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Solidaridad y zonceras locales.

Hace un año la Ciudad de La Plata se vio azotada por la peor tragedia de su historia,

cuando una interminable lluvia que duró varias horas produjo una inundación que la

devastó por completo, dejando (al menos) 89 muertos y daños materiales inmensos.

Todos los platenses tuvimos un conocido que lo perdió todo, un vecino que quedó

bajo el agua o hemos sido testigos de escenas realmente dantescas aquella noche,

que de hecho vuelven a la retina de quien escribe esto con frecuencia, y de seguro es

lo que le sucede a miles y miles de vecinos más.

Una de las tantas marcas no materiales que dejó esta tragedia es el recuerdo de la

solidaridad que mostró todo el país hacia nuestra querida Ciudad, y los cientos y

cientos de platenses que se acercaron a distintos sitios a dar una mano, mientras en

los barrios humildes todo era destrucción, muerte y tristeza. La solidaridad de la “gente

común”, tan bien pagada de sí misma y celebrada por los medios como ejemplar tuvo

contraposición al aprovechamiento que hacían “los políticos”. Se trataba de vecinos

desinteresados que protagonizaban “actos cívicos ejemplares” al acercarse a un club

con un bidón de lavandina o fideos, y quedarse un par de horas doblando buzos viejos

que oportunamente habían acercado. Esta acción tan humanitaria e inocente fue

presentada como el camino a seguir, mientras que abundaban los relatos sobre pibes

con pecheras que habían impedido a una señora colaborar en una Unidad Básica,

sobre otros que le ponían el sello de su organización a las bolsas con donativos, o

casos de militantes que fueron “vistos tomando mate con sus pecheras” mientras los

vecinos buenos colaboraban. Como contraparte, la presencia de jóvenes sin pechera

en las zonas afectadas (las mismas fueron asignadas sólo para los centros de

recepción, no de distribución de insumos) fue ignorada, y con ello también se dijo que

dichas organizaciones no estuvieron en los barrios. Tener pechera era sinónimo de


clientelismo, no tenerla era sinónimo de que esa organización no estaba. No había

forma de escapar del repudio mediático textualmente repetido por muchos.

Las denuncias de señora enojada se disparaban en las redes sociales después de que

las familias solidarias hayan terminado su “buena acción del día”, y las leían con

indignación quienes de verdad estuvieron horas, días y alguna que otra noche en el

medio del desastre.

De más está decir que fue fundamental e imprescindible el aporte de toda la

comunidad local y de todo el país acercando colchones, bidones de agua, frazadas y

otros tantos elementos fundamentales para sobrevivir, como que también fueron muy

importantes los ratos que los vecinos dispensaron para la ayuda. Sin embargo,

quienes hicieron de la reparación de la tragedia una cuestión central de sus vidas

durante meses, no fueron precisamente las “viejas” que donaron una lata de atún y

después se fueron a la casa cómodas con su conciencia. Aun luego de que se fueran

las cámaras, a pesar de que el agua también había destruido los hogares de muchos

de ellos y cargando con las responsabilidades de trabajo y estudio de cualquiera, los

pibes estigmatizados por ser militantes siguieron –y muchos siguen- ahí. La miseria y

la pobreza llegaron mucho antes que el agua, y continúan haciendo estragos en los

barrios de trabajadores precarios e inmigrantes. Queda mucho por hacerse todavía, y

los que siguen firmes en los barrios son los verdaderos militantes: los que se entregan

a sus ideales cotidianamente trascendiendo coyuntura trágica.

Sin dejar de repudiar a algunos ídolos de barro que aprovecharon el desastre para

sacarse fotos con una pala por primera vez en su vida y hacer marketing con ello y a

los inútiles que en ningún lado faltan, hay una zoncera al acecho: detrás del relato

“anti pecheras” se esconde el intento de hacernos creer que la política (sobre todo la

de quienes apoyan al gobierno) es mala e interesada. Se fomenta una visión apolítica

de la acción colectiva, como si donar un bidón de lavandina y juntar tapitas de gaseosa


para un hospital fuera a mejorar de raíz la vida de los pueblos y no la organización

popular.

El hecho de que pocos se pregunten si ese pibe que estaba tomando mate con una

pechera no había estado ya horas y horas trabajando, o que nadie cuestione a los

militantes de otras organizaciones no kirchneristas, como la mismísima Cruz Roja por

ejemplo, que también llevaban pechera es absurdo. Producto de estos disparates

resulta que muchos tienen la soberbia de creerse el reservorio moral de la ayuda al

prójimo escribiendo en casa desde las redes sociales, cuando los únicos que se

quedaron cuando bajó el agua y se apagaron los micrófonos fueron los pibes de la

pechera.

Hay que estar bien atentos, celebremos la solidaridad y recordemos a los que la

tragedia se llevó, pero no seamos zonzos. No repitamos el relato que nos invita a

alejarnos de la organización colectiva permanente y de la política, enfrentándonos con

los que de verdad se la jugaron. Dar una mano ante la tragedia está muy bien, pero no

alcanza.

Germán Epelbaum, Lic en Sociología UNLP. Publicado originalmente para el

Cuaderno de la Izquierda Nacional Nº38 9 de abril de 2014. Modificado para la clase

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