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Apología del relato (aunque sea falso):

Las siguientes reflexiones son francamente inoportunas. Ante el apremio que impone
el inminente balotaje de decidir a quién se votar y por qué, preferimos suspender el juicio por
un momento, con el fin de anclar la mirada en un aspecto soslayado o malentendido en los
últimos tiempos y que ciertamente se hizo presente en la última campaña presidencial.
Referimos a la dimensión discursiva de la política y la “batalla de ideas” que se ha suscitado en
los años precedentes. Nuestra paradójica y controvertida tesis puede formularse así: aún
cuando sea falso, hay que defender el relato kirchnerista. El lector juzgará la seriedad y
relevancia de tal tesis.
Si entendemos la democracia no de modo meramente formal-procedimental, sino
como momentos de irrupción del logos (palabra-razón) de aquellos in-contados que declaran
su igualdad y su pertenencia a la comunidad, implosionando ciertas jerarquías u ordenes
(Ranciere dixit), es factible sostener que en los últimos años han aflorado y reaparecido
diversas subjetividades que reactivaron la vida política y democrática argentina, de los más
dispares moldes ideológicos, siempre intentando influir sobre el destino de la cosa pública. El
kirchnerismo lejos ha estado de ser el catalizador omni-abarancante de todas ellas. Pero si ha
entendido la importancia articular, al menos, algunas de éstas. Una de las estrategias, entre
otras, fue aglutinarlas en torno a un discurso “progresista” capaz de fagocitar o incluir aquellas
voluntades heterogéneas bajo ciertos nodos comunes. Sobre este punto, hay quienes
distinguiendo discurso y realidad, objetan lo siguiente: el kirchnerismo, si bien ha tenido un
discurso progre, al mismo tiempo no ha modificado en sentido sustancial la realidad social. El
discurso K se torna así en un mero “relato”, impotente para penetrar en lo Real. La tajante
distinción entre el decir y el hacer marcaría los límites del discurso kirchnerista, su ineficacia
política y su incapacidad transformadora. Aquí planteamos nuestro desacuerdo. Entendemos
que tal tesis parte de un presupuesto quizá verdadero (el kirchnerismo no ha modificado
esencialmente la estructura económica argentina) pero extrae una consecuencia falsa
(impotencia de su discurso). Como dicen que dijo Borges: “En verdad, la realidad no existe, y
en realidad, la verdad tampoco” o en otros términos, si queremos pensar la eficacia de los
discursos en la política debemos rechazar el apotegma peronista “la única verdad es la
realidad”. Los discursos son reales y juegan un papel esencial en la vida pública, ya que son
constituyentes de las subjetivas políticas en una sociedad. Una vez que circulan y logran
impregnar en los actores sociales (individuales o colectivos) influyen en sus expectativas,
deseos, intereses, y acciones. Configuran su modo de leer las experiencias políticas propias y
las ajenas. No cambian la “estructura económica”, pero cambian nuestra “forma de vida”
condición sine qua non para cualquier modificación. Wittgenstein contra Marx. Un discurso o
“relato” de ser apropiado por un colectivo marca el camino de lo deseable el horizonte de lo
posible y lo imposible. Marca senderos y bordes de la praxis. La dimensión pragmática del
lenguaje y su vínculo con político no es nada nuevo.
Si el “relato k” es ficticio o no, es una cuestión de constatación empírica, pero en nada
disminuye su potencia emancipatoria, es decir, su carácter propiamente político. El lenguaje
de la igualdad, de nuevos derechos, del rol del Estado en la economía parece haber anclado
hondo en la sociedad y sus consecuencias serán imprevisibles. Por ejemplo, el axioma “la
Patria es el Otro” tiene una “utilidad fosfórica”, una potencia incendiaria capaz de devenir en
rumbos siempre más radicales, independientemente de su correspondencia con hechos en los
últimos dos gobiernos
Entendemos que el discurso kirchnerista supo ganar sigilosa, parcial y provisoriamente
está batalla, la de ideas. Se hace evidente, no sólo en algunos cambios culturales, sino también
en la reciente campaña electoral. Cuando ambos candidatos adoptan un discurso, en su núcleo
duro similar, reductible a un ambiguo pero contundente axioma: “No volver a los 90´” y la
discusión gira en torno a quién es más menos menemista, a quién mantendrá las conquistas y
derechos neurálgicos del relato K, vemos claramente que éste insiste y persiste. Alguno
marcará nuestra ingenuidad “Tiempo de elecciones, ambos dicen lo que la sociedad quiere
escuchar”. Allí el triunfo del discurso K, que la sociedad quiera escuchar eso.

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