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Curso Abierto Latinoamericano en

Educación Sexual y Afectiva 2019

Módulo 1:

Historia de la sexualidad
Curso Abierto Latinoamericano en Educación Sexual y Afectiva 2019
Módulo 1: Historia de la Sexualidad

Historia de la Sexualidad

Para comenzar a hablar de sexualidad creemos necesario que se debe enten-


der cómo se ha desarrollado ésta a lo largo de la historia y cómo ha llegado a lo
que entendemos de ella en la actualidad. Para aquello, necesitamos en primer
lugar, comprender que la reconstrucción histórica, al igual que cualquier cono-
cimiento científico, se basa en la evidencia que un grupo de investigadores han
expuesto y hegemonizado dentro de la comunidad científica.

I. La Sexualidad en la Prehistoria y la Edad Antigua


Desde los nuevos enfoques de la arqueología los
cuales buscan la interpretación objetiva y los modos de
comprender el comportamiento y entendimiento de la
sexualidad a lo largo de los años, principalmente en la
prehistoria, han descrito y explicitado que ésta ha sido
diversa y mutable (Angulo Cuesta & García Díez, 2007).
Así, es primordial comprender que la prehistoria está
constituida desde el origen de los homínidos hace 5 a 10
millones de años atrás, hasta la formación de las primeras
evidencias de documentación escrita alrededor del 3.300
a.C. (de Eusebio, 2014).

Es por ello, que el número de especies Homo y


las localidades en las cuales se encontraban, además
de su variación a partir del recurrir en los años, hace
imposible determinar una o unas pocas sexualidades en
la prehistoria.
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Un modo de comprender la representación de su


sexualidad en algunos elementos, ha sido a tra-
vés de las esculturas que construyeron. Las nu-
merosas investigaciones sobre las figuras fálicas,
podrían hacer creer que estas representaciones
eran bastante frecuentes de encontrar, pero en
realidad, los hallazgos son pocos. Entre los estu-
dios de algunas tribus por parte de Javier Angulo
(2007 y 2008) ha determinado que es posible que
aquellas tribus también ejercieran la expresión de
su arte en otros elementos de su día a día como hogares
u otros lugares los cuales visitaban, pero dada las
características climáticas y el paso del tiempo éstas
desaparecieron (si es que existieron). Aunque han sido
de interés para coleccionistas quienes han resguardado
y expuesto grandes colecciones de estas figuras. Algunas
teorías mencionan que estos elementos podrían haber
funcionado para trueque, como elementos votivos o
también como amuletos protectores.

Entre las pinturas realizadas en la prehistoria,


podemos encontrar aquellas que se refieren a la forma y
tamaño de la vulva, siendo interpretado por la comunidad
arqueológica como una clara referencia a la importancia
que se le daba a la labor reproductiva y sexual de la mujer
(Llonch, 2009).

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En ese sentido, cabe destacar que investigaciones


recientes rompen con el entendimiento de
que la mujer prehistórica estaba relegada a las
labores domésticas y los hombres a las labores
relacionadas con la caza (Li, 2010). Esta mirada
androcéntrica que ha sido divulgada y promovida
fuertemente durante el siglo XX estaba conducida
principalmente por los movimientos sexistas
que en su época eran prominentes y dejaban
fuera la evidencia científica para establecer entendi-
mientos promotores de diferencias y desigualdades (de
Eusebio, 2014).

A partir de lo mencionado, parte de la comunidad


arqueológica continúa con la reflexión sobre si en algunas
tribus de la prehistoria, existía o no un régimen matriar-
cal, puesto que a través de las investigaciones del con-
junto de figuras de Grimaldi -las cuales han sido halladas
principalmente en cabañas exhumadas-, se podría pensar
que tenían un uso doméstico y no ligado a símbolos de
culto puesto que no se encontraban en lugares destina-
dos para dichos fines; estas figuras las cuales -supuesta-
mente- representaban la figura de la mujer, se piensa que
pudieron haber servido de amuleto para promover una
magia inseminante, aunque, por otro lado, otros miem-
bros de la comunidad arqueológica, piensan que es más
probable que tengan relación con los procesos de inicia-
ción de los adolescentes o inclusive son representaciones
de sacerdotisas.
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Edad Antigua
Egipto

La manera cómo se ha estudiado la historia del


antiguo Egipto, ha sido mediante las iconografías
y textiles que representaban su propia historia y
momentos claves de su cultura. Estas represen-
taciones, en su mayoría, se encontraban insertas
en la documentación jurídica y los textos sagra-
dos donde, en su caso el coito eran mostrado de
manera sumamente explícita, en comparación -incluso-
de los textos literarios considerados más profanos, en
donde se aludía al coito metafóricamente (i Llonch, 2009).

Los egipcios, hacían uso de dos palabras (verbos)


para referirse a los temas relacionados al coito en
sí: “nk”y “nhp”; la más utilizada era “nk” la cual hacía
referencia al coito en donde el hombre se posiciona
detrás de la mujer (a tergo), siendo ella penetrada
ya sea por la vagina o el ano. Entre las principales
interpretaciones llevadas a cabo se establece que
están teniendo coito anal, porque se cree que el
envase que está dibujado en la mano del hombre en
realidad no es un recipiente el cual pueda contener algún
líquido que él desee tomar -conclusión dada por la forma
de la boquilla-, en cambio, se dice que el tipo de frasco
podría ser de aquellos que se usaban para contener
ungüentos, por lo que, éste sería un recipiente que lleva
un líquido lubricante para poder practicar el coito anal
con mayor facilidad.
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Grecia

Actualmente, uno de los temas más discutidos sobre la


sexualidad en Grecia son las prácticas homosexuales que
se llevaban a cabo entre los maestros y sus discípulos.
Para nuestra sociedad actual es un tema polémico, ya
que, si lo miramos con nuestra legislación y concepción
de lo que es un adulto y un menor de edad, los griegos
hubieran estado incurriendo en lo que llamamos como
pederastia, además de haber sido catalogados como
homosexuales.

Ahora, siguiendo el proceso contextual de la época, en


el cual estas vivencias estaban fuertemente ligadas a las
prácticas educativas que debían ejercer los educadores
y los educandos, esto se vinculaba a la necesidad de
nutrir al educando a partir de la experiencia vividas
por el educador; es decir, que según la época dichas
prácticas hacían parte del modelo educativo, lo que
podemos observar en el siguiente fragmento que
aparece en El Banquete, “(...) y en sus relaciones con un
hombre de estas condiciones al punto se siente rico en
argumentos relativos a la excelencia y a cómo es preciso
que sea el hombre de mérito y las ocupaciones a las que
se debe dedicar, e intenta educarlo” (Citado en López,
1995). En ese sentido, se entendía que las relaciones
entre educadores y educandos eran inclusive más
fuerte que las creadas por la divinidad entre un padre
y su hijo. Todo esto, estaba fuertemente exacerbado
por las concepciones propias que tenían los griegos
frente a las mujeres, quienes eran vistas como inferiores
intelectualmente y necesarias sólo para llevar a cabo la
procreación y otras labores menores.
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De esta manera, podemos ver que además de lo


anteriormente nombrado, a las mujeres en la Antigua
Grecia se les observaba como un ser salvaje y dichoso
de coito por su naturaleza humana, quienes necesitaban
además ser fecundadas por los hombres. Para aquello
podemos leer a Platón señalando que, “por ello, las partes
pudendas de los hombres, al ser desobedientes, como un
animal que no escucha a la razón, intentan dominarlo
todo a causa de sus deseos apasionados. Los así llamados
útero y matrices en las mujeres –un animal deseoso de
procreación en ellas, que se irrita y enfurece cuando no
es fertilizado a tiempo durante un largo periodo y, errante
por todo su cuerpo, obstruye los conductos de aire sin
dejar respirar- les ocasiona, por la misma razón, las
peores carencias y les provoca variadas enfermedades”.
Así, vemos cómo la sexualidad de las mujeres se reduce
a la procreación, ya que, la vinculación directa entre la
morfología de ellas y su carácter, llevaba a pensar que
era necesario que existiera frecuentemente semen en el
útero en las mujeres, para que existiera un equilibrio en
ellas y no fueran a enfermar. En ese sentido, las mujeres
solteras o viudas eran las que más padecían este tipo de
enfermedades a las cuales se les recomendaba quedar
embarazadas y/o cohabitar con un hombre.

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Roma
En Roma, la concepción de sexo y de género se
fundamentaba en que quien penetra es el hombre y
quien es penetrada es la mujer, de esta manera, quien
era penetrado siendo hombre se le categorizaba como
pasivo y, por lo tanto, como femenino; de esta manera
en Roma no se hablaba de heterosexual / homosexual /
o bisexual, sino que sus categorías eran sobre lo pasivo /
activo, siendo siempre lo activo como superior (macho) y
lo pasivo como inferior (hembra) (Salas, 2015).

En cuanto a las costumbres diarias, a partir de las


leyes ellos establecían el matrimonio entre hombres y
mujeres siendo éste un elemento fundamental para la
procreación de hijos e hijas legítimos. Las características
de esta unión se fundamentaban en el consentimiento de
ambas partes y duraba el tiempo que la pareja estimara
conveniente, es decir, que en esta época se realizaban
divorcios, los cuales, además eran bastante frecuentes y
un tema de fácil discusión cuando era necesario (Angulo,
2008).

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II.La sexualidad en la Edad Media y en la Colonización


de América
Con la consolidación del Cristianismo como religión
oficial en gran parte del continente Europeo, pasó a
ser la sexualidad un elemento de discusión y análisis
mediante la interpretación de las lecturas bíblicas al
igual que sucedía con el mundo Judío. Un modo de
establecer y regular ciertas conductas y creencias de
diversos aspectos, entre ellos, los de la sexualidad ha
sido mediante los concilios. En esas instancias, la Iglesia
Católica favoreció el pensamiento y las normas para la
promoción de la reproducción (dentro de ciertos límites
como son el matrimonio) y la heterosexualidad en pro de
formar y constituir la familia cristiana (Jiménez, 2003).

Hay que aclarar que el matrimonio cristiano no


sólo tenía como fin la reproducción y la generación
de descendencia por el mismo, ya que, como ocu-
rrió en el divorcio de María y Andrés durante el pa-
pado de Honorio III entre 1.216 y 1.227 en el cual
la mujer demanda el derecho a placer sexual am-
parado por su deseo a ser madre y al cual no podía
acceder con su esposo, solicitaba la disolución del
matrimonio. En ese entonces existió una disyunti-
va, ya que, no haber sentido placer por medio del
coito no podría ser una causal del divorcio, por que como
ejemplo, la Virgen María y San José habían decidido por
mutuo acuerdo permanecer castos y continuar su vínculo
matrimonial (Moral de Calatrava, 2009).

Influenciados por la Antigua Grecia, se entendía


que las personas estaban sanas cuando existía un equili-
brio entre los elementos naturales como la alimentación,
el ejercicio, el coito, entre otros. Es así que a las muje-
res jóvenes se les casaba rápidamente para no sufrir en-
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fermedades producto de la falta “deleite sexual”, las que


podrían prevenirse con el embarazo. En otros casos el
“deleite sexual” era recomendado por los médicos, como
en el caso de las viudas que podrían padecer sofocación
uterina, aceptando el orgasmo y coito terapéutico.

En cuanto a la sangre menstrual no estaba claro


si era el agente formador femenino o si las mujeres
producían, como los hombres, su propia semilla
germinal (el semen). De ahí que los textos distingan
entre las posibles, sofocación, la retención de esperma
y de menstruo. Esta teoría tenía lógica, si las mujeres
mayores y las niñas no eran fértiles porque no tenían
menstruaciones y las mujeres embarazadas dejan de
menstruar, es congruente pensar que la sangre es el
agente activo en la generación fetal. Pero al tiempo, era
considerada la hemorragia mensual como nada más que
una acumulación de los desechos que la débil e imperfecta
fisiología de las mujeres, no habían podido eliminar
adecuadamente. Pero a la vez, otros como el franciscano
Juan Gil de Zamora planteaban que la mujer también
debía tener una semilla germinadora (que actualmente
conocemos como Óvulo) al igual que el hombre con el
semen.

En cuanto al celibato este recién en el Siglo XI pasó


a ser controlado (ya que desde la formación de la
cristiandad fue obligatorio pero no muy aplicado)
siendo en el IV Concilio de Letrán en 1.215 donde
se establecieron castigos para quienes no mantu-
vieran el celibato. De esta manera, se ejercía una
gran presión a los miembros católicos de mantener el ce-
libato, para lo que se les planteaban que debían tener una
dieta a base de alimentos fríos para así evitar la acumula-
ción de semen y no romper con la castidad.
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Este paradigma frente a la sexualidad, fue llevado


a América en el proceso de colonización por parte de Eu-
ropa. Por ejemplo, se han encontrado escritos en los que
describen cómo las civilizaciones originarias de América,
en específico las de los Andes, comprendían a las muje-
res y hombres como descendientes de linajes por sepa-
rados pero que debían vivir de manera complementaria.
Es una de muchas -pero no conocidas- sociedades en la
cual tanto hombres como mujeres a pesar de que tenían
actividades marcadas para su sexo, no significaba que no
pudieran llevar a cabo las actividades del otro, ya fueran
tareas domésticas como de caza o recolección de alimen-
tos. Por ejemplo, las mujeres a pesar que usualmente
llevaban a cabo labores domésticas, no era un modo de
servir al marido como lo es ahora desde una mirada occi-
dental, sino, como un elemento para establecer un equi-
librio en los quehaceres y una contribución a la familia.
En ese sentido, existía una complementariedad entre lo
masculino y lo femenino, ninguno superior o inferior de
manera permanente, sino, que en constante movimiento
según los momentos. Esta relación permanente de com-
plementariedad permitía que la mujer pudiera ocupar
cargos como los de guerrera o inclusive Kuraka (Jefe/a
Jurídico/a y administrativo/a) valoradas por su valentía,
fiereza y sanguinarias (Armas, 2001).

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Esta cosmovisión nacía desde la propia divinidad exis-


tente en su cultura, donde Illapa (Rayo) y la Pachamama
(Madre Tierra) se necesitaban mutuamente. Illapa como
el dominador de los cielos, generador de las lluvias, grani-
zos, nubes, etc., y en paralelo esos efectos permitían a la
Pachamama su efecto procreador. Pero Illapa no era gran
cosa si no permitiera eso en Pachamama y a la vez la Pa-
chamama no podría actuar sin Illapa. Es por eso, que éste
último era considerado por muchos como el fundador del
linaje de los hombres y a la Pachamama el de las mujeres
(Polo de Ondegardo, 1916).

Otro elemento importante dentro de su cultura,


era su concepción frente al coito en donde también era
otro espacio en el cual se visualizaba la complementa-
riedad de los sexos. Este espacio funcionaba no tan sólo
como un vínculo para la procreación como lo hacía Illapa
y la Pachamama, sino como un momento de unión cor-
poral en busca del placer, más allá de un fin que pudie-
se ser procreativo. Con la evangelización, todas aquellas
concepciones y prácticas que hacían parte de la cultura
ancestral latinoamericana, fueron arrasadas y oprimidas,
hegemonizando el pensamiento de la iglesia católica, pa-
sando a ser el referente en cuanto a las normas de lo co-
rrecto e incorrecto respecto a la sexualidad, lo que pos-
teriormente se intentó derrumbar -entre muchas otras
cosas- durante la revolución francesa bajo las primicias
de fraternidad, libertad e igualdad.
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III. La cientificación de la sexualidad


Durante la Ilustración es cuando los conceptos frente
al régimen de las realezas pasan a ser cuestionados y
la revolución francesa termina por destruir aquellas
legitimidades. En este sentido, la burguesía ya no
podía controlar su estatus, siendo que la ciudadanía
revolucionaria tampoco aceptaría seguir sufriendo
aquella arbitrariedad. En ese momento, la medicina
entrega una nueva legitimidad a la burguesía a partir del
discurso científico/médico el cual a partir de la corriente
epistemológica positivista ferviente en la época que,
establecía que el conocimiento científico y la verdad sólo
se podía obtener y saber a partir de la actividad científica.
Es ahí, donde la disidencia ya no pasa a estar ligada con
el pecado, sino, que más bien con un peligroso enfermo,
convirtiendo al endemoniado en loco. De esta manera
“condena al anarquista y al hombre de genio, convierte
al criminal en enfermo, al obrero en desequilibrado, y
al sodomita en perverso”. Es ahí, donde nace un nuevo
marco conceptual que es avalado por la sociedad
revolucionaria y que mantiene el control social necesario
por la burguesía, ya que, aquel corpus es consistente y
sólido basado fuertemente en el determinismo biológico,
otorgando así al poder médico la posibilidad de confirmar
la teoría de la degeneración propuesta por el francés
Morel (1857) y reformulada por Magnan (1890). Página

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El degeneracionismo basado en la base biológica


de cada individuo, transmitido a través de la
herencia, pasa a ser una explicación irrefutable
de ciertos comportamientos humanos. De esta
manera, los nuevos disidentes quedan bajo esta
lupa, observándose una anomalía en el obrero
borracho, en la prostituta sifilítica y en el niño
delincuente quienes además pasan a ser unos
degenerados interclasistas, herederos de lo libertino y
por ende, de lo perverso y enfermo (Huertas, 1987).

Ahora se construye un nuevo orden frente a la


normalidad sexual definida por la medicina, en la cual se
establece como “normal” todo aquello a lo vinculado con
un modelo heterosexual, reproductivo y moral. Es hete-
rosexual porque sólo acepta las relaciones sexuales entre
personas de distinto sexo; reproductivo porque condena
toda práctica sexual que no tenga por objeto la reproduc-
ción y moral porque utiliza argumentos presuntamente
científicos para condenar las disidencias sexuales. De
esta manera, genera que sea disidente sexual todo aquel
y toda práctica que sea heterosexual ni que tenga un fin
reproductivo (Guasch, 1993).

Es bajo ese contexto que nace la Sexología, que se


define como la Ciencia de la Sexualidad, la cual hereda
principios de las ciencias de la salud y las ciencias de la
conducta, algunos de sus conceptos y visiones. Entre su
funciones se destaca la de dar normas al sexo, ponerle
fronteras, delimitar lo correcto e incorrecto al igual como
lo hizo la religión y la medicina (Guasch, 2016).

En sus orígenes, la Sexología se encarga de todo


lo relacionado a garantizar la reproducción, estudiando
lo que concierne al aborto, los embarazos y las enferme-
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dades de transmisión sexual. A la vez de toda disidencia


sexual en su identificación y supuesto tratamiento al salir
de la norma de lo heterosexual (Peset, 1983). Posterior-
mente a través de diversos trabajos, la Sexología dejó a
un lado lo que tiene que ver con las perversiones (entre-
gando su estudio a la Psiquiatría y Psicología) para poner
como preocupación central lo que tiene que ver con el or-
gasmo, y de identificar y eliminar cualquier problema que
impida lograrlo.

La nueva definición de salud sexual pasa a ser más


sutil, evitando reprimir o prohibir ciertos elementos de la
actividad sexual, siendo una guía para llegar al placer. Es
decir, la sexualidad ya no es prohibida, todo lo contrario,
se recomienda pero siempre dentro de un nuevo orden
con pautas y reglas determinadas por la sociedad y la cul-
tura (Masters, Johnson, & Kolodny, 1987).

IV. Cierre del Módulo

Al revisar la “historia” que subyace a la dimensión sexual


humana podemos notar una serie de elementos que van a
orientar nuestras posiciones, ideas y reflexiones en torno
a cómo “debe ser” una sexualidad “sana”, considerando
que esta definición ha ido evolucionando y dando pie
a verdaderas contradicciones frente al paradigma
imperante. Por ello, creemos útil pensar sobre las
siguientes cuestiones:

¿Qué definimos nostr@s como una “Sexualidad


Sana”? ¿Cuáles serían los componentes que la diferencias
de una “Sexualidad No Sana”?, o más aún, ¿Podemos
asegurar de que exista una sola manera de tener una
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Sexualidad Sana?, y si así fuese ¿Cuál es esa manera? Pro-


bablemente las respuestas no sean concordantes, espe-
cialmente si estamos hablando de personas que tienen
distintas historias de vida, contexto cultural, valores y
creencias, por lo que la posición de apertura y respeto
debe ser primordial al establecer este diálogo. Sin embar-
go, no todo es “relativo”, entendiendo que hay conductas
o vivencias que no se pueden tolerar, como son cualquier
situación de maltrato, abuso o violencia, sea cual sea el
contexto.

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