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PDI Cohorte 2018 - Lucero Susana

El concepto de conocimiento

1.1. Conocimiento operacional y conocimiento proposicional

Las palabras saber y conocer se utilizan a menudo con similar


significado. Decimos, por ejemplo, Sé como llegar a ese lugar o Conozco
el camino para llegar a ese lugar, No todos los alumnos conocían la
respuesta correcta de la última pregunta del examen, etcétera.

El conocimiento o el saber de una persona puede manifestarse de dos


modos: como la habilidad para realizar alguna tarea o como la posesión de
ciertas creencias en determinadas condiciones. En el primer caso, dentro de
lo que podría denominarse saber hacer o conocimiento operacional, se
encuentran, por ejemplo, cocinar, escribir, conducir un automóvil, construir
un edificio o diagnosticar una enfermedad. El segundo modo de
conocimiento se relaciona con la formación de creencias, y suele llamarse
conocimiento proposicional debido a que el contenido de las creencias
puede expresarse en proposiciones, es decir, informaciones que pueden ser
transmitidas por medio de un lenguaje. Así, cuando se dice que Galileo
sabía que la Tierra se mueve, se indica que el famoso astrónomo suscribía
la proposición de que la Tierra está en movimiento y tenía buenas razones
para creerlo. La oración que se usa para expresar una proposición suele
llamarse enunciado, de manera que una misma proposición puede ser
expresada por diferentes enunciados, Está lloviendo y It’s raining son
enunciados de distintos idiomas, pero transmiten la misma información,
expresan la misma proposición.

Aunque ambos tipos de conocimiento, el operacional y el


proposicional, conservan ciertas diferencias, no se encuentran
completamente divorciados y muchas veces se complementan: en buena
medida el éxito de una operación quirúrgica depende de la destreza manual
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del cirujano pero no cabe duda de que su conocimiento de un gran número


de proposiciones que describen la anatomía y la fisiología de los pacientes
resulta igualmente imprescindible. Además, aunque numerosas habilidades,
como la de nadar, sólo pueden aprenderse por medio de la práctica, muchas
veces un mismo conocimiento puede manifestarse de ambas formas. Así,
un acto reflejo hace que el conductor de un automóvil presione el pedal del
freno frente a un obstáculo inesperado, pero también abriga la creencia de
que activar el freno hace disminuir la velocidad del vehículo.

El conocimiento proposicional puede compartirse y transmitirse


socialmente, puede perpetuarse en la memoria y registrarse en los libros y
en los archivos de las computadoras. El conocimiento proposicional que
constituye el contenido de las ciencias se extiende ilimitadamente. Dado
que la construcción del conocimiento es una tarea social, una enorme
proporción de los conocimientos que cada persona adquiere provienen de la
información generada por otros. Se trata de una suerte de conocimiento
vicario, pues sería imposible desconfiar totalmente de la información que
proveen las demás personas. Nuestro examen estará centrado,
precisamente, en el conocimiento proposicional, en particular, en las
características del conocimiento científico, que se alimenta de los
resultados obtenidos por miles y miles de seres humanos a lo largo de toda
la historia.

Ya hemos dicho que el conocimiento proposicional se hace explícito


por medio de un lenguaje, pero debemos tener en cuenta que los lenguajes
cumplen múltiples funciones. Las órdenes -oraciones conjugadas
usualmente en el modo imperativo- así como las sugerencias y los ruegos,
obedecen a un propósito directivo, procuran que los destinatarios actúen de
determinada manera. Las oraciones expresadas en modo indicativo, en
cambio, generalmente conllevan una función informativa, son enunciados,
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expresan una proposición, y se las puede reconocer porque cabe


considerarlas verdaderas o falsas. La oración

La Luna es más grande que la Tierra

expresa una proposición, puesto que tiene sentido preguntarse si es


verdadera o falsa; en cambio, una pregunta o un mandato no son ni
verdaderos ni falsos Los lógicos señalan que las proposiciones, y, en
consecuencia, los enunciados correspondientes, se caracterizan por la
condición de que poseen valores de verdad, también llamados valores
veritativos. Así al enunciado La Luna es más grande que la Tierra le
corresponderá uno de los dos valores veritativos: es decir, le corresponderá
la verdad o la falsedad, según sean las dimensiones de los dos cuerpos
celestes. En contraste, la oración

Ama a tu prójimo como a ti mismo

podría proclamar algo apropiado o inapropiado, conmovedor, conveniente


o ingenuo, pero no transmite ninguna información, no pretende describir
nada y por ese motivo no califica ni como verdadera ni como falsa, carece
de valor de verdad.

1.2. Conocimiento y verdad

La concepción tradicional del conocimiento ha sido definida por los


filósofos en los siguientes términos:

Un sujeto, S, conoce la proposición p (o S sabe que p) si y sólo si:

a) S cree que p

b) p es verdadera

c) S cuenta con una adecuada justificación para creer que p


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Esta caracterización parece ajustarse al concepto corriente del


conocimiento. De acuerdo con esta definición, sería correcto decir que
Galileo conocía que la Tierra se mueve, ya que él estaba plenamente
convencido del movimiento de la Tierra, es verdad que la Tierra se mueve
y además Galileo podía presentar argumentos y observaciones que
apoyaban fuertemente su creencia, la justificaban. Sin embargo, algunas de
las creencias de Galileo, las que se referían a las mareas, o la que atribuía a
la Tierra una órbita circular en torno al Sol, por ejemplo, aun cuando él
tenía argumentos para justificarlas, son consideradas falsas actualmente. De
todos modos, aunque algunas de las creencias de Galileo acerca de esos
temas fueran erróneas, nadie duda que representaron grandes aportes para
el desarrollo de la física y la astronomía. Esta situación, la posibilidad de
que creencias que finalmente resultan falsas constituyan de todos modos un
avance en el conocimiento, es muy frecuente. La historia de la ciencia
muestra que la mayoría de las hipótesis y teorías que fueron formuladas a
lo largo de milenios y hasta nuestra época estuvieron en mayor o menor
medida equivocadas -a veces, radicalmente equivocadas- a la luz de las
investigaciones posteriores, pero resultaron muy útiles para encauzar la
búsqueda de teorías más adecuadas. Una importante consecuencia de esa
enseñanza aconseja ser conscientes de que muy probablemente las teorías
actualmente vigentes también serán superadas, tarde o temprano.

Se trata, obviamente, de una situación intrigante: ¿cómo es posible


que creencias falsas representen un conocimiento? El análisis de algunos
ejemplos puede proporcionar una eficaz respuesta a esta pregunta. La
mayoría de las concepciones astronómicas desarrolladas por las distintas
culturas anteriores al siglo XVI (aunque hubo honrosas excepciones)
compartían la suposición de que los movimientos aparentes de los astros (el
desplazamiento del Sol, por ejemplo) son reales, mientras la Tierra se
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mantiene inmóvil. Esas convicciones, que actualmente los científicos de


todo el mundo consideran erróneas, no impidieron, empero, que las culturas
arcaicas elaboraran calendarios asombrosamente precisos, que permitían
calcular con encomiable exactitud la duración del año y la extensión de las
estaciones, así como predecir la localización de las constelaciones y de los
planetas en su constante y lento desplazamiento visible en el escenario
celestial, incluidos los eclipses lunares y solares. Sobreviven milenarias
edificaciones que fueron construidas de tal modo que el Sol las iluminara
de una manera especial en el momento de los solsticios o los equinoccios.
La propia teoría copernicana, pese a que conservaba la vieja y errónea
suposición de que los movimientos planetarios sólo podrían tener forma
circular, constituyó un enorme adelanto. Si Kepler hubiera adoptado a libro
cerrado la teoría de Copérnico, jamás habría podido mejorarla. Lo logró
cuando dejó de lado la venerable, y fecunda, convicción de que los planetas
sólo podrían describir órbitas circulares y la reemplazó por la novedosa
posibilidad de que los planetas giraran en torno al Sol siguiendo recorridos
elípticos.

Estas reflexiones muestran que la definición de conocimiento que


hemos recogido previamente, la que identifica el conocimiento con
creencias verdaderas y justificadas, no resulta del todo adecuada. En la
actualidad, y debido a la convicción de que nunca es posible asegurar que
se ha llegado a establecer completamente la verdad de nuestras creencias,
los filósofos del conocimiento, y en especial los filósofos de la ciencia,
adoptan una actitud falibilista, esto es, procuran elaborar una
caracterización del conocimiento que no haga de la verdad de las creencias
una condición necesaria. Pero esto nos lleva a replantear el problema.
Admitido que puede haber mérito en ciertas creencias pese a que no sean
estrictamente verdaderas y atentos a que aun cuando arribáramos a
hipótesis verdaderas no podríamos saberlo con certeza, porque siempre es
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posible que se haya deslizado un error, ¿cómo podemos caracterizar el


conocimiento y diferenciarlo de la mera creencia, la ilusión, el prejuicio o
el capricho?, ¿cómo diferenciar la ciencia del mito o la fantasía? Por
supuesto, no hay una única manera de contestar estos interrogantes. Más
adelante, y en ello consiste el principal objetivo de nuestra tarea,
presentaremos algunas de las respuestas más destacadas a esas cuestiones,
pero antes necesitamos precisar algunos otros instrumentos conceptuales.

1.3. Verdad, creencia y justificación

Hasta ahora hemos usado la palabra “verdad” sin intentar precisar su


significado. Los filósofos han entendido este concepto de muy distintas
maneras, pero para nuestros propósitos será conveniente atenernos a una
noción tradicional de verdad, que probablemente es la más ajustada al uso
ordinario del término. Se trata de la llamada teoría correspondentista de la
verdad, que establece el siguiente criterio: Una proposición p es
verdadera si y sólo si la situación descripta por p acontece o tiene lugar
en las condiciones fijadas por p. Así, por ejemplo, la proposición:

1) Está lloviendo ahora en Plaza de Mayo

es verdadera si y sólo si efectivamente está lloviendo en Plaza de Mayo.

Y, del mismo modo,

2) Llovió el 3 de enero de 1313 en el espacio ahora ocupado por


la Plaza de Mayo

es verdadera si y sólo si efectivamente llovió el 3 de enero de 1313 en ese


lugar.

Si estuviéramos lejos de Buenos Aires, no podríamos averiguar de


manera directa si la proposición 1) es verdadera o falsa, aunque podríamos
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telefonear a un amigo que vive muy cerca de ese lugar y preguntarle; pero
si nosotros estuviéramos allí, la averiguación sería más rápida y confiable.
Más confiable no equivale a afirmar que se trata de una creencia dotada de
certeza absoluta porque podríamos ser victimas de un error, podríamos
sufrir una alucinación, por ejemplo.

El caso de la proposición 2) es peor, porque no contamos casi


con ningún elemento de juicio para decidir si la proposición es verdadera o
falsa; pues, aun cuando hubiera habido testigos en las proximidades del
lugar en aquel momento, no nos han dejado ningún registro del hecho. De
acuerdo con estas consideraciones, entonces, la verdad o la falsedad de la
proposición Llovió el 3 de enero de 1313 en el espacio ahora ocupado por
la Plaza de Mayo son independientes de nuestras creencias, son
independientes de los elementos de juicio que podamos tener para nuestra
creencias y son independientes, incluso, de que alguien haya formulado o
vaya a formular el enunciado correspondiente. Y lo mismo vale para
cualquier proposición, todas son independientes de que su valor de verdad
conocido o no.

Pero nuestras creencias pueden estar justificadas en mayor o menor


medida. Si yo me inclinara a creer que llovió en el sitio de Plaza de Mayo
el 3 de enero de 1313, no tendría muchos fundamentos para decir que sé
que así ocurrió. En el mejor de los casos, si efectivamente llovió ese día,
habré acertado por casualidad.

Consideremos ahora la proposición

3) Nevó en el lugar donde ahora se encuentra la Plaza de Mayo


el 3 de enero de 1313

Aunque no hay registros de esa época, cualquier porteño se


arriesgaría a apostar que la proposición es falsa: es muy improbable que
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nieve en Buenos Aires, y más improbable aun que ocurra en pleno verano.
Pero improbable no significa imposible. De todos modos,
consideraríamos que estamos bastante justificados para creer que 3) es falsa
(y consecuentemente, que su negación es verdadera) y hasta cierto punto
podríamos estar tentados de decir que sabemos que no nevó en Buenos
Aires aquel día aunque no sabemos si llovió o no porque estas dos últimas
alternativas son casi igualmente probables.

Abandonada las exigencias de la verdad y la completa certeza, la


noción de conocimiento descansa fundamentalmente en la justificación con
la que se cuenta para aceptar una creencia determinada. ¿Pero cuales
pueden ser las fuentes de esa justificación?

2. Conocimiento observacional y conocimiento inferencial

2.1 Conocimiento observacional

La fuente primaria del conocimiento radica en los sentidos


perceptivos, que nos informan de manera directa acerca de condiciones
propias de nuestro cuerpo y de su entorno. El conocimiento aprehendido
por medio de la vista, el tacto, el oído, el olfato y otras formas semejantes
de percepción directa constituyen lo que los filósofos llaman conocimiento
sensible, experiencia sensible o conocimiento empírico. En principio, esta
fuente de conocimiento luce como inmensamente confiable: la mejor
manera de saber si está lloviendo ahora en Plaza de Mayo es estar allí y
observar qué sucede.

Sin embargo, los sentidos suelen engañarnos; algunos de los errores


de la percepción, como el de leer ocasionalmente una palabra por otra, son
esporádicos y corregibles, pero otros son permanentes, sistemáticos,
inevitables. Este último caso corresponde a las leyes de la perspectiva
óptica, bien conocida por los dibujantes. Cuando conducimos en una ruta y
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observamos el horizonte, las banquinas no se ven como paralelas, sino


como los lados de un ángulo que se unen en un vértice más o menos
distante. La sensación que tenemos, si le prestamos atención, es la de que
ese vértice se va desplazando a medida que avanzamos, de manera que
nunca arribamos a ese punto de unión imaginario. Estas ilusiones normales,
si se nos permite el término, que han sido llamadas también ilusiones
óptico-geométricas, afectan continuamente nuestras percepciones y
muestran no solamente la falibilidad de nuestro aparato perceptivo sino
también el hecho de que, por lo menos con respecto a este tipo de casos,
nuestras creencias se guían más por la razón que por los datos de los
sentidos, porque simplemente descartamos por disparatada la posibilidad de
que los bordes opuestos del camino confluyan realmente pero se vayan
separando a medida que nosotros avanzamos.

2.2 Conocimiento inferencial

La percepción es un proceso complejo en el que inciden muchos


factores además de los componentes físicos, como la luz o el sonido, y los
fisiológicos, como el funcionamiento de las neuronas. Las experiencias
previas también juegan un papel importante; la familiaridad con los objetos
hace que los percibamos de determinada forma, que identifiquemos
automáticamente un avión volando a baja altura y no lo confundamos con
un pájaro. Este fenómeno es particularmente significativo en el caso de los
científicos, cuyas creencias teóricas influyen en sus percepciones. Un
médico podría ver que una persona sufre de una patología de la tiroides
observando su cuello, mientras que un lego no lo hubiera siquiera
imaginado; Galileo, convencido de antemano de que la Luna podía tener
una superficie tan irregular como la de la Tierra, veía montañas con su
tosco telescopio donde sus oponentes sólo percibían zonas más claras o
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más oscuras. Este fenómeno ha sido llamado carga teórica de la


observación. De todos modos, pese a las distorsiones y la falibilidad de la
percepción, no tenemos más remedio que conceder una buena dosis de
confianza a la información que nos brindan los sentidos, sin ellos no
podríamos sobrevivir ni desarrollar conocimiento científico, así como no
podríamos convivir con otros seres humanos si tomáramos por falso todo lo
que dicen.

Pero, pese a su imprescindibilidad, el conocimiento sensible sólo


conforma una limitada porción de nuestro saber. Tanto en la vida cotidiana
como en la actividad científica, otra parte no menos importante le
corresponde a nuestra capacidad de razonar. Es esta capacidad la que nos
lleva a creer que no nevó en el lugar donde ahora está la Plaza de Mayo el 3
de enero de 1313. El razonamiento correspondiente puede ser reconstruido
del siguiente modo:

[Primera premisa] Es sumamente improbable que nieve en


Buenos Aires durante el mes de enero

[Segunda premisa] La plaza de Mayo está en Buenos Aires

Por lo tanto

[Conclusión] No nevó en la Plaza de Mayo el 3 de enero


de 1313

Se trata de un razonamiento aceptable pero, aunque las premisas sean


verdaderas, existe alguna posibilidad de que la conclusión fuera en realidad
falsa, si condiciones climáticas extraordinarias hubieran tenido lugar en
aquella fecha.

Esa clase de inferencias, bastante razonables pero inseguras,


contrastan con otros razonamientos cuyas premisas, en caso de ser
verdaderas, aseguran también la verdad de la conclusión. Consideremos el
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siguiente ejemplo. Si percibimos que súbitamente se apagan todas las


luces de nuestra casa sin que nadie haya manipulado el interruptor general,
inmediatamente se nos ocurre alguna conjetura. Probablemente,
pensaríamos: Se interrumpió el servicio de energía provisto por la empresa
de electricidad o se produjo un desperfecto en la instalación eléctrica de
la casa.

Pero si además observamos que en las casas vecinas las luces


continúan encendidas, seguramente descartaremos que se haya
interrumpido el servicio provisto por la empresa e inferiremos que el
problema se produjo en nuestra instalación. El razonamiento completo se
expresaría así:

[Primera premisa] Se interrumpió el servicio de energía


provisto por la empresa de electricidad o se
produjo un desperfecto en la instalación
eléctrica de la casa.

[Segunda premisa] No se interrumpió el servicio de energía


provisto por la empresa de electricidad

Por lo tanto:

[Conclusión] Se produjo un desperfecto en la instalación


eléctrica de la casa

Si se conviene en abreviar Se interrumpió el servicio de energía


provisto por la empresa de electricidad con la letra p y Se produjo un
desperfecto en la instalación eléctrica de la casa con la letra q, el esquema
de ese razonamiento es el siguiente:

p o q

no p
Por lo tanto
q
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Esta es una forma de razonamiento que utilizamos muy a menudo


con diferentes contenidos, tanto en la vida cotidiana como en la actividad
científica. Los lógicos la llaman Silogismo Disyuntivo e ilustra la clase de
razonamientos o inferencias deductivos, que se caracterizan porque su
forma, su estructura, garantiza que si todas las premisas son verdaderas, la
conclusión necesariamente será también verdadera; dicho de otro modo, si
la conclusión resultara ser falsa es porque por lo menos una de las
premisas es falsa.

En síntesis, todos estos ejemplos muestran que los procesos de


conocimiento desarrollados tanto en la vida cotidiana como en la actividad
científica incluyen un componente observacional y un componente lógico,
pues incorporan conjuntamente información que proviene de la percepción
y elaboraciones inferenciales. En la sección siguiente trataremos con
mayor detalle los aspectos lógicos.

5. Razonamientos deductivos y razonamientos no deductivos

Conforme a los ejemplos que acabamos de presentar podemos


caracterizar el concepto de razonamiento en los siguientes términos:

Un razonamiento es un conjunto de proposiciones tales que una


de ellas (la conclusión) se afirma en virtud de otra u otras
proposiciones (las premisas) que, según se pretende, otorgan apoyo
(completo o parcial) a tal conclusión.

Es decir, quien elabora o expresa un razonamiento procura mostrar


que la conclusión es verdadera porque es consecuencia de las premisas,
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está justificada por ellas. En general, advertimos que estamos frente a un


razonamiento porque ciertas palabras -expresiones derivativas como por
lo tanto, por consiguiente, en consecuencia, puesto que- permiten
individualizar cuáles son las premisas y cuál es la conclusión.

Hay dos maneras de rechazar o poner en duda la conclusión de un


razonamiento. La primera consiste en cuestionar la verdad de por lo menos
una de las premisas, y para ello debemos contar con la información
correspondiente. En nuestro ejemplo sobre el apagón, la primera premisa
podría ser falsa porque podría haber otras alternativas además de las
consideradas, por ejemplo, que la instalación esté intacta pero que las
lámparas se hayan quemado simultáneamente, tal vez por una súbita
variación de la tensión.

Un segundo modo de poner en duda la conclusión de un


razonamiento es cuestionar la legitimidad de la inferencia correspondiente.
Hemos señalado que, dado un razonamiento, es posible distinguir, por una
parte, su forma o estructura y, por otra parte, su contenido particular. La
legitimidad o validez de un razonamiento depende, precisamente, de su
estructura, Objetar la legitimidad de una inferencia es cuestionar su forma,
el procedimiento por el que se arriba a la conclusión. Examinar las formas
de razonamiento, clasificarlas y establecer recursos para reconocer cuáles
son aceptables y cuáles no lo son es el propósito fundamental de la
disciplina llamada lógica. A continuación incursionaremos en esos temas.
Trazaremos, a grandes rasgos, una clasificación de los razonamientos y
esbozaremos algunos criterios de aceptabilidad.

5. 1. Razonamientos deductivos

Aunque algunas veces el término “inferir” se usa como sinónimo de


“deducir”, en sentido literal los lógicos reservan el término deducción para
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referirse únicamente a una clase especial de razonamientos, precisamente,


los razonamientos deductivos, cuyas premisas, en caso de ser verdaderas,
garantizan completamente la verdad de la conclusión. En todo
razonamiento deductivo, y solamente en ellos, la conclusión se deduce
del conjunto de sus premisas; dicho de otro modo, las premisas implican
lógicamente la conclusión y ello significa que es lógicamente imposible
que las premisas sean verdaderas y la conclusión sea falsa. Esta condición,
que las premisas impliquen lógicamente la conclusión está determinada por
la forma lógica del razonamiento.

Así, cuando la conclusión se deduce propiamente de las


premisas, ello significa que no existe, ni podría existir, ningún caso de
sustitución, ningún ejemplo, que posea esa forma y en el que todas las
premisas resulten verdaderas y la conclusión sea falsa. Y como cada
forma de razonamiento cuenta con infinitos posibles casos de sustitución o
ejemplos que comparten dicha forma, un eficaz modo de mostrar que la
conclusión no se deduce de las premisas consiste en encontrar un caso de
la misma forma donde las premisas sean verdaderas y la conclusión resulte
notoriamente falsa, lo que se llama un contraejemplo; ello equivaldría a
poner en evidencia que la forma de razonamiento no es deductiva.
Ilustremos esta situación con algunos ejemplos. Consideremos el
razonamiento:

Todos los gatos domésticos son felinos

Todos los felinos tienen garras

Por lo tanto

Todos los gatos domésticos tienen garras


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Tanto las premisas como la conclusión de este razonamiento son


obviamente verdaderas, pero aun así cabe preguntarse si la conclusión se
deduce de las premisas. Para averiguarlo debemos abstraer, en primer
lugar, su forma. La forma lógica de este razonamiento, expresada de una
manera tradicional, es la siguiente:

Todo A es B

Todo B es C

Por lo tanto
Todo A es C

Y otro ejemplo, otro caso de sustitución de la misma forma es el


siguiente:

Toda ballena es un pez

Todo pez es un animal acuático

Por lo tanto --------------------------------------------

Toda ballena es un animal acuático

Este razonamiento cuenta con una premisa falsa, pero si el razonamiento es


correcto, muestra que, a veces, a partir de premisas falsas se pueden
deducir proposiciones verdaderas.

También es posible, naturalmente, encontrar ejemplos en los que


haya premisas y conclusión falsas:
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Todo avestruz es un ave

Todo ave vuela

Por lo tanto ---------------------------------

Todo avestruz vuela

Pero no existe ningún ejemplo que conserve esa forma y tenga premisas
verdaderas y conclusión falsa. Es decir, esa forma de razonar no posee
contraejemplos, y ello indica que la conclusión, en todos los casos, se
deduce de las premisas. Corresponde a una forma de silogismo que los
lógicos medievales bautizaron BARBARA.

Veamos ahora otro razonamiento:

Ningún argentino es asiático

Ningún asiático es europeo


Por lo tanto ---------------------------------------

Ningún argentino es europeo

Si dejamos de lado casos de doble nacionalidad, tanto las premisas como la


conclusión son verdaderas. Esta circunstancia, más cierta similitud con el
razonamiento anterior, puede sugerir que también aquí la conclusión se
deduce de las premisas. Debe observarse, empero, que la forma lógica no
es idéntica, ya que se expresa así:

Ningún A es B

Ningún B es C
Por lo tanto ---------------------
Ningún A es C
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Pero esta forma de razonamiento sí posee contraejemplos, propongamos


uno:

Ningún uruguayo es africano

Ningún africano es americano


Por lo tanto -----------------------------------------
Ningún uruguayo es americano

Este contraejemplo, en virtud de que posee una conclusión falsa


aunque todas sus premisas son verdaderas, muestra que la conclusión no se
deduce de ellas. En ninguno de los casos de sustitución de esta forma de
razonamiento, pues, la conclusión se deduce de las premisas, y esta
situación incluye el razonamiento original, de manera que el
razonamiento:

Ningún argentino es asiático

Ningún asiático es europeo


Por lo tanto -------------------------------------

Ningún argentino es europeo

pese a tener todas las premisas y la conclusión verdaderas es un


razonamiento incorrecto.

Los razonamientos deductivos se utilizan tanto en la elaboración del


conocimiento ordinario como el científico. Una subclase de los
razonamientos deductivos está constituida por los procedimientos usuales
en la utilización de la matemática para obtener resultados a partir de ciertos
datos. Así, por ejemplo, los datos sobre la longitud de los catetos de un
triángulo permiten deducir la longitud de la hipotenusa. Las operaciones
aritméticas, como la suma o la multiplicación, pueden ser consideradas
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formas deductivas, por cuanto, si se aplican correctamente, garantizan que


a partir de los valores asignados a los sumandos o a los factores, el
resultado queda necesariamente determinado.

Entre las múltiples formas de deducción que los lógicos han


identificado, una de las más frecuentes es la que corresponde al siguiente
ejemplo:

[Premisa 1] Si el paciente respira, entonces está con vida

[Premisa 2] El paciente respira

Por lo tanto ---------------------------------------------------------

[¨Conclusión] El paciente está con vida

La forma de este razonamiento, que los lógicos medievales llamaron


M0DUS PONENS puede simbolizarse así:

Si p, entonces q

p
Por lo tanto: ------------------------

Otra forma de razonamiento deductivo muy corriente es la que


corresponde al siguiente ejemplo:

[Premisa 1] Si anoche llovió intensamente, la vereda


estaría aún húmeda

[Premisa 2] La vereda no está húmeda

Por lo tanto: -------------------------------------------------------


Anoche no llovió intensamente
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La forma de este razonamiento, que los medievales llamaron “M0DUS


TOLLENS”, puede simbolizarse así:

Si p, entonces q

no q
Por lo tanto -------------------------------
no p

Pero el conocimiento ordinario y las ciencias fácticas, tanto las


ciencias naturales como las sociales, emplean con provecho, como ya
hemos sugerido, otras formas de razonamiento, aun cuando no alcancen a
garantizar sus conclusiones con la misma fuerza que los razonamientos
deductivos. Veamos ahora algunas clases de razonamientos que, si bien no
ofrecen garantías completas de que sus respectivas conclusiones sean
verdaderas ni siquiera en el caso de que todas sus premisas lo sean,
proporcionan al menos algunos elementos de juicio dignos de ser tenidos
en cuenta.

5. 2. Razonamientos no deductivos

5..2.1. La inducción enumerativa

Entre los tipos de razonamiento más frecuentemente utilizados se


encuentran ciertas formas de inferencia que tempranamente fueron
identificadas por los lógicos, quienes les dieron el nombre de inducción.
Uno de los subtipos más comunes y espontáneos de esta manera de hacer
inferencias es la que se denomina inducción por enumeración
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(incompleta). Es la que lleva a proyectar sobre la totalidad de los


miembros de un conjunto las propiedades invariables, es decir, las
regularidades, que han sido observadas en los casos que han podido ser
examinados hasta el presente. Así, la sucesión de los días y las noches, la
salida y la puesta del Sol, fenómenos presenciados por la humanidad desde
siempre, llevó a pensar que continuarán indefinidamente de la misma
manera. Pero aun en situaciones donde la experiencia es mucho más
limitada, la observación de que ciertas características siempre se han
presentado conjuntamente, sin excepciones, inclina a creer que eso ocurrirá
necesariamente. Así, por ejemplo, hasta el momento se han observado
muchos gatos de diferentes colores, pero ninguno que fuera verde, de
manera que es natural inferir que en el futuro tampoco nacerá un gato
verde. Una situación menos conocida pero más interesante es el hecho de
que los zoólogos, mediante el mismo tipo de inferencia, llegaron a la
conclusión de que todos los gatos con pelaje de tres colores son hembras.
Si identificamos con un número a cada ejemplar de 3 colores que se ha sido
examinado, esta inducción enumerativa puede representarse así:

El ejemplar 1 es un gato tricolor y es hembra

El ejemplar 2 es un gato tricolor y es hembra

El ejemplar 3 es un gato tricolor y es hembra

El ejemplar n es un gato tricolor y es hembra

(Y hasta ahora no se han observado gatos tricolores que


sean machos)

Por lo tanto

Todo gato tricolor es hembra


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Es evidente que esta conclusión excede la información contenida en


las premisas, pues se extiende tanto a gatos efectivamente observados como
a los que no lo fueron y aun a los que nacerán en el futuro.

El ejemplo anterior podría hacernos pensar que la inducción se


utiliza limitadamente, pero es necesario advertir que, por lo contrario,
empleamos todo el tiempo, casi siempre de manera implícita, inferencias
inductivas en nuestras actividades cotidianas. Todos los días ingerimos
alimentos y bebidas sin desconfiar de sus propiedades saludables, basados
en el simple hecho de que hasta el momento nunca las manzanas que
hemos comido o el agua que acostumbramos beber nos han intoxicado; del
mismo modo, tampoco esperamos que el techo de nuestra habitación se
desplome súbitamente o que el piso se hunda bajo nuestros pies. Sin
embargo, es evidente que la circunstancia de que no haya ocurrido antes
nada de eso no implica que no pueda ocurrir. Asimismo, si nos saluda
nuestro vecino todos los días, nos sorprendería que un día, sin motivo
alguno, dejara de hacerlo. De todas maneras, por falibles que resulten
nuestras creencias acerca de cuestiones cotidianas, no podemos sustraernos
a tenerlas, no podríamos vivir sin usar inconscientemente inferencias
inductivas. .

Lo mismo ocurre, en principio, en la actividad científica. Hay cierta


continuidad entre el saber ordinario y el conocimiento científico y también
en este ámbito las inferencias inductivas juegan un papel fundamental. Las
inducciones más sencillas, que consisten en esperar que los
acontecimientos futuros sean semejantes a los ya experimentados,
responden a una tendencia natural no solamente propia de los seres
humanos sino también de los animales, que después de algunas repeticiones
aprenden a asociar situaciones. Un perro acostumbrado a pasear cada vez
que su ama toma la correa, se dispone a salir apenas ve que la mujer lo ha
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hecho. Por inducción llegamos a creer que siempre que arrojemos una
piedra caerá al suelo, que el agua apaga el fuego y que todo trozo de
madera flota. Observaciones más cuidadosas llevan a establecer
regularidades más complejas, como la sucesión uniforme de las fases
lunares, descubrimiento que dio nacimiento a los antiguos calendarios
lunares. Este tipo de creencias, que suelen aprovechar las observaciones de
muchísimas generaciones humanas se denominan generalizaciones
empíricas y a menudo motivan la elaboración de teorías científicas.

Pero la ciencia trasciende ese nivel y conjetura regularidades y


mecanismos que no son directamente observables. Pueblos antiguos
notaron que el conjunto de las estrellas parece mostrar por lo menos dos
movimientos combinados, uno que insume 24 horas, en cuyo transcurso
cada estrella retorna aproximadamente al mismo lugar del cielo al iniciarse
la noche, y otro, mucho más lento, que corresponde al desplazamiento de
las constelaciones (las famosas figuras del Zodíaco) y cuyo desfile tarda un
año en completarse.

Para explicar estos movimientos, los astrónomos imaginaron que las


estrellas se hallaban sostenidas por una enorme esfera de un material
cristalino, que giraba simultáneamente conforme a los dos movimientos
que se acaban de describir, y en el centro de la esfera se hallaba la Tierra,
inmóvil, desde donde los seres humanos podían observar el cielo. Esas
hipótesis no eran meras generalizaciones empíricas, ya que no se observa la
supuesta esfera de las estrellas. Es una entidad inobservable o, como
también se las llama, una entidad teórica. Quienes proponían esta teoría
acerca de los movimientos que veían en cielo, llevaban a cabo una
inducción conforme al modelo de enumeración, en tanto afirmaban que
tales movimientos eran invariables y eternos, que se repetirían cada día y
año tras año. Pero, además, daban otro paso, conjeturaban una explicación
23

de esos fenómenos y para ello imaginaban la existencia de una entidad que


no podían observar. De las características de este segundo paso nos
ocuparemos un poco más adelante, cuando hablemos de las inferencias
abductivas.

5.2.2. La inducción por analogía

Otra clase de razonamientos que suelen considerarse un subtipo de


inferencias inductivas son las que sobre la base de analogías presentes en
cierto número de casos considerados concluyen que un nuevo caso, que
comparte varias propiedades con aquellos, también poseerá tal o cual
característica hasta el momento no determinada en ese caso. Tomemos
un ejemplo;

La Tierra es un cuerpo aproximadamente esférico, tiene miles de


Km de diámetro, describe una órbita alrededor del Sol y posee
un satélite natural, la Luna.

Marte es un cuerpo aproximadamente esférico, tiene miles de


Km de diámetro, describe una órbita alrededor del Sol y posee 2
satélites naturales.

Júpiter es un cuerpo aproximadamente esférico, tiene miles de


Km de diámetro, describe una órbita alrededor del Sol y posee
varios satélites naturales.

Urano es un cuerpo aproximadamente esférico, tiene miles de


Km de diámetro, describe una órbita alrededor del Sol y posee
varios satélites naturales.

Neptuno es un cuerpo aproximadamente esférico, tiene miles de


Km de diámetro, describe una órbita alrededor del Sol.

Por lo tanto

Neptuno posee satélites naturales.


24

De manera semejante, si un médico determina que varios pacientes


compartían una serie de signos y síntomas, por ejemplo fiebre, adquisición
de un color amarillento en la piel, orina muy oscura, y el análisis de sangre
verificó un aumento de la bilirrubina, todo ello compatible con una
hepatitis, estará inclinado a creer que una paciente que llega a su
consultorio con los signos enumerados padece de hepatitis, aun cuando no
se le haya practicado aún ningún análisis de sangre. El esquema del
razonamiento del médico puede representarse así:

El paciente X presentó los signos o síntomas a,b,c, d y


sufre E

El paciente Y presentó lo signos o síntomas a,b,c, d y


sufre E

El paciente W presentó los signos o síntomas a,b,c, d

Por lo tanto ---------------------------------------------------

El paciente W sufre E

Y más generalmente podemos representar de un razonamiento por analogía


con la siguiente forma.

1 posee las propiedades F, G, H y además posee la propiedad K

2 posee las propiedades F, G, H y además posee la propiedad K

3 posee las propiedades F, G, H y además posee la propiedad K

4 posee las propiedades F, G, H

Por lo tanto

4 posee la propiedad K
25

Aunque los razonamientos por inducción enumerativa y los


razonamientos por analogía están emparentados, hemos sugerido que en la
inducción enumerativa, a partir de atribuir una propiedad a los miembros
examinados de una clase, y ante la ausencia de excepciones conocidas, la
atribución de esa propiedad se extiende en la conclusión a todos los
miembros de dicha clase; mientras que en el caso de la analogía la
asociación de una serie de propiedades en algunos miembros de un
conjunto con cierta otra propiedad lleva a pensar que otro miembro que
evidencia compartir ese conjunto de características también posee la
propiedad en cuestión. La inducción por analogía resulta sumamente útil
para muchas de nuestras actividades. Cuando conducimos por primera vez
un determinado modelo de automóvil, quizá tengamos algunas dudas sobre
sus comandos, por ejemplo, cómo se pone en funcionamiento el
limpiaparabrisas, por ese motivo los fabricantes suelen indicar de algún
modo cuál es el mando correspondiente; pero nadie que haya aprendido a
conducir necesita que le indiquen cuál es el acelerador o el freno porque la
ubicación de estos pedales es análoga en casi todos los automóviles. Algo
similar ocurre con la mayoría de los aparatos domésticos, las herramientas,
etcétera Y también con la conducta de las personas, pues esperamos que
haya analogía en sus comportamientos.

5.2.3. Inducción y causalidad

El reconocimiento de que la deducción es insuficiente para producir


o justificar nuestros conocimientos y que, en consecuencia, debemos
confiar hasta cierto punto en inferencias no deductivas, como la inducción
enumerativa y la analogía, hizo que algunos autores prestaran atención a
otros procedimientos no deductivos pero valorables. John Stuart Mill, por
ejemplo, formuló algunas reglas que, de hecho, y desde siempre han sido
usadas provechosamente tanto en el contexto del conocimiento ordinario
26

como en el científico y que son consideradas propias del método inductivo.


Son varias pero sólo haremos mención a un par de ellas. Mill se interesó en
las relaciones causales, es decir, en las circunstancias en las que un hecho
va seguido regularmente por otro. Tomemos un ejemplo: supongamos que
seis amigos van a cenar a un restaurante y todos piden platos diferentes;
cuatro de ellos eligen también cuatro diferentes marcas de vino mientras
que los otros dos comparten una jarra de agua corriente. Al día siguiente,
estos dos últimos manifiestan malestares digestivos, mientras que los otros
cuatro se sienten perfectamente bien. No hace falta ser médico para
sospechar que la causa de los malestares se encuentra en el agua, que
posiblemente estaba contaminada. La situación ilustra el tipo de inferencia
inductiva que suele llamarse método conjunto de la concordancia y la
diferencia y que puede expresarse así: Si dos o más casos en los que
aparece cierto fenómeno (el malestar digestivo) tienen solamente una
circunstancia en común (el agua ingerida durante la cena) mientras
que dos o más casos no comparten ninguna circunstancia (las comidas
y bebidas diferentes de los cuatro comensales), salvo la ausencia de
aquella circunstancia (haber bebido el agua) la circunstancia única en
la que coincide la diferencia entre ambos grupos ( el agua ingerida)
guarda alguna relación causal con el fenómeno en cuestión (el malestar
digestivo)

Otro de los procedimientos inductivos estudiados por Mill es el que


se llama de variación concomitante: si se observa que las variaciones en
la magnitud de un fenómeno va acompañada regularmente por cierto
tipo de variaciones en otro fenómeno, ello indica que hay una
vinculación causal entre ellos.

Los médicos han establecido, por ejemplo, que en las sociedades


donde se consume una dieta con alto contenido de sodio hay muchas más
27

personas hipertensas que en aquellos grupos humanos que no adicionan sal


a sus alimentos. Del mismo modo, si se observara repetidamente que la
disminución del valor internacional de la moneda de un país va seguida
poco después de un aumento de los precios internos, se advertiría que hay
una relación de proporción (en este caso, inversa) entre ambas variables.

5.2.4. Inducción y explicación

Una de las razones para inclinarse a creer en la verdad de una


proposición reside en su capacidad explicativa. Analicemos un curioso
hecho real. Los vecinos de un barrio de Vicente López llamaron a la
policía, alarmados por el desagradable olor que provenía de la casa de un
antiguo y huraño vecino a quien no veían desde hacía muchos días. La
policía lo encontró muerto en la cocina de la casa. Pero lo más sorprende es
que, atado a una silla, junto al cadáver del hombre se encontró, envuelto
con mantas y bolsas de plástico, el esqueleto reseco de una mujer,
seguramente la madre del otro fallecido que había permanecido allí durante
una década. La primera explicación del macabro descubrimiento que a
muchos se nos ocurrió fue la de que el hombre sufría de lo que podríamos
llamar “el síndrome de Norman Bates”. Sin embargo, más allá del grado de
desequilibrio mental del solitario ocupante de la casa, los investigadores se
convencieron de que el hombre había ocultado la muerte de su madre para
continuar cobrando la pensión que en su nombre percibía. Esa, les pareció,
constituía la mejor explicación del extraño episodio.

Consideremos ahora otro caso real. En 1821, un astrónomo llamado


Bouvard publicó las tablas de las posiciones del planeta Urano y advirtió
que su trayectoria se apartaba de la que debía seguir de acuerdo con los
hechos pertinentes conocidos y la teoría de Newton. Bouvard formuló
entonces la hipótesis de que había un cuerpo celeste hasta entonces no
identificado cuya atracción gravitatoria perturbaba el movimiento de
28

Urano. Un par de décadas más tarde el británico Adams y el francés Le


Verrier, independientemente uno del otro, supusieron que se trataba de un
planeta y procedieron a calcular su posible trayectoria, de manera que se
pudiese ubicarlo e identificarlo dentro del abigarrado conjunto de puntos
luminosos que poblaban el cielo escudriñado por los telescopios. En 1846,
guiado por las predicciones de Le Verrier, Galle realizó las observaciones
que confirmaban la presencia de ese planeta --a sólo un grado de distancia
del lugar previsto por Le Verrier-- que posteriormente fue bautizado
Neptuno.

Los ejemplos expuestos y muchos otros, ya sea triviales o


asombrosos como el descubrimiento de Neptuno, que tienen lugar tanto en
el conocimiento cotidiano como en el científico corresponden a un tipo de
inferencia que ha sido llamada abducción. Más recientemente, se la ha
reformulado bajo el nombre de inferencia a la mejor explicación, y
responde aproximadamente al siguiente esquema:

Dados:

• Un hecho p (por ejemplo, la perturbación de la órbita de Urano)


• Las hipótesis H1, H2, etc., cada una de las cuales podría
explicar p
• H1= las leyes de Newton son erróneas,
• H2= hay un planeta aún no identificado que altera la órbita de
Urano, etc.
• H2 es la que mejor explica p

Es razonable pensar

• H2 ( hay un planeta aún no identificado, [Neptuno])

Aunque la abducción ya había sido reconocida por Aristóteles, el


interés que ha despertado desde hace algunas décadas por parte de algunos
filósofos deriva, a su vez, de la revaloración del pensamiento de Charles
29

Sanders Peirce, quien latribuía a las inferencias abductivas una gran


importancia en el descubrimiento de hipótesis científicas. Nótese, sin
embargo, que nosotros hemos venido considerando tales inferencias como
un procedimiento para justificar (de manera parcial) ciertas hipótesis, no
para imaginarlas. Pierce creía, por su parte, que los seres humanos
contamos con una capacidad innata, semejante a los instintos de los
animales, para generar hipótesis verdaderas. Conforme a esta convicción la
abducción fue propuesta por algunos filósofos como la regla central de una
supuesta lógica del descubrimiento científico.

Pero esa suposición no es sólida, como puede advertirse si la


abducción se describe en términos de “la mejor explicación”, como se la
llama a veces. Preferir la mejor explicación supone que ya han sido
generadas, que ya se nos han ocurrido las distintas hipótesis entre las
cuales se elijirá la mejor. Aun cuando se nos ocurriera una sola posible
explicación de un fenómeno (en cuyo caso sería la mejor por carecer de
rivales), haber inventado esa hipótesis requiere, además de ciertos
conocimientos previos, un acto creativo de imaginación para el que aún
no se conoce que haya ninguna receta lógica, como no la hay para
imaginar ficciones literarias. (Dicho sea de paso, la idea de convivir con
cadáveres no fue original de los guionistas de Psicosis sino inspirada en la
biografía del asesino serial Ed Gein, que conservaba restos de sus víctimas,
y cuyos instintos eran, sin duda, menos elogiables que aquellos en los que
confiaba Peirce).

Es oportuno subrayar que las inferencias no deductivas, aunque


muchas veces son inevitables y a menudo dan provechosos resultados, no
garantizan sus conclusiones, como lo ilustra otro episodio de la brillante
carrera científica de Le Verrier. La órbita de Mercurio, el planeta que se
mueve siempre más próximo al Sol, también presenta cierta discrepancia
30

con las predicciones formuladas a partir de la teoría de Newton.


Entusiasmado por su éxito en el descubrimiento de Neptuno, y ante la
similitud de las situaciones, Le Verrier propuso la hipótesis de que existía
un planeta, muy pequeño y más próximo al Sol que el propio Mercurio,
responsable de la alteración de la trayectoria mercurial. Lo llamó
“Vulcano”. Varios astrónomos informaron haber hecho observaciones
telescópicas que parecían confirmar la existencia de Vulcano y Le Verrier
murió convencido de que Vulcano existía. Pero otras observaciones hacían
pensar lo contrario. En 1915 la Teoría de la Relatividad General presentada
por Einstein, cuyas predicciones no coincidían exactamente con las de la
teoría newtoniana, sí concordaban con el comportamiento de que mostraba
Mercurio y permitieron explicar perfectamente la presunta desviación de su
trayectoria sin apelar a la existencia de ningún otro planeta. El éxito de la
teoría de Einstein, que incluso permitía hacer predicciones más ajustadas
con respecto a los demás planetas de nuestro sistema solar, hizo que los
astrónomos consideraran refutada la hipótesis de Le Verrier y dejaran de
buscar al esquivo Vulcano.

Comúnmente se sostiene que hay un estrecho parentesco entre la


abducción y la inducción, ya que son inferencias capaces de otorgar apoyo
significativo a una conclusión sin alcanzar la contundencia de las
deducciones. La abducción sería una forma de inducción o viceversa. Las
historias que hemos narrado muestran los méritos y las debilidades de todos
estos procedimientos. El descubrimiento de Neptuno destaca un éxito, el
fallido descubrimiento de Vulcano nos advierte sobre las acechanzas del
fracaso. Se podría decir que cuando postuló la existencia de Vulcano, Le
Verrier hizo uso, consciente o inconscientemente, de dos tipos de
inferencia. Por una parte, al atribuir las anomalías del movimiento de una
planeta a la misma clase de causa que provocaba la anomalía de otro
planeta, apeló a una inferencia por analogía; por otra parte, estaba
31

aplicando el modelo de una inferencia a la mejor explicación. Es


interesante señalar, además, que la refutación de la existencia de Vulcano
no se apoyó solamente en contrastaciones empíricas, a saber, la falta de
alguna visualización poco discutible del supuesto planeta sino, sobre todo,
porque la teoría de Einstein, en la medida en que superaba la de Newton
constituía una mejor explicación de las alteraciones en el perihelio de
Mercurio. Hasta principios del siglo XX, esa explicación no era ni siquiera
soñada. Esta circunstancia indica que la noción de “mejor explicación” es
relativa e inestable. Y algo más, si alguna vez se registraran observaciones
indiscutibles que constataran la existencia de Vulcano, la que correría un
serio riesgo de ser considerada refutada sería la teoría de Einstein.

5.2.5 Inferencias falaces

Si bien la relación entre las premisas y la conclusión de un


razonamiento es puramente lógica, así como el hecho de que un número sea
o no divisible por otro es una relación puramente matemática, los
razonamientos y las operaciones matemáticas son aplicados por personas
en el curso de actividades cognoscitivas y, tanto en un caso como en el
otro, esas aplicaciones pueden dar lugar a errores. Podemos equivocarnos,
incluso, al realizar cuentas simples; en el caso de la aritmética, sobre todo
si se trata de operaciones sencillas, todos conocemos métodos que nos
permiten revisar su corrección. Pero en cuanto a los razonamientos en
general, es fácil ser víctima de un error y no advertirlo. Por supuesto,
algunos razonamientos son tan claramente incorrectos en todo sentido que
casi nadie los aceptaría, pero hay otros que aun cuando son incorrectos
resultan psicológicamente persuasivos: el que así argumente consigue que
el interlocutor o el lector acepte una conclusión aunque las premisas no
ofrezcan buenas razones para hacerlo. No siempre esta situación es mal
intencionada, la propia persona que elabora tal inferencia puede estar
32

engañándose a si misma. Y así como los lógicos han identificado y


bautizado algunas formas correctas de razonamiento—como las que han
llamado BARBARA o MODUS PONENS (presentados en las secciones
precedentes) también han identificado varios tipos de inferencias engañosas
de aparición bastante frecuente, a las que denominan falacias. En general
las falacias se pueden agrupar en dos grandes clases; las formales y las no
formales.

Las falacias formales se denominan así porque, aunque tienen una


estructura lógica incorrecta, resultan persuasivas porque dicha
estructura es semejante, y fácil de confundir, con alguna forma de
inferencia correcta. Tomemos un ejemplo:

Si el tratamiento que mi prima recibió es efectivo, sus ataques de


pánico desaparecieron.

Los ataques de pánico de mi prima desaparecieron

Por lo tanto -----------------------------------------------------------------

El tratamiento que mi prima recibió es efectivo

Es posible que muchas personas consideren que la conclusión de este


razonamiento se deduce de las premisas. Pero no es así, pues se trata de una
falacia, llamada falacia de afirmación del consecuente. Para mostrarlo
abstraigamos su forma lógica y veamos si podemos encontrar algún
contraejemplo de ella. La forma del razonamiento es:

Si p, entonces q

q
Por lo tanto, -----------------------
p
33

Esta forma de razonamiento resulta engañosa (seguramente porque es muy


parecida a la inferencia correcta llamada MODUS PONENS (que ya
hemos presentado) pero se puede advertir que la forma en cuestión es
incorrecta si se encuentra algún contraejemplo; un caso cuyas premisas
sean verdaderas mientras que todos sabemos que la conclusión es falsa, por
ejemplo, el siguiente:

Si Kennedy murió de cáncer durante su presidencia,


no completó su mandato.

Kennedy no completó su mandato

Por lo tanto ----------------------------------------------------

Kennedy murió de cáncer durante su presidencia

La otra clase de falacias, las no formales tampoco tienen una forma


correcta, pero el motivo por el que gozan de cierta capacidad de convicción
no radica en su parecido con formas correctas sino en que el contenido de
las premisas predispone a aceptar su conclusión. Los lógicos han
identificado un gran número de subtipos de falacias de esta clase, pero sólo
mencionaremos un par de ellas. La falacia de argumento ad hominem
consiste en tratar de demostrar que una afirmación es falsa, no por
medio de un razonamiento cuya conclusión opuesta se infiera
correctamente a partir de premisas verdaderas, sino atacando a quien
ha formulado esa aquella afirmación. Es un recurso casi permanente de
los políticos, que desmienten cualquier información que los perjudica
indicando que los opositores, los periodistas o el diario que lo difundió
responden a tales o cuales intereses. En la actividad científica el recurso a
esta falacia no es tan corriente, pero a veces acontece. En un debate sobre
la teoría de Darwin, por ejemplo, un clérigo le preguntó a Huxley, amigo
de Darwin y defensor de esa teoría, si era descendiente de monos por vía
34

materna o paterna. Casos más recientes se presentan cuando se niega que


un medicamento posea cualidades curativas alegando que el laboratorio que
lo produce lucra con su venta o que el pronóstico formulado por cierto
economista es equivocado porque estudió en tal o cual universidad.

Uno de los episodios más célebres en la historia de la ciencia


soviética fue el ataque emprendido por Lysenko, un técnico ucraniano que
se convirtió en un poderoso funcionario y persiguió a los biólogos
partidarios de la genética “reaccionaria” de corte mendeliano, surgida en
los países capitalistas. Este caso ilustra además otro tipo de falacia, la que
justifica una conclusión porque es la opinión de alguien supuestamente
prestigioso. Lysenko exhibía como un argumento a favor de sus más que
discutibles hipótesis la aprobación de Stalin, quien no se privaba de darle
consejos como si él mismo fuera un brillante científico. La historia es quizá
demasiado patética para ser representativa de lo que puede suceder en la
investigación científica, pero hay disciplinas en las que el peso de algunos
personajes es tal que resulta casi imposible que alguien intente someter a
severas contrastaciones sus ideas, aun cuando no exista un cuerpo
significativo de observaciones rigurosas que las apoyen.

Pero antes de pasar a otro tema debemos subrayar que la existencia


de inferencias falaces tales como las mencionadas no significa que las
conclusiones que se pretenden demostrar con su empleo sean por ello
falsas, sino solamente que el procedimiento usado para justificarlas es
objetable y no prueba nada. La conclusión que parece estar fundada en una
falacia podría ser, de todos modos, verdadera, en cuyo caso podría
justificarse de otras maneras. En el capítulo siguiente examinaremos cómo
se utilizan en el curso de la las investigaciones científicas las formas de
inferencia de las que nos hemos venido ocupando.

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