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Entre las adicciones destacan, como paradigma, los trastornos por consumo de
sustancias con dependencia, que produce un grupo de síntomas cognoscitivos,
comportamentales y fisiológicos, que hacen al individuo continuar consumiendo la
sustancia, a pesar de la aparición de problemas significativos relacionados con ella.
El diagnóstico de dependencia de sustancias, según criterios DSM IV1, puede ser
aplicado a toda clase de sustancias, a excepción de la cafeína. Aunque no esta
incluida específicamente en los criterios diagnósticos, la necesidad irresistible de
consumo (craving), se observa en la mayoría de los pacientes. La definición de
dependencia precisa de una serie de síntomas, entre los que destaca la tolerancia y
la abstinencia; aunque no son condiciones necesarias ni suficientes para
diagnosticar una dependencia de sustancias, si que permiten especificar si la
dependencia se acompaña de dependencia fisiológica (con la tolerancia y/o la
abstinencia) o sin dependencia fisiológica.
Un T.P. supone una variante de estos rasgos de carácter, que van más allá de los
que normalmente presentan la mayoría de las personas; sólo cuando estos rasgos
son inflexibles y desadaptativos y causan un deterioro funcional significativo, o bien
un malestar subjetivo, constituyen un trastorno de la personalidad5. Es evidente que
está produciéndose un marcado interés por los T.P., después de muchos años en
que no fueron suficientemente valorados por los clínicos, tanto si son diagnósticos
únicos como comorbidos4.
La separación entre trastornos de estado (Eje I) y de rasgo (Eje II) en el DSM parte,
en cierta medida, de posiciones dicotómicas varias, como podrían ser lo físico de lo
psíquico, la enfermedad de la normalidad, e incluso de características
socioculturales, hecho ya apuntado por Kraepelin (1856-1926), que sin negar su
posicionamiento organicista apuntó en la última etapa de su vida que "las
características culturales habían de tener expresión en la frecuencia y presentación
de los trastornos mentales". Sin olvidar que la medicina, de forma tradicional,
analiza la enfermedad como algo que ocurre en el "cuerpo" del enfermo, olvidando
que Sydenhamm (1624-1689), uno de los padres de la moderna medicina ya
manifestó que "las enfermedades agudas son un trastorno de la naturaleza corporal,
pero en las crónicas es fundamental la participación de la personalidad del
hombre"7.
Epidemiología
Hace poco más de una década que se realizan los primeros estudios
epidemiológicos exhaustivos sobre los T.P., ya que ha sido tradicional una clara
separación entre la psiquiatría clínica y los estudios sobre personalidad4. Además la
propia naturaleza de los trastornos (comienzo en la infancia, tendencia a la
cronicidad, descompensación en situaciones de estrés, etc.), dificulta los estudios
de incidencia.
El T.P. más vinculado con los trastornos por uso de sustancias es el T.A.P, llegando
las cifras a un 68%22. Estas cifras oscilan según la muestra, pues se han publicado
porcentajes de un 15% en pacientes adictos en tratamiento psicoterapéutico23,
subiendo a un 25% en pacientes con Metadona24 diagnosticados con el SCID y
hasta un 59%25 con el DIS. La mayoría de los trabajos dan prevalencias entre un
25% y un 50% usando entrevistas estructuradas y criterios diagnósticos DSM III o
RDC24,26,27
Los diferentes porcentajes se explican por varias causas. En primer lugar las
diferentes muestras (pacientes ambulatorios versus hospitalarios, pacientes en
P.M.M. frente a libres de drogas, pacientes
El Problema de la Comorbilidad
El término comorbilidad, cada vez más frecuente, describe a un tipo de pacientes
que presentan varios diagnósticos psiquiátricos conjuntamente. Para que se
presente comorbilidad los modelos nosológicos actuales exigen una clara
separación entre entidades y que dicha separación sea categórica, dando lugar a
diversos trastornos que permiten más de un diagnóstico, lo cual puede resultar de la
carencia de teorías específicas sobre la historia natural de la enfermedad, cuando
no por errores diagnósticos o identificación tardía del trastorno.
La relación entre el Eje I (Adicción en el sentido amplio en este caso, que incluye a
los trastornos por uso de sustancias y alguno de los trastornos del control de los
impulsos) y el Eje II (Trastornos de la personalidad) supone la existencia de algunas
de las siguientes posibilidades33.
1º) Asociación morbosa por azar en la que el sujeto sufriría simultáneamente dos
trastornos.
La impulsividad puede ser el substrato común a diferentes trastornos, tales como las
conductas adictivas, algunos trastornos de la alimentación, conductas autolíticas y
determinados trastornos de la personalidad39,40. En esta línea algunos autores
construyen un modelo psicobiológico de la personalidad en el que la impulsividad
tiene gran importancia10. El término impulso, de origen psicodinámico, manifiesta la
disposición a actuar para disminuir la tensión de un instinto, o por el descenso de las
defensas contra ellos. Los trastornos del control de los mismos forman un grupo
diagnóstico heterogéneo con una característica común, que es la sensación de
tensión o activación interior previa, para pasar tras la consumación, al placer,
gratificación o liberación. Todos estos trastornos tienen como base el síntoma
impulsivo intenso y maladaptativo al que el individuo no sabe resistirse3.
La relación entre el control de los impulsos y los T.P. es tan estrecha que durante
tiempo dos sistemas teóricos de clasificación, citaban la pérdida del control de los
impulsos como la primera, de una serie de características, para clasificar la
gravedad del T.P5.
Tratamiento
-El clínico tiene que construir y conservar un marco terapéutico estable y un papel
activo en la identificación, confrontación y dirección de los problemas
psicopatológicos.
-Hay que conectar y relacionar las acciones y los sentimientos del paciente, con
especial dedicación a las conductas autodestructivas.
Antes del tratamiento, estos pacientes funcionan en ese nivel la mayor parte del
tiempo, haciendo lo que les gusta, creyendo con firmeza que siempre actúan de
acuerdo con sus intereses, y permaneciendo impermeable a la retroalimentación
correctiva.
Para terminar, volver a insistir en que el psiquiatra debe de controlar sus reacciones
personales, que pueden ser negativas frente a este tipo de pacientes con
diagnóstico dual, y que precisan de un abordaje integral (psicobiológico) que
difícilmente se puede ofrecer fuera de este marco asistencial.