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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACION CIVIL

Magistrado Ponente

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

Bogotá D.C., dos (2) de septiembre de dos mil cinco (2005).

REF.- Expediente No.7781

Decide la Corte el recurso de casación que la parte demandante interpuso contra la sentencia
del 6 de mayo de 1999, proferida por la Sala de Familia del Tribunal Superior del Distrito Judicial
de Bucaramanga, dentro del proceso ordinario adelantado por MARIA CLAUDIA, JAIME
ALFONSO y MANUEL JOSE MANTILLA GARCIA, MARTHA ROCIO MANTILLA ARDILA y
la menor ANGELICA MARIA MANTILLA CAEZ, representada por MARIA DE JESUS CAEZ
SEDANO, frente a LUCILA RAMIREZ CARVAJAL.

ANTECEDENTES

1. Al Juzgado 4º de Familia de Bucaramanga le correspondió tramitar la demanda instaurada


por los mencionados demandantes, quienes comparecieron a pedir que se declarara
la existencia de la unión marital de hecho formada entre Alfonso Mantilla Lozada y Lucila
Ramírez Carvajal, desde enero de 1968 hasta el 2 de septiembre de 1995, fecha del
fallecimiento de aquél y que, en consecuencia, entre ellos existió una sociedad patrimonial, a la
que pertenecen los bienes relacionados en dicho libelo, los cuales deben restituírsele o, en su
defecto, su valor comercial, como también la suma de $8.345.135.oo que le fueron cancelados
por Jorge Aurelio Díaz por concepto del ganado entregado “en compañía”.

2. Aduce la parte actora como sustento fáctico de sus pretensiones que la demandada y Alfonso
Mantilla Lozada convivieron como marido y mujer e hicieron comunidad de vida permanente y
singular desde enero de 1968 hasta el día del óbito de aquél, lapso dentro del cual procrearon
a Adriana Lucía (nacida el 22 de diciembre de 1968) y Catherine Mantilla Ramírez (nacida el
5 de febrero de 1981) y adquirieron los bienes descritos en el libelo demandatorio. Agregó,
que el causante contrajo matrimonio con Carmen García, pero se separaron de hecho desde el
29 de marzo de 1974 habiendo disuelto y liquidado la respectiva sociedad conyugal mediante
escritura pública No.2397, otorgada el 18 de junio de 1987 en la Notaria 4ª de Bucaramanga.

3. Admitida la demanda y dada en traslado a la demandada, se opuso ésta a las pretensiones


allí contenidas y para enervarlas propuso las “excepciones” que denominó “inexistencia de la
unión marital de hecho y de la sociedad patrimonial” y “falta de legitimación de los
demandantes para obrar”, las cuales, a grandes rasgos, apuntaló en que cuando Alfonso
Mantilla empezó a convivir con ella (enero de 1973) estaba legalmente impedido para contraer
matrimonio por estar casado con Carmen García, además que la disolución y liquidación de
dicha sociedad conyugal solamente ocurrió el 18 de junio de 1987, esto es, muchos años
después de estar cohabitando juntos, amén que esa unión no fue permanente, ni singular y en
ella no hubo ayuda mutua, dados los múltiples amoríos del difunto.

4. La primera instancia concluyó con sentencia absolutoria, por haber encontrado probados el
fallador a quo los medios defensivos aducidos por la demandada, determinación que fue
confirmada por el sentenciador de segundo grado, mediante la sentencia impugnada ahora en
casación.

LA SENTENCIA RECURRIDA

El sentenciador para entrar en el estudio del caso planteado trajo a colación la definición de
unión marital de hecho contenida en la Ley 54 de 1990 y señaló los eventos que da lugar a la
existencia de sociedad patrimonial, según el artículo 2º de dicho ordenamiento.

Luego de advertir que los demandantes están legitimados para actuar, conforme a lo dispuesto
en el artículo 6º de la citada ley, procedió a analizar el acervo probatorio de cara a los hechos
alegados en la demanda, en la que se dijo que la demandada y Alfonso Mantilla Lozada
convivieron como marido y mujer en forma permanente y singular desde enero de 1968 hasta
la fecha del óbito de aquél (2 de septiembre de 1995), aseveración que la accionada rebatió al
contestar la demanda en cuanto afirmó que vivió con el causante desde enero de 1973 hasta
diciembre de 1994, pero “sin existir comunidad de vida permanente y singular”, relación que,
en todo caso, se rompió al descubrir que aquél y su nuera Yadira Villamizar eran amantes.
Incluso en la audiencia de conciliación expresó “ 'que nunca hubo unión marital de hecho, ni
sociedad patrimonial con el difunto y que los bienes relacionados fueron el fruto de su trabajo,
mientras el señor Alfonso Mantilla'... 'vivía de conquista en conquista'..., 'habiendo dejado como
descendencia con Carmen Ardila a Martha Rocío Mantilla y'... 'de la relación con María quedó
María Angélica, relaciones (sic) que desde hacía mucho venía (sic) y así muchas
conquistas'”.

Dicho esto, reseñó el Tribunal los testimonios de Carmen Sofía Mantilla de López, Raúl García
García, Yolanda Castro Fonseca, Carmen García Díaz, Jorge Aurelio Díaz, Jesús Alejandro
Moreno Bohórquez, Lourdes Caez Sedano, Alcira Sedano Vda. de Caez, Marina Patiño Forero,
María Lucila Camargo Osorio, Flor María Ramírez de Pereira, Edelmira Ramírez Mantilla,
Carmen Gómez Sepúlveda, Myriam Ramírez Carvajal, Adriana Lucila Mantilla Ramírez, Helda
Ortega Moreno, Ramón Galvis Sáenz, Publio Antonio Rincón Daza, Enriqueta y Sara Luz Ardila
Muñoz; igualmente, consignó una síntesis de los interrogatorios absueltos por Lucila Ramírez
Carvajal y Manuel José Mantilla García.

Agotada tal faena, sostuvo el juzgador que estaba plenamente probado que la demandada
era “mujer soltera” para la época en que inició la convivencia con Alfonso Mantilla Lozada y
que éste era “hombre casado con la señora Carmen García”, tal como lo acredita el registro
civil traído con la demanda, luego eran “aptos” para conformar la unión marital de hecho, pero
como ésta sólo adquiere vida jurídica a partir de la vigencia de la Ley 54 de 1990, esto es, luego
de su promulgación, según lo dispone en su artículo noveno, sólo puede contabilizarse el tiempo
comprendido desde esa época hasta el día en que se interrumpió la convivencia entre la
pareja (2 de septiembre de 1995).

Empero, prosiguió, dado que el artículo 1° de la citada ley exige para que exista unión marital
de hecho que la pareja hubiese constituido “una comunidad de vida permanente y singular”,
habrá de entenderse que estos dos términos “no permiten considerar como unión marital de
hecho cualquier relación sentimental entre la pareja en la cual se hayan dado múltiples accesos
carnales e inclusive engendrado hijos”. La comunidad de vida tiene que ver con la real
convivencia, traducida en la cohabitación, en el socorro y ayuda mutua, al paso que la
permanencia ha de ser la necesaria para reflejar una efectiva comunidad de vida, claro está no
inferior a 2 años para que se presuma la sociedad patrimonial, y la singularidad indica que no
es admisible la coexistencia dentro de un mismo lapso temporal de otras relaciones maritales
fácticas.

Afirmó seguidamente, que el material probatorio reseñado no demuestra la presencia en el caso


en litigio de los elementos estructurales de la unión marital de hecho, habida cuenta que los
testigos, con indiscutible unisonancia, narraron que “la convivencia que hubo entre Lucila
Ramírez Carvajal y Alfonso Mantilla Lozada no fue permanente, continua y estable, por cuanto
que éste constantemente se iba de la casa y que en ese lapso no solo vivió con la demandada
sino que lo hizo con otras mujeres con las cuales también tuvo hijos, prueba de ello el nacimiento
de Angélica María Mantilla Caez nacida el 27 de octubre de 1990, hija de Alfonso y María de
Jesús Caez Sedano. Ni siquiera puede decirse que el señor Mantilla Lozada le prestó a Lucila
la ayuda y el socorro que es necesario entre la pareja para que haya unión marital de hecho,
porque los declarantes son acordes en afirmar que ella era la única que trabajaba y él lo que
hacía era gastarle y despilfarrarle lo que ella conseguía”.

Concluyó, entonces, que la parte actora no acreditó la existencia de la unión marital de hecho
alegada, pese a que le incumbía la carga de la prueba, luego mal puede presumirse la existencia
de la sociedad patrimonial, puesto que ésta es consecuencia de aquella.

LA DEMANDA DE CASACION

La Corte despachará los cinco cargos que el recurrente enfiló contra la sentencia recurrida en
el orden propuesto por éste, pero examinará conjuntamente los tres últimos por las razones que
en su momento se señalarán.

CARGO PRIMERO

Con sustento en la causal quinta de casación acúsase el fallo impugnado de haber sido proferido
en un proceso afectado de nulidad (artículo 140, ordinal 9º del Código de Procedimiento Civil),
habida cuenta que se omitió citar a los herederos indeterminados y a la totalidad de los
determinados del causante Alfonso Mantilla Lozada.

Aduce el censor, en síntesis, que el presente proceso es de conocimiento, ya que las


pretensiones se dirigen a que se declare la certeza de la existencia de una relación jurídica
objetiva, consistente en la unión marital y la sociedad patrimonial, en la que “uno de los
extremos era el compañero permanente y socio Alfonso Mantilla Lozada, ya fallecido”. Por
tanto, “la pretensión tiene que ser deducida frente al compañero supérstite y a todos los
herederos de aquél”, tal como lo exige el artículo 81 del Código de Procedimiento Civil,
disposición cuyo texto transcribió.

Sin embargo, en este caso la demanda sólo fue incoada por algunos de los herederos conocidos
y se dejó por fuera de ella a las herederas Adriana Lucía y Catherine Mantilla Ramírez, hijas del
fallecido, de tal suerte que por tratarse de un litisconsorcio necesario, era indispensable su
citación, como también la de los herederos indeterminados para que el fallo produjera
efectos erga omnes de acuerdo con lo previsto en el numeral 5º del artículo 333 Ibídem.

Al juzgador le correspondía integrar el contradictorio para poder fallar el asunto, por así
disponerlo el artículo 83 ejusdem, luego si se trata de un deber incumplido por aquél cualquier
sujeto procesal puede reclamar la corrección de ese yerro in procedendo, de ahí que los
demandantes tienen interés para proponer la nulidad deprecada, “en la medida que el interés
es universal y permanente, porque cualquier afectado con el proceso puede alegarla (interés
universal), y la parte actora resulta afectada con la indefinición de la relación material debatida,
por no producir efectos omenes (sic) el fallo.”

Para finalizar transcribió apartes de la sentencia proferida por esta Corporación el 6 de octubre
de 1999, conforme a la cual la ausencia de citación del litisconsorte es causal de nulidad del
proceso.

CONSIDERACIONES

1. El discurso argumentativo de la censura se desdobla a partir de la consideración según la


cual, por mandato del artículo 81 del estatuto procesal, debieron citarse indiscutiblemente al
proceso los herederos indeterminados y la totalidad de los determinados del causante Alfonso
Mantilla Lozada, habida cuenta que todos ellos conforman un litisconsorcio necesario.

Empero, la endeblez de dicho argumento emerge de bulto puesto que del texto del aludido
artículo 81, no es posible, ni con el mayor arrojo, colegir semejante aserto, toda vez que las
disposiciones allí previstas tienen como fundamento que “...se pretenda demandar en un
proceso a los herederos de una persona...”, vale decir, cuando los herederos son los
demandados en el proceso, no como acá acontece, cuando son ellos, o algunos de ellos,
quienes adelantan el proceso obrando para la sucesión del finado, hipótesis en la cual el
litisconsorcio que se forma entre los herederos ya no es necesario, motivo por el cual no es
imperativo que comparezcan todos a integrar el extremo activo de la relación procesal.

Por supuesto que, como lo tiene dicho la Corte, “... 'En razón de la titularidad per
universitatem que tienen todos los herederos en la masa hereditaria, ellos forman un consorcio
pasivo y necesario para responder de las acciones que tiendan a sustraer bienes que
pertenecen al patrimonio

sucesoral. En cambio, por activa, cada heredero, en razón de suceder al causante en todos sus
derechos y obligaciones transmisibles (artículo 1008 del Código Civil), y de la representación
del causante en tales derechos y obligaciones (artículo 1155 ibídem), puede demandar para
todos los herederos a los cuales aprovecha lo favorable de la decisión, y perjudicará solamente
al demandante en lo favorable de ella' (CXVI pág. 123)...”. Y más adelante puntualizó que “...
cuando un heredero asume la condición de demandante para la herencia, no es forzoso
convocar a los coherederos en esta calidad para que figuren como sujetos pasivos de la
pretensión. Todo sin perjuicio de que tales coherederos, motu proprio puedan intervenir para
coadyuvar a cualquiera de las partes” (G.J. CCXVI, pág. 299 y s.).

El cargo, entonces, no prospera.

CARGO SEGUNDO

Con estribo en la causal primera de casación, acúsase la sentencia recurrida de violar


indirectamente los artículos 1602, 2469 y 2483 del Código Civil, 1° y 2° de la Ley 54 de 1990 y
305, 306 y 332 del Código de Procedimiento Civil, a causa de haber incurrido en error de
derecho en la apreciación de las siguientes pruebas: a) el contrato de transacción celebrado
entre las mismas partes del proceso (Fs.109 a 112, C-1); b) el acta de la audiencia de
conciliación (Fs.106 a 108, C-1), c) el interrogatorio de parte de la demandada (Fs.53 a 72, 83
y 84 C-2); d) los recibos de pago relacionados con la transacción (Fs.73 y 74, C-2); e) la
declaración de Adriana Lucía Mantilla Ramírez (Fs. 51 a 76, C-3); f) la declaración de Ramón
Galvis Sáenz (Fs.196 vto. a 197 ídem).

El censor para desarrollar la imputación refiere que la parte actora en la conciliación aportó en
fotocopia simple el aludido contrato de transacción y que de éste se corrió traslado a la
contraparte, cuya replica transcribió, para poner de presente que el acta contentiva de dicha
audiencia acredita la existencia de la transacción pero que el sentenciador omitió valorarla,
situación que también aconteció con el interrogatorio de parte absuelto por Lucila Ramírez, cuyo
aparte relacionado con el punto igualmente trasuntó, y con los documentos allí aportados, esto
es, los recibos expedidos con motivo de un pago que aquella hizo al Dr. Gabriel Mantilla
relacionado con el mentado negocio jurídico.

El recurrente apuntando hacia el mismo fin, vale decir, la demostración de que la


transacción está probada y que el juzgador desconoció tal hecho, consignó los apartes de la
declaración de Adriana Lucía Mantilla Ramírez en que ésta refirió que las partes habían
celebrado “una conciliación”, a la vez que puso de relieve que el declarante Ramón Galvis
Sáenz atestó haberle permutado a la demandada la parte de la finca que le correspondió en la
transacción por un inmueble en Bogotá.

Afirma el impugnante que en ese negocio jurídico la demandada reconoció la


existencia de la unión marital y de la sociedad patrimonial entre ella y el causante Mantilla
Lozada, por lo que no se opondría a la declaratoria de dicha unión, además que en la cláusula
cuarta los contratantes acordaron que “los demandantes se obligaban a abstenerse de iniciar
o proseguir cualquier acción judicial encaminada a demostrar o liquidar cualquier clase de
sociedad conformada entre aquellos, anticipándose de ese modo al fallo que debía proferir el
Juzgado Cuarto de Familia de Bucaramanga dentro del presente proceso, en razón de existir
motivos graves para proceder en esta forma, tales como las deudas existentes, cuyos
vencimientos conllevaban el inminente peligro del remate de la finca, 'único bien de la sociedad
de hecho'; y en la cláusula sexta la demandada se obligó a allanarse a la demanda en la fecha
en que los demandantes solicitan el desistimiento de la medida cautelar sobre el inmueble (folio
111).

Sostiene que el contrato en comento, cuya validez no ha sido desconocida


judicialmente, vincula a las partes a la luz de lo dispuesto en el artículo 1602 del Código Civil,
de modo que el objeto de litigio quedó comprendido en ella, “desapareció por haberse
administrado justicia directamente las propias partes, y ya el fallador no podía hacer cosa
distinta que reconocer en la sentencia oficiosamente las excepciones de cosa juzgada y de
transacción de conformidad con lo previsto en el artículo 306 del C. de P.C. en concordancia con el
artículo 332 del mismo estatuto, 2683 del C.C” (subrayado de origen). No podía, en
consecuencia, el fallador, dejar de aplicar los artículos 1° y 2° de la Ley 54 de 1990.

Para concluir, destaca el recurrente la evidencia y la trascendencia de los reseñados


errores diciendo que por causa de los mismos el Tribunal negó las pretensiones de la demanda
cuando la unión ya había sido aceptada por las partes y los derechos sociales transigidos entre
ellos, al punto que la demandada, según confesó, enajenó con fundamento en la transacción
los bienes que en ella le correspondieron.

CONSIDERACIONES

1. El recurrente perfiló el cargo por la causal primera de casación, pero advierte la Sala que lo
que es objeto de reclamo es que el sentenciador omitió “reconocer oficiosamente las
excepciones de cosa juzgada y de transacción de conformidad con lo previsto en el artículo 306
del Código de Procedimiento Civil”, acusación que no comporta un error de juzgamiento sino in
procedendo, pues precisamente lo denunciado es la falta de pronunciamiento sobre el aludido
tema, cuestión que ha debido atacarse con sustento en la causal prevista en el numeral 2º del
artículo 368 Ibídem, en que se contempla la falta de consonancia del fallo por no estar en
armonía con los hechos, con las pretensiones de la demanda, o con las excepciones propuestas
por el demandado o que el juez ha debido reconocer de oficio.

Sobre ese puntual aspecto, la Corte ha sostenido que “…La incongruencia, como causal de
casación contemplada en el artículo 368-2 del Código de Procedimiento Civil, es error in
procedendo en que puede incurrir el fallador no sólo cuando la sentencia que profiere no está
en consonancia con las pretensiones aducidas en la demanda y en las demás oportunidades
que el código de la materia contempla, sino también cuando no guarda armonía con las
excepciones que aparezcan probadas y hubieren sido alegadas si así lo exige la ley, según las
voces del artículo 305 ejusdem, precepto que bajo el epígrafe congruencia, debe enlazarse con
la norma primeramente citada para inferir que también es incongruente, y por ello impugnable
en casación, sobre las cuales tiene que proveer el juez aunque no hayan sido alegadas por el
demandado. Siendo deber insosloyable del juzgador reconocer las excepciones cuando se
hallen demostrados los hechos que las constituyen, si omite hacerlo la sentencia cae en
incongruencia por citra petita, pues habrá dejado de decidir sobre uno de los extremos de la
litis, contraviniendo de este modo el categórico mandato contenido en el artículo 306
ibídem…” (casación del 30 de enero de 1992).

2. Pero, además, dejando de lado lo dicho, se tiene que la referida acusación envuelve, más
que una paradoja, un notorio contrasentido, pues siendo la excepción una de las más
destacadas manifestaciones del derecho de contradicción del cual es titular el demandado,
resulta incomprensible que sea la parte actora la que abogue por su prosperidad, tanto más en
cuanto se advierta que las excepciones presuponen la demostración de hechos
nuevos, “diversos a los postulados en la demanda, excluyentes de los efectos jurídicos de
éstos, ya porque hayan impedido el nacimiento de tales efectos (hechos impeditivos), ya porque
no obstante haber ellos nacido los nuevos hechos invocados los han extinguido (hechos
extintivos)...” (G.J. CXXX, pág. 18, citada en sentencias de enero 30 de 1992 y 19 de julio de
2000).

Por consiguiente, si la más sobresaliente característica de la excepción es su virtualidad de


enervar los pedimentos del demandante, resulta incuestionable que éste carece de interés para
perfilar una imputación de esa especie, pues si, en gracia de discusión, se admitiese que el
juzgador dejó de decidir sobre la excepción de transacción, tal cuestión, aparejaría la
terminación del proceso sin satisfacer los pedimentos de la parte actora, quien es la recurrente.

El cargo, subsecuentemente, no se abre paso.

CARGO TERCERO

El recurrente, con sustento en la causal primera de casación, acusa la sentencia censurada de


haber quebrantado indirectamente los artículos 1°, 2° y 3° de la Ley 54 de 1990 y el artículo 306
del Código de Procedimiento Civil, como consecuencia de manifiestos y trascendentes errores
de hecho cometidos en la apreciación del material probatorio, dado que en ella se omitió valorar
las siguientes pruebas: 1) la confesión existente en la contestación de la demanda (Fs. 90 a 96,
C-1); 2) el documento contentivo del contrato de transacción celebrado entre las partes el 14 de
junio 1996 (Fs. 109 a 111, C-1); 3) los recibos de pago visibles a folios 73 y 74 del cuaderno
No.2; 4) el documento público del folio 82 del cuaderno No.1; 5) las fotografías del folio 51 del
mismo cuaderno; 6) los documentos que obran a los folios 24 y 30 Ibídem; 7) los documentos
que reposan a folios 168 a 179; 8) la copia de la demanda de lanzamiento por ocupación de
hecho (Fs.85 a 88); y, 9) los indicios de existencia de unión marital de hecho, pruebas todas
estas que, en su parecer, no fueron valoradas.

Así mismo, sostiene el censor que el sentenciador distorsionó las declaraciones de Carmen
Sofía Mantilla de López, Raúl García García, Enriqueta Ardila Muñoz, Carmen García Díaz,
Jorge Aurelio Díaz, Alvaro Lozada Villabona, Jesús Alejandro Moreno, Lourdes Sedano, Alcira
Serrano Vda. De Briceño, Marina Patiño, María Lucía Camargo, Flor María Ramírez, Edelmira
Ramírez, Carmen de Sepúlveda, Myriam Ramírez, Adriana Lucía Mantilla, Cecilia Suárez, Helda
Ortega, Ramón Galvis Sáenz y Publio Antonio Rincón; igualmente, los interrogatorios de parte
absueltos por las partes.

Para demostrar sus imputaciones asevera que el Tribunal no valoró la confesión contenida en
la contestación del hecho primero de la demanda, que transcribe, pues la demandada, aunque
negó la existencia de la unión marital, dejó claro que no era por falta de convivencia de los
compañeros, ya que reiteró que vivieron juntos desde 1993 hasta diciembre 1994, sino porque
el finado Alfonso Mantilla tuvo otras mujeres e hijos e inició la unión antes de haberse divorciado
o liquidado la sociedad conyugal.

Tampoco apreció el documento “privado auténtico” contentivo del contrato de transacción,


aportado en la audiencia de conciliación y reconocido por la parte demandada, que fuera tenido
como prueba en el auto que las decretó. En ese documento reconoce aquella expresamente la
existencia de la unión marital cuya declaración se pretende y transige con los demandantes, no
sólo respecto de la existencia de la misma, sino, también, en relación con la sociedad
patrimonial, aserto que respalda con la transcripción de las cláusulas primera y segunda de
dicho convenio.

Del mismo modo omitió apreciar los recibos obrantes a los folios 73 y 74 del cuaderno No.2
que acreditan que la transacción en referencia fue ejecutada por Lucila Ramírez, pues vendió
los terrenos que le correspondieron al abogado de la parte actora por concepto de honorarios y
le entregó el dinero recibido.

Dejó de apreciar, así mismo, el documento público que contiene la constancia sentada el 13 de
julio de 1995 por la demandada, ante la Inspección Departamental de Yarima, por una supuesta
agresión de fue víctima por parte de Alfonso Mantilla, a quien, además de llamarlo como su ex
– esposo, lo tildó de invasor de la finca; agregó, igualmente, que éste estaba acompañado por
dos mujerzuelas, una de ellas hija de aquél y la otra su nuera. Lo que refleja la prueba es la
reacción de una mujer que aún vive con su compañero permanente y ante la sospecha de que
le es infiel monta en cólera y protagoniza una escena de celos.

De otro lado, las fotografías que fueron tomadas en 1994 son documentos auténticos que
muestran que las relaciones entre Alfonso y Lucila no eran tan tensas como ésta y algunos
testigos quisieron presentarlas. Igualmente, ignoró el fallador los documentos visibles a los folios
24 y 30, relativos a la liquidación de la compañía de ganado que tenía el difunto con el señor
Jorge Aurelio Díaz, lo que desmiente el calificativo de administrador de la finca “La Gloria” que
la accionada tardíamente le atribuyó, pues ni en la demanda ni en la audiencia de conciliación
se advierte tal adjetivo. Tampoco reparó en los documentos alusivos a las exequias del
finado (Fs. 168 a 179), y que muestran que aquella las contrató y pagó los avisos del periódico.
Emerge, entonces, un indicio que demuestra la existencia de la sociedad patrimonial porque no
es normal que una persona profundamente ofendida se esmere tanto por las exequias de otra,
así se trate del padre de sus hijas.

El juzgador ad-quem no advirtió la copia de la demanda de lanzamiento, en la que no se


menciona que el señor Mantilla fuere el administrador de la finca, ni reparó en los indicios
derivados de las declaraciones de Adriana Mantilla, según la cual, le “cogió” a su padre en
1993 varias llamadas, sin que le hubiese dicho nada a su madre, quien de todos modos, se
enteró en 1994 y tuvieron por eso un altercado. Si ellos no hubiesen tenido algo que ver no se
entiende porqué le rastreaban las llamadas y la razón no es otra sino que aún vivían juntos, lo
que explica la “camaradería” que se ve en las fotos del folio 151 y la constancia dejada ante la
inspección de policía que pone de presente la ira de Lucila al presumir que su compañero le era
infiel.
El sentenciador de segundo grado supuso la prueba o cercenó, según cada caso, los
testimonios e interrogatorios referidos en esta acusación, cuya apreciación fue tan deficiente
que resulta imposible saber cuáles de ellos constituyen el soporte de su decisión, ya que se
limitó a extraer el dicho de algunos deponentes, pero sin hacerles ninguna valoración, para
concluir que tales pruebas no permitían inferir la existencia de la unión marital de hecho porque
la convivencia entre la pareja no fue permanente, continua y estable, pues vivió con otras
mujeres.

A continuación el censor resume, a su guisa, los aspectos que consideró medulares de las
aludidas declaraciones y acota que con los testigos Carmen Sofía Mantilla de López, Enriqueta
y Sara Luz Ardila Muñoz, Carmen García Díaz, Yolanda Castro, Yolanda Castro Fonseca,
Alvaro Lozada Villabona y Jesús Alejandro Bohórquez y el interrogatorio absuelto por Manuel
José Mantilla García se demostró claramente que el causante y la demandada vivieron juntos,
por lo menos hasta enero de 1995, lo que coincide con la contestación de la demanda, el
contrato de transacción, los indicios y demás documentos señalados.

Tuvo por ciertas, en cambio, se queja el impugnante, las afirmaciones de Lucila Ramírez
Carvajal, contenidas en la contestación de la demanda y que, por el contrario, están en
contradicción con los anotados documentos y con los indicios que obran en el proceso. En
efecto, mientras en la réplica a la demanda se afirmó que Lucila vivió con Mantilla Lozada desde
1973 hasta 1994, en la transacción admitió que lo hizo desde 1968 hasta 1995; al paso que en
el interrogatorio de parte sostuvo que vivió con él desde 1978 hasta 1991, tratando de urdir una
coartada que le permitiera ubicar el periodo de convivencia por fuera de lo que considera es el
ámbito de aplicación de la Ley 54 de 1990.

Los testimonios de Marina Patiño Forero y Martha Lucía Camargo Osorio son de oídas, lo que
declaran lo oyeron de la demandada y además son mentirosos porque la primera aseveró que
el difunto no trabajaba, no obstante que la misma demandante y varios testigos dan cuenta de
que se trataba de un hombre laborioso, y la segunda dijo que la relación era inestable porque
el causante iba al Edificio Chávez cuando tenía que meter mujeres. Otro tanto acontece con
las declaraciones de Flor María Ramírez de Pereira y Edelmira Ramírez Mantilla. Además, nada
prueban los testimonios de Carmen Gómez de Sepúlveda, Myriam Ramírez Carvajal, Adriana
Lucía Mantilla Ramírez, Lourdes Caez Sedano, Alcira Sedano Vda. De Caez, Cecilia Suárez
Hernández, Helda Ortega, Ramón Gálvez Sáenz y Publio Antonio Rincón.

Para finalizar, resalta la evidencia y trascendencia de los errores que le atribuye al Tribunal,
pues estima que debió declararse probada la unión marital por lo menos desde 1973 y de
aceptarse la tesis del sentenciador según la cual la Ley 54 de 1990 solamente es aplicable a
partir del 31 de diciembre de ese año debió decretarse desde esta fecha. Así, el fallador a causa
de los señalados errores de hecho dejó de aplicar los artículos 1 y 2 de la citada ley, pues adujo
que Alfonso Mantilla sostuvo relaciones con otras mujeres, sin tener en cuenta que tal como
acontece con el matrimonio, tales instituciones no desaparecen por la infidelidad, aun cuando
pueden ser constitutivas de la declaración de terminación de la unión. Luego en nada afecta la
existencia de la unión marital que el compañero tenga hijos por fuera de ella mientras mantenga
la comunidad de vida, esto es, la permanencia, aunque se presenten momentáneas
desarmonías intrafamiliares.
CUARTO CARGO

Con apoyo, igualmente, en la causal primera de casación, se duele la censura de la violación


indirecta de las normas señaladas en el cargo anterior por causa del error de derecho cometido
por el fallador en relación con la apreciación de las mismas pruebas anotadas en la acusación
precedente, de cuya reseña, por tal razón, queda relevada la Corte.

Para sustentar sus imputaciones afirma que el juzgador de segundo grado cometió error de
derecho en la valoración de las mencionadas piezas de convicción porque desconoció que el
artículo 187 del Código de Procedimiento Civil le impone al juez el deber de apreciar las pruebas
en conjunto, de acuerdo con las reglas de la sana crítica, para lo cual debe examinar y aquilatar
cada una de ellas y luego enlazarlas de manera global, combinando los distintos argumentos
de convicción que del conjunto emerge, aserto que respalda citando una providencia de esta
Corporación.

Precisa que la primera regla probatoria violada por el ad quem es la relacionada con la exigencia
legal de valorar las pruebas en su conjunto en la forma prevista por el artículo 187 del Código
de Procedimiento Civil, toda vez que aquél no apreció la contestación de la demanda en que se
confiesa la existencia de la unión marital y la sociedad patrimonial, ni los testimonios referidos
en el cargo anterior, pues se limitó a extraer algunos de sus apartes para tener por no
demostrados los elementos necesarios para la conformación de la unión marital de hecho, ya
que la convivencia habida entre Lucila Ramírez Carvajal y Alfonso Mantilla Losada no fue
permanente, continua y estable.

Tampoco tuvo en cuenta las declaraciones de Carmen Sofía Mantilla de López (Fs. 1 a 8, C-2),
Enriqueta Ardila Muñoz (Fs.13 a 24, C-2), Sara Luz Ardila Muñoz (Fs.24 a 31, C-2), Yolanda
Castro Fonseca (Fs.36 a 43, C-2), Alvaro Losada Villabona (Fs.126 a 127, C-2), Carmen García
Díaz (Fs.126 a 127, C-2), Jesús Alejandro Moreno Bohórquez (Fs.127 y 128, C-2), y mucho
menos las examinó en conjunto con los demás testimonios, para hallar coincidencias
contradicciones y establecer la credibilidad de los deponentes.

Dejó, así mismo, de apreciar en conjunto los interrogatorios de parte e ignoró por
completo los documentos a que se hace referencia en el cargo anterior, con los cuales se
demostraba fehacientemente la unión marital.

No vió los indicios que se derivan de la actitud asumida por la demandada frente a la
posibilidad de que su compañero le fuera infiel, deducidos de los hechos, de que tanto ella como
su hija Adriana espiaban a Mantilla para enterarse de las personas con las que se comunicaba
por teléfono y escuchaban sus conversaciones, aún en la época en que según sus dichos no
vivían juntos. Otro tanto acontece con la reacción de la demandada cuando va a la finca y estima
que su compañero le es infiel, protagonizando un enfrentamiento que culmina con la constancia
dejada ante la Inspección de Policía de Yarima, y la iniciación del juicio de lanzamiento por
ocupación de hecho. Todos estos indicios son demostrativos de la existencia de la unión marital
para la época en que los hechos que los estructuran acaecieron.

Reseña, seguidamente, algunas reflexiones de un autor nacional sobre la materia,


para acotar que la labor de análisis integral no se agota con el análisis de conjunto de una o
más pruebas de una misma naturaleza, sino de la totalidad de las pruebas para obtener “la
conclusión probatoria y el conocimiento pleno”. En síntesis, dijo, el sentenciador “no hizo la
valoración de todas las pruebas en forma aislada ni mucho menos en conjunto como lo ordena
la ley”.

La segunda norma probatoria violada es la que le impone al juez el deber de exponer


razonadamente el mérito que le asigne a cada prueba (art. 187 inc. 2° del C de P.C.), regla
incumplida por el Tribunal porque no estableció en la sentencia el valor probatorio que le
asignaba a cada una de las probanzas recaudadas, habida cuenta que se limitó a decir, que los
testimonios en número considerable, mostraban que no había permanencia y singularidad
marital.

El tercer precepto de índole probatorio quebrantado es el concerniente con la


apreciación de las pruebas de acuerdo con las reglas de la sana crítica (art. 187 inc. 1° del C
de P.C.), mandato que infringió el juez de segundo grado cuando dijo que los testigos, “en
número considerable”, corroboraban unísonamente el dicho de la demandada, pero sin
puntualizar cuales eran tales testigos, ni las razones por las cuales les dio credibilidad, sino que
los tuvo como prueba decisiva porque al parecer son mayoría. No dijo tampoco cuál afirmación
de la demandada corroboran, pues ésta aceptó varios hechos, entre ellos la existencia plena de
la unión y la sociedad en el contrato de transacción celebrado, y otro, que es el que se acompasa
con su coartada tardía expuesta en el interrogatorio de parte y con la que coinciden algunos de
los testigos acomodados a su dicho extemporáneo.

La cuarta regla probatoria violada consistió en darle credibilidad a testigos


sospechosos (art.217 del C de P.C.), toda vez que frente a los declarantes que tienen
parentesco con la demandada, como sucede con Adriana Lucía Mantilla Ramírez (Fs. 51 a 76,
C-3), hija de Alfonso Mantilla y de Lucila Ramírez, el fallador de segundo grado no hizo una
valoración rigurosa, a pesar de que utilizó expresiones despectivas frente a su extinto padre,
como la de “simbionte” y “parásito”, lo cual evidencia el desprecio de la declarante hacia éste,
amén que faltó a la verdad cuando afirmó que no trabajaba, hecho que fue ampliamente
desvirtuado por otros declarantes. Tampoco se hizo esa rigurosa valoración, atendiendo al
parentesco y al interés en el triunfo de la demandada, respecto de las declaraciones de las
hermanas de ésta, señoras Flor María Ramírez de Pereira (Fs.16 a 28, C-3) y Myriam Ramírez
Carvajal, quienes repiten textualmente lo mismo que relataron la demandada en su
interrogatorio y su hija Adriana Lucía en su declaración. La coincidencia en estas versiones y
la forma despectiva y grotesca como se expresan de Alfonso, son expresiones de su inocultable
parcialidad.

Por último, destaca la censura la “evidencia” de tales errores y su trascendencia, la cual hace
consistir en que de no ser por ellos se habría declarado probada la existencia de la unión marital
de hecho desde junio de 1987 o por lo menos, atendiendo el argumento del Tribunal que se
combate en otro cargo, a partir del 31 de diciembre de 1990.

CARGO QUINTO
El censor, con sustento en la causal primera de casación, acusa la sentencia impugnada de
violar directamente los artículos 1°, 2° y 9° de la Ley 54 de 1990, preceptos que transcribió para
demostrar que fueron inaplicados por el juzgador al considerar que “la unión marital de
hecho 'no adquiere vida jurídica sino a partir de su vigencia, la cual comenzó a regir el 31 de
diciembre de esa calendada, pues en el artículo 9º dice expresamente que la ley rige a partir de
la fecha de su promulgación; por lo tanto no tiene efecto retroactivo ni retrospectivo como bien
lo ha dejado sentado la doctrina y la jurisprudencia' ..”, yerro en que estima incurrió aquél por
no distinguir los efectos de la ley en el tiempo, esto es por no diferenciar “entre la retroactividad,
la irretrospectividad y el efecto general inmediato”, habida cuenta que el primer fenómeno tiene
que ver con que la ley nueva entre a regular derechos existentes en razón de un hecho pasado,
o a desconocer hacia el futuro la realidad de derechos adquiridos bajo el amparo de la ley
anterior, mientras que la ley es retrospectiva cuando modifica los efectos futuros de hechos o
actos anteriores, actuando no sobre la causa generadora del derecho sino sobre los efectos aún
pendientes de producción.

Cita extensamente, a continuación, la sentencia del 29 de mayo de 1997 de esta Corporación


relativa al examen del fenómeno de la retroactividad de la ley, al cabo de lo cual acota, citando
a un autor, que si antes de la Ley 54 de 1990 no existía régimen legal de unión marital, no
existían tampoco derechos de los compañeros permanentes, bajo el amparo de norma alguna
y, por ende, la aplicación hacia el pasado no vulnera derecho alguno, siendo retrospectiva la
ley; además, como se trata de una ley de interés social expedida con el propósito de nivelar los
derechos entre la pareja que conforma una familia de hecho, con la que contrae el matrimonio,
su efecto inmediato y regula las situaciones anteriores.

CONSIDERACIONES

1. Se despachan conjuntamente estos cargos porque, como es palmario en ellos, incurrió el


recurrente en distintas deficiencias técnicas en su formulación.

En efecto, débese comenzar por advertir cómo el impugnante, en lo medular, se empeñó en el


cargo cuarto a tratar de demostrar que el sentenciador se abstuvo de apreciar las pruebas que
reseña, olvidándose, empero, que esa queja no se acompasa con el error de derecho que dijo
aducir. Así mismo, al denunciar la infracción del artículo 187 del Código de Procedimiento Civil,
se abstuvo de poner en evidencia que la labor valorativa del juez fue ajena al análisis de conjunto
requerido por el precepto en comento, es decir, que no se preocupó por demostrar que la
apreciación de los medios de prueba fue una tarea aislada en la cual no se buscaron sus
conexidades y coincidencias, ineptitud que, por tal causa, además de tratarse de una mera
enunciación, derivó hacia la sindicación de preterición de algunas probanzas.

De igual modo, es necesario recordar cómo el sistema de valoración de la prueba de acuerdo


con las reglas de la sana crítica, acogido de manera franca por el citado artículo 187, tiene como
cimiento la libertad del juez para razonar sobre ella, liberado de la sujeción que la tarifa legal
impone, de manera que goza aquél de soberanía en el ejercicio de tal labor, sin que sea
imposible exigirle a la Corte, mediante el recurso de casación, que establezca confines dentro
de los cuales ella puede realizarse. “Como la soberanía del juzgador de instancia en el punto –
tiene dicho esta Corporación- no puede desbocarse hacía la arbitrariedad, cabalmente, porque
su ponderación debe ser razonada, es decir, fundada en el sentido común y las máximas de la
experiencia, la labor del recurrente en casación sube de punto cuando trata de cuestionar la
crítica que de la prueba haga el Tribunal, pues puede acontecer que éste la hubiese percibido
en su realidad objetiva, sólo que al razonar sobre ella, o sea, al pasarla por el tamiz que el
sentido común y las reglas del saber empírico conforman, le reste credibilidad, de modo que
sería vana una confrontación entre lo que el medio dice con lo que el Tribunal afirmó de él,
desde luego que en tal evento ambos coincidirían. Por el contrario, debe circunscribirse a
demostrar que el fallador, desligado de toda lógica y sensatez, valoró antojadiza e inicuamente
la prueba, o que la supuesta regla de la experiencia de que se vale, raya en lo absurdo, o porque
se equivoca manifiestamente al creer ver en el proceso la hipótesis de aquella regla, sin que
ella en verdad exista” (Casación del 24 de marzo de 1998)”, tarea que, por supuesto importa, a
la postre, un escrutinio sobre la apreciación material de la prueba, razón por la cual cualquier
yerro de esa índole, cual allí se estimó, debe denunciarse como de facto.

Otro tanto debe decirse de la apreciación de los testimonios sospechosos, punto respecto del
cual ha precisado esta Sala que “cuando lo cuestionado es que el juzgador, colocado de cara
al contenido objetivo del testimonio, ha incurrido en yerro por haberle atribuido cierto grado de
credibilidad a los testigos, la falencia que en tal evento cumple poner de resalto en casación
debe encauzarse por el sendero que marca el error de hecho; doctrina aplicable a los
testimonios sospechosos, habida cuenta que si la veracidad que les pueda caber en principio
arranca estigmatizada, aflora inevitable que la rigidez para mirar a tales deponentes quedará
desvanecida en la medida en que brinden un relato responsivo, exacto y completo…” (Casación
del 22 de septiembre de 2004).

4. De otro lado, relativamente a las acusaciones contenidas en los cargos tercero y quinto,
parece oportuno reiterar que incumbe al impugnante confutar la decisión recurrida mediante un
discurso argumentativo que guardando rigurosa coherencia lógica y jurídica con las razones
expuestas por el juzgador, conduzca inexorablemente a su desquiciamiento, esto es, que las
argumentaciones de la censura han de ser de “consistencia tal que, por mérito de la tesis
expuesta por el recurrente de manera precisa, y no por intuición oficiosa de la Corte, forzoso
sea en términos de legalidad aceptar dicha tesis en vez de las apreciaciones decisorias en que
el fallo se apoya” (Casación del 14 de julio de 1998). Por supuesto que si el inconforme no
replica en forma proporcionada las reflexiones del fallador es tanto como si no las refutara.

En el asunto de esta especie es bien evidente el divorcio existente entre las razones medulares
del fallo recurrido y las esgrimidas por la censura para combatirlo.

En efecto, los argumentos en que se edifica la sentencia impugnada bien pueden


resumirse diciendo que para el Tribunal la unión marital de hecho adquirió vida jurídica a partir
de la vigencia de la Ley 54 de 1990, la que en su artículo primero exige para su conformación
que la pareja haya constituido “una comunidad de vida permanente y singular”, por lo que no
cualquier relación sentimental entre la pareja en la cual se hayan dado múltiples accesos
carnales e inclusive hijos” puede tenerse por tal. La comunidad de vida se traduce en la
cohabitación, socorro y ayuda mutua, cuya permanencia no determinó el legislador pero ha de
entenderse que es la necesaria para reflejarla y, por supuesto, no inferior a dos años para que
se presuma la sociedad patrimonial, amén que la singularidad implica que sea única, pues “es
elemento estructural de la familia el matrimonio monogámico”, de ahí que no es admisible la
coexistencia dentro de un mismo lapso temporal de otras relaciones maritales fácticas.
Empero, el fallador, en términos totalizadores, es decir sin entrar a hacer distinciones
sobre la convivencia desarrollada por la pareja antes o después de la vigencia de la Ley 54 de
1990, consideró que los elementos de la unión marital a que aludió no fueron demostrados en
el proceso, toda vez que los testigos, “en número considerable”, son unísonos en afirmar que
la cohabitación de Alfonso y Lucila no fue permanente, continua, estable, por cuanto que él
constantemente se iba de la casa y que en ese lapso no solo vivió con la demandada sino que
lo hizo con otras mujeres con las cuales también tuvo hijos; ni siquiera, a juicio del
Tribunal, puede decirse que aquél le prestó a la demandada la ayuda y el socorro que son
necesarios para que nazca la unión marital de hecho, “porque los declarantes son acordes en
afirmar que ella era la única que trabajaba y él lo que hacía era gastarle y despilfarrarle lo que
ella conseguía”

No descartó, pues, el sentenciador, que el fallecido Alfonso Mantilla y la demandada Lucila


Ramírez hubiesen convivido, inclusive, con anterioridad a la vigencia de la Ley 54 de 1990, sólo
que esa relación, en su entender, no reunía los requisitos previstos en la ley por no haber sido
“permanente, continua y estable”, además que aquél no le prestó a ella la ayuda y el socorro
necesarios para que surja una unión marital de hecho.

Pero el recurrente, en lugar de empeñarse en mostrar que de la prueba recaudada en el proceso


se infería con evidencia que la convivencia de la mencionada pareja sí reunía los requisitos
echados de menos por el Tribunal, como se lo imponía el haber trazado su refutación por la vía
indirecta de la causal primera, se empecinó, en el cargo tercero, en tratar de demostrar la
existencia de la relación de la pareja, e inclusive que cohabitaban juntos, cuando esa
circunstancia no fue cuestionada por el juzgador. Por el contrario, habiendo optado por
controvertir la decisión impugnada en el restrictivo ámbito de la apreciación fáctica, dejando de
lado, por consiguiente, el debate estrictamente jurídico relativo a los alcances y discernimiento
de las normas dejadas de aplicar por el sentenciador, se abstuvo de mostrar cómo de las
pruebas recaudadas en el proceso, sí era posible inferir de manera ostensible que la
cohabitación existente entre Alfonso Mantilla y la demandada reunía los requisitos de
permanencia, estabilidad, singularidad, ayuda y socorro mutuo que no habría advertido el
juzgador ad quem.

No solamente malogró la acusación en ese aspecto, sino que la misma, olvidándose de su


cometido esencial, derivó en un extenso alegato en el cual el recurrente expuso su propia
apreciación de las pruebas, pretendiendo contraponerla a la del sentenciador, pero sin rematar
en la demostración de los errores de facto atribuidos al fallador.

Es incontestable, igualmente, que la recriminación contenida en el quinto cargo está


exclusivamente enderezada a refutar la elucidación del Tribunal conforme a la cual la unión
marital de hecho solamente adquirió vida jurídica a partir de la vigencia de la Ley 54 de 1990,
esto es con posterioridad al 31 de diciembre de ese año; empero, como es palpable, semejante
imputación deja de lado las inferencias jurídicas y probatorias en las que realmente se edificó
el fallo censurado.

5. Por lo demás, al margen de lo anteriormente expuesto, no sobra destacar que las reflexiones
alusivas a la ausencia de prueba de los ya indicados elementos que a juicio del Tribunal
estructuran la unión marital de hecho –elucidación no combatida por el censor por tratarse de
un aspecto estrictamente jurídico de la cuestión-, no son contrarias a la materialidad reflejada
por varios de los testimonios obrantes en el proceso. Así, por ejemplo, Marina Patiño Forero;
María Lucila Camargo Osorio, quien dijo ser madrina de una de las hijas de la demandada, cuya
casa visitaba con una frecuencia no mayor a un mes; Flor María Ramírez de Pereira, hermana
de la demandada; Edelmira Ramírez Mantilla, Myriam Ramírez Carvajal, también hermana de
la demandada; Adriana Lucía Mantilla Ramírez, hija de la pareja, cuya trascendente declaración
es extensa, escueta y de primera mano; y Cecilia Suárez de Hernández.

De modo pues, que a lo sumo la infructuosa labor del recurrente simplemente pondría de
presente la existencia de algunos testimonios contradictorios que, justamente, por ser tales,
conducen a inferencias opuestas o disímiles, incumbiéndole al juzgador, en esa hipótesis, como
tantas veces lo ha destacado la Corte, establecer, dentro del ámbito propio de sus facultades
relativas al examen de la prueba y de la mano de las reglas de la sana crítica, su mayor o menor
credibilidad, “razón por la cual tan solo podría prosperar una acusación por error en la
apreciación probatoria de la prueba testimonial en la que se apoyó la sentencia del Tribunal, en
caso de demostrarse la comisión por éste de error de derecho, o de yerro evidente de hecho, el
que afloraría, privativamente, cuando las conclusiones del sentenciador fueren por completo
arbitrarias e irrazonables, de tal suerte que la única interpretación posible fuere la que aduce el
recurrente” (casación del 11 de noviembre de 1999, entre otras).

6. Otro tanto acontece con el reproche de la censura referido a la preterición del documento
contentivo de la fallida transacción y el cual contendría, así mismo, una confesión de la
demandada. Pretende el impugnante derivar del texto del aludido documento, la existencia de
una confesión inadvertida por el juzgador, consistente en el reconocimiento que la demandada
habría hecho de la unión marital pretendida en la demanda. Sin embargo, dejando de lado el
examen del valor probatorio de la copia informal que contiene la fallida transacción, lo cierto es
que la supuesta confesión no puede desconectarse del contenido general del texto que la
contiene, pues ello aparejaría el quebrantamiento del artículo 258 del Código de Procedimiento
Civil. Es así como en este caso, las aseveraciones de los contratantes, la demandada entre
ellos, no pueden escindirse de la naturaleza del acto jurídico celebrado, el cual a la postre no
se hizo valer en el proceso, pacto que estaba enderezado a finiquitar el litigio, razón por la cual
las afirmaciones allí asentadas por las partes se produjeron únicamente en aras de lograr un
arreglo, de modo que frustrado éste, tales aseveraciones quedan sin justificación alguna, a
menos que se demuestre lo contrario.

De todas maneras, toda confesión admite prueba en contrario, de ahí que de haberla habido en
la aludida transacción ella estaría desvirtuada por la argumentación en que se sustentó la
decisión impugnada.

Así las cosas, los cargos no prosperan.

DECISION

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil, administrando


justicia en nombre de la República y por autoridad de la ley, NO CASA la sentencia del 6 de
mayo de 1999, proferida por la Sala de Familia del Tribunal Superior del Distrito Judicial de
Bucaramanga, dentro del proceso ordinario de la referencia.
Costas a cargo de las recurrentes.

NOTIFÍQUESE

EDGARDO VILLAMIL PORTILLA

MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁSQUEZ

JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR

CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO

PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA

SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO

CESAR JULIO VALENCIA COPETE

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