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TOLKIEN: EL ALMA DE LOS MITOS

Tolkien, el universal novelista inglés, no nació, sin embargo, en Inglaterra, sino


en Sudáfrica en 1892, pues su padre Arthur, había emigrado a ese país. Cuando ya
había cumplido tres años, su madre, Mabel, regresó a Inglaterra con John y su otro hijo
Hillary. El padre enfermó y murió antes de que pudiera seguirlos. De este modo, la
muerte de su esposo dejó a Mabel Tolkien y a sus hijos en una situación
económicamente comprometida y se fue a vivir a las afueras de Birmingham. Los niños
conocieron así un entorno libre y no contaminado por la industria que posteriormente
sirvió a John de inspiración para situar el territorio fantástico de La Comarca. En ese
lugar nació el proverbial amor del escritor por los árboles y su aborrecimiento por
quienes los destruían sin ningún motivo.
Mabel Tolkien se encargó personalmente de la educación de sus hijos pues no
podía pagar a ningún tutor. Fue una maestra capacitada y, desde el primer momento
advirtió que su hijo mayor tenía aptitudes para el estudio de las lenguas. El pequeño
John leía ávidamente todas las historias fantásticas que caían en sus manos. Él mismo
afirmó mucho después que "deseaba a los dragones con profundo deseo" y a los siete
años empezó a escribir un cuento.
Por otra parte, Mabel Tolkien inició por esos años un camino de acercamiento al
catolicismo. Desde la muerte de su esposo, el cristianismo había tenido un papel cada
vez más importante en su vida y esa relevancia la condujo a abandonar la fe protestante.
Esta conversión despertó inmediatamente la cólera de su familia que le retiró la ayuda
económica. También la familia de su esposo le mostró hostilidad, y la tensión emocional
que esto le produjo, junto con las dificultades económicas añadidas, perjudicaron
considerablemente su salud. Son embargo, nada debilitó su fidelidad a la fe que ahora
profesaba e instruyó a sus hijos en el catolicismo.
Pero la salud de Mabel Tolkien empeoraba paulatinamente y en 1904 se le
diagnosticó una diabetes. Para entonces, la familia vivía muy cerca del Oratorio de
Birmingham y tenía un estrecho contacto con el párroco, el padre Francis Xavier
Morgan. La enfermedad de la madre se agravó considerablemente y después de una
crisis repentina murió a los 34 años. En su testamento disponía que el padre Morgan
fuese el tutor de sus hijos y se encargase de su educación.
El dolor por la muerte de su madre causó a Tolkien una profunda herida y
siempre la consideró una mártir de la fe. Mientras los hermanos Tolkien continuaban su

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etapa escolar, vivieron una temporada en una pensión cercana al Oratorio. Allí se
enamoró Tolkien de la que luego sería su mujer, Edith Bratt, una agraciada joven con la
que, sin embargo, no pudo mantener un noviazgo normal hasta su mayoría de edad, ya
que el padre Morgan se oponía a cualquier relación amorosa del joven antes de que
cumpliera 21 años. No obstante, llegó a casarse con ella y su matrimonio duró 55 años,
hasta la muerte de Edith. Tuvieron cuatro hijos: John, Michael, Christopher y Priscilla.
Tolkien obtuvo una beca en el Exeter College de Oxford y pronto orientó sus
esfuerzos hacia el estudio del anglosajón y las lenguas septentrionales de Europa. Por
esos años empezó a "construir" una lengua privada, una lengua con reglas coherentes, la
que luego se convertiría en la raíz de sus creaciones novelescas: el élfico.
Cuando estalló la I Guerra Mundial se alistó en el ejército y participó en la
terrible campaña del Somme. Allí conoció el "horror bestial" de la guerra, como él
mismo lo llamó y que luego trasladó a su obra. Se casó en 1916.
La importancia de los acontecimientos familiares en la vida de Tolkien se
menosprecia muchas veces o se deja de lado, pero, en verdad resultaron muy
significativos. Su papel de padre de familia y la atención que dedicó a sus hijos como
narrador de cuentos fueron muy importantes para su persona y su obra.
En esos años había empezado los primeros esbozos de lo que luego fue El
Silmarillion, en realidad una mitología que sostenía la lengua que estaba creando. pero,
al mismo tiempo, por Navidad, escribía lo que luego serían las Cartas de Papá Noel.
Una serie de cartas en las que Tolkien plasmaba la comunicación de papá Noel con sus
hijos. Cada Navidad sucedía algo diferente en el Polo Norte que merecía ser narrado a
los niños. Esta fue una de las muchas demostraciones de afecto por sus hijos, por los
cuales se desvivía. A principios de las década de los 30 empezó a escribir El Hobbit casi
como un entretenimiento personal que también divertía a los niños, pero tuvo ocasión de
publicarlo y lo hizo en 1937. Escribió además varios cuentos.
Tolkien obtuvo una plaza de profesor de anglosajón en Oxford, donde conoció a
C.S. Lewis, de quien fue amigo entrañable casi hasta el final de sus días. Las
conversaciones entre los dos compañeros y amigos fueron enormemente fructíferas y
dieron lugar al regreso al cristianismo de Lewis que recuperó su fe anglicana.
Para entonces, Tolkien ha forjado ya lo que será el núcleo de su pensamiento
sobre los antiguos relatos míticos: su convicción de que los mitos eran de hecho
expresiones de la palabra de Dios que revelaba fragmentos de su verdad eterna.

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La obra cumbre y novela de culto
Poco después de publicar El Hobbit, su editor le pidió una continuación y
Tolkien empezó lo que habría de ser su obra cumbre El Señor de los Anillos, en 1938.
Pero casi inmediatamente experimenta que el libro "fluye y se me escapa de las manos.
Está ya en el capítulo VII y avanza hacia metas totalmente imprevistas". De hecho, ya
no era un libro infantil sino que se elevaba a la esfera de la gran novela heroica. El
nuevo relato se vinculaba de manera profunda con las historias de El Silmarillion y
terminaría por adquirir el tono y propósito de esas narraciones. Sin embargo, la
redacción del libro habría de dilatarse muchos años. Los avatares de la II Guerra
Mundial, la marcha de sus hijos mayores del hogar, la dedicación profesional y su
propio afán perfeccionista hicieron que el relato sólo quedara terminado en 1949.
Tolkien escribió a su editor que la obras estaba escrita "con la sangre de mi vida, gruesa
o delgada, como sea, y no puedo hacer otra cosa".

El libro ha constituido de hecho uno de los mayores fenómenos literarios del


siglo XX. Alrededor de él ha crecido toda una "cultura" de aficionados, adeptos e
"iniciados" en el mundo de Tolkien.
El Señor de los Anillos es un libro difícil de clasificar en lo que al género se
refiere. No pertenece a un solo género y desborda cualquier definición, aunque podemos
decir que su estructura descansa en el relato épico. Sin embargo, gran parte de sus
peculiaridades, por ejemplo la magia, responden al cuento de hadas. No obstante, este
aspecto tampoco coincide en el libro exactamente con los patrones clásicos del cuento.
En El Señor de los Anillos la magia entronca directamente con lo sobrenatural.
Así pues, la dimensión espiritual de El Señor de los Anillos convive
estrechamente con el fundamento mítico de la obra. Tolkien fue no solo un estudioso de
los temas míticos sino un hombre fascinado por los relatos de ese tipo y por la misma
existencia del mito en la cultura e historia humanas. Para él, el mito contiene una
verdad. Más aún, según él, hay verdades que solo pueden expresarse mediante este tipo
de relatos; verdades que no son científicas ni históricas, sino que tienen que ver con los
problemas fundamentales de la existencia: el origen del mundo; la naturaleza humana;
la vida y la muerte. El contenido de esta verdad expresa, de manera simbólica, la lucha
entre opuestos y su tendencia a ser integrados en un horizonte de sentido. Como dice
Mardones (El retorno del mito, Madrid, Síntesis, 200): "la realidad no está
verdaderamente abandonada, la multiplicidad no está abocada a la desintegración, el

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mal no tiene la última palabra sobre el mundo". Pero Tolkien, además, enlaza el
conocimiento mítico con la sabiduría que procede de Dios. Para él el mito expresa no
sólo una verdad trascendente, sino religiosa. Con todo este bagaje, Tolkien se convirtió
él mismo en un "hacedor" de mitos y esta cualidad se muestra especial y profundamente
en El Señor de los Anillos. Su visión del mito confluye en él con su vivencia religiosa.
El Señor de los Anillos presenta un sistema bipolar de fuerzas morales en lucha.
Dicho esquema es consustancial a la naturaleza mítica del relato. Los dos campos el
Bien y el Mal aparecen claramente delimitados y en convulsa y constante oposición;
afecta a todos los seres vivientes e incluso a los objetos: cada elemento positivo tiene su
correspondiente en el campo negativo.
Pero la orientación espiritual de El Señor de los Anillos se muestra
especialmente en los personajes. Para todos sus protagonistas, la aventura supone un
recorrido iniciático, pero para algunos ese recorrido supone una transformación personal
de hondo calado. A través de ese proceso reflejan la conexión con un mundo más alto
que, aunque no es patente en la historia, se manifiesta a través de ellos.

La obra cumbre de Tolkien conoció el éxito en vida de su autor. Sobre el


profesor llovieron homenajes, cartas y peticiones. La historia fascinaba en todo el
mundo, pero Tolkien nunca abandonó su vida sencilla y sin pretensiones de fama. Su
obra, sin embargo, empezó a considerarse una obra "de culto", consideración que es
actualmente universal, debido a la versión cinematográfica.

Tolkien murió en 1973, después de sufrir el golpe más duro que fue la muerte de
su mujer dos años antes. Su obra es ya un clásico. En su acertada simbiosis de símbolos
antiquísimos y problemáticas eternas, los lectores de hace medio siglo se encuentran a sí
mismos. A decir de David Day (El anillo de Tolkien, Minotauro, 2001), Tolkien
"despertó algo profundo en la conciencia humana por medio del lenguaje universal de
unas imágenes míticas extraídas de la temprana historia de la humanidad. Se convirtió
así en el heredero de una antigua tradición narrativa, empleando la lengua simbólica
común del mito para crear el cuerpo más grande de mitología inventada de toda la
historia de la humanidad".
Isabel Romero Tabares
Universidad P. Comillas

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