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REPORTE DE LA NATURALEZA CONFESIONAL DE LA IGLESIA

Velazco, M (2004). Libro de confesiones. Recuperado de:


http://www.tfpby.org/wordpress/wp-content/uploads/2013/02/bookofconfessions-
spanish.pdf.
En 1982, el Concilio Asesor de Discipulado y Adoración nombró a un grupo de estudio para
que preparara un reporte sobre la naturaleza confesional de la iglesia. Más adelante, el
Concilio de Teología y Cultura fue invitado a participar en dicho estudio, éste designó a dos
personas para que se unieran a él. La urgencia del estudio aumentó cuando la 195 Asamblea
General (en 1983 reconoció que este estudio sería un recurso básico para el trabajo del
Comité Especial de la Breve Declaración de Fe, y mandó que dicho comité estuviera en
contacto con el grupo de estudio durante la elaboración del reporte. Lo primero que el grupo
de estudio pensó fue hacer una encuesta entre los participantes de la 195 Asamblea General
(1983), los presbiterios y seminarios, así como entre los lectores de la revista Monday
Morning, con el propósito de descubrir cómo realmente se usan las confesiones. Estas
encuestas fundamentaron la necesidad de un estudio cuidadoso que clarificara y exhortara el
uso apropiado de las confesiones de la iglesia. A la luz de los resultados de estas encuestas
el grupo de estudio se concentró en diez preguntas:
(1) ¿Son los credos diferentes a las confesiones?
(2) ¿Por qué son las confesiones escritas?
(3) ¿Cómo se relacionan las confesiones a las Escrituras?
(4) ¿Cómo se relacionan las confesiones a su contexto histórico?
(5) ¿Por qué tenemos más de una confesión?
(6) ¿Cómo se relacionan entre sí las confesiones en el Libro de Confesiones?
(7) ¿Cómo se relacionan las confesiones reformadas a otras confesiones?
(8) ¿Cómo pueden usarse las confesiones en el ministerio de la enseñanza?
(9) ¿Cómo pueden usarse las confesiones en otras partes de la vida y misión
congregacional?
(10) ¿Cómo se relacionan las confesiones a la ordenación?

Este documento intenta afrontar estas preguntas en la medida en que son consideradas en el
siguiente debate sobre:
(1) La naturaleza y el propósito general de las confesiones de la iglesia,
(2) el papel singular de las confesiones en la tradición reformada presbiteriana,
(3) El Libro de Confesiones.
I. La naturaleza y el propósito de las confesiones
Mucha gente está confundida al hablar de “confesando,” “confesiones,” e iglesias
“confesionales.” Tanto adentro como afuera de la iglesia, las confesiones son comúnmente
asociadas con el reconocimiento de haber hecho cosas malas y la culpabilidad: los criminales
“confiesan” que han cometido un crimen; algunas gentes famosas escriben “verdaderas
confesiones” sobre sus escandalosas vidas; hay personas que visitan un “confesionario” para
decir sus pecados. Sin embargo, en la tradición cristiana, tiene un sentido positivo. Confesar
significa que vamos abiertamente a afirmar, declarar, reconocer o ser partidario de lo
que uno cree que es la verdad. La verdad confesada puede que incluya la admisión de
pecado y culpa, pero es más que eso. Cuando los cristianos y cristianas se confiesan,
están diciendo, “Esto es lo que con toda seguridad creemos, sin importar lo que otras
personas puedan creer, o la oposición, el rechazo o la persecución que nos pueda
sobrevenir por ser partidaria de ella.”
Tiene que hacerse la distinción entre la confesión como un acto de la fe cristiana, y la
confesión como un documento de la fe cristiana.
Por un lado, por definición, todos los cristianos y cristianas son personas que confiesan su
fe-personal, que hacen suyas la confesión cristiana más antigua: “Jesucristo es el Señor.” La
iglesia cristiana, llamada y sostenida por el mismo Jesucristo, vive solamente por medio de
la renovación continua de esta confesión fundamental de fe que hacen todos los cristianos y
cristianas y todos los cuerpos cristianos.
Por otro lado, una confesión es una declaración de fe oficialmente adoptada que puntualiza
el entendimiento de la iglesia del significado y las implicaciones de la confesión básica del
señorío de Cristo. Dichas declaraciones no siempre han sido llamadas confesiones. También
han sido llamadas credos, símbolos, fórmulas, definiciones, declaraciones de fe,
declaraciones de creencias, artículos de fe y otros nombres similares. Todas estas son
maneras diferentes de hablar de la misma cosa, aunque la palabra “credo” usualmente se ha
usado para cortas afirmaciones de fe, mientras que a las más largas se les ha dado otros
nombres.
Mientras que el significado primario y básico de las confesiones como un acto de fe
siempre debe mantenerse en mente, este reporte se concentrará en su segundo significado,
la confesión como un documento oficial adoptado por la iglesia.
Las Iglesias Presbiterianas y Reformadas no son las únicas iglesias con normas confesionales.
Los Católicos Romanos, Ortodoxos, Luteranos y a un menor grado las iglesias Anglicanas,
Episcopales y Metodistas también son cuerpos confesionales. Inclusive, las llamadas iglesias
“libres” que reconocen solamente la Biblia como su único credo, a menudo han hecho
confesiones semi autoritativas de fe. La mayoría de las iglesias cristianas oficialmente o
informalmente, comparten el Credo de los Apóstoles y el Credo Niceno. Por tanto, lo que se
ha dicho en esta sección sobre la función de los credos y las confesiones es relevante no sólo
a las iglesias Presbiterianas y Reformadas, sino a toda la iglesia cristiana en general. La
mayor parte de los ejemplos citados vienen de la tradición reformada, pero ejemplos similares
también pueden ser sacados de otras tradiciones.
A. Las tres direcciones de las confesiones de fe
Una confesión de fe puede definirse más como una declaración pública ante Dios y el
mundo de lo que la iglesia cree.
Una confesión es una declaración pública de lo que la iglesia cree. Los cristianos y cristianas
pueden y deben confesar de manera individual su fe personal, pero una confesión de fe es
más que una afirmación personal de fe. Es una declaración adoptada oficialmente de lo que
cree una comunidad de creyentes. Este carácter comunal de las confesiones de fe es explícita
en la Confesión Escocesa y en la Segunda Confesión Helvética, y en la Declaración de
Barmen, las cuales hablan de lo que “nosotros” creemos. Pero también está implícito en el
Credo de los Apóstoles y en el Catecismo de Heidelberg, los cuales hablan de lo que “yo”
creo, y en otras confesiones tales como la de Westminster y la Confesión de 1967, los cuales
hablan más objetivamente. Cualquiera sea su forma, las confesiones de fe expresan lo que el
cuerpo de creyentes creen en común. Estas afirmaciones de la fe cristiana siempre tienen tres
puntos diferentes de referencias: Dios, la iglesia en sí misma y el mundo. Ante todo, las
confesiones de fe son las respuestas solemnes y agradecidas de la iglesia a la revelación de
Dios, expresadas con un sentido de responsabilidad a la fidelidad y obediencia a Dios. En
segundo lugar, por medio de las confesiones de fe los miembros de una comunidad cristiana
tratan de dejar en claro, para sí mismos, quiénes son, qué creen y qué están resueltos a hacer.
Finalmente, los cristianos y cristianas confiesan su fe, no sólo para alabar y servir a Dios, y
no sólo para establecer su identidad, sino para proclamar al mundo una palabra que declare
quiénes son, a quienes representan y de qué están en contra. Por lo tanto, las confesiones
tienen un significado social y político así como teológico y eclesiástico.
B. El tiempo de confesión
A través de la historia del movimiento cristiano, las iglesias han escrito confesiones de fe
porque han sentido que tienen que hacerlo, no porque han creído que es una buena idea.
Puede que las confesiones de fe surjan por la necesidad urgente de corregir alguna distorsión
de la verdad y demanda del evangelio que amenace la integridad de la vida y fe de la iglesia
desde adentro de la misma iglesia. Puede también surgir de algún movimiento político o
cultural de afuera de la iglesia que la ataque abiertamente o que sutilmente busque
comprometer su compromiso al evangelio. Otras veces, la urgencia de una confesión surge
como el resultado de la convicción que la iglesia tiene de algún gran nuevo discernimiento
de las promesas y demandas del evangelio que está siendo desesperadamente necesitado tanto
por la iglesia como por el mundo. Frecuentemente, estos tres motivos—daño interno,
amenaza externa y una gran oportunidad—están, a la misma vez, detrás de las grandes
confesiones de la iglesia. En muchos casos, la iglesia escribe confesiones de fe cuando
enfrenta una situación tan urgente de vida o de muerte que no puede guardar silencio ante
ella, sino hablar. Aun cuando el costo sea su propia seguridad, popularidad y éxito. O para
ponerlo negativo, cuando todo lo que la iglesia tiene que decir es un replanteamiento de lo
que todo el mundo ya sabe y cree, o cuando no tiene nada más que decir que no sea
generalidades que ignoren o cubran los asuntos concretos y específicos de una situación
crítica—entonces no es tiempo para confesión, aunque lo confesado pueda en sí ser verdad.
C. El contenido de la Confesión de Fe
En el corazón de toda confesión se encuentra la más primitiva de todas las confesiones de la
iglesia Neotestamentaria, “Jesús es el Señor.” (Entonces, en rigor los cristianos y cristianas
confiesan no en qué sino en quién cree.) Pero la iglesia descubrió en sus comienzos que para
poder proteger esta simple confesión de equivocaciones y mal usos, tenía que hablar de la
relación entre Jesús y el Dios de Israel, y entre Jesús y el Espíritu Santo. La confesión
Cristológica más primitiva se convirtió en una confesión Trinitaria. Esto llevó a reflexionar
más en los testimonios bíblicos ante la realidad y obra de Dios el Padre, Hijo y el Santo
Espíritu en la historia pasada, presente y futura del mundo en general, en la historia particular
del pueblo de Dios, y en la vida individual de cada cristiano y cristiana. Aún más, la iglesia
no puede hablar del “señorío” de Jesús sin dejar de mencionar el derecho que el Dios trino
tiene en las vidas personales y en las relaciones sociales de la gente en la iglesia y en el
mundo. La confesión “Jesús es el Señor” necesariamente nos lleva a desarrollar una teología
y ética completa.
El tamaño y enfoque de las confesiones de la iglesia han variado de acuerdo a los elementos
del desarrollo y expansión de la fe que se han creído deben enfatizarse para suplir las
necesidades y desafíos de determinadas situaciones.
En otras ocasiones la situación no se presta para una confesión que resuma todas las cosas
que los cristianos y cristianas creen, sino para una corta confesión que trate con uno o varios
asuntos específicos. Por ejemplo, El Credo Niceno y Chalcedon, fue la respuesta fundamental
de la iglesia a la herejía de la iglesia primitiva en cuanto a la identidad de Jesucristo. La
Declaración de Barmen fue la respuesta de algunas de las iglesias reformadas y luteranas en
Alemania, que de acuerdo a ellas fue uno de los asuntos más críticos en la situación que
vivieron en 1993, en la relación entre la lealtad a Jesucristo y la lealtad al estado. La
Confesión de 1967 reformuló temas importantes de doctrina cristiana en la literatura
confesional y mostró sus implicaciones éticas morales.
Otras confesiones tales como el Credo de los Apóstoles son resúmenes cortos de los
elementos de la fe cristiana.
Las confesiones luteranas y reformadas de los siglos dieciséis y diecisiete tienden a ser
resúmenes de fe más largos y más inclusivos. Al reformar la iglesia tuvieron que lidiar con
los asuntos teológicos y políticos más críticos que dividían a los Católicos Romanos y a los
Protestantes—y Luteranos, Reformados y Anabaptistas Protestantes—en el período de la
Reforma y la post-Reforma.
En todo tiempo y lugar, la iglesia ha sido llamada a dejar en claro y en forma relevante sus
confesiones fundamentales sobre el señorío de Jesucristo. Pero para hacerlo, ha tenido que
en cada situación que se presenta decidir una vez más qué decir y qué no decir, cuánto es
mucho y cuánto no es suficiente, qué enfatizar y qué dejar pasar por el momento, cuáles son
los peligros internos y externos que son críticos y cuáles son los menos críticos.
D. Las funciones de las confesiones
La estructura de las confesiones se ha determinado no sólo por la situación histórica en las
que fueron escritas, sino también por los usos para las que se escribieron.
1. Adoración. Algunos credos y confesiones, como el Credo de los
Apóstoles y el Niceno, han sido usados como obras de adoración en la liturgia de la iglesia.
Este uso es un recordatorio de la realidad que las confesiones de la iglesia son ante que todo
obras de alabanzas, adoración, gratitud y compromiso en la presencia.
2. Defensa de la ortodoxia. La mayoría de las confesiones se han escrito como defensa
controversial de la verdadera fe y vida cristiana, ya sea en contra de una corriente errónea
dentro de la iglesia o de ataques externos. Las confesiones son las formas que la iglesia usa
para preservar la autenticidad y pureza de su fe.
3. Instrucción. Las confesiones han sido usadas para educar a los miembros y líderes de la
iglesia en la correcta interpretación de las Escrituras y la tradición de la iglesia, y para
guardarla en contra del peligro de individuos y grupos que seleccionando textos de la Biblia
y de la tradición de la iglesia quieran usarlo para confirmar sus propias opiniones y deseos.
Las confesiones escritas en forma de preguntas y respuestas (como la de Heidelberg y el
catecismo de Westminster) fueron escritas para preparar a los niños y adultos convertidos
para el bautismo y la comunión plena de los creyentes.
4. Punto de reuniones por peligro y persecución. A menudo las confesiones han preparado
y fortalecido a los cristianos para que permanezcan juntos en fidelidad al evangelio cuando
han sido tentados a rendirse a las poderosas fuerzas políticas, raciales, sociales e injusticias
económicas.
5. El orden y disciplina de la iglesia. Algunas iglesias, como la Iglesia Presbiteriana
(E.U.A.), han procurado preservar la pureza y unidad de la iglesia al requerir de sus ministros
y oficiales que acepten las enseñanzas de las confesiones para ser ordenados. El gobierno de
estas iglesias también se rige por estas confesiones de fe. Algunas confesiones fueron
originalmente escritas para servir a más de uno de estos propósitos. En realidad, otras han
servido para múltiples propósitos, aunque sus escritores no hayan previsto las formas en que
se iban a usar.

E. Las limitaciones históricas de las confesiones


Las confesiones abordan los asuntos, problemas, peligros y oportunidades de una situación
histórica determinada. Pero las confesiones también están relacionadas a sus situaciones
históricas en otra forma. Aunque sus escritores hubieran creído que estaban formulando una
verdad cristiana para todos los tiempos y lugares, su trabajo estaba dirigido solamente a un
lugar y tiempo limitado. A través de la historia de la iglesia—también en nuestros tiempos—
las confesiones han sido expresadas, deliberadamente o inconscientemente, en un lenguaje e
idea comúnmente aceptados cuando fueron escritos. La revelación de Dios en Jesucristo, en
ocasiones, ha sido clarificada pero también distorsionada por medio del lenguaje y las
presunciones de esta u otra antigua o nueva filosofía. Las grandes confesiones clásicas fueron
escritas antes del descubrimiento de la ciencia moderna y reflejan un entendimiento fuera de
la época de la estructura del mundo y sus procesos naturales (de igual forma que nuestras
confesiones “modernas” un día serán consideradas, por futuras generaciones, fuera de moda
y “primitivas”). La teología y éticas de las confesiones de cada generación son desarrolladas
de acuerdo a las normas de lo que parece ser la preferencia sexual, familiar, social,
económica, cultural y política de un período particular de la historia. Aún aquellas
confesiones que se creían que estaban exclusivamente arraigadas a la revelación bíblica, con
frecuencia, han confundido la revelación misma con varias formas de pensar históricamente
condicionadas y varios patrones culturales los cuales fueron recibidos y preservados por
gente que vivió en el antiguo Medio Este. Los eruditos modernos han mostrado que las
primeras confesiones de fe vieron en las Escrituras sólo la confirmación de lo que ellos
pensaban conocer a cerca de Dios, el mundo y la existencia humana (de la misma forma que
los eruditos del futuro revelarán que hemos hecho lo mismo en esta época).
En otras palabras, las confesiones de la iglesia en verdad han interpretado, defendido y
preservado la verdad bíblica cristiana. Han unido a la comunidad cristiana en su única tarea
de dar testimonio al confesar que Jesús es el Señor. Pero al mismo tiempo, a pesar de las
buenas intenciones, también han distorsionado la verdad revelada en Jesucristo, al no haber
podido captar partes del testimonio bíblico de la presencia y obra en Cristo, y al dividir a la
Iglesia en iglesias con puntos de vistas conflictivos en cuanto a lo que es la vida y fe cristiana.
¿Habrá alguna forma de distinguir entre la verdad que las confesiones de fe buscan dar
testimonio, y su inadecuado testimonio de la verdad? En la tradición Presbiteriana-
Reformada los cristianos y cristianas creen al menos saber cómo proseguir con este asunto.
Sus soluciones serán discutidas en la siguiente sección de este papel.
II. Las confesiones de fe en la tradición reformada
En general, todo lo que hemos dicho sobre las confesiones se aplica también a las confesiones
reformadas. Pero ahora veremos algunas de las características más importantes del
entendimiento reformado sobre la naturaleza y el propósito de las confesiones que las
distinguen de otras confesiones tradicionales y movimientos teológicos.
A. El carácter ecuménico de las Iglesias Reformadas
Desde sus comienzos y a través de su historia, las iglesias reformadas han buscado
representar a la iglesia católica. Sus confesiones no sólo hablan de lo que creen las iglesias
reformadas o Presbiterianas, sino que buscan confesar lo que los cristianos y cristianas creen.
No claman ser la única iglesia verdadera, monopolizando la vida y fe cristiana, sino que
siempre han estado abiertas a aprender de otras iglesias y tradiciones, y deseosas de participar
en conversaciones que puedan llevar a una corrección y reconciliación mutua.
Por supuesto, no debemos exagerar esta apertura ecuménica. Hay individuos, grupos y
denominaciones que claman ser reformados y que han asumido o abiertamente declarado, en
ocasiones, que sólo esta o aquella iglesia reformada en particular es la verdadera iglesia, que
todas las demás (incluyendo otras denominaciones reformadas) son falsas o al menos
fatalmente corruptas, y que conversaciones con ellas solamente pueden comprometer la
verdadera enseñanza de la fe y vida cristiana, la cual es completamente infalible e
incambiable de aquella o esta confesión reformada particular. Pero tal actitud en sí misma no
es reformada y es contraria a los documentos confesionales que la apoyan.
Una característica de la ecumenicidad de la tradición genuina reformada y sus confesiones,
es esta declaración hecha en la confesión del Sínodo de Berne en 1928:
Pero donde algo es traído ante nosotros por nuestros pastores o hermanos, lo cual nos trae
más cerca de Cristo, y de acuerdo con la Palabra de Dios es más conducente a una amistad
mutua y amor cristiano que la interpretación presentada, la aceptaremos gustosamente y no
limitará el curso del Espíritu Santo, el cual no retrocede hacia la carne, sino que siempre
avanza hacia la imagen de Jesucristo nuestro Señor.

B. Fe y práctica
En la tradición reformada es típico que las confesiones enfaticen no sólo lo que los cristianos
creen sino cómo viven, no sólo la fe cristiana ortodoxa sino también la gratitud y obediencia
cristiana en “practica,” no sólo la justificación de la fe por la gracia sino la santificación por
la gracia evidente en las “buenas obras.” Todas las tradiciones cristianas reconocen el hecho
de que la fe sin obras es muerta. Pero en las confesiones reformadas se da un énfasis único y
especial a la vida cristiana activa.
1. El derecho de Dios sobre la vida. La confesión reformada tradicional sigue el
pensamiento de Calvino al enfatizar la autoridad de Dios sobre todas las áreas de la vida
humana: sobre relaciones personales y familiares, sobre la organización y gobierno de la
comunidad cristiana, así como sobre las comunidades “seculares” sociales, económicas y
políticas. Por tanto, las confesiones reformadas contienen éticas tanto personales como
sociales, un evangelio de salvación y un evangelio social. (Vea la exposición general y
detallada de los Diez Mandamientos en el Catecismo Mayor de Westminster.)
Las confesiones reformadas de los diferentes períodos difieren, en su entendimiento,
precisamente de lo que Dios requiere. En ocasiones, han estado bien seguras de que la
voluntad de Dios fue idéntica en las presuposiciones históricas y sociales condicionadas de
los cristianos reformados de un tiempo y lugar particular. Otras veces han confundido el
mando de Dios en el mundo con el mando de la iglesia. Pero en lo que sea que hayan diferido
y en cualesquiera errores que hayan cometido, un tema consistente en las confesiones
reformadas, de todos los tiempos y lugares, es la responsabilidad de los individuos cristianos
y de la iglesia cristiana de buscar ordenar la vida humana de acuerdo a la soberana voluntad
de Dios, quien es conocido en Jesucristo por medio de las Escrituras. No hay lugar para las
creencias de los cristianos en otras tradiciones que piensan que hay algunas áreas individuales
y sociales de la vida que no le pertenecen a Dios de las que ellos están disculpados o
prohibidos de servir a Dios.
2. Gracia y ley. La tradición confesional reformada sigue el pensamiento de Calvino al creer
en esto, porque el significado y propósito de la voluntad soberana de Dios es conocida por
medio de Jesucristo, y porque el pecado separa a la humanidad de Dios y de unos a otros, el
que Dios gobierne en y sobre el mundo debe ser entendido como un dominio de gracia,
ejercitado por nuestro bien. Dios nos demanda y exige para poder guiarnos y ayudarnos a
lograr la plenitud y felicidad en nuestras vidas individuales, y la justicia, libertad y paz en la
sociedad humana. Por tanto, el Catecismo de Heidelberg expresa la teología de todas las
confesiones reformadas cuando coloca la exposición de la ley de Dios bajo el título:
“Gratitud.” Las demandas de Dios son entendidas en la tradición reformada como los buenos
dones de Dios que deben ser recibidos con gratitud, ejercitados para el bienestar de todos los
seres humanos y obedecidos sabiendo que la gracia de Dios nos capacita para hacer lo que
requiere Su ley. En otras palabras, la Ley es parte del evangelio de la gracia salvadora, no
algo que está en oposición o que es una alternativa.
Esta teología de la gracia y la ley es una de las cosas más importantes que distingue a la
tradición reformada de otras tradiciones y teologías. (a) Una de las cosas que distingue a los
cristianos y cristianas reformadas de otras personas cristianas, es que éstos últimos entienden
que la obediencia a los mandamientos de Dios son un medio para ganar o cooperar con la
gracia salvadora de Dios, en lugar de responder a ella con gratitud al saber que ha sido dada
a nosotros gratuitamente y que es poderosa. (b) También los distingue de otras personas
cristianas, quienes creen que la función primordial de la ley de Dios es negativa al exponer
el pecado, guiando al arrepentimiento y al evangelio de la gracia salvadora de Dios, en lugar
de que cumpla el propósito positivo de la guía ofrecida a través del evangelio. (c) Otra cosa
que distingue a los cristianos reformados de las creencias de otros cristianos, es que la libertad
cristiana nos libera de, en lugar de creer que la libertad depende de la obediencia a los
mandamientos de Dios. (d) Les distingue de otros cristianos para quienes la obediencia a la
ley es un fin en sí mismo, en lugar de que sea un medio para servir a Dios y a otras personas.
(e) Finalmente, les distingue de otros cristianos que usan la ley de Dios para justificar un
“orden” opresivo en nuestra sociedad, para el beneficio de unos cuantos, en lugar de lograr
una sociedad libre y justa para todos.
Por supuesto, uno puede encontrar en el presente, como en el pasado, a individuos, grupos y
a toda una denominación de cristianos y cristianas que se llaman a sí mismos Reformados,
sin embargo, entienden y usan la ley de Dios en todas las formas no reformadas que hemos
mencionado. Pero mientras hacen esto, han malentendido y mal usado la misma teología de
gracia y ley, basada en la soberanía de la gracia de Dios, que es unos de los elementos más
sobresalientes de su propia teología reformada.
C. La autoridad de las confesiones en la tradición reformada
La tradición reformada es única en el entendimiento de la autoridad de sus confesiones. Esto
se muestra claramente en el gran número de confesiones que ha producido. Otros protestantes
tradicionalmente confesionales, se han conformado con unas pocas declaraciones
confesionales escritas por unas cuantas personas dentro de límites geográficos o históricos
muy limitados. Todas las confesiones luteranas, por ejemplo, fueron escritas por algunos
alemanes en Alemania entre el año 1529 y el 1580. Las enseñanzas católicas romanas
autorizadas vienen de los concilios de las iglesias o del Papa. Pero desde el comienzo de la
reforma, donde quiera que la iglesia reformada se esparcía, los cristianos reformados
escribieron nuevas confesiones de fe, primero, ciudad por ciudad, y luego, país por país. A
las confesiones de Bern, Basel, Zurich, Geneva y de otras ciudades suizas, le siguieron una
o más confesiones escritas para Alemania, Suiza, Bélgica, Holanda, Hungría y Escocia. El
gran período de confesiones escritas concluyó en dos siglos, después del siglo diecisiete
(porque bajo la influencia de la ortodoxia protestante, las iglesias reformadas perdieron de
vista la razón de las confesiones múltiples y porque la teología liberal que predominaba en
los siglos dieciocho y diecinueve era sospechosa de restringir las confesiones). Pero el siglo
veinte ha visto un avivamiento de confesiones reformadas escritas. Las iglesias reformadas
han participado en la preparación de más de treinta nuevas confesiones que ya han sido
terminadas o están en proceso.
Esta multiplicidad de confesiones escritas por tantas personas de muchos lugares durante
todo este tiempo, muestra claramente que la tradición reformada nunca se ha conformado en
reconocer una confesión o una compilación de confesiones como absoluta, declaración
infalible de la fe cristiana reformada de todos los tiempos. Las declaraciones confesionales
de la tradición reformada tienen autoridad como declaraciones de fe de los cristianos
reformados en lugares y tiempos determinados, y existe una consistencia extraordinaria en
su contenido fundamental. Algunas han tenido poder convincente por mucho tiempo. Sin
embargo, para los cristianos reformados todas las declaraciones de fe sólo contienen
autoridad provisional, temporal y relativa.
Las tradiciones reformadas proveen en sí tres razones interrelacionadas para esta única
actitud acerca de la autoridad confesional:
1. Las confesiones contienen una autoridad provisional (y por tanto, están sujeta a revisión
y corrección) ya que todas son producto del trabajo de iglesias y seres humanos limitados,
falibles y pecadores. Quizás, hoy en día nos hemos vuelto más conscientes que quienes en el
pasado escribieron y adoptaron las confesiones reformadas, ya que aun cuando las
confesiones intentan sólo servir la verdad revelada y la voluntad de Dios, sabemos que están
también influenciadas por prejuicios sexuales, raciales y económicos, y por las limitaciones
científicas y culturales de una situación particular. Pero desde sus comienzos y a través de
toda su historia, los cristianos reformados y sus confesiones han reconocido con las
Confesiones de Westminster de 1646 que: “Todos los sínodos o concilios desde los tiempos
apostólicos, sean generales o particulares, pueden equivocarse y muchos se han equivocado;
por lo tanto, no hay que convertirlos en regla de fe y práctica, sino utilizarlos como auxiliares
de ellas.” (XXIV–XXXII).
2. Las confesiones tienen autoridad temporal (y por lo tanto, están sujetas a revisión y
corrección) porque el creer en el Dios vivo presente y activo en la resurrección de Cristo por
medio del Espíritu Santo significa estar siempre abiertos para escuchar una palabra nueva y
fresca del Señor. Como lo indica la multiplicidad de confesiones reformadas, los cristianos
reformados nunca se han conformado en solamente saber cómo los cristianos que vivieron
antes que ellos discernieron y respondieron a la palabra y la obra de Dios; sino que
constantemente han preguntado en todo tiempo, lugar y situación, “¿Qué está haciendo y
diciendo el Señor vivo de las Escrituras aquí y ahora, y qué tenemos que decir y hacer para
ser fieles y obedientes en nuestros tiempos?” La Declaración de Barmen habla de toda la
tradición reformada cuando dice, “Jesucristo, como se nos atestigua de él en las Sagradas
Escrituras, es la única Palabra de Dios que tenemos que escuchar, y que tenemos que confiar
y obedecer en la vida y en la muerte.”
3. Las confesiones tienen una autoridad relativa (y por lo tanto, están sujetas a revisión y
corrección) porque están subordinadas a la autoridad superior de las Escrituras, la cual es la
norma para discernir la voluntad y obra de Dios en todo tiempo y lugar. Un tema
frecuentemente repetido en las confesiones reformadas, es la sujeción de su propio
pensamiento ético y teológico—incluyendo su interpretación de las Escrituras—a su máxima
autoridad, o a la autoridad del Espíritu Santo quien habla por medio de ella:
Objetamos que si cualquier hombre notara en esta, nuestra confesión, cualquier artículo u
oración que sea repugnante a la santa Palabra de Dios, que por su gentileza y por amor a la
caridad cristiana le plazca amonestarnos por escrito; y nosotros por nuestro honor y fidelidad,
por la gracia de Dios le prometemos satisfacerle de la boca de Dios, esto es, de su santa
Escritura, o de cualquier otra reformación de la cual pruebe estar errada. (Prefacio de la
Confesión Escocesa.)
El Espíritu Santo, hablando en la Escritura, y en cuya sentencia debemos descansar, es el
Juez Supremo por el cual debemos examinar y decidir todas las controversias de religión,
todos los decretos de los concilios, las opiniones de escritores antiguos, doctrinas humanas y
de espíritus privados. (Confesión de fe de Westminster, 6.010.)
Las confesiones y declaraciones son normas subordinadas en la iglesia, sujetas a la autoridad
de Jesucristo, la Palabra de Dios, según las Escrituras dan testimonio de él. Ningún tipo de
confesión tiene validez absoluta, y ninguna declaración es irreformable. La obediencia
solamente a Jesucristo identifica a la única iglesia universal y mantiene la continuidad de su
tradición. . . . (Prefacio de la Confesión de 1967, 9.03.)
Los cristianos reformados son puestos en una posición difícil con sus confesiones limitadas
y relativas. Por un lado están atados: mientras sean miembros de una iglesia reformada no
son libres de interpretar la fe y vida cristiana (o aún la Escritura en sí) como mejor les parezca
personalmente, sino que están comprometidos a someterse a la autoridad y guía de las normas
de su iglesia. Por otro lado son libres: las mismas confesiones que les atan les permiten—les
requieren—que recuerden las limitaciones humanas y la falibilidad de las normas
confesionales de su iglesia, a estar abiertos a escuchar una nueva palabra, y quizás diferente,
que las confesiones estándares, y a examinar críticamente las enseñanzas de la iglesia a la luz
de un estudio más profundo de las Escrituras. Entonces, no nos sorprende, que los cristianos
reformados y las denominaciones reformadas en ocasiones no hayan podido mantener un
balance entre autoridad y libertad. Algunos han contradicho la misma tradición reformada
que profesan al aclamar para esto u otra confesión la absoluta, infalible, incambiable verdad
y autoridad que la iglesia Católica Romana ha tradicionalmente aclamado para sus
enseñanzas oficiales. Otros, aunque se llaman a sí mismos reformados, han actuado como si
fueran miembros de una iglesia “libre” no confesional, insistiendo en su libertad de
interpretar las Escrituras para ellos mismos sin importarles la guía y restricción del consenso
confesional de su iglesia. Quienes escogen autoridades confesionales sobre la libertad
personal hacen imposible la reformación continua de la iglesia llamada por las mismas
confesiones reformadas. Corren el peligro de idólatramente darle a la iglesia la máxima
autoridad que solamente pertenece al Dios vivo que conocemos en Jesucristo por medio de
la Biblia. Por otro lado, quienes escogen libertad personal sobre el consenso confesional de
su iglesia destruye la unidad de la iglesia, se separa así mismo de la guía de la iglesia al
interpretar las Escrituras, y corre el riesgo de no atender la verdad bíblica, sino a las
tendencias personales que lean en la Escritura.
Así como es de difícil encontrar el balance entre la autoridad de la iglesia sin libertad personal
o libertad personal sin la autoridad de la iglesia, una de las distinciones de la tradición
reformada es creer que sólo buscando este difícil balance puede la iglesia ser una comunidad
unida de cristianos que son ambos “reformados y siempre reformándose.”

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