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EL PLAN DE DIOS PARA LA FAMILIA:

Poniendo el fundamento
Si el Señor no construye la casa, el trabajo de los constructores es una pérdida de tiempo. Si el Señor
no protege la ciudad, protegerla con guardias no sirve para nada.2 Es inútil que te esfuerces tanto,
desde la mañana temprano hasta tarde en la noche, y te preocupes por conseguir alimento; porque
Dios da descanso a sus amados. Salmo 127:1-2 (NTV)

Estamos viendo en nuestros días


un ataque directo contra la
familia, se está promoviendo
como bueno todo aquello que
ofende a Dios porque el hombre
ha pasado a ser el centro del
universo, estando reflejado en la
promoción de prácticas como el
aborto, la homosexualidad, el
divorcio, el libertinaje, el
feminismo, etc. Son muchos los
que desean la muerte de la familia como la describen las Escrituras, ya que la consideran anticuada
y peor aún, nociva. Los sociólogos, psicólogos y trabajadores sociales, han hablado de la familia,
tratando de ayudar ante sus problemáticas, pero nada han logrado, todo lo contrario, hoy día hay
un mar de confusión pues si sus tesis carecen del temor al Señor, sus recomendaciones son menos
que paños de agua tibia.

La situación sería grave si no creyéramos que Dios tiene una respuesta clara y contundente sobre el
tema de la familia y la manera en que esta debe ser edificada, pues es nuestro Señor quien la
constituyó. Dios dispuso que la familia fuera el corazón de la sociedad humana, allí se transmitiría
el temor del Señor y sería el sitio de refugio ante los embates de la vida.

El salmo 127 comienza con una advertencia clara, aquellos que tratan de edificar vidas y por tanto
familias sin Dios, se enfrentarán a tareas penosas que no darán un fruto agradable. La labor de
sostener un hogar, las demandas que surgen en nuestras casas donde se debe cumplir con
innumerables compromisos y la extenuante tarea de ser esposos y padres puede que termine muy
lejos del sueño con el que iniciamos nuestras familias. Es en este versículo donde apreciamos como
el resultado de la obra emprendida sin Dios, no cumple con el propósito para la cual fue diseñada,
el trabajo es catalogado como en vano, no que no se hiciera esfuerzo, sino que el resultado de esa
dura tarea es estéril o peor aún, el fruto es amargo y penoso.

De igual manera, el tratar de proteger nuestros hogares de las ideologías modernas, situaciones
desfavorables, problemas relacionales mediante el dinero, una carrera profesional y extenuantes
horas laborales no garantizan que nuestras vidas no puedan ser sacudidas por el desempleo, una
pérdida económica, incluso una crisis familiar. La protección de nuestros hogares y la esperanza
para transitar por los más oscuros valles de nuestra vida deben estar en manos de Dios, para lo cual
es necesario que todos los miembros de la casa se involucren en la adoración al Señor, la instrucción
en las Escrituras y la obediencia a su Palabra.
Muchos nos esforzamos, los horarios de nuestros trabajos son más extendidos y el madrugar es
parte de la cotidianidad, pareciendo esclavos de una agenda que culmina incluso tarde en la noche
y drena toda nuestra energía. Pensamos que todo ese esfuerzo traerá el mejor resultado y de pronto
vemos como toda ilusión se disipa cuando una noticia diagnostica que es poco el tiempo que nos
queda de vida, o que nuestros hijos han caído en la droga.

Es tan aguda la crisis social y familiar, que ni siquiera las buenas horas de las comidas son tranquilas,
sosegadas y felices; los celulares que se suponían que disminuirían las distancias en la comunicación,
son una gran barrera pese a su pequeño tamaño, que impide el dialogo al ser motivados al
egocentrismo y la autosatisfacción. ¿Cuál es el problema? Que no hay un refugio para la tormenta
de nuestras vidas si hemos hecho a un lado a Dios, es un caminar en el desierto tras los espejismos
de una sociedad egoísta y vacía que solo busca el placer y la satisfacción inmediata.

¿Qué debemos hacer entonces? Empezar como inicia la Biblia, en el principio Dios, Génesis 1:1. Si
Dios no pasa a ser el centro de nuestras vidas, el corazón de la familia, el proveedor de nuestro
hogar, el edificador de la sociedad, el guardián de nuestros hijos y cónyuges, no hay nada que hacer.
Esto comienza al reconocer que hemos pecado contra Dios al querer vivir como lo dice aquella
canción: a mi manera. Es imprescindible que reconozcamos como el hijo pródigo, cuantos recursos,
tiempo y oportunidades, hemos derrochado por seguir nuestros propios ídolos. Debemos ir a Cristo
y humillarnos, arrepintiéndonos de nuestra rebeldía y descansar en su gracia y misericordia, las
cuales nos dan vida nueva y eterna.

Si confiamos nuestra vida a Cristo y empezamos a caminar tras Él, nuestra situación personal y
familiar será impactada, Dios cual Padre misericordioso nos limpiará de toda maldad, nos guiará por
sendas de justicia y nos pastoreará. Nuestros hijos caminarán seguros, nuestras esposas se
regocijarán y, sobre todo, nuestra sociedad y nación cambiará porque habremos entendido que Dios
debe ocupar el primer lugar, pues el fin de todo hombre es vivir para el Señor y gozar de su
presencia.

Concluyo con este pasaje de la Biblia y que Dios los bendiga: ¡Qué feliz es el que teme al Señor, todo
el que sigue sus caminos! Gozarás del fruto de tu trabajo; ¡qué feliz y próspero serás! Tu esposa será
como una vid fructífera, floreciente en el hogar. Tus hijos serán como vigorosos retoños de olivo
alrededor de tu mesa. Esa es la bendición del Señor para los que le temen. Que el Señor te bendiga
continuamente desde Sión; que veas prosperar a Jerusalén durante toda tu vida. Que vivas para
disfrutar de tus nietos. ¡Que Israel tenga paz! Salmo 128. (NTV)

VLADIMIR MUTIS GÓMEZ


DOCENTE DE EDUCACIÓN CRISTIANA
COLEGIO INTEGRAL SAN PAULO

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