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Patricia Orozco Andrade ofrece una síntesis de lo que es el nudo del conflicto
que está viviendo Nicaragua, de acuerdo con Montenegro: este “tiene su origen en
la voluntad del gobierno de cambiar el régimen político, para lo cual no tiene un
mandato”. Esta percepción hace pensar en la concepción de la Estadolatría o
veneración supersticiosa del Estado como fundamento último de todas las
transformaciones de un país, independientemente de quien se encuentre en el
poder. Y, en últimas cabría preguntarse si las decisiones tomadas por el gobierno
nicaragüense y que en su momento iniciaron como acciones colectivas y
movimientos sociales no terminaron paradójicamente igual que aquello que
justamente querían abolir. En esta misma línea se preguntaba Dussel: ¿Cómo
construir mediaciones político-institucionales que no enajenen la voluntad popular?
Orozco, en su artículo “Nicaragua. Actores civiles y periodistas independientes
en Nicaragua: en el ojo del huracán”, hace un recorrido por el ejercicio
comunicativo en el país latinoamericano que ha llevado a poner en tela de juicio
las aparentes libertades públicas que han generado conflicto en el país. Sostiene
que estas conflictividades se han concretado en intentos de acallar y desmantelar
las protestas suscitadas desde diferentes actores populares frente al que
consideran un gobierno totalitario que excluye, maltrata y viola la Constitución a
través de la imposición del discurso. Frente a esta oposición aparecen los partidos
de gobierno, quienes defienden sus políticas como “justicia revolucionaria”, donde
los contrarios (aquellas protestas) son los oligarcas de derecha que trabajan como
agentes del imperio.
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