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Politica Economica 8-11
Politica Economica 8-11
ECO 400 C
PRACTICO N° 12
POLITICA ECONOMICA DE LOS HITOS DE BOLIVIA
FLORES NOELIA 216019230
LIC. LOPEZ LOAIZA EDGAR
20-05-19
HITO 8. - ERA DEL GAS (1964- 1978).
El caso del petróleo es ilustrativo. Bolivia había pasado (años 50) a ser país exportador en
pequeñísima escala. En este gobierno llego al máximo de su capacidad (1975) con una
exportación de 2.105.302 m3. A partir de entonces se produjo una reducción hasta
prácticamente cesar de exportar y mantener años después un difícil abastecimiento del
mercado interno. YPFB, tradicionalmente una de las pocas empresas estatales solventes,
entró en una espiral preocupante de pérdidas. Hay que mencionar también el nuevo código
de Hidrocarburos que permitió a más de 15 empresas extranjeras iniciar trabajos de
prospección en Bolivia con el sistema de contratos de operación y explotación con YPFB.
La producción petrolífera del período 1971-1978 fue, como dijimos, la mayor de la historia
de YPFB. E11971 se produjeron casi 40.000 barriles día, en 1973 se tocó el pico más alto
con una producción de casi 48.000 barriles, para terminar en 1978 con una producción
diaria de alrededor de 28.000. Estas cifras incluyen la producción combinada de YPFB y
las empresas contratistas. En les años posteriores el país pudo abastecer su consumo y
lograr incrementos que mantuvieran equilibrada la curva ascendente de consumo con la de
producción, pero no se pudo pensar más en la exportación de petróleo crudo. Pero lo grave
de esa etapa fueron las falsas expectativas que se generaron en el país y las inversiones
desmesuradas en refinerías e instalaciones que se sobredimensionaron.
La preeminencia incuestionable del estaño como materia prima de exportación en la
primera mitad de este siglo, comenzó a sufrir variaciones importantes en el período 1950 -
1975 y dramáticas en el período 1975 - 1986. El gobierno del MNR se empeñó con éxito en
el crecimiento de la producción petrolífera incluso exportable. En los años setenta se pasó
del máximo de exportación de crudo a la crisis que obligó a acortarla radicalmente para
poder abastecer el consumo interno, pero también en esos años se confirmó nuestra
riqueza gasífera.
En ese contexto los minerales fueron cada vez menos importantes como rubro de
exportación, hasta la crisis radical de 1985 que convirtió al gas en nuestro primer ingreso
de exportación. Esto fue posible porque en la década de los años setenta se confirme que
Bolivia es un país con reservas de gas mucho más que de petróleo. Nuestro subsuelo
poseía varios trillones de m3 de gas que, racionalmente consumidos internamente y sobre
todo exportados, significan una importante y creciente fuente de ingresos.
La inicial ilusión de ser productores de petróleo para la exportación fue sustituida por la
realidad de ser una nación con buenas reservas de gas, que colocara a Bolivia en posición
ventajosa, sobre todo por el alto nivel de consumo de nuestros dos vecinos más grandes,
Brasil y la Argentina. La producción boliviana de gas natural creció notablemente de 1964
(algo menos de 20 millones de pies cúbicos día) a 1971 (150 millones de pies cúbicos día).
Esto permitió la suscripción de un importante convenio de venta de gas a la Argentina que
Barrientos firmó con su colega Juan Carlos Onganía el 23 de julio de 1968, que establecía
un compromiso de venta por veinte años al precio de 0,225 dólares por millar de pies
cúbicos en volumen de 141 millones de pies cúbicos día. En su mejor momento (1976)
Bolivia recibió un pago de 4,46 dólares por millar de pies cúbicos exportados, luego el precio
fue declinando hasta que en los años noventa cayó por debajo de un dólar por MPC. Bolivia
inició la exportación el 29 de abril de 1972 en el gobierno de Banzer una vez que se terminó
la construcción del gasoducto que nos unía con Buenos Aires.
La importancia del gas en la economía nacional fue creciendo hasta superar el 50 % del
total de nuestros ingresos por exportaciones en la primera mitad de los años ochenta. En
ese momento el país recibió más divisas por el gas que por nuestros minerales. Esa
situación volvió a cambiar y el gas declinó en importancia, siempre en relación estrecha con
el precio internacional, tanto del gas como de los minerales. Pero desde los años setenta
se convirtió en un componente esencial de nuestra economía exportadora. En 1972
producíamos 195 millones de pies3 día, en 1978 llegamos a una producción de 225 millones
de pies3 día.
La inyección económica que representó la venta de gas a la Argentina llevó al gobierno a
iniciar una negociación con el Brasil un consumidor potencial mucho mayor que nuestro
vecino del sur. El 22 de mayo de 1974 los presidentes Hugo Banzer de Bolivia y Ernesto
Geisel del Brasil, suscribieron un acuerdo de cooperación y cornplementación en
Cochabamba. Lo más importante del documento era el compromiso de Bolivia de vender al
Brasil 240 millones de pies3 día por veinte años, a cambio de la instalación de un complejo
industrial en el sudeste del país con una planta siderúrgica, una petroquímica y una fábrica
de cemento. Pero tan ambicioso proyecto se frustró, la razón fundamental fue una cerril
oposición interna liderizada por los grupos más recalcitrantes de izquierda nacional que
acusaron a Banzer de entreguista, sosteniendo que el gas boliviano debía usarse
íntegramente en el desarrollo interno. El Presidente, a pesar de su poder casi omnímodo,
no se atrevió a insistir (aunque en 1977 volvió a firmar un acuerdo ratificatorio con Geisel).
Probablemente las tensiones internas del gobierno fueron obstáculos mayores que la propia
oposición. Sectores políticos y militares del gobierno estaban fuertemente influidos por las
ideas nacionalistas de los años cincuenta. Tampoco ayudó la subida espectacular de los
precios del petróleo, que desanimaron al Brasil de empeñarse en la concreción del
convenio. El hecho es que esa frustrada venta fue uno de los mayores fracasos del gobierno
de Banzer en su gestión y postergó las posibilidades reales de un gran crecimiento
económico del país.
HITO 9.- HIPERINFLACION (1982-1985)
Cuando se hace referencia a economías enloquecidas, basta un paseo por la Bolivia de la
década de los 80 para exponer un claro ejemplo de ello. El país altiplánico vivió un período
desastroso entre 1982-1987. Sin embargo, este contexto gris fue gestándose en años
anteriores, debido a tres razones: a) la inestabilidad política protagonizada por
insurrecciones militares (desde 1978 a 1982 desfilaron 10 presidentes por el Palacio
Quemado); b) el desplome del precio del estaño que conllevó la disminución de los ingresos
fiscales; c) un aumento salvaje de deuda externa de corto plazo que terminó en una
suspensión de pagos al poco tiempo.
En los albores de 1982, asume el mandato de la presidencia boliviana Hernán Siles Zuazo
(1982-1985), el cual agrietó aún más la economía con un gasto fiscal desaforado y una
política cambiaria llena de controles.
Durante estos años, se intentaron revertir las deformaciones económicas, representadas
en la elevada inflación y la cotización mercado paralelo de divisas, con medidas paliativas
como el recurrente aumento salarial, devaluaciones frecuentes y pequeños ajustes de
precios de unos cuantos productos. Pero no enfrentaban el enorme déficit fiscal y omitían
la distorsión de tener un tipo de cambio desalineado. Por citar unas cifras: en el año 1982
el dólar oficial estaba fijado en 200 bolivianos y en el paralelo se cotizaba a 283. No
obstante, en 1985 estaba impuesto oficialmente en un valor de 75.000 bolivianos y en el
mercado negro ya se transaba con un número sideral cercano al 1.050.000. Por estos y
otros motivos, la aceleración de los precios continuaba desenfrenada. Finalmente, los dos
últimos años -1984 y 1985- de mando de Siles Zuazo, concluyen con una inflación de
2.177% y 8.171%, respectivamente.
Al profundizarse el caos social y el desconcierto en todos los ámbitos, Siles Zuazo convoca
a elecciones anticipadas. En esos comicios es elegido presidente Víctor Paz Estenssoro
(1985-1989). En el primer mes de gobierno, se redireccionó la política económica por medio
de rigurosas medidas, entre las cuales destaca la unificación cambiaria y las reducciones
del déficit fiscal que implicaron dolorosos congelamientos de salarios y cese de inversiones
públicas.
Básicamente, fue un tratamiento de shock que consistía en buscar oxígeno financiero, por
lo cual nacieron nuevos impuestos y se formalizó la liberación de los mercados de bienes y
servicios, financieros y laborales. Todo esto fue soportado con políticas monetarias y
fiscales disciplinadas. Asimismo, se destacan las resoluciones orientadas hacia la apertura
comercial exterior con aranceles uniformes y la disminución de la participación estatal en
todas las actividades económicas.
Los correctivos fueron severos, porque no hubo un incremento salarial en el momento
(aunque posteriormente se creó un sistema de indexación de remuneraciones anclados al
tipo de cambio) ni ninguna compensación para atenuar todos los ajustes económicos que
sufrieron los bolivianos (las pocas atenciones de política social fueron posibles gracias a
donativos del extranjero). Sin embargo, sirvieron para superar la hiperinflación en menos
de un año. A partir de 1986, la economía pasó de tormentosas tasas inflacionarias de 3
dígitos mensuales a cifras de 2 dígitos anuales.
En estos tiempos que corren, Bolivia navega con un crecimiento económico envidiable de
4% -en promedio- en los últimos 10 años, conjuntamente con una inflación moderada de
6% en dicho período. Y gracias a la estabilidad de esta época, ha podido recibir inversión
extranjera como nunca antes de su historia reciente, la cual se ha aprovechado para
dinamizar sectores económicos no tradicionales que han contribuido en la reducción del
desempleo. Por si fuera poco, últimamente el país ha recibido elogios internacionales por
sus avances en la disminución de la pobreza y la modernización de su gestión pública.
HITO 10: EL NEOLIBERALISMO DEL 21060 (1985)
21060: Cuando convirtieron a Bolivia en neoliberal
Agosto de 1985. Con la promulgación del Decreto Supremo 21060 comenzó en Bolivia el
reemplazo de los esquemas de política económica, los lineamientos y el patrón de
desarrollo, basados en el modelo de la sustitución de importaciones, por otro que tenía
como eje el juego del mercado: el neoliberalismo.
Hasta ese entonces, el Estado participaba como agente productor en el proceso de
industrialización y como proveedor de infraestructura de apoyo a la industria manufacturera
que competía con las importaciones. El estatismo que resultó de la revolución nacional de
1952 logró importantes avances en las condiciones de vida de la población, pero entró en
crisis. Según un estudio de la Unidad de Análisis de la Política Económica (Udape)— este
modelo estatista “condujo a una ineficiencia en la asignación de los recursos y a una
insuficiente generación de ahorro interno para financiar la inversión requerida en un proceso
de crecimiento sostenido”. El agotamiento del modelo fue acelerado por la crisis de deuda
externa a partir de 1982 y luego un proceso hiperinflacionario sin precedentes provocó una
permanente caída del Producto Interno Bruto (PIB) percápita en una relación de 100, en
1980, a 81,87 en 1985[2]. Bolivia enfrentaba las consecuencias de la aplicación de lo que
el economista Horst Grebe llamó el “modelo de excedente sin acumulación”.
La Nueva Política Económica (NPE) puesta en vigencia por el gobierno de Víctor Paz
Estenssoro (1985-1989), a la que el gobierno de Jaime Paz Zamora (1989-1993) le dio
continuidad, permitió a Bolivia superar el proceso hiperinflacionario que afectó al país en la
primera mitad de la década de los años 80. Con la aplicación del nuevo modelo, se logró la
estabilidad económica, pero no se llegó a alcanzar los niveles de crecimiento necesarios
para superar los altos niveles de pobreza que se registran en el país.
Entre otros objetivos, la aplicación de la NPE buscaba reducir la participación del Estado
en la economía, estimulando un rol cada vez más activo para el sector privado. Con ese
objetivo, el régimen de Paz Zamora impulsó procesos de transferencia de las empresas
estatales, aprobó nuevas leyes que permitieron al sector privado ingresar a los sectores
minero e hidrocarburífero, además que impulsó una nueva Ley de Inversiones que, entre
otros aspectos, garantizaba la libertad total para la reexportación de utilidades a los
potenciales inversionistas privados.
Fiel a las recomendaciones de los organismos internacionales de financiamiento, el
gobierno de Paz Zamora quería “achicar el Estado” para lo cual impulsó la aprobación de
una Ley de Privatización que autorizaba la venta de las empresas de las Corporaciones de
Desarrollo, pero no las estratégicas. Sin embargo, pese a lograr algunas exitosas
transferencias de empresas estatales al sector privado, como el caso del ingenio azucarero
Guabirá, el proceso no logró los objetivos esperados y fracasó en su intento más importante:
la privatización del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB).
Desde la óptica del nuevo modelo, el sector privado estaba en mejores condiciones que el
Estado para hacerse cargo de los sectores productivos; la transferencia permitiría al fisco
contar con recursos de disponibilidad inmediata para proyectos de inversión social y
también alejaría a las empresas estatales de la corrupción y la ineficiencia que habían
caracterizado su funcionamiento. En los esquemas neoliberales, la privatización de las
empresas estatales tenía también ventajas financieras para el Estado, el fortalecimiento del
mercado de capitales y la reducción de los monopolios.
Sin embargo, la transferencia de las empresas del Estado no era aceptada por las
organizaciones populares y también despertó sospechas acerca su transparencia. La
privatización, desde el punto de vista de los trabajadores, implicaba la enajenación del
patrimonio nacional y el rechazo a esa posibilidad se convirtió en aglutinador de la protesta
popular. Incluso el MNR, el partido que había impulsado la vigencia del neoliberalismo en
Bolivia, frenó la Ley de Privatización por más de un mes con un recurso de nulidad
presentado ante la Corte Suprema de Justicia.
HITO N° 11
En segundo lugar, no se tomó en cuenta que el 75% del mercado interno de derivados de
hidrocarburos era atendido con el petróleo de YPFB, el cual entraba a las refinerías al precio
de $us. 7.74 el barril, frente al precio internacional de $us. 21.34 que cobran las
transnacionales. La elevación del precio de los hidrocarburos en el mercado interno
lesionará la competitividad de la industria nacional e incrementará el costo de vida.
En tercer lugar, pese a que PETROBRAS financió, a través de la empresa estatal boliviana,
la mayor parte del gasoducto al Brasil, razón por la que la composición accionaria del
proyecto debió ser YPFB 85% y PETROBRAS 15%, esos porcentajes fueron
arbitrariamente alterados de la siguiente manera: YPFB 25,5%, ENRON-SHELL 59,5% y
PETROBRAS 15%.
En quinto lugar, los gobiernos de Paz Estenssoro, Paz Zamora y Gonzalo Sánchez de
Lozada paralizaron, de manera premeditada, los proyectos de uso interno del gas natural.
Ese mercado interno fue explotado por las transnacionales.
En esa nueva lógica la falta de capitales del Estado, cuyas arcas se habían agotado
prácticamente tras serios procesos no-responsables de “modernización” y “privatización”
de empresas estatales, imposibilitaba a que sea el propio Estado el que responda a la crisis
de ENDE, LAB, ENFE, YPFB y ENTEL.
En el lado privado nacional, de igual forma, los siempre mal apoyados empresarios no
podían hacerse cargo de esas empresas estatales que si bien es cierto prometían
rentabilidad a largo plazo, exigían la inyección inmediata de dineros frescos no sólo para
rehabilitarlas y relanzarlas como competidoras en el mercado interno, sino para hacerlas
atractivas a ojos de empresarios extranjeros interesados en inversiones en rubros
emergentes: exploración de hidrocarburos, comercio de aeronavegación y
telecomunicaciones.
La capitalización surge, entonces, como el paradigma que en el siglo XXI rescata las otrora
poderosas empresas estatales nacionales y las convierte en eficientes, eficaces y altamente
competitivas empresas de servicios al ciudadano administradas con modelos de gerencia
de fuerte liderazgo sinérgico y proactivo.
A ello se sumó la crisis del sistema privado de producción, por la paralización del aparato
institucional estatal que fungía como principal demandante de bienes y servicios. La reforma
al Estado introducida en 1993 redujo fundamentalmente la concepción de Estado
prebendal/consumidor, dando así los primeros pasos de lo que años más tarde -hacia fines
de 1995- se consolidaría como Estado normador y regulador.
Otro de los factores que aceleró la inserción del proceso de capitalización como instrumento
económico-político de transformación del Estado boliviano fue la galopante globalización y
especialización de la economía, devastadores en un país sin “modelos” modernos en
gerencia, administración, gestión de las finanzas y de larga tradición burocrática
¿Capitalización es privatización?
Abre la nueva época en que otrora empresas estatales eran absurdos modelos de una
soberanía de lo imposible, y se liberan fuerzas de un capitalismo privado
revolucionador/evolucionador, productivo y de efectos multiplicadores.
Inicialmente antes del proceso per sé, el Estado definió por vez primera en la historia una
verdadera política de Estado en materia de hidrocarburos: un triángulo energético que tomó
en consideración una legislación de hidrocarburos, las exportaciones de gas y la
capitalización del sector.
Finalmente, el tercer socio estratégico capitalista fue el consorcio Enron – Shell Overseas
Holding que aportó 263 millones de dólares para la capitalización de la denominada
Transredes (transportadora de ductos SAM).
Las inversiones internacionales en el sector hidrocarburos representaron, únicamente en
exploración, producción y transporte por ductos, cifras que rondan los 850 millones de
dólares inyectados en dos bloques petroleros en los que está dividida Bolivia.
Los socios capitalizadores fueron elegidos con criterios técnicos ampliamente debatidos y
de exigencia internacional: se les pidió contar con experticia en operaciones de
hidrocarburos, un patrimonio neto de 1000 millones de dólares (para el capitalizador de
Chaco SAM) y de no menos de 500 millones de dólares para el capitalizador de Andina
SAM, además de estar certificados como productores de crudo por 20 millones de dólares
anuales. El socio que capitalizó los ductos, de igual forma, debió probar un patrimonio neto
superior a 800 millones de dólares y tener experiencia en administración y gestión de
transporte de hidrocarburos por ductos.