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PANEL
Modalidades de atención diversificadas para una mayor equidad y calidad en la atención :
el currículo en sus múltiples escenarios, articulaciones y operatorias.
Miguel A. ZABALZA
Universidade de Santiago de Compostela
La temática que plantea este Congreso me resulta muy atractiva y a él he dedicado buena
parte de mi esfuerzo durante estos últimos años. También me parece un acierto lanzar la
mirada hacia adelante y buscar entre todos las grandes líneas del desarrollo de las políticas
de infancia para el próximo Siglos.
Parece obvio, y así se recoge en este Simposio, que la atención a los niños y niñas
pequeños constituye una problemática multidimensional y en la que intervienen factores y
agentes bien diversos (desde los políticos a los economistas, desde los médicos y
psicólogos a los sociólogos y educadores; y todos ellos aportando perspectivas y recursos
distintos).
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No estoy seguro de si acierto en ello, pero me ha parecido más interesante entrar en temas y
problemáticas comunes a todos los asistentes que centrarme en describir la actual situación
del Sistema Educativo en mi país. Por supuesto, estaré encantado de poder aclarar e
informar de esa cuestión a quienes estén interesados en ello. Para ello me he provisto de
algunos folletos informativos que pongo a disposición de los interesados.
En definitiva, quisiera aprovechar esta oportunidad para desarrollar algunas ideas que
respondan a la problemática que se ha planteado a nuestro panel : ¿cómo salvaguardar la
equidad y, simultáneamente, la calidad en la Educación Infantil?. Y, además, ¿qué papel
juega el curriculum en ese compromiso?.
Si en algún momento de la vida resultan importantes los contexto de vida, ese momento es
sobre todo la infancia. La particular dependencia en que se desarrolla la vida infantil otorga
cualidad de figura a lo que en otras etapas de la vida no constituye sino el fondo de nuestro
desarrollo. A cualquier educador o persona especialmente preocupado por la infancia no
deja de inquietarle como el futuro de vida de los niños viene claramente condicionado por
esos contextos de vida por los que él irá realizando su particular itinerario vital. La familia
(la nuclear y la red de familiares), el medio social, la escuela, las instituciones sociales, y
culturales con las que se irá topando, etc.
1
Spirak, M. (1973) : “Arquetypal Place”, en Rev. Architectural Forum, 140. Pags. 44-49.
2
Barker, R. G. (1968): Ecological Psychology. Standford University Press.
3
Zabalza, M.A. (1996, 2ª Edic.): Didáctica de la Educación Infantil. Narcea. Madrid. Pag. 119 y ss.
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Ni qué decir tiene que esta misma diferenciación podríamos aplicarla a la escuela. También
en relación a la institución escolar podemos establecer esa distinción: una escuela que actúa
como contexto de vida enriquecedor para los niños y niñas que asisten a ella y una escuela
(una forma de enfocar y desarrollar la acción escolar) que no sólo no mejora las
posibilidades de desarrollo de los niños sino que introduce ruidos y alteraciones en su
desarrollo.
Parece claro que los niños/as se van a desarrollar a lo largo de sus años escolares tanto si
acuden a una buena escuela como si lo hacen a una escuela mediocre. La cuestión básica está en que
su desarrollo no será el mismo en un caso y en otro: la diferencia está en saber distinguir entre el
desarrollo natural (aquel que es previsible que se produzca de manera natural si no aparecen graves
problemas de tipo personal o social que lo impidan o retrasen) y el desarrollo potenciado escolarmente
( el plus de desarrollo que se obtiene por el hecho de haber acudido a una escuela de alta calidad y en
la que los niños/as han tenido la oportunidad de desarrollar múltiples experiencias que les han
permitido afianzar sus capacidades y destrezas en los diferentes ámbitos del desarrollo intelectual y
social).
Esta aportación de la escuela al desarrollo (la “zona del desarrollo próximo”) parece obvio
que resulta mucho más crucial para los niños y niñas de clases bajas y aquellos en una situación
familiar o social menos favorecedora de un desarrollo óptimo. De ahí la importancia de la escuela y la
escolarización ( sobre todo en las etapas tempranas) como recursos de desarrollo social.
Pero aún subsiste una importante cuestión: ¿qué tipo de enriquecimiento es el que
proporciona la escuela? . ¿Qué condiciones debe reunir la escuela y el currículo que
desarrolla para que sus efectos acaben siendo realmente enriquecedores para todos los
niños y niñas? ¿Se cubren adecuadamente los diversos ámbitos del desarrollo infantil a
través de la acción educativa escolar? ¿Incluso cuando los contextos escolares son ricos y
enriquecedores, en qué lo son?.
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Desde esta perspectiva y habida cuenta del espacio de tiempo disponible, quisiera entrar en
mi intervención en tan sólo un par de consideraciones:
Parece obvio comenzar mis consideraciones dando por sentado que la escuela constituye un
ecosistema privilegiado (“privilegiado” en el mismo sentido que Mead4 atribuye a los
“otros privilegiados” en el desarrollo de la identidad personal). ¿En qué sentido podemos
decir que la escuela es un contexto de vida ? ¿Qué efectos son atribuibles a ese contexto de
vida?
Señala el sociólogo italiano Volpi5 que la escuela desarrolla una doble función básica: una
más vinculada a los procesos de socialización de los escolares (momento objetivo-
institucional) y la otra orientada a su desarrollo personal (momento subjetivo-innovador).
La primera de esas dimensiones ha sólido constituir el cometido fundamental de las
escuelas: formar a los sujetos para que estén en disposición de integrarse adecuadamente en
su grupo social (para responder adecuadamente a las exigencias y condiciones que éste les
plantea). La segunda de ellas (lo que las escuelas aportan a la autorrealización de los
sujetos) resulta menos fácil de identificar y constituye, con frecuencia, un punto débil de la
actual dinámica escolar.
Aquí aparece el primer gran punto de reflexión sobre el tipo de contexto que la escuela
ofrece a los escolares. No son pocos, y entre ellos me incluyo, los que denuncian un fuerte
desequilibrio entre ambas tendencias escolares. La escuela en la actualidad juega más el
papel socializador que el papel de reforzadora de la autonomía individual. De ahí que en los
últimos años se hayan ido acentuando algunas aristas institucionales poco tranquilizadoras :
mayor elitismo escolar, dificultad para construir una escuela realmente comprehensiva,
desigualdad entre las escuelas en detrimento de aquellas públicas (especialmente las
ubicadas en zonas desfavorecidas), aparición de nuevos grupos de excluidos escolares,
aumento de la presión sobre los sujetos con problemas de adaptación, etc.
4
Mead, M :
5
Volpi, C. (1981): “Socializzazione Infantile e Scuela di Base: il problema delle regole educative”, en
Gozzer, G. et alii: Oroscopo per la Scuola Primaria. Armando. Roma. Pag. 76-98
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enriquecido, como ecosistema regulado, como ámbito de desarrollo de tareas de
aprendizaje, y finalmente, como puerta abierta al entorno. En esos componentes residen
tanto las virtualidades de las escuelas como contextos de vida ricos y enriquecedores (en
tanto que podrían constituir una insustituible aportación a la expansión personal de los
estudiantes) como las virtuales deficiencias del sistema (en tanto que pueden cortocircuitar
todo el proceso de desarrollo y acabar produciendo fracaso en lo social, lo académico y lo
personal).
a) La escuela es, con certeza, un espacio de encuentro a muchos niveles. Los escolares
(especialmente los niños y niñas pequeños) se verán abocados a mantener contactos con
personas, con objetos, con informaciones, con ideas, con normas, etc. Las oportunidades de
abrirse a esos encuentros serán, sin duda, múltiples y muy variadas.
El valor añadido que la escuela aporta a los niños y niñas es, justamente, el
enriquecimiento de la dimensión encuentro: cuanto más variado, más profundo, más
retador, más plural, etc. es el encuentro tanto más se enriquece el bagaje de experiencias a
través del cual los niños van creciendo personal e intelectualmente.
Por eso, pese a ciertas reticencias organizativas y profesionales parece resultar más rico un
contexto escolar en el que los niños entre en contacto con muchos y variados adultos: con compañeros
de diversas características y cualidades; con experiencias diversificadas (en cuanto a las oportunidades
de hacer cosas distintas, en cuanto a los materiales a utilizar, en cuanto a los ambientes de trabajo y
juego, en cuanto a las formas de organización, etc.).
De todas maneras, este encuentro posee una característica muy particular: se trata de un
encuentro y una relación forzada. Los sujetos no la escogen se ven forzados a mantenerla.
No se escoge (en general, y , desde luego siempre que se es pobre) la escuela, no se
escogen los profesores, no se escogen los compañeros, ni los aprendizajes ni las
experiencias (en ocasiones, sí).
Esta sensación de imposición puede acabar malogrando buena parte de la satisfacción que
los encuentros y las actividades escolares serían capaces de generar por sí mismas. Pero
posiblemente esta condición de lo escolar afecte menos a los niños pequeños que a los más
crecidos.
No es fácil para la escuela resolver el dilema entre la imposición y la libre opción. Es cierto
que esa misma situación puede convertirse en una nueva ocasión para ampliar el espectro
de modalidades de relación. Pero, lo es también, que impone la necesidad de reforzar la
sensibilidad institucional y de los educadores para intentar equilibrar la situación y
aproximarse (en la adaptación de la oferta formativa, en la dinámica de funcionamiento,
etc.) a las circunstancias individuales de los niños a los que se atiende.
Lo que se precisa, señala Licia Magnani6, es una “escuela que acoja” realmente a los
sujetos que acuden a ella (la scuola accogliente, como la llama ella).
6
Magnani, L. (1999): “La scuola accogliente”, en Dirigenti Scuola, vol. XX (1) Sept-Oct. 1999. Pag.19-24
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En opinión de esta autora,. incluso los “ritos de acogida” actualmente existentes responden a
esa tendencia de la escuela a imponer su propio modelo por encima de cualquier consideración más
sensible a las demandas reales de los sujetos.
Muchas escuelas han establecido rituales de acogida a los niños en sus primeros días de
estancia en la escuela. Pero si se analiza lo que sucede en esos días podemos constatar dos hechos
igualmente chocantes:
- que se trata de un tipo de actuación episódica y puntual. Dura sólo unos días y trae consigo
escasas consecuencias para el funcionamiento real de la institución ya planificado con anterioridad.
- que en realidad los sujetos son receptores pasivos de la acogida: se les muestra la
institución, se les explican sus normas, se les presenta a los profesionales, se les entregan documentos
de apoyo, etc.
No hay nada previsto sobre la posibilidad de que los nuevos ingresados especifiquen cuáles
son sus necesidades y expectativas.
b) Las escuelas son ecosistemas regulados. Tanto su dinámica como las acciones
formativas que se desarrollan en su seno están fuertemente reguladas (al menos en nuestro
Sistema Educativo).
En tanto que sistemas abiertos, las escuelas están reguladas desde los suprasistemas a los
que pertenecen y, a la vez, ellas mismas generan sus propias regulaciones internas. Con lo
cual, al final tenemos una notable acumulación de normativas. Ello, desde luego no obsta
para que, simultáneamente, la escuela se mantenga como un escenario con notable
descontrol y una fuerte presencia de la autonomía individual de los profesionales (algunos
autores identifican las escuelas como “caos ligeramente organizados”).
Estamos nuevamente ante un dilema que afecta a las escuelas como contextos de vida. La
regulación constituye, sin duda, una garantía de legitimidad social y seguridad en las
relaciones entre la institución y los sujetos. Pero, como quiera que las normas reflejan
siempre posiciones predominantes que se imponen sobre posiciones menos poderosas, todo
ello nos conduce a dinámicas asimétricas en el funcionamiento de las relaciones y el
control.
No pretendo hacer un discurso demagógico o anarquista. Las normas son necesarias, sin
duda, y sin ellas el caos acabaría imposibilitando cualquier tipo de relación rica y
enriquecedora. Pero, nuevamente, nos encontramos ante un fenómeno que, cuando menos,
condiciona la calidad de las experiencias que los sujetos pueden vivir en las escuelas a las
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que asisten. Por eso, la idea de la scuola acogliente, a la que se refieren los italianos me
parece un reto muy importante.
La escuela constituye ese espacio preparado para poder llevar a cabo experiencias ricas en
los diversos órdenes del aprendizaje. Para ello se han preparado los profesionales de la
enseñanza, para ello se ha dotado de recursos a los diversos ambientes de trabajo (aulas,
laboratorios, salones, patios, etc.), para ello, en fín, se han definido unas normas
organizativas y de funcionamiento. Al menos en la teoría, las escuelas deberían ser unos
espacios potenciadores de la curiosidad, de actividades de búsqueda y experimentación, de
apertura a nuevos retos intelectuales y personales.
Pero, a veces, la realidad de las cosas suele ser otra bastante diferente. Las escuelas no
siempre cumplen de forma adecuada con esta “misión formativa”. Unas veces por exceso
de academicismo (lo escolar acaba contaminando las otras dimensiones del encuentro
educativo) y otras por ausencia de planteamientos didácticos adaptados.
Los sistemas familiares actuales constituyen, con frecuencia, contextos de vida ricos pero
limitados en cuanto a las posibilidades de “apertura al mundo” que ofrecen a sus hijos.
Obviamente, en esto hay una gran diferencia entre unas familias y otras.
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Este es otro tipo de enriquecimiento que las escuelas infantiles pueden ofrecer a sus
beneficiarios: abrirles al mundo que les rodea de una forma amplia e intensa. Al mundo
natural, al social, al cultural, al lúdico. La escuela infantil es como un gran “ojo de buey” y
un taller de experiencias que permite primero mirar y después disfrutar de una manera
enriquecida de todo lo que nos rodea.
Eso significa que estamos hablando de una escuela abierta. No de una escuela encerrada
sobre sí misma y autosuficiente. Algunos colegas italianos hablan del Sistema Formativo
Integrado: es decir, concebir la escuela como uno más de los recursos formativos del
entorno y ofrecer a los escolares un proyecto educativo en el que se integren los diversos
agentes sociales con capacidad de enriquecer la propuesta formativa de la escuela (museos,
bibliotecas, asociaciones de profesionales, instancias municipales de diverso tipo, agentes
sanitarios, etc.) Todos juntos ofreciendo a los niños y niñas de la Escuela Infantil un
escenario ampliado capaz de enriquecer sustantivamente sus registros experienciales.
En resumidas cuentas, las escuelas podrían (deberían) ser espacios de vida enriquecidos
capaces de mejorar las posibilidades de desarrollo de los alumnos/as que acuden a ellas.
Podríamos decir de ellas que son “estructuras sociales destinadas a mejorar las condiciones
de vida de los sujetos ofreciéndoles la oportunidad de optimizar sus expectativas de
desarrollo, de aprendizaje y de calidad de vida (incluyendo, desde luego, su nivel de
felicidad personal)”.
Pero sucede que en la realidad, las escuelas no siempre están funcionando en esa dirección.
No siempre resulta bien equilibrado el compromiso entre el ámbito de los aprendizajes y el
del desarrollo personal y de la calidad de vida. Y sucede eso, volviendo a un punto anterior,
porque a veces la escuela (en todos los niveles de la escolaridad) está más pendiente de las
demandas sociales (lo que la sociedad exige en cada caso a las nuevas generaciones) y de
sus propias condiciones institucionales (lo que la propia escuela y sus profesionales
demandan para funcionar) que de las demandas personales que los propios sujetos plantean
a la institución. Por eso se ha convertido más en una escuela de “exigencias” y de
“selección”, en una escuela que “pone condiciones” (esto es, una escuela selectiva) que en
una escuela “enriquecedora” y de “apertura de nuevas posibilidades” (esto es, una escuela
inclusiva y orientada al desarrollo de los sujetos) . Y esta contradicción nos sitúa,
nuevamente, ante el reto de la equidad.
En tanto que contexto de vida que se ofrece a los escolares la escuela ha acabado
constituyendo una institución más “paterna” (centrada en las exigencias y el deber ser) que
“materna” (basada en el apoyo y el reconocimiento de lo individual). Las familias y los
propios escolares acaban viéndola más como la expresión de las condiciones que la
sociedad impone para poderse integrar en su seno que como la oportunidad real de
enriquecer los recursos personales en los diversos ámbitos del desarrollo. De ahí el
sentimiento de temor siempre presente de no ser capaz de “superar” las exigencias
crecientes de la escuela y de “fracasar”. Esa sensación no tendría sentido en una escuela
más centrada en el desarrollo personal y en el enriquecimiento de las oportunidades de
mejora.
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Al menos en los primeros años de la escolaridad ésta debería ser la gran meta escolar
(lograr una escuela que realmente acoja). Y así lo plantea la legislación. Pero nos
mantenemos en una cultura de la competencia y eso hace difícil que ese planteamiento
prospere. De ahí que el ecosistema escuela esté resultando mucho menos rico de lo que
debiera y de lo que realmente podría ser en tanto que contexto de vida de los niños y niñas
pequeños.
En mi opinión, y aceptando que hay posturas diversas a ésta, esa función hay que analizarla
en relación a y desde la perspectiva del curriculum escolar. La escuela será (aportará) a los
niños lo que sea su curriculum.
Algunos aspectos merecen una atención especial en relación al curriculum escolar que se
ofrece a los niños y niñas en la escuela. Son condiciones o exigencias a tomar en
consideración si se desea que el proyecto formativo posea esa virtualidad del
enriquecimiento:
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a) La condición de la continuidad curricular.
Una buena configuración de la propuesta formativa exige, sin duda, que exista una clara
línea de continuidad a lo largo de toda la escolaridad. Que la actuación educativa escolar
acabe convirtiéndose en un itinerario que los estudiantes recorren en la dirección de su
propio desarrollo personal y cultural.
La condición básica, pues, del curriculum escolar es ofrecer todo aquel conjunto de experiencias
(variadas, ricas, potentes desde el punto de vista de su aportación al desarrollo, etc...) que
permita continuar el proceso iniciado en la educación infantil, esto es, hacer posible el máximo
desarrollo de todas y cada una de las capacidades infantiles tanto en el ámbito de las aptitudes
intelectuales y operativas como en el ámbito de las actitudes y hábitos.
Esa continuidad puede plantearse de diversa manera. De hecho las propuestas curriculares suelen
utilizar diversos ejes de organización de la propuesta formativa que permiten esa gradualidad
progresiva de los aprendizajes y las experiencias de los sujetos. Si se me permite presentar el
esquema sencillo de progresión curricular que yo suelo utilizar, diría que las propuestas
curriculares habían de progresar en una doble línea de complementariedad:
- partiendo del enriquecimiento generalizado de la experiencia personal de los sujetos sobre
los elementos y actividades de la vida cotidiana (objetivo básico de la Educación Infantil), para
avanzar hacia un conocimiento más sistemático de esos mismos elementos a través de aproximaciones
mejor instrumentadas y más rigurosas (objetivo básico de la Educación Primaria) y acabar
concluyendo con un nivel de familiarización aceptable de lo que son los recursos conceptuales, lógicos
y operativos básicos de las diversas disciplinas (objetivo de la enseñanza secundaria).
- partir de una apertura amplia y ligeramente regulada a las experiencias para ir poco a poco
avanzando a través de un proceso de interacción (compartiendo dichas experiencias: aprendizaje coral)
para acabar racionalizándolas (esto es, decodificándolas y recodificándolas según los particulares
códigos de las disciplinas implicadas).
De esta manera, la principal aportación del curriculum escolar es que nos ayuda a entender y a
movernos mejor en nuestro propio contexto de vida. No sólo en el escolar sino en el conjunto de
circunstancias que caracterizan nuestro medio. No es sólo aprender los “conocimientos
escolares” sino adueñarse de los recursos que esos conocimientos nos ofrecen para poder actuar
de forma más competente, eficaz y satisfactoria en nuestro propio medio.
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La segunda piedra angular del curriculum escolar es su compromiso con la progresiva
"alfabetización cultural" de los niños/as.
También en este apartado las sucesivas etapas de la escolaridad continúan el trabajo educativo
iniciado en la escuela infantil, pero dotándolo cada vez de mayor relieve e intensidad. Como
veremos en un punto posterior, los contenidos culturales incorporados al curriculum se
diversifican y van adaptándose, a medida que avanzan los cursos, a los formatos convencionales
de las disciplinas.
Las propuestas curriculares actuales constituyen focos de debate permanente en torno a cuáles
pueden ser los contenidos más adecuados para cada edad y cuál debe ser el nivel de imposición-
opcionalidad con que se presenten.
Merece la pena hacer algunas consideraciones en relación a este punto pues constituye una de
las características básicas de la forma en que se entiende hoy la escuela. Las actuales propuestas
curriculares pretenden enriquecer el patrimonio personal y cultural de los niños desde las
siguientes líneas de acción:
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empieza a notar ya entre las nuevas generaciones un bagaje lingüístico mucho más rico y
abierto.
Las enormes oportunidades que esto ofrece (desde la posibilidad de viajar hasta el poder
manejarse con las nuevas tecnologías) hace que las lenguas posean un enorme atractivo para las
nuevas generaciones.
b.4) Otro tanto cabría decir de todo el amplio y complejo mundo de las nuevas
tecnologías. Pese a que su incorporación al currículo escolar es todavía incierta y muy desigual,
la verdad es que son cada vez más los niños y niñas que van creciendo en un contexto saturado
de estímulos y seducciones y que, con frecuencia, ni es necesario que se le preste mucha
atención y tiempo en al escuela pues se trata de una actividad tan fuertemente motivadora que
los propios alumnos, por sí mismos y con sus propios recursos, son capaces de adueñarse de ella.
Lo cual no deja de ser una buena lección para pedagogos y profesores. Cuando los alumnos
se deben enfrentar a cosas que les gustan apenas si encuentran dificultades para avanzar.
Personalmente no dejo de admirarme de lo que está sucediendo con estos nuevos códigos y de la
facilidad y motivación con que los jóvenes acceden a ellos. La gran cuestión es por qué no sucede lo
mismo con los otros dominios del curriculum escolar.
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b.6) Ciertos compromisos axiológicos que tienen que ver con los nuevos fundamentos
desde los cuales se desea construir una educación capaz de dar respuesta al reto que representa la
nueva ciudadanía.
Trabajar en y desde la Escuela Infantil por la democracia, por la solidaridad, por el respeto a las
diferencias, por la multiculturalidad, por la igualdad entre los sexos, por el amor a la
naturaleza, por la resolución pacífica de los conflictos, etc. es el gran reto que asumimos los
educadores de todos los niveles escolares.
Estos compromisos constituyen las estructuras básicas del curriculum porque, justamente,
definen la esencia de ese proyecto formativo que el curriculum expresa. El enriquecimiento de la
experiencia de los niños en la escuela tiene mucho que ver con este compromiso por la nueva
ciudadanía que las escuelas asumen (y que tal como he señalado en un punto anterior deben
compartir como metas a lograr con los otros agentes formativos del entorno, especialmente con
las propias familias de los niños).
b.7) Y finalmente, aunque no por ello con menor insistencia, el debate curricular actual
nos sitúa de lleno ante las dimensiones cualitativas del desarrollo. Aquellos aspectos de la
educación menos visibles, menos objetivables, más difícilmente planificables pero que
constituyen demandas insistentes de cuantos estudian el actual momento de la escuela. No está
claro que se trate de una demanda social pero, desde luego, no existe documento o informe
pedagógico que no insista en su radical necesidad. Me estoy refiriendo a la necesidad de ofrecer
propuestas curriculares que atiendan a las necesidades de mejora personal (no sólo intelectual o
cultural) por parte de los sujetos.
Como bien saben el Informe Delors (Informe de la Unesco sobre la Educación para el Siglo
XXI) concretaba las metas de la educación en 4 grandes ámbitos (aprender a aprender, aprender
a hacer, aprender a ser, aprender a vivir con los demás), de los cuales al menos los dos últimos
petenecen a este tipo de reclamos: que la escuela enriquezca nuestras posibilidades de ser cada
vez mejores, más equilibrados, más maduros, más realizados en cuanto personas; y, a la vez, que
nos ayude a mejorar en las relaciones con los demás a pesar de sus diferencias y sus particulares
circunstancias.
Pese a que constituyen finalidades genéricas y no fáciles de operativizar en el día a día escolar
aparecen como propósitos básicos en cuantas propuestas curriculares se plantean. Es difícil saber
si las escuelas actuales están contribuyendo o no a ese enriquecimiento de los sujetos, pero, al
menos, ahí quedan como el gran reto que la escuela debe asumir.
En resumen, dos consecuencias más importantes cabe esperar de las aportaciones del
curriculum al desarrollo de los niños/as escolarizados :
1-una mayor fortaleza de su propia estructura y equipamiento personal (mejores recursos
personales, mayor confianza en sí mismos/as, un desarrollo personal sostenido a lo largo de los
años de esta etapa con incidencia en cada uno de los ámbitos del conocimiento y de las
actitudes).
2-una ampliación de los conocimientos culturales y de los recursos disponibles para
poder integrarse en el propio medios social y cultural.
EPILOGO
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He estado insistiendo durante estas páginas en que el papel principal a desarrollar por la
escuela es la de ofrecernos un contexto de vida rico y enriquecedor*. La escuela posee
condiciones para poder hacerlo aunque desgraciadamente no siempre sus efectos son esos.
Estoy lejos de la visión demagógica de quienes sólo ven problemas en la actuación de las
escuelas. Creo que la escuela siempre enriquece a los sujetos (incluso en aquellos casos en
los que el fracaso institucional impide que los sujetos completen satisfactoriamente su
itinerario escolar). El problema, en ese sentido, no es la escuela. El problema es no tener
escuelas o no poder disfrutar de la acción escolar por mediocre que ésta sea. La situación
de muchos países de nuestro entorno deja bien a las claras cómo nuestra situación es de
claro privilegio, sean cuales sean los problemas que podamos atribuir a nuestras escuelas.
*
Nota final del autor: “Aún cuando hemos estado hablando y dando vueltas al compromiso de contar con
unas escuelas enriquecedoras, ello no debe confundirse, necesariamente, con la idea de escuela ricas o con
muchos recursos. Parece obvio que, en este caso, rica y enriquecedora no son términos similares.”
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