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Desde niñas nos enseñaran a ser delicadas, sumisas, a callar, a poner los intereses
de los demás por sobre los nuestros, a sentirnos inseguras, a necesitar agradar a
otros y sobe todo, a buscar marido y reproducirnos. Toda la vida, deseos,
educación y posibilidades de una persona estarán marcadas por esta asignación
y las implicaciones sociales derivadas de ésta.
¿Cuáles son las manifestaciones materiales de esta ideología patriarcal que está
impregnada en todo lo que pensamos, decimos, hacemos y sentimos? Es
importante destacar que el elemento constitutivo de la opresión de las mujeres en
el patriarcado es su apropiación (es decir, la expropiación de sí mismas). Está
apropiación material basada en una relación de poder, está sustentada por un
efecto ideológico basado en la idea de naturaleza (Colette, 1978:23-25), es decir,
en la repetición infinita de que este servicio y explotación que vivimos por parte de
los varones es nuestro destino natural. Esta apropiación de un grupo de personas
caracterizadas por una diferenciación creada ideológicamente pero sostenida
como natural, nos habla de que las mujeres no somos una categoría biológica, una
declaración identitaria ni una performatividad elegidas y moldeables a nuestro
gusto, sino más precisamente una clase social.
Los ejemplos de esta apropiación podemos verlos todos los días: desde las formas
lingüísticas que son reflejo y construcción de la realidad: “nuestras mujeres”,
“cuando seas mía”, que son frases tan cotidianas que consideramos inocentes y
normales, hasta las formas brutales de apropiación como la esclavitud sexual y la
trata de niñas. Todas estas son formas en las que el conjunto de mujeres, como una
clase social, es utilizado para cumplir funciones sociales en beneficio de la clase de
hombres.
Hoy en día con la vasta circulación de la equidad de género, todo mundo está de
acuerdo con la explotación de las mujeres: menores salarios, trabajo doméstico sin
remuneración, maternidad obligatoria de tiempo completo, esclavitud sexual, la
pedofilia, acoso callejero y laboral, la violencia sexual que tiene un continuo en las
expresiones culturales como comerciales, películas, canciones y poemas en las
cuales se normaliza y hasta romantiza, exaltando esa violencia y explotación como
“virtudes” de las mujeres, como una expresión de su naturaleza intrínseca. Todo ello
genera una paradoja: aunque esta apropiación y explotación son
abrumadoramente visibles, al ser normalizadas y naturalizadas no son cuestionadas
y por lo tanto, tampoco transformadas.
Recapitulando.