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COMO JESÚS
Las parábolas del Maestro
Pedro Fuentes
Vivamos como Jesús: las parabolas del maestro 1a ed.
64 p. ; 21x15 cm.
ISBN 978-987-24864-6-4
Editorial
Sembrar Ediciones Cristianas
www.sembrarediciones.com.ar
Impreso en Argentina
Diseño de cubierta e interior: Lucas Fuentes
www.lucasfuentes.com.ar
VIVAMOS
COMO JESÚS
Las parábolas del Maestro
a
SEMANA 1
PERDONADOS PARA SERVIR........................ 7
SEMANA 2
LA ORACIÓN QUE ESPERA DIOS................. 15
SEMANA 3
LA SIEMBRA EFECTIVA.................................. 23
SEMANA 4
AMOR EN ACCIÓN............................................ 31
SEMANA 5
LA BÚSQUEDA DE DIOS.................................. 39
SEMANA 6
SERVICIO APROBADO..................................... 47
SEMANA 7
YO SOY JESÚS...................................................... 55
VIVAMOS
COMO JESÚS
Las parábolas del Maestro
Introducción
Es mi deseo que, al meditar durante estas semanas sobre las parábolas del
Maestro, juntos podamos disfrutar de sus enseñanzas y encontrar las mejores
lecciones para la vida cristiana.
6
SEMANA 1
PERDONADOS
PARA SERVIR
Hebreos 12:28
7
LA GRAN DEUDA
Los dos deudores Mt. 18:23-35
UN REY: “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso
hacer cuentas con sus siervos.”
Jesús da una clase magistral sobre el perdón de Dios para las personas y espera
que como él nos perdona, así lo hagamos con los demás. Comienza su historia
con el encuentro entre un rey y sus súbditos.
Hay aquí una primera lección que no deberíamos pasar por alto: todos damos
cuenta de nuestros actos al Gran Rey y esperamos que él nos perdone las ofen-
sas. La parábola que contó el Maestro nos advierte sobre la condición que pone
Dios para ser perdonado.
El primer siervo que fue llamado tenía una deuda muy alta, demasiado alta. Sin
duda Jesús uso la exageración, lo que conocemos como una figura de dicción
llamada hipérbole, para hacernos entender cuán grande fue el perdón que este
hombre recibió.
Cuando Jesús contó esta parábola era común que ante la imposibilidad de pa-
gar una deuda, los acreedores tomaran todos los bienes y propiedades del deu-
dor como pago. Si aun así no se lograba saldar la deuda, el acreedor tomaba a
sus hijos y a su esposa como esclavos. Si esto no alcanzaba el deudor debía ir
a la cárcel hasta que la deuda fuera pagada, de lo contrario moría en la cárcel.
La deuda era imposible de pagar, sus bienes, su familia y aún su vida en la cár-
cel no alcanzaban para saldarla. Así es nuestra condición ante Dios. Nuestro
pecado ofendió la santidad del Señor y no tenemos forma de pagar nuestra
deuda. Pero al igual que al hombre de la historia se nos ha perdonado todo lo
que debíamos.
Cuánta alegría debe haber experimentado el gran deudor cuando recibió la
palabra de perdón de boca de su rey. Así es como podemos sentirnos nosotros
también en este día, fuimos perdonados8 ¡Alabemos al Señor!
EL PERDÓN RECIBIDO
Los dos deudores Mt. 18:23-35
EL CLAMOR DE UN DEUDOR
¿Qué hizo mover el corazón de este rey para perdonar semejante deuda? El
hombre solo podía hacer una cosa: ¡clamar! Y lo hizo con desesperación, sin-
tiendo su impotencia, su bancarrota, su tragedia y su miseria. Era lo único que
podía hacer frente al rey que demandaba el pago justo de la deuda.
Siempre estamos ofendiendo la santidad de Dios y no hay forma con que poda-
mos saldar nuestra deuda con él, porque él es santo y nosotros pecadores. Pero
podemos hacer como este hombre: ¡clamar con desesperación!
UN CONSIERVO NO PERDONADO
“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien
denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes.
Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten pa-
ciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó
en la cárcel, hasta que pagase la deuda.”
Este mismo hombre que se alegró tanto por haber sido perdonado ahora está
ocupando la posición del ofendido y debe perdonar. La lógica indica que de-
bería haber actuado de la misma forma en la que actuaron con él, pero no fue
así. Con demasiada facilidad olvidó el perdón que había recibido, el egoísmo y
la avaricia pudieron más que la misericordia.
El fastidio del rey fue muy grande cuando se enteró la forma en que actuó el
siervo al que había perdonado. No solo lo llamó para recriminar su manera de
proceder sino que además lo trató de la misma forma que él había tratado a su
consiervo. Como solemos decir: “le pagó con la misma moneda”.
La parábola es muy ilustrativa y descubre un rasgo característico del corazón
del ser humano: Quiere recibir el beneficio, pero no quiere concederlo. Ruega
con desesperación cuando se trata de sus intereses, pero no está dispuesto a
escuchar el ruego de los demás. Espera ser perdonado pero no está dispuesto
a perdonar.
LA CONSECUENCIA DE NO PERDONAR
“Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo
corazón cada uno a su hermano sus ofensas”.
- La viña es del Señor, nosotros somos llamados a trabajar pero no somos los
dueños y por lo tanto las reglas las pone él. Esto debe recordarnos que el control
y el manejo interno le corresponden a él o a quien él designe para esa función.
- Bien podríamos pensar que los distintos horarios en que este propietario salió
a buscar gente para trabajar se comparan con las etapas en la vida de los cre-
yentes. Algunos son llamados temprano en su niñez, otros cuando son jóvenes,
otros en su adultez y otros en su edad madura. El Señor llama y no importa cuál
sea tu edad, podés acudir a trabajar.
- Nadie debería estar desocupado, porque en la viña del Señor hay lugar para
todos. Lo que sucede es que muchas veces nos entretenemos con nuestras
cosas y proyectos y vamos postergando el llamado del Señor. Debemos tener
cuidado de no dejar pasar el tiempo porque cuando nos queramos acordar, se
nos pasó la vida.
En esta parábola de Jesús hay algunos detalles que contradicen nuestra manera
de pensar y de evaluar las cosas. Siempre que la leo debo recordar que los pen-
samientos de Dios no son mis pensamientos. Te invito a ver estos detalles que
surgen del relato, tan sorpresivo para los actores de él como para los lectores.
LA ORACIÓN
QUE ESPERA DIOS
Filipenses 4:6-7
15
LA NECESIDAD DE ORAR
La viuda y el juez Lc. 18:1-8
“También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siem-
pre, y no desmayar.” Lc. 18:1
Jesús dedicó mucho tiempo a orar a su Padre, pero quería dejar bien asentado
a sus seguidores que ellos también debían hacerlo y por eso les refiere esta
parábola.
Lucas, el escritor, nos nombra tres aspectos importantes que se deben tener
presentes al orar:
La oración es una necesidad
Si nos diéramos cuenta de que la mayor necesidad que tenemos no es de cosas
que nos faltan o de situaciones sin resolver, sino de mayor intimidad con Dios,
viviríamos mucho mejor. Porque cuando oramos estamos dejando que Dios
tenga el control no solo de lo que nos sucede sino también de nuestro corazón.
Es allí que podemos vivir seguros y en paz.
Dios no es injusto
El juez trató el caso porque la viuda lo estaba cansando, pero Dios trata nuestro
caso porque es justo y no dejará que haya abuso con sus hijos. Puede pasarnos
que nadie nos escuche, que nadie se interese por nuestro asunto. Aun puede
llegar a sucedernos que personas a las17que considerábamos honestas nos de-
frauden y cometan injusticias con nosotros. Pero con Dios nunca sucederá así;
ORACIÓN CONTESTADA
La viuda y el juez Lc. 18:1-8
“¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y no-
che? ¿Setardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero
cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” Lc. 18:7,8
El Maestro cierra su enseñanza luego de relatar esta parábola con dos pregun-
tas retóricas, una sentencia y una pregunta abierta. Veamos las respuestas natu-
rales a las dos preguntas retóricas:
La sentencia dada por el mismo Señor es que Dios hará pronto justicia. Que
nuestro ánimo no decaiga aun cuando aparentemente no veamos el obrar de
él en nuestro peregrinaje. Tarde o temprano Dios hará justicia.
La pregunta final quedó abierta para que cada generación pueda dar su res-
puesta: “Cuando venga el Hijo del Hombre ¿hallará fe en la tierra?”
Debemos cultivar la fe cada día. Debemos decirle a Dios que creemos en su
Palabra, que confiamos en sus promesas y que dependemos de su persona.
Esto mantendrá viva nuestra fe hasta que él venga a buscarnos o nos llame a su
presencia. Te animo a decir juntos: “Señor, auméntanos la fe”.
Confiaban en sí mismos
Cuando confiar en nosotros es tener una correcta valoración de lo que somos,
tener clara nuestra identidad y vivir bajo convicciones firmes, esto es correcto.
Pero si prestamos atención al relato, lo que Jesús quiere decir con toda la des-
cripción de las dos oraciones es que esta “confianza” refiere a otra cosa.
“Confiar en sí mismos como justos” es creer que podemos depender de lo que
hacemos y que todas nuestras obras nos acreditan bien delante de Dios. Pensar
de esta manera delata una gran ignorancia, en primer lugar del Dios al que le
oramos y, en segundo término, de nosotros mismos. Nadie que conozca un
poquito de la santidad de Dios podrá sentirse merecedor de ser escuchado.
Cuando Jesús dice: “Dos hombres subieron al templo a orar” está dejando asen-
tado que todos pueden orar, pero no todos se acercan con la actitud correcta o
de la manera que Dios espera que nos acerquemos y por ello no todos tienen
el mismo resultado con sus oraciones.
“El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te
doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos,
adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy
diezmos de todo lo que gano.”
Lc. 18:9-11
Pocas veces aparece con tanta claridad una oración que Dios no quiso aceptar.
Veamos algunos detalles de este certificado de buena conducta que se autoex-
tiende el hombre a quien Jesús identifica como fariseo.
Su oración no es a Dios sino que “oraba consigo mismo”. Dios nunca oirá una
oración que no va dirigida a él, porque nunca viola correspondencia ajena.
Agradece por no sentirse parte de los otros. Él se siente distinto y único, por
lo tanto Dios debiera pensar de una manera especial de él y verlo con buenos
ojos. ¡Cuánta ignorancia!
No era ni ladrón, ni injusto, ni adúltero. Tenía un certificado de aprobación de
ética y moral.
No era como “este publicano”. La diferencia entre él, un hombre religioso, y este
publicano conocido como un ladrón público era muy grande. Como diría mi
padre se notaba “a la legua”. Pero estas diferencias eran solo externas, porque
en su corazón había lo mismo que en el corazón del pecador público.
Ayunaba y daba diezmo de todo. Hacía dos grandes sacrificios; uno cuando se
abstenía de comer y otro cuando daba de sus bienes. Pero esto solo era para
aumentar su currículum de “hombre piadoso” ante la sociedad. Bien se aplica
en este caso las palabras del profeta Isaías cuando dijo: “Este pueblo de labios
me honra, mas su corazón está lejos de mí”.
La sentencia final a su oración, el veredicto de quien fue escuchado y quien fue
rechazado lo dio el Maestro cuando dijo: “Os digo que éste descendió a su casa
justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado;
y el que se humilla será enaltecido.”
La oración aceptada es la que se hace con un corazón humillado delante de
Dios.
20
ORACIÓN ACEPTADA
El fariseo y el publicano Lc. 18:9-14
El publicano representa la actitud correcta para que Dios pueda oiga y acepte
la plegaria y responda a ella. El Maestro resume en una línea la oración del pu-
blicano: “Dios, sé propicio a mí, pecador”.
“Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla
será enaltecido.”
Estaba lejos del lugar al que todos querían llegar, allí donde quienes oraban
eran vistos por todo el público. Este penitente no necesitaba la aprobación ni
la mirada de la gente, él solo buscaba que Dios lo escuchara. Siguió el camino
correcto y Dios aceptó su petición.
No quería ni alzar sus ojos al cielo. La vergüenza de su condición de hombre
pecador no le permitía tener la pretensión de querer mirar el lugar de la morada
de Dios. Solo quienes toman conciencia de su condición están habilitados para
orar. Porque no pondrán su confianza en sus méritos sino en la gracia abundan-
te de Dios.
Se golpeaba el pecho. De alguna manera esta era otra forma de mostrar su
sentido de indignidad y su tremenda necesidad de ser escuchado por un Dios
santo.
Su oración es breve, muy breve. A diferencia del gran discurso del fariseo, el
publicano resume todo lo que tiene para decirle a Dios en solo seis palabras:
“Dios, sé propicio a mí, pecador”. Este pobre hombre tuvo la gran virtud de
reconocer en su oración que entre Dios y él había una sola palabra que podía
acercarlos. La misericordia y por esto clama desde lo más íntimo de su cargado
corazón: “Señor, necesito misericordia”.
El veredicto final de Jesús es: “Os digo que éste descendió a su casa justifica-
do antes que el otro”. La expresión “antes” significa “en lugar del otro”. Porque
solo quien se humilla como este publicano recibe el perdón del Señor. Qué
bueno sería que aprendiéramos a orar con esta actitud y a vivir de la misma
manera.
Los fariseos y muchos de nosotros solemos ser tentados a pensar que lo impor-
tante de la oración es lo que decimos y cómo lo expresamos. Esta parábola nos
enseña que es otra cosa lo que importa a Dios para oír y responder nuestras
plegarias. Siempre serán bien recibidos los que se acercan a él con un corazón
“contrito y humillado”, como decía David.
Jesús deja una sentencia final como conclusión del tema que quiso enseñarles
a “unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros”.
El que se enaltece
Es interesante que esta expresión está llena de un autoconvencimiento, por-
que es la misma persona la que se enaltece. Esto es ignorancia, como decía
Salomón: “Que te alabe el extraño y no tus propios labios”. Hablar bien de no-
sotros siempre será una necedad. Intentar hablarle bien de nosotros a Dios es
doblemente necio. Esto es lo que hizo el pretencioso fariseo cuando hizo su
oración. Si oramos como él, no seremos escuchados, más bien rechazados, por-
que cuando nos mostramos autosuficientes en la oración, también lo somos
en la manera de vivir. Esta actitud nos aleja de Dios que queriendo ayudarnos
no puede sencillamente porque le estamos diciendo que nos valemos por no-
sotros mismos. La consecuencia es que Dios lo humilla para que aprenda que
el orgullo es pecado y que él no lo acepta de ninguna manera, porque “Dios
resiste a los soberbios” (1 P. 5:5)
El que se humilla
No es lo mismo que nos humillen a que nosotros mismos nos humillemos de-
lante de Dios. Humillarse es, como dice el dicho popular: “bajarse de caballo”,
es inclinarse. Esto incluye reconocer la superioridad ante quien nos humillamos,
si deseamos ser oídos por Dios debemos reconocer su grandeza y soberanía y
aceptar toda su autoridad sobre nuestras vidas. Eso es humillarse. Es decirle a
Dios: “Señor vos tenés todo el poder y el dominio y lo que dispongas para mí
estará bien, por eso te suplico que me mires con misericordia y perdones mis
pecados”. La consecuencia fue inmediata. El publicano despreciado por el fari-
seo fue oído por Dios y fue aceptada su oración. Que podamos aprender a orar
y a vivir con un corazón humillado delante
22 de nuestro gran Dios y Señor.