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A Los Cuatro Vientos Las Ciudades de La America Hispanica Lucena Giraldo Manuel PDF
A Los Cuatro Vientos Las Ciudades de La America Hispanica Lucena Giraldo Manuel PDF
Fundación Carolina
Centro de Estudios Hispánicos
e Iberoamericanos
Marcial Pons Historia
Cubierta: Edward Walhouse Mark [Málaga (España), 1817 – Norwood (Inglaterra),
1895], Plaza Mayor de Bogotá (1846), acuarela sobre papel (24,5 × 56,9 cm),
Colección de Arte del Banco de la República de Colombia (registro 0057).
Índice
Págs.
Introducción .......................................................................................... 15
Bibliografía............................................................................................. 209
Prólogo
Felipe FERNÁNDEZ-ARMESTO
Catedrático «Príncipe de Asturias»
Tufts University
Introducción
La realidad es que nadie sabe muy bien cómo definir una ciudad.
De hecho, sólo podemos proclamar, de la mano de Guillermo Cabrera
Infante, que se trata de un espacio al que nada humano le es ajeno,
lo que le permite apropiarse de todos los territorios y todas las memo-
rias: «El hombre no inventó la ciudad, más bien la ciudad creó
al hombre y sus costumbres» 2. Los clásicos la contemplaron como
el espacio de la acción política suprema, una aglomeración que era
humana porque constituía república 3. Fustel de Coulanges explicó
el origen de la ciudad antigua como la reunión de grupos religiosos
autónomos: para formarla, cada uno de los fundadores arrojaba un
puñado de tierra en un foso. Así encerraba el alma de sus antepasados
y se podía erigir el altar donde ardería en adelante el fuego sagrado 4.
No han faltado valerosos intentos de caracterizar la ciudad a
partir de elementos constitucionales fundados en la medida de su
tamaño y densidad, el aspecto del núcleo y la actividad no agrícola,
así como determinadas características sociales, la heterogeneidad,
la cultura, el modo de vida y el grado de interacción social 5. Sebastián
de Covarrubias definió en 1611 la ciudad como «multitud de hombres
ciudadanos, que se ha congregado a vivir en un mismo lugar, debajo
de unas leyes y un gobierno» 6. La vertiente política tendió a diluirse
en los siglos posteriores y así, en el inicio de su estudio contem-
poráneo, la densidad y aglomeración de habitantes y edificios se
convirtió en elemento determinante. En 1910 el sociólogo francés
René Maunier la definió como «una sociedad compleja, cuya base
geográfica es particularmente restringida con relación a su volumen
y cuyo elemento territorial es relativamente débil en cantidad con
relación al de sus elementos humanos». Hans Dörries avanzó una
definición formalista. Una ciudad se reconoce «por su forma más
o menos ordenada, cerrada, agrupada alrededor del núcleo fácil de
distinguir y con un aspecto muy variado, acompañada de los elementos
más diversos». Las funciones económicas y el predominio de acti-
vidades no agrícolas fueron consideradas primordiales. El gran geó-
grafo Friedrich Ratzel consideró la ciudad «una reunión duradera
de hombres y de viviendas humanas que cubre una gran superficie
y se encuentra en la encrucijada de grandes vías comerciales».
Ferdinand von Richthofen, por su parte, la definió como «un agru-
pamiento cuyos medios de existencia normales consisten en la
concentración de formas de trabajo que no están consagradas a la
agricultura, sino particularmente al comercio y la industria».
El norteamericano Marcel Aurousseau consideró rurales los sec-
tores de población que se extendían en la región y se dedicaban
Introducción 17
Manuel
La apertura
Lucena
de laGiraldo
frontera urbana
mencionó que tenía una calle ancha trazada a cordel que la dividía
en dos partes y estaba cortada por otras transversales; consta que
más adelante tuvo una fortaleza y una casa para residencia del almi-
rante de las Indias 25.
En agosto de 1498 el puerto de Isabela había sido abandonado
y la malsana ciudad estaba a punto de sufrir la misma suerte; apenas
dos años después se encontraba deshabitada. Según un testimonio
del propio Colón, un «desastre de fuego» había destruido dos terceras
partes de ella en 1494. El padre Las Casas señaló que se había
localizado cerca de una aldea indígena, por lo que había sido escenario
de hechos de crueldad; resulta obvio que esta circunstancia debió
agravar su atmósfera fronteriza y violenta. Obligado por los acon-
tecimientos, Colón buscó un emplazamiento alternativo al sur, que
también podía dar salida al mar a los asentamientos surgidos en
el interior para la explotación minera (Santo Tomás, Esperanza o
Concepción de la Vega) que en algunos casos se transformarían en
ciudades. En ejecución de sus designios, Santo Domingo fue fundada
por su hermano Bartolomé Colón en 1498, al oriente del río Ozama.
A pesar del intento del descubridor de llamarla «Isabela la Nueva»
para disimular este segundo fracaso urbano, su recuerdo quedaría
asociado a romances y leyendas populares de fantasmas, muerte y
desolación.
Apenas cuatro años después, el gobernador Nicolás de Ovando,
que había llegado de España para corregir los desatinos colombinos
acompañado de 2.500 colonos, trasladó Santo Domingo a la orilla
izquierda del río e inauguró con ello el fenómeno tan genuinamente
americano de las ciudades «portátiles», el desplazamiento por causas
de pobreza, sanidad, ataque indígena o catástrofe de vecinos y pobla-
dores con sus familias, servidores, enseres y animales a otro lugar,
pero sin cambiar de urbe. La primera capital de América fue orga-
nizada por Ovando con la habilidad burocrática y el sentido común
que siempre le caracterizaron. Es importante destacar que sus ins-
trucciones expresaron con claridad la voluntad real de establecer
ciudades al modo de las peninsulares:
«Que se hagan poblaciones en que los dichos indios puedan estar
y estén juntos, según y como están las personas que viven en estos
nuestros reinos. Las cuales hagan hacer en los lugares y partes que
a él bien visto fuere» 26.
«Habéis de repartir los solares del lugar para hacer las casas
y estos han de ser repartidos según las calidades de las personas
y sean de comienzo dados por orden, por manera que, hechos los
solares, el pueblo parezca ordenado, así en el lugar que se dejare
para plaza, como el lugar en que hubiese la iglesia, como en el orden
que tuvieren las calles, porque en los lugares que de nuevo se hacen
dando la orden en el comienzo, sin ningún trabajo ni costa quedan
ordenados y los otros jamás se ordenan» 34.
Manuel
La ciudad
Lucena
de losGiraldo
conquistadores
Eran altas para ministros superiores y cortas para los inferiores; siem-
pre iban grabadas con una cruz. Sobre ellas se efectuaban los jura-
mentos de cumplimiento de cargos o de decir la verdad en los juicios.
Recoger las varas a quienes las ostentaban equivalía a la destitución.
Producían en las gentes de bien un sano temor. En México, al alcalde
de la alameda le fue concedida una vara de justicia «para que nadie
se le atreviera».
Al margen de los cargos y oficios mencionados, que formaban
el llamado «cuerpo de ciudad», hay que mencionar una serie de
empleos extracapitulares. Todos eran atribuidos por el cabildo, que
exigía el juramento de ser desempeñados «fiel y lealmente» y un
depósito de fianza previo a su ejercicio. El mayordomo de la ciudad
administraba los bienes del cabildo, pero no podía efectuar pagos
sin un mandato escrito. El depositario general, oficio de merced
real y luego vendible, era quien custodiaba los bienes en litigio. Los
tenedores de bienes de difuntos se encargaban de los caudales de
quienes habían fallecido. Debían guardarlos en cajas de tres llaves
y remitirlos a la Casa de Contratación de Sevilla, que se encargaba
de buscar a los herederos para entregárselos. El padre de pupilos
y huérfanos, llamado curador de mancebos, padre de mozos, juez
de menores o, como en nuestro tiempo, defensor de menores, tenía
los cometidos de evitar que los huérfanos se hicieran viciosos y de
malas costumbres y de fiscalizar a los tutores asignados y pagados
que no cumplían como era debido. Pedro Martín fue nombrado
en 1567 por el cabildo de Santiago de Chile «padre de huérfanos
y huérfanas, así españoles como mestizos e indios», por un año,
con el cometido de vigilar cómo se administraban sus haciendas
si las tenían, ponerlos como criados o imponerles el aprendizaje de
un oficio. También debía cuidar de que las mestizas que tuvieran
edad cumplida se casaran. En algunos casos, como en Cuzco, un
regidor acompañado del corregidor se ocupaba de controlar a los
tutores y administradores de los bienes de los menores. Era un cargo
retribuido por arancel: en Lima, cobraban un peso por cada mozo
puesto a servir y diez pesos por cada mil de renta de huérfano
vigilada.
Hubo un protector de indios propio de la ciudad y nombrado
por el cabildo para evitar los abusos cometidos sobre ellos en la
jurisdicción urbana por caciques, curas y encomenderos. El juez de
naturales existió en los cabildos peruanos para evitar gastos a los
nativos, litigantes por naturaleza y enredados en largos procesos que
los arruinaban, al decir de los cronistas. Era de nombramiento anual
82 Manuel Lucena Giraldo
Sonsonate, 400; León, 150; Cartagena, 250; Tunja, 200; Pasto, 28;
Guayaquil, 100; Cuenca, 80; Arequipa, 400; Huamanga, 300; Val-
divia, 230; La Serena, 90; Mendoza, 29; Potosí, 400, y Santa Cruz
de la Sierra, 125 90. Aunque la multiplicación por cinco o seis del
número de vecinos permite barruntar la población blanca y española
existente, es obvio que se trataba de una minoría más o menos
amplia entre los habitantes de las urbes americanas, sobre cuyo núme-
ro total sólo se pueden hacer conjeturas. En México pudieron residir
hacia 1560 unos 8.000 hombres blancos. Diez años después, había
10.595 esclavos negros y en la última década del siglo quizás tuvo
4.000 vecinos españoles. A comienzos del XVII residían en ella 15.000
vecinos españoles, 50.000 negros y mulatos y unos 80.000 indios 91.
Lima tenía por entonces más de 3.000 vecinos, además de 12.000
mujeres de diferentes naciones y 20.000 negros. El padrón ordenado
en 1614 por el virrey Montesclaros recogió un total de 25.452 per-
sonas, de las cuales 5.257 eran españoles y 4.359 españolas. A su
cabeza se encontraban los altos funcionarios y el clero (el propio
virrey, oidores de la audiencia, oficiales reales, arzobispo y canónigos),
los miembros del cabildo, encomenderos, profesionales (sacerdotes,
abogados, escribanos, médicos), mercaderes y tratantes, artesanos
y gente de oficios (boticarios, barberos, plateros, batihojas, sastres,
sederos, talabarteros, gorreros, botoneros, calceteros, ropavejeros o
sombrereros en el centro, coheteros, curtidores, herreros, olleros,
molineros, carpinteros, arrieros y hortelanos en los barrios), junto
a marineros y transeúntes. Entre ellos vivían muchos negros que
habían adquirido su libertad por hechos de armas, actos caritativos
o porque habían ahorrado gracias al «peculio», o derecho a adquirir
mediante trabajo personal el dinero destinado a su manumisión.
Solían trabajar como artesanos, sirvientes, pajes, hortelanos, albañiles
o peones. Las compañías de carretas, pesquerías costeras y algunos
criaderos de ganado utilizaban, en cambio, cuadrillas de esclavos 92.
Finalmente, estaban los indígenas ladinos o semiaculturados de dis-
tintas procedencias, sirvientes, peones o plateros, residentes en el
Cercado, Pachacamilla (donde estaban mezclados negros e indios)
o el arrabal de San Lázaro, así llamado por la leprosería o lazareto
que había acogido. Allí también se albergaban los esclavos traídos
de Cartagena y por eso daría lugar al corazón africano de Lima:
Malambo.
Panamá, emporio comercial de la carrera de Indias, contaba en
1610 con 1.267 blancos, pero había 3.696 esclavos, 702 libres y
27 indios, con un total de 5.692 habitantes. Estaba gobernada por
92 Manuel Lucena Giraldo
Lo habitual allí eran las casas de dos pisos en las cuales la planta
baja hacía las veces de tienda o almacén y la de arriba era residencia;
muchas estaban dedicadas a la renta, muy provechosa a causa de
la actividad comercial del istmo y la estrechez del emplazamiento
urbano. Los frentes eran pequeños (doce metros de promedio) y
la altura de las casas podía ser considerable, pues llegaban a tener
dos y hasta tres pisos. A comienzos del siglo XVII, la ciudad tenía
332 casas de una sola altura, tejadas y con entresuelos, 40 casillas
y 112 bohíos de paja. Sólo ocho eran de piedra: la audiencia, el
cabildo y seis propiedad de particulares.
En la cercana Quito, el proceso de construcción fue tan caótico
que el propio cabildo tuvo que indicar dónde se podía obtener barro
para fabricar ladrillos de adobe, a fin de evitar que el casco urbano
se hiciera peligroso por la proliferación de agujeros excavados por
los vecinos, dedicados a levantar edificaciones 103. En toda América
el tipo más extendido en la arquitectura doméstica permanente, la
casa con patio, que tenía en el espacio particular unas funciones
similares a las de la plaza mayor en el público, de tránsito, visibilidad
y separación, logró articular las manzanas con facilidad. En una etapa
posterior, será habitual el corredor exterior y la edificación de patios
sucesivos permitirá el aumento de la superficie disponible y de la
densidad, así como la compactación del tejido urbano. En la señorial
Lima, que quizás tenía a comienzos del XVII unas 4.000 casas, había
quintas, mansiones señoriales con huerta o jardín desprovistas de
patios y con galerías, casas urbanas de dos pisos con llamativos bal-
cones, viviendas en hilera, residencias compactas alineadas frente
a la calle a veces precedidas por un patio y por supuesto galpones,
La ciudad de los conquistadores 95
Manuel
La metrópoli
Lucenacriolla
Giraldo
«Es nombre que lo inventaron los negros [...] Quiere decir entre
ellos negro nacido en Indias; inventáronlo para diferenciar los que
van de acá nacidos en Guinea de los que nacen allá, porque se
tienen por más honrados y de más calidad por haber nacido en la
patria que no sus hijos, porque nacieron en la ajena y los padres
se ofenden si los llaman criollos. Los españoles, por semejanza, han
introducido este nombre en su lenguaje para nombrar a los nacidos
allá» 30.
Manuel
El simulacro
Lucena
del Giraldo
orden: la ciudad ilustrada
les acontecidos desde finales del siglo XVII también jugaron un papel
decisivo y requirieron profundos ajustes. Las consecuencias de todo
ello quedaron crudamente al descubierto a partir de 1808, al poner
a prueba la constitución que vinculaba a los españoles de ambos
hemisferios 22.
La expresión de la ciudad ilustrada mediante el lenguaje y las
claves estéticas del neoclasicismo respondió a un intento de refun-
dación virtuosa que aglutinó estas corrientes de inquietud atlántica
y pretendió dotarla del orden y el equilibrio que, según los reformistas
(tanto peninsulares como americanos), había perdido por causa de
su corrupción y desorden. Pero una cosa era construir la urbs, la
instalación física de un entorno ajeno a lo rural, con artefactos nove-
dosos como alamedas y cuarteles, y otra bien distinta refundar la
ciudad política, la polis, que se suponía tan deteriorada por la falta
de amor al rey y la pujanza de los intereses particulares en su expresión
comunal institucionalizada, su civitas. Para transformarlas, hacía falta
un tiempo del cual el reformismo careció.
Por eso, aunque pretendió hacer de la monarquía bicentenaria,
jurisdiccional, compuesta y consensual de los Austrias un imperio
territorial, geometrizado y centralizado, sus representantes cuando
les convino no dudaron en aplicar las viejas fórmulas del gobierno
basado en el pacto con poderes intermedios. El mismo reformismo
que sustentó el inigualable acto despótico representado por el extra-
ñamiento en 1767 de los jesuitas de los dominios del rey de España
no dudó en concertarse con los caciques y principales «mandones»
de los reinos de Chile según el uso de los tradicionales parlamentos,
que sellaban mediante el intercambio de regalos y la demostración
teatralizada de las fuerzas respectivas la renovación de una alianza
que contentaba a todas las partes 23. En la Amazonía, el ilustrado
ingeniero militar Francisco de Requena no dudó en proponer la
alianza con los indígenas como el único medio de lograr una presencia
efectiva mediante el establecimiento de núcleos de población en
las fronteras: era imposible concebir una iniciativa más tradiciona-
lista 24. Al fin, el reformismo fue tan ecléctico en su génesis como
irregular en su desarrollo: la independencia constituye el telón de
fondo que señala para algunos autores su ostensible fracaso y para
otros la culminación de su éxito 25. Su andamiaje teórico, más un
mosaico de ideas que un verdadero sistema, se cimentó en la refu-
tación de una tradición política y constitucional ibérica de fuerte
consistencia y proclamó la insuficiencia de la integración transatlántica
de las instituciones burocráticas, eclesiásticas y académicas españolas
136 Manuel Lucena Giraldo
plaza inaugurada fue la limeña del Acho, abierta en 1766 con una
corrida de 16 astados— uno de los espectáculos preferidos tanto
de las elites como del común. El virrey Vértiz mandó abrir en Buenos
Aires en 1783 un corral de comedias cuyo arriendo destinó a mantener
la casa de niños expósitos; la mayor novedad fue su permanencia,
pues con anterioridad lo habitual era que los espectadores acudieran
con algún esclavo que transportaba las sillas a una instalación pro-
visional. Allí se representaron obras tan controvertidas como Siripo,
del periodista y escritor Manuel José de Lavardén, sobre la pasión
legendaria del cacique del mismo nombre por Lucía Miranda, esposa
del conquistador Sebastián Hurtado, o El amor de la estanciera, la
primera obra gauchesca. En ella, una joven hija del país prefiere
a un coterráneo aunque no tenga fortuna y desprecia a un extranjero
vanidoso. En mayo de 1804 se abrió un segundo coliseo (el primero
se había incendiado en 1792 debido a un cohete lanzado desde
la vecina iglesia de San Juan Bautista, que celebraba sus fiestas patro-
nales) con la representación de Zaire, de Voltaire. En Santiago de
Chile la tradición teatral se suponía relegada porque los actores eran
mulatos y de castas, («mientras más truhanesco sea lo que repre-
sentan, más agrada la pieza», señaló un observador), pero en Lima
surgió una heroína universal, la famosa «Perricholi», la actriz Michaela
Villegas y Hurtado de Mendoza, cuyos devaneos amorosos con el
virrey Amat fueron satirizados en el pasquín Drama de dos palanganas
(1776) 122. La asistencia a las obras competía con los cafés, de los
cuales se abrió el primero en Lima en 1771 —en México el Tacuba
apareció en 1785—, los baños, reñideros de gallos, juegos de pelota
y salones de baile.
En la capital novohispana, los toros no tuvieron una sede per-
manente hasta la apertura de la plaza de San Pablo en 1815. Allí
el teatro también tuvo un fuerte arraigo. En 1753, el primer virrey
Revillagigedo inauguró el Coliseo Nuevo, que podía acoger 1.500
espectadores. Los de pie —o mosqueteros— ocupaban el fondo
del patio de butacas, mientras los menos afortunados se apretujaban
en el cuarto piso, en el gallinero, donde un tabique separaba a los
hombres de las mujeres. Los muros estaban pintados de azul y blanco
y el techo se hallaba adornado de pinturas mitológicas. La sala estaba
dotada de balcones volados de hierro. La temporada se iniciaba
el domingo de Pascua y se prolongaba hasta los últimos días del
carnaval; las funciones tenían lugar todos los días menos los sábados
y terminaban entre las diez y las once de la noche 123. Enfrente del
teatro, la Casa de Irolo, adquirida especialmente para ese propósito,
El simulacro del orden: la ciudad ilustrada 171
Manuel
Las lucesLucena
que envuelven
Giraldo
por 936 hombres, avanzaba desde Montevideo, las tropas que aban-
donaban Buenos Aires eran atacadas desde las azoteas y balcones
con fuego de fusilería. Popham y Beresford resolvieron evacuar esa
misma noche desde el muelle de la ciudad a las mujeres e hijos
de los soldados y a los heridos, mientras la tropa se dirigía al embarque.
La columna y los habitantes de Buenos Aires lograron impedirlo
y el 12 de agosto de 1806 se produjo la rendición británica. Liniers
se convirtió en la primera figura militar del virreinato y se hizo cargo
de que los vencidos no sufrieran un trato deshonroso; también asumió
el mando político, acompañado de los miembros del cabildo, en
la plaza mayor y ante los vecinos, mientras el virrey Sobremonte,
que «andaba errante como los indios», se refugiaba en Montevideo.
El panorama cambió de modo drástico a comienzos de octubre,
y no sólo porque la derrota de Beresford y sus hombres no había
implicado la retirada de Popham, que bloqueaba el puerto de Mon-
tevideo, sino por la llegada de naves británicas con un contingente
de 2.000 soldados de refuerzo, al que se unieron poco después veinte
barcos más. Comenzaba así, en enero de 1807, la segunda invasión
británica del Plata, que esta vez atacó con buena lógica Montevideo,
la plaza de la que había surgido la reconquista. Los 5.000 soldados
británicos arrollaron a las tropas mandadas por Sobremonte, que
abandonó otra vez Montevideo y corrió a refugiarse en el interior.
Allí, como en Buenos Aires, se produjo una fuerte resistencia popular,
pero el 3 de febrero las tropas invasoras tomaron la urbe e hicieron
prisionero al gobernador Ruiz Huidobro y a cerca de 2.000 soldados.
Liniers hizo lo contrario que en la primera invasión y se refugió
en Buenos Aires para preparar la defensa, aunque esta vez hubo
una importante novedad política, que presagió lo que iba a ocurrir
casi de inmediato a escala imperial. El 6 de febrero una junta tomó
la decisión de deponer y arrestar al virrey por los cargos de «imperito
en el arte de la guerra y de indolente en clase de gobernador»,
al tiempo que pasquines anónimos pedían que lo sustituyera Liniers
y amenazaban con degollar a los miembros de la audiencia si se
oponían. Con gran sensatez política, el organismo judicial depuso
al virrey y otorgó a Liniers la comandancia general.
Montevideo, mientras tanto, se había convertido en una verdadera
factoría inglesa. Multitud de comerciantes instalaron allí su base de
operaciones y fomentaron un activo intercambio clandestino. Pero
la mayoría de los rioplatenses no contemplaba todavía, como señaló
años después Manuel Belgrano, más que una alternativa: «tener el
amo viejo o ninguno». La operación británica del segundo asalto
178 Manuel Lucena Giraldo
Notas
INTRODUCCIÓN
1
H. CAPEL, Dibujar el mundo. Borges, la ciudad y la geografía del siglo XXI, Barcelona,
2001, pp. 14 y ss.; C. GRAU, Borges y la arquitectura, Madrid, 1995, pp. 145 y ss.
2
G. CABRERA INFANTE, El libro de las ciudades, Madrid, Alfaguara, 1999, p. 13.
3
A. GARCÍA Y BELLIDO, Urbanística de las grandes ciudades del mundo antiguo, Madrid,
1985, p. XXVII.
4
R. M. MORSE, «Introducción a la Historia Urbana de Hispanoamérica», en F. DE
SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, pp. 12-15.
5
P. MARCUSE, «¿Qué es exactamente una ciudad?», Revista de Occidente, núm. 275,
Madrid, 2004, pp. 7-23; H. CAPEL, «La definición de lo urbano», Estudios Geográficos,
núm. 138-139 (homenaje al profesor Manuel de Terán), Madrid, 1975, pp. 265 y ss.;
Scripta Vetera, http://www.ub.es/geocrit/sv-33.htm.
6
S. DE COVARRUBIAS, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, 1611, p. 288.
7
Citado en M. ROJAS MIX, La plaza mayor. El instrumento de dominio colonial,
Barcelona, 1978, pp. 113-114.
8
L. MUMFORD, «What is a City?», en R. T. LEGATES y F. STOUT (eds.), The City
Reader, Londres, 2003, p. 94.
9
G. CHILDE, Los orígenes de la civilización, México, 1954, pp. 73 y ss.; ÍD., «The
Urban Revolution», en R. T. LEGATES y F. STOUT (eds.), The City Reader, Londres,
2003, pp. 39-42.
10
T. J. GILFOYLE, «White Cities, Linguistic Turns and Disneylands: the New Para-
digms of Urban History», Reviews in American History, núm. 26.1, Baltimore, 1998,
p. 192.
11
H. CAPEL, «La definición de lo urbano», op. cit., pp. 275 y ss.
12
M. AUGE, El tiempo en ruinas, Barcelona, 2003, pp. 45 y ss.
13
M. CASTELLS, «European Cities, the Informational Society and the Global Eco-
nomy?», en R. T. LEGATES y F. STOUT (eds.), The City Reader, Londres, 2003, pp. 482-483.
14
E. AMODIO y T. ONTIVEROS (eds.), «Introducción», en E. AMODIO y T. ONTI-
VEROS (eds.), Historias de identidad urbana. Composición y recomposición de identidades
en los territorios populares urbanos, Caracas, 1995, p. 7; J. OSSENBRÜGGE, «Formas de
globalización y del desarrollo urbano en América Latina», Iberoamericana, núm. 11,
Madrid, 2003, p. 97.
182 Notas
15
J. CARO BAROJA, Paisajes y ciudades, Madrid, 1981, pp. 15 y ss. y 128 y ss.;
E. ROBBINS y R. EL-KHOURY, «Introduction», en E. ROBBINS y R. EL-KHOURY (eds.),
Shaping the City. Studies on History, Teaching and Urban Design, Nueva York, 2004,
p. 2.
16
Citado en R. DEL CAZ, P. GIGOSOS y M. SARAVIA, «La ciudad en el espejo»,
Revista de Occidente, núm. 275, Madrid, 2004, p. 83.
17
T. GLACKEN, Traces on the Rhodian Shore. Nature and Culture in Western Thought
from Ancient Times to the end of the Eighteenth Century, Berkeley, 1990, pp. 5 y ss.
y 116 y ss. Hay traducción española, Huellas en la playa de Rodas: naturaleza y cultura
en el pensamiento occidental desde la Antigüedad hasta finales del siglo XVIII, presentación
de H. CAPEL, Barcelona, 1996.
18
Sobre la visión negativa de la ciudad, H. CAPEL, Dibujar el mundo..., op., cit.,
pp. 115 y ss.
19
J. ALCINA FRANCH, «En torno al urbanismo precolombino de América. El marco
teórico», Anuario de Estudios Americanos, vol. XLVIII, Sevilla, 1991, p. 46; A. LAFUENTE
y T. SARAIVA, «The Urban Scale of Science and the Enlargement of Madrid (1851-1936)»,
Social Studies of Science, vol. 34, núm. 4, Londres, p. 531.
20
R. M. MORSE, «Introducción a la Historia Urbana...», op. cit., p. 37.
21
A. CASTILLERO CALVO, «The City in the Hispanic Caribbean, 1492-1650», en
P. C. EMMER (ed.) y G. CARRERA DAMAS (coed.), General History of the Caribbean, vol. II,
Londres, 1999, pp. 205 y ss.
22
A. PÉREZ SÁNCHEZ, «Biografía de Diego Angulo Íñiguez», en I. MATEO GÓMEZ
(coord.), Diego Angulo Íñiguez, historiador del arte, Madrid, 2001, pp. 26, 34 y ss.
23
F. DE SOLANO, R. M. MORSE, J. E. HARDOY y R. P. SCHAEDEL, «El proceso
urbano iberoamericano desde sus orígenes hasta los principios del siglo XIX. Estudio
bibliográfico», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid,
1983, pp. 727 y ss., para referencias sucesivas de autores y obras.
24
W. BORAH, «Trends in Recent Studies of Colonial Latin American cities», Hispanic
American Historical Review, núm. 64-3, Duke, 1984, pp. 535-536.
25
R. M. MORSE, «Introducción a la Historia Urbana...», op. cit., pp. 37 y ss.; J. WAL-
TON, «From Cities to Systems: Recent Research on Latin American Urbanization», Latin
American Research Review, núm. 14-1, Albuquerque, 1979, pp. 159 y ss.
26
W. BORAH, «Trends in Recent Studies...», op. cit., pp. 547 y ss.
27
La ciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989; F. DE SOLANO (dir.)
y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, 3 tomos, Madrid, 1987-1992.
CAPÍTULO I
1
M. RESTALL, Los siete mitos de la conquista española, Barcelona, 2004, pp. 190
y ss.
2
A. JIMÉNEZ MARTÍN, «Antecedentes: España hasta 1492», en F. DE SOLANO (dir.)
y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, t. I, Madrid, 1987, pp. 40
y ss.; H. PIETSCHMANN, «Atlantic History. History between European History and Global
History», en H. PIETSCHMANN (ed.), Atlantic History. History of the Atlantic system,
Göttingen, 2002, p. 15.
3
F. DE SOLANO, «La expansión urbana ibérica por América y Asia. Una consecuencia
de los Tratados de Tordesillas», Revista de Indias, vol. LVI, núm. 208, Madrid, 1996,
p. 619.
4
Se trata de un cálculo conservador; la Europa actual tiene 10.530.750 kilómetros
cuadrados; W. P. WEBB, The Great Frontier, Londres, 1953, pp. 100 y ss.
5
J. H. ELLIOTT, El Viejo Mundo y el Nuevo, 1492-1650, Madrid, 1990, pp. 75-78.
Notas 183
6
E. AMODIO, Formas de la alteridad: construcción y difusión de la imagen del indio
americano en Europa durante el primer siglo de la conquista de América, Quito, 1993,
pp. 15 y ss.; P. HULME, «Tales of Distinction: European Ethnography in the Caribbean»,
en S. B. SCHWARTZ (ed.), Implicit Understandings. Observing, Reporting and Reflecting
on the Encounters between Europeans and Other Peoples in the Early Modern Era, Cambridge,
1995, pp. 163 y ss.
7
Citado en J. H. ELLIOTT, El Viejo Mundo..., op. cit., p. 93.
8
Citado en A. GERBI, La naturaleza de las Indias nuevas, México, 1992, p. 313.
9
Ibid., pp. 20-21; S. GRUZINSKI, El pensamiento mestizo, Barcelona, Paidós, 2000,
pp. 78 y ss.
10
J. LOCKHART, Of Things of the Indies. Essays Old and new in Early Latin American
History, Stanford, 1999, p. 124.
11
B. PASTOR BODMER, The Armature of Conquest. Spanish Accounts of the Discovery
of America, 1492-1589, Stanford, 1992, pp. 3-4.
12
Un excelente ejemplo en F. LÓPEZ ESTRADA, «Un viaje medieval: Ruy González
de Clavijo visita Samarcanda... y vuelve para contarlo», Revista de Occidente, núm. 280,
Madrid, 2004, pp. 27 y ss.
13
J. GIL, Mitos y utopías del descubrimiento, 1, Colón y su tiempo, Madrid, 1989,
pp. 50, 206 y ss.
14
J. GIL, Mitos y utopías del descubrimiento, 2, El Pacífico, Madrid, 1989, pp. 153,
268 y ss. y 275.
15
A. MANGUEL y G. GUADALUPI, Breve guía de lugares imaginarios, Madrid, 2000,
pp. 129-130.
16
D. WEBER, The Spanish Frontier in North America, New Haven, 1992, p. 49.
17
F. MORALES PADRÓN, Teoría y leyes de la conquista, Madrid, 1979, p. 134.
18
F. MORALES PADRÓN, «Descubrimiento y toma de posesión», Anuario de Estudios
Americanos, vol. XII, Sevilla, 1955, pp. 333-336; G. GUARDA, «Tres reflexiones en torno
a la fundación de la ciudad indiana», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad
iberoamericana, Madrid, 1983, pp. 91 y ss.
19
F. MORALES PADRÓN, Teoría y leyes..., op. cit., pp. 135-136.
20
P. SEED, Ceremonies of Possesion in Europe’s Conquest of the New World, 1492-1640,
Cambridge, 1995, pp. 71 y ss.; U. BITTERLI, Cultures in Conflict. Encounters between
European and Non-European Cultures, 1492-1800, Stanford, 1989, pp. 72 y ss.
21
Su participación quedó recogida en las «Ordenanzas reglamentando que en cada
expedición de descubrimiento y conquista se lleven intérpretes», Granada, 17 de diciembre
de 1526, en F. DE SOLANO (ed.), Documentos sobre política lingüística en Hispanoamérica,
1492-1800, Madrid, 1992, p. 16.
22
Texto completo en L. PEREÑA, La idea de justicia en la conquista de América,
Madrid, 1992, pp. 237-239.
23
J. LYNCH, «Armas y hombres en la conquista de América», América Latina, entre
colonia y nación, Barcelona, 2001, pp. 29 y ss.
24
C. COLÓN, Los cuatro viajes. Testamento, edición de C. VARELA, Madrid, 2000,
pp. 155-156.
25
C. VARELA, «La Isabela. Vida y ocaso de una ciudad efímera», Revista de Indias,
vol. XLVII, núm. 181, Madrid, 1987, p. 737.
26
Instrucción al comendador Nicolás de Ovando sobre el modo de concentrar
a la población indígena dispersa, en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudad
hispanoamericana, 1492-1600, t. I, Madrid, 1995, pp. 24-25.
27
J. E. HARDOY, Cartografía urbana colonial de América Latina y el Caribe, Buenos
Aires, 1991, p. 41.
28
Citado en J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades hispanoamericanas, Madrid,
1992, p. 139.
184 Notas
29
R. CASSA, «Cuantificaciones sociodemográficas de la ciudad de Santo Domingo
en el siglo XVI», Revista de Indias, vol. LVI, núm. 208, Madrid, 1996, pp. 643 y 654.
30
A. CASTILLERO CALVO, «The City in the Hispanic...», op. cit., pp. 210 y ss.
31
La Tierra Firme incluía la costa comprendida entre la desembocadura del Orinoco
y el istmo panameño.
32
A. GERBI, La naturaleza de las Indias nuevas. De Cristóbal Colón a Gonzalo Fernández
de Oviedo, México, 1992, p. 39. Los taínos contaban con poblados concentrados que
tenían, según señaló Pedro Mártir de Anglería, desde 50 hasta 1.000 casas, pero existían
agrupaciones de no más de cinco.
33
J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., p. 146.
34
A. ALTOLAGUIRRE, Vasco Núñez de Balboa, Madrid, 1914, p. 39.
35
A. CASTILLERO CALVO, «The City in the Hispanic...», op. cit., pp. 215 y ss.
36
J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., p. 177.
37
A. R. VALERO DE GARCÍA LASCURAIN, «Los indios en Tenochtitlan. La ciudad impe-
rial mexica», Anuario de Estudios Americanos, vol. XLVII, Sevilla, 1990, pp. 39-40.
38
J. L. DE ROJAS, «Cuantificaciones referentes a la ciudad de Tenochtitlan en 1519»,
Historia mexicana, vol. XXXVI, México, 1986, p. 217.
39
M. LEÓN-PORTILLA (intr.), Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista,
México, 1992, p. 133.
40
J. ALCINA FRANCH, «El pasado prehispánico y el impacto colonizador», La ciudad
hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, p. 212.
41
J. E. HARDOY, Ciudades precolombinas, Buenos Aires, 1964, p. 187.
42
F. DOMÍNGUEZ COMPAÑY, Política de poblamiento de España en América (la fundación
de ciudades), Madrid, 1984, pp. 99-100.
43
D. ANGULO ÍÑIGUEZ, «Terremotos y traslados de la ciudad de Guatemala», en
I. MATEO GÓMEZ (coord.), Diego Angulo Íñiguez, historiador del arte, Madrid, 2001,
pp. 224-225.
44
J. GUNTHER DOERING y G. LOHMANN VILLENA, Lima, Madrid, 1992, p. 54.
45
J. E. HARDOY, «El diseño urbano de las ciudades prehispánicas», en F. DE SOLA-
NO (dir.) y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, t. I, Madrid, 1987,
pp. 164-165.
46
J. E. HARDOY, Ciudades precolombinas, op. cit., pp. 435 y ss.
47
M. A. DURÁN HERRERO, Fundaciones de ciudades en el Perú durante el siglo XVI,
Sevilla, 1978, p. 75.
48
J. SALVADOR LARA, Quito, Madrid, 1992, p. 69.
49
E. TROCONIS DE VERACOECHEA, Caracas, Madrid, 1992, pp. 51-52.
50
A. DE RAMÓN, Santiago de Chile (1541-1991). Historia de una sociedad urbana,
Madrid, 1992, p. 32.
51
C. LÁZARO ÁVILA, Las fronteras de América y los «Flandes indianos», Madrid, 1997,
pp. 13. y ss.
52
F. DOMÍNGUEZ COMPAÑY, Política de poblamiento..., op. cit., p. 14.
53
M. GUTMAN y J. E. HARDOY, Buenos Aires. Historia urbana del área metropolitana,
Madrid, 1992, p. 27.
CAPÍTULO II
1
G. CÉSPEDES DEL CASTILLO, «Raíces peninsulares y asentamiento indiano: los hom-
bres de las fronteras», en F. DE SOLANO (coord.), Proceso histórico al conquistador, Madrid,
1988, pp. 39 y ss.
2
A. DE RAMÓN, Santiago de Chile..., op. cit., p. 41.
3
F. FERNÁNDEZ-ARMESTO, Las Américas, Barcelona, 2004, p. 73.
Notas 185
4
J. M. OTS CAPDEQUÍ, El Estado español en las Indias, México, 1975, pp. 15 y
ss.; G. HERNÁNDEZ PEÑALOSA, El derecho en Indias y su metrópoli, Bogotá, 1969, p. 170;
J. P. GREENE, Negotiated Authorities. Essays in Colonial Political and Constitucional History,
Charlottesville, 1994, p. 13.
5
J. H. ELLIOTT, El Viejo Mundo..., op. cit., p. 106.
6
G. GUARDA, «Tres reflexiones en torno a la fundación de la ciudad indiana»,
en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, p. 94.
7
G. KUBLER, «Foreword», en D. P. CROUCH, D. J. GARR y A. I. MUNDIGO, Spanish
City Planning in North America, Cambridge, 1982, p. XII; L. BENEVOLO y S. ROMANO,
La città europea fuori D’Europa, Milán, 1998, p. 81.
8
F. DE SOLANO, «El conquistador hispano: señas de identidad», en F. DE SOLA-
NO (coord.), Proceso histórico al conquistador, Madrid, 1988, pp. 23-24.
9
Sobre la fidelidad al rey y su obligación de otorgar recompensas, F. TOMÁS Y
VALIENTE, «Las ideas políticas del conquistador Hernán Cortés», en F. DE SOLANO (coord.),
Proceso histórico al conquistador, Madrid, 1988, pp. 165-181.
10
Citado en A. DE RAMÓN, «Rol de lo urbano en la consolidación de la conquista:
los casos de Lima, Potosí y Santiago de Chile», Revista de Indias, vol. LV, núm. 204,
Madrid, 1995, p. 392.
11
Libro IV, Título VII, Ley XX, Recopilción de leyes de los reinos de Indias (1681),
t. II, Madrid, 1973, p. 93.
12
A. GERBI, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica, 1750-1900,
México, 1982, pp. 66 y ss.
13
G. GUARDA, «Tres reflexiones...», op. cit., p. 100; F. DE SOLANO, «Significado
y alcances de las nuevas ordenanzas de descubrimiento y población de 1573», Ciudades
hispanoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, pp. 60 y ss.; J. M. MORALES FOLGUERA,
La construcción de la utopía. El proyecto de Felipe II (1556-1598) para Hispanoamérica,
Madrid, 2001, pp. 25 y ss.
14
D. DE ENCINAS, Cedulario indiano, vol. IV, Madrid, 1945, pp. 232-246; Recopilación
de leyes de los reinos de Indias (1681), t. II, Madrid, 1973, pp. 79-93.
15
En el contexto de la monarquía hispánica existía una distinción entre «reinos
de herencia» y «reinos de conquista», de la que podía derivar una diferencia constitucional
en detrimento de estos últimos; agradezco a R. Valladares esta puntualización; «Nuevas
ordenanzas de descubrimiento, población y pacificación de las Indias» (1573), en F. DE
SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana, 1492-1600, t. I, Madrid,
1995, p. 199.
16
Artículo 112 de «Nuevas ordenanzas de descubrimiento...», op. cit., p. 211.
17
Artículo 93 de «Nuevas ordenanzas de descubrimiento...», op. cit., p. 208. La
condición de vecino, inicialmente referida a españoles con casa poblada, pronto incluyó
a indios, negros libres y morenos, que también recibieron solares y labores; F. DOMÍNGUEZ
COMPAÑY, «La condición de vecino», Estudios sobre las instituciones locales hispanoame-
ricanas, Caracas, 1981, pp. 112 y ss. El número de vecinos permite calcular la población
blanca de una ciudad junto a sus agregados, multiplicándolo por seis, aunque se trata
de una cuestión sometida a un permanente debate historiográfico; J. E. HARDOY y C. ARA-
NOVICH, «Escalas y funciones urbanas de la América española hacia 1600. Un ensayo
metodológico», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid,
1983, pp. 362-364.
18
En 1529 el cabildo de Guatemala dio seis meses a los vecinos que tenían solares
para que los cercaran y poblaran, amenazándolos con su pérdida en caso contrario.
También prohibieron que los perros, cerdos, yeguas y caballos estuvieran sueltos por
las calles, pues se metían en el mercado y la iglesia, «que es cosa de mal ejemplo,
y especialmente para los naturales de la tierra que lo ven», «Acuerdos del cabildo de
Guatemala, 20 de agosto de 1529», en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudad
hispanoamericana, 1492-1600, t. I, Madrid, 1995, pp. 92-3.
186 Notas
19
G. KUBLER, «Foreword», op. cit., p. XII; G. R. CRUZ, Let There be Towns. Spanish
Municipal Origins in the American Southwest, 1610-1810, Texas College Station, 1988,
p. 19.
20
En la muestra aparecen según un modelo clásico y de plaza central, 42; clásicos
con plaza excéntrica junto a una costa o río, 6; clásicos con plaza excéntrica sin elemento
de atracción particular, 8; regulares con plaza central, 11; regulares con plaza excéntrica,
20; regulares con dos plazas central y excéntrica, 3; regulares con dos plazas excéntricas,
6; regulares alargados, 3; irregulares, 10; lineales, 5, y sin un esquema definido, 20;
J. E. HARDOY, «La forma de las ciudades coloniales en la América española», en F. DE
SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, p. 329.
21
J. L. GARCÍA FERNÁNDEZ, «Trazas urbanas hispanoamericanas y sus antecedentes»,
en La ciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 215 y ss.; I. A. LEO-
NARD, Books of the Brave. Being an Account of Books and of Men in the Spanish Conquest
and Settlement of the Sixteenth century New World, Berkeley, 1992, pp. 91 y ss.
22
J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., p. 367, recogiendo un plan-
teamiento de R. Martínez Lemoine.
23
R. M. MORSE, «Introducción a la Historia Urbana...», op. cit., pp. 44-47.
24
A. BONET CORREA, El urbanismo en España e Hispanoamérica, Madrid, 1991, pp. 176
y ss.
25
A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial en Panamá. Historia de un sueño, Panamá,
1994, p. 200.
26
M. ROJAS MIX, La plaza mayor..., op. cit., pp. 66 y ss.
27
F. DE SOLANO, «Rasgos y singularidades de la plaza mayor», Ciudades hispanoa-
mericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, p. 190.
28
A. ALEDO TUR, «El significado cultural de la plaza hispanoamericana. El ejemplo
de la plaza mayor de Mérida», Tiempos de América, núm. 5-6, Castellón, 2000, p. 40.
29
Libro IV, Título VIII, Ley I, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),
t. II, Madrid, 1973, p. 94.
30
Título de ciudad al pueblo de Cumaná de la provincia de Nueva Andalucía,
San Lorenzo, 3 de julio de 1591, en S. R. CORTÉS (comp.), Antología documental de
Venezuela, Caracas, 1971, p. 112.
31
G. PORRAS TROCONIS, Cartagena Hispánica, 1533 a 1810, Bogotá, 1954, pp. 76-78.
32
R. FIGUEIRA, «Del barro al ladrillo», en J. L. ROMERO y L. ROMERO (dirs.), Buenos
Aires, Historia de cuatro siglos, t. I, Buenos Aires, 2000, p. 113.
33
J. LOCKHART, Of Things of the Indies. Essays Old and New in Early Latin American
Colonial History, Stanford, 1999, p. 122.
34
A. DE RAMON, «Rol de lo urbano en la consolidación...», op. cit., p. 409.
35
Libro IV, Título VII, Ley II, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),
t. II, Madrid, 1973, p. 91.
36
G. CÉSPEDES DEL CASTILLO, «Vecinos, magnates, cabildos y cabildantes en la Amé-
rica española», La ciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 229
y ss.
37
El cabildo abierto es «la junta que se hace en alguna villa o lugar a son de
campaña tañida, para que entren todos los que quisieren del pueblo, por haberse de
tratar alguna cosa de importancia o de que pueda resultar algún gravamen que comprenda
a todos, lo cual se ejecuta a fin de que ninguno pueda reclamar después», citado en
C. BAYLE, Los cabildos seculares en la América española, Madrid, 1952, p. 433. Se convocaba
por el procurador, gobernador, alcalde ordinario, corregidor, alférez real o el cabildo
en pleno para tratar los más diversos asuntos, tributos, corridas de toros, inundaciones,
servicios de los indios, unión de armas o provisión de trigo. En Santiago de Chile
hubo seis en el siglo XVI, 59 en el XVII, cinco en el XVIII y uno en el XIX; participó
«todo el pueblo y común», algunos vecinos o ciertas corporaciones. Sus acuerdos debían
ser legalizados, H. ARANGUIZ DONOSO, «Estudio institucional de los cabildos abiertos
Notas 187
58
Libro IV, Título XI, Ley II, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),
t. II, Madrid, 1973, p. 101.
59
Libro IV, Título XI, Ley V, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),
t. II, Madrid, 1973, p. 101.
60
P. M. ARCAYA, El cabildo de Caracas..., op. cit., p. 59.
61
R. ARCHILA, «La medicina y la higiene en la ciudad», en F. DE SOLANO (coord.),
Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, p. 657.
62
C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., p. 544.
63
Ibid., p. 548.
64
Ibid., p. 552.
65
«Contribución del cabildo de Quito a la adquisición de un reloj público, Quito,
13 de enero de 1612», en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana,
1601-1821, t. II, Madrid, 1996, pp. 35-36.
66
C. GÓMEZ y J. MARCHENA, «Los señores de la guerra en la conquista», Anuario
de Estudios Americanos, vol. XLII, Sevilla, 1985, pp. 200 y ss.
67
J. LOCKHART, Los de Cajamarca. Un estudio social y biográfico de los primeros con-
quistadores del Perú, t. I, Lima, 1986, p. 71.
68
Libro IV, Título VIII, Ley V, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),
t. II, Madrid, 1973, p. 94.
69
En Castilla, el monarca convocaba a Cortes villa, reino y ciudades, como en
las muy tumultuosas celebradas en 1632, J. E. GELABERT, Castilla convulsa (1631-1652),
Madrid, 2001, pp. 67 y ss.
70
G. LOHMANN VILLENA, «Las cortes en Indias», Anuario de Historia del Derecho
Español, t. XVIII, Madrid, 1947, pp. 655 y ss.
71
W. HARRIS, The Growth of Latin American Cities, Athens, 1971, p. 13; P. SINGER,
«Campo y ciudad en el contexto histórico iberoamericano», en J. E. HARDOY y R. P. SCHAE-
DEL (comps.), Las ciudades de América Latina y sus áreas de influencia a través de la
Historia, Buenos Aires, 1975, pp. 203 y ss.
72
E. VAN YOUNG, «Material Life», en L. S. HOBERMAN y S. M. SOCOLOW (eds.),
The Countryside in Colonial Latin America, Alburquerque, 1996, p. 66; M. A. MARTIN
LOU y E. MUSCAR BENASAYAG, Proceso de urbanización en América del Sur, Madrid, 1992,
p. 123.
73
P. VIVES, «Ciudad y territorio en la América colonial», La ciudad hispanoamericana:
el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 222-223; P. PÉREZ HERRERO, Comercio y mercados
en América Latina colonial, Madrid, 1992, pp. 99 y ss.
74
E. J. A. MAEDER y R. GUTIÉRREZ, Atlas histórico y urbano del nordeste argentino.
Pueblos de indios y misiones jesuíticas, Resistencia, 1994, pp. 12-14.
75
F. DE SOLANO, «El pueblo de indios. Política de concentración de la población
indígena: objetivos, proceso, problemas y resultados», Ciudades hispanoamericanas y pueblos
de indios, Madrid, 1990, p. 333; ÍD., «Urbanización y municipalización de la población
indígena», Ciudades hispanoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, pp. 355 y ss.
76
J. R. LODARES MARRODÁN, El paraíso políglota: historias de lenguas en la España
moderna contadas sin prejuicios, Madrid, 2000, pp. 55 y ss.
77
Quiroga fundó en 1531 a dos leguas de México el hospital de Santafé, donde
atendió a indios enfermos y desamparados, y poco después estableció otro hospital
en Tzintzuntzan, junto a Pátzcuaro. Tras acceder a la sede michoacana, fundó el hospital
de San Nicolás de Tolentino y prosiguió con su experimento evangelizador de los hos-
pitales, que constaban de una casa común para enfermos y principales y de casas par-
ticulares para los congregados en familias, así llamadas porque en ellas vivían sus miembros.
Tenían un terreno anexo para huerta o jardín, estancias de campo y lugares para siembras
y ganaderías. El hospital tenía forma de cuadrado en uno de cuyos frentes estaba la
enfermería de contagiosos y en los otros el resto de los enfermos. Los naturales trabajaban
comunalmente durante seis horas y del beneficio se pagaban los gastos del hospital,
Notas 189
la comunidad y las escuelas; el resto se repartía entre los congregados. También aprendían
diversos oficios.
78
C. GIBSON, «Rotation of Alcaldes in the Indian Cabildo of Mexico City», Hispanic
American Historical Review, vol. 33, núm. 2, Duke, 1953, p. 213.
79
L. SOUSA y K. TERRACIANO, «The “Original Conquest” of Oaxaca: Nahua and
Mixtec Accounts of the Spanish Conquest», Ethnohistory, vol. 50, núm. 2, Duke, 2003,
p. 384; J. BUSTAMANTE, «Los vencidos: nuevas formas de identidad y acción en una
sociedad colonial», en S. BERNABEU (coord.), El paraíso occidental. Norma y diversidad
en el México virreinal, Madrid, 1998, pp. 29-33.
80
R. S. HASKETT, «Indian Town Government in Colonial Cuernavaca: Persistence,
Adaptation and Change», Hispanic American Historical Review, vol. 67, núm. 2, Duke,
1987, p. 210.
81
«Mandamiento del virrey de Nueva España Antonio de Mendoza concediendo
licencia al indio Baltasar, de Tepeaca, para hacer una población en el valle de Tozocongo,
México, 17 de mayo de 1542», en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudad
hispanoamericana, 1601-1821, t. II, Madrid, 1996, p. 137.
82
T. HERZOG, «La política espacial y las tácticas de conquista: las “Ordenanzas
de descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias” y su legado (si-
glos XVI-XVII)», en J. R. GUTIÉRREZ, E. MARTÍNEZ RUIZ y J. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ (coords.),
Felipe II y el oficio de rey: la fragua de un imperio, Madrid, 2001, p. 296.
83
Libro VI, Título III, Ley XV, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),
t. II, Madrid, 1973, p. 200; M. MORNER, Region & State in Latin America’s Past, Baltimore,
1993, pp. 20 y ss.
84
P. BORGES MORÁN, Misión y civilización en América, Madrid, 1987, pp. 156-158.
85
J. LOCKHART, «Españoles entre indios: Toluca a fines del siglo XVI», Revista de
Indias, vols. XXXIII-XXIV, núm. 131-138, Madrid, 1973-1974, p. 487.
86
F. DE SOLANO, «Autoridades municipales indígenas de Yucatán (1657-1677)»,
Ciudades hispanoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, pp. 395-423.
87
C. BERNAND y S. GRUZINSKI, Historia del Nuevo Mundo. Los mestizajes (1550-1640),
t. II, México, 1999.
88
C. ROMERO ROMERO, «Fundaciones españolas en América: una sucesión crono-
lógica», La ciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 275-293.
89
R. GUTÍERREZ, «Distribución espacial de la ciudad: los barrios hispanocoloniales»,
en F. DE SOLANO (dir.) y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica,
t. I, Madrid, 1987, p. 316.
90
F. DE SOLANO, «Ciudades y pueblos de indios antes de 1573», Ciudades his-
panoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, pp. 53-57.
91
C. BERNAND, Negros esclavos y libres en las ciudades hispanoamericanas, Madrid,
2001, p. 50; C. GIBSON, Los aztecas bajo el dominio español, 1519-1810, México, 1981,
p. 389.
92
J. LOCKHART, El mundo hispanoperuano, 1532-1560, México, 1982, pp. 234-235;
M. A. DURAN HERRERO, «Lima en 1613. Aspectos urbanos», Anuario de Estudios Ame-
ricanos, vol. XLIX, Sevilla, 1992, p. 183.
93
A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., p. 87.
94
F. DOMÍNGUEZ COMPAÑY, La vida en las pequeñas ciudades hispanoamericanas de
la conquista, 1494-1549, Madrid, 1978, p. 83; M. GÓNGORA, «Urban Social Stratification
in Colonial Chile», Hispanic American Historical Review, vol. 55, núm. 3, Duke, 1975,
pp. 427 y ss.
95
M. GÓNGORA, «Sondeos en la antroponimia colonial de Santiago de Chile», Anua-
rio de Estudios Americanos, vol. XXIV, Sevilla, 1967, p. 1326.
96
A. DE RAMÓN, Santiago de Chile..., op. cit., p. 70.
190 Notas
97
B. DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, Madrid,
1984, p. 103.
98
José Moreno Villa acuñó este término en 1942, M. CABAÑAS BRAVO, «México
me va creciendo. El exilio de José Moreno Villa», en M. AZNAR SOLER (ed.), El exilio
literario español de 1939, vol. I, Barcelona, 1998, p. 223.
99
C. BERNAND y S. GRUZINSKI, Historia del Nuevo Mundo..., op. cit., p. 260.
100
E. MARCO DORTA, «Iglesias renacentistas en las riberas del Lago Titicaca», Anuario
de Estudios Americanos, vol. II, Sevilla, 1945, p. 707.
101
A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., pp. 134-135.
102
Ibid., p. 70.
103
F. B. PYKE, «Algunos aspectos de la ejecución de las leyes municipales en la
América española durante la época de los Austrias», Revista de Indias, vol. XVIII, núm. 72,
Madrid, 1958, pp. 208-209.
104
V. CORTÉS ALONSO, «Tunja y sus vecinos», Revista de Indias, vol. XXV,
núm. 99-100, Madrid, 1965, p. 160.
105
J. M. MORALES FOLGUERA, Tunja. Atenas del Renacimiento en la Nueva Granada,
Málaga, 1998, pp. 135 y ss.
106
«Españoles: baquianos y bisoños, criollos y peninsulares», en G. CÉSPEDES DEL
CASTILLO (ed.), Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898), Barcelona,
1986, p. 194.
CAPÍTULO III
1
J. I. ISRAEL, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, 1610-1670,
México, 1980, pp. 91-92.
2
Metrópoli era para los griegos la ciudad madre de otras y para los romanos la
capital de una provincia. S. DE COVARRUBIAS la definió como «ciudad principal de la
cual han salido muchas poblaciones circunvecinas dependientes de ella», Tesoro de la
lengua castellana, Madrid, 1611, p. 548 Para el Diccionario de la lengua castellana, t. IV,
Madrid, 1734, es «ciudad principal que tiene dominio o señorío sobre las otras». E. DE
TERREROS PANDO señaló que era la iglesia principal o sede, por ello metropolitana, de
una ciudad arzobispal, Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes, t. II, Madrid,
1787, p. 580.
3
B. BRAVO LIRA, «Régimen virreinal. Constantes y variantes de la constitución política
en Iberoamérica (siglos XVI al XXI)», en F. BARRIOS (coord.), El gobierno de un mundo.
Virreinatos y audiencias en la América Hispánica, Cuenca, 2004, pp. 398 y ss.
4
I. RODRÍGUEZ MOYA, La mirada del virrey. Iconografía del poder en la Nueva España,
Castellón, 2003, pp. 94 y ss.; M. A. PASTOR, Crisis y recomposición social. Nueva España
en el tránsito del siglo XV al XVII, México, 1999, p. 42.
5
G. GASPARINI, América, barroco y arquitectura, Caracas, 1972, p. 167.
6
P. MARZAHL, «Creoles and Government: the Cabildo of Popayán», Hispanic Ame-
rican Historical Review, vol. 54, núm. 4, Duke, 1974, p. 638; J. L. ROMERO, Latinoamérica:
las ciudades y las ideas, México, 1976, pp. 73 y ss.; F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR, Barroco.
Representación e ideología en el mundo hispánico (1580-1680), Madrid, 2002, pp. 37 y ss.
7
I. CRUZ DE AMENÁBAR, «Una periferia de nieves y soles invertidos: notas sobre
Santiago, fiesta y paisaje», Tiempos de América, núm. 5-6, Castellón, 2000, p. 122.
8
C. BERNAND, Negros esclavos..., op. cit., pp. 68 y ss. Entre los santos negros des-
tacaron, por la difusión de su culto, San Benito, San Antonio de Noto, San Elesbán,
Santa Ifigenia y San Martín de Porres. También se extendieron entre ellos diversas
advocaciones de la virgen, B. VINCENT, «Le culte des saints noirs dans le monde ibérique»,
en D. GONZÁLEZ CRUZ (ed.), Ritos y ceremonias en el mundo hispano durante la Edad
Moderna, Huelva, 2002, pp. 121 y ss.
Notas 191
9
E. VILA, Santos de América, Bilbao, 1968, pp. 43 y ss.
10
Lima tenía una nutrida población de hábito y gran número de conventos grandes
femeninos, pero la auténtica ciudad conventual americana era Quito, que en 1650,
con aproximadamente 25.000 habitantes, tenía la catedral, cinco iglesias parroquiales
(y tres más extramuros), cuatro conventos de monjas, cinco conventos de frailes y dos
recolecciones (conventos de retiro), L. MARTÍN, Daughters of the Conquistadores. Women
of the Viceroyalty of Peru, Alburquerque, 1983, pp. 174 y ss.
11
C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., pp. 735 y ss.
12
E. B. NÚÑEZ, La ciudad de los techos rojos, Caracas, 1988, pp. 52-53; Actas del
cabildo colonial de Guayaquil, 1650-1657, t. III, Guayaquil, 1973, pp. 80-81.
13
G. LOHMANN VILLENA, «Las comedias del Corpus Christi en Lima en 1635 y
1636», Revista de Indias, vol. X, núm. 42, Madrid, 1950, pp. 865-868.
14
C. F. DUARTE, «Las fiestas de Corpus Christi en la Caracas Hispánica (Tarasca,
Gigantes y Diablitos)», Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. 70, núm. 279,
Caracas, 1987, pp. 675 y ss.
15
R. MÚJICA PINILLA, «Identidades alegóricas: lecturas iconográficas del barroco
al neoclásico», El barroco peruano, Lima, 2003, p. 310.
16
F. IWASAKI CAUTI, «Toros y sociedad en Lima colonial», Anuario de Estudios
Americanos, vol. XLIX, Sevilla, 1992, pp. 318 y ss.
17
Libro III, Título XV, Ley LVI, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),
t. II, Madrid, 1973, p. 69.
18
A. OSSORIO, «The King in Lima: Simulacra, Ritual and Rule in Seventeenth Century
Peru», Hispanic American Historical Review, núm. 84-3, Duke, 2004, pp. 460-461.
19
S. MACCORMACK, «El gobierno de la república cristiana», El barroco peruano,
Lima, 2003, pp. 217 y ss.
20
C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., p. 684.
21
R. RAMOS SOSA, «La fiesta barroca en ciudad de México y Lima», Historia, vol. 30,
Santiago, 1997, p. 279.
22
A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., p. 270.
23
Agradezco a R. Valladares esta puntualización; Carta del cabildo al Consejo de
Indias indicando la imposibilidad de contener los gastos en el recibimiento del virrey,
conde de Monterrey, Lima, 8 de mayo de 1606. Se mandó que no pasaran de 4.000
ducados, J. ORTIZ DE LA TABLA, M. J. MEJÍAS y A. RIVERA GARRIDO (eds.), Cartas de
cabildos hispanoamericanos. Audiencia de Lima, t. I, Sevilla, 1999, p. 35.
24
D. RIPODAS ARDANAZ, «Las ciudades indianas», Atlas de Buenos Aires, t. I, 1981,
p. 16.
25
G. KUBLER, «El urbanismo colonial iberoamericano, 1600-1820», en F. DE SOLA-
NO (ed.), Historia y futuro de la ciudad iberoamericana, Madrid, 1986, p. 30.
26
Citado en J. BARRIENTOS GRANDON, «El Cursus de la jurisdicción letrada en las
Indias (siglos XVI-XVII)», en F. BARRIOS (coord.), El gobierno de un mundo. Virreinatos
y audiencias en la América Hispánica, Cuenca, 2004, p. 633.
27
C. G. MOTA, Um Americano intranquilo. Homenagem a Richard Morse, Río de
Janeiro, 1992, p. 19; S. GRUZINSKI, Les quatre parties du monde. Histoire d’une mon-
dialisation, París, 2004, pp. 71 y ss.
28
J. BARRIENTOS GRANDON, «El Cursus de la jurisdicción letrada...», op. cit., pp. 639
y ss.
29
J. H. ELLIOTT, El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia,
Barcelona, 1991, pp. 161 y ss., y 279 y ss.
30
Citado en B. LAVALLE, Las promesas ambiguas. Criollismo colonial en los Andes,
Lima, 1993, pp. 19-20; M. A. PASTOR, Crisis y recomposición social..., op. cit., pp. 197
y ss.
192 Notas
31
Sobre su actuación y personalidad, R. ÁLVAREZ, «El cuestionario de 1577. La
“Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción de
las Indias de 1577”», en F. DE SOLANO (ed.), Cuestionarios para la formación de las
Relaciones Geográficas de Indias, siglos XVI-XIX, Madrid, 1988, pp. XCV y ss.
32
G. BAUDOT, La vida cotidiana en la América española en tiempos de Felipe II,
México, 1983, pp. 312-313; M. A. PASTOR, Crisis y recomposición social..., op. cit., pp. 207
y ss.
33
S. QUESADA, La idea de ciudad en la cultura hispana de la edad moderna, Barcelona,
1992, p. 93.
34
F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR, Barroco..., op. cit., pp. 123-124.
35
D. RIPODAS ARDANAZ, «Presencia de América en la España del XVII», en D. RAMOS
(coord.), La formación de las sociedades iberoamericanas (1568-1700). Historia de España
Menéndez Pidal, t. XXVII, Madrid, 1999, p. 802; H. BRIOSO SANTOS, América en la
prosa literaria española de los siglos XVI y XVII, Huelva, 1999, pp. 105 y ss.; sobre la
identificación de riqueza y comercio indiano, B. CÁRCELES DE GEA, «Las Indias y el
concepto de riqueza en España en el siglo XVII», en C. MARTÍNEZ SHAW y J. M. OLIVA
MELGAR (eds.), El sistema atlántico español (siglos XVII-XIX), Madrid, 2005, pp. 76 y ss.
36
F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR, Barroco..., op. cit., pp. 37-38.
37
A. GERBI, La naturaleza..., op. cit., pp. 226 y ss.
38
M. D. SZUCHMAN, «The City as Vision. The Development of Urban Culture
in Latin America», en J. M. GILBERT y M. D. SZUCHMAN (eds.), I Saw a City Invincible.
Urban Portraits of Latin America, Wilmington, 1996, p. 24; A. RAMA, La ciudad letrada,
Hanover, Ediciones el Norte, 1984, pp. 25 y ss.
39
I. A. A. THOMPSON, «Castilla, España y la monarquía: la comunidad política,
de la patria natural a la patria nacional», en R. L. KAGAN y G. PARKER (eds.), España,
Europa y el mundo atlántico: homenaje a John H. Elliott, Madrid, 2001, pp. 211-213.
40
Existieron dos catedrales en México. La antigua, de tres naves techadas de madera,
fue construida de 1524 a 1532 por el arquitecto Juan de Sepúlveda. En 1585 fue recons-
truida y en 1626 derribada. Del templo actual, que se pensó fuera más grande que
la enorme catedral de Sevilla, aunque luego se optó como modelo por la más razonable
catedral nueva de Salamanca, se puso la primera piedra en 1573. Claudio de Arciniega
y Juan Miguel de Agüero fueron los autores del proyecto, que se terminó de realizar
en 1667, año también de su consagración. La fachada, que empezó a ejecutar José
Damián Ortiz tras ganar un concurso en 1786, fue concluida por Manuel Tolsá. Las
obras concluyeron en 1813, M. TOUSSAINT, Catedral de México, México, 1948, pp. 2-3.
41
Citado en A. LORENTE MEDINA, «México: “Primavera inmortal” y “emporio” de
toda la América», en J. DE NAVASCUES (ed.), De Arcadia a Babel. Naturaleza y ciudad
en la literatura hispanoamericana, Madrid, 2002, p. 77; Tiánguez significa mercado.
42
La expresión es de Alfonso Reyes, S. GRUZINSKI, La ciudad de México: una historia,
México, 2004, pp. 200 y ss.; R. XIRAU, «Bernardo de Balbuena, alabanza de la poesía»,
Estudios. Filosofía-Historia-Letras, México, 1987, http://www.hemerodigital.unam.mx/
ANUIES/itam/estudio/estudio10/sec4.html.
43
A. DE LEÓN PINELO, Epítome de la Biblioteca oriental y occidental, náutica y geo-
gráfica, edición y estudio introductorio de H. CAPEL, t. I, Barcelona, 1982, p. XXIV;
G. LOHMANN VILLENA, «La Historia de Lima de Antonio de Léon Pinelo», Revista de
Indias, vol. XII, núm. 50, Madrid, 1952, pp. 766 y ss.; A. A. ROIG, «La “inversión
de la filosofía de la historia” en el pensamiento latinoamericano», Revista de Filosofía
y de Teoría Política, núm. 26-27, La Plata, 1986, pp. 170 y ss.
44
CONCOLORCORVO, El lazarillo de ciegos caminantes, Buenos Aires, 1997, p. 286.
45
D. RIPODAS ARDANAZ, «Las ciudades indianas», op. cit., pp. 19-20.
46
En la Nueva España se otorgaron durante la primera mitad del siglo XVII los
títulos de conde de Santiago de Calimaya (1616), conde del valle de Orizaba y conde
de Moctezuma de Fultengo (1627), y en Perú se dieron el condado de Villamar y
Notas 193
Guamán Poma y su crónica ilustrada del Perú colonial: un siglo de investigaciones hacia
una nueva era de lectura, Copenhage, 2001, http://www.kb.dk/elib/mss/poma/presentation/
index.htm; F. GUAMÁN POMA DE AYALA, El primer nueva corónica y buen gobierno,
1615-1616, edición de R. ADORNO , facsimilar y anotada, Copenhage, 2004,
http://www.kb.dk/elib/mss/poma/index.htm.
56
Citado en B. LAVALLE, Las promesas ambiguas..., op. cit., p. 118.
57
Ibid., p. 114.
58
F. ESTEVE BARBA, Historiografía indiana, Madrid, 1992, p. 559.
59
P. PERALTA Y BARNUEVO, Lima fundada o conquista del Perú, poema heroico en
que se decanta toda la historia del descubrimiento y sujeción de sus provincias por D. Francisco
Pizarro, marqués de los Atabillos, ínclito y primer gobernador de este vasto imperio y se
contiene la serie de los reyes, la historia de los virreyes y arzobispos que ha tenido la memoria
de los santos y varones ilustres que la ciudad y reino han producido, Lima, 1732; F. ESTEVE
BARBA, Historiografía indiana..., op. cit., pp. 566-567; D. BRADING, Orbe indiano. De la
monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, México, 1991, p. 370.
60
A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., pp. 202 y ss.
61
L. WECKMANN, La herencia medieval de Brasil, México, 1993, p. 158.
62
J. G. SIMÔES (junior), «Os paradigmas urbanísticos da colonizaçao portuguesa
e espanhola na América», A cidade Iberoamericana: O espaço urbano brasileiro e His-
pano-americano en perspectiva comparada, Sao Paulo, 2001, p. 25; S. BUARQUE DE HOLANDA,
Raízes do Brasil, Sao Paulo, 2003, p. 110.
63
F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR, «Planeta católico», El barroco peruano, Lima, 2003,
p. 19.
64
J. MOGROVEJO DE LA CERDA, Memorias de la gran ciudad del Cusco, 1690, edición
de M. C. MARTÍN RUBIO, Cusco, 1983, pp. 24 y ss.
65
B. LAVALLE, Las promesas ambiguas..., op. cit., p. 117.
66
Citado en B. PASTOR BODMER, The Armature of Conquest...,op. cit., p. 275.
67
B. LAVALLE, Las promesas ambiguas...,op. cit., p. 118.
68
G. LOHMANN VILLENA, «Los regidores del cabildo de Lima desde 1535 hasta
1635 (estudio de un grupo de dominio)», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre
la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, p. 204.
69
M. L. PAZOS PAZOS, El ayuntamiento de México en el siglo XVII: continuidad ins-
titucional y cambio social, Sevilla, 1999, p. 321.
70
P. M. ARCAYA, El cabildo de Caracas..., op. cit., pp. 71-72.
71
C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., p. 119.
72
P. GANSTER, «La familia Gómez de Cervantes. Linaje y sociedad en el México
colonial», Historia mexicana, vol. 31, núm. 2, México, 1981, pp. 202-203.
73
M. DÍAZ, «La referencia a la obra arquitectónica en la prosa y la poesía de
la Nueva España, siglo XVII», Anuario de Estudios Americanos, vol. XXXVIII, Sevilla,
1981, pp. 417 y ss.
74
C. A. GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Los mundos del libro. Medios de difusión de la cultura
occidental en las Indias de los siglos XVI y XVII, Sevilla, 1999, p. 127.
75
A. LIRA y L. MURO, «El siglo de la integración», Historia general de México,
t. II, México, 1976, pp. 179-180.
76
«Aplaude la ciencia astronómica del padre Eusebio Francisco Kino, de la Compañía
de Jesús», en sor Juana Inés DE LA CRUZ, Lírica, Barcelona, 1983, p. 335.
77
A. PAGDEN, Spanish Imperialism and the Political Imagination. Studies in European
and Spanish-American Social and Political Theory, 1513-1830, New Haven, 1990, pp. 91-97.
78
J. SALA CATALÁ, Ciencia y técnica en la metropolización de América, Aranjuez,
1994, p. 41.
79
Ibid., p. 109.
Notas 195
80
El costo del desagüe fue tan elevado que acabó por doblar prácticamente al
de la catedral: de 1607 a 1789 se gastaron 5.399.869 pesos y en la catedral, de 1536
a 1813, un total de 3.191.313 pesos, L. S. HOBERMAN, «Technological Change in a
Traditional Society: The Case of the “Desagüe” in Colonial Mexico», Technology and
Culture, vol. 21, núm. 3, Detroit, 1980, p. 392.
81
Entre los asesores de Cadereyta destacó el arquitecto, matemático, geógrafo,
relojero y astrónomo carmelita fray Andrés de San Miguel, constructor de monasterios,
acueductos y puentes y autor del primer tratado de arquitectura escrito en la Nueva
España. En el siglo XVIII resultó determinante el informe realizado en 1774, a petición
del Consulado, por el criollo Joaquín Velázquez de León, Documentos relativos a la
desecación del valle de México, en A. M. CALAVERA (comp.), Madrid, 1991, pp. 113
y ss. El gran canal del desagüe, iniciado por Maximiliano en 1867, fue culminado en
1900, bajo el porfiriato. Al fin, no hubo una obra absolutamente efectiva, pues la dese-
cación del valle y la pérdida de agua por los asentamientos residenciales y los usos
industriales jugaron un papel determinante en la prevención de las inundaciones.
82
R. L. KAGAN, Imágenes urbanas del mundo hispánico, 1493-1780, Madrid, 1998,
pp. 148 y ss., y 239 y ss.; R. BOYER, «La ciudad de México en 1628: la visión de
Juan Gómez de Trasmonte», Historia mexicana, vol. XXIX, núm. 3, México, 1980, pp. 448
y ss.
83
Citado en F. DE SOLANO, «Rasgos y singularidades...», op. cit., p. 187.
84
En 1651 se colocó en el centro de la plaza mayor una fuente de bronce diseñada
por el arquitecto y escultor Pedro de Noguera, E. MARCO DORTA, «La plaza mayor
de Lima en 1680», Actas del XXXVI Congreso Internacional de Americanistas, vol. 4,
Sevilla, 1966, p. 601.
85
J. SALA CATALÁ, «El agua en la problemática científica de las primeras metrópolis
coloniales hispanoamericanas», Revista de Indias, vol. XLIX, núm. 186, Madrid, 1989,
p. 276.
86
R. L. KAGAN, Imágenes urbanas..., op. cit., p. 270.
87
Desde 1618 existían proyectos de fortificar la metrópoli, G. LOHMANN VILLENA,
«Las defensas militares de Lima y Callao hasta 1746», Anuario de Estudios Americanos,
vol. 20, 1963, pp. 154 y ss.
88
J. SALA CATALÁ, Ciencia y técnica..., op. cit., p. 278.
89
M. A. DURÁN MONTERO, Lima en el siglo XVII, Sevilla, 1994, pp. 87-88.
90
J. GUNTHER DOERING y G. LOHMANN VILLENA, Lima, op. cit., pp. 125-127.
CAPÍTULO IV
1
J. L. ROMERO, Latinoamérica..., op cit., pp. 150 y ss.
2
L. NAVARRO GARCÍA, «El reformismo borbónico: proyectos y realidades», en
F. BARRIOS (coord.), El gobierno de un mundo. Virreinatos y audiencias en la América
Hispánica, Cuenca, 2004, p. 499; L. SÁNCHEZ AGESTA, El pensamiento político del despotismo
ilustrado, Sevilla, 1979, pp. 71 y ss.; A. KUETHE e I. BLAISDELL, «French Influence and
the Origins of the Bourbon Colonial Reorganization», Hispanic American Historical
Review, núm. 71-3, Duke, 1991, pp. 579 y ss.
3
P. ÁLVAREZ DE MIRANDA, Palabras e ideas: el léxico de la ilustración temprana en
España (1680-1760), Madrid, 1992, p. 676.
4
J. CAMPILLO Y COSSÍO, Nuevo sistema de gobierno económico para América, Oviedo,
1993, p. 73.
5
B. WARD, Proyecto económico, Madrid, 1982, p. 253. La obra estaba terminada
en 1762 y se editó por iniciativa de Campomanes en 1779.
196 Notas
6
Informes sobre el establecimiento de intendentes en Nueva España, Dictámenes
sobre el proyecto de una nueva administración pública, G. CÉSPEDES DEL CASTILLO (ed.),
Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898), Barcelona, 1986, p. 310.
7
Ibid., p. 308.
8
Ibid., p. 307.
9
Ibid., p. 309.
10
J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., pp. 261 y ss.
11
Se les sumaron Luisiana en 1768, Campeche y Yucatán en 1770, Caracas en
1772 y Santa Marta en 1776; dos años después el Reglamento de libre comercio se
aplicó en los puertos peninsulares citados, Palma de Mallorca, Los Alfaques de Tortosa,
Almería y Santa Cruz de Tenerife y numerosos puertos americanos, los nueve mayores
de La Habana, Cartagena, Buenos Aires, Montevideo, Valparaíso, Concepción, Arica,
El Callao y Guayaquil, y los menores de Puerto Rico, Santo Domingo, Montecristo,
Santiago de Cuba, Trinidad, Margarita, Campeche, Santo Tomás de Castilla, Omoa,
Riohacha, Portobelo, Chagres y Santa Marta. En 1789 su vigencia se extendió a Nueva
España y Venezuela, C. MARTÍNEZ SHAW, «El despotismo ilustrado en España y las
Indias», en V. MÍNGUEZ y M. CHUST (eds.), El imperio sublevado. Monarquía y naciones
en España e Hispanoamérica, Madrid, 2004, pp. 144 y ss.
12
J. LYNCH, «El estado colonial en Hispanoamérica», América Latina, entre colonia
y nación, Barcelona, 2001, pp. 81 y ss.
13
José de Gálvez tenía 917 títulos en su biblioteca, de los cuales sólo noventa
trataban de Indias. Al regresar de Nueva España trajo siete obras, pues fue indiferente
a la producción bibliográfica novohispana, F. DE SOLANO, «Reformismo y cultura inte-
lectual. La biblioteca privada de José de Gálvez, ministro de Indias», Quinto Centenario,
núm. 2, Madrid, 1981, p. 34.
14
Esta fórmula «servía el mismo objetivo de preservar a la vez la apariencia de
lealtad del súbdito y la imagen del rey», J. H. ELLIOTT, «Rey y patria en el mundo
hispánico», en V. MÍNGUEZ y M. CHUST (eds.), El imperio sublevado..., op. cit., p. 23.
15
A. GERBI, La naturaleza..., op. cit., pp. 55 y ss.
16
«Yo pienso que estas razones utilitarias —seguridad pública, conveniencia de
que se pudiera reconocer a los delincuentes— no eran más que apariencia: la justificación
“objetiva” de otras razones más hondas, estéticas y “estilísticas”: los hombres del gobierno
de Carlos III sin duda sentían malestar ante aquellos hombres tan de otro tiempo,
tan distintos de lo que se usaba en otras partes, tan arcaicos. Yo creo que la aversión
a la capa larga y al chambergo era una manifestación epidérmica de la sensibilidad
europeísta y actualísima de aquellos hombres que sentían la pasión de sus dos verdaderas
patrias: Europa, el siglo XVIII», J. MARÍAS, La España posible en tiempos de Carlos III,
Madrid, 1988, pp. 172-173.
17
Para el clásico Diccionario de Covarrubias, novedad es «cosa nueva y no acos-
tumbrada, y suele ser peligrosa por traer consigo mudanza de uso antiguo», P. ÁLVAREZ
DE MIRANDA, Palabras e ideas..., op. cit., p. 621; J. ANDRÉS-GALLEGO, El motín de Esquilache,
América y Europa, Madrid, 2003, pp. 81 y ss.
18
E. MARTIRE, «La militarización de la monarquía borbónica (¿una monarquía mili-
tar?)», en F. BARRIOS (coord.), El gobierno de un mundo. Virreinatos y audiencias en
la América Hispánica, Cuenca, 2004, pp. 476 y ss.
19
F. DE SOLANO, Antonio de Ulloa y la Nueva España, México, 1987, pp. LXXVI
y ss.
20
Este fue el caso de José Solano y Bote, comisario de la expedición de límites
al Orinoco (1754-1761), capitán general de Venezuela y Santo Domingo, y atento reor-
ganizador de Caracas, nombrado marqués del socorro tras su labor como jefe de la
escuadra que auxilió la plaza de Pensacola, en Florida, durante la Guerra de Independencia
norteamericana, G. A. FRANCO RUBIO, «Reformismo institucional y elites administrativas
en la España del siglo XVIII: nuevos oficios, nueva burocracia. La Secretaría de Estado
Notas 197
in Late Colonial Mexico City», Hispanic American Historical Review, vol. 62, núm. 3,
Duke, 1982, pp. 441 y 451.
38
Representación de la ciudad de México al rey, por José González Castañeda,
2 de mayo de 1771, impresa en Madrid en 1786. Los criollos ante la nueva política,
G. CÉSPEDES DEL CASTILLO (ed.), Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898),
Barcelona, 1986, p. 318.
39
La referencia data de 1776; citado en F. DE SOLANO, Antonio de Ulloa..., op. cit.,
p. LXXIX. Otros cabildos, como los de Córdoba, Salta o Asunción, manifestaron, en
cambio, su conformidad con el celo de sus intendentes respectivos en 1786 (Sobremonte),
1789 (Mestre) y 1798 (Ribera), J. LYNCH, Spanish Colonial Administration, pp. 226 y ss.
40
«Mi soberana voluntad es [...] igualar enteramente la condición de todos mis
vasallos de la Nueva España», Ordenanza de Nueva España (1786), G. MORAZZANI
DE PÉREZ ENCISO, Las ordenanzas de intendentes de Indias (cuadro para su estudio), Caracas,
1972, p. 66. Un caso interesante de conflicto de preeminencias y competencias fue
el de Querétaro, el único corregimiento novohispano que escapó al régimen de sub-
delegaciones de la intendencia, R. SERRERA CONTRERAS, «La ciudad de Santiago de Que-
rétaro a fines del siglo XVIII: apuntes para su historia urbana», Anuario de Estudios Ame-
ricanos, vol. XXX, 1973, pp. 512 y ss.
41
G. MORAZZANI DE PÉREZ ENCISO, La Intendencia en España y en América, Caracas,
1966, p. 161; J. VEGA JANINO, «Las reformas borbónicas y la ciudad americana», La
ciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 242 y ss.; «Ordenanzas
de intendentes: alcances de sus objetivos y obligaciones en materia urbana» (Madrid,
1786), en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana, 1601-1821,
t. II, Madrid, 1996, pp. 256-267.
42
Citado en J. A. GARCÍA, La ciudad indiana, op. cit., p. 280.
43
A. MEISEL y M. AGUILERA ROJAS, «Cartagena de Indias en 1777: un análisis demo-
gráfico», Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. XXXIV, núm. 45, Bogotá, 1997, p. 29.
44
M. LUCENA GIRALDO, «Las Nuevas Poblaciones de Cartagena de Indias,
1774-1794», Revista de Indias, vol. 199, Madrid, 1993, p. 768.
45
M. F. MARTÍNEZ CASTILLO, Apuntamientos para una historia colonial de Tegucigalpa
y su alcaldía mayor, Tegucigalpa, 1982, pp. 146-147.
46
La América española tenía hacia 1700 alrededor de 10.300.000 habitantes, de
los cuales 700.000 eran españoles, 9.000.000 indios, 500.000 negros, 40.000 mestizos
y 60.000 mulatos. En 1800 la población llegaba a 16.910.000 habitantes, con 3.276.000
españoles, 7.530.000 indios, 776.000 negros y 5.328.000 mestizos y mulatos. El aumento
de la población en el siglo XVIII fue del 69 por 100, se estabilizó el número de indígenas
y creció mucho el de mestizos, mulatos y castas, así como el de negros esclavos, J. R. FISHER,
«Iberoamérica colonial», Historia de Iberoamérica, t. II, Historia Moderna, Madrid, 1990,
pp. 619-621.
47
N. SÁNCHEZ ALBORNOZ, La población de América Latina, desde los tiempos pre-
colombinos al año 2025, Madrid, 1994, pp. 140 y ss.; J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ
PÉREZ, La vida de guarnición en las ciudades americanas de la ilustración, Madrid, 1992,
pp. 72-73; J. E. KICZA, Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de México
durante los Borbones, México, 1986, p. 16; R. M. MORSE (comp.), The Urban Development
of Latin America, Stanford, 1971, pp. 9 y ss.; análisis regionales de N. LAKS, M. L. CONNIFF,
E. FRIEDEL, M. F. JIMÉNEZ, R. M. MORSE, J. WIBEL, J. DE LA CRUZ, C. F. HERBOLD
y J. GALEY.
48
La España peninsular debía tener en 1800 unos 11 millones de habitantes; Nueva
España en torno a 6.500.000, las Antillas un millón, el resto de América Central 900.000,
el Perú 1.300.000, Nueva Granada 1.800.000 y El Plata unos 200.000. Como hemos
indicado, la población aproximada de la América española era de 16.910.000 habitantes,
D. S. REHER, «Ciudades, procesos de urbanización y sistemas urbanos en la península
Notas 199
ibérica», Atlas histórico de las ciudades europeas, I, Península ibérica, Barcelona, 1994,
pp. 1-29.
49
En el virreinato novohispano, por ejemplo, estaba poblado el centro y el sureste,
pero el resto se encontraba casi deshabitado; México, Puebla, Oaxaca, Yucatán, Gua-
dalajara y Valladolid concentraban en 1742 cinco sextos del total de población y, con
independencia de los avances de la frontera poblada en el norte, esta distribución no
se alteró de modo significativo. Un caso paradigmático de regionalización, E. VAN YOUNG,
La ciudad y el campo en el México del siglo XVIII. La economía rural de la región de
Guadalajara, 1675-1820, México, 1989, pp. 25 y ss.
50
Sólo México tenía a fines del siglo XVIII una distribución no armónica del sistema
de ciudades, con primacía clara de la capital sobre las demás. Durante el XIX Cuba,
Chile y Argentina siguieron sus pasos y en el XX se presentó tal fenómeno en Perú,
Venezuela y Colombia, R. M. MORSE, «El desarrollo de los sistemas urbanos en las
Américas durante el siglo XIX», en J. E. HARDOY y R. P. SCHAEDEL (comps.), Las ciudades
de América Latina y sus áreas de influencia a través de la Historia, Buenos Aires, 1975,
pp. 266 y ss.; W. P. MCGREEVEY, «A Statistical Analysis of Primacy and Lognormality
in the Size Distribution of Latin American cities, 1750-1960», en R. M. MORSE (comp.),
The Urban Development of Latin America, Stanford, 1971, p. 122.
51
J. MARCHENA FERNÁNDEZ, Ejército y milicias en el mundo colonial americano, Madrid,
1992, pp. 91 y ss.; C. BERNAND, Negros esclavos..., op. cit., pp. 162 y ss.
52
La sesión del cabildo de Caracas de 6 de octubre de 1788 se ocupó del rumor
que corría por la ciudad de que el rey iba a permitir a los pardos libres tomar sagradas
órdenes y contraer matrimonio con blancos del estado llano, de lo que infería graves
peligros. En 1796 pidió en una furibunda representación al rey la suspensión de la cédula
de «gracias al sacar», pero en 1801 el monarca la ratificó y mantuvo los privilegios
concedidos a los pardos; Real cédula de dispensa de la calidad de pardo a Julián Valenzuela,
de Antioquia, Madrid, 5 de julio de 1796; Real cédula de dispensa de la calidad de
pardo a Pedro Antonio de Ayarza, de Portobelo, Aranjuez, 16 de marzo de 1797; una
real cédula de 21 de junio de 1793 autorizó a los pardos que ejercían la medicina
con real aprobación a concurrir a la enseñanza de la anatomía, R. KONETZKE, Colección
de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, vol. III,
t. 2, Madrid, 1962, pp. 719-720, 754 y 757-758; P. M. ARCAYA, El cabildo de Caracas...,
op. cit., p. 110; Real cédula de dispensa de la calidad de pardo a Diego Mejías Bejarano,
de Venezuela, Madrid, 7 de abril de 1805; Desintegración de la sociedad de castas,
G. CÉSPEDES DEL CASTILLO (ed.), Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898),
Barcelona, 1986, p. 308.
53
E. VAN YOUNG, La ciudad y el campo..., op. cit., pp. 15 y 55 y ss.
54
Ciudad Real, fundada en la banda sur del Orinoco en 1759, fue poblada en
primer término con voluntarios, pero cuando su número no fue suficiente se pidió a
los gobernadores vecinos de la Guayana que despacharan vagos y delincuentes, en el
caso de la Nueva Granada sin graves delitos de sangre, los hombres entre dieciocho
y treinta y cinco años y las mujeres entre quince y treinta. A ellos se sumaron extranjeros,
indios de Margarita y esclavos escapados de las plantaciones del Esequibo holandés,
M. LUCENA GIRALDO, «Gentes de infame condición. Sociedad y familia en Ciudad Real
del Orinoco (1759-1772)», Revista Complutense de Historia de América, vol. 24, Madrid,
1998, pp. 182-183.
55
F. DE SOLANO, «Ciudad y geoestrategia española en América durante el siglo XVIII»,
La América española de la época de las luces, Madrid, 1988, pp. 41-42.
56
C. ESTEVA FABREGAT, «Población y mestizaje en las ciudades de Iberoamérica:
siglo XVIII», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid,
1983, p. 557.
200 Notas
57
O. B. FAULK, «El presidio: ¿fuerte o farsa?», en D. WEBER (comp.), El México
perdido. Ensayos sobre el antiguo norte de México, 1540-1821, México, 1976, p. 56. De
acuerdo con las peculiaridades regionales, ya que como era lógico en una región ganadera
había propensión al poblamiento disperso, las villas poseían una plaza mayor, con cabildo
e iglesia. En Nuevo México los ranchos, que reunían la población española, si estaban
en agrupación eran llamados «poblaciones», pero si el fin era defensivo se denominaban
«plazas»; solían tener murallas defensivas, torreones y parapetos. Este término y el de
«placita» se empleaban también para designar a los pueblos y villas. El «lugar» era
la agrupación muy pequeña de población. Los ranchos, dispersos en el campo si no
había riesgo de ataques indígenas, solían constar de una o varias edificaciones junto
a granjas y huertos. Si eran grandes se llamaban haciendas y podían estar fortificadas;
si un rancho humilde mostraba una estructura defensiva se llamaba «casa-corral», M. SIM-
MONS, «Settlement Patterns and Village Plans in Colonial New Mexico», en
J. D. GARR (ed.), Spanish Borderland Sourcebooks. Hispanic Urban Planning in North
America, Nueva York, 1991, pp. 43-44.
58
A. LEVAGGI, Diplomacia hispano-indígena..., op. cit., pp. 127 y ss.; S. VILLALOBOS,
«Tres siglos y medio de vida fronteriza chilena», en F. DE SOLANO y S. BERNABEU (coords.),
Estudios (nuevos y viejos) sobre la frontera, Madrid, 1991, pp. 337 y ss.
59
Se consideraron parte de la jurisdicción de las Provincias Internas novohispanas,
establecidas por el visitador José de Gálvez en 1776 con «fines utilitarios» y de dominio
territorial, Nueva Vizcaya, Nuevo México, Nuevo León, Coahuila, California, Nayarit,
Culiacán, Sonora, Texas y Nuevo Santander, que quedaron bajo el gobierno militar
y político del comandante general. En 1793 las Californias, Nuevo León y Nuevo San-
tander se separaron y se colocaron bajo gobernantes militares directamente sujetos al
virrey. Las Provincias Internas incluían entonces Sonora, Sinaloa, Nuevo México, Nueva
Vizcaya, Coahuila y Texas. En 1804 las dificultades para su administración exigieron
que la Comandancia fuera dividida en Provincias Internas de Oriente y Occidente.
Las Californias, Nuevo León y el Sur de Nuevo Santander pasaron a depender del
virrey. Chihuahua fue la capital de las Provincias de Oriente y Arizpe de las Provincias
de Occidente, M. HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, La última expansión española en América,
Madrid, 1957, pp. 71-72; M. C. VELÁZQUEZ, «La Comandancia General de las Provincias
Internas», Historia mexicana, núm. 106, México, 1977, pp. 164 y ss.; M. LUCENA GIRALDO,
«El Reformismo de Frontera», en A. GUIMERÁ (ed.), El Reformismo Borbónico. Una
visión interdisciplinar, Madrid, 1996, pp. 268 y ss.
60
Una lista de 358 fundaciones en todo el continente entre 1700 y 1810 en C. ROME-
RO ROMERO, «Fundaciones españolas en América...», op. cit., pp. 275-293.
61
E. FLORESCANO e I. GIL SÁNCHEZ, «La época de las reformas borbónicas y el
crecimiento económico, 1750-1808», Historia general de México, t. II, México, 1976,
p. 239.
62
J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., pp. 279-280.
63
O. B. FAULK, «El presidio...», op. cit., p. 67; sobre sus características y planimetría,
J. E. HARDOY, Cartografía urbana colonial..., op. cit., pp. 245 y ss.
64
P. M. CUELLAR VALDÉS, Historia de la ciudad de Saltillo, Saltillo, 1975, p. 26;
J. EARLY, Presidio, Mission and Pueblo. Spanish Architecture and Urbanism in the United
States, Dallas, 2004, pp. 138-139.
65
A. VIDAURRETA, «Evolución urbana de Texas durante el siglo XVIII», en F. DE
SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, pp. 610 y ss.
66
G. R. CRUZ, Let There be Towns..., op. cit., pp. 165-170.
67
G. R. CRUZ, Let There be Towns..., op. cit., pp. 105 y ss.; D. J. GARR, «Villa
de Branciforte: Innovation and Adaptation on the Frontier», en D. J. GARR (ed.), Spanish
Borderland Sourcebooks. Hispanic Urban Planning in North America, Nueva York, 1991,
pp. 309 y ss.
Notas 201
68
J. F. BANNON, The Spanish Borderlands Frontier, 1513-1821, Nueva York, 1970,
pp. 157 y ss.; D. WEBER, The Spanish Frontier..., op. cit., pp. 242 y ss.
69
Como se puede observar en el caso de San Juan Bautista (actual Santa Lucía),
el procedimiento fundacional era idéntico al del siglo XVI, pues consistió en la delimitación
de un gran solar de unas 800 por 500 varas, en el cual se marcaron 35 solares para
manzanas de unas 100 varas de lado con una plaza central y otros para la iglesia y
otras instituciones. A menos de 100 varas se señalaron chacras para 50 vecinos, con
una superficie aproximada de 50 por 400 varas, J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades...,
op. cit., pp. 288-289.
70
Citado en J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., p. 275.
71
F. DE SOLANO, «La ciudad hispanoamericana durante el siglo XVIII», Ciudades
hispanoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, p. 56.
72
E. AMODIO, «Vicios privados y públicas virtudes. Itinerarios del eros ilustrado
en los campos de lo público y de lo privado», Lo público y lo privado. Redefinición
de los ámbitos del estado y de la sociedad, Caracas, 1996, p. 198.
73
Citado en J. MONNET, «¿Poesía o urbanismo? Utopías urbanas y crónicas de
la ciudad de México (siglos XVI a XX)», Historia mexicana, vol. XXXIX, núm. 3, México,
1990, p. 741.
74
E. SÁNCHEZ DE TAGLE, «La remodelación urbana de la ciudad de México en
el siglo XVIII: una crítica de los supuestos», Tiempos de América, núm. 5-6, Castellón,
2000, p. 15; F. FERNÁNDEZ CHRISTLIEB, Europa y el urbanismo neoclásico en la ciudad
de México..., op. cit., pp. 72 y ss.
75
Citado en J. MONNET, «¿Poesía o urbanismo?...», op. cit., pp. 742-743.
76
El hallazgo fue objeto de la Descripción histórica y cronológica de las dos piedras,
publicada en 1792; S. GRUZINSKI, La ciudad de México..., op. cit., p. 116.
77
Bando comunicando la creación del servicio público de coches, México, 6 de
agosto de 1793; Bando del virrey anunciando las penas que se aplicarían a los que
destruyeran el alumbrado de la ciudad de México, México, 7 de abril de 1790; Órdenes
para que exista vigilancia militar en los paseos de la ciudad de México, se impida la
entrada de mendigos y malvestidos, y se regule el tráfico rodado por la alameda y
el paseo nuevo de Bucareli, México, agosto de 1791, F. DE SOLANO (ed.), Normas y
leyes de la ciudad hispanoamericana, 1601-1821, t. II, Madrid, 1996, pp. 275-289.
78
Los establecimientos de venta de pulque, «bebida alcohólica, blanca y espesa,
del altiplano de México, que se obtiene haciendo fermentar el aguamiel o jugo extraído
del maguey con el acocote», según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua,
tenían nombres tan pintorescos como El monstruo, Los camarones, El gallo, El fraile,
El piojo y La milagrosa. En el siglo XIX, durante el porfiriato, existieron Los sabios sin
estudio, El triunfo de la onda fría, Yo viajo al más allá, Me siento un campeón de box,
La eterna vieja guerra, Las groserías de San Cristóbal, Las batallas de la noche corrían
por el mundo, Los misterios del comercio, El mercado de la carne, La dama de la noche,
La muchacha de los muchos besos, Mi único amor, El vaso del olvido, Mi güero, Queremos
saber qué pasa, Me quieres aún pequeña, Reír, nada más que reír, y El paraíso de mis
sueños, W. B. TAYLOR, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexi-
canas, México, 1987, p. 107.
79
En el primer caso, los hombres llevarían calzones blancos de manta, camisa de
puntiví, calzones de paño azul, chupa de paño, capatón o mancelles (en lugar de la
frazada) de paño de la tierra, sombrero, medias y zapatos; las mujeres, enaguas blancas
de manta, armador o monillo sin mangas de bramante (hilo gordo o cordel muy delgado
hecho de cáñamo), paño de rebozo, medias y zapatos. La mayor parte de los operarios
eran indios y castas, pero también había españoles. El 94 por 100 trabajaba a destajo
y el resto a jornal fijo y sueldo, M. A. ROS, «La Real Fábrica de Puros y Cigarros:
organización del trabajo y estructura urbana», en A. MORENO TOSCANO (coord.), Ciudad
de México: ensayo de construcción de una historia, México, 1978, p. 49; N. F. MARTIN,
202 Notas
«La desnudez en la Nueva España del siglo XVIII», Anuario de Estudios Americanos,
vol. XXIX, Sevilla, 1972, p. 273.
80
Citado en S. GRUZINSKI, La ciudad de México..., op. cit., pp. 111-112.
81
M. E. RODRÍGUEZ GARCÍA, «El criollismo limeño y la idea de nación en el Perú
tardocolonial», Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades,
monográficos, núm. 9, Sevilla, 2002, ttp://www.us.es/ araucaria/nro9/monogr94.htm.
82
J. GUNTHER DOERING y G. LOHMANN VILLENA, Lima, op. cit., p. 148.
83
Sobre el estatuto y estilo de vida de este grupo, S. SOCOLOW, Los mercaderes
del Buenos Aires virreinal: familia y comercio, Buenos Aires, 1991, pp. 190 y ss.
84
C. BERNAND, Historia de Buenos Aires, Buenos Aires, 1999, pp. 77-79.
85
Citado en C. LEAL, El discurso de la fidelidad. Construcción social del espacio
como símbolo del poder regio (Venezuela, siglo XVIII), Caracas, 1990, p. 72.
86
S. P. RODRÍGUEZ ÁVILA, «Prácticas de policía: apuntes para una arqueología de
la educación en Santafé colonial», Memoria y sociedad, vol. 8, núm. 17, Bogotá, 2004,
p. 35.
87
Las epidemias más devastadoras fueron las de viruela y sarampión. En México
hubo fiebres en 1714, matlazáhuatl grave (probablemente tifus) entre 1736 y 1739,
tifus y viruela en 1761-1764, sarampión en 1768-1769, matlazáhuatl en 1772-1773, saram-
pión y viruela en 1779-1780, peste en 1780 y viruela en 1797-1798; en Bogotá hubo
viruela en 1756, 1781 y 1801-1803, y sarampión en 1729; en Quito hubo sarampión
entre 1728 y 1729, viruelas y peste de Japón en 1759-1760, disentería en 1780-1783
y sarampión en 1785-1786. En Chile la viruela era recurrente, P. GERHARD, Geografía
histórica de la Nueva España..., op. cit., p. 23; N. D. COOK y W. G. LOVELL, «Unraveling
the Web of Disease», en N. D. COOK y W. G. LOVELL (eds.), «Secret Judgments of
God». Old World Disease in Colonial Spanish America, Norman, 1992, pp. 216 y ss.
88
C. BLÁZQUEZ DOMÍNGUEZ, «Comerciantes y desarrollo urbano: la ciudad y puerto
de Veracruz en el siglo XVIII», Tiempos de América, núm. 5-6, Castellón, 2000, p. 33.
89
D. RIPODAS ARDANAZ, «Los servicios urbanos en Indias durante el siglo XVIII»,
Temas de Historia argentina y americana, núm. 2, Buenos Aires, 2003, p. 207.
90
J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., p. 52.
91
En 1790 los españoles europeos apenas suponían en México capital el 2,24 por
100 de la población y en 1805 el 2,25 por 100. En 1802, había 67.500 blancos. En
1811, de 15 barrios de los que existe información censal, 11 estaban habitados sólo
por indios. En Caracas, en 1810 los blancos eran un 31,8 por 100, los indios un 1,96
por 100, los pardos un 36,10 por 100, los negros libres un 8,41 por 100 y los esclavos
un 21,63 por 100, para un total de 31.721 habitantes. En Panamá había en 1794 un
total de 7831 habitantes, de los cuales eran esclavos 1.676, negros libres 5.112, blancos
862 e indios 63. En Cartagena había en 1777 un total de 10.470 habitantes. De los
5.001 sobre los cuales hay información étnica, 309 son blancos, 2.875 mestizos, mulatos
y pardos libres, 1.720 esclavos, 15 indígenas y 82 eclesiásticos. Una muestra de población
de 95 ciudades elaborada a partir de los datos de la obra de D. DE ALSEDO Y HERRERA,
Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias Occidentales o América, Madrid, 1789, con
un total de 1.038.318 habitantes, muestra que eran indios 58,5 por 100, españoles
26,8 por 100, mestizos 7,26 por 100, mulatos 7,04 por 100 y negros 0,4 por 100,
C. ESTEVA FABREGAT, «Población y mestizaje...», op. cit., p. 578; J. E. KICZA, Empresarios
coloniales..., op. cit., p. 17; G. BRUN, «Las razas y la familia en la ciudad de México
en 1811», en A. MORENO TOSCANO (coord.), Ciudad de México: ensayo de construcción
de una historia, México, 1978, p. 116; M. LUCENA SALMORAL, Vísperas de la independencia.
Caracas, Madrid, 1986, p. 27; A. CASTILLERO CALVO, Los negros y mulatos libres en la
Historia Social panameña, Panamá, 1969, p. 16; A. MEISEL y M. AGUILERA ROJAS, «Car-
tagena de Indias en 1777...», op. cit., p. 44.
Notas 203
92
En 1778 vivían en La Habana 40.737 habitantes intramuros y 4.434 extramuros,
pero en 1817 eran 44.319 y 39.279; en 1846 ascendían a 37.560 y 92.434, C. VENEGAS
FORNIAS, «La Habana, patrimonio de las Antillas», Tiempos de América, núm. 5-6, Cas-
tellón, 2000, p. 57.
93
S. D. MARKMAN, «The Gridiron Town Plan and the Caste System in Colonial
Central America», en R. P. SCHAEDEL, J. E. HARDOY y N. S. KINTZER, Urbanization
in the Americas from Its Beginnings to the Present, Houston, 1978, pp. 484 y ss.; A. CASTILLERO
CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., pp. 204 y 314 y ss.; G. CÉSPEDES DEL CASTILLO,
«Lima y Buenos Aires. Repercusiones económicas y políticas de la creación del Virreinato
del Río de la Plata», Anuario de Estudios Americanos, vol. 3, 1946, pp. 126 y ss.
94
M. A. ROSAL, «Negros y pardos propietarios de bienes raíces y de esclavos en
el Buenos Aires de fines del período hispánico», Anuario de Estudios Americanos, vol. LVIII,
núm. 2, Sevilla, 2001, p. 510.
95
A. MEISEL y M. AGUILERA ROJAS, «Cartagena de Indias en 1777...», op. cit., p. 54.
96
Reglamento de los alcaldes de barrio de la ciudad de México, por Baltasar Ladrón
de Guevara, México, 6 de noviembre de 1782, F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes
de la ciudad hispanoamericana, 1601-1821, t. II, Madrid, 1996, pp. 226-227.
97
A. MORENO TOSCANO, «Un ensayo de historia urbana», en A. MORENO TOS-
CANO (coord.), Ciudad de México: ensayo de construcción de una historia, México, 1978,
p. 18.
98
En el primer cuartel había 644 casas con 171 ranchos; en el segundo, 483 con
324 ranchos; en el tercero, 406 con 99, y en el cuarto, 636 con 149, A. DE RAMON,
Santiago de Chile..., op. cit., p. 116.
99
A. MORENO CEBRIÁN, «Cuarteles, barrios y calles de Lima a finales del siglo XVIII»,
Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellshaft Lateinamerikas, núm. 18,
Colonia, 1981, pp. 102 y 143.
100
Entre 1721 y 1768 estuvieron destinados en América 131 ingenieros militares,
entre 1769 y 1800 lo fueron 183 y entre 1800 y 1808 hubo 61. Estuvieron en todas
las regiones y además de trabajar en fortificaciones se dedicaron a toda clase de obras
civiles, como puentes, caminos, canales, puertos y faros, H. CAPEL, Geografía y matemáticas
en la España del siglo XVIII, Barcelona, 1982, pp. 294 y ss.; H. CAPEL, J. E. SÁNCHEZ
y O. MONCADA, De Palas a Minerva. La formación científica y la actividad espacial de
los ingenieros militares en el siglo XVIII, Barcelona, 1988, pp. 322 y ss.
101
J. MARCHENA, «La ciudad y el nuevo ejército», en F. DE SOLANO (dir.) y
M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, t. III-1, Madrid, 1992, p. 77.
102
C. I. ARCHER, El ejército en el México borbónico, 1760-1810, México, 1983, pp. 24
y ss.
103
Estas constituyeron un éxito en Cuba, Puerto Rico, Venezuela o Perú, mientras
que en Nueva España o Nueva Granada encontraron ciertas resistencias. No obstante,
sólo en Nueva España hubo 58.200 hombres en regimientos radicados por todo el
territorio, J. MARCHENA FERNÁNDEZ, Ejército y milicias..., op. cit., pp. 190 y ss.; J. C. GARA-
VAGLIA y J. MARCHENA, América Latina desde los orígenes a la independencia, II, La sociedad
colonial ibérica en el siglo XVIII, Barcelona, 2005, p. 314.
104
Entre 1770 y 1779 de los oficiales veteranos eran peninsulares el 54,8 por 100
y criollos el 39,7 por 100, mientras en la tropa veterana eran peninsulares en torno
al 16 por 100 y americanos el 84 por 100. Hubo una progresiva americanización de
la oficialidad, pues entre 1800 y 1810 de los oficiales veteranos eran peninsulares el
36,4 por 100 y americanos el 60 por 100, mientras en la tropa veterana entre 1780
y 1800 eran peninsulares el 16 por 100, americanos el 81 por 100 y extranjeros un
3 por 100, J. MARCHENA, «La ciudad y el nuevo ejército», op. cit., pp. 88-89.
105
J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., pp. 152-166;
J. O. MONCADA MAYA, «EL cuartel como vivienda colectiva en España y sus posesiones
204 Notas
durante el siglo XVIII», Scripta Nova, vol. VII, núm. 146 (007), Barcelona, 2003,
http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(007).htm.
106
La ciudadela era una fortaleza desprendida de la plaza principal, aunque no
del todo fuera de ella, con más de seis u ocho baluartes; con tres o cuatro se denominaba
fuerte. La batería era una pequeña fortaleza en la que se podían colocar piezas de
artillería. El baluarte era la parte principal de una fortaleza y podía ser lleno, vacío,
unido, separado, doble, cortado y plano, según la disposición de flancos y planos y
caras y su disposición frente al enemigo. El revellín era una obra que cubría los flancos
de la fortificación, con forma de ángulo saliente agudo, con flancos y doble o cortado;
sobre la Escuela de Fortificación hispanoamericana, J. M. ZAPATERO, Historia de las
fortificaciones de Cartagena de Indias, Madrid, 1979, pp. 21-22 y ss.
107
J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., p. 82.
108
I. RODRÍGUEZ MOYA, La mirada del virrey..., op. cit., p. 79.
109
CONCOLORCORVO, El lazarillo de ciegos caminantes, op. cit., p. 269.
110
S. GRUZINSKI, La ciudad de México..., op. cit., p. 135.
111
La vivienda tenía varios espacios integrados en una unidad; las había bajas o
altas, según el piso donde se ubicaban; podían tener sala, estudio, antesala, recámaras,
comedor, asistencia, cuarto de mozos, cocina, despensa, azotehuela y bodega. Otras
se distinguían simplemente como principales, más modestas, con sala, recámaras, cocina
y azotehuela. A pesar de la variedad de dimensiones y disposiciones que presentaban,
lo que diferenciaba las viviendas de las casas es que estas compartían el edificio con
otros tipos de residencia. El entresuelo se ubicaba en los descansos de las escaleras
de inmuebles altos; tenían varias piezas con ventanas hacia los patios. La accesoría,
con portal propio a la calle, estaba ubicada en la planta baja de los edificios junto
al zaguán o portón de entrada. Solía constar de un solo espacio cuadrangular, aunque
las había con una división al fondo para crear una recámara o una trastienda o con
un segundo nivel formado por un medio piso de madera que era utilizado como recámara.
El cuarto se ubicaba indistintamente en plantas bajas o altas. Consistía generalmente
en un solo espacio, en el que habitaba toda la familia. Ocasionalmente tenían una
cocina, G. DE LA TORRE VILLALPANDO, «La vivienda de la ciudad de México desde la
perspectiva de los padrones», Scripta Nova, vol. VII, núm. 146 (008), Barcelona, 2003,
http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(008).htm.
112
CONCOLORCORVO, El lazarillo de ciegos caminantes, op. cit., p. 38.
113
M. SALAS, «Representación al ministro de hacienda Diego Gardoqui sobre el
estado de la agricultura, industria y comercio del reino de Chile», Escritos de Don Manuel
de Salas y documentos relativos a él y su familia, t. I, Santiago, 1910, p. 171.
114
A. GIL NOVALES, «Ilustración, reformismo y revolución de las ideas», en F. DE
SOLANO (dir.) y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, t. III-1, Madrid,
1992, pp. 38-43.
115
J. TORIBIO MEDINA, Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles
de América y Oceanía, t. II, Santiago de Chile, 1958, pp. 327 y ss.
116
J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., p. 98.
117
D. RIPODAS ARDANAZ, «La vida urbana en su faz pública», Nueva historia de
la nación argentina. Periodo español (1600-1810), t. 3, Buenos Aires, 1999, pp. 127-128.
118
J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., pp. 99
y ss.
119
M. LUCENA SALMORAL, «La ciudad de Quito hacia 1800», Revista de Indias,
vol. L, núm. 188, 1990, p. 164.
120
J. M. SALVADOR, Efímeras efemérides. Fiestas cívicas y arte efímero en la Venezuela
de los siglos XVII-XIX, Caracas, 2001, p. 102.
121
C. LEAL, El discurso de la fidelidad..., op. cit., pp. 131 y ss.
Notas 205
122
G. WEINBERG, «Tradicionalismo y renovación», en J. L. ROMERO y L. ROME-
RO (dirs.), Buenos Aires. Historia de cuatro siglos, t. I, Buenos Aires, 2000, pp. 102-104;
A. DE RAMÓN, Santiago de Chile..., op. cit., p. 123; J. GUNTHER DOERING y G. LOHMANN
VILLENA, Lima, op. cit., p. 136.
123
J. P. VIQUEIRA ALBAN, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social
en la ciudad de México en el siglo de las luces, México, 1987, p. 70.
124
S. GRUZINSKI, La ciudad de México..., op. cit., p. 123.
125
M. C. SCARDAVILLE, «A Day in the Life of a Court Scribe in Bourbon Mexico
City», Journal of Social History, vol. 36.4, 2003, p. 979.
126
Citado en J. L. ROMERO, Latinoamérica..., op. cit., pp. 130-132.
EPÍLOGO
1
Diferentes visiones del personaje en D. HILT, The Troubled Trinity. Godoy and
the Spanish Monarchs, Alabama, 1987, pp. 35 y ss.; C. SECO SERRANO, Godoy, el hombre
y el político, Madrid, 1978, pp. 102 y ss.; E. LA PARRA, Manuel Godoy. La aventura
del poder, Barcelona, 2002, pp. 147 y ss.
2
Durante la Guerra de la Convención (1793-1795) tropas procedentes de Nueva
España, Cuba, Puerto Rico y Venezuela atacaron el Saint Domingue francés, donde
la rebelión de los esclavos causaba graves estragos, pero mediante la Paz de Basilea
de 1795 España cedió a Francia su parte de la isla. Desde entonces, los súbditos americanos
de la monarquía se convirtieron en rehenes de la política internacional de Godoy. Es
interesante recordar que, por contraste, tras la Paz de París de 1763 España perdió
la Florida, pero la Real Armada organizó un convoy que trasladó a Cuba a los indígenas
que habían servido la causa de Carlos III y querían permanecer en jurisdicción española.
Aunque se abandonaba un territorio por una derrota militar, se respetaba la vinculación
constitucional que unía al rey y sus súbditos, G. CÉSPEDES DEL CASTILLO, América Hispánica
(1492-1898), Barcelona, 1983, pp. 424-425.
3
Citado en J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit.,
p. 9.
4
J. R. FISHER, El comercio entre España e Hispanoamérica (1797-1820), Madrid,
1993, pp. 45 y ss.
5
M. LUCENA GIRALDO, «Trafalgar y la libertad del Nuevo Mundo», en A. GUIMERÁ,
A. RAMOS y G. BUTRÓN (coords.), Trafalgar y el mundo atlántico, Madrid, 2004, pp. 340
y ss.
6
M. PICÓN SALAS, Francisco de Miranda, Caracas, 1966, p. 92.
7
B. LOZIER ALMAZÁN, Liniers y su tiempo, Buenos Aires, 1990, p. 77.
8
L. H. DESTEFANI, «La destacada carrera naval del jefe de escuadra don Santiago
Liniers», Boletín del Centro Naval, vol. LXXXI, núm. 657, Buenos Aires, 1963, p. 15.
9
J. ÁLVAREZ JUNCO, Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, 2001,
pp. 120-129; M. ARTOLA, La España de Fernando VII, Madrid, 1999, pp. 41 y ss.; M. MORE-
NO ALONSO, La generación española de 1808, Madrid, 1989, pp. 101 y ss. El término
«Guerra de Independencia» solo se generalizó en la década de 1840. Según una célebre
opinión de Marx, el levantamiento español fue «nacional, dinástico, reaccionario, supers-
ticioso y fanático».
10
E. V. YOUNG, The Other Rebellion. Popular Violence, Ideology and the Mexican
Struggle for Independence, 1810-1821, Stanford, 2001, pp. 1 y ss.
11
D. RAMOS, «Wagram y sus consecuencias, como determinantes del clima público
de la revolución de 19 de abril de 1810 en Caracas», Revista de Indias, vol. 21, núm. 85-86,
1961, p. 453.
12
J. L. ROMERO, Latinoamérica..., op. cit., p. 169.
Anexo
Algunas medidas de longitud y superficie
Manuel Lucena
Algunas medidasGiraldo
de longitud y superficie
Bibliografía
Índice onomástico
Índice toponímico
Cuzco, 33, 50-51, 53, 56, 69, 78, Granada (España), 12, 46, 68, 111
81-83, 86, 90, 108, 115, 137, Granada (Nicaragua), 44, 50
141-142, 155, 168 Guadalajara, 49, 84, 90, 136, 141, 158
Guadalquivir, río, 31
Danlí, 141 Guadalupe, santuario, 119, 122
Darién, 41, 44, 148 Guadalupe, puerta de (Lima), 128
Dolores, 146, 179 Guairá, 57
Dulce, río, 58, 66 Guanajuato, 48, 90, 132, 141-142, 160
Durango, 90, 147 Guancacho, 52
Guatemala, 49, 53, 76-77, 82, 88, 90,
Egipto, 68
101-103, 105, 140, 144, 147,
El Banco, 148
155-156, 166-167
El Callao, 52, 126, 160
Guayana, 144, 146, 160, 175
El Paso, 147
El Plata, 161 Guayaquil, 53, 84, 90-91, 100, 118,
El Real, 148 161
El Reducto, 148 Guayangareo, 48
El Tocuyo, 55 Guinea, 103
Esmeraldas, 148
España, 11, 26, 29, 33, 39, 46, 57, 75, Haití, 173, 175
85, 95, 98, 105, 113, 130-131, 135, Hawi Kuk, 34
142, 168, 175, 179 Holanda, 164
Esperanza, 39 Honduras, 144, 148
Estados Unidos, 24, 48, 67 Huamanga, 52, 91, 142
Europa, 13, 30-31, 40-41, 61, 79, 98, Huatanay, 51
102, 104, 111, 125, 138 Huehuetlán, 50
Extremadura, 12, 34, 63 Huehuetoca, 121-122
Jalatlaco, 47 Londres, 26
Jamaica, 41-42 Los Ángeles, 147
Janos, 147 Los Reyes, 57
Jaruco, 144 Los Teques, 55
Jauja, 52 Luanda, 29, 115
Jerez de la Frontera, 11 Luisiana, 143, 146
Jerusalén, 32, 108, 112, 114, 117, 129 Luján, 83
Jocotenango, 148 Lyon, 164
Juan Simón, puerta de (Lima), 128
Julines, 147 Madeira, 29
Kansas, 35 Madrid, 23, 26, 102, 107, 131, 133,
Kingston, 42 142
Magallanes, 33, 57-58, 63
La Coruña, 132, 142 Magdalena, 45, 52, 54
La Española, isla, 11, 32, 38, 40-41, Maicampan, 148
43, 45, 63, 69, 85, 102 Mainas, 146
La Guaira, 55, 160, 162 Maipo, 150
La Habana, 24-25, 42, 48, 73, 79, 82, Málaga, 132, 142
90, 132, 141-143, 155, 159, 162, Malambo, 91
166-168, 174-175, 178 Malvinas, 138, 149
La Paz, 52, 73, 75, 82, 90, 132, Mandinga, 148
173-174 Manila, 132, 156
La Plata, 56, 78 Mapocho, 71, 158
La Sal, 32 Maracaibo, 55, 141-142, 160, 175
La Serena, 56, 91 Maravillas, 128
La Vela, 175 Margarita, 100, 132, 160
La Villeta, 148 Mariel, 146
Lago Titicaca, 93 Marinilla, 137
Lambaré, 148 Mariquita, 54
Laredo, 146 Martinete, 128
Las Palmas, 29 Matanzas, 142
Las Piedras, 148 Medellín, 142
Leiva, 54 Melilla, 42
León (España), 37, 101, 142 Melo, 148
León (Nicaragua), 44, 50, 91 Mendoza, 34, 57-58, 75, 91, 142, 170
León de Huánuco (Perú), 52, 87 Mérida (Venezuela), 55, 87
Lima, 22, 25, 50-53, 58, 68-70, 74-78, Mérida (México), 48, 69, 90, 142, 166
80-84, 86, 90-91, 94-95, 98-102, México, 30, 35, 37, 48
106-108, 111, 113-114, 119, México (ciudad), 23, 25, 33-34, 44-45,
125-126, 128, 141-142, 153-154, 47, 51, 65, 69, 75, 77, 81-85, 89-93,
156, 158, 162, 164-166, 168, 170, 97-100, 102, 106-108, 110-111,
172, 180 114-115, 117, 119-121, 123-126,
Linares, 150 138, 141-142, 150-151, 154,
Linlín, 32 156-158, 160, 164, 166, 168,
Llopeu, 150 170-171, 178
Loja, 53 Michoacán, 48, 87
Índice toponímico 239
Índice temático
Agua, 122, 126, 154 91-92, 94-95, 98, 100, 102, 108,
Alameda, 77, 81, 119, 122, 126, 135, 117, 120-122, 124-125, 134,
151-155, 162, 165 136-140, 154-155, 161, 163,
Alcalde de barrio, 77, 157-158 168-169, 176-179
Alcalde ordinario, 72, 75-77, 84, 118, Cabildo eclesiástico, 122, 127
139, 157 Cabildo indígena, 89
Alcantarillado, 152, 155 Capitulación, 63, 72, 178
Alférez real, 77-78, 84, 101 Carnaval, 102, 167-168, 170
Alguacil mayor, 74, 77, 118, 159 Carrera de Indias, 42-43, 48, 91
Almotacén, 78, 83-84, 125 Casa de Contratación, 81
Alumbrado, 151, 153, 155 Chichimecas, 93, 146
Antiguo Régimen, 64, 130 Chiriguanos, 145
Antiguo Testamento, 129 Cimarrón, 87, 140
Apaches, 145, 147 Cirujano, 84, 92, 158
Araucanos, 117, 145 Ciudad perdida de los césares, 32
Audiencia, 12, 25, 48, 50, 53, 55-56,
Civitas, 19, 135-136
69, 73, 75-76, 78-79, 84, 91, 94,
Colegio, 51, 84, 104, 106
97-98, 108, 113, 117-118, 122, 146,
Colonización, 21, 24, 29-30, 57, 61,
149, 154, 157, 171, 176-178
86, 106, 115, 145-146
Austrias (monarquía de los), 61-62,
89, 133, 135, 173 Comercio Libre, 132, 143, 157, 175
Aztecas, 13, 30, 37-38, 43, 46-47, 51, Compañía de Jesús, 51, 97, 117
106, 120, 123, 151 Comunicaciones, 18-19, 46, 52, 57,
86-87
Baquiano, 41 Conquistador, 11-12, 24, 29-31,
Barroco, 25, 98-99, 110, 114-115, 133, 35-37, 41-42, 44, 47, 52-53, 55-56,
159, 163 59, 61-62, 68-69, 71-75, 77, 80,
84-86, 89-90, 95, 100, 105-106,
Cabildo, 11, 25, 35, 38, 40, 45, 47, 108, 112, 118, 136, 139, 156, 160,
49, 51, 53, 56, 58, 63, 66-85, 88, 163, 170
244 Índice temático