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SERIE: CRISTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO TEMA N° 01 CRISTO EN GÉNESIS

CRISTO EN GÉNESIS
GENESIS: En el principio
Esta reseña del libro de Génesis, el libro de comienzos, revela los orígenes del universo, esto es, los principios del
tiempo y el espacio y muchos de los inicios en la experiencia humana, tales como el matrimonio, la familia, la caída, el
pecado, la redención, el juicio y las naciones. Es la historia del trato de Dios con la humanidad. Al estudiar este libro,
busque la gracia de Dios hacia los pecadores, y fíjese en cómo Dios revela a Sí mismo a los seres humanos
constantemente, dándoles una esperanza y un futuro.
El título es «Bereshith» en hebreo que significa “En el principio”, porque son las primeras palabras que empieza el
relato. En el caso griego, significa “Comienzo”.
Es el primer libro de la Biblia y el primero de cinco libros que llamamos «la ley». El libro de Génesis fue escrito
por Moisés, probablemente por el año 1445 antes de Cristo, después del éxodo pero antes de la muerte de Moisés.
El libro tiene dos secciones principales. Los capítulos 1-11 dan la historia de toda la raza humana y cubren un
período de aproximadamente 2.000 años. Los capítulos 12-50 reportan la historia de la familia de Abram y cubren un
período de aproximadamente 300 años. Las palabras «Estas son las generaciones de…», introducen la otra división
del registro sagrado.
Históricamente, el libro relata el origen de todas las cosas y se centra en el comienzo de la obra redentora a favor de
los pecadores. Doctrinalmente, muestra a Dios como el Gobernador Soberano del universo, lleno de gracia y poder.
Cristológicamente, el libro comienza con la promesa de la «semilla» (o Hijo) de la mujer, muestra la nación en la cual
nacerá y da muchos tipos, o símbolos, para describir Su persona y obra. La línea de la historia de la salvación que
comienza en Génesis 3 no se termina sino hasta Apocalipsis 21-22, donde el reino eterno de creyentes redimidos es
gloriosamente retratado. Cada verdad principal en la Biblia encuentra su base en este libro que frecuentemente ha sido
llamado «el semillero de la Biblia».
1. El principio del universo (Génesis 1:1-31)
La Persona de la creación se identifica inmediatamente con estas palabras: «En el principio… Dios…» (Génesis
1:1). Se menciona por nombre treinta veces en Génesis 1, además de las muchas ocasiones en las cuales se le señala
con pronombres personales: Él, nosotros y nuestro. Todo lo que existe llegó a existir por el poder y plan personal de
un Dios soberano.
El orden de la creación es un relato bello. Dios llevó tres días para formar lo siguiente: la luz, el cielo, la tierra seca
y las plantas. Llevó tres días más en formar: cuerpos que dan luz, peces en el agua y aves en el aire, los animales
terrestres y el hombre. Aun los científicos que rechazan a Dios y niegan Su obra creativa están de acuerdo en que el
orden de Génesis es correcto. Sin embargo, el énfasis en el registro bíblico no está en cómo llegó a existir todo, sino en
Quién lo creó.
El verbo «crear», «bara’» en hebreo, siempre describe la actividad divina de formar algo nuevo, fresco y perfecto,
se usa exclusivamente para la actividad creadora de Dios. Su significado básico es dar forma al cortar. Dios le dio vida
a todo, excepto a sí mismo. Salmos 33:6, 9, Hebreos 11:3 y 2 Pedro 3:5 presentan esta creación por la palabra hablada
de Dios, de la nada (ex nihilo), «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera...»
(Génesis 1:31). Esta es la historia verdadera del origen de todas las cosas.
2. El principio de la raza humana (Génesis 1:26—2:25)
Dios hizo a la humanidad como la corona de Su creación. La diseñó según «la imagen» y «semejanza» de Él
mismo (Génesis 1:26). La posición del hombre era de señorear sobre todas las cosas creadas (Génesis 1:26). Su
propósito era ser fructífero, multiplicarse y «llenar la tierra» (Génesis 1:28). Fue puesto en el bello Huerto de Edén,
donde Dios le había creado. Ambos el hombre y la mujer, fueron el resultado de la labor personal de Dios, y, entre
todo lo creado, estaban los más cercanos a Él.
Dios hizo al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz el aliento de vida y él llegó a ser un ser viviente. Dio al
hombre todo lo que necesitaba para la vida y la felicidad excepto por el compañerismo de otra persona. Así que, Él
tomó una costilla del hombre y formó a una mujer que le correspondía y le cumplía. Cuando Dios los unió, estableció
el matrimonio y el hogar como instituciones permanentes en la sociedad.

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Dios colocó a los dos primeros seres humanos en un huerto de belleza indescriptible. Y los puso a prueba. En el
huerto estaba el árbol del conocimiento del bien y del mal. El hombre y la mujer podían comer del fruto de todos los
árboles, con la excepción de aquel árbol. El día en que comieran de él, ciertamente morirían. Con todos los privilegios
que disfrutaban, se les dio también la elección moral.
3. El principio del pecado (Génesis 3:1—9:29)
El pecado llegó al hombre por una decisión deliberada (Génesis 3:1-24). Satanás utilizó la serpiente para tentar a
Eva a comer de la fruta prohibida. Prometió que ella podría ganar mucho conocimiento si la comiera. Ella la comió y
se la dio a su esposo, Adán, quien comió también. El resultado fue la condenación y vergüenza. No podían estar juntos
sin taparse. ni tampoco podían llegar a la presencia de Dios. Se escondieron.
Pero al ser condenados y exiliados del Huerto de Edén, les fue otorgada una promesa de Dios. Un día un Hijo
nacería a la mujer, y Él heriría la cabeza de la serpiente. Con este acto, Él libraría a los pecadores condenados y
culpables del castigo de su pecado y les daría la oportunidad de llegar a ser hijos de Dios. Es la primera promesa en la
Biblia de un Salvador.
Siendo Adán el representante como cabeza federativa del género humano, su pecado trajo la ruina moral de la raza
y éste se transmitió a todos los hombres por generación (Ro. 5:12), por cuanto todos tenemos en él nuestra parte de
responsabilidad (Ro. 5:19); más el Postrer Adán, esto es Cristo, podía también representarnos a todos, porque Él es la
cabeza de una nueva humanidad, quien por su obediencia perfecta y justicia , y con su muerte expiatoria y vicaria nos
libró de la culpa del pecado cometido en Adán y ha producido grandes bienes a la raza humana (Ro. 5:14,19; 2° Co.
5:17).
Mientras que en Adán todos somos pecadores (Ro. 5:12, 19a) y estamos sentenciados a muerte (Gn. 2:17; Ro. 5:12;
1° Co. 15:22a), separados de Dios (Gn. 3:23-24), participamos de su naturaleza caída (Gn. 5:3; Ro. 8:8), nuestro
destino es de constante sufrimiento (Gn. 3:19; Is. 57:20-21) y todos somos condenados a juicio (Ro. 5:16b, 18a); en
Cristo somos constituidos justos (Ro. 5:19b; 2° Co. 5:21), somos hechos poseedores de vida eterna (Ro. 5:21; 6:11),
llevados a Dios (Ef. 2:13), participamos de su naturaleza divina (2° P. 1:4 se refiere a calidad de vida espiritual), nos
regocijamos en un descanso permanente (Mt 11:28; He. 4:3) y tenemos la seguridad de la gloria eterna(Ro. 5:2,18b;
8:1).
El pecado se incrementó entre los seres humanos (Génesis 4:1—9:29). Hermano se volvió contra hermano cuando
Caín mató a Abel. Vecino se volvió contra vecino cuando Lamec se jactó de que había matado a un hombre que le
había hecho daño. Por generaciones, la trayectoria de la humanidad ascendía culturalmente, pero descendía
espiritualmente.
Mientras que Abel ofreció un sacrificio sin defecto y sangriento para sí mismo, un sacrificio que fue aceptable ante
Dios y suficiente pero temporal y su sangre derramada injustamente clamó justicia a Dios sobre la tierra; Cristo mismo
fue un sacrificio perfecto (Lc. 3:22; He. 7:26; 1° P. 1:19) pues dio su propia sangre en sacrificio cruento (He. 9:14; 1°
Pe. 1:18-19; Ap. 1:5; 5:9), Cristo mismo fue una ofrenda sacrificial y acepta en sustitución de otros (1° Co. 15:3; Ef.
5:2; He. 9:28), Cristo mismo fue un sacrificio suficiente y eterno (He. 7:27; 9:12; 10:10-12) y su sangre derramada en
la cruz trajo perdón y salvación para todos los que se arrepienten (He. 12:24; 1ª Jn. 1:7).
Finalmente, la raza humana llegó a ser tan pecaminosa que Dios no pudo contenerse. Se resolvió juzgar al pecado.
Entonces le informó a Noé que un diluvio venía a la tierra para destruir a los pecadores. Le encargó construir un arca
en la cual su familia y ciertas cantidades de cada especia de animales serían salvos. Después del diluvio, Noé salió del
arca con la promesa de Dios de que habrá estaciones del tiempo constantes, un suministro suficiente de plantas y
animales para alimentarse, la protección futura de otro diluvio universal y la seguridad de la presencia de Dios
mientras la humanidad esperaba la venida del Salvador prometido.
Noé fue señalado anticipadamente por Dios para salvar al mundo de su época, y a través de su obediencia proveyó
salvación, aunque la provisión de Noé fue aceptada por unos pocos. A pesar de la justicia e integridad de Noé, él fue
salvo por la gracia de Dios mediante la fe. En contraste, Cristo fue designado desde la eternidad por Dios para salvar al
mundo (2° Ti. 1:9-10; Tit. 1:2; 1° P. 1:19-20; 1° Jn. 4:14) y mediante su obra redentora proveyó salvación a todos los
que por la fe se arrepienten y creen en Él (Jn. 17:4; 19:30; He. 1:3; 1° P. 2:24.). Cristo, el Santo, perfecto y justo, es la
fuente de salvación.
4. El principio de las naciones (Génesis 10:1—11:9)

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Toda la raza humana descendió de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet (Génesis 10). Los descendientes de Jafet
se extendieron en Europa. Los descendientes de Cam ocuparon las tierras a lo largo del extremo este del Mar
Mediterráneo y el continente de África. Los descendientes de Sem vivieron en el Cercano Oriente.
Dios mandó que el hombre se extendiera sobre la faz de la tierra, se multiplicara y gobernara la creación. Sin
embargo, buscaba hacer exactamente lo opuesto. Los hombres de aquel tiempo resolvieron construir una torre alta,
cuya cumbre alcanzaría al cielo. Aquella torre podría ser vista muy lejos y los mantendrían unidos.
Tal plan no agradó a Dios. Mandó confundir su lengua para que no pudieran hablar el uno con el otro. Eso resultó
en la separación. Así las naciones del mundo llegaron a distinguirse la una de la otra, y sigue así hoy día.
5. El principio de la nación escogida (Génesis 11:10—50:26)
La narrativa de Génesis cambia en este punto. En lugar de enfocarse en toda la raza humana, comienza a enfocarse
en un hombre en particular y sus descendientes. La promesa de Dios de enviar a un Hijo especial para librar a los
individuos de sus pecados (Génesis 3:15) comienza a cumplirse en Génesis 11:10 con la familia en la cual este Hijo
especial nacería.
Dios miró a la ciudad antigua de Ur de los caldeos (ubicada al sureste de lo que que hoy en día es la nación de Iraq)
y escogió a un hombre llamado Abram. Mandó que Abram dejara su tierra nativa y sus familiares para irse a un lugar
que Él le indicaría. Abram obedeció, y Dios le guió a la tierra de la Palestina.
En Gn. 14:17-24, Abram regresaba de derrotar a los reyes que habían llevado cautivo a su sobrino Lot y a los
suyos. En el camino, se encontró frente a frente con Melquisedec, quien en su calidad de rey ofrece al patriarca «pan y
vino», sin duda como refrigerio para él y sus soldados, exhaustos por la reciente batalla; y en su calidad de sacerdote lo
bendice invocando al Dios Altísimo, atribuyéndole a Él la victoria de Abraham sobre aquellos reyes. Por su parte, el
patriarca le entregó el diezmo del botín o tal vez de las riquezas que poseía.
La Epístola a los Hebreos hace una notable aplicación tipológica de esta misteriosa aparición. Aarón, con sus
sucesores, era una figura anticipada de Cristo, como nuestro Sumo Sacerdote, considerado sobre todo en su obra de
expiación (Lv. 16; He. 9:11-12, 24). Pero al ser Aarón pecador y mortal, su sacerdocio se tenía que transmitir con
constantes interrupciones; por otra parte, era insuficiente, porque no podía ofrecer más que símbolos (los sacrificios de
animales) que representaban el gran sacrificio de la Cruz (He. 7:23, 27; 10:1-4). De ahí que, por tal motivo, el
Redentor del mundo, considerado en Su resurrección y oficio perpetuo, tenía que ejercer un sacerdocio de un orden
totalmente diferente: el de Melquisedec.
Melquisedec es un personaje notable y singular:
 Una persona real. Melquisedec no era un personaje ficticio. Existió y vivió literalmente en Salem, donde fue
rey.
 Una persona singular. Melquisedec fue un personaje único, no sólo por ser rey, sino porque simultáneamente
era sacerdote del Dios Altísimo
 Una persona típica. Es de profunda importancia para el creyente de hoy pensar que ese gran personaje era
solamente tipo de Uno más grande que él. El mismo Señor Jesucristo, hablando de Sí mismo, dijo: «...y he
aquí más que Salomón en este lugar» (Mt. 12:42), lo que equivale a decir: «Uno mayor que Melquisedec está
aquí» (He. 7:4, 7).
Es cierto que Melquisedec era un ser humano, pero no se registra ni su genealogía, ni su origen, ni su muerte. Y es
precisamente este silencio el que le señala como tipo del Sempiterno Sacerdote, el Señor Jesús, por cuya «vida
indestructible» y su «sacerdocio inmutable», «puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios,
viviendo siempre para interceder por ellos» (He. 7:16, 24-25).
Por un tiempo parecía que la promesa de Dios no se cumpliría. Abram y su esposa Saraí se envejecieron, y
Dios no les había dado un hijo. Una noche, Dios llevó a Abram al campo y le pidió contar las estrellas. Dios le dijo
que así serían sus descendientes. Abram creyó a Dios y le fue contado por justicia (Génesis 15:6). Dios hizo un pacto
con Abram, cambió su nombre a Abraham y el pacto fue sellado con la señal de la circuncisión (Génesis 17:11-14).
No siempre Abraham caminó justamente delante del Señor, sin embargo lo que predomina en el libro del Génesis
son los muchos ejemplos de fe y de carácter santo de Abraham. Abraham tomó a Agar como mujer en vez de esperar
la promesa de Dios, para darle lo que él pensaba que sería el hijo prometido, sin embargo, no fue así. Cuando tuvo 100
años y Sara tuvo 90 años, ella dio a luz al hijo prometido. Estaban tan felices que le pusieron el nombre Isaac (Génesis

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21:2-6), que significa «risa» o «alegría». Cuando Dios le pide a Abraham su único hijo, él confió en Dios incluso al
ofrecer a su hijo Isaac y lo recibió de vuelta (Génesis 22) como el hijo especial de la promesa cuyo linaje sería
considerado como los descendientes de Abraham.
Isaac fue especial porque era el hijo de la promesa y el heredero legítimo, nació milagrosamente, y era un hijo
deseado y muy amado. Cristo es el Mesías prometido por Dios a través de su Palabra (Lc. 24:27 y 44), nació de
manera sobrenatural (Lc. 1:34-35; Mt. 1:18-20); Cristo es el deleite de su padre, el Hijo muy amado (Mt. 3:17, Jn.
3:35), el Deseado de todas las naciones (Hag. 2:7; Mal. 3:1), el Unigénito del Padre (Jn. 1:14, 18; 3:16).
Mientras que Isaac fue presentado a Dios como una ofrenda y levantado de la muerte en figura, pues Dios proveyó
de un carnero para el holocausto en sustitución de Isaac; Cristo fue presentado a Dios en ofrenda por el pecado (He.
9:14; 10:10, 14; Ef. 5:2; Fil. 2:8; Ro. 3:25; 8:32) y levantado realmente de entre los muertos (Is. 53:10; Hch. 2:29-32;
13:29-31; 1° Co. 15:3-8), es el Cordero provisto por Dios desde antes de la fundación del mundo y destinado de
antemano para ser sacrificado en sustitución del pecador (Jn. 1:29, 36; Hch. 2:23; 1ª P. 1:18-20).
El registro sagrado se enfoca ahora en Isaac (Génesis 25:19), por quien el Mesías vendría. Se casó con Rebeca,
escogida como su esposa por el siervo de Abraham. Rebeca, siendo apartada del ambiente de una sociedad idólatra por
su unión con Isaac, se convierte de esta manera en figura de la Iglesia, la esposa mística de Cristo; y Eliezer, el siervo
enviado por Abraham con el encargo de buscar una esposa para Isaac, El Espíritu Santo ha sido enviado por Dios a
este mundo con la misión especial de llamar a las almas a la fe en Cristo y proveer así una esposa mística para el Señor
Jesús (Jn. 14:16-17; 16:13-15).
A Isaac y Rebeca les nacieron hijos gemelos, Esaú y Jacob. A pesar de que Esaú fue el mayor, Jacob, el segundo
hijo, fue escogido como aquel a través del cual descendería la línea familiar (Génesis 25:23-26). Sin embargo, engañó
a su padre para recibir su bendición. Engañó a su suegro y llevó la mayor parte de su rebaño. Fue hasta que tuvo un
encuentro con Dios que llegó a ser un hombre honesto y su nombre fue cambiado de Jacob, que significa
«suplantador» o «él que sustituye», a Israel, «príncipe de Dios» o «es fuerte» (32:28-30).
Jacob se casó con dos hermanas, Lea y Raquel. Ellas estaban en conflicto constantemente por la atención y el
afecto del esposo. Cada una dio su sierva a Jacob como su esposa también. Las cuatro mujeres dieron a luz doce hijos
(Génesis 35:23-26). Estos doce hijos llegaron a ser los líderes de las doce tribus de Israel.
José fue el hijo favorito de su padre, Jacob. Le favoreció tanto que los otros hijos en la familia lo odiaban. Los
sueños de José de tener autoridad sobre sus hermanos les hicieron odiarle aún más. Por fin, cuando ya no podían
aguantarlo, lo vendieron a unos mercaderes que le llevaron a Egipto y fue vendido allí otra vez. Paralelamente, vemos
a Cristo como el “Hijo Unigénito” amado por su Padre (Mt. 3:17), fue menospreciado por sus hermanos de raza (Jn.
1:12), Cristo fue traicionado y vendido por uno de los suyos (Mt. 26:14-16); descendió del seno del Padre con el
propósito de buscar a sus hermanos, las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mr. 12:6;)
José llegó a ser un siervo de Potifar y fue elevado a ser el encargado de todos los asuntos de ese rico oficial egipcio.
Cuando se negó a ser seducido por la esposa de Potifar, fue acusado falsamente y echado a la prisión. Pronto llegó a
ser el encargado de la prisión. Su poder de interpretar sueños atrajo la atención del Faraón. Faraón elevó a José a ser el
segundo al mando del reino. José sabiamente almacenó el alimento en los años de abundancia y así Egipto tuvo
suficiente alimento para vender en los años de hambre.
Los hermanos de José llegaron a Egipto de la Palestina para comprar alimento (capítulo 42). Después de un tiempo,
José se dio a conocer a ellos y se reconciliaron. José vino a ser un salvador para el mundo de su época (Génesis 41:45).
Faraón invitó a la familia de José a mudarse a Egipto y vivir allí. Así la nación de los israelitas llegó a Egipto.
Cristo era el Siervo perfecto (Is. 53:10), sometido a tentación por el diablo, y salió victorioso de la prueba (Mt. 4:1-
11), soportó pacientemente sus sufrimientos antes de ser ascendido en gloria (Mr. 16:19), crucificado entre dos
malhechores: (Lc. 23:32-33); Cristo fue dignificado y ha sido establecido en el trono de su Padre (Mt. 28:18; Fil. 2:9);
Cristo es el único Salvador del mundo y el verdadero “pan de la vida” (Jn. 4:42), el que tiene abundancia de recursos
para salvar a todos (Ef. 2:4-7; 3:20; He. 7:25), quién ofrece perdón generoso a los pecadores (Ef 1:7).
Pasaron cuatro siglos durante los cuales Dios cumplió la primera parte de Su promesa a Abraham, la promesa de
una gran posteridad. De setenta personas, los hebreos se multiplicaron para llegar a una nación de 3 a 5 millones. En el
próximo paso Dios dio la herencia de una tierra a Su pueblo escogido. Es el tema del siguiente estudio, el libro de
Éxodo.
Ministerio de Jóvenes, 26/05/18

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