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Staff

Moderadora: Cecilia & Lvic15

Traductoras Correctoras
Axcia Maria_clio88
Brisamar58 Maye
Cjuli2516zc Mimi
Gigi Sttefanye
Kath
Lvic15
Maria_clio88
Mimi 3
Mona
Rosaluce
Valalele

Recopilación y Revisión
Sttefanye

Diseño
Cecilia
INDICE
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12 4
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Biografía del Autor
Sinopsis
Una historia. Dos parejas.
Me enamoré de un hombre que no existe.
Lo que empezó como un romance acabó en el infierno.
Sus palabras se convirtieron en cuchillas.
Sus besos se convirtieron en puños.
Su abrazo se convirtió en mi cárcel.
Su cuerpo se transformó en un arma, robando parte de mí hasta que
finalmente...
Me rompí.
Le odiaba
Mi único trabajo en esta vida era proteger a nuestra hija.
No estaba segura de si alguna vez escaparía de la prisión que él hábilmente
había construido con mis miedos.
Hasta que un día nuestro salvador llegó. 5
Esta es la historia de cómo escapé del hombre que pensaba que me poseía.
La transferencia de mi vida y de mi familia.
Capítulo uno
Heath

—E
stá bien, Luke —jadeó Clare.
Nunca se habían dicho palabras más bellas.
Sus ojos destellaron con vida, mirándome como si acabara de
presenciar un milagro.
Sabía que yo lo había presenciado. Me había pasado la última media hora con
el fuego consumiendo mi alma, por temor que se hubiera ido.
Había pasado más de tres meses siendo devorado por esa posibilidad.
—Está bien, Luke —repitió cuando no pude formar una sola sílaba en
respuesta.
Era el nombre equivocado.
Pero me podía llamar lo que jodidamente quisiera. Sólo el sonido de su voz
había puesto a mi corazón a latir durante otro siglo. 6
—¿Luke? —susurró Noir, un destello de reconocimiento golpeando su rostro
justo antes que explotara—. ¡Hijo de puta! —Agachándose bajo mi brazo,
golpeando el arma de mi mano, lanzándola contra el hormigón.
Pero no necesitaba un arma para lo que iba a hacer con él.
Había estado tres años observando a ese pedazo de mierda desde lejos. Meses
de ver a Clare arrastrarse hasta un puto gimnasio con contusiones que cubrían la
mitad de su cuerpo mientras las lágrimas brotaban de sus ojos azules sin
esperanza. Y semanas desde que uno de sus hombres había matado a Atwood.
Había soñado con el momento en que pudiera tener mis manos sobre él y no
mientras llevaba una insignia, cuando lo mejor que podía hacer era someterle y
luego llevar su culo a la cárcel.
No. Yo quería que Walter Noir sufriera mil muertes lentas antes que su tóxico
corazón negro se detuviera.
Y no quería nada más que ser el hombre responsable.
Había visto demasiadas lágrimas deslizarse de sus ojos.
Demasiadas veces que se había estremecido cuando había alargado mi mano
hacia ella como si no entendiera que las manos podían ser suaves.
Las marcas de mordiscos que él había dejado en sus hombros y los moretones
que estaban en su rostro hinchado me habían atravesado de una manera que pensé
que nunca pudiera curarse.
Había luchado contra el abrumador deseo de decirle quién era a diario.
Forzarla a ella y a Tessa a que vinieran conmigo.
Sin embargo, todos los días mientras estaba de pie impotente en la puerta de
ese gimnasio y la veía caminar hacia su auto, temiendo que no volviera de nuevo,
había roto algo dentro de mí.
A la mierda la investigación. Eso es lo que había dicho el día que había
decidido involucrar a Roman Leblanc. Ya no podía sentarme y no hacer nada.
Que me condenaran si un cabrón como Walter Noir iba a pelear contra mí por
ella ahora.
Él perdería, simplemente por la razón que me negaba a fallarle.
Agarrándolo por la cintura, lo levanté alto antes de golpearlo contra el
pavimento, su rostro por delante.
Su cabeza sonó, pero como un perro rabioso, se puso rápidamente de pie.
Midiendo uno noventa y tres y pesando cien kilos, tenía la clara ventaja del
tamaño, pero lo que fuera que le faltara en ese departamento, él lo compensaba con
su inestabilidad mental. Ese loco bastardo no tenía respeto por su propia vida, y
mucho menos por la de los que le rodeaban. Felizmente lucharía hasta la muerte
antes de entregarse.
—¡Luke! —exclamó Clare, poniéndose de rodillas y luego arrastrándose hacia
nosotros. 7
—¡Fuera de aquí! —le mascullé, poniendo un duro puño al lado de la cabeza
de él.
Sus nudillos encontraron mi rostro, abriéndome el labio. El dolor ni siquiera
se registró entre el caos, y ver mi sangre goteando sólo me encendió más.
Esa habría sido la sangre de Clare si no hubiéramos llegado a tiempo.
Hubiera sido su rostro en lugar del mío el que se habría llevado la peor parte
de su ira. Todo ello mientras Tessa inocentemente estaba allí, viéndole asesinar
brutalmente a su madre.
Sólo la idea multiplicó mis fuerzas.
Golpeando su cabeza contra el pavimento, me puse encima de él, yendo hacia
mi arma, pero él me sujetó por la cintura.
—Hijo de puta —resoplé cuando un fuerte puñetazo aterrizó en mis costillas.
Sin embargo, con sus manos abajo, fui capaz de poner un brazo alrededor de
su cuello y apretar increíblemente fuerte mientras envolvía una pierna alrededor de
su torso para hacer palanca.
Mi visión hacía tiempo que se había concentrado, pero a medida que se
sacudió debajo de mí, eran las imágenes de Clare sonriendo las que me
mantuvieron a flote. El sonido de su risa ahogando el estruendo de la sangre en mis
oídos. El recuerdo de su cuerpo temblando mientras se aferraba a mi cuello y
confesaba la profundidad de la depravación de Walter, era como una cerilla
encendida para mi adrenalina.
Esto era mi lucha, la suya.
Cuando su cuerpo se hundió, tomó todo mi autocontrol que solo años en la
DEA podían implantar en una persona para liberarle mientras todavía tenía pulso.
Matar a Noir estaba en la parte superior de mi lista de prioridades, pero sabía
que, para la Administración, era un pequeño pez en un estanque grande. Le
necesitábamos vivo.
Finalmente, satisfecho con que estuviera fuera de combate, le solté y salí de
encima de él. Mi pecho se movía por el esfuerzo, pero de inmediato busqué a Clare,
solo que ella ya no estaba allí.
La ansiedad se arraigó en mi estómago, pero por suerte, menos de un segundo
después, la encontré.
O, más exactamente, su pie encontró el rostro de Walter Noir mientras yacía
inconsciente en el camino de entrada.
—¡Te odio! —gritó, dándole otra patada antes que pudiera llegar a ella.
Envolviéndola en un abrazo de oso por detrás, la levanté del suelo y la alejé.
—¡Jodidamente te odio! —le gritó, luchando como un gato para vengarse de
él.
Una gran parte de mí quería darle eso. Ella se lo había más que ganado. La
otra parte de mí tenía que sacarla de allí antes que ninguno de sus hombres se
presentara. 8
—Calma —farfullé, pero si fue consciente que la estaba sosteniendo, no podía
estar seguro.
Cuanto más apretada la sostenía, más luchaba. Y empecé a temer que fuera a
hacerle daño si no se detenía. Su rostro ya estaba hinchado, y Dios sabía cómo se
veía el resto de su frágil cuerpo.
Tenía que ir a un hospital, no a otra ronda con el cuerpo inerte de Noir.
La puse en pie solo el tiempo suficiente para envolverla por la espalda, esta
vez pecho contra pecho, sus brazos inmovilizados entre nosotros.
Giró su cabeza para mantenerlo en su vista.
—¡Te odio!
—Clare —grité.
Por último, su atención giró hacia mí. Su cuerpo se quedó inmóvil, y cerró la
boca mientras examinaba mi rostro con incredulidad impresionada.
—No puedo creer que estés vivo —dijo, con la barbilla temblorosa.
Joder. Yo.
Ella estaba viva.
—Calma —le ordené, sosteniendo su mirada, su ojo izquierdo apenas visible
debajo de la hinchazón—. Solo tenemos un minuto antes que despierte. Necesito
que me escuches.
Parpadeó, pero no respondió.
—¿Me estás escuchando? —pregunté mientras sentí un temblor empezar a
subir por sus piernas.
—¿Cómo estás aquí? —susurró en un suspiro tembloroso.
Estaba a punto de romperse. Emocionalmente. Mentalmente. Físicamente.
Mierda.
—Quédate conmigo, ¿de acuerdo? —insistí—. Estás segura. Tessa está segura.
Y las sacaré de aquí. ¿Puedes caminar?
Negó vigorosamente mientras un sollozo se escapaba de su garganta.
Comenzó a luchar de nuevo, pero esta vez, era para estar más cerca.
—Shh, está bien. Te tengo. —La tranquilicé, aflojando mi agarre y dándole su
espacio para que pudiera mover los brazos entre nosotros.
Rápidamente se apretaron alrededor de mi cuello, sus piernas haciendo lo
mismo en mis caderas.
Sujetándola con un brazo, busqué mi teléfono en mi bolsillo y llamé.
—¿Tomlinson? Tengo a una mujer y una niña, ambas necesitan atención
médica. Dime que estás cerca.
—Nuestros ojos en Brock Nolan dicen que está en el camino, Light. Sácalas
jodidamente de allí. Tengo unidades en camino para ir por Nolan, pero tienen que 9
irse.
Levanté la cabeza para poder escanear el perímetro, pero no perdí tiempo
antes de ir a donde mi arma estaba en el camino de entrada.
—Entendido. Estoy fuera. —Colgué y luego guardé el teléfono. Manteniendo
una mano en su espalda, me incliné para tomar mi arma. Le di una última mirada a
Walter, quien todavía estaba inconsciente y luego corrí con ella en mis brazos hacia
la puerta.
Roman nos miraba con ojos sorprendidos mientras nos acercábamos. Tenía el
rostro de Tessa metido en su cuello, una mano sobre su oreja, su pequeño cuerpo
unido al suyo.
Pasé una mano por la espalda de Clare y le pregunté:
—¿Cuál es el código, nena?
—Dieciocho-once-dos —respondió.
Roman empezó a meter los números.
Mientras la puerta se movía, la más increíble sensación de alivio cayó sobre
mí.
Se había abierto solo treinta centímetros antes que me pusiera de lado y la
sacara.
Ella era libre.
Ellas eran libres.
Nosotros éramos libres.
Con ella en mis brazos y Tessa en los de Roman, lado a lado, las guiamos fuera
de la oscuridad de Walter Noir.
Y hacia la luz.

10
Capítulo dos
Clare

A
veces, cuando soñaba, viajaba en el tiempo hacia los días que pensaba
que mi vida era dura.
Cuando pagar las facturas y comer fideos tres veces al día eran mis
mayores desafíos.
En aquel entonces, temía terminar sin hogar. Ahora, temía volver a casa.
En aquel entonces, me negaba a la idea de pasar mi vida lavando platos y
sirviendo mesas para lograr una vida honesta. Ahora, me preocupaba que me
hicieran limpiar otro escondite después que Walt hubiera asesinado a un hombre
por cruzarse con él.
En aquel entonces, anhelaba la ropa de diseñador, las joyas y los bolsos caros.
Ahora, sólo quería que mi corazón siguiera latiendo cuando finalmente escapara.
Es curioso cómo las cosas podían cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
Tenía la cabeza gacha cuando me acerqué a la mesa, con un lápiz metido en 11
la parte trasera del cabello, una libreta en el bolsillo de mi delantal y una sonrisa
agotada curvando mis labios. Había estado de pie durante más de diez horas, y si
la multitud no disminuía antes de la hora concurrida del desayuno, serían por lo
menos cuatro más antes que pudiera ir a casa.
—¿Qué puedo conseguirte? —pregunté, poniendo dos servilletas seguidas de
tenedores y cucharas sobre la mesa.
Una mano sujetó mi muñeca cuando empecé a apartarla.
No era el restaurante más agradable en Atlanta. Mierda, ese fue en realidad
el término que se me vino a la mente cuando fui entrevistada hace seis semanas.
Sin embargo, vivía en un remolque a dos cuadras. Estaba más que acostumbrada
a la mierda.
Dirigí mi atención al tipo que sostenía mi brazo. Era típico para esta hora de
la noche. Joven. Tonto. Arruinado. Mi propina sería lo que sobrara del cambio
después que pagara su factura, suponiendo que no cenaría y escaparía.
Borrachos ojos marrones me miraban fijamente mientras arrastraba las
palabras.
—Bueno, hola, preciosa.
—Amigo, déjala ir. —Su amigo se rió.
Aparté mi mano, pero su agarre se mantuvo firme.
—Deberías escuchar a tu amigo —advertí.
—¿Clare? —gruñó, leyendo la etiqueta de mi nombre—. Un nombre dulce
para un culo aún más dulce. —Me rodeó con su mano mugrienta y me sujetó el
trasero.
Mi cuerpo se sacudió. Esta no era la primera vez que un idiota me ponía las
manos encima desde que tomé el trabajo. A las tres de la madrugada, los clientes
siempre eran iguales… borrachos. Pero, si quería mantener mi trabajo, no podía
hacer mucho… bueno, además de pasar su cena por el suelo del baño.
—¿Qué puedo conseguirles, chicos? —Apreté los dientes.
—Oh, confía en mí. No soy ningún chico. —Aferró lo que probablemente sería
la polla más pequeña del mundo a través de su pantalón sucio.
Arqueé una ceja.
—¿Entonces eres un eunuco?
Sonrió, mostrando una boca llena de dientes torcidos.
—¿Eso significa que tengo una polla grande? Porque demonios, sí.
—Significa que no tienes bolas, imbécil de mierda. —Saqué un cuchillo de
carne de mi delantal y presioné la punta en la mesa laminada—. Ahora, déjame ir
antes de hacerlo tu nueva realidad.
Su sonrisa burlona desapareció y su amigo se echó a reír.
—La perra hace bromas —murmuró, finalmente liberando mi brazo
12
Sonreí para mí misma, pero duró poco. Ni un segundo más tarde, me agarró
por la cintura y me arrastró sobre su regazo.
—¡Oye! —grité, luchando contra él.
Una voz profunda y ronca vino de detrás de nosotros.
—Deja a la señorita…
Él no tuvo la oportunidad de terminar antes que golpeara mi codo contra la
nariz del imbécil.
—¡Oh, mierda! —gritó el idiota.
—No me toques nunca más —espeté, el concurrido restaurante quedó en
silencio mientras todos miraban en nuestra dirección.
—Estúpida perra —farfulló, tomando las servilletas de la mesa y tratando de
detener la sangre que fluía de su nariz.
Arranqué el trapo de mi bolsillo trasero y se lo arrojé. Golpeó su pecho antes
de caer en su regazo.
—Puedes llamarme estúpida, pero no soy la perra aquí. Limpia cuando
termines, y luego lárgate de mi restaurante antes que llame a la policía. —Me di
la vuelta y pisoteé para llegar detrás del mostrador.
Cuando escuché la última de sus maldiciones y la campana de la puerta que
señalaba su partida, dejé que mis hombros cayeran. Jesús, tenía que conseguir un
nuevo trabajo. Mis cuentas no iban a pagarse solas. Viví en mi auto durante
semanas después que mi papá falleció el año pasado, y no había forma de volver
a esa mierda. Pero incluso los hoyos del infierno tenían que ser mejores que este
lugar.
Limpiaba el mostrador cuando la enorme figura de un hombre llenó mi
visión periférica. Por costumbre, ni siquiera levanté la vista antes de poner una
servilleta y cubiertos delante de él.
—¿Qué puedo conseguirte?
—Tu número —declaró con confianza.
Gemí internamente. No ésta mierda otra vez.
Levanté la vista, con la boca fruncida y cargada de una actitud que
probablemente haría que me despidieran, pero ninguna palabra salió.
Querido padre celestial, era hermoso.
Llevaba un ajustado traje negro que costaba más que mi auto y una sonrisa
tan sexy que casi rompí a sudar, era nada menos que la perfección. Con cabello
grueso y oscuro, y ojos tan verdes que juraba que brillaban. Me sentía
asombrada.
Su sonrisa creció cuando lo miré boquiabierta.
—Sabes, realmente me hiciste difícil todo el asunto del Príncipe Encantador
yendo a rescatar a la damisela en apuros.
—Lo siento —me disculpé sin aliento. 13
Se rió entre dientes.
—Está bien. En realidad, me gusta que puedas cuidarte.
Mis mejillas se calentaron cuando su mirada aterrizó en mi boca.
—Así que, ¿tu número? —preguntó.
—Yo, uh, no tengo un teléfono —admití, más que un poco avergonzada.
Arqueó las cejas con incredulidad, pero su sonrisa nunca vaciló.
—Está bien, entonces creo que tendremos que arreglar nuestra cita ahora.
—Nuestra cita. —Tenía la intención de que fuera una pregunta burlona, pero
fracasé. Hablé en total acuerdo.
—¿Qué tal esto? —comentó, sacando una tarjeta de su billetera y
deslizándola por el mostrador—. Llámame cuando termines. Nos encontraremos
aquí y luego te llevaré a desayunar.
Trabajaba en un restaurante y conseguía comida gratis al final de cada
turno, pero no había forma de rechazar una oferta de un hombre como él: el
dinero y el poder rezumaban de su magnífico cuerpo.
Estaba muerta en mis pies, pero cuando tomé su tarjeta, nuestros dedos se
rozaron, despertándome con un simple toque.
—De acuerdo… —dije, arrastrando las palabras para pedir su nombre.
—Walt. —Hizo una pausa, sonriendo perversamente mientras rozaba sus
brillantes dientes blancos sobre su labio inferior—. Walter Noir.
—Suena como un plan, Walter Noir —respondí rápidamente.
Ese fue el momento en que mi mundo se inclinó en su eje y todo lo que pensé
que sabía de mí misma fue descartado.
Y, a medida que pasaban los días, temía que nunca volvería a encontrar
tierra firme.
—¿Señora Noir? Necesito que se quede con nosotros —me llamó una voz de
mujer.
Mi cuerpo dolorido se negó a cooperar, y mi lento cerebro se enfocó en una
sola palabra.
—Clare. No Noir. Sólo Clare —murmuré perezosamente, atravesando la
oscuridad que restringía mis pensamientos.
—Está bien, Clare. Quédate despierta, ¿de acuerdo?
Sentí las manos bajo mis brazos, levantándome y acomodándome, antes de
encontrarme en posición horizontal.
¿Qué demonios me ocurrió?
Mi mente escaneó los recuerdos, pero sentía como si estuviera buscando una
palabra que descansaba en la punta de mi lengua pero que seguía completamente
fuera de alcance. Los pensamientos flotaban en mi mente, pero no pude captar 14
ninguno de ellos.
Con un sonido, una vida de recuerdos me inundó como un maremoto.
—¡Mamá!
Todo mi cuerpo cobró vida.
Me levanté de inmediato.
—¡Tessa! —grité, golpeando las manos de los doctores y de las enfermeras
mientras me tambaleaba hacia su voz.
El caos estalló alrededor. Un oficial de policía apareció, agarrándome las
muñecas para contenerme.
—Señora Noir…
—¡Tessa! —Me puse de puntillas y la busqué por encima de su hombro, pero
ella no estaba a la vista.
—Quítale tus malditas manos de encima.
Oí la voz familiar justo cuando su fuerte y musculosa espalda me separó del
oficial.
Oh, gracias a Dios.
Me apresuré hacia él.
—¡Luke! Necesito a Tessa. Por favor, ayúdame.
Llevó su mano hacia atrás y me palmeó la pierna.
—Le pones una mano encima de nuevo y voy a arrancarlas de tus muñecas,
¿me escuchaste? —le advirtió al oficial.
—Está bien, cálmate. Sólo estaba…
Su cuerpo se inclinó mientras mascullaba:
—Es tu única advertencia. No. Me. Pruebes.
Otro de sus gritos asaltó mis oídos.
—¡Tessa! —Tomé la parte trasera de su camiseta—. Luke, por favor. ¿Dónde
está?
Se giró hacia mí, ira pura llenando sus rasgos fuertes. Me estremecí con
sorpresa. Nunca pareció ni remotamente amenazador en el gimnasio. Claro,
siempre fue grande, pero llevaba una sonrisa tan amable que no podías evitar
sentirte a gusto.
Pero, justo entonces, con la dura tensión de su mandíbula y el asesinato
bailando en sus ojos, parecía aterrador.
—Luke —susurré, retrocediendo.
Su rostro se suavizó y sus anchos hombros se encorvaron mientras levantaba
una mano para cubrir mi mandíbula.
Lo esquivé por instinto. 15
Negando con frustración, bajó la mano a su costado y enfocó su mirada en el
suelo.
—Ella está a salvo. Está con Roman.
Eso no era suficiente. Si Walt quería a su hija de regreso, nadie, ni siquiera un
hombre como Roman Leblanc, podría interponerse en su camino.
El pánico me atravesó.
—No. ¡La necesito! —Apreté la parte frontal de su apretada camiseta negra,
acercándolo.
Su mirada saltó de nuevo a la mía.
—Él… él vendrá por ella. Ella tiene que quedarse conmigo. Walt… él… —Se me
rompió la voz—. Se la llevará. Nos encontrará, y se la llevará. Luke. Por favor.
Sus ojos se volvieron oscuros, incluso siniestros, mientras sostenía mi mirada
tan profundamente que temía que pudiera ver los agujeros que Walt talló en mi
alma.
—Voy a buscarla —respondió suavemente—. Pero llámame Heath. No Luke.
Asentí varias veces. Lo habría llamado Rumpelstiltskin, siempre y cuando me
trajera a mi hija.
Deliberadamente bajó la vista a mis manos, las cuales seguían aferradas al
frente de su camiseta.
—Tienes que soltarme, nena.
Pero por mucho que quisiera a Tessa, estaba aterrorizada de dejarlo ir.
Estuve sola en mi lucha contra Walt durante tanto tiempo, no podía soportar
la idea de volver a eso. Durante siete años, él desangró mi deseo de vivir. No me
quedaba nada. El atisbo más pequeño de tener a alguien para compartir esa carga
me hizo una adicta.
—¿Vas a regresar con ella? —pregunté débilmente.
—Sí, Clare. Voy a regresar con ella.
—¿Tú… te quedarás conmigo? —presioné en caso que no hubiera entendido la
pregunta.
Sonrió de medio lado, en una sonrisa triste.
—Por el tiempo que me quieras.
Capté su mano flexionándose a su lado.
—Suéltame, Clare.
No estaba segura de poder hacerlo.
—Estoy realmente asustada en este momento —admití en un susurro.
Su cuerpo se sacudió, y se apoyó contra mis puños, su pecho presionando mis
manos, pero no hizo ningún movimiento más para tocarme.
—Lo sé —aseguró—. Y está bien que te sientas así. Pero juro que no voy a
ninguna parte. Sólo tengo que ir a buscar a tu chica. Tranquilízate y deja que los 16
médicos te miren mientras voy. Y volveré en un instante.
Tragué con dificultad, esperando que mis manos y piernas dejaran de
temblar, pero se negaron a obedecer, y no pasó mucho tiempo antes que el temblor
se extendiera hasta mi barbilla.
—Oye —susurró—. Nadie volverá a lastimarte jamás —aseguró como si fuera
un hecho absoluto.
No estuve de acuerdo. Walt nunca renunciaría hasta destruirme.
—Está bien —lloriqueé.
Mantuvo su mirada fija en la mía.
—Sigues sosteniéndome.
—Lo sé —confirmé sin soltarlo.
Asintió, comprendiendo.
—Entonces esperaremos hasta que estés lista.
—No sé si puedo hacer esto. —Me mordí el labio mientras dos ríos gemelos
caían de mi barbilla.
—No tienes que hacer nada más, Clare. Ya hiciste lo imposible. Te mantuviste
viva, a ti y a esa niña. Te lo juro por mi vida, de aquí en adelante, te mantendré de
esa manera. Suéltame y confía en mí para traer a Tessa. Me encargaré del resto.
Me sentía genuinamente confundida cuando sentí la calidez. Sus manos
permanecieron a sus costados, por lo que sabía que no me tocaba. Pero, mientras
miraba fijamente sus prometedores ojos azules, una manta de seguridad se
envolvió alrededor.
—Luke —susurré, dejando caer mi frente en su pecho.
—Heath —corrigió.
—Heath —repetí.
—Jesús —susurró, acercándose aún más para que su frente estuviera a la
altura de la mía, obligándome a mover la cabeza hacia el hueco de su cuello. No me
abrazó mientras permanecía allí, permitiéndome aferrarme desesperadamente a su
camiseta… a la esperanza. Sin embargo, su promesa significaba más que cualquier
cosa que jamás podría haberme ofrecido físicamente.
No necesitaba que un hombre me consintiera.
Necesitaba ayuda.
Y, de alguna manera, de algún modo, después de lo que parecía una eternidad
de vivir en la guarida de satanás, Dios finalmente escuchó mis plegarias.
Sentí su mejilla en la cima de mi cabeza, pero fue el calor de su piel contra mi
rostro golpeado lo que ofreció mayor consuelo. Estuve fría durante demasiado
tiempo.
La voz de un hombre interrumpió mi colapso. 17
—¿Podemos al menos sacarla del pasillo?
La mano de Heath salió volando hacia un lado, haciéndolo callar.
—Cuando ella esté lista —declaró bruscamente.
El hecho era que nunca iba a estar lista.
Pero necesitaba a mi niña.
Y necesitaba la manta de seguridad de Heath envuelta alrededor de ambas.
Dejando salir una respiración irregular, lo solté y me acomodé en la camilla.
Cuando por fin miré alrededor, había por lo menos tres doctores y enfermeras
esperando contra la pared. Estábamos en medio de un pasillo, apenas dentro de las
puertas de lo que me imaginé era la sala de emergencias, dos policías uniformados
rondaban cerca y otro vigilaba la puerta.
La sensación de alarma colgaba pesadamente en el aire que nos rodeaba.
Ellos también esperaban que Walt se presentara para reclamar a su familia.
Él lo haría.
Absolutamente.
Solo podía rogar para que la manta de Heath fuera lo suficientemente gruesa
como para ocultarnos a todos.
—Ya regreso —aseguró.
Un escalofrío se deslizó por mi espalda mientras lo observaba alejarse.
Capítulo tres
Heath

T
essa estaba llorando bajito cuando entré en la habitación. Roman estaba
haciendo todo lo posible para consolarla mientras la sostenía en su
regazo. De vuelta a casa, le había prometido que Roman era un buen
tipo. Pero el consuelo solo duró poco tiempo para una niña aterrorizada
en los brazos de un extraño.
—¡Luke! —gritó cuando me vio.
Durante los últimos tres meses, había trabajado mucho para ganar la
confianza de esa niña. Al principio, lo había hecho esperando que Clare siguiera
como resultado. Pero, como los días se habían convertido en semanas, yo lo había
hecho porque... bueno, en algún momento, estar con ellas dejó de ser una
investigación y se convirtió en hacer todo para demostrarles a una niña y a su
madre que había un mundo que no implicaba palizas y lágrimas.
Sí, le hacía cosquillas mientras Clare luchaba contra una crisis o la tiraba al
aire mientras Clare luchaba por la capacidad de respirar, hice todo lo posible para
18
distraerlas a ambas de la locura que era su vida. Mentiría si no admitiera que me
había encantado cada jodido minuto de verlas salir de sus capullos de miedo.
Antes que me asignaran a ir encubierto como el entrenador personal de Clare,
había visto por lo menos una docena de imágenes de ella. Ni una sola vez había
estado sonriendo. Después de conocerla, me di cuenta que su sonrisa era uno de los
secretos mejor guardados del mundo, porque si alguien experimentaba una, haría
guerras para aferrarse a ella. Fue un cambio de vida.
Y mi credencial federal no me hizo inmune.
Como un hombre, y un ser humano jodidamente decente, me dolió ayudarla
desde el principio. Era hermosa; nadie podría negarlo. Pero tenía ese brillo en sus
ojos derrotados que le hablaban a mi alma de maneras que otros nunca podrían
entender. Era un parpadeo sutil que bailaba incluso durante el día mientras las
llamas del abuso la consumían desde el interior. Los moretones no tenían que estar
presentes físicamente. Era tan obvio como un faro que brillaba desde sus ojos azul
océano. Ni siquiera la mejor actriz podía ocultar ese infierno inconfundible.
La DEA no había sabido mucho sobre Clare Noir al principio. Walter la había
mantenido bajo llave durante años. No fue hasta después de que Tessa había
llegado que había comenzado a permitirle que saliera de la casa para ir al gimnasio.
La vigilancia sobre ella había comenzado de inmediato, pero nos tomó años
desarrollar un gran caso para enviar a un agente. E, incluso entonces, todo lo que
sabíamos era que estaba casada con el enemigo número uno de Atlanta. Mi trabajo
había sido averiguar si ella era el enemigo número dos o, quizás, llevarla como el
último clavo en el ataúd en nuestro caso contra Walter Noir.
Pero, en pocas semanas, me encontré con un objetivo completamente
diferente.
—Uno más, Clare —exigí, usando una mano para ayudarla a levantar la
barra.
Gimió, luchando por levantarlas antes de finalmente capturarla en sus
manos.
—¡Genial! —alabé sin entusiasmo.
Ella había aparecido con el labio reventado y un moretón fresco asomando
por debajo de su camiseta sin mangas. Me había excusado bajo el pretexto de
hacer una llamada y luego pasé diez minutos paseando por mi oficina en un
esfuerzo por no exigirle que me dijera qué diablos había sucedido.
Necesitaba saber que estaba bien.
Pero, si le preguntaba, ella habría dicho que sí.
La respuesta habría sido no, especialmente no con marcas como esa.
Cicatrices en sus muñecas.
Moretones en sus muslos.
Un corte en su ceja. 19
Y no había ninguna cosa que pudiera hacer para impedir que volviera a
suceder sin comprometer toda la investigación.
Durante casi un mes, había estado trabajando pacientemente con ella, pero
aún no se había abierto. Y se sentía como ácido en mi alma cada vez que tenía que
ignorar lo que esa basura estaba haciendo con ella.
—Sabes que no estoy tratando de convertirme en fisicoculturista, ¿verdad?
—Se sentó en el banco, dándome una vista completa de la marca de una
mordedura en la parte posterior de su hombro.
Apretando los dientes, flexioné mis manos a los lados y estampé una sonrisa
que recé para que pasara como algo más que una mueca.
—Lo que es exactamente por lo que solo estás levantando la barra.
—¿Diez repeticiones, sin embargo? Walt va a volverse loco si empiezo a
aumentar músculos.
—A la mierda Walt —respondí antes que pudiera detenerme.
Soltó una carcajada.
—No puedo decir que discrepo. Pero tú no eres el que tiene que vivir con él.
Anduve hacia las pesas y fingí estar interesado en un set de siete kilos.
—También sabes que tampoco tienes que vivir con él.
Le eché un vistazo y encontré sus ojos clavados en los míos en el espejo.
—Por desgracia, eso no es cierto —dijo ella con toda naturalidad.
—Yo podría ayudar…
Ella me cortó.
—Entonces, ¿qué sigue, Luke? Siento que necesito hombros varoniles para ir
con mi nuevo bíceps varonil.
Me reí, pero era completamente para su beneficio. No encontré ninguna cosa
divertida.
Cuando me enfrenté a ella, pude verla sumergir su boca en su muñeca.
Mi frente se arrugó cuando le pregunté:
—¿Acabas de besar tu reloj?
Ella sonrió.
—Son las 11:11. Tienes que besar el reloj o no conseguirás un deseo.
—Eres consciente de que tienes veintiocho años, ¿verdad?
—¿Y? —Sonrió, sus ojos temporalmente apagando la llama mientras se
iluminaban con pura e impresionante felicidad.
Sin maquillaje, cabello rubio recogido en una cola de caballo sudorosa,
pantalón corto gris con una camiseta rosada y gris a juego que ponían a la vista
incontables parches amoratados y una sonrisa tan genuina que no sólo yo la veía.
La sentía en lo profundo de mi pecho, en un lugar en el que el tema de interés no 20
tenía nada que hacer allí.
Aclarando mi garganta, traté de sacudir mi estupor.
—De acuerdo, bueno, ¿qué deseo has pedido?
Hizo una mueca y me miró boquiabierta como si yo estuviera loco.
—¡No puedo decírtelo!
—Vamos. No crees seriamente esa mierda.
Inclinó su cabeza hacia un lado.
—Uh... beso el reloj a las 11:11 para pedir un deseo. Creo que es justo asumir
que estoy absolutamente de acuerdo con esa mierda. —Otras de sus sonrisas
monumentales me asaltaron.
En ese momento, no me importaba qué diablos había deseado. Habría hecho
un trato con el diablo para que se hiciera realidad. Y estábamos tratando con
Walter Noir, por lo que podría haber sido exactamente lo que tenía que hacer.
Di media vuelta a su lado del banco y agarré mi botella de agua del piso.
—Bueno, quizá podamos intercambiar. La semana pasada fue mi
cumpleaños, así que tengo mi propio deseo. Estoy seguro que un comercio no
estaría en contra de las reglas cósmicas de los deseos.
Se agarró dramáticamente el pecho.
—Vamos. ¡No es justo! Sabes que no podré resistir la tentación de conocer el
gran deseo de cumpleaños de Luke Cosgrove.
Me reí de su descarado sarcasmo antes de burlarme:
—Tú pierdes, porque realmente fue fantástico este año.
Su nariz se arrugó adorablemente mientras toqueteaba su barbilla con
fingida consideración. Podría haber estado bromeando, pero su curiosidad era
real, y finalmente, sacó lo mejor de ella.
—Bien, de acuerdo. Pero tú primero. —Ansiosamente entrelazó sus dedos
juntos, y juro por Dios que la mujer estaba malditamente cerca del vértigo
mientras me miraba con emoción extasiada.
Mi cumpleaños no era en realidad hasta dentro de un mes, y no había
soplado velas desde que mi hermana pequeña Maggie había cumplido quince
años y se volvió demasiado genial para hornear pasteles de cumpleaños para su
hermano mayor. No tenía ningún deseo real de compartir eso con ella. Pero, si
pudiera hacerla reír, felizmente renunciaría a todos los deseos de cumpleaños por
el resto de mi vida.
Me encogí de hombros.
—Está bien conmigo, pero sólo para ser claro, no tengo que prometer ni
compartir la combinación de mi diario, ¿verdad? Quiero decir, estamos llevando
nuestro estatus de MEJORES AMIGOS a un nuevo nivel que comparte deseos y
todo. 21
—Qué divertido —dijo ella—. Además, si pensara que tuvieras un diario que
consistía en algo más que una lista de formas de torturar a tus clientes, la habría
robado hace unas semanas. Combinación o no.
Se supone que debíamos estar trabajando, pero a menudo el tiempo que pasé
con Clare, se había disuelto con nosotros en torno a un aparato, bromeando sobre
cualquier cosa que pudiera pensar para mantenerla hablando y despejar su
mente.
—Vamos, Cosgrove. Escúpelo —incitó con impaciencia.
Mi mirada cayó a su boca mientras ansiaba corregirla con mi verdadero
nombre. Lo que no habría dado por escuchar Heath salir de esos rosados y
crecientes labios.
Alejé mi atención de su boca y dije:
—Un nuevo suspensor.
Sus labios se retorcieron y sus hombros cayeron en decepción.
—¡Tienes que estar bromeando! ¿Ese es tu increíble deseo de cumpleaños?
Me reí y defendí:
—¡Oye! ¡No subestimes el roce que puede causar un suspensor desgastado!
—¿Oh sí? Bueno, en ese caso, espero que te esté molestando en este momento.
Eres ridículo, y eso no es justo. De ninguna manera te contaré mi deseo a cambio
de tu ropa interior.
Usando el final de mi botella de agua, la señalé.
—No te atrevas a intentar retroceder ahora, mujer. Hicimos un trato. Ya te
dije el mío, dime el tuyo.
—¿Qué edad tienes, doce?
—Lo pregunta la mujer que besa su reloj a las 11:11 —contesté.
—No. No voy a decirte. —Negó y empezó a alejarse, pero distraídamente
alcancé su brazo.
Ella instantáneamente se congeló ante el contacto, su rostro drenado de todo
color.
La culpa golpeó mis costillas con una velocidad alarmante. No había estado
pensando. Nunca había tocado a Clare, no importaba cuánto lo quisiera. Y, a
veces, cuando se reía y contaba chistes, se hacía fácil olvidar cuán frágil era en
realidad.
—Mierda. —La solté inmediatamente—. Lo siento.
—Está bien —murmuró suavemente, corriendo hacia las pesas.
Se mantuvo de espaldas a mí, pero mientras estaba de pie, pude ver su pecho
subir y bajar en el espejo. Su valiente máscara hacía que su rostro fuera ilegible,
pero la reacción física de su cuerpo ante un toque tan inocente contó la verdadera
historia.
—Clare —me disculpé, caminando hacia ella—. No debería haberte 22
agarrado, pero nunca te habría lastimado.
Asintió, recogiendo un set de pesas mientras evitaba mi mirada.
—De verdad, está bien. A veces estoy nerviosa.
—¿Quieres hablar de eso? —pregunté con cautela, rezando para que
finalmente me dejara entrar.
Su mirada se elevó lentamente hacia la mía en el espejo, ese atisbo de dolor
una vez más bailando dentro.
—Deseé atrapar las 11:11 nuevamente mañana.
—¿Qué? —Di un paso hacia ella.
Parpadeó las lágrimas mientras sostenía mi mirada, su máscara
escabulléndose. El vacío que apareció en su lugar cortándome brutalmente.
Con una voz temblorosa, confesó:
—Realmente no creo en los deseos, pero de alguna manera, me he
encontrado en una situación en la que un deseo tonto es todo lo que me queda. Si
tengo la suerte de atrapar las 11:11 nuevamente mañana, significa que hemos
sobrevivido otro día.
Mi estómago se sacudió ante su honestidad. Era la primera vez que se abría
siquiera un poco.
Y me destrozó.
No podría haber hablado con el nudo en mi garganta si lo hubiera
intentado. No lo intenté, sin embargo; simplemente la miré con absoluto
asombro.
Las palabras no podían ayudarla.
Pero yo podía.
Ese fue el momento en que oficialmente tiré la toalla como un agente secreto
de la DEA. Jodí mi trabajo. Jodí toda la investigación. No iba a abandonar a
Clare Noir sin importar cómo terminaran las cosas. Y, si era legal o no, iba a
encontrar una manera de mantenerla a salvo.
Entonces ella nunca más necesitaría otro maldito deseo.
Por supuesto que quería ayudarla y protegerla.
Pero la manera en que me sentía con Clare se había salido de control durante
las últimas semanas.
Mi trabajo era lograr que hablara de su vida, descubrir todos los oscuros y
sucios secretos sobre las operaciones de Walter que esperaba que ella deslizara y
nos contara. Pero, secretamente, estaba tratando de encontrar una manera de
sacarla de la mierda. Así que comencé a preguntarle sobre el pasado con la
esperanza que tuviera una familia a la que pudiera volver.
Durante esas conversaciones, me habló de Clare.
No la esposa de un criminal. 23
No la víctima asustada de abuso doméstico.
Ni siquiera la madre.
Ella me dio a la verdadera mujer.
Y la bebí como un hombre al borde de la deshidratación.
Me equivoqué en tantos niveles. No me necesitaba, el hombre que había sido
enviado a investigarla, para desarrollar sentimientos por ella. Había sucedido de
todos modos.
Y aquí estaba yo, yendo a buscar a su hija mientras deseaba no tener que
dejarlas ir.
—Oye, Tessi —susurré.
Salió del regazo de Roman y me abrió los brazos. La atrapé justo antes que
cayera.
—Con cuidado —susurré en la parte superior de su cabello.
Cuando me vio merodeando por detrás de Walt y Clare mientras ellos
peleaban en la calzada, había corrido hacia mí. Eso solo validaría cada repercusión
que enfrentaría con la DEA por haber pasado información a Roman sobre la familia
Noir.
De muchas maneras, yo era tan egoísta como Walter cuando se trataba de
Clare. La quería como mía. Pero yo nunca la lastimé, las lastimé. Mi corazón había
cruzado la línea en lo que a ella concernía, pero no permitiría que mi cuerpo o mi
mente siguieran su ejemplo.
Ya había tomado demasiado de ella, física y emocionalmente.
Si hubiera hecho cualquier tipo de movimiento sobre ella mientras estaba en
su momento más débil, eso es exactamente lo que habría estado haciendo,
tomándola.
Por Clare, yo daría.
Terminaría todo. Asegurarme que saliera de esto viva y sin más cicatrices de
las que ya había adquirido. Y luego me alejaría para que ella pudiera encontrar una
vida mejor. Una donde sonreiría cada día y adornara el mundo con la obra maestra
que era su risa.
—¿Dónde está mamá? —preguntó Tessa, dejando caer su cabeza sobre mi
hombro, sus bracitos alrededor de mi cuello.
Por Dios, iba a doler como el infierno dejarlas ir.
Alisé sus rizos rebeldes.
—Vamos a buscarla, dulce niña.

24
Capítulo cuatro
Elisabeth

H
abía estado tratando de ponerme en contacto con Roman durante más
de una hora. Estaba atrasado. Aunque era la primera vez que había
vuelto a la oficina desde que reavivamos nuestra relación. Así que mi
idea de tarde podría no haber sido la suya. Estaba llegando lentamente
a las ocho, y la cena que había hecho se estaba enfriando por tercera vez. Estaba a
punto de renunciar a recalentarla.
—Alex —llamé al guardaespaldas que me habían asignado después que uno de
los hombres de Noir se hubiera metido en nuestra casa.
Todavía no habíamos regresado a ese lugar, pero después de un gran frenesí
de compras, mi vieja casa victoriana estaba empezando a sentirse como un hogar.
Había estado haciendo una lista de cosas que necesitaba recuperar de la casa vieja,
y Roman había estado enviando a Devon, nuestro otro guardaespaldas, a
recogerlas. Estoy segura que era un fastidio y me había decidido esa tarde más
temprano, cuando tuve que escurrir los espaguetis con un paño de cocina, que sólo 25
necesitamos tomar la decisión de mudarnos de una vez por todas.
No tenía intención alguna de abandonar nuestra vieja casa. Habíamos hecho
muchos recuerdos allí. Pero tal vez, un nuevo comienzo era exactamente lo que
necesitábamos.
Roman me había propuesto matrimonio el día anterior, pero sospeché que me
tendría en el juzgado tan pronto como este se abriera de nuevo después de las
vacaciones de Acción de Gracias.
Mismo hombre.
Nueva vida juntos.
Tal vez una nueva casa tampoco dolería.
—Sí, Elisabeth —respondió Alex, asomando la cabeza desde el comedor
cerrado que había sido convertido en el cuarto de seguridad. Tenía un teléfono en
la oreja, pero estaba alejado de su boca, lo que me permitió saber que tenía toda su
atención.
—¿Quieres pollo al parmesano? —pregunté, inclinando la cabeza hacia la olla
en la estufa—. Quiero decir... Uso salsa Alfredo, por lo que es realmente sólo pollo
empanado con salsa blanca y parmesano. Pero lo mismo.
Alex nunca rechazó una comida. Ambos muchachos comían mucho, pero Alex
era una máquina. Nunca había visto a un humano capaz de terminar esa cantidad
de comida en una sola sesión y luego, una hora más tarde, regresar para una
segunda porción igualmente impresionante. Pero supongo que, cuando mides
metro noventa y ocho y llevas un traje de músculos duros, tenías que encontrar
combustible en alguna parte.
—Estoy bien. Gracias de todos modos —respondió, cerrando rápidamente la
puerta.
—Bueno, está bien entonces —murmuré y me incliné hacia el gabinete inferior
para tomar una pila de Tupperware.
Lo comería eventualmente. Eso o cuatro pollos habrían sacrificado sus
pechugas en vano.
Cuando tuve la comida colocada, me esforcé por mantener la mente despejada
y decirme que Roman no se estaba refugiando en la oficina veinticuatro horas y
siete días a la semana como lo había hecho antes que nos divorciáramos.
Esto era diferente.
O por lo menos eso era lo que repetía mientras arreglaba la cocina y me
disponía a pasar el resto de la noche en el sofá… sola, con un libro. La familiaridad
se instaló en mi estómago.
—¿Elisabeth? —llamó Alex, saliendo de su cuarto poco después.
No pude precisarlo, pero había algo en su tono que me puso en alerta.
Mi corazón se aceleró mientras acortaba la distancia entre nosotros. Agachado
delante de mí en el sofá, me tendió su teléfono.
Me preparé, sin querer tomarlo, y la cautela en sus ojos me dijo que también 26
se estaba preparando.
—Es Roman —dijo suavemente.
El apuro me golpeó, le arrebaté el teléfono de su mano y lo levanté a mi oreja.
—¿Estás bien?
—Lis —susurró. Era una sola sílaba, pero una mezcla palpable de alivio y
ansiedad se derramaba a través del teléfono.
—¿Qué está pasando? —pregunté, levantándome, Alex siguiéndome.
—Todo está bien. Tranquilízate, cariño.
—Entonces, ¿por qué me llamas al teléfono de Alex? ¿Y por qué suenas como
si estuvieras a punto de dejar caer algunas malas noticias?
—Alex va a pasar contigo el resto de la noche. No estoy seguro de cuándo
puedo llegar a casa. Y no quiero que estés sola.
Mis entrañas se tensaron más fuerte.
—Roman, por favor, dime qué está pasando.
—La tenemos, Lis.
Un estremecimiento me sacudió los hombros.
—¿A quién? —Dios, por favor permite que sea quien estoy esperando que
sea.
—Tessa, cariño.
Mi mano voló a mi boca, y las lágrimas pincharon detrás de mis párpados.
—¿La tienes?
—Sí. Y a Clare también —agregó.
—Oh, Dios —susurré con los pulmones en llamas.
—Escúchame. Todo está bien. Ahora están a salvo. Pero estaban un poco
golpeadas, así que estamos en el hospital.
Antes que él siquiera hubiera terminado yo estaba lanzándome hacia la
puerta. De repente, Alex se puso delante de mí.
—Muévete —ordené, sin interesarme en ninguna otra conversación.
Una hija que nunca había conocido y la mujer que la criaba estaban en el
hospital. En unos minutos, yo también iba a estar allí.
—Elisabeth —llamó Roman.
Yo estaba más centrada en Alex.
—¡Muévete! —chillé, agarrando mis llaves de la canasta junto a la puerta.
—Habla con Roman —respondió.
—Estoy hablando contigo. ¡Y dije que te movieras!
—¡Elisabeth! —gritó Roman, atrayendo mi atención. 27
Estrechando los ojos sobre Alex, me puse en el teléfono.
—¿Qué?
—No puedes venir aquí —contestó.
Roman siendo mandón no era algo nuevo. Sin embargo, la convicción en su
voz me sorprendió.
—¿Qué? —repetí, sin la actitud.
—Bebé, no es seguro. Necesito que esperes ahí y te quedes cerca de Alex.
Devon viene para acá ahora, voy a llamar a Leo y ver si consigo que más muchachos
sean enviados mañana.
Mi corazón se hundió, y un enjambre de abejorros enojados cobró vida en mi
vientre.
—¿Q-qué quieres decir con que no es seguro? Tú estás allí, Roman.
—Y estaré bien. Lo juro. Pero no puedo tenerte aquí ahora mismo. Las cosas
no salieron exactamente como estaba planeado, y tengo la sensación de que
alejarlas de Noir fue sólo el comienzo. Esto podría salir de dos maneras: la DEA lo
atrapó y él está actualmente en su camino a la cárcel, o él podría asomarse por aquí,
con las pistolas en las manos, listo para reclamar una familia que no es suya nunca
más.
Nada de eso sonaba bien. En realidad, sonaba jodidamente mal de verdad.
—Roman, tal vez deberías volver a casa.
—Traeré a Tessa, Lis.
—Está bien —dije arrastrando las palabras con confusión.
—Ella estaba aterrorizada. Temblando y sangrando en mis brazos. Pero se
aferró a mi cuello y confió en mí para cuidarla.
El dolor en mi pecho creció mientras imaginaba esa escena. Odiaba que
Roman pudiera estar en peligro, pero sabiendo que había estado allí cuando ella
había estado asustada y sangrando hizo algunas cosas serias a mi corazón. Las
lágrimas finalmente salieron de las esquinas de mis ojos.
Él continuó:
—Si ese maníaco muestra su rostro aquí, tratando de llegar a ella, tendrá que
pasar sobre mí. Y, Lis, cuando digo eso, quiero decir que va a morir intentando
pasar sobre mí, porque voy a casa, nena. Y voy a llevar a Tessa conmigo.
—¿Y Clare? —Salió como si me ahogara de inmediato.
Su voz se suavizó.
—Y Clare, siempre y cuando te sientas cómoda con eso.
—Absolutamente.
—Jesús, eres una mujer increíble —susurró como si hubiera estado
preocupado de que yo dijera que no.
No era una mujer increíble. Sólo era una madre. Quien entendió que perder a 28
su hijo era la experiencia más agónica que una persona podía experimentar. Y, sin
importar el ADN de quién estaba corriendo por las venas de esa niña, Clare era su
madre. No le quitaría eso. Nunca.
—Roman, escúchame. Tessa puede o no ser biológicamente nuestra, pero
independientemente de eso, ella es hija de Clare. No vayas gritándole ni dándole
ordenes, diciéndole lo que va a pasar. Pregúntale si quiere venir aquí. Ella podría
tener familia o alguien con quien se sentiría más cómoda en este momento. Y eso
está bien...
—¡Maldición! —interrumpió—. Eso no está malditamente bien. Ella está lejos
de Walter. Pero está lejos de salir del bosque. Así que vendrán a quedarse con
nosotros, y las mantendremos seguras.
Aunque tenía un punto excelente, no creía que con su actitud fuera a venir a
casa con alguien más.
Hice una sugerencia.
—Quizá no deberías ser tú quien hable con ella.
—No, definitivamente debería ser yo quien hable con ella. Sin embargo, la
cabeza de Light podría explotar si levanto mi voz por encima de un susurro en su
presencia. Él ha estado encima de cualquiera que mirara en dirección de ella. Así
que voy a arriesgarme y decir que él va a ser quien hable con ella. Pero voy a ser yo
quien hable con él.
Interesante saber sobre Heath y Clare.
Y bueno.
Solo había visto a Heath Light una vez, así que no podía estar segura de qué
clase de modales tenía ante una crisis, pero conocía a Roman Leblanc lo
suficientemente bien como para saber que necesitaba quedarse al margen.
Así que, con esa decisión hecha, le respondí:
—Está bien, Roman.
—Ahora, ¿dónde está tu cabeza en este momento? ¿Estás bien con todo esto?
—No lo sé. He tenido unos treinta segundos para procesarlo.
—Bien, ¿qué hay de esto? ¿Tienes preguntas o inquietudes? Déjame poner tu
mente en paz, y entonces necesito volver allí.
—Uh... —Tenía un millón.
¿Qué se siente sostenerla? ¿Cómo suena? ¿Sigue asustada? ¿Por qué estaba
sangrando? ¿Va a estar bien? ¿Qué hay de Clare? ¿Cómo llegó a terminar con
ellos?
Sin embargo, estaba segura de que no iba a obtener las respuestas a ninguna
de esas preguntas en ese momento.
Pero el hecho que estuviera lidiando con todo eso y todavía se hubiera tomado
el tiempo para asegurarse de que no pierda la cabeza era una dulce locura. Mi
corazón se desbordó de amor por ese hombre.
29
Necesitaba ser fuerte. Por él. Por Tessa. Por Clare.
Miré a Alex, que estaba a mi lado. Le di una sonrisa de disculpa y le dije:
—Estoy bien, Roman. Y estaría mejor si no llegas a casa con agujeros de bala.
Él se rió entre dientes.
—Haré lo mejor que pueda.
—Te amo. Llámame cuando puedas.
—También te amo. Quédate con Alex, ¿de acuerdo?
—Bueno. Estoy a punto de darle de comer a la fuerza un pollo parmesano.
—¿Alfredo? —preguntó con una sonrisa contundente en su voz.
—Tú lo sabes.
Se rió.
—Utiliza parte de ese Tupperware que acumulas y guarda un plato a tu
hombre.
—Bueno.
—Pronto te pondré al día.
—Bueno.
—Te amo, Lis.
—También te amo.
Escuché durante unos minutos más, pero había colgado.
Con nuestra conexión cortada, mi coraje se evaporó. Independientemente de
lo que le había dicho a Roman, no estaba bien.
Básicamente estaba malditamente asustada.
Contrólate, Elisabeth.
Tomando una respiración temblorosa y pegando una sonrisa en el rostro, me
di vuelta hacia Alex y le devolví su teléfono.
—Así que, ¿quieres comer primero o decirme con quién hablabas antes por
teléfono que era tan importante que pudiste realizar la insondable hazaña de
rechazar la comida?
Sonrió.
—Comer.
Me dirigí a la nevera para desempacar la comida.
—Bueno. Luego, después de eso, ya que parece que estamos atrapados juntos,
puedes ponerme al día con tu mujer misteriosa.
Frunció el ceño.
—U hombre —corregí.
Frunció más el ceño.
Me encogí de hombros y añadí: 30
—O puedes ayudarme a escoger los muebles para las habitaciones de
huéspedes que necesitamos milagrosamente haber amueblado para mañana.
Honestamente no sabía si eso era posible, pero ante la perspectiva de comprar
muebles en línea, frunció el ceño aún más.
Apoyó la cadera en el mostrador y me estudió mientras preparaba su plato.
Hice mi mejor esfuerzo para mantener la fachada mientras servía los fideos, pero
justo cuando le entregué, me sujetó del codo para impedirme retroceder.
Levanté dramáticamente la cabeza.
Alex era un hombre apuesto. Del tipo fuerte y silencioso. Devon me hubiera
dado una charla y me aseguraría que todo estaría bien. Pero era Alex, así que todo
lo que conseguí fue un apretón de brazos. Pero, a pesar de lo mucho que estaba
tratando de no alterarme, ese simple gesto fue más que suficiente para romperme.
Estallando en lágrimas, planté el rostro en su pecho de barril.
Lo oí vagamente murmurar una maldición mientras incómodamente me daba
palmaditas en la espalda.
Pero estaba perdida en un mundo en el que tenía una hija y sólo tenía que
pedirle a mi ex esposo-prometido-amor de mi vida que no regresara a casa con
agujeros de bala.
Sí. Tenía preguntas para Roman, está bien.
¿Cómo demonios era ésta mi vida?
Capítulo cinco
Clare

D
espués que un equipo de doctores y enfermeras hubieran tocado,
pinchado e inspeccionado cada centímetro de mí, decidieron que me
quedara durante la noche. Asumí que era más para una evaluación
mental que para cualquier cosa que tuviera que ver con mis heridas
físicas. No podía culparlos; era un desastre.
Después que Heath trajera a Tessa, pasé las siguientes dos horas
sosteniéndola mientras miraba al vacío e intentaba juntar las piezas del
rompecabezas para resolver cómo había acabado allí.
Conmoción fue lo que los doctores habían decretado, mientras los había
escuchado asegurar a un extremadamente preocupado Heath que estaría bien
después de descansar un poco. Me había negado a los sedantes y los analgésicos
que habían ofrecido. No necesitaba estar drogada o dormir cuando Walt finalmente
apareciera.
Roman ocasionalmente asomaba su cabeza en la habitación para revisarnos y
31
capté un vistazo de los oficiales uniformados vigilando la puerta, pero Heath no
permitía que ninguno entrara.
Se sentó estoicamente en una silla al pie de la cama, mirándome fijamente,
como si le asustara que desapareciera si tan solo parpadeaba. Sus largas piernas se
estiraban delante de él y sus anchos hombros estaban reclinados contra el respaldo
de la silla, pero estaba tan lejos de estar relajado como era posible. Tenía la
mandíbula apretada, los labios presionados fuertemente, y abría y cerraba las
manos constantemente. Parecía como si estuviera suponiendo un gran esfuerzo
mantener su trasero en la silla y no pasearse por la habitación. O tomarme entre
sus brazos… pero eso era solo un pensamiento ilusorio, considerando que, en
realidad, no me había tocado desde que habíamos llegado al hospital.
Tessa se había dormido en mis brazos y aunque las enfermeras habían puesto
una cama para ella, me negué a dejarla.
Con el drama del día finalmente desacelerando, mi mente empezó a agitarse
con preguntas. La más importante, ¿quién era exactamente Heath Light/Luke
Cosgrove? No había que ser científico aeroespacial para pensar que era algún tipo
de oficial de la ley. Raramente los chicos normales andaban por ahí con dos
identidades diferentes. No es que yo fuera una experta en lo normal ya.
Me estaba muriendo por saber cuánto de este hombre sentado a los pies de mi
cama era Heath, el policía.
Y cuánto era Luke, mi único amigo.
Cuando el reloj dio pasada la medianoche y entró en un nuevo día, encontré el
valor para finalmente abrir la boca.
—Entonces, ¿eres policía? —acusé, la cabeza de Tessa se elevaba y caía con
cada movimiento de mi pecho.
—Soy un agente de la DEA —respondió, inclinándose hacia delante y
apoyando los codos sobre las rodillas, sin apartar nunca su mirada de la mía.
Fijé mi mirada en la pared mientras se llenaba de lágrimas de traición. Lo
sabía, pero oírlo confirmarlo ardía en maneras que nunca pude haber anticipado.
Sólo era mi entrenador personal. No es que hubiéramos forjado un vínculo
eterno sobre sentadillas y abdominales en el gimnasio. Pero, cuando estás
completamente sola en la vida, rodeada de oscuridad por todas partes, no toma
mucho más que una cálida sonrisa y simple conversación para convencerte de que
tal vez había más.
Pero todo había sido una mentira.
Era un agente de la DEA intentando defender su caso y fui dejada para llorar a
un buen hombre que nunca había existido.
Era demasiado.
—Vete —ordené, manteniendo mis ojos anclados en la pared amarillo pálido
de la habitación de hospital.
—Déjame explicar —replicó, pero no podía soportar ser alimentada con más 32
mentiras.
Dios sabe que Walt me había llenado con bastantes durante los años. Seguro
como el infierno que no iba a ser voluntaria para recibirlas de alguien más.
—No estoy interesada en ninguna explicación, Heath. —Pronuncié su nombre
con ira como si eso lo dijera todo. Y, de alguna manera, lo hacía.
—Clare —llamó, su voz tan amable y familiar que me rompió incluso más.
Luke se había ido, incluso cuando estaba directamente delante de mí.
Cuando un silencioso sollozo rebotó en mi pecho, envolví mis brazos
alrededor de Tessa y la apreté con fuerza.
—¿Estás… estás aquí para arrestarme? —tartamudeé.
Se puso de pie y dio un paso adelante, pero cuando me alejé de él, se congeló.
Sus ojos azul bebé se volvieron enojados y cerró las manos en puños con tanta
fuerza a sus costados que las venas de sus antebrazos sobresalieron.
—No —declaró firmemente.
—Entonces, vete.
No le creía. Le había confesado a Luke todos mis más profundos y oscuros
secretos el día que la policía había aparecido en el gimnasio. Sabía todo sobre la
sangre en mis manos y el fango en el que Walt casi me había ahogado. No había
manera que Heath pudiera pasar eso por alto. Iba a arrestarme e iba a perder a
Tessa de una vez por todas.
—Oh, Dios mío —dije con voz ahogada.
Días antes, había estado preparada para dejarla ir si eso significaba que
estaría en un lugar seguro. Había desgarrado mi corazón despidiéndome de ella
cada noche desde que le había mandado por correo nuestro ADN a Roman. Pero en
el momento en que Heath me había levantado en sus brazos, me había atrevido a
esperar que podría mantenerla.
Él había venido por mí.
Y, ahora, iba a quitármela.
—Pensé que podía confiar en ti —acusé, dejando caer mi barbilla a mi pecho
vacío para besar la cima de su cabeza—. ¿Al menos me dirás cuánto tiempo me
queda con ella?
—Clare, mírame —ordenó.
Mi visión nadó cuando levanté mi mirada a la suya.
Sus hombros estaban rectos y su alto cuerpo pulsaba con ira, pero su voz
permaneció suave.
—Puedes confiar en mí. Aún soy yo, Clare. Me conoces.
Negué con rotundidad.
—No. Conozco a Luke Cosgrove.
—Nombre diferente. Misma persona —masculló. 33
—¡No! —susurré hirviendo de ira—. Eres un policía que me manipuló para
conseguir mierda sobre Walt. Y personalmente me gustaría expresar mi
agradecimiento en ese tema. Honestamente, si me hubieras contado la verdad,
habría pasado mis días contando todos los detalles sobre él en lugar de mirar tus
abdominales. Pero, sólo para que quede claro, no eres la misma persona que Luke.
Su rostro se iluminó.
—No. Soy mejor que Luke. —Sonrió.
Sonrió.
Una enorme sonrisa de dientes blancos y que despertaba mariposas.
Estaba a punto de perder a mi hija y pasar el resto de mi vida en una celda, y
él sonreía.
—Eres un imbécil —espeté.
—No. Tampoco soy eso. —Se inclinó, apoyándose sobre los puños a los pies de
la cama.
Curvé mis piernas para evitar tocarlo. Aunque una parte de mí aún dolía por
salir de la cama, con Tessa en mis brazos, y aferrarme a su cuello… al cuello de
Luke.
Este tipo, sin embargo…
—No soy Luke. Y gracias jodido Dios por eso. Soy el agente Heath Light y voy
a asegurarme que nadie nunca te toque o a esa pequeña niña de nuevo. Luke
Cosgrove era un fastidio que no podía hacer ni una jodida cosa para ayudarte
excepto tomar un inventario diario de los moratones con los que entrabas y algún
hecho trivial que dejabas escapar sobre tu vida en casa. Yo, por otro lado, usaré
cada puto recurso que poseo para asegurar tu seguridad. Incluso si eso significa
echar a todo el gobierno federal encima de ese pedazo de mierda de tu marido. Así
que, no, no soy tu puto entrenador personal, pero soy tu amigo. Y puedes confiar en
mí cuando digo que nadie va a arrestarte, ni van a quitarte a Tessa. Ni la policía. Ni
la DEA. Y seguro como la mierda que no Walter Noir. —Se enderezó y se movió de
nuevo a la silla. Entonces, lentamente descendió, sus ojos fijados en los míos. Una
vez que estuvo asentado con sus piernas cruzadas, tobillo sobre rodilla, terminó
con—: ¿Preguntas?
Sonaba bien, pero si había aprendido algo de estar casada con Walt, era que
demasiado bueno para ser verdad era a menudo justo eso.
—Eres un mentiroso.
Sus cejas se alzaron.
—Oh, ¿lo soy?
—Sí. ¡Lo eres! —Me senté, llevando a Tessa conmigo. Estaba inconsciente y su
cuerpo dormido se dobló hacia el lado, su peso enviándola hacia el suelo.
Se movió de la silla, sus brazos se extendieron para atraparla, pero la sujeté y
la puse de nuevo contra mi pecho.
—¡No la toques! 34
Sus ojos se entrecerraron y pasó una mano por su espeso cabello rubio.
—¿No la toques? —preguntó con absoluta incredulidad.
No repliqué. Podría haber sido el único hombre en el que había confiado
alguna vez para tocarla. O, al menos, Luke lo fue.
—¿No la toques? —repitió con incredulidad.
—Me engañaste durante meses.
Asintió múltiples veces, su mandíbula cubierta de barba contrayéndose
mientras luchaba para mantener su compostura.
—Claro que lo hice —respondió, crujiendo su cuello—. Pero lo hice por ti. —
Inclinó su barbilla hacia Tessa—. Por ella. El hombre que conociste ese primer día
en el gimnasio era una mentira. Admitiré eso. Pero la persona que viste todos los
días después de eso era yo. —Clavó un pulgar en su pecho antes de apuntar un dedo
hacia mí—. Y la mujer que me diste no era el fraude que representabas para todos
los demás. Eras tú, Clare Cornwell.
Aspiré un profundo aliento ante el uso de mi nombre de soltera.
No estaba equivocado. Le había dado eso. Era la única persona con la que me
había sentido lo bastante cómoda para ser yo misma. No lo había entendido
entonces, pero lo había sentido de todos modos.
—Luke —susurré.
—Heath —corrigió—. Aún soy yo, Clare. Tu color favorito es el verde, como los
ojos de Tessa. Tomó aproximadamente dos semanas antes que se convirtiera en mi
color favorito también.
Oh, Dios mío. Mi corazón se detuvo.
—Tu afición favorita es la jardinería y deseaba como el infierno todos los días
poder sacarte y simplemente observarte perderte en una pila de tierra y
suministros sin fin de flores.
—Heath —dije con un suspiro.
—Tu comida favorita es la pizza, y podrías entusiasmarte durante horas sobre
qué aderezos estabas planeando para tu día mensual de trampas. Solía fingir una
risa y urgirte a apegarte a tu plan de comida, pero tomaba cada gramo de control
que tenía no empezar a meter pizza en el gimnasio y obligarte a que en realidad
comieras. Estás demasiado delgada, Clare. Y, por el amor de Dios, todos merecen
pizza más de una vez al mes.
Una risa estrangulada burbujeó por mi garganta y una triste, pero muy real,
sonrisa de Luke Cosgrove separó su boca. O tal vez esa sonrisa siempre había
pertenecido a Heath Light. No podía estar segura.
Dio un cauteloso paso hacia mí y, esta vez, mi corazón se aceleró por una
razón diferente.
—Lo entiendo —dijo—. Has recibido mierda total de los hombres. Pero esos
hombres no son yo. Mírame, Clare. Sabes quién soy. Sabes que puedes confiar en 35
mí. Fui retirado de tu caso el día que Walter te vio en mi oficina. Aun así, hoy,
arriesgué mi trabajo para llegar a ti. Eso no tuvo nada que ver con la investigación y
todo que ver contigo. Y lo haría un millón de veces siempre y cuando te trajera
aquí. Ahora mismo. Conmigo. Y voy a cuidar de ambas. —Asintió hacia Tessa—. Te
doy mi palabra, sin considerar lo que tenga que hacer para que suceda, esa vida se
ha terminado para ti. —Se acercó incluso más hasta que estaba avecinándose sobre
mí. Sus manos estaban todavía a sus costados, pero su proximidad era posesiva… y
no de una manera terrorífica.
No, la manera en que la calidez de Heath se envolvía a mi alrededor envió un
estremecimiento por mi espina dorsal al mismo tiempo que drenaba el miedo de mi
cuerpo tenso.
—Walt… siempre me dijo que la policía me arrestaría si sabían lo que había
hecho por él. Y te conté todo.
—Nadie aquí va a arrestarte. Especialmente yo no. Todos sabemos que eres
inocente en la mierda de Noir.
No podía hacer nada más que mirar. ¿Me había despertado en una dimensión
alternativa donde los criminales guardias por protección en lugar de trajes naranjas
y defensores públicos?
—¿Crees eso? —pregunté. Inicialmente, no había entendido por qué me
importaba lo que Heath creyera. Pero lo hacía. Tanto. No era una criminal y
necesitaba que lo supiera.
Replicó de inmediato.
—Probablemente más de lo que tú lo haces en este momento.
—¿Estás seguro? —chillé.
Sonrió de nuevo.
—Estaba seguro de eso desde la primera semana que te conocí.
Intenté reír, pero salió como un sollozo.
—¿Sabe tu jefe que estás haciendo estas promesas?
—Lo hará. Vamos a desmantelar a Walter. ¿Y adivina qué? Vas a ayudarnos.
Mis ojos se ampliaron mientras la bilis giraba en mi estómago.
—Yo… yo… —tartamudeé.
—Y voy a estar ahí para ayudarte. Todo el camino. Cada paso. Cada día. Lo
que sea que necesites. Estoy ahí.
Mi corazón se elevó mientras su manta de calidez me envolvía incluso más
apretado.
Aún no estaba segura que pudiera confiar completamente en él, pero sabía
con todo mi corazón que lo iba a intentar.
—¿Sí? —apuntó, sus ojos azules manteniéndome cautiva.
—Sí —acepté en un susurro. 36
Sonrió.
—De acuerdo. Ahora. ¿Qué necesitas ahora mismo?
Una nueva vida donde entraras en mi cafetería antes que Walt.
—¿Puedo tener un abrazo? —pregunté, usando mi hombro para limpiar mis
lágrimas.
—Puedes tener lo que sea que quieras de mí, Clare. Pero vas a tener que venir
a tomarlo. —Se dobló por la cintura, sobre la cama, ofreciéndome su torso sin
realmente ofrecerme un abrazo.
Pero era más de lo que nadie me había dado en tanto tiempo como podía
recordar, así que, sin dudar, lo tomé.
Poniéndome de rodillas, con Tessa sostenida contra mi pecho, enganché un
brazo alrededor de su cuello y empujé mi rostro contra su garganta. Sus brazos al
instante me rodearon mientras me apretaba, Tessa metida entre nosotros.
—Estoy asustada —susurré, insegura de qué más decir.
—Te tengo. —Rozó con su mandíbula el lado de mi rostro—. Te juro por mi
vida que te tengo.
Capítulo seis
Heath

D
espués de insistir que descansara, Clare insistió que moviera mi silla al
lado de su cama. No discutí. El sueño no iba a encontrarme esa noche,
pero tenerlo al alcance de mis manos haría maravillas en mi habilidad
de relajarme.
Eran bien pasadas las tres cuando su respiración finalmente se estabilizó
mientras se aferraba a mi brazo.
Había colgado cerca de una docena de llamadas y mensajes; e incluso más si
incluía las de Roman. Por más que me matara dejarla sola por siquiera unos
minutos, necesitaba ponerme al día con lo que fuera que estaba pasando con
Walter, así como resolver qué demonios iba a suceder con Clare y Tessa cuando
fueran liberadas. Debían ser tomadas en custodia protegida, y necesitaba dejar en
claro que iba con ellas.
Ella se removió un poco cuando saqué mi brazo debajo de su mano. En
silencio, salí del cuarto, mi teléfono ya presionado en mi oreja. Fue completamente 37
inútil cuando encontré ocho hombres esperando en el pasillo, todos ellos
alertándose con el clic de la puerta.
—Light. —Mi teniente, Mark Tomlinson, llamó, avanzando hacia mí.
Mi compañero agente y amigo cercano, Shane McIntyre, estaba a su lado.
—Heath —dijo Roman, levantándose del suelo de baldosa al lado de la puerta.
Un tipo gigante con cabello negro que nunca había visto estaba a su lado.
—Agente Light —dijo Rorke, dos de sus ayudantes uniformados acercándose
desde la derecha.
—Usted. —Apunté mi dedo a Rorke—. Sal de aquí.
—Light —advirtió Tomlinson—. Son de aquí.
Mantuve mi mirada pegada en el robusto detective mientras miraba de nuevo
a mi jefe.
—Seguro que lo son. También son la razón por la que Atwood está bajo tierra.
No los quiero cerca de ella.
—No tuvimos nada que ver con que uno de tus chicos muriera —dijo un
uniformado—. Tal vez tú…
Fue rápida, y sabiamente, silenciado por Rorke.
—¡Marco, suficiente! —Rorke subió su pantalón y enderezó su corbata—. Sólo
esperábamos interrogar a Clare y ofrecer cualquier protección que pudiéramos
hasta que Noir sea arrestado.
Podría no haber visto el memo sobre que el infierno se había congelado.
—A menos que hayas venido aquí con pruebas irrefutables de que tu topo está
bajo custodia, te puedes largar.
Tomlinson empezó a maldecir en voz baja. Pero no tenía nada que ganar
siendo respetuoso con Rorke o ninguno del departamento de policía. Aun así, con
Clare y Tessa del otro lado de la puerta, tenía todo que perder.
Me quedé plantado, mi pecho tensándose mientras pasaba mi mirada por los
hombros rodeándome.
—Nadie se le acerca sin mi permiso —declaré—. Y, en caso de que no haya sido
claro, Rorke, tus chicos nunca lo conseguirán. Te recomiendo mucho que
encuentres la jodida puerta y la uses. Nos encargamos desde aquí. —Giré mi
atención a Tomlinson.
Era joven para su puesto en la administración, pero había hecho más que
ganarse cada uno de sus ascensos. El hombre era bien respetado… en especial por
mí. Y, hasta donde sabía, el sentimiento era mutuo.
—¿Vas a respaldarme aquí? —le pregunté.
Descansó una mano en su cadera y usó su pulgar para limpiar la comisura de 38
su boca.
—Son políticas, Light. No podemos simplemente…
—Tienes que estarme jodiendo. —Muevo un dedo en dirección a Rorke—. No
hace ni un mes, alguien en su departamento dejó colgado a Atwood. Estaba a días
de ser metido en el ejército de Noir, y a horas de que su identidad fuera liberada en
el departamento de policía de Atlanta, fue encontrado con una bala en la parte de
atrás de su cerebro. Las políticas ya no tienen lugar aquí.
Su mirada se volvió dura mientras daba un paso autoritario en mi dirección y
bajaba su voz.
—No sé qué demonios está pasando contigo y esa mujer, pero no estás
pensando con claridad. No harás más enemigos para nosotros. Santo Dios, va a
tomarme un jodido año enterrar la cinta de vigilancia en la que sales atravesando la
puerta de Noir.
Me encogí de hombros con arrogancia.
—No es mi problema. Te advertí que la apagaras. Además, fui allá, y vi a ese
imbécil poniéndole las manos encima. Si esa no es una causa probable para entrar
en su residencia, no sé qué lo es.
Arqueó una ceja.
—No me digas tonterías. Deberías haber esperado los refuerzos.
Me reí amargamente.
—¿Esperar? ¿Querías que me quedara parado mientras mataba a la testigo
clave de nuestra investigación? —La mujer que se ha abierto paso tan
profundamente dentro de mi piel que ni siquiera puedo recordar qué se siente no
tenerla ahí. Mantuve eso para mí mismo.
Una sinfonía de preguntas fue disparada en múltiples direcciones, las cuales
iban todas por las líneas de: “¿Va a testificar en su contra?”.
Me incliné hacia adelante y susurré con arrogancia.
—Ahora lo hará.
Los ojos de Tomlinson casi se salieron de su cabeza, y todo su cuerpo se tensó.
Incliné mi cabeza hacia Rorke en una exigencia silenciosa.
Sus ojos se quedaron pegados en los míos mientras anunciaba.
—Rorke, tú y tus hombres quedan oficialmente liberados de esta
investigación. La DEA aprecia su apoyo en el asunto, pero nos encargaremos del
caso de Noir de aquí en adelante.
—No puedes hablar en serio —gruñó Rorke.
Tomlinson terminó con:
—Por favor deja cualquier y todos los archivos del caso para el final del día de
mañana.
—Esto es absurdo. No tienes los recursos para manejar esta clase de operación 39
sin la ayuda del Departamento de Policía de Atlanta —continuó Rorke en protesta,
pero McIntyre comenzó a llevarlo a él y sus hombres hacia el elevador.
Una vez que las puertas se cerraron tras ellos, el cuerpo de Tomlinson se
relajó y se pellizcó el puente de la nariz.
—Tiene razón, de ninguna forma tengo los recursos para manejar esto, Light.
Así que necesito que vayas allá dentro y descubras exactamente lo que ella tiene en
contra de Noir que pueda usar como ventaja para conseguir más personas y fondos.
—Puedo hacer eso —repliqué—. Pero, primero, quiero tu palabra de que
vamos a ponerla a ella y a la niña bajo protección. Y, al hacerlo, también me
asignarás como su número uno.
Frunció el ceño y negó.
—No. De ninguna manera. Después de la mierda de hoy, es obvio que estás
muy apegado.
Si él pensaba que escalar la pared de la fortaleza fue malo, no sabía ni la mitad
de esto. Si tuviera una idea de cómo me sentía sobre ella, estaría no solo fuera del
caso, sino también sin trabajo antes de poder explicarlo, asumiendo que pudiera
pensar en una explicación.
Mi única salvación era que nadie, ni siquiera Clare, sabía lo que sentía por
ella. Y era un secreto que me llevaría a la tumba.
—¿Demasiado involucrado? —pregunté con incredulidad—. Me enviaste para
ganarme su confianza y hacerla hablar. Hice ambas cosas, y me adelanté dos pasos
más trayéndola y convenciéndola de testificar. ¿Crees que una mujer destrozada
como ella va a estar emocionada de poner su vida en peligro después de que te
llevaste al único oficial en quien confiaba? —Por no mencionar el infierno que iba a
provocar si intentaban alejarla de mí.
—Lo siento. No puedo aprobarlo —declaró.
—No creo que tengas opción.
—Bueno, estoy pensando, si quiere protección para ella y su hija, va a
encontrar una forma de conseguirla sin ti.
Mi sangre empezó a hervir a una temperatura casi explosiva, pero antes que
tuviera oportunidad de pronunciar una palabra, Roman se unió a la conversación.
—¿Cómo dices? —dijo, acercándose a Tomlinson—. ¿Vas a negarle la
protección si insiste en quedarse con Heath?
—No dije… —empezó Tomlinson.
Roman explotó.
—¡Esa mujer ha pasado por un infierno sin que la manipules a cambio de su
seguridad!
—Quédate fuera de esto, Leblanc —ordenó Tomlinson—. No tienes idea…
—Vete al diablo. Sé lo suficiente. Estas pidiéndole que arriesgue su vida para
hacer tu caso y estás planeando usar su vida como ventaja para convencerla. —Se
detuvo y soltó una risa sin nada de humor—. Tú y el resto de la DEA pueden 40
chuparme la polla. Ella viene a casa conmigo.
Moví mi cabeza en su dirección, mi vello erizándose al instante.
—¿Disculpa?
Él me miró.
—Tengo el espacio. La seguridad; Leo va a enviar más hombres mañana. Y
ambos sabemos lo que dirán esas pruebas de ADN de Tessa cuando las ordene
mañana. Elisabeth no está emocionada por quitarle la niña a Clare, así que sí, me
escuchaste. Ambas vienen a casa conmigo. —Movió su atención de regreso a
Tomlinson, pero sus palabras iban dirigidas a mí—. Y, por como lo veo, ella
necesita todas las personas que puedan respaldarla, así que eres más que
bienvenido a venir con ella, Heath.
Mientras que me habría sentido mucho mejor con la DEA cuidando su trasero
que quienquiera que fuera ese Leo James que envió Roman, nunca era malo tener
opciones.
Sonreí a Tomlinson.
—Parece que no hablará después de todo.
—Light —advirtió—. Trata de poner toda esta mierda y bien podrías entregar
tu placa ahora.
Rebuscando en mi bolsillo trasero, saqué la placa y luego se la ofrecí.
—No hay problema si este es el tipo de hombre que eres, usando una mujer
inocente y su hija para conseguir un arresto.
Mi mujer. Mi hija.
Santa mierda.
Necesitaba que me examinaran la cabeza.
Cruzó los brazos sobre su pecho y frunció el ceño, haciendo saber que no
estaba aceptando mi renuncia medio tonta.
Nuestras miradas estaban fusionadas con hostilidad. Él era mi jefe, pero no
me retracté. Ni un centímetro. No cuando se trataba de Clare y Tessa.
Nunca cuando se trataba de ellas.
—O tomas mi placa o me das tu palabra —exigí, rompiendo el silencio.
Su mirada fue hacia la mano estirada y volvió a subir.
—Mierda, Light. ¿Qué estás haciendo? Tú no eres así.
Definitivamente no estaba equivocado en ello. Era conocido por ser tranquilo
y emocionalmente desapegado. Era muy bueno con estrategias bien pensadas.
Pero, de nuevo, nunca había conocido a Clare.
—Te lo pediré una última vez —respondí tranquilo—. Y solo porque te respeto
demasiado y sé que estás trabajando en un juicio rápido para lo que viste en ese
video de la casa de Noir. Tiene un hombre en que ella confía, teniente. Úsame. No 41
cruzaré ninguna línea. No me estoy acostando con ella. No es así. —Y, por mucho
que quemara mi lengua, tuve que recordarme que nunca lo sería. Me aclaré la
garganta y continué—. He pasado los últimos tres meses llegando a conocerla.
Tenemos el mismo objetivo aquí; su supervivencia. No hay nada, y quiero decir
nada, que no haría para asegurar eso. Podrías poner una docena diferente de
agentes con ella y ningún la mantendrá a salvo como yo. —Sostuve su mirada, pero
volví a meter mi placa en el bolsillo—. Ponme con ella y déjame hacer mi trabajo.
Cerró sus ojos y gruñó.
La esperanza se removió en mis venas.
—Mierda —gruñó—. Será mejor que me consigas algo bueno aquí, Light. Estoy
poniendo mi trasero en la línea.
Una sonrisa victoriosa se mostró en mi rostro.
—Ella lo odia. No tendré que conseguirle nada. Lo dará felizmente.
—Sabes que se fue cuando nuestros muchachos llegaron —informó.
Lo supuse. Teníamos vigilancia en la casa de Noir, pero no era como en las
películas viejas donde había chicos a la vuelta de la esquina en una furgoneta sin
marcas.
—Es otra razón por la debemos estar vigilantes —repliqué.
Él asintió y se apretó el puente de la nariz.
—Enviaré un equipo donde Leblanc tan pronto como le den de alta. —Movió
su atención a Roman—. ¿Estás trabajando con Leo James?
Roman asintió cortante, el tipo grande detrás de él se relajó un poco.
—No me puedo imaginar dónde conseguiste su nombre —dijo
sarcásticamente—. Estoy seguro que no tuviste nada que ver con eso, Light.
Sonreí.
—Nop. Pura suerte.
—Claro. Bueno, Leo fue el líder de mi equipo antes que dejara el
departamento. Estás en buenas manos. Le llamaré y organizaré las cosas. Ahora, si
me disculpan, tengo una jodida cantidad de llamadas que regresar. —Se giró sobre
sus talones y se alejó, dejándome sonriendo como un maniaco en medio del pasillo
del hospital.
Roman esperó que Tomlinson girara en la esquina antes de preguntar.
—¿Está dormida?
—Las dos lo están.
—Bien. Lo necesitan. —Inclinó su barbilla hacia donde Tomlinson había
desaparecido—. ¿Enviará a alguien a cuidar la puerta?
—Si tengo que adivinar, hay un mar de hombres abajo, pero sí. Le enviaré un
mensaje para decirle que mande a alguien aquí —murmuré y extendí mi mano.
42
Él la agarró con la suya, pero la soltó inmediatamente. Cuando alcé la mirada,
sus ojos estaban llenos de determinación que hacían juego con los míos.
—Vamos a encargarnos de ellas —dijo.
—Claro que sí —estuvo de acuerdo.
—No. Heath. Nosotros vamos a encargarnos de ellas. Sin importar el costo.
Sin importar el sacrificio. La prioridad número uno y dos están detrás de esa
puerta. La forma en que ponemos esas prioridades pueden ser diferentes, pero eso
no quiere decir que no estemos juntos en esto. ¿Me entiendes?
Asentí y agarré su mano con más fuerza.
—Las dos son mi prioridad número uno, Roman. Pero sí, te entiendo.
—Bien. Devon y yo estaremos aquí toda la noche. Adelante y vuelve adentro
antes que se despierte.
Qué jodido plan más bueno. Fue un día triste cuando ya estaba anhelándola
después de estar lejos de ella por diez minutos.
Dios, estaba jodido.
Capítulo siete
Clare

—¿A
dónde vamos? —pregunté nerviosamente cuando Heath
hizo otro giro en la curva 285.
Mantuvo los ojos en la carretera mientras respondía:
—Simplemente estamos tomando la ruta pintoresca para
asegurarnos de que no nos siguen.
Me giré y miré por la ventana trasera para ver el tráfico normal, sin señales de
Walt o alguno de sus chicos… hasta donde me alcanzaba la vista.
—Gírate y relájate —ordenó.
—Claro —acepté, poniéndome recta en el asiento y, una vez más, ajustando la
bata demasiado grande que el hospital me había dado para llevar.
Relajarse era más fácil de decir que de hacer. No lo experimentaba a menudo
y después de mis instrucciones de esta mañana por parte de Mark Tomlinson, que
tenía cabello canoso y se parecía a Richard Gere, no era algo que pensaba que 43
experimentaría muy pronto.
Nadie había visto u oído de Walt desde que Heath lo había dejado
inconsciente en nuestra entrada. Pero conocía a Walt; estaba en alguna parte,
lamiéndose las heridas. Solo podía rezar para que estuviéramos a salvo en casa de
los Leblanc, bajo el ojo atento de la DEA y el equipo de seguridad privado de
Roman, para el momento en que decidiera hacer su movimiento.
—Oye —llamó Heath para captar mi atención—. Estamos bien, ¿sabes?
Tenemos un auto delante de nosotros liderando el camino y un auto detrás
vigilando por cualquier cosa sospechosa. Sólo estoy esperando que esté todo
despejado antes de ir a casa de Roman.
—Oh —susurré. Algo similar al alivio, pero mucho menos relajante, se
apoderó de mí. Al menos, si lo que había dicho era verdad, probablemente no
seríamos disparados en medio de la carretera.
—¡Luke! —gritó Tessa.
Casi salté de mi piel cuando intenté gatear sobre la consola central para llegar
a ella antes que el brazo de Heath fuera entre los dos asientos y me bloqueara en el
frente.
—¿Estás bien ahí atrás, Tessi? —preguntó al espejo retrovisor. Frío, calmado y
sereno. Todo lo que yo no era.
—Derramé mi pescado —replicó tan afligida por la pena como una niña de
casi tres años podía estar sobre haber derramado su aperitivo favorito.
—¡Bueno, rápido! Atrápalos antes que se alejen nadando. —Heath se rió.
Ella soltó una risita.
—¡No pueden nadar, Luke!
Le había dicho esta mañana que lo llamara Heath, pero yo aún lo llamaba
Luke en ocasiones. Definitivamente iba a haber una curva de aprendizaje que nos
involucraba a las dos.
—¡Oh! Te refieres a tus galletitas saladas —se burló—. Pensé que podrías
haber traído a tu pez mascota contigo.
Ella se carcajeó.
—¡No tengo pez!
Nunca había tenido ningún tipo de mascota. Los animales no estaban
permitidos en la casa de Walt. Excluyéndole a él, por supuesto.
—Clare. —La voz de Heath era baja, así ella no podía oírlo—. Tienes que
calmarte y mostrarle que no hay nada de lo que asustarse.
Tragué con fuerza e hice mi mejor esfuerzo para desacelerar mi apresurado
corazón.
—Sí. Podría necesitar un video de enseñanza de paso a paso sobre cómo
hacerlo.
Giró la cabeza en mi dirección, mostrándome sus ojos azules y una de sus 44
sonrisas distintivas que trasformaban todo su rostro del rudo Heath Light al
amable y despreocupado Luke Cosgrove.
—No estoy seguro que en YouTube hagan tutoriales para eso —bromeó.
Froté mis sudorosas palmas sobre mis muslos.
—Sí, no puedo imaginar “cómo relajarte mientras huyes de tu neurótico
marido señor del crimen” tenga mucho público.
—Probablemente no —replicó, mostrándome otra de esas sonrisas mientras
ponía el intermitente y se movía al carril de salida.
—¿Estamos saliendo de aquí? —pregunté.
—Sí.
Una segunda ronda de nervios se arraigó en mi estómago, pero por una razón
completamente diferente.
—¿Cuán lejos estamos?
—A unos cincuenta minutos, dependiendo del tráfico.
Bajé la visera y usé el espejo para inspeccionar mi rostro por primera vez
desde que habíamos llegado al hospital. Basada en la visión disminuida, había
sabido que mi ojo iba a lucir mal, pero no estaba preparada para el resto. Los
doctores habían pegado numerosos cortes en mi rostro y todos empezaban a
amoratarse. Mis labios estaban hinchados y la sangre seca aún manchaba la
esquina de mi mandíbula por el corte en mi oreja, a pesar de la ducha de treinta
segundos que había tomado mientras Tessa había jugado al escondite con la cortina
de la ducha.
Heath se había ofrecido a cuidarla mientras ella se había sentado en su
regazo, viendo videos en un iPad que él mágicamente había producido. Sin
embargo, no había estado preparada ni de cerca para tener una puerta
dividiéndonos si Walt aparecía.
Cerrando la visera, me rendí con la causa perdida que era mi rostro. Me veía
horrible, pero no había ni una cosa que pudiera hacer para arreglarlo.
Los nervios me invadieron de nuevo.
—¿Estás bien? —le preguntó al parabrisas.
Eché un vistazo a Tessa, luego le pregunté a él:
—¿La has conocido?
—¿A quién?
—Elisabeth Leblanc.
Suspiró.
—Sí. Una vez.
—¿Cómo es? Quiero decir… ¿es agradable? —Mentalmente me reprendí por
parecer una chica de escuela. Tenía veintiocho años, pero nunca había sido buena
con las mujeres. Sin embargo, dado mi actual aprieto, tampoco estaba tan genial 45
con los hombres—. No importa. No respondas a eso. Estoy segura de que es genial.
Nos está abriendo su casa.
—Se parece a Tessa. —Sus ojos destellaron en los míos, luego de nuevo en la
carretera—. Sólo quiero que estés preparada para eso.
Me enfoqué en mi regazo.
—Sí. He visto una foto de ella.
—Aunque es inquietante. La primera vez que la vi, no podía apartar los ojos de
ella.
Mi estómago dio un vuelco. ¿Por qué dolía eso? Y no la idea de que se
pareciera a Tessa, había aceptado ese divertido hecho hace semanas. Sino la idea de
Heath mirándola embobado, ardió de una manera que no tenía derecho a sentir.
—Estoy segura de que es hermosa —murmuré y me removí incómodamente
en mi asiento.
Giró la cabeza en mi dirección, con los labios apretados y una ceja arqueada
con curiosidad.
—Sólo quiero decir que, si se parece a Tessa, tiene que ser hermosa. —Sonreí.
Sus manos se tensaron alrededor del volante.
—No hagas eso —dijo bruscamente.
Mi cabeza se echó hacia atrás ante su tono.
—¿Hacer qué?
—Poner esa sonrisa falsa y mentirme.
—Lo siento. ¿Qué? —espeté, mirando hacia atrás a Tessa y encontrándola
astutamente escuchando nuestra conversación. Le sonreí y le guiñé un ojo.
Me devolvió la sonrisa, pero nunca alcanzó sus ojos.
—¿Ves? Incluso le estás enseñando a hacerlo —dijo… de nuevo bruscamente.
Ladeé la cabeza, apoyé un codo en la consola y siseé:
—¿Cuál es tu problema?
—No me calmes con una sonrisa —replicó cortantemente—. Abre la boca y
dime qué te molesta.
—Nada me molesta excepto tu actitud.
Moviendo su mirada al espejo retrovisor, preguntó:
—¿Y qué hay de ti, dulzura? ¿Te preocupa algo ahí atrás?
Me miró con ojos amplios y al instante negó.
—No.
Mierda. Estaba asustada. La culpa llenó mi estómago. Había visto demasiado
en su joven vida. Si quería que se sintiera cómoda con Heath, definitivamente iba a
ser una cosa de predicar con el ejemplo.
Respiré profundo mientras él se detenía en un semáforo en rojo.
46
—No te estaba calmando con una sonrisa —mentí.
Se giró en su asiento para enfrentarme, descansando su musculoso antebrazo
en el volante.
Me centré en Tessa para evitar su mirada, y su sexy antebrazo, antes de
continuar:
—Sólo estoy nerviosa por conocer a Elisabeth y verme… bueno. —Moví mis
manos sobre mi rostro y mi cuerpo cubierto por la bata—. Así.
Con cautela, miré en su dirección, pero su expresión era ilegible.
Lenta y deliberadamente, pasó sus ojos sobre mí de la cabeza a los pies, un
estremecimiento extendiéndose por mi piel en su estela.
Cuando llegó de nuevo a mi rostro, se lamió los labios y me dijo:
—Te ves como una superviviente, Clare. Y el minuto en que encuentras algo
feo en eso, es el momento en que tenemos problemas.
Mierda. Eso se sintió bien. Y, si se hubiera detenido ahí, probablemente
podría haber superado el resto del camino sin lágrimas. Pero no se detuvo ahí.
—Tessa —llamó—. ¿Cómo crees que tu mamá se ve hoy?
—Hermosa —respondió.
Él sonrió y me guiñó.
—Tu chica tiene buen gusto.
Lo hacía. Pero solo porque siempre le había gustado él.
Mi barbilla empezó a temblar mientras luchaba por reprimir las lágrimas.
—Gracias, Heath.
—No puedes agradecerme por la verdad.
Estaba equivocado. Pero no tenía las palabras para corregirlo.
La luz se puso en verde y lentamente aceleró. Sin embargo, una sucia y rota
parte de mí, fue dejada para siempre en el semáforo. Él la había quitado y
reemplazado con algo de lo que estar orgullosa. La más pequeña sonrisa curvó mis
labios mientras una solitaria lágrima bajaba por mi mejilla.
—Elisabeth y Roman son buenas personas, Clare —comentó,
malinterpretando mis rebosantes emociones—. No te llevaría allí si no supiera eso.
Asentí y miré por la ventana. Sentí sus ojos en mí de vez en cuando, pero no
habló el resto del camino, permitiéndome mi propio momento de privacidad,
incluso cuando estaba sentado justamente a mi lado. Era la cosa más amable que
podría haber hecho. Y desnudó otra parte de mi suciedad y la dejó al lado de una
carretera de Georgia.
Justo donde pertenecía.
Diez minutos después, Heath siguió a un auto negro idéntico por un camino
privado. Encontré inmediatamente consuelo en la falta de una puerta.
Claro, no había nada para mantener a alguien fuera. 47
Pero tampoco había nada para mantenerme encerrada dentro.
Una enorme, pero de alguna manera modesta considerando quién era Roman,
vieja casa blanca victoriana con tonos azules oscuros, se erguía en medio de un
estacionamiento privado de tamaño decente. El patio era de lejos más grande que
el nuestro —no, el de Walt—, pero la hierba y el parterre necesitaban un poco de
seria ayuda.
Y entonces la vi. De pie en el porche delantero, los brazos cruzados sobre el
pecho para alejar el frío de noviembre, su costado presionado en el pecho de
Roman, la boca de él en su sien, la ansiedad grabada en su rostro.
No había estado equivocada, era hermosa. Y mentiría si no admitía que una
punzada de celos me golpeó. Esta era su vida. Lo peor que probablemente le había
pasado alguna vez era tener un césped de mierda y un parterre descuidado. No
quería que viera a mi bebé. Para ser capaz de ofrecerle algo que yo no podía…
estabilidad.
Ahí estaba, en su vestido de diseñador y tacones, con un hombre que la
adoraba y que probablemente nunca le había levantado la mano.
Era una mejor versión de mí… mejor de lo que nunca sería.
El corazón se me subió a la garganta.
—No puedo hacer esto.
—Entonces esperaremos hasta que puedas —dijo Heath, poniendo el auto en
punto muerto, pero dejó el motor encendido.
Mantuve los ojos fijos en los de ella mientras se giraba y le preguntaba algo a
Roman.
Incluso a metros de distancia, su parecido con Tessa era asombroso y dolía
muchísimo. En ese momento, sin considerar que lo había deseado por las últimas
semanas, egoístamente ya no quise que fuera la madre biológica de Tessa.
Ese era mi trabajo.
La ansiedad empezó en mis manos, gradualmente moviéndose hasta engullir
todo mi cuerpo.
—Respira. —Oí decir a Heath, y, momentáneamente, me las arreglé para
apartar los ojos de Elisabeth.
La preocupación llenaba su hermoso rostro, pero fueron sus reconfortantes
ojos azules los que traspasaron mi pánico.
Exhalé sobre un sollozo cuando lancé mis brazos alrededor de su cuello.
—No puedo hacer esto.
—Mierda. —Lo escuché murmurar mientras enterraba mi rostro en su cuello.
Su brazo izquierdo envolvió mis hombros, pero sentí su cuerpo avanzar y su brazo
derecho alcanzó el asiento trasero—. Está bien, dulzura —calmó—. Todo está bien.
Levanté mi cabeza un poco y vi su mano dando palmaditas en la pierna de 48
Tessa. Por las lágrimas silenciosas que caían por su rostro de inmediato me
despejé.
—Oye. Oye. Oye —arrullé, enderezándome y secando mis ojos—. ¿Qué pasa?
—Estás llorando —chilló, limpiando sus mejillas con el dorso de sus manos.
Mierda. Mierda. Mierda.
Levanté mi mirada a Heath, quien estaba estudiándonos cautelosamente.
—Correcto. Bueno… —Respiré profundamente e hice mi mejor esfuerzo para
recomponerme—. Soy feliz, cariño. Aquí es donde nos vamos a quedar por un
tiempo. —Hice un gesto fuera de la ventana—. Estaremos a salvo aquí. ¿Recuerdas
a Roman? Va a dejar que nos quedemos con él y su esposa.
Ella miró por la ventana, entonces a Heath por un instante antes de volver a
mirarme.
—¿También Luke?
Sonreí, y ni siquiera fue falsa.
—Sí, cariño. Heath va a quedarse también.
Asintió, su pequeño cuerpo relajándose visiblemente en su asiento del auto.
Suspiré y apreté el brazo de él.
Entonces, salté doscientos metros en el aire, aunque eso podría ser una
exageración, cuando Tessa gritó:
—¡Perro!
—Calma —urgió Heath, señalando por la ventana donde un pequeño Yorkie
estaba trotando hacia nuestro auto, soltando pequeños ladridos con cada paso.
Cerré los ojos y retorcí las manos en el regazo.
—Apesto en esto de la calma.
—Tal vez deberíamos revisar YouTube, sólo por si acaso.
Abrí los ojos y lo encontré mirándome con una sonrisa traviesa.
—No podría doler. —Le ofrecí una débil sonrisa.
—¿Estás lista?
Negué y aspiré un profundo aliento.
—No. —Suspiré—. Pero supongo que no puedo vivir en un auto del gobierno
para siempre.
Amplió su sonrisa, causando un aleteo en mi estómago.
—Oh, no lo sé. No tiene baño. Pero podría llevarte al lavadero de autos una
vez a la semana.
Desabroché mi cinturón de seguridad.
—Cuidado. Encuentras una manera de proveer wifi para el iPad de Tessa y
podría tomarte la palabra.
49
Se encogió de hombros y ofreció:
—Puede usar mi teléfono.
Ni siquiera había palabras para expresar lo buen chico que era. Y no sólo
porque estaba cuidando de mi hija y de mí, sino porque encontraba momentos para
hacerme olvidar que necesitaba que cuidaran de mi hija y de mí en absoluto.
—¡Mamá! ¡Perro! —chilló Tessa.
Sostuve su mirada y sentí otro de mis pedazos dañados alejarse.
—Creo que estoy lista —susurré.
Su sonrisa se desvaneció mientras buscaba en mi rostro.
—Asegúrate, Clare. No tenemos prisa.
Moví un pulgar hacia Tessa.
—Creo que Cesar Millan ahí atrás no estaría de acuerdo contigo.
—¡Mamá! Perro. Mira, Luke. ¡Perro!
Sus ojos bailaron con humor.
—No tengo idea de quién es ese.
Me reí y abrí la puerta.
—Entonces, probablemente deberías dejar que el perro me susurre a mí.
Apagó el motor y abrió su puerta. Después de salir, estiró su corpulenta figura
antes de inclinarse de nuevo hacia el auto, preguntando:
—¿Estás segura que estás bien?
Otro pedazo roto golpeó el suelo cuando me levanté por mi propio pie.
—Lo estoy ahora.

50
Capítulo ocho
Elisabeth

—¡L
oretta! —grité tras la perra cuando corrió hacia el auto de
Clare.
—Deja que vaya —murmuró Roman en mi cabello—. Puede ser
el comité de bienvenida.
—¿Y si no les gustan los perros?
Sus hombros se estremecieron mientras se reía.
—Estoy casi seguro de que Light puede hacerle frente a un Yorkie de seis kilos.
Tenía un punto, pero estaba a punto de perder la cabeza. Llevaban sentados
en el auto unos buenos cinco minutos. Los nervios me estaban matando. ¿Y si Clare
había cambiado de opinión?
La DEA había estado en nuestra casa toda la mañana, inspeccionando la
seguridad y charlando con Leo, quien de alguna manera logró llegar a mi puerta
delantera incluso antes que acabara de salir de la cama. No es que haya dormido. 51
Había pasado la noche preocupada por Roman. A pesar de que no lo había tenido
de regreso por mucho tiempo, esa cama se sentía demasiado grande sin él.
Cuando llegó a casa apenas una hora antes, estaba hecha un desastre. Era
Roman, sin embargo. Me envolvió en sus brazos y me apartó del borde de la locura.
Seguía siendo un manojo de nervios, pero al menos era manejable con él a mi lado.
—Oh Dios —murmuré, cuando vi la puerta del pasajero del SUV abierta,
inmediatamente seguida por la del lado del conductor.
—Tómatelo con calma, Lis. Está asustada.
Correcto. Tranquila. Podía hacerlo genial.
La voz de una niña vino del interior del SUV.
—¡Mira! Mira, mamá. ¡Perro!
No podía hacerlo genial. Ni siquiera podía hacer un poco bien. Grandes
lágrimas, gordas y feas brotaron de mis ojos.
—No es exactamente lo que quise decir, nena —dijo Roman, atrayéndome
contra su pecho.
—Lo siento. Yo sólo... —Las palabras murieron en mis labios al ver a una
mujer que solo era reconocible como tal por su largo cabello rubio y su pequeña
complexión—. Santa mierda. —Respiré, la bilis subiendo por mi garganta.
—Ella está bien —dijo Roman.
Salí de sus brazos.
—Ella no está bien —corregí, acercándome hacia ella.
Solo di unos pasos antes que sus ojos (o por lo menos suponía que eran sus
ojos, ya que uno estaba tan hinchado que ni siquiera podía ver el blanco)
aterrizaran en mí.
Con el aspecto que tenía, no tenía idea de cómo era posible, pero una
cegadora sonrisa abarcó su rostro. Solo vaciló por unos brevísimos segundos
cuando nuestras miradas se encontraron.
Le devolví la sonrisa y torpemente, levanté y ondeé mi mano en un hola.
Miró a Heath mientras escuchaba el retumbar de su voz profunda, pero no
pude entender lo que le dijo.
Ella asintió, cerró la puerta del auto y se dirigió hacia mí.
Con cada paso que daba en mi dirección, mis nervios se intensificaron. Lo que
empezó como un nudo en el estómago rápidamente se convirtió en un dolor furioso
que amenazaba con dominarme.
Para cuando se detuvo a unos metros de mí, no estaba segura de poder hablar
más allá del nudo en mi garganta.
De alguna manera, lo logré.
—Creo que podría vomitar.
52
Síp. Era la reina de las primeras impresiones.
Parpadeó.
—Quiero decir, estoy realmente nerviosa ahora mismo.
Sus labios hinchados temblaron.
—Yo también.
—Oh, gracias a Dios. —Exhalé, extendiendo una mano—. Soy Elisabeth.
La tomó y la estrechó suavemente.
—Clare.
Su voz era tan suave y femenina, pero no tan tímida como yo esperaba. En
realidad, parecía estar manteniendo su mierda junta mejor que yo.
Todavía sosteniendo su mano, le dije:
—Así que, Roman me dijo que lo hiciera bien, pero no voy a mentir, no tengo
idea de cómo hacerlo. Estoy fallando miserablemente.
Sonrió.
—Yo tampoco soy una experta. Lo perdí en el SUV cuando llegamos.
Sonreí.
—¿Está mal que admita que escucharte decir eso me hace sentir mejor?
Soltó una risita antes que se atrapara en su garganta. Jugueteó nerviosamente
con la parte baja de su demasiado grande bata de hospital.
—Sé que se supone que estoy presentándome y diciendo gracias por acogernos
en tu casa. ¿Pero está mal de mi parte admitir que la única cosa que quiero saber
es, si y cuando planeas arrebatármela? —Su barbilla tembló mientras que sus ojos
se llenaron de lágrimas.
—No —jadeé, negando con firmeza. Solté su mano y la envolví en un abrazo.
Ella vino de buena gana, ambas rompiendo a llorar.
—No te la voy a arrebatar. Lo juro por mi vida —juré.
Su cuerpo tembló, pero me sostuvo apretada.
Me alejé y cuidadosamente puse mis palmas en ambos lados de su maltratado
rostro, su mirada azul, reunida con la mía verde.
—Perdí a mi hijo, Clare. Ninguna madre merece eso.
—Ella es todo lo que tengo —suplicó innecesariamente.
—No vamos a arrebatártela —le juré.
—Es sólo…
—Te doy mi palabra. No vamos a arrebatártela. La queremos segura, pero te
prometo que queremos lo mismo para ti. Roman me dijo hace mucho tiempo que la
biología no te convierte en familias. El amor hace las familias. Ella es tu hija. La
llevaste. La has mantenido a salvo. Sólo queremos ser parte de su vida.
Inhaló una respiración temblorosa y recorrió mi rostro. 53
—Siempre pensé que se parecía a mí.
Bajé una mano y golpeé suavemente un dedo encima de su corazón.
—Ella lo hace aquí. Todo lo que ella es por dentro, es obra tuya.
Se rió sin humor y se retiró de mi alcance.
—No estoy segura que eso es algo bueno a estas alturas. Ha pasado por
mucho.
—Pero ahora está aquí. Y eso también fue obra tuya.
Cerró los ojos con reverencia.
—Cristo, ¿cómo son tan agradables?
Sonreí.
—Supongo que lo que Dios se olvidó de darme en calma, lo compensó en
agradable.
Se rió y abrió los ojos.
—Gracias. Por, ya sabes, abrirnos tu casa y tu amabilidad. Esto podría ser muy
incómodo y lo estás haciendo... bueno, fácil.
—Lo mismo va para ti, ya sabes.
Se enfocó en el suelo y se metió un mechón de cabello suelto detrás de la
oreja.
—Entonces, ¿quieres conocerla?
Mi sonrisa creció.
—Me encantaría.
Levantó la cabeza y una sonrisa tímida pasó por sus labios. Señaló por encima
de mi hombro.
—Le gusta tu perro.
No sabía cómo me perdí el que haya salido del auto, pero mientras me daba
vuelta, el mundo entero desapareció excepto por una niña rubia con tirabuzones,
deslumbrante, de ojos verdes y la sonrisa más asombrosa que jamás había visto.
Heath la tenía sobre sus hombros, y Roman estaba sosteniendo a Loretta para
que ella la acariciara.
No me importó en los más mínimo que cuatro agentes armados de la DEA se
estaban cerniendo alrededor de nosotros.
O que mi comedor se había convertido en una sala de seguridad que ahora
albergaba guardaespaldas.
Tampoco me importó que Leo James y dos nuevos tipos llamados Jude y
Ethan, estuvieran esperando al otro lado de mi puerta para darnos una charla sobre
seguridad.
No. No me habría importado menos.
Ese momento era perfecto.
54
Igual que ella.
—Es hermosa —susurré.
—Por dentro y por fuera —respondió Clare—. Vamos. Te presentaré.
Se alejó, pero no pude moverme.
—¡Mamá! Su nombre es Retta —le dijo a Clare mientras se deslizaba de los
hombros de Heath y se metía en los brazos de su madre.
Clare me sonrió por encima del hombro antes de susurrar algo en la oreja de
Tessa.
Entonces mi corazón estalló con amor absoluto.
—Hola, Lisbeth —gritó con voz angelical.
Y había pronunciado la S. Estaba segura que era porque no podía decir la Z
todavía. Pero lo tomé como una señal.
El rostro de Roman se iluminó cuando hicimos contacto visual. Levantó su
barbilla en una orden silenciosa para que me uniera a ellos, pero eso no fue lo que
hizo que mis pies se movieran.
—¿Quieres ver a perro? —gritó Tessa, señalando a Loretta.
Había tenido, y amado, esa perra durante cinco años, pero nunca había estado
tan emocionada de “verla” en toda mi vida.
—Me encantaría. —Me reí, caminando, con los tacones hundiéndose en la
hierba.
—¿Le gustan las pelotas? —preguntó Tessa a Roman.
Él se rió entre dientes.
—Nah. El único truco de Loretta es no derramar una gota mientras se mea
dentro de mis zapatos.
—Fue una sola vez cuando era una cachorra, Roman. Es hora de que dejes ir el
rencor —me burlé, deslizándome cerca de él—. No le gustan las pelotas —le informé
a Tessa—. Pero tiene juguetes ruidosos dentro, a los que le gusta masticar. ¿Quieres
ver?
Ella cautelosamente miró a su madre y luego a Heath.
—¿Vamos adentro?
—Sí, dulce niña —respondió Heath, alzando la mano para chocar las cinco;
Tessa le regresó el gesto con entusiasmo.
—Hice galletas —dije, mientras todo el mundo empezó a caminar hacia la
puerta—. Bueno, es más como una barra de galletas. No tenía bandeja para el
horno y todas se derritieron juntas, pero podemos cortarla en galletas.
—¡Sí! —gritó Tessa, dando palmadas en el hombro de Clare—. ¿Podemos tener
galletas, mamá? Por favor. Por favor. Por favoooor.
Clare apretó sus labios mientras me miraba por el rabillo del ojo, pero sus
palabras eran para su hija.
—No lo sé. Depende de qué clase son. 55
—Uh... ¿Chispas de chocolate? —dije nerviosamente.
¿Qué pasa si Clare fuera algún tipo de fanática de la salud y no permitía que
Tessa comiera dulces? Realmente debí haber abordado este tema con ella antes de
ofrecerle galletas. Maldita sea.
Clare frunció el ceño ante Tessa.
—Lo siento, cariño.
Pero la niña no parecía ni remotamente molesta. Ella se echó a reír.
—¡No puedes comerlas todas!
Clare sacó los labios en un exagerado puchero.
—Pero, pero, son mis favoritas.
Tessa continuó riéndose, y mis preocupaciones se alejaron.
—¿Qué tal si tomas la mano de la señora Elisabeth y las tres hacemos una
carrera y vemos quién llega primero?
Mi aliento se dificultó y un escalofrío erizó los vellos de mi nuca.
Oh Dios.
Tessa me miró cautelosamente como si sopesara su decisión. Volvió a mirar a
Heath, quien le dirigió una sonrisa y un breve asentimiento, antes de levantar su
diminuta mano hacia mí.
Me había equivocado antes. Ese fue el momento en el que mi corazón estalló
con amor absoluto.
Tomé su mano en la mía y traté de mantener a raya la humedad nadando
detrás de mis párpados.
Ella sonrió.
—Espero que vayas rápido. A mamá le encantan las galletas con chispas de
chocolate.
Reí y las lágrimas se derramaron. Hice todo lo posible para ocultarlas, pero no
se detuvieron.
Ella era perfecta.
De pies a cabeza.
Por dentro y por fuera.
Clare me dio una sonrisa comprensiva y me sacó de mi miseria emitiendo un:
—Uno, dos, tres, vamos.
Ella levantó el brazo de Tessa, e hice lo mismo, levantándola de sus pies
mientras nos dirigíamos a la puerta principal, Heath y Roman en nuestros talones.
Esas podrían haber sido las más tristes y trágicas galletas con chispas de
chocolate que algunas ves había horneado.
Pero sentada en un taburete de bar, escuchando reír a Tessa cuando Clare 56
fingía ser el monstruo de las galletas, llorar cuando derramó su leche, y luego reírse
de nuevo cuando Roman dejó a Loretta lamer un poco del suelo, las convirtió en las
galletas con chispas de chocolate más increíbles que jamás hubiera comido.
Capítulo nueve
Heath

—B
ueno, como puedes ver, esta habitación… está más bien... uh,
desnuda —dijo Elisabeth, abriendo la puerta directamente
enfrente de la habitación de Clare.
No estaba bromeando. La habitación estaba vacía con la
excepción de un colchón hinchable y una pequeña mesa de noche a su lado.
—Ah, y ésta no tiene baño privado. Vas a tener que compartir el del pasillo
con Devon y Alex. —Hizo una pausa—. Mierda... y supongo que todos los demás
chicos nuevos también —Se preocupó tocándose su collar fino y de oro—. Me
imaginé que sería mejor darles a Clare y a Tessa la que tiene el baño. Incluso si se
ve fatal. Haré que alguien venga a renovar pronto. Es muy feo en este momento.
—Estoy seguro que está bien —dije, poniendo la bolsa, que mi hermana,
Maggie, me había traído, en el suelo.
—Los muebles nuevos estarán aquí el lunes —agregó. 57
—¿Es esta tu habitación, Luke? —preguntó Tessa, apretando para pasar a mi
lado, Clare detrás de ella.
A pesar de que estaba impresionado con lo bien que Tessa se estaba
ajustando, Clare estaba empezando a preocuparme. En algún momento alrededor
de la cena, su valiente sonrisa se había desvanecido y se había cerrado. No había
comido nada, y cuando le había preguntado si quería ir a acostarse, había negado y
desviado sus ojos.
No había dejado ir a Tessa desde que habíamos llegado. Y quiero decir, para
nada. Si no la llevaba cargada, sostenía su mano. Tessa había tratado de liberarse al
menos un centenar de veces, pero Clare se había negado y había reorientado su
atención a otra cosa.
Roman y Elisabeth se mordían sus uñas por poner sus manos sobre ella, pero
Clare nunca les dio la oportunidad. Los había incluido en las conversaciones con
Tessa y la instó a hablar con ellos, pero ni una vez la dejó ir. Entendía su cuidado,
pero esto era algo diferente. Algo más estaba pasando en su cabeza, pero no podía
distinguir de qué se trataba.
—¡Vaya! ¿Esa es tu cama? —preguntó Tessa, tirándose de barriga en el
colchón hinchable—. ¡Es hinchable!
Clare hizo una mueca y la levantó, poniéndola en su cadera.
—No lo hagas, bebé. Le harás un agujero.
—Está bien —dijo Elisabeth, mirando a Tessa con una cálida sonrisa—. Tengo
uno extra en la planta de abajo.
Clare entrecerró sus ojos hacia Elisabeth y espetó:
—No. No está bien.
La espalda de Elisabeth se puso totalmente recta mientras Clare salía
corriendo de la habitación, Tessa en sus brazos.
Observé con los ojos entrecerrados mientras cruzaba el pasillo y cerraba la
puerta de su habitación detrás de ella.
—¿He dicho algo malo? —preguntó Elisabeth.
Negué.
—No te preocupes por ella. Iré a verla. Las dos están simplemente agotadas.
—Sí —susurró Elisabeth, poco convencida.
Apreté su hombro.
—Los últimos días han sido duros para todos. Todos podríamos utilizar una
buena noche de sueño.
—Claro. —Tragó saliva, mirando la puerta cerrada de la habitación.
—Ve a buscar a Roman, Elisabeth. Yo me encargo de esto.
No dijo nada, pero se fue hacia las escaleras.
58
—¿Me avisarás… si… ya sabes, necesitas algo?
—Por supuesto.
Miró hacia la puerta de Clare y suspiró antes de finalmente bajar por las
escaleras.
Después de buscar en mi bolsa, saqué el par de auriculares que le había
pedido a Maggie que metiera y luego fui a la puerta.
Con un golpe suave, llamé.
—¿Clare? Soy yo.
No respondió, por lo que volví a llamar.
—¿Clare?
Sin respuesta.
—No me dejes fuera —le dije a la puerta—. Necesitas tiempo a solas, eso está
bien, pero hazme saber que estás bien.
Oí su risa sin humor.
—No estoy segura que alguna vez vaya a estar bien —dijo.
Apoyé las palmas de mis manos a ambos lados del marco de la puerta.
—Entonces déjame entrar, así puedo ayudarte.
—Vete, Heath.
Gemí, probando el pomo de la puerta y encontrándolo cerrado.
—¿Quieres estar sola? ¿Por qué no me dejas que vigile a Tessa un rato?
Puedes tomarte una ducha, hacer lo que tengas que hacer.
—Nadie vigilará a Tessa más que yo.
Había algo en su tono que me molestó, sólo el más mínimo indicio de un
borde que nunca había oído antes.
Pasé mi mano sobre la parte superior del marco de la puerta y, bingo,
encontré uno de esos pasadores universales para abrir cerraduras.
—Clare, voy a entrar. ¿Estás vestida?
—No —espetó ella, ese puto borde más prominente.
La preocupación se agrió en mis entrañas.
—Entonces te sugiero que lo hagas rápido porque voy a entrar. —Metí la llave
en el pequeño agujero de la perilla hasta que liberé el bloqueo—. Avísame cuando
estés cubierta —dije, desbloqueando la puerta, pero no abriéndola.
—Jesucristo, Heath. Sí. Estoy vestida. —Arrancó la puerta de mi mano,
haciendo que la llave cayera al suelo alfombrado.
Ambos nos inclinamos para recogerla al mismo tiempo, nuestras cabezas casi
chocándose.
—Mierda. Lo siento. —Di un salto hacia arriba, pero permanecí encorvado—.
¿Clare? —pregunté, alargando mi mano hacia ella, pero parando en el último
segundo. 59
Cruzó un brazo sobre su estómago y luego usó el otro para ponerse sobre su
rodilla. Su espalda se ondeó mientras un doloroso gemido escapó de su boca.
—¿Mamá? —gritó Tessa desde la cama, rápidamente abandonando el iPad
que le había prestado y trepando por el lado.
—Estoy bien —dijo Clare con una voz rota que me dijo que estaba de todo
menos bien.
Me puse en cuclillas frente a ella, al mismo tiempo que Tessa se metió entre
sus piernas.
Hizo una mueca y un gemido agónico salió de su boca antes que moviera el
brazo a su estómago para envolverlo alrededor de la espalda de Tessa.
—Estoy bien —repitió.
—¿Qué pasa? —pregunté, luchando desesperadamente contra el impulso de
tomarla en mis brazos.
Gimió, utilizando una gran cantidad de esfuerzo para ponerse de pie.
—Nada. Estoy bien —jadeó como si acabara de correr una maratón.
—Estás dolorida.
—Sólo un poco dolorida.
—Y una mier… —No terminé la maldición estrictamente por Tessa—. Oye,
pequeña. Ve por el iPad. Te he traído unos auriculares.
Miró a Clare con cautela, pero de mala gana siguió mi orden.
Una vez que la tuve instalada en la cama, mirando una de las películas de
princesas que había descargado para ella, me concentré de nuevo en Clare.
—Pasillo. Ahora —ordené.
—No me digas qué hacer —murmuró al pasar junto a mí en un caminar que
solo podía compararse con el de una mujer de ochenta años, recuperándose de una
prótesis de cadera. Se detuvo en la puerta, sin cruzar el umbral del pasillo.
—¿Qué tan malo es? —pregunté.
Miró por encima de su hombro a Tessa.
—Estoy bien, Heath. Sólo necesitamos dormir un poco.
—No me des esa mierda.
Todavía llevaba las batas de hospital que le habían dado esa mañana a pesar
de que Elisabeth había puesto varias bolsas de ropa en el sillón en su dormitorio.
—¿Por qué no vas a tomarte un baño largo y te cambias?
—¿Con qué? —espetó, golpeando sus manos contra sus muslos con frustración
antes de hacer una mueca de nuevo.
Crucé los brazos sobre mi pecho y me balanceé sobre mis talones.
—Tal vez con algo de una de esas bolsas.
Ella se burló y miró al suelo. 60
—Estoy bien en esto.
—Sí, pero lo has estado usando todo el día. Y necesitas una ducha. No digo
que apestes ni nada, pero... —Mi voz se apagó y le sonreí.
Una que no me regresó.
Todo su rostro se derrumbó, enviando una reacción en cadena a través de su
cuerpo. Echó una mano adelante y se sostuvo a sí misma contra la puerta.
Hubiera dado cualquier cosa por sacarle eso. Por mejorar las cosas. Pero no
podía estar seguro de si ella siquiera quería que la reconfortara. Y, si no lo quería,
no habría sido mejor que cualquier otro hombre que hubiera puesto sus manos
sobre ella sin su permiso.
Me pellizqué el puente de la nariz y dije entre dientes.
—Háblame.
Su respiración se aceleró rápidamente mientras las emociones la devastaban,
pero las mantuvo encerradas.
La presión aumentó en mi pecho porque no había una maldita cosa que
pudiera hacer para aliviar su agonía a menos que ella confiase en mí lo suficiente
como para abrirse. No podía obligarla. Era algo que tenía que decidir por sí misma.
Y jodidamente me mataba.
Cerró sus ojos, pero no se movió.
—Clare, voy a ser realmente honesto aquí. Estoy al borde de la combustión
espontánea. Me niego a ser uno de esos hombres en tu vida que te pone las manos
encima cuando no puede decidirlo. Pero, si no dejas de ser tan molesta y te apoyas
en mí, voy a enloquecer. Si quieres que te dejemos sola, lo entenderé
completamente. Pero por el amor de Dios, nena, abre tu boca y dime qué demonios
está pasando en tu cabeza.
Sus tristes ojos azules se elevaron hacia los míos; el dolor que brillaba dentro
era asombroso.
Me incliné adelante, temblando con la necesidad de abrazarla.
—Soy yo, Clare. Cualquier cosa que necesites, ya sabes que te lo daré. Sólo
tienes que contármelo.
Finalmente, joder, al fin, cerró la distancia entre nosotros, cruzó sus brazos
alrededor de mi cintura, y apretó su mejilla contra mi pecho.
—Me quiero ir a casa, Heath. No me puedo quedar aquí. No puedo...
Eso era todo el permiso que necesitaba. Me había prometido que solo se lo
daría por Clare, pero a medida que la envolvía en un abrazo suave, tuve que admitir
que era por mí. Mi corazón se ralentizó de inmediato mientras llenaba mis
pulmones con su olor.
—No puedo dejarte ir de nuevo allí.
—No —se corrigió—. No de vuelta a donde Walt. Quiero decir casa. La 61
caravana de mierda en la que vivía antes de conocerlo. —Hizo una pausa y luego
terminó con suavidad—. Antes que mi vida terminase.
—Tampoco puedo dejarte ir de nuevo allí, nena.
Sus hombros temblaron mientras su respiración se estremeció. Sus dedos se
tensaron en mi espalda mientras se aferraba a mí.
—Sé que esto es difícil —dije contra la parte superior de su cabeza—. Pero
todos estamos aquí para ti. Yo. Roman. Elisabeth. La DEA. Todo el mundo.
—No pertenezco aquí —chilló.
Estaba tan jodidamente equivocada. Pertenecía exactamente donde estaba
segura y en mis brazos.
—Esto no es permanente.
Levantó la cabeza de mi pecho y la inclinó para mirarme.
—Ese es el problema. No pertenezco a ninguna parte. Una mujer a la que
conocí hace unas horas me compró ropa interior hoy, Heath. —Su voz se apagó—.
Ni siquiera tengo mi propia ropa interior —dijo con dificultad—. ¿Qué pasará
cuando esto termine? No tengo familia. Mis padres están muertos, y mis tías y tíos,
con los que no he hablado en más de una década, apenas podían cuidarse de sí
mismos entonces. No puedo imaginar alguien que venga corriendo en mi ayuda
cuando todo esté terminado. No tengo a dónde ir. Sin dinero. Sin ropa. No tengo
manera de cuidar de Tessa. No tengo trabajo. Ni experiencia. Ni nada.
—Me tienes —le contesté sin dudar. Y maldita sea si lo decía en serio.
No la abandonaría.
Incluso si no podía quedarme.
—Eres un chico muy dulce. Pero vamos... Con el tiempo, la DEA va a dejar de
pagarte para cuidarme.
Ladeé mi cabeza a un lado.
—¿Crees que estoy aquí solo porque es mi trabajo?
—No creo que esa sea solamente la razón por la que estás aquí. Pero, Heath,
hace dos días, todavía pensaba que tu nombre era Luke.
—Y... —arrastré las palabras.
Suspiró.
—Y... es difícil creer que la próxima vez que vayas de encubierto y tu nombre
sea Gino todavía serás mi Luke.
Mi Luke.
Nombre equivocado, pero podría vivir con ello siempre que fuera precedido
por “mi” y saliera de su boca.
—Está bien, déjame pararte aquí. Primero, tengo el cabello rubio y los ojos
azules. Estoy dispuesto a asumir que nadie me va creer como Gino. Así que los dos
estamos seguros allí. —Sonreí.
Ella medio rió medio lloró. 62
—Dos, ya te he dicho esto, pero parece que tengo que repetirlo. —Pasé una
mano por su espalda y me quedó mirando sus hinchados y maltratados, pero no
menos hermosos, ojos azules—. No quiero ser tu Luke. Ya no. Soy Heath. Siempre
he sido Heath. Siempre seré Heath. Pero, independientemente de cuál sea mi
nombre, no me voy a ninguna parte.
No hasta que estés lista de todos modos. Ignoré el dolor punzante en mi
pecho.
Sus pestañas revolotearon mientras sus ojos se cerraron justo antes que
apoyase su frente en mi pecho.
—¿Por qué?
Porque no sería capaz de respirar sin saber que estás a salvo.
Porque me atraes de una manera que nos arruinaría.
Porque es irracional, ilógico, y tan jodido que me siento como que me estoy
volviendo loco, pero no puedo dejar de sentir que tú y Tessa son mías.
—Somos amigos, Clare. Eso es lo que hacen los amigos.
Ella me abrazó fuerte y luego murmuró contra mi pecho algo que no pude
descifrar. Supuse que era alguna variación de un gracias. Así que le regresé
suavemente su apretón.
Hasta que de pronto salió de mis brazos, la vergüenza y el horror cubriendo su
rostro.
—Oh Dios, lo eres.
Entrecerré los ojos, confundido.
—¿Soy qué?
—Mierda. Lo siento.
Me moví un poco hacia ella y repetí con impaciencia.
—¿Soy qué?
—Casado —replicó, levantando su mirada hacia la mía—. Mierda. Tu esposa
probablemente quiere arrancarme los ojos. Deberías habernos presentado cuando
dejó tu bolsa hoy. Tal vez podría haber hablado con ella y calmado las cosas para ti
—tartamudeó adorablemente.
Su decepción era inequívoca y eso por sí solo hizo algunas cosas seriamente
buenas en mi pecho. En serio, cosas jodidamente buenas.
Solté una carcajada.
—Mi esposa no quiere arrancarte los ojos. —Moví mi cabeza de lado a lado en
consideración—. Quiero decir, podría, pero teniendo en cuenta que no existe, no
creo que sea una amenaza inmediata.
Un lado de su boca se curvó en una sonrisa.
—No estoy casado, Clare. La chica que dejó mi bolsa hoy es mi hermana
pequeña, Maggie. Y te la habría presentado, si no hubiera pensado que me habría 63
avergonzado como la bendita mierda. —Le mostré una sonrisa y guiñé—. Tengo
una reputación que mantener aquí.
Su sonrisa se extendió.
—¿Tienes una hermana?
—Cuatro —respondí, mi sonrisa creciente a juego con la suya.
Su boca se abrió.
—¿Cuatro?
Me reí por su sorpresa.
—Síp. Jenna, Laurie, Melanie y Maggie. Soy el mayor y tienen una
competición en curso para ver quién puede fastidiarme más. Laurie actualmente
tiene el título después que se encontrara conmigo en una cita el año pasado. Estaba
embarazada de ocho meses en el momento y se acercó a nuestra mesa, fingiendo
llorar y preguntándome si al menos iba a aparecer para el nacimiento de nuestro
hijo. Mi cita huyó, nunca la vi de nuevo, y mis hermanas se rieron a carcajadas.
Estamos unidos. Y las quiero. Pero son serias imbéciles a veces.
Puso una mano sobre su boca para sofocar su risa.
—Vaya.
Y ahí es cuando me golpeó. Siempre había actuado como Heath cuando
estaba con ella, pero en lo que a mi pasado respectaba, solo había sido capaz de
darle a Luke Cosgrove, hijo único de veintinueve años de Orlando, trabajando como
entrenador personal hasta que fuera capaz de abrir su propio gimnasio. Mentiras.
Mentiras. Y más mentiras. Sin embargo, quería que confiara en mí.
—Oye, tengo una idea —dije, metiendo mis manos en mis bolsillos para evitar
atraerla de nuevo a mis brazos—. ¿Por qué no me dejas bajar a Tessa mientras
tomas un largo baño y te preparas para la cama? Subiremos de nuevo en treinta
minutos con algo de comer y un ibuprofeno, y te contaré todo lo que quieras saber
sobre mí.
Su sonrisa cayó y, con incomodidad, movió sus ojos al lado.
—Tessa se queda conmigo.
—De acuerdo —repliqué de inmediato—. Entonces, entra ahí, toma un baño,
ponte algo de la ropa que Elisabeth compró para ti y volveré en treinta minutos y
un ibuprofeno para contestar cualquier cosa que quieras saber sobre mí. —Sonreí.
Una tímida sonrisa jugó en sus labios mientras continuaba mirando al lado.
—Bien.
—Treinta minutos —le recordé, retrocediendo.
—Treinta minutos —repitió antes de morderse el labio inferior.
No se movió. Ni me miró.
Sin embargo, seguí retrocediendo hacia las escaleras porque era eso o morder
ese jodido labio inferior también.
64
Treinta largos minutos después, me dirigí arriba de nuevo con un bote de
ibuprofeno, una enorme pizza de salchicha italiana y cebolla, dos tazas y dos litros
de Coca-Cola… y no la mierda light que ella bebía.
Toqué suavemente en la puerta y, segundos después, la abrió un centímetro.
Literalmente. Un centímetro.
—Soy yo —aseguré, pero no la abrió más.
Puso sus labios en la grieta.
—¿Recuerdas cuando me contaste sobre tus hermanas y cómo les gustaba
avergonzarte?
Torcí mis labios.
—Uh… fue hace treinta minutos, Clare. No puedo exactamente olvidarlo.
—Correcto. Bien, creo que Elisabeth podría ser mi hermana perdida hace
tiempo porque esto es lo que me compró para dormir. —Abrió la puerta y fue todo
lo que pude hacer para no dejar caer la pizza.
La caja se bamboleó en mi mano mientras la repasaba de la cabeza a los pies…
entonces otra vez por si acaso. Entonces de nuevo porque… bueno, era un hombre y
ella llevaba un diminuto vestido negro de seda que se pegaba a cada curva de su
pequeño cuerpo. Aún llevaba sujetador, pero la hinchazón de sus pechos estaba
expuesta en la parte superior, una jodidamente perfecta línea de escote burlándose
de mí.
Iba a perder la cabeza si tenía que sentarme y hablar con ella mientras llevaba
eso.
—Veo tu punto —murmuré, pasando mis ojos sobre ella una última vez antes
de recomponerme.
—¡Esto es todo lo que compró! —exclamó en un susurro—. Doce, para ser
exactos. Todos en diferentes colores y estilos. Ni siquiera hay un par de pantalones
de yoga.
Bien, había uno seguro. Había mirado su culo en esos lo bastante para saber
que no eran mucho mejor que esta pequeña cosita de camisón. Aunque me temía
que Clare en un saco de patatas tendría el mismo efecto en mí.
—De acuerdo. Podemos arreglar esto —declaré, entrando en la habitación y
dejando la pizza y la Coca-Cola a los pies de la cama, donde Tessa parecía dormida,
con los auriculares aún puestos, el iPad todavía acurrucado contra su pecho.
Eché un vistazo a Clare, mordiendo el interior de mi mejilla para suprimir el
gemido cuando di otro vistazo. Entonces, me quité mi camiseta sobre mi cabeza y la
arrojé en su dirección.
—Toma. Ponte esto.
Mi gemido finalmente escapó cuando sus ojos permanecieron en mis 65
abdominales justo antes de que la agarrara.
Ofrecerle la camiseta era posiblemente la peor decisión que había tomado.
Porque, mientras que mi camiseta cubría su pecho expuesto, la dejaba delante
de mí, en un dormitorio, llevando mi camiseta.
No vayas ahí, Light.
No es tuya.
Pero podría serlo…
—Jesús, joder —murmuré, buscando alrededor de la habitación.
Seguramente, Elisabeth tenía que haber comprado una bata… o, si era
realmente afortunado, un burka.
No tan afortunado, pero encontré una manta colgando sobre la silla en la
esquina.
Me torturé con un último vistazo antes de ofrecerle la manta.
—Tal vez deberías cubrirte con eso.
—Lo siento —se disculpó, con su rostro poniéndose rojo brillante mientras
envolvía la manta alrededor de sus hombros.
Agarré mi nuca.
—Eres hermosa, Clare. No hay nada por lo que disculparse. —Por el amor de
Dios, ¿qué pasa conmigo?
Carraspeó y entonces, enfáticamente, dejó caer su mirada en mi pecho.
—Bien… mm… con ese mismo sentimiento en mente, quizá deberías ponerte
otra camiseta.
Y darme una ducha fría.
Y blanquear mis retinas para olvidar cuán malditamente sexy estaba en ese
camisón e incluso más en mi camiseta.
Había prometido que no desmerecería a Clare, pero estaba dispuesto a
apostar que masturbarme con visiones de ella definitivamente caería en esa
categoría. Hijo de puta, era un imbécil.
—Sí. Volveré pronto —repliqué, saliendo de la habitación.
¿Qué estaba haciendo? Había sido capaz de contenerme durante tres putos
meses con esta mujer. Y, después de una noche y dormir en una incómoda silla de
hospital a su lado, ¿lo estaba perdiendo?
O tal vez tenía más que ver con el hecho de que ella finalmente estaba lejos de
ese maníaco y mi cabeza no estaba llena con preocupación y miedo a que algo le
sucediera.
O tal vez era un loco que se había enamorado de una testigo que había
entrado debajo de mi piel con nada más que un corazón valiente y una sonrisa que
había sentido hasta el tuétano de mis huesos.
Joder. Joder. Joder. 66
Pasaron unos buenos cinco minutos antes que me recompusiera lo suficiente
para volver.
—Hola —dije, con la absoluta intención de decirle que iba a terminar la noche.
Podríamos hablar más tarde… después de mi lobotomía… y mi castración.
—Me compraste una pizza de salchicha y cebolla —declaró con ojos
chispeantes cuando entré en la habitación. La manta por suerte estaba envuelta
apretadamente alrededor de sus hombros mientras se posaba en la esquina de la
cama.
Me encogí de hombros.
—En realidad, fue el asistente de Roman, Seth, el que te compró una pizza de
salchicha y cebolla, pero sí, le pedí que lo hiciera.
Sus labios se apretaron y, por una fracción de segundo, pensé que estaba
molesta.
Una lágrima cayó por la esquina de su ojo.
Todo mi cuerpo conectó mientras buscaba su rostro.
—¿Qué pasa?
Se secó su mejilla.
—Odias la salchicha. Hiciste arcadas cuando te conté que era mi favorita.
Me reí mientras el alivio me inundaba.
—Puedo quitar la salchicha. Y, además, comí esa cosa rara de cerdo que
Elisabeth hizo. —Incliné mi barbilla hacia la caja a su lado—. Esa pizza es para ti.
Bueno, la mitad, de todos modos. Esa cosa rara de cerdo que Elisabeth cocinó era
mierda.
Soltó una risita y el sonido calmó mis expuestos nervios.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó de repente mientras empezaba a quitar la
salchicha de un trozo.
—Treinta y cuatro —respondí.
Sus cejas se alzaron.
—Vaya, abuelo.
—Imbécil —me burlé, caminando hacia Tessa. Suavemente quité los
auriculares y la metí bajo las mantas.
Cuando me volví para mirar a Clare, estaba sonriendo.
—Gracias por la pizza, Heath.
—Agradéceme pasándome un trozo.
—¿Estás seguro que deberías comer pizza? Mi abuelo siempre tenía
indigestión si comía demasiado tarde.
—No eres graciosa —dije inexpresivo.
Soltó otra risita y supe que no había una oportunidad en el infierno de que 67
fuera a terminar la noche.
No cuando tenía la oportunidad de pasar incluso un minuto con ella.
Tomando el trozo libre de salchicha que ella había limpiado de la caja,
pregunté:
—Está bien, ¿qué más quieres saber de mí?
—¿De dónde eres?
—Augusta. —Tomé un bocado y me instalé en la silla al otro lado de la
habitación.
—¿Padres?
—Mi madre murió cuando yo tenía dieciséis años. Cáncer de seno. Mi padre
no lo superó muy bien, se convirtió en un borracho. No nos llevamos muy bien.
Siguiente.
—¿Cuántos años tienen tus hermanas?
—Mierda. ¿Me vas a hacer sacar la cuenta mientras disfruto de una pizza de
cebolla?
Se rió antes de tomar un bocado. Un gemido sexy como el infierno resonó en
su garganta mientras masticaba.
Cristo, era hermosa. La manta estaba haciendo su trabajo, pero sus pequeños
pies cruzados en el tobillo atrajeron mi atención hacia sus tonificados muslos.
Síp, tiempo de hablar de mis hermanas.
—Entonces… Jenna es tres años más joven que yo, treinta y uno. Laurie tiene
veintinueve, Melanie veinticinco y Maggie veintidós. A pesar de la diferencia de
edad, soy más cercano con Maggie. Vino a vivir conmigo después de la escuela para
poder ir a Georgia Tech sin tener que vender sus órganos para pagar por habitación
y transporte. Se graduó el pasado mayo y se mudó a su propio apartamento durante
el verano.
—¿Dónde vives? —Tomó un bocado.
—En una casa en los suburbios del noroeste. —Tomé un bocado.
Terminó de masticar.
—¿Universidad?
Terminé de masticar.
—Universidad de Georgia.
—¿Cómo te convertiste en agente de la DEA? —Otro bocado.
Mi mano se detuvo en mitad del aire, la pizza a mitad de camino de mi boca
mientras una lenta sonrisa curvaba mis labios.
—Una señal de “enséñame tus tetas”.
Su barbilla se movió a un lado mientras reía.
—Eh. ¿Qué? 68
—El día de San Patricio, el centro. Era un policía novato y habíamos recibido
la orden del capitán de ponernos duros sobre el estilo del Mardi Gras de mostrar
las tetas ese año. Ya sabes, intentar mantener el mayor día de borrachera del año,
todo familiar y amigable —bromeé.
Me recompensó con otra risita que aliviaba el alma.
—Bueno, elaboré un plan. El capitán aceptó. Conduje mi camioneta y
estacioné en una de las calles principales con una jodida tonelada de cuentas y una
señal de “enséñame tus tetas”. Las chicas pasaban, mostraban sus tetas, entonces
mis chicos las agarraban por exhibición indecente. Ochenta y siete arrestos. El
capitán estaba tan impresionado que le dio mi nombre a la DEA. El resto es
historia.
—No lo hiciste —dijo con un jadeo.
Sonreí con orgullo.
—No puedo superar esa mierda. Fui pagado para sentarme y mirar todo el día.
El mejor trabajo que un hombre podría tener. —Tomé otro bocado de pizza,
hablando alrededor mientras decía—: Pero eso fue antes de descubrir que podía ser
pagado por sentarme, tonteando contigo.
Sus ojos se iluminaron por el piropo.
—Bueno, en el camisón que Elisabeth compró, es prácticamente lo mismo.
Le apunté con la corteza y guiñé un ojo.
—Esto no es una mala cosa.
Yyyyyyyyyyyyy… ahora, estoy coqueteando.
Jódeme.
Pero, cuando empezó a quitar la salchicha de otro trozo de pizza para mí, me
di cuenta de que ya estaba jodido cuando se trataba de Clare.
Y, Cristo, se sentía bien.

69
Capítulo diez
Clare

—S
eñor y señora Noir. Es tan agradable verlos de nuevo —saludó
el doctor Fulmer al entrar en la habitación. Su cabeza gris
estaba agachada mientras hojeaba las páginas de un cuadro
médico.
Tenía la imperiosa necesidad de quemarlo y orar porque las llamas me
envolverían también.
Estaba tumbada de espaldas, una vía intravenosa en mi mano, una manta
de papel cubriendo mi regazo, y las lágrimas rodando por mis ojos.
—No te pongas nerviosa, corazón —ronroneó Walter antes de poner un beso
frío en mi frente.
No estaba nerviosa.
Estaba devastada.
Era el día de mi extracción de óvulos. El día en que mis óvulos se 70
combinarían con los espermatozoides de Walt y niños inocentes serían creados.
Cuando yo había sido una niña, había tenido sueños de tener pequeños bebés
dulces con mis ojos. Pero no de esta manera.
Durante el proceso de fecundación in vitro, había rezado cada noche
mientras Walt me daba mis tomas para que mis ovarios no se estimulasen. Sin
embargo, los ultrasonidos de seguimiento revelaron tres “bellos” folículos
madurando de manera constante.
No había perdido toda esperanza. A partir de lo que había leído en Internet,
no todos los folículos contenían huevos y tres era un número extremadamente
pequeño para la cantidad de medicación que me habían dado. Pero el doctor
Fulmer nos había asegurado que había tenido éxito con menos.
Justo esa mañana, me puse de rodillas en el baño y le rogué a cualquiera que
fuese el Dios que está ahí fuera que fallase.
El médico apretó tranquilizadoramente mi pie y miró a Walt.
—Estamos listos.
—Perfecto —respondió siniestramente.
—Muy bien, señora Noir. El anestesiólogo la sedará y luego la llevaremos
atrás, conseguiremos esas bellezas, y estará de vuelta al lado de su marido antes
que lo sepa.
Eso solo hizo que las lágrimas cayeran con más fuerza, y un fuerte sollozo
escapó de mi garganta.
—Clare —me regañó Walt, deslizando su mano debajo de mi cuello y
apretando dolorosamente duro—. Concéntrate —dijo entre dientes.
—Lo siento —me disculpé antes de mirar al médico y mentir—: Estoy
nerviosa. Eso es todo.
Sus cejas se fruncieron lamentándolo, pero su mirada fue de nuevo hacia
Walt.
—Está bien, entonces. Sólo te daré un momento, y luego empezaremos con
todo.
—Sólo hazlas entrar ya. Ella está bien —respondió Walt, sus dedos ocultos
apretando en la parte posterior de mi cuello.
Más lágrimas se derramaron por mis ojos, pero las logré contener.
—Sí. Hágalas entrar.
El doctor Fulmer negó, pero no dijo nada más antes de salir de la habitación.
Tan pronto como la puerta se cerró Walt estuvo sobre mi rostro. Una de sus
manos me dio una bofetada en la boca. La otra apretó en la parte posterior de mi
cabello, forzando mi cabeza a un lado.
—Juro por Dios que te mataré si vuelves a hacer esa mierda de nuevo. —Las
venas de su frente se hincharon a causa del esfuerzo. 71
El pánico tronó en mi pecho. No tenía ninguna duda de que estaba diciendo
la verdad. Sólo una semana antes, le había oído decir esas palabras exactas a un
hombre que había considerado su mejor amigo desde la infancia mientras estaba
sentado en nuestro sofá como un invitado bienvenido. Una hora más tarde,
estaba de rodillas, limpiando los fragmentos de su cráneo de mi pared de la sala.
Asentí vigorosamente.
Estudió mis ojos asustados por unos instantes más antes de finalmente
liberarme.
—Te agradecería que tratases de ser un poco más agradecida aquí. —
Caminó hacia la puerta y se asomó afuera—. No es mi maldita culpa que estemos
en esta situación. Harías bien en recordarlo. Mi mierda está muy bien. Es tu
basura blanca, ovarios endogámicos que nos están costando treinta mil dólares
de mierda. —Se pasó una mano con frustración por su cabello marrón oscuro
antes de alisarlo de nuevo—. Un “gracias” y “te amo” serían muy bienvenidos
ahora, Clare.
—Gracias y te amo —repetí inmediatamente, el vómito arrastrándose hasta
la parte posterior de mi garganta.
Me miró y chasqueó su cuello.
—Tienes mucha suerte de que te ame. Si fuera un tipo diferente de hombre, te
dejaría y seguiría adelante. Las de tu tipo son una en una docena, y la mayoría de
ellas no están rotas como tú. No lo olvides.
Oh, cómo me hubiera gustado que fuera un tipo diferente de hombre. No le
deseaba una vida con Walter Noir ni a mi peor enemigo, pero eso no quería decir
que no iba a disfrutar de alejarme si encontraba a alguien nuevo a quien
atormentar.
—Lo sé —dije en voz baja para contener el temblor de mi voz.
Se burló y plantó sus puños en sus caderas.
—Entonces, joder, actúa como si lo supieras. Estoy enfermo y cansado de
estas citas con el médico. Cualquier otra mujer sería capaz de follarla por el culo y
aun así embarazarla. ¿Tú sin embargo? Tuve que pajearme en una taza para
tener un bebé. Algo está muy mal con esa mierda.
Hace algunos años, esa perorata me hubiera destruido. Pero me había
convertido en insensible a su abuso verbal. Nada de lo que pudiera decir podría
perjudicarme tanto como vivir a su lado.
Ser obligada a tener a su bebé, sin embargo, sería un cercano segundo lugar.
—Lo siento —contesté, usando la parte posterior de mi brazo para secar mis
mejillas.
Puso los ojos en blanco, tomando un pañuelo de la caja sobre el mostrador.
—Limpia tu rostro. —Lo agitó en mi dirección.
Seguí su orden y lo hundí en el fondo de mí para evitar que aparecieran
nuevas lágrimas. 72
El llanto era inútil.
Pero, de nuevo, también lo era el respirar cuando estás casada con un
monstruo.
Llamaron a la puerta apenas unos segundos antes que un hombre de
mediana edad entrase con un carrito.
—¿Estás lista? —preguntó.
Walt se movió rápidamente a mi lado y tomó mi mano.
Mi pulso se aceleró a casi un ritmo de maratón y mi cuerpo empezó a
temblar mientras dije la mentira más grande de toda mi vida:
—Sí.

—¿Estás lista? —preguntó Heath, sentado a mi lado en la cama.


—No —susurré.
Asintió y apoyó los codos sobre sus rodillas.
Había pasado una semana, y nadie había oído hablar de Walt.
¿Estaba enervada porque hubiera desaparecido? Sin lugar a dudas.
¿Me sentía como si estuviera viva, finalmente, por primera vez desde que me
había puesto su anillo en el dedo? Absoluta y jodidamente.
Después de mi primera noche en casa de Roman y Elisabeth, aprendí algo del
atractivo e increíblemente dulce Heath Light. Ser obligada a depender de otras
personas no era una cosa tan mala después de todo. ¿Y qué si Elisabeth me había
comprado ropa interior y ridículos camisones para dormir? También había hecho
galletas para mi niña y me había provisto de una habitación completamente
amueblada donde podíamos dormir a salvo mientras los agentes de la DEA y el
personal de seguridad nos vigilaban. Ella ya no había tenido que hacer eso más de
lo que Heath había tenido que pedirme una pizza y permanecer despierto hasta las
primeras horas de la mañana, llenando mi cabeza con su pasado hasta que
finalmente me había conseguido dormir.
Al día siguiente, después que Heath le mencionase algo a Elisabeth durante
un desayuno que había preparado para nosotros, me había encontrado una bolsa
llena de pantalones de yoga y camisetas de gran tamaño en mi cama.
Había llorado mientras las sacaba.
Se sentían como yo. Pero no Clare Noir. Walt nunca me habría permitido
llevar eso a la cama.
Se sentían como yo. Clare Cynthia Cornwell. La mujer que había perdido el
día en que había firmado mi vida en la línea de puntos de un certificado de
matrimonio.
Esa noche, después de salir de la ducha, me encontré con Heath sentado en
mi habitación, tumbado en la cama, mientras Tessa le explicaba todo sobre los
huevos sorpresa de Shopkins. Escuchaba atentamente con los ojos brillantes y una
73
amplia sonrisa que hizo que mi estómago se hundiera.
Ese era Heath.
Extrañamente me recordaba a Luke, pero mejor.
Después que Tessa se quedase dormida, nos quedamos despiertos toda la
noche, hablando de nuevo y viendo reposiciones viejas de la Ruleta de la Fortuna.
Estaba agotado y bostezó en repetidas ocasiones, pero se quedó hasta que mis
párpados se cerraron. No estaba segura de cuándo se fue, pero no estaba a la
mañana siguiente.
Sin embargo, siempre volvía a la noche siguiente.
Cuando estaba con Heath, no sentía como si me estuviese ahogando. Esas
horas, encerrada en una habitación con él mientras Tessa estaba dormida
profundamente a mi lado, fueron las mejores en años. El mundo en expansión
afuera palidecía en comparación con la belleza dentro de esas cuatro paredes. Él se
aseguraba de ello.
Habría vivido en los confines de ese refugio seguro para siempre, siempre y
cuando los tuviese a mi lado.
Heath se había llevado tantas de mis piezas sucias y rotas durante la semana
pasada que era un milagro que no fuera transparente. Los agujeros que dejaba no
siempre eran tan fáciles de llenar. Pero, cada vez que me desmoronaba, él estaba
allí.
Me había tomado un par de días, pero me había relajado en cuanto a Tessa.
Había estado alentándola a que pasara más tiempo a solas con Elisabeth y Roman.
Eran buenas personas. Y Dios sabía que no había tenido muchas personas así en su
vida. La sonrisa en su rostro cuando se encontraba cómoda con otros, valía la pena
cada minuto de mi ansiedad. Y la paz que sentía cuando me recostaba contra el
pecho de Heath a medida que la observaba desde la ventana mientras ella corría
por el patio trasero, con Loretta en sus talones, lo hacía valer la pena de una
manera diferente.
Mi relación con los Leblanc fue evolucionando también. No era una experta
en amistad, pero sentía como si Elisabeth y yo hubiéramos desarrollado una. Nos
reíamos mucho y compartimos unas cuantas lágrimas también. Era sincera sobre
ella y su relación con Roman. Cómo se habían divorciado y que no fue hasta que se
enteraron de la posibilidad de que los embriones pudieran haber sido cambiados
que las cosas se reavivaron. Su historia de amor y su pérdida no fue fácil, pero tan
triste como pudiera sonar, estaba celosa.
Roman eran un hombre increíble, aunque mandón y terco. Pero era obvio que
estaba locamente enamorado de ella y ella de él.
Era un concepto que mi mente no podía comprender.
Walt había demostrado que el amor no siempre eran corazones y flores. Podía
ser oscuro y sucio, definido por el poder y el dolor, y lleno de angustia y agonía.
Pero, aun sabiendo eso, aun así, deseaba una conexión. Como la chispa
mágica que sentía cuando estaba con Heath, incluso cuando había sido Luke.
74
Tragando saliva, le eché un vistazo mientras cruzaba sus gruesos brazos sobre
su pecho y estiraba sus piernas delante de él. Maravillosamente relajado. Su cabello
rubio estaba alejado de su rostro, y una capa delgada de barba cubría su
mandíbula. Mi mirada furtiva fue a sus labios, donde permaneció durante
demasiado tiempo. No tenía derecho a preguntarme cómo se sentirían presionados
contra los míos. Pero eso no me detuvo.
No pasaba un día en que no soñase con Heath.
La prueba de ADN de Tessa había llegado y un médico del laboratorio estaba
viniendo a darnos los resultados en persona. Todos sabíamos lo que iban a decir,
pero la aprehensión todavía flotaba en el aire durante el desayuno.
Desesperada por sentir algo, cualquier cosa, excepto los nervios rodando en
mi estómago, apoyé mi mano en su muslo.
—¿Qué necesitas, Clare? —murmuró de la misma manera en que lo había
hecho tantas veces en la última semana.
Mi respuesta era siempre la misma.
—A ti.
—Entonces ven aquí y tómalo —respondió como de costumbre.
Era una oferta que nunca rechazaba.
Su manto de calidez, a menudo, era la única cosa que podía protegerme del
frío de la realidad.
—Estoy nerviosa —admití, apoyándome en su costado.
Rodeándome los hombros con un brazo, se reclinó en la cama, llevándome
con él.
—Deberías estarlo —dijo secamente—. He decidido que hoy va a ser el día en
que por fin te llevaré a la Rueda de la Fortuna.
Una maligna risa burbujeó en mi garganta.
—Buena suerte con eso.
—Lo digo en serio. Sé que estás haciendo trampa.
—¡Oh, por favor! —Puse los ojos en blanco—. Supusiste que El Viejo y La
Abeja era un libro famoso. No se requiere un engaño para ganarte.
—¡Oye! —Fingió estar herido—. Fue una brillante pieza de sátira.
—Un pedazo brillante de sátira falsa queda mejor. Lo busqué en Google. No es
real.
Jadeó.
—¿Usaste Google en mi contra? ¡Cómo te atreves!
Grité mientras me hacía cosquillas a un lado.
La atención de Tessa fue hacia nosotros, preocupación en sus profundos ojos
verdes.
Heath se sentó un poco para darle una enorme sonrisa antes de decir: 75
—Tu mamá piensa que es divertida.
Sus ojos se iluminaron.
—Mamá es divertida cuando baila.
Oh, mierda.
La cabeza de Heath se giró hacia mí, su boca se abrió en modo de burla.
—¿Bailas?
Le di una mirada a Tessa.
—¡No!
Y no lo hacía... a menos que estuviera sola en una habitación con Tessa.
Entonces, me convertía en Michael jodido Flatley, asumiendo que estuviera
borracho, sordo, y sin ritmo. Pero no había manera que Heath llegara a ser testigo
de una tragedia como esa.
—¡Sí! —contrarrestó Tessa. Se puso en pie y movió los brazos y piernas con
una impresión mucho mejor de mi baile.
Heath soltó una carcajada.
Me puse de lado y enterré el rostro en su pecho.
—Nunca vas a pasar por alto esto, ¿verdad?
Bajó la cabeza, sus labios se acercaron a mi oreja mientras murmuraba:
—Cambio de planes, nena. —Los escalofríos erizaron mi cuello mientras su
aliento cálido rozaba mi piel—. Esta noche vamos a renunciar a la Rueda de la
Fortuna, así puedes mostrarme esos famosos pasos.
Me reí y estiré mi brazo sobre su estómago, dejando mi mano extendida sobre
las duras curvas de sus abdominales.
Heath y yo no éramos exactamente del tipo de acurrucarse, pero fiel a su
palabra, si necesitaba algo, él me lo daba. Y, a decir verdad, a veces, no necesitaba
nada, lo quería.
Y me di cuenta rápidamente que, cuando se trataba de Heath, lo quería todo.
Decidí que un cambio de tema sería mejor que discutir mis “famosos pasos”.
—¿Qué debemos hacer con ella mientras escuchamos los resultados?
—Confío en ella con Alex —dijo, apretándome fuerte.
—No lo sé.
—Le gusta mucho Ethan —sugirió.
—Lo sé —respondí, levantando la cabeza para ver a Tessa, que había vuelto a
dibujar en silencio uno de los libros de actividades que Elisabeth le había
comprado—. ¿Y si la dejo usar los auriculares y ver una película?
Me dio un estrecho apretón.
—¿Vas a ser capaz de mantenerte calmada? La asustará si estás molesta. Se 76
alimenta de tus emociones.
Suspiré.
—Ya conozco los resultados.
—¿Qué hay de mí? —sugirió—. Podría quedarme con ella.
Respiré profundamente. Confiaba en ella con Heath. Completamente.
Pero no confiaba en mí sin él cuando leyesen esos resultados.
—Auriculares. Me voy a mantener calmada —decidí de inmediato.
Asintió, y mientras no podía ser positiva, juro que sentí sus labios presionarse
contra la parte superior de mi cabeza antes que murmurara:
—Está bien.
Dios, se sentía bien tenerlo. Puede que no estuviera de acuerdo con mi
decisión. Pero me apoyaba sin importar qué.
—¡Luke! ¡Mira! —gritó Tessa, levantando un dibujo.
Él levantó la cabeza de la cama, manteniéndome apretada contra su costado
mientras la halagaba:
—Buen trabajo, dulce niña. ¿Es un muñeco de nieve?
Ella se echó a reír.
—¡No! ¡Eres tú!
—Bueno, mierda —murmuró, mirándome con una sonrisa juguetona—. Creo
que podría ser mi señal para volver al gimnasio.
Me reí, y no había error en ese momento. Una enorme sonrisa dividió su boca
justo cuando la presionó sobre mi frente. Me besó castamente, como si fuera la cosa
más natural del mundo.
Y tal vez lo era.
No dolía. No sería seguido por exigencias de tener sexo. Tampoco mi reacción
determinaría con cuántos moretones acabaría.
Era sólo un simple gesto de afecto.
Y provenía de Heath.
Mi corazón se hinchó y mi nariz comenzó a picar, pero me negué a llorar. Las
lágrimas ya no tenían espacio en mi vida.
—¿Estás lista? —susurró.
No, absolutamente no. Porque lista significaba dejar ese momento con él y
encarar la realidad que se alzaba al otro lado de la puerta del dormitorio. Sin
embargo, estaba segura que el doctor ya había llegado, suponiendo que habría
logrado entrar en nuestros detalles de seguridad.
—¿Dos minutos? —pregunté.
Esto me consiguió un “Sí, nena”, que fue seguido por un estrecho apretón y
otro beso en la frente. 77
Y eso me hizo arrepentirme de no pedir dos días.
Nos sentamos en silencio, observando a Tessa buscar entre cada lápiz de
colores el tono perfecto para colorear un cerdo.
Dos minutos se convirtieron en diez, pero nunca me presionó.
Él era así de increíble.
Paciente.
Amable.
Pensativo.
Heath.
Finalmente, me obligué a sentarme, su manto de calor pegado a mí mientras
me seguía.
—Probablemente deberíamos ir abajo —mencioné suavemente, levantando la
mirada a través de mis pestañas.
Sus ojos brillaron oscuros mientras se lamía los labios.
—¿Estás segura? —Pasó una mano por mi espalda antes de apretar
tranquilamente mi cadera.
Este. Hombre.
Me balanceé hacia él.
—No. Pero si quiero escapar aquí contigo por el resto de la noche, es una
necesidad.
Sonrió, metiendo un mechón suelto detrás de mi oreja y revelando otro
fragmento destrozado de mi alma.
—Me gusta ese plan. Entonces terminemos con esto.
—De acuerdo, Heath —susurré. Mis ojos fueron hacia su boca rápidamente, y
él debe haberlo notado, porque su sonrisa se amplió.
Con la mirada fija, gritó:
—Tessi, toma tus auriculares y tu iPad. Vamos a bajar.
—¡Yeehaw! —gritó ella por razones que solo se podrían describir como la
sobredosis de capítulos de Mi Pequeño Pony.
Heath soltó una carcajada y no pude hacer menos que unirme a él.
Y, mirando hacia atrás, me alegré de haberlo hecho.
Fueron solo esos recuerdos con él los que me acompañaron a través de la
oscuridad.
De nuevo.

Tessa tomó mi mano mientras girábamos por la esquina a la sala de estar, sus
ojos pegados al iPad, sus auriculares ya en su lugar. Odiaba cuánto tiempo pasaba 78
en esa cosa, pero cuando estabas huyendo de un tirano, las niñas tenían tiempo
extra con la pantalla.
Elisabeth y Roman ya estaban sentados en el sofá de cuero, flanqueados por
Alex y Ethan en cada extremo. Un hombre de mediana edad con unas gafas de
montura gruesa se puso en pie cuando nos vio.
—Señora Noir, soy el doctor Hurly —saludó.
Sólo el sonido del nombre de Walt me atravesó.
—Sólo Clare. Por favor —corregí.
—Por supuesto. Clare, venga a sentarse. —Me invitó, pero mis pies no se
movieron.
De repente, una oleada de nervios se arremolinó en mi estómago cuando todo
se hizo demasiado real.
Tragué con dificultad, tratando de calmarme, y luego Heath se acercó a mí y
susurró:
—Podemos esperar.
—Estoy bien —mentí.
Lo cual fácilmente vio.
—Inténtalo de nuevo.
Extendí la mano y la apoyé en su pecho.
—Bien. Esto es una mierda.
Sonrió y se inclinó hacia mí. Una sutil oferta de comodidad al estilo Heath
Light. Tomaría todo lo que pudiera conseguir, y me acerqué a él. Una de sus manos
encontró mi cadera antes de deslizarla alrededor de la parte inferior de mi espalda,
el calor irradiando de su toque.
Inclinando la cabeza, murmuró en mi oreja:
—Elisabeth cocinó.
Mis cejas se fruncieron en forma de pregunta mientras giraba la cabeza.
—Uhh… ¿está bien?
—Eso significa, después que esta mierda haya terminado, quedamos tú, yo,
Tessa y una pizza. Y, esta vez, voto que añadamos una cerveza.
—Oh, Dios mío. —Suspiré, entusiasmada—. Es como si le estuvieras hablando
a mi alma.
Rió profundo y masculino, e hice todo lo posible por no mirar su boca sexy.
Bueno, al menos no repetidamente. Y fallé. Trágicamente.
Sus ojos se encendieron cuando murmuró:
—Así que probemos esto otra vez. Podemos esperar.
—Estoy bien —contesté, esta vez honestamente. Y realmente lo estaba.
Él estaba ahí. 79
Era hora de dejar esto claro. Tessa era mi hija. También de Elisabeth. Lo más
importante, juntas podríamos mantenerla alejada de Walt.
Respiré profundamente y palmeé el pecho de Heath antes de alejarme.
Ethan levantó la mano para chocar los cinco cuando pasamos, y Tessa no lo
dejó colgado.
Elisabeth se puso en pie y me dio un abrazo de oso antes que supiera qué me
había golpeado.
—Esto no cambia nada —prometió.
Estaba equivocada, lo cambiaba todo. Pero lo diferente podría ser bueno.
Nada era peor que permanecer inmóvil en el fuego del infierno de Walt, esperando
morir. Y eso era exactamente lo que había estado haciendo durante los últimos
siete años.
Retrocedí de su abrazo y levanté a Tessa en mis brazos.
—Lo sé. Estoy bien. De verdad. Es lo que es en este punto. Sólo quiero que
termine, así todos podemos seguir adelante con nuestras vidas. Este es el primer
paso.
—Eres increíble. —Jadeó Elisabeth, las lágrimas llenaron sus ojos.
No lo era. Estaba haciendo lo mejor con la mano de mierda con la que he
tratado.
Sonriendo, me senté en una silla de gran tamaño y acomodé a Tessa y su iPad
en mi regazo. Extendí la mano y tomé la de Heath desde donde estaba detrás de mí.
—Hagámoslo. Dispare, Doc.
Elisabeth volvió a su posición con Roman y asintió hacia el doctor Hurly para
seguir adelante.
Se aclaró la garganta.
—Por supuesto. Hagámoslo. El señor Leblanc me pidió que estuviera aquí hoy
en caso que hubiera alguna pregunta de cualquiera de las partes. Sin embargo, los
resultados de nuestras pruebas son bastante claros. —Miró los papeles en la mano
antes de pasarme uno a mí y otra copia a Elisabeth—. Primero, nuestras pruebas
fueron realizadas...
Lo interrumpí.
—Por favor, guarde sus explicaciones para más tarde. Sólo cuéntenos lo que
encontró.
—Bien. —Sonrió forzadamente, mirando alrededor de la habitación—. En el
caso de la maternidad, hemos encontrado un grado de un 99,8 por ciento de
certeza que Tessa Noir es la hija de Elisabeth Leblanc.
Mis pulmones se detuvieron por un breve lapso de segundos.
Rápido. Sin pausa. Y al punto.
La verdad aún me quitaba el aliento, pero ya estaba hecho. 80
Podría vivir con lo hecho. Hecho significaba que ya lo había vivido y logré
sobrevivir. Hecho significaba seguir adelante.
Y entonces, el piso se abrió y los demonios del infierno me atacaron desde
todos los ángulos.
—También demostró a un 99,8 por ciento de certeza que Walter Noir es su
padre.
Rápido. Sin pausa. Y acertadamente.
Me apuñalaron en el corazón con un golpe verbal tan doloroso que deseé no
haber vivido para ver el otro lado.
La habitación se quedó en silencio a mis oídos, incluso cuando el caos estalló
a alrededor. Roman se puso de pie, Elisabeth justo a su lado.
Y miré, totalmente entumecida.
Era vagamente consciente de Heath tomando a Tessa de mi regazo. No tenía
fuerzas para luchar. Mis brazos cayeron a mis costados, flácidos y vacíos. Tan
jodidamente vacío. Al igual que el agujero en mi pecho donde mi corazón había
estado una vez.
Elisabeth es su madre.
Walt es su padre.
Los embriones no habían sido intercambiados.
Habían sido creados.
Walter jodido Noir había pagado a alguien que le diera el óvulo que yo no
podía.
Y entonces me había usado como nada más que un recipiente para entregarla
en la guarida de satanás.
Parpadeé, toda mi vida destellando en la parte de atrás de mis ojos.
Sus palabras me cortaron como cuchillas de afeitar.
Sus manos me golpeaban hasta la inconsciencia porque tenía la audacia de
respirar sin su permiso.
Sus inseguridades me mantenían enjaulada como un animal.
Su cuerpo se convirtió en un arma, robándome trozos hasta que, en última
instancia, me rompí.
Sin embargo, ninguna de esas cosas llegó incluso cerca del dolor que acababa
de infligir.
Walt ni siquiera tenía que estar presente para destruirme.
Solo pensé que me había liberado de él el día que Heath y Roman nos habían
llevado.
La verdad era... que no había escapatoria.
Nunca se detendría. 81
Había arruinado cada parte de mí.
Y, ahora, también iba a arruinarla a ella.
El grito más horrible y agonizante que jamás había escuchado me golpeó los
oídos.
No fue hasta que Heath apareció frente a mí que me di cuenta que salía de mi
boca.
Capítulo once
Heath

E
l grito se desgarró de su garganta, justo cuando Ethan se precipitó con
Tessa dentro de otra habitación. No era lo suficientemente lejos. No
había persona en un radio de noventa kilómetros de esta casa que
pudiera haberse perdido su grito torturado.
La devastación visceral me destrozó.
Me acerqué a ella, envolviéndola en un abrazo, pero luchó contra mí hasta que
me vi obligado a liberarla.
Sus puños golpearon contra mi pecho mientras gritaba:
—¡No! —A todo pulmón.
—¡Clare! —grité en un intento de hacerla volver a la realidad, pero estaba
inconsolable. Sus ojos salvajes me miraban sin verme.
—No. No. No. No —repitió con gritos rotos y otros enojados.
82
—Respira, nena —la insté mientras se alejaba de mi alcance.
—Él va a matarme —sollozó, tropezando con la silla y cayendo sobre su
trasero.
Me lancé para atraparla, pero me golpeó las manos.
Se arrastró a gatas hasta que su espalda chocó con la pared y levantó una
mano para detenerme.
—¡Nos matará a todos!
Mi cuerpo se puso rígido y, a pesar de que cada fibra de mi ser, exigía que la
obligara a encontrar consuelo en mí, logré dar un paso atrás.
—Ya no puede hacerte daño —juré, levantando lentamente las manos en señal
de rendición.
—¡Él siempre puede hacerme daño! —Su voz se quebró mientras se acercaba
las rodillas al pecho—. Él no se detendrá. —Sus manos temblaban mientras se
balanceaba, su mirada desenfocada paseándose por la habitación—. Él vendrá por
ella. Me matará, y entonces la tomará.
—Cariño, mírame —insistí, procurando mantener mi voz uniforme—. No lo
hará. No lo permitiré.
—Lo hará, y también te matará. No se detendrá hasta que todos los que me
importan hayan desaparecido. Matará a Roman, matará a Elisabeth, te matará, y
luego me matará y se la llevará.
Después de esta mierda, deseé como el infierno que Walter Noir viniera a
buscarme para poder acabar con esto por ella de una vez por todas. Debí haberlo
matado aquel día en su camino de entrada. No cometería ese error de nuevo. La
próxima vez que viera a ese cobarde, lo dejaría en una bolsa para cadáveres: mi
bala en la cabeza.
—Respira, Clare.
—Esto no está sucediendo. —Se atragantó, cubriendo su boca con su mano—.
Por favor, Dios, dime que esto no está sucediendo.
—¿Qué necesitas, Clare? —le pregunté únicamente porque conocía la
respuesta y necesitaba que me dejara entrar antes que mis brazos se liberaran de
mi cuerpo y llegar a ella.
—Él me separará de ambos.
—No lo hará. Lo juro por Dios. Nada. Nadie, nunca, me separará de ti. O a
ella, de nosotros —juré, cayendo en cuclillas para nivelar nuestros ojos.
Su mirada salvaje saltó a la mía, pero no me vio. Orbes huecos tan lejos de la
mujer que conocía me miraron fijamente. Ni siquiera podía estar seguro que mi
Clare seguía allí. Pero buscaría por los abismos del infierno para traerla de vuelta.
—¡Clare! —grité, golpeando mis palmas en el piso de madera, la desesperación
en conflicto con mi paciencia.
Y por fin, jodidamente por fin, Clare reapareció en las profundidades de sus 83
ojos azules.
Pero era Clare, la mujer asustada y torturada que había conocido todos estos
meses atrás.
Me destrozó.
—Ven. Aquí —ordené, odiándome por ser tan rudo, pero nada más estaba
llegando a ella.
Un destello de reconocimiento golpeó su rostro durante solo un segundo
antes de levantarse, corrió a través de la habitación, y se metió en mis brazos.
Chocó con mi pecho, empujándome de nuevo sobre mis talones antes que
fuera capaz de enderezarme.
Los sollozos sacudieron su pecho mientras enterraba su rostro en mi cuello,
sus uñas clavadas en mi espalda.
Y, aun así, respiré un áspero suspiro de alivio.
—Te tengo —juré, poniéndome de pie.
Sus piernas rodearon mis caderas del modo en que lo hizo hace una semana,
cuando la cargué fuera de la entrada de Walter. Solo que, esta vez, no podía sacarla
de la oscuridad.
Lo mejor que podía hacer era llevarla arriba, buscar a Tessa, y luego cerrar la
puerta al jodido mundo entero.
No era suficiente.
Merecía mucho más.
Pero era todo lo que podía hacer.
Eso y arrancar la cabeza del cobarde cuerpo de Noir a la primera ocasión que
tuviera.

Esa idiotez de “dar” se estaba convirtiendo en imposible.


Clare se había enroscado en mi costado, mirando al vacío inexpresivamente,
durante más de una hora. Quería forzarla a hablar conmigo para poder llegar a su
mente. Me había dicho a mí mismo de tener paciencia, de dejar que se abriera
cuando estuviera lista, pero me estaba quebrando.
—Di algo —insté cuando el silencio se convirtió en demasiado.
—Algo —susurró ella.
—Estoy hablando en serio, Clare.
—Estoy bien —respondió con absolutamente cero convicción.
—¿Quieres que traiga a Tessa?
—¿Está con Elisabeth?
—Sí.
—Entonces no.
84
Gruñí.
—¿Quieres comer?
—No.
—Quiere…
—Por favor para.
Cerré los ojos y suspiré.
Durante siete días, observé cómo sus moretones se desvanecían y emergía a
una mujer totalmente distinta.
Durante siete días, la había escuchado reír con abandono y la vi sonreír como
si su boca nunca hubiera conocido otra cosa.
Durante siete días, la vi levantarse más fuerte y más segura que nunca.
Al menos eso esperaba.
Bastó con una única frase para aplastarla.
Tal vez estaba delirando pensando que podría arreglarla tan fácilmente.
Pero esa puta nube de negación en la que habíamos estado viviendo era la
cosa más dulce que jamás había experimentado.
No me había reído tanto en toda mi vida como lo hice, cuando estaba con ella.
Y, cada noche mientras la veía dormirse, sus labios curvados en una sonrisa serena,
me llenaba de forma inimaginable.
La primera vez que la besé en la frente mientras dormía, sabía que estaba mal.
Estaba aprovechándome. Pero no pude detenerme. Me dolía el cuerpo por tocarla y
no sólo cuando me necesitaba. A veces, la necesitaba. Y, a medida que pasaban los
días, el dolor se volvió agonizante. Seguro como la mierda que tampoco ayudó
cuando se quedaba mirándome la boca como si también el dolor la hubiera
encontrado.
Ninguna línea se había cruzado. Todavía.
Pero lo serían eventualmente. Un hecho que se burlaba de mis sueños todas
las noches.
Estaba jodido.
Y no en el buen sentido.
Me las arreglé para mantener mis manos lejos de ella durante un total de siete
días.
Juro por Dios que merecía una medalla de honor por ese acto de heroísmo.
Una cosa quedó descaradamente obvia en ese momento: dejarla ir, ya no era
una opción.
Pero, después de hoy, estaba claro que mantenerla tampoco iba a ser fácil.
Claro, podía hacerla reír y mantenerla a salvo. Pero no podía arreglarla, por
mucho que quisiera. Necesitaba ayuda que yo no podía ofrecerle. Ella y Tessa,
ambas. 85
—Creo que es hora de que hables con un terapeuta —anuncié.
—Creo que ya es hora de que hable con la policía.
Eché mi cabeza hacia atrás para poder leer su rostro.
—¿Qué?
A pesar de que la DEA ofreció a Clare inmunidad total a cambio de su
testimonio y cooperación en el caso contra Noir, ella seguía siendo un manojo de
nervioso al respecto. Después de un buen rato hablando en círculos, convencí a
Tomlinson de darnos tiempo a que ella sanara físicamente antes de llevarla para
interrogarle. Aún no le había dicho que ese tiempo se había agotado, hace días. Era
todo lo que podía hacer para mantenerla lejos de ellos hasta que hubiéramos
obtenido los resultados ADN de Tessa.
—Me va a matar, Heath. Es mejor que tengamos todo documentado, antes que
lo haga —declaró, sin emoción.
Mi cuerpo se tensó.
—Él no es…
De repente, se apoyó en un brazo y me miró.
—¿Sabes lo que no entiendo? Cómo demonios un asqueroso pedazo de mierda
como Walter crea algo tan perfecto como Tessa. —Se sentó bien y dobló sus piernas
para entrecruzarlas entre nosotros—. Quiero decir, ¿cómo sucede eso? Mientras
tanto, no puedo tener hijos. Roman tan poco, ¿sabes? Cuando lo hicimos in vitro,
tenía veinticinco años de edad, con buena salud y óvulos de mierda. Y, de alguna
manera, Walter jodido Noir, el narcotraficante, la escoria de la tierra, puede sacudir
la polla en una taza y crear algo tan perfecto como mi niña.
Preferiría arrancarme los ojos con un puñal oxidado que pensar en Walter
“sacudiendo” cualquier cosa en una taza. Pero esa no era su pregunta, y al menos
estaba hablando.
—Es perfecta gracias a ti.
—Ella era perfecta cuando nació. —Se inclinó hacia adelante, su cabello rubio
resbalando de detrás de su oreja—. ¿Cómo lo hizo?
—No lo sé. —Extendí la mano y atrapé un mechón de su cabello, lo rodé entre
mis dedos—. Honestamente no tengo una maldita idea. —Di un suave tirón a su
cabello, tirándola hacia abajo mientras me levantaba sobre un codo para ponernos,
nariz con nariz—. Pero una cosa sí puedo decir, es que su papel en tu vida ha
terminado. No me importa una mierda lo que dicen esas pruebas de ADN. Él no es
su padre. Ni siquiera es un donante de esperma. Ese hombre no es nada para ella.
Nada para ti, tampoco. Ustedes dos ya no existen para él.
Ella se burló, así que le solté el cabello y le agarré de la nuca.
—Juro por Dios, Clare. Tú no existe para él. En absoluto. Nunca más. Él no te
matará. No se llevará a Tessa. Porque voy a tener su cabeza en una estaca antes que
se atreva siquiera a acercarse a una de ustedes de nuevo.
Sus labios se afinaron con una sonrisa condescendiente. 86
—Eres dulce.
Arqueé una ceja incrédula.
—¿Soy dulce?
—Sé que crees que...
No le di una oportunidad de terminar. Soltando su cuello, la tomé de la parte
posterior de las piernas y la obligué a regresar al colchón.
Ella chilló mientras la seguía hacia abajo, aterrizando mis manos a cada lado
de su cabeza, mi cuerpo flotando sobre ella mientras me apoyaba en las rodillas.
—¿Confías en mí?
Parpadeó unas cuantas veces antes de asentir.
—Esto es serio. No me mientas. Lo haces. Tú. Confías. ¿En mí?
Se lamió los labios y asintió de nuevo.
Lentamente, me presioné contra ella, sus piernas se separaron y mis caderas
cayeron entre ellas. Mantuve mi peso sobre un codo, pero llevé mi otra mano hasta
acunar su mandíbula.
—Tessa cree en el Papá Noel. En el conejito de pascua. Y en ratoncito Pérez.
Tú crees que Walt te va a matar. Y él cree que le perteneces. Sin embargo, Clare, yo
no creo en nada de eso. Las creencias son una mierda. Sé por un jodido hecho que
no existes para él. Porque, lo repetiré: voy a tener su cabeza en una estaca antes
que siquiera se atreva a acercarse a una de ustedes de nuevo. Esa es mi palabra.
Ella me miró fijamente, con lágrimas en los ojos.
—Heath. —Suspiró, envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello, acercando
nuestros pechos acalorados.
Sostuve su mirada mientras juraba:
—No hay nada en este mundo que no haría para protegerlas a las dos. Y si
piensas por un segundo que no puedo hacerlo, estás subestimando las
profundidades de mi egoísmo cuando se trata de ti y de tu chica.
No debería haberlo hecho.
Ni siquiera dos horas antes, había tenido un colapso mental.
Pero estaba tan jodidamente cerca.
Su boca a centímetros de la mía.
Su dulce aliento se mezclaba con el mío.
Sus pechos suaves se apretaban contra mi pecho, y su núcleo caliente
descansaba contra mi cremallera, sólo dos capas de mezclilla nos separaban.
Tres meses de tensión con una necesidad desesperada de liberación.
Tres meses de ansiedad haciéndome débil.
Antes que pudiera detenerme, hundí la cabeza y capturé su boca. Estaba 87
destinado a ser gentil. No se quedó así.
Su boca se abrió apresuradamente, su lengua serpenteando para enredarse
con la mía. Gemí mientras sus dedos se enroscaban en la parte de atrás de mi
cabello e inclinaba la cabeza, llevándome más profundo.
El beso no era robado. ¿Verdad?
Ahora, si le arrancaba la ropa y me enterraba dentro de ella, eso sería algo
diferente. La quería ferozmente, pero tenía fuerzas para controlarme.
Al menos eso es lo que me dije... hasta que ella enganchó su pierna alrededor
de mi cadera y se movió contra mí.
—Joder —solté.
Yo no tenía la fuerza para eso.
—Clare, espera —murmuré.
No lo hizo. Rodó a un lado, tirándome con ella hasta que estuviera a
horcajadas sobre mis caderas. Su boca desapareció, pero sólo el tiempo suficiente
para quitarse la sudadera, color violeta pálido, por la cabeza, y tirarla al lado de la
cama.
Sus pechos redondos empujaron hacia mí mientras se acercaba para deshacer
el broche en su espalda.
Si se sacaba ese sujetador, estaba hecho. Estaría dentro de ella sin cualquier
conversación adicional o consideración.
Ejércitos malditamente completos, no tenían ese tipo de fuerza.

88
Capítulo doce
Clare

—J
esús. Espera. —Me agarró de los hombros para que me quedara
quieta, pero sus ojos se desviaron hacia mi pecho.
—No te detengas —le supliqué, meneándome en su agarre.
Algo había sucedido dentro de mí cuando sus labios se encontraron
con los míos. Un hambre que no había sentido en años, había surgido.
Pasión. Anhelo. Deseo.
Apenas podía recordar un tiempo en que quise que Walt me tocara.
Pero, con una sola muestra, necesitaba a Heath... en todas partes.
Su boca.
Sus dedos.
Su longitud, hinchándose entre mis piernas mientras sus ojos se centraban en
mis pezones, que estaban encumbrados debajo de mi delgado sujetador blanco de 89
algodón.
Ojalá hubiera sido algo más sexy. Algo digno de su apreciación. Tal vez uno de
esos camisones colgando en el armario. Pero, si él notó mi sujetador en absoluto,
no lo mostró. Sus ojos eran oscuros, y sus dedos mordían la carne de mis hombros
como si estuviera aferrándose al borde del autocontrol.
Un borde que necesitaba desesperadamente que dejara ir.
Me doblé, murmurando contra sus labios:
—Heath, por favor.
Mientras giraba mis caderas por encima de su polla, gruñó:
—Me estás matando aquí.
—Hazme la pregunta —susurré, palmeando cada lado de su rostro antes de
tomar su boca otra vez.
Sus manos se deslizaron hasta mis caderas, donde me balanceó en su regazo.
—¿Qué pregunta?
Moviendo mi asalto desde su boca hasta su cuello, tracé mi lengua hasta su
oreja y luego apunté:
—¿Qué necesitas, Clare? —Puntuándolo conmigo rastrillando mis dientes
sobre el lóbulo de su oreja.
Todo su cuerpo se tensó mientras gimió su aprobación con una maldición.
Deslicé mis manos hasta la cintura de sus jeans, abriendo el botón antes de tirar del
dobladillo de su camiseta. Sus brazos se alzaron mientras lo arrastré por encima de
su cabeza.
El calor se acumuló entre mis piernas cuando su camiseta se unió a la mía en
el suelo.
Heath era hermoso. Todo potencia bruta y músculo definido. Pero era sólo un
aderezo para el hombre que se escondía en su interior.
Manos apacibles. Buen corazón. Sonrisa espléndida.
Mis pezones hormiguearon mientras trazaba mi dedo por el suave y rubio
rastro de vello que desaparecía en la cintura de su bóxer.
Respiró hondo y cerró los ojos.
—Clare. —Exhaló.
Le besé el corazón.
—Pregúntame.
Sus ojos se abrieron, la incertidumbre todavía persistente en su mirada.
—Esto es una mala...
No le dejé terminar, antes de alcanzar y desabrocharme el sostén, dejándolo
caer por mis brazos. 90
Su ardiente mirada se clavó en mi pecho.
—Jesús —maldijo, pero sus manos se movieron para palmear mis pechos.
Mi cabeza cayó hacia atrás y mi boca se abrió mientras las chispas
incendiaban mi clítoris, añadiéndose a la electricidad ya rugiendo dentro.
—Sí —grité, balanceándome contra él.
Sentándose, me balanceó hacia atrás en sus brazos y chupó mi pezón entre
sus labios.
Pasé una mano por encima de su muslo, la otra se enhebró en su cabello,
sosteniéndole cerca mientras devoraba mi pecho. Su lengua se arremolinaba y sus
dientes mordían, gruñidos resonando en su garganta.
Echó una mano por la parte de atrás de mis jeans, amasando mi culo mientras
me apoyaba contra su dura longitud.
Dios, lo necesitaba dentro de mí.
—Pregúntame —ordené, dándole un fuerte tirón al cabello.
—¿Qué necesitas, Clare? —murmuró contra mi pecho.
Sonreí victoriosamente.
—A ti.
Sus ojos se alzaron, un infierno fabricándose en su interior, al final me dio el
único permiso que necesitaría.
—Entonces, tómalo.
Yo estaba fuera de la cama, despojándome el pantalón, antes que la sílaba
final hubiera despejado sus labios. Hizo lo mismo, se quitó sus jeans y su bóxer. Su
mano fue hacia su gruesa polla, acariciándose mientras subía de nuevo a la cama y
lo montaba a horcajadas.
Su mano atrapó mi barbilla, forzando mis ojos hacia los suyos.
—Esto es todo tuyo, nena. Pero, para que sepas, no hay nada que no quiera de
ti.
Mantuve su mirada fija mientras alcancé entre nosotros y descaradamente
envolví mi palma alrededor de sus dedos trabajando en su eje.
Deslizó su mano hacia atrás de mi cuello y me arrastró hacia él. Sus labios
tocaron los míos, la punta de su lengua golpeando mi labio inferior mientras dijo:
—Soy tuyo, Clare. Tómalo todo. —Movió sus dedos entre mis piernas,
trabajando mi clítoris antes de presionar dentro.
—Sí —siseé, soltándolo para equilibrarme con sus hombros.
—Estás mojada, nena —dijo antes de besarme con una sonrisa arrogante.
Podría haberle dicho eso. Había pasado la segunda vez que me había
preguntado si confiaba en él. Nunca cuatro palabras tan sencillas habían sido tan
excitantes. Y no porque las hubiera dicho en ese profundo tono barítono que podía
enloquecer a una mujer. Sino, más bien, porque era el momento en que me había 91
dado cuenta que confiaba en él. Inequívocamente. Completamente. Absolutamente.
Mente. Cuerpo. Y alma.
—Lo estoy —le confirmé entrecortadamente.
Su dedo se curvó, presionando más, haciéndome gemir.
—Entonces, guíame a casa, Clare —ordenó contra mi boca.
Empujándome de rodillas, me adelanté. Quitó su mano y la apoyó en mi
cadera, pero ese fue el único movimiento que hizo. No me instó o presionó
mientras alineaba nuestros cuerpos. Se sentó allí, inmóvil, con los ojos ardiendo en
los míos, buscando en mi rostro cualquier signo de vacilación.
No encontraría ninguno.
—Bésame —le insté, lentamente hundiéndome en su polla, disfrutando de la
forma en que me estiraba.
Gimió en mi boca mientras un millón de piezas rotas se estrellaban contra el
suelo.
Y luego tomé a Heath. Repetidamente.
Eché mi cabeza hacia atrás y cerré mis ojos, dejando que el mundo que nos
rodeaba se fuera y se perdiera en él.
Su cálida boca en mi cuello.
Sus fuertes manos en mi culo.
Su dura polla llenándome.
Nada entre nosotros.
Ni siquiera las palabras.
Y dio con todo su cuerpo.
El sexo no iba a arreglar mi vida. Pero esos minutos de paz cuando nos
unimos como uno, me recordó por qué la pelea valía toda la pena.
No tenía idea de cuánto tiempo había estado montándolo cuando gruñó:
—Date prisa, o voy a tomar el mando.
Mis piernas comenzaban a doler, y un brillo de sudor nos cubrió a ambos.
Pero no tenía prisa por encontrar mi liberación.
Podría haberme quedado en ese momento para siempre.
Sin embargo, su “tomar el mando”, sin duda sostenía alguna promesa.
Así que le respondí:
—Tómalo, cariño.
Me dobló la rodilla bajo el brazo y nos dio la vuelta. Perdí su polla en el
camino, pero gané mucho más cuando su gran cuerpo me cubrió.
—¿Confías en mí?
—Siempre. 92
—¿Todavía estás dolorida? —preguntó, retrocediendo y luego cubriendo mis
piernas con sus hombros.
Negué.
—Eso está a punto de cambiar —declaró.
Y entonces.
Heath.
Tomó.
El mando.
Duro y rápido. Áspero y crudo. Un hombre en una misión, mi cuerpo siendo
su único camino a casa.
—Mierda, Clare —gruñó, entrando y golpeando la cabecera contra la pared.
—¡Sí! —grité, con la espalda arqueada en la cama y las uñas en el pecho
mientras trataba de aferrarme.
Me trabajó a fondo. Sus caderas se agacharon, creando un ritmo implacable
mientras su pulgar encontraba mi clítoris y me empujaba hacia el borde. Pero, a
medida que los minutos pasaban, no pude culminar.
Se hundió dentro de la empuñadura y gruñó:
—Sal de tu cabeza.
Si solo fuera así de fácil. Estaba golpeando todos los puntos correctos. Mi
cuerpo latía con necesidad, pero no podía caer.
Caer significaba dejarlo ir, una novedad que nunca me había permitido.
—¡Heath! —refuté cuando de repente se calmó, sólo la punta de su longitud se
acurrucó dentro de mí.
Él se encogió de hombros y me apretó lentamente mientras se inclinaba para
besarme.
—Dámelo, nena.
—Estaba intentando —me quejé.
—Entonces deja de intentar y dame cualquier carga que te tenga tan
bloqueada en tu cabeza que ni siquiera puedes culminar.
No tenía idea de cómo hacer eso.
—Yo... no estoy segura...
Negó y me miró a los ojos, con el pulgar en el pómulo.
—Escúchame. Esa carga ya no es tuya. Internalízalo. Acéptalo. Entonces deja
que se vaya y confía en mí para cuidar de ello. De ti. De tu chica. De todo. Te tengo,
Clare. De aquí en adelante, somos tú y yo.
Parpadeé. Luego parpadeé otra vez. De muchas maneras, siempre había sido
él y yo. 93
Yo y Luke.
Yo y el agente Light.
Y, ahora, yo y Heath.
Desde el día en que lo conocí, se había ocupado de mí.
Incluso cuando no sabía quién era.
Y, en esa comprensión, ocurrió lo más extraño.
Respiré y mis pulmones no se estrecharon por el tornillo que me había estado
ahogando durante la mayor parte de mi vida. Incluso antes de Walt.
La sangre caliente se precipitó en mis venas, no un rastro del escalofrío de la
realidad.
Por primera vez en el tiempo que pude recordar, mi pulso disminuyó y mi
visión de túnel se expandió, lo que reveló una nueva dimensión de claridad que me
rodeaba.
—Oh, Dios mío —me ahogué.
—Ahí está ella. —Respiró, apartando el sudor de mi frente.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello y mis piernas alrededor de sus
caderas, incapaz de acercarme lo suficiente.
—Eso es —gimió, sus caderas comenzaron a moverse de nuevo.
Lento y poco profundo esta vez, pero fue más que suficiente. Habíamos ido
por lo que se sentía como para siempre, pero por la forma en que mi cuerpo
reaccionó, bien podría haber estado tocándome por primera vez.
Mi liberación subió, sus empujes suaves persuadiéndome más alto.
—Te tengo —dijo con voz ronca, con los músculos de su espalda flexionados
mientras se movía dentro de mí.
Tú y yo, Clare.
Un segundo después, Heath no sólo tomó otro fragmento de mi alma, tomó
todos.
Y los di libremente, sabiendo que sólo él tenía el poder de volver a ponerlos
juntos.
—¡Heath! —grité mientras me caía en sus brazos.
Mis músculos pulsaban alrededor de él mientras se retorcía y se sacudía,
vaciándose dentro de mí, el profundo gemido de mi nombre en sus labios.
Estaba tumbada sobre mi espalda cuando descendía de mi orgasmo, pero
sabía con absoluta certeza que la Tierra se había vuelto a inclinar sobre su eje, y
cuando me levantase de esa cama, encontraría tierra firme otra vez.
Con Heath.

94
Capítulo trece
Elisabeth

—E
se imbécil de mierda —gruñó Roman, caminando por el porche
trasero.
Había estado repitiendo la misma frase durante casi dos horas.
Estaba haciendo mi mejor esfuerzo por relajarme en una de
nuestras nuevas mecedoras mientras veía a Tessa jugar en la hierba con Loretta. Mi
estómago dolía mientras apretaba una copa de vino contra mi pecho.
Apenas eran las cinco y ya llevaba la mitad de una botella. Beber de día nunca
había sido tan necesario.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunté, dirigiéndole a Tessa una sonrisa forzada
cuando se giró para asegurarse de que todavía estaba allí.
Tessa había estado preguntando por su madre, pero después de la forma en
que Clare había explotado cuando se leyeron los resultados de ADN, había
imaginado que lo mejor era darle un poco de tiempo a solas. 95
Lo entendía. Hubiera querido explotar también. Ya era bastante difícil de
tragar que los embriones habían sido cambiados. Pero averiguar que mi óvulo
había sido utilizado con conocimiento para crear un embrión totalmente diferente
me había golpeado como una tonelada de ladrillos.
—¿Ahora? —preguntó Roman retóricamente—. Ahora, voy a encontrar a ese
hijo de perra y a matarlo.
Hice girar el Chardonnay en mi vaso mientras preguntaba.
—Él es su padre biológico. ¿Y si trata de conseguir su custodia?
Roman se detuvo y se giró hacia mí, con las manos plantadas en sus caderas.
—Es un hombre buscado, Lis. Ningún juez va a darle a ese cobarde la
custodia. Pero, por encima y más allá de eso, tendría que quitármela de mis brazos
sin vida. Y eso suponiendo que aún respirase después que Light acabase con él.
Todo esto era cierto. Roman era... bueno, Roman cuando se trataba de Tessa.
Y, durante la semana pasada, había visto cuánto amaba Heath a Clare y a
Tessa. Trataba que no se notara y mantenía sus manos para sí mismo la mayor
parte del tiempo, pero sus ojos contaban otra historia. Siempre le veía mirarlas,
estudiando el estado de ánimo de Clare y anticipando todas sus necesidades. Era
muy dulce de presenciar. Era un tipo duro, con Roman y el resto del equipo de
seguridad demandando estar en cada decisión y elevando el infierno inmortal
cuando algo no iba a su manera. Pero, en el momento en que Clare entraba en una
habitación, una amplia sonrisa cubría su rostro y toda su actitud se iba,
cambiándolo a un gigante gentil.
¿Y Tessa? Olvídalo. Era una causa perdida para ella. Lo tenía comiendo de
cada uno de sus pequeños dedos, probablemente incluso de los dedos de los pies.
No había nada que Heath no haría por esa niña.
—Tienes razón —le dije a Roman, aunque mi estómago seguía en un nudo.
—Ella es tu hija también, bebé.
—Ella es la hija de Clare —corregí, bajando la mirada a los listones de madera
del porche, odiándome por desear que fuera diferente.
Se acercó y detuvo mi silla mecedora poniéndose en cuclillas frente a mí.
—Sólo quería decir que, si Walter intentase algo, eres su madre biológica.
Vamos a luchar contra él.
Mi visión nadó mientras admití.
—No quiero pelear con él. Quiero que esto termine.
Sus brazos estuvieron a mi alrededor antes que cayera una sola lágrima.
—Lo sé. Y será lo suficientemente pronto. Lo juro.
—Simplemente no parará. Todo esto. Tiene que… —Fui interrumpida cuando
Alex abrió la puerta trasera.
—Leblanc, tenemos un problema —nos informó, con un brillo asesino en sus 96
ojos.
Inmediatamente me arrastré fuera de la silla por Tessa.
—¡Elisabeth, calma! —gritó Alex, pero mis pies ya estaban en movimiento.
Cualquiera que pudiera ser el problema, estaría más segura en el interior.
—Tienes que estar bromeando —gritó Roman mientras llegaba hasta Tessa y
la levantaba.
Me di la vuelta, mi corazón acelerándose, y encontré a Kristen, a Cathy, y a
Rome Leblanc todos de pie en el otro lado de la puerta de cristal, sus bocas abiertas
mientras me miraban como si me hubiera crecido una segunda cabeza.
Y, al bajar la mirada a Tessa mientras ella estaba sobre mi cadera, me di
cuenta que, en lo que a ellos respecta, la tenía.
—Mierda —murmuré en voz baja, ansiedad emanando de mi cuerpo.
—¡Has dicho mierda! —Se rió Tessa, ajena a mi casi ataque de pánico.
Cerré mi boca y la miré. Haciendo todo lo posible por ser severa y no reírme
mientras decía.
—Lo hice, corazón. Pero tú no deberías.
—¿Por qué no? Roman dice mierda. Mamá también dice mierda. Luke dijo
joder, sin embargo.
Me mordí el labio. Sí que decía joder mucho.
—Sí, Heath dice… uh… esa palabra. Pero, de nuevo, no deberías.
Ella parpadeó.
—¿Puedo comer pastel?
Si la distraía de decir mierda y joder antes que tuviera que llevarla a conocer a
sus medios abuelos y su tía, a quien todavía no se lo habíamos dicho, podía tener lo
que fuera que quisiera.
—Sí, señora —le contesté, regresando a la casa.
A medida que nos acercábamos a Roman y al resto de los chicos de seguridad,
su conversación se hacía más fuerte.
Los ojos de Tessa se abrieron, y su pequeño cuerpo se tensó cuando un agente
de la DEA gritó:
—¡Estaban en la lista!
—¿Qué jodida lista? —gritó Roman, su rostro poniéndose rojo y una vena que
daba miedo temblando en su frente.
Ethan dio la vuelta a la esquina y plantó una mano en su pecho, justo
mientras otro agente de la DEA caminaba hacia la puerta para unirse a la discusión.
—¡Y, ahora, estamos todos aquí! Espero que alguien extienda la jodida
alfombra roja para Noir antes de salir de sus puestos —gruñó Roman.
Fruncí el ceño e hice una nota mental de echarles la bronca a cada uno de 97
ellos, incluido Roman, por tener esta discusión delante de Tessa. Pero eso tendría
que esperar hasta después, cuando ella no estuviera asustada y aferrándose a mi
cuello.
Corriendo por su lado, fui hacia la casa y luego cerré la puerta detrás de ellos.
—Está bien —le susurré a la oreja—. Sólo están hablando.
—Ehhh —dijo Kristen arrastrando las palabras—. ¿Qué demonios está
pasando? —Su mirada sorprendida yendo entre Tessa y yo y luego hacia la puerta
de cristal, donde su hermano pequeño estaba empujando su dedo contra el pecho
de un agente federal armado.
—Bueno... —empecé a decir solo para parar.
Necesitaba escribir un libro entero para explicar la forma en que habíamos
llegado a este punto, que era, precisamente, por lo que todavía no les habíamos
dicho nada. Ninguno de las dos sabía qué diablos decir. Habíamos estado
esperando la confirmación de ADN antes de arrastrar a cualquier otra persona a
este lío. Solo que ahora el desorden era incluso más grande.
—Así que ella es Tessa —presenté, pero eso fue lo más lejos que llegué antes
de darme cuenta que probablemente debería escribir dos libros.
De pronto, Heath vino a toda velocidad por las escaleras en nada más que un
jeans, su arma en la mano, el cabello despeinado y marcas de garras cubriendo su
pecho.
—¡No se muevan! —gritó.
Rome soltó una maldición sorprendido y extendió sus brazos, protegiendo a
Cathy y Kristen.
—¡No! No. ¡No! —grité, corriendo hacia Heath—. ¡Estamos bien! ¡Todo el
mundo está bien!
Su mirada giró alrededor de la habitación, pero nunca bajó su arma mientras
gruñó.
—¿Qué demonios está pasando?
—¡Luke! —gritó Tessa, levantando su cabeza y moviéndose entre mis brazos
para llegar a él.
—Por favor. Baja el arma —supliqué—. Esta es la familia de Roman. No les
esperábamos, y Roman está enfadado porque uno de los chicos les dejó entrar. Eso
es todo. Nada está pasando.
Y entonces decidí que tomaría al menos tres libros explicar esto a los Leblanc
mientras Clare bajaba corriendo las escaleras en absolutamente nada, excepto la
camiseta de Heath, gritando:
—¡Tessa!
Por supuesto, en respuesta, Tessa gritó:
—¡Mamá! —Y se movió todavía más.
Heath escaneó la habitación por última vez antes de guardar su arma a
regañadientes en la parte trasera de sus jeans. 98
Mis hombros se hundieron con alivio, aunque no estaba muy segura de que
algún día conseguiría desacelerar a mi corazón.
—Ven aquí, chica dulce. —Heath arrulló a Tessa.
Apenas la había puesto sobre sus pies cuando ya estaba corriendo a sus
brazos.
La levantó, la miró rápidamente, le dirigió una amplia sonrisa, y luego se la
entregó a una particularmente agotada, e igualmente desaliñada, Clare.
Miró alrededor de la habitación y luego se pasó una mano por el cabello
mientras extendía la otra en la dirección a Rome, diciendo:
—Heath Light. —Informal, como si acabara de encontrarse con él en la tienda
de comestibles un maldito martes por la tarde.
—Rome Leblanc —murmuró, tomando con cautela la mano tendida de Heath.
¿Cómo era ésta mi vida?
—Necesito más vino —declaré.
—Yo podría tomar vino —dijo Cathy.
Kristen mantuvo sus ojos sobre el pecho desnudo de Heath mientras decía:
—Espero que tengas un viñedo.
No lo tenía. Pero llamaría al ayudante de Roman, Seth.
—¿Clare? —pregunté.
Ella se asomó alrededor de Heath.
—Uh... yo... probablemente debería vestirme.
—Claro. Bueno, tendré una copa lista si cambias de opinión.
No perdí ni un solo segundo más antes de ir por el vino.

—¿Cómo estás? —le pregunté a Clare mientras nos sentábamos en el sofá,


viendo a Rome y Cathy Leblanc jugar con Tessa con bloques en el piso.
Roman había dado la versión abreviada de lo que iba a ser mi serie de tres
libros a su familia una vez que él finalmente se calmó. Como era de esperar, todos
estaban sorprendidos. La sorpresa de Rome se expresó en una cadena de
interjecciones enojadas similares a las de su hijo, pero Cathy lloró, exclamando que
tenía una nieta antes de lanzar toda su energía reprimida de abuela, en Tessa.
Kristen pasó media hora tratando de formular una respuesta adecuada. Aunque lo
hizo mientras miraba fijamente a Heath y a Ethan.
Clare alzó la vista hacia Heath, que estaba apoyado contra la pared,
cerniéndose como un centinela vigilando a sus chicas. Sus mejillas eran de color
rojo brillante cuando ella volvió su atención hacia atrás en mi camino, con una
sonrisa tímida jugando en sus labios.
—Creo que estoy bien. 99
Como se vio después, Heath fue el que había hecho esta misteriosa lista de
visitantes aprobados. Estaba formada por la familia de Roman, mis padres y sus
hermanas. Pensé que era una dulce locura, que confió en nosotros lo suficiente
como para incluir a personas que él nunca había conocido, en su lista. Sin embargo,
después de escucharlo a él y a Roman discutir, descubrí que él no confiaba en
nadie. Sólo había hecho extensas investigaciones sobre ambos antes que se hubiera
acercado por primera vez a Roman.
No estaba segura de cómo me sentía acerca de alguien investigando a mis
padres.
Sin embargo, mi vino me dijo que no me preocupara.
¿Y quién era yo para discutir con el vino? Nunca me había conducido
incorrectamente antes.
—¿Estás segura? Lo siento mucho por todo esto. —Moví una mano alrededor
de la habitación—. Les habría pedido que se fueran, pero ni siquiera la DEA tiene
los recursos para lidiar con la ira de Cathy Leblanc.
Ella me lanzó una sonrisa comprensiva.
—Está bien, en serio.
—El sexo hace que todo esté bien —dijo Kristen, dejándose caer al otro lado de
Clare.
—¡Kristen! —regañé en un susurro.
Clare soltó una risita, arrojando su cerveza a sus labios antes de mirar de
nuevo a Heath.
—¿Qué? —se defendió Kristen—. Todos les vimos a los dos bajando por las
escaleras. —Señaló con la barbilla en dirección a Heath—. ¿Está la parte inferior tan
caliente como la parte superior?
—Oh, Dios —gemí, dejando caer mi cabeza contra el respaldo del sofá.
Clare no respondió. Al menos, no verbalmente. Pero su sonrisa se ensanchó
cuando quedó fascinada con la etiqueta de su cerveza.
Kristen apretó sus perlas imaginarias.
—Oh, dulce Jesús. Lo es. Sobre esa observación, necesito más vino.
—Estamos fuera. Pero Seth debería estar aquí pronto —dije, meneando las
cejas.
Su sonrisa se curvó en un ceño fruncido.
—Ese hijo de puta de culo sexy.
Me incliné sobre Clare, golpeándola con el hombro.
—Sólo para ponerte al día, Kristen durmió con el asistente de Roman. No la
ha llamado de regreso.
—Auch —le dijo a Kristen con simpatía.
Kristen asintió enfáticamente. 100
—Sí, y peor aún, estoy atascada viéndolo cada vez que salgo de mi camino
para acecharlo en la oficina de Roman. Al menos Roman podría despedirlo y hacer
que sea un desafío para mí.
Las cejas de Clare se alzaron, sus labios se diluyeron mientras reprimió una
risa.
Mientras Kristen se alejaba, le dije:
—Puedes reírte. Todos sabemos que está loca.
—En realidad lo está. No tomes esto por el camino equivocado, pero no puedo
creer que ella y Roman estén relacionados.
Miré donde estaba Roman con Alex y Ethan, discutiendo algo en susurros. Su
hermoso rostro se contorsionaba de rabia. Yo, de nuevo, escuché a mi vino y tomé
el último sorbo en lugar de tratar de averiguar qué estaba mal ahora.
—Oh, Roman también está loco. Es mejor manteniéndolo oculto que Kristen.
Su mirada se elevó, siguiendo la mía hacia Roman
—Lo siento —se disculpó.
Volví mi atención a ella.
—¿Debido a qué?
Negó y volvió a pelar la etiqueta de su cerveza.
—Que Walt te hizo eso.
Mi pecho se apretó, y extendí la mano antes de darle un apretón
tranquilizador.
—No me hizo eso a mí. Lo hizo a todos nosotros. Eso te incluye a ti. No le
debes disculpas a nadie.
Ella sonrió, pero mantuvo la mirada fija en su regazo.
—¿Crees que él era mío?
—¿Quién?
Sus ojos tristes se alzaron hacia los míos.
—Tu hijo... Tripp. Quiero decir, mi calidad de óvulos era mala, por lo que
tuvimos que hacer FIV para empezar. Pero los médicos nos dijeron después de mi
recuperación de óvulos, que obtuvieron tres. ¿Crees que quizá Walt mandó que
alguien cambiara los óvulos y tuvieras el mío, y por eso murió?
Dios, mi corazón dolía con la mención de Tripp. No lo tuve por mucho tiempo,
pero ese niño era mi vida. Lo extrañaba cada minuto de cada día y probablemente
lo haría por el resto de mi vida.
—No sé de quién era el óvulo, pero sé que no fue por eso que murió. Fue sólo
una de esas cosas —respondí, mirando a Roman, que ahora me estudiaba desde el
otro lado de la habitación.
Leyendo mi estado de ánimo, inclinó su cabeza en cuestión, pero le di una
sonrisa para hacerle saber que estaba bien. 101
Me volví hacia Clare.
—¿Puedo admitir algo tan increíblemente loco que va a hacer que Kristen
parezca la definición de la cordura?
Sonrió, y asintió ansiosamente.
—Si Walt cambió los óvulos, no lo odio por ello. Lo odio por lo que te hizo. A
Tessa. A todos. Pero, si me dio a Tripp... quiero decir, no era lo ideal. Esos meses
sabiendo que íbamos a perderlo fueron los más duros de toda mi vida. Pero tuve
doce minutos con un niño que había llevado dentro de mí durante nueve meses. Me
mató el dejarlo ir, pero no daría mi tiempo con él por nada.
Su barbilla tembló cuando preguntó:
—¿Puedo decir algo tan increíblemente egoísta que me va a hacer parecer que
soy la peor persona del mundo?
Sonreí.
—Dímelo.
Su mirada cansada se alzó hacia la mía.
—Me alegro que fueran ustedes. Sé que es una mierda, pero no tengo idea de
dónde estaría si no fuera por ustedes y Heath. Siento que esto esté sucediendo. —
Una lágrima finalmente rompió su fachada.
Por el rabillo del ojo vi a Heath desprenderse de la jamba y avanzar hacia ella.
Ella no pareció darse cuenta y siguió hablando.
—Pero estoy tan egoístamente agradecida de que fueras tú. ¿Eso me convierte
en una persona horrible?
Me reí, luchando contra mis propias lágrimas.
—Si lo hace, entonces podemos ser personas horribles juntas. —Solté su mano
y tintineé mi copa vacía, en su cerveza.
Heath se detuvo delante de nosotras, la preocupación arrugando su frente.
—¿Estás bien, nena?
Negó y se echó a reír, secándose la humedad de su rostro con el dorso de la
mano.
—Soy una persona horrible. Pero también lo es Elisabeth, así que creo que
está bien.
Golpeé mi hombro con el suyo mientras yo reía aún más fuerte.
No era muy gracioso.
Era triste. Terrible y trágicamente deprimente.
Pero, a veces en la vida, tus únicas opciones eran reír o llorar.
Y Clare y yo estábamos con retraso en reírnos.
Ella le entregó la cerveza a Heath cuando se cayó en el sofá, riendo. Yo estaba
justo detrás de ella, cayendo al otro lado, perdida en la histeria.
Y nos reímos. 102
Y se rió.
Y se rió un poco más.
Hasta que toda la habitación se rió junto con nosotros.
Habría mucho tiempo para llorar más tarde.
Pero, por una noche, bebimos cerveza y vino, pasamos tiempo con la familia,
pedimos pizza, y fingimos que era todo tan perfectamente normal.
Capítulo catorce
Clare

—C
ariño. —Exhalé, enredando mis dedos en la parte superior del
cabello de Heath, su cabeza entre mis piernas.
Me había despertado en sus brazos mientras me había cargado de
la cama junto a Tessa a su habitación al otro lado del pasillo. No
había perdido tiempo antes de bajarme las bragas por las piernas y arrodillarse.
—Te quiero dentro de mí —rogué.
—Te corres en mi boca y te daré mi polla.
Gemí. No era exactamente una dificultad; era, sin embargo, pronto. El sol de
la mañana acababa de empezar a filtrarse por las ventanas y no pasaría mucho
antes que Tessa se despertara.
Habían pasado casi tres semanas desde los resultados de ADN y el día que
Heath y yo tuvimos sexo por primera vez. Sin embargo, más o menos una semana
después de eso, había sido la única vez que Heath y yo tuvimos sexo. 103
El día siguiente, Heath me había dicho que quería que viera a un terapeuta
antes que algo más sucediera entre nosotros. También estaba preocupado de que
no hubiéramos usado condón. Podía ver su punto sobre el condón, pero no había ni
una cosa que un terapeuta fuera a decir que iba a persuadirme de desear estar con
Heath.
Y no lo hizo.
Después de mi primera cita con la doctora que habían traído a la casa para
vernos a Tessa y a mí, salí por la puerta, informándole:
—Ella dijo que éramos adultos en edad de consentir, y si quiero tener sexo
contigo, puedo.
Arqueó una ceja y preguntó:
—¿Acabas de pasar una hora consiguiendo permiso para follarme?
Me encogí de hombros. Esa no fue la única cosa que habíamos discutido, pero
fue uno de los puntos más altos.
Frunció el ceño y entonces me empujó de nuevo dentro.
Una hora después, volví a salir con los ojos enrojecidos, emocionalmente
exhausta.
Sonrió y me abrazó, murmurando:
—Gracias, joder.
No me rendí en mis intentos de volver a meterlo en la cama, sin embargo.
Durante una semana, lo torturé con camisones y lo acorralé con besos en cada
oportunidad que lo tuve a solas. Nunca me sentía más viva que cuando estaba en
sus brazos… desnuda o vestida.
Sin embargo, la noche que me colé en la ducha con él, decidí que
definitivamente me gustaba más desnudo. Me deseaba. Sabía que lo hacía.
Simplemente estaba intentando hacer lo correcto para mí. Pero lo correcto para mí
era estar con él. Así que, cuando lo presioné contra la pared de la ducha, finalmente
se rindió con una sexy sonrisa y un:
—Jesucristo, mujer.
Y fue una muy buena cosa, porque cuando estábamos juntos, me hacía olvidar
el resto de la locura que nos rodeaba.
Y desesperadamente necesitaba más de eso.
El mismo día que empecé a ver a la terapeuta, comencé a trabajar con la DEA
para derribar a Walter. En intercambio por completa inmunidad por mi parte en
cualquiera de sus crímenes, pasé día tras día respondiendo preguntas y llenándolos
con todo lo que sabía sobre sus operaciones.
Tomlinson no permitió a Heath en la habitación mientras me interrogaban y
temí que su cabeza fuera a explotar el primer día, cuando salí llorando. Para el
segundo día, se relajó un poco, pero siempre estaba sentado en una silla al otro
lado de la puerta cuando salía, una exhausta y preocupada mirada pintando su 104
guapo rostro.
Pero eso era entonces… y ahora era ahora.
Y, en el ahora, era víspera de Navidad y su boca estaba entre mis piernas, su
lengua haciendo apretados círculos sobre mi sensible clítoris.
—¡Sí! —grité, arqueándome de la cama.
—Deprisa, nena —ordenó ásperamente, su mano deslizándose por mi
estómago hacia mis pechos.
Me trabajó a fondo con su boca, chupando y lamiendo mientras me llevaba
hacia el borde. Pero fueron sus habilidosos dedos en mis pezones, tirando y
rodando, los que me hicieron llegar.
Me corrí dura, larga y hermosamente.
—Heath, cariño —gemí cuando continuó consumiéndome. Me retorcí debajo
de él, demasiado sensible por el post-orgasmo, pero queriendo más—. Me
prometiste tu polla.
Su cabeza se elevó, un travieso brillo en sus ojos mientras se inclinaba hacia la
mesita de noche para tomar un condón.
—Dices la palabra polla de nuevo y no vamos a llegar muy lejos.
Hablé con una gran sonrisa cuando dije:
—Polla. —Pronuncié cada letra mientras apoyaba mis pies en la cama y
permitía que mis rodillas cayeran abiertas.
Aspiró un aliento a través de sus dientes, sus ojos se sumergieron en mi
centro.
—Si no hubiera despertado esta mañana con sueños de tu coño, te follaría la
boca.
—Podríamos hacer ambos —sugerí, extendiendo la mano por él.
Sonrió mientras abría el condón, los músculos en su estómago ondulando
mientras lo ponía en su grueso eje.
—Navidad es mañana, Clare. Podemos hacer ambos entonces. —Me guiñó y
mi estómago aleteó con la excitación de “ambos” más que por cualquier regalo bajo
el árbol.
Una vez que tuvo el condón puesto, se quedó de pie y dobló su alta figura
sobre mí para tomar mi boca en un profundo y húmedo beso, el sabor de mi
liberación permaneciendo en sus labios.
—¿Qué necesitas, Clare? —preguntó contra mi boca.
Repliqué con la misma, pero no menos certera, respuesta de siempre:
—A ti.
—Entonces, tómalo —dijo con voz ronca.
Alcancé entre nosotros y nos alineé y entonces Heath lo tomó desde ahí.
Me folló duro y rápido, pero era Heath, así que también fue cariñoso y gentil. 105
Sus manos estaban en mi cabello, sus dientes mordisqueaban mi cuello, su
poderoso cuerpo me sujetaba contra el colchón.
El orgasmo número dos se construyó dentro de mí. Su ritmo se aceleró
mientras enlazaba mis piernas por los tobillos alrededor de su espalda, usando mis
talones para impulsarlo más profundo.
Una petición que cumplió de sobra.
Cuando la primera oleada me golpeó, arañé su espalda con mis uñas y
rápidamente cubrió mi boca con la suya para tragar mi grito. Unas pocas estocadas
después, tragué su gruñido mientras encontraba su propia liberación.
Entonces, soporté su peso cuando colapsó encima de mí. Su boca fue a mi
oreja mientras su barba temprana arañaba mi mejilla.
—Feliz Víspera de Navidad, nena.
No es esa la maldita verdad.
—Feliz Víspera de Navidad, Heath.

—¡Mamá! ¡Luke hizo tocino de Navidad! —exclamó Tessa cuando entré en la


cocina.
Me reí, yendo directa a ella y besando su frente.
—Su nombre es Heath, cariño —le recordé por millonésima vez.
—No. Él es Luke. —Soltó una risita antes de masticar un trozo de tocino.
—Dulce chica, puedes llamarme como sea que quieras —dijo Heath desde la
estufa—. ¿Quieres un poco, nena?
Me dirigí hacia él, sacando una taza de café del armario antes de ponerme de
puntillas y plantar un casto beso en sus labios.
—¿Qué es tocino de Navidad?
—Es de un reno —respondió Tessa detrás de mí.
Juguetonamente levanté mis cejas.
—¿Nos estamos comiendo a Rudolph?
Me miró con una brillante sonrisa.
—No. Es sólo tocino normal, pero me dijo que no le gustaba. El tocino de reno
es muuuuucho más sabroso, al parecer.
Me reí de nuevo.
—En ese caso, tocino suena asombroso.
—Oh, bueno. Reservé a Dancer sólo para ti. —Me besó de nuevo.
Fui a la cafetera y me vertí una taza.
—¿Dónde están Roman y Elisabeth?
Un ruidoso chisporroteo llenó la cocina cuando añadió más tocino a la sartén. 106
—Salieron por algunas cosas de último minuto para mañana. Oh, eso me
recuerda. El último de los paquetes —su mirada fue a Tessa—, llegó. Tenemos todo
listo para esta noche.
Sonreí, mezclando la leche y el azúcar en mi café.
Tessa y yo no habíamos salido de la casa desde que habíamos llegado hace
casi un mes. No era seguro, no mientras Walt siguiera ahí fuera. Así que, con la
Navidad aproximándose con rapidez, Heath había insistido en que buscáramos en
línea e hiciéramos algunas compras para Tessa. Me sentía como una gorrona sin
manera de comprar regalos para mi hija, así que añadí exactamente tres cosas al
carrito en línea.
Heath frunció el ceño y luego tomó el ordenador de mi regazo, añadiendo
aproximadamente dos docenas de juguetes antes de sacar su tarjeta de crédito de
su billetera y comprarlo todo. Me mordí el labio, abrumada con gratitud.
Besó mi sien y me abrazó, murmurando:
—Te tengo, Clare. A las dos.
Y lo hacía, así que aspiré un tembloroso aliento y lo dejé ir.
Luego le hice el más grande y mejor pollo masala que jamás había probado
esa noche para la cena.
Era una doble victoria porque Heath odiaba la comida de Elisabeth. No era
que su comida fuera necesariamente mala, pero era tan quisquillosa que ponía
cosas extrañas en cada plato. Pastel de carne con mostaza. Carne asada con una
rara salsa blanca espesa, y gyros hechos con carne de vaca en lugar de cordero. Yo
era más tradicional y no era por presumir, pero nunca había sobras.
Intentaba ayudar a Elisabeth tanto como podía. Había pasado horas
desmalezando, podando y recortando sus parterres para volverlos a poner en una
forma decente. Y le había prometido que, tan pronto como llegara la primavera, la
ayudaría a plantar flores. También hice mi mejor esfuerzo para ganar mi estancia
cuando se trataba de la casa. Mientras que éramos gente relativamente limpia,
vivíamos nueve bajo un techo si incluías a Alex, Devon, Jude y Ethan, quienes a
menudo rotaban. Los cuartos se llenaban a veces, pero nadie había matado a nadie
aún. Apuntaba eso como un éxito.
—¿Crees que tenemos suficiente papel de envolver? —le pregunté, levantando
mi taza a mis labios por ese primer glorioso sorbo de café.
Su atención permaneció en la sartén friendo mientras replicaba:
—Creo que tenemos suficiente papel para envolver el estado de Georgia. Todo
un bosque estará llorando por la mañana.
Solté una risita y apuntó una sonrisa moja-bragas en mi dirección, algo de su
cabello cayendo sobre su frente y en sus ojos.
—Necesitas un corte de cabello. ¿Quieres que lo haga? Apuesto a que Roman
tiene algunas tijeras o algo. Podría despejar los lados.
Retorció sus labios y dio la vuelta al tocino en la sartén.
—¿Estás diciendo que mi cabello es una mierda?
107
—No. Me estoy ofreciendo a hacerte un favor. Considerando que has cargado
tu lado en la balanza, te debo al menos un millón de favores para ahora.
Me frunció el ceño.
—No hay balanza con nosotros.
Dejé mi café en la encimera y me deslicé detrás de él, rodeando sus caderas
con mis brazos y apoyando mi mejilla entre sus omóplatos.
—Siempre hay balanza, Heath. Un corte de cabello no la iguala, pero será un
comienzo.
Apartó el tocino de la hornilla. Entonces se volvió en mis brazos y envolvió los
suyos alrededor de mis hombros.
—¿Sabes cómo cortar el cabello?
—Síp. Crecí pobre y en un parque de caravanas de mierda, no ser confundido
con el buen parque de caravanas. —Sonreí—. Cuando tenía doce, tomé las tijeras de
mi padre y empecé a ofrecer cortes de cabello por cinco dólares para ganar algo de
dinero… para, ya sabes, comer. Bien, la cosa buena sobre ser pobre en un parque de
caravanas de mierda es que todos son pobres. Cinco dólares por cada cosa era un
robo. Tuve que empezar a tomar citas.
Alzó una ceja.
—¿Eres buena?
—Lo soy ahora. Era una mierda al principio. Pero, oye, eran cinco dólares.
Nadie se quejó.
Sus labios se torcieron, pero no sonrió.
—Dijiste que eras camarera cuando conociste a Noir. ¿Por qué no te dedicabas
al cabello si eres tan buena?
Me encogí de hombros.
—No tenía el dinero para la escuela. Sólo me gradué en la escuela secundaria
porque era gratis y me mantenía ocupada. Tuve que irme y buscar un trabajo. La
educación superior era un lujo que no me podía permitir.
Su mano se deslizó por mi espalda, apretando la parte trasera de mi cuello
mientras preguntaba:
—¿Te gustaba? Cortar el cabello, quiero decir.
Entrecerré un ojo y miré sobre su hombro, intentando recordar lo que parecía
una vida atrás.
—Mmmm… me gustaba el dinero. Me gustaba ser buena en ello. Me gustaba
ser capaz de darle a la gente algo que normalmente no habrían sido capaces de
permitirse. Pero no, no creo que necesariamente me gustara hacerlo.
Le dio a mi cuello otro apretón.
—¿Y qué piensas que habrías disfrutado haciendo?
108
—No lo sé. Cuando era una niña, siempre quise abrir una pequeña tienda de
jardinería. Nada grande, pero una donde pequeñas viejas damas pudieran entrar y
hablar sobre flores que estaban en temporada mientras sus maridos compraban
mangueras y feos gnomos.
Recibí otro labio torcido, pero esta vez, fue seguido por el toque de un labio.
Le echó un vistazo a Tessa antes de permitir que su mano se deslizara por mi
culo.
—Así es como equilibras la balanza, Clare. Abres esa sexy boca y la usas para
contarme sobre ti. No necesito favores. Te necesito.
Oh. Dios. Mío.
La manta de calidez de Heath no sólo me envolvía.
Me cubría.
De la cabeza a los pies.
Mente y alma.
Mi visión nadó y bajó a sus labios de nuevo para otro toque.
—No llores. Tu tocino de Navidad está listo.
—Estoy asustada —admití.
Sus manos se retiraron.
—¿Por qué?
—Porque, si sigues siendo tan dulce, hay una muy buena posibilidad de que
me enamore de ti. —Solo bromeaba a medias. Ya amaba a Heath; esa mierda de
enamorarme era historia.
Se rió.
—Ya es la maldita hora de que estés atrapada.
—¿Atrapada? —chillé.
Sus hombros se sacudieron mientras me atraía a su pecho.
—Nena, he estado enamorado de ti durante meses. No es exactamente un
secreto. Tomlinson me amenazó con despedirme la última semana.
Mi corazón se detuvo con un chirrido. Y no porque Heath iba a ser despedido
por estar conmigo.
Sino porque Heath se había enamorado… de mí.
Durante meses.
Plural.
Malinterpretando mi reacción, acarició de arriba abajo mi espalda.
—No te preocupes, nena. Le aseguré que no nos estábamos acostando. Lo
cual, técnicamente, no hacemos, considerando que duermes con Tessa todas las
noches y duermo al otro lado del pasillo. —Guiñó un ojo—. Pero, con eso dicho,
debería probablemente reevaluar mis opciones de carrera más pronto que tarde. En 109
este punto, tengo un pie en la tumba contigo.
—La muerte no es romántica —le informé porque era llorar o ser una listilla.
Se rió y besó la cima de mi cabeza.
—Lo es cuando tenga noventa años y lo haga después de pasar cincuenta años
contigo.
Oh. Dios. Mío. No podía manejar esta conversación. En absoluto. Estaba
enamorada de Heath, indudablemente. Pero estaba luchando por ver por qué él
estaba enamorado de mí. Mis cualidades positivas en el momento en que
estábamos gastando su dinero para comprarle a mi hija, quien casualmente ni
siquiera era mía, regalos de Navidad, todo mientras pasaba sus días asegurándose
que mi actual marido no me matara o, peor, a él.
Aclaré el bulto en mi garganta y dije:
—Creo que necesito ese tocino de reno ahora.
Me apretó con fuerza y murmuró:
—De acuerdo, nena. Lo que sea que necesites.
Pero lo que falló en ver era que realmente necesitaba una máquina del tiempo
para que yo pudiera retroceder y encontrarlo antes que todo este desastre
comenzara. Pero no pensé que tuviera una a mano o ya la habría usado para hacer
lo mismo.
Capítulo quince
Heath

—P
ásame el papel rojo —le dije a Clare mientras estábamos sentados
en el suelo del salón, envolviendo regalos.
La casa estaba a oscuras, Tessa estaba durmiendo arriba, y Roman
y Elisabeth se habían ido a dormir después de haber vertido toda
una tienda de juguetes de regalos perfectamente envueltos bajo el árbol. Y eso
estaba encima de la media tienda de juguetes que yo había comprado, que
definitivamente no estaban envueltos perfectamente. Clare había se había muerto
de risa cuando había envuelto el primero y utilicé solo un pedazo de cinta adhesiva.
Pero Tessa era una niña. Confiaba en el hecho de que a ella no le importaría un
comino cómo se veían mientras hubiera algo de color rosa y brillante en el interior.
—Siento que tendremos que donar la mitad de estas cosas —respondió,
pasándome tanto la cinta como el papel de regalo.
Levanté una ceja y recogió la vigésima séptima, aunque de alguna manera
diferente, muñeca que había envuelto esa noche. 110
—¿Solo la mitad?
Ella se rió, cortando una de las cajas esparcidas por el suelo y sacando una
pequeña caja de terciopelo negro.
—¿Qué es esto?
Me encogí de hombros.
—Ni idea. Ábrelo y mira.
Sus mejillas se sonrojaron mientras sonreía, mirándome a través de sus
pestañas, un brillo de emoción coqueta bailando en sus ojos. Pasión.
—Claro. No lo sabes.
Pero, sinceramente, no lo sabía. Pensé que tenía que haber sido algo de
Roman que se había mezclado con nuestras cosas.
Me asomé por la montaña de regalos mientras ella habría la tapa.
Apenas distinguí el brillo de un diamante antes que saliera volando por la
habitación, chocando contra la pared antes de caer al suelo.
—¡No! —gritó, pero ya estaba buscando a través del papel de embalaje marrón
hasta que encontró otra caja—. No —susurró, poniendo una mano sobre su boca y
bajando la mirada como si hubiera visto un fantasma.
—Habla —le ordené, levantándome y luego acercándome a ella.
—Él sabe que estamos aquí —jadeó, su mirada salvaje yendo de mí a la caja en
su mano.
No hubo necesidad de que explicase quién era “él”.
Lava fundida surgió en mis venas mientras se lo quitaba de la mano y abría la
tapa.
Una pequeña pulsera de oro con un dije de corazón que ponía la niña de papá
estaba dentro, pero eso fue todo lo que pude observar antes que desapareciera de
repente de mi mano.
—¡No! —gritó, corriendo hacia la puerta delantera y abriéndola de par en
par—. Él no puede hacer esto.
Caminé tras ella mientras lo enviaba volando a través del aire frío de la noche.
Las luces del sensor se encendieron, iluminando la oscuridad.
—¡Que te jodan! —gritó como loca.
La enganché por la cintura, pero frenéticamente giró, corriendo por mi lado
hacia el comedor hacia la primera caja que había abierto. La agarró del suelo y
luego, a toda prisa fue hacia la puerta y la lanzó para que se reuniera con el
brazalete. Un gutural—. ¡No! —Salió de su garganta mientras lo observaba
atravesar el aire.
—Clare —le dije con cautela. Me preparé para que ella se desmoronase y me
preparé para otra crisis como cuando se había desmoronado sobre mí después de 111
los resultados de ADN—. Ven aquí, nena —insté, mirando su espalda.
Sus hombros estaban subiendo y bajando con sus respiraciones pesadas, y sus
puños abiertos y cerrados a los costados.
Fui hacia ella, solo para detenerme en seco mientras cerraba la puerta y
giraba sobre su talón hacia mí.
Sin desgarros en la vista.
Su espalda recta.
Sus hombros cuadrados.
Su mandíbula afianzada.
La rabia irradiaba de ella.
Y ese sutil parpadeo de miedo que llevaba tan a menudo cuando se trataba de
Walt había desaparecido por completo.
—¿Estás bien? —pregunté con cautela.
Era seguro asumir que no lo estaba mientras siseó.
—Es Navidad por el amor de Dios. Él no puede hacer eso. Hoy no. Ni nunca.
Vi a Roman y a Devon correr por el pasillo hacia nosotros. Pero levanté una
mano para detenerles, negando mientras les aseguraba.
—Estamos bien.
Clare se dio la vuelta para ver con quién estaba hablando, pero ella no había
acabado para nada con su perorata.
—No estamos bien. ¡Estamos jodidamente genial!
Roman ladeó su cabeza, pero tuvo el buen sentido de murmurar una disculpa
y alejarse.
Con la sala vacía, Clare volvió su ira contra mí.
—Lo juro por Dios. Por fin soy malditamente feliz por primera vez en toda mi
puta vida. ¡Él no me puede quitar eso!
Me hacía un idiota, pero una gran sonrisa se dibujó en mi rostro, el orgullo
hinchando mi pecho.
—¿Qué necesitas, Clare? —pregunté, luchando contra hacerle perder la
cabeza.
—Matarle —respondió ella sin vacilar.
Hace semanas, se hubiera derrumbado, abrumada por el miedo y el pánico.
Habría enloquecido al saber que Walt sabía dónde estaba.
Hace semanas, habría sido “me matará”.
Hoy, una bestia había surgido de su interior.
Hoy era “matarle”.
Sonreí. 112
—A pesar de que no es exactamente legal, no te detendré.
Pisoteó por mi lado, sacó la caja de cartón donde el regalo había sido
entregado, y la lanzó al otro lado de la habitación.
—¿Por qué no han sido capaces de encontrarlo? —espetó—. Ha pasado más de
un mes de mierda. Me niego a creer que se haya escondido en un búnker
subterráneo. Está ahí fuera, Heath. De compras en un jodido centro comercial
comprando regalos de Navidad mientras yo estoy encerrada aquí, escondida como
una cobarde de mierda.
Crucé mis brazos sobre mi pecho y continué sonriéndole.
Ella continuó con su actitud de perra que me tenía luchando contra una
erección.
—¿Por qué sonríes?
Me encogí de hombros casualmente.
—Oh, tal vez porque el hombre del que has estado atemorizada desde el día en
que te conocí te ha enviado un regalo sólo para volverte loca y, en lugar de permitir
que te volviera loca, has explotado y has tirado esa mierda al jardín delantero.
Sus labios se tensaron, pero su resolución se mantuvo fuerte.
—Él no me lo envió sólo para enloquecerme. Es una advertencia.
—¿Cómo lo sabes?
—Los diamantes. No son nuevos. Me los dio después que casi me mató en
nuestro primer aniversario. Pensó que estaba coqueteando con el camarero. Pasé
una semana en el hospital. Era tan malo que tuvimos que decirles que tuve un
accidente de auto. —Tomó una respiración jadeante—. Estábamos en la cabaña que
le conté a Tomlinson. Me llevaba allí cada año y me hacía usar los diamantes como
un recordatorio no tan sutil. —Su mirada se dirigió al piso—. Sabe de ti.
Por el amor de Dios, quería matar a ese bastardo por haber puesto alguna vez
un dedo sobre ella. Pero, peor, por haber manipulado mentalmente su miedo por
tanto maldito tiempo. Era un milagro que no estuviera loca después de todo lo que
el hijo de puta le había hecho pasar. Era un verdadero testimonio de su fuerza.
Cerré la distancia entre nosotros y apoyé mis manos en sus caderas.
—¿Y?
—¿Y? —repitió confundida.
—¿Por qué es importante que lo sepa? ¿Honestamente? Espero que ese hijo
de puta esté despierto en la cama todas las noches sabiendo que estás conmigo. —
Clavé mi pulgar en mi pecho—. Sabiendo que soy yo a quien eliges. Sabiendo que es
mi cuerpo el que deseas. Sabiendo que es mi nombre el que dices cuando te hago
correrte. Espero que esa mierda se coma su alma porque sabe que está pasando y
no puede hacer una cosa maldita para cambiarlo. Ya no eres suya, Clare.
Una sonrisa juguetona tiró de la comisura de sus labios mientras susurró:
—Probablemente le está destruyendo. 113
—Estoy seguro que lo hace. Me solía matar cuando ibas a casa con él cada
noche.
Su sonrisa cayó.
—Oh, Heath.
—Pero estás conmigo ahora. Y él nunca te tendrá de nuevo. Esos diamantes y
pulsera han sido su último intento de entrar en tu cabeza, porque no puede llegar a
ti de otra manera. No merece siquiera tu ira. No le des eso. Vamos a volver a
sentarnos. Acabar de jugar a Santa. Y seguir malditamente con nuestras vidas.
Sonrió una vez más.
—Tienes razón.
Entrecerré mis ojos y estudié su rostro, buscando la grieta en su armadura.
Pero ni siquiera veía la armadura.
Sólo veía a Clare.
Mi Clare.
La que me daba cuando estábamos a solas con Tessa.
La valiente mujer cuya sonrisa podría iluminar incluso la noche más oscura.
La que me había atrapado desde el momento en que nos conocimos.
La que protegería con mi vida por la única razón de lo que estaba hecha para
ser mía.
De la que me había enamorado antes incluso de que ella supiera mi nombre.
Si no hubiera tenido que sacar los putos regalos de Walter fuera del jardín
delantero y llevarlos al laboratorio donde sacarían las huellas, la habría llevado al
piso de arriba y le hubiera mostrado lo mucho que significaba para mí que ella me
diese ese tipo de confianza.
Sin embargo, no tenía esa clase de tiempo. Teníamos un bote lleno de regalos
por envolver todavía y una niña arriba que estaba soñando con la mañana de
Navidad.
Pero lo que tenía era un para siempre con ella.
Aunque ella lo supiera ahora o no, lo sabría muy pronto.
Bajé mi cabeza y pasé mis labios sobre los suyos mientras arrogantemente
dije:
—Siempre tengo razón, Clare. Probablemente deberías acostumbrarte a eso.
Se alejó y me miró de lado.
—Excepto cuando estás jugando a la Ruleta de la Fortuna.
Gemí y deslicé una mano para pellizcarle el culo.
—Oh, vamos. Déjalo ir ya. 114
Se rió y se puso de puntillas para besar la base de mi cuello.
—Lo siento, pero no lo dejaré nunca. Adivinaste “Mujer de Invierno” en un
rompecabezas de superhéroes. Es triste.
Me tuve que reír. Era porque se estaba haciendo muy claro que mis
habilidades en la Ruleta de la Fortuna eran inexistentes.
—Bueno, basta de ti, Vanna White. Vamos a terminar este concierto de Santa
para que realmente podamos dormir un poco antes que Tessa se despierte.

—Maggie, ella es Clare. Clare, Maggie.


Clare quitó su brazo de alrededor de mi cintura y lo extendió hacia mi
hermana pequeña.
Maggie levantó la vista hacia mí y se quejó.
—Esto es tan injusto.
Sonreí. La había amenazado con represalias siguiendo la ley si me
avergonzaba cuando viniese para Navidad. Sólo para asegurarme de hacerme
entender, había comenzado su mañana de Navidad con un boleto de
estacionamiento en el parabrisas de su auto.
Apretó la mano de Clare y dijo:
—Es realmente un placer conocerte, pero tienes que entender que es contra
mi religión no darle a Heath un infierno. Aunque es bien merecido. Paró mi baile
de graduación durante más de una hora porque pensaba que mi vestido era
demasiado corto. Todo mi baile de graduación. Le dijo al director que habían
encontrado drogas en el local. Y se negó a dejar todo claro hasta que me pusiera un
suéter.
Sonreí. Eso ni siquiera fue lo peor que le había hecho. Pero eso era lo que
conseguía por cambiar de vestido después que había salido de la casa. Mi papá era
inútil cuando se trataba de ser padre, pero eso no significaba que no tuviera a
alguien que cuidara de ella.
—No rompí las piernas de tu cita cuando lo encontré manoseándote en la
entrada —dije—. Considera eso mi disculpa.
—Él estaba dándome un beso de buenas noches... ¡en la maldita mejilla! Eso
difícilmente es manosearme. Y fue parado y detenido por un policía estatal en su
camino a casa.
Sonreí con orgullo por el recuerdo.
—Sí, tuve que pedir algunos serios favores por eso.
Su voz tomó ese chillido de mono loco que enviaba a los perros en picada
cuando chilló:
—¡Él se negó a hablar conmigo de nuevo!
Sonreí más amplio.
—Te estaba tocando, Mags. 115
Gruñó, apretando sus dientes mientras se volvía hacia Clare.
—Heath tiene una colección de tarjetas de Pokémon en la parte superior de su
armario en casa.
Clare estalló en risa.
Hijo de puta. Había sabido que traerla aquí era una mala idea, pero el resto de
la familia fue a la casa de Melanie en Augusta para las vacaciones. Y Dios sabe por
qué, pero por alguna razón, las dos no hablaban. Estaba seguro de que tenía que
ver con el brillo de labios prestado o algo tan trivial que mis hermanas encontraron
para pelear. No era como si pudiera dejar a Maggie sola en casa.
—¡Los coleccionaba cuando era un niño! —defendí.
Maggie se inclinó hacia Clare y susurró:
—Estaba en la escuela secundaria.
La fulminé con la mirada.
—¿Ya terminaste?
Bateó sus pestañas y sonrió.
—Por ahora.
—Bueno —comenzó Clare, apenas capaz de hablar en torno a su risa—. Es un
placer conocerte, Maggie. Y si piensas en algo más que creas que debo saber sobre
tu hermano, me encantaría escuchar.
Volví mi mirada fulminante hacia Clare.
—No la animes.
Sus labios se curvaron en las esquinas en una sonrisa condescendiente.
—¿Por qué no? Me encanta conocerte mejor. Además, me parece
increíblemente sexy que sepas qué tarjeta podría vencer a un Pikachu.
Incliné la cabeza.
—Ese es el único Pokémon que conoces, ¿no?
—Es el único Pokémon que conoce el setenta y cinco por ciento de la
población. Y ese porcentaje se eleva a noventa y nueve si solo cuentas a las
personas que realmente han echado un polvo. —Bajó la voz y bromeó—. Cariño, no
me di cuenta que tomé tu virginidad.
—¡Oh Dios mío! ¡La amo! —exclamó Maggie, tirando a Clare en un abrazo.
Lo curioso, yo también.
Pero guardé eso para mí y fingí que me molestaba.
Miré al techo, murmurando:
—Dios me ayude.
Tessa golpeó de repente mi pierna, sosteniendo una muñeca Barbie.
—¿Luke, abres esto?
116
Clare y yo nos habíamos acostado tarde cuando terminamos de envolver, y
Tessa se había levantado al amanecer, demoliendo todo nuestro arduo trabajo en
menos de una hora. Eran solo las nueve de la mañana, y ya estaba en mi tercera
taza de café. Pero valía la pena cada minuto de cansancio para ver a Tessa
sonriendo y riendo con su madre.
Los ojos de Maggie centellearon mientras se agachaba frente a ella.
—Tú no serías Tessa, ¿verdad?
Tessa me miró y volvió a mirar a mi hermana y asintió.
—¡Oh, bien! —exclamó Mags, cavando en su bolso y sacando una pequeña caja
de regalo envuelta—. Verás, Santa accidentalmente entregó esto a mi casa. Estaba
dirigida a una Tessa, y Heath me dijo que era probablemente tuya. Corrí esta
mañana tan rápido como pude.
Los grandes ojos verdes de Tessa se iluminaron cuando su boca se abrió.
—¡Sí! ¡Es mío!
Maggie se levantó y alargó su mano.
—¿Qué dices si tú y yo vamos a sentarnos y abrirlo?
—¡Sí! —chilló, rebotando en los dedos de sus pies como si fuera su primer y no
centésimo presente del día.
Antes de despegar, Maggie sacó otra caja de su bolso y la golpeó contra mi
pecho.
—Aquí tienes, Romeo.
Le sonrió a Clare, luego tomó la mano de Tessa y desapareció a la vuelta de la
esquina.
—¿Qué es eso? —preguntó Clare, con ansiedad en los ojos.
Me reí entre dientes y la acurruqué contra mi pecho. Besando la parte
superior de su cabeza, murmuré:
—Relájate. No es nada grande. Hace un par de días que la hice recogerlo para
mí.
—¡Heath! —regañó—. Acordamos no regalos.
—Nena, es nuestra primera Navidad juntos.
—Cierto. Y no te conseguí nada.
Sonreí con satisfacción.
—Oh, no sé. Tengo la intención de robarte para una ducha en un rato.
Sus mejillas se sonrojaron mientras se inclinó hacia mí, repitiendo:
—Acordamos no regalos.
Le ofrecí la caja.
—Bien. No es un regalo de Navidad. Pero es algo que he querido comprarte
durante mucho tiempo. Finalmente tuve la oportunidad, y aquí está. ¿Mejor?
117
Mordió su labio inferior y miró la caja.
—¿Has querido comprarme algo durante mucho tiempo?
—Demasiado tiempo... así que hazme un favor y deja de hablar y ábrelo.
Me fulminó con la mirada, pero un segundo después, la arrebató de mi mano
y la abrió.
—Oh, Heath. —Respiró—. Es hermoso. —Pasó su dedo por el reloj de pulsera
de plata con diamantes alrededor de la esfera del dial.
Era hermoso. Por eso lo había elegido. Pero había hecho una modificación que
había confundido completamente al vendedor en la joyería.
Lo inclinó hacia un lado y la sacudió.
—No funciona bien. Esta... —Y entonces las palabras murieron en su boca
mientras aspiraba un jadeo agudo y me miraba con los ojos muy abiertos—. Oh
Dios mío.
Tomé la caja de su mano y le quité el reloj.
—Les pedí que sacaran la batería.
—Oh, Dios mío. —Se ahogó, con lágrimas cayendo de sus ojos.
Lo deslicé en su muñeca.
—Ahora estás conmigo, Clare. Me aseguraré que no vuelvas a necesitar otro
deseo. Pero, si lo haces, siempre será a las 11:11.
—Oh, Dios mío —repitió, mirando su reloj—. No puedo creer... —Se calló y
negó—. Sé que no crees en mis deseos tontos. Pero no hay otra explicación para
cómo te conseguí.
Y, si fuera un deseo que me trajo aquí, yo besaría ese reloj cada día de mierda
por el resto de mi vida.
Se puso de puntillas y presionó sus labios contra los míos, inhalando
reverentemente.
—Gracias.
Le dejé tener su beso, pero cuando ella estaba a punto de separarse, serpenteé
una mano en la parte de atrás de su cabello y la sostuve en mi boca mientras
murmuraba:
—Te amo, Clare.
Sus ojos se abrieron completamente y su cabeza se sacudió un centímetro.
—¡No digas eso!
Arqueé una ceja y de mala gana la dejé ir.
—¿Y por qué no?
—Porque esa es mi línea. Me conseguiste un reloj increíblemente considerado
y significativo. Decirte que te amo era todo lo que me quedaba.
Reprimí una carcajada. 118
—¿Y si no te hubiera conseguido el reloj sorprendentemente considerado y
significativo?
Bufó y puso los ojos en blanco.
—Todavía te amaría, pero probablemente esperaría hasta que estuviera
absolutamente segura de que me amabas antes que te lo dijera.
—Bueno, nada dice absolutamente seguro como yo diciéndote te amo.
Entonces, ¿qué tal si simplemente lo repites y estaremos a mano?
Ella negó categóricamente.
—Ahora, no tiene tanto impacto. Lo arruinaste. Ahora, tendremos que esperar
hasta que pueda agarrarte con la guardia baja.
—¿Disculpa? —dije bruscamente, pero estaba sonriendo, así que no me
acarreó el puñetazo que había estado esperando.
Devolvió mi sonrisa y me besó de nuevo.
—Gracias por el reloj. —Beso—. Amo... —beso profundo, completo con la
lengua y un gemido retumbante. Ella se alejó, sonrió abiertamente y terminó con—,
esto.
—Muy graciosa —dije inexpresivo, deslizando mi mano hasta su culo,
apretándolo, y usándolo para molerla contra mí—. Creo que tendré mejor suerte
sacándote esto en la ducha.
Ella gimió su aprobación, pero cuando me alejé, agarró el frente de mi camisa.
—Te amé cuando pensé que eras Luke. No lo entendía, pero día tras día lo
sentía —tomó mi mano y la colocó sobre su pecho—, justo aquí.
—Joder —gruñí, mis dedos contrayéndose contra su pecho.
Me fui para otro beso, pero ella lo esquivó.
—Todavía te amaba incluso cuando pensaba que el agente Light había sido
enviado para arrestarme. Arriesgaste todo y me salvaste a mí y la vida de mi niña.
Nunca podré pagarte por eso.
Mi pecho se expandió hacia reinos totalmente nuevos. Cepillé un cabello
perdido de su rostro y presioné mis labios contra su frente.
—Jesús, Clare.
—Pero, ahora mismo, después de pasar el último mes contigo y conocer al
verdadero Heath, puedo decir honestamente que te amo más que Luke y el agente
Light combinados. Pero nunca quiero que pienses que es sólo porque me rescataste
del infierno. O simplemente porque fuiste amable conmigo cuando más lo
necesitaba. Te amo porque eres un hombre increíble que recuerda algo como una
superstición tonta de cuando estaba en mi yo más oscuro y me compraste un regalo
para poder llevar eso conmigo a la luz, contigo. Por eso, te amo a ti, Heath.
Esperé un segundo para asegurarme que terminó de hablar antes de
levantarla de sus pies y cubrir su boca con la mía. Ella gimió, rodeó sus piernas
alrededor de mis caderas, y las bloqueó en el tobillo como si tratara de alejarme en
lugar de arrastrarme dentro de ella de la manera que tan desesperadamente quería. 119
¿Cómo diablos iba a encontrar palabras para seguirlo? No había ninguna
combinación de letras en todas las vastas lenguas del mundo para transmitir
adecuadamente lo que sentía por ella. Pero, mientras descansaba sus hombros
contra el fresco tablón y movía mi boca a su cuello, le di todo lo que tenía.
—Yo también te amo.
Capítulo dieciséis
Elisabeth

—N
o puedo creer que me hicieras usar esto —susurré a Roman.
Por qué había susurrado, no tenía idea. Probablemente por
hábito. Porque no había ni una sola persona en toda la sala de
cine. Por supuesto, eso era porque Roman, el multimillonario,
había insistido en rentar todo el teatro. Había hecho lo mismo con la cena en el
restaurante. Esto estaba a años luz de las noches de citas de antes cuando íbamos
por el menú de un dólar en la ventanilla de autos y luego entrábamos al cine con un
solo boleto.
Pero así era la vida con esta nueva versión millonaria de Roman. No puedo
decir que fuera algo malo. Me había sorprendido esa mañana con un par de Jimmy
Choos que costaban más que mi primer anillo de compromiso. (No que mi
segundo. Ese era una gran roca).
Como sea, esta nueva versión de él venía con algunas desventajas.
120
En adición a los zapatos, también me había dado un chaleco antibalas rosa
para usar.
Había intentado una de mis pataletas típicas, negándome a usarlo. Se había
sentado en el borde de la cama, sonriéndome, con sus brazos sexys cruzados sobre
su pecho igual de sexy. Momentos después, su mano estaba en mi cabello, estaba
desnuda y se estaba moviendo dentro de mí mientras declaraba que lo usaría en
cualquier momento que estuviera fuera de la casa.
Considerando que estaba actualmente usando ese mentado chaleco bajo una
blusa blanca de seda y una falda ajustada, con los anteriormente mencionados
Jimmy Choos, todos sabemos cómo terminó la conversación.
—Oh, silencio. Ese es el modelo de chaleco más nuevo. Apenas tiene tres
milímetros de espesor. Deberías haber visto la expresión de Simon Well cuando
aparecí en su oficina con ese lote. Soy probablemente la primera persona en todo el
mundo en conseguir armadura personalizada hecha en menos de una hora. —Se
dio un golpecito en el pecho, donde su camiseta cubría su propio chaleco.
No estaba equivocado. Era delgado. Y más ligero de lo que habría imaginado
que pudiera ser un chaleco. Pero aún abultaba bajo mi blusa y, básicamente,
eliminaba mis pechos.
Sin embargo, el brillo de orgullo en los ojos de Roman mientras me lo ponía,
que lo hacía parecer como un niño de doce años, valió la pena.
Quiero decir, no era como si fuéramos a ver a alguien de todos modos.
—¿Dónde deberíamos sentarnos? Este lugar está lleno —bromeé, mirando el
teatro vacío.
—Listilla. —Se rió, subiendo los escalones.
Apuntando con la gran cubeta de palomitas, indicó dos asientos en el medio.
Una vez acomodados, Roman comenzó a sacar dulces de sus bolsillos.
Me conocía muy bien.
O eso pensé hasta que me pasó una bolsa de Raisinettes.
Bajé la mirada a los ofensivos dulces.
—¿Eres nuevo aquí?
—No tenían M&M —se defendió.
—Mmmm, ¿en qué mundo los Raisinettes son la elección por defecto cuando
no hay M&M? todo el mundo sabe que las almendras cubiertas de chocolate son un
reemplazo más acorde.
—Pero odio las almendras —contestó, metiendo un puñado de palomitas en su
boca.
Fruncí mi labio con incredulidad.
—¿Desde cuándo?
—Eh… desde siempre.
121
Mi barbilla se levantó.
—¿De qué demonios hablas? Te encanta el pollo a la almendra.
Se rió.
—No, me encanta tu pollo. Quito las asquerosas almendras.
—¿En serio?
Me miró y levantó la soda a sus labios, una sonrisa curvó las esquinas de su
boca mientras daba un sorbo por la pajita. Tragó y después confirmó:
—En serio.
Mi mandíbula cayó abierta.
—De ninguna forma. Estás jodiéndome, ¿verdad?
Soltó una carcajada.
—No puedo creer que no lo supieras. Las saco de la mezcla de frutos secos y
todo.
Jadeé.
—Oh, Dios mío. Pensé que lo hacías porque sabías que me encantaban y
querías dejármelas a mí. Siempre pensé que era tan romántico.
Se rió, rápidamente cubriéndolo con una tos.
—Claro. Digo. Es exactamente por lo que lo hago.
Me incliné en mi silla y ondeé mi mano.
—Oh, ni siquiera intentes eso ahora. Es como si no te conociera en absoluto.
Estoy casada con un extraño.
—Bueno, de hecho, no estás casada con nadie. Pero vamos a solucionar eso
pronto. Está matándome. —Ofreció los dulces en mi dirección de nuevo.
—No creo que ahora sea el mejor momento para una boda —repliqué,
tomando a regañadientes la bolsa de Raisinettes.
—¿Quieres otra boda?
—No lo sé. Tal vez como un viaje o algo —murmuré ausente cuando caí en
cuenta de algo—. Espera, ¿te gustan las aceitunas?
Movió su cabeza de un lado a otro y sonrió tensamente.
—Sí.
—Oh, Dios mío, ¡no te gustan!
Se rió con fuerza.
—Para nada.
—No encuentro nada gracioso aquí, Roman. Te das cuenta de que me has
mentido por toda nuestra relación.
Todavía riendo, dejó las palomitas en el asiento a su lado y movió la bebida al
portavaso entre ambos. Poniendo su brazo a mi alrededor, me tranquilizó.
—Muy bien. Tranquila. No te he mentido en toda nuestra relación. No me 122
gustan las almendras, ni las aceitunas, ni el salmón.
Jadeé, verdaderamente ofendida por ese extra.
No pareció preocupado por mi ofensa y siguió hablando:
—Pero a ti sí. Odias la salsa de tomate, y justo anoche me hiciste lasaña.
Ambos tomamos compromisos. No es algo malo. Puedo sacar las aceitunas y las
almendras o tragarme el salmón de vez en cuando porque sé qué harías lo mismo
por mí. Ahora, relájate, comete las malditas Raisinettes y luego dale a tu hombre
una masturbada en el cine oscuro.
Una risa subió por mi garganta y extendí una mano para golpearlo en el
pecho.
—¿Qué? —Fingió inocencia—. Es un compromiso, Lis.
—¿Cómo es que masturbarse en el cine es un compromiso?
Arrugó su frente.
—Mmm, porque en realidad quiero una mamada en el cine, pero pagué el
alquiler de todo un teatro porque sé que has querido ver esta película. Al menos,
con una masturbada, puedes todavía verla.
Me reí, pero tomó mi mano y la guio hacia abajo a su regazo, dejándome saber
cuán en serio hablaba.
—Y con eso dicho, debo ir al baño antes que la película empiece.
Gruñó y dejó caer su cabeza contra la silla.
—Bien. Pero apúrate, escuché que Hemsworth se quita su camisa en los
primeros cinco minutos. Estoy esperando que eso te ponga de humor.
Me levanté y miré esos ojos plateados que habían robado mi corazón.
Agachándome, pasé un dedo seductoramente por su pecho y murmuré:
—Hemsworth no se compara contigo. —Lo besé, profunda y húmedamente. Y,
mientras me enderezaba, jugué un poco con él—. Sin embargo, si esta fuera una
película de Channing Tatum…
Le dio una palmada a mi culo.
—Sabionda.
Me reí y bajé los escalones, pero sí contemplé cómo uno masturbaba a alguien
sin que el personal o la seguridad lo vieran.
Cuando llegué a la puerta, Ethan estaba esperándome.
—¿Baño? —pregunté.
—Justo ahí —dijo, apuntando con su dedo al otro lado del pasillo.
Dos minutos después, la novedad de un baño de cine vacío me tenía
emocionada mientras me tomaba mi tiempo secándome las manos con el secador.
Justo cuando se apagó, escuché la puerta del baño cerrarse.
—¿Roman? —dije, sonriendo cuando levanté mi cabeza.
Pero no era Roman. 123
Ni Ethan.
Un hombre que de hecho nunca antes conocí, pero que habría reconocido en
cualquier parte, rodeó la esquina.
El pánico explotó a través de mí, pero apenas logré soltar un grito antes que
su mano aterrizara en mi boca.
Y entonces fue completamente silenciado cuando me arrojó al suelo, su
cuerpo aterrizando con fuerza sobre mí, robándome el aire de los pulmones.
Sus asquerosos labios rozaron mi oreja.
—Hola, Elisabeth. Qué bueno conocerte finalmente.
El sentimiento no era mutuo. Podría haber vivido miles de vidas sin conocer a
Walter Noir.
—¡Suéltame! —grité, luchando contra él, pero me mantuvo sujeta al suelo de
azulejos.
La punta de su arma se presionó en mi sien y espetó:
—Cállate.
Me congelé de inmediato, con la sangre bombeando en mis oídos.
—Buena chica. —Su mano aterrizó en la parte de atrás de mi cabeza, donde la
empuñó, inclinando mi cabeza en un ángulo dolorosamente antinatural. Se inclinó
contra mi rostro, la saliva salía de su boca mientras decía con furia—: ¡Quiero a mi
esposa de regreso!
—No sé dónde está. —Sollocé.
Chasqueó su lengua contra sus dientes mientras fruncía el ceño.
—Ahora, eso no es cierto. Estaba en tu casa cuando te fuiste, ¿verdad? —La
culata de su arma se estrelló contra mi nariz.
Mi visión se puso borrosa con la explosión de dolor.
—¡No me mientas! —Soltó mi mano y se puso en pie.
Pero estaba indefensa para intentar escapar. Rodé a mi espalda, apenas capaz
de mantenerme consciente.
—¿Cómo está mi hija? —Se rió como un loco, agachándose frente a mí—. O
debería decir nuestra hija. Hicimos una niña preciosa, ¿verdad? —Pasó su arma
por el costado de mi rostro.
Un escalofrío bajó por mi espalda mientras luchaba por enfocarme.
—No sé dónde está —dije con voz arrastrada, levantando tambaleante una
mano para limpiar la sangre de mi nariz mientras comenzaba a filtrarse a mis ojos.
—Te sugiero que lo averigües, Elisabeth.
Su mano se metió bajo el dobladillo de mi blusa, subiéndola mientras una
sensación desagradable despertaba mis sentidos. Aparté sus manos y luego me 124
arrastré por el suelo hasta que mi espalda chocó con la pared.
Inclinó su cabeza a un lado, una ligera sonrisa curvó su boca.
—¿Chaleco? —preguntó, mirando fijamente al chaleco rosa expuesto.
No respondí mientras pateaba, tratando desesperadamente de alejarme de él
sin suerte. Mi cuerpo temblaba mientras la sangre caía de mi nariz a mi regazo.
—Claro que lo es. —Se rió—. Ese cobarde hijo de puta ha probado ser una
especie de hombre exitoso. Confía en mí. Estaba tan sorprendido como tú.
Permanecí en silencio cuando empezó a pasear por el baño.
—Sabes, cuando pagué al doctor para que me diera tu óvulo, tuve suerte que
te parecieras a Clare. La verdad es que te elegí porque escuché que tu esposo estaba
en la bancarrota y era un inútil. Estaba haciéndote un favor. —Se detuvo y cubrió su
corazón con el arma—. Estuve desolado cuando escuché de la muerte de nuestro
hijo.
—No —gruñí, el ácido quemaba mi estómago—. No estaba…
—Lo estaba. —Sonrió orgullosamente—. Siempre quise un hijo, ¿sabes? —De
repente, movió su arma ampliamente y la fijó en mí—. Pero me conformaré con
Tessa. Dile a Light que tiene veinticuatro horas para regresarme a mi familia o, a la
próxima, apuntaré más alto.
—No. No. ¡No! —grité, extendiendo una mano como si pudiera detenerlo.
Su siniestra sonrisa se amplió justo antes que sintiera el agonizante golpe en
mi pecho derrumbarme.
El sonido ensordecedor de la explosión del arma apenas se registró antes que
las luces se apagaran del todo.

Podría haber sido un segundo. Podría haber sido un mileno. Pero tiempo
después, me desperté con el adolorido quejido de Roman.
—Elisabeth.
A través mis ojos entrecerrados, lo vi caer de rodillas a mi lado. Entonces
recostó mi cuerpo hasta que estuvo sobre el suelo.
—¡Llama al 911! —gritó en una voz tan agonizante que ni siquiera la reconocí
como la de mi esposo.
Aunque mientras mis vagos ojos se enfocaban en su rostro, no reconocí a mi
fuerte hombre tampoco. Su rostro estaba pálido y contorsionado como si estuviera
en la última fase de la muerte.
—¿Estás bien? —pregunté, alzando mi mano temblorosa a su mandíbula.
Frenéticamente tocó mi cuello y mi pecho y luego subió mi camisa para hacer
lo mismo con el chaleco.
—Oh, gracias a Dios. —Sollozó con alivio mientras escuchaba el sonido de algo
metálico caer al suelo—. Muy bien. Aguanta, cariño. Voy a sacarte de aquí. 125
—Fue Noir —susurré. Incluso el simple acto de hablar era doloroso.
Su mirada salvaje aterrizó sobre mí.
—Lo sé. Pero te tengo ahora.
—Debes llevar a Tessa y Clare a algún lugar seguro. Él… las quiere de regreso.
—Muy bien, nena. Cálmate y respira. Hablaré con Light.
Cerré los párpados y saqué las palabras de mi garganta.
—Dijo que Tripp era suyo.
—Shhh. Era nuestro. No te preocupes por el resto de eso ahora. Sólo aguanta.
Voy a llevarte a un hospital. —Levantó la parte superior de mi cuerpo y metió mi
rostro contra su cuello.
El movimiento era insoportable, y la mezcla del abrumador dolor y la
comodidad de saber que estaba aquí conmigo me hicieron ir hacia la oscuridad de
nuevo.
Capítulo diecisiete
Clare

M
e senté en el borde de la cama mientras Heath se paseaba sobre la
alfombra de su dormitorio. Su teléfono estaba en su oreja y una
descarga de maldiciones salía de sus labios.
—¿Y decidiste que usar a la APD para seguridad en el cine era tu
mejor opción? —rugió—. Jesucristo, podrías también haberle enviado a Noir una
invitación. —Hizo una pausa y pasó una enojada mano por su cabello—. Tonterías.
Un hombre murió y que Elisabeth Leblanc sea disparada es absolutamente mi
problema.
Mi estómago rodó cuando una ola de náusea me golpeó.
Heath y yo habíamos estado celebrando mi última victoria en la Ruleta de la
Fortuna cocinando juntos. Tessa se había dormido horas antes y había estado
admirando los pies desnudos y el pecho sin camisa de Heath mientras daba la
vuelta a las chuletas de cerdo en una sartén cuando Alex y una multitud de agentes
de la DEA habían irrumpido y nos forzaron a subir. 126
Había entrado en pánico, temiendo lo peor.
Pero nunca habría esperado que lo peor podía ser en realidad peor de lo que
temía.
Ethan estaba muerto y aún estábamos esperando una actualización de la
condición de Elisabeth. La última cosa que habíamos oído era que la llevaban
rápidamente al hospital con una posible herida de bala en su pecho.
Walt finalmente había salido de su escondite.
Y había vuelto con venganza.
Ante estas noticias, no me había desmoronado.
No había llorado.
Ni siquiera me había molestado.
Todas eran emociones inútiles que no cambiarían nada.
Y, justo entonces, desesperadamente había necesitado a alguien que lo
cambiara todo.
Entonces, con mis oídos zumbando y el entumecimiento cubriendo mi cuerpo,
me había sentado en el borde de la cama e intenté darle sentido a una situación sin
sentido.
—¡Oh, gracias, joder! —espetó Heath—. Ella llevaba el chaleco.
Cerré los ojos, mi barbilla cayendo a mi pecho mientras una ráfaga de alivio
me inundaba.
—¿Clare? ¿Me oyes?
—Sí, cariño —susurré, haciendo mi mejor esfuerzo para controlarme. Pero
cuando mis hombros empezaron a temblar y mi respiración se entrecortó, fallé.
—Sí. Haz que Leblanc me llame cuando puedas. Tengo que irme.
El espacio a mi lado en la cama se hundió, la manta de calidez de Heath me
rodeó.
—Está bien, nena. Suéltalo.
—Lo odio —dije en su pecho cuando planté mi rostro contra él.
—Lo sé. Yo también.
Alcé mi cabeza para poder mirarlo.
—No, Heath. Lo odio. Y me odio también, porque si no fuera por mí, nada de
esto habría sucedido.
Frunció el ceño.
—Esto no es tu culpa.
—No. No lo es. Pero Elisabeth estaba en su radar por mí.
—Tonterías. Elisabeth estaba en su radar porque es un tarado que robó sus
óvulos y jugó a ser Dios para poder tener un hijo. 127
Me puse de pie.
—¡Porque yo no podía dárselo!
Sus cejas se fruncieron.
—No vayas por ese camino. No tomes sus acciones sobre tu conciencia. No les
disparaste, Clare. Y sabes malditamente bien que ni una sola persona involucrada
en esta situación te culpa por nada de ello. Así que jodidamente no empieces.
Apunté mi mirada sobre su hombro. Tenía razón y, en el fondo, sabía que
nada de esto era mi culpa, pero la culpa era una auténtica perra.
Abrí mi boca para decirle que odiaba sus sensatas respuestas, pero su teléfono
vibró en su mano. De inmediato lo puso en su oreja mientras levantaba un solo
dedo en mi dirección.
—¿Roman? Mierda. Sí, estamos bien. ¿Qué diablos está pasando allí?
Me incliné en su lado para oír lo que Roman decía y Heath captó la pista y
puso el altavoz.
Mi corazón dolió mientras Roman dolorosamente relataba encontrar a Ethan
en el vestíbulo, entonces encontrar a Elisabeth inconsciente en el suelo del baño
con un agujero de bala en su camisa y sangre cubriendo su rostro y pecho. La
devastación en su voz era tangible y me desgarró.
Antes que lo supiera, Heath me había movido y puesto en su regazo. Su fuerte
mano acarició de arriba abajo mi espalda.
Mi cuerpo estaba casi vibrando mientras luchaba por contener mi rabia.
No había palabras para expresar adecuadamente el odio y desprecio que
sentía por Walt.
—Entonces, ¿está ella bien? —preguntó finalmente Heath cuando Roman se
calló.
—Los doctores están pegando el tajo en su nariz. Tiene dos costillas rotas por
la bala, pero gracias a la mierda que llevaba ese chaleco.
Heath gruñó su aprobación, luego presionó sus labios en mi sien.
—Escucha —comenzó Roman—. ¿Puede Clare oírme?
La mirada de Heath fue a la mía.
—Uh, sí. Está justo aquí.
—Quita el altavoz.
El dedo de Heath fue al botón, pero había terminado con ser una participante
silenciosa en esta conversación… y, en realidad, en toda mi vida. No tenía control
sobre nada cuando había estado con Walt. Y, más recientemente, había estado
sentada atrás y confiado en Heath, Roman y la DEA para cuidar de mí, pero había
terminado de estar en la oscuridad.
—No te atrevas —le siseé a Heath—. No me saques de esto. Roman, lo que sea
que tengas que decirle a Heath, puedes decírmelo a mí también.
128
—Clare. —Roman suspiró—. Yo… ah…
—Merezco estar involucrada en esto. Y los desafío a decirme que no. Tengo
más que ganado mi lugar en esta conversación.
—Nena —advirtió Heath.
—¿Saben qué? Que les jodan. —Salí del regazo de Heath.
Su astuta mirada me siguió mientras empezaba a pasearme.
—Pasé siete putos años siendo controlada por un maníaco. Me niego a
dejarles decidir qué puedo y no puedo manejar. —Me crucé de brazos y me detuve
para darle a Heath un incisivo ceño fruncido.
Su rostro estaba tenso y sus cejas unidas, pero cuando abrió la boca, fue para
decir:
—Habla, Roman.
—Light, no creo…
—Habla —exigió, sus ojos fijados en los míos. Los músculos de su mandíbula
se contrajeron mientras sus trapecios se hinchaban bajo su camiseta gris.
Roman gruñó y dijo de mala gana:
—Él le dijo que te diera un mensaje. Tienes veinticuatro horas para regresar a
Clare y Tessa o, la próxima vez, apuntará más alto.
Aspiré un agudo aliento y mis ojos se cerraron. Los amenazantes ojos verdes
de Walter bailaron detrás de mis párpados mientras el resentimiento y la ira se
arremolinaban dentro de mí.
Pero no estaba asustada.
Mis heridas habían sanado y eso incluía las ataduras de su reino mental de
terror sobre mí.
—Clare, no haré… —empezó Heath, pero lo corté.
Con los ojos aún cerrados, confesé:
—Quiero mudarme.
—¡No! —dijo Roman definitivamente.
Mis párpados se abrieron, una nueva resolución asentándose sobre mis
hombros.
—Sin ofender, Roman. Pero no tienes nada que decir en esto. No puedes
mantenerme aquí y, seamos honestos, necesitas que me vaya. Él irá de nuevo por
ella.
Heath estaba al instante de pie y acercándose a mí.
Me mantuve firme.
—No discutas conmigo sobre esto.
—Joder, no te vas a ir. 129
—Tampoco depende de ti —repliqué.
Su cabeza se echó hacia atrás como si lo hubiese golpeado.
—¿Disculpa?
—Te amo. Realmente lo hago. Pero esconderme en esta casa no le está
haciendo nada bueno a nadie. Sabe dónde estamos. Tú mismo dijiste que no puede
llegar a mí. Y te creo. Pero puede ir por la gente que amo para llegar a mí. Tengo
que irme. Tessa y yo.
—Joder, absolutamente no —espetó Roman en el teléfono.
—¿Has perdido la cabeza? —gruñó Heath.
—¡Sí! —Lancé mis manos a mis lados—. He perdido la cabeza. He perdido
todo. Walt no está escondido. Está esperando su momento. Es frío y calculador y
arrogante como el infierno. Está jugando y usándonos como sus peones. Es lo que
le encanta. Hay una razón por la que dormí con un cuchillo bajo mi colchón
durante siete años. Y no fue por evitar que me matara. Hubo un montón de noches
donde la muerte habría sido bienvenida. Era porque sabía que iba a torturarme
antes de permitirme escapar de él. Físicamente. Mentalmente. Emocionalmente.
Nada está fuera de los límites.
—No te tocará —juró Heath.
Me reí sin humor.
—¿No lo ves? Me está tocando. Ahora mismo. Está en esta habitación con
nosotros. Pero estoy harta y jodidamente cansada de jugar sus juegos. Mató a
Ethan esta noche… pero no a Elisabeth. ¿Por qué?
Heath plantó sus puños en sus caderas y espetó:
—Porque es un puto psicópata.
Negué obstinadamente.
—Es todo parte de su pequeño juego para castigarnos. ¿Honestamente piensas
que cree que vas a entregarnos a Tessa y a mí de nuevo a él? No. No es estúpido.
Pero, ahora, Elisabeth siempre mirará sobre su hombro. Y Roman tiene que vivir
sabiendo que Walt llegó a ella bajo su nariz. No le importaba una mierda
aterrorizar a Ethan. Y es exactamente por eso que está muerto.
Heath se cruzó de brazos y me fulminó con la mirada.
—Creo que le das totalmente demasiado crédito.
—¡No creo que tú le des el suficiente! Va a venir por nosotros. Y esto no se
trata de mí siendo Debbie Doomsday. Esto es un hecho. Va a enviar a su ejército de
hombres y dejarles hacer el trabajo sucio. Asesinarán a los agentes que intenten
detenerlos. Devon, Alex, Jude. Todos ellos. Walt estará sentado en casa, sin
importarle el resultado, porque simplemente disfruta del espectáculo.
—¡Le daré un puto espectáculo! —exclamó Roman al otro lado de la línea.
Detuve mi bronca y caminé hacia Heath. Agarraba el teléfono con los nudillos 130
blancos, así que lo alcancé y presioné el botón de finalizar, cortando nuestra
conexión con Roman.
Continuó su silenciosa mirada fulminante mientras me ponía de puntillas y
besaba brevemente sus labios.
—Está montando su juego. No puedo tenerlo irrumpiendo aquí. Tomando las
vidas de toda esa gente.
—¿Y qué? ¿Sólo esperas que deje que te vayas? Joder, Clare. Te amo.
Sonreí tristemente.
—Y él te odia. Serás su objetivo número uno.
—Puedo cuidarme.
Lo besé de nuevo, pero su cuerpo permaneció tenso.
—Sé que puedes. Y si estás con nosotros, lo alejarás de los Leblanc. Te estoy
proponiendo que permitas que Tessa y yo nos mudemos contigo. Molestará a Walt
y arruinará cualquier cosa que haya estado planeando hacer aquí durante las
últimas semanas. Viví con ese hombre por demasiado. Le conozco. Tiene
demasiado orgullo para permitirte caminar hacia el atardecer con su familia. Pero
es tan arrogante que querrá enseñarte una lección… personalmente. Si salimos
como el infierno de aquí, Walter vendrá tras nosotros, pero dejará a su ejército en
casa.
Cuidadosa consideración destelló en sus radiantes ojos azules. Sabía que tenía
razón. Pero hacerle poner al protector cavernícola a un lado en lugar de un final
racional no iba a ser fácil.
Buen ejemplo: cuando finalmente abrió su boca y explotó:
—¡De ninguna jodida manera!
Había visto a Heath enojado; sólo que nunca había estado apuntado a mí. Y
para mi sorpresa y deleite, no me molestó en absoluto.
—Lástima —dije—, porque va a suceder. Vengas conmigo o no…
Su rostro se contorsionó con furia.
—Lo juro por Dios, acabas esa frase, voy a volverme loco.
—¡Entonces jodidamente hazlo! Dios sabe que yo ya lo he hecho. —Palmeé
mis muslos—. Esto apesta. Pero vas a tener que confiar en mí. Has terminado de
investigar a Walt, pero no estás mentalmente loco. No sabes lo que ese hombre
piensa. —Puse un pulgar en mi pecho—. Yo sí. Pasé años aprendiendo a leerlo y
adivinar su siguiente movimiento para poder asegurarme de que no estaba en el
extremo receptor de su ira. Y te estoy diciendo que necesitamos irnos.
Me miró con fijeza mientras se cruzaba de brazos.
—¿Y qué? ¿Sólo quieres volver a mi casa? ¿Montar campamento y esperar a
que llegue?
Mis labios se retorcieron mientras reprimía una sonrisa. 131
—Mm. No. —Puse mis manos en sus antebrazos—. Quiero volver a tu casa. Tal
vez poner una alarma o algo. Llevar a uno de tus agentes de la DEA con nosotros. Y
si estoy en lo cierto y Walt decide intentar llegar a nosotros, lo cortaremos antes
que tenga la oportunidad. Confianza no es algo que le falte, y va a subestimarte. No
vamos a hacer lo mismo con él.
Sus hombros se hundieron cuando dejó caer sus brazos y me envolvió en un
abrazo.
—Jesucristo, Clare.
—Haremos esto con inteligencia y seguridad —murmuré contra su pecho—.
Confío en ti para manejar eso. Y todo lo que te pido es que confíes en mí cuando
digo que necesitamos irnos.
—Esto es una locura —gimió y apoyó su barbilla en la cima de mi cabeza—.
Roman va a volverse loco. Y, como mi nuevo jefe, eso no va a ir bien para mí.
Eché mi cabeza hacia atrás.
—¿Roman es tu nuevo jefe?
Ladeó su cabeza.
—Bien, Tomlinson no me ha despedido aún, pero asumo que cuando le diga
que Tessa y tú se mudan conmigo, va a acelerar el proceso.
—Lo siento mucho. Nunca…
—No lo hagas. No podría importarme menos mi trabajo, siempre y cuando las
tenga a tu niña y a ti al final de esto.
—Pero…
—Fin de la historia —espetó.
Arrugué mi nariz e intenté una mirada fulminante. Pareció inmune.
Poniendo los ojos en blanco, me rendí.
—Entonces, ¿qué vas a hacer para Roman?
—Me ofreció un trabajo como el enlace con las fuerzas de la ley en Industrias
Leblanc. Parece que, después de todo este desastre, ha decidido empezar una nueva
división para asegurar que todos los oficiales de la ley tengan acceso a Rubicon. —
Sonrió—. Hice que ese hombre llevara un chaleco Kevlar una vez y creo que cambió
su vida. Lo juro por Dios, lo vi hacer la señal de la cruz. —Hizo una pausa para
reír—. Ni siquiera es católico.
Solté una risita y me acurruqué más cerca en sus brazos.
—Entonces, ¿realmente vamos a hacer esto?
Aspiró un aliento resignado.
—Voy a ver qué puedo idear. Tengo que hablar con Tomlinson. Tengo un
sistema de seguridad en la casa, pero no es lo bastante bueno para esta mierda. No
voy a llevarlas allí hasta que sea de un cien por cien. Pero sí, Clare. Voy a probar.
No estoy de acuerdo necesariamente con este movimiento, pero veo tu punto. 132
—Y confías en mí —dije.
Me sonrió.
—Y confío en ti.
—Y me amas.
—Y te amo.
—Y vas a cuidar de mi niña y de mí.
Se inclinó hacia delante y tocó mis labios con los suyos.
—Siempre.
Cerré mis ojos y pasé la nariz por su pecho.
Su respiración pasó por mi oreja cuando susurró:
—Pero voy a necesitar que al menos lances otra ronda de la Ruleta de la
Fortuna para que pueda construir mi confianza de nuevo para una operación de
esta magnitud.
Un burbujeo de risa floreció en mi garganta.
—Por supuesto, Mujer de Invierno. ¿Quieres besar mi reloj también?
—Quiero besarte.
Capítulo dieciocho
Heath

N
o me había equivocado acerca de cómo Roman iba a reaccionar ante la
mudanza de Clare y Tessa. Había perdido la puta mente. Casi llegamos
a los golpes después que me acusó de pensar con mi polla y no con mi
cabeza. No lo decía en serio, pero eso no significaba que no me
molestara. La preocupación estaba grabada en su rostro, pero como la trabajadora
de milagros que era, Elisabeth de alguna manera logró hablar con él al borde del
abismo de la locura. Ella todavía estaba recuperándose y con mucho dolor, pero
nunca subestimen el poder de una buena mujer cuando se trata de su hombre.
Elisabeth no estaba contenta de perder el acceso diario a Tessa. Pero, después
de una conversación privada con Clare, ella puso una sonrisa que no hizo nada para
ocultar el miedo en sus ojos y actuó comprensiva.
Me tomó más de una semana para lograr actualizar mi sistema de seguridad.
Nuestro nuevo plan de seguridad se completaba con vigilancia de DEA en el
exterior de la casa. No teníamos agentes esperando en la puerta nunca más, pero 133
todavía estaban entrando y saliendo bastante. Estábamos controlando las cosas sin
ser evidente.
Como esperaba, Tomlinson me despidió. O, en realidad, me dijo que iba a
despedirme tan pronto como Noir estuviera tras las rejas. No podía arriesgarse a
asignar a alguien nuevo al caso de Clare.
Con la información que Clare había proporcionado al departamento, fueron
capaces de desmontar una gran parte de la operación de Noir. Y, lenta pero
seguramente, estaban dando grandes pasos para derribarlo por completo. Después
de su pequeño truco con Elisabeth, había vuelto a esconderse. Todo lo que faltaba
era que uno de sus hombres quienes ahora estaban bajo custodia entregaran su
ubicación y estaríamos en casa libres.
—Oh, Dios mío, ¡es tan lindo! —exclamó Clare, saltando de emoción en el
asiento del pasajero de mi Explorer.
No me había quedado en mi casa en semanas, pero incluso con la persistente
inquietud que sentía por traer a Clare y Tessa allí, tuve que admitir que se sentía
muy jodidamente bueno estar en casa.
—¿Heaf, ésta es tu casa? —preguntó Tessa.
Todo mi cuerpo se sacudió, y la mano de Clare golpeó mi antebrazo.
—¿Has oído eso? —susurró.
Oh, lo había oído. Nunca mi nombre había sido tan dulce.
Me hizo sentir como una nena, pero un nudo se alojó en mi garganta. Hasta
ese momento, no me había dado cuenta que realmente me importaba cómo me
llamaba Tessa. Luke era una fachada, pero con una simple sílaba, me había
convertido en algo real en su vida. Y, si tuviera algo que decir al respecto, en algo
permanente.
—Jesús. —Suspiré. Después de aclararme la garganta, logré hablar—. Sí, dulce
niña. Esta es nuestra casa ahora.
Clare me apretó el brazo y me ofreció una sonrisa.
Joder, Walter Noir estaba loco. Ese hombre lo había tenido todo.
Una esposa increíble.
Una hermosa hija.
Una vida hermosa.
Pero, por alguna razón, él no había sido capaz de superar su mierda lo
suficiente como para aferrarse a ello.
Y gracias a Dios por eso.
Porque, ahora, ella era mi mujer.
Mi chica.
Mi vida.
Antes que me viera obligado a entregar mis bolas, apagué el auto y abrí la 134
puerta de un empujón, diciendo:
—Vamos a entrar.
Tessa gritó mientras le desabrochaba del asiento del auto y otra vez mientras
la colocaba sobre mis hombros.
Clare rodeó el capó y tomó su lugar bajo mi brazo extendido.
—Tengo que confesar, después de ver tu jardín, estoy aún más emocionada.
Me reí y bajé la mirada.
—Estás echando espuma por la boca por poner tus manos en esos arbustos,
¿no?
—¡Sí! Sé que es enero, pero eso es triste. Nunca van a florecer este año si no se
podan.
—Ponte en ello, nena. El patio trasero debería llevarte cerca de un maldito
orgasmo si esto te emociona.
Ella pasó su brazo alrededor de mis caderas, metiendo su mano en el bolsillo
trasero de mis jeans mientras caminábamos por la acera hasta mi puerta principal.
Solté a Clare el tiempo suficiente para usar la llave para abrir la puerta.
Pero, después de abrirla, el mundo dejó de girar.
—Tómala —gruñí, pasando a Tessa hacia su madre antes de correr hacia mi
casa.
La alarma sonó en señal de advertencia mientras yo giraba en un círculo, mi
corazón golpeando mi pecho y hielo corriendo por mis venas.
—¡Tienes que estarme jodiendo! —gruñí, irrumpí en el bar que dividía mi
cocina y mi salón. Sobre la encimera de granito había un jarrón de flores. Arranqué
la tarjeta, la leí y luego la tiré sobre el mesón—. Hijo de... —Mi voz se fue apagando
mientras sacaba el teléfono de mi bolsillo trasero.
—¿Heath? —preguntó Clare cautelosamente, con la mirada fija en la
habitación.
—Pon el código en la alarma, nena —ordené.
Marqué en el teléfono mientras escuchaba los chirridos de ella marcando sus
números en el panel de seguridad.
—¿Tengo que pulsar el botón verde? —preguntó.
—Sí —dije, llevando mi teléfono a la oreja.
Él contestó al primer timbrazo.
—¿Leblanc? Pon a Elisabeth al teléfono.
—Está en la ducha. ¿Todo bien?
Apreté los dientes.
—No. No está todo bien. Acabo de llegar a casa y hay malditas almohadas de
flores en mi sofá. 135
Él se echó a reír.
—¡Esto no es gracioso! Tengo una mesa de café, Roman. Tiene posavasos
encima.
Continuó riéndose.
Giré en otro círculo, asimilando la explosión de patrones que definitivamente
no habían estado allí cuando salí el día anterior. Mi mirada aterrizó en Clare, que se
mordía los labios para retener su risa.
La señalé.
—¿Tuviste algo que ver con esto?
Una risita escapó mientras negaba.
—¡Oh, Heaf, tu casa es hermosa! —exclamó Tessa, precipitándose hacia lo que
solo podía describirse como un enorme florero lleno de ramas petrificadas
cubiertas de brillo.
Mi estómago se revolvió ante la vista.
Me pellizqué el puente de la nariz y me volví para encontrar una mesa con una
cesta de mimbre junto a la puerta. Un par a juego de malditos apliques estaban
colocados en la pared sobre ella.
—Roman, pon a tu mujer al teléfono —ordené.
—Sabes que Elisabeth tuvo ayuda. Maggie estaba más que dispuesta a dejar
entrar a la gente de entrega.
—Por supuesto que sí —gruñí.
—¿Tal vez deberías haberte quedado aquí? —dijo, con voz llena de diversión.
—¿Es eso lo que es esto? ¿Venganza por irme?
—No, esa es la manera de Elisabeth de asegurarse que Clare y Tessa se sientan
cómodas y no vivan en un apartamento de soltero. Sin embargo, cuando subas y
encuentres todas esas velas perfumadas en tu dormitorio, esa es tu recompensa por
irte. —Se rió de nuevo antes de decir—: Llámame si necesitas algo. —Y luego colgó.
Apreté las manos en puños y las coloqué en las caderas y me volví hacia la
cocina para estremecerme cuando vi paños de cocina a rayas rosadas y blancas
colgadas en la puerta de mi horno.
Los brazos de Clare me rodearon por detrás.
—Creo que se ve bien.
Me pasé la mano por el cabello.
—Esto no va a funcionar. Creo que tenemos que divorciarnos.
Ella rió musicalmente.
—No estamos casados.
—Entonces, por amor a todo lo que es sagrado, por favor, dime por qué mi
casa parece como si acabáramos de celebrar nuestro décimo aniversario.
Su pecho se estremeció contra mi espalda. 136
—Tal vez pueda hablar con Elisabeth y ver si podemos cambiar algo de eso por
algo un poco más ...uh... de género neutral.
Tessa pasó a mi lado y fue directamente a la nevera.
—Heaf, ¿tienes leche con chocolate?
Suspiré.
—No lo sé, dulce niña. Pero, por la apariencia del lugar, apuesto a que
probablemente haya agua de rosas ahí dentro.
Clare se rió tan fuerte que mi sonrisa brotó antes que pudiera detenerla.
Ella se deslizó delante de mí.
—Respira, cariño. Solo son decoraciones.
Coloqué los brazos alrededor de sus caderas y rocé mis labios con los suyos,
admitiendo:
—Tengo miedo de subir las escaleras.
Ella sonrió contra mi boca.
—¿Qué te parece si subo primero y me deshago de cualquier cosa que pueda
ser interpretada como femenina?
—No. Mis hombres limpiaron la casa justo antes que llegáramos aquí, pero
aun así debería comprobarlo primero.
Sus ojos se abrieron de par en par mientras sus manos se movían bajo el
dobladillo de mi camisa.
—No voy a mentir. Sabía que estaba tramando algo. Me pidió que la ayudara a
escoger un nuevo edredón. Pero recordé que acababa de comprar uno nuevo.
Fruncí el labio.
—¿Qué demonios es un edredón?
—Es como una colcha. Y... digamos que le dije que me gustaba el que tenía
grandes magnolias.
Cerré los ojos y gemí. Ella, por supuesto, se rió de mi dolor. Si no la amara
tanto, me habría ofendido.
Recogiendo todo el valor que pude reunir, me dirigí a las escaleras.
—Reza por mí.
Ella sonrió.
—¿Me quedo con la casa si te da un derrame cerebral?
—No luzcas tan emocionada. No vale la pena.
Cubrió su sonrisa con su mano.
Di un primer paso.
—Dile a mi familia que los amo. Bueno, excepto a Melanie. Ahora está
enfadada conmigo por llamar a su trabajo y dejar un mensaje con su secretaria que 137
su prueba de gonorrea había dado positivo. Espera quizá una semana antes de
contactarla.
Quedó boquiabierta.
—¡No lo hiciste!
Di un paso más.
—No estás orando.
—Oh, claro. —Cruzó sus manos frente a ella y cerró los ojos.
Solo entonces me permití sonreír.
Una enorme sonrisa.
Capítulo diecinueve
Clare

E
staba tendida sobre mi estómago en su cama, en nada más que una de
las camisetas de Heath y una braguita. Mis rodillas estaban dobladas,
mis tobillos se entrecruzaban en el aire mientras hojeaba las páginas de
una enorme carpeta de plástico.
Me había pasado más de una hora metida en su bañera mientras Heath había
asumido la tarea de lograr que Tessa se instalase en su nueva cama en su
habitación de color rosa brillante que parecía que Pottery Barn para niños, hubiera
vomitado por todas partes. No había estado segura que Heath sobreviviera a eso.
Sin embargo, de todas las habitaciones que Elisabeth y Maggie habían decorado en
la casa, esa fue la que menos lo molestó.
Había echado un vistazo, la cabeza en el umbral de puerta, y gruñido:
—Se parece a ella. —Luego continuó a obsesionarse con el nuevo estampado
de Chevron, amarillo y negro, en su baño—. Color Georgia Tech —había
murmurado unos segundos antes de quitar la cortina de la ducha y arrojarla a la 138
basura.
—No puedo decidir cómo me siento acerca de esto —exclamé cuando entró en
su dormitorio.
Maggie no había estado mintiendo. Mi hombre, de hecho, tenía una colección
de tarjetas Pokémon en la parte superior de su armario. También tenía tarjetas de
béisbol, tarjetas de fútbol, y algunas extrañas tarjetas olímpicas que, al parecer,
habían sido populares en algún momento.
Conocía bien a Heath, o eso creía. Sin embargo, estar en el lugar donde vive
otra persona es revelador a un nivel totalmente nuevo. Ya había aprendido que
Heath era un poco cachivachero. Sin embargo, él era súper ordenado, así que todas
sus colecciones al azar se organizaban en cajas de zapatos o carpetas y se apilaban
alfabéticamente en su armario.
Sí. Alfabéticamente.
Así que tal vez ordenado no era la palabra correcta. Obsesivo probablemente
era más apropiado. Pero era lindo.
Otras cosas que había aprendido:
No jugaba videojuegos.
Amaba las novelas de Chuck Palahniuk.
Tenía una inclinación por las armas antiguas.
Tenía la variedad más aleatoria de especias que jamás había visto. Al parecer,
era un cocinero experimental. Pero odiaba casi todo, y comía sándwiches en lugar
de cualquier comida fallida que había intentado.
—Te sientes increíblemente encendida y estás luchando contra el impulso de
saltar sobre mí —respondió, trepando por la cama a gatas hasta que se cernió sobre
mí.
—¿Está dormida?
Cuando sus labios presionaron detrás de mi oreja, gemí y giré mi cabeza para
que pudiera besar mi cuello.
—Síp. Estaba casi desmayada antes que terminara la primera página del libro.
—Gracias por dormirla. Tu bañera es increíble.
—Eso es porque eres pequeña. Traté de entrar allí una vez y juro que mis
talones estaban tocando mi culo. Instantáneamente me arrepentí de la reforma con
la bañara de hidromasaje que el constructor me había vendido. —Besó mi cuello
otra vez—. Por lo menos, ahora, puedo considerar el dinero bien gastado.
Rodé por debajo de él y deslicé mis manos por su pecho.
—¿Cuánto tiempo has vivido aquí?
—Tres años. Cuando Maggie se mudó conmigo, tenía un apartamento de dos
dormitorios. Pero, déjame decirte, esa mierda se hizo pequeña. Convivir con las
mujeres es una pesadilla. 139
Me mordí el labio inferior.
—Sabes que soy una mujer, ¿verdad?
—¿Qué? —Fingió sorpresa—. De ninguna manera. —Cambió su peso en un
brazo, usando el otro para acariciar mis pechos—. Bueno, ¿quién lo diría?
Deslicé mis manos alrededor de su culo y arrastré sus caderas hacia abajo
para descansar entre mis piernas. La fricción de su jean contra mi núcleo apenas
cubierto encendió mi sistema.
—Prometo no ser una pesadilla... todo el tiempo, de todos modos.
Me besó castamente y susurró:
—Mentirosa.
—Probablemente —murmuré de regreso, seductoramente rodando mis
caderas contra la cama.
Se apretó contra mí y maldijo, pero de repente se desplazó hacia un lado y se
apoyó en un codo.
—Antes de llegar a eso, necesito que hables conmigo. Y necesito que seas
honesta. —Arqueó una ceja sexy—. ¿Puedes hacer eso?
—Puedo hacer muchas cosas —respondí con voz entrecortada.
Él sonrió. Su gran mano callosa, apartó el cabello húmedo de mi rostro.
—¿Vas a poder dormir con ella en la otra habitación esta noche?
Eché un vistazo rápido por encima de su hombro mientras que un cubo de
agua helada empapaba mi estado de ánimo.
—Uh.
No. No, no iba a poder pegar un ojo con ella en la otra habitación. Pero no me
hizo admitir eso.
—Eso es lo que pensaba —dijo—. Entonces, escucha. Tú y yo vamos a pasar el
rato. Hacemos lo nuestro. Y cuando empieces a quedarte dormida, iré por ella y la
pondré en la cama contigo. Dormiré en el sofá. Mi polla podría encogerse si
duermo en esa habitación suya de color rosa neón.
Mi corazón dio un vuelco. Tampoco quería que él durmiera en otra
habitación.
Claro, estaba jugando mi papel. Poniendo una sonrisa valiente y fingiendo que
no estaba asustada de muerte. Pero el hecho era que estábamos en algún lugar
nuevo, y solo una semana antes, Walt había matado a un buen hombre para
enviarme un mensaje. Confiaba en Heath implícitamente, y creía con todo mi
corazón que habíamos tomado la decisión correcta dejando a Roman y Elisabeth.
Pero eso no significaba que no seguía preocupada.
—Es una cama tamaño King, cariño. Entramos todos —dije.
Su rostro se suavizó.
—Clare, te amo. Y ahora tienes que saber que amo a Tessa también, pero no 140
creo que sea el mejor interés de nadie esperar que ella se despierte en una cama
conmigo y con su mamá. Sí, nos ha visto abrazándonos y besándonos, y estoy bien
con eso porque quiero que sepa que el amor puede ser amable. Y quiero que vea
cuánto confías en mí porque entonces, confiará más en mí también. Sin embargo,
hace un par de meses, estabas en la cama de Noir; el hombre al que llamaba papá.
Abrí la boca para objetar, pero él habló antes que yo.
—Sé que no querías estar allí. Y sé que eras mía incluso entonces. Seré
condenado si ella lo llama papá otra vez. Pero no entiende esa mierda. Creo que
tenemos que darle a esta cosa entre nosotros un poco más de tiempo para crecer
antes que despierte en la mañana acurrucada en mi pecho.
Me senté y entrecrucé las piernas entre nosotros.
—Porque eso es exactamente donde estaría. Acurrucada en tu pecho. Heath,
te amo por la forma en la que me haces sentir. Por la forma en la que revivo bajo tu
toque. Te amo porque eres inteligente, simpático y atento. Has pasado por el
infierno e incluso has sacrificado tu propio trabajo para estar conmigo. Me miras
como si fuera la única mujer que jamás hayas visto. Y me abrazas como si nunca
quisieras dejarme ir. Te ríes conmigo. Y me retas a ser mejor persona, pero al
mismo tiempo, me recuerdas que no hay nada malo con la persona que ya soy. Por
eso es que te amo.
Acunó mi rostro y perezosamente deslizó su pulgar por mi mejilla.
—Jesús, Clare.
Cubrí su mano en mi rostro.
—Pero, Heath, cariño, Tessa te quiere porque, desde el primer día que te
conoció, siempre fuiste amable y generoso con las dos. Cuando estaba aterrorizada
en ese camino de entrada, viendo a su papá golpearme mientras Roman le gritaba
desde la puerta, el caos girando alrededor de ella, corrió hacia ti porque sabía que
lo harías bien. Y lo hiciste. —Inhalé una respiración temblorosa mientras mi visión
se puso borrosa—. Para nosotras dos.
—Ven aquí, nena —murmuró, enganchando sus brazos alrededor de mi
cintura y llevándome hacia abajo para estar junto a él, con la cabeza apoyada en su
bíceps.
—Ella es joven, pero si piensas por un segundo que no sabe lo que has hecho
por nosotras, estás loco. —Sonreí, y una lágrima se deslizó por mi mejilla.
Usando su pulgar, la enjugó.
—Así que sí —le dije—, ella es una niña que ha atravesado el infierno en su
corta vida, y podría estar confundida en gran medida, pero despertar entre su
madre y un hombre en quien confía y ama es probablemente exactamente lo que
necesita.
—Joder. —Respiró, su boca presionando la mía para un profundo beso de
boca cerrada.
Lo rompí demasiado pronto.
—Pero, si no te sientes cómodo con ella compartiendo una cama contigo...
Eso, lo entenderé. Va apestar, porque ustedes dos son mi vida. Pero tienes razón. 141
Ella no es tuya...
—Sin embargo —corrigió rápidamente.
Mi cabeza se echó hacia atrás.
—¿Qué?
—No es mía todavía. Lo será un día.
Oh.
Mi.
Dios.
Mi nariz empezó a doler cuando mi rostro se contorsionó en esa temida
(arrugada de barbillas temblorosa, en el borde de un horrible llanto), expresión
—Cuando todo esto termine, todavía seremos tú, Tessa y yo —dijo—. Estamos
construyendo una vida juntos. Y, en esa vida, ella crecerá. Seré yo enseñándole a
montar en bicicleta. Vendando sus rodillas raspadas. Interrogando a su primer
novio. Yo enseñándole cómo manejar un auto. Castigándola por salir a hurtadillas.
Construyendo estanterías en su dormitorio en la universidad. Y yo, caminando con
ella hasta el altar un día, cuando tenga por lo menos cuarenta años.
Hipé una carcajada a través de mis lágrimas, y él sonrió.
—Ahora mismo, ella es tu chica porque no me he ganado el derecho de
llamarla mía todavía. Pero lo haré. Y cuando lo haga, será nuestra chica. Así que, si
estás bien con que despierte conmigo ahora antes que me haya ganado ese papel,
entonces yo también estoy de acuerdo.
Dios, iba a ser un papá increíble, aunque sólo fuera Heath para ella por el
resto de su vida.
Y, con esa comprensión, me di cuenta de algo.
—¿Quieres tus propios hijos? —Sorbí, los nervios revoloteando en mi
estómago—. Porque yo... yo no sé si puedo dártelos.
—Lo sé —respondió secamente—. Y los quiero contigo. —Me agarró de la nuca
y dio un apretón tranquilizador mientras descansaba su frente contra la mía—.
Tienes veintiocho años, Clare. Tenemos muchos años por delante. Si un bebé llega
durante ese tiempo, genial. Pero, si no lo hace, también estará bien. Te tengo. Y
tenemos a Tessa. El resto es solo un extra.
Un nuevo conjunto de lágrimas fluyó por mis mejillas mientras el calor de
Heath me cubría de una manera que sabía que nunca perdería. ¿Cómo había
llegado a ser tan afortunada? ¿Cómo, después de pasar años de besar el reloj sólo
para sobrevivir, había encontrado a un hombre, mejor que cualquier persona que
alguna vez podría haber deseado? Tal vez Dios no me había abandonado después
de todo. Porque quien había pavimentado nuestros pasados y que, en última
instancia, lo puso en ese gimnasio conmigo, sabía exactamente lo que estaba
haciendo.
Respiré profundamente y lo sostuve hasta que mis pulmones empezaron a 142
arder.
—¿Estás bien? —preguntó.
Sí. Absolutamente. Completamente. A fondo. Enteramente. Y todo el valor de
un diccionario de sinónimos más.
Y fue solo ese sentimiento de alegría lo que permitió que una sonrisa se
extendiera por mi rostro.
—Sí, pero tengo una pregunta. Eres como de ochenta años. ¿Acaso tu reloj
biológico no está corriendo?
Un lado de su boca se inclinó hacia arriba cuando él envolvió sus brazos
alrededor de mí, murmurando:
—Ella está llorando, pero todavía bromea.
—Es una pregunta válida —dije cuando empezó a hacerme cosquillas.
—No es una pregunta válida, Clare. Esa eres tú, siendo una listilla.
—Y yo, siendo una listilla —le confirmé, riendo salvajemente y agitándome en
sus brazos.
Me quedé quieta cuando su mano se deslizó bajo mi camiseta.
Gemí cuando su dedo se deslizó dentro de mis bragas.
Lloré cuando su boca encontró mi pezón.
Minutos después, me vine con su nombre en los labios.
Minutos después, se vino con el mío en los suyos.
Y luego, justo antes que mis párpados se hicieran demasiados pesados para
permanecer despierta, trajo a nuestra chica y la puso en la cama con nosotros.
Rápidamente se acurrucó contra su pecho.
Y me quedé dormida sin una sola preocupación en mi mente.

143
Capítulo veinte
Heath
Dos semanas después…

—P
ero es enero —objetó Clare, instalándose en el taburete al otro
lado de la encimera.
Había estado visiblemente nerviosa toda la mañana y pasó toda
una hora antes mordiendo su pulgar y mirando al espacio. No
podía averiguar exactamente lo que estaba pasando, pero pensé que hablaría
conmigo cuando estuviera lista.
Usando un tenedor, retiré uno de los filetes del adobo y lo coloqué en un
plato.
—Es casi febrero en Atlanta. Estamos básicamente a una semana del verano.
Es el tiempo perfecto para asar.
—Todavía hace frío —argumentó. 144
Me limpié las manos en el paño de rayas grises que Clare había comprado
para sustituir a los rosados de Elisabeth.
—Pues ponte una chaqueta.
Movió su barbilla hacia el plato de carne.
—Ya sabes que podría saltearlos y nadie tendría que ponerse una chaqueta.
—Me encanta tu comida, pero has preparado el desayuno, el almuerzo y la
cena todos los días desde que hemos estado aquí. Después de dos semanas, creo
que puedo manejar una comida.
—Pero has comprado toda la comida y la ropa nueva de Tessa, y... —Se calló,
mordiéndose otra vez su pulgar.
—¿Y? —dije, arrastrando la palabra.
—Y necesito hacer mi parte.
—No estoy diciendo que no lo hagas. Pero no tienes que hacer todo.
—No estoy haciendo todo. Quiero decir... No estoy segura que los cereales
puedan considerarse “cocinar el desayuno”. —Hizo en el aire un par de comillas.
Arqueé una ceja.
—¿Tuve que verter la leche?
Retiró la mirada con timidez.
—Bueno, no.
—Entonces, se considera cocinar el desayuno. —Tomé el plato y rodeé la
barra—. Además, pon cuarenta dólares de filetes en una sartén, y vamos a tener
problemas. Hay una sola manera de cocinar un filete, y es sobre una parrilla. Fin de
la historia.
Puso los ojos en blanco cuando me detuve junto a ella.
—Ahora, ven aquí y dame un beso, ponte una chaqueta y ven a encontrarme
en el porche.
Se levantó del taburete y se puso de puntillas para tocar mis labios con los
suyos.
—¿Quieres que te lleve una cerveza?
Le dirigí una sonrisa.
—Así que entiendes el fino arte de asar a la parrilla.
Volvió a poner los ojos en blanco.
—Puedo aprender.
Me reí entre dientes antes de darme vuelta y llamar a Tessa.
—Dulce niña, vamos afuera. ¿Quieres venir, o estás esperando en ascuas para
ver si en realidad puede encontrar a la chica para que encaje el zapato de cristal por
milésima vez? 145
Ella rió en voz alta.
—¡No es Cenicienta, Heaf!
Me burlé.
—Oh, bueno, discúlpame. ¿Vas a ser capaz de alejarte?
—Después que la bese —dijo, volviendo su atención a la televisión.
Miré con ojos desorbitados por encima del hombro a Clare. Ella ahora llevaba
puesta una de mis sudaderas y me traía una cerveza.
—¿Por qué siempre es su parte favorita cuando se besan? Esto no es un buen
presagio para nuestro futuro.
—Es una niña, cariño. Estará persiguiendo a muchachos por el patio de
recreo, tratando de besarles, a la primera oportunidad que tenga.
Curvé mi labio y meneé la cabeza.
—Espero que Roman pague bien, porque veo una escuela privada sólo para
niñas en su futuro.
Clare sonrió y llamó a Tessa:
—De acuerdo, cariño. Estaremos en el porche. Sal cuando haya terminado.
—Bien —canturreó ella.
Estaba contemplando lo difícil que sería meterla en un convento antes del
preescolar, cuando sentí la mano de Clare en mi espalda.
—Dejémoslo estar —dijo—. Estoy hambrienta.
A regañadientes, dirigí el camino hacia la puerta corredera de cristal.
—Teclea la alarma —dije, cambiando el plato de filetes a una mano para poder
tomar la cerveza de la mano de ella.
Después de desactivar la alarma, abrió la puerta y salimos.
Comenzó a cerrar la puerta mientras vaciaba mis manos junto a la parrilla.
—Déjala abierta —dije.
Siguió cerrando la puerta.
—Todo el aire caliente se está escapando.
—Nena, déjala abierta para que podamos oírla si necesita algo.
—Voy a dejarla entreabierta. Necesito hablarte de algo privado.
—¿Cuán privado? —Caminé y atrapé la parte superior de la puerta sobre su
cabeza—. Déjala. Abierta.
Entrecerró los ojos y apretó los labios.
—Además de gastar dinero en calefacción para el patio trasero, vas a
congelarla si la dejamos abierta del todo.
Abrí la puerta completamente.
—Bien. Entonces se verá obligada a venir a pedir una chaqueta y espero que se 146
pierda el puto beso.
Se rió, pero se rindió con lo de la puerta.
Abrí la cerveza y me fui a trabajar en la parrilla.
—¿De qué querías hablar?
—Bueno —empezó a decir al mismo tiempo que mi teléfono empezaba a
sonar.
El número de Tomlinson apareció en mi pantalla.
—No lo olvides —dije, llevando el teléfono a mi oreja—. Light.
—Recogimos a Brock Nolan hoy —declaró como saludo.
Mi espalda se enderezó de inmediato y mi mirada se dirigió a Clare, que
estaba descansando en la silla blanca de Adirondack que había reclamado desde
hacía mucho tiempo como suya.
Nolan era el número dos de Noir. Era uno de los pocos hombres en los que
había confiado a Clare. Lo cual era insano incluso para Noir porque, según todos
los informes, Nolan estaba fuera de sus cabales. No le habría confiado a esa escoria
ni un pez dorado, mucho menos a mi esposa y a mi hija. Lo había visto a menudo
acechando en el gimnasio. Y no sólo porque estaba observándola. Sus ojos siempre
apuntaban a su culo o a sus tetas.
—¿Él con Noir? —pregunté.
La atención de Clare se clavó en mí.
Presioné el botón para ponerlo en altavoz.
—No —dijo Tomlinson—. ¿Pero adivina qué? El imbécil no ha dejado de
cantar desde que lo arrestamos.
—¿No jodas?
—No jodo —confirmó—. Tenemos unidades que se dirigen hacia donde dice
que Noir se ha estado ocultando.
Clare se levantó de la silla y dio un paso en mi dirección, su mano cubriendo
su boca mientras la esperanza y la sorpresa se mezclaban en sus ojos.
Extendí un brazo y lo coloqué alrededor de sus hombros.
—Mantennos informados. ¿Sí?
—Lo haré. —Colgó.
—¿A quién arrestaron? —preguntó de inmediato.
—Brock.
Su cuerpo se tensó, pero, con la misma rapidez, se derritió en mi costado.
—Qué bueno. Le odiaba.
—Lo sé.
—Una vez lo encontré de pie en el baño cuando salí de la ducha. Se negó a irse
hasta que uno de los reclutas entró corriendo y le dijo que Walt estaba en casa.
147
Apreté los dientes. Conocía esta historia demasiado bien. Había destruido
toda una oficina después que Atwood lo hubiera reportado a través de su cadena de
mando pocos días antes que lo mataran.
—El recluta era Tim Madden, ¿verdad? —pregunté.
—¡Sí! —exclamó, saliendo de mi abrazo—. Ese tipo también era un idiota.
—No era un idiota. Era un buen amigo mío.
—¿Q-Qué...? —exhaló.
—Rob Atwood era su verdadero nombre. Llegamos a la DEA casi al mismo
tiempo.
Su boca se abrió.
—¿Era de la DEA?
Eché un vistazo al porche de madera, el dolor del recuerdo arrancando la
costra.
—Sí. Fue el primer tipo que pudimos infiltrar en las operaciones de Noir. Yo
ya estaba de encubierto como Luke cuando me dijeron que habíamos metido a
alguien dentro. Tengo mucha información sobre ti en sus informes.
—Oh, Dios mío. Nunca lo hubiera imaginado. Era un idiota.
Tragué con dificultad y dije al suelo:
—Era su trabajo ser un idiota. Pero siempre estaba cuidando de ti.
—Mierda. ¿Qué le sucedió?
Levanté mi mirada hacia la suya.
—Tim Madden aterrizó en el radar de la APD, por lo que la DEA se vio
obligada a entrar y filtrar su identidad para sacarlo de allí. Habíamos pensado
durante mucho tiempo que Noir tenía a alguien en su nómina en la APD, pero esta
fue la última gota. Un día después, Atwood fue encontrado muerto.
Se llevó una mano a la boca y jadeó.
—Oh, Dios mío, ¡Heath!
Negué y volví a la parrilla, abriéndola para encontrar cuarenta dólares de
filetes carbonizados.
—Mierda —gruñí, apagándola.
Sus brazos rodearon mi cintura por detrás.
—Lo siento mucho.
—Espero que te guste la carne bien hecha —contesté.
—Me refería a tu amigo.
—Sí... no era exactamente un buen momento, pero...
Todas las conversaciones posteriores se detuvieron con el grito agudo de una
niña.
—¡Tessa! —grité, pasando rápidamente por delante de Clare y cruzando la 148
puerta.
Entré a la casa justo a tiempo para ver el movimiento en el vestíbulo.
No podía permitir que el hombre saliera, pero sabía que no era Noir. Mi
cuerpo se relajó por una fracción de segundo cuando asumí que tenía que ser un
agente.
Y luego, el helado frescor de un glaciar inundó mis venas cuando vi los pies
descalzos de mi niña pataleando en sus brazos.
—¡Heaf! —gritaba ella.
Ese fue el momento exacto en que cada parte decente y respetuosa de la ley en
mí fue arrancada de mi alma, sin dejar nada más que una necesidad visceral de
matar a quien la tuviera.
Mi pulso se disparó cuando corrí hacía ella… tras él.
Busqué el arma que no llevaba en mi cadera, pero nunca me detuve.
—¡Tessa! —grité, corriendo cada vez más fuerte y rápido.
Él era lento y torpe, incluso chocando con las paredes mientras trataba de
escapar. La perdí de vista cuando el bastardo dobló la esquina. Entonces, oí abrirse
la puerta principal y mi corazón subió a mi garganta.
—¡Heath! —gritó Clare detrás de mí.
—La tengo. Aprieta el botón de pánico en la alarma —ordené mientras salía
corriendo.
El hombre desconocido caminó a través de la hierba hacia un todoterreno
negro en la acera. Sabía con una certeza absoluta que, si llegaba a ese auto, nunca
volvería a verla.
También sabía con absoluta certeza que nunca llegaría a ese auto.
Sus gritos alimentaron mi sistema con un tsunami de adrenalina que me
permitió ganar terreno hacia él.
Su regordete brazo la sostenía por la cintura, con la cabeza y las piernas
flotando y revoloteando con cada uno de sus pasos.
Mis largas piernas cubrieron la distancia entre nosotros. Y, a pocos metros del
auto, me lancé, golpeando un hombro en la parte baja de su espalda. Hice todo lo
posible para evitar su caída, pero ella se cayó junto a él. Aterricé duro sobre su
espalda.
Arrojándome encima de él, lo llevé tan lejos de ella como pude.
Ella gritó de nuevo, pero esta vez, el sonido me tranquilizó. Estaba bien.
Podría manejar cualquier cosa que el idiota planeara arrojarme mientras ella
estuviera bien.
—Ve con mamá, Tessa —espeté, luchando con el hombre.
Él no era rival y fácilmente lo coloqué sobre su estómago y le puse los brazos 149
en la espalda hasta que sus dedos estaban casi tocando su cabello.
Maldijo de dolor.
Mantuve los ojos puestos en Tessa. Ella me miró, con lágrimas cayendo por su
rostro, manchas de hierba cubrían su ropa y su rostro. Pero, a pesar del trauma
emocional que probablemente nunca sanaría, parecía ilesa.
—Heaf. —Lloriqueó, acercándose, inquietud y preocupación envejeciendo su
rostro de bebé.
—Estoy bien, dulce niña —aseguré.
El hombre se agachó debajo de mí, pero sujeté en un puño la parte de atrás de
su cabello y le clavé el rostro en el suelo, siguiendo con una rodilla en la espalda
para sujetarlo.
—Tessa, vete.
Sorbió, pero se alejó corriendo.
Con ella en camino a la seguridad, mi cuerpo se relajó y mis instintos
impulsados por los sentidos dieron paso a la lógica y la razón.
Y fue entonces cuando una segunda ola de pánico me golpeó.
Con la excepción del hombre en el suelo gruñendo y maldiciendo, todo estaba
en silencio.
Sin gritos de una madre aliviada.
Sin alarma que sonara advirtiendo.
Sin sirenas escuchándose en la distancia.
Sólo un silencio absoluto y aterrador.
Estaba mal.
Jodidamente mal.
—¡Tessa, detente! —grité.

150
Capítulo veintiuno
Elisabeth

M
is costillas todavía estaban doloridas, pero no podía quedarme más en
casa. Estaba empezando a volverme loca. La única vez que había
salido de casa durante las últimas semanas fue para ir a donde Heath
y Clare a ver a Tessa. Les habíamos estado dando tiempo mientras me
curaba para que se instalaran y se adaptaran a su nueva vida. Afortunadamente,
Clare me enviaba fotografías casi todos los días. Pero no era lo mismo que tenerlas
a ella y a Tessa viviendo bajo el mismo techo.
Habíamos ido a celebrar su tercer cumpleaños solo unos días antes. Había
sido agridulce. El cumpleaños de Tripp había sido la semana anterior, pero viendo
a Tessa soplar sus velas fue difícil para mí. Mi niño nunca llegó a hacerlo. Era un
dolor que nunca desaparecería por completo, pero escuchar a Tessa reír mientras
rasgaba el papel de envolver ciertamente alivió el dolor.
Después de eso, decidí que tenía que salir más de casa en vez de revolcarme
en la piedad y el temor. 151
Según los requisitos de Roman, llevaba puesto un nuevo chaleco Rubicon y
Alex seguía estando lo suficientemente cerca que podría haber sido confundido con
siamés, pero era un pequeño precio a pagar por ser capaz de ir a la tienda de
comestibles y luego almorzar con Cathy y Kristen.
Alex probablemente no estaba de acuerdo ahora que había sido sometido a ser
nuestro chófer para el almuerzo y luego obligado a comer sushi mientras escuchaba
a Kristen quejarse de Seth durante dos horas enteras.
Al parecer, finalmente Seth la había llamado y le había pedido perdón.
Salieron de nuevo. Se liaron de nuevo. Entonces él nunca la llamó... de nuevo.
Cathy pasó la mitad del tiempo informando a su hija que, si no se hubiera
terminado su cita sobre su espalda, las cosas podrían haber sido distintas.
Kristen pasó la otra mitad del tiempo informando a su madre que era Seth
quien había estado sobre su espalda.
Alex pasó la mayor parte de las veces negando y gimiendo.
Pasé todo el tiempo riéndome como loca.
Fue muy necesario. Después de mi incidente con Noir, había estado luchando
contra pesadillas y ansiedad. No tenía idea de cómo Clare había vivido con él todo
el tiempo y aún era capaz de sonreír. Apenas podía respirar a veces, cuando los
recuerdos de esa noche me devastaban.
A pesar de todo, Roman había estado allí conmigo, sosteniéndome y
recordándome que estaba a salvo.
Por desgracia, lo mismo no podía decirse de Ethan. Y me dolía. La compañía
de Leo, la Agencia Guardian Protection, había pagado por su funeral, y Roman
había enviado una gran suma de dinero a sus padres, pero sabía que eso no hacía
nada para sanar los agujeros en sus corazones. Odiaba la impotencia y la culpa que
sentía por toda la situación.
También odiaba que Clare, Heath, y Tessa se hubieran mudado.
Comprendía por qué, más o menos. Pero todavía dolía. Clare y yo nos
habíamos hecho amigas, y Roman y yo nos habíamos enamorado totalmente de
Tessa. Y, honestamente, incluso echaba de menos los chistes malos de Heath,
incluso aunque se quejase sobre mi comida a veces.
Sin embargo, no era como si hubiera esperado que viviesen con nosotros para
siempre. Sólo había esperado que la amenaza se hubiera ido antes que finalmente
se mudasen. Me preocupaba por ellos más a menudo de lo que jamás admitiría.
Así que sí. Un delicioso almuerzo, buenas amigas, y un montón de risas eran
exactamente lo que necesitaba después de las últimas semanas, o, en realidad, los
últimos meses.
—Pago yo —anunció Cathy.
—No. No. Tengo la tarjeta de crédito de Roman. Él pagará el almuerzo. —Me
incliné hacia delante y le susurré a Cathy—. ¿Tienes alguna idea de la cantidad de
dinero que gana ahora? Es ridículo.
Ella se rió. 152
—Bueno, no conozco los detalles, pero viendo que ya no tengo hipoteca sobre
mi casa o mi auto, asumo que es extremadamente ridículo.
—Ah, sí. Aquí vamos —dijo Kristen con sequedad, cruzando sus brazos sobre
su pecho y reclinándose en su silla—. Roman es el niño de oro que paga todas tus
cuentas, y yo soy la puta.
Cathy le hizo la mirada de madre a su hija.
—Nunca dije que fueras una puta. Dios sabe que no tengo espacio para hablar.
Cuando conocí por primera vez a tu padre…
—¡Oh Dios, mamá! ¡No! —exclamó Kristen, tapándose sus oídos.
Me atraganté con un sorbo de agua, mis tiernas costillas doliendo mientras
tosía.
Cathy me dio una palmada en la espalda, pero mantuvo sus ojos en Kristen
mientras reprendía:
—Si no deseas esos detalles, deja de ser una pequeña dramática de mierda.
—¿Señora Leblanc? —dijo un oficial de policía uniformado, acercándose a la
mesa.
Todos nos volvimos a mirarlo, y Alex de inmediato se puso de pie, rozando su
abrigo para descansar su mano sobre el arma a su lado.
La mirada del oficial se dirigió hacia Alex por solo un segundo.
—Soy el oficial Marco con la APD. Me han enviado para llevarla en custodia
protectora después de un robo en casa del agente Light.
Salté de mi asiento.
—¿Están bien? ¿Qué pasó?
—Todo el mundo está bien —aseguró—. Pero necesito que recoja sus cosas.
Tenemos que salir de inmediato.
—¿Ya lo sabe Roman? —gruñó Alex.
—Sí —respondió Marco—. Un oficial ha sido enviado para recogerle así. Light
y la DEA están pidiendo que todos los involucrados sean encerrados
inmediatamente. —Inclinó su barbilla hacia Cathy y Kristen, que miraban, sus
bocas abiertas—. Llévalas a casa seguras y después encuéntrate con nosotros en la
comisaria.
Alex asintió, tirando un fajo de billetes de su bolsillo y arrojándolo sobre la
mesa. Cathy, Kristen, y yo intercambiamos abrazos nerviosos y susurramos adiós
antes que Alex las condujera hacia la puerta.
Marco con cautela me llevó por la otra. Su mirada se dirigió alrededor, con
una mano en la parte baja de mi espalda y la otro en su arma.
Con el corazón en la garganta y el estómago desgarrado por los nervios, me
metí en la parte de atrás de su auto de policía.
153
Capítulo veintidós
Heath

—¿D
ónde está? —grité, golpeando al hombre ahora esposado
contra el capó de un auto de policía.
—Light, cálmate de una puta vez —dijo un agente, tratando
de ponerse delante de mí.
Pero no tenía de eso.
Clare se había ido.
Ya no existía la calma.
En los dos minutos que me había tomado ir tras Tessa, alguien se la había
llevado. No sabía cómo. O dónde la habían atrapado. O cómo no lo había visto.
Pero ella nunca llegó al botón de pánico de la alarma.
Alguien llevándose a Tessa había sido nada más que una distracción para
alejar a Clare de mí. El cabrón era demasiado gordo. Demasiado lento. Demasiado
estúpido. Noir nunca habría enviado a un hombre así si realmente hubiera querido 154
recuperar a su hija. Probablemente este tipo no era más que un matón de bajo nivel
que le debía dinero de droga.
—¡No sé! —gritó—. Simplemente se suponía que tenía que tomar a la niña.
—¿Y llevarla a dónde? —Presioné mi antebrazo contra la parte posterior de su
cuello.
Gruñó bajo la presión.
—Se suponía que llamaría cuando la tuviera.
Golpeé su cabeza contra el auto de nuevo.
—¡Light! —gritó Roman, corriendo por el camino de entrada, Devon justo
detrás de él—. ¿Qué diablos pasó?
Solté al pedazo de mierda. No sabía nada, y estaba perdiendo el tiempo.
Me giré y fui hacia la puerta.
—Necesito que te quedes con Tessa.
Agarró mi bíceps y me detuvo.
—¿Dónde está Clare?
Hijo de puta. Jodidamente me mataba tener que admitirlo.
Le había jurado que él nunca volvería a tocarla.
Y había fallado en su primer intento.
—No lo sé. Pero voy a encontrarla. Y necesito que te quedes con Tessa.
Se detuvo en seco.
—¿Qué demonios quieres decir con que no lo sabes?
Apreté los dientes.
—Quiero decir que Noir se la llevó y no tengo tiempo para sentarme aquí y
explicarte esta mierda. Llévate a Tessa a tu casa, enciérrala como si fuera Fort
Knox, y Clare y yo la recogeremos tan pronto como podamos.
Su teléfono sonó, así que buscó en su bolsillo. Lo tomé como una
confirmación de que me había entendido y seguí hacia la casa.
—¡Heaf! —gritó Tessa cuando llegué al interior.
Una agente de policía estaba sentada en el suelo con ella, que se levantó de un
salto y corrió a toda velocidad entre mis piernas antes que tuviera la oportunidad
de ponerme en cuclillas.
La recogí para ponerla en mi cadera y darle un abrazo.
—Me tengo que ir, dulce niña. Pero Roman está aquí y te llevará a su casa para
que puedas ver a Elisabeth y jugar con Loretta. Suena divertido, ¿verdad?
Las lágrimas brotaron de sus ojos grandes y verdes cuando preguntó:
—Pero, ¿dónde está mamá?
Tragué saliva. 155
—Voy a buscarla.
—¿Dónde se fue? —continuó.
—Escúchame, Tessi. Voy a buscarla. Y la llevaré a casa. Y entonces todo esto
terminará. No más malos hombres. No más problemas. —Pasé mi pulgar por su
mejilla limpiando la humedad que había escapado—. Sin lágrimas. Todo está bien.
Me ocuparé de esto, ¿de acuerdo?
Asintió, pero comenzó a llorar en toda su plenitud. Me rompió tener que
dejarla, pero necesitaba largarme de allí si tenía alguna esperanza de cumplir esa
promesa.
—Te quiero —susurré en la parte superior de su cabeza mientras se la daba a
Roman.
—También te quiero —exclamó, aferrándose a mi cuello.

Clare
Me desperté en casa.
No en la de Heath.
Ni en la de Roman y Elisabeth.
Ni siquiera en ese remolque de mierda en el que había crecido.
No, me desperté en el infierno.
El único verdadero hogar que jamás había tenido.
Un hombre que vagamente reconocí me había agarrado justo al lado del
porche trasero mientras veía a Heath entrar en casa detrás de Tessa.
Por instinto, grité su nombre. Pero solo una vez, antes que tomase la decisión
consciente de que prefería no distraerlo de llegar a ella. No sé lo que habría hecho
si hubiera sabido que las dos estábamos en problemas.
Pero sabía, sin duda, lo que yo quería que él hiciera… salvar a nuestra niña.
Luché contra mi atacante, pero, al final, mi esfuerzo fue inútil. Me había
arrastrado por la puerta trasera y por el jardín del vecino hacia un auto esperando.
Y entonces todo se había oscurecido.
Me había despertado en una pequeña casa que reconocí como la que Walt
utilizaba para sus ofertas de “negocios”. Había pasado muchas noches allí cuando
se ponía de mal humor y no se me permitía estar fuera de su vista en absoluto. No
era un lugar en el que quería estar con Walt. Los hombres que habían ido allí con él
rara vez salían con vida. Había limpiado la sangre de esos suelos de piedra con
azulejos innumerables veces, en ocasiones, incluso la mía propia.
También le había dado la dirección a Tomlinson hacía unas semanas.
Y solo fue el saber eso lo que me impidió desmoronarme después de abrir los 156
ojos y ver la mirada babosa de Walt fija en mí.
—Cariño —ronroneó, acercándose.
Aspiré una bocanada de aire, pero no mostré miedo mientras decía en voz
baja:
—Finalmente viniste por mí.
Apoyó un puño en la cama y se inclinó sobre mi rostro, su aliento
deslizándose por mi piel y sus ojos verdes bailando con arrogancia mientras decía:
—¿Pensaste por un segundo que no lo haría?
Escalofríos erizaron el vello de mi nuca.
—No. —Negué y me moví en la cama. Pero esperé cada segundo que no lo
hicieras.
Rodó por la cama acercándose. La flexión de su cuerpo musculoso debajo de
los confines de su camisa de vestir hizo que mi estómago se revolviera.
Me arrinconó contra la cabecera, con una mano a cada lado de mí, y susurró:
—Bienvenida a casa, mi amor.
Cerré mis ojos mientras presionaba sus repugnantes labios en mi frente.
—Te he echado mucho de menos —dijo, aproximadamente dos segundos
antes que el dorso de su mano aterrizase en mi rostro.
Heath
—Estaré de vuelta —le aseguré a Tessa mientras se la entregaba a Roman.
La verdad era que en realidad no sabía a dónde diablos iba, pero incluso si
todo lo que tenía era mi sexto sentido, encontraría a Clare.
Miré a Roman y su mirada fue una declaración tácita de que cuidaría de ella.
Levantó su barbilla y la cambió de posición en la cadera para que ella pudiera
descansar su cabeza preocupada en su hombro.
Mi pecho dolió y mis piernas estaban pesadas mientras me obligaba a
alejarme, pero tenía que hacerlo. Esta era mi familia, y la estaba recuperando. Sin
importar el costo. Sin importar las consecuencias. Esa mierda se iba a acabar de
una vez por todas.
No me importaba una mierda lo mucho que la DEA quería poner sus garras
sobre Noir. Había tomado lo que era mío. Asustado a mi niña. Puesto sus manos
sobre mi mujer. Enviado a sus hombres a mi hogar. A la mierda.
Walter Noir no terminaría ese día respirando.
Mi única oración era llegar a Clare a tiempo para asegurarme que ella si
respiraría.
—Oye, Light —gritó Roman detrás de mí—. Gracias por hacer que recogieran a 157
Elisabeth.
Me quedé inmóvil y poco a poco me volví hacia él.
—¿Perdona?
—Alex me dijo que enviaste APD para ponerla en protección. Lo aprecio. Pero
iré a la comisaria para recogerla. Me sentiría mejor si estuviera conmigo en este
momento.
Parpadeé, mi mente distraída tratando de encajar las piezas del rompecabezas
de ese día. Pero estaban por todos los rincones y nada tenía sentido.
Cuando me había dado cuenta que Clare había desaparecido, no había sido
capaz de concentrarme en otra cosa. Sin embargo, después del ataque de Noir a
Elisabeth, debería haber considerado su seguridad también.
Absolutamente no lo había hecho y estaba seguro como la mierda que no
había llamado al APD.
Di un paso largo hacia Roman.
—No lo hice... —Empecé, solo para detenerme cuando las piezas encajaron.
Saqué mi teléfono de mi bolsillo y ordené—. Llama a Alex al teléfono. ¡Ahora!
Marqué un número diferente.

Clare
Me dio con la otra mano.
—¿Qué le dijiste a la policía?
Le di una patada y me resistí mientras me escondía detrás de mis brazos.
—¡Nada! Lo juro.
Su asalto se detuvo mientras soltaba una risa y luego me enderezó tirando de
mi cabello.
Mis manos volaron a sus muñecas, tomando algo de mi peso para aliviar el
dolor paralizante en mi cuero cabelludo.
Su mirada furiosa se grabó a fuego mientras rozaba su nariz con la mía.
—No me mientas, puta. —Le dio a mi cabello un tirón duro, echando mi
cabeza hacia un lado—. ¿Y qué hay del agente Light? He oído que piensas que es tu
nuevo hombre. —Respiró hondo y soltó en un gruñido—: ¡Eres mía!
Con un movimiento de su brazo, fui directa hacia atrás de la cama.
Aterricé duro, lo que dejó sin aliento a mis pulmones. Jadeé por aire cuando
se levantó, y luego, usando mi cabello, me arrastró por el suelo hacia la mesita de
noche. Mi cuerpo se puso rígido y un sollozo escapó de mi garganta mientras él
tomaba una pistola del cajón.
—¡Walt, por favor! —grité mientras presionaba la punta de metal entre mis
ojos.
158
—Dime la maldita verdad, Clare. Ahora o jodidamente nunca.
De repente, un ruido le llamó la atención y se fue rápidamente con el arma a
la puerta.
El alivio recorrió mi cuerpo mientras veía a un oficial uniformado —un
salvador— en la puerta.
Ese alivio murió junto con parte de mi corazón cuando vi quién estaba a su
lado.
—¿Elisabeth? —jadeé.

Heath
—Rorke —respondió.
—¿Dónde mierda está el oficial Marco? —espeté tan pronto como contestó.
—Interesante. ¿Nos quieres en el caso ahora que tu preciosa Clare no está? —
dijo con brusquedad.
No tenía tiempo para sus pequeños sentimientos maliciosos sobre la
jurisdicción.
—He encontrado a su maldito topo —anuncié—. Ahora mismo tiene a
Elisabeth Leblanc, y apostaría mi vida a que la lleva hacia Noir.
—¿Qué? —preguntó con indignación—. De ninguna jodida manera. Anthony
Marco es un policía respetado. Tienes que estar equivocado.
Apreté mis dientes y busqué en lo profundo por siquiera un fragmento de
paciencia. No había nada que encontrar.
—¡Mentira! —grité—. Usó mi nombre con el fin de convencer a su
guardaespaldas que yo le había pedido que la llevara a protección. Eso fue hace
veinte minutos, y ella no ha llegado a la comisaria todavía. Ahora, ¿dónde diablo
está?
—Yo, eh... —balbuceó—. Mierda.
Fui rápido hacia mi auto, Roman casi explotando mientras me seguía. Su
teléfono estaba en la oreja con Tomlinson en el otro extremo.
—¿Dónde está? —repetí.
—La DEA tiene a gente mirando todas las propiedades conocidas de Noir,
buscando a Clare.
Cerré la puerta de mi Explorer detrás de mí. Hizo eco cuando Roman hizo lo
mismo.
—¿Está él solo mirando las casas?
—Mierda —repitió—. Maldita sea. Quiero que estés equivocado en esto. Pero
joder, sí, está solo. Estaba de patrulla cuando recibimos la llamada.
—Está bien, necesito que jodidamente me escuches aquí. No alertes a nadie. 159
No tengo ni idea de a quién más tiene Noir entre tus filas. Pero esto queda entre
nosotros. Sigue su auto. Dame la dirección. No alertes a nadie. Me entiendes. Ni
una sola persona se entera de esto. ¿Sí?
—Hijo de…
—Di que me entiendes, Rorke.
—Light, esto debe informarse. Él podría ser…
—¡No se lo digas a nadie!
Roman finalmente explotó, golpeando su puño sobre el tablero antes que
intentase quitarme el teléfono.
—Deja que jodidamente me ocupe de esto —espeté, estirando una mano para
que parase y que no me quitase el teléfono.
—¡Tiene a mi esposa!
—¡También tiene a la mía! —gruñí—. Vamos a recuperarlas. Pero cálmate y
controla tu cabeza.
Se me quedó mirando durante varios latidos antes de acurrucarse y enterrar
su rostro entre sus brazos. Se echó hacia atrás y hacia delante en su asiento,
físicamente incapaz de quedarse quieto mientras la adrenalina le devastaba. Una
sensación que yo conocía muy bien.
Volví mi atención de nuevo a Rorke.
—Has conocido a Elisabeth Leblanc, y sé que has oído lo que le hizo Noir a
Clare. Ahora, ese puto monstruo las tiene a las dos. Voy a sacarlas, y a ti te van a
crecer un maldito par de bolas y mantendrás esto en secreto a tu cadena de mando.
Dame la ubicación GPS del auto del oficial Marco y luego, cuando tengamos a esas
mujeres en un hogar seguro, podrás informar de lo que malditamente quieras.
Pero, por ahora, mantén tu jodida boca cerrada a menos que estés hablando
conmigo. Ahora, dime que me entiendes.
Suspiró.
—Te entiendo.
—Bien. Dame la maldita dirección. —Corté nuestra conexión y dejé caer mi
teléfono en mi regazo.
Lancé mi brazo alrededor de la parte posterior del asiento de Roman y
comencé a salir de la entrada de mi casa, pero luego vi a Tessa mirar a escondidas
sobre el hombro de Devon mientras la llevaba hacia la casa.
Sus asustados ojos verdes eran como un cuchillo oxidado en el estómago.
Debería haber estado ajena a este tipo de drama por al menos otro... para siempre.
Debería estar jugando con muñecas Barbie y viendo a malditos príncipes besando a
sus princesas, no viviendo con el conocimiento de que alguien había tratado de
sacarla de la seguridad de un lugar que desesperadamente quería que llamase casa.
Y entonces, saber que habían tenido éxito llevándose a su madre.
Observé hasta que la puerta se cerró detrás de ellos, una serie de agentes y 160
oficiales aun inundando mi césped.
No podía cambiar su pasado, pero podía —y lo cambiaría— el futuro.
Ya no más.
Esta vida había terminado para ella.

Elisabeth
La sangre corría por el rostro ceniciento y blanco de Clare mientras su mirada
se fijaba en la mía.
—Ya estamos en paz ahora. No puedo hacer esta mierda más, Noir —dijo el
oficial Marco.
—Habrás acabado cuando jodidamente diga que lo has hecho.
—Voy a perder mi trabajo por tu obsesión con esta perra —espetó Marco,
empujándome hacia la habitación.
Me tropecé con mis talones antes de caer hacia adelante de rodillas. Clare se
puso de pie y corrió hacia mí, pero Walter la agarró por la parte de atrás de la
camiseta en el último segundo.
—¡Oh, Dios! —grité, extendiendo mis brazos hacia ella mientras caía al suelo.
Ella se levantó de nuevo, arañando su camino, solo para ser obligada a parar.
Empujando su arma en la parte trasera de su pantalón, plantó un pie a cada
lado de ella y se inclinó por la cadera mientras bramaba:
—¡Basta! —Y luego le dio un revés tan fuerte que tuve que luchar contra mi
estómago revolviéndose.
—¡Clare, no lo hagas! —grité mientras rogaba que le escuchase.
No lo hizo.
Escupió en su rostro y gritó:
—¡Hijo de puta! Ella no tiene nada que ver con esto.
Él clavó un dedo en su rostro.
—Les advertí, Clare. Ellos te apartaron de mí. Si tomas a la esposa de un
hombre, mi esposa, perderás a la tuya. Es hora que Leblanc aprenda esa lección. Y
si no te callas y recuerdas quién es tu maldito marido, aprenderás una lección
también.
Otra ronda de vómito amenazaba con escapar de mi garganta mientras
chorros iguales goteaban por mi barbilla. Sin embargo, de alguna manera,
enfrentándose al mal, Clare pareció recomponerse. Sus hombros encorvados se
enderezaron y el color volvió a sus mejillas. Sabía que Clare tenía que haber sido
fuerte como para haber vivido con Noir durante tanto tiempo, pero hasta ese
momento, no me había dado cuenta de lo fuerte que realmente era.
Observé con asombro mientras una extraña calma se apoderaba de ella. 161
—¿Clare? —susurré.
—¿Todavía quieres ser mi marido? —preguntó débilmente.
Walt pareció ajeno a su repentino cambio. Su rostro seguía siendo duro
mientras gruñía:
—Eres una Noir. Ningún jodido cerdo cambiará eso.
Ella parpadeó sus ojos de ciervo hacia él y poco a poco se levantó sobre sus
rodillas.
—¿Todavía soy una Noir?
Con suavidad, él se agachó y pasó sus dedos por la parte superior de su
cabello.
—¿Cómo puedes preguntar eso? ¿Qué mierda te hicieron?
Su barbilla se sacudió a un lado como si algo la hubiera golpeado.
Y supongo que lo hizo porque, ni un segundo después, se derrumbó.
Un grito ahogado burbujeó en su garganta y se deslizó sobre sus rodillas para
abrazar sus caderas.
—Oh, Dios, Walt. Tenía tanto miedo sin ti. Pensé que me odiabas. Eso... eso es
lo que me dijeron. Me dijeron que no me amabas. Y que estabas planeando
matarme. Heath y la policía hicieron que me quedase lejos. —Su voz era jadeante
mientras las lágrimas bajaban por su rostro—. Creo que... Yo sólo... Me repetían
que se encargarían de mí. Pero no lo hicieron. Todo lo que quería era volver a casa.
—Se puso de pie y agarró la parte delantera del pecho de la bestia—. ¡Son gente
horrible, Walt! —exclamó.
Su mirada malévola se suavizó mientras él apartaba el cabello teñido de
sangre de su rostro.
Ella dejó caer su frente sobre su pecho mientras todo su cuerpo temblaba
contra él.
Nunca en mi vida había estado más confundida o impresionada. Miré
alrededor de la habitación, esperando una respuesta, pero Marco era el único allí.
Tenía una perplejidad similar mientras entrecerraba su mirada hacia Clare.
—Noir, no te creerás esta mierda, ¿verdad? —dijo Marco.
Oh, pero lo hizo. De cabo a rabo.
Los músculos tensos bajo su camisa blanca abotonada se relajaron
visiblemente mientras la abrazaba.
—Nunca te mataría, cariño —murmuró, como si se tratara de un sentimiento
romántico—. No te preocupes. Tendrán que pagar por lo que hicieron.
Ella sorbió por la nariz y utilizó la parte posterior de su brazo para secarse los
ojos.
—Tenemos que llegar a Tessa.
Oh, diablos, no. 162
—Clare —susurré.
—Podríamos cambiar a Elisabeth por ella —continuó—. Si matas a Heath,
Roman cambiará a Tessa por Elisabeth. Tendremos a nuestra familia de vuelta.
Puse una mano sobre mi boca mientras mi pulso se disparaba. De ninguna
manera Tessa se acercaría a esto. E incluso sugerir algo así como eso me dejó
cuestionándome todo lo que sabía sobre Clare.
—¿Qué estás haciendo? —intervine en su conversación.
La mano de Walter se volvió en mi dirección para silenciarme, pero mantuvo
su mirada nivelada en su esposa.
—No podría estar más de acuerdo.
—Noir, ¿en serio? —gritó Marco—. Esta perra está jugándotela. Ha estado
viviendo con Light durante semanas.
Ella sostuvo la mirada de Walter, deslizando sus manos hacia arriba y abajo
de su pecho mientras negaba hacia Marco.
—No me gusta. Me asusta.
Una sonrisa arrogante elevó uno de los lados de la boca de Noir mientras
asentía casi imperceptiblemente.
Mientras ella se acurrucaba en su pecho, su mirada se posó en la mía. Pero no
estaba allí. Al menos, no la mujer que yo conocía.
Ni siquiera parpadeó cuando Walter de repente recuperó el arma de la parte
posterior de su pantalón.
—Qué demo… —fue todo lo que Marco pudo decir antes que Noir apretase el
gatillo.

Heath
El auto de Marco había sido localizado en una de las propiedades conocidas
de Noir, a menos de dieciséis kilómetros. Tomlinson y un equipo de agentes ya
estaban en el camino. Rorke, una vez más, había sido expulsado de la investigación,
pero esta vez, por razones obvias, no expresó ninguna queja.
Las ventanas casi se habían empañado por la ira fundida que salía de Roman
cuando cruzamos rápido la ciudad.
—¿Cómo diablos estás tan tranquilo? —preguntó.
Mantuve los ojos en la carretera mientras indicaba de manera definitiva.
—Porque voy a recuperarla.
Frunció sus labios.
—No sabes eso, joder. Juro por Dios, si ha hecho…
163
—No —le interrumpí, negando—. No hagas eso. No dejes que tu mente vaya
allí. Se encontrarán bien. —Hice crujir mi cuello—. Clare puede manejar a Noir.
Sentí su incrédula mirada saltar hacia mí.
—¿Estás loco? —preguntó—. He visto la mierda que solía hacerle.
Mis nudillos se volvieron blancos mientras aferraba el volante. Había visto esa
mierda también, pero me negaba a pensar en ello. Me pidió que confiara en ella
hace semanas y estaría condenado si ahora era el momento en el que rompía esa
promesa.
—Podría haberla matado todos los días durante siete años —dije—. Nunca lo
hizo. Ha vivido en el foso de ese león antes y salió por el otro lado. Lo hará de
nuevo.
Roman se burló, claramente no compartiendo mi confianza.
—Y ¿qué pasa con Elisabeth?
—Cuidará de ella también.
—Jesucristo, jodidamente espero que tengas razón. —Roman golpeó su cabeza
contra el reposacabezas—. Tienes que llevarte mi chaleco —le dijo al techo.
—Contente —gruñí, pasando entre el tráfico.
Se quitó la camisa por la cabeza y desató el velcro de su chaleco.
—Te disparará a ti, Light.
Salí de la carretera, optando por un camino lateral con menos tráfico.
—Es un sociópata. Dispara a la civilización en general.
Dejó caer su chaleco en la consola central entre los dos.
—Sabes a lo que me refiero. Tiene a mi mujer, pero eres tú contra quien irá. —
Sus ojos se oscurecieron y su mandíbula se apretó—. Además, si me pasara algo,
Elisabeth será atendida. Clare te necesita. Tessa también.
Mi pecho se apretó. Estaba solo parcialmente equivocado.
—Las necesito, Leblanc. Voy a traerla de vuelta. A Elisabeth también. Pero te
vas a poner el chaleco de mierda de nuevo o voy a dispararte.
—Venga. No seas un idiota. La DEA no me dejará entrar ahí esta vez.
Necesitas esta mierda más que yo. Kevlar retrasará una bala, pero Rubicon la
detendrá.
Me di la vuelta para mirarlo. Roman y yo habíamos discutido más a menudo
de lo que no. Él era terco como una jodida mula y no tenía ningún problema
haciéndole saber cuándo pensaba que estaba equivocado. Lo cual era, básicamente,
cualquier momento que no estuviese de acuerdo con él. Pero, con todo esto dicho,
era sin duda uno de los mejores hombres que jamás había conocido.
Se había metido en medio de este desastre desde el principio. Sangre, sudor y
lágrimas, había estado allí desde el momento en que había averiguado sobre Tessa.
No le importaba un comino que no fuera su hija. Nunca se había ido o acobardado
de lo que parecía como la imposible tarea de mantener a nuestras dos familias
seguras. El mundo necesitaba más hombres como él. Y, si no hubiera sido por su 164
mujer en casa de Noir, me habría detenido y habría dejado su culo en el lado de la
carretera sólo para asegurarme de que despertaba a la mañana siguiente.
Ahora mismo, no tenía esa elección.
Yo, sin embargo, tenía la opción de que se pusiera ese puto chaleco para
asegurarme de que al menos no fuese a su casa lleno de agujeros de bala.
—Entonces, será mejor que mi puntería sea mejor que la suya.
—Light, no seas estúpido —objetó.
No le hice caso.
—Estamos a dos minutos. Vístete.

Clare
Elisabeth gritó frenéticamente y se arrastró lejos, pero no sentí ni un gramo
de remordimiento cuando el cuerpo sin vida de Marco cayó al suelo.
Tal vez era tan implacable como Walt, después de todo.
O tal vez estaba feliz de librar al mundo de un maníaco más.
No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que él era el topo de la APD
que había conseguido que el amigo de Heath muriera. Pero, peor que eso, tuve la
certeza de que él era el inútil pedazo de mierda que de alguna manera había llegado
a mi amiga —mi única amiga— y se la había entregado en mano al mismísimo
diablo. Se había más que ganado su lugar en el infierno por lo que a mí respectaba.
Algo se había roto dentro de mí cuando Walt me había recordado que era su
esposa.
O, más exactamente, algo había vuelto a nacer.
No importaba cuánto lo odiase, era la señora de Walter Noir.
Había pasado años aterrorizándome emocionalmente, pero, en ese momento,
ya había aprendido cómo manipularlo para mantenerme con vida.
No pensé que tuviera nada de eso en mí después de haber vivido en la luz con
Heath. Sin embargo, en el momento en que Elisabeth había entrado por esa puerta,
una oscuridad demasiado familiar me había consumido. Y siempre y cuando Walt
estuviera vivo, nunca podría escapar completamente de ella.
La cárcel ya no era lo suficientemente buena. Quería que él fuera borrado de
la faz de la Tierra.
Por primera vez, tenía una vida por la que luchar.
Una hija que dependía de mí… y para algo más que para mantenerla viva.
Un hombre guapo, amable y cálido que me amaba… y no de la forma retorcida
y desagradable de Walt.
Y, por último, tenía un bebé sobre el que ni siquiera había tenido la 165
oportunidad de contarle a Heath creciendo dentro de mí. Lo había averiguado
antes esa mañana. No sabía qué tan avanzada estaba. O incluso si sería un
embarazo viable, dado mi historial. Pero, por ese momento, mientras lloraba
lágrimas de alegría en el suelo del baño de Heath, mientras bajaba la mirada a esas
dos líneas de color rosa que había intentado tanto evitar cuando había estado con
Walt, era un bebé… un pedazo de mí y un trozo de Heath. Concebido con amor y no
con miedo. La forma en que siempre debería haber sido.
No permitiría que Walt se llevara eso de mí.
O me llevara lejos de ellos.
—¿Me traes algo para mi rostro? —pregunté en voz baja.
Se apartó y acunó mi mandíbula con una mano.
—¿Cuándo vas a dejar de ser tan difícil? No tienes que pelear conmigo por
todo.
—Lo sé. Y lo siento. Lo haré mejor. Lo juro.
La bilis se arrastró hasta la parte posterior de mi garganta mientras sus labios
se extendieron sobre los míos.
—Acuéstate. Te traeré un poco de hielo.
Contuve la respiración mientras seductoramente arrastraba mis dedos por su
brazo hasta la pistola sostenida herméticamente en su palma.
—Aquí. Dame esto y mantendré un ojo sobre Elisabeth.
Se rió y abrió la mano.
Mantuve la sorpresa oculta de mi rostro, pero la esperanza golpeó en mi
pecho mientras alcanzaba la pistola.
Y entonces me quedé helada cuando su mano se desplazó de mi mandíbula
hasta mi garganta. La agarró imposiblemente fuerte, cortando mi aire. El pánico
me recorrió, pero me obligué a mantener la calma. Era la única manera de
mantenerme con vida.
Guiándome por mi cuello, me acompañó hacia atrás hasta que llegué a la
pared. Mis pulmones ardieron y mi visión comenzó a centrarse en un túnel, pero no
luché. Permanecí inmóvil mientras rozaba su nariz contra la mía, susurrando
contra mis labios.
—Te amo, Clare. Pero no presiones tu suerte. No soy ajeno a tus juegos. Sólo
me gusta jugarlos contigo.
Estudió mis ojos, pero no mostró nada. Y después de un par de latidos, una
sonrisa sucia curvó sus labios. Golpeó mis hombros contra la pared una última vez
antes de finalmente liberarme.
Mis piernas se habían vuelto débiles, y me doblé, apoyando las manos en mis
rodillas mientras jadeaba por aire.
Acarició la parte superior de mi cabeza y ordenó:
—Sienta tu culo en la cama. Y ni siquiera pienses en hacer una tontería. 166
Mantuve la cabeza baja mientras veía sus pies desaparecer. Pateó el cuerpo
sin vida de Marco hasta el final en la habitación antes de cerrar la puerta.
Tan pronto como hizo clic detrás de él, me moví. Y lo hice rápido.
—Para de llorar. Estás empeorándolo. Es una sanguijuela que se alimenta del
miedo —le susurré a Elisabeth mientras empezaba a buscar en la habitación.
No había estado en esa casa en particular desde hace tiempo, pero todo se veía
igual que siempre. El escritorio de Walt estaba en la esquina, cubierto de papeles y
un ordenador portátil, que me recordó más al de un abogado que al de un
distribuidor de drogas. Abrí los cajones, pero estaban completamente vacíos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Elisabeth, poniéndose de pie.
—Necesito un arma. Ayúdame a buscar —respondí, pasando a la mesita de
noche, pero ese cajón estaba vacío también—. Mierda.
—Clare, no —suplicó—. No seas el héroe aquí. Esperemos. Los chicos ya deben
saber que estamos desaparecidas.
—Tal vez. Pero eso no terminará bien para cualquiera de nosotras —dije, sin
dejar de buscar en la habitación—. Nos puedo mantener con vida. Pero, si
aparecen, no puedo prometer lo mismo para ellos.
—No puedes hacer esto —rogó—. Por favor, sólo piensa en Tessa.
Oh, pero lo hacía. Ella había estado viviendo esa vida justo a mi lado.
Iba a acabar con ella por las dos.
De repente, dejé que mi mirada se posara sobre la cama.
Esa habitación era exactamente la misma. El tiempo no la había tocado en
absoluto. La misma colcha. Las mismas fundas de almohada. Las mismas sábanas.
Todo era tal y como lo había dejado.
Todo.
Cada. Cosa.
Respiré profundamente y levanté el reloj que Heath me había dado hasta mis
labios.
Cerrando los ojos, evoqué imágenes de Heath y Tessa jugando en el patio
trasero. Había un perro que aún no teníamos corriendo a su alrededor y ladrando
mientras estaba de pie en el porche, mi estómago hinchado con vida, una sonrisa
contenida en mi rostro, y una paz que nunca había experimentado llenando mi
corazón.
Libre de miedo.
Libre de dolor.
Por siempre.
Besando las 11:11, hice el último deseo que esperaba necesitar nunca más.
Mi corazón latió con fuerza en mis oídos cuando alargué la mano bajo el borde
del colchón. 167

Heath
Para cuando Roman y yo llegamos al escondite de Noir, los agentes federales
lo tenían rodeado. El auto patrulla de Marco estaba estacionado en la calzada junto
a un brillante BMW negro que asumí que era de Noir.
—Habla conmigo —le grité a Tomlinson, en cuclillas junto a él detrás de un
auto negro.
—De lo que podemos decir, las dos mujeres todavía están vivas. Tenemos dos
movimientos distintos en el dormitorio sur y otro en la cocina. Sin embargo,
nuestra preocupación es que parece ser solo un hombre. Estamos tratando de
entrar para ver si es Marco o Noir.
El temor se agrupó en mis entrañas.
—Hijo de puta —espeté—. Si se trata de Noir, tratarás de agarrarlo vivo,
¿verdad?
—Lo necesitamos, Light.
—Tienes que estar jodiéndome. ¿Vas a jugar a esto y a enviar a un puto
negociador, mientras que retiene a dos mujeres inocentes?
—Lo repetiré: lo necesitamos vivo, Light. ¿Qué mierda estás haciendo aquí?
Le dije a Leblanc que no apareciera por aquí.
Ni siquiera le contesté. Me levanté y saqué mi arma.
—Voy a entrar.
—¡Ni hablar! —gritó, tomándome del brazo en un intento de bajarme.
—Aparta tu mano de mí. —Alejé mi brazo, y luego fuimos interrumpidos de
repente.
El grito de una mujer resonó en el aire.
Todo mi cuerpo se tensó.
—¡Déjame ir! —rugí.
—¡Tenemos actividad en el interior! —gritó un agente—. Viene hacia nosotros.
—No hagas esto, Light. Jodidamente no hagas esto —rogó Tomlinson
mientras un caos estalló a nuestro alrededor.
Al menos, una docena de agentes se pusieron a cubierto, resguardándose y
cargando las armas, todos ellos dirigiendo sus pistolas a la puerta.
El tiempo se detuvo cuando la puerta se abrió.
Contuve la respiración, vergonzosamente con la esperanza de que apareciera
Clare.
Una mujer frenética, cubierta de sangre salió corriendo. 168
Pero no era la mía.
—¡Elisabeth! —gritó Roman, que salió corriendo después de haber cruzado a
empujones la línea de agentes.
—¡Ayúdenla! —exclamó, volando a sus brazos—. Por favor. Oh, Dios.
Ayúdenla.
Mis pies se movieron antes que mi mente pudiera procesar incluso los
peligros al otro lado. Clare estaba allí. Nada me podía parar.
Ni Tomlinson. Ni la DEA. Y seguro como la mierda tampoco Noir.
Batallé contra el impulso de gritar su nombre mientras entraba en la casa,
pero lo pensé mejor antes de anunciar mi presencia.
Contuve la respiración mientras comprobaba los alrededores antes de ir por la
casa, hacia el dormitorio sur.
Y cuando di vuelta a la esquina, mi arma en mano y extendida delante de mí,
nada podría haberme preparado para la escena frente a mí.
Sangre.
Putos océanos enteros de sangre que cubrían el suelo.
Por favor. Dios.
Mis manos se tensaron alrededor de mi arma, sus palabras de hace semanas
repitiéndose en mi mente “Vas a tener que confiar en mí”. Y esa confianza era lo
único que evitaba que mis rodillas se doblaran en ese mismo momento.
Di un paso sobre el cuerpo de Marco mientras me adentraba con cautela.
Moviéndome al otro lado de la cama, moví mi arma.
—Oh, mierda —dije con voz ahogada.
Era vagamente consciente de los agentes que venían detrás de mí.
Maldiciones murmuradas llenaron el aire, mientras veían la matanza que nos
rodeaba.
Sin embargo, vi solo a una persona.
Estaba de rodillas junto al cuerpo de Noir. Cubierta de pies a cabeza de
sangre. Un cuchillo en su mano. Sus ojos se clavaron en mí, salvajes mientras
seguía mi movimiento.
Era una imagen sacada de una película de terror.
Y, aun así, de alguna manera, la cosa más hermosa que había visto nunca.
Estaba viva.
Todavía respirando.
Siendo mía.
Todavía… 169
—Clare —dije suavemente, yendo en cuclillas varios metros y mirándola a la
altura de los ojos—. Estoy aquí, nena. Dime qué necesitas.
Parpadeó y luego abrió su mano, enviando el cuchillo estrepitosamente al
suelo.
—No podía dejar que arruinase nuestro futuro.
—Lo sé, nena. Ven aquí.
Negó y miró con sus ojos salvajes la sangre que cubría su pecho y sus brazos.
—Esto no es lo que soy. Yo... no soy él. Sólo... —Volvió a alzar la mirada—.
Nunca se iba a detener.
Mantuve mi pistola dirigida al cuerpo inmóvil de Noir. A pesar de las enormes
cantidades de charcos de sangre a su alrededor, no confiaba en que estuviera
muerto.
—Clare, sé quién eres —contesté, curvando dos dedos en su dirección—. Ven
aquí.
—Es sólo…
—Clare —gruñí—. Escúchame. Todo va a estar bien. Pero necesito que vengas
aquí y te alejes de él. Por si acaso.
Respiró entrecortadamente y se puso de pie. Sin emoción, pasó por encima de
sus piernas mientras se acercaba.
Me levanté y abrí mis brazos en una oferta a la que nunca se había negado.
Esta vez, no fue diferente. Apretándola contra mi frente, me abrazó más fuerte que
nunca antes.
Permaneció completamente compuesta cuando preguntó:
—¿Tessa?
—Está bien.
Su voz se mantuvo firme mientras declaraba:
—Dime que se ha acabado.
—Se ha acabado, Clare —juré, guardando mi arma mientras los agentes
ponían sus manos sobre Noir.
Las lágrimas finalmente aparecieron en su rostro manchado de rojo mientras
luchaba con manos temblorosas para deshacerse del reloj que le había dado para
Navidad.
Sosteniendo mi mirada, lo dejó caer al suelo.
—Eso es lo que deseaba.
Mis brazos se contrajeron a su alrededor y la emoción se alojó en mi garganta.
—Quiero ir a casa, Heath.
Sin palabras, me agaché, la tomé por la parte posterior de las piernas y la
levanté en brazos. 170
—Cualquier cosa que necesites —contesté mientras la llevaba lejos de Noir por
última vez.
Capítulo veintitrés
Clare

C
uando llegamos al hospital, Heath me llevó directamente a una
habitación vacía y puso la ducha en marcha. Metódicamente, me quitó
cada pieza de ropa empapada de sangre y la metió en un cubo de basura
cercano, antes de atar la bolsa y dejarla en el pasillo. No estaba segura si
la policía las quería como prueba o si no podía alejar los restos de Walter Noir lo
suficientemente rápido de nosotros.
—¿Voy a tener problemas? —le pregunté mientras entraba a la ducha
conmigo.
—No —contestó sin extenderse.
Mientras el agua caía sobre nosotros y el rojo circulaba por el desagüe, Heath
me sostuvo. Sin embargo, en muchos sentidos yo lo estaba sosteniendo a él. Estaba
visiblemente afligido. Pasaba y me lavaba con las manos repetidamente cada
centímetro de mi cuerpo, pero no había nada sexual en esa ducha. Estaba luchando
y si una ducha silenciosa lo convencía de que de verdad me encontraba bien, se la 171
daría.
Cuando finalmente estuve limpia, apoyó la frente sobre la mía y susurró:
—Jesús, Clare.
—¿Vas a preguntarme qué sucedió? —cuestioné, rodeándole las caderas con
los brazos.
—No. Estás aquí conmigo y él está muerto. No necesito nada más.
Tragué saliva con fuerza. Para mí, era importante que lo supiese. Con el
tiempo tendría curiosidad. Tal vez asumiría lo peor de mí. Quizás lo mejor.
Ninguno sería exacto. Aunque, conociendo a Heath, nunca me preguntaría por
miedo a molestarme.
—Creo que quiero contártelo —admití.
Curvó la mano sobre mi nuca y equilibró su mirada con la mía.
—Entonces, voy a escuchar.
Asentí y llevó un minuto aclararme el cabello mientras controlaba mis
nervios.
—Solía dormir con un cuchillo bajo el colchón. Lo recordé cuando dejó la
habitación para buscar algo de hielo para mi rostro.
Cerró los ojos y echó la cabeza atrás mirando hacia el techo, sus manos se
tensaron sobre mis caderas.
—¿Quieres que me detenga? —pregunté en un susurro.
Volvió a poner su triste mirada azul sobre mí.
—Lo que quiero es que nunca hubieses estado con él en esa casa.
Deslicé las manos por su pecho.
—Yo también. Pero estoy bien, cariño.
Frunció el ceño.
—¿Lo estás? Quiero decir… ¿de verdad lo estás?
No lo estaba. Pero sabía que lo estaría. Y la promesa de eso era más de lo que
tuve en años.
Encontré la pastilla de jabón y enjaboné mis manos antes de dejarla a un lado.
Silenciosamente, limpié sus duros planos y músculos tensados de la sangre que le
había transferido.
Cuando al fin estuvo limpio, encontré el coraje para continuar:
—Le pedí que se tumbase conmigo. —Lo miré entre mis pestañas—. Y cuando
se giró para dejar la pistola en la mesita de noche, se lo clavé en el cuello y le grité a
Elisabeth que corriese.
Su manzana de Adán se movió mientras bajaba la mirada hacia mí, la
desesperación marcando su hermoso rostro.
—Al principio luchó, gorgoteando sangre mientras peleaba por tomar el 172
cuchillo. —Se me rompió la voz.
—No tienes que hacer esto —susurró.
Negué, necesitando que me escuchase.
—No sé cuántas veces lo apuñalé. No podía detenerme hasta que estuviese
muerto. Incluso si la policía estaba moviéndose para arrestarlo, nunca habría sido
capaz de escapar si aún estuviese vivo. —Mi voz se elevó—. No podía parar. Habría
estado metida en esa casa, viviendo bajo el peso de su cautiverio, por el resto de mi
vida, sin tener en cuenta si salía o no. Necesitaba que muriese. Y, honestamente,
estoy asustada de lo que eso dice de mí como persona.
Dejó salir un suspiro entrecortado y tomó ambos lados de mi rostro.
—Está bien estar confundida sobre eso ahora mismo. Has pasado por mucho.
Y vamos a buscarte a alguien con quien hablar para que te ayude con esto. —
Echando mi cabeza hacia atrás, pasó sus labios sobre los míos—. Pero necesitas
escucharme ahora y realmente meterte esto en la cabeza. Hiciste lo que tenías que
hacer para sobrevivir. Y, tan molesto como estoy que tomases ese riesgo, en el
fondo, estoy jodidamente orgulloso de ti.
Mi respiración se entrecortó.
—¿Estás orgulloso de que matase a un hombre?
Tomando la parte trasera de mi cabeza, puso mi rostro contra su cuello.
—No, Clare. Estoy orgulloso de ti, por ser lo suficientemente fuerte para traer
a mi mujer a casa cuando yo no pude.
Le clavé las uñas en los hombros mientras susurraba un triste:
—Heath.
—Shh. Es suficiente charla por ahora. Necesitamos salir de aquí y dejar que el
doctor te examine. Mientras están haciendo eso, llamaré a Devon y haré que traiga
a Tessa.
Todo mi cuerpo se hundió entre sus brazos.
—Tienes que dejarme ir, nena.
—Lo sé —contesté sin soltarlo.
Y entonces Heath, siendo Heath, susurró:
—Cuando estés preparada. —Y entonces permanecimos bajo el agua que
estaba comenzando a enfriarse durante al menos otros cinco minutos.

—Dije que jodidamente te apartases —masculló Heath.


Alzando las manos en el aire, el joven doctor de emergencias se echó hacia
atrás, abriendo los ojos como platos.
—Señor, sólo es un sedante —se defendió.
Heath dio otro paso furioso hacia él. 173
—Sí. Y ella aseguró que no lo quería.
Eso no era exactamente lo que había dicho, pero imaginaba que me estaba
parafraseando.
No tenía miedo de las agujas y necesitaba desesperadamente algo para ayudar
a ralentizar mi galopante corazón, pero aún no le había comentado a nadie que
estaba embarazada.
¿Y no éramos un jodido par? Porque en el momento en que perdí los nervios,
Heath también los perdió.
Solo que mis nervios habían estado agarrando la cama, repitiendo: “Espera,
espera, espera”.
Los de Heath daban mucho más miedo.
—No hagas que me repita —farfulló, dando otro paso adelante.
Sujeté el brazo de Heath.
—Está bien, simplemente respiremos profundamente. —Moví la mirada hacia
el doctor—. ¿Puedo tener un minuto a solas con mi… mm… chico?
—Sí. Claro. Lo que sea. —Guardó la jeringuilla mientras se encaminaba hacia
la puerta, mirando por encima del hombro como si estuviese asustado de que
Heath fuese a atacarlo por la espalda.
Y, mientras volvía a mirar hacia Heath, entendí el miedo del hombre.
—Cariño —murmuré, tirando de su brazo.
Puso su mirada furiosa en mí.
—Respira. No hay razón para estar molesto.
—Una mierda. Estoy bastante seguro que la palabra espera sigue significando
lo mismo que siempre. No quieres esa medicina… él no tiene que continuar. Así de
simple.
Sonreí y me deslicé sobre la cama.
—Es sólo… —Mierda. ¿Por qué es tan difícil?—. Ven aquí, Heath. Tenemos
que hablar.
Dobló su cuerpo tenso para sentarse en el borde de la cama y me miró con
expectación.
Pero no dije una palabra.
Podría esquivar esta conversación durante nueve meses. Parte de mí, estaba
nerviosa de contárselo. Otra parte, estaba excitada de que él lo supiese. Otra estaba
aterrorizada que no hubiese nada que saber.
—¿Qué necesitas, Clare? —susurró cuando comencé a morderme la uña del
pulgar.
—Estoy embarazada —solté de golpe.
Sus ya tensos hombros se convirtieron en piedra. 174
—Lo siento. ¿Qué?
—Estoy embarazada. Bueno, al menos, lo estaba esta mañana.
Palideció.
—¿Cómo… cómo lo sabes?
Me retorcí las manos en el regazo.
—Pedí una prueba en Amazon. También, casualmente, te robé la tarjeta de
crédito para comprar la prueba en Amazon.
—Pero usamos protección —argumentó.
—Excepto esas pocas veces en la ducha. Y estoy bastante segura de que eso
aún cuenta.
Se puso de pie.
—Oh, Jesús.
—Heath, está bien. No sabemos si aún seguirá ahí.
Comenzó a pasearse. Con una mano en la cadera, se pasó la otra por el
cabello, repitiendo:
—Oh, Jesús.
Oh, mierda. Quizás Heath no compartía mi entusiasmo sobre que hubiéramos
hecho un bebé con amor. Supuse que era demasiado pronto para que
comenzásemos una familia. Y acababa de matar a mi marido después de haber sido
secuestrada.
Está bien, así que, definitivamente, no era un buen momento.
—Con mi historia… probablemente no sea nada.
Se detuvo y pestañeó hacia mí.
—¿Probablemente nada?
—Quiero decir, nunca me he quedado embarazada sin intervención médica.
Tal vez las pruebas estaban equivocadas.
Ladeó la cabeza.
—¿Pruebas? ¿Cuántas has hecho?
—Bueno, venían en un paquete de dos. Así que… —Me mordí el labio y chillé—
: Dos.
Se sujetó la nuca.
Y justo cuando decidí acurrucarme bajo las sábanas y nunca volver a mostrar
el rostro, estalló:
—Ese hijo de puta. ¡Se llevó a mi mujer mientras estaba embarazada con mi
bebé!
Alex entró apresurado en la habitación.
—¿Está todo bien? —preguntó, observando toda la habitación. 175
Heath pasó disparado a su lado y salió por la puerta.
—Sí. Simplemente estoy a punto de prenderle fuego a un cadáver en la
morgue.
—¡Heath, detente! —Salí detrás de él—. Detenlo —le pedí a Alex.
Pero Heath se había ido.
Apenas había llegado a la puerta cuando reapareció, la mano alrededor del
bíceps del mismo médico aturdido.
—Dime que mi bebé está bien —le ordenó al doctor, como si tuviese visión
ultrasonido.
—¿Está embarazada? —preguntó el médico, apartando su brazo flaco del
agarre de Heath.
—Lo siento mucho —me disculpé con él antes de girarme y fruncirle el ceño a
Heath—. Tienes que calmarte. Mis nervios no pueden soportar esto.
—Puedes olvidarte de la calma. Estás llevando a mi bebé. Ese barco ha
zarpado oficialmente —contestó de forma inteligente.
—Vuelva a la cama mientras consigo un carrito de ultrasonido. —Esa orden
vino del doctor.
Al parecer, no obedecí lo suficientemente rápido, porque Heath comenzó a
llevarme a la cama.
Tomando una silla de la esquina y arrastrándola, ordenó:
—Levántate el vestido.
—No es un vestido. Es una bata de hospital —espeté, porque realmente mis
nervios estaban crispados.
Estaba más que frustrada. Sin embargo, todo se desvaneció cuando sentí su
mano aterrizar en mi estómago. Su toque fue suave, pero flexionó los dedos,
clavándose en mi piel.
—Oh, Jesús —susurró.
Solo entonces noté el pequeño temblor de su mano.
—Háblame —urgí, cubriendo su mano con la mía.
Se aclaró la garganta.
—Si algo pasa por culpa de él… —Negó mientras se le quebraba la voz.
Entrelacé nuestros dedos.
—Entonces, lidiaremos con ello.
—Joder. No quiero lidiar con ello —masculló—. No sobre mi hijo. Quiero que
todo esté bien.
Y, Dios, yo también quería eso, pero la vida no siempre funcionaba así.
Pero, de nuevo, mientras bajaba la mirada al hombre nervioso que no
merecía, pero que iba a mantener egoístamente el resto de mi vida, me di cuenta 176
que, a veces, lo hacía.
Nos sentamos en silencio hasta que el médico volvió con una máquina de
ultrasonido y una enfermera.
Me reí ante el rostro blanco de Heath mientras el doctor preparaba la vara de
ultrasonido interno.
Y luego, minutos después, ambos jadeamos antes el sonido intermitente
llenando la habitación. Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras veía los ojos de
mi roca, mi gran y duro Heath Light, también llenarse de lágrimas.
—¿Está bien? —preguntó él con urgencia.
El doctor mantuvo la mirada en la pantalla, pero sonrió.
—Es un latido fuerte.
Me reí y las lágrimas finalmente escaparon.
Heath se balanceaba en la silla, murmurando:
—Oh, Jesús.
Me reí incluso más alto y le apreté la mano.
El doctor terminó y luego se giró para enfrentarnos.
—Voy a mandarla a ultrasonido para una revisión completa, hasta donde
puedo decir, todo parece bien. Calcularía que está de unas nueve semanas, pero allí
pueden darle una estimación mejor sobre la fecha revista.
—¿Nueve semanas? —exclamó, luego se pasó una mano por el cabello—. Oh,
Jesús.
Me reí de nuevo.
—Les daré un minuto a solas. Estaré de vuelta en breve para terminar mi
examen sobre el resto de sus heridas.
—Eso sería genial. Gracias —respondí, sentándome y poniendo la sábana
sobre mi parte inferior.
Heath permanecía perplejo a mi lado. Su expresión llena de tantas emociones
que casi era ilegible.
—Tienes que hablar conmigo, cariño.
—¿Cómo demonios voy siquiera a calmarme contigo embarazada? Y si es otra
niña… Oh, Jesús.
—¿Debería buscar al doctor y ver si te inyecta ese sedante? —bromeé
débilmente.
Farfulló algo que sonaba como una risa, pero volvió a mirar al vacío.
Decidí tomar un movimiento de su libro de jugadas. Siempre había
funcionado muy bien para mí.
—¿Qué necesitas, Heath?
Movió la mirada hacia mí y una sonrisa familiar levantó una esquina de su 177
boca mientras contestaba:
—A ti.
—Entonces ven aquí y tómalo. —Sonreí, levantando la sábana como
invitación.
Era una oferta que él no rechazaría. Su gran cuerpo apenas cabía en la
pequeña cama, pero me rodeó con los brazos y me sostuvo contra su pecho.
—Estás llevando a mi bebé —murmuró con devoción contra mi frente.
Lo hacía.
Era el momento más perfecto de toda mi vida.
Bueno… casi.
Hubo un breve golpe en la puerta antes que se abriese y nuestra niña entrase
corriendo.
—¡Mamá!
—Hola, dulzura —saludé con voz ahogada.
Heath se sentó y la levantó del suelo, poniéndola en mis brazos antes de
arrastrarnos de nuevo a la estrecha cama.
Me dolía el cuerpo. Tenía la rodilla de una niña pequeña sobre las costillas y
apoyaba extrañamente la cabeza sobre el codo de Heath.
Pero, por otro lado, estaba viva. Libre. Mi pequeña niña estaba segura en mis
brazos, un bebé seguro en mi estómago y el hombre que lo había hecho todo
posible sosteniéndome entre sus brazos.
Ese fue el momento más perfecto de mi vida.
Bueno… casi.
—¡Heaf, muévete! ¡Eres demasiado grande! —se quejó Tessa, removiéndose
entre nosotros.
—Hijo de… —masculló Heath cuando ella le alcanzó con el pie en las pelotas.
Ahogué una risa mientras levantaba la cabeza para mirar por encima de
Tessa.
—¿Estás bien, cariño?
Negó y respondió ahogadamente:
—Nunca he estado mejor.
E incluso mientras se retorcía de dolor, sabía que estaba diciendo la verdad.

178
Capítulo veinticuatro
Roman

—D
espierta, nena —murmuré, apartando su largo cabello rubio de su
rostro.
Todavía estábamos en el hospital y, a pesar de que había pasado
una noche desde que la había visto salir corriendo de la casa de
Noir, mi pulso aún tenía que volver a la normalidad. No estaba seguro si algún día
lo haría.
No había creído que algo pudiera ser jamás más aterrador que buscar a
Elisabeth en el suelo del baño después que Noir había disparado una bala hacia su
chaleco Rubicon.
Pero cuando me enteré de que estaba desaparecida y una vez más en manos
de un loco, un terror se arraigó tan profundamente dentro de mí que sabía que me
había cambiado de forma permanente.
No podría recuperarme de algo así. 179
Pero todo lo que podía hacer era asegurarme que ella sí.
Cuando llegamos al hospital, Elisabeth era un desastre, lo cual era
comprensible. Después de dos horas tratando de consolarla, Clare, Heath, y Tessa
habían venido. Se habían abrazado y llorado como parecía que Elisabeth y Clare
hacían con demasiada frecuencia cuando estaban juntas. Sin embargo, en cuestión
de minutos, mientras Tessa se sentaba en su regazo, pulsando los botones en la
cama del hospital, con Clare sentada al lado de ellas, vi a Elisabeth sonreír.
Y, finalmente, la presión en mi pecho comenzó a disminuir.
Había muerto mil muertes en los últimos meses.
Pero con Walter Noir en una bolsa de plástico, se sentía como que finalmente
podíamos dar el primer paso en el camino hacia la recuperación.
Y, para mí, el primer paso era acabar lo que había empezado años antes.
Apreté mis labios en su frente y luego me senté en el borde de la cama y
repetí:
—Despierta, nena.
Gimió adormilada, estirando su cuerpo antes de acurrucarse a mi alrededor.
—Mmm —ronroneó.
—Tengo una sorpresa para ti, pero necesito que te despiertes.
—Si se trata de la comida del hospital, prefiero dormir. Las enfermeras han
estado entrando y saliendo toda la noche.
No estaba equivocada. Gracias a Clare, Elisabeth no había sufrido ninguna
lesión sustancial durante su calvario. El médico solo la había mantenido por la
noche en observación como medida de precaución. Afortunadamente, el personal
de enfermería parecía haberse perdido esa nota. Por lo general, era mi trabajo ser
sobreprotector cuando se trataba de Elisabeth. Fue agradable tener finalmente a un
equipo a mi espalda. Discutía conmigo acerca de malditamente todo, pero era
demasiado educada para discutir con ellos. Así que me había podido sentar y verles
hacer mi trabajo sucio.
—El médico vendrá en breve para firmar tus documentos de alta, pero
primero, tenemos que ocuparnos de algo.
Abrió un ojo.
—¿Qué clase de algo?
Sonreí y pasé mis dedos por su cabello.
—Convertirte en Elisabeth Leblanc, con una S y una B minúscula, de nuevo.
Su frente se frunció.
—¿Qué?
—Reverendo —llamé por encima de mi hombro.
—¿Qué? —repitió más fuerte, incorporándose.
—Señorita Keller —saludó el capellán del hospital desde la puerta, con una
Biblia entre sus manos delante de él. 180
—Lo siento. ¿Quién es usted? —dijo Elisabeth en un tono dulcemente
azucarado antes de girarse con una mueca de enojo hacia mí.
—Soy el reverendo Potter. ¿Entiendo que le gustaría casarse hoy?
Parpadeó una vez.
Dos veces.
Tres veces.
Y entonces abrió la boca para hablar, solo para cerrarla y parpadear de nuevo.
Cerrando sus ojos, negó y dijo:
—¿Puede darnos un minuto, reverendo Potter?
—Por supuesto —respondió, saliendo de la habitación.
Permanecí impasible, sentado en el borde de la cama. Sabía lo que estaba por
venir. También sabía cómo terminaría. Y esa era la única parte que me importaba.
—Roman —comenzó en la falsa calma que utilizaba tan a menudo justo antes
de enloquecer.
—Lissy —ronroneé con una calma real que usaba a menudo cuando sabía que
estaba preparándose para una explosión.
—¿Por qué hay un reverendo en mi habitación del hospital a las seis y media
de la mañana? —Más de su falsa calma.
—Bueno, no esperaba que estuviera aquí a las seis y media, pero supongo que
se obtiene un tratamiento VIP cuando se donan doscientos mil dólares para la
capilla del hospital. —Más de mi calma real.
Tic.
Tic.
¡Boom!
—¿Doscientos mil dólares? —acusó—. ¡Qué diablos, Roman!
—Cálmate. No es gran cosa. Necesitaba un capellán de última hora. Además,
puedo desgravarlo de mis impuestos.
—¿Tus impuestos? —se burló—. ¿Crees que estoy preocupada acerca de tus
protecciones fiscales en este momento?
Tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar, metí mi mano en la parte
posterior de su cabello y luego la atraje hacia mí hasta que nuestras bocas
estuvieron a menos de dos centímetros de distancia. Su respiración se aceleró y sus
ojos brillaron abriéndose. Lamenté el día en que perdió esa ardiente sorpresa cada
vez que me acercaba. La forma en que su mente luchaba contra la atracción, pero
su cuerpo se fundía al primer toque.
Mordí su labio inferior.
—Me imaginé que tenía que ser el dinero porque sabía que no podías estar
enfadada por ser mi esposa de nuevo. 181
—Este no es el momento adecuado —susurró, su actitud ya desvaneciéndose.
—No. Es el momento perfecto —respondí—. Te podría haber perdido ayer, Lis.
Nunca me hubiera recuperado sabiendo todos los recuerdos que me he perdido
contigo. Perdí dos años que podría haber estado despertando contigo.
Sosteniéndote. Viviendo a tu lado. Dos años de mierda que nunca podrán volver.
Dos años de los que me arrepentiré durante el resto de mi vida. Dos años más que
pasaré toda una vida tratando de compensar. Y el primer paso es no desperdiciar ni
un segundo sin ti siendo mi esposa. Este es un nuevo día. Y estamos empezando
una nueva vida. Cuando salgamos de este hospital, lo haremos juntos… de la
manera en que fuimos creados para ser. Cásate conmigo, Lissy. Aquí. Ahora
mismo.
Sus ojos verdes brillaron mientras levantaba su mano a mi mejilla.
—¿Por qué siempre tienes que enojarme? ¿Por qué no puedes empezar con el
discurso romántico? —Puso su brazo alrededor de mi cuello y presionó sus labios
en los míos.
—Porque entonces me perdería tu actitud —murmuré, empujándola sobre la
cama y después siguiéndola hacia abajo.
Se rió contra mi boca.
—¿Es eso un sí? —pregunté.
Me miró como el ángel inocente que había conocido hace todos esos años.
Y entonces me devolvió la vida.
—Siempre es un sí, Roman.

182
Epílogo
Elisabeth
Cinco años después…

—¡N
o te olvides de llevar las botellas! —chillé por las escaleras a
Roman.
—¡Dije que ya las tengo! —gritó.
—No tienes que ser tan grosero, ¿sabes?
—Tampoco tienes que controlar excesivamente todo lo que hago.
Puse los ojos en blanco. No era una controladora excesiva. Muy lejos de eso.
Bueno, más o menos.
—¿De verdad pusiste la fórmula en ellas? —grité.
Un Roman muy infeliz apareció de repente en la base de la escalera con una
bolsa de pañales rosa floral sobre su hombro.
183
—Juro por Cristo, Lis. Dije que prepararía la bolsa del bebé para que pudieras
vestirte mientras toma su siesta de la mañana. Sin embargo, si sólo vas a gritarme
toda la mierda que ya he empacado, entonces con mucho gusto lo sacaré para que
jodidamente puedas meterlo tú misma.
—No acabas de decir eso —espeté.
Plantó una mano en su cadera y me miró.
—Oh, lo he dicho. Y si no acabas con la actitud, también lo haré.
Ser padre era difícil.
Como realmente difícil.
Pero junta a un padre sobreprotector y mandón, un bebé con cólicos, y un
total de diez horas de sueño en dos semanas y se hacía exponencialmente más
difícil.
Amaba a Roman más que a nada, y creía con todo mi corazón que era mi alma
gemela. Pero, maldita sea, criar con alguien ya era suficiente para cuestionar las
habilidades de emparejamiento del universo.
—Te reto —susurré ominosamente.
Sus ojos se estrecharon mientras metía la mano en la bolsa y muy lentamente
sacaba una manta de color púrpura antes de tirarla al suelo.
Inspiré por la nariz y exhalé por la boca, orando por la paciencia que nunca
encontraría.
Después de algunos años de curarnos tanto física como mentalmente, Roman
y yo habíamos decidido tratar de formar una familia… de nuevo. Sin embargo, en
esta ocasión, había entrado en ello con una mentalidad diferente y habíamos
tomado un camino diferente.
Ninguno había tenido ningún deseo de intentar la fecundación in vitro de
nuevo. En lo que a nosotros respectaba, ese puente estaba mejor quemado. Nunca
me arrepentiría de la familia que conseguimos en nuestro primer intento… Tripp,
Tessa, Clare y Heath. Pero ese era el final para nosotros.
La adopción se convirtió en el camino obvio. Fue un proceso costoso y
consumía mucho tiempo, pero la buena noticia era que el dinero ya no era un factor
para nosotros y podía pasar ese tiempo de espera con Roman. Incluso si era
discutiendo.
—Recógela —ordené.
Ladeó su cabeza.
—Deja la actitud.
—¿Qué ocurre? Pensé que amabas mi actitud —dije, pasándome de lista.
Una sonrisa siniestra curvó sus labios mientras dejaba caer la bolsa al suelo.
—Oh, sí. Principalmente porque disfruto erradicándola follándote. —Dio un 184
paso hacia arriba.
Oh, mierda.
Conocía ese brillo en sus ojos demasiado bien.
—¡Roman, no! Tengo que vestirme.
Dio otro paso hacia arriba, su sonrisa cada vez mayor.
—¡Mamá! —gritó Parker desde la sala de juegos.
Roman se congeló, pero sus ardientes ojos siguieron mirándome mientras
respondía:
—¿Sí, amigo?
Parker Tripp Leblanc había entrado en nuestras vidas hacía tres años a través
de la adopción internacional cuando tenía dieciocho meses. Nunca jamás durante
todo el tiempo que viviera, olvidaría el día que le trajimos a casa. Heridas que no
sabía que todavía estaban dentro de mí, de repente se curaron. Me dije que podía
haber vivido una vida entera solo con Roman, y era absolutamente verdad. Pero eso
fue antes que experimentáramos la vida con Parker.
Ver a Roman como padre fue una de las experiencias más gratificantes de mi
vida. Era increíble con Parker. Paciente, amoroso y suave mientras ayudaba a
nuestro hijo pequeño a adaptarse a su nueva vida y nueva cultura. Solo consolidó el
hecho que quería más hijos con él.
Y, hace seis semanas, después de un año de espera, una llamada a las tres de
la mañana había sonado, emparejándonos con un bebé recién nacido a través de la
adopción nacional. A las cuatro de la mañana, habíamos dejado a Parker con
Kristen y su marido, Seth (sí, ese Seth), y estábamos de camino hacia Savannah,
Georgia, para conocer a nuestra hija. Con su cabello castaño oscuro y sus ojos aún
más oscuros, Alissa Cathleen era perfecta. Cómo una persona puede enamorarse
inmediatamente de una pequeña cosa arrugada que no hacía más que gritar en su
rostro durante horas, estaba más allá de mí. Pero, oh, Dios mío, cómo amábamos a
esa niña.
Y empezamos nuestra vida como una nueva familia de cuatro.
Después de años de ser un adicto al trabajo, por fin Roman había contratado a
un director general y le pasó las riendas de Industrias Leblanc. Todavía trabajaba
mucho, pero se había vuelto estricto sobre mantener un horario de nueve a cinco.
Incluso yo volví a trabajar también. Me di por vencida con los bienes raíces y
empecé a trabajar a tiempo parcial como diseñadora de interiores. Era mi
verdadera pasión, incluso si mis clientes me volvían loca con sus peticiones
extravagantes a veces. (Lo siento, pero elegante vaquero no era una cosa real… o, al
menos, no debería serlo).
—¿Puedo ver una película? —preguntó Parker.
—¡No! —contesté.
Al mismo tiempo que Roman gritaba:
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—¡Sí!
—¡Bien! —chilló, al parecer solo después de haber oído a su padre.
Fruncí el ceño y crucé mis brazos sobre mi pecho.
—Tenemos que irnos en treinta minutos. No tenemos tiempo para que vea
una película. ¡Tenemos que llevar a los chicos a casa de tus padres y Clare se
volverá loca si llegamos tarde!
Roman subió otro escalón.
—Una película nos podría comprar quince minutos a solas antes que
tengamos que salir. —Sonrió—. El bebé está dormido. El pequeño hombre está
mirando a la gente de Lego salvar el mundo. Podríamos cerrar la puerta y discutir
sobre tu actitud de la manera correcta.
—¿La manera correcta? —pregunté, ladeando mi cabeza.
—Mmmm —gruñó, dando los últimos cuatro pasos de dos en dos.
Retrocedí, pero lo hice esperando ser atrapada.
Y Roman nunca decepcionaba. Metió su mano en la parte de atrás de mi
cabello mientras mi espalda golpeaba contra la pared. Sus labios fueron
directamente a mi oreja, donde explicó:
—Desnudos. Contigo disculpándote por correrte sobre mi polla.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
Trazó una mano hasta mi muslo y por debajo de mi falda. Mi respiración se
convirtió en un jadeo cuando su dedo rozó mi interior, encendiéndome.
—¿Qué te parece, Lis? —Sus dientes recorrieron la base de mi cuello—.
¿Tienes quince minutos de sobra para tu hombre?
Tenía falta de sueño, estaba de mal humor y apurada.
Pero era Roman.
—Sí —exhalé.

Heath
—¡Fuera! —grité a mis cuatro hermanas cuando las escuché en la puerta.
—Eso no es justo. Clare nos ama —dijo Melanie, sonriéndole a Clare.
Clare, de hecho, las amaba. Pero también le encantaba unírseles en sus
despiadados intentos de acosarme. Nunca era un buen día para mí cuando las cinco
se juntaban. O eso pretendía mientras sonreía, en secreto escuchándolas reírse
como un montón de hienas viejas.
Maggie se movió al frente del grupo, su anillo de compromiso destellaba en su
dedo mientras daba un golpe en mi pecho.
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—Lo entendemos. Eres un tipo grande, malo y rudo y ella es tu esposa. Pero
voy a necesitar que te apartes y nos dejes darle un abrazo antes de irnos.
Me había declarado a Clare dos meses después de la muerte de Noir. Lo
habría hecho antes, y me había matado ver su estómago crecer sin mi anillo en su
dedo, pero no quería que asociara ese momento feliz en nuestra vida juntos con los
recuerdos de ese día en su casa. Así que había desempeñado el papel casi heroico
de esperar.
Un día, después de haber llegado a casa tras salir de compras con Elisabeth,
Tessa y yo la sorprendimos con una versión casera de la Rueda de la Fortuna;
completado conmigo vestido en un horrible traje marrón como el de Pat Sajak y
Tessa con un vestido, actuando como mi Vanna White. En un tablero cubierto con
notas pegadas estaban las palabras Te Casarías Conmigo. Pero en base a las reglas
del juego, le había dado la R, S, T, N y la E, así que no era tan difícil de adivinar. Sin
embargo, mientras lloraba, mirándome a través de sus brillantes ojos azules,
adivinó cada letra que ambos sabíamos no estaba en el tablero. Después que
repasara todo el alfabeto y finalmente dijera la X, me reí y me dejé caer sobre una
rodilla.
—Dios, eres horrible en esto —dijo.
—Sí.
Y, un mes después, en una pequeña ceremonia en el jardín botánico, ambos
dijimos: “Acepto”.
Y unos meses después de eso, un doctor anunció las palabras mágicas que
cambiaron mi vida de nuevo. “Es una niña”.
Shelby Grace Light nació por cesárea, tan parecida a su madre. Aunque no
había sido exactamente planeada, en muchas formas, nos sanó a todos. Era
hermosa, y la forma en que el rostro de Tessa se iluminó cuando cargó a su
hermanita, me hizo creer en la intervención divina.
No compartían ni un hilo del mismo ADN, pero esas eran mis niñas. De la
cabeza a los pies.
Aparté mi mirada de mis hermanas y miré por encima de mi hombro a Clare.
Una sonrisa contagiosa estaba en su rostro y sus ojos bailaron con una
arrebatadora combinación de felicidad y amor. Era todo lo que siempre había
querido de ella. Y porque era mi esposa, lo tenía todo. Apreté mi mandíbula para
suprimir mi risa y salir del camino para que mis hermanas pasaran.
Después de abrazos, bromas a mi costa, y más abrazos, finalmente se fueron.
Pero tan pronto como me relajé, la puerta se abrió de nuevo.
—¡Estamos aquí! —dijo Elisabeth, corriendo al cuarto, sus tacones resonando
en el suelo del hospital.
—Oh, gracias a Dios —dijo Clare con un suspiro—. No quería que empezaran
sin ti. Literalmente tuve que pelear con el doctor hace un minuto.
—¡Tía Elisabeth! —exclamó Tessa, saltando del borde de la cama—. ¿Puedes 187
llevarme al granero? ¡Por favooor! Hay una cabra bebé que va a tener un bebé. ¡Mi
entrenadora de montar a caballo dijo que me dejaría ver!
Gemí.
—Por millonésima vez, no vas a ir al granero, dulce niña.
—¡Papá! —Dio un pisotón con el pie—. ¡Eso no es justo!
—Santo Dios. —Miré al techo—. Sálvame del estrógeno.
Roman entró al cuarto.
—Puedo llevarla.
—¡Sí! —gritó ella.
—No va a ir al granero —declaré—. Tu mamá va a tener un bebé, Tessi. No me
preocupan las cabras hoy.
—Heath, cariño —dijo Clare, su voz llena de humor.
Pero Tessa estaba muy ocupada quejándose como solo una niña de ocho años
sabía, para que su madre y yo le prestáramos atención.
—Nunca antes he visto una cabra bebé. Y el bebé de mamá se parecerá a
Shelby —discutió—. Y ya la he visto todos los días durante cuatro años. —Se acercó
y abrazó mis caderas—. Por favor, papi.
Había sido “papá” para Tessa durante varios años, pero el “papi” era relativo.
Era mi kriptonita y ella lo sabía.
Cuando Shelby había cumplido dos años, Tessa había empezado a llamarme
papá al azar. Lo dejaba salir ocasionalmente, siempre mirando a su mamá o a mí
para ver si la íbamos a corregir. Tenía que luchar por respirar cada vez que la
escuchaba decirlo. Una noche, después de una larga charla con Clare, me había
sentado con Tessa antes de ir a dormir y le pregunté si quería empezar a llamarme
papá todo el tiempo.
Sus ojos esmeraldas se habían llenado de lágrimas y me miró y preguntó:
—¿Significa que de verdad serás mi papá?
Casi me había desmayado por la falta de oxígeno en el cuarto rosa neón.
Asentí al menos siete mil veces, pero no pude pronunciar ni una palabra.
Al día siguiente, había contratado un abogado y legalmente rellené los papeles
de adopción.
Tessa Noir sería para siempre Tessa Light.
Bueno, hasta que cumpliera cuarenta y se casara. O la convenciera de que se
convirtiera en monja y se casara con Jesús. Lo que sucediera primero.
—Ríndete, niña —dijo Roman, revolviendo el cabello de Tessa mientras iba
directo a Shelby y la levantaba en brazos—. ¿Estás lista para ser una hermana
mayor? —preguntó, moviéndola en el aire.
Ella gritó fascinada.
Roman y Elisabeth eran elementos fijos en nuestra vida. Todos íbamos a los 188
espectáculos de caballos de Tessa cada fin de semana y pasábamos cada fiesta
juntos. Nuestros niños jugaban, y peleaban, como primos, Tessa actuando como la
mandona hermana mayor para todos ellos.
Mientras que Roman y yo éramos herméticos, Clare y Elisabeth eran
inseparables. Si no estaban juntas, estaban escribiéndose o hablando al teléfono.
Ella fue la única en quien Clare confió para dejar a los niños cuando fue tiempo
para su programada cesárea.
—¿Entonces, ya estamos listos aquí? —dijo una enfermera mientras entraba.
Un unánime “¡Sí!” vino de todo el cuarto, excepto por Tessa, quien lloraba en
mi estómago.
—¡Pero es una cabra bebé!
—¡Muy bien! Llamaré a la obstetra y le diré —dijo la enfermera, saliendo del
cuarto lleno.
—Bien. Estaremos en la sala de espera. —Elisabeth se inclinó sobre la cama y
abrazó a Clare—. Déjame saber si necesitas algo.
—Gracias por hacer esto. Sé que Alissa todavía es muy pequeña. Pero de
verdad quería que las niñas estuvieran aquí cuando ella nazca —dijo Clare,
soltándola.
—Él —corregí—. Cuando él nazca.
Roman me lanzó una mirada de a quién engañas.
Habíamos decidido no saber el sexo en el ultrasonido, pero mantenía las
esperanzas por un niño.
—No te atrevas a disculparte —dijo Elisabeth—. Cathy ha estado rezando para
que entraras en labor antes para poder poner sus manos en ese bebé. Estoy
sorprendida de que no haya dado comidas con aceite de ricino.
Clare se rió.
Shelby se congeló, sus grandes ojos azules abriéndose más.
—¿La abuela Cathy viene?
—No. Está en casa con Parker y la bebé Lis. Vendrá a verte mañana, estoy
seguro —dijo Roman, dejándola en el suelo.
—Chicas, vayan a darle un beso a mamá —ordené.
Tessa podría estar molesta por perderse el nacimiento de la cabra, pero
amaba a su mamá y rápidamente fue a su lado para darle un largo abrazo y beso.
Shelby lo hizo tras ella.
—Vengan, niñas —dijo Elisabeth, tomando sus manos—. Vamos a asaltar las
máquinas dispensadoras.
Besé a ambas niñas en la cima de sus cabezas antes que se fueran.
Roman apretó mi hombro.
—Buena suerte. Estaremos en la sala de espera. Mantennos informados. 189
—Gracias, hombre.
Una vez estuvimos solos, me acerqué a la cama de Clare. Se movió para poder
sentarme a su lado.
—¿Estás bien? —pregunté.
Sonrió y comenzó a quitar pelusas imaginarias de la sábana.
—Nerviosa, supongo. Pero estoy bien.
—Te amo. Lo sabes, ¿verdad?
Sus ojos se iluminaron.
—Definitivamente lo sé.
—¿Hay alguna oportunidad de que me regreses ese amor con un bebé varón?
Tomó mi mano y la descansó sobre su vientre.
—Haré mi mejor esfuerzo.
Ambos quedamos en silencio, pero Clare continuó jugueteando con sus dedos.
Después de varios minutos, susurré:
—Recuéstate en mí, nena. No tienes que ser fuerte ahora.
Su mirada subió a la mía, su barbilla empezó a temblar.
—Tengo miedo.
Pero incluso en su momento más débil, Clare siempre había sido fuerte. No
estaba completamente seguro de que supiera cómo ser algo más.
Me acerqué a ella y metí su cabello tras su oreja.
—Esperaremos hasta que estés lista.
Sonrió débilmente y envolvió sus brazos en mi cuello.
—¿Tal vez en un minuto?
—Lo que necesites, Clare.
Un minuto se convirtieron en veinte.
Sin embargo, con Clare en mis brazos, habría esperado una vida entera.
Afortunadamente, no tuve que hacerlo.
Una hora después, exactamente a las 11:11 de la mañana, Noah Heath Light
nació.
Ni siquiera tuve que usar un deseo.

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Aly Martinez

Nacida y criada en Savannah, Georgia, Aly


Martinez es ama de casa de cuatro locos niños
menores de cinco, incluyendo unos gemelos.
Actualmente vive en Chicago, pasa el poco tiempo
libre leyendo cualquier cosa y todo lo que llega
hasta sus manos, preferentemente con una copa
de vino a su lado.
Después de un poco de aliento de sus
amigos, Aly decidió agregar “autor” a su creciente
lista de título de trabajo. Así que toma una copa
de Chardonnay o una botella si tú estás
reuniéndote abordo con ella en el loco tren que llama vida.

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