”.

62
2.6 Transformación de la frontera minera en frontera misionera, agrícola
y ganadera
El cese de la actividad misionera a principios del siglo XIX (Figeroa Rivera, 1986) coincide
con el abandono de la extracción de oro y el consiguiente cierre de las minas. Este proceso
de producción deja de dominar y se rompe el espacio geográfico que hemos denominado la
frontera minera del suroccidente, quedando el piedemonte oriental y occidental, así como la
Costa Pacífica, relativamente aislados del centro andino.
Hacia finales del siglos XIX el piedemonte oriental se convierte en lugar de paso obligado
de trabajadores que se dirigen a las tierras bajas a explotar la quina y el caucho, iniciando
un proceso de colonización espontáneo tanto en la vertiente como en las tierras bajas. Esta
colonización es posteriormente dirigida por los misioneros capuchinos quienes se
establecen en el valle de Sibundoy en el año de 1883, iniciando así la avanzada de la
frontera misionera de colonización con características de frontera agrícola y ganadera, ya
no minera.
La explotación del oro y la actividad misionera en el suroccidente del país se hallan
estrechamente relacionadas, coincidiendo la frontera minera con la misionera a lo largo de
los siglos XVI, XVII y mediados del XVIII. Se debe insistir en que la no residencia de los
encomenderos y de las autoridades españolas en las zonas de piedemonte y de selva hace
que la autoridad real, en representación de la corona española, sea ejercida por los curas
doctrineros. Son ellos quienes fundan pueblos de misiones y tienen la sede de sus doctrinas
en el piedemonte, permitiendo que se instauren las formas de trabajo señaladas para la
explotación minera. Es coincidente el abandono de las minas con el retiro de los misioneros
del piedemonte oriental.
Se cumple así el esquema tripartita de ocupación humana al que se refiere Alzate (1989)
para los siglos XVII y XVIII: en donde hallaban núcleos indígenas entraban los misioneros
a catequizar y allanaban el camino a los españoles para colonizar el territorio. En este caso
sucedía también el proceso a la inversa:, los españoles aducían la necesidad de su presencia
explotando las minas para lograr la catequización de los “salvajes”, pues se comprometían a
traer “cura y fundar iglesia”.
Las sublevaciones indígenas de Mocoa y Sucumbíos, así como la devastación de su
población, obstaculizan el cierre de esta frontera que se ve obligada a retroceder. A nivel
productivo una vez vuelve a avanzar, la frontera minera se transforma en agrícola y
ganadera impulsada por los misioneros.
Por su parte la vertiente occidental y Costa Pacífica, después de la finalización del boom
hacia finales del siglo XVII permanece como centro de actividad minera con carácter
marginal, actividad ejercida por los campesinos negros de la región hasta nuestros días, ya
no dirigida por el centro andino.

63
CAPITULO III: LOS SIBUNDOYES, GRUPOS DE PIEDEMONTE
ESTRUCTURADORES DE LA RELACIÓN DE INTERCAMBIO
ANDES-SELVA

La ruptura que establecieron los españoles entre andes y selva, y la instauración en el


piedemonte de una frontera abierta, no era el caso para los grupos prehispánicos que se
puede inferir articulaban este territorio a través de la intermediación comercial y cultural.
Las relaciones económicas de intercambio que se establecieron desde épocas prehispánicas
entre la región andina y la amazónica ya bastante señalada por diversos autores (Seijas:
1969, Langdon, 1981, Oberem, 1980, Cipolletti, 1988, Caillavet, 1989, Salomon, 1980),
son posibles por acción de los grupos de piedemonte, y dentro de ellos, fundamentalmente
por parte de los del Valle de Sibundoy que son hoy en día comerciantes por excelencia y así
fueron reconocidos por los misioneros y españoles durante la colonia tal como se puede
deducir de documentos del siglo XVIII1.
Esta frontera entre andes y selva era una frontera fluida2 , en cuanto que los habitantes del
Valle de Sibundoy tenían referencias y manifestaciones culturales andinas y de selva
además de constituirse en comerciantes permanentes entre la zona andina y las tierras bajas
y en este sentido dicha frontera era además dinámica por cuanto el traslado permanente de
un lugar a otro, concretizaba la articulación territorial.
Durante la colonia, se hace evidente este tránsito permanente entre andes y selva llevado a
cabo por parte de los “sibundoyes” como consta en documentos del siglo XVIII, lo cual es
indicador de las permanencias o sobrevivencias del manejo territorial prehispánico. Los
españoles reconocen en los Sibundoyes a los mejores cargueros y guías de las expediciones,
y hacen referencias a su habilidad para el comercio.
Para mediados del siglo XVIII (175 1-52) se encontró una serie de documentación de
archivo en la que se evidencia este aspecto de su organización económica. Los misioneros
franciscanos que dependían de Quito, empiezan a solicitar su transferencia a Popayán,

1
A mediados de este siglo, se encontraban asentadas en la región del Putumayo y Caquetá, las misiones de los
franciscanos en el alto Caqueta y bajo Putumayo y las de los dominicos, en el Valle de Sibundoy. Las
misiones franciscanas de los ríos de Putumayo y Caquetá, comprendían, “la dilatada península que ciñen
desde el Valle de Mocoa, nombre que dio la ciudad antiguamente destruida por los indios andaquíes, hasta el
desemboque del primero, con nombre de Ica entre los portugueses, en el Marañón, alias entre los mismos
Certon, y del segundo hasta la entrada del río Grande de Guayaní” (Arcila Robledo:1953, 279). En 1595 el
Obispo López de Solís organizó en la Audiencia de Quito 80 doctrinas de dominicos, entre las cuales estaban
las de “Cibundoy” y “La Laguna” (Moreno Esas, 1990). Para 1640, el convento dominico de Pasto seguía
atendiendo las doctrinas de “Segundoy” y de “La Laguna” de las cuales se encuentra activa a mediados del
siglo XVIII la primera, y funciona tal vez hasta fines del mismo, puesto que “En las Actas de 1798, vemos
que los dominios han perdido todas las doctrinas, lo que sumió a los conventos en la más extrema pobreza,
por haber consumido o despilfarrado las haciendas y no tener los ingresos que los doctrineros percibían
(Medina, 1992:248-249).
2
Las fronteras fluidas, comunes entre sociedades equiparables en términos militares y políticos, se distinguen
por ser zonas de amortiguación en donde dos o más sociedades tienen referencias territoriales e históricas,
siendo generalmente centros comerciales” (Vargas, 1993:39).

64
teniendo como argumento aparente, evitar el enfrentamiento de los intereses españoles con
los de los colonizadores portugueses (A.C.C. Signaturas 9041, 9042 y 9045).3
Esta solicitud de transferencia, se hace explícita en los documentos a raíz del mandato que
hace el Gobernador de la Provincia de Popayán Antonio de Mola y Vinacorva, en el año de
1751 a los padres misioneros de San Francisco,
“sobre la abilitación del antiguo camino, por donde las ciudades de Popayán y
Almaguer, comerciaron con la de Mocoa (...) resive el comun utilidad i queda
impedido el comercio ilícito de los portugueses por el río Marañón” (A.C.C.
signatura 9041, fol.1). Ver Mapa No. 3.
En los documentos aparece mención específica a la “introducción de ropas de ilícito
comercio”, que consistía en que los indios de los pueblos de Sibundoy y Santiago se
internaban en las tierras del alto Caquetá a sacar hacia Pasto ropas traídas por los
portugueses a través del río Marañón e introducidas por al Putumayo al piedemonte. Este
asunto es debatido en el marco de la lucha por el dominio político y económico del
territorio amazónico por parte de las autoridades españolas.
Es así como, en el mes de julio de 1751, el Comisario General de la Caballería, Don
Thomás Miguel Salazar Santacruz, alférez real, regidor perpetuo y vecino encomendero de
la ciudad de San Juan de Pasto, debe poner en conocimiento de los habitantes de Sibundoy,
Mocoa y Sucumbíos, el decreto expedido por el virrey del Nuevo Reino en el que se le
ordena lo siguiente:
“Santa Fé, nueve de junio de mil y setecientos cincuenta y uno. Respecto de
hallarme informado que los indios de los pueblos de Sebondoy (sic) y Santiago,
entran a sacar ropa de ilícito comercio a la montaña inmediata, por donde no pueden
transitar bestias, cuya permisión de saca es en notable perjuicio, así de la Real
Hacienda como de los mismos indios que suelen peligrar en aquellas asperezas ,
ordeno y mando a Don Thomás Miguel de Santacruz encomendero de dichos
pueblos, cele y no permita que por ningún acontecimiento internen los referidos
indios en la expresada montaña, con apercibimiento de que será privado de su
encomienda y de que procederá a lo demás que haya lugar en caso de verificarse
dicha información y saca de ropas y este decreto sirva de bastante despacho
(A.G.N., Impuestos varios, Tomo 8, Folio 230r).

3
Es interesante señalar que la colonización portuguesa presenta diferencias con respecto a la española, tal
como lo ha analizado Llanos (1987:163): los portugueses -en contraposición a los españoles que llegan al
Amazonas desde la región andina-, penetran desde la desembocadura del Amazonas donde fundan en 1616, el
fuerte de Gurupá que se convertirá en Belem de Pará. De 1580 a 1640, mientras que los portugueses
estuvieron bajo el dominio español no se presentaron diferencias entre hispanos y lusitanos, situación que
cambia cuando Portugal se independiza de España, y las autoridades del Nuevo Reino de Granada y del Brasil
buscan la colonización de territorios amazónicos. Mientras se les asignan en 1685 a los franciscanos las
misiones de los ríos Coca, Caquetá y Putumayo, por su parte, las misiones del río Napo y del Amazonas, les
son consignadas a los padres de la Compañía de Jesús en 1689 (Montclar, 1924:8-9), quienes se convierten en
punta de lanza para la colonización portuguesa. Sobre las misiones jesuitas en el Amazonas, puede
consultarse al padre Francisco de Figueroa Relación de las Misiones de la Compañía de Jesüs en el País de
los Maynas (Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1904.

65
Hacer cumplir esta orden del Virrey, desata una polémica entre autoridades españolas,
encomenderos y curas doctrineros, que refleja conflictos de intereses entre éstas y permite
deducir la importancia de los grupos indígenas asentados en estas regiones de frontera, en
la estructuración de las relaciones de Intercambio andes-selva.

66
3.1 Los sibundoyes, cargueros con tradición de comerciantes

Al respecto de la orden recibida, Thomás Miguel Salazar Santacruz que a la vez es alférez
real, regidor y encomendero de la ciudad de Pasto, escribe:
“Señor: Puesto a los pies de vuestra excelencia con el acato debido, digo que en
cumplimiento del superior orden de vuestra excelencia que se me ha intimado he
practicado las diligencias que remito y a dar permiso a mi poca salud la fraguosidad
de la montaña, hubiera pasado en persona a ejecutarlas para obviar en cuanto fuere
de mi parte los daños de la Real Corona y el que se me atribuya a permisión lo que
ni a mi noticia llega, y como estos indios están distantes , así los de mi encomienda
como los demás que trafican estas montañas a que son inclinados, por tener en ellos
los intereses del oro que van a lavar; el del barnis que sacan y los bastimentos que
entran a las misiones de los padres de San Francisco y a las minas de Mocoa y
Sucumbías, y de allá salen otros en solicitud de víveres, me he valido del soberano
nombre de uestra excelencia para Prohibirles la internación por medio de los curas
doctrineros a quienes viven en el lodo sujetos” (A.G.N. 1751, Impuestos Varios,
Tomo 8 Folio 228r.)
Varias son las consideraciones que se desprenden de la cita anterior: en primera instancia,
se señalan los productos que se comercian desde Sibundoy a Mocoa: los habitantes del
valle de Sibundoy, eran los encargados de llevar productos agricolas producidos en la zona
andina, como es el caso de los granos que se cultivaban en el valle de Pasto, trigo, cebada y
maíz, despensa para las zonas mineras del alto Caquetá, y a cambio recibían oro, y barniz
entre otros.
Fray Juan de Santa Gertrudis (1756-76/1970:233-234) misionero franciscano en su crónica
“Maravillas de la Naturaleza” escrita entre 1756 y 1776, confirma esta actividad de los
sibundoyes al referirse a un camino que desde el piedemonte atraviesa la cordillera:
“De Mocoa a mano derecha hay un camino por aquella serranía toda de monte, y en
cuatro días se sale a un pueblo de unos indios llamados sibundoyes. Es curato de
padres dominicos y pertenece a la provincia de Quito. Estos indios son los que bajan
a nuestra misión y van a Condagua a coger la fruta del barniz, como llevo apuntado
y lo sacan a Pasto que dista otros cuatro días de Sibundoy. (...) Estos indios de
Mocoa andan ellos vestidos y lo pasan muy bien, porque al pie de la loma de Mocoa
pasa un río que viene desenmpeñando de aquellas serranías y es muy grande, que
para pasarlo se pasa con canoa. El hace muchísimo ruido y tal vez por esto lo llaman
Cascabel. Los indios a la margen catean mucho oro que él trae de las minas de
arriba, Y con ellos los indios sibundoyes les traen herramientas, ropa, carne y harina
de San Juan de Pasto”
En segundo lugar, Thomás Miguel Salazar Santacruz, se refiere a su encomienda de
“Sibundoy y Santiago en las montañas de Mocoa, Sucumbíos y San Juan” (fol.229r) y al
anotar que están inclinados a traficar estas montañas, se está explicitando que lo tienen
como costumbre, como tradición. Más adelante ordena no permitir “el paso a dichas
montañas (como acostumbran) indios de los tres pueblos de Putumayo, Laguna y

67
Buijaquillo” (fol.229r.) como salir de ellas a indios de los pueblos de Sucumbíos y del de
Mocoa o de los otros pueblos de los misioneros de la orden de San Francisco y se pretende
castigar la falta con 50 azotes a cada indio que continuara comerciando (fol. 229r).
Se hace evidente por otra parte, la forma como se organiza administrativamente el territorio
de piedemonte: el encomendero manda un comisionado por “no poder pasar en persona por
lo fragoso del tránsito que hay desde esta ciudad [San Juan de Pasto] hasta las montañas en
donde están situados dichos pueblos” (fol.229r) para que comunique lo anterior a “los
indios caciques, gobernadores, mandones, y los demás indios de dichos pueblos, el orden
de su excelencia que va inserto en auto de exhorto; que así mismo remito para el misionero
doctrinero como a quien solamente viven subordinados y sujetos dichos indios y por cuya
dirección salen de sus pueblos” (fol.229r).
Es muy claro en este aparte la calidad ausente del encomendero y su posición como
autoridad colonial, pues se trata de un cabildante, a la vez, y se confirma que la autoridad
real la ejercen el cura doctrinero y las autoridades indias en la región a quienes se les
responsabiliza de mandar a los indios a internarse a las montañas. En el documento se
señala el hecho de “no residir en los dichos pueblos de Sibundoy y Santiago ministro
alguno de justicia por lo fragoso del tránsito de páramos cenagosos y montañas que se
hallan de esta ciudad hasta los referidos pueblos” (fol. 230r)
Fray Fernando Vallexo, cura doctrinero de los pueblos de San Pablo y Santiago de
Sibundoy y San Andrés de Putu mayo, acepta aparentemente la orden y manifiesta “que
sólo ha dado gente para que entren tercios de mantenimiento para los reverendos padres
curas y misioneros de la religión de mi padre San Francisco que habitan en dichas
montañas y riberas del río Putumayo y para los negros que están en las minas de Caquetá y
Sucumbíos, quedando en lo presente advertido de no darles ni permitir vayan ni aún para
este efecto” (fol 23 ir).
Sinembargo, unos meses después la madre de Don Tomás Miguel Salazar Santacruz,
escribe dando noticia de que se ha contravenido la orden de su hijo y que ha sabido que se
han remitido 16 indios de Sibundoy a la Provincia de Mocoa, con el socorro de los padres
misioneros, hecho que constata su hijo quien procede a preguntarle al corregidor si “como
tal corregidor los llamó, los dio o se los pidieron” quien responde que no (A.G.N. Caciques
e Indios, Tomo 8, fol.222v)
Se cita entonces al síndico de misiones, Don Ramón de la Barrera y al mozo sirviente de los
padres misioneros, Joseph Sevilla para que declaren al respecto. Don Ramón de la Barrera
declara:
“que habrá tiempo de dos meses poco más o menos que al testigo se le confirió el
título de sindico de estas misiones de los religiosos seráficos del gran río Putumayo,
para cuyo ejercicio en providenciarla con los menesteres a su socorro solicitó indios
de peonaje de los pueblos de Santiago y Sibundoy como se acostumbra en esta
ciudad” (A.G.N. Caciques e Indios Tomo 6, fol.223v)
y que a pesar de conocer la orden, el ministro superior de la misión seráfica en la provincia
de Mocoa dijo que la orden del virrey:

68
“no comprendía la dicha misión y sí sólo otras conductas de comercio , y tenía
conseguida carta orden del capitán Santiago Rosero para que el cura actual del dicho
Sebondoy le mandase a esta ciudad los referidos indios para el ministerio dicho “
(fol. 224v.).
Se remitieron así 16 cargas con los 16 indios: “catorce tercios de mantenimiento, y dos más
de herramientas y tabaco en humo remitidas de Popayán por el padre Campino, ministro
superior de las misiones” (fol.223v), para ser entregadas en Mocoa.
Para 1785, se le ordena a Ramón de la Barrera, inspeccionar el camino que desde Pasto
permite la entrada al Amazonas por el río Putumayo, es decir, aquel que desde Pasto
pasando por Mocoa llega a Sucumbíos, con miras a “facilitar dos religiosos destinados por
esta parte [en el río Putumayo] con este objeto, todos los auxilios conducentes a su
subsistencia y al fomento de su importante comisión” (Boletín de Historia y Antigüedades,
Vol. 7 No. 80, 1911:490).
Ramón de la Barrera lo recorre y anota:
“Según queda referido, se ocupan trece días de camino por tierra; los nueve, de
jornadas regulares y los cuatro, se pueden regular como paseo, y son: el de la salida
de Pasto, el tránsito desde Santiago a Sebondoy, el de la marcha de este pueblo á
Chaquetes y el de la entrada a Caquetá [último pueblo de misión localizado en el
alto río Caquetá]. Un peón ágil y ligero, como chasqui, lo anda en seis días. Todos
el camino abierto, trillado y traqueado, así por algunos de Pasto, como por los
indios sebandayes, que van á lavar oro y á recoger y sacar barniz, peje, coco, cera
y espingo de aquellos ríos y montañas. En los citados dos pueblos de Sebondoy y en
el tercero más pequeño llamado Putumayo (por la inmediación al orígen del río de
este nombre), habitan cerca de doscientos indios tiibutarios, robustos, montaraces y
prontos á conducir cuantos tercios hubieren, por sólo la paga de ocho reales el peso
de cada arroba, de Pasto al Caquetá, y si pasan al citado puerto de Vichipayaca, se
les añade cuatro reales por cada tercio de tres a cuatro arrobas, que es lo regular que
carguen” (De la Barrera/1785/1911:492). Ver mapa No. 7.
¿Por qué se escoge a los indios sibundoyes como cargueros? Ha sido aceptado por
estudiosos de la colonia, que los misioneros debieron hacer uso de estructuras
organizacionales tradicionales indígenas c on el fin de someter y lograr que los indios
hicieran lo que ellos solicitaban. Se aprovecha aquello que les es útil y se rechaza lo que no
les sirve. Mi hipótesis es que la presencia efectiva y real del cura misionero en estas zonas
ásperas y difíciles en su acceso para ser habitadas por las autoridades españolas, aunado a la
permanente actitud de rebeldía frente a los misioneros de los habitantes de los alrededores
de Mocoa y a la tradición de comerciantes que car acterizó a los sibundoyes, hace que sean
éstos los que sean escogidos como cargueros. Esto se deduce de la vocación de
comerciantes que se les confiere reiterativamente en los documentos tanto de esta época
tardía como de épocas tempranas a los sibundoyes. Se puede afirmar que se trata de una
especialización de este grupo étnico que permanece a través del tiempo. En este sentido es
importante señalar que en la cita transcrita, Ramón de la Barrera menciona que el camino es
“traqueado por algunos Pasto, como por los indios sebon doyes”, lo cual parece indicar que

69
se está hablando tanto de los mindalaes, comerciantes especializados entre los pastos4 como
de los sibundoyes, grupo de piedemonte también especializado en comercio.
Al respecto es revelador el documento en el cual se discute la necesidad de rehabilitar el
camino de Popayán a Mocoa a raíz del mandato que hace el Gobernador de la Provincia de
Popayán Antonio de Mola y Vinacorva, en el año de 1752 a los padres misioneros de San
Francisco, en el cual se diferencia claramente a los mocoas y sucumbíos (indios de la
misión franciscana) de los sibundoyes (pertenecientes a la misión dominica):
“pues por el camino nuevamtente descubierto es impo sible comerciar con
portugueses, ni otro, aunque por el dicho Marañon se introdujesen al río Putumayo,
lo primero por lo que las ropas salen a ombros de yndios y todos los de la misión
son tan flojos en cargas que ninguno aunque les pagara mucho a conseguir que
cargen sobre sus hombros mas de media arroba y por esta experiencia los indios
que entraron a la misión a sacar la ropa desembarcada en el Río Putumayo, fueron
los del pueblo d e Sibundoi, doctrina de los padres de Santo Domingo, cercano a la
ciudad de Pasto, de la que estaba bien informado vuestro virrey del Nuevo Reino de
Granada don Joseph Pizarro, y por ello prohebió el que ninguno de estos yndios
entrasen y salieren cargando cosa alguna” (A.C.C. Signatura 9042).
Se hace explícita la preferencia que se tiene por los sibundoy como cargueros, por tener
experiencia en ello5 . Cipolletti (1988), Langdon (1981) y Seijas (1969), están de acuer do
en señalar el papel de los grupos indígenas del Valle de Sibundoy en la estructuración de
una red de intercambio entre los grupos de tierras altas y aquellos de tierras bajas.
Este patrón de intermediarios es característico de grupos de piedemonte, afirmación que se
sustenta si se tiene en cuenta que Oberem (1980) también lo muestra como característico de
los Quijos, grupo prehispánico del piedemonte ecuatoriano que para la mitad del siglo
XVIII eran los que establecían el comercio de productos de tierras altas con aquellos de
tierras bajas.

4
Al respecto de este grupo especializado en comercio es Frank Salomón en su libro Los Señores Etnicos de
Quito en la época de los Incas, editado por el Instituto Otavaleño de Antropología, 1980, en Ecuador, quien
los define: “Además de la gente común que venían a negociar, hubo un grupo élite de especialistas, llamados
mindalaes (...) Estas 26 unidades domésticas aunque pertenecían políticamente a Urin Chillo, no caían, dentro
de ninguna de las categorías políticas de su llajta: ni comunes, ni nobles ni serviciales. ni extranjeras. Ellos
eran numerados como un subsector separado que no tenía a ningún „principal‟ como su jefe; mas bien ellos
reconocían un primus inter pares, Domingo Nynaquiza, “mindalá que tiene a cargo los demás”. (Ibid; ver
también Espinoza 1975:389-390). Su conducta tributaria era diferente a la de los otros naturales, siendo ellos
exentos de los tributos coloniales pagables en trabajo o en productos ordinarios. Daban solamente oro. Ellos
conformaron un grupo indivisible arraigado en un distrito privilegiado de la ciudad inca. Dado que la
existencia de tal grupo en la sociedad inca no ha sido generalmente conocida, los mindalaes merecen una
mayor examinación” (Salomón, 1980:164).
5
En 1542, las leyes Nuevas ordenan: “Item mandamos que sobre el cargar de los dichos indios las Audiencias
tengan especial cuidado que no se carguen, o en caso que esto en algunas partes no se pueda excusar, sea de
tal manera, que de la carga inmoderada no se siga peligro en la vida, salud y conservación de los dichos indios
y que contra su voluntad dellos y sin se lo pagar, en ningún caso se permita que se puedan cargar, castigando
muy gravemente normal" al que lo contrario hiciere, y en esto no ha de haber remisión por respeto de persona
alguna” (Konetzke, 1953:218). A pesar de esta ordenanza de mediados del siglo XVI, se mantiene la
costumbre de cargar los indios hasta entrado el siglo XX, pues los viajeros eran cargados a hombros por los
pasos difíciles. Estamos frente a una estructura de larga duración.

70
No sólo llegaban al Alto Caquetá, sino que también transitaban la Provincia de los
Sucumbíos y de allí se desplazaban hacia el Bajo Putumayo, estableciéndose así un circuito
comercial que era posible a través de comerciantes especializados como los sibundoyes.
Sobre Ecija de los Sucumbíos señala Rumazo (1946:255)
A fines de Agosto de 1632 salieron del convento máximo de San Pablo de Quito
para la ciudad de Pasto, cinco religiosos(...) De Pasto pasaron a Ecija de los
Sucumbíos, a 30 leguas de camino, acompañados tan sólo de un indio intérprete de
nombre Qata; habiéndose embarcado en el puerto llamado Quebrada del Río,
después de dos días de navegación, salieron al Putumayo y „tomaron posesión de su
primer descubrimiento‟. Luego, al cabo de „200 leguas‟ de navegación arribaron a la
provincia de los Ceños, en donde el pueblo principal de los indígenas que quedaba
algo tierra adentro, fueron muy bien recibidos por los caciques Maroyo y Cogaya.
Catequizaron como un mes a los naturales , valiénd ose del intérprete, pero como
este se les huyera a Ecija, hubieron de regresarse los misioneros a Quito.
Este recorrido muestra la existencia de bocas de montaña que permitían la comunicación de
occidente con oriente.
Por Sucumbíos, perteneciente al gobierno de Pasto, se entraba a las misiones del Putumayo
y Gran Caquetá, tal como lo describe Juan Antonio Zelaya:

Al pueblo de Sucumbíos, distante de la ciudad de Pasto cosa de ocho jornadas,


sinembargo de ser el puerto o boca para tomar la montaña tiene malísimo camino,
sin permitir tránsito a caballerías de carga y se ejecuta a poca distancia de Pasto a
espaldas de hombres versados en este trabajo.
A los pueblos de la misión que tiene el Colegio de Propaganda Fide establecido en
esta ciudad, nominados la Concepción y San Diego, a este habrá de cinco a seis
jornadas de montaña conduciéndose a espaldas de hombres los mantenimientos, y
cuanto se entra para Sucumbíos. Al de La Concepción se baja por el río de San
Miguel en canoas pequeñas de una pieza, labradas o vaceadas (sic) de los troncos”
(“Informe sobre misiones de religiosos”, 1774, Trans cripción de Useche, 1989).
En el informe del viaje emprendido en 1778, por los presbíteros domiciliarios,
Ministros Jacovo Mairano de Frías y Miguel de Rivera, desde Pasto a la ciudad de
Nuestra Señora de Ecija de los Sucumbíos, describen tanto la entrada a dicha
ciudad como sus riquezas:
Que cuando emprendimos el viaje cada uno de por si reconocimos el mucho costo
que se ocasiona en la apertura de caminos transitables que facilitasen cómoda
entrada a dicha ciudad de Sucumbíos y sus circunferencias por las serranías,
peñascos y ríos que median el de Guamúes, impidiendo forzosamente en el tránsito
veinte y dos días de camino de a pie entre los cuales se incluyen dos de navegación
de la laguna que cae alas cabeceras de los Pueblos de Sebondoy, que de esta ciudad
a sus márgenes distan cinco leguas, de cuyo desagüe nace el expresado río
Guamués, y sigue su curso hasta unirse con el gran Putumayo, el que pasamos por
un puente flexible y levadiso que prestadamente la industria lo forma de una palma
71
por no haber otra comodidad. Y desde este sitio hasta la población de Sucumbíos
que se halla en los márgenes del río de San Miguel, el que nace de las Serranías de
la Provincia de los Pastos, Pueblos de Guaca y Cajamve (sic) jurisdicción de la Villa
de Ybarra, se ocupan tres días de camino, donde con nuestra llegada y residencia
reconocimos ser el terreno muy basto y dilatado, de suerte que se podía formar en él
crecidas Provincias adecuadas al servicio de ambas magestades, pues además de que
su fertilidad, sin beneficio ni cultivo alguno produce el bálsamo, la canela, el
espingo, el copa l, la bixa, el canine, la caraña, la sarza, el pexe, la cera blanca,
negra y colorada, la miel de abejas, el barnis, el lacre, la palma, el coco, el
chontaduro, el cacao, la baynilla ( si c) , las resinas otros muchos frutos de aprecio
por estas partes; con la operación del hombre se cosecha el maíz cuatro veces en el
año, la Caña de Castilla a los ocho meses, plátanos, arros, yucas y otros comestibles
en el más breve tiemp. Ofrece también la gran comodidad de laborear minerales de
oro, pues abundantemente hay y mantiene ese terruño, como el de Mocoa y para
prueba de esto experimentamos que en todas las ocasiones que crecían los ríos de
Aguarico, la Ber meja y el citado San Miguel, lo recogían los indios de sus playas
con mucha facilidad el que por experiencia práctica en el cuño de la ciudad de
Popayán, es de superiores quilates al de Barbacoas y Provincia del Chocó.
( A.G.N. Fondo Miscelánea, T.112, Fls. 99-100.)
En esta cita se señalan con detalle los productos que producen y se extraen de las tierras
bajas para ser objeto de comercio hacia las tierras altas, y que son trasladados de un lugar a
otro por los sibundoyes, como se constata, para la misma época (1775), en una de las
razones que aducen los sibundoyes —en un juicio de posesión de los terrenos de
Jachinchoy y Aguela Pamba situados entre la Hacienda la Jubanguana (Nariño) y el pueblo
de Sibundoy dentro de la montaña—, como prueba de su dominio del predio:
que los indios del pueblo de Sibundoy tienen activo comercio no sólo con Pasto sino
con la provincia de los pastos6 y que los objetos de tal comercio, por parte de ellos
consistía en la venta de manteca de cerdo, aves, maíz, huevos, tablas de cedro,
artesas, bateas, resinas, barnices, cera de palma y oro en polvo de que cambian
anualmente gran cantidad; que todo lo reducían a dinero con lo que tenían
sobradamente para pagar el tributo (Ortiz, 1935:233)
Se completa así el circuito comercial del cual hemos venido hablando, dentro del
cual se intercambian productos que se extraen de selva para llevar a la región andina
6
Las referencias documentales más tempranas, plantean que en los términos de la Villa de San Juan de Pasto,
existían cuatro provincias pobladas todas ellas de naturales. La primera, la de los pastos, era descrita como
sigue: es provincia fría y gente mal vestida y mísera. Hay en ella algunos señores y caciques y en ella le tomó
la nueva a Guaynacava de la entrada de los españoles por la mar del sur y della volvió a resistir su entrada.
Tienen los naturales de esta provincia mucho algodón y lo benefician y labran y hylan y tejen y hacen
cantidad de mantas que dan a sus encomenderos. Ansi mismo tienen algunas ovejas de las de Pirú. Ay gran
cantidad de venados y perdices mayores que las despaña y el mismo sabor, aunque difierenen el talle y
plumaje. Ansi tienen diversidad de frutas, cogen gran cantidad de mahyz y de papas que es su general
mantenimiento, en algunos valles templados cogen coca. Es gente que tiene trato y contrato, ansí en su
provincia como las demás. Es tierra toda mui doblada, su morada de los indios es en buhios de paja, apartados
unos de otros. No se a hallado en esta provincia minas de oro ni de plata hasta agora. Hay algunos caciques
convertidos a nuestra santa fe católica y que saben leer escribir y cantar. (Visita anónima de 1560. Archivo de
la Real Academia de Historia (Madrid) Relaciones Geográficas, 4661, 14-IX. En Tovar, 1988: 24-25)

72
y viceversa, además de aquellos característicos del Valle de Sibundoy como son las artesas
y bateas.
Ecija de los Sucumbíos -posteriormente llamado San Miguel de los Sucumbíos—,
se convirtió en escala y puerto de los franciscanos, para trasladarse del Putumayo al
Caquetá, aprovechando su situación de cercanía a los pueblos del oriente
ecuatoriano y del área andina, que le permitían sostener relaciones comerciales con
aquellos, lograr una mejor protección de los ataques indígenas y por consiguiente un
futuro como pueblo de misión más prometedor que el de Mocoa (Pineda,1992:85).
“Se concedió a San Miguel de Sucumbíos para escala y puerto de los franciscanos.
Ya abierto camino corriente de la del Putumayo a la del Caquetá y de esta a la
ciudad de Almaguer, por donde se ha principiado a tener comunicación y
correspondencia con los de dicha ciudad y los de Popayán, con la inspección que
dichos vecinos tienen de volver a establecer los Reales de Minas, que en la
provincia de Caquetá con adelantamiento de los Reales Haberes suelen
antiguamente estar corrientes”. (Alácano, 1948:150).

73
3.2 Implicaciones de la reapertura del antiguo camino Popayán-
Almaguer-Mocoa

En 1752, el franciscano fray Joseph de San Joaquín informa a su majestad sobre las
misiones de los ríos Caquetá y Putumayo y Sucumbíos:
Fray Eugenio Ibáñez Cuebas delegó en mí esta facultad como práctico de dichas
misiones y como tal es el más eficaz remedio que se me previno fue el de que se
emprendiese a descubrir el camino antiguo, por donde la ciudad de Mocoa de la que
solo ay algunos vestigios, comerciaban con esta (Popayán) i la de Almaguer, i
conseguido no necesitavan los padres misioneros, ni los yndios de su misión
comerciar con Pasto ni traficar su camino, quedando por este medio inútil (A.C.C.,
Signatura 9042).
La rehabilitación del camino, significa en primera instancia, un reconocimiento de caminos
antiguos transitados por indígenas del piedemonte, el cual entrelaza dos regiones —tierras
altas y bajas— para esta fecha delimitadas y aparentemente apartadas entre sí, pero que en
épocas prehispánicas tal vez no lo estaban, o por lo menos, eran objeto de intercambic o
permanente a través de la labor de indígenas especializados en esta actividad. Se
comunicaba así el Putumayo con el nororiente de Nariño y Cauca, sin pasar por Pasto,
bordeando la cordillera por el oriente.
En segunda instancia, se hace evidente el interés de reiniciar la explotación de oro en la
región de Mocoa y Sucumbíos, explotación que había sido suspendida por parte de los
españoles hacia la segunda mitad del siglo XVII, después de un relativo esplendor
económico (Llanos y Pineda Camacho, 1982). Esto se hace evidente cuando fray Joseph
comenta:
(...) sólo serán necesarios onze o doze días; i si abierto provocado los mineros de los
ricos minerales así de la misión como de los que tienen los muchos ríos que media
en el camino (...) en los ríos que median se podrán poblar las cuadrillas de negros
esclavos al fin de labrar los minerales de oro que tienen y que se hallan trabajando
por necesidad otros de poca subsistencia, con que quedaran los minerales
adelantados y por el consiguiente los reales quintos, i a vista de esta experiencia y
de que ya por la ciudad de Pasto no han de traficar los misioneros como antes a las
misiones si no por esta, con que queda quitada toda ocasión de que con pretexto de
introducir los alimentos a las misiones, se an deslizado algunos en compra de ropas
de ilícito comercio(...) (ACC signatura 9045, fol. 1v)
En tercer lugar, se pretende con ello suspender la ruta de comercio Pasto-Mocoa,
reconociéndose al señalarlo, que algunos indios con el pretexto de ser cargueros de los
misioneros, se han dedicado al “comercio ilícito”, lo cual implica el que por su cuenta y
riesgo comercian pues compran ropas que son llevadas hasta Pasto, anotación que
confirmaría lo hasta aquí señalado: la tradición de comerciantes de los grupos de
piedemonte.

74
Entre los franciscanos se desata una polémica al respecto de la reapertura del camino: Fray
Juan de Santa Gertrudis (1756-76/1970, Tomo 11:45) se manifiesta en contra de la idea del
Padre Comisario de “abrir camino y poner trajín de bestias en este monte”, por cuanto:
no era al fin del beneficio para la misión y alivio de los Padres conversores como
decía, sino movido de codicia e influído de los popayaneses, para beneficio de las
minas que intentaban cavar. Hice juntamente juicio del daño gra vísimo que de ello
había de resultar a las conversiones, porque lo natural sería sacar de los pueblos del
Putumayo la gente para trabajar las minas, y como la codicia no venera otro dios
más que el oro, atropellarían con la gente de los pueblos ya conversos, y se perdía
todo, y que este daño era irremediable, porque los Padres del colegio, entonces
estaban queriendo fabricar de nuevo un colegio, y por ello muy dependientes de los
gamonales de Popayán, y por este respecto serían los que más acalorarían la fábrica
de las minas, mirando que del oro que se sacase, se había de fabricar su colegio. Y
por este interés les facilitarían sacar del Putumayo indios, ya fuesen cristiano o
gentiles; y una vez que esto cobrase cuerpo, era del todo irremediable. Porque si los
Padres, viendo el destrozo y daño que se hacía a las conversiones, lo quisiesen
estorbar o oponerse a ello, se conspiraría todo Popayán contra el colegio, cesarían
las limosnas y con ellas la fábrica del colegio y la manutención también. Y se
atravesarían también, que como el Rey tira el quinto del oro que de las minas se
saca al intentar estorbarlo, los oficiales reales con la conveniencia de los reales
intereses, clamarían contra del colegio y a esto se añadiría el interés de los
interesados en la nueva casa de moneda recién fundada en Popayán, en donde por
preciso había de ir a dar todo el oro que en Caquetá se sacase en estas minas. Y
como se miraría conveniente a toda la provincia, lo habían de acalorar con todo
cuidado
Se hace evidente la dicotomía que se establece entre los misioneros y las jerarquías
religiosas, cuando señala Santa Gertrudis cómo hay intereses del Colegio de Franciscanos
de construir un convento en Popayán para lo cual requieren e apoyo, y por consiguiente una
alianza con los notables de la ciudad, en detrimento de los grupos indígenas de la región de
piedemonte que se verían sujetos a traslados permanentes no sólo intraregionalmente, sino
también interregionalmente pues serían susceptibles de ser llevados a trabajar las minas de
la región de Almaguer y Popayán. Además, los franciscanos se verían obligados a defender
los intereses del Rey, por la cual no podrían impedir el mal trato a los indios so pena de que
los oficiales reales se fueran contra ellos, situación que se cumpliría para el caso de los
mineros de Popayán. Se constata una vez más que los curas misioneros se encuentran al
servicio de los intereses de las autoridades españolas, tanto los que tienen sede en las
ciudades como los misioneros de las doctrinas.
¿Qué motivos tenía fray Juan de Santa Gertrudis para defender a los indígenas, e irse contra
el Comisario de misiones? Santa Gertrudis como misionero español que era, entra en
contradicción con los padres conversores criollos, uno de cuyos representantes era el
Comisario Barrutieta, residente en Santa Rosa, como se deduce del temor que le tenían los
sibundoyes:
el padre Barrutieta no quiere que los indios de Sibun doy entremos en el territorio de
la misión porque no quiere que enseñemos el camino a los Padres chapetones para ir

75
a Pasto. Y dijo también que topando algún indio sibundoy dentro de la tierra de la
misión, lo había de azotar (Santa Gertrudis, 1756-76/1970, Tomo II:63) .
Para Santa Gertrudis (1756-76/1970, Tomo II:28-29) el convento debía estar en Pasto, por
cuanto “de Caquetá hasta Sibundoy tomando el camino por Santa Clara de Mocoa hay sólo
seis días de camino, y de estos seis, los dos que hay de Mocoa a Caquetá es tierra llana” ,
de manera que lo que se debería hacer era abrirlo y arreglarlo para que entraran bestias,
señalando como es continuamente transitado por los sibudoyes:
Y es cosa natural que más presto, con más facilidad y con menos costo se habían de
poner corriente estos cuatro días, mayormente estando ya camino hecho de todos los
días, que lo tienen trillado los indios sibundoyes entrando y saliendo a Mocoa todo
el año, que no querer el Comisario, sólo por su capricho, emprender abrir camino
por Almaguer, habiendo veinte y dos días de Almaguer a Caquetá, camino más
fragoso y doblado (Ver Mapa No. 7.)
Santa Gertrudis (1756-76/1970:29) insiste en que por tratarse de “criollos de la tierra”, los
Padres del colegio buscaban con su propuesta de pertenecer a Popayán el poder quitar al
Padre Comisario grandes partidas correspondientes a la labor de los padres conversores
“con la excusa de que el colegio es pobre y tiene necesidad”. Es evidente el conflicto de
intereses entre los padres “chapetones” de los que hablaban los sibundoyes y los “criollos
de la tierra” aquí señalados.
Los franciscanos emprenden entonces, “el descubrimiento del camino antiguo por donde
esta ciudad [Popayán] y Almaguer, comerciaban con los habitantes de Mocoa,
introduciéndoles lo que necesitaban que recibían y pagaban en oro de las minas que
trabajaban el que se había enmontado por defecto de su tráfico que cezó con la destrucción
de Mocoa, demolida por los yndios bárbaros (A.C.C. Signatura 9045)” y buscan establecer
cuánto se demoraría un misionero “en su cabalgadura” recorriéndolo.
Friede (1967:34), describe este camino que comunica al piedemonte con Huila y
específicamente con San Agustín:
Desde San Agustín, un camino de herradura sube hasta el nacimiento del
Magdalena, atraviesa el Valle de las Papas y sigue a Santa Rosa en el Alto Caquetá
(3 días de viaje) . Siguiendo una trocha que pronto habrá de convertirse en un
camino de herradura , se llega a pie, bordendo el Caquetá a Mocoa (4 días). (Ver
Mapa No. 7.)
Es a través de fray Juan de Santa Gertrudis (1756-76/1970) quien transita el camino desde
Almaguer a Mocoa y describe paso a paso los pueblos que encuentra, como se puede dar
una idea del mismo: desde Almaguer llega en un día de camino a El Pongo, desde donde se
gastan 4 días para llegar a Santa Rosa y anota:
(…)desde la entrada hasta llegar es páramo (...) De Santa Rosa para adelante no
pueden entrar bestias, porque es todo tierra muy doblada, y tan áspera que lo dicho
hasta aquí es nada a competencia de lo que queda hasta el embarcadero del río
Putumayo, para donde íbamos encaminados (...) De ahí empieza serranía, y como no
hay camino es menester seguir y no perder de vista a los indios que nos guiaban,

76
que son baqueanos. Baqueano llaman a uno que conozca por el rastro que no va
desviado, porque conoce la tierra. Ellos como se han criado en el monte, tienen sus
señas para no perderse. Ellos al mismo tiempo son como cabras monteses, que por
cualquier barranco enderezan y como era preciso seguir sus huellas, era preciso
subir y bajar como pudieres. (Santa Gertrudis, /1 756- 1776/1970, Tomo I:198-217).
Desde Santa Rosa a Pueblo Viejo hay cuatro jornadas de camino; éste último se encuentra
en un llano, cruzan un río que llaman el de Pueblo Viejo y a los tres días llegan a San José.
Del pueblo de San José al de Santa Clara de Mocoa hay cinco días de camino; a los tres
días de camino llega al pie de un cerro que llaman Junguilla [hoy Yunguillo], que es donde
se cría la fruta del barniz y por los cerros que se encuentran a la izquierda pasa el río
Condagua. A los dos días llega a Santa Clara de Mocoa y señala cómo se trata de una nueva
fundación por cuanto la antigua ciudad de Mocoa se encontraba localizada en unas lomas 2
leguas arriba. Pasando el río Cascabel hay dos días de camino hasta el pueblo de Caquetá:
“A cosa de un par de leguas de Mocoa se acaba la serranía y entra tierra toda llana,
pero toda monte (...) El otro día llegamos a Caquetá que es el último pueblo del
monte"
Del pueblo de Caquetá llega a San Diego, el primer pueblo del río Putumayo; al tercer día
de navegación llega al pueblo de Santa Cruz y siguiendo el curso del río Putumayo llega a
La Concepción (Ver Mapa No. 7), y anota:
Este Fr. José Carvo se ha dado maña y todos los días recoge mucho cacao, de que
abunda mucho el monte y es de quien lo coge, porque Dios los sembró allí. Seca
también algún pescado y recoge también algunos quintales de cera blanca, de que
también abunda el monte; y todo esto lo manda a Caquetá y de allí los indios
sibundoyes ya citados, se lo sacan cargado a espaldas a Pasto, en donde tiene su
correspondencia y con el producto que da, pagados a estos sibundoyes el flete, de
Pasto se apera de lo más necesita el pueblo (Santa Gertrudis /1756-76/1970:261).
Caquetá, “el último pueblos del monte”, se torna en centro comercial de encuentro de los
productos de selva y de la región andina, cumpliéndose la característica primordial de una
frontera fluida. Los sibundoyes, cargueros y/o comerciantes tradicionales cumplieron un
papel fundamental en el establecimiento de un mercado regional desde Pasto hasta Caquetá
y Sucumbíos y de Caquetá pasando por Mocoa, hasta Almaguer. Eran los conocedores de la
montaña, acostumbrádos a transitarla y por consiguiente, se convirtieron en los mejores
baquianos para los misioneros, residentes en la zona.

77
3.3 Descripción de los caminos Pasto-Valle de sibundoy-Mocoa y Pasto-
Mocoa vía río Guamués

¿Cómo eran estos caminos “trillados” o transitados de manera permanente por parte de los
comerciantes y cargueros sibundoyes, según los misioneros y viajeros? Es interesante leer
las descripciones detalladas que viajeros de fines del siglo XIX y principios del XX hacen
al recorrer los caminos de piedemonte amazónico, por cuanto se hace evidente cómo un
mismo territorio es aprehendido de forma diferente a partir de referentes culturales
distintos:
Fray Fidel de Montclar (1924), recopila datos relativos los trabajos apostólicos de los
primeros doctrineros, desde el año de 1632 hasta 1905, año en que se creó la Prefectura
Apostólica del Caquetá y aún para principios del siglo XX comenta:
Era empresa verdaderamente arriesgada la de emprender un viaje a través de la
región del Putumayo, cuando a principios del presente siglo entró el actual Prelado
del territono. Una casi infranqueable barrera de altísimas montañas separaba del
resto de Colombia el vasto territorio. Si algún aventurero celoso misionero se
resolvía a salvar los obstáculos que la naturaleza había acumulado, no lo lograba
sino con grandes sacrificios y exponiendo con frecuencia la propia vida. La senda
que comunicaba aquel mundo salvaje con el civilizado era lo más original y
horroroso que pueda uno imaginarse; diríase que algún espíritu maléfico se había
entretenido en distribuir precipicios y despeñaderos para impedir la entrada en
aquellas soledades, donde el salvajismo vegetaba a sus anchas.
El camino para llegar a Mocoa era ni más ni menos que una serie de despeñaderos
por los que había que trepar agarrándose de las raíces de los árboles y afianzando la
punta de los pies en las hendiduras de las peñas, con peligro a cada momento de
rodar al abismo; lo dicho sin tener en cuenta el temible páramo de Bordoncillo, a la
altura de 4.000 mts. por donde había que pasar forzosamente, a través de una
ciénaga con agua hasta la rodilla y en una temperatura glacial. Aquí, fuertes
huracanes mezclados con agua azotaban violentamente el rostro del viajero,
haciendo en extremo dificultosa esa marcha obligada por aquel trayecto, que no se
salvaba con menos de seis horas de terrible sufrimiento; en esos lugares perecían
todos los años algunos atrevidos viajeros, víctimas de su arrojo (Montclar, 1924:19)
El camino al cual se refiere Montclar implicaba la travesía por el Páramo de Bordoncillo
cuyas inclemencias son objeto de dramáticas descripciones no sólo por parte de misioneros,
sino de científicos y comerciantes, tal como se puede ver a continuación.
Edouard André, botánico y periodista, hacia 1876 remontó este camino en busca de
especies vegetales y así lo describe:
En tres horas de cabalgar, llegamos a La Laguna, pueblo indio situado al pie de la
cordillera (...) estábamos dispuestos a emprender la ascensión del Tábano; nuestro
equipo era en extremo pintoresco (...) nos enroscamos la ruana a la cintura y
reemplazamos los pantalones por un taparrabos y sujeto el sombrero con una

78
carrilera, el afilado machete colgado del cinto, y empuñando un palo de seis pies,
parecido al alpenstock, seguimos al principio unos senderos practicados entre una
espesa capa de lodo negro procedente del humus descompuesto por las lluvias.
Encharcados hasta media pierna, conservábamos el equilibrio con ayuda del bastón;
no sucedía así en las bajadas (...) donde los resbalones y caídas se sucedían sin
interrupción y en menos de una hora quedamos convertidos en una colección de
seres informes y chorreando agua. De los trajes desgarrados por las zarzas no
quedaban más que guiñapos y estos desaparecían bajo el lodo; algún tiempo
después, las alpargatas yacían en el fondo de los pantanos; marchábamos descalzos,
primero en fila y luego dispersos por las dificultades del camino y campando cada
uno por sus respetos. Fácil será comprender la pena con que herborizaba en
semejante situación; recogí sinembargo, algunas especies interesantes o nuevas.
Y aún esta primera prueba era un grano de anís: llegamos por fin al verdadero
camino de los monos, donde la vegetación nos atajaba el paso obstinadamente. Sin
separarnos un instante de las huellas de los indios mocoas que atraviesan aquellos
bosques, comenzamos a trepar con ardor y perseverancia, sirviéndonos para avanzar
más de las manos que de los pies (...) Llegados a la altura de unos 3.200 mts., tomó
el camino el aspecto de un cañón comprimido entre dos verticales muros de arena
de muchos metros de elevación, cubierto enteramente por un enmarañado tejido de
ramas y raíces que le daban el aspecto de una verdadera catacumba natural y por
donde los indios se lanzan sin temor alguno llamándolo, no sé porqué el perro
carancho. A la entrada de este caprichoso subterráneo se ve un pequeño nicho
abierto en el muro de la derecha que cobija unas pequeñas cruces de palo, en forma
de exvoto por lo cual toma el nombre de Las crucitas (...) Continuando nuestra
marcha de raíz en raíz y de cenagal a cenagal, nos detuvimos, al cabo de cuatro
horas de violento ejercicio, punto culminante desde donde se divisa el magnífico
panorama de La Cocha.(...) Mientras descansábamos contemplando este soberbio
paisaje, dos indias mocoas aparecieron entre las rocas del camino que desciende a
La Cocha y se detuvieron asombradas quizás de que unos hombres blancos se
hubiesen atrevido a penetrar en sus dominios (...) La más jóven nos dijo que tenía
veinte años y que con su madre hacían el oficio de cargueras; es decir, que llevaban
periódicamente a Pasto por los caminos que acabamos de describir, barniz, mopa-
mopa, zarzaparrilla, tinturas, hamacas y otros objetos recogidos o fabricados por sus
compatricios de tierras calientes. (André, 1884: 759-762).
En 1874, Rafael Reyes parte desde la ciudad de Pasto a explorar los ríos Putumayo y
Caquetá con miras a ubicar zonas para la explotación de quina y narra:
Organicé una expedición con cargueros para llegar a Mocoa. Partí de Pasto el 5 de
febrero de 1874 con diez de éstos calzando alpargatas, con corto pantalón de lana
hasta arriba del muslo y llevé provisiones para varios días. De Pasto se va a caballo
hasta el pueblo de indios de La Laguna, que queda en el extremo oriental del
plateau. De allí se penetra ya en las soledades de la masa de aquella cordillera; se

79
asciende por ella por precipicios , lodazales y rocas hasta llegar a la región del
páramo descrita en la exploración de Tajumbina7.
En este páramo [de Bordoncillo] que es más frío que el de Tajumbina, se repitieron los
trabajos y sufrimientos de aquella expedición. De la cima de él y cuando ya principia una
vegetación rastrera de plantas semejantes al mangle, se desciende por una montaña
sumamente abrupta a un vallecito llamado Sibundoy, habitado por indios descendientes de
los incas del Perú y el Ecuador, que hablan su idioma y que habitan en un caserío llamado
Santiago. A distancia de unas dos leguas de éste hay otro caserío llamado Sibundoy,
habitado por indios chibchas descendientes de los de la Sabana de Bogotá (Reyes,
1986:109) .
Es a partir de estas descripciones como se pueden explicar los diferentes testimonios de los
testigos entrevistados por García de Valverde (1570) que coinciden en señalar —al referirse
a los habitantes de Cigundoy—, que “no tienen trato ny contrato con otros yndios porque
están cercados de muchas montañas (fol. 207v. y 216r.), percepción que se mantiene a
través de los siglos y que conlleva la desarticulación y ruptura de un territorio que para los
grupos prehispánicos conformaba una unidad de opuestos complementarios (andes-selva),
mediados por el piedemonte. Estas montañas no fueron obstáculo para que los indígenas
establecieran relaciones comerciales y culturales.
Existía una segunda alternativa para llegar a Mocoa, que evitaba el paso a través del Valle
de Sibundoy y era bastante utilizada por los indígenas, camino reseñado para finales del
Siglo XIX y principios del XX por Miguel Triana (1950), cuando se estaba proyectando la
construcción de la carretera Pasto-Mocoa por parte de los capuchinos asentados en el Valle
de Sibundoy, quienes ya habían realizado algunas obras en este sentido. Es así como el
citado ingeniero lo recorrió con miras a establecer por dónde debía seguirse abriendo la
carretera. (Ver mapa No. 8).
De Pasto a La Laguna llegó por la misma vía de los viajeros ya citados. Una vez en La
Cocha, encontró el Peñón de La Corota a donde se dirigió la expedición a pernoctar, para lo

7
Al referirse a la excursión de las montañas de Tajumbina, cerca de la Cruz (nororiente de Nariño), con una
altura sobre el nivel del mar de 4.000 mts., describe así el paisaje y las dificultades que atraviesan: “En esas
alturas no hay arbustos, ni insectos, ni pájaros; son lo que llaman páramos y punas en Bolivia y Perú. No hay
otras plantas que el frailejón, que tiene la forma de una columna redonda hasta de tres metros de altura y de
cuarenta centímetros de diámetro, cubiertos de una especie de lana vegetal en formas de hoja, que desarrolla
mucho calor; en la parte superior tiene varias hojas largas y aterciopeladas, parecidas a las orejas de los asnos.
Hay una paja cubierta de espinas llamada achupaya que corta los pies y las piernas. El piso en algunas partes
es movedizo por el agua estancada debajo de él. Al caminar se mueve a distancia de varios metros y algunas
veces se hunde uno en él y es difícil sacar los pies. La extensión de estas soledades forma horizonte (...) Dos
días vagamos guiados por la brújula y siguiendo rumbo al norte por aquellas frías e inmensas soledades en
donde hay neblinas tan espesas como las de Londres en el mes de noviembre. Al acabar de atravesarlas
encontramos una vegetación cubierta de musgo y en la que las raíces de los árboles se entrelazaban tan
intrincadamente las unas de las otras como los manglares en las costas tropicales del mar; impiden de tal
manera el paso que es preciso cortarlas con un machete. Debajo de ellas hay profundidades en donde hay
restos de vegetación mezclada con lodo en que uno se hunde. (...) es tan difícil avanzar por esta zona que en
un día no se puede andar más de quince kilómetros. La marcha la hacíamos yendo adelante Abel Cerón, quien
con el machete abría el camino, cuya dirección la marcaba yo con la brújula. Cada dos horas se turnaba con
alguno de los compañeros. Yo también hacía mi turno en el cansado y duro trabajo de macheteros que es el
que se da al que lo hace. Caminábamos en fila, a la moda indígena (Reyes, 1986:78).

80
cual siguieron la orilla del río Encano al embarcadero situado a medio legua de camino. De
la Corota continuaron hacia Santa Lucía, caserío localizado en el extremo sur del lago, al
pie del bosque paramuno.
Continúa Triana describiendo su viaje:

81
CONCLUSIONES

Como hipótesis que se desprende del presente trabajo, considero que en el piedemonte se
sintetizó el mundo andino y el selvático, dando lugar a la convivencia de grupos de
diferentes orígenes con sus respectivas autoridades y estructuras organizacionales que en el
caso del Valle de Sibundoy (habitado por Ingas y Kamsás) se comportaban como
mitades1 a pesar de tratarse de grupos lingüísticos diferenciados, por ser complementarios
en su estructura organizacional y a su vez, jugaban un papel fundamental en el
establecimiento de intercambios y alianzas con los grupos andinos y selváticos.
Frente a los españoles,, los grupos que habitaron el Valle de Sibundoy específicamente, se
unificaron y así fueron vistos por los españoles como los “Sibundoyes”, pero al interior
mantuvieron su diferenciación: la movilidad de los grupos de habla quechua asentados a lo
largo del Alto Caquetá y Putumayo, así como hacia el piedemonte ecuatoriano, frente a la
estabilidad de los grupos Quillacinga o Kamsá, permite suponer que los Inga eran los
comerciantes especializados; el ser hablantes del quechua, es otro indicador, por cuanto se
trataba de una lengua general, ampliamente difundida tanto en época prehispánica como en
la colonia, que les permitía entrar en contacto con diversos grupos indígenas.
A partir de la utilización de fuentes secundarias, primarias, de tradición oral, etnográficas,
arqueológicas y lingüísticas, se hizo un balance que permite aclarar la naturaleza del
poblamiento en la zona objeto de estudio, resaltando la importancia de entender el porqué
de la presencia quechua en la región. Se ha planteado también la diversidad y la
complejidad de las relaciones que se han establecido entre los grupos étnicos de selva con
aquellos de la zona andina.
Son los grupos de piedemonte los que dan sentido a la relación andes-selva en la que se ha
insistido y se puede afirmar que son el enlace, los estructuradores, los intermediarios, por
cuanto es el piedemonte el corredor obligado entre estas dos regiones. Al respecto es
indicador el que hoy en día en el Valle de Sibundoy, los grupos indígenas que allí habitan
compartan rasgos culturales propios de los grupos de selva tropical y de los grupos andinos
y que mantengan relaciones comerciales permanentes con una y otra zona.
Se ha establecido un circuito comercial por el cual transitaban los sibundoyes que
comprende los siguientes trayectos:
En primer lugar, estaba el que comunicaba al Valle de Sibundoy con Pasto y Mocoa (así
como con los asentamientos ingas en el Alto Caquetá), encontrándose el Valle en medio de
estas dos localidades.

1
Se trata de organizaciones duales en las cuales se presenta una «división de un grupo en dos mitades que
ocupan posiciones ideológicas complementaras (Bien/Mal, Cielo/Tierra, Aguas aruba/Aguas abajo, etc.) y
frecuentemente divisiones complementarias de poderes (jefe secular/jefe religioso), generalmente suele
asociarse con la exogamia” (Buchler,1982:1 33-134).

82
En segundo lugar, el camino que comunicaba a Mocoa con Almaguer (Popayán) llegando
hasta San Agustín (Huila) pasando por las localidades de Condagua, Yunguillo y Santa
Rosa en el Alto Caquetá.
En tercer lugar, el camino que se desprendía de Mocoa pasaba por Caquetá “el último
pueblo del monte” sobre el río de este nombre. Se concreta así un trayecto transversal que
atraviesa la montaña para poner en contacto los Andes y las tierras bajas a través del
tránsito permanente de este territorio por parte de los habitantes del piedemonte. El trayecto
de Mocoa a Almaguer es de orden longitudinal al bordear la cordillera para llegar al Cauca.
El circuito se cierra al tenerse en cuenta el camino que de Pasto llegaba a Sucumbíos sobre
el río San Miguel. Se completa así el circuito comercial del cual hemos venido hablando,
dentro del cual se intercambian productos que se extraen de selva para llevar a la región
andina y viceversa.
Mientras los grupos prehispánicos del piedemonte instauraron una frontera fluida, durante
la colonia se evidencia la desarticulación de los andes con respecto a las tierras bajas. Las
permanencias en el manejo del territorio por parte de los grupos indígenas actuales,
permitieron explorar la existencia de una concepción espacial propia del mundo
prehispánico, integradora de los andes y la selva. En contraposición, atravesar las montañas
para llegar a las tierras llanas de selva, fue considerado por los españoles como una
empresa titánica. Se cumple para el piedemonte colombiano, lo que anotan para el caso
ecuatoriano Renard-Casevitz, Saignes y Taylor (1988:208):
“El corte físico y cultural entre ambas zonas llegará a ser tan profundo que los
colonos españoles arrojados en el piedemonte por el gran movimiento inicial de
penetración en la selva, quedarán más aislados de los centros andinos que nunca lo
fueron las poblaciones selváticas prehispánicas.”
Por otra parte se señaló que los encomenderos vivían en Pasto y eran entonces los curas
doctrineros y las autoridades indias quienes ejercían la autoridad, hecho que se hace
extensivo a otros pueblos de la región de piedemonte: Fray Jerónimo de Escobar
(/1582/1983:294) al referirse al pueblo de Mocoa, dice:
“Está el pueblo arrimado a unas montañas fuera de camino, de suerte que para entrar
allí es menester gran trabajo. Aquí en este lugar pone justicia el gobernador de
Popayán y cura el obispo de Quito (...) este dicho pueblo de Agreda no va en
aumento, antes espanta como nadie quiere estar allí, porque como está la tierra
adentro, no hay trato de comunicación y con el cebo de aquel oro que sacan, que
serán diez mil pesos cada año de a veintitrés quilates, con eso se sustentan y tienen
su cura y escribano, que pasan todos harta miseria” .
Se insiste tanto en la dificultad de acceder a Mocoa desde la zona andina, como en el hecho
de que “nadie quiere estar allí”. Mocoa se constituyó en centro de confluencia de los
diferentes caminos aquí reseñados. Desde allí partían y llegaban los sibundoyes en su
transitar haciendo labor de intermediarios, de forma que desde su perspectiva, Mocoa no
aparece desligado de la zona andina.

83
Por otra parte, vale la pena tener en cuenta que el hecho de que las autoridades españolas no
se asentaron en forma permanente en el piedemonte y en las tierras bajas, hizo que las
etnias pudieran resistir y permanecieran algunas de las tradiciones socio-culturales. Los
grupos indígenas se resistieron a la conquista tanto de forma activa, a través de
enfrentamientos con los misioneros y autoridades españolas, como pasiva, a través del
aferramiento a tradiciones culturales que permanecen y que les permite sobrevivir como
grupo étnico: se trata de la actividad comercial y del curanderismo y la brujería. Ser
“salvaje”, “indómito” y no bautizado (auca), es afirmarse como indio, como conocedor de
tradiciones a las cuales le teme el blanco. Su situación de frontera, hace que estos grupos
indígenas participen del régimen español pero a la vez no son sometidos totalmente y aún
más, son temidos.
El ausentismo de los encomenderos explica el que la encomienda en esta zona se mantenga
hasta fines del siglo XVIII, situación que no se cumple para la zona andina, donde
desaparece en el siglo XVII por cuanto se hace indispensable ser propietarios no sólo de la
fuerza de trabajo sino también de la tierra. En el piedemonte continúa siendo importante el
adoctrinamiento por una parte y la utilización de mano de obra por otra, ya sea dentro del
piedemonte para la generación del tributo o fuera de éste para el cumplimiento de la mita en
otras regiones mineras2. Para los siglos XVI, XVII y principios del XVIII, la minería con
las formas de trabajo compulsivas que la caracterizaron, ha sido considerada como el factor
desestructurador del territorio y de las relaciones socio-culturales anotadas. El traslado de
población fue permanente durante estos siglos, como se demostró al analizar
cómo funcionaba la mita minera en la región. Sin embargo, la alta movilidad de la
población prehispánica del piedemonte, permitió que la población sobreviviera, haciendo
uso de tradiciones culturales propias altamente adaptativas.
El piedemonte amazónico, con sus diversos asentamientos hasta aquí señalados, se torna así
en un territorio de frontera cuya característica primordial como tal, es el de no ser ni
independiente de los colonizadores españoles ni tampoco sujeto en forma permanente. Se
cumple entonces, el carácter ambivalente de una frontera: se presentan manifestaciones
estructurales contradictorias, pero a la vez complementarias.
La dualidad manifestación de la ambivalencia del piedemonte
Se ha establecido una relación tripartita andes-piedemonte-selva, en el manejo territorial del
suroccidente, en la cual los habitantes del piedemonte, —constituido en zona de frontera—
han sido desde épocas prehispánicas los mediadores y estructuradores de la misma. Como
resultado de esta intermediación, en el piedemonte se encuentran formas de apropiación

2
Es en este sentido que va la anotación que hacen Renard-Casevitz, Saignes y Taylor (1988:210) sobre el
oriente ecuatoriano: « El asunto merece cuanto mis atención que la implantación colonial en la montaña y los
mecanismos utilizados para explotar a sus moradores reflejan directamente Instituciones y comportamientos
desarrollados durante la „fase caribe‟. Esta implementación perpetúa así, durante largo tiempo, formas
arcaicas que van desapareciendo en las tierras altas en el mismo momento en que fijan abajo; es el caso
especialmente de la encomienda—especialistas en la historia colonial lo subrayaban recientemente (Lockhart
y Schwartz, 1984)— ya que esta institución permanecerá hasta el siglo XVIII en Amazonia, lo que fue
durante los primeros años del siglo XVI en Hispañola, a saber una especie de esclavitud reglamentada, basada
en la captación de mano de obra mis bien que en la extracción de tributo”.

84
territorial duales que tienen su origen en oposiciones que se alimentan por los intercambios
comerciales hasta aqui señalados.
Es por su condición de mediadores como los grupos habitantes del piedemonte van a
presentar rasgos culturales andinos (como es el caso del dualismo en su organización socio-
política) así como selváticos (v.gr. participar del complejo cultural del yajé):
“El modelo que organiza la identidad inca en la oposición de las mitades
Arriba/Abajo concernía al Cuzco, a su valle y a su sierra. Por extensión y el escudo
Inca lo recuerda, parece haberse desarrollado hasta oponer la Sierra a la Selva, los
Incas a los Anti (y no a los Cuntisuyu que su huaca asocia a lo Antisuyu) (...)
Mientras el modelo que agota sus posibilidades lógicas, se alarga en la vertiente,
parece asignarse fronteras laterales(...) Así, el modelo representativo conecta en la
verticalidad lo que políticamente no está dominado y separa en el horizontal, por el
hecho de la jerarquización social imperial, lo que está conquistado” (Renard-
Casevitz, Saignes y Taylor, 1988: 203).
Renard-Casevitz, Saignes y Taylor (1988), analizando el piedemonte ecuatoriano, están
apuntando a un hecho fundamental para tener en cuenta: los modelos incas fueron
compartidos con grupos de tierras bajas y sociedades intermedias que pertenecían al mundo
amazónico pero que a la vez, se encontraban en permanente contacto con un mundo andino
que en ocasiones buscó asimilarlas e incorporarlas a su dominio. Los grupos andinos
prehispánicos frente a los grupos de selva parecen comportarse como opuestos
complementarios, definiéndose en función de la existencia de los otros y tendiendo a un
equilibrio que en muchas ocasiones era inestable.
Es importante tener presente además, que el dualismo tiene diferentes manifestaciones tal
como se ha señalado para grupos prehispánicos como los muiscas, los awa y tunebos entre
otros (Lleras, 1992) que se deben tener en cuenta para determinar cómo se presenta en el
caso del piedemonte amazónico. El modelo de organización dual presentado por Osborn
(1985, 1990 en Lleras, 1992) para el caso de los tunebos según el cual los pueblos se
dividen en tres partes, una orientada hacia el este, otra hacia el oeste y una tercera en el
centro “conformada por individuos con alianzas en las otras dos partes (...) dos opuestos y
su síntesis” (Lleras, 1992:8), se asemejaría a la relación tripartita señalada andes-
piedemonteselva, dentro de la cual los grupos de piedemonte, como es el caso de los
habitantes del Valle de Sibundoy, se constituyen en la síntesis de los otros dos, y los
estructuradores de las relaciones entre unos y otros a través del intercambio comercial, en
primera instancia y de alianzas socio-culturales en segundo lugar.
La dualidad se reflejó en el patrón de asentamiento territorial y en este sentido es
importante señalar la reiterada aparición de grupos de habla quechua compartiendo
territorio con grupos Quillacinga (Distrito de Almaguer, nororiente de Nariño, Alto
Caquetá y Valle de Sibundoy).
En cuanto a su organización política, es interesante tener en cuenta que para 1582,
Francisco Centellas, corregidor de los indios Quillacingas, Abades y Sibundoy, da cuenta
para el repartimiento de La Laguna, de la encomienda de Alonso del Valle, de la existencia
de dos caciques llamados don Francisco y don Francisco, lo cual puede ser un indicador de

85
que los habitantes de dicho repartimiento fueran hablantes del quechua como se ha
mencionado y como tales, presentar a su interior dualidad en su organización política. Por
otra parte, para 1662 se hace referencia a “los Putumayos del Valle de Sibundoy que se
habían encomendado al capitán Diego Suárez Bolaños en primera vida (...) con su cacique,
Don Francisco Bueno y Don Juan Simatanjo con los indios a ellos sujetos según y como los
había poseído Fernán Díaz de Ribadeneyra” (A.C.C., Signatura. 1963).
Carpenter (1992) en su análisis del Yanka Shimi, lengua quechua hablada en el Ecuador,
establece dos importantes postulados lingüísticos: duality of self [dualidad del ser] y
bipartición [bipartición]; el primero se refiere a la naturaleza dual del individuo (interior,
privada y exterior, publica) mientras que el segundo se hace manifiesto a nivel cultural y
consiste en la tendencia a categorizar por pares o por múltiplos de dos. Considerando que el
quechua hablado en Colombia se relaciona con el del Ecuador y ha sido clasificado en el
mismo grupo lingüístico (Carpenter, 1992:116), así como la categorización y pensamiento
dual adscrita a los hablantes del quechua, los indicadores de una organización política dual
prehispánica en la región objeto de estudio está apuntando hacia la posible existencia de
grupos prehispánicos hablantes del quechua en el Valle de Sibundoy y que coincidiría con
la diferenciación que se establece en las visitas del siglo XVII.
Siendo una de las características privilegiadas del pensamiento dual la de lograr la
interacción armoniosa de principios contradictarios (Maybury-Lewis, 1989), el que los Inga
sean hablantes del quechua podría explicarnos el que logren compartir armónicamente el
Valle de Sibundoy con otro grupo lingüísticamente diferenciado, ya sea por haber sido
reducidos al mismo por mandato de García de Valverde o por haber llegado al Valle como
resultado de su especialidad de comerciantes itinerantes hablantes del quechua. Dejo abierta
a la discusión y a una más profunda investigación la consideración de la importancia del
pensamiento dual para los habitantes del piedemonte oriental, lo cual nos proporciona
herramientas para aprehender la conformación de una frontera fluida entre dos territorios
opuestos.
Por otra parte, hemos insistido en trabajos etnológicos realizados en el Valle de Sibundoy,
en cómo los indígenas se convierten en mediadores de diversas contradicciones entre las
cuales se han mencionado no sólo la de andes-selva, sino también sedentarismo-nomadismo
(los Kamsá se quedan en el Valle mientras que los Inga se trasladan para comerciar sus
plantas medicinales de forma permanente), hombre-mujer se manifiesta en su doble
filiación (matrilineal para mujeres y patrilineal para los varones) serie vegetal-serie animal
(la serie par es masculina y vegetal, mientras que la impar es femenina y animal como lo
son la carne y la sangre) sagrado-profano (v.gr. dieta sagrada para los chamanes). Su
estructura de pensamiento basada en opuestos y pares binarios, la hemos considerado como
el mayor mecanismo de resistencia cultural, lo cual ha permitido la persistencia de
elementos ideológicos y de organización social y política que no responden necesariamente
al sistema social dominante y al mismo tiempo, la incorporación de manifestaciones
culturales propias de la sociedad mayor, lo cual les ha permitido mantener un justo
equilibrio interno y externo.
La dialéctica y la mediación son los factores que han permitido a los grupos del Valle de
Sibundoy entrar en contacto con otras culturas y servir de punto de convergencia de
múltiples diferencias, que estando en contradicción son articuladas a la luz del

86
chamanismo, pues es éste el dominio en el que se expresa la unidad de la diferencia; esta
capacidad sintetizadora hace que el poder mágico de los Sibundoy prime en una red donde
los conflictos sociales, étnicos y políticos son resueltos en términos del poder de la magia y
la brujería. Así el ser indígena se torna en privilegio del cual ellos están conscientes y lo
expresan en el marco de la cultura popular, dentro de la cual el poder es instrumentalizado a
través del uso del yagé (selvático) y la datura (andina), que metafóricamente expresan lo
que ellos son: mediadores entre tierras bajas y altas (Pinzón y Ramírez de Jara, 1986).
En conclusión, es indiscutible la existencia de una compleja estructura de relaciones
económicas, políticas y territoriales que antes de mantener divididos y autónomos a los
grupos étnicos y/o cacicazgos que pertenecían a este complejo cultural del piedemonte, les
permitía establecer permanente contacto, acceder a recursos de diferentes pisos térmicos y
establecer una estructura organizacional tripartita resultado de su situación de frontera entre
andes y selva.

87
ÍNDICE DE MAPAS

Provincia de Putumayo, Mapa de la región comprendida


entre los ríos Caquetá y Nogo hasta el Mae

Mapa No. 1: Distribución de Grupos indígenas 1535-1635

88
Mapa No. 2: Provincias de los Quillacingas
1535

Mapa No. 2A: Valle de Sibundoy

89
Mapa No. 3: Caminos
Distritos del Suroccidente
de Colombia

Mapa No. 4: Río


Ucayali (Perú y
Suroccidente de Colombia)

90
Mapa No.5: Grupos Prehispánicos del piedemonte Ecuador-
Colombia. Posibles rutas migratorias.

Mapa No. 6: Región minera colonial del suroccidente de Colombia

Mapa No. 7: Caminos del Piedemonte amazónico y circuitos


comerciales

91
GRÁFICOS

GRÁFICO No. 1. POBLACIÓN INGA Y KAMSÁ, SIGLOS XVI-XX

GRAFICO No.2.

INDICE

S CRECIMIENTO INGAS Y KAMSÁ SIGLOS XVI-XX. AÑO BASE


1558=100

92
ÍNDICE DE TABLAS

TABLA No. 1
Número de tributarios provincia de los Quillacinga camino a Almaguer y Provincia de la
Montaña 1558-1570

TABLA No. 1
1553 1558 1570 71
-

Visita García de
Visita Tomás López
Valverde
Provincia de los
Quillancingas.
Camino a Almaguer 33 29
Guaxazanga (Guaxenzago) 250 99
Palacino 250 200
Xacanacatu 110 84
Zacandonoy 520 290
Quina 410 238
Jananbu 320 99
Yxaui (Yxagui) 550 226
Buyzaco 220 65
Mocondoy e Vazcoy 80 70
Cachaubi (Chachaubi)
Mamendoy

SUBTOTAL 2743
1400
Provincia de la Montaña
Cibundoy (Sibundoy)
300
Santiago 1300
Quinchoe
200
Patazcoy 200
600
La Laguna (o La Lisuna) 310
150
Zacanambuy 105
35
Mocondinejo
Pamoque (pral. de 204
184
Tuquerresme)
Tuquerresme 180
260
Cumbal
Pientissima
SUBTOTAL 4429 2299

93
TABLA No. 2
Población etnias Inga y Kamsá (Valle de Sibundoy) Siglos XVI-XX

TABLA No. 2. — POBLACION ETNIAS INGA Y KAMSA (VALLE DE SIBUNDOY),


SIGLOS XVI-XX
AÑO INGAS KAMSAS FUENTES
1558 Visita de Tomás López (indios tributarios)
2400 (*) 9000 (*)
1560 Anónimo (indios tributarios, transcripción de Ermes Tovar)
2400(*) 12000(*)
1570 Visita de García de Valverde (indios tributarios)
2070(*) 3900 (*)
1582 Visita de Centellas (indios tributarios)
1182(*) 1620 (*)
1590 Cartas cuentas de García Díez Ortega (indios tributarios)
906 (*) 1500 (*)
1688 Cartas cuentas de Rodrigo de Matosca (indios tributarios), en
237(*) 123 (*)
Calero (1988)
1691 Idem.
231 144
1711 ACC Sig. 8346 (Col. 3-23en).
321 309
1722 ACC Sig. 3061, 3062, 3064 (Col. C1-17t).
353 288
1767 ACC Sig. 5040 (Col. C2-2t).
439 317
1857 Pérez, 1862: 327
900 837
1904 Triana, 1950: 392, para Ingas; interpolación con datos de
1900 1370
Vilanova en Seijas, 1971.
1918 Censo de Población de la República de Colombia, 1918
2127 1005
1940 Censo Indolingüístico de Colombia, Igualada y Castellvi,
4110 1780
1964 Cálculos de Urrea (1989) para Ingas; Seijas con datos del Censo
5715 1984
de Población de 1964 para Kar.
Roldán, R., 1971: 2
6352 2150
1971 Benavides et al., 1979
6750 2620
1978 Cálculos ajustados con base en Arango y Sánchez, 1988,
7347 3489
1988 para Ingas; para Kamsas, Censo FUNAICA-Cabildo Kamsá
(*) La relación entre indios tributarios y población total es de 1 a 3, según Jaramillo Uribe
(1964: 242). Los datos de indios tributarios fueron multiplicados así por 3.

(**) Los datos para 1560, cercanos a la visita de Tomás López en 1558, aumentan en un
porcentaje demasiado alto en un período muy corto. Por esto no se toman en cuenta en los
gráficos.

94
TABLA No. 3
Indices y Tasas de Crecimiento. Poblaciones Inga y Kamsá. Siglos XVI-XX

TABLA No. 3
INDICE
TASAS DE CRECIMIENTO
S DE CRECIMIENTO POBLACIONES POBLACIONES
INGA Y KAMSÁ INGA Y KAMSÁ, S I GLOS XVI-XX
SIGLOS XVI-XX, AÑO BASE 1558=100
POB. IND. POR. IND .
AÑOS PERÍODOS INGAS KAMSAS
INGA CREC. KAMSA CREC
1558 2400 100.00 9000 100.00
1560 2400 100.00 12000 133.33
1570 2070 86.25 3900 43.33 - 3.04
- 5.60
1582 1182 49.25 1620 18.00 1558-1590 -
- 2.60
1590 906 37.75 1500 16.66 1590-1688 1.3
400
1688 237 9.87 123 1.36 1688-1711 7
0.05
1691 231 9.62 144 1.60 1711-1767 1.32
1.08
1711 321 13.37 309 3.43 1767-1857 0.56
1.05
1722 353 14.70 288 3.20 1857.1904 0.80
-
1767 439 18.29 317 3.52 1904-1918 1.60
2.20
1857 900 37.50 837 9.30 1918 1940 0.81
2.60
1904 1900 79.16 1370 15.22 1940-1964 3.00
0.45
1918 2127 88.62 1005 11.16 1964-1971 1.40
- 1.15
1940 4110 171.25 1780 19.77 1971-1978 1.50
2.80
1964 5715 238.13 1984 22.04 1978. 1988 0.87
2.86
1971 6352 263.54 2150 23.88 0.85
1978 6750 281.25 2620 29.11
1988 7347 306. 13 3489 38.76

95
TABLA No. 4
Provincia de la Montaña pueblos, caciques, encomenderos, doctrinas y tributarios,
1558-1751

TABLA No. 4
PUEBLOS PUEBLOS ENCOMEN TRIBUTA
AÑO CACIQUES DOCTRINAS FUENTE
ANEXOS DEROS RIOS
Rodrigo
Cibundoy Pérez
3000
Patascoy Rodrigo Visita
200
Pérez Tomás
1558 La Laguna López
600
Sacananduy Alonso del
150
Nacondunejo Valle
35
Parque

Cibundoy
Deben
entregar Franciscanos
150 indios Felipe 1300
en labor de Chanague 154
minería Franciscanos minas
Rodrigo
Pientíssima Pedro
Chaquetes Pérez
de Butina 180
Ticonoyoy
Cibundoy Chanaque Franciscanos 22
Rodrigo
minas Visita
Pérez
Patascoy Dones García
1570
(tributos en Cinoa y Dominicos 200 de
y Rodrigo
especie Botina incluía 24 Valverde
Quinchoa Pérez
agrícol. Chanaque Funes minas
y minera) 1587 (Villa 310
Alonso
L a Laguna Fco. de Pasto)
del Valle
(Producción Yuracuzoa Tuquerreses 204
maderera y y Ciquitian
oro, (Camino a 142
alfarería, Quito)
tablas y
madera
Don Felipe Rodrigo
Dominicos 540
Don Pérez
Cibundoy Dominicos
Francisco Rodrigo Francisco
1582 Patascoy Dominicos 36
Dn. Diego Pérez Centellas
Quinchoa Otra Doc.
Quinchoa Rodrigo
La Laguna con 32
2 caciques Pérez
Santiago Jobonuco 248
Fcos. Alonso Del
Dominicos 78
Don Diego Valle

96
Rodrigo
Pérez

TABLA No. 4 (Continuación)


PUEBLO ENCOME TRIBU
DOCTRINA FUENT
AÑO PUEBLOS S CACIQUES N TARIO
S E
ANEXOS DEROS S
Santo García
Cibundoy y Rodrigo
Domingo 700 Diez
1589 Santiago Pérez
de Ortega
-90 La Alonso Del
Santo 140 A.C.C.
Laguna Valle
Domingo Sig. 785
Putumayos Don Fco.
1662
del Valle Bueno Melchor de A.C:.C
de don Juan Benavides Sig. 1963
Sibundoy Simatanjo
Sibundoy Melchor de
123
Benito Benavides
1687 A.C.C.
Patascoy Satiaca Melchor de Santo
9 Sig.
1 sola (Gobernador Benavides Domingo
1497
encomiend ) Melchor de
108
a Santiago Benavides
Sinbundoy
Tomás Melchor de
1692 Anexo del Mutambajoi Benavides 48 A.C.C.
Santiago Santo
pueblo de
Domingo
Sibundoy Sebastian Melchor de 39 Sig. 99
San Andrés
Jojoa Benavides
de Putuayo
Phelipe
Tomás
Nabisoy
Miguel Santo
Buijaquillo Cacique A.N.C.
Salazar Domingo
San Pablo de Principal
Santacruz Santo
Sinbundoy Enrique Imptos.
Anexo del Domingo
jicoy
1751 pueblo de
Roque Varios
Sinbundoy
Jiménez tomos 8
Tomás
Alejandro fls. 228-
Miguel Santo
Jujibioy 242
Salazar Domingo
Santiago Roque
Santacruz
Pujiouy

97
Isidro
sijindoy,
gobernador
Joseph
Jacana-
mejoy
Xacinto
Quinchoa
* Para el año de 1690, aparece Obonuco y Patascoy como "parcialidades unidas” con solo
19 tributarios, ambas anexas a la encomienda del Valle de Sibundoy, al igual que
Santiago. (A.C.C. Sig. 2166, fls. 235-236).

98
ANEXO: TABLAS SEGÚN ZAJEC (1988)

TABLA, A - PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTO POR EL


LICENCIADO TOMÁS LÓPEZ EN 1558 EN EL CAMINO DE
QUITO
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Mantas de algodón Trigo
Cabuya Maíz
Algodón hilado Ajos
Alpargatas Nabos
Jáquinas Huevos
Cinchas Yerba Reparar casa
Loza Leña encomendero Muchacho
Petacas Caña dulce serv.
Esteras Fríjoles
Tirantes Papas
Tablas Aves
Bateas Puercos
Artesas Maní
Reatas lana/algodón Ají
Aceite de linaza Miel
Fuente: Zajec, 1988

TABLA B PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTO POR EL


-

LICENCIADO TOMÁS LÓPEZ


EN 1558 EN EL CAMINO A POPAYÁN
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Mantas de algodón Aves
Alpargatas Axi
Reatas lana/algodón Maní
Reparar casa
Algodón hilado Leña
encomendero Muchacho
Cabuya Fríjoles
serv.
Loza Trigo
Petacas Garbanzos
Esteras Papas
Botija de miel Caña dulce
Chaquira Aves
Fuente: Zajec, 1988

99
TABLA C - PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTO POR EL
LICENCIADO TOMÁS LÓPEZ
EN 1558 EN EL VALLE DE PASTO
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Mantas de algodón
Tablas
Lebrillos
Artesas
Bateas Aves
Tinajas Ajos
Alfarjías Huevos
Reparar casa
Alpargatas Nabos
encomendero Muchacho
Cincha Leña
serv.
Cabuya Yerba
Linaza Maíz
Reatas de lana/algodón Trigo
Loza Cevada
Petacas Fríjoles
Esteras
Algodón hilado
Jáquinas
Chaquira
Fuente: Zajec, 1988

TABLA D - PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTO POR EL


LICENCIADO TOMÁS LÓPEZ
EN 1558 EN EL CAMINO DE ALMAGUER
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Aves
Mantas de algodón Maní
Alpargatas Axi
Cinchas Yerba
Reatas lana/algodón Maíz Muchacho serv. Reparar
Algodón hilado Fríjoles casa encomendero
Loza Garvanzos
Petacas Caña dulce
Esteras Trigo
Chaquira Papas
Jáquinas Miel
Cabuya
Fuente: Zajec, 1988

100
TABLA E PRODUCTOS TASADOS ÇOMO TRIBUTO POR EL
-

LICENCIADO TOMÁS LÓPEZ


EN 1558 EN LA PROVINCIA DE LA MONTAÑA
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Aves
Mantas de algodón
Leña
Tablas
Sal
Bateas Muchacho serv. Reparar
Maíz
Palos casa encomendero
Fríjoles
Lebrillos
Papas
Alfarjías
Trigo
Artesas
Huevos
Chaquira
Yerva
Fuente: Zajec, 1988

TABLA F - PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTO POR EL


LICENCIADO TOMÁS LÓPEZ
EN 1558 EN EL VALLE DE SIBUNDOY
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Mantas de algodón
Mantas cabuya
Alpargatas Aves
Cinchas Sal
Muchacho serv. Reparar
Reatas de lana/algodón Axi
casa encomendero
Cabuya Leña
Petacas Maíz
Chaquira Papas
Jáquinas Trigo

Fuente: Zajec, 1988

101
TABLA G PRODUCTOS RECONOCIDOS COMO PRODUCTO
-

EN RELACIÓN ANÓNIMA
DE 1559-60 EN LA JURISDICCIÓN DE PASTO
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Maíz
Coca
Papas
Frutas
Mantas de algodón
Trigo Indios minas
Jáquinas
Cevada
Fríjoles
Gallina
Oro en polvo
Yerva
Leña
Fuente: Zajec, 1988

TABLA H - PRODUCTOS RECONOCIDOS COMO PRODUCTO


EN RELACIÓN ANÓNIMA
DE 1559-60 EN EL DISTRITO DE ALMAGUER
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Coca
Algodón
Yuca
Maíz
Vacas
Mantas de algodón Oro
Yeguas Gañanes Indios minas
en polvo
Cabras
Ovejas
Trigo
Papas
Frisoles
Sal
Oro en polvo
Fuente: Zajec, 1988

102
TABLA I- PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTOS POR EL
LICENCIADO
GARCÍA DE VALVERDE: EN 1570-71 EN EL VALLE DE PASTO
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Maíz
Aves
Puercos
Chicha Leña Gañanes Serv. cacique
Yerva
Pescado
Camero
Huevos
Oro en polvo
Fuente: Zajec, 1988

TABLA J - PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTOS POR EL


LICENCIADO
GARCÍA DE VALVERDE: EN 1570-71 EN EL VALLE DE
SIBUNDOY
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Maíz
Aves
Oro
Indios minas
Trigo
Gañanes
Chicha Chaquira Puercos
Serv. cacique
Carneros
C. hospital
Huevos
Leña
Yerva
Papas
Pescado
Fuente:Zajec, 1988

103
TABLA K - PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTOS POR EL
LICENCIADO
GARCÍA DE VALVERDE: EN 1570-71 EN LA PROVINCIA DE
LA MONTAÑA
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Maíz
Carpintería
Aves
Tala de bosques
Carneros
Alfarjías Indios minas
Puercos
Tablas Serv. cacique
Pescado
Bateas C. hospital
Trigo
Chaquiras Gañanes
Huevos
Oro en polvo
Maíz
Fuente:Zajec, 1988

TABLA L - PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTOS POR EL


LICENCIADO
GARCÍA DE VALVERDE: EN 1570-71 EN EL CAMINO DE
ALMAGUER
Manufacturas Pecuarios y Minero s Trabajo-Servicio
Maíz
Aves Indios minas
Puercos Gañanes
Mantas de algodón Carneros Ingenio de azúcar
Chicha Huevos Hortelanos
Leña
Yerva
Maíz
Fuente: Zajec, 1988

104
TABLA M — PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTOS POR
EL LICENCIADO
GARCÍA DE VALVERDE: EN 1570-71 EN EL CAMINO DE
QUITO
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Maíz
Aves
Gañanes
Mantas de algodón Puercos
Ingenio de azúcar
Chicha Carneros
Indios minas
Huevos
Oro en polvo
Fuente:Zajec, 1988

TABLA N - PRODUCTOS TASADOS COMO TRIBUTOS POR EL


LICENCIADO
G ARCÍA DE VALVERDE: EN 1570-71 EN EL DISTRITO DE
ALMAGUER
Manufacturas Pecuarios y Mineros Trabajo-Servicio
Trigo
Maíz
Indios minas
Gallinas
Papagayeros
Pescado
Chicha Gañanes
Fruta
Leña
Yerva
Oro en polvo
Fuente:Zajec, 1988

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