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Digno Es El Cordero Por Ray Summers PDF
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PREFACIO
Hay algunos predicadores del evangelio que naturalmente están dotados de una benéfica
curiosidad, o la adquieren desde el principio de su ministerio: quizás en ninguna parte se
manifieste mejor esta curiosidad que en un curso de estudio en un seminario teológico. El autor
de esta obra tiene una deuda de gratitud para con esa manifestación, porque llamó su atención a
la aguda necesidad que hay de un estudio como el que se presenta en este volumen. Especial
agradecimiento debe ser expresado al grupo que estudio Nuevo Testamento 7 durante la sesión
del verano de 1941. Mientras se hacía el estudio del Apocalipsis en ese curso de ocho semanas,
decidí continuar tal estudio. En los años siguientes se ha dado la clase una o dos veces en cada
sesión, y de este "laboratorio" ha salido la presente obra. Las opiniones que aquí aparecen han
sido sometidas a la consideración de cientos de estudiantes; y los resultados han sido a la vez
satisfactorios y estimulantes.
El propósito de este estudio es doble: Primero, estudiar el fondo histórico del
Apocalipsis. Mediante la inspiración del Espíritu Santo este libro fue dado por un hombre a los
hombres. Para él y para ellos el libro debió tener algún significado, ya que el libro llegó a ellos
precisamente cuando se encontraban en las condiciones especiales en que estaban. A través de
esta obra consideraremos al pueblo de Asia Menor de la última década del siglo primero A. D.,
como el punto de partida para la interpretación. Yo creo que ninguna interpretación del
Apocalipsis puede ser correcta si el libro no tuvo ningún significado y si no proporcionó
ninguna ayuda práctica y consuelo a quienes fueron los primeros en recibirlo. El hecho de
comenzar desde otro punto de vista, es tanto como seguir el camino que nos aparta de la verdad
del libro, más bien que el camino que revela el maravilloso mensaje de la verdad que aquí se
imparte a los corazones atribulados. El segundo propósito de este estudio es aplicar nuestro
conocimiento del fondo del libro a la interpretación de él. Vamos a usar este conocimiento para
saber lo que el libro significó para quienes fueron los primeros en recibirlo, y, en consecuencia,
lo que significa para nosotros en la actualidad. Al autor de esta obra le parece que los dos
significados acabados de mencionar son uno mismo.
En el curso de esta investigación se van presentado muchas limitaciones. La literatura
apocalíptica es voluminosa para ser estudiada toda. Para realizar el propósito que anima a esta
obra, ha sido necesario limitar el estudio a la literatura apocalíptica que pudo haber ejercido
influencia en el escritor del Apocalipsis, es decir, la literatura apocalíptica judía. Hay muchos
lugares donde uno siente la tentación de discutir con amplitud las claramente falsas
interpretaciones de pasajes del libro que con frecuencia son tergiversados; pero lo limitado del
espacio le impide ceder a dicha tentación. La mayor parte de la interpretación aquí presentada es
positiva más bien que negativa. También ha sido necesario evitar largas polémicas, y en cambio
ha sido necesario presentar el libro como debe haber sido entendido por quienes fueron los
primeros en recibirlo.
Muchos libros han sido consultados en el transcurso de los años en que se ha hecho el
presente estudio; y expresamos nuestro agradecimiento a todos sus autores. Al fin de este
volumen está una bibliografía de las obras de más utilidad; de éstas, las que más nos han
ayudado están indicadas por las notas que van al pie de unas páginas. Quizás los estudiosos
que han leído muchos de los cientos de volúmenes escritos sobre el Apocalipsis, se darán
cuenta de que han sido usadas otras obras que no se mencionan aquí; y deseo hacer saber que
siento mucho que no se hayan mencionado: uno inconscientemente absorbe muchas ideas que
después usa sin poder decir quiénes fueron los autores.
El título escogido, Digno es el Cordero, presenta la idea central del libro: el redentor
Cordero de Dios, dominando la vida de su pueblo y la actividad que se manifiesta en este libro;
él es quien queda final y completamente victorioso sobre las fuerzas que pretenden destruir al
pueblo y la obra de Dios. Por lo mismo. Cuando el telón cae al fin de la última escena de este
drama maravilloso, el lector está sobrecogido por la emoción que lo hace inclinar
reverentemente su cabeza delante de Dios y unirse a Handel en su coro conmovedor: "Digno es
el Cordero que fue inmolado, y que con su sangre nos ha redimido para Dios, de recibir
riquezas y honor y gloria y poder."
RAY SUMMERS
Fort Worth, Texas
CONTENIDO
Introducción
Primera Parte — Fondo Histórico
Capítulo 1 — Naturaleza de la Literatura Apocalíptica
I. Literatura Apocalíptica Judía
II. Características de la Literatura Apocalíptica
Capítulo 2 — Métodos de Interpretación del Libro de Apocalipsis
I. Método Futurista
II. Método Histórico-Continuo
III. Método de la Filosofía de la Historia
IV. Método Preterista
V. Método de Fondo Histórico
Capítulo 3 — Fondo Histórico del Apocalipsis
I. El Autor del Apocalipsis del Nuevo Testamento
II. Fecha del Apocalipsis
III. Los Receptores del Apocalipsis
IV. Las Condiciones que Prevalecían en el Imperio Romano
El siguiente paso será un estudio general de los métodos que se usan para interpretar el
libro del Apocalipsis. Estos métodos son de cuatro clases generales, y en esta obra se sugiere
otro que puede considerarse como el quinto. Este quinto método se presenta como el que más
se acerca a la verdad; pero hemos de tener en cuenta una amonestación oportuna que hace
Wishart,1 quien declara que cada presentación del Apocalipsis debería tener en el prefacio
alguna advertencia que dijera más o menos lo siguiente: "¡El que no tenga su especulación
favorita, que arroje la primera piedra!"
Partiendo desde este punto, el fondo histórico será considerado frecuentemente y con
amplitud relativa. Esto incluirá una discusión de todo lo referente a la paternidad, la fecha, los
recipientes y la ocasión, cuando sea necesario hacerlo en la interpretación del libro. El libro
manifiesta una actitud de fe en Dios y en su propósito, la cual no es superada en otros libros del
Nuevo Testamento. Esta manifestación puede entenderse mejor cuando conocemos la condición
en que estaban los primeros lectores del libro. El propósito de esta obra es, pues, presentar una
interpretación consecuente del libro como un todo, recordando siempre que el propósito
principal es producir un espíritu de confianza en el Cordero redentor, victorioso y viviente, que
con paso majestuoso se mueve a través de esta excelsa revelación de Dios. Este Cordero-Cristo
que salió victorioso de las condiciones caóticas del mundo del primer siglo, también saldrá
victorioso de las condiciones semejantes que haya en cualquier otro siglo, hasta que "los reinos
del mundo hayan venido a ser los reinos de nuestro Señor y de su Cristo: y reinará para
siempre jamás."
Primera parte — Fondo Histórico
Capítulo 1 — Naturaleza de la literatura apocalíptica
El libro del Apocalipsis pertenece a una clase especial de escritos conocidos como
apocalípticos; y esta clase de literatura casi siempre tiene unas partes que son algo obscuras.
Algunas personas abandonan por completo el estudio o la lectura del libro del Apocalipsis por
causa de esta aparente obscuridad. Sin embargo, es mucho mejor reconocer que en esta clase de
escritos tenemos la revelación de un mensaje. Esta revelación se manifiesta únicamente cuando
investigamos con diligencia el propósito del escritor y el método que usa para dar a conocer ese
propósito. La palabra griega apocálupsis es una palabra compuesta que significa un
"descubrimiento."* El propósito del escritor no era encubrir su mensaje, sino hacerlo vívido
progresivamente por medio del "descubrimiento" en el que utilizaba signos y símbolos. Este
tipo de literatura es uno de los más comunes del pensamiento religioso. Aunque otras religiones
tienen su aspecto apocalíptico, este lugar de la literatura apocalíptica en la religión es muy
notable especialmente en el judaísmo. Por esta razón, y por causa de sus conexiones con la
literatura cristiana, la discusión de la literatura apocalíptica en esta obra quedará confinada
principalmente a la literatura judía.
Después de que terminó el largo período profético del Antiguo Testamento, los judíos
comenzaron a pasar por tiempos difíciles. "Fueron unos tiempos tan difíciles como éstos, los
que dieron origen a la literatura apocalíptica."1 Toda esta literatura es una serie de obras
pseudepigráficas que aparecieron durante el período comprendido entre los años 210 antes de
Cristo y el año 200 después de Cristo. Tienen varias características en común, siendo la más
prominente el uso de "visiones" como recurso literario por el cual introducen sus conceptos.
Cuando los judíos regresaron de Babilonia a Palestina, aunque estaban rodeados por pueblos
paganos que tenían diferentes religiones, se conservaron firmemente monoteístas. Hubo poco
esfuerzo para molestar a los judíos mientras la influencia persa, con su zoroastrismo casi
monoteísta, conservó la preponderancia. Con la llegada del poder griego, emergió un diferente
estado de cosas. Entonces el sereno desdén de la cultura griega ejerció su influencia en todo el
pueblo e hizo que mucha gente abandonara la religión de sus padres. Aunque muchos de los
que estaban en los círculos políticos tenían la tendencia de entregarse a la idolatría, hubo una
gran parte del pueblo que de ninguna manera recibió la influencia de la cultura helénica. Y no
pocos de esta parte del pueblo odiaron fanáticamente las intromisiones en su religión y toda
apostasía de sus compatriotas judíos. Este sentimiento se intensificó a medida que pasaron los
años; y todos aquellos que participaron de este sentimiento, gradualmente se unieron de manera
muy íntima. Y era natural que de este movimiento brotara la expresión de los deseos de ser
libertados de esas indeseables condiciones. En este grupo había muchos místicos que sintieron
el poder personal de la Deidad. Como es natural en los místicos, sus sentimientos les hicieron
ver visiones y soñar sueños. Estas visiones y estos sueños siempre se refirieron al glorioso día
en que serían libertados de las condiciones tenebrosas y del funesto presente en que vivían.
Los acontecimientos políticos siempre ayudaron a estas tendencias. Esto se manifestó en
los días de Daniel, cuando fueron dadas unas visiones que aseguraban la final vindicación del
pueblo de Dios y el establecimiento de un reino eterno con Dios como su Rey. Cuando los
judíos estuvieron bajo el reinado de Antíoco Epifanes (175-1G4 a. de C.), experimentaron los
días más obscuros que tuvieron desde el período del exilio. Este emperador se dio cuenta de
que la mejor manera de destruir la vida nacional de ellos era arrancarles de raíz su religión;
entonces les prohibió, bajo pena de muerte, la observancia de sus ritos religiosos, y en el
Templo de ellos puso la imagen de un dios pagano. Las persecuciones consumadas bajo el
reinado de Antíoco Epifanes hicieron no sólo que ocurrieran las sublevaciones dirigidas por los
macabeos, sino también que los místicos de ese tiempo hicieran del conocimiento público otra
serie de visiones y esperanzas apocalípticas.
El siguiente acontecimiento político que produjo condiciones propicias para crear
literatura apocalíptica, fue el puño de hierro de los romanos en el tiempo de Nerón y
Domiciano. Esto será estudiado después.
En tiempos de sufrimiento se han dado casos en que los hombres de visión han
intentado penetrar en los secretos de los cielos e investigar, y después escribir relatos de lo que
vieron para que esto sirva de amonestación y de estímulo a sus contemporáneos. Una obra
literaria producida de esa manera fue llamada una revelación, o para usar el término griego
equivalente, diremos un apocálupsis. Estos escritos eran muy populares entre los judíos y los
cristianos. En Daniel, Ezequiel, Isaías y Joel pueden encontrarse algunos ejemplos de esta clase
de escritos. Varios apocalipsis judíos que nunca tuvieron un lugar en el canon del Antiguo
Testamento eran sumamente estimados y muy usados tanto por los judíos como por los
cristianos. Así pues, por causa de la importancia que tenían en el campo de la literatura
apocalíptica, en seguida haremos un breve estudio de cada uno.
(1) El Libro de Enoch. —Este libro, algunas veces llamado 1 Enoch, es quizás el más
importante de los apocalipsis no canónicos. Parece que la forma en que está es un arreglo que
contiene varios apocalipsis diferentes que fueron escritos durante los siglos primero y segundo
antes de Cristo. Estos escritos, falsamente atribuidos al patriarca Enoch, representan los
esfuerzos que diferentes autores hicieron para ayudar a sus contemporáneos revelándoles el
contenido de numerosas visiones que se relacionaban con una amplia variedad de asuntos.
Siempre hubo alguna situación histórica con la cual estuvo conectada; y los elementos
de esta situación histórica están representados por las imágenes que se usan en este libro. Debe
tenerse en cuenta que el conocimiento de la situación histórica de la cual procedió la obra
apocalíptica, en gran manera facilita la interpretación. Esto no puede hacerse con perfecta
seguridad en todos los casos; pero todas las evidencias indican que la persecución de
Domiciano es el fondo histórico del Apocalipsis.
La verdad patente es que un conocimiento de la situación histórica presta mucha ayuda
para determinar la correcta interpretación. Se ha hecho notar que el principal propósito de la
literatura apocalíptica era proporcionar consuelo, seguridad, y valor en los tiempos difíciles.
Conocer los tiempos de que se trata es conocer el valor que se necesitaba y entender mejor el
mensaje utilizado para producir ese valor. Desconocer la situación histórica es desconocer la
parte principal en la tarea de la interpretación.
Los escritores de estos libros casi siempre escribieron usando el nombre de algún famoso
hombre del pasado, como Enoch, Abraham, o Moisés, más bien que sus propios nombres. Sin
duda alguna hubo diferentes razones que los hicieron proceder de esa manera, y en la actualidad
es difícil entender por qué actuaron así aquellos hombres espirituales que tenían un importante
mensaje. Para el autor de esta obra, sin duda alguna, en esa manera de proceder no había nada
que fuera contrario a la ética, puesto que usaron mucho material procedente de fuentes antiguas
a las que, en muchos casos, mencionaron porque debían ser mencionadas. Además, el escritor
hebreo estaba casi completamente exento del orgullo que podía producirle el hecho de ser autor
y no mostró ningún celo por sus derechos literarios; poco le interesaba su fama personal: su
única finalidad era servir a Dios y cooperar para la felicidad de la nación.
Otra razón para que este método fuera seguido, ha sido sugerida por Charles6 después de un
estudio de toda la literatura apocalíptica judía relacionada con las condiciones y actitudes a las
cuales se refiere. Cuando la Ley alcanzó la supremacía entre los judíos, como pretendía ser la
completa revelación de Dios, no dejó lugar para ninguna clase de profecía. Cuando la idea de
una ley inspirada —adecuada, infalible, y válida para todos los tiempos— llegó a ser un dogma
aceptado por el judaísmo, como llegó a serlo en el período posterior al exilio, no hubo lugar
para que un independiente representante de Dios apareciera con el mensaje de Dios.
Partiendo de este principio, Charles indica que después del tiempo de Esdras y de
Nehemías, el profeta que en su propio nombre pregonaba una profecía no podía esperar que lo
escucharan. La Ley impedía que fueran recibidas falsas verdades, a menos que el libro que las
contenía tuviera como su autor uno de los grandes nombres del pasado. Los representantes
oficiales de la Ley fueron reducidos al silencio en parte, y no pudieron hablar contra el derecho
y la autoridad de esos nombres.
El legalismo, habiendo llegado a ser absoluto, en lo futuro determina el carácter del
judaísmo. La profecía y la apocalíptica, que habían ejercido una influencia decisiva en muchas
de las grandes crisis de la nación y que habían dado origen y forma a la más elevada teología
del judaísmo, fueron desalojadas de sus posiciones de autoridad secundaria y desaparecieron
absolutamente o fueron relegadas por completo al olvido.
Por lo tanto, todos los apocalipsis judíos, desde el año 200 antes de Cristo en adelante,
si es que deseaban ejercer una notable influencia en la nación, por necesidad tenían que ser
pseudónimos. Como la Ley era todo, la creencia en la inspiración estaba muerta entre ellos, y su
canon ya estaba cerrado. Charles opina que esto no fue cierto en relación con el Apocalipsis del
Nuevo Testamento, como se tratará cuando se discuta la paternidad literaria del libro del
Apocalipsis.
Allen7 presenta además una tercera razón por la cual se considera como un acto de
cordura el hecho de esconder el nombre del autor de la literatura apocalíptica. Esta razón es muy
personal del autor de los libros en discusión. Antes se ha hecho notar que los libros de este tipo
tuvieron libertad para profetizar la ruina de los poderes políticos que dominaban en ese tiempo.
Si se hubiese escrito un libro, ocultando el nombre del autor, y el libro hubiera caído en manos
de las autoridades, esto habría hecho que ellas hicieran investigaciones y castigaran a la persona
de quien sospecharan que era la autora del libro, aunque no lo fuera; pero si las autoridades
pensaban que el libro había sido escrito mucho tiempo antes, no había nada que pudieran hacer
sino esforzarse porque el libro desapareciera ya que el autor estaba fuera del alcance y del poder
de ellas. A primera vista, este motivo para ocultar el nombre del escritor de los apocalipsis
parece que es indigno; pero cuando se consideran todas las circunstancias, inclusive el bien
realizado por una obra que de otra manera no podría haber sido aprovechada por el pueblo, toda
crítica desaparece.
Este método fue usado muy a menudo por los profetas, mas en los escritos
apocalípticos llegó a ser el principal método para expresar la verdad. Estas visiones varían:
desde las escenas que ocurren en el cielo hasta las escenas que ocurren en la tierra; en ellas
abundan los mensajeros celestiales o ángeles que son agentes de Dios comprometidos a hacer
que la revelación divina llegue al vidente.
Se ha discutido mucho si en realidad los escritores vieron, o no, las visiones que
describen. Algunos comentaristas se inclinan a creer que el escritor vio la verdad que había de
ser comunicada; y de la experiencia, de las condiciones y de la literatura que tenía a su
disponibilidad formó las imágenes y las visiones que usó. Los eruditos tienen opiniones
diferentes en cuanto a esto; pero todos están de acuerdo en que el asunto más importante es el
valor religioso de la enseñanza y no la forma usada para presentar la verdad.
Un concienzudo estudio del Apocalipsis del Nuevo Testamento deja la profunda
impresión de que las visiones mencionadas en él fueron realidades objetivas que Juan vio. Esta
impresión proviene tanto de la naturaleza de los símbolos y figuras que aparecen en el curso de
las visiones, como de los pasajes en los cuales Juan declara que las visiones fueron objetivas.8
Tal vez esto es asunto de poca importancia. Sin embargo sean objetivas o sean subjetivas las
visiones, presentan la misma verdad.
La visión sumamente elaborada es la característica más notable de la forma de la
literatura apocalíptica. El asunto que se trata se atribuye a una revelación especial, comúnmente
transmitida en visiones, éxtasis, o raptos, dentro del mundo invisible. La visión, o el rapto, en
los escritos apocalípticos, es una forma literaria elaborada con abundancia de pormenores, a
menudo con extraño simbolismo y con fantásticos conjuntos de imágenes. La manera usada en
estos escritos para revelar las cosas escondidas es lo que ha dado a éstos el nombre de
apocalipsis.
Un examen de las condiciones de las cuales se originó esta clase de literatura nos
mostrará la verdad de que en ella se trata del futuro. Como ya se ha observado, el término
"apocalíptico" era el más apropiado para aquellos días y condiciones tenebrosos: el término se
refería al presente como un tiempo de maldad, de tumultos, de persecuciones, de cataclismos,
pero predecía un futuro que sería un período glorioso de vindicación y triunfo, tiempo en que
quedaremos libertados de los obstáculos que aquí nos estorban. Así pues, se puede notar que
por lo común la descripción del futuro es general, y trata del carácter de los evangelios más bien
que de los pormenores. Al tratar estos aspectos en la interpretación debe procederse con cautela
y debe evitarse el dogmatismo.
De acuerdo con esta costumbre, cuando los hombres veían un solo objeto llegaron a
asociar con el número "1" la idea de unidad o de existencia independiente; así este número
siguió siendo considerado como símbolo de lo que era único y solo. Este número no aparece
simbólicamente en el libro del Apocalipsis. Por supuesto, con alguna frecuencia aparece tal
número como fundamento de otros números.
En medio de los peligros de la vida primitiva, por miedo a las fieras salvajes o a los
ataques de sus enemigos que constantemente estaban delante de él, el compañerismo infundió
valor al hombre: dos eran más fuertes y más eficaces que uno. Así el número "2" llegó a ser el
símbolo de la fortaleza, de la seguridad, de la energía y del valor redoblado. En el hecho de que
el Señor Jesús enviara a sus discípulos de dos en dos, hubo un significado simbólico. Era
costumbre que dos testigos confirmaran la verdad, y el testimonio de ellos, que de otra manera
hubiera sido débil, llegaba a ser un testimonio poderoso. Este número siempre significó fuerza
aumentada, energía redoblada, poder confirmado. Así en el libro del Apocalipsis11 la verdad de
Dios está confirmada por dos testigos que fueron muertos, resucitaron y ascendieron al cielo:
esto simboliza un testigo poderoso que prospera, en seguida parece que fracasa en la tierra solo
para ascender otra vez y entrar triunfalmente en el cielo. Tambien12 hay dos bestias salvajes
que mutuamente se protegen a medida que desencadenan una guerra contra la causa de la
justicia; constituyen un formidable enemigo; pero contra ellos Dios tiene un "doble"
instrumento de guerra: el Cristo conquistador y la hoz
del juicio. Evidentemente esto fue bastante para derrotar a las dos bestias. Así, simbólicamente,
vemos que la causa de la justicia triunfa sobre el mal.
Wishart insinúa que el hombre, en su hogar primitivo, encontró lo más divino que la
vida hubiera podido ofrecerle: amor paternal, amor maternal, amor filial. Descubrió que Dios se
manifestaba en la relación que había entre el amor y la bondad y los afectos que existían en su
propia familia, y comenzó a pensar en el número "3" como un símbolo de lo divino. En los
mementos en que estaba más pensativo llevó retrospectivamente esa idea hasta su concepto de
Dios. Por esta razón, sin duda, aparecen vislumbres de la Trinidad no sólo en la teología de los
hebreos sino también en los sueños de los griegos. Lo más divino en la vida era "3" y el origen
divino de la vida era "3". Aquí, el amor paternal, el amor maternal y el amor filial servían como
fundamento esencial del mundo. También aquí estaban los reflejos de los grandes misterios que
expresamos con los términos de "Padre", "Hijo", y "Espíritu Santo". "Tres" había de expresar
el pensamiento de lo divino.
Cuando el hombre salió de su casa y miró a su alrededor, no tuvo una idea del mundo
moderno como nosotros lo conocemos ahora. Ni Copérnico se dio cuenta de todo lo que es el
universo; para él el mundo era una vasta superficie plana con cuatro limites: el oriente, el
occidente, el norte, y el sur; había cuatro vientos que procedían de los cuatro lados de la tierra; y
creía el hombre que había cuatro ángeles que dominaban a los cuatro vientos; al estar en la
ciudad se colocó dentro del límite de cuatro paredes: así pues, cuando él pensaba en el mundo,
pensaba en términos de cuatro. "Cuatro" llego a ser el número cósmico. En el Apocalipsis
aparecen cuatro seres vivientes que simbolizan las cuatro divisiones de la vida animal del
mundo. Hay cuatro jinetes que simbolizan a los cuatro poderes que destruyen al mundo cuando
está en guerra. El mundo en que los hombres vivieron y trabajaron y murieron fue
convenientemente simbolizado por el número "4".
Después, el hombre se volvió del estudio de su hogar y del mundo que lo rodeaba, al
estudio de sí mismo. Quizás nuestro sistema decimal provino del intenso estudio que algún
hombre hizo de los dedos de sus manos y de sus pies. Fue una época brutal y cruel aquella en
que muchos fueron mutilados y lisiados por causa de las enfermedades, de los accidentes y de
la guerra: en aquel tiempo el hombre que tenía todos sus miembros intactos era un hombre
completo, perfecto. Así pues, el número "5", que duplicado llegó ser "10", fue el símbolo de lo
completo del ser humano: y, en relación con el simbólico número "10" fijémonos en que el
deber completo del hombre fue resumido en los "10" mandamientos. La bestia con los diez
cuernos fue la representación del poder completo que el gobierno tenía. En el Apocalipsis, el
dragón, 13 la primera bestia, 14 y la bestia bermeja15 tienen respectivamente diez cuernos, y en
el caso de esta última bestia se dice que los diez cuernos son diez reyes: los cuales
representaban el poder mundial completo que, de la manera en que existía en ese tiempo,
pertenecía a Roma por causa del sistema de gobierno provincial que tenía. Como múltiple, el
"10" ocurre también en muchos de los números más grandes que se mencionan en el
Apocalipsis: el "70" es un número que representa algo muy sagrado, el "1000" representa lo
que esencialmente está completo: lo que tiene la calidad de completo en un grado indefinido, etc.
Cuando el hombre comenzó a analizar y a combinar los números, produjo otros
símbolos interesantes. Por ejemplo, tomó el número "4" que representa a un mundo perfecto, lo
agregó al número "3" que representa a la divinidad perfecta, y obtuvo el "7", el cual para los
hebreos es el número que representa lo más sagrado. Por lo mismo, parece como si la tierra
estuviera coronada con el cielo: es decir, se expresa la perfección de la tierra más la divina
integridad de Dios. Así pues, el "7" expresa lo completo, lo íntegro, por medio de la unión de la
tierra con el cielo. Este número se ve muchas veces en el libro del Apocalipsis: hay siete
Espíritus, siete iglesias, siete candeleros de oro, siete estrellas, siete secciones del libro: estando
cada una, excepto la última, dividida en siete partes. El número sagrado, multiplicado por el
número "10" que representa lo completo, produce el muy sagrado número "70." El supremo
tribunal judío tenía setenta miembros, y el Señor Jesús preparó y envió setenta obreros. En una
arrolladora figura presentó la idea de lo ilimitado del perdón cristiano, cuando a uno de sus
discípulos le dijo que debía perdonar a su hermano setenta veces siete.
Tratando de la multiplicación, digamos que el número "4" fue multiplicado por el "3", y
el resultado "12" llegó a ser un símbolo bien conocido. En el pensamiento religioso hebreo el
número "12" fue el símbolo de la religión organizada en el mundo. Así pues, hubo doce tribus
de Israel, doce apóstoles, y en el libro del Apocalipsis se habla de las doce puertas de la Santa
Ciudad. Este número fue multiplicado hasta llegar a 144,000, con el cual el escritor de nuestro
Apocalipsis quiso representar la seguridad de que un número perfecto de señalados estaría a
salvo de la ira de Dios que se derrama sobre la tierra.
En cuanto a la división, el número "7", que representa lo perfecto, fue dividido en
mitades. El resultado, "3 1/2", llego a expresar lo incompleto, lo que era imperfecto. Simbolizó
los vehementes anhelos no satisfechos todavía, las aspiraciones no realizadas. Cuando el
escritor de literatura apocalíptica quiso describir esa condición, cuando se dio cuenta de que era
necesario describir al mundo que esperaba algo que no había llegado, cuando vio a los hombres
en confusión y desesperación buscando la paz y la luz, usó el número "3 1/2" para expresar
todo aquello. Esas ideas se expresaban de diferentes maneras: "3 1/2", "un tiempo, y tiempos, y
la mitad de un tiempo", "cuarenta y dos meses", "mil doscientos y sesenta días"—: todas estas
expresiones tienen el mismo significado. En el Apocalipsis se dice que dos testigos
predicaron"3 1/2" anos: un tiempo indefinido; el patio del templo fue hollado por los impíos
"cuarenta y dos meses" (3 1/2 años); los santos fueron perseguidos cuarenta y dos meses; la
iglesia estuvo en el desierto "1.260 días". El número "3 1/2" o su equivalente siempre
representó lo indefinido, lo incompleto, lo insatisfecho; pero en todo eso estaban la esperanza y
la paciencia esperando un tiempo mejor en que la verdad fuera libertada del cadalso y puesta en
el trono que usurpó el error.
Queda un número del cual vamos a ocuparnos en este estudio del simbolismo. Para los
judíos el número "6" tenía un significado siniestro. Si el "7" era considerado como el número
sagrado, el "6" se quedó corto y fracasó. El "seis" era algo así como la carga militar que es
derrotada cuando casi tenía el triunfo; en sí mismo tenía poder para dar el golpe destructor;
representaba lo que en sí mismo había tenido la posibilidad de ser grande, pero no había podido
alcanzar esa grandeza. El "6" era para los judíos lo que el "13" es en la actualidad para mucha
gente: un número de mala suerte. Algunos edificios de algunas ciudades (de los Estados
Unidos del Norte de América) no tienen el piso número trece: del doce pasan al catorce, porque
nadie quiere tomar rentados los cuartos del piso trece para oficinas. De parecida manera
algunos hoteles tienen cuarto número 12, cuarto número 12A, cuarto número 14, etc.; pero no
tienen el cuarto número 13, porque nadie quiere dormir en un cuarto que tenía el número 13. Es
muy posible que el temor que infunde este número se remonte hasta la noche en que trece
hombres partieron el pan en la misma mesa: del cuarto en que estaban, uno de los hombres salió
para cometer la traición más negra que registra la historia, y el otro para consumar el supremo
sacrificio que menciona la historia. Así pues, el "6" era un número malo para los judíos. Es
importante que recordemos esto cuando tratemos del número "666" al estudiar el libro del
Apocalipsis.
De esta observación del uso simbólico de los números se sigue que los números
mencionados en el libro del Apocalipsis no se han de entender como si representaran un valor
numérico real, ni siquiera como números redondo. Son puramente simbólicos, y debemos hacer
caso omiso de nuestras ideas matemáticas y procurar descubrir su significado simbólico. Una
gran parte de los planes providenciales no enseñados en la Escritura, relacionada con el pasado
y el presente, está basada en un falso concepto del valor de los números que el escritor emplea.
Además del simbolismo de los números que se mencionan en el libro del Apocalipsis,
abundan otras figuras de lenguaje. Por ejemplo, muchos objetos se mencionan simbólicamente:
personas, pájaros, bestias, ciudades, elementos de la naturaleza, armas, cualidades (lo luminoso,
lo obscuro, etc.), piedras preciosas: todo esto y otras muchas cosas que sirven para realizar el
propósito del escritor a medida que en el libro nos describe el triunfo de la justicia sobre el mal.
"En este misterioso mundo de fantasía que la fecunda imaginación oriental pobló de extrañas
figuras y formas espectrales, donde los ángeles vuelan rápidamente, donde hablan las águilas y
los altares y donde los monstruos emergen del mar y de la tierra: en un mundo de esta clase,
muchos cristianos asiáticos de esa época evidentemente estaban en su medio, y en este debía
encontrarlos el mensaje del profeta."16 Quizás uno no puede acercarse a la verdadera
interpretación del Apocalipsis si desconoce esta característica central.
6. El elemento dramático, que es uno de los medios que con más efecto usa cualquier
escritor, es también otra característica de la literatura apocalíptica.
Uno de los principales propósitos de la literatura apocalíptica fue enseñar la verdad tan
vívida y enérgicamente como fuera posible. Con frecuencia se presentan las figuras con el
propósito de añadir brillo para ayudar a cercar la impresión deseada. Los pormenores son de
algún significado solamente desde este punto de vista y no se ha de hacer énfasis en ellos.
Este principio se aplica también a muchas de las visiones y figuras que se presentan en
el libro. Por medio de símbolos grotescos y terroríficos produce su impresión vívida y
dramática en el lector. Ríos de sangre, granizos que pesan cuarenta y seis kilos, un dragón tan
grande que derriba la tercera parte de las estrellas con un latigazo de su cola; la Muerte
cabalgando sobre un caballo; detrás de esta, la Tumba; una mujer que tiene como vestido la
luna, y al sol como estrado de sus pies; animales con muchas cabezas y muchos cuernos, un
dragón que arroja de su boca un río de agua para destruir a una mujer que va volando por el
aire; un dragón, una bestia, un falso profeta, cada uno de los cuales vomita una rana, ranas que
se unen para organizar un ejército: todas estas cosas son simbólicas; pero son algo más que
simples símbolos: son símbolos exagerados con el propósito de producir un efecto dramático.
El efecto de la figura debe ser discernido considerándola con una amplia perspectiva como un
todo, y no tratando de determinar el significado de cada pequeño detalle. Uno no debe
interesarse tanto por el actor, hasta perder de vista el argumento y su significado.
Esta consideración de las características de la literatura apocalíptica nos ayuda a ver
desde luego que no estamos tratando con literatura ordinaria, y por lo tanto no podemos usar
métodos ordinarios de interpretación. Esta literatura está escrita así para revelar su mensaje. Este
mensaje puede revelársenos solamente cuando interpretamos correctamente los símbolos: de
acuerdo con la relación que tuvieron con el fondo del libro, y de acuerdo con la manera en que
transmitieron su mensaje a quienes fueron los primeros en recibir el libro. El significado que
este mensaje tuvo para ellos es el mismo que tiene para nosotros. Por lo tanto, debemos buscar
ese significado para conocer la aplicación del libro en nuestros días.
Capítulo 2 – Métodos de interpretación del libro del Apocalipsis
La interpretación del libro del Apocalipsis depende completamente del método que se
use al estudiarlo. En el progreso de la historia cristiana se han seguido muchos métodos de
interpretación. Algunas personas han estudiado el libro que nos ocupa con la idea de que nos
revela todo el futuro de la historia: desde el tiempo del Nuevo Testamento hasta la consumación
de los siglos. Otras han supuesto que revela la historia de la apostasía de la Iglesia Católica
Romana. Otras más no encuentran nada de valor permanente en el libro, lo consideran como
una colección de mitos de los primitivos cristianos, y dice que esos mitos no tienen ningún
significado en nuestros días. Otro grupo ha procurado señalar en el libro principios de acción
que sirven de base a las relaciones que Dios tiene con el hombre a través de los siglos. Aun
más, otros han procurado saber lo que este libro significó en la época de su origen y determinar,
por medio de la aplicación de ese significado, lo que significa para todas las demás
generaciones.
Ciertamente abundan las obras eruditas sobre esta notable porción del inspirado
volumen... Pero los puntos de vista de los escritores expositores del Apocalipsis
son tan contradictorias ... que quien los estudia pronto se ve obligado a tomar de
cada uno de ellos las sugestiones útiles que puede encontrar, y después a
proceder independientemente en la búsqueda del significado y de la lección del
libro.1
I. METODO FUTURISTA
Los futuristas sostienen que los eventos que se mencionan en los capítulos 4 al 19 van a
desarrollarse en el breve espacio de siete años. Dicen que este período de tribulación es la
septuagésima semana mencionada en la conocida profecía de Daniel 9:24-27, semana que ellos
consideran separada de las otras sesenta y nueve semanas, por un periodo de muchos siglos, y
que esa misma semana vendrá al fin de la era cristiana.
La mayor parte de los futuristas son literalistas en su interpretación del Apocalipsis.
Permanecen apegados al liberalismo lo más que les es posible, y ven muy poco de lo simbólico
que hay en el libro. En seguida notemos algunos ejemplos de este liberalismo. Según el capítulo
11, el templo es medido: los futuristas dicen que éste es el templo de Jerusalén que será
reconstruido antes del fin del mundo. En el mismo capítulo encontramos los símbolos de dos
testigos: los futuristas sostienen que esto no es un símbolo, sino una profecía referente a dos
grandes profetas que aparecerán cerca del fin del mundo. Los futuristas sostienen también que
en el Apocalipsis los números tienen que ver con los valores matemáticos y no con la
representación simbólica. Estos son únicamente unos cuantos ejemplos del literalismo de los
futuristas.
Otra característica de los futuristas es su creencia en la venida de un Anticristo personal.
Dicen que la bestia del Apocalipsis es un gobernante personal, malvado, secular o eclesiástico,
que gobernará en los últimos días. Este grupo frecuentemente identifica al Anticristo con el
"hombre de pecado" que se menciona en 2 Tesalonicenses 3.
La mayor parte de los futuristas son milenarios en su teología. Sostienen que después
de que el Señor sea revelado desde el cielo en su segunda venida, el juicio final no se verificará
inmediatamente; que en lugar de esto habrá una resurrección de los justos, y después Cristo con
sus santos reinará mil años en la tierra. No todos los futuristas son milenarios. Uno de los más
destacados milenarios en relación con el Apocalipsis es Abraham Kuyper: en una de sus obras3
presenta una interpretación futurista del libro; en otra4 hace pedazos al milenarismo.
Pieters5 divide a los futuristas en dos grupos. A un grupo le llama "Dispensacionalistas
Darbyistas." El punto de vista que sostiene este grupo fue originado por John N. Darby,
fundador de los Hermanos Plymouth. La doctrina característica en su sistema es el concepto
que tienen del cielo y de la iglesia cristiana; sostienen que Jesús vino a establecer un gobierno
visible sobre la tierra y que Juan el Bautista pensó en esto cuando predicó que el reino de los
cielos había llegado. Jesús presentó sus normas para su reino; pero los judíos rechazaron esas
normas y al autor de ellas, el Señor Jesús: entonces la oferta fue retirada y el reino fue
pospuesto hasta la segunda venida. Como un paréntesis en la historia, Cristo estableció su
iglesia: la iglesia no es un cumplimiento de algo que en el Antiguo Testamento se haya dicho
acerca de ella: es temporal y tendrá su fin cuando "el rapto" se verifique —"el rapto" es la
transportación rápida y milagrosa de todos los verdaderos creyentes para encontrar a Cristo en
el aire cuando venga otra vez. — Este "rapto" no será visto por toda la gente. Además, la parte
pública de la segunda venida de Cristo, la cual se llama "la Revelación", se efectuará siete años
después. El período de siete años acabados de mencionar corresponde a la septuagésima
semana de Daniel, pues las sesenta y nueve semanas anteriores terminaron con la primera
venida de Cristo (su nacimiento); pero cuando los judíos rechazaron a Cristo se acabó el
periodo profético y no comenzará otra vez sino hasta que acontezca "el rapto". Además, el
Anticristo reinará durante el periodo de siete años; y los judíos que hayan regresado a Palestina
harán un pacto con él para restaurar el culto que ellos quieran. Entonces el templo será
reconstruido en Jerusalén, las tribus dispersas serán reunidas y el sistema de sacrificios será
reinstituido.
En Ezequiel 40:1 a 44:31 encontramos una completa descripción del templo y de sus
atrios; pero hasta hoy nunca ha sido construido un edificio como el que describe Ezequiel.
Ahora bien, según dice el Apocalipsis, no habrá templo en la Nueva Jerusalén. Por lo tanto,
dicen los futuristas, Ezequiel ha de haber estado describiendo un templo que se usará en la tierra
durante el milenio. Es evidente que el templo de que habla Ezequiel no pertenece a la "nueva
tierra" porque la tierra en que está situado tiene por límites el mar, y las aguas brotan de ella
hacia el mar; pero en la "nueva tierra" (Apocalipsis 21:1) no hay mar.6 ¡Tal es el proceder de
los literalistas! Larkin continúa relatando los sacrificios que se ofrecerán en dicho templo: habrá
diariamente una ofrenda matutina; pero no la habrá vespertina; habrá ofrendas quemadas, de
carne, de líquidos, de las paces, por el pecado, por las transgresiones; y dos fiestas se
observarán: la de los tabernáculos y la de la pascua; pero no se ofrecerá ningún cordero pascual
puesto que Jesús ya ha desempeñado esta parte.
Después de tres años y medio el Anticristo defraudará la fe que los judíos hayan
depositado en él y los abandonará, lo cual será seguido por una grande tribulación y por unos
sufrimientos para quienes hayan llegado a ser creyentes desde que aconteció "el rapto". El
Anticristo exigirá que se le adore; y los cristianos y los buenos judíos que se nieguen a adorarlo
sufrirán una grande tribulación. La mayor parte de los acontecimientos que se narran en los
capítulos 4 al 19 del Apocalipsis ocurrirán durante este periodo, y cuando los cristianos estén
casi anonadados Cristo vendrá a rescatarlos y a destronar al Anticristo en el "Armagedón".
Entonces Jesús establecerá su reino en la tierra y reinará mil años con sus santos: el será el
Principal Gobernante, y cada seguidor que le haya sido fiel recibirá unas ciudades en
proporción a su fidelidad para que las gobierne, exactamente como Jesús lo prometió en la
parábola de las minas (Luc. 19:11-26).7
Fácilmente se puede observar que la mayor parte de esta interpretación del Apocalipsis
según los futuristas, nada tiene que ver con quienes fueron los primeros en recibir dicho libro,
ni con ninguno de quienes lo hayan usado o lo están usando hasta el comienzo de los tres años
y medio anteriores al regreso del Señor; y agregan los futuristas que este libro no tiene ninguna
palabra para la iglesia cristiana cuando está en peligros, conflictos, y triunfos. Este sistema,
según se descubre, no se apega a las Escrituras y es erróneo. Este método de interpretación es el
que está en boga actualmente. Es el método utilizado en el sistema de Scofield y enseñado en
los tiempos presentes por la mayor parte de las iglesias que no pertenecen a ninguna
denominación.
Hay un segundo grupo de futuristas que rechazan este dispensacionalismo. Estos se
adhieren a un aspecto futuro del Apocalipsis, pero niegan que haya una diferencia entre el
"rapto" y la "Revelación"; también creen que todos los creyentes pasan por la gran tribulación.
Henry Frost8 pertenece a este grupo: cree que Babilonia será reconstruida y que el Anticristo
personal gobernará; también cree que no quedan muchos años antes que llegue el fin del
tiempo; sin embargo, no admite que todos los eventos que se mencionan en el Apocalipsis
deben ocurrir en el espacio de siete años.
Han sido mencionadas muchas objeciones que se hacen al método futurista de
interpretación: estas son objeciones al método mismo, y no meramente objeciones a uno o dos
aspectos que hayan sido presentados. Las siguientes objeciones representan a quienes se
oponen a este método.
Al acercarse uno por mar a las playas de los Estados Unidos de América, puede
decir con absoluta propiedad: "Ya estamos aproximándonos a América," sin
olvidar o negar que el límite más distante de América está como cinco mil
quinientos kilómetros más allá. Así también, si la profecía trata de cosas que
comenzaron a acontecer poco tiempo después de que fue escrita, esta declaración
es verdadera en su sentido natural, aunque su completa realización no se logre
en dos milenios o más.11
Así pues, parece que había llegado el tiempo para el cumplimiento de la profecía como
se le había dado a Juan. Esta interpretación y el método futurista se oponen.
(2) Una de las objeciones más fuertes al método futurista es que deja todo el
Apocalipsis sin ninguna relación con las necesidades de las iglesias a las cuales fue dirigido tal
libro y que fueron las primeras en recibirlo. Uno de los principios básicos de la profecía en
general, es que comienza con la generación a la cual es dirigida. Su primer propósito es hacer
frente a una necesidad inmediata, por ejemplo: consolar, instruir, amonestar. Esto no quiere
decir que la profecía se acaba cuando se acaba la generación a la cual fue dirigida. Los profetas
que estuvieron en el exilio en Babilonia comenzaron su obra profética relacionándola con las
necesidades inmediatas del pueblo de ese tiempo y comenzando con esto, extendieron su
mensaje dándole un alcance que llegó hasta el tiempo de la venida de Cristo y del
establecimiento de su reino. Precisamente así comienza el Apocalipsis: con la gente de su
tiempo, y, habiéndola confortado en su necesidad inmediata, le señala el camino que conduce
hasta la final consumación del reino en el tiempo que Dios ha escogido. El primer propósito del
Apocalipsis fue ayudar a los primeros que lo recibieron. Seguramente ninguna interpretación
puede considerarse como correcta si deja al libro sin relación con las iglesias que fueron las
primeras en leer y escuchar el mensaje. Reconocer que el Apocalipsis es la respuesta al clamor
de los cristianos que sufrieron la persecución de Domiciano, es reconocer que nunca fue una
predicción de la apostasía de la Iglesia Católica Romana o una cronología referente al regreso
del Señor.
(3) Una gran parte del simbolismo del libro del Apocalipsis es incompatible con el
método futurista. Cuando el futurista llega al capítulo 12, tiene que invertir su posición y
sostener que el simbolismo alude a un evento pasado o que se refiere a alguna actividad del
Israel que existirá al fin del tiempo. El simbolismo habla naturalmente del nacimiento de Cristo
y del intento del diablo para matarlo; pero el futurista niega esto y hace que el libro en su centro
mismo sea una obra judía más bien que una obra cristiana.
(4) Una objeción final, que puede ser más subjetiva que objetiva, es que el método
futurista está asociado con una filosofía materialista del reino de Dios y con una base para el
triunfo de la justicia, lo cual no está de acuerdo en nada con la Escritura Sagrada. Cualquier
sistema que se aparta de los propósitos de la gracia y de la cruz de Cristo, para seguir métodos
de victoria de cualquier otra naturaleza, llega a ser repulsiva a la mente cristiana que es sincera.
El futurismo hace precisamente esto, ya sea que lo admita o no. Este dispensacionalismo es
teología judaica, mayormente de la literatura apócrifa, y no teología del Nuevo Testamento.
Segundo Sello: Esto se refiere a los sucesos ocurridos desde la muerte de Cómodo, el año
193 d. de J. C., en adelante.
Tercer Sello: Esto se refiere a sucesos que ocurrieron desde el año 211 d. de J. C., cuando
Caracalla ocupó el trono como emperador, y a lo sucesivo.
Cuarto Sello: Esto se refiere a sucesos que ocurrieron desde que Decio ascendió al poder
hasta la muerte de Galieno (o Galiano): desde el año 243 hasta el 268 d. de
J. C.
Quinto Sello: Esto se refiere a las persecuciones que hubo bajo el imperio de Diocleciano
durante los años 284 al 304 d. de J. C.
Sexto Sello: Se refiere a la invasión que hicieron los bárbaros el año 365 d. de J. C.
Séptimo Sello: Mientras está abierto este sello se realiza lo que se dice en conexión con las
siete trompetas.
Cuarta Trompeta: Conquista final del Imperio Occidental por Odoacro, rey de los hérulos,
476-490 d. de J. C.
Capítulo 10: El ángel fuerte representa a la Reforma; el librito abierto representa a la Biblia
puesta otra vez al alcance del pueblo en general para que la lea, después de
haber estado esclavizada por el papado y por la Vulgata. Los siete truenos que
hablaron y fueron oídos, sin que se escribiera lo que dijeron, representan los
anatemas que el Papa lanzó contra la Reforma: no fueron escritos porque en
ninguno de ellos hubo algo que fuera digno de ser escrito.
Capítulo 11: El hecho de medir el templo representa el hecho de determinar qué es lo que
constituye a la verdadera iglesia en el tiempo de la Reforma. Los dos testigos
representan a quienes han testificado contra los errores de Roma.
Séptima Trompeta: Representa el triunfo final de la verdadera iglesia.
Lo que está después del capítulo 11 no es una continuación cronológica: lo que
cronológicamente sigue es un aspecto de la condición interna de la iglesia, y se
refiere exclusivamente a la Iglesia Católica; pues la mujer de quien se habla en el
capítulo 12 es la iglesia verdadera: su fuga al desierto representa la condición en
que ella estuvo mientras el papado tenía el poder, la ira de Satanás contra la
simiente de la mujer representa los intentos del papado para exterminar a los
individuos cuando ya no hay persecución general, abierta y enconada.
La Primera Bestia: Representa al poder eclesiástico papal que sostiene al papado.
Las Siete Copas: Representan siete golpes asestados al poder papal, tales como el de la
Revolución Francesa, el de la captura de Roma por los franceses, el de la
captura del Papa mismo, etc.
Esta manera de interpretar el Apocalipsis que es la que usa Barnes y que acabamos de
ver, nos proporciona una idea general acerca de todo este método de interpretación. Los
intérpretes que pertenecen a esta escuela entran en muchos pormenores para desenvolver estas
ideas; por ejemplo, comparan los símbolos del Apocalipsis con los sucesos de la historia,
aparentemente con tanto éxito, que algunos se han dado cuenta de que si se hace un estudio del
libro "Decline and Fall of the Roman Empire" por Gibbon, junto con el de "Notes on
Revelation" por Barnes, se obtiene suficiente prueba de la inspiración de las Escrituras.
Uno se siente inclinado a admitir que, ya sea este el verdadero método de interpretación
o no, los sostenedores de él han adaptado el libro del Apocalipsis —de una manera admirable—
a muchas partes de la historia. Sin embargo, los aciertos ocasionales como estos no pueden
considerarse como adecuada prueba de que una interpretación es correcta, cuando a tal
interpretación se le pueden oponer tantas objeciones. Es cierto que algunas veces las conjeturas
podrán coincidir con la verdad pero es peligroso que uno se deje guiar por ellas todo el tiempo.
(1) El Apocalipsis, entendido como lo entienden los partidarios del método histórico-
continuo de interpretación, queda sin ninguna relación con la situación de los cristianos a
quienes dicho libro fue originalmente dirigido. Debemos recordar un principio declarado
anteriormente: Ninguna interpretación del Apocalipsis puede ser considerada como correcta si
carece de significado para quienes fueron los primeros en recibir dicho libro. Debemos tener en
cuenta que un tratado referente a un sistema eclesiástico que se originó varios siglos después
del tiempo de aquellos perseguidos cristianos contemporáneos de Juan, habría sido inútil para
confortarlos y ayudarlos en sus tribulaciones. Aquellos cristianos no hubieran podido entender
ese tratado; y aunque lo hubieran entendido, no les habría evitado los sufrimientos que
padecían. Difícilmente podemos pensar en que la captura del Papa, ejecutada varios siglos
después de aquellos tiempos, podría haber avivado el entusiasmo de aquellos abatidos
cristianos cuando sus seres amados eran llevados al patíbulo o a las hogueras. El libro del
Apocalipsis debe conservarse íntimamente relacionado con aquellos cristianos y con el Asia
Menor del primer siglo del cristianismo, si es que hemos de entender su significado.
(2) El método histórico-continuo de interpretación agrega una importancia indebida a la
apostasía de la Iglesia Católica Romana. El romanismo ciertamente se ha caracterizado por sus
muchas cosas malas; pero la Reforma no es la única cosa importante que ha acontecido desde el
tiempo de Constantino. El Papa no es el único enemigo de la verdadera religión; ni el principal
propósito del Apocalipsis es equiparnos con armas para una guerra eclesiástica. En lo esencial,
Lutero, Barnes, Elliot y otros, son partidarios de este método de interpretación.
(3) El horizonte del método histórico-continuo es demasiado reducido: los eventos de
que trata este libro, el Apocalipsis, quedan confinados a los países donde el Catolicismo
Romano ha tenido preponderancia. Si aceptamos la interpretación que estamos objetando,
entonces el Apocalipsis no puede tener significado alguno para los países que no han conocido
el sistema católico y en las páginas del Apocalipsis no hay un mensaje universal para todo el
género humano. Esa manera de concebir la situación pudo haber sido oportuna para la gente del
tiempo inmediatamente posterior a la Reforma; pero es extemporánea para nosotros.
(4) Este método de interpretación condesciende con pormenores tan absurdos como los
de la escuela futurista. Por ejemplo, Elliot13 interpreta el silencio que hubo en el cielo durante
media hora (Ap. 8:1), como los setenta años que transcurrieron entre la victoria de Constantino
sobre Licinio, el año 324 A. D. y la sublevación de Alarico y la invasión del imperio el año 395
A. D. Elliot opina que media hora en el cielo es el equivalente preciso de setenta años en la
historia de Roma, y que se habla del silencio en el cielo porque no hubo guerra en la tierra. Ni
siquiera Elliot se atreve a explicar el porqué de esta interpretación.
Antes se ha mencionado ya otro ejemplo de este método de interpretación: en él se
observa que Barnes consideró los siete truenos, mencionados en el Apocalipsis, pero no
explicados como los anatemas que el Papa lanzó contra la Reforma, y que no fueron explicados
o descritos porque en ellos no había nada digno de ser explicado. Esto es quizás un ejemplo
clásico de agudeza no católica pero difícilmente puede ser considerado como una exégesis seria.
Se necesita una imaginación en gran manera elástica para concebir una idea del consuelo que la
interpretación acabada de mencionar podría proporcionar el año 95 de la era cristiana a los
afligidos cristianos del Asia Menor.
(5) Otra objeción válida contra este método de interpretación es que conduce a cálculos
erróneos de tiempos y de periodos que han perjudicado mucho al reino y que constantemente
han sido desmentidos por los eventos. Estos cálculos, como en la escuela futurista, están
hechos basándose en la teoría del "día-año" que dice que en profecía un día siempre significa
mil años. Según esto, la bestia que va a tener poder durante cuarenta y dos meses, realmente lo
tendrá durante 1,260 años. Este poder malo llegará al fin después de estos muchos años; pero el
papado, considerado por muchos comentaristas como la Bestia, ha durado mucho más tiempo
que ése. Fundándose en un principio semejante, Lord14 sostiene que en profecía un día es igual
a mil años y calcula que el milenio durará 360,000 años. A pesar de que la base escritural para
esta opinión es poca, si es que hay alguna, la idea ha sido muy sostenida por algunos
expositores y es predilecta de algunos eruditos que hasta sostienen opuestos puntos de vista en
cuanto al Apocalipsis.
Los siguientes pasajes de la Escritura se usan frecuentemente para sostener esa manera
de opinar:
Números 14:34, donde se refiere que los israelitas pasarían un año en el desierto por cada día
de los cuarenta que los exploradores ocuparon en su viaje.
Ezequiel 4:4-6, donde se dice al profeta que se duerma sobre uno de sus lados durante cierto
número de días, correspondiendo cada día a un año.
Daniel 9:24, que profetiza las setenta semanas. Casi todos los expositores están
de acuerdo en que esto se refiere a un período de 490 años. Si las semanas se
consideran como períodos de siete días cada una, entonces tenemos una profecía
en la que un día se conceptúa como un año.
Aunque esto fuera cierto, no se sigue que puede ser una regla general en la profecía. Por
ejemplo:
Isaías 7:8 profetizó que Efraín sería quebrantado 65 años después de pronunciada esta
profecía: no significa días.
Isaías 16:14 profetizó que la gloria de Moab sería una cosa despreciada, tres años después de
hecha esta declaración: el profeta no quiere decir días.
Isaías 23:15 dice que Tiro sería olvidada 70 años: la profecía no significa días.
Jeremías 29:10 dice que Judá sería sometida a Babilonia 70 años: no quiso decir días.
Daniel 9:2 dice que "miró atentamente en los libros el número de los años" y se dio cuenta de
que los 70 años del cautiverio casi se habían cumplido: el profeta no miró días.
Mateo 20:19 dice que Jesús profetizó que él sería crucificado y sepultado; pero que
resucitaría al tercer día: esto fue una profecía; pero no quiso decir que su
cuerpo estaría en la tumba tres años.
Parece que Alford está en lo correcto cuando dice: "Nunca he visto que se haya
probado, ni siquiera que se haya considerado como probable, que al tratar de la profecía
apocalíptica debemos admitir que un día significa un año."15
Por hacer cálculos de acuerdo con la teoría del día-año, muchas veces han brotado esperanzas
que han conducido al desengaño. A este método se debió que Miller predijera que el fin del
mundo acontecería en 1843; y esta predicción produjo excitación e hizo que se organizara la
Iglesia Adventista del Séptimo Día. Diferentes autores han señalado varias fechas: estas fechas
han pasado y los expositores han trasladado sus predicciones a un futuro más seguro. En
realidad no hay un "futuro más seguro" para ese sistema.
Los eventos de la historia han mostrado que todo este método histórico-continuo, que
da la mayor importancia a la apostasía de la Iglesia Católica Romana, es un falso razonamiento
que conduce hacia una especulación sin fin y sin provecho: cae bajo el débil peso de sus
notables falacias. Evidentemente no tiene puntos fuertes, excepto el de que evita una
interpretación literal del Apocalipsis y prevé la completa derrota del mal.
El Apocalipsis queda separado casi por completo de su fondo histórico si se usa este
método de interpretación. Dicho método considera al libro del Apocalipsis como si contuviera
una discusión de las fuerzas que son la razón fundamental de los eventos; pero no como una
discusión de los eventos mismos. Según este método, el Apocalipsis es una expresión de
aquellos grandes principios del gobierno de Dios cuyos efectos pueden observarse en todas las
épocas; es un libro que expone los principios en los cuales Dios se basa para tratar con todos
los hombres de todas las épocas. Se sobrentiende que los símbolos se refieren a fuerzas y
tendencias, y que tales símbolos pueden realizarse repetidas veces a medida que estas fuerzas o
tendencias se repiten en la historia. Por ejemplo: la bestia feroz que emerge del mar según
Apocalipsis 13, se interpreta diciendo que son los poderes antagónicos a la verdadera iglesia, en
cualquier tiempo y en cualquier lugar que aparezcan esos poderes. De parecida manera, la
segunda bestia, con cuernos como los del cordero pero con voz como de dragón, representa al
corrompido poder religioso en alianza con el corrompido poder secular para perjudicar al
pueblo de Dios.
Esta escuela de pensamiento considera a Juan como el dador de la verdad concerniente a
las más poderosas influencias que obran debajo de toda actividad humana. Algunas de estas
influencias obran maravillas en beneficio de la civilización. Otras tienen su asiento no solo en
religiones hostiles anticristianas o en la antigua Roma, sino también en iglesias poderosas,
reformadas o no reformadas, y no menos en algunas sectas que se han revelado contra los
dogmas y que no permiten a sus apóstoles perorar contra el egoísmo y la codicia. Según los
proponentes de este sistema de interpretación, no hay continuidad en el Apocalipsis; no se
espera que se realice lo de los sellos ni lo de las trompetas. Los sellos representan todo el curso
de la historia, y las trompetas cubren el mismo territorio solo que desde diferente punto de vista.
La relación que existe entre las visiones no se considera como temporal, sino como lógica: se
las compara a siete películas que muestran la misma cosa desde diferente punto de vista y con
un clímax dramático.10
Los principios revelados aquí no tienen fin y pertenecen a todos los días. Juan revela los
grandes principios que siempre están obrando en el mundo; señala la meta final hacia la cual los
eventos humanos y la causa de Dios son dirigidos por el Cristo resucitado. Los principios que
rigieron a la historia en el tiempo de Juan rigen a la historia de todos los tiempos, y las cosas
simbolizadas son tan aplicables a cualquier tiempo como lo fueron al tiempo de Juan. El análisis
del método de la filosofía de la historia para interpretar, aclara las objeciones (o puntos débiles)
y los puntos fuertes del sistema.
(1) Este método coloca al Apocalipsis demasiado lejos de la situación para la cual fue
originalmente escrito. Sin embargo, este método de interpretación no deja al libro del
Apocalipsis tan fuera del contacto de los cristianos que lo recibieron primero, como lo hacen el
método futurista y el histórico-continuo pero hace que el lugar de estos métodos sea tan
insignificante, que no se les puede aceptar sinceramente. Admite que los principios que encierra
el libro fueron aplicables a esos tiempos remotos; pero sostiene que después no lo fueron, como
no lo son en nuestros días. Mas un estudio detenido de las necesidades de los cristianos del
primer siglo revela que estas fueron tratadas tan completamente en el Apocalipsis, que no
podemos decir que el mensaje de este sea tan universal que no tenga especial consuelo y ayuda
para aquellos.
(2) Este método confina al Apocalipsis a un canal demasiado estrecho; pues sostiene
que los símbolos se refieren a fuerzas o tendencias y que no hay profecías específicas de
eventos específicos en el libro. Parece que este no es el caso cuando descubrimos en todo el
libro evidencias claras del cumplimiento de eventos específicos. Por ejemplo, es un hecho bien
conocido que la Roma Imperial cayó por causa de una combinación de tres agencias: la
calamidad natural, la decadencia interna, y la invasión que procedió del exterior. Este hecho se
observa una y otra vez en el simbolismo del Apocalipsis.
(1) Este método reconoce que el libro del Apocalipsis tuvo algún significado para
quienes lo recibieron primero. El significado es más bien limitado, pero existe, y eso es más de
lo que se puede decir de los dos sistemas mencionados previamente.
(2) Este método también reconoce la intervención de Dios en la historia: Dios no ha
abandonado a este mundo a sus propios recursos, pues todavía está tratando a los hombres
basados en principios que son consecuentes con el carácter de él.
(3) Este método reconoce que la meta a la cual toda la historia se dirige, es el triunfo
completo de la causa de Dios en los asuntos de los hombres; el propósito y el plan de Dios no
fracasará, sino que triunfará por medio de su guerrero que es llamado "Rey de reyes" y que
pelea con la espada que procede de su boca (Ap. 19:11-21).
Este método es casi contrario al futurista. Los futuristas dicen que ninguna cosa de las
que dice el libro se ha cumplido. Los preteristas, en el estricto sentido del término, declaran que
todas las cosas que dice el libro se cumplieron en los días del Imperio Romano. La palabra
"preter" es un prefijo que proviene del término latino praeter, el cual significa pasado o más
allá. La palabra derivada "preterista" usada de esta manera, se refiere a una persona que
considera que el cumplimiento de lo que dice el Apocalipsis ha ocurrido en el pasado. Pieters17
encuentra dos divisiones en esta escuela: la del ala derecha y la del ala izquierda.
Las obras de Stuart, Beckwith, y Swete representan al ala derecha de la escuela
preterista. Tales autores admiten que el libro del Apocalipsis es literatura inspirada; que la
mayor parte de lo que dice se cumplió en el Imperio Romano y bajo el gobierno de Domiciano;
que, no obstante, el juicio final y el estado perfecto de la humanidad están por realizarse; que el
Apocalipsis es un libro para aquellos días de persecución en Asia Menor, aunque creen que
tiene, por lo menos en gran parte, solamente una importancia literaria para la gente de nuestro
tiempo.
Los del ala izquierda de la escuela preterista no admiten que el Apocalipsis sea
divinamente inspirado; lo consideran como una obra de la misma clase de la otra literatura
apocalíptica de aquellos tiempos, y valioso únicamente como literatura. Según la manera en que
esta escuela hace la interpretación, Juan no supo por inspiración nada del futuro; por lo mismo,
no esperan que los eventos narrados en el Apocalipsis se realicen durante la existencia de la
iglesia. Esta es la manera de pensar de la escuela preterista, en el más completo significado del
término.
1. Objeciones a este método
Es difícil hacer las objeciones a este método de interpretación, sin separar los dos
grupos de que se acaba de hablar. Para el cristiano sincero que sostiene que el Apocalipsis es
un libro divinamente inspirado y que tiene un lugar en el Canon del Nuevo Testamento porque
el Espíritu Santo quiso que allí estuviera, las opiniones del ala izquierda son repulsivas del todo:
estas no pueden ser aceptadas por quien considera a Juan como el mensajero de Dios,
mensajero que habla de los asuntos de los hombres del tiempo de Juan mismo o de cualquier
otro tiempo. Este sistema del ala izquierda queda completamente rechazado y no tiene puntos
fuertes.
Por otra parte, los preteristas del ala derecha se recomiendan a sí mismos diciendo que
tienen más puntos buenos que malos. La sobresaliente y quizás la única objeción que se puede
hacer a este método es que muchos de sus defensores encuentran mensaje en el Apocalipsis,
solamente para el tiempo de Juan; no descubren que el mensaje del libro puede aplicarse a la
vida eclesiástica de nuestros tiempos. Sin embargo, hay muchos de este grupo que por adoptar
algunos de los principios del método de la filosofía de la historia, descubren que a este libro se
le puede hacer una aplicación universal.
Varios puntos fuertes pueden ser observados a favor de este método de los preteristas
del ala derecha.
(1) Es fiel al fondo histórico del Apocalipsis. Ya se sabe que ninguna literatura puede
ser entendida si se aparta de los antecedentes del asunto. Así pues, entenderemos mejor el
Apocalipsis cuando conozcamos mejor sus antecedentes históricos: las persecuciones que hubo
en tiempo de Domiciano. El método preterista reconoce esta verdad.
(2) Los partidarios del método preterista reconocen que el Apocalipsis estaba lleno de
significado para quienes fueron los primeros en recibirlo; que el propósito principal del libro era
"revelar" a los perseguidos cristianos la proximidad de la venida de Cristo y la seguridad de que
la causa que ellos defendían tendría una pronta victoria sobre la manera de ser de la Roma
Imperial. El método preterista trata de esto, considerándolo como su principio básico.
(3) Los partidarios de este método reconocen que sí se puede hacer una aplicación
universal del mensaje del libro: Así como el Cristo resucitado triunfó sobre todo lo que se le
opuso en aquellos lejanos días, también triunfará sobre toda condición turbulenta que haya en
cualquier tiempo, inclusive el nuestro. Los paganos pueden enfurecerse y la gente puede
imaginar cosas vanas; pero Dios todavía está en su trono y Cristo todavía tiene las llaves de la
muerte y del destino. Evidentemente esto es un punto fuerte a favor de esta interpretación.
(4) Este sistema da una interpretación que en todo está de acuerdo con las enseñanzas
del Nuevo Testamento. Uno puede seguir este método, y no tiene que creer que el propósito
que Dios manifestó en la cruz de Cristo fracasará y que él tendrá que utilizar la espada para
establecer aquí su reino. Las mismas verdades y los mismos principios que se observan en las
enseñanzas de Jesús y en las predicaciones y en los escritos de los apóstoles, se observan en el
Apocalipsis si uno sigue este método de interpretación.
Una indicación importante que puede servir como guía al intérprete, puede
encontrarse en el propósito del libro y en las circunstancias históricas de su
origen. El Apocalipsis está vertido en forma de carta para ciertas sociedades
cristianas, y comienza con un relato detallado de sus condiciones y
circunstancias… El libro comienza con una situación histórica bien definida, y
al fin se refiere otra vez a ella; y las visiones intermedias, que forman el cuerpo
del libro, no pueden en ninguna teoría razonable quedar separadas de sus
circunstancias históricas.18
William Peter King agrega su punto de vista referente al Apocalipsis, junto con el de los
escritores citados:
La finalidad del libro era aumentar el valor y la fe de los cristianos, haciendo que en su
imaginación se representara vívidamente la caída del Imperio Romano, la
victoria final del Reino de Dios y del Cristo triunfante... Uno se sorprende de
como los adventistas se han persuadido de que la elevación y la caída de algún
moderno papa o dictador podría haber dado algún consuelo y fortaleza a los
cristianos primitivos tan severamente oprimidos.20
Al discutir el fondo histórico de este libro serán citadas otras autoridades que se
adhieren a esta opinión, las que acabamos de mencionar son suficientes para indicar que el
primer paso que se debe dar para entender este libro es entender su fondo.
2. El segundo principio de interpretación que debemos recordar es que este libro en su
mayor parte está escrito en lenguaje simbólico. La palabra "símbolo" se deriva de los términos
griegos sún que significa ''con", y el infinitivo bállein que significa "tirar", "lanzar", de lo cual
se pueden tener las frases "tirar con" o "tirar o lanzar junto con..." Así pues, un símbolo es
aquello que sugiere alguna otra cosa por razón de la relación o de la asociación que tiene con
ella es un signo visible de algo invisible: como una idea o una cualidad. En este libro se usan
los símbolos para describir o representar ideas abstractas que el escritor desea presentar a sus
lectores.
Por esta razón no es posible seguir las reglas comunes de interpretación. Por lo general
las palabras de cualquier pasaje de la Escritura deben entenderse en su sentido natural y llano, a
menos que haya alguna razón por la cual se las deba considerar en sentido figurado. La
presunción es siempre en favor de un significado literal; si alguien lo hace de otra manera, debe
declarar la causa para hacerlo. Este no es el caso en el libro del Apocalipsis: al tratar de este
libro, que está presentado en forma pictórica, uno debe admitir que los símbolos deben
considerarse figuradamente a menos que haya una buena razón para considerarlos literalmente.
Hay pocos lugares donde el lenguaje literal se usa en medio del simbólico; pero estos lugares se
destacan como notable auxilio, así como las palabras griegas se destacan en un pasaje escrito en
inglés o en español.
El intérprete del Apocalipsis tiene que hacer frente a un doble deber en lugar de a uno
solo. Cuando uno lee la historia bíblica de David y Goliat, puede ver al joven, al gigante, la
armadura, la honda, y la victoria. Esta es una historia completa. Pero cuando uno lee en el
capítulo doce del Apocalipsis lo referente a la batalla que Miguel y sus ángeles sostuvieron
contra el dragón y sus ángeles, debe ver no solamente la historia sino también lo que simboliza.
Esto no se debe aceptar como la información referente a la batalla que hubo en el cielo, en la
cual Satanás perdió el puesto que tenía en los cielos en los tiempos prehistóricos; sino que se
debe notar que el acontecimiento simboliza algún hecho o verdad en la vida espiritual o en la
experiencia del cristianismo. El intérprete que empieza a creer que la mayor parte del
Apocalipsis es literal, comienza en el mal camino, y mientras más avanza en esta dirección,
menos entenderá el libro.
El escritor usó estos símbolos para comunicar sus pensamientos a los iniciados que
podían entender dichos símbolos, pero al mismo tiempo los usó para esconder tales
pensamientos a quienes no pertenecían al círculo de los cristianos. Esto último puede parecer
que no es de mucha importancia en los tiempos presentes; pero las condiciones del tiempo en
que el libro fue escrito revelan que eso era sumamente importante en aquel tiempo. El
significado de la mayor parte del simbolismo del Apocalipsis es completamente claro para los
lectores modernos que desean verlo así. Hay algunos símbolos que no se entienden fácilmente
y que se prestan para que haya mucha diversidad de opinión. En cuanto a estos símbolos no
puede uno ser dogmático. Lo mejor que se puede hacer es procurar con ahínco descubrir lo que
más probablemente significaron aquellos símbolos para quienes fueron los primeros en recibir
el libro y aceptar eso como la más adecuada interpretación.
El simbolismo de este libro a menudo es misterioso y grotesco: algunas veces, para
representar a los poderes paganos del mundo se usan bestias salvajes con características que
por completo son contrarias a la naturaleza. ¿Por qué un animal debe tener siete cabezas, o diez
cuernos, o los pies como de oso, y la boca como de león? (13:1, 2). Sin duda, nunca ha existido
ese animal real y verdaderamente. Todos los esfuerzos combinados de P. T. Barnum y Robert
Ripley no podrían haber producido tal ser viviente. El animal es presentado así para simbolizar
que a un poderoso y depravado antagonista se le enfrenta la causa de la justicia en una batalla
espiritual. Ningún método de interpretación puede llegar al verdadero mensaje del Apocalipsis a
menos que reconozca y siga este simbolismo.
3. El tercer principio importante es que uno debe recordar que el Apocalipsis usa
terminología del Antiguo Testamento con significado especial en el Nuevo Testamento; por lo
mismo algunas figuras y expresiones del Antiguo Testamento pasan a través del libro del
Apocalipsis. Algunos expositores han cometido el error de interpretar este lenguaje de la
manera en que fue usado en el Antiguo Testamento; piensan que es inevitable que si una
expresión significa una cosa en una parte de la Biblia, forzosamente debe significar la misma
cosa en todas partes. Esto es una premisa falsa que conduce a incontables errores. Una
expresión o símbolo significa lo que el autor quiere que signifique en el lugar donde lo usa.
Juan se refiere a algunos de los animales mencionados en la profecía de Daniel y usa mucha
terminología de Ezequiel; pero esto no quiere decir que en la interpretación significan la misma
cosa: Juan ha adaptado todo eso de manera apropiada a su mensaje. Mucho del
dispensacionalismo que ha estorbado el progreso de la interpretación se debe a la creencia de
que el Apocalipsis predice la "septuagésima semana" de Daniel, solo porque algunos de los
términos son los mismos. El Nuevo Testamento es principalmente un libro cristiano, no un
libro del judaísmo; el mensaje que presenta es suyo, es propio, ya sea que haya adaptado el
lenguaje del Antiguo Testamento, o el de los libros apócrifos, o que todo sea original de Juan.
4. Para descubrir el verdadero significado del Apocalipsis, uno debe procurar
considerar las visiones o la serie de visiones como un todo, sin poner mucho énfasis en los
pormenores del simbolismo. Previamente se ha hecho notar que muchos de los pormenores se
usan para producir efectos dramáticos y no para agregar nada al significado de un pasaje. Puede
ser que los detalles de una visión tengan algún significado; pero en el mayor número de los
casos se usan únicamente para llenar la escena. Este mismo principio se aplica a la
interpretación de las parábolas y frecuentemente a los libros políticos. Por ejemplo, obsérvese
en el Salmo 91: 5, 6:
De semejante manera en el Apocalipsis se agregan los detalles para hacer una tremenda
impresión con las cosas que se discuten. Lo que dice Apocalipsis 6:12-17 produce una
abrumadora impresión de humano terror y de ruina y destrucción inminentes. Esto es suficiente
sin inquirir el minucioso simbolismo de las estrellas que caen, del apartamiento de los cielos, ni
el del traslado de los montes. La mejor manera de proceder es encontrar la verdad central y dejar
que los detalles se acomoden de la manera más natural.
5. El quinto principio de interpretación está sugerido por Pieters al hacer énfasis en el
hecho de que el Apocalipsis está dirigido especialmente a la imaginación. Podemos decir que
los libros de la Biblia se dirigen a las diferentes facultades del hombre, por ejemplo: la Epístola
a los Romanos a la razón, los salmos a las emociones, etc. De un modo semejante, el
Apocalipsis se dirige a la imaginación. A medida que el expositor vaya leyendo el libro del
Apocalipsis, debe procurar ver con los ojos de su mente los varios episodios que están
avivados con aspectos dramáticos, casi como si estuviera en Patmos con Juan y viera tales
episodios; debe rendirse ante la majestad del movimiento de Cristo cuando camina entre sus
iglesias destrozadas y tiene posibilidades para sanar las heridas que ellas sufren. Si el lector no
puede rendirse, perderá los mensajes más grandes del Apocalipsis. El hombre que no tenga una
imaginación fecunda, o que la tenga y se niegue a usarla, hará bien en abandonar este libro. Este
libro fue escrito para presentar su mensaje por medio de la creación de una impresión, y esta
impresión se realiza cuando uno se doblega ante el drama que se desenvuelve ante él en el
escenario del Asia Menor durante los años 90 al 96 de la era cristiana. Cuando la representación
termina y cae el telón después de la reverente oración del escritor sagrado —"Sea así. Ven,
Señor Jesús."— uno queda bajo una dominante impresión de majestad, de reverencia, y de
temor. Juan siente la seguridad de la victoria a pesar de las aparentemente insuperables
diferencias; sabe, sin dudas ni reservas, que, venga lo que viniere, Cristo es supremo, y que
ningún poder le quitará la victoria que legítimamente es suya.
Capítulo 3 – Fondo Histórico del Apocalipsis
Ya se ha hecho notar la importancia del fondo histórico para interpretar el libro del
Apocalipsis; y reconocemos que tenemos el deber de indicar, en relación con esta obra, la
naturaleza de ese fondo. Para hacer normalmente un estudio como este nos referiremos al autor
y a la fecha del libro, al lugar en que fue escrito, a los receptores y a las condiciones en que
estos estaban, y a las condiciones generales del mundo en el cual se originó dicho libro.
Seguiremos este método en la sección que estamos considerando, aunque tal vez será necesario
variarlo un poco. Tal estudio puede ser muy breve, o muy amplio, de acuerdo con las
necesidades del trabajo que se esté haciendo. En el estudio de este asunto la discusión será un
poco extensa porque una gran parte de la interpretación del Apocalipsis depende de la exactitud
de estos asuntos.
Parece que al estudiar el fondo de una obra literaria lo más lógico es comenzar por
conocer a su autor. Esto es cierto particularmente al tratarse del Apocalipsis, debido a la
tradición que existe en relación con este asunto. Algunos eruditos han dicho que posiblemente
hubo otros hombres que fueron autores de este libro: consideraremos sus argumentos a medida
que progresemos en el estudio; pero primero nos ocuparemos de la opinión tradicional.
Quizás no se hace ninguna violencia al mensaje si decimos que no sabemos
definitivamente quién es el autor. El Apocalipsis ya tiene asegurado su lugar en el canon del
Nuevo Testamento, y su mensaje es de victoria, ya sea de Juan el hijo de Zebedeo, de Juan el
vidente, o de otro alguno. Este caso es semejante al de la Epístola a los Hebreos: los eruditos no
se han puesto de acuerdo en cuanto al autor de la Epístola a los Hebreos a pesar de que han
pasado muchos años estudiando este asunto; sin embargo, el mensaje de dicha Epístola
referente a Cristo como la suprema revelación de Dios, todavía es uno de los pináculos de la
verdad redentora. Debemos advertir que hay una diferencia entre estos dos casos: la Epístola a
los Hebreos no declara quién es su autor; en cambio, el Apocalipsis declara que fue escrito por
una persona llamada Juan.1 Esto es cierto, o el libro no es auténtico.
Es un hecho bien sabido que la mayor parte de la literatura apocalíptica era seudónima,
este asunto y sus razones ya fueron discutidos en una sección anterior de este mismo libro.
Debido a esta verdad, muchos han sostenido que el libro del Apocalipsis, junto con toda la
literatura con la cual tiene afinidad, eran obras seudónimas. Es provechoso revisar las opiniones
de Charles2 sobre este particular, pues está reconocido como una de las eminentes autoridades
en literatura apocalíptica, y admite que el Apocalipsis no es obra seudónima.
La idea de que debía haber una Ley inspirada, adecuada, infalible y válida, llego a ser un
dogma del judaísmo en la época posterior al exilio; y cuando esta condición fue establecida, ya
no hubo lugar para ningún profeta o maestro de religión, a menos que fuera un mero exponente
de la Ley. Entonces, también, la formación del canon del Antiguo Testamento con sus tres
secciones —la Ley, los Profetas, y los Hagiógrafos (que también se llaman "los Escritos" y
corresponden a los libros poéticos) — estimuló la costumbre de producir escritos seudónimos.
Después de este tiempo ningún trabajo de naturaleza profética pudo lograr que se le pusiera
atención a menos que llevara el nombre de algún antiguo personaje digno de ser atendido. Por
lo tanto, cuando un hombre sabía que tenía un mensaje que presentar, lo presentaba de la
manera que le parecía más apropiada para que lo recibieran. Cuando el Apocalipsis fue escrito,
esta condición no existía. El advenimiento y el progreso del cristianismo dejaron al Antiguo
Testamento en un lugar subordinado pues se pensaba que Jesús y lo que había dicho eran la
principal autoridad. El espíritu de profecía había llegado de nuevo a los creyentes, la creencia en
la inspiración se había avivado de nuevo, y durante varias generaciones no fue reconocido
exclusivamente ningún canon de escritos cristianos. No hay ninguna razón relacionada con esta
antigua costumbre, para suponer que el Apocalipsis fue un escrito seudónimo.
La segunda evidencia de que el Apocalipsis no fue una obra seudónima la tenemos en el
hecho de que el escritor declara que vio las visiones que relata, que le pertenecían, eran de él, y
para la generación de su época. La costumbre, al escribir literatura apocalíptica, era que el
escritor declarara que las visiones pertenecían a un gran personaje del pasado y que eran para
las generaciones del futuro. El escritor del Apocalipsis declara que él es siervo de Jesucristo
(1:1), hermano de los cristianos del Asia Menor y participante de la tribulación de ellos (1:9),
que estaba sufriendo el exilio en la isla llamada Patmos por haber predicado la Palabra (1:9), y
que él mismo vio y oyó las cosas que escribió en este libro (22:8).
Hasta aquí, pues, es evidente que el Apocalipsis que tenemos fue escrito por un profeta
(Ap. 22:9) que vivió en Asia Menor, y que su verdadero nombre era Juan. Tan
cierto es que este libro es obra de un Juan, como lo es que 2 Tesalonicenses
capítulo 2 y 1 Corintios capítulo 15 son obras apocalípticas de San Pablo... No
hay ni una pizca de evidencia, ni siquiera una sombra de probabilidad para
apoyar la hipótesis de que el Apocalipsis es una obra seudónima.3
Así pues, parece que no estamos equivocados al sostener que el libro del Apocalipsis
no es una falsificación, sino que fue escrito por una persona llamada Juan. Más tarde se
discutirá de cuál Juan se trata precisamente. También nos parece que es un acto de prudencia
revisar, antes de comenzar la discusión, lo que sabemos acerca del escritor, quien quiera que
haya sido. Llegamos a saber esto por el estudio del texto del libro, cuyo sumario es el que
sigue:
Juan, a quien debemos el Apocalipsis del Nuevo Testamento, era un judío cristiano que
muy probablemente había pasado la mayor parte de su vida en Galilea4 antes de trasladarse al
Asia Menor y de establecerse en Éfeso, ciudad que era el centro de la civilización griega en
aquella provincia. Se ha llegado a esta conclusión después de haber hecho un estudio del uso
que Juan hizo del idioma griego: se ha descubierto que usó de libertades sin paralelo en la
sintaxis de ese idioma y que, hasta cierto punto, creó una gramática griega propia; el lenguaje
que adoptó no le proporcionó un medio de expresión rígido y normal. Además, el lenguaje
estaba en un estilo que ha sido caracterizado por su fluidez, que fácilmente se prestaba para ser
reconstruido por la sintaxis que se acostumbraba y por las desconocidas expresiones que el
autor usó. El estilo de este escritor es absolutamente único: ha puesto a un lado las reglas
comunes de sintaxis y ha desafiado las leyes de los gramáticos pero, según parece, esto no fue
intencional. Su único propósito fue usar todas las posibilidades que tenía a su alcance para
hacer comprender claramente su mensaje: logró hacer esto y, al hacerlo, se hizo culpable de
numerosas violaciones a la sintaxis griega. Parece que la causa de esto es que aunque escribió
en griego, pensó con términos hebreos. Frecuentemente tradujo de manera literal algunos
modismos hebreos, al griego. Como tenía un profundo conocimiento del Antiguo Testamento,
consciente e inconscientemente usó su fraseología. Esta debe ser la razón para que usara la
sintaxis tan singular que encontramos en el Apocalipsis.
Sabemos otra cosa en cuanto al escritor de este libro. Esta es, que ejerció una
indisputable autoridad sobre las iglesias del Asia Menor, lo cual se puede notar en el hecho de
que haya escrito su Apocalipsis para siete de ellas. Es verdad que el mensaje no está dedicado
exclusivamente a las siete: sin embargo, fue dirigido a ellas porque fueron consideradas como
representantes de todas las iglesias. En el libro, el autor anima a los creyentes a que resistan las
exigencias del imperio para que se adhieran a la religión oficial y que, si es necesario, resistan
hasta morir; y también los exhorta a que proclamen fielmente la causa victoriosa de Dios. Esta
exhortación es dirigida a los individuos y a las iglesias. Además, Juan establece el único
verdadero fundamento para la ética y para el gobierno: ¡Cristo, el Rey Supremo! Juan anhela
que este mundo y el futuro sean para Dios, y al expresar este anhelo manifiesta un innegable
amor para las iglesias; sin embargo, al mismo tiempo "reprueba, reprende, y exhorta" como uno
de cuya autoridad no se puede dudar.
Este escritor era hombre de profunda penetración espiritual. Su mirada penetra en los
misterios de los planes de Dios, en algunos casos tal vez más profundamente que la de otros
escritores del Nuevo Testamento. Conserva la mirada en alto, muy por encima de las llanuras
donde ruge la batalla, y la fija en el trono. En este trono se sienta Uno que está caracterizado por
su soberanía, su santidad, su justicia, y su gracia; y en su mano tiene un libro sellado que
contiene los destinos de los hombres. Solamente Uno es digno de abrir este libro: ese Uno es el
Cordero que triunfó por su muerte y que ahora vive para siempre. Cuando el Cordero ha abierto
todos los sellos y han sido revisados los datos referentes a la manera en que Dios ha tratado a
los hombres, la victoria es evidente. Dios continúa todavía en su trono: no ha sido derribado
por los esfuerzos combinados del dragón y de las dos bestias. No solamente Dios continúa en
su trono, sino también su pueblo está con él y se le ha concedido la Ciudad Perfecta y también
todo lo que necesita para nutrir su vida eterna (alimento y salud). Es dudoso que cualquier otro
escritor del Nuevo Testamento haya visto con más realidad la segura victoria de la causa de
Dios sobre todos sus enemigos.
El escritor del Apocalipsis es un hombre que es muy explícito en sus declaraciones: los
judíos hostiles de Esmirna y Filadelfia son "sinagogas de Satanás;"5 Domiciano, y el imperio
mismo mientras está siguiendo su política, es la "bestia;"6 Roma es "Babilonia,"7 madre de las
rameras y de las abominaciones de la tierra. El tono del libro, cuando fustiga al perseguidor, al
idólatra, al impuro, es casi belicoso: la justa ira del profeta al rojo blanco. El concepto que
presenta de Cristo en el Apocalipsis es infinitamente majestuoso y augusto pero su
característica predominante es la de un poder ilimitado que se muestra en una severidad justa:
como Guerrero, gobierna con vara de hierro;8 como Cordero, es terrible en su ira;9 y como
Rey, pisa el lagar del vino del furor y de la ira de Dios.10 Solamente una o dos veces se
expresa la ternura de la compasión del Señor: estos casos son, por supuesto, donde proporciona
consuelo a su pueblo en lugar de contemplar con intenso desfavor a sus enemigos.
Toda la información anterior se relaciona con un aspecto general del autor del
Apocalipsis; se refiere a sus ideas y características fundamentales, sin expresar ninguna opinión
en cuanto a la identidad del autor. En las siguientes consideraciones nos referiremos a los
posibles autores del Apocalipsis, aludiendo a las evidencias que haya en favor y en contra de
ellos.
1. Evidencias Favorables a Juan, el Hijo de Zebedeo, y otras que le son Contrarias.
La opinión tradicional referente a este libro es que fue escrito por Juan, el que fue
apóstol e hijo de Zebedeo. Se ha discutido mucho acerca de esto a través de la historia del
cristianismo. Dionisio el Grande, de Alejandría, por el año 250 de la era cristiana sostuvo que
Juan no escribió el Apocalipsis; basó esta opinión en un estudio que hizo del estilo empleado en
el griego del cuarto evangelio y del Apocalipsis; y llegó a la conclusión de que la misma
persona no pudo haber escrito los dos libros: creyó que Juan escribió el Evangelio, y por lo
tanto no creyó que Juan hubiera escrito el Apocalipsis. Dana, en una obra reciente, se opuso a
esta opinión, pues declara que en el segundo siglo existía una "creencia predominante y muy
extendida por casi todo el mundo cristiano, de que Juan el apóstol, el hijo de Zebedeo, escribió
el cuarto evangelio."11 Acerca de esto el Dr. Dana dice:
Una evidencia tradicional tan fuerte no puede ser desechada: es difícil explicar
su existencia a menos que el apóstol Juan haya tenido alguna conexión con el
cuarto evangelio. La crítica conservadora probablemente persistiría en sostenerse
en su veredicto referente a la paternidad apostólica, si no fuera por el hecho de
que la evidencia externa en cuanto al autor del Apocalipsis es más antigua e
intrínsecamente más fuerte que la que hay para el cuarto evangelio. Las
diferencias entre los dos libros son demasiado radicales para admitir la opinión
de que hubo un autor común. De aquí que nos sintamos constreñidos a asignar
el Apocalipsis al apóstol Juan y a buscar en alguna parte la mano que escribió el
evangelio.12
Así pues, se puede notar que Dionisio, en el año 250 de la era cristiana y Dana en el año
de 1940 de la misma era comienzan con la misma premisa; pero llegan a conclusiones opuestas.
Todo el tiempo ha habido una lucha entre estos dos puntos de vista. La actitud más conveniente,
según parece, es la de pesar todas las evidencias y sacar uno sus propias conclusiones.
a. Evidencia externa. —Justino Mártir fue uno de los más antiguos padres de la iglesia,
cuya obra ha llegado hasta nosotros. Este escritor sufrió el martirio bajo el gobierno de Aurelio,
por el año 166 de la era cristiana. Generalmente se admite que su obra "Diálogo con el Judío
Tifón" apareció entre los años 140 y 160 de la era cristiana; y en ella se pueden leer estas
palabras:
... con nosotros estaba cierto hombre que se llamaba Juan, era uno de los
apóstoles de Cristo, el cual profetizó, por una revelación que le fue hecha, que
quienes creyeran en nuestro Cristo vivirían mil años en Jerusalén; y, en
resumen, que después se efectuarían la resurrección eterna y general y el juicio
de todos los hombres.13
El hecho de que el hogar de Justino Mártir y su principal campo de trabajo hayan estado
en Asia Menor, donde estaban localizadas muchas de las iglesias a las cuales fue dirigido el
Apocalipsis, hace que esta declaración sea muy sorprendente.
El siguiente testigo directo de que Juan el apóstol es el autor de este libro es Ireneo, que
murió en Lyon, Francia, por el año 190 de la era cristiana. Este autor está considerado como
uno de los principales testigos a favor de Juan. Ireneo nació y fue educado en Asia Menor,
territorio donde estaban las siete iglesias; además fue discípulo de Policarpo, el cual era obispo
de una de las siete iglesias: de la de Esmirna; y en los muchos libros que escribió menciona
frecuentemente el Apocalipsis. Parece que estaba especialmente interesado en el número 666,
considerado como el número de la bestia, a la cual conceptuó como idéntica al Anticristo.14
Varias veces dijo Ireneo que el libro había sido escrito por Juan, el discípulo del Señor, y lo
identifica con el Juan que se reclinó en el seno de Jesús cuando tuvieron la última cena; además,
sostuvo que Juan escribió el libro en el tiempo en que gobernó el emperador Domiciano.15 El
testimonio de Ireneo es poderoso puesto que, podríamos decir, sólo un paso lo separaba de
Juan. Además, únicamente transcurrieron como setenta u ochenta años entre el tiempo en que
fue escrito el Apocalipsis y el tiempo en que Ireneo escribió sus comentarios. Este período
podía ser recordado muy bien por los hombres que hubieran querido rectificar las declaraciones
de Ireneo si éstas hubiesen sido falsas. No hay ninguna razón para creer que Ireneo y Policarpo
procedieron sin honradez en este asunto.
Cuando dejamos a Ireneo, ya no encontramos a nadie que haya conocido personalmente
o que conociera a alguien que hubiera conocido personalmente al autor del libro. Encontramos a
otros autores que se adhirieron a la opinión de que Juan era el autor, aunque no tenían informes
de primera mano; algunos de ellos son: Clemente16 de Alejandría (223 d. de J. C.),
Tertuliano17 de Cartago (220 d. de J. C.), Orígenes18 de Alejandría (223 d. de J. C.), e
Hipólito19 de Roma (240 d. de J. C.). Eusebio cita estas palabras de Orígenes:
Eusebio opina que todavía no está decidido el asunto referente a que Juan es el autor del
Apocalipsis; pero opina así teniendo en cuenta todos los testimonios anteriores. Además los
escritores subsiguientes a la época de Eusebio frecuentemente citaron el Apocalipsis
refiriéndose a él como a una obra escrita por el apóstol Juan. Algunos de esos escritores fueron:
Basilio el Grande, Atanasio, Ambrosio, Cipriano, Agustín, y Jerónimo. Estos autores
estuvieron muy lejos de participar de cualquiera duda que haya habido en la mente del gran
historiador de la iglesia. Esa concurrencia del testimonio de aquellos que estuvieron en
posibilidad de resolver una duda de esta naturaleza, y que en todo respecto merecían crédito,
puede anularse sólo mediante la oposición de una evidencia de la clase más terminante. Estos
testigos representan una muy extensa parte del territorio donde el cristianismo se había
extendido; así, por ejemplo: Justino Mártir trabajó en Asia Menor, Ireneo en Asia Menor
primero y después en Francia, Tertuliano estuvo en Cartago, y Clemente y Orígenes eran de
Alejandría —la cual fue el centro de información y de cultura en el territorio de la iglesia del
oriente—. Estos personajes representaban a todos los centros principales del cristianismo,
excepto a Roma; pero Hipólito, pocos años después, ya partidario de esta opinión, representó a
Roma. Pieters20 hace notar que la distribución del tiempo en que fueron hechas estas
declaraciones queda así más o menos: años 140, 170, 200, 220, 233, 240 d. de J. C.; y se
observa desde luego que el intervalo más grande es de treinta años a partir del fin de la era
apostólica. Tal testimonio, en atención al hecho de que ellos eran hombres responsables que
tenían lugares importantes en la obra cristiana, permanece firme por la fuerza de una gran
convicción. Si aceptamos el posible aunque discutido testimonio de Papias referente al libro que
estamos estudiando, entonces el testimonio se remonta hasta el año 125 d. de J. C. Así pues, la
tradición del segundo siglo casi unánimemente sostuvo la opinión de que el Apocalipsis fue
escrito por Juan. Es verdad que en el siglo tercero surgieron algunas objeciones, 21 pero aun
así era dominante el testimonio favorable a la opinión de que el apóstol escribió el Apocalipsis.
Puede decirse que hay pocos libros del Nuevo Testamento que tienen un apoyo tan fuerte
procedente de la antigua tradición.
b. Evidencia interna. —Aunque al tratar de esto hay mucho más material para discutir
que el que hay al tratarse de las evidencias externas, al considerar lo referente a las evidencias
internas encontramos muchos testimonios a favor del apóstol Juan como el escritor del
Apocalipsis. Quizás la primera evidencia a favor de esta opinión es que el escritor dice que él es
Juan: hace esta declaración en cuatro lugares (1:1, 4, 9; 22:8). La manera en que se presenta el
nombre implica que el nombre era bien conocido, y que la identidad del escritor seguramente
sería reconocida por aquellas personas que fueron las primeras en recibir el libro. Esto es cierto
en cuanto a Juan, pues había estado en Asia Menor desde la caída de Jerusalén, la cual ocurrió
el año 70 d. de J. C.; había trabajado en las iglesias que había en esa región, especialmente en
Éfeso, y todas ellas lo conocían muy bien. Otra cosa que está implícita en lo que se tiene como
introducción, es que el escritor tuvo tal relación con las iglesias del Asia Menor, que él era el
medio más apropiado para dirigirse a ellas con ese tono de autoridad y admonición que emplea.
Además, se sabe que Juan pasó los últimos años de su vida con las iglesias del Asia Menor y
que entre ellas tuvo una posición que estaba completamente de acuerdo con la actitud que asume
en este libro. La tercera vez que se menciona su nombre (1:9), nos hace recordar las palabras
que el Señor dirigió a Juan y Jacobo (Marc. 10:38, 39): "No sabéis lo que pedís, ¿Podéis beber
del vaso que yo bebo, o ser bautizados del bautismo de que yo soy bautizado? ... A la verdad,
del vaso que yo bebo, beberéis; y del bautismo de que yo soy bautizado, seréis bautizados..."
Cuando el Apocalipsis fue escrito, ya hacía mucho tiempo que Jacobo (o Santiago) había
experimentado las cosas que el Señor le había profetizado; y Juan, al escribir este libro, está
bebiendo la copa del sufrimiento y está sumergido en las aguas de la persecución que se realiza
en contra del pueblo de Dios. La declaración que hace de compañerismo en el sufrimiento es
característica del espíritu fraternal, compasivo, y tierno de Juan. También es notable la similitud
que hay entre la alusión que el escritor hace de sí mismo en 22:8 y la que está en Juan 21:24.
Comparémoslas. Apocalipsis 22:8 dice: "Yo, Juan, soy el que ha oído y visto estas cosas."
Juan 21:24 dice: "Este es aquel discípulo que da testimonio de estas cosas." La similitud es
evidente. En cada uno de los cuatro casos en que el escritor menciona su nombre, se puede
sostener con toda seguridad que la mención que el escritor hace de sí mismo está en perfecto
acuerdo con la teoría de que él no es otro sino el apóstol Juan. No sabemos cuál introducción
pudiera haber usado otro Juan. Cualquier conjetura podría ser un argumento basado en el
silencio; pero tal argumento nunca es satisfactorio.
Las características del escritor que antes han sido mencionadas, coinciden con la manera
de ser del apóstol Juan. Como antes se dijo, el escritor seguramente era un judío cristiano que la
mayor parte de su vida había vivido en Galilea antes de ir al Asia Menor: esto fue cierto en
cuanto a Juan. Asimismo se notó que el escritor pensó en hebreo pero escribió en griego: esto
también probablemente fue cierto en cuanto a Juan, quien tenía antecedentes judíos y una
congregación que en su mayor parte era gentil. Otra característica que nos llamó la atención fue
la profunda penetración espiritual del escritor: esto también fue cierto en cuanto al Juan de los
evangelios: él muy a menudo captó verdades de profunda importancia mucho antes que los
otros discípulos las atendieran. La naturaleza positiva del escritor del Apocalipsis estaba
presente en Juan el apóstol. Con frecuencia los cristianos le llaman "Juan el benigno"; sí, llegó a
ser "Juan el benigno" después de que el Espíritu del Señor estuvo apoderado de él durante
sesenta años o más. Su temperamento natural era irritable y fogoso: tenía una naturaleza que lo
hizo desear que descendiera fuego del cielo y consumiera a los inhospitalarios samaritanos;
también hizo que uno que echaba fuera espíritus malos en nombre del Maestro, ya no
continuara en esta benéfica labor, sólo porque aquel sanador no era uno de los inmediatos
seguidores del Señor Jesús. Esta naturaleza de Juan hizo que Jesús pusiera a Juan y a Santiago
el sobrenombre de "hijos del trueno." El mismo carácter se descubre en el escritor del
Apocalipsis cuando con términos devastadores denuncia a los enemigos de Cristo: el escritor
pasa desde las más delicadas expresiones hasta las más rigurosas mientras continúa la
exposición de su mensaje. Así pues, el autor es una combinación del "Juan el benigno" y del
"hijo del trueno", siendo este sobrenombre el que más conocemos.
Pueden ser descubiertas otras evidencias internas si se concede que el escritor del
Apocalipsis es también el del cuarto evangelio. Este hecho ha sido negado por muchos críticos
competentes; pero la actitud tradicional es la de permanecer firmes en la opinión de que Juan el
apóstol es el autor de ambos libros, hasta que sean presentadas otras pruebas que no sean
conjeturas de naturaleza altamente especulativa. Hablando en general, parece que hay más
dificultades si se rechaza la opinión tradicional, que si se acepta. Aceptando la opinión de que
Juan el hijo de Zebedeo escribió el cuarto evangelio, encontramos varias semejanzas en el
Apocalipsis, de las cuales trataremos en seguida.
La cristología del libro del Apocalipsis es un punto importante de evidencia interna. Tal
cristología es completamente semejante a las del cuarto evangelio.22 La expresión que está en
Apocalipsis 1:1, "que Dios le dio" a Jesucristo, está en perfecta armonía con la enseñanza
general del Evangelio de Juan que dice que el Hijo tiene todas las cosas que son del Padre, y
que no tiene nada que no haya recibido del Padre. Además, tanto en el Apocalipsis como en el
Evangelio de Juan se descubre que el Hijo recibe instrucciones del Padre. La armonía que se
observa entre el Hijo y el Padre en el Apocalipsis, sorprendentemente se observa también en el
Evangelio de Juan. La idea de que el Hijo tiene solamente lo que el Padre le ha dado se expresa
en Juan 17:7, 8; 5:19, 20; 7:16. Esta relación se expresa con otras palabras en otras partes del
Nuevo Testamento, aunque no con tanta claridad como en estos pasajes.
El uso del término logos refiriéndose a una persona y usado como el título distintivo de
Cristo, se encuentra solamente en la literatura juanina: en Juan 1:1, 14; 1 Juan 1:1, y en
Apocalipsis 19:13. En este último pasaje se usa dicha palabra como uno de los títulos del Cristo
victorioso cuando va a derrotar a los enemigos de Dios.
Juan es el único de los escritores de los evangelios que habla de la lanza que hirió el
costado del Señor Jesús cuando fue crucificado (Juan 19:34). Y parece que es algo más que
una coincidencia que en Apocalipsis 1:7 se haga alusión a la herida que hicieron al Señor: “..., y
todo ojo le verá, y los que le traspasaron;..." Un cuidadoso estudio de estos pasajes revela que
la palabra griega que se usa en el original y de la cual se traduce "abrió" y "traspasaron" es el
mismo verbo en ambos casos. En Zacarías 12:10 hay una declaración parecida. Los traductores
de la Versión de los Setenta usaron una forma del verbo griego katorjéomai. Pero el Evangelio
de Juan y el Apocalipsis usan una forma del verbo griego ekkentéo. La diferencia, por una
parte, y la identidad, por la otra, deben ser consideradas como algo más que una coincidencia.
Esto indica la identidad del autor de los dos libros.
En el Evangelio de Juan se habla del Señor Jesús como "el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo" (Juan 1:29, 36); y es de notarse que ninguno de los otros evangelistas
aplica ese título al Señor Jesús.
Probablemente el apóstol Juan estaba presente cuando se hizo esta alusión a Jesús y se
usó esa expresión descriptiva; de ser así, evidentemente pensó en que eso significaba mucho.
En el Apocalipsis se alude veintidós veces a Cristo como Cordero.23 Por otra parte, los que
niegan que Juan haya escrito el Apocalipsis dicen que Juan usa una palabra diferente de la que
usa el escritor del Apocalipsis: esto es parcialmente cierto, pues en Juan 1:29, 36 se usa la
palabra amnós, y en el Apocalipsis siempre se usa la palabra arníon. Sin embargo, es
interesante notar que Juan usa la palabra arníon en relación con otro incidente (Juan 21:15), y
Juan es el único escritor del Nuevo Testamento que usa dicho término, además de que lo usa el
autor del Apocalipsis. Parece que también esto es algo más que una coincidencia. El uso que el
Apocalipsis hace libremente de la idea parece muy de acuerdo con la enfática y muy notable
manera en que la idea se usa dos veces en el Evangelio de Juan, al presentar el testimonio de
Juan el Bautista acerca del Mesías.
En Apocalipsis 1:1, 2 se hace una sorprendente declaración: La revelación de
Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder presto;
y la declaró, enviándola por su ángel a Juan su siervo, el cual ha dado testimonio de la
palabra de Dios... La forma verbal: ha dado testimonio, está en el tiempo aoristo, e indica que
Juan ya había dado su testimonio referente al Logos de Dios. ¿Con esto el escritor quiere decir
que él es el escritor del cuarto Evangelio? Parece que sí.
A pesar de todas las dificultades encontradas al comparar el estilo y la gramática de los
dos libros, hay un notable punto de semejanza entre ellos: que se puede leer fácilmente. El
vocabulario y las construcciones usados en ambos libros son de tal naturaleza que el estudiante
de griego puede leerlos con mucho menos esfuerzo y referencias al léxico y a la gramática, que
cualquier otro libro del Nuevo Testamento, excepto 1, 2 y 3 de Juan que parecen estar escritas
por la misma mano. El contraste con los escritos de Pablo, Pedro, o Lucas, en este particular, es
notable. Por lo mismo muchos maestros de griego admiten que los escritos de Juan son el
mejor material para enseñar ese idioma a los estudiantes que desean aprenderlo: pueden
aprender lecciones más grandes, con menos esfuerzo y en menos tiempo. Por otra parte,
algunos maestros piensan que los escritos de Juan son demasiado fáciles para que los
principiantes obtengan una enseñanza efectiva. Esta estructura del Evangelio de Juan y del
Apocalipsis es peculiar de ellos, los hace muy semejantes el uno al otro, y al mismo tiempo los
hace diferentes del resto de los libros del Nuevo Testamento.
Antes que nosotros, ciertamente, ha habido algunos que han rechazado el libro y
que han intentado refutarlo por completo, criticando cada capítulo, y declarando
que el libro no tiene sentido ni razón. Dicen que su título (Apocalipsis o
Revelación de San Juan), es un título falso, porque no lo escribió Juan. Además,
dicen que ni siquiera es una revelación, pues el libro esta encubierto por un velo
de ignorancia tan denso, que ninguno de los apóstoles, ni ninguno de los santos
hombres, o ningún hombre que pertenece a la iglesia podría ser el autor.25
Esto indica que Dionisio no fue el primero en negar que Juan fuera el autor del
Apocalipsis; pues antes que él ya había otros que tenían la misma idea, aunque no los
menciona. Pero en favor de que Juan fue el autor del Apocalipsis, tenemos esto: el hecho de
que algunos negaban que Juan era el autor del Apocalipsis es una evidencia precisa de que
antes de tal negación había habido quienes sostuvieran que Juan sí era el autor; después de esto
algunos comenzaron a negar la paternidad literaria de Juan.
Aunque Dionisio está de acuerdo con los que menciona en relación con la identidad del
autor, está en desacuerdo con ellos en algunos de los puntos que sostienen. Esto se puede notar
claramente cuando dice:
En cuanto a mí, no me atrevo a desechar este libro, porque hay muchos hermanos que lo
tienen en gran estima, pero teniendo yo la idea de que su asunto es muy superior
a mi capacidad, creo que también tiene alguna insinuación admirable y oculta en
cada particular... Por lo tanto, no niego que él se llamara Juan, ni que esto fuera
escrito por un Juan. También estoy de acuerdo en que esta fue obra de algún
hombre inspirado y santo. Pero yo no admitiría fácilmente que este escritor fue
el apóstol, el hijo de Zebedeo, hermano de Santiago, el que es autor del
evangelio y de las epístolas generales que llevan su nombre.26
Partiendo de aquí, Dionisio comienza a enumerar las razones que tiene, todas de una
naturaleza interna, para rechazar la opinión de que Juan es el autor del Apocalipsis. Nótese que
Dionisio no hace una franca negación, sino que declara que "no admitiría fácilmente" que el
Juan que escribió el Apocalipsis era el hijo de Zebedeo.
El otro testimonio externo de importancia en contra de Juan como el autor del
Apocalipsis procede de Eusebio.27 Este escritor tampoco hace una franca negación. Reconoce
que Dionisio dudó que Juan había sido el autor del Apocalipsis; sin embargo admite que
muchos favorecen la opinión de que Juan es el autor; en seguida participa de la manzana de la
discordia al sugerir que tal vez hubo otro escritor: Juan el anciano, que había sido mencionado
por Papias. Como antes se ha hecho notar, los escritores partidarios de Eusebio no participaron
de las dudas que éste tenía sobre este particular: continuaron refiriéndose al Apocalipsis como
la obra escrita por Juan el hijo de Zebedeo.
Juan el anciano, que ha sido introducido en el campo de la crítica juanina, es, a lo más,
un personaje fantástico, imaginario; y no es una tarea imposible la de eliminarlo completamente.
Robertson hace esto de una manera convincente.28
Eusebio fue el primero en descubrir a este anciano Juan en las obras de Papias. Antes
que Eusebio, Dionisio había admitido que el Juan que escribió el Evangelio no era el mismo
Juan que escribió el Apocalipsis. Eusebio confirma este testimonio en su opinión, porque en
Éfeso hay dos tumbas que, según se dice, pertenecen a Juan. Esto es únicamente una tradición,
y muchos competentes eruditos la niegan. Warfield, Plummer, Salmon, and Keim niegan que
haya existido un segundo Juan en Éfeso. Bacon, McGiffert, y Schurer, que son bien
conocidos por su liberalismo en cuanto a la crítica del Nuevo Testamento, atribuyen el cuarto
evangelio a este anciano Juan; y se sentirían felices si encontraran por lo menos un personaje
imaginario al cual pudieran atribuir el libro, para poder negarle la paternidad apostólica.
Lightfoot y Westcott se inclinan a creer que existió Juan el anciano, aunque niegan que haya
escrito el cuarto evangelio. Dana admite la existencia del anciano Juan e indica que es muy
plausible la idea de que éste es el autor del cuarto evangelio.29 Teniendo en cuenta todas estas
opiniones contradictorias, es bueno que revisemos el testimonio de Papias acerca de Juan.
Eusebio cita a Papias de la siguiente manera:
Robertson dice que la doble mención de "Juan" en esta cita fue lo que extravió a
Eusebio en su interpretación, Al mencionar a Aristión y al anciano Juan los presenta como si
todavía estuvieran viviendo en el tiempo al cual se refirió Papias. Al hablar del testimonio de
Aristión y de Juan el anciano, Papias usa la expresión "dicen" y no la expresión "dijeron". Esa
manera de expresarse puede entenderse fácilmente si se admite que Juan vivía todavía y que los
demás ancianos habían muerto. Ese hecho, el cual es muy posible, explica por qué se repite el
nombre de Juan: en el caso de Juan no se trataba únicamente de lo que se informó en relación
con lo que dijo; se trataba de lo que Juan todavía estaba diciendo: se trataba del testimonio que
Juan, viviendo aún, dio a Papias. Papias llama a Juan "el anciano," es verdad pero también
aplica el mismo término, "los ancianos", a los apóstoles mencionados (Andrés, Pedro, Felipe,
Tomás, Santiago, Juan, Mateo).
A Aristión solamente se le llama "discípulo". En el Nuevo Testamento a Juan se le
llama "discípulo", "apóstol", y "anciano": a Pedro y a los otros se les llama exactamente lo
mismo.30 Esta manera de considerar el asunto identifica a "Juan el anciano" con el "Juan" que
se menciona en la lista de los otros ancianos. Por lo tanto, en las palabras de Papias no hay nada
que exija que haya dos Juanes; y en cambio si hay mucho que apoya la idea de que hubo
solamente un Juan. Así pues, no podemos tener dos Juanes, sino dos clases de testimonio
acerca del mismo Juan: lo que otros informaron que él había dicho, y lo que él personalmente
dice todavía.
Ireneo (c. 140-202 d. de J. C.) vivió en una época más cercana a la de Papias (c. 70-140
d. de J. C.), que Eusebio (c. 270-340 d. de J. C.). Ireneo, en su testimonio referente a Papias,
identifica a Juan el anciano, el discípulo del Señor, con Juan el apóstol. Ireneo estudió a Papias
y lo citó frecuentemente; pero nunca encontró dos Juanes distintos en las obras de Papias.
Ireneo no conoció personalmente a Papias; pero conoció a Policarpo, quien conoció a Juan el
apóstol. Ireneo dice tres veces que Policarpo conoció a Juan, y afirma que frecuentemente oyó a
Policarpo hablar de lo que Juan había dicho, y explícitamente sostiene que Juan, el discípulo del
Señor, escribió el cuarto evangelio cuando vivía en Éfeso. De manera que esto es una tradición
histórica directa, procedente de uno que conoció solamente un Juan. Y si se estudia
cuidadosamente a Papias y se le interpreta correctamente se puede descubrir que es muy
probable que haya conocido solamente a un Juan. Esto parece mucho más plausible que la
hipótesis que algunos sostienen diciendo que hubo dos Juanes; que los dos fueron discípulos
personales del Señor Jesús; que los dos fueron a Éfeso después de la destrucción de Jerusalén;
que como los dos fueron tan prominentes en la obra que desempeñaron, los hombres de su
época y de la siguiente no pudieron diferenciarlos al hablar de ellos e inevitablemente los
confundieron.
Polícrates, obispo de Éfeso y contemporáneo de Ireneo, comprobó la residencia del
apóstol Juan en Asia, y parece que lo identificó con Juan el anciano, además, escribió una carta
para el obispo de Roma, en la cual le decía que Juan, el que se había recostado en el seno del
Señor, después se hizo sacerdote, llego a ser testigo y maestro, y fue sepultado en Éfeso.31
Jorge Hamartolos (Jorge el Pecador) realmente confirma la residencia de Juan en Éfeso
y su identidad como el autor de los libros del Nuevo Testamento que llevan su nombre.
No se puede tener confianza en Felipe Sidetes como testigo.
Por lo anterior, parece que la tradición sostenida por Ireneo es correcta y que es igual a
la de Papias, cuando esta se entiende correctamente. La supuesta tradición de Papias acerca de
que hubo dos Juanes, está basada en el fundamento más precario, si no en el más prepóstero, en
caso de que por alguna causa se le pueda llamar fundamento; y no se sorprende uno de que
juiciosos e imparciales eruditos como Lightfoot, Westcott, y Plummer hayan rechazado su
validez. Ante la escasez de evidencias, podemos permitir al imaginario "Juan el
Presbítero" (Juan el anciano) que salga del escenario y conceder al verdadero Juan, hijo de
Zebedeo, que siga en el lugar que legítimamente y evidentemente le corresponde.
Algo más que puede mencionarse como una evidencia externa en contra de la opinión
de que Juan es el autor del Apocalipsis, es la teoría de que él murió en una fecha temprana. Casi
todos los eruditos en asuntos del Nuevo Testamento están de acuerdo en que el Apocalipsis fue
escrito por el año 95 o por el 96, de la era cristiana durante el gobierno de Domiciano. Por lo
tanto, si Juan murió en la séptima década del primer siglo como algunos opinan, entonces
automáticamente fuera eliminado como autor del Apocalipsis. La prueba de que el martirio de
Juan ocurrió en esos primeros tiempos, no puede resistir un examen concienzudo ni deja mucha
certeza: tal prueba se basa principalmente en un supuesto testimonio de Papias.
El primer fragmento literario que sostiene esta opinión fue descubierto en la última parte
del siglo diecinueve; es un fragmento que pertenece a un escrito de Jorge Hamartolos, quien fue
un obscuro monje del siglo noveno. A continuación insertamos el testimonio de esta persona:
Es claro que Orígenes no supo nada del supuesto testimonio de Papias acerca de una
muerte de Juan en una fecha temprana. La tendencia de Hamartolos a tergiversar lo que dice
Orígenes hace que uno vacile para aceptar lo que dice de Papias. Ciertamente no deseamos
poner en tela de duda el testimonio que Ireneo da acerca de la muerte de Juan acaecida en Éfeso,
en una fecha tardía, y en cambio favorecer a un testigo como Hamartolos.
La segunda evidencia documental que se refiere a este supuesto testimonio de Papias
fue descubierto más o menos en el mismo tiempo en que lo fue la primera; pero seguramente es
de fecha más anterior. Se cree que este documento es parte del compendio de una "Historia del
Cristianismo" escrita por un Felipe de Side, que vivió en el siglo quinto. Lo que es el texto de
dicho documento:
Dana33 analiza el fragmento y hace notar sus debilidades. Se supone que un importante
elemento que da valor al fragmento es que fue escrito por un hombre llamado Felipe de Side en
el siglo quinto. Pero esto es solamente un caso de probabilidad, puesto que el origen del libro es
obscuro; y aunque haya procedido de Felipe de Side, éste no está considerado como una
autoridad digna de confianza. Robertson nos asegura que "... el (Felipe de Side) era un
historiador desordenado, que llenó casi mil tomos (su historia comprende 36 libros, cada uno
de los cuales abarcaba numerosos tomos) que trataban de geometría, astronomía y geografía,
todo bajo el nombre de historia, y fue incapaz de conservar alguna ilación cronológica."34 De
ninguna manera se puede desear que Eusebio de Cesárea quede eliminado para, en cambio,
confiar en Felipe de Side.
Esta obra, como la de Hamartolos, encierra una contradicción; pues su autor comienza
diciendo que Juan vivió hasta el tiempo de Policarpo y de Papias, sin embargo asocia la muerte
de Juan con la de Santiago basándose en la suposición de que fueron contiguos en tiempo y en
circunstancias. Mezcla dos corrientes de tradición: una, que dice que Juan falleció en Jerusalén
al mismo tiempo que Santiago, el año 44 d. de J. C.; otra, que dice que Juan murió en Éfeso a
fines del siglo, del 98 al 100 d. de J. C. Como las dos fechas son contradictorias: ¿cual
debemos aceptar? La razón exige que aceptemos la que tiene el apoyo tradicional más fuerte: es
decir, que Juan vivió en Éfeso hasta llegar a la ancianidad y que allí murió. Esta es la opinión
que debemos adoptar mientras no se encuentre una declaración más convincente a favor del
supuesto testimonio de Papias.
Esa evidencia externa no es convincente de ninguna manera cuando la comparamos con
la evidencia externa que favorece a Juan como el autor de Apocalipsis. El testimonio desde el
punto de vista de la evidencia externa es claramente favorable a Juan, si es que tenemos en
cuenta la fecha de la tradición, el número de testigos, y la calidad del testimonio.
b. Evidencia interna contraria a Juan el hijo de Zebedeo. Evidentemente uno de los
primeros críticos que dudaron que Juan el hijo de Zebedeo escribiera el Apocalipsis, fue
Dionisio; este basó sus dudas en un estudio interno del libro, comparándolo con el cuarto
evangelio que, según el mismo Dionisio, fue escrito por Juan. Antes de comenzar su
exposición dijo que antes que él, otros, basándose en aspectos doctrinales, negaron la
paternidad apostólica del Apocalipsis. Negaron dicha paternidad porque interpretaron
literalmente el libro y descubrieron que se enseñaba un reino terrenal de Cristo, doctrina que
ellos no creían. Un hombre llamado Cerinto, hereje, que tenía un concepto materialista del reino,
esperaba un reinado terrenal de Cristo y, según Dionisio, "como le gustaban mucho las
satisfacciones corporales, y al mismo tiempo era sensual en aquello que ansiaba
vehementemente, soñaba con gozar mediante la satisfacción de los apetitos sensuales, es decir,
en la comida, en la bebida, en el matrimonio...”35 Por causa de las tendencias materialistas que
tenía Cerinto, algunos le atribuyeron este libro. Dionisio demostró que estas gentes estaban
equivocadas al querer dar una interpretación literal del libro del Apocalipsis, interpretación que
los había hecho pensar que Cerinto lo había escrito. Así pues, Dionisio sostuvo que el libro era
de valor y que no debía ser desechado; en seguida presentó las razones que tenía para no
admitir que Juan el hijo de Zebedeo era el escritor del Apocalipsis.36 Estas fueron sus razones:
La obra de Charles y de otros eruditos indica que el Apocalipsis no fue escrito con un
seudónimo: esto conserva para nosotros el hecho de que el libro fue escrito por una persona
llamada Juan. Por supuesto, el nombre Juan era muy común en ese tiempo; pero la manera en
que este escritor escribe de sí mismo indica que era un Juan bien conocido por los grupos de
cristianos de la última década del primer siglo d. de J. C. Tres Juanes han sido mencionados
como posibles autores del libro: Juan el hijo de Zebedeo, Juan Marcos, y el anciano Juan de
Éfeso. Ya hemos discutido a Juan el hijo de Zebedeo; y so lo quedan unas pocas cosas que
decir acerca de los otros dos.
(1) Juan Marcos fue mencionado primeramente por Dionisio de Alejandría, como autor
del Apocalipsis; pero, debido a que Juan Marcos no estaba vinculado con el Asia, el mismo
Dionisio dejó de considerarlo como el autor. También algunos críticos famosos como Hitzig,
Weisse, Hausrath, y Beza insinuaron la idea de que Juan Marcos era el autor del Apocalipsis;
sin embargo, se ha probado que los argumentos de aquellos a favor de éste carecen de valor,
porque les falta la evidencia de que Juan Marcos haya trabajado en Asia y porque hay algunas
diferencias radicales entre el Evangelio de Marcos y el Apocalipsis: diferencias mucho más
marcadas y sin posibilidad de ser reconciliadas que las que existen entre el Cuarto Evangelio y
el Apocalipsis. Además, en los estudios críticos del Nuevo Testamento ya se ha llegado a la
conclusión que Marcos fue el autor del Segundo Evangelio.
(2) Juan el anciano, o el presbítero ha sido puesto como el verdadero contrincante de
Juan el hijo de Zebedeo en la paternidad literaria del Apocalipsis. Anteriormente se dijo que este
irreal o imaginario Juan puede ser completamente eliminado del escenario. Es muy difícil que
uno crea que hubo dos hombres que se llamaban Juan; que fueron discípulos personales del
Señor Jesús, que fueron a Éfeso después de la destrucción de Jerusalén , y que llegaron a ser
tan prominentes en los asuntos del cristianismo en Éfeso que sus contemporáneos no podían
diferenciarlos. Pero si no eliminamos de la existencia a Juan el anciano mediante el manipuleo
del testimonio de Papias, todavía tenemos que enfrentarnos a dos grandes problemas. Primero:
no sabemos qué clase de escritos habría hecho el anciano Juan si hubiera tenido que escribir.
Todas nuestras evidencias tienen que proceder del silencio; y este tipo de evidencia por sí
mismo no puede ser convincente. Segundo: sabemos que hay muchas semejanzas entre el
contenido de este libro, el Apocalipsis, y lo que conocemos de Juan el hijo de Zebedeo.
Conclusión: Parece que la honradez demanda que aceptemos a Juan el hijo de Zebedeo
como el autor del Apocalipsis. Fácilmente se reconoce que al admitir esta opinión aparecen
algunas dificultades; pero cuando se pesan todas las evidencias se descubre que hay más
dificultades para rechazar que para aceptar a este Juan como el autor. Así pues, aceptamos la
tradición favorablemente apoyada por las evidencias internas y externas, y reconocemos a Juan
el apóstol como el autor.
Todos los críticos están de acuerdo en que el Apocalipsis fue escrito durante un período
de severa persecución que hubo en el siglo primero. Ya la tradición primitiva colocó el libro en
la época del gobierno de Domiciano y de la persecución autorizada por él. Sin embargo, otras
personas han sostenido que el libro fue escrito en el tiempo de Nerón. Por otra parte unas más
han opinado que el reinado de Vespasiano sirvió como base o antecedentes para escribir el
libro. La opinión moderna está inclinándose a creer que el tiempo fue la época de la persecución
fomentada por Domiciano; y se tiene esta opinión por razones que se mencionarán después. Es
necesario discutir todos estos períodos para determinar el tiempo en que más probablemente fue
escrito el Apocalipsis.
1. La época neroniana ha tenido muchos defensores entre los críticos, a través de toda
la historia de la crítica del Nuevo Testamento.
(1) Las evidencias que favorecen a esta época son de naturaleza interna. Algunos
sostienen que el capítulo once indica que el Templo de Jerusalén todavía existía; por lo tanto,
este libro debió ser escrito antes del año 70 d. de J. C.
El libro fue escrito durante una persecución, y es un hecho innegable que Nerón
persiguió a los cristianos.
Weigall39 presenta unos argumentos a favor de la escritura del Apocalipsis en la época
neroniana. O poco después —durante el reinado de Galba— basándose en que dice que
Nerón esta descrito en este libro como la bestia cuyo número es el 666.
(2) Hay muchas objeciones para aceptar la opinión de que el Apocalipsis fue escrito en
la época neroniana. En primer lugar uno no puede sostener con seguridad que en el capítulo
once se indica que el Templo todavía existía. El libro está escrito con términos tan simbólicos
que no podemos asegurar que todavía existiera el Templo, especialmente cuando el mayor peso
de la evidencia es favorable a una fecha posterior.
Hay muchas evidencias que nos impiden admitir que el libro fue escrito durante el
tiempo de la persecución neroniana. El Apocalipsis tiene claras indicaciones de que los
cristianos estaban sufriendo una persecución porque se negaban a adorar al emperador: en el
tiempo de Nerón esto no se exigió, pues él persiguió a los cristianos para apartar de sí la culpa
del incendio de Roma y arrojarla sobre otros. El pueblo en general sospechaba que Nerón
mismo era el autor del gran incendio que acababa de destruir una gran parte de la ciudad; y él
hizo aparecer como culpables a los cristianos, los cuales eran odiados por el populacho, y este
les infligió los más crueles tormentos. Grandes cantidades de cristianos fueron perseguidos por
ese delito; pero no se menciona ninguna persecución porque se rehusaran a adorar al
emperador. Además, la persecución neroniana se ejerció solamente en Roma: nunca llegó a
otras partes del imperio; y nunca se menciona el exilio como forma de castigo aplicado en la
época neroniana: este castigo era demasiado suave para ser practicado por aquella ciudad
pagana.
La condición interna de las iglesias tampoco nos permite asignar a la escritura del
Apocalipsis una fecha anterior a la que se le asigna, pues algunas de aquellas iglesias habían
sido organizadas solamente unos pocos años antes de que empezara la persecución neroniana; y
es imposible que para esa época neroniana las iglesias se hubieran desarrollado y multiplicado
tan rápidamente.
Los argumentos que Weigall presenta para establecer que mucha confianza. Por una
parte, el acepta ese tiempo sin el Apocalipsis fue escrito en el tiempo de Nerón, no merecen
prejuicios contrarios a las actitudes que los historiadores sostienen acerca de Nerón; intenta
probar que si los historiadores no hubiesen tenido prejuicios provocados por los cristianos mal
informados, Nerón nunca hubiera sido considerado como el terrible tirano que de él hace la
historia. Weigall descuida muchas cosas importantes, por el afán de que su opinión prevalezca.
Además, se le culpa de ser exagerado cuando dice que los eruditos están completamente de
acuerdo en que el número 666 es un signo criptográfico que se refiere a "Nerón Kaisar" (en
griego) que se puede convertir en "Non Ksr" (en hebreo), lo cual puede reducirse a los
números 50, 200, 6, 50, 100, 60 y 200, que sumados dan un total de 666. Ciertamente los
eruditos están muy lejos de mostrarse unánimes en cuanto a esto; y parece que quienes
defienden esta opinión son la minoría.
Finalmente, como una objeción a que el Apocalipsis fue escrito en la época neroniana,
diremos que nos damos cuenta de que aun cuando en la iglesia primitiva no hay verdaderos
testigos que acepten esta época, en cambio hay muchos que aceptan la época domiciana. Esto se
discutirá después.
2. También se ha sugerido que el Apocalipsis fue escrito en el tiempo en que
Vespasiano imperaba (69-79). Esta fecha solo tiene un punto de evidencia, y este es de
naturaleza interna. En Apocalipsis 17:9-11 leemos: "Y aquí hay mente que tiene sabiduría. Las
siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se asienta la mujer. Y son siete reyes. Los cinco
son caídos; el uno es, el otro aún no es venido; y cuando viniere, es necesario que dure breve
tiempo. Y la bestia que era, y no es, es también el octavo, y es de los siete, y va a perdición."
Esto que acaba de decirse, evidentemente se refiere a los emperadores del Imperio
Romano. Nuestro gran problema es: ¿Son literales estos números? Si lo son: ¿con cuál
emperador comienzan? Generalmente en el Apocalipsis los números son simbólicos; pero,
parece que aquí son literales y que el autor los usa como medio para expresar sus ideas. Existía
la idea popular de que el primer emperador romano había sido Julio César; sin embargo, según
la estricta ley constitucional, Augusto fue el primero que tuvo el imperio como forma de
gobierno establecido. La serie de "reyes" puede legítimamente comenzar con cualquiera de
estos; pero no con ninguno de los que gobernaron después. Evidentemente Juan comienza con
Augusto y presenta la siguiente serie: "Los cinco son caídos" — Augusto, Tiberio, Calígula.
Claudio, y Nerón; "el uno es" — Vespasiano; "el otro... que dure breve tiempo" — Tito quien
gobernó solamente dos años; "la bestia que era, y no es, es también el octavo, y es de los siete"
— Domiciano que fue considerado como la reencarnación de Nerón: las persecuciones que
hizo fueron de tipo neroniano, pero mucho más intensas y abarcaron un área más dilatada. Este
arreglo omite a Galba, a Oton, y a Vitelio; sin embargo, cada uno gobernó por un breve tiempo
aunque las provincias nunca los reconocieron como emperadores. Así pues, aquel a quien se
hace alusión como si estuviera gobernando ("el uno es"), era Vespasiano (69-79 d. de J. C.).
Después de él Tito gobernando dos años; y después de este, vendría el desbordamiento de la
persecución: Nerón reencarnación, por decirlo así, en la persona de Domiciano, que poseería
todo el poder satánico necesario para hacer toda clase de mal a los cristianos y al Estado. Parece
que esto resuelve el problema y fija la fecha de la escritura del Apocalipsis durante el gobierno
de Vespasiano. Pero lo cierto es que todas las evidencias son contrarias a esta opinión; pues
Vespasiano no persiguió a los cristianos, y cada parte de evidencia, externa e interna se aparta
de la posibilidad de que en el tiempo de Vespasiano se haya escrito el Apocalipsis. El versículo
10 (capítulo 17) se refiere a Vespasiano; pero el versículo 11 se refiere a un octavo emperador
cuyo nombre no se dice, y el cual era uno de los siete a los que ya se ha hecho referencia. Se
sugieren dos soluciones: Primera: el escritor de ambos versículos, escribiendo en la época de
Domiciano, se devuelve y se coloca en la época de Vespasiano, y presenta los acontecimientos
históricos bajo la forma de profecía apocalíptica como para confundir a los romanos en cuanto
al verdadero tiempo en que fue escrito el libro. Segunda: el versículo once (aludiendo a
Domiciano, quien hace que recordemos a Nerón y desempeña la parte de este, es una adición
que se hizo más tarde y fue insertada para poner el libro al día. Debido al hecho ya citado de
que todas las evidencias se refieren a que el libro fue escrito en la época de Domiciano, parece
que la primera de las dos soluciones es la más apropiada. En cualquier caso, la opinión final es
que el tiempo fue el de Domiciano, y esto es compatible con la evidencia general que hay en el
resto del libro.40
Weigall41 comienza con Augusto y sigue con Tiberio, Calígula, Claudio, y Nerón,
como los cinco emperadores que habían caído. Continúa en sucesión directa con Galba al cual
se refiere la expresión "el uno es", y Otón del cual se dice "el otro aún no es venido." "El
octavo" es, según él, otra vez Nerón, teniendo en cuenta el mito del Nerón redivivo. Dos
falacias pueden ser descubiertas: Una: que históricamente Weigall está equivocado, porque las
provincias nunca reconocieron a Galba como emperador; otra: que también está equivocado al
admitir que Juan creyó el mito del Nerón redivivo. Juan no creyó en ese mito: lo adaptó a su
manera de tratar el asunto para ilustrar la maldad de Domiciano.
Tertuliano estaba tan seguro de que el libro había sido escrito durante el reinado de
Domiciano que piensa que de él se dice "el uno es" y lo considera como punto de partida para
razonar en una u otra dirección. Al proceder así comete algunos errores históricos; pues con su
sistema hace a Galba el primer emperador romano: ¡esto es un error imperdonable! Con su
sistema también hace de Trajano la reencarnación del malvado Nerón. Esto no es histórico por
decir lo menos; pues Trajano fue, de acuerdo con la tradición unánime de la antigüedad, el
mejor de los emperadores romanos. La teoría de Tertuliano no tiene valor alguno, excepto el de
que manifiesta la creencia que existía en ese tiempo: que el Apocalipsis se escribió en el tiempo
del gobierno de Domiciano.
3. La época de Domiciano es la más generalmente asentada por los críticos del Nuevo
Testamento como aquella en que fue escrito el Apocalipsis. Esta es la fecha tradicional más
remota y que más se acerca al tiempo en que fue escrito el libro. Ireneo41a V. 30.3 dice que el
libro fue escrito al fin del gobierno de Domiciano; Orígenes dice que Juan lo escribió cuando
estaba en Patmos sufriendo el exilio, y al decirlo sin duda sostiene la tradición de que
Domiciano decretó dicho exilio, aunque no menciona el nombre del emperador. Victorio dice
que Juan escribió lo que vio en la isla de Patmos cuando estuvo allí desterrado por decreto de
Domiciano. Esto mismo sostenían Hipólito, Clemente de Alejandría, Hegesipo y Jerónimo, en
cuanto al tiempo en que fue escrito el Apocalipsis. Esto indica que la iglesia primitiva creía que
el libro fue escrito durante la persecución de Domiciano.
La situación general asumida por el libro es compatible con esta primitiva tradición. La
condición en que estaban las iglesias de Asia mencionadas en el Apocalipsis, es la de un
período considerablemente posterior a la muerte de Nerón. La vida interior de ellas había
experimentado muchos cambios desde el tiempo en que el apóstol Pablo ejerció su ministerio en
Éfeso y aun desde que escribió sus epístolas a los Efesios, a los Colosenses, y las dos epístolas
a Timoteo cuando éste pastoreaba la iglesia que estaba en Éfeso. La decadencia había
comenzado en la iglesia que estaba en Éfeso, y en las de Sárdis y Laodicea la fe había muerto o
estaba muriendo. El partido de los nicolaítas, de los cuales no hay ningún indicio seguro en las
epístolas de Pablo, ya estaba ampliamente extendido y firmemente arraigado. Por supuesto,
estos males pueden crecer con rapidez, especialmente en un ambiente pagano; pero difícilmente
puede uno imaginar que hayan crecido tan aprisa en un período de cuatro o cinco años: para que
el Apocalipsis representara las verdaderas condiciones en que estaban las iglesias aludidas y
para que la escritura del Apocalipsis pudiera haberse hecho en el período neroniano, tendría que
haberse efectuado un crecimiento muy rápido de dichos males. El carácter de las herejías
descritas en los capítulos dos y tres, indica que el escritor conocía el incipiente gnosticismo de
esos días, el cual se desarrolló en una época posterior al 70 A. D.
La persecución de los cristianos, a la cual se alude en el Apocalipsis, concuerda
únicamente con la época de Domiciano. Además de esto, hubo otros períodos de persecución:
Calígula (c. 41), el "emperador loco", efectuó unas persecuciones religiosas; Claudio (c. 52),
expulsó de Roma a los cristianos porque tenían conflictos con los judíos; Nerón (c. G4-68),
consumó una intensa persecución en Roma por causas ya mencionadas; durante el gobierno de
Vespasiano (c. GO-79) hubo una persecución; y Domiciano (c. 81-96) es el emperador de
quien la historia dice que bañó el imperio con la sangre de los cristianos. La persecución que
Domiciano desato tenía por finalidad hacer forzosa la adoración al emperador. Teniendo en
cuenta nuestra actual manera de pensar, puede parecernos muy extraño que al emperador se le
haya considerado divino; pero tales apoteosis no pugnaban con los conceptos religiosos del
antiguo mundo gentil. El politeísmo, con su gradación de dioses según sus categorías, facilitaba
la identificación de los hombres cuyos oficios, poderes, o hazañas eran superiores a los de los
hombres comunes, y por lo mismo parecían personajes sobrehumanos. Julio César osadamente
exigió que se le rindieran honores como si fuera divino, y colocó su estatua entre las de los
dioses que había en los templos. Augusto prohibió en Roma que se le tributaran honores
divinos; sin embargo, aceptó el título de "Augustus", epíteto que hasta entonces había sido
aplicado únicamente a los dioses; y aceptó que en las provincias, en honor a él, se erigieran
templos juntamente con los de la diosa Roma. El culto que fue establecido de esa manera,
continúo a través de los imperios siguientes, aunque variando un poco el énfasis particular que
se hiciera en él, de acuerdo con las disposiciones de los respectivos emperadores: pero
gradualmente llegó a ser un factor esencial en el sistema religioso del imperio.
Podemos descubrir que durante el reinado de Domiciano se insistió mucho en la
adoración al emperador, y que esa insistencia era más vehemente y más amenazadora que antes.
Este emperador, a quien por causa de su infamante carrera el Senado dejó de honrar con una
apoteosis cuando murió, en vida exigía acérrimamente que se le considerara divino; y para sus
subordinados llegó a ser "deus et dominus".
Según lo refiere Suetonio, este emperador comenzaba sus cartas de la siguiente manera:
"Nuestro Señor y Dios ordena que... ", y oficialmente decretó que nadie se dirigiera a él de otra
manera, fuera por escrito o de palabra; además, con el propósito de que el pueblo tuviera más
facilidades para adorarlo, mandó hacer efigies de sí mismo y las erigió por todo el imperio. Por
lo que nos dice Casio, sabemos que una de las primeras cosas que hizo Nerva al subir al trono
fue ordenar que fundieran las muchas imágenes de Domiciano que había, fabricadas de oro y de
plata, para emplear estos metales preciosos en algo que fuera más útil. Además, nos informa
Plinio que Domiciano consideraba como un acto de irreverencia o de impiedad contra su
divinidad, cualquier falta de atención cometida contra sus gladiadores o cualquier desobediencia
a sus oficiales; y afirma que Domiciano se colocó sobre todos los dioses y escogió para sus
estatuas los más sagrados lugares del templo, e hizo que grandes multitudes de cristianos fueran
convertidas en víctimas y después sacrificadas por haberse negado a adorarlo.
Es evidente que, por esta causa, bajo el poder de Domiciano el cristianismo tuvo que
entrar en una lucha de vida o muerte con el poder imperial, el cual siempre exigió, hasta cuando
estuvo en las manos de los más moderados emperadores, más de lo que los cristianos podían
conceder. Por lo mismo, una violenta colisión era inevitable. Las formas de castigo fueron
muchas: unos cristianos fueron muertos, otros fueron desterrados, otros sufrieron la tortura, a
otros les fueron confiscadas sus propiedades, otros más experimentaron una combinación de
estos castigos... para obligarlos a declarar la divinidad del emperador. Todo esto se manifiesta
muy claramente en el Apocalipsis. La mayor parte de estos castigos fue impuesta en Asia
Menor porque esa región había sido convertida en el baluarte del cristianismo después del año
70 d. de J. C. Es natural que, puesto que la mayor parte de los cristianos estaba en esa región,
allí se mostrara la mayor parte de la oposición a la exigencia de adorar al emperador, y por lo
mismo lo más riguroso de los castigos se experimentara en Asia Menor. Esto se descubre no
sólo en el libro del Apocalipsis, sino también en otros libros que se refieren a ese período. El
Apocalipsis pues, era la palabra de Dios que infundiría ánimo a los cristianos que estaban en
esas condiciones.
El mito del Nerón redivivo es otra evidencia de que en la época de Domiciano fue
escrito el Apocalipsis. Según este mito, que más tarde se discutirá con sus pormenores, Nerón
no murió por las heridas que se infligió, sino que huyó al oriente, donde lo estimaban los
partos, y ahí estuvo organizando un ejército para regresar a Roma y apoderarse de ella. Fue
necesario que transcurrieran algunos años para que este mito se formara y se extendiera: por lo
mismo no pudo existir en la época neroniana; pero sí pudo haber existido y haberse propagado
en la época domiciana, y por esto Juan lo usó acertadamente como una ilustración en el
Apocalipsis.
Por consiguiente, es claro que, por todo lo que respecta al conflicto de los poderes del
mundo con el reino de Cristo, obtenemos un excelente punto de partida histórico cuando
admitimos que el Apocalipsis fue compuesto en el tiempo de Domiciano, mientras esta opinión
no tenga ninguna hipótesis en contra. Así pues, la fecha de la ascensión de Domiciano (c. 81)
nos proporciona un "términus a quo" (límite desde el cual), y la fecha de su muerte (c. 96) es
nuestro "términus ad quem" (límite hasta el cual); pero el límite máximo puede hacerse llegar,
con mucha probabilidad, hasta los años 94-96 d. de J. C., más o menos, puesto que la celosa
insistencia con que Domiciano exigía honores divinos y el ánimo que infundía a los
denunciantes (o espías) que estaban a su servicio para delatar a los cristianos, corresponden a
los últimos años de su reinado. Estamos seguros al opinar de esta manera, porque hay muy
fuertes evidencias internas y externas que dan su apoyo a nuestra opinión.
El texto del Apocalipsis indica que el libro fue dirigido "a las siete iglesias que están en
Asia... a Éfeso, y a Esmirna, y a Pérgamo, y a Tiatira, y a Sardis, y a Filadelfia, y a
Laodicea" (1:4, 11). Esto nos da la clave para identificar a quienes recibieron el libro; pero no
debemos suponer que el libro fuera restringido únicamente a estas iglesias. El uso del número
"7", que es el símbolo de lo completo, indica que el Apocalipsis fue para todas las iglesias de
Asia Menor. Conviene tener en cuenta que estas siete iglesias fueron escogidas porque eran las
representantes de todas las que había en Asia Menor, y porque las condiciones que existían en
aquellas siete también existían en las otras; además, las siete iglesias mencionadas tenían que
servir como mensajeras para que también sus hermanas, las otras iglesias, conocieran el
Apocalipsis. Las siete ciudades mencionadas estaban en el gran camino circular que conservaba
unida a la religión central del occidente, que era la más populosa y la más rica e influyente de la
provincia. Dichas ciudades, que eran los mejores lugares de ese círculo, podían servir como
centros de comunicación con siete distritos: Pérgamo, para el norte; Tiatira, para un distrito que
estaba en el interior del territorio, hacia el oriente y el nordeste; Sardis, para el vasto valle del rio
Hermus41b que estaba en la parte central; Filadelfia, para la Lydia superior; Laodicea, para el
valle del río Licus41c Éfeso, para los valles bajos del río Meandro41d y para las costas; y
Esmirna, para el norte de las costas jónicas. El Apocalipsis, establecido en aquellos siete
centros, podría hacerse llegar a todos los lugares circunvecinos, y de allí al resto de la provincia.
El lugar ya descrito proporcionó facilidades para la circulación del Apocalipsis por todas las
iglesias de la provincia y por las que estaban más lejos.
Así pues, hablando en lo general, el libro del Apocalipsis fue dirigido a los cristianos
del Asia Menor: su mensaje fue primeramente para ellos. Sin embargo, su mensaje es universal:
el mismo mensaje de victoria y triunfo es para caracterizar a todos los cristianos de todos los
siglos hasta que "los reinos del mundo sean los reinos de nuestro Señor, y de su
Cristo" (11:15).
La condición en que estaban los primeros cristianos que recibieron el Apocalipsis era
muy crítica. Durante varias décadas el Gobierno Romano no se había dado cuenta de que el
cristianismo existía, pues se le había considerado como una parte de la religión judía, la cual
estaba ya legalizada en Roma como religión. Cuando se supo que el cristianismo no era un
remiendo de tela nueva en el paño viejo del judaísmo, los cristianos tuvieron dificultades con
sus prójimos y con el gobierno. Hubo varias razones42 para que existiera un antagonismo
directo contra los cristianos; en seguida presentamos algunas:
1. El cristianismo era considerado como una religión ilegal: religio illicita. El
Gobierno Romano toleraba las religiones de las provincias conquistadas, y
otorgaba a los pueblos conquistados el derecho de poner una imagen de su
deidad en el "Salón de los Dioses" si así lo deseaban: esto se les permitía
legalmente mientras no intentaran hacer prosélitos para sus respectivas
religiones. Pero la religión cristiana no podía someterse a estas exigencias,
porque su verdadero propósito es hacer que otras personas se hagan cristianas
aceptando a Cristo. Por esta razón el cristianismo fue declarado fuera de la ley.
2. El cristianismo aspiraba a la universalidad. Para los romanos lo principal era
el Estado; para los cristianos lo principal era el extendimiento y el
establecimiento del reino de Dios en toda la tierra. Además, los cristianos no
simpatizaban con la idea de que la religión debía ser sostenida únicamente
mientras pudiera ser una ayuda para el Estado. Así pues, la actitud que
asumieron los cristianos los convirtió en peligrosos rivales de los mejores
intereses del Estado.
3. El cristianismo era una religión exclusiva; pues sus adherentes se negaban a
participar espontáneamente de las costumbres y de la vida social de los paganos.
Era necesario que se abstuvieran de relacionarse con el mundo pagano en esas
costumbres porque los romanos las asociaban con prácticas idolátricas. Como
los cristianos se negaban a concurrir a los templos de los ídolos y a tener ídolos
en sus hogares, se pensaba que eran enemigos de los dioses. Así que todo lo
malo que los romanos pensaban de los cristianos nunca era demasiado malo
para que aquellos creyeran que estos lo practicaban.
4. Los cristianos fueron acusados de toda clase de perversidades. Se sabía que
tenían servicios secretos en las noches, y se descubrió que eran muy cariñosos
los unos con los otros. Entonces los romanos asociaron estos hechos y forjaron
la conclusión de que todas esas reuniones se tenían en grandes proporciones
para satisfacer los apetitos concupiscentes. Los romanos, al oír que los
cristianos hablaban de "comer la carne y beber la sangre" (refiriéndose a la
participación en la Cena del Señor), acusaron a éstos de canibalismo: les hacían
el cargo de que bebían la sangre y comían los cuerpecitos de los niños que
nacían como fruto de sus orgías. Por lo mismo, la mayor parte de las
persecuciones que los cristianos sufrían eran resultado de un mal entendimiento
y del odio por parte del pueblo.
5. Los cristianos se negaban a ir a la guerra.43 Tertuliano presenta dos razones
para esta negativa de los cristianos. Primera: una parte del juramento y de la
iniciación de los soldados consistía en la adoración a los ídolos del Estado y en
el uso de insignias idolátricas en sus uniformes. Segunda: Cristo había hecho
que los cristianos dejaran de usar las espadas, y en cambio les había
proporcionado los medios para que resolvieran sus conflictos por
procedimientos pacíficos. Pero, cualquiera que haya sido la razón que hayan
tenido los cristianos para negarse a ir a la guerra, el populacho los odiaba y los
acusaba de traición.
6. Las personas que se hacían cristianas provenían principalmente de la gente
pobre y desechada. Esto hizo que quienes se consideraban "respetables"
despreciaran al cristianismo.
7. Los cristianos fueron participantes del desprecio que los romanos tenían para los
judíos; y porque se negaban a contemporizar fueron considerados peores que
estos.
8. Los cristianos eran despreciados como si fueran fanáticos alborotadores, porque eran
muy entusiastas: con esto se irritaban los sentimientos de los filósofos pasivos
de ese tiempo,
9. El cristianismo se ponía en conflicto con los intereses temporales de muchos
romanos: sacerdotes, industriales, vendedores de animales para los sacrificios,
etc.
10. Los cristianos se negaban a adorar al emperador. Si con gusto
hubiesen adorado al emperador como la deidad principal del imperio, hubieran
sido tolerados; pero no podían decir que el Kúrios César era superior al Kúrios
Cristo. Por tanto, debían ser perseguidos y martirizados. Domiciano procuró
aniquilar por completo y para siempre esa fe inquebrantable y, para él,
traicionera. Además, por causa de su actitud para con los dioses romanos, los
cristianos eran culpados de todas las calamidades que devastaban el imperio: si
no llovía, los cristianos eran acusados de haber ofendido a los dioses: Si el Tíber
se desbordaba y producía inundaciones, los cristianos eran culpados; por todo
eran culpados los cristianos: por los terremotos, por el hambre, por los fracasos
militares, etc.
El veredicto del gobierno imperial fue condenatorio para todos aquellos cristianos
sediciosos: tenían que ser destruidos para que se conservara la integridad y la permanencia del
imperio. Esta política del gobierno, tendente a exterminar el cristianismo, en sí misma era una
amenaza capaz de producir desesperación en los corazones de los desconcertados miembros de
las iglesias; pero esto no era todo, pues mientras desde afuera amenazaba este peligro, en el
interior acechaba otro monstruo feroz en forma de herejía perniciosa. La herejía del judaísmo se
combinó con la del gnosticismo, lo que se expresó prácticamente en el antinomianismo, el cual
produjo perplejidad, controversia y disensión para destruir el compañerismo y amenazó con
destruir la permanencia del cristianismo. Debemos recordar esto para que tengamos la más
profunda estimación y el más claro entendimiento del Apocalipsis. Cuando los cristianos
estaban siendo asesinados, o sufriendo el destierro y el robo de todas sus propiedades porque
se negaban a abandonar su religión, cuando todos los males estaban amenazando con dar un
golpe de muerte a la iglesia: ¿había alguna esperanza en el futuro? El Apocalipsis es la respuesta
de Dios a esta pregunta.
La relación que Juan tenía con estos cristianos era tal que lo capacitaba para ser el medio
por el cual el Apocalipsis habría de ser entregado. Juan fue a Éfeso después de la destrucción
de Jerusalén consumada el año 70 d. de J. C.; o quizás fue un poco antes: durante la rebelión
de los judíos ocurrida entre los años 65-70 d. de J. C. Después, los siguientes veinticinco años
estuvo dirigiendo a los cristianos que había en Asia Menor: allí conoció la condición en que
estaban; es casi seguro que muchos de ellos habían participado de las gozosas experiencias que
había habido y se convirtieron mediante el ministerio de Juan. Ahora estaban participando de
las aflicciones y tribulaciones que en esos días azotaban a todos los cristianos. Juan permanecía
en el exilio cuando recibió la visión y escribió el libro. Con ternura para las iglesias y ternura de
corazón por la condición en que estaban, dirigía su escudriñadora mirada hacia ellas; y cuando
el trascendente Cristo apareció para "revelarle" los eventos futuros, se ha de haber preguntado:
¿Cuál será el resultado de todo esto? ¿Fracasará el cristianismo? ¿Ha perdido Dios su poder?
¿Por qué no interviene Dios? "Cuando uno está en tal estado de ánimo es capaz de captar la
nota de sollozante a la vez que de triunfante fe, que llena todo el libro." 44
Prefacio, 1:1-8
Las palabras con que principia el libro declaran que éste es la revelación de Jesucristo.*
El escritor piensa que este libro es una revelación que pertenece a Cristo y que es revelada por
medio de éste a los lectores; él es el Revelador, también el que está revelado en el libro; en este
libro se ha quitado el velo que cubría a Cristo, y él ha sido descubierto o expuesto a la vista de
los seres humanos. Así, pues, Juan no consideró esta revelación como la "Revelación de Juan"
o el "Apocalipsis de San Juan" como lo indica su título en nuestras versiones comunes. En
otros apocalipsis judíos la revelación se atribuye a alguno de los grandes hombres de Israel:
Abraham, Esdras, Moisés, Enoch, Baruch, etc. Juan atribuye esta revelación directamente al
Cristo que se la revela; y Juan es únicamente el escriba. El mensaje es del Señor resucitado, y
Juan anhela que las iglesias entiendan esto con claridad; pues solamente el claro entendimiento
de esto puede ayudarlas a recibir el mensaje de esperanza y consuelo que este libro les depara.
Este es un mensaje que Dios dio a Cristo para que lo mostrara o lo demostrara a sus siervos.
Esto es una revelación de las cosas que deben suceder presto. La naturaleza del reino
de Dios es tal que no puede sufrir una derrota: parecía que iba a sufrirla cuando Juan estaba en
la isla de Patmos, a menos que Dios interviniera prestamente; y este mensaje dice que Dios
vendría prestamente a libertar a su pueblo.
Ya se ha discutido la construcción gramatical griega en conexión con el método
futurista3 de interpretar este libro; y es conveniente que aquí hagamos un breve repaso de este
asunto. El verbo traducido "deben" o "han de" o "es necesario", es un verbo impersonal que
indica que una necesidad moral está implícita: la naturaleza del caso es tal, que las cosas
reveladas aquí deben suceder presto. El tiempo aoristo del infinitivo "suceder" agrega a la
verdad la idea de que es necesaria la acción inmediata. La frase prepositiva traducida "presto", o
"pronto", significa exactamente lo que quieren decir "presto", "pronto" "en breve". Si Juan
hubiera dicho: "dos mil o tres mil años", los cristianos habrían pensado que sería demasiado
tarde: que las cosas reveladas en este libro debían suceder presto, o la causa estaría perdida,
porque Domiciano podría extirpar por completo el cristianismo.
Por lo tanto, fracasa cualquier intento que se haga para que esta frase prepositiva sólo signifique
"ciertamente"; pues si esto hubiera significado no habría proporcionado ningún alivio a las
iglesias que estaban en aquellas condiciones aflictivas. Las iglesias necesitaban la seguridad de
que recibirían ayuda en ese mismo tiempo en que les hacía falta; no en algún milenio del
distante e incierto futuro.
La revelación fue "declarada" por Cristo, por medio de su ángel, a su siervo Juan. La
palabra traducida declaró quiere decir: mostrar por signos. Al hacer esta explicación
comenzamos a entrar en la consideración de la naturaleza del libro. Es una revelación (es el
hecho de quitar el velo) del mensaje de Dios, por medio de signos (símbolos). Esto debe
recordarse y tenerse presente siempre, si es que se quiere conocer la verdad del libro. Llegamos
a conocer su mensaje, no por entender literalmente sus palabras, sino por la interpretación de
los símbolos; pues es un libro divino de cuadros o imágenes.
El agente humano escogido para dar este libro a las iglesias es Juan, quien más tarde se
identifica, según el versículo 9, como contemporáneo de sus lectores. Por lo pronto se identifica
como el Juan que antes había dado testimonio de Palabra de Dios (versículo 2): esta expresión
es típica del concepto que Juan tenía del Cristo encarnado (Jn. 1:1-1).
Es de notarse que en este libro se pronuncian algunas bienaventuranzas para quienes
debidamente reciben su mensaje. La palabra bienaventurado denota la condición bendita de una
persona, por causa de la vida espiritual interior. La palabra es igual a la que se usa en el Salmo
Primero para describir al varón piadoso; y es la misma que usa nuestro Señor Jesús en "Las
Bienaventuranzas" que se mencionan en Mateo 5. Las bienaventuranzas que citamos a
continuación forman una serie de las que hay en el Apocalipsis:
1:3 —"Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las
cosas en ella escritas."
14:13—"Bienaventurados los muertos que de aquí adelante mueren en el Señor."
16:15—"Bienaventurado el que vela, y guarda sus vestiduras..."
19:9 —"Bienaventurados los que son llamados a la cena (de las bodas — V. H. A., V. M.) del
Cordero."
20:6 —"Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección."
22:7 —"Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro."
22:14—"Bienaventurados los que guardan sus mandamientos," ("los que lavan sus ropas," —
V. H. A., V. M.), "para que... entren por las puertas en la ciudad."
Este estudio se presenta teniendo en cuenta que en Asia Menor había realmente siete
iglesias. Basados en esta declaración se puede afirmar que el libro debe interpretarse de una
manera que haya sido significativa y provechosa para los primeros que recibieron el mensaje.
En consecuencia, rechazamos la opinión, que frecuentemente encontramos, de que las siete
iglesias representan siete etapas en el desarrollo de la apostasía de la iglesia; pues esta opinión
no ayuda a realizar los propósitos del libro y está en conflicto con las enseñanzas de Jesús. Al
sostener nosotros la opinión de que se trata de siete iglesias en realidad, no queremos decir que
en ese tiempo hubiera solamente siete iglesias en Asia Menor; pues había muchas iglesias en
ese territorio, el cual había llegado a ser la fortaleza de las actividades cristianas en el Imperio
Romano. Pero esas siete iglesias eran las representativas de todas las demás, y estaban
estratégicamente situadas para difundir ese mensaje por todos los lugares de Asia Menor. El
número "7" sugiere la idea de lo completo, de lo que abarca todo lo que se quiere, por lo mismo
el mensaje de este libro es para todas las iglesias de Asia Menor. Las condiciones de que se
trata en estas cartas que escribió Juan en el Apocalipsis, eran las que caracterizaban a muchas
iglesias. Una de las cosas maravillosas de este libro es la impresión que da: que las condiciones
que existen en las iglesias de todas las épocas, el siglo veinte inclusive, se ilustran con las
condiciones de aquellas iglesias. Por lo mismo el mensaje es de aplicación universal. Así pues,
dondequiera que existan esas condiciones, con toda propiedad podrá ser aplicado el tratamiento
correctivo que sea más conveniente. Estas cartas se entienden mejor cuando se estudian
teniendo en cuenta las condiciones que en ese tiempo prevalecían en aquellas ciudades; pues las
condiciones de las ciudades se reflejan en las iglesias. De esta manera se ha de hacer este
estudio.
Hay algunos importantes asuntos de naturaleza general que deben ser observados al
estudiar las cartas que fueron enviadas a las siete iglesias. Nótese que en cada caso la carta está
dirigida al "ángel" de la iglesia. Se han presentado muchas sugestiones en cuanto al significado
del término "ángel"; y algunos intérpretes sostienen que dicho término significa el espíritu o el
destino de la iglesia, algún mensajero que la iglesia había enviado a visitar a Juan que estaba en
Patmos, o el "ángel guardián" de la iglesia. Posiblemente la mejor opinión es la que dice que el
término se refiere al anciano o pastor encargado de la iglesia. Los escritos del Nuevo
Testamento, así como otros, enseñan que las iglesias algunas veces tuvieron varios pastores, y
que cada uno tenía sus respectivas responsabilidades para hacer que el grupo continuara
existiendo. El ángel de la iglesia, por lo tanto, es el pastor que estaba a cargo de dicha iglesia: él
tenía la responsabilidad de presentar el mensaje de este libro a la iglesia de la cual estaba
encargado, él dirigía el candelero cuando enviaba la luz de Cristo a un mundo tenebroso.
Cada una de las cartas sigue un modelo definido: la identificación del remitente (Cristo)
es, en cada carta, una parte de la descripción del Cristo glorificado al cual se alude en el capítulo
primero: él declara que conoce íntimamente a cada iglesia, la alaba por cada cosa que merece
elogio, se queja contra ella cuando así es necesario y le da su consejo. Todo esto va seguido por
una promesa para los fieles. El contenido y el orden varían en las cartas, mas en todas ellas
puede notarse que predomina una forma común.
IDENTIFICACION, 2:1
El Señor, llevando las siete estrellas en su mano derecha y andando en medio de los
siete candeleros de oro, se presenta a la iglesia que estaba en Éfeso. Esto coloca al Señor en
una posición que no deja lugar a duda en cuanto a que él conoce el futuro de la iglesia: él está
allí y sabe lo que está sucediendo; el está cuidándola, y en su mano derecha sostiene el destino
de ella, así como también el destino de su pastor: estando unidos íntimamente ambos destinos;
también observa cada uno de los defectos y de las virtudes de la iglesia, y pronuncia un mensaje
que le ha de ser revelado a ella.
ALABANZA, 2:2, 3, 6
Es interesante notar que en estas cartas cuando en una iglesia hay alguna cosa digna de
ser alabada, el Señor la menciona al principio. Había muchas cosas por las cuales la iglesia que
estaba en Éfeso podía ser alabada.
1. Fidelidad en la práctica. Yo sé tus obras, y tu trabajo, y paciencia. Obras
probablemente se refiere al servicio que en realidad estaba rindiendo esa iglesia en ese tiempo.
Esa iglesia era activa y agresiva. El trabajo de que se habla aquí significa algo más intenso que
obras: la palabra original que se traduce trabajo significa el esfuerzo que a costa de sufrimiento
produce una obra. Las obras eran producidas por esos cristianos mediante grandes dificultades
que los hacían sufrir. La palabra trabajo es como el eco de los gritos de angustia que brotaban
del pecho de aquellos cristianos al tratar de caminar hacia adelante para llegar a un fin deseado.
Esta era una iglesia trabajadora. La palabra paciencia revela la actitud de aquellos cristianos, una
actitud de persistencia en aquellos trabajos mediante los cuales eran producidas las obras
aludidas; esta palabra, en el Nuevo Testamento, no significa inactividad; no significa que uno se
cruza de brazos y queda esperando lo que venga; literalmente significa: "permanecer debajo";
significa también: estarse uno o quedarse bajo la carga pesada, sostenerse firme enfrente de
cualquier dificultad. Las tres palabras juntas producen una fuerte impresión de fidelidad en la
práctica y son más significativas porque fueron pronunciadas por los labios del Cristo
trascendente.
2. Fidelidad en la doctrina. Tú no puedes sufrir los malos; esto indica que los maestros
del gnosticismo habían ganado unos pocos adeptos en Éfeso. Aquellos falsos maestros habían
llegado declarando que eran apóstoles auténticos, misioneros; pero la iglesia los había puesto a
prueba y los había expulsado por haber descubierto que eran impostores. Los cristianos efesios,
por ser leales al nombre de Cristo, habían sufrido mucho: no se habían cansado con tantas
dificultades producidas por la persecución ni por la intromisión de la falsa doctrina. Pablo dijo
cierta ocasión a los gálatas inconstantes: "No nos cansemos, pues, de hacer bien" (Gál. 6:9).
Pero los cristianos que vivían en Éfeso no necesitaban esa amonestación porque tenían muchas
energías en reserva.
Los hechos de los nicolaítas habían encontrado en Éfeso una emoción que solo puede
ser descrita como aborrecimiento: una ira justa contra toda iniquidad. El Cristo viviente participa
de la actitud de los cristianos efesios hacia los nicolaítas, porque también experimenta un
constante desagrado contra toda clase de mal. No se ha identificado exactamente a los nicolaítas;
sin embargo, por la relación que tenían con quienes seguían la doctrina de Balaam (2:14, 15)
parece que sus errores consistían en sostener algunas formas de antinomianismo. Cualquiera
que haya sido esa falsa doctrina, era aborrecida tanto por Cristo como por los cristianos que
vivían en Éfeso.
Toda esta alabanza inclina a uno a dudar de que en esa iglesia haya habido algunos
errores; pues realizaba sus obras de servicio a pesar de las dificultades, había expulsado a los
falsos maestros, había odiado el pecado, no se había cansado de hacer la obra del Señor. Esto es
lo que se debía esperar de una iglesia que había sido bendecida con los servicios de grandes
directores como Pablo, Apolo, Priscila y Aquila, Timoteo, y Juan el discípulo amado. Pero el
Señor mira con una penetrante mirada como si fuera llama de fuego y descubre un gran pecado.
QUEJA, 2:4
Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor; esta breve declaración abarca todo
el asunto. Un estudiante, cuando entregó a su maestro un trabajo escrito que debía hacer
basándose en este pasaje bíblico dijo acertadamente aunque sin reverencia: "¡Se acabo la luna de
miel!" La iglesia había abandonado aquel fervor y aquel amor que habían sido las características
de sus primeras experiencias como congregación de cristianos: habían estado realizando el
activo programa de una iglesia agresiva, pero habían abandonado el verdadero objeto de la
adoración. Cuando el amor a Cristo, como motivo de la adoración, está ausente, el servicio
significa muy poco. ...
CONSEJO 2:5, 7ª
El consejo que Cristo da a la iglesia que estaba en Éfeso bien puede resumirse en tres
palabras: recuerda, arrepiéntete, vuelve. Recuerda el gozo que tuviste antes y el deleite que
experimentaste por causa de tu amor a Cristo y a su obra; recuerda la fuerza de aquel amor que
te impulsaba a realizar lo bueno. Arrepiéntete de la condición en que estás por la cual das tu
servicio sin amor, condición a la que has permitido reptar hasta el interior de tu vida: esa
condición es el enemigo mortal que impide desarrollar un trabajo efectivo en el reino del Señor;
vuelve a ese estado original de servicio impulsado por un corazón amoroso. Cristo advierte a la
iglesia que si no vuelve a ese primer estado, está perdiendo derecho a existir como iglesia, y la
amenaza con quitar su candelero del lugar en que está. El candelero es la iglesia (1:20), y no
tiene derecho a existir si no va a realizar los propósitos que Cristo tiene. ¡Esta amonestación es
muy fuerte para cualquier iglesia!
La primera parte del versículo 7 sirve para efectuar la transición de la amonestación a la
promesa: El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Los que tienen
percepción espiritual son amonestados para que escuchen. Este mensaje no es simplemente el
mensaje de un hombre: es el Dios eterno quien habla y pronuncia su amonestación contra el
mortífero peligro de la apatía espiritual.
PROMESA, 2:7b
Al que venciere, daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de
Dios. El concepto de triunfo es una de las ideas dominantes en el libro del Apocalipsis;
significa: triunfar de las circunstancias en que uno se encuentra. Según el contexto en este libro,
parece que significa vivir una vida de servicio a Dios porque esta clase de servicio brota de un
corazón lleno de amor. El Señor promete el fruto del jardín de Dios a quien está viviendo esa
clase de vida. Por medio de ese símbolo dice: "Yo daré alimento espiritual y sostenimiento al
que me sea fiel." Dios nunca defrauda a su pueblo cuando este sufre necesidad: Dios puede dar
a su pueblo todo lo que necesite, pero espera que este pueblo viva una vida victoriosa.
Esmirna, durante muchos años, había sido una ciudad próspera; una vez estuvo sumida
en la obscuridad, pero fue reconstruida por Alejandro el Grande y por Antígono: entonces, casi
al mismo tiempo llegó a ser una ciudad rica y notable, y se conservó en esta condición mucho
tiempo después del período del Nuevo Testamento. No tenemos ningún informe referente a la
organización de la iglesia que había en ese lugar: tal vez se organizó cuando Pablo, al estar en
Éfeso, de la sinagoga que allí había separó y llevó consigo a unos cristianos porque los judíos
que no se habían convertido maldecían el Camino del Señor delante de la incrédula multitud.*
La historia nos habla de la persecución que hubo contra los cristianos en esa ciudad y del
martirio de Policarpo: su martirio ocurrió en el siglo segundo, pero el pudo muy bien haber
sido pastor en Esmirna cuando esta carta fue escrita. Es interesante notar que solamente cosas
buenas se dicen de esta iglesia.
IDENTIFICACION, 2:8
El Señor se identifica como el primero y el postrero, que fue muerto y vivid. De esta
manera el Señor declara a esos cristianos que él había estado en todos los sufrimientos que
habían estado padeciendo; porque él conocía directamente estas cosas estaba bien capacitado
para consolarlos y para infundirles seguridad.
EXHORTACION, 2:11ª
La historia dice que Pérgamo era una ilustre ciudad de Misia, entregada casi completamente a
las riquezas y elegancias. Esta ciudad era el centro principal de la adoración al emperador: 1 era
la principal ciudad de la provincia, y aquí estaba ubicado el "concilio" que tenía a su cargo los
asuntos que se relacionaban con la religión del estado y con las ofrendas de incienso que se
ofrecían ante la imagen del emperador. La ciudad siempre había sido leal a Roma, de aquí que
fuese natural que se mostrara inexorable en su persecución contra los cristianos. No tenemos
informes en cuanto a la organización de esta iglesia.
IDENTIFICACION, 2:12
El Señor se identifica como el que tiene la espada aguda de dos filos. Esto puede
encerrar un doble simbolismo: puede representar su habilidad para proteger a los cristianos aun
en medio de la persecución y donde los mártires estaban cayendo; y también puede simbolizar
que tienen poder para dar su fallo en un juicio. La idoneidad de esta posibilidad radica en que la
iglesia que había en este lugar estaba dando albergue al error. El Señor llega con la espada de su
boca — lo cual representa que puede juzgar con perspicacia y exactitud los hechos de los
hombres— para habérselas con los falsos maestros.
ALABANZA, 2:13
Cristo alaba a la iglesia por su fidelidad aunque padece bajo extremas dificultades, pues
se halla ubicada en la ciudad donde está la silla de Satanás; ("el trono de Satanás" V. M., V. H.
A., N. P.). El año 29 a. de C. en Pérgamo se había erigido un altar para adorar a Augusto. La
ciudad se había conservado como el centro de la religión del estado, y por lo mismo se habla de
ese lugar como del lugar "donde está el trono de Satanás". La alusión a la muerte de Antipas
indudablemente se relaciona con el bien conocido martirio que muchos cristianos padecían en el
altar de los inciensos porque se negaban a adorar al emperador; otros muchos estaban cayendo
como él. El martirio de Antipas había sido tan notable que llamó la atención del Señor. Teniendo
en cuenta la frase calificativa, mi testigo fiel, que se aplica a Antipas, alguien ha sugerido que
este ha de haber sido el pastor de la congregación cristiana que había en Pergamo. Esta opinión
es interesante; pero es dudosa.
Los cristianos habían conservado firme y constantemente el nombre de Cristo: su
nombre representaba su personalidad. El uso del nombre Kúrios Kaísaros (Señor César) en
oposición al nombre Kúrios Xristós (Señor Cristo) servía de prueba en esos días. Aceptar al
Señor César significaba estar exento de persecución: en cambio, adherirse al Señor Cristo
significaba lealtad a él, pero persecución de parte de los enemigos. Por ser leales a su Señor
Cristo, los cristianos que formaban la iglesia que estaba en Pérgamo fueron elogiados; también
lo fueron porque no negaron la fe de Cristo: al hablar de la fe de Cristo quizás se hacía
referencia a todo el alcance de la religión de aquellos cristianos, a la creencia que tenían en la
obra redentora que el Señor había consumado, y a la supremacía de él como Señor. Porque esos
cristianos eran fieles, aunque serlo significara estar en grandes peligros, el Señor los alabó.
QUEJA, 2:14, 15
No todos los miembros de la iglesia eran tan leales como lo era el grupo, el cual como
un todo fue alabado, pues la herejía había penetrado: en el grupo había algunos que tenían la
doctrina de Balaam; en el libro de los Números capítulos 22, 23 y 24 se nos enseña que
Balaam estaba procurando obtener ganancias materiales a cambio de la pérdida de valores
espirituales: el mostró a Israel el camino que lo conduciría a la adoración de los ídolos y a la
práctica de la vida impura. Algunas de las personas que había en la iglesia de Pérgamo estaban
haciendo la misma cosa: para asegurar la protección material de sí mismos y de sus propiedades
entraban en componendas religiosas, aconsejaban a otras personas que practicaran la adoración
idolátrica (o sea el culto al emperador) para que no fueran perjudicadas, enseñaban que uno
debía vivir una vida de maldad para poder ser amigo de los romanos y por lo mismo no ser
perseguido. La historia de esa clase de gente se resume en la frase que sigue: errónea creencia,
errónea conducta. Por medio de la historia eclesiástica se ha comprobado muy a menudo que
esto es cierto. La combinación de las enseñanzas heréticas de los balamitas y de la vida herética
de los nicolaítas había producido en Pérgamo una mala condición: tan mala que el Señor no
podía tolerarla y por lo mismo exhortó a los verdaderos cristianos, que eran miembros de la
iglesia, a no tolerar a dichos herejes.
PROMESA, 2:17b
El Señor hace una doble promesa a quienes tengan una vida victoriosa. En cuanto a la
primera promesa, declara: Al que venciere, daré a comer del maná escondido. Así como
divinamente fue proporcionado lo necesario para remediar las necesidades que Israel padecía en
el desierto, así también el Señor proporcionará lo necesario para satisfacer las necesidades de
quienes tienen fe en él. El Señor les dará del maná escondido: del alimento espiritual que el
mundo no puede entender.
En cuanto a la segunda promesa dice el Señor: Le dará una piedrecita blanca, y en la
piedrecita un nombre nuevo escrito. ¿Qué simboliza esta declaración? Pérgamo explotaba las
canteras de piedra blanca y usaba ésta como producto comercial. Además se acostumbraba usar
un pedacito de esta clase de piedra con un nombre grabado, con diferentes propósitos o
significados, y tal vez el Señor hizo referencia a uno de los cuatro siguientes: 2
1. La piedrecita blanca se le daba al hombre que por alguna causa había sido
sometido a un proceso judicial y absuelto justamente. Ese hombre podía llevar
consigo dicha piedrecita como prueba de que ya estaba exento del cargo de
haber cometido el delito que se le imputaba.
2. La piedrecita blanca se le daba al hombre que había sido libertado de la
esclavitud y declarado ciudadano de la provincia donde vivía. Ese hombre
llevaba consigo la piedrecita como una prueba de su ciudadanía.
3. La piedrecita blanca se le daba al triunfador en un evento deportivo o en cualquiera
competencia, como prueba de que había triunfado sobre sus opositores.
4. La piedrecita blanca se le daba al guerrero que, victorioso, regresaba de la batalla
después de derrotar a su enemigo.
Es evidente que en el pasaje que estamos estudiando se hace la aplicación de uno
cualquiera o de todos estos cuatro usos de la piedrecita blanca. La promesa pudo
haberse referido a uno de esos usos, y también pudo haber sido alguna otra cosa
que entendían los cristianos que vivían en Pérgamo. La promesa era sagrada
para los cristianos, y tenía por finalidad hacer que ellos aumentarán sus
esfuerzos para ser fieles.
No tenemos informes en cuanto al origen de la iglesia que había en esta pequeña ciudad
de Asia Menor: puede ser que su existencia se debiera a alguno de los discípulos de Pablo
procedentes de Éfeso, o a Lidia, que era nativa de Tiatira y fue convertida en Filipos, o a algún
eminente cristiano de quien nada sabemos. Aunque Tiatira era una ciudad pequeña, era un
importante centro comercial; fácilmente podía comunicarse con Pérgamo; una de las principales
carreteras atravesaba la ciudad y por lo mismo mucha gente la visitaba. La herejía que dominaba
en Pérgamo era la misma que dominaba en Tiatira; pero, según parece, aquí era peor, pues
abundaba la gente pagana, y por lo mismo tal herejía encontró en dicha ciudad un suelo
fructífero.
IDENTIFICACION, 2:18
Cristo se identifica ante la iglesia como el Hijo de Dios, que tiene sus ojos como llama
de fuego, y sus pies semejantes al latón fino; ("bronce bruñido" V. M.; "bronce fino" N. P.).
Así pues, él es infalible (ya que es el Hijo de Dios), es omnisciente (tiene penetrante mirada:
sus ojos son como llama de fuego), es fuerte (tiene pies como de latón refinado en el servicio);
por lo tanto la iglesia debe oírlo: él entiende perfectamente bien las condiciones en que está la
iglesia y, por lo mismo, está capacitado para hablar de manera justa.
ALABANZA, 2:19
El Señor declara que las virtudes de esta iglesia son un motivo para alabarla: él conoce
las obras de ella, o sea el servicio que ha dado al Señor; conoce su amor —el cual es el motivo
de las obras que hace, y del cual carecía la iglesia que había en Éfeso—; conoce también la fe de
la iglesia, su fidelidad a la religión; conoce su ministerio, que refleja su amor en acción al
ayudar a los que están padeciendo necesidad; conoce su paciencia, o sea la práctica de su
capacidad para sobrellevar la oposición y para conservarse en paz a pesar del antagonismo que
precede del exterior. Además de esto, el Señor alaba a la iglesia por el progreso que ha
alcanzado en la obra que realiza: tus obras postreras son más que las primeras. Teniendo en
cuenta todo lo anterior, parece que esta es una buena iglesia: continúa llevando adelante, con
fidelidad, paciencia y amor manifiestos, la obra del Señor; y está "creciendo en gracia" a medida
que progresa. Si aquí terminara la carta, la iglesia sería considerada como una iglesia ideal; pero
la carta no termina aquí, pues en la iglesia hay muchas cosas malas que deben ser condenadas, y
de estas trata a continuación la carta.
El Señor se queja de que la iglesia conserva entre sus miembros a una persona que es
culpable de creer herejías y de enseñarlas: permites aquella mujer Jezabel ("toleras a aquella
mujer, Jezabel", V. H. A.). La iglesia, siendo leal a la verdad como iglesia, no era culpable de
esas herejías; pero sí lo era de perdonar a quienes las creían y enseñaban. Muchas opiniones
han sido presentadas en cuanto a la mujer llamada Jezabel y su pecado: algunos comentaristas
opinan que esa mujer era la esposa del pastor3 porque la palabra griega guné de la cual se
deriva la palabra "mujer" puede significar "esposa"; esto ocurre frecuentemente en el Nuevo
Testamento: esta teoría no tiene otra base, y no es satisfactoria. Otros opinan que esto es
meramente una manera alegórica de presentar la herejía. La mejor opinión, según parece, es que
en la iglesia había una mujer que vivía su vida corrompida y decía que había recibido una
revelación mística especial de parte de Dios y que procuraba enseñarla. Parece que el versículo
24 sugiere esto. Puede ser que esa mujer haya tenido por nombre Jezabel; pero parece acertado
decir que tal nombre le fue asignado por causa de su carácter. Parece que ella estaba
desencaminando a los cristianos que eran miembros de la iglesia y los seducía haciendo que
fornicaran: esa fornicación pudo ser real y práctica como resultado de las enseñanzas del
gnosticismo, o pudo ser una fornicación espiritual por haber violado los solemnes votos hechos
a Dios. Parece que esto último es reproducción de una idea del Antiguo Testamento, la cual se
encuentra especialmente en la profecía de Oseas, y que tal es la verdad del caso que nos ocupa.
A esa mujer no se le permitiría que continuara viviendo de esa mala manera: tendría que ser
destruida, y sus seguidores con ella, en el pecado mismo que practicaban (2:22, 23). Esto puede
servirnos como prueba de que Dios todavía se ocupa de los asuntos de las gentes y de que para
juzgarlas todavía tiene en cuenta las obras que hacen (2:23).
PROMESA, 2:24-29
El Señor promete a los que triunfan que no pondrá sobre ellos más obligaciones
espirituales que las que ya tienen, ni ningún deber adicional por medio de revelaciones
gnósticas (2:24); pero también les hace saber que deben ser fieles en el cumplimiento de los
deberes que ya tienen (2:25). Además promete a los que triunfen que les dará autoridad sobre
las gentes, y que serán completamente vindicados como cristianos delante de quienes sean sus
perseguidores. Esa imagen en que se presenta a los cristianos rigiendo con vara de hierro
simboliza la seguridad de que serán vindicados por Cristo y triunfarán con él. Posteriormente a
los que sean triunfadores les promete que les dará la estrella de la mañana: su guía y dirección
en las negras horas de prueba y de aflicción. Quien haya observado con alguna frecuencia la
hermosura esplendente de la estrella de la mañana en la hora más negra que precede al
amanecer, comprenderá la hermosura de esta promesa. Puede ser que el cristiano algunas veces
tenga que andar por senderos obscuros que le produzcan muchas perplejidades: le será dada la
estrella de la mañana para que lo guíe; y debe negarse a seguir las falsas direcciones que le dé el
gnosticismo y esperar que le sea dada esa estrella.
Durante muchos años Sardis fue la principal ciudad griega de Asia Menor. Es cierto
que tuvo poca influencia en el período romano, pero vivía orgullosa de su historia pasada.
Dana4 dice que esta ciudad es un ejemplo típico de una aristocracia agotada. Los habitantes de
esa ciudad eran arrogantes, desmedidamente confiados en sí mismos, y necesitaban la
amonestación de Dios. La expresión: "despiertos o decadentes" puede servir muy bien para
describir la condición de una iglesia y de una ciudad; por lo general la actitud de una ciudad se
manifiesta en las iglesias que tiene.
IDENTIFICACION, 3: la
La persona que envía esta carta queda identificada como el que tiene los siete Espíritus
de Dios, y las siete estrellas. Tal personaje tiene absoluto poder y sabiduría; además, en sus
manos tiene el destino de la iglesia, por lo mismo ésta hará bien al estar atenta a la
amonestación.
QUEJA, 3:lb
Puede observarse que el Señor, al dirigirse a esta iglesia, hace un cambio notable en su
manera de hablar. En los casos anteriores, en los referentes a las iglesias que han sido
mencionadas, el Señor primero presentó las alabanzas y después las quejas; pero al tratarse de
Sardis hay tan poca cosa digna de alabanza y tantas por las cuales se queja el Señor, que él
mismo invierte el orden que había estado siguiendo; Yo conozco tus obras, que tienes nombre
que vives ("se te cuenta como vivo" V. H. A.; "tienes nombre de viviente" N. P.), y estás
muerto. Con estas pocas palabras el Señor expresa una queja tremenda. Esta iglesia tenía
muchas actividades exteriores; pero ninguna espiritualidad interior. Indudablemente la
organización era perfecta y parecía que todo caminaba muy bien. Una persona que no fuera
miembro de la iglesia y que la observara, juzgándola por esas actividades exteriores y sin
conocerla bien, pensaría que era una iglesia ideal; pero en esa iglesia no había vida, no había
vida verdadera. Alguien ha dicho que "hay pocas cosas mejor organizadas que los
cementerios...; ¡pero allí hay muy poca vida!" La iglesia que había en Sardis estaba como un
cementerio: se creía que tenía vida; pero el Señor, que tiene un perfecto conocimiento de todas
las cosas, declaró que esa iglesia estaba muerta.
CONSEJO, 3:2
El Señor aconseja a la iglesia que se ponga a trabajar y que Confirme las otras cosas
que están para morir. ("Sé vigilante, y corrobora las cosas que aún quedan, las cuales están a
punto de morir" V. M.; "Ponte en vela y confirma las cosas que aún quedan, que están para
morir" V. H. A.). En la iglesia de Sardis todavía quedaban algunas cosas que estaban vivas; y
aunque estaban a punto de morir, podían aún ser restituidas a la vida verdadera si la iglesia
obraba con prontitud. Eso de tener actos exteriores de culto, era bueno; pero esos actos debían
estar llenos de piedad y de poder espiritual. Los cristianos no pueden prosperar cuando sólo
practican ritos o ceremonias. Cristo declara que no ha encontrado ningún trabajo que esta iglesia
haya hecho y que sea perfecto ante los ojos de Dios. Los miembros de la iglesia habían
comenzado bien, pero no habían terminado lo mismo; como los gálatas, que habían comenzado
a correr bien, pero después se habían detenido. La iglesia que estaba en Sardis tenía, entre la
gente, reputación de hacer buen trabajo; pero Cristo no juzga por lo que ven los hombres, sino
por lo que Dios ve, e indica que los de Sardis en realidad no habían terminado ninguna de las
cosas buenas que habían comenzado.
AMONESTACION, 3:3
El Señor advierte a la iglesia que sufrirá un desastre a menos que recuerde el verdadero
contenido de la religión como lo había recibido, y a menos que retorne a esos primeros
principios y los practique. Si la iglesia no hace esto como el Señor quiere, él vendrá a ella para
juzgarla y para destruirla. Esta amonestación para "velar" o "vigilar" tiene un significado
especial para Sardis. Esta ciudad estaba edificada en una eminencia, y unos riscos precipitosos
la rodeaban y protegían por tres de sus lados; por lo mismo la ciudad fácilmente podía ser
defendida de los asaltos del enemigo. Pero el descuido había hecho que la ciudad cayera dos
veces: 5 una, cuando Creso era rey de Lidia, y la capital (Sardis) fue sitiada por Giro mientras el
mismo Creso y sus soldados dormían porque creían que estaban a salvo, pero la ciudad fue
capturada por los intrépidos soldados enemigos; la otra vez, cuando gobernaba Achneus,
entonces la ciudad cayó en condiciones parecidas ante el empuje de las huestes de Antíoco el
Grande. El Señor usa estos acontecimientos para amonestar a la iglesia; y parece que le dice:
"Recuerda tu historia, y si no estás vigilando tendrás igual fin." En el Nuevo Testamento la
palabra "vigilar" o "velar" no significan únicamente tener los ojos abiertos, significa estar uno
ocupado, activo en el servicio al Señor.
ALABANZA, 3:4a
En la iglesia que estaba ubicada en Sardis había unos pocos miembros dignos de
alabanza; de ellos podía decir el Señor: no han ensuciado sus vestiduras; ("no han manchado
sus vestiduras" V. H. A.; "no han contaminado sus ropas" N. P.). Estos cristianos no habían
tornado parte en la adoración ni en la mundanalidad de los paganos de esos días: en todos
sentidos habían sido leales a su Dios.
PROMESA, 3:4b, 5
A estos cristianos fieles el Señor les hace la promesa de que andarán con él vestidos de
blanco: son dignos de andar en compañerismo con él porque se han conservado leales a él y
puros. El que venciere, será vestido de vestiduras blancas. Sardis estaba orgullosa de sus
negocios en telas de colores, 6 las cuales usaba la gente parrandera y mundana. Los cristianos
que resulten victoriosos en la lucha contra las tentaciones serán vestidos con ropas blancas
como símbolo de su pureza, y sus nombres no serán borrados del libro de la vida; sino que
tales nombres serán declarados por Cristo delante de Dios y de los ángeles. Por haberse negado
los cristianos a obedecer las órdenes de adorar al emperador, sus nombres serían borrados de
los padrones humanos y agregados a la lista de los mártires; pero sus nombres serían
conservados en el libro de la vida del Cordero y allí estarían seguros: la perfecta seguridad y el
honor serían de ellos. El Nuevo Testamento enseña la seguridad del creyente, haciendo énfasis
en el hecho de que triunfar y mantenerse firme es una indicación de que tal creyente en realidad
estaba redimido cuando comenzó su vida como cristiano. Este pasaje que estamos considerando
hace énfasis en esto.
IDENTIFICACION, 3:7
ALABANZA, 3:8
Solamente cosas buenas se dicen acerca de esta iglesia; no se dice ni una palabra de
condenación para ella. El Señor conoce las obras que ella ha realizado y enfrente de ella está
poniendo una puerta abierta que nadie puede cerrar; le está concediendo todo el derecho de
disfrutar completamente de los goces espirituales y de las oportunidades para servir; y le
anuncia que nadie podrá interrumpir el trabajo que ella haga, si aprovecha las ventajas que le
ofrece esta puerta abierta para servir. Esto es lo que en el Nuevo Testamento significa la
expresión: puerta abierta.7 Cristo sabe que la iglesia es débil —tienes un poco de potencia;
("aunque poca, tienes fuerza" V. H. A.; "tienes un poco de poder" V. M., N. P.)— sin embargo
ha sido fiel, ha guardado la fe; y aunque la iglesia ha estado débil no ha negado el nombre del
Señor: su nombre "Jesús" significa "Salvador"; su nombre "Cristo" significa el "Ungido de
Dios". La iglesia que estaba en Filadelfia era fiel a todo lo que ese nombre significa; y esto está
en contraste con algunas de las iglesias que eran fuertes desde todo punto de vista, pero no
habían sido fieles. Los cristianos de esa iglesia, teniendo una puerta abierta para trabajar,
seguían adelante aunque estaban débiles.
Porque los miembros de la iglesia que había en Filadelfia habían sido fieles a pesar de
su debilidad y de las dificultades el Señor les prometió vindicarlos completamente. El Señor
haría que los judíos perseguidores que estaban haciendo la obra de Satanás se dieran cuenta de
que los despreciados cristianos eran los que él, el Señor, amaba verdaderamente (v. 9); y
porque dichos cristianos habían sido fieles al Señor, él les prometió que su gracia los sostendría
en las tribulaciones que estaban a punto de invadir al mundo, y que éstas no los derrotarían (v.
10). En seguida, antes de la última parte de la promesa, se insertó una exhortación (v. 11) para
que de manera segura conservaran lo que tenían: el nombre del Señor, su palabra, su paciencia,
la promesa de su regreso, las oportunidades de servir, y para que nadie les hiciera abandonar
estas cosas, pues al abandonarlas les sería robada su recompensa. El Señor amenazó a la iglesia
de Sardis al prometerle que él vendría; en cambio para la iglesia de Filadelfia la misma promesa
de la venida del Señor era un estímulo porque ella había sido fiel y no tenía nada que temer. La
última parte de la promesa está proclamada en el versículo 12, en el cual se prometen varias
cosas. Una de éstas es la que el Señor dice en cuanto al cristiano victorioso: Yo lo haré
columna en el templo de mi Dios; porque uno haya sido fiel, Cristo lo hará una parte
importante del santuario: esto queda simbolizado por una columna que evita que el templo se
desplome. La iglesia que estaba en Filadelfia fue fiel y experimentó el cumplimiento de esa
promesa: por esto el cristianismo ha sobrevivido en aquella ciudad, aunque no en la más pura
de sus formas. El historiador Gibbon8 dice que entre las iglesias de Asia, la de Filadelfia
permaneció erecta como una columna en medio de un lugar cubierto de ruinas, lo cual es un
agradable ejemplo de que algunas veces el sendero del honor y de la seguridad pueden ser uno
mismo. La afirmación de Gibbon es autorizada, pues el sendero del honor y el de la seguridad,
en esencia, siempre son uno mismo.
Escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios... y mi
nombre nuevo. Para el que triunfe habrá perfecta seguridad: el nombre de Dios estará grabado
en él, en él estará también grabado el nombre de la ciudad de Dios como señal del lugar donde
tiene su habitación, y sobre él también estará el nombre del Cristo triunfante. Esto nos hace
recordar que muchas de las religiones paganas acostumbraban poner señales o marcas a sus
adherentes para identificarlos. Más adelante, en este libro, podrá encontrarse algo en relación
con esta costumbre que la religión oficial de Roma tuvo también. El Señor Jesús, al hablar de su
nuevo nombre escrito en sus seguidores, simboliza la relación que él tiene con ellos. Bien se
puede decir que a ninguna de las siete iglesias se le hace una promesa más gloriosa que ésta que
se hace a la iglesia de Filadelfia.
Esta ciudad estaba caracterizada por su excesiva riqueza; tanta era ésta, que cuando
dicha ciudad fue destruida parcialmente por un terremoto por el año 60 d. de J. C., no necesitó
los auxilios de la tesorería de Roma. Laodicea era el principal centro comercial de aquella región
y tres caminos romanos convergían en esa ciudad, por esto llegó a ser de gran importancia.
Todo esto hizo que Laodicea fácilmente se convirtiera en víctima del letargo y de los placeres
que le producían satisfacción; y ese espíritu mundano que prevalecía en la ciudad se hizo sentir
en la iglesia.
IDENTIFICACION, 3:14
Cristo se identifica ante esta iglesia como el Amén, el testigo fiel y verdadero, el
principio de la creación de Dios. Esta declaración pone de manifiesto su gloria esencial. Para
Laodicea, que era un ejemplo de abyecto fracaso, el Señor habla de sí mismo como de quien no
puede fracasar. La palabra Amén procede del hebreo, y así ha pasado, sin traducirse, al griego y
a casi todos los idiomas. En su significado original esa palabra tenía la idea de criar, alimentar,
cuidar, o construir, edificar; y hasta nosotros ha llegado y la usamos con el significado de algo
que es positivo, que está establecido, que es permanente. Este pasaje es una prueba de la
estabilidad de Jesús, que es quien escribe a esta iglesia inestable. El Señor es el testigo fiel y
verdadero por causa de su estabilidad. Cuando él estuvo en la tierra dijo: "Yo soy... la
verdad..." (Juan 14:6): él es la verdad en cuanto a Dios y en su vida y por sus hechos dio un
testimonio verdadero en cuanto a Dios. El Señor es el principio de la creación de Dios: esto no
quiere decir que él es la primera cosa que Dios creó, sino que él es el agente original en la obra
creativa efectuada por Dios. Esta declaración es parecida a la que Pablo hizo en su Epístola a los
Colosenses 1:15-18, que dice: "El cual es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda
criatura" ("el primogénito de toda creación", V. H. A.). "Porque por él fueron criadas todas las
cosas" ("Porque en él fue creado todo lo que hay", V. H. A.)... "todo fue criado por él y para él.
Y él es antes de todas las cosas, y por él todas las cosas subsisten... para que en todo tenga el
primado."
La queja de Cristo se refiere al letargo espiritual de la iglesia. Esta no era fría: no era
absolutamente indiferente; tampoco era caliente: no la caracterizaba un fervor vehemente; era
tibia. Cerca de Laodicea estaba Hierápolis, y los viajeros que venían a esta ciudad encontraban
hermosos manantiales de agua: cansados y sedientos se detenían pensando que calmarían su
sed; pero el agua era mineral y tibia. Tal vez no hay nada más desagradable que esta clase de
agua. El Señor dijo que él sentía por una iglesia tibia la misma repugnancia que los viajeros
sentían por aquella agua tibia, y como le era desagradable "la vomitaría de su boca." Una iglesia
sin entusiasmo, sin urgencia por progresar, sin pasión por las almas perdidas, le repugnaba. Es
más fácil tratar con una iglesia que está congelada que con una que está tibia.
En los versículos 17 y 18 están entretejidos el consejo y la queja; y en dichos versículos
se reflejan las actividades comerciales de la ciudad.9 Los negocios predominantes eran tres, y el
Señor usa los tres para ilustrar la actitud de la iglesia.
1. Esta ciudad era un centro bancario de la región, y mucha gente acaudalada
vivía en dicha ciudad. Esa gente era orgullosa, arrogante y confiada en sí misma
por causa de las riquezas que tenía, y solía exclamar: "Tenemos oro; no
necesitamos nada de nadie." Eso era lo que sentían y lo declaraban. En cambio,
el Testigo fiel y verdadero decía: no conoces que tú eres un cuitado y miserable
y pobre: ("eres el miserable, y el digno de compasión, y pobre", N. P.). Tenían
muchas riquezas materiales; pero espiritualmente estaban en la miseria. No
tenían riqueza de carácter, y estaban demasiado tibios para darse cuenta de ello.
Entonces el Señor les aconseja que acudan a él para que les de la verdadera
riqueza espiritual que puede hacerlos verdaderamente ricos. Un hombre puede
poseer todo el dinero del mundo y, sin embargo, estar en condiciones
paupérrimas; o puede suceder que no tenga ninguno de los llamados bienes del
mundo y, a pesar de ello, ser rico. Esto depende de lo que uno considere como
riqueza.
2. El negocio que en Laodicea ocupaba el segundo lugar en importancia era el de
la lana negra. En esa región se producía una lana lustrosa y negra, con la cual se
hacían ropas finísimas que en todas partes eran muy demandadas. A esa gente
Cristo le decía: "A pesar de todo esto que tienes estás desnudo. Debes venir a
mí y obtener de mí un vestido, algo que te cubra, algo que realmente esconda tu
desnudez delante de Dios." Sus vestiduras de arrogante suficiencia propia no los
cubrían delante de Dios como los cubrían delante de los hombres; lo que ellos
llamaban vestiduras no los cubrían y los dejaban desnudos delante de Dios.
3. El tercer gran negocio que se tenía en Laodicea consistía en la preparación de
un ungüento para los ojos; pues la ciudad era un centro productor de medicina.
Los viajeros que transitaban por los caminos arenosos y recibían en sus rostros
el sol y el golpe de los vientos se ponían contentos cuando podían adquirir ese
bálsamo curativo. Parecía que el Señor decía a la gente de Laodicea: "Estas ciega
y no lo sabes. Ven a mí y yo te daré" el ungüento que necesitas para tus ojos
espirituales, para que realmente puedas ver." El Señor posee todo lo que
urgentemente necesita la iglesia, y está dispuesto a concedérselo si en realidad lo
desea: verdadera riqueza, verdaderos ropajes, verdadera visión; pero el Señor no
impondrá por la fuerza nada de esto a la iglesia, si ella no lo desea.
EXHORTACION, 3:19
El Señor no les impondrá a la fuerza estas verdaderas riquezas porque los ama, sino que
los reprenderá y los castigará. Sí, los ama; y por lo mismo hasta emite su queja con tonos de
piedad y compasión. Además, ya sabemos que el Señor castiga a quienes ama, como se dice
claramente en Hebreos 12:5-11. Cualquier persona que es hijo de Dios, recibe un castigo
cuando se rebela y peca; por lo tanto el Señor exhorta a esos cristianos a que dejen su estado
letárgico, que sean celosos de buenas obras, que sean fervorosamente activos en lugar de
permanecer en una condición de tibieza.
PROMESA, 3:20, 21
La iglesia que estaba en Laodicea tenía todas las cosas, menos a Cristo: Cristo estaba afuera
procurando entrar. En caso de que alguna persona desde adentro respondiera al llamamiento
que el Señor hacía desde afuera, él entraría y comenzaría el compañerismo con la iglesia: el
Señor podría comenzar hasta con una sola persona cuyo corazón fuera sensible y anhelara la
compañía de él.
El Señor prometió gloria y compañerismo a toda persona que venciera ese espíritu de
letargo y a la vez se tornara en celoso partidario de Dios: haría que esa persona y él se sentaran
juntos cuando ella hubiese vencido los obstáculos que se le oponían y le estorbaban; se
sentarían juntos como el Señor ya se había sentado con su Padre. Ni la esperanza ni la
imaginación pueden ir más allá de las posibilidades que el Señor ofrece en esta promesa; quizás
el Señor hace esta gran promesa por causa de lo muy difícil que es vencer en la iglesia esa
condición de tibieza: ningún otro incentivo podía ser ofrecido para vencerla.
El Cristo glorificado, al estar en medio de sus iglesias y al observar con ojos como de
llama de fuego la condición en que estaban, las alaba, se queja de ellas, las exhorta o amonesta,
y les hace una promesa. El mensaje que se dirige primeramente a las iglesias que están en el
Asia Menor es universal: su mensaje se aplica a cualquier iglesia donde actualmente existen
condiciones parecidas; y es difícil encontrar iglesias donde no existan por lo menos algunas de
estas condiciones. La exhortación en contra de la apatía espiritual todavía subsiste: El que tiene
oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Capítulo 6 – El Cordero y el Libro Sellado, (Apocalipsis 4:1-5:14).
Aquí comienza la parte principal del Apocalipsis; pues en la parte anterior sólo fueron
presentados los materiales preparatorios. Juan está a punto de presentar el "Drama de la
Redención".1 Los preparativos fueron hechos por la visión del Cristo viviente y victorioso que
Juan vio, como lo narra el capítulo 1. En los capítulos 2 y 3 fueron presentadas, con sus vicios
y virtudes, las personas para quienes se representa el drama. Ahora es tiempo de levantar el
telón y dejar ver el escenario ya listo para el drama. De aquí en adelante, en rápida sucesión, a
los perseguidos cristianos se les presentarán algunas escenas que les infundirá la seguridad de
que la causa de Cristo no es una causa perdida. Ardua y sin tregua va a ser la lucha; pero
cuando cae el telón al terminar el drama (22:21), ya se ha demostrado que hay una completa
seguridad de que se obtendrá la victoria.
El capítulo 4 sirve de preparación para todo lo que sigue, y el capítulo 5 lo ayuda en la
presentación de la soberanía de Dios vindicada por la obra de Cristo. Parece que en el capítulo
4, con el lenguaje que se usa en el Evangelio de Juan capítulo 14, se dice: "Creed en Dios"; y
que en el capítulo 5, donde Cristo aparece como el personaje principal, se agrega: "Creed
también en mí."2 Después, desde el capítulo 6 hasta el 18 encontramos una descripción de la ira
de Dios contra los enemigos de su causa. En los capítulos 19 al 22 se manifiesta la completa y
final victoria de Dios y el destino eterno de los hombres. En la presentación aludida antes puede
notarse con claridad que esta visión (la que se narra en los capítulos 4 y 5) prepara a los
cristianos para que reciban todo el mensaje, y, también, que en esa misma visión se destacan
dos ideas: El Dios Reinante, y El Cordero Redentor.
En el capítulo 4 se trata del poder de Dios como Creador; en el capítulo 5 se trata del
amor de Dios como Redentor. Los cristianos creen en el Dios que es creador, omnisciente y
omnipotente; también creen en el Dios que ama y demuestra su amor al redimir al hombre de
sus pecados. De esto se trata en el capítulo 5.
El que está en el trono tiene en su poderosa mano derecha un libro escrito de dentro y
de fuera, sellado con siete sellos; ("el rollo de un libro,... cerrado apretadamente con siete
sellos", V. M.). Era un rollo de papiro, el papiro era el material en que se acostumbraba escribir.
El hecho de que estuviera cubierto con escritura en ambos lados indica que era muy
significativo e importante; ¡tantos eran los juicios que el que estaba en el trono tenía que
expresar, que le faltaba espacio! El libro estaba sellado ("fuertemente", V. M.; "apretadamente",
(V. H. A.) con siete sellos. El participio pasivo perfecto, juntamente con el número perfecto "7",
indica con cuánta seguridad estaba sellado el libro. El libro ha sido caracterizado de varias
maneras por diferentes comentaristas: uno lo ha llamado el "Libro de la Justicia";9 otro lo llama
el "Libro de los Consejos Eternos de Dios y de sus Propósitos Pre ordenados";10 otro piensa
que es un prototipo del libro que se menciona en Ezequiel 2:9, 10 y que por lo mismo es un
libro de endechas, lamentaciones y ayes;11 otro más lo considera como el "Libro del Destino".
12 Esta idea y la de justicia están íntimamente relacionados. Parece que ese libro o rollo
contiene el destino de los hombres que están amenazados con la visitación de la justa ira de
Dios sobre los pecados de ellos. El hecho de que el libro estuviera cerrado con tanta seguridad
indica que es imposible que cualquiera persona pueda explicar el destino del hombre: tal destino
está en la mano de Dios. Los cristianos sienten que su corazón palpita con más fuerza y
celeridad al ver ese libro y al pensar en abrirlo y leerlo. Pero el libro está perfectamente sellado
y cerrado para los ojos de ellos: en él están las providenciales relaciones de Dios con el mundo;
pero no pueden ser vistas, y por lo mismo todavía es desconocido el resultado de la lucha. En
ese libro está el futuro del cristianismo futuro que resultará de su lucha contra la adoración al
emperador; pero no puede ser visto ese futuro porque el libro está cerrado y sellado; así pues,
no ha de sorprendernos que Juan dijera: Y yo lloraba mucho —aquí se usa el tiempo imperfecto
que significa "llorar de manera audible" como un niño desilusionado o lastimado— cuando no
oyó que alguien respondiera a la invitación que era hecha, preguntando: "¿Quién es moralmente
digno de abrir el libro?" Y no fue hallado ninguno digno. Parecía que el misterio todavía iba a
permanecer sin aclarar; y Juan, pensando en la aflictiva condición en que estaban las iglesias y
anhelando conocer el resultado, prorrumpió en un llanto de desilusión y dolor, dolor que era
más que físico. Pero hubo quien le rogara: No llores, porque había uno que era digno de abrir el
libro y de revelar los propósitos que Dios tenía para con los hombres.
Esto indica que ese libro servía como medio introductorio para presentar la figura
central de este capítulo: el Cristo triunfante. La descripción del Cordero y de la obra que se le
atribuye no deja ninguna duda de que la persona aquí retratada es el Cristo redentor. Uno de los
ancianos dijo a Juan que el León de la tribu de Judá había vencido, y que esta victoria lo había
hecho digno de abrir el libro. Entonces Juan dejó de llorar y dirigió su mirada hacia donde
esperaba ver un León; pero, he aquí que en su lugar vio un Cordero, un "cordero pequeño" —
como lo indica la palabra griega que se usa únicamente en este libro y en Juan 21:15—. Así
como en los sueños las figuras cambian rápidamente de forma, así también cambiaron en la
visión que vio Juan: un León súbitamente se volvió Cordero. No hay duda de que este símbolo
tiene algún significado. El León representa el valor y la fuerza absolutos; el Cordero, que es un
símbolo religioso, representa la bondad absoluta. Las características del Cordero son
significativas: allí estaba un Cordero como inmolado ("estaba en pie", V. H. A.; N. P.). La
palabra inmolado alude a las heridas que al cordero se le hacían en el cuello cuando era
sacrificado en el altar. Aquí se representa a Cristo en su sacrificio expiatorio. Cristo había sido
muerto; pero ya estaba vivo de nuevo y continuaría vivo por siempre jamás. El Cordero tenía
siete cuernos: en la literatura apocalíptica el cuerno es símbolo de poder. Nótese que el Cordero
tenía "7" cuernos, y recuérdese que el "7" es número perfecto; es decir, el Cordero está
perfectamente equipado para destruir cualquier oposición que haya en contra de su reino. El
Cordero tenía siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados en toda la tierra: esto,
sin duda, representa la perfecta e incesante vigilancia que el Cordero ejerce en beneficio de su
pueblo; así se indica que la esencia espiritual y perfecta de Dios está comprometida para actuar
en beneficio del hombre.13
En el siguiente hecho se manifiesta una actividad que es difícil expresar en los idiomas
que son diferentes del griego. Se dice que el Cordero vino ("llegase", V. M., V. H. A.) —en
griego el verbo está en tiempo aoristo, el cual presenta la acción como ejecutada en un momento
— y tomó el libro. La forma verbal que acaba de usarse es, en griego, eílephen, que es el tiempo
perfecto de lambáno ("extender la mano y tomar"). Beckwith14 dice que esa forma verbal es
"aoristo perfecto". Dana15 dice, con más acierto, que es el "perfecto dramático". Esa forma
verbal revela que el Cordero tiene una actitud resuelta y un espíritu de fuerte determinación, de
manera que —podríamos decir— en un abrir y cerrar de ojos tomo el libro precisamente de la
mano derecha del que estaba sentado en el trono. Así pues, Cristo puede abrir el libro y hacer
que se realicen los juicios de Dios sobre los impíos, porque el destino de los hombres está en
las manos del Cordero, las cuales fueron horadadas por los clavos cuando fue inmolado en el
Calvario.
Este hecho produjo un gran gozo en todos los que rodeaban el trono; y, también, sin
duda, los cristianos que sufrían la persecución gozaron con muy grande gozo cuando su
Salvador León-Cordero se convirtió en su defensor denodado y triunfante. También se nos
informa del efecto que se produjo en el ánimo de quienes estaban alrededor del trono y en el de
quienes estaban más lejos. El Cordero fue adorado por los cuatro seres vivientes que habían
adorado a Dios según la escena anterior, y también lo adoraron los veinticuatro ancianos:
entonaban sus alabanzas acompañándose con arpas y ofrendaban las oraciones de los santos a
los cuales ellos representaban, se postraron delante de él y entonaron el "Himno de Redención".
Este himno que cantaban era nuevo: no nuevo en cuanto a tiempo, neós, sino nuevo en cuanto a
clase, Kainén. Este cántico es sin igual, no hay otro como él: en él se habla del hombre ya
redimido por Dios hecho carne. En este himno (5:9, 10) se alaba a Cristo porque es digno de
abrir los sellos: ¡Digno es el Cordero! El Cordero es digno por causa de su obra redentora.
Ahora bien, esta obra redentora está descrita por cuatro frases cualitativas:
De esa manera los ancianos y los seres vivientes adoraban al Cordero, y una multitud de
ángeles se les unió en el canto del himno para alabar la dignidad del Cordero. Y toda criatura
("toda cosa creada", V. M., V. H. A.) se unió también en el cántico para tributar la bendición, y
la honra, y la gloria, y el poder, al que está sentado en el trono y al Cordero.
La primera visión que Juan vio se terminó con esta emocionante escena de los santos
triunfantes y de un universo que también adora y ofrece alabanzas y homenaje al Cristo
triunfante. Esta escena fue presentada con el propósito de infundir nuevo valor y nuevas
esperanzas en los corazones de los primeros lectores de los escritos de Juan —los perseguidos
cristianos que vivían en Asia Menor—, y de impartir el mismo entusiasmo a los corazones de
los cristianos de todos los tiempos. Creyendo en el poder de Dios (capítulo 4) y en el redentor
amor de Dios (capítulo 5), no hay enemigo o fuerza maléfica a los cuales los cristianos tengan
que temer: pueden entrar a la lucha y hacer frente a cualquier mal sabiendo que Dios todavía
está en su trono, a nadie se lo ha entregado, que no ha abandonado su cetro, que Dios es más
poderoso que todas las fuerzas que se organicen en contra de su pueblo; y la fe en él hace que
los hombres evalúen apropiadamente la vida, los asuntos de la misma y el resultado de ellos.
CAPITULO 7 – El Cordero Abre los Sellos
(Apocalipsis 6:1–11:19)
La acción principal del libro del Apocalipsis comienza con esta visión; y el resto del
mismo Apocalipsis es, en realidad, una explicación de los sellos del librito del destino. En el
fondo de toda la historia esta Dios en Cristo; y en esta parte podemos observar la mano de
Cristo abriendo el libro sellado que contiene los planes de Dios para con los hombres. El sello
era un signo de propiedad, por lo mismo, solamente un representante oficial podía abrir el sello
que alguna autoridad pusiera. Cristo es aquí el representante oficial de Dios y está capacitado
para abrir los sellos.
El Cordero abrió el primer sello; entonces uno de los cuatro seres vivientes dijo con voz
de trueno: Ven. Este pasaje tiene una pequeña variación en algunos antiguos manuscritos; por
ejemplo: en el Códice Sinaítico hay un doble imperativo: Ven y ve, como si se dirigiera a Juan; y
en el Códice Alejandrino, que está considerado como el texto que tiene la evidencia de ser el
menos alterado, aparece un solo imperativo: Ven, como una señal dirigida al jinete para que
cabalgue a través del escenario. Esto produce una pequeña diferencia que es correcta; y parece
que la segunda versión se adapta más a las circunstancias.
Cuando la voz dice: Ven, un jinete cabalga en un caballo blanco y atraviesa el escenario.
Este es como una pantomima, pues el jinete no dice nada ni hace otra cosa que caminar en el
caballo por el trayecto que tenía que recorrer. El jinete puede ser identificado por la descripción
que se hace de él y por el color del caballo; y en cuanto a la identidad del jinete podemos
considerar dos opiniones que se tienen como las principales. Algunos1 opinan que el jinete del
caballo blanco representa a Cristo, o quizás la causa de Cristo: el progreso del evangelio;
además, que el color del caballo representa la pureza celestial, la corona sugiere la realeza y el
arco representa los medios de que dispone el jinete para abatir a sus enemigos. El jinete pasa en
una ininterrumpida marcha victoriosa, en la que la victoria es concedida por Dios: esto es
indicación de que la marcha progresiva de la causa de Cristo continuará hasta que todos sus
enemigos queden subyugados. Así pues, el victorioso jinete del caballo blanco representa el
progreso triunfal del evangelio. Esta teoría es muy atractiva; pero tiene algunas cosas en su
contra. Según se puede notar, el jinete del caballo blanco contribuye a las mismas finalidades
que los otros; esto no podría ser así si estuvieran opuestos el uno al otro en un conflicto de vital
importancia. Además, esta escena, como la presenta dicha teoría, es absurda por cuanto hace
aparecer a Cristo como el Cordero que, al cerrarse el telón, va rápidamente a cambiarse el
vestuario, se pone el de un soldado persa, y aparece cabalgando en un caballo blanco a través
del escenario.
Parece que la mejor teoría2 es la que está basada en los aspectos históricos del cuadro. Según
esto, el primer jinete representa al militarismo, la conquista, la fuerza armada ansiosa de
subyugar nuevos enemigos; y el color blanco del caballo representa la victoria. Siempre que un
conquistador hacía una marcha triunfal cabalgaba en un caballo blanco. El caballo mencionado
en este pasaje simbolizaba, como también los otros tres del Apocalipsis, una de las fuerzas que
contribuirían al derrumbamiento del Imperio Romano; y los cristianos habían de ver en tal
caballo un símbolo de victoria. El jinete que se veía no era romano, sino un soldado de
caballería de los partos: y los partos eran los enemigos que más temía Roma. Los soldados
romanos no usaban arco: el arco era el arma favorita de los partos. Además, los supremos
gobernantes romanos nunca usaron corona. Cuando los Tarquinos fueron expulsados por el
año 500 a. de J. C., fue sentado un precedente en contra del gobierno monárquico; por lo
mismo, como este era sugerido por la corona, se tenía un odio tradicional en contra de ella;
además, muchos gobernantes habían sido asesinados porque habían anhelado ser reyes. En
contraste con esto, en unas monedas persas que han sido encontradas se ve un jinete con un
arco en su mano y una corona en su cabeza. Esto del jinete en un caballo blanco sirve para hacer
saber a los cristianos que la victoria está por venir; que la poderosa Roma no siempre estará en
pie; que una conquista que viene de afuera será una parte del método que se usará para
destruirla: que Dios tiene en su mano los medios para libertar a su pueblo.
Cuando el Cordero abrió el segundo sello Juan oyó que el segundo animal o ser
viviente decía: Ven; y a su requerimiento, un jinete en un caballo bermejo ("rojo", V. M.;
"rojizo", N. P.) cruzó el escenario. Esto es más espectacular. El jinete no habla ni una palabra:
cabalga, y deja que el color de su caballo lo identifique; su caballo es rojo, y le fue dado poder
de quitar la paz de la tierra, y que los hombres se maten unos a otros. Además le fue dada
una grande espada, que, agregada a todos los otros pormenores, lo identifica como la Guerra.
La guerra ha sido el medio sangriento para realizar las conquistas; así pues, era natural que el
jinete en caballo rojo apareciera después del que iba en caballo blanco.
El Cordero abrió el tercer sello, la tercera "criatura viva" hizo el llamamiento, y un jinete
en un caballo negro apareció silenciosamente en el escenario. Este jinete tenía un peso ("una
balanza", V. M., V. H. A., N. P.) en su mano. En seguida, una voz que procedía de fuera del
escenario, de entre los cuatro seres vivientes, dijo: Dos libras as de trigo por un denario, y sets
libras de cebada por un denario: y no hagas daño al vino ni al aceite. Todo esto identifica al
tercer jinete como el Hambre. En tiempo de guerra el alimento se escasea y tiene que entregarse
o venderse racionado a las familias; por lo mismo los alimentos indispensables para vivir tenían
que ser muy caros. Una medida (en griego: joinix) de trigo era la ración que se usaba como
salario para pagarle a un obrero por un día de trabajo. En tiempo de guerra el trigo costaba doce
veces más que en tiempos normales; al mismo tiempo, el trabajo de un día no valía más que una
octava parte de las veinticuatro medidas ordinarias de cebada en bruto (las cuales en tiempos
normales eran el salario que un hombre ganaba por un día de trabajo). En este pasaje se dice
que los productos alimenticios serían escasos y el hambre acecharía por todas partes; el vino y
el aceite, que eran artículos de lujo y no de primera necesidad en la alimentación, abundarían
para producir mayor exasperación en los hombres cuando vieran la abundancia de estas dos
cosas y observaran que los granos alimenticios eran escasos para alimentar a los hambrientos.3
El hambre siempre viene después de la guerra.
Cuando el Cordero abre el quinto sello el simbolismo cambia. Antes de esto han sido
presentados los instrumentos o medios utilizables para efectuar el juicio, y ya los hemos
considerado. Ahora se presenta ante nuestra vista la causa o razón para demandar que haya un
juicio: Juan vio debajo del altar ("al pie del altar", V. H. A.) las almas de los que habían sido
muertos por la palabra de Dios y por el testimonio que ellos tenían ("del testimonio a que se
habían adherido", N. P.). Estos no pueden ser otros sino los mártires cristianos que habían
muerto por causa de la persecución que Domiciano había ordenado. Juan, el escritor del
Apocalipsis, en este mismo libro nombra a uno de aquellos mártires: Antipas (2:13); y los
historiadores mencionan a otros muchos que murieron por la misma causa. En este pasaje,
simbólicamente, aquellos mártires clamaban en alta voz preguntando hasta cuando serían
vengados. Algunos críticos han dicho que esta actitud no es cristiana, y por lo mismo han
pretendido eliminar del canon del Nuevo Testamento el libro del Apocalipsis: estos críticos
pasan por alto el hecho de que la ira contra el pecado es una parte esencial de la justicia de Dios.
Por otra parte, podemos declarar que lo que se dice en este versículo (6:10) es una
manifestación de que existe la necesidad moral de que haya un juicio. Dios no podría ser un
Dios justo si permitiera que esos pecados e iniquidades permaneciesen sin castigo. La principal
razón para que Dios juzgara al Imperio Romano era que este perseguía al pueblo de Dios. La
única actitud no cristiana que se puede entrever en esto es la impaciencia de los mártires; y tal
actitud que parece ser no cristiana suele apoderarse de casi todos los seres humanos. Los santos
mártires sabían que el juicio vendría; pero no entendían por que Dios se tardaba tanto en
realizarlo.
A cada uno de aquellos mártires le fue dada una vestidura talar blanca (V. H. A., N. P.),
la cual es símbolo de su pureza y de la victoria que ganarían; y se les dijo que fueran pacientes.
Ese tiempo no era el conveniente para que Dios consumara su retribución, pues en las iglesias
había aún otros cristianos que tendrían que sufrir; pero, al fin, seguramente obtendrían la
victoria. Por lo tanto, aquellos mártires debían saber que el juicio estaba en proceso de
organización.
Cuando el Cordero abrió el sexto sello, Juan vio un gran terremoto con todas sus
terribilidades concomitantes: el sol se obscureció, la luna se puso roja como sangre, las estrellas
cayeron como los higos caen cuando la higuera es sacudida por un viento fuerte, los cielos se
arrollaron como si hubieran sido un libro o rollo de papiro, y las montanas y las islas
desaparecieron; las gentes de todas las condiciones y clases sociales se escondieron en las
cuevas y pedían a los montes y a las peñas que cayeran sobre ellas y las escondieran de la ira
del que estaba sentado en el trono y de la ira del Cordero, porque, decían, el gran día de su ira
es venido; ¿y quién podrá estar firme? ("ha llegado el día grande de la ira de ellos; y “¿quién
puede sostenerse en pie?", V. H. A.). Era preferible tener una rápida agonía y una muerte
violenta por aplastamiento, y no tener que estar frente a Dios cuando estuviera airado.
Hay dos opiniones en cuanto a lo simbolizado por esto. Unos opinantes3 sostienen que
esto no representa el juicio final, sino únicamente un juicio temporal manifestado en los castigos
que se infligen mediante las calamidades naturales; y dicen que el terremoto es un caso
representativo de las calamidades naturales, pues como tales sacudimientos terrestres eran
frecuentes en Asia Menor, los cristianos de esta región podrían entender lo que se quería decir
con este mensaje apocalíptico. Una combinación de terremotos y erupciones volcánicas había
destruido a las ciudades de Herculano y Pompeya el año 79 d. de J. C., y Sardis y Filadelfia
una vez fueron destruidas casi completamente por otro terremoto. Esas calamidades naturales
ilustraban de una manera muy gráfica el castigo procedente de la ira divina y también ilustraban
muy gráficamente el juicio de Dios sobre los opresores de su pueblo.
Quienes opinan que en este pasaje se trata de un juicio temporal, para sostener su
opinión se refieren al hecho evidente de que en el Apocalipsis no se alude al juicio final sino
hasta 20:11-15. Estas personas se niegan a admitir que lo que está dicho en 6:12-17 se refiere al
juicio final, porque:
1. Al opinar que se trata de un juicio temporal no tienen en cuenta el uso que los
escritores del Antiguo Testamento hicieron de esta idea referente al juicio; pues
en Joel 2:10, Jeremías 4:23, 24, 28 e Isaías 13:9, 10 tal idea del juicio, expresada
por medio de calamidades naturales, fue usada en relación con asuntos
nacionales y temporales. Pero no debemos olvidar, como parece que lo olvidan
estos señores, que una de las principales características del Apocalipsis es el uso
del lenguaje del Antiguo Testamento con el significado que se le da en el Nuevo
Testamento. Este hecho debilita la opinión que estamos considerando.
2. Quienes opinan que aquí se trata del juicio final pasan por alto el hecho de
que esto es una visión y que está presentada en un símbolo, y admiten que esto
se realizará literalmente. Esto es una verdad a medias. Los futuristas son
culpables de esto; pero hay otros comentaristas que sostienen que esto simboliza
el juicio final, y, sin embargo, no le dan una interpretación literal.
3. Los que opinan que el pasaje que estamos discutiendo se refiere al juicio final,
ponen a éste en un lugar que no es el que le corresponde en el plan general de
las cosas que trata el Apocalipsis. Esto es cierto si la teoría de la recapitulación
es errónea. Pero si estas visiones son representaciones de las cosas que van a
suceder, siendo cada visión completa en sí misma aunque vaya creciendo en
intensidad, entonces quienes opinan que estos versículos se refieren al juicio
final, han colocado a éste en el lugar que le corresponde.
Otros opinantes6 sostienen que lo que se dice en este pasaje (6:12-17) es simbólico del
juicio final. Se adhieren a la susodicha teoría de la recapitulación, y esto es la secuencia natural.
Estos intérpretes no se adhieren a la idea de que estas cosas tendrán un cumplimiento literal.
Los acontecimientos representados en este pasaje eran asuntos tomados de las cosas que los
cristianos de esos tiempos conocían muy bien, y servían para mostrar que finalmente serían
derrotados los enemigos de la causa cristiana. Los proponentes de esta teoría aluden a la
declaración: Porque el gran día de su ira es venido; ¿y quién podrá estar firme?, como una
indicación de que se refiere al último juicio. Pieters7 y Charles8 responden a esa pregunta con
lo que parece que es una declaración verdadera: que esa pregunta expresaba el estado de
conciencia de los pecadores consternados por el terror, y no el estado de la conciencia de Juan.
Los pecadores pensaban que se refería al fin de las cosas; pero Juan no dio ninguna
interpretación.
Cada uno de los grupos de opinantes tiene tan buenos argumentos en este asunto, que
es difícil aceptar lo que dicen unos y rechazar lo que dicen otros. Yo estoy de acuerdo con
quienes opinan que cada una de estas visiones es completa en sí misma y abarca el campo de
acción que debe abarcar. Por lo tanto debería yo adherirme a la opinión de que esto se refiere al
juicio final y también debería yo proceder en conformidad con ella. Pero me siento fuertemente
impulsado a no proceder así, porque hay una poderosa sospecha de que esto no representa el
juicio final, sino calamidades naturales usadas como instrumentos de juicio en los asuntos
temporales de los hombres. Puede ser que Moffatt9 tenga una manera de salir de esta variedad
de opiniones al sugerir que esto simboliza el principio del juicio final; pero el caso es que Juan
introduce un entreacto o intermedio que pospone el juicio final y hace que esto dé por
anticipado a los habitantes del Asia Menor una prueba de que la destrucción de sus enemigos se
realizará. Como quiera que eso sea, esta parte del espectáculo simboliza el poder destructivo de
Dios contra quienes rechazan a Dios y rechazan su plan de salvación; pues cuando estas fuerzas
—la conquista, la guerra, el hambre la peste, las calamidades naturales— se enfurecen: ¿Quién
podrá estar firme? Esta pregunta se contesta en el capítulo 7.
Aquí, como en otras secciones del Apocalipsis, la última subdivisión de la visión sirve
para efectuar una transición: prepara el camino para lo que va a presentarse en la siguiente
visión. La sección que sirve para efectuar la transición se divide en dos partes: el silencio en el
cielo (vv. 1 y 2), y el incienso de la victoria (vv. 3-5).
El silencio en el cielo (8:1, 2) ha sido interpretado desde dos puntos de vista. Según
uno, la media hora de silencio es símbolo del juicio diferido: 27 el juicio se ha demorado; pero
vendrá en el tiempo que Dios ha escogido. Esta idea del juicio diferido fue sugerida por la
detención de los vientos (7:1-3), y puede tener algún significado en esta parte de nuestro
estudio. Según el segundo punto de vista, ese silencio en el cielo se produjo para obtener un
efecto dramático.28 Juan ya se ha dado cuenta de los instrumentos o medios para realizar el
juicio, de las razones o demandas para que haya un juicio, de las terribilidades por las cuales
sufrirán los malvados al aproximarse el juicio, y de la protección que hay para el pueblo de
Dios durante el juicio. Y, ¿qué sigue? Hasta las huestes celestiales están en silencio, esperando
con ansiedad para ver lo que ocurrirá; y lo que ven, como Juan, son siete ángeles que tienen,
cada uno, una trompeta en su mano. El sello, como fue usado en la última visión según
observamos, servía para esconder unas cosas; y las trompetas —que se usaban para reunir
ejércitos y para dar órdenes de efectuar cargas— servían para anunciar cosas. ¿Qué van a
anunciar? Esto es lo que se preguntaban los ejércitos celestiales mientras esperaban en
silenciosa expectación. Este es un aspecto dramático sin ningún significado profético o doctrinal
en sí mismo; es un momento de trémula incertidumbre, de silencio reverente, de esperanza y de
oración, un momento en que los ejércitos celestiales —en silencio y como sin aliento— esperan
que el espectáculo continúe. No es completamente improbable que ambas ideas estén
simbolizadas aquí: la expectación dramática, mientras el juicio está siendo diferido.
El incienso de la victoria (8:3-5) puede ser explicado más fácilmente: un ángel llego al
altar llevando un incensario y le fue dado mucho incienso para que lo añadiese a las oraciones
de todos los santos; en seguida llenó el incensario con fuego, el cual formó una mixtura de
incienso y de oraciones, y lo arrojó a la tierra. De esa manera fue esparcido el incienso de la
victoria sobre los carbones encendidos de la intercesión cristiana. Como resultado de esto se ve
a la tierra en tumultos o disturbios sujeta a la severidad del juicio divino. De lo que sigue a
través del resto del libro se infiere que lo que aquí se simboliza es el hecho de que el Cristo
conquistador vendrá a visitar o inspeccionar la retribución que Dios ha dado a los opresores de
su pueblo. Lo que hace que esto se realice es la combinación de las oraciones de todos los
santos. Los truenos, los relámpagos y los terremotos que hubo después de que fueron ofrecidas
esas oraciones, eran presagios de que habría una destrucción. Toda la escena que se presenta en
los versículos 3 al 5 es un preludio de lo que en seguida van a tocar las siete trompetas.
El propósito práctico que Juan tiene según este pasaje, fácilmente puede ser examinado.
El simbolismo de esta visión puede ser visualizado más pronto que en muchas de las otras
visiones; por lo mismo hay una tendencia a concentrar la atención en los pormenores pictóricos.
Los resultados de tal consideración han sido frecuentemente desafortunados. Por ejemplo: las
plagas han sido objeto de un minucioso escrutinio como si Juan estuviera dando un tratado
científico referente a las últimas cosas que han de suceder. Algunos comentadores han dicho
que han encontrado incompatibilidades y contradicciones; y se refieren a 8:7 donde Juan declara
que toda la hierba verde se quemó, y a 9:4 donde se dice que se ordenó a las langostas que no
dañaran ninguna cosa verde, ni a ningún árbol. Tales comentaristas no se dan cuenta de que en
8:7 Juan dice que toda la hierba verde que había en la tercera parte de la tierra fue destruida por
el fuego y el granizo. Juan no se preocupó por estos detalles, sino únicamente por los que
agregaban al cuadro general que estaba presentando; lo que él deseaba presentar a los cristianos
era el significado completo del cuadro.
La revelación que Juan imparte fue ocasionada por la severa opresión que sufrían los
cristianos, desencadenada contra ellos por el pagano poder mundial de ese tiempo: Roma. Por
consiguiente esperamos que tal revelación anuncie la destrucción de ese poder hostil y el triunfo
de los cristianos; y teniendo en cuenta esto fue interpretada la visión introductoria en que
apareció el ángel con el incienso (8:3-5), El pensamiento fundamental de esto es que Dios
escucha los fervientes ruegos de su afligido y esforzado pueblo, y hace que su divino juicio
prosiga en contra de los enemigos de dicho pueblo. De aquí que en "la visión de la trompeta"
solamente esas cosas puedan ser convenientes, puesto que son salutíferas para los cristianos y
destructivas del gran poder que oprimía al mundo de aquellos días. Esto es lo que naturalmente
se espera y se encuentra cuando esto de las trompetas se interpreta desde el punto de vista
histórico. Los sonidos de las trompetas son avisos de que el juicio vendrá; son llamamientos
para que los inicuos se arrepientan. Por lo mismo, cuando suenen las trompetas los ejércitos de
la venganza comenzarán a caer sobre Roma.
Se presenta a las cuatro primeras trompetas produciendo calamidades en la naturaleza29
o una destrucción parcial del mundo;30 y representan las calamidades que la naturaleza en su
cuádruple aspecto sufrirá —según la gente de aquella época, la naturaleza se dividía en: tierra,
mar, aguas dulces, y cuerpos celestes. Una parte de este simbolismo es muy parecida a unas de
las plagas de Egipto, y otra parte es muy parecida a unos acontecimientos históricos del tiempo
de Juan. Esto no debe considerarse como una predicción de que los acontecimientos
mencionados en este pasaje ocurrirán literalmente, y que por ellos quedará destruida la tercera
parte de todas las cosas. Eso es simplemente una ilustración para advertir que los juicios de
Dios son dirigidos contra los inicuos.31 Esto no es el juicio final, pues solamente una tercera
parte de cada cosa fue tocada y destruida; es un juicio parcial para amonestar a los impíos. Se
tenía la costumbre de usar la frase "una tercera parte" como una expresión convencional que
significaba "una parte grande." Estas tribulaciones terribles no habían de ser universales; en
caso de que hubieran tenido que ser universales, nadie habría quedado a salvo; y por lo mismo
esas calamidades eran enviadas con el propósito de que quienes escapasen de ellas recibieran
amonestaciones de naturaleza tan eficaz que no les quedara ni la más pequeña excusa para no
arrepentirse. Así no se descuidaría ninguna oportunidad que indujera a los hombres a
arrepentirse. Véase otra vez Apocalipsis 9:20, 21.
1. El toque de la primera trompeta produjo calamidades en la tierra (3:7). Se observa
que una terrífica tormenta de azufre en llamas mezclado con granizo y sangre desciende de los
cielos; y como resultado de esto una tercera parte de la tierra fue abrasada y arrasada, pues los
bosques se incendiaron.
2. El toque de la segunda trompeta fue seguido por una erupción volcánica que
arrojó un ardiente y grande monte en la mar; y murió la tercera parte de los peces, y la tercera
parte de los barcos fueron destruidos en la mar.
3. El toque de la tercera trompeta fue seguido por la caída de una grande estrella, que
ardía como una antorcha, sobre la tercera parte de las aguas dulces: los ríos y los manantiales.
Esto hizo que la tercera parte de las aguas se tornase amarga como un veneno, de tal manera que
murió mucha gente por haberlas bebido.
4. Cuando la cuarta trompeta sonó, una tercera parte del sol, de la luna y de las
estrellas se entenebreció, y por lo mismo una tercera parte del día se obscureció como la noche,
y la tercera parte de la noche fue aun más tenebrosa.
Todas estas escenas eran representaciones de calamidades naturales que serían usadas
como agentes destructores de Roma: el enemigo del pueblo cristiano. Unas de las cosas
principales que llevó al Imperio Romano al desastre fue una serie de calamidades naturales:
terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, etc.; muchas de estas cosas habían acontecido
en el tiempo en que vivieron Juan y sus lectores, por lo cual ellos podían recordarlas fácilmente;
y Dios usó muchos de estos fenómenos externos para revelar a sus enemigos que él tenía esos
medios o instrumentos de destrucción. Pocos años antes de que fuera escrito el Apocalipsis, el
Vesubio hizo erupción (el mes de agosto del año 79 d. de J. C.) y derramó un diluvio de
materias incandescentes que inundaron a las ciudades de Herculano y Pompeya y a muchas
pequeñas aldeas, lo cual es recordado con horror por todos los habitantes de esa región. Plinio
el joven, en un escrito que le envió a Tácito le platicó los horrores de aquella catástrofe en la
cual murió su tío el eminente naturalista Plinio; las cenizas que brotaban de aquella montaña en
combustión caían en el mar, en los barcos que estaban muy lejos, y hasta en las distantes playas
de Siria y Egipto. Plinio el joven relata que primero hubo un terremoto, después una erupción
que arrojó una avalancha de fuego la cual rodó por los lados de la montaña hasta llegar al mar;
muchas personas que lograron escapar de las corrientes de lava fueron sofocadas por los gases
sulfurosos que llegaban muy lejos; y el cielo estaba tan obscuro que Plinio dijo: "En todas
partes era de día; pero allí era una noche más negra y más densa que todas las noches."
En otra ocasión, cuando el volcán de la isla Santorín hizo erupción, este parecía una
montana ardiendo; y los fugitivos hablaban de cómo los fragmentos de rocas encendidas
destruían la vegetación, cómo los vapores sulfurosos mataban a los peces que estaban en la
mar, y cómo las aguas se tornaron rojas como la sangre. Tales cosas todavía estaban en la
memoria de los lectores de Juan; y sin duda Dios les comunicaba su revelación por medio de
cosas que ellos entendían, y les decía: "Yo tengo los medios para destruir a tus enemigos." Y
usando tales cosas Dios amonestaba a esos enemigos para que se arrepintiesen y abandonaran
todas sus iniquidades.
El plan del escritor consiste en dividir cada una de las tres series de símbolos (sellos,
trompetas, copas) en cuatro, dos, y una partes, haciendo que esta una actúe como medio de
transición. Puede notarse que las primeras cuatro trompetas anunciaron que vendrían unas
calamidades sobre la naturaleza; y las dos siguientes anunciaron unas calamidades sobre los
seres humanos. Juan vio y oyó "un águila" (V. M., V. H. A., N. P.), un ave de rapiña, y ésta,
cuando volaba, decía a gran voz que las otras trompetas anunciarían la venida de unas
calamidades sobre los habitantes de la tierra. Las cuatro trompetas acabadas de mencionar
habían producido destrucción en la naturaleza, pero "lo peor todavía estaba por venir." Según la
superstición común y corriente en aquel tiempo, el águila era un ave de mal agüero y presagiaba
calamidades que ocurrirían con toda seguridad. Este anuncio produjo un efecto dramático en los
lectores del Apocalipsis cuando, después de pasada la conflagración, vieron delante de sí los
despojos carbonizados.
5. El toque de la quinta trompeta hizo que viniera el azote de la plaga de las
langostas (9:1-12). Apareció una estrella grande, personificada, que cayó; su caída hizo que se
viera un abismo abierto. Primero, de él salió una nube grande de humo que obscureció al sol;
después, el humo dejo que gradualmente aparecieran las langostas, o, mejor dicho, lo que
parecía humo se volvió langostas. Las langostas con frecuencia se volvían una peste o
calamidad en aquellos días; pero las langostas de que se habla aquí no eran como las langostas
comunes; eran excepcionales. En seguida tenemos una breve y dramática descripción de ellas:
en la cola tenían un aguijón, como los escorpiones; estaban acorazadas, como los caballos que
iban a la guerra; tenían rostro de hombre, cabellos de mujer, dientes de león; y el estruendo que
al volar producían sus alas era como el ruido de los carros tirados por muchos caballos que son
lanzados a la batalla. A dichas langostas se les dio la orden de no dañar la vegetación verde, la
cual comúnmente es su alimento; pero se les permitió pasar cinco meses —tiempo que más o
menos duraba la plaga de langostas— atormentando a los hombres hasta que prefirieran morir
en lugar de seguir viviendo. Además, a esas langostas se les permitió perjudicar únicamente a
los enemigos de la causa de Dios; pero no se les permitió dañar a ninguno de los que estaban
marcados con el sello de Dios. Esas langostas tenían un rey con un nombre muy adecuado:
"Destrucción", en hebraico es Abaddon, y en griego, Apollyon. Debe recordarse que se está
hablando en lenguaje simbólico; también que esto es como una representación escénica, y que
se usan los pormenores para hacer más impresionante el espectáculo. Una persona que está
como espectador no se interesa tanto en los pormenores de la representación hasta llegar a
perder la noción de lo que está representando el actor. Por otra parte, se han hecho muchos
esfuerzos para determinar el exacto significado de cada uno de los pormenores de esta
representación apocalíptica: tales esfuerzos han sido infructuosos. ¿Qué se simboliza con esas
langostas que brotan del interior de la tierra y que están gobernadas por un rey que se llama
"Destrucción", nombre que frecuentemente aparece relacionado con el diablo? Algunos eruditos
ponen a las langostas en paralelo con los jinetes que se mencionan en el párrafo siguiente; pero
la diferencia que existe entre los dos restantes ayees o calamidades anunciadas en 8:13 impiden
que se establezca tal paralelismo. Algunos eruditos piensan que esto de las langostas no tiene
importancia y lo pasan por alto sin interpretarlo. Parece que la mejor interpretación desde el
punto de vista histórico es la que dan Hengstenberg32 y Dana33. Los intérpretes acabados de
mencionar opinan que esta visión es un símbolo de los espíritus diabólicos que penetraron en la
tierra (Hengstenberg), o las fuerzas de la destrucción que Dios tiene en su mano para castigar a
la insolente Roma que desafiaba a la justicia divina (Dana). Esto de las langostas simboliza la
podredumbre infernal o sea la decadencia interna que había en el Imperio Romano. Algo de lo
que produjo la caída de Roma fue una serie de corrompidos gobernantes y directores del
pueblo. En esta visión se representa ese espíritu de podredumbre infernal como si brotara del
interior del imperio (esparciéndose sobre la tierra) para producir su destrucción. Esa condición
arruinó a Roma; pero en realidad no perjudicó pueblo de Dios, a los cristianos perseguidos,
porque no eran parte de la depravada Roma. Así pues, por medio de esta visión, Dios alude a
los dos instrumentos que puede usar para derribar a los opresores de su pueblo: las calamidades
naturales, y la decadencia interna. Un tercer instrumento se menciona en la siguiente visión.
6. El toque de la sexta trompeta trae sobre los hombres el segundo "¡Ay!" o calamidad
(9:13-21). El sexto ángel sonó su trompeta, y entonces una voz que procedió de entre los
cuernos del altar le dijo que desatará a los cuatro ángeles que estaban atados junto al gran río
Éufrates. Entonces estos cuatro ángeles fueron puestos en libertad y dirigieron un gran ejército
de caballería resuelto a destruir, para lo cual estaba especialmente preparado. El simbolismo de
esta visión está lleno de pormenores dramáticos. El ejército de caballería tenía 200.000,000 de
jinetes ("doscientos mil millares", V. H. A., "dos decenas de millar de decenas de millar", N.P.),
o sea dos veces el diez mil multiplicado por diez mil: cantidad que denota un gran ejercito, un
número completo. Con esta cantidad de soldados de caballería en una formación bien
organizada se tendría esto: ¡un ejército de caballería de poco más de ciento cincuenta y siete
kilómetros de longitud por casi dos kilómetros de anchura! Los jinetes tenían corazas de fuego;
los caballos tenían cabeza de león, y de sus bocas salían fuego, humo y azufre, y en lugar de
que sus colas fueran normales eran como serpientes y podían morder y dañar a los hombres:
una tercera parte del género humano fue muerta por esta caballería.
Además, todos estos pormenores se agregan con el propósito de hacer más dramática la
visión, aunque tales pormenores no tienen en sí mismos ningún significado profético o
doctrinal. Todo este cuadro representa las caballerías de los partos34 procedentes del territorio
del rio Éufrates. La gente de esta región era el enemigo que más temía Roma y era una constante
amenaza en su frontera oriental; y, como se ha dicho antes, Roma nunca conquistó
completamente a los partos. La descripción que se hace en este pasaje es tal que podía
aterrorizar a cualquier enemigo del pueblo de Dios. ¿Podemos imaginar un caballo con cabeza
de león, arrojando por su boca humo, fuego, y azufre que arde y produce llamas, y teniendo
serpientes mortíferas en lugar de cola? Ahora bien, teniendo en cuenta a uno de estos
monstruos horripilantes, imaginemos a 200,000,000 de ellos y tendremos una idea del ejército
que marcharía contra Roma. En el pasaje que estamos estudiando se presenta todo este cuadro
para simbolizar la invasión extranjera que Dios utilizaría para castigar a los opresores de su
pueblo.
Con esto quedan completos los tres instrumentos. Como si fuera un hilo que atraviesa
todo el libro de Gibbon, "Decadencia y ruina del Imperio Romano", aparece la verdad de que
tres grandes instrumentos se combinaron para desbaratar al Imperio Romano, y en parte
obraron en los tiempos de Juan. Los tres instrumentos fueron: las calamidades naturales, la
corrupción interna, y la invasión extranjera. En el libro del Apocalipsis se puede notar que estas
tres cosas son los símbolos de los instrumentos ya preparados para ser usados por Dios en
defensa de su pueblo. Las calamidades naturales (inundaciones, terremotos, erupciones
volcánicas, etc.), la corrupción interna (una larga sucesión de gobernantes corrompidos), y las
invasiones extranjeras (por los enemigos antiguos y por los recientes) estaban combinadas para
destruir lo que parecía indestructible.
Los versículos 20 y 21 (del capítulo 9 que estamos considerando) indican que los
juicios acabados de mencionar eran juicios arrojados contra el poder mundial y no contra los
cristianos. Los cristianos sufrirían por estar dentro del territorio donde se manifestarían esos
juicios, pero no sufrirían como enjuiciados. Tales sufrimientos serían una parte de la prueba por
la cual tendrían que pasar, durante su peregrinación en la tierra, al estar mezclados con la gente
del mundo; pero tal prueba no sería juicio para los cristianos. La visión fue presentada como un
medio con el cual se infundía a los cristianos la seguridad de que serían ayudados a darse
cuenta de que Roma nunca derrotaría al cristianismo. Aquellos juicios iban a ser enviados como
medidas punitivas contra los malvados opresores y como una invitación para que se
arrepintieran; y podemos darnos cuenta de que esto fue así, al observar que en estos versículos
se hace notar que el resto de los hombres, los que no fueron perjudicados por las plagas, no se
arrepintieron de las obras de sus manos: de la idolatría, de los homicidios, de las hechicerías,
de los hurtos, de las fornicaciones. Después del séxtuple juicio todavía continuaban en sus
malos caminos:
Nada haría que se arrepintieran; y nada se les dejó: excepto los juicios de Dios que eran más
severos que los anteriores.
Intermedio: Anuncios de retribución, 10:1–11:13
Al llegar a esta parte, el progreso normal de los juicios anunciados por la trompeta
queda interrumpido, y queda interrumpido precisamente de la misma manera en que lo fue entre
los sellos sexto y séptimo; por dos visiones consolatorias. La primera está descrita en el
capítulo 10, y la segunda en 11:1-13. Al llegar al versículo 14 de este mismo capítulo 11 se
reanuda la serie de las trompetas y se llega hasta el fin del capítulo. Este es el más largo de los
intermedios colocados regularmente entre el sexto y el séptimo símbolos de una serie; y
contiene el anuncio de una pronta retribución presentada en cuatro partes.
Lo que se dice en cuanto al ángel y los siete truenos (10: 1-7) abarca la primera parte
del intermedio. Juan vio que un ángel fuerte descendía del cielo, radiantemente vestido. Ese
ángel es un mensajero de divina vindicación. Parece que no hay mucho fundamento para
sostener la opinión de Richardson35 en el sentido de que este ángel es Cristo mismo; pues en
otras partes de la Escritura se habla de los ángeles como mensajeros, y parece que aquí se hace
lo mismo. Este ángel tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar y el
izquierdo sobre la tierra para indicar que su mensaje es para todo el mundo; además clamó con
grande voz, como cuando un león ruge, pues sin duda ese clamor o grito era lanzado para atraer
la atención a lo que iba a decir. Antes de que el ángel dijera lo que tenía que decir, los siete
truenos hablaron sus voces ("las voces de los siete truenos hablaron", N. P.). El trueno es uno
de los símbolos de la amonestación; y en todos los demás pasajes donde se mencionan los
truenos (8:5; 11:19; 16:18), estos son una advertencia de que los juicios de la ira divina
vendrán: probablemente esto es lo que significan estos siete truenos. Además de los siete sellos,
las siete trompetas, y las siete copas, se tuvo la amonestación de los siete truenos. A Juan se le
había dicho que escribiera lo que viese y oyese; y en obediencia a ese mandato comenzó a
escribir las cosas que decían los siete truenos; pero una voz procedente del cielo lo detuvo y le
dijo que sellara las cosas que los siete sellos habían pronunciado. La razón para proceder de esa
manera se da en los pocos siguientes versículos, y es ésta: ya no se harían más amonestaciones.
El ángel, que había sido interrumpido por los siete truenos, levantó entonces su mano y
pronunció su último veredicto: el tiempo no será más ("ya no habrá más tiempo" o "plazo", V.
H. A.; "ya no se daría más tiempo", N. P.), ya no habrá más dilación; en seguida el ángel reveló
el hecho de que al sonar la ultima trompeta el misterio de Dios llegaría a su fin. La
amonestación dada por la sexta trompeta había sido suficiente; pero como los hombres no se
habían arrepentido, entonces vendría la retribución sin más dilación. Por esta razón a Juan no se
le permitió escribir las amonestaciones que pronunciaron las siete trompetas. Así pues, ya no
habría más amonestaciones, y no habría más dilación.
El librito en la mano del ángel (10:8-11) es la segunda parte importante de este
intermedio. En este pasaje se dice que la voz que procedía del cielo habló de nuevo desde allí y
ordenó a Juan que fuera hasta el ángel y tomara el librito que este ángel tenía en la mano. Juan
recibió el librito que le dio el ángel, y este le dijo que lo comiera, y también le dijo que sería
amargo para su vientre y dulce para su boca. Después de que Juan comió el librito reconoció
que el ángel le había dicho la verdad. En seguida a Juan le fue ofrecida la comisión de profetizar
otra vez a muchos pueblos y gentes y lenguas y reyes.
Ha habido muchas controversias acaloradas en cuanto al contenido del libro. Algunos
comentaristas opinan que tenía la visión que se narra en el capítulo 11; otros suponen que
contenía una segunda revelación, y que ésta comienza en el capítulo 12 y termina hasta el fin del
Apocalipsis; en cambio, otros sostienen que su único contenido era la comisión de predicar los
juicios divinos que vendrían sobre quienes habían rechazado a Dios. Todas estas opiniones
tienen unas evidencias en su favor y otras en su contra. Por un cuidadoso estudio de todo el
contexto puede inferirse que el contenido del libro se refiere a asuntos que producen
calamidades y tristezas: esto es verdad en cuanto a Ezequiel 2:8 y siguientes: cuando Ezequiel
hubo comido el libro se le requirió que pronunciara lamentos y anunciara calamidades sobre el
antiguo Israel. Algo semejante puede decirse en cuanto a este librito, cualquiera que haya sido
su contenido: era un mensaje que produciría tristeza a Juan cuando lo pronunciara. Por lo tanto,
parece que era más bien un mensaje general: los hombres impíos sufrirían calamidades
procedentes de los juicios de Dios por haberlo rechazado, los cristianos sufrirían calamidades
procedentes de sus enemigos, la iglesia sufriría calamidades por no estar en connivencia con el
gran poder mundial llamado Roma, Roma sufriría calamidades y la destrucción. Quizás el
contenido de ese librito era una combinación de todas estas cosas, puesto que Juan tenía que
profetizar a muchos pueblos y gentes y lenguas y reyes.
En lo general los eruditos están de acuerdo en cuanto a lo que significa el hecho de que
Juan comiera el librito: dicen que simboliza que Juan conocía muy bien el mensaje que contenía;
pues Juan había tenido que asimilarlo, que hacerlo parte de sí mismo. En su boca el librito sería
dulce: esto sin duda simboliza la dulcedumbre y el gozo que experimentaría Juan al recibir la
revelación de Dios y el deleite que le produciría el hecho de que se le confiara el mensaje y se le
hiciera responsable de él. Todo predicador conoce este gozo; todo predicador que tiene en su
corazón sentimientos delicados y normales conoce, también, la amargura que le produce el
hecho de predicar el mensaje de Dios condenando a los hombres que permanecen en sus
pecados. Aunque Juan sabía todo lo que los impíos tenían que ser castigados por la ira de Dios,
el solo pensamiento de que tendría que predicar ese mensaje le produjo amargura y tristeza. El
hecho de pensar en las terribles consecuencias de la ira de Dios descargada sobre los impíos es
en gran manera penoso, aunque uno esté bien convencido de que ese juicio es muy necesario.
La tercera parte de este intermedio es el acto simbólico de medir el templo (11:1, 2). Se
le entregó a Juan una vara de medir y se le dijo que midiera el templo, el altar, y a los
adoradores; el patio que está fuera del templo, o atrio exterior, no había de ser medido porque
sería entregado a los gentiles, y la santa ciudad sería hollada durante cuarenta y dos meses.
Esto no quiere decir que el Templo de Jerusalén existía aún, ni que tendrá que ser
reedificado antes del fin del mundo y de la segunda venida del Señor Jesús. Esta manera de
expresarse, como en cualquiera otra parte del Apocalipsis, es únicamente simbólica. El Templo
tenía que ser medido para ser objeto de un cuidado y de una preservación especiales.36 El
significado de este símbolo es que el verdadero Israel espiritual tendría que ser protegido y
preservado por Dios en las tribulaciones que estaban por venir: esto es una visión en que se
predice que los que son fieles a Dios serán consolados, en contraste con la condenación que
amenaza a sus opresores. La mayor parte del mundo gentil dominado por la perseguidora Roma
sufriría: esto quedó simbolizado por el hecho de que el patio de los gentiles no fue medido y
por lo mismo quedaba sin protección. Fue dicho que este periodo de sufrimiento duraría
cuarenta y dos meses: en números redondos eran tres años y medio. Tres y medio es un
número que se usaba para expresar una cantidad indefinida de alguna cosa: aquí se usa para
simbolizar incertidumbre, intranquilidad, inquietud, tumulto, alboroto, lo que está en el
momento o punto decisivo en que se tiene que ir hacia lo bueno o hacia lo malo. Así también
aquí se simboliza la protección de Dios sobre los suyos durante un tiempo indefinido de
alboroto y dificultades, mientras el destino de la gente en general está en las manos de la impía
Roma; sin embargo, esto no ha de permanecer siempre así, pues llegará un momento decisivo,
y Dios hará que sus planes se realicen.
La cuarta parte del intermedio trata de los dos testigos (11:3-13), cuya identidad ha sido
interpretada de varias maneras. Larkin, 37 como representante ante de los futuristas, los
interpreta literalmente: dice que han de ser unos hombres que presenciarán el fin del mundo,
que tendrán un poder sobrenatural y la protección divina por un poco de tiempo, que serán
muertos por los representantes del Anticristo reinante, y que después de tres días y medio
resucitarán; además, los identifica con Moisés y Elías. Larkin dice que, de acuerdo con
Malaquías 4:5 y 6, Elías sería un precursor del grande y terrible día del Señor. Esta profecía no
se cumplió en Juan el Bautista, dice Larkin, porque Juan únicamente anunció la primera venida
del Señor y los juicios; pero dicho comentarista no hace caso de que el Señor Jesús dijo que
Juan era Elías (Mateo 11:1-14; 17:11-13); y dice el citado comentarista que el Señor Jesús
quería enseñar que Juan sería Elías en caso de que el mundo recibiera el reino; pero que, como
el mundo rechazó al Señor Jesús y al reino, entonces Juan no era Elías. Estas declaraciones de
Larkin no merecen ser consideradas como serias. El principal problema es el siguiente: ¿Cuál
consuelo recibirían los cristianos perseguidos en el tiempo de Juan con saber que varios miles
de años después de su tiempo ocurrirían tales acontecimientos como los que antes han sido
descritos? Ningún consuelo hubieran recibido; y todo lo que se les dijera en el Apocalipsis sería
sin sentido y no les produciría ninguna tranquilidad ni esperanza.
Carroll, 38 que representa a quienes son partidarios de la interpretación histórico-
continua, dice que esta visión se refiere a la apostasía de la iglesia durante la época del
obscurantismo: desde el tercer siglo hasta la Reforma. Carroll sigue el método de interpretación
según el cual cada día representa un año, por lo que los 1.260 días de los tres años y medio
representan 1.260 años, abarcando así más o menos desde el fin del tercer siglo hasta los
tiempos cercanos a la Reforma. Los dos testigos, según esta manera de opinar, son la verdadera
iglesia y el predicador que nunca dejaron de dar testimonio ni en la mencionada época del
obscurantismo. El mismo problema se presenta si se usa el método de la interpretación literal: si
lo que se dice en el Apocalipsis fuera literal, ¿cuál consuelo recibirían los cristianos del tiempo
de Juan? Ellos necesitaban algo que los ayudara precisamente en esos días; ellos no sabían
nada, y menos les importaba saber acerca de la Iglesia Católica Romana en el occidente ni de la
apostata Iglesia Católica Griega en el oriente. Aquellos cristianos sabían de una iglesia
perseguida y maltratada en esos mismos días en que ellos estaban viviendo, y necesitaban algo
que les infundiera la seguridad de que recibirían fuerza y protección divinas. Ninguna de las
interpretaciones acabadas de mencionar satisface estas necesidades.
El criterio que nos debe regir en todo intento que hagamos para descubrir el mensaje de
Juan debe ser: ¿Cuál significado tenía este mensaje para los cristianos del tiempo de Juan? Juan
escribía en un tiempo en que los cristianos sufrían las más penosas y grandes necesidades, y
dicho mensaje debía tener el propósito de satisfacer esas necesidades. Así pues, el pasaje que
estamos considerando debe ser tratado desde este punto de vista. Cuando esta visión se coloca
en el lugar que le corresponde en el Apocalipsis, se descubre que es una parte de un intermedio
que va entre el sexto y el séptimo símbolos de una serie. El intermedio está formado por cuatro
partes; las otras tres partes son evidentemente imágenes apocalípticas. Esto, también, debe ser
considerado como un símbolo más bien que como una predicción literal; y, ¿qué simboliza?
El número "2" era un símbolo oriental que expresaba la idea de la fuerza; por ejemplo:
dos hombres son más fuertes que un hombre. Y, en el caso que venimos tratando, según
parece, los dos testigos simbolizan un testimonio o declaración de gran poder.39 Parece que en
todo esto Dios está diciendo: "Tened la seguridad de que aunque el mundo en que vivís esté
dominado por hombres malvados, vosotros seréis protegidos y el evangelio será predicado: los
testigos cristianos serán sostenidos," Cada palabra que se usa para describir a los dos testigos y
su trabajo muestra que Juan, al escribir, está haciendo una insinuación: la tarea de la iglesia es la
publicación universal del evangelio; y esta tarea debe llevarse siempre adelante aunque este
enfrente de la adversidad. Así pues, los testigos representan el espíritu militante y el testimonio
de los verdaderos cristianos.
Esta visión naturalmente se divide en tres partes, en las cuales se refleja el notable
progreso del evangelio durante la época de los apóstoles. La primera parte se refiere a una
época en que el evangelio fue predicado y se tuvo mucho éxito: esto queda confirmado por la
evidente aprobación divina que se manifestó a favor de los milagros que realizaron los
apóstoles. Esta época está simbolizada por lo que se dice en los versículos 4-6, donde los dos
testigos de quienes se habla aparecen llenos de poder divino: tanto así, que parecía que nada
podría destruirlos, y tenían poder para ejecutar milagros en el mundo material, y tenían poder
para hacer daño a sus opositores. La segunda parte alude a un período en que se levantó un
poder que intentó destruir el testimonio del evangelio: tal poder tuvo un éxito temporal; y
cuando este libro del Apocalipsis fue escrito, el evangelio estaba pasando por un período
decisivo. Parecía que la Roma imperial podría destruir al cristianismo y que gozaría por esta
destrucción. La bestia —que simboliza a Roma encarnada en el emperador— hizo guerra en
contra de los testigos e interrumpió el maravilloso trabajo que ellos habían comenzado a hacer.
Los testigos fueron muertos y, para acumular indignidades sobre ellos, los cadáveres fueron
dejados insepultos para que toda la gente los contemplara. La gente contra la cual los dos
testigos habían predicado se regocijó en gran manera por el hecho de que ya habían muerto esos
dos personajes y no la molestarían más. No se requiere mucho trabajo de la imaginación para
descubrir que todo esto representa la actitud que asumió el Imperio Romano en este periodo,
cuando parecía que el cristianismo ya había sido destruido y que nunca jamás resurgiría. Esto
queda simbolizado en los versículos 7-10. La tercera parte se ocupa del período en que el
evangelio progresó, lo cual prueba que Roma no había tenido en cuenta el poder de Dios: este
poder de Dios hizo que Roma fuera abatida y que el mensaje redentor del evangelio resurgiera
con más grandes triunfos. Este período, reflejado en los versículos 11-13, es el que los
cristianos tenían en el futuro. El símbolo muestra que a los dos testigos se les devuelve la vida;
y cuando les fue devuelta la vida después de tres días y medio de muertos —que fue un período
indefinido de tumultos y tribulaciones— hasta los enemigos de los testigos reconocieron que
seguramente había algún poder divino que hacía todas estas cosas. Así pues, los testigos
quedaron victoriosos, y la verdad de su mensaje iba quedando vindicada a medida que sus
enemigos veían que los dos testigos iban siendo rescatados por el poder de Dios. En conexión
con esto hubo tan evidente demostración del poder de Dios que muchos tuvieron conocimiento
de Dios, y lo glorificaron. Esto también quedó evidenciado por el triunfo del cristianismo sobre
sus perseguidores durante el gobierno de Domiciano. Cuando el cristianismo salió victorioso de
esas graves dificultades, muchos de los enemigos se convirtieron al cristianismo.
Así termina este intermedio, que es un mensaje de retribución; y esta no será aplazada
por más tiempo. El mensaje del juicio de Dios será proclamado con todo su rigor; pero el
pueblo de Dios será protegido por él. Cierto es que habrá un poderoso testimonio del evangelio
durante este periodo que está por venir; pero cuando éste haya pasado, el cristianismo quedará
completamente vindicado ante los ojos de los hombres.
7. El toque de la séptima trompeta; transición: El pacto de Dios, 11:14-19. Después de
que hablamos de la sexta trompeta dijimos que trataríamos de dos visiones de naturaleza
consolatoria antes de hablar de la siguiente visión general. Una de esas visiones consolatorias
está en el intermedio que ya citamos (10:1-11:13), visión que consoló a los cristianos
asegurándoles que la justicia punitiva procedente de Dios caería sobre quienes los perseguían.
La segunda visión consolatoria es la del área del pacto, y sirve para efectuar una transición hacia
la siguiente visión. En el versículo 14 se anuncia el tercer "¡Ay!" o calamidad, lo cual comienza
con la presentación del arma del pacto y abarca las fuerzas destructivas que siguen de las cuales
se trata desde el capítulo 12.
Cuando la trompeta sonó, muchas y grandes voces del cielo declararon: Los reinos del
mundo han venido a ser los reinos de nuestro Señor, y de su Cristo; y reinará para siempre
jamás. Este himno es de victoria y regocijo. Los cristianos ya habían experimentado muchos
días trágicos para ellos; pero Cristo había quedado victorioso. Sin embargo, los cristianos
todavía continuarían en conflicto con el mundo — de lo cual se comienza a tratar en el capítulo
12— y experimentarían aún días mucho más trágicos. Pero el resultado del conflicto se anuncia
antes de que comience a presentarse la escena del conflicto; y tal resultado es la victoria
obtenida por Cristo. Dios, para consolar y animar a su pueblo antes de que el conflicto
comience, revela el área del pacto que había hecho con su pueblo, y dicha área se ve en el
templo que está en el cielo. Esto simboliza que Dios no ha olvidado a su pueblo ni el pacto que
tiene hecho con él. La iglesia estará en conflicto con el mundo, y la persecución satánica se
enfurecerá contra los cristianos; pero el pacto de Dios con su pueblo todavía continúa en vigor,
y ese pueblo quedará victorioso. Esta manera de anunciar el conflicto era alentadora. El
periodismo moderno usa el mismo método al relatar la historia de una gran batalla, pues pone
primero un encabezamiento en el que informa que nuestro ejército ha obtenido la victoria, y
después narra los pormenores de la acción; muchas veces al estar leyendo esas noticias, hemos
imaginado que el enemigo tenía muchas ventajas y que ganaría, pero ya sabemos que la victoria
es nuestra porque así lo hemos leído en el encabezamiento. Juan usó muchas veces este método
en el Apocalipsis, y siempre de manera eficaz.
Capítulo 8 – El Cordero y el Conflicto (Apocalipsis 12:1-20:10)
Al llegar a esta parte del Apocalipsis Swete1 divide el libro en dos secciones: opina que
los capítulos 1-11 forman el primer apocalipsis, y que en esta sección Cristo está revelado como
la cabeza de la iglesia y como el director y dominador de los destinos del mundo; y opina
también que los capítulos 12-22 constituyen el segundo apocalipsis, en el cual se revelan las
pruebas y los triunfos de la iglesia. Dicho comentarista dice que el primer drama está completo
en sí mismo, y que si el segundo se hubiese perdido nunca habría sido echado de menos. Es
verdad que parece que el escritor del Apocalipsis comienza una nueva parte en 12:1; pero el
lector ya estaba preparado para esto por lo que está escrito en 10:11, donde se dice que Juan
tendría que profetizar muchas cosas más a mucha gente. Teniendo en cuenta todas las
evidencias, es mejor que consideremos esta parte (12:1-20:10) como una parte integrante de
todo el mensaje. Recordemos que la apertura de los sellos por el Cordero dio ocasión a que los
ángeles sonaran las trompetas, y a que este hecho produjera su efecto; este efecto llegó a su
punto culminante cuando a Juan le fue ofrecido el librito que contiene la verdad del juicio que
vendrá sobre los hombres: el profeta tenía que entregar este mensaje. Dicho mensaje está en la
parte que vamos a considerar.
En esta parte los personal es son esencialmente los mismos; el conflicto es el mismo
aunque se presenta bajo distinto aspecto; y el resultado es el mismo, como fue indicado al
principio. Es interesante notar que desde esta parte hasta el fin del libro la acción es más rápida
que antes. También puede notarse que se efectúa una sucesión mediante la cual, después del
juicio que se tendrá contra Roma seguirá otro juicio contra toda clase de mal; y, finalmente, el
conflicto terminará en una completa victoria de parte de Dios y de toda persona que sigue la
justicia.
Las figuras de esta visión no son uniformes como en algunas de las otras visiones —es
decir, no siempre se presentan uniformemente series de siete cosas como en otros casos: siete
sellos, siete trompetas, siete copas o tazones de la ira— ni están claramente separadas en el
texto: con frecuencia se discuten en el mismo párrafo, pero una u otra sobresale en ese párrafo y
logra atraer el interés.
La mujer radiante, vestida del sol, y sus hijos son la causa del conflicto. Un grande
dragón bermejo y sus aliados —la primera bestia y la segunda bestia— hacen todo esfuerzo
posible para destruir a la mujer y a sus hijos; pero los aliados de Dios —el Cordero y la hoz (el
juicio)— resultan victoriosos. Al terminarse el conflicto en el capítulo 20 nos daremos cuenta
de que el dragón y sus aliados son arrojados en el lago de fuego para que nunca más molesten
al Cordero ni a su pueblo. Lo que queda dicho es el símbolo; y todos los personajes deben ser
identificados antes de que intentemos conocer su significado: cuando hayan sido identificados y
la acción haya sido explicada, el mensaje del Apocalipsis será claro.
Juan vio en el cielo una grande señal (“portento”, N. P.; “prodigio”, V. M.). Ese
grande prodigio, o señal, era una mujer vestida con el esplendor del sol, la luna le servía de
pedestal y doce estrellas formaban su corona. La mujer estaba a punto de dar a luz, y sufría y
gritaba por causa de los dolores del parto: al fin, nació un hijo varón que estaba destinado a
gobernar a las naciones, fue transportado a los cielos para protegerlo, y la mujer huyó al
desierto para protegerse. Fue necesario hacer esto por causa del peligro que significaba el
dragón rojo, rojo como la sangre, el cual estaba en actitud amenazadora en contra de la mujer y
del niño.
Los eruditos difieren en sus opiniones referentes a la identidad de la mujer: algunos2 la
identifican con la "iglesia", usando este término en el sentido de una comunidad mesiánica de la
cual nacería Cristo, más bien que en el verdadero sentido de "iglesia", puesto que es difícil
pensar que la iglesia produciría a Cristo, ya que la enseñanza general del Nuevo Testamento
indica que Cristo produjo a la iglesia. Otros eruditos3 sostienen que la mujer simboliza a Israel,
el cual, en la persona de la virgen María, produjo a Cristo. Estos eruditos colocan a los hijos de
la mujer en dos partes del capítulo que estamos considerando: al hijo varón (Cristo), en el
versículo 5; y a los otros de la simiente (los cristianos), en el versículo 17.
El hijo varón es seguramente símbolo de Cristo. Algunos eruditos partidarios del
método de interpretación llamado histórico-continuo, niegan esto, pues opinan que la mujer
simboliza a la iglesia y el hijo varón a los hijos e hijas nacidos de las tribulaciones de la iglesia;
dicen estos intérpretes que los hijos y las hijas llegaron a ser mártires y que fueron llevados al
cielo para que estén eternamente seguros. Esta interpretación parece buena; pero no hubiera
satisfecho las necesidades de los cristianos que fueron los primeros en recibir el libro del
Apocalipsis, pues los lectores de Juan no necesitaban ninguna información referente al éxito de
la iglesia de la Edad Media. Los cristianos del tiempo de Juan recibieron lo que necesitaban: un
panorama del cristianismo desde su principio hasta su triunfo final. La religión cristiana, desde
su comienzo, ha sido objeto de la satánica oposición; pero no ha fracasado porque está
destinada a triunfar sobre todos sus enemigos.
En el versículo 17 se habla de los otros de la simiente de la mujer esplendorosa, lo cual
tiene que ser una referencia a los cristianos. Nótese que éstos quedan identificados como los
que guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesús. La segunda parte de
esta declaración es muy importante. La primera parte puede referirse a los judíos únicamente;
pero la segunda claramente identifica a estas personas como cristianas. Todos esos cristianos
experimentaron la frenética oposición de Satanás y de sus ejércitos; pero, con Cristo, estaban
destinados a obtener el triunfo.
Ahora nos ocuparemos de los ejércitos que están activos en esta guerra que se hace
contra la mujer y su linaje, Es muy posible que en esta parte de nuestro estudio nos ayude una
breve identificación como prefacio a lo que sigue. Las fuerzas del mal están dirigidas por el
dragón, el cual está identificado como el diablo; sus aliados son: la primera bestia (13:1), que
simboliza al emperador romano, a Domiciano; y la segunda bestia 13:11, que simboliza a una
comisión organizada en Asia Menor para hacer obligatoria la adoración al emperador. Las
fuerzas del bien están dirigidas por Dios, quien también tiene dos aliados: el Cordero (14:1),
que simboliza al Cristo redentor; y la hoz (14:14), que simboliza al juicio eterno. La batalla es
encarnizada; pero Dios con su Cristo redentor y el juicio eterno ganan la victoria.
1. Los ejércitos del mal están dirigidos por el dragón (12:3, 4, 7-17). Puede notarse que
al dragón se le describe con términos ominosos: es de color rojo, color que es el de la sangre;
tiene siete cabezas, lo cual simboliza una gran inteligencia; tiene siete cuernos, que simbolizan
un gran poder; en sus cabezas tiene siete diademas, como las que usan los reyes, lo cual
simboliza una gran autoridad; es tan grande el dragón, que con un latigazo de su cola puede
derribar las estrellas del cielo. Este enorme, fiero y poderoso dragón se paró en frente de la
mujer que estaba a punto de dar a luz, y estaba listo para devorar al niño tan pronto como
naciera. ¿Cual probabilidad de triunfar contra ese enemigo tenían una indefensa mujer y un niño
recién nacido? Parece que no había ninguna esperanza de victoria. Más, ¡esperemos! En el
versículo 5 Juan nos dice que este niño estaba destinado a gobernar el mundo.
Cuando el niño nació, el dragón hizo todo lo que pudo para matarlo; pero Dios ejerció
su protector cuidado y el niño fue llevado al cielo y puesto a salvo. Por medio de esta breve
información podemos darnos cuenta del cuidado providencial de que fue objeto nuestro Señor
Jesucristo durante los días de su peregrinación en la tierra: desde los primeros días de su
infancia fue víctima del diablo, quien hizo todo lo posible para matarlo; durante los años de su
ministerio divino, continuaron aquellos esfuerzos diabólicos; cuando Cristo fue clavado en la
cruz y puesto en la tumba, parecía que al fin el diablo era el victorioso; mas Dios concedió a su
Hijo la victoria sobre la muerte, lo levantó del sepulcro, lo subió hasta el cielo y lo puso en su
trono mismo. ¡Así el diablo perdió la primera batalla en el conflicto!
Estas son imágenes apocalípticas; y por ellas se puede ver una batalla que se estaba
haciendo encarnizada: los acontecimientos se cambiaron de la tierra al cielo, después, en el
curso de los acontecimientos, regresaron a la tierra. Por esta causa en este espectáculo podemos
ver al diablo, después de haber fracasado en sus esfuerzos por destruir a Cristo en la tierra,
intentando invadir el cielo mismo para destruir al niño.
En los versículos 7-12 se nos habla de la guerra que hubo en el cielo: cuando el diablo
intentó invadir el cielo para destruir a Cristo, Miguel y sus ángeles se le enfrentaron. Miguel es
el ángel combatiente; tiene una espada en su mano; y él y sus ángeles hicieron la defensa con
tanto valor y osadía que el diablo y sus legiones, incapaces de conquistar en el cielo por lo
menos el lugar suficiente para poner un pie, fueron lanzados a la tierra. Entonces unas voces del
cielo proclamaron la victoria ganada por el pueblo de Dios a pesar de todos los esfuerzos del
diablo. Este pueblo resultó victorioso porque fue leal al Cordero redentor: aunque esa lealtad
significaba la muerte, fueron leales a él.
Este párrafo debe interpretarse en relación con su contexto que está en el mismo libro
del Apocalipsis, más bien que en relación con los obscuros pasajes del Antiguo Testamento y
del "Paraíso Perdido" de Milton. Esto no es un relato histórico del estado original del diablo y
de su caída de ese estado: es una visión apocalíptica destinada a representar los esfuerzos que el
diablo hace para destruir a Cristo y a su pueblo. Así pues, el diablo ya tiene perdidas dos
batallas en el conflicto: fracasó en sus esfuerzos para destruir a Cristo en la tierra, y fracasó en
sus esfuerzos para invadir el cielo y destruir a Cristo. Ante estos fracasos emprendió una
tercera campaña: desencadenaría su ira contra la mujer que produjo a Cristo.
En el versículo 6 se dice que la mujer huyó al desierto: iba huyendo de la ira del
dragón, y sería protegida durante 1.260 días o, hablando en términos generales, tres años y
medio. Esta misma idea se repite en el versículo 14 al hablar simbólicamente de un tiempo, y
tiempos, y la mitad de un tiempo, o sean tres tiempos y medio. Recuérdese que en los escritos
apocalípticos de los judíos este número era simbólico de lo indefinido, de lo turbulento, de
incertidumbres, de perturbaciones. A la mujer —que es Israel— se le dieron dos alas de águila
para que volase y escapara de la persecución del dragón, el cual redobló sus esfuerzos para
realizar sus propósitos en el limitado tiempo que le quedaba (versículo 12). Entonces el dragón,
en sus esfuerzos por destruir a la mujer, escupió un río que la arrastrara y la ahogara; pero la
tierra sorbió el agua, y la mujer quedó a salvo. ¡El dragón fue incapaz de destruir a la mujer!
Aquí tenemos otra vez imágenes apocalípticas; y en ellas algunos intérpretes encuentran
un símbolo de la desintegración nacional de Israel, y dicen que tal desintegración ocurrió
cuando la ciudad de Jerusalén fue destruida el año 70 d. de J. C. Sin embargo, aun cuando
Israel está esparcido por todo el mundo, ha sido capaz de conservar su integración racial, y han
fracasado todos los esfuerzos que se han hecho para destruirlo como raza. Esto que se acaba de
decir es una opinión interesante, y tal vez es lo que aquí se simboliza. De esta idea pueden
hacerse muchas inferencias de dudosa naturaleza. Pero es mejor tener en cuenta que aquí, en el
Apocalipsis, como en cualquier otra parte de la profecía del Nuevo Testamento, el centro de los
propósitos y planes de Dios es Jesús, no los judíos; y que el principal propósito de esta imagen
no es mostrar el destino de los judíos sino mostrar los esfuerzos que hace el diablo en este
violento conflicto. Esta es la tercera batalla que ha perdido el diablo. En seguida comienza otra:
la cuarta: esta (versículo 17) es en contra de los cristianos, y el diablo encuentra unos aliados
listos para ayudarlo en esta batalla: las dos bestias.
(1) La primera bestia: Esta simboliza al Emperador Romano, 13:1-10, 18. Esta bestia
estaba asociada con el diablo para destruir a los cristianos, su aspecto en sí era un negro
presagio; era una bestia bruta: tenía siete cabezas, las cuales simbolizan grande sabiduría, o,
según el versículo 3, pueden simbolizar larga duración; tenía diez cuernos, que simbolizan un
gran poder; y aun cuando en una de sus cabezas fue herida de muerte, continuó viviendo; sobre
los cuernos tenía siete diademas, simbolizando ellas muy grande autoridad; y sobre sus cabezas
tenía escritos nombres de blasfemia. La bestia era depravadamente combativa, pues participaba
de la naturaleza del leopardo, del oso y del león, y ejercía el poder que le había dado el dragón.
Una de sus siete cabezas tenía aún las cicatrices de la herida mortal que se le había hecho; pero
continuaba viviendo. Todos los habitantes de la tierra —excepto los cristianos (versículo 8b) —
adoraron a la bestia y al dragón que le dio el poder. La bestia tuvo autoridad para gobernar
cuarenta y dos meses (tres años y medio), y lanzaba blasfemias contra el nombre de Dios; y
aunque temporalmente podía derrotar a los cristianos, estaba destinada a ser muerta (versículo
10). La bestia puede ser identificada por todas estas características y además por el símbolo
número "666" mencionado en el versículo 18.
De las muchas partes del libro del Apocalipsis que han sido debatidas, esta, la del
número "666", es la que probablemente ha recibido el trato más variado; quizás sería mejor
decir que es la que ha sido más maltratada. Ya se sabe que la especulación en cuanto a la
identidad de esta bestia comenzó en el tiempo de Ireneo (c. 180 d. de J. C.). Muchos métodos
criptográficos secretos se han usado para determinar el significado del número de la bestia, el
"666", dado en el versículo 18. En seguida consideraremos algunos de esos métodos, pero
tengamos en cuenta que el más bueno para determinar la identidad de esta bestia consiste en
saber lo que ese número simbolizaba en el tiempo en que el libro fue escrito.
A la primera bestia con frecuencia se le llama el "Anticristo" porque aparece como rival
de Cristo; pero ese nombre no está en el libro del Apocalipsis. Los futuristas creen que el
"Anticristo" será un gobernante extremadamente malvado que aparecerá poco antes de la
segunda venida de Cristo. Ese sistema de interpretación declara que tendrá que realizarse la
restauración de la nación judía, la reconstrucción del Templo, la restauración de la adoración por
medio de los sacrificios, y en seguida la anulación del pacto del Anticristo con los judíos. Aquí
no tenemos suficiente espacio para refutar este sistema tan raro que se opone a las enseñanzas
del Nuevo Testamento; pero sí podemos decir que ésta interpretación no hubiera tenido ningún
significado y, por lo mismo, ningún consuelo para los primeros lectores de este libro de Juan.
Juan vio que el dragón se puso en pie sobre la arena, a la orilla del mar.3 Mientras Juan
observaba las aguas turbulentas vio que de ellas emergía una bestia muy extraña. La palabra
griega de la cual se traduce la palabra bestia significa un animal salvaje, un bruto de la selva y
feroz. Esa bestia, en las obras apocalípticas judías, simboliza un gobernante o su gobierno
(véase Daniel 7:2-8). Las señales que indican claramente a quién simboliza esta bestia son unos
hechos que históricamente están relacionados con Domiciano, quien era el emperador romano
en la época de Juan.
La bestia blasfemó de Dios, del nombre de Dios y del santuario de Dios (versículo 6).
Domiciano se adjudicó los títulos que corresponden a la deidad, exigió que al dirigírsele la
palabra se le llamara: "Supremo Señor y Dios"; y hasta se negaba a recibir la correspondencia
que le era dirigida si no llevaba aquella salutación. Desde el punto de vista cristiano el uso de
esos tratamientos era blasfemar contra Dios y contra el nombre de Dios.
Además, la bestia ejercía autoridad suprema sobre todo el mundo conocido (versículo
7): los romanos creían que todo el territorio que ellos dominaban era todo el mundo, creían que
eso era toda la tierra habitada; también se referían al Mediterráneo como su mar y como "el
centro de la tierra".
Todos los que moraban en la tierra adoraron a la bestia: menos los cristianos (versículo
8); hasta los judíos contemporizaron, y por lo mismo oraron a Dios a favor del emperador y
dieron pruebas de su lealtad a este. Solamente los cristianos se negaron a rendir ese homenaje.
En muchas partes fueron erigidas las imágenes o estatuas del emperador para facilitar
más la adoración que se le tenía que tributar (versículo 14). Es bien sabido, por el estudio de la
historia de Roma, que la adoración a las imágenes del emperador fue una realidad en el tiempo
en que Domiciano gobernó. Pero cuando Trajano llegó a ser emperador hizo que muchas de las
imágenes de oro que había en honor de Domiciano fueran fundidas y que el metal se usara con
mejores finalidades. En tiempo de Domiciano, a la gente que se negaba a adorarlo se le negaba
el privilegio de comprar o vender en los mercados: a esto se refiere el versículo 17; y a quienes
lo adoraban se les ponía una señal en la mano o en la frente para indicar, de acuerdo con la
costumbre de algunos cultos paganos, que el individuo que la tenía era un adherente a la deidad
de ese lugar. La señal a que alude el pasaje era el nombre del emperador; y Juan representa el
nombre con el simbólico número "666".
Desde los más remotos tiempos de la historia del cristianismo los hombres han estado
estudiando el nombre de la bestia y opinando acerca de dicho nombre para determinar su
identidad. En los idiomas primitivos con frecuencia se usaba una letra como si fuera número,
como los romanos acostumbraban hacerlo; estos usaban la V como 5, la X como 10, la C como
100, etc. Una de las teorías más frecuentemente usadas es la que presenta David Smith en
"Disciple's Commentary", obra en la cual reduce el nombre "Nerón Cesar" a las siguientes
letras: NRON KSR, y agrega el equivalente numérico de cada letra. Así, pues, en el idioma
hebreo los equivalentes numéricos quedarían como sigue: N para 50, R para 200, O para 6, N
para 50; K para 100, S para 60, R para 200. De esta manera el total es 666. Muchos intérpretes,
teniendo en cuenta estos símbolos, han sostenido que el emperador a quien se refiere el símbolo
es Nerón.
David Smith, con un mejor concepto de la historia, adapta estos símbolos al mito del
Nerón redivivo; pero era común y corriente la idea de que el malvado Nerón había reencarnado
en Domiciano, quien, por cierto, era el gobernante en el tiempo en que el Apocalipsis fue
escrito.
La teoría favorita de los partidarios del método histórico-continuo fue comenzada por
Ireneo y se adapta bien a la idea de la apostasía católica romana sostenida por los adeptos a este
método de interpretación. Según los adictos a este método de interpretar, el primer gobernante
romano se llamaba Latinus, cuyo nombre se deletreaba en griego de la siguiente manera:
Lateinos. De acuerdo con el sistema de evaluación de las letras griegas, el siguiente arreglo es
muy acertado: L (lambda) es equivalente a 30, a (alfa) es equivalente a 1, t (tau) equivale a 300,
e (épsilon) equivale a 5, i (iota) es equivalente a 10, n (ny) equivale a 50, o (ómicron) equivale a
70, s (sigma) equivale a 200: el total es 666. Según esto la señal de la bestia es la iglesia latina:
es decir, el sistema católico romano que está opuesto al verdadero cristianismo. Al tratar esta
parte según este método de interpretación, aparece otra vez, como en casos similares anteriores,
la misma fatal objeción: ¿Cuál significado podía tener esta interpretación para los cristianos que
vivían en el Asia Menor en el año 95 d. de J. C.? ¡Pues cierto es que ellos no estaban siendo
molestados de ninguna manera por la Iglesia Católica Romana! ¡Quien los molestaba, y en gran
manera, era Domiciano!
Con un resultado semejante al del sistema griego se ha usado el sistema romano.4 Al usar este
sistema, cuando se encontraba una letra que no tenía valor numérico se la consideraba igual a
cero. Por este procedimiento se tiene el resultado que sigue: V igual a 5, I igual a 1, C igual a
100, A igual a 0, R igual a 0, I igual a 1, U igual a 5 (como la V), S igual a 0; F igual a 0, I igual
a 1, L igual a 50, I igual a 1, I igual a 1, D igual a 500, E igual a 0, I igual a 1. La expresión
latina VICARIUS FILII DEI formada de esa manera con tales letras y que significa "en lugar del
hijo de Dios", se usa así para que produzca el 666 y para que éste represente a dicha expresión.
Se dice que esta expresión está escrita en la corona que se le pone al papa durante la ceremonia
en que es investido de la dignidad pontificia. Así pues, según este sistema, el papa es la persona
sobre quien pesan los cargos de la acusación que hace Juan.
El año de 1941, en la clase de Nuevo Testamento del autor de esta obra uno de sus
alumnos dijo que si se concedían a las letras del alfabeto inglés unos equivalentes numéricos de
la siguiente manera: A igual a 100, B igual a 101, C igual a 102, etc., podría tenerse el arreglo
que a continuación se expresa: H igual a 107, I igual a 108, T igual a 119, L igual a 111, E igual
a 104, R igual a 117; y entonces el total sería: HITLER, igual a 666. Sin duda en ese tiempo
mucha gente ha de haber aceptado tan interesante resultado. Desafortunadamente aquel
estudiante no tuvo buenas razones para explicar por qué comenzaba su evaluación con 100 en
lugar de comenzarla con otro número; y esto llegó a ser únicamente otro misterio matemático.
Hemos presentado aquí esta manera de tratar el asunto utilizando el procedimiento
lógico llamado reductio ad absurdum a fin de indicar la futilidad de tales esfuerzos para llegar a
la verdad. Haciendo uso de este método criptográfico, el número de que estamos ocupándonos
se ha aplicado a varios papas y a un gran número de personajes políticos a través de la historia
del mundo. Una lamentable pérdida de tiempo, de pensamientos y de habilidad matemática han
caracterizado al trabajo de un interminable número de hombres que han intentado resolver el
enigma de este número místico y de aplicarlo a alguno de sus contemporáneos.
El número, y no el nombre, es la cosa significativa. Sin duda el nombre, considerado en
sí mismo, ha de haber sido ominoso; pero el número es lo verdaderamente ominoso. El número
"6" despertaba un sentimiento de temor en el pecho de los orientales que "sentían" el
significado de los números. Se decía que como el "6" no había llegado a ser el sagrado "7", era
un número malo o de mal agüero; por lo mismo para los orientales el número "6", cuando
estaba solo, significaba ruina. Al convertir el "6" en una serie —por ejemplo, "666"— se
representaba un gran poder, capaz de hacer un mal tan grande que no podía ser excedido por
otro; se representaba un destino tan terrible como no podía haber otro peor. Como símbolo el
número 666 es el mal elevado a su potencia más alta.5 La bestia a la cual Juan aplicó el número
representa la combinación de poderes maléficos incorporados en la autoridad política y en la
falsa religión; y el nombre expresa la naturaleza interna de aquel a quien se aplica. Varios
intérpretes6 han observado que el misterioso número "888" fue usado en los Oráculos Sibilinos
(1:324) como un símbolo de Jesús: de esta manera se simboliza a Jesús excediendo, y con
mucho, a la serie "777" que representa lo perfecto; y al no poder simbolizar a la bestia con esta
serie de sietes se le representó con el número 666. Esta sarta de seises, simbolizaba para los
cristianos todo lo desagradable, malo, terrible y brutal; y el perseguidor emperador romano y la
obligatoria adoración que se le había de rendir era ese "todo", pues en sus intentos de destruir a
los cristianos se había hecho aliado del diablo. Por lo mismo, si el número 666 debe aplicarse a
un hombre, todo hace pensar que Domiciano — monstruo de pecado, de crueldad y
degradación — es el indicado. David Smith se aproxima a esta interpretación al opinar que el
número 666 representa a Nerón redivivo.
(2) La segunda bestia: Esta es símbolo de una comisión encargada de hacer forzoso el
culto al emperador romano, 13:11-17. La segunda bestia hizo alianza con el dragón (el diablo) y
con la primera bestia (el emperador) para destruir a los cristianos. En el griego se usa, para
referirse a esta bestia, la misma palabra que se usó para referirse a la primera: alude a una bestia
extraordinaria: tenía dos cuernos como de carnero, pero cuando hablaba su voz se oía como la
de un dragón; ejercía el mismo poder que tenía la primera bestia, poder que le fue dado a esta
por el dragón. El deber que oficialmente tenía que desempeñar la segunda bestia consistía en
forzar a las gentes a que adoraran a la primera bestia y en hacer que pareciese que hablaba la
imagen que había sido erigida para que el pueblo la adorara. La segunda bestia tenía también
como parte de su ocupación el trabajo de poner una marca —ya fuera el nombre de la primera
bestia o el número de su nombre— en cada persona que adorara a esa primera bestia; además, a
todos los que se negaban a adorar a la primera bestia y eran señalados por esto, les prohibía
comprar o vender en los mercados. Este es el simbolismo del tercer miembro de las fuerzas del
mal.
Hay cuatro características que ayudan a identificar a esta segunda bestia, y en seguida
pasamos a considerarlas:
Los dos cuernos parecidos a los de un cordero simbolizan una apariencia de
religiosidad: recuérdese que el cordero era un símbolo religioso. El hecho de que la bestia
tuviera dos cuernos puede simbolizar un poder limitado en contraste con el poder simbolizado
por los siete cuernos que tenía el Cordero de Dios (5:6).
La voz semejante a la de un dragón, emitida por la segunda bestia, indica que esta
hablaba con la diabólica autoridad de Satanás. La segunda bestia ejercía el poder de la primera
bestia: es decir, la segunda bestia ejercía ese poder porque se lo había concedido el Estado
Romano o sea el emperador. El trabajo de la segunda bestia consistía en hacer obligatoria la
adoración al emperador. Parece que por todas estas características la segunda bestia queda
identificada como la "Commune" o como el "Concilio"7 establecido en Asia Menor para forzar
a la gente a que practicara la religión del estado. Esta organización era un cuerpo oficial que
tenía a su cargo el sostenimiento de la religión oficial y una parte de su deber era obligar a toda
la gente a rendir homenaje a la imagen del emperador. Cristo tuvo sus apóstoles para que
propagaran la religión que él había establecido; el Anticristo también tuvo sus apóstoles, o
seudoapóstoles, para que realizaran la obra que él había comenzado además, los apóstoles de
Cristo hicieron milagros, y los seudoapóstoles del Anticristo hicieron seudomilagros. David
Smith dice que el clero pagano que administraba o dirigía el impío culto que se rendía al
emperador estaba simbolizado por la segunda bestia, y que esta era una contraparte del Cordero
que fue muerto y que es nuestro Gran Sumo Sacerdote.8 Juan y sus lectores sabían lo que
significaba el culto imperial, puesto que en Asia Menor estaba mejor organizado y era más
obligatorio que en cualquier otra parte del Imperio Romano. Esa organización encargada de
fomentar el culto que se había de tributar al emperador estaba compuesta de unos comisionados
que tenían que hacer que se fabricaran imágenes de Domiciano, que se construyeran altares para
esas imágenes, y también tenían que legislar de la manera que ellos consideraran como la mejor
para que por la fuerza se practicara la religión del estado. Por tanto, la adoración al emperador
era una severa prueba que los cristianos encontraban en cada aspecto de la vida, ya que hasta en
los mercados eran "boicoteados". Las declaraciones matrimoniales, los testamentos, los
traslados de propiedad, etc., carecían de valor legal si sus documentos no llevaban el sello del
emperador; y por causa de esto último, esa costumbre legal que no tenía ninguna mala intención
llegó a tener para los cristianos un significado religioso repulsivo; por lo mismo, esto llegó a ser
para los cristianos como los sellos que en las religiones paganas se usaban para marcar a sus
adherentes. Parece que el apóstol Pablo se refirió simbólicamente a esa costumbre, cuando dijo:
"...yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús" (Gál. 6:17). Todas esas cosas
aumentaban las dificultades para los cristianos y también aumentaban el poder de sus
perseguidores.
Así pues, encontramos a tres miembros de las fuerzas del mal en combate con las
fuerzas de la justicia y del bien: el primero de esos tres es el dragón que ya quedó identificado
como el diablo con todos sus ardides, astucias, poderes y maldades; el segundo es la primera
bestia, la cual quedó identificada como el malvado emperador Domiciano que recibía del diablo
el poder; el tercero es la segunda bestia, la cual quedó identificada como la organización llamada
Concilio Romano, que en el exterior ostentaba mucha religiosidad pero en el interior era
diabólica: era así para hacer obligatoria la adoración al emperador y para castigar a todas las que
se negaran a tomar parte en las ceremonias de la religión del estado. Estos tres miembros de las
fuerzas del mal representaban con toda claridad a lo peor que había en ferocidad y malignidad
contra el pueblo de Dios. Parecía que aquellos tres aliados eran invencibles; pero de esta escena
de tenebrosidad desesperante, Juan pasa a otra y nos la presenta: una escena gloriosa en que se
puede ver cómo los ejércitos de la justicia y del bien por fin derrotan a los ejércitos del mal.
2. Los ejércitos de la justicia dirigidos por Dios (14:1-20). La escena que acaba de
terminar en este cuadro de la redención era una visión espantosa, visión que infundía muy poca
esperanza en el corazón de los cristianos. Estos, por supuesto tenían la seguridad de que el éxito
de estos tres impíos era únicamente temporal —sólo duraría tres años y medio, simbólicamente
—; pero aquella insinuación que les daba una seguridad de su triunfo no era suficiente para que
todo el cuadro les infundiera toda la esperanza que necesitaban. Por esta razón a los cristianos
misericordiosamente les fue presentada otra escena, para que aumentara el consuelo y la
seguridad que ya tenían: esta escena era tan refulgente y gloriosa como aquella había sido
ominosa y obscura.
La última escena presentó la perspectiva ventajosa para los cristianos; esta escena
muestra la perspectiva ventajosa para Dios y las huestes celestiales; y no queda ninguna duda
en cuanto al resultado: este será glorioso para los cristianos. El diablo tiene dos instrumentos
que puede usar en la batalla: la primera bestia y la segunda bestia; y Dios también tiene dos
instrumentos que puede usar: el Cordero, que es Cristo, y la hoz, que es el juicio de Dios.
(1) El Cordero sobre el monte Sión (14:1-13) es la primera de las fuerzas de la justicia
que Dios usa. No hay duda en cuanto a lo que este símbolo significa: se refiere al Cristo
triunfante. Después de la amenazadora y tenebrosa escena referida en los últimos dos capítulos
se levanta el telón y en el escenario aparece el Cordero a salvo en el monte Sión con él ciento
cuarenta y cuatro mil (un número perfecto) de sus redimidos: estos tienen una señal que los
identifica así como quienes practicaban la adoración al diablo-emperador tenían una. La marca
que los redimidos tenían en sus frentes no era señal de nada malo: al contrario, tenían "su
nombre (el del Cordero) y el nombre de su Padre" ("tenían el nombre del Cordero y el de Dios
su Padre", V. H. A.; "tenían su nombre y el nombre del Padre de él", V. M.). Esta escena
triunfante fue presentada con la finalidad de que el corazón de los cristianos saltara de gozo:
podrían ver a su Cordero-Redentor, su caudillo, capitaneando un ejército completo de justos en
la cumbre del monte Sión; y los que estaban con él Cordero cantaban un himno, un nuevo
himno de victoria, el significado del cual era conocido únicamente por los redimidos que
estaban con él Cordero: estaban con él, y victoriosos, porque se habían conservado impolutos,
pues con mujeres no fueron contaminados, lo cual es símbolo de que no cometieron el pecado
de fornicación espiritual porque no adoraron a los ídolos. Estos (los "ciento cuarenta y cuatro
mil")... siguen al Cordero por donde quiera que fuere: es decir, han sido y son absolutamente
leales a él; y en sus bocas no ha sido hallado engaño: no negaron la supremacía de Cristo.
Cuando el Cordero es representado así —victorioso y a salvo en el monte Sión y acompañado
del número perfecto de redimidos— no puede haber duda en cuanto al resultado final de la
batalla: los redimidos no serán derrotados, pues siendo leales al Cordero obtendrán la victoria y
estarán con él.
Además de esta seguridad de victoria infundida a los cristianos, se les da otro símbolo
de la victoria que alcanzará el Cordero en la guerra en que está. He aquí el símbolo: según los
versículos 6 y 7 Juan ve a un ángel volar por en medio del cielo, que tenía el evangelio eterno
para predicarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación y tribu y lengua y pueblo: es el
"evangelio eterno" o "buenas nuevas" de la victoria de Dios. Después de anunciado esto se
invita a todos los hombres a temer a Dios y a darle honra y adoración, porque es el
Omnipotente Creador que ha hecho el cielo y la tierra y el mar y las fuentes de las aguas; y
más que por esto, porque la hora de su juicio es venida. Todo esto indica que la victoria del
Cordero es tan segura, que un ángel anuncia el triunfo y la victoria antes que la batalla
comience. Ya nos hemos dado cuenta de que Juan usa frecuentemente este método de presentar
los asuntos en el Apocalipsis.
Después de que un ángel anunció el triunfo y la gloria y el juicio de Dios, apareció otro
ángel volando y anunciando la ruina de la Roma imperial (versículo 8). Para los judíos
Babilonia representaba lo malo y lo repulsivo, y aquí se usa como símbolo de Roma, de la cual
se anuncia su caída, su ruina, por haber obligado a la gente a cometer fornicación espiritual
mediante la adoración idolátrica; y esta ruina es tan segura, que se anuncia como ya consumada.
El tiempo aoristo del verbo griego que se usa en este pasaje es un "aoristo constativo", por
medio del cual se considera todo el proceso de la caída de Roma como una caída que ocurrió en
un momento, súbitamente. En los pensamientos y en los propósitos de Dios la caída de Roma
es tan segura, que se habla de ella como si ya hubiera acontecido.
En los versículos 9-12 se anuncia, por medio de un ángel, la destrucción de todos los
que adoraron al emperador. Aquí se presentan los horrores que tendrían que sufrir quienes
adoraran al emperador en el primer siglo del cristianismo: quien adorara a la bestia o a su
imagen, o recibiera su marca, tendría que experimentar la ira de Dios sin ninguna atenuación,
por lo mismo está escrito: beberá del vino de la ira de Dios, el cual está echado puro en el
cáliz de su ira. Este vino de la ira de Dios, sin diluir o sin ser atenuado, es el tormento de fuego
y azufre ardiendo: y este tormento no se acabaría pronto, sino que durará siempre, pues también
está escrito: el humo del tormento de ellos sube para siempre jamás. Y los que adoran a la
bestia y a su imagen no tienen reposo día ni noche... Este castigo es terrible en contraste con
los sufrimientos de los mártires cristianos: estos al ser quemados en las hogueras, eran
atormentados durante unos pocos minutos y tenían la seguridad de que poseían vida eterna en
compañerismo con Dios; en cambio, quienes adoraban al emperador caían bajo el juicio de Dios
e iban a pasar la vida eterna quemándose en el azufre ardiendo. En el versículo 12 se agrega:
Aquí está la paciencia de los santos ("en esto ha de manifestarse la paciente perseverancia de
los santos", N. P.); los que guardan los mandamientos de Dios (no los del Concilio Romano),
y la fe de Jesús (no la de Domiciano). Lo que se dice en este versículo es una alabanza a la
paciencia de los cristianos y un estímulo para que en el futuro la ejerciten.
El versículo 13 presenta uno de los frecuentes contrastes que produce Juan, y se inserta
aquí para producir vivacidad. Oí una voz del cielo: una voz con autoridad divina dio la orden de
escribir la bienaventuranza que aquí se menciona, la cual es una declaración de Dios, no de
Juan: Bienaventurados los muertos que de aquí adelante mueren en el Señor. Sí, dice el
Espíritu, que descansarán de sus trabajos. Esta bienaventuranza no fue pronunciada a favor de
todas las personas que mueren, sino únicamente a favor de los cristianos que mueren; pues
estos, desde el momento en que mueren son bienaventurados con dos bienaventuranzas:
Primera bienaventuranza: descansarán de sus trabajos. La palabra griega de la cual se traduce
"descansarán" —anapaésontai— literalmente significa: "se les darán nuevas fuerzas", o "serán
vigorizados de nuevo", o "serán renovados", o "serán vivificados". La palabra griega de la cual
se traduce "trabajos" —kópon— literalmente significa: “faenas o labores que se desempeñan
bajo condiciones muy adversas". Así pues, de esos cristianos se dice que serán vigorizados de
nuevo, que se les darán nuevas fuerzas, etc., después de los arduos trabajos que afanosamente
han desempeñado y de las penalidades que han sufrido. Nuestro Señor Jesús se refirió a esto en
sus enseñanzas cuando dijo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os
haré descansar" (Mat. 11:28). Tomás Gray en su "Elegía Escrita en un Cementerio Rústico"
alude al descanso que un labriego esperaba tener después de terminadas sus faenas del día: "El
labrador, cansado, hacia su hogar camina la tediosa senda." Este campesino, según el poeta,
después de la ardua labor esperaba adquirir nuevas fuerzas en su hogar, esperaba revigorizarse
o renovarse. Así podríamos decir que para el cristiano la muerte es la entrada a un hogar donde
puede reposar, descansar, ser revigorizado o revivificado, etc., después de los trabajos y
molestias sufridos en este mundo. Segunda bienaventuranza. Sus obras con ellos siguen: sus
esfuerzos constituyen una puerta de las muchas y variadas actividades que los conducen a la
final victoria.9 Esto es cierto; sin embargo, este pasaje encierra otra enseñanza más: el cristiano
que muere triunfalmente en el Señor no pierde sus obras, no es salvo así como por fuego, pues
hace una entrada abundante con todas las obras que ha hecho sinceramente para el Señor y en
nombre del Señor; no va con las manos vacías como fue el siervo que recibió un solo talento,
sino como un siervo que ha aprovechado todas las oportunidades que se le han presentado para
servir de manera fructífera a su Señor.
(2) La hoz aguda (14:14-20) es la segunda de las fuerzas o ejércitos de la justicia que
Dios opone a las fuerzas o ejércitos del mal. Las declaraciones están hechas de tal manera que
no dejan lugar a duda en cuanto a lo que está simbolizado por la hoz: el juicio divino.
Recordemos que en otras partes de la Biblia la hoz se usa para sugerir esta idea.10 Cristo
aparece como Rey (pues tenía en su cabeza una corona de oro) y como Juez (pues tenía en su
mano una hoz aguda); y cuando se le da la señal divina mete la hoz en la mies para segarla
porque ya está madura y lista para la siega; y cuando se le da la segunda señal mete la hoz en
los racimos de las uvas maduras; después las uvas fueron puestas en el grande lagar de la ira
de Dios: cuando las uvas fueron pisoteadas en el lagar se produjo una corriente de sangre tan
profunda "que llegaba hasta los frenos de los caballos", y tan larga que se extendió por espacio
de mil y seiscientos estadios: poco más de trescientos setenta kilómetros.
Existe la opinión general de que lo que se acaba de decir representa el juicio; sin
embargo, existe desacuerdo en cuanto a lo que representan los dos símbolos. Algunos
comentaristas11 sostienen que la cosecha del grano simboliza el juicio de los justos, y que la
cosecha de las uvas simboliza el juicio de los malvados. Otros comentaristas12 dicen que no se
debe hacer tal diferencia y que los dos símbolos representan el hecho de que el juicio en manos
de Dios es un instrumento para derrotar a las fuerzas del mal. Cada una de estas dos opiniones
tiene sus evidencias; sin embargo, parece que el contexto favorece a la segunda de ellas: que el
juicio es un medio para derrotar a las fuerzas del mal. Ninguna de las autoridades citadas que
opinan que hay diferencia entre los dos símbolos afirma que este pasaje hable de dos juicios
separados. La opinión de que este pasaje trata de dos juicios queda bien en labios de los
futuristas, quienes se deleitan en encontrar numerosos juicios. Este símbolo, el de la siega y la
cosecha, es un medio de presentar dramáticamente el hecho del juicio divino: el terror que
infunde está manifestado en la corriente de sangre de que se habla en el versículo 20. El
literalismo de los futuristas y de los restauracionistas les produce dificultades en la
interpretación de este pasaje porque no pueden encontrar en Palestina lugar que mida mil y
seiscientos estadios, o sea más de trescientos kilómetros de largo para que exista un río de esa
longitud, ya sea de agua o de sangre; sin embargo algunos procuran encontrar espacio para
dicho río.13 Las fuerzas del mal son poderosas: es decir el diablo y sus dos aliados, que son el
Anticristo y el Concilio Romano; pero las fuerzas de la justicia son más poderosas: Dios con
sus dos aliados, que son el Cristo Victorioso y el Juicio Divino. Al terminarse esta escena se
produce gozo en los corazones de quienes están presenciando el espectáculo.
Los últimos símbolos de que tratamos representaron a los dos poderes antagónicos, el
de la justicia y el del mal, ya dispuestos para una lucha a muerte. El intermedio (15:1-4) que está
entre los símbolos seis (14:14-20) y siete (15:5-8) de esta sección es muy breve. La siguiente
serie de símbolos se refiere a las copas de la ira de la final retribución que será derramada sobre
los enemigos del evangelio (16:1-18: 24). Se inserta el intermedio de alabanza y de acción de
gracias que acabamos de mencionar, para mostrar el sumo gozo que los redimidos
experimentan al cantar el cántico de Moisés y del Cordero.
Juan vio un mar de vidrio mezclado con fuego: este aspecto quizás era producido por la
reflexión de los rayos del sol que caían sobre el gran volumen de agua del mar, haciendo que
Este se viera de un color rojo encendido. El comentarista David Smith14 opina que el mar de
cristal que se menciona en el capítulo 4 se torna rojo en el pasaje que estamos considerando, por
causa de la espeluznante conflagración producida por la persecución furiosa que estaba
esparciéndose sobre la tierra. El comentarista Milligan15 opina que este mar representa o el
fuego del juicio de Dios o las pruebas por las cuales Dios purifica a su pueblo. Esta opinión es
algo parecida a la de Smith. Nótese que a quienes quedaron victoriosos porque no se
doblegaron ante las exigencias de adorar al emperador se les representa estando sobre (epi con
el acusativo significa "en", "sobre", "encima de"; cuando significa "junta a", o "ante", se usa
con genitivo) el mar de vidrio. Al estudiar el capítulo 4 nos dimos cuenta de que el mar de
cristal simbolizaba la trascendencia de Dios: en virtud de este atributo los hombres no podían
acercarse a Dios; y al estudiar este capítulo 15 observamos que el mar todavía existe: Dios
todavía es trascendente y por lo mismo el hombre todavía no puede aproximarse a él. Pero el
mar no impide que se acerquen a Dios quienes son de él y ya murieron: están sobre el mar en la
misma presencia de Dios. Por el capítulo 21 versículo 1 sabremos que, después de que haya
pasado la consumación, "el mar ya no es" y que todo el pueblo de Dios estará en íntimo
compañerismo con él.
Según el capítulo 15 que aquí estamos considerando, los santos que han pasado por el martirio
para estar en la presencia de Dios tienen en sus manos unas arpas celestiales, lo cual es símbolo
de alabanza: cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero; esos
cánticos se combinan para entonar loores por la omnipotencia de Dios, por la salvación que él
da, y por el carácter justo que lo impulsa a conceder dicha salvación. Las copas de la ira que
pronto serán derramadas presentarán una terrible experiencia en el mundo. Los fieles cristianos
que sufren persecución necesitan fortaleza, y también necesitan darse cuenta de cómo se ve
desde el cielo la condición en que ellos están: por lo mismo se les permite tener una visión que
les muestra la condición en que están aquellos que han perecido en la persecución y también les
permite ver la condición que espera a los que todavía están en la tierra, en caso de que sean
perseguidos y mueran en la persecución. A los santos que están en los cielos se les presenta
triunfantes, jubilosos y dispuestos a infundir ánimo y consuelo a los santos que moran en la
tierra porque están pasando por tiempos calamitosos.16
El templo del tabernáculo del testimonio fue abierto: parece que esto simboliza el lugar
celestial donde se guarda el pacto de Dios. No se habla de esto como si se tratara del Templo de
Salomón o de alguno de los que hubo después: es "la tienda del testimonio" o "el tabernáculo
del testimonio" que estuvo en el desierto.17 En este pasaje no se dice que el tabernáculo esté
abierto para dejar visible el área del pacto, como en 11:19 se dice que "el templo de Dios fue
abierto en el cielo, y el área de su testamento fue vista en su templo." Según el pasaje que
venimos estudiando "el templo del tabernáculo del testimonio fue abierto en el cielo" para
permitir a los siete ángeles que salieran del lugar de la presencia o tabernáculo del testimonio
para derramar sobre la tierra las copas de la ira retributiva de Dios. Puede notarse que los
ángeles estaban vestidos como los sacerdotes de la antigüedad y que actuaban como agentes de
Dios para derramar estas últimas siete plagas.
Uno de los cuatro seres vivientes dio siete copas de la ira de Dios a los siete ángeles:
una a cada uno. El número completo "7" simboliza que la ira completa, toda la ira, ya va a ser
derramada porque el tiempo ha llegado. Mientras sucedía esto, el templo se llenó de humo; esto
simbolizaba la poderosa presencia de Dios. El templo estaba tan completamente lleno de humo
que ninguno podía entrar en el templo, hasta que fuesen consumadas las siete plagas de los
siete Ángeles (15:8). Esto simboliza que la ira de Dios había llegado a su máximo —a los
mártires mencionados en el capítulo 6 se les había dicho que esperaran todavía un poco de
tiempo porque no había llegado aun el momento propicio para que se manifestara la retribución
de Dios — y que durante esta demostración de la ira de Dios ya no habría oportunidad para que
se le dirigieran rogativas.18 Todo esto nos ayuda para que fácilmente efectuemos una transición
al estudio del derramamiento de las siete copas de la ira.
Este intermedio está colocado entre el sexto y el séptimo símbolos de esta visión de las
copas, exactamente como en las otras visiones. Cuando la sexta copa fue derramada quedó
preparado el camino para la llegada de los partos, los cuales eran enemigos de Roma. Lo que se
dice en este pasaje, por supuesto, es símbolo del ejército invasor que sería manejado por Dios
en la guerra contra Roma. Cuando los tres aliados de las fuerzas del mal se dieron cuenta de la
posibilidad de que los partos los atacarían, comprendieron que tenían que reunir a los reyes del
mundo para combatir y derrotar a los mencionados partos.
Juan ve tres espíritus inmundos a manera de ranas: aparecieron fuera de las bocas del
dragón, de la primera bestia, y de la segunda bestia, la cual es llamada falso profeta. En el
idioma original no se usa ningún verbo para indicar de que manera aparecieron, pues el griego
simplemente dice: "Y vi fuera de la boca del dragón..." Dana20 dice que las ranas fueron
vomitadas; Swete21 opina que fueron exhaladas como el aliento, como cuando se arroja el aire
hacia afuera: es decir, que el aliento de los tres aliados se volvió ranas. Lo repugnante de la
visión nos inclina a aceptar la opinión de Dana; y la idea de que malas influencias fueron
exhaladas nos hace admitir la opinión de Swete. Tal vez esto se refiere a algo inmaterial. Estas
tres ranas, a las cuales se les llama también espíritus de demonios, son enviadas por los tres
malvados aliados para que engañen a los reyes de todo el mundo y los hagan partidarios de
Roma en el conflicto que se aproxima. Esos "espíritus de demonios" o "ranas" cumplieron su
comisión de engaño y reunieron a los reyes en el campo de batalla, en un lugar llamado
Armagedón ("Harmagedon"); pero esta batalla no se libró desde luego, sino hasta después de
que ocurrieron otros acontecimientos, y de ella se habla en el capítulo 19.
Lo que acaba de mencionarse es el símbolo; y ¿qué es lo que significa? Los intérpretes
futuristas22 no encuentran dificultad en esto, pues no creen que sea necesario dar una
interpretación de Armagedón, lo cual termina la historia del mundo y asegura el trono de Dios
para sí mismo. Ni esta opinión ni la de quienes siguen el método histórico-continuo de
interpretación tienen ningún significado para quienes necesitaban más el mensaje de Juan: los
perseguidos cristianos de Asia Menor. El grupo mencionado en segundo lugar23 aplica todos
estos símbolos a la apostasía de la Iglesia Católica Romana; por lo mismo dice que el hecho de
secarse el río Éufrates simboliza la enseñanza que impartió la Reforma para contrarrestar la
enseñanza de la citada Iglesia Católica, que las ranas simbolizan (1) la declaración del Concilio
de Trento, (2) la declaración del Concilio Vaticano, y (3) las encíclicas papales, particularmente
aquellas que sirvieron para completar el sistema de la mariolatría; y que la susodicha batalla es
la lucha que existe entre el catolicismo y la verdadera iglesia. Por más esfuerzos de imaginación
que se hagan no podremos llegar a la conclusión de que estas interpretaciones tenían algún
significado para los cristianos para los cuales fue escrito el libro.
Este párrafo del intermedio (16:13-16) es simbólico: se refiere al diablo, al emperador, y
al Concilio: a los tres haciendo esfuerzos para reunir y animar a sus ejércitos para que peleen
contra las huestes de la justicia. Teniendo en cuenta que las tres ranas salieron de la boca del
dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tal vez simbolizan alguna clase
de propaganda perversa; pues son hijas del diablo, del gobierno ateo, y de la falsa religión;
simbolizan a los verdaderos enemigos de Cristo. La verdadera religión no tiene peores
enemigos y Satanás no tiene mejores aliados que la propaganda de falsedades. Desde los
encantadores que intentaron menospreciar la obra de Moisés en presencia del Faraón, hasta
esos productos del primer siglo del cristianismo como Simón el Mago y otros de nuestros días,
ha habido muchos que han pretendido obrar milagros, milagros que los crédulos de la época
han atribuido a un poder sobrehumano. Así pues, estos agentes de Satanás, reclutadores al
servicio de él, producen esas señales para alistar a sus seguidores. (El termino señales expresa
el concepto que Juan tenía de los milagros). El anhelo vehemente de poseer el poder y el odio
que siente la falsa religión están expresados en el esfuerzo que hacen dichos agentes para
fortalecerse. Detrás de tales agentes está el diablo empujándolos. Muchas veces las naciones
han estado dominadas por una sombría pasión por la guerra, pasión que para los historiadores
no ha sido fácil explicar. Ese conflicto queda retratado aquí; pero es espiritual más bien que
material.
Estos aliados reúnen sus ejércitos en el campo de batalla llamado Armagedón, el cual
fue un famoso campo de batalla hebreo: allí Gedeón y sus trescientos derrotaron a los
madianitas; allí el rey Saúl fue derrotado por los filisteos; allí Débora y Barac derrotaron al rey
cananeo, Jabín; allí el rey Ochozías murió por las saetas de Jehú; y allí Faraón Nechao derroto e
hirió al rey Josías de Judá, de resultas de lo cual éste murió. Así pues, ese lugar estaba bien
grabado en la mente de los judíos; y las endechas o lamentaciones que se pronunciaron por
causa de la derrota del rey Josías en el valle de Mejido y de su muerte, durante mucho tiempo
después fueron repetidas como una expresión de dolor nacional. Por lo mismo el campo de
Megido acertadamente simboliza la desgracia mundial de una guerra a muerte en la que la
justicia y la maldad se combaten mutuamente. Esto no se refiere a un combate real con espadas
y lanzas materiales: si tuviera que ser así, sería contrario a todas las enseñanzas del Nuevo
Testamento, a los ideales que sostuvo el Señor Jesús, a su muerte en la cruz, y a todos los
propósitos de gracia que Dios tiene. Los instrumentos o medios que usaba Jesús nunca fueron
los de la espada: su espada era y es la espada del Espíritu: la Palabra de Dios. Por lo tanto, si
alguien espera que esto sea una batalla literal y material, debe esperar que el ejército esté
dirigido por un triunvirato de ranas. Las dos figuras son simbólicas, ninguna es literal, pues no
hay razón para que una sea literal y la otra simbólica: el Armagedón mencionado en el libro del
Apocalipsis no está en ningún lugar de los mapas del mundo, no pertenece al espacio, pertenece
a la lógica; y la batalla no es una en que los armamentos materiales o físicos decidirán el triunfo:
la batalla es entre la justicia y el mal, y ciertamente la justicia será la victoria.
7. La séptima copa (16:17-20:10) es derramada, y se revela que todas las fuerzas del
mal no pueden derrotar a la causa de la justicia. Cuando el contenido de esta copa fue
derramado por el aire, se oyó una voz que salía del trono que estaba en el templo, diciendo:
Hecho es (tiempo perfecto). Con esta última expresión de la ira de Dios hubo también
manifestaciones de la ira divina: relámpagos y voces y truenos, y un terremoto grande;
además, la ciudad imperial, Roma, fue dividida en tres partes: este número divino indica que la
ira divina demolió la ciudad. Babilonia (aquí se refiere a Roma) era considerada como el
supremo poder mundial antidivino.24 Y así es recordada por Dios: entonces su divino poder
destructivo cae con tanta eficacia que el terremoto hace que se hundan las montanñas y que las
islas se sumerjan, lo cual simboliza la destrucción de las fortalezas militares de Roma; hay una
lluvia de granizos, de los cuales cada uno pesa como cuarenta y seis kilogramos, y caen con tal
fuerza destructiva sobre los hombres impíos, que estos continúan blasfemando el nombre de
Dios por ser el responsable de estas cosas: todo esto es una descripción del juicio de Dios.
En esta parte, como en otras del Apocalipsis, puede notarse que tres causas produjeron
la ruina del Imperio Romano: las calamidades naturales, la corrupción interna, y la invasión
externa. Así pues, Roma estaba predestinada a la destrucción. Y Juan presenta de esta manera el
juicio de Dios que caerá sobre los opresores de su pueblo. Ninguna ventaja obtuvieron los
aliados al enviar sus ranas reclutadoras, pues el poder de Dios hizo añicos a Roma.
Después que Juan vio que el terremoto y los gigantescos granizos se habían combinado
para reducir a escombros a Roma, uno de los ángeles que poco antes había comenzado a
distribuir la ira retributiva de Dios le dijo que se le acercara para presenciar otra etapa del
castigo y para que se diera cuenta detalladamente de lo que acababa de ver en conjunto acerca de
la pronta caída de la ciudad. Lo que Juan vio en seguida abarca la última escena del conflicto
entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. El estudiante del Apocalipsis debe ser cuidadoso
para no confundir los materiales de esta sección (17:1-20:10) con un programa escatológico
fantástico. Esto ha sucedido con frecuencia, dando por resultado una pérdida de tiempo y una
perversión de las verdaderas enseñanzas de la Escritura. Estas escenas de que hemos hablado
no componen una escena de eventos conectados con el propósito de satisfacer nuestra
curiosidad acerca del futuro; aunque cierto es que todos poseemos esa curiosidad, y unos la
dominamos mejor que otros. Estas visiones están destinadas a manifestar la promesa de que al
fin la justicia triunfará sobre todas las fuerzas del mal que se le opongan. Este era el mensaje
para los cristianos del Asia Menor por el año 95 después de Cristo, y les infundía la
certidumbre de que el cristianismo obtendría la victoria sobre Roma. De semejante manera el
libro del Apocalipsis en los tiempos presentes nos infunde la certidumbre de que la causa de
Cristo triunfará sobre la causa del mal en todos los siglos. Se nos hace ver esto por medio de lo
que simbolizan los varios cuadros que presentan la ruina de Roma. En este respecto la filosofía
del método histórico de interpretación es correcta.
Tan grande era el poder que Roma tenía como centrado perseguidor de los cristianos en
el primer siglo del cristianismo, que se dedican tres capítulos completos para hablar de su ruina.
Esto constituye una serie de escenas que muestran el destino que le está reservado a Roma,
como ya se ha anunciado en 14:8 y 16:19. En el pasaje que vamos a estudiar se describe a
Roma como una gran ramera sentada sobre muchas aguas y practicando sus actos de
fornicación con muchos reyes de la tierra; y también aparece como culpable de la fornicación
espiritual que se practicaba en la adoración idolátrica que enseñaba; y al paso que conquistaba
provincias, inducía a los reyes de estas a que participaran de los pecados que ella practicaba.
Las aguas sobre las cuales la mujer ramera estaba sentada son simbólicas de las gentes sobre las
cuales reinaba: esto es lo que el ángel dijo a Juan; pero cuando estos dos siervos de Dios llegan
al escenario donde está siendo presentado el drama, Juan ve a la mujer sentada sobre una
bestia bermeja llena de nombres de blasfemia y que tenía siete cabezas y diez cuernos. La
bestia, que tiene el color del dragón-diablo del cual se habla en el capítulo 12, es sin duda el
Imperio que sostiene a esta ciudad malvada. La mujer estaba vestida con un lujo esplendoroso y
vano; y en su mano tenía una copa, y la copa tenía la suciedad de su fornicación. Esta mujer es
evidentemente la misma de quien se habla en el versículo 6, donde se dice que la mujer estaba
embriagada todo el tiempo (en el idioma griego se usa un participio presente) de la sangre de
los santos y de la sangre de los mártires de Jesús. Así pues, la suciedad de su fornicación son
las perversidades que han resultado de la adoración idolátrica y de la persecución. Notemos que
sus "hijos" son diferentes de los de la "mujer gloriosa" a la cual se alude en el capítulo 12. La
mujer ramera tenía escrito su nombre sobre su frente: MINISTRO, BABILONIA LA
GRANDE, LA MADRE DE LAS FORNICACIONES Y DE LAS ABOMINACIONES DE
LA TIERRA. Esa mujer era un misterio, un enigma, algo extraño. ¡Qué mujer, y qué bestia,
para ser cabalgada por tal mujer! Esa mujer es la grande ramera, la principal responsable de
que al emperador se le rindiera un culto idolátrico, y es la madre de una familia de rameras;
además, se deleita bebiendo la sangre de los mártires y está intoxicada con ella.
Muchos de los futuristas sostienen que esto se refiere a la ciudad de Babilonia que será
restaurada en los días postreros; y el grupo partidario del método histórico-continuo de
interpretación dice que esto se refiere a la apostata Iglesia Católica Romana. Tal vez el mejor
método consiste en aceptar la explicación que el ángel da al apóstol Juan; ¿Por qué te
maravillas? Yo te diré el misterio de la mujer, y de la bestia que la trae. Y el ángel explica: La
bestia que has visto, fue, y no es; y ha de subir del abismo, y ha de ir a perdición. Esto es una
alusión al mito del Nerón redivivo. De esta manera se presenta al Imperio Romano como
personificado en Domiciano como si este fuera la reencarnación de Nerón. Además, el Imperio
está a punto de sufrir su destrucción; y el mundo pagano está ansioso de saber lo que le
sucederá a Roma. Sin embargo, los cristianos no se preocupan por esto porque saben que
Roma está sentenciada a ser destruida.
En el versículo 9 comienza la explicación que hace el ángel, el cual dice que Las siete
cabezas son siete montes: Roma estaba edificada sobre siete colinas. También hay siete reyes
que han formado la base del gran imperio: 25 Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón,
Vespasiano y Tito. Hay un octavo rey que va a tener parte en esta historia; pero es uno de los
siete ya mencionados: era y es la reencarnación de la malvada obra de persecución que había
hecho Nerón. Los diez cuernos de la bestia representan el poder del Imperio: su poder, en cierto
sentido, radicaba en las provincias; por lo mismo este símbolo que el ángel identifica como diez
reyes, que aun no han recibido reino; mas tomaran potencia por una hora como reyes con la
bestia debe referirse a los reyes vasallos, gobernantes de las provincias de Roma, los cuales
recibieron su autoridad de Roma y la disfrutaron durante muy corto tiempo: una hora. Estos
reyes tenían un solo pensamiento: obedecer al Imperio Romano, el cual estaba personificado en
Domiciano. Por esa razón esos vasallos perseguían tan celosamente a los cristianos. Esta es la
causa por la que el ángel declaró: Ellos pelearon contra el Cordero, y el Cordero los vencerá,
porque es el Señor de los señores, y el Rey de los reyes. Además, vendría el tiempo en que
estas provincias participarían en la obra de destruir a Roma: y por esto Roma tenía un gran
temor. En muchas partes del libro de los Hechos de los Apóstoles hay indicaciones de que
Roma sufría ese temor, pues pensaba que cada tumulto y manifestación de descontento que se
hacía degeneraría en una revolución. El capitulo 17 termina con la declaración de que la mujer,
la ramera que sufriría esta destrucción, era la grande ciudad que se había enseñoreado de los
reyes de la tierra. Así pues, el primer triunfo que Juan describió para los cristianos es el que se
refiere a la ruina segura de la Roma Imperial.
En toda esta sección la principal cosa en que el escritor está pensando es la caída de
Roma: la ve desde diferentes puntos de vista y por énfasis hace algunas repeticiones. Una gran
parte del capítulo 18 tiene un lenguaje muy parecido al que se usa en el Antiguo Testamento en
relación con la antigua ciudad de Babilonia: lo que se dijo de ella en ese tiempo, en el de Juan ya
se había cumplido; y eso mismo que se dijo de ella se usa aquí para describir la destrucción de
la Babilonia del Nuevo Testamento: Roma.
El primer ángel de la visión anunció la caída de Roma por causa de su fornicación
espiritual. Esto incluye la declaración de la manera en que los mercaderes del mundo se habían
enriquecido por causa de la lascivia y del desenfreno y de la fornicación de Roma, y por lo
mismo habían llegado a ser aliados de Roma en la maldad. En un párrafo posterior se mostrará
la ruina de esos mercaderes en conexión con la del Imperio.
Una segunda voz hizo un llamamiento al pueblo de Dios para que no se asociara con
esa mujer lasciva y desenfrenada, y para que no practicara los pecados que ella practicaba,
porque en caso contrario sobre él caerían las plagas (o golpes) que tenían que caer sobre ella;
también se le asegura al pueblo de Dios que las iniquidades de la mujer han llegado hasta el
cielo y Dios las ha recordado, y que ella ya va a recibir un castigo (v. 6) parecido a su pecado y
un doble tanto de lo que pecó. Ella se ha jactado de sí misma, se ha llenado de orgullo, y ha
dicho: ...no veré llanto. Pero como castigo de sus maldades va a recibir el doble de las que ha
hecho. En una hora —en muy poco tiempo— la visitarán las plagas, el hambre, la muerte y el
luto, y será absolutamente destruida. Esto es un cuadro de la destrucción de ella; pero, ¿qué se
dice de sus aliados? A éstos se les presenta en dos grupos llorando por causa de ella; pues
Roma debía su existencia a dos cosas: a las conquistas territoriales y a la expansión comercial.
Así pues, los dos grupos se lamentarían porque serían destruidos juntamente con Roma.
En el primer grupo están los reyes de la, tierra, los cuales se lamentarían por causa de la
caída de Roma: éstos eran sus aliados que, por estar bajo su poder, participaban de la
fornicación espiritual y de los pecados de ella, y llorarían, gemirían y se lamentarían por causa
de la súbita destrucción de la gran ciudad. En el segundo grupo están los mercaderes de la
tierra, los cuales se lamentarían por la destrucción de Roma, porque con tal destrucción se
acabaría el mercado para sus mercaderías. De estas se mencionan por lo menos veintiocho
artículos negociables. Los comerciantes, para crear un negocio tan grande como el que poseían
habían tenido que participar en los actos pecaminosos que practicaba el Imperio, y tenían que
caer con este. Nada puede ser económicamente bueno si es moralmente malo. El mismo destino
está reservado a cualquier nación que es culpable del mismo pecado. Los mercaderes, y los
marineros que transportaban las mercancías de aquellos, se alejarían de Roma, echarían polvo
sobre sus cabezas, y llorarían por causa de la destrucción de la ciudad. El incendio de Roma por
Nerón y el sufrimiento que esto produjo eran pequeños comparados con los efectos de la ira
que Dios descargaría contra el Imperio y sus coligados: la ruina tenía que ser para todos. Al
llegar a esta parte donde se muestra el segundo triunfo que se presenta en el drama parece que
se cierra el telón; y aunque ha quedado una escena de desolación, también ha quedado otra en
que se observa el gozo que los cristianos experimentan al darse cuenta de otra indicación del
poder de Dios y de que seguramente él los salvará.
La terminación del símbolo del completo asolamiento de Roma dio ocasión para que
fuera mostrado el cuarto de los triunfos de la consumación. Este triunfo describe el sumo gozo
de los santos redimidos. La escena comienza con una numerosa multitud que estaba en el cielo,
la cual entonaba un jubiloso aleluya, y en ese mismo canto decían que la salvación, la honra, la
gloria y el poder pertenecen a Dios por causa de sus justos juicios que ha derramado sobre la
malvada y perseguidora Roma. Este canto no es de regocijo por causa de los males que le han
sobrevenido a Roma, sino más bien es un canto de regocijo por causa del triunfo de la justicia y
la verdad. Aunque eran muchos los lamentos de los reyes caídos, de los mercaderes, y de los
marineros, y aunque era ensordecedor el estrépito que producían las casas al incendiarse y los
muros al derrumbarse, sobresalía y podía oírse el canto que los santos gozosos entonaban
porque la justicia había triunfado sobre el mal. La destrucción que se describe al hablar de la
caída de Roma era grande; pero no era mayor que la que se hubiera efectuado si se hubiese
permitido a los hombres, mujeres y naciones impíos continuar sin reconvención y sin
impedimento en el camino de la crueldad, de la degeneración, y de la persecución del justo
pueblo de Dios. Este triunfo de la justicia hace que los santos redimidos expresen su gozo por
medio del himno en el que cantan el aleluya.
Después el coro celestial repite el aleluya. Nótese que Juan llama la atención al hecho de
que este segundo aleluya hizo que el humo de Roma saliera y estuviera ascendiendo para
siempre. La destrucción de Roma no se presenta aquí como la de una ciudad de la cual se
queman hasta sus cimientos y a la que pueden ir después los hombres para remover los
escombros: la destrucción se presenta como una destrucción eterna, como un incendio eterno:
siempre hay combustible para conservar el incendio de manera que el humo esté ascendiendo
por los siglos de los siglos, y así nunca jamás será reconstruida esa ciudad. El canto de este
segundo aleluya también dio ocasión para que aparecieran los veinticuatro ancianos y los cuatro
seres vivientes, y se unieran en el canto de triunfo y dijeran; Amen: Aleluya.
En seguida se oyó una voz que hablaba desde el altar y ordenaba a los siervos de Dios
que lo adoraran: Load a nuestro Dios todos sus siervos. Estaban pronunciando esta alabanza
cuando Juan oyó a los redimidos —como si fuera la voz de una inmensa multitud, como si
fuera el ruido de muchas aguas, como si fuera la voz de grandes truenos— que cantaban:
Aleluya: porque reinó el Señor nuestro Dios Todopoderoso. Los redimidos cantaban en esta
gozosa ocasión porque pensaban que ya se iba a realizar la boda del Cordero y de su esposa. La
esposa representa a la iglesia, la cual ha conservado sus vestiduras limpias y brillantes para esta
ocasión; y el esposo es el Cordero, el cual ha estado preparando un lugar para su esposa. Los
redimidos pensaban que la hora feliz para la reunión había llegado; sin embargo, parece que los
redimidos pensaron todo esto muy anticipadamente, porque en realidad no había llegado aun el
momento para que se realizara la boda, pues el Cordero todavía tenía que pelear otra batalla para
que desaparecieran todos los obstáculos que se oponían a la boda. En seguida uno de los
mensajeros, para mitigar la desilusión que por esto experimentaban los redimidos, le dijo a
Juan: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena del Cordero (“... a la cena de
las bodas del Cordero"—V. H. A., V. M., N. P.). Así pues, todos los redimidos estarán en esa
boda; pero el tiempo todavía no ha llegado.
Tengamos presente que el libro del Apocalipsis no nos revela o describe la boda del
Cordero y la iglesia. Sin embargo, en el capítulo 21, cuando parece que ya se va a hacer la
revelación o descripción de la boda, la figura cambia, y no se vuelve a mencionar la boda
aunque ya se hace referencia a una unión perfecta entre Cristo y los redimidos. Juan
frecuentemente deja inconclusas las figuras o visiones; parece que no deja que lleguen a su fin.
Esto sucede en varios casos; por ejemplo: cuando se refiere a los cuatro ángeles que estaban
deteniendo los vientos de la retribución para que no soplaran en la tierra, esos vientos siempre
se quedan detenidos, nunca son puestos en libertad para que soplen (7:1); al hablar de los
ángeles que recibieron las trompetas, cambia la figura o visión e intercala otras figuras o
visiones antes de que los ángeles hayan acabado de tocar sus respectivas trompetas (8:1-11:19);
habla de los ejércitos partos que invadirían a Roma (16:12), sin embargo nunca los presenta en
batalla punitiva y conquistadora, pues cambia la figura o visión, y en cambio presenta un grande
terremoto con relámpagos y truenos y granizos gigantescos que hacen su labor destructiva. En
todos estos casos se alcanzó la finalidad deseada; y lo mismo sucedió en cuanto al símbolo de la
boda: hubo indicaciones de que se efectuaría, y aunque no se describe o presenta la boda
misma, sí se puede notar que se ha alcanzado su finalidad: la unión del Cordero y de su iglesia.
Seguramente la visión de que se viene hablando es simbólica; sin embargo unos cuantos
interpretes opinan que esto será literal, y dicen cuando, quien, que, y todo lo que se relaciona
con una interpretación literal de la visión. Alguien ha dicho que la boda de que se habla aquí
será una boda en realidad y que el apóstol Pablo practicará la ceremonia, porque él con su
trabajo como misionero contribuyó mucho para que se llegara a esa finalidad: la realización de
la boda. Todas estas ideas son simples fantasías y nada más. Conviene que recordemos, en
relación con el asunto que estamos tratando, que las bodas orientales eran acontecimientos
grandiosos en los cuales había mucha felicidad; pero las ceremonias de las bodas públicas en el
tiempo de Juan habían degenerado tanto y se realizaban con tanto libertinaje que los cristianos
no podían concurrir a ellas. Mas, la boda de que nos habla el Apocalipsis es una a la cual si
pueden concurrir y concurrirán todos los redimidos: ellos serán la esposa cuando esa feliz y
final unión con el Señor acontezca. Así pues, esa boda era un bello símbolo de unión de Cristo
y su iglesia; y esta boda fue la causa de que los redimidos triunfantes entonaran ese cántico de
júbilo.
La batalla se acaba pronto: la bestia, los reyes de la tierra que estaban aliados con ella y
el falso profeta no pudieron competir con el Guerrero victorioso ni oponerse a la espada aguda
que salía de su boca: fueron derrotados; y la bestia y el falso profeta fueron lanzados vivos
dentro de un lago de fuego ardiendo en azufre; y los otros fueron muertos con la espada que
salía de la boca del que estaba sentado sobre el caballo, del Cristo victorioso. ¡La destrucción
fue completa; la batalla se terminó; y el Cristo quedó victorioso!
Se ha discutido mucho en cuanto a la correcta interpretación de estos símbolos, de la
misma manera que se ha discutido mucho en cuanto al significado de otras partes del
Apocalipsis. Los futuristas opinan que esta batalla es una batalla literal por la cual el reino de
Dios será introducido. Puede observarse cuán literal es esta batalla cuando Seiss26 llega a la
conclusión de que los jinetes y los caballos son literales. De parecida manera opina Ottman al
decir que las aves de rapiña invitadas a la fiesta representan buitres literales que se alimentarán y
engordarán con los cuerpos de los muertos.27 Algunos de los escritores que son partidarios de
este método de interpretación dicen que la bestia es el Anticristo que en persona aparecerá en
los últimos días, y dicen que el ejército que él tendrá bajo sus órdenes será una fuerza militar
que llevará a Palestina para pelear contra los judíos, que en esa ocasión se apoderará de esta
tierra; y que el Señor y su ejército lo derrotarán y establecerá un reinado de mil años.
Quienes son partidarios del método histórico-continuo y han considerado a la bestia
como la Iglesia Católica Romana, para permanecer consecuentes deben encontrar en este pasaje
un conflicto por el cual ese poder acabado de mencionar será destruido. Puesto que la Iglesia
Católica Romana todavía existe, aquellos intérpretes enseñan que el Armagedón todavía está en
el futuro.28 A este método de interpretación todavía se le puede oponer la objeción que antes se
ha presentado: ¿Qué hubieran significado estas ideas para los cristianos del tiempo de Juan?
Para hacer una apropiada interpretación del Apocalipsis siempre debemos buscar un
punto de partida en la época y en las circunstancias en que estaban el escritor y aquellos para
quienes él escribió este mensaje de instrucción, de seguridad y de consuelo. Este libro se adapta
muy bien a los tiempos en los cuales fue escrito. Armagedón no es el nombre de un lugar: es el
término simbólico de un conflicto decisivo. A Cristo se le presenta descendiendo del cielo; pero
esto no se refiere a su segunda venida, pues a ésta se alude en otras partes del Nuevo
Testamento. Esta escena apocalíptica simbólicamente representa la venida de Cristo para ayudar,
con auxilios del cielo, a los cristianos perseguidos que padecen conflictos espirituales. Si la
bestia queda identificada, como lo ha sido en este libro, con el emperador ya que él personificó
al pagano y perseguidor Imperio Romano, entonces no hay otra explicación acerca de esta
batalla: es una vívida y simbólica representación de la victoria final de la causa y del pueblo de
Cristo sobre ese Imperio pagano. La primera bestia (Domiciano) y la segunda bestia (el falso
profeta, el Concilio Romano, el sacerdocio de la religión del estado) fueron lanzados vivos
dentro de un lago de fuego ardiendo en azufre. Esto es símbolo de la destrucción de ambas
bestias: Cristo las vence, y los cristianos nunca más son molestados por ellas. Así pues, el
conflicto descrito aquí es un conflicto espiritual.29
Es interesante notar que aun entre quienes sostienen la interpretación que acabamos de
presentar, hay mucha división en cuanto a los pormenores. Por ejemplo, no todos los eruditos
opinan lo mismo acerca del significado de la siguiente declaración: los otros fueron muertos
con la espada que salía de la boca del que estaba sentado sobre el caballo, Un grupo30
sostiene que esto significa la conversión de los aliados de Roma efectuada cuando se dieron
cuenta de la ruina de ella; de esta manera fueron contados como pérdidas para la causa de
Roma, ya sea que se hayan convertido o que se hayan mostrado desafectos a ella o que por
alguna razón hayan estado incapacitados para dar por más tiempo su apoyo a la política de
persecución. Otros31 sostienen que esto es una indicación del poder del Señor manifestado en
los juicios que pronuncia: poder que es el que tiene el Mesías para pronunciar la sentencia de
muerte contra sus enemigos. Otros más32 no adoptan ninguna posición definida al tratar de los
pormenores de estos símbolos; pero uno de tales eruditos33 osadamente adopta una posición
que abarca a las dos primeras: sostiene que la espada es la que menciona Pablo en Efesios 6:17,
y que al interpretarse el pasaje apocalíptico que estamos considerando probablemente debería
darse oportunidad para que pareciera que se ejecutan operaciones tanto punitivas como
restaurativas; pues la palabra mata tanto al pronunciar sus juicios contra el pecador como
también al sujetarlo a la obediencia de la fe. Pero ese erudito también cree que probablemente el
segundo procedimiento —el restaurativo— es el que principalmente se tiene en cuenta. Con tan
buenas evidencias por ambos lados del problema, esta solución proporciona una solución
conveniente.
Algunos eruditos han presentado objeciones a todo este método de interpretar esta
simbólica batalla: hacen las objeciones basándose en el hecho de que el lenguaje usado es de un
carácter muy bélico y severo, y por lo mismo no permite tal interpretación; opinan que todos los
pormenores son severos: ojos como llamas de fuego, espada desenvainada, vara de hierro, lagar
de la ira, vestidos teñidos en sangre... ; y dicen que esto se encuentra en mejor armonía con la
idea de la destrucción producida por la verdadera guerra que con la idea del juicio espiritual
sobre los hombres.
En conexión con esto último diremos que debemos tener presente que en nuestros
himnos cristianos se usan muchos términos bélicos como los susodichos; por ejemplo:
"Firmes y adelante,
Huestes de la fe,
Sin temor alguno
Que Jesús nos ve.
Jefe soberano,
Cristo al frente va,
Y la regia enseña
Tremolando esta,"
Etc.
Un ejemplo más:
"¡Ved al Cristo, Rey de gloria,
Es del mundo el vencedor!
De la guerra vuelve invicto,
¡Todos démosle loor!
Etc.
Los anteriores fragmentos de himnos, y el resto de ellos, así como también otros
himnos parecidos, no representan otra cosa sino conflictos espirituales que ocurren a medida
que el evangelio progresa; por lo mismo tales himnos son realistas y enérgicos. Un misionero
informó que la policía japonesa en cierta ocasión oyó a los cristianos coreanos cantar himnos
como los citados y creyó que estaban en un complot fraguando una revolucion.34
En este capítulo del Apocalipsis se usan unos símbolos militares muy comunes, con la
intención de crear una impresión correcta: la de una victoria segura para la causa de la justicia, al
derrotar a la bestia, al falso profeta y a sus aliados. Esto significaba que los cristianos quedarían
a salvo de la persecución; que la religión pagana y el ateo gobierno de Roma estaban
sentenciados a la ruina; y que cuando estos perecieran, entonces la causa de Dios, el pueblo de
Dios, y los propósitos de Dios continuarían viviendo y progresando. En algunas partes del
Apocalipsis como esta se apoyan algunos partidarios del método de la filosofía de la historia
para insistir en que su opinión sobre este particular, que es la que sigue, sea aceptada: "Esto
simboliza la victoria del Hijo de Dios sobre las legiones del mal, no solamente en el tiempo de
Juan sino también en cualquiera otra época de la historia del mundo." Esto es cierto; pero en el
Apocalipsis el énfasis principal se hace en la victoria que se tendría sobre la falsa religión
pagana que predominaba en Asia Menor por el año 95 d. de J. C.
¿Qué vieron Juan y los cristianos en la escena que se refiere a los santos que reinarán
con Cristo mil años? Vieron el triunfo de los mártires que habían muerto como resultado de la
obra del diablo, de la primera bestia y de la segunda. Precisamente cuando el diablo quedó atado
por completo (20:2, 3), los mártires quedaron victoriosos por completo. Recordemos que no
debemos considerar como literal el período de mil años, sino como simbólico de lo completo;
además, también tengamos presente que en este pasaje no se ve a los mártires pidiendo
venganza, como se les mostró en el capítulo 6 (v. 10). Según los versículos que estamos
considerando, los mártires están sentados sobre unos tronos y allí están reinando con Cristo.
Esto es así porque la copa de la ira retributiva de Dios ha sido llenada y ha sido derramada
sobre los opresores de su pueblo, y como resultado de este derramamiento de la ira divina
dichos opresores fueron derrotados, los oprimidos fueron glorificados y reinaron con Cristo
mil años: esto es un retrato de una perfecta bienaventuranza. No hay duda de que esos mártires
son los del tiempo de la persecución favorecida por Domiciano: esos cristianos fueron muy
valientes y se negaron a adorar a la bestia y a su imagen, no permitieron que en sus frentes se
les pusiera la marca de la bestia, y por causa de esos testimonios de lealtad a Cristo fueron
decapitados. Solamente torciendo las Escrituras se puede hacer que el símbolo represente otra
cosa. Según este pasaje, los mártires que han sufrido tanto por Cristo, están completamente
victoriosos con Cristo. Este mensaje daba consuelo a los atribulados santos que vivían en Asia
Menor: era un mensaje que les infundía la seguridad del glorioso destino reservado para sus
amados que habían caído bajo el hacha de sus perseguidores.
A este triunfo de los mártires se le llama la primera resurrección; y la "segunda
resurrección", que no se menciona pero se sobreentiende, debe ser la resurrección general de la
cual se habla mucho en el Nuevo Testamento. Además, la "primera muerte", que tampoco se
menciona pero se sobreentiende, debe ser la muerte física; y la segunda muerte, que es la que se
menciona aquí, es símbolo de una eterna separación, de un castigo en el lago de fuego. Los
mártires a quienes aquí se presenta triunfante son bienaventurados porque han pasado la
primera muerte (la física), y la segunda muerte (el hecho de estar uno separado de Dios
eternamente) no los perjudica en ninguna manera. Así pues, la causa de esos mártires cristianos
triunfa con ellos: y ellos quedan victoriosos con el Cristo por quien murieron.
En estos símbolos no hay ninguna base para sostener que Cristo y los santos reinarán
literalmente mil años sobre la tierra antes o después de la segunda venida de él; tampoco se
encuentra ninguna base en estos símbolos para sostener la afirmación de que habrá varios
juicios y varias resurrecciones. Hay algunos sistemas teológicos que han hecho énfasis en una
interpretación literal de estos versículos, y por haber interpretado las claras enseñanzas del
Nuevo Testamento a la luz de la obscuridad han descubierto que se enseñan varias
resurrecciones y varios juicios. Tales sistemas también han descubierto una resurrección de
creyentes en lo que llaman "el rapto", es decir cuando Cristo venga para llevar de la tierra a su
pueblo antes que acontezca la gran tribulación que también se considera como futura. Los
partidarios de tales sistemas dicen que siete años después, cuando acontezca "la revelación" (es
decir, la segunda etapa del proceso de la segunda venida de nuestro Señor), se realizará una
resurrección para quienes hayan llegado a ser creyentes y hayan muerto durante el período de
siete años que hay entre "el rapto" y "la revelación". Además, según opinan los partidarios de
este sistema, la gente se convertirá y morirá durante el milenio, el cual será establecido cuando
acontezca "la revelación". Así pues, juzgando por lo que dicen estos intérpretes, la resurrección
de este grupo debe realizarse al final del milenio terrenal, cuando quede establecido el orden
celestial. Ahora bien, si los impíos que están muertos van a resucitar en un juicio separado,
entonces ese sistema tiene por lo menos cuatro (quizás más) resurrecciones; y de semejante
manera, los aludidos partidarios de ese sistema descubren múltiples juicios: desde dos (uno
antes del milenio y otro después de este) hasta siete, dependiendo de cada intérprete la cantidad
de juicios.
La interpretación que acabamos de mencionar es pura fantasía convertida en una
interpretación literal de estos versículos altamente simbólicos. Utilizando el procedimiento de
"la prueba del texto" uno puede demostrar prácticamente cualquier proposición mediante el uso
indebido de los pasajes de las Escrituras. Cuando uno estudia todo el Nuevo Testamento, puede
descubrir que esta parte de la Biblia enseña solamente una resurrección general (de los buenos
y de los malos) y un juicio general (para los buenos y para los malos), y que tanto esa
resurrección como también ese juicio están directamente relacionados con la segunda venida de
Cristo, la cual pone fin a la condición en que está el mundo e introduce una condición celestial y
eterna. Tenemos el proyecto de presentar un estudio completo de este asunto y de otros
relacionados con la escatología; pero no se puede tratar extensamente en este libro.
En los versículos 1-3 de este capítulo fue presentado un cuadro en el que podía verse al
diablo encadenado para que ya no engañara a las naciones haciéndolas creer que el emperador
era divino y que debía ser adorado. Pero los cristianos no habían de esperar que el diablo se
diera por vencido sin luchar; pues precisamente cuando parece que ya está atado para siempre,
se presenta otra vez y hace nuevos esfuerzos para engañar a las naciones con el objeto de que
abandonen a Cristo y se adhieran al emperador. Nótese que bajo los nombres de Gog y Magog
se alude a las naciones; además, estos nombres nos hacen recordar a los antiguos enemigos del
pueblo de Dios. Tales nombres fueron muy discutidos al tratarse de los escritos apocalípticos, y
el Talmud los consideró como los de los enemigos del Mesías. En Ezequiel 38, Gog es el
nombre que se da a Antíoco Epifanes, y Magog es el que se aplica a la nación a la cual él
gobernaba. Ese gobernante fue un odiado enemigo del pueblo de Dios en el período
intertestamentario, profanó el templo al ofrecer carne de cerdo en el altar de los sacrificios, y sus
obras perversas llegaron a su fin por la revolución que dio a Israel su única oportunidad de
disfrutar de libertad nacional desde el tiempo en que sufrieron la cautividad en Babilonia hasta
el tiempo presente. Los términos Gog y Magog son símbolos de los pueblos bárbaros que se
unieron con el diablo y circundaron el campo de los santos, y la ciudad amada. Pero los
esfuerzos del diablo no tuvieron ningún éxito; pues descendió fuego del cielo y destruyó sus
obras malas. Así pues, no es el poder mundano sino el poder celestial el que finalmente pone
término a las obras diabólicas de este archienemigo del pueblo de Dios. Y el diablo,.. fue
lanzado en el lago de fuego y azufre para que juntamente con Domiciano y con los jefes
encargados de hacer obligatoria la adoración al emperador y la práctica de la religión del estado,
se retorcieran de dolor: el tormento incesante y eterno sería su destino: pues serán
atormentados día y noche para siempre jamás. De esta manera triunfa la causa de la justicia y
de los perseguidos cristianos de Asia Menor. Las fuerzas del mal y las fuerzas del bien se han
encontrado, se ha tenido el combate, y las fuerzas del bien han ganado. Dios con sus dos
aliados (el Cordero redentor y el Juicio eterno) ha triunfado sobre el diablo y sus dos aliados (el
emperador y la comisión encargada de hacer obligatoria la adoración al emperador). ¡Estos tres
enemigos han sido arrojados al lago de fuego!
Al hacer un estudio de las Escrituras solamente, sin la ayuda (?) de los sistemas de
escatología preconcebidos, se infiere que Juan no supo nada del "milenio" en ningún sentido en
que la palabra se usa como término teológico. Los premilenarios38 dicen que Cristo vendrá e
iniciará un período de mil años en el que habrá una paz y una justicia utópicas. Los
posmilenarios dicen que el evangelio originará un período de mil años en el que habrá paz y
justicia, y que al fin de ese período Cristo vendrá. Los amilenarios dicen que en el Nuevo
Testamento no se enseña nada en cuanto al milenio. Los preteristas dicen que el milenio
comenzó cuando el cristianismo quedó libre del peligro del paganismo por el año 300 d. de C.,
y que actualmente estamos en él; y algunos opinan que el milenio comenzó cuando Cristo
murió. Por causa del conflicto que existe entre estas opiniones han resultado muchos males en
la historia del cristianismo: se ha engendrado un celo fanático que ha dividido iglesias y
comunidades y hasta se ha destruido el compañerismo y la amistad; además, con frecuencia se
ha retardado el progreso del reino de Dios porque se ha insistido en que estos pasajes, que son
sumamente simbólicos, tienen un significado literal. Todo esto ha sido una experiencia
inconveniente en gran manera. Según parece, la mejor cosa que se puede hacer es estudiar el
pasaje en relación con su contexto y teniendo en cuenta las condiciones o circunstancias que
prevalecían cuando fue escrito, y así determinar lo que significó para Juan y para aquellos a
quienes primeramente fue dado para su beneficio: los perseguidos cristianos que vivían en Asia
Menor durante el primer siglo. Tal ha sido el propósito del presente estudio; sin embargo,
suponemos que las soluciones sugeridas tal vez no explican todos los pormenores, pues nunca
se puede alcanzar la unidad de opinión en cuanto a esos pormenores. A pesar de esto creo que
la interpretación que hago se aproxima a la verdad que Cristo anhelaba que fuese vista por los
quebrantados, perseguidos y desalentados cristianos.
El libro del Apocalipsis o Revelación es una serie de imágenes apocalípticas dadas para infundir
en el pueblo de Dios la seguridad de que Cristo quedará victorioso sobre todos sus opositores;
y a los cristianos del tiempo de Juan les fue dada tal seguridad mostrándoles la victoria de
Cristo sobre la religión organizada en que se adoraba al emperador, porque esa religión era el
más poderoso enemigo de Cristo en aquel tiempo. La misma seguridad se imparte a todos los
cristianos de todos los siglos. Descúbrase al más grande enemigo de Cristo (ya sea la religión
corrompida, ya un gobierno ateo, la anarquía social, u otra cosa cualquiera), póngase en el lugar
del culto al emperador, y se verá su inevitable fracaso al mismo tiempo que se ve al Cristo
viviente, al Cordero redentor, marchando hacia la victoria y poniendo en orden las condiciones
caóticas del mundo: ¡Digno es el Cordero!
Capítulo 9 – El Cordero y el Destino Eterno
(Apocalipsis 20:11-22:5)
En el último acto del drama de la redención se presenta el juicio de Dios y el destino
final del hombre; pero no se nos dice la manera exacta en que esto está enlazado con el relato
total de la visión de Juan. Los escritores del Nuevo Testamento, obedeciendo el mandamiento
del Señor: "Velad", esperaban que en los tiempos en que vivían se realizara la segunda venida
de él y la consumación de su reino. Desde entonces ésta ha sido la actitud cristiana a través de
los siglos. Quizás teniendo en cuenta esto y vislumbrando el triunfo de Cristo sobre la
adoración al emperador, Juan esperaba que el juicio final y el establecimiento del orden eterno
se realizaran al tener Cristo la victoria sobre Domiciano, sobre su sistema de gobierno y sobre
el culto que a él mismo se le rendía como emperador. Sin embargo, estas esperanzas de Juan no
fueron una realidad, y ello no es contrario a la integridad de las Sagradas Escrituras. El tiempo
en que vendrá el fin solamente Dios lo sabe y permanecerá escondido hasta para quienes fueron
inspirados por Dios para escribir acerca de esto. El fin acontecerá en el tiempo que Dios tiene
designado y de acuerdo con sus propósitos divinos: Dios no nos ha dicho cuando sucederá
esto; pero sí nos ha dicho algo de la naturaleza de tal acontecimiento. De esto trata el presente
acto del drama.
La estructura de esta visión está en armonía con el mensaje que se va a dar. Cuando
llega el tiempo para el juicio eterno, los hombres todavía están en dos grupos: los redimidos, y
los no redimidos; por lo mismo la visión que este pasaje relata se divide basándose en esta
clasificación de los hombres. Los dos grupos se discuten juntos; pero téngase presente que hay
una amplia división general entre ellos: el escenario terrenal del drama se cierra; pero se abre el
escenario celestial para revelar los destinos eternos.
Juan vio un gran trono blanco y al que estaba sentado sobre él. El trono blanco
simboliza la justicia santa y soberana: nadie osa contradecir los veredictos que emite ese juez,
pues él tiene todas las evidencias, sabe cómo pronunciar un veredicto justo y sabe cómo
ejecutar la sentencia; se podría decir que ese juez al mismo tiempo que es juez es jurado y
también acusador. En seguida Juan vio los muertos, grandes y pequeños que estaban delante
del trono listos para recibir sus sentencias. En cuanto a estos muertos grandes y pequeños no se
dice nada que indique que pertenecen a un grupo especial: parece que simbolizan a todos los
muertos en general. Además, se observa que el juicio es impartido de acuerdo con lo que está
escrito en los dos libros. Primero: Los libros fueron abiertos; estos libros contenían el registro
de las obras realizadas por quienes iban a ser juzgados. Recordemos que en las Sagradas
Escrituras con frecuencia se expresa la idea de que Dios conserva un registro: esto sin duda es
una manera de decir figuradamente que Dios conserva un cuidadoso registro de lo que hacemos
mientras estamos en la carne: ninguno de nuestros actos puede quedar oculto a su mirada; pero
esto no quiere decir que Dios a fuerza tiene que escribir esas obras en una colección de libros
para recordarlas. Segundo: el libro de la vida fue abierto. Este libro es el "libro de la vida" en
contraste con el "libro de las obras" al cual antes se hizo alusión. Los muertos fueron juzgados
de acuerdo con las obras que de ellos estaban escritas. Y si el nombre de alguna persona no
estaba escrito en el libro de la vida, entonces por lo que de ella estaba escrito en el libro de las
obras, era condenada y lanzada en el lago de fuego. Aunque no se afirma, parece que se
sugiere, en conexión con las enseñanzas del Nuevo Testamento, que si el nombre de una
persona era encontrado en el libro de la vida del Cordero, tal persona quedaba a salvo del juicio
de condenación y adquiría un lugar en el inmenso grupo de los redimidos, del cual se habla en
el siguiente capítulo.
Una de las cosas más difíciles en el estudio del Nuevo Testamento es elaborar un
sistema escatológico armónico, usando los pasajes bíblicos que tratan de la muerte, de lo que
ocurre en el tiempo que hay entre la muerte y la resurrección, de la resurrección misma, y del
juicio. El Señor Jesús habló acerca de un juicio de "ovejas" y "cabritos"; y Juan escribe aquí
acerca de un juicio que se hará en un gran trono blanco. Algunos eruditos en asuntos del
Nuevo Testamento sostienen que los dos juicios son juicios separados1 y que la persona que
cree de otra manera es un hereje y es infiel a la "clara enseñanza de las Escrituras." Otros
eruditos sostienen que esos dos juicios son simplemente dos maneras diferentes de referirse al
mismo juicio. Y por justicia a todas las enseñanzas de las Escrituras diremos que parece que
esta interpretación es mejor que la anterior. Cuando uno se da cuenta de toda la confusión que
aparece al procurar elaborar la escatología del Nuevo Testamento, se inclina a creer que el Señor
tuvo alguna razón para separarse de la tierra como lo hizo; pues el hombre necesita saber que
habrá resurrección, juicio, y vida después de la muerte, aunque para su salvación no es
necesario que conozca todos los pormenores de estos asuntos. Si esto hubiese sido necesario,
seguramente Dios lo hubiera revelado de manera más clara. De acuerdo con la economía de la
revelación de Dios, Dios muestra al hombre lo que sabe que éste necesita saber para su
progreso espiritual: las demás cosas deben dejarse a Dios aunque
*La distinción hecha a menudo es que el juicio de "ovejas" y "cabritos" se hará sobre las
naciones, que ocurrirá antes del milenio para decidir cuales naciones continuaran existiendo
durante el milenio, y que la decisión se hará teniendo en cuenta el trato que hayan dado a
nuestro Señor Jesucristo; y, según este mismo sistema escatológico, el juicio que se haga en el
"gran trono blanco" se efectuara al fin del milenio y será sobre los individuos.
él sea el único en saberlas. Hay algunas cosas que el hombre no necesita saber, y debe estar
satisfecho con que Dios sea el único que las sabe. La visión que estamos considerando fue dada
con el mismo propósito con que fueron dadas las otras varias enseñanzas referentes al juicio:
que el hombre se dé cuenta del hecho o realidad del juicio y de lo terrorífico de él, y a la vez que
tenga la seguridad de que el terror no existe para las personas cuyos nombres están en el libro
de la vida: las personas redimidas por la sangre de Cristo.
Este breve párrafo no dice todo lo que se refiere al destino de los impíos, pues en otras partes
de las Escrituras hay versículos que describen esa condición en contraste con la bienaventurada
condición de los redimidos. Algunos de los versículos que estamos considerando dicen
claramente quiénes son los que tienen su parte en el lago de fuego: Los temerosos e incrédulos,
los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras, los mentirosos...
ninguna cosa sucia... los perros, los disolutos, y cualquiera cosa que ama y dice mentira
(21:8, 27; 22:15). Esto no es una lista de quienes van a recibir el castigo y condenación eternos,
es más bien una descripción del carácter de quienes estarán eternamente condenados.
En contraste con los pocos versículos que describen el destino de los impíos, Juan
presenta un largo pasaje que describe el destino de los redimidos; y esto es lo que
principalmente deseaban saber los cristianos de aquellos tiempos, como lo desean los de los
tiempos presentes. Ahora bien, el destino de los redimidos se describe por medio de tres
símbolos que muestran el estado de perfección en que estarán los mencionados redimidos, y
desde tres diferentes puntos de vista se hace una revelación del cielo.1
Amén.
REFERENCIAS
Primera Parte
Introducción
1 C. F. Wishart, The Book of Day (New York: Oxford Press, 1935), p. vii.
Capítulo 1
*"Descubrimiento" en el sentido de descubrir lo que está encubierto; quitar el velo; mostrar a la vista. N. del
Trad.
1 C. H. Alien. Message of the Book of Revelation (New York: Abingdon-Cokesbury Press, 1939), p. 15.
2 Allen, Dana, Wishart, Beckwith, in loco.
3 Daniel 2:44.
4 R. H. Charles, Religious Development Between the Old and the New Testaments (New York: Henry Holt and
Co., n. d.).
5 R. H. Charles, A Critical History of the Doctrine of a Future Life in Israel, in Judaism, and in Christianity
(2d ed.; London: Adam and Charles Black, 1913), p. 178. En las notas subsecuentes este libro se mencionará
por su título más corto: "Eschatology."
6 Charles, Eschatology, pp, 200 y sigtes.
7 Allen, op, cit., p. 18.
8 Apocalipsis 1:1. 12; 4:1; 5:1. 2, 11; 22:8, 9; y otros más.
9 D. W. Richardson, The Revelation of Jesus Christ (Richmond; John Knox Press, 1039), p. 20.
10 Wishart, op cit., pp. 19-30.
11 Ap. 11:3-12.
12 Ap. 13:1-18.
13 Ap. 12.
14 A . 13.
P
15 Ap. 15.
16 James Moffatt. The Expositor's Greek Testament (Gran Rapids: Wm. B. Eerdman's Publishing Company,
n. d.), V. 301.
Capítulo 2
1 Juston A. Smith, An American Commentary on the New Testament (Philadelphia: The American Baptist
Publication Society, 188, reprinted, 1942). VII. Part. III. 4.
2 Richardson, op. cit. p. 43.
,
3 Abraham Kuyper, The Revelation of St. John, trans. John Kendrik de Vries (Grand Rapids: William B.
Eerdman's Publishing Company, 1935).
4 Kuyper, Chiliasm, The Doctrine of Premillennialism, trans. G. M. van Pernis (Grand Rapids: Zondervan
Publishing House, 1934).
5 Albcrtus Pieters, The Lamb, the Woman, and the Dragon (Grand Rapids: Zondervan Publishing House,
1937). pp. 56-60.
6 Clarence Larkin, The Book of Revelation (Philadelphia: Meyer and Lotter, 1919), pp. 180-191.
7 Larkin, op. cit., p. 183.
8 Lo que se dice aquí es una condensación de lo que dice Pieters en The Lamb, the Woman, and the Dragon, p.
60, acerca del siguiente libro de Henry Frost: The Second Coming of Christ.
9 Mat. 16:21.
10 2 Tim. 4:9.
11 Pieters, op. cit., p. 61.
12 Albert Barnes, Notes on the Book of Revelation (New York: Harper and Brothers Publishers, 1864).
13 E. B. Elliot, Commentary on Revelation (London, Seely, Burnside, and Seely, 1844), I, 292-297.
14 D. N. Lord, Exposition of Apocalipsis (New York: Harper and Brothers, 1847), p. 515.
15 Henry Alford, The Greek Testament (London: Rivingtons, Waterloo Place, 1862), Part II. 251.
16 Richardson, op. cit., p. 64.
17 Pieters, op. cit., pp. 40-43.
18 H. B. Sweete, The Apocalypse of John (2d ed.; London: Macmillan and Company, 1907), p. ccxiii.
19 Dana, op. cit., p. 86.
20 William P. King, Adventism (Nashville: Abingdon-Cokesbury Press, 1941), pp. 100 y sigtes.
21 Pieters, op. cit., p. 69.
22 Pieters, op. cit., p. 73.
Capítulo 3
1 Ap. 1:1, 4, 9; 22:8.
2 Charles, "The International Critical Commentary," The Revelation of St. John, Vol. I, p. 38 y sigtes.
4 La idea de que el autor del Apocalipsis había vivido en Galilea, es aceptada por muchas autoridades; no solo
porque se ha supuesto que la mayor parte de las obras apocalípticas fue escrita en Galilea, sino también porque
parece que el escritor había estado familiarizado con estas obras.
5 Ap. 2:9 y 3:9.
6 Ap. 13:1-18.
7 Ap. 17:5.
8 Ap. 19:15a.
9 Ap. 6:16f.
10 Ap. 19:15b.
11 H. E. Dana, The Ephesian Tradition (Kansas City: Kansas City Seminary Press, 1940), p. 167.
12Ibid. p. 167.
,
13 Justino Mártir, Dialogue with Trypho the Jew, The Ante-Nicene Church Fathers (New York: The Christian
Literature Company, 1890), I, 240.
14 Ireneo, Against Heresies, chap, xxx, The Ante-Nicene Church Fathers, op. cit., I. 558.
15Ibid., I, 560.
16 The Ante-Nicene Fathers, II, 504.
17 Ibid., III, 333.
18 Eusebius Pamphilus, Ecclesiastical History, trans. C. F. Cruse (12th ed.; Philadelphia: J. B. Lippincott and
Company, 1869), Book VI, chap. xx, p. 246.
19 Pieters, op. cit. p.15.
20Pieters, op. cit. p. 15.
21De esto se tratará en una parte subsecuente de esta obra.
22 Discutiremos las desemejanzas cuando lleguemos a la sección que trata de las evidencias contrarias a la
paternidad literaria de Juan.
23 Si se cuentan las veces que se repite la alusión en algunos pocos versículos, entonces son veintiocho.
24 Kiddle, The Revelation of St. John, en "The Moffatt New Testament Commentary", p. xxxiii.
25 Citado en Eusebio, Church History, p. 297.
26 Citado en Eusebio, Church History, pp. 297 y sigtes.
27 Eusebio. Church History, pp. 124 y sigtes.
28 La mayor parte del siguiente argumento es una condensación de la obra de A. T, Robertson: Epochs in the
Life of the Apostle John (New York: Fleming H. Revell Company, 1935), pp. 22-29. (Este libro, traducido al
español con el título de Épocas en la Vida del Apóstol Juan, y editado por la Casa Bautista de Publicaciones,
de El Paso, Texas, EE. UU., en sus páginas 23-30 tiene el citado argumento. —N. del Trad.)
29 Dana, The Ephesian Tradition, p. 168.
30 Véanse Luc. 6:13-16; Mat. 10:1-4; 1 Ped. 5:1.
31 Eusebio. Church History, Book III, p. 21.
32 Este párrafo es una condensación de la obra de H. E. Dana, The Ephesian Tradition, pp. 156-158.
33 E1 siguiente párrafo es una condensación de lo que Dana dice en su obra: The Ephesian Tradition, pp. 161 y
sigtes.
34 A. T. Robertson, Epochs in the Life of the Apostle John (New York: Fleming H. Revell Company,
1935), p. 28.
35 Eusebius, Church History, p. 297.
36 Eusebius, Church History, pp. 797 y sigtes.
37 Smith, The American Commentary on the New Testament, VII, Part. III, ii.
38 Dana, New Testament Criticism, p. 312.
39 Arthur Weigall, Nero (New York: G. P. Putnam's Sons. 1930), pp. 3... 394...
40 La teoría presentada aquí es la que siguen Swete, Beckwith, Hengs-tenberg, American Commentary, Dana,
Pieters, y Expositor's Greek Testament.
41 Weigall, op. cit. p. 359.
41ª En su obra Refutation del Gnosticismo.
41b "Hoy se llama Kedus o Saborat" (Dicc. Enc. Hisp. Am.—Art.: Hermo}. N. del Trad.
41c Río Luco (Dicc. Enc. Hisp. Am.—Art.: Laodicea), N. del Trad.
41d Meandro, o Mendere, o Meinder (Dicc. Enc. Hisp. Am.-Arts.: Meandro, Mendere).—N. del
Trad.
42 Estas razones son una condenación de lo que dice Allen, op cit., pp. 59-63, y A. H. Newman, A Manual of
Church History (Philadelpia: The American Baptist Publication Society, 1899), I, 148-150.
4 3Ante-Nicene Fathers, III. pp. 98 y sigtes.
44 Dana, Epistles and Apocalypses of John, p. 94.
45 Una gran parte de esta sección está tomada de la obra citada de Allen, pp. 27-53; de la de E. G. Hardy,
Christianity and the Roman Government (New York: The Macmillan Company, 1925), pp. 68-77; y de la
obra de W. M. Ramsay, The Church in the Roman Empire (New York: G. P. Putnam’s Sons, 1912), 11.
274-290.
46 Hardy, op. cit., p. 72.
Capítulo 4
*"domingo" (V. M. y V. H, A)
1 Algunos intérpretes opinan que esto significa que el Señor protegerá a los suyos,
2 Este simbolismo es una condensación de lo que dicen Beckwith, Dana, Hengstenberg, Richardson, Smith, y
otros muchos in loco.
Capítulo 5
*Hch. 19:1-10.
1 W. M. Ramsay, The Letters to the Seven Churches (London: Holder and Stoughton, 1904), pp. 292 y
sigtes.
2 Morgan, op. cit., pp. 72 y sigtes., dice que puede ser una combinación de los cuatro.
3 Carroll, op. cit., vol. Revelation, p. 72.
4 Dana, The Epistles and Apocalypse of John, p. 108.
5 Ramsay, Letters to the Seven Churches, p. 359, sigtes.
6 David Smith, The Disciple's Commentary (New York: Ray Long and Richard R. Smith, Inc., 1932), V.
611.
7 Véase Hech. 14:27; 1 Cort. 16:9.
8 Edward Gibbon, The Decline and Fall of the Roman Empire (Chicago; Thompson and Thomas Publishers,
n. d.), IV, 381.
9 Smith, op. cit., V. 671, citando a Estrabón.
Capítulo 6
1 Dana introduce esta sección así en The Epistles and Apocalypse of John, p. 112.
2 Richardson, op. cit., p. 67
3 CarrolI, op. cit., on Revelation, p. 111.
4 Dana, Ibid., p. 114.
5 Hengstenberg, Richardson, Allen, Pieters, D. Smith, and J. Smith, in loco.
6 Dana, Ibid. p. 115.
7 D. Smith, J. Smith, Hengstenberg, Richardson y otros, in loco.
8 Smith, op. cit., p. 80.
9 Dana, Ibid., p. 116.
10 D. Smith, The Disciple's Commentary, p. 624.
11 Hengstenberg, op. cit., p. 277.
12 Richardson, op. cit., p. 71.
13 Beckwith, op. cit., p. 510.
14 Ibid, p. 510.
15 Ibid, p. 118.
Capítulo 7
1 Richardson, op. cit., pp. 79 y sigtes., presenta la explicación más clara de esta teoría.
2 Véase a Allen, Dana, D. Smith, Expositor’s Greek Testament, Ramsay, Charles, y otros.
3 Moffatt, Expositor's Greek Testament, V. 390.
4 D. Smith, The Disciple's Commentary, V. 629; Moffatt, Expositor's Greek Testament, V. 390.
5 Dana, Pieters, American Commentary, Charles, Hengstenberg, in loco.
6 Richardson, Moffatt, Kuyper, in loco.
7 Pieters, op. cit. p. 126.
f
8 Charles, The Revelation of St. John, Vol. I, "The International Critical Commentary" p. 183; Swete, op. cit.
p. 93.
9 Moffatt, op. Cit., p. 394.
10 E1 juicio de Dios representado como un viento es una idea importante en el Antiguo Testamento. Véanse:
Jer. 4:11, 12; 18:17; 49:32, 36; Ezeq. 5:2; 12:14; Sal. 106:27; Job. 38:24: Isa. 41:16.
11 Dana, The Epistles and Apocalypse of John, p. 123.
12 Stuart, op. cit., II. 171 y sigtes.
13 Larkin, op. cit., p. 65 es buen ejemplo de este grupo.
14 Pieters, op. cit., p. 129.
15 Richardson, op, cit., p. 88.
16 D. Smith, The Disciple's Commentary, V. 632.
17 Swete, op. cit., p. 99.
18 Beckwith, op. cit., pp. 535, 539.
19 Charles: The Revelation of St. John, Vol. II, "The International Critical Commentary," pp. 206, 209.
20 Hengstenberg, op. cit., I, 363, 371.
21 WiIliam Milligan, The Book of Revelation (New York: A. C. Armstrong and Son, 1889), pp. 116 ...
22 Véase Juan 17:12.
23 Charles, The Revelation of St. John, Vol. I, "International Critical Commentary", p. 211.
24 Moffatt, op. cit., p. 398.
Capítulo 8
1 Swete, op., cit., pp. 39 y sigtes.
2 Pieters, Richardson, Kiddle, S. Smith, Beckwith, Stuart, Swete.
3 Dana, Moffat.
3 Así lo indican la V. H. A. (12:18) y la V. M. (13:1): pero el N. P. (12:18) y la V. de C. V. (13:1) indican que
Juan se paró sobre la arena del mar. N. del Trad.
4 Granger, The Beast That Was and Is Not.
5 Richardson, Pieters, Dana, Milligan.
6 Swete, Richardson.
7 Hardy Christianity and the Roman Government, p. 72.
,
8 D. Smith, op. cit., p. 663.
9 Dana, The Epistles and Apocalypse of John, p. 138.
10 Joel 3:13; Mat. 13:39.
11 Richardson, D. Smith, Milligan, Swete, in loco.
12 Stuart, Ramsay, Dana, Kiddle, Moffat, Beckwith, in loco.
Capítulo 9
1 Esta opinión es la que tienen, aunque con algunas variaciones, Richardson, Pieters, D. Smith, Dana, J.
Smith, Beckwith y Swete, in loco.
2 Swete, Pieters, Beckwith, D. Smith, Dana, y Richardson, in loco.
3 La "Esposa" puede ser la iglesia, como en 19:7; o puede ser el cielo, como en 21:9. Cualquiera de estas dos
interpretaciones puede ser acertada.