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TEMA RELEVANTE
MARCO NORMATIVO
• Código Procesal Civil: arts. IV del TP, 4, 50 inc. 5, 51 inc. 3, 82, 109 incs. 1 y 2, 110,
111, 112 incs. 2 y 4, 178, 384, 393, 400 y 441.
Introducción
Hace poco más de 20 años, se vivió en el Perú una enorme experiencia procesal, pues
se reformó el antiguo sistema procedimental que el código abrogado de 1912 había
cimentado en la práctica judicial. Con la vigencia de un nuevo código desde 1993, se
cambió el paradigma de la actividad de jueces, abogados y fiscales. Temas tan
sensibles como la buena fe procesal, la dirección del proceso por el juez, la actividad
probatoria con reglas claras desde los actos postulatorios, la inmediación, entre otras
muchas reformas, causaron un cambio profundo; sin embargo, hoy podemos expresar
que sus objetivos no han sido alcanzados a plenitud.
Diría que no ha tenido plena vigencia social, pues seguimos siendo formalistas, en la
audiencia se “oye” pero no se “escucha” a las partes, no se sanciona la mala fe
procesal, se sigue incurriendo en nulidades procesales de manera constante
(verdadero cáncer del sistema), la autoridad del juez se ha confundido con
autoritarismo, el despacho esta congestionado, hay exceso de carga procesal, no se
ha cumplido el objetivo de la casación pues se siguen dando sentencias contradictorias
respecto de temas similares, etc.
Los tiempos del proceso no han mejorado en absoluto. La calidad de la justicia
tampoco, salvo muy honrosas excepciones que enaltecen la jurisdicción y que nos
permiten mantener la esperanza en el sistema.
Por otro lado, el principio nulla executio sine título impide a los jueces emitir
resoluciones de actuación inmediata sin que antes exista una sentencia inmutable.
Esta visión dogmática viene siendo objeto de serias observaciones, pues el tiempo del
proceso no atiende las necesidades de quien reclama tutela efectiva. Hoy se buscan
mecanismos que permitan la actuación inmediata de las resoluciones, mecanismos
que podrían ser clasificados en dos grandes grupos, a los que se agrega la tutela
cautelar:
Son muchas las opciones que existen para dar eficacia al pedido de tutela ordinaria,
así como para atender a la tutela urgente. El Código no puede mantenerse ajeno a
esas tendencias.
En fin, se trata de una situación muy compleja. La regulación actual del Código
Procesal Civil es insuficiente y no atiende a los aspectos que hemos reseñado.
IV. Reformar el proceso cautelar
En lo esencial, cuando un juez dicta una medida cautelar sin que hayan justas razones
fácticas o jurídicas que lo justifiquen, no solo afecta el valor justicia, sino que incurre en
un acto de arbitrariedad y parcialidad que desdice de su alta misión. A su vez, cuando
se niega a conceder una medida cautelar pese al cabal cumplimiento de la
acreditación de los requisitos para otorgarla, actúa con arbitrariedad y desdén.
Si analizamos algunas de las variables que hacen la diferencia, podemos apreciar que
en algunos casos se podría justificar la regulación independiente, pero en otros no, ya
que se tratan de opciones que bien pueden ser aplicadas en las mismas condiciones
sin importar las diferentes vías procesales. Hoy en día, dependiendo de la naturaleza
del proceso, la forma de pedir y de ejecutar la medida cautelar será distinta, aun
cuando los presupuestos para obtenerla sean los mismos. Un juez deberá actuar, en lo
que a tutela cautelar se refiere, de manera diferente cuando tenga en sus manos un
asunto civil, uno contencioso-administrativo, o uno constitucional, como si la tutela
cautelar hubiera perdido su carácter instrumental y urgente.
En efecto, los matices que las diferentes regulaciones contienen nos llevan a esa
conclusión. Veamos:
A través del proceso se pueden cometer irregularidades, por lo que se hace inevitable
imponer reglas de conducta, pues fraus omnia corrumpit. El Código Procesal hizo suya
la preocupación de los tiempos modernos por reprimir el fraude procesal, lo que
constituye un síntoma del avance de la tendencia moralizadora del proceso y que el
artículo IV del Título Preliminar adopta al exigir a todos los partícipes en él, que
adecuen su conducta a los deberes de veracidad, probidad, lealtad y buena fe. Tal
principio tiene concretas y reiteradas manifestaciones en el Código, como por ejemplo,
cuando en el artículo 50, inciso 5 se impone a los jueces el deber de sancionar al
abogado o a la parte que actúe en el proceso con dolo o fraude; en el artículo 51 inciso
3 se establece la facultad judicial de interrogar a las partes sobre los hechos
discutidos; en el artículo 109 incisos 1 y 2, se impone a las partes, abogados y
apoderados el deber de proceder con veracidad, probidad, lealtad y buena fe en todos
sus actos e intervenciones en el proceso, y a no actuar temerariamente en el ejercicio
de sus derechos procesales; en el artículo 112 incisos 2 y 4, se considera que ha
existido temeridad o mala fe cuando a sabiendas, se aleguen hechos contrarios a la
realidad, o cuando se utilice el proceso o acto procesal para fines claramente ilegales o
con propósitos dolosos o fraudulentos; en el artículo 441 se impone sanción al
demandante por juramento falso respecto de la dirección domiciliaria del demandado,
ordenando se ponga en conocimiento del Ministerio Público y del Colegio de
Abogados.
3) El artículo 178 cumple con precisar quiénes son los legitimados activos para
demandar, señalándose que lo son la parte y el tercero ajeno al proceso que se
considere directamente agraviado con la sentencia. Sin embargo, omite toda referencia
a la legitimación pasiva, lo que ha originado que se comprenda como demandados a
todos los intervinientes en el proceso original, incluyendo peritos, auxiliares judiciales,
jueces, etc. La omisión es criticable y hay que subsanarla, proponiendo que el
emplazamiento tiene que dirigirse solo contra aquellos a quienes se imputa alguna de
las conductas configurantes del proceso fraudulento, esto es, el fraude, dolo o
colusión.
La unificación de la jurisprudencia nacional es una tarea que el artículo 384 del Código
Procesal Civil asigna a la Corte Suprema. La predictibilidad judicial está de por medio,
pues una misma causa no puede tener respuestas radicalmente opuestas. No puede
llamarse impartición de justicia al hecho de que se pueda ganar o perder una causa si
el expediente es visto por la Sala Civil permanente o por la transitoria, o viceversa,
pues más parece juego de azar. Los plenos casatorios buscan superar ese estado de
cosas. Lamentablemente, al día de hoy, solo se han celebrado 6 plenos, pese a que
existe una larga lista de temas en que existen manifiestas contradicciones entre ambas
salas supremas. Por otro lado, la demora en resolver los casos de los últimos 2 plenos,
bordea los dos años. A ese ritmo, es utópico que se vaya a lograr la predictibilidad
buscada.
Eso sucede porque el recurso, tal como está regulado, deja mucho que desear. Por
ejemplo, es evidente que el legislador, en el afán de lograr la formación de una
auténtica jurisprudencia nacional que abarque todo tipo de conflictos, ha sido muy
permisivo al regular la admisión y procedencia del recurso. Como se sabe, no hay
limitaciones impuestas por la cuantía ni por la vía procedimental ni por la naturaleza de
la resolución impugnada. Por otro lado, no ha impuesto ninguna exigencia para que la
convocatoria a los plenos se realice, necesariamente, y no quede a la libre discreción
de los magistrados.
Por ello, me permito sugerir se revisen los siguientes aspectos:
El Tribunal Constitucional ha fijado los requisitos que deben presentarse para proceder
a fijar un precedente:
¿Por qué nuestra Corte Suprema no puede actuar con igual proyección jurídica?
El juez es la boca por la que se expresa la ley, o el silogismo clásico que permitía
“administrar justicia” mediante un simple proceso lógico, tuvieron, es verdad, una
enorme influencia en los albores del proceso jurisdiccional; en ese contexto era
entendible la visión sedentaria del papel del juez en el proceso, limitado a admitir y a
acumular los pedidos de las partes, sin iniciativa propia, lo cual parece explicar el
estado actual del recurso. Dar paso a la figura del juez director del proceso se debe en
gran medida a la desaparición del mito que estimaba al Poder Legislativo como primer
poder del Estado, con base en la idea de que el legislador era infalible. Si a ello
sumamos el papel del constitucionalismo y la vigencia de lo que se denomina Estado
Constitucional de Derecho, cuyas ideas esenciales son que la Constitución es una
norma jurídica y no solo política, y que la norma suprema constituye un parámetro a la
actividad del Legislativo que debe ceñirse a sus valores y principios, se perfila el nuevo
papel del juez en la sociedad actual. El activismo judicial paso a tener carta de
ciudadanía.
A todo ello, podríamos agregar que hay que lograr la economicidad del proceso;
respetando el precedente se simplifica considerablemente el deber de argumentación.
Edgardo Villamil Portilla sostiene que: “La seguridad jurídica no es solo sujeción a la
norma positiva, es también, solo a título de ejemplo, el respeto por el precedente, de
modo que la carga de la argumentación está en hombros de quien quiere combatir el
precedente, bien sea el propio o el construido colectivamente. Además, en un sistema
jurídico que haya consagrado el derecho a la igualdad, el valor del precedente toma
una dimensión descomunal por el derecho de los ciudadanos a ser juzgados de la
misma manera. Por ello el comportamiento del juez no puede ser insular, tiene
ataduras. La coherencia le impone decidir igual que lo hizo ayer, igual que lo hicieron
sus colegas; no puede ser un tiranuelo confinado en su torre de marfil. En ese sentido,
el Derecho es más conservador de lo que se piensa y así debe ser, en tanto el juez
que quiera quebrar el paradigma vigente debe demostrar la necesidad y justicia del
cambio. No es la consagración de la esclerosis del Derecho, es la exigencia de
estabilidad y seguridad que justifican la existencia del Derecho como forma de
regulación social”.
Por todo ello, no podemos menos que reconocer que la Jurisprudencia vinculante es
un instrumento necesario a los fines de la justicia. Aharon Barak en su obra Un juez
reflexiona sobre su labor define de manera precisa esta realidad cuando dice que: “En
realidad, la desviación del precedente del tribunal es un asunto grave y se debe tomar
con responsabilidad. El precedente no es inmutable, pero oponerse a la jurisprudencia
establecida no es un objetivo en sí mismo. La separación del precedente debe ser la
excepción, no la regla. Y cuando un juez se aparta del precedente, debe ser explícito al
respecto, asumiendo responsabilidad personal por el cambio. El Poder Judicial debe
ser transparente
la “carga de la prueba”, debe yacer en quien sea que desee
apartarse del precedente. Por lo tanto, cuando se equilibran las balanzas debemos
apegarnos al precedente”.
4) La seguridad jurídica no debe ser vista solo como sujeción al dispositivo legal.
Debe comprender también al precedente, más aún cuando se trata de decisiones de
órganos colegiados de rango superior, cuyos integrantes deben tener, por regla
universal, más experiencia, lo que le da mayor valor a sus decisiones. En todo caso, se
trata de que el juez no se aparte del precedente sin más, ignorando su existencia. El
precedente genera cuando menos la carga de una argumentación específica y más
elaborada, esto es, una argumentación puntual que explique los motivos por los que el
juez considera necesario apartarse del precedente.
7) Finalmente, cabe hacerse una pregunta respecto del valor de los precedentes
en el sistema del Common Law. No podría sostenerse seriamente que los jueces de
ese sistema carecen de independencia, en la medida que no puede dejar de aplicar los
precedentes de la Suprema Corte. ¿El stare decisis los convierte en jueces menos
independientes que los del sistema continental del Civil Law?
Por todo ello, estimo que se hace necesario una modificación profunda en esta
materia. No basta ser igual ante la ley; lo exigible es ser igual ante quien aplica la ley.
Estimamos que en la hora actual, en la que los malos deudores han perfeccionado sus
mecanismos de “protección” contra las acciones de cobro de su acreedor,
especialmente ocultando sus bienes, es necesario adoptar mecanismos más eficaces
que coadyuven a que las sentencias se ejecuten efectiva y rápidamente y, en lo
posible, en sus propios términos. Proponemos las siguientes ideas:
1) Presumir la mala fe del deudor. Esta sugerencia puede generar una severa
crítica, pero creo que es sensata y engarza adecuadamente con la realidad. Un deudor
vencido en juicio y sujeto a la ejecución de la sentencia (advertencia: la presunción se
sugiere solo para esta circunstancia, estar sometido a ejecución judicial, y no de
manera abierta para toda actividad con efectos jurídicos), quien alega no tener
patrimonio alguno, debe ser objeto de sospecha. Como se tiene dicho, no es aceptable
que alguien que logró obtener un crédito porque demostró ser digno de la confianza de
su acreedor, inexplicablemente aparezca como una persona en situación de miseria.
En todo caso, si una desgracia le sucedió, puede demostrarla para evitar que la
presunción se haga efectiva. Esta conducta suele acentuarse cuando la ejecución que
se cierne sobre el deudor es inminente, momento en el cual celebra actos jurídicos de
disposición, en connivencia con terceros. La presunción genera el traslado de la carga
de la prueba.
Bibliografía
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