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VIVAMOS

COMO JESÚS
Las parábolas del Maestro

Pedro Fuentes
Vivamos como Jesús: las parabolas del maestro 1a ed.

Buenos Aires : Sembrar Ediciones Cristianas, 2012

64 p. ; 21x15 cm.

ISBN 978-987-24864-6-4

1. Devocionario. 2. Parábolas. I. Título


CDD 226.8

© 2012 Pedro Fuentes


Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción parcial
o total de esta obra sin la autorizacion previa de los editores.

Editorial
Sembrar Ediciones Cristianas
www.sembrarediciones.com.ar

Impreso en Argentina
Diseño de cubierta e interior: Lucas Fuentes
www.lucasfuentes.com.ar
VIVAMOS
COMO JESÚS
Las parábolas del Maestro
a

SEMANA 1
PERDONADOS PARA SERVIR........................ 7

SEMANA 2
LA ORACIÓN QUE ESPERA DIOS................. 15

SEMANA 3
LA SIEMBRA EFECTIVA.................................. 23

SEMANA 4
AMOR EN ACCIÓN............................................ 31

SEMANA 5
LA BÚSQUEDA DE DIOS.................................. 39

SEMANA 6
SERVICIO APROBADO..................................... 47

SEMANA 7
YO SOY JESÚS...................................................... 55
VIVAMOS
COMO JESÚS
Las parábolas del Maestro

Introducción

En el Nuevo Testamento aparecen 43 parábolas de Jesús y una gran cantidad de


imágenes y frases comparativas. Estas no llegan a tener el rango de parábolas
porque no incluyen un relato y se las conoce como dichos parabólicos.
En las parábolas de Jesús podemos observar que la relación con Dios es indivi-
dual, cada uno debe tomar sus decisiones y disfrutar o sufrir las consecuencias
de sus actos.
Algunas características de las parábolas de Jesús:
- Sus relatos eran de notable realismo.
- Se destacaban por su pertinencia porque las relataba en el momento opor-
tuno.
- Causaban gran sorpresa, no solo el relato en sí, sino la forma de cerrarlo y la
impresión que causaba por la claridad en la enseñanza que afloraba de ellas.
Jesús fue y será el maestro más extraordinario de la humanidad y utilizó el recur-
so del relato de parábolas para dar sus grandes enseñanzas.
Ventajas de las parábolas:
Las parábolas siempre convierten la verdad en algo concreto.
Despiertan el interés de los oyentes.
Comienzan con algo cercano para llevarnos a lo lejano, comienzan con lo terre-
nal para llevarnos a lo espiritual.
Obligan al oyente a descubrir la verdad por sí mismo.

Es mi deseo que, al meditar durante estas semanas sobre las parábolas del
Maestro, juntos podamos disfrutar de sus enseñanzas y encontrar las mejores
lecciones para la vida cristiana.
6
SEMANA 1

PERDONADOS
PARA SERVIR

“Así que, recibiendo nosotros


un reino inconmovible,
tengamos gratitud, y mediante ella
sirvamos a Dios agradándole
con temor y reverencia.”

Hebreos 12:28

7
LA GRAN DEUDA
Los dos deudores Mt. 18:23-35

UN REY: “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso
hacer cuentas con sus siervos.”

Jesús da una clase magistral sobre el perdón de Dios para las personas y espera
que como él nos perdona, así lo hagamos con los demás. Comienza su historia
con el encuentro entre un rey y sus súbditos.
Hay aquí una primera lección que no deberíamos pasar por alto: todos damos
cuenta de nuestros actos al Gran Rey y esperamos que él nos perdone las ofen-
sas. La parábola que contó el Maestro nos advierte sobre la condición que pone
Dios para ser perdonado.

UN SIERVO PERDONADO: “Y comenzando a hacer cuentas, le fue presen-


tado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar,
ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para
que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba
diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor
de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda”.

El primer siervo que fue llamado tenía una deuda muy alta, demasiado alta. Sin
duda Jesús uso la exageración, lo que conocemos como una figura de dicción
llamada hipérbole, para hacernos entender cuán grande fue el perdón que este
hombre recibió.
Cuando Jesús contó esta parábola era común que ante la imposibilidad de pa-
gar una deuda, los acreedores tomaran todos los bienes y propiedades del deu-
dor como pago. Si aun así no se lograba saldar la deuda, el acreedor tomaba a
sus hijos y a su esposa como esclavos. Si esto no alcanzaba el deudor debía ir
a la cárcel hasta que la deuda fuera pagada, de lo contrario moría en la cárcel.

La deuda era imposible de pagar, sus bienes, su familia y aún su vida en la cár-
cel no alcanzaban para saldarla. Así es nuestra condición ante Dios. Nuestro
pecado ofendió la santidad del Señor y no tenemos forma de pagar nuestra
deuda. Pero al igual que al hombre de la historia se nos ha perdonado todo lo
que debíamos.
Cuánta alegría debe haber experimentado el gran deudor cuando recibió la
palabra de perdón de boca de su rey. Así es como podemos sentirnos nosotros
también en este día, fuimos perdonados8 ¡Alabemos al Señor!
EL PERDÓN RECIBIDO
Los dos deudores Mt. 18:23-35

“Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten pacien-


cia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a mi-
sericordia, le soltó y le perdonó la deuda.”

La condición de este hombre era grandemente desfavorable para enfrentar


semejante deuda. Nunca podría pagarla, aun cuando prometía hacerlo, toda
su vida no le alcanzaría para efectivizar el pago. Por eso el rey no le creyó que
pagaría. El acreedor no esperaba cobrar su deuda, así que la única opción era
enviarlo a la cárcel.

EL CLAMOR DE UN DEUDOR
¿Qué hizo mover el corazón de este rey para perdonar semejante deuda? El
hombre solo podía hacer una cosa: ¡clamar! Y lo hizo con desesperación, sin-
tiendo su impotencia, su bancarrota, su tragedia y su miseria. Era lo único que
podía hacer frente al rey que demandaba el pago justo de la deuda.
Siempre estamos ofendiendo la santidad de Dios y no hay forma con que poda-
mos saldar nuestra deuda con él, porque él es santo y nosotros pecadores. Pero
podemos hacer como este hombre: ¡clamar con desesperación!

LA MISERICORDIA DEL REY


El rey no aceptó la promesa de pago del pobre hombre porque era una duda
imposible de enfrentar. Primero, porque no era verdad que podría pagarla y en
segundo lugar, porque la riqueza de este rey no dependía de cobrar esta deu-
da. Por eso optó por perdonarla y dejar libre al infeliz deudor.
¿Por qué lo perdonó realmente? El relato de Jesús nos dice: “porque fue movido
a misericordia”.
¿Qué sucede cuando alguien clama por piedad ante el gran Rey?
Al igual que este hombre, todos podemos ser perdonados, siempre podemos
ser perdonados, de todas nuestras ofensas podemos ser perdonados. ¿Sabes
por qué? Porque cuando clamamos de verdad Dios es movido a misericordia,
como el rey de la historia que nos contó el Maestro. Y Dios siempre está dis-
puesto a perdonarnos.
Pero la historia no termina aquí…mañana seguimos.

Reflexión: “Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos.” Lm.


3:22 9
EL PERDÓN RETENIDO
Los dos deudores Mt. 18:23-35

UN CONSIERVO NO PERDONADO
“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien
denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes.
Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten pa-
ciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó
en la cárcel, hasta que pagase la deuda.”

Este mismo hombre que se alegró tanto por haber sido perdonado ahora está
ocupando la posición del ofendido y debe perdonar. La lógica indica que de-
bería haber actuado de la misma forma en la que actuaron con él, pero no fue
así. Con demasiada facilidad olvidó el perdón que había recibido, el egoísmo y
la avaricia pudieron más que la misericordia.

UN REY QUE APLICA JUSTICIA


“Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron
y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su
señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me
rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo
tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdu-
gos, hasta que pagase todo lo que le debía”.

El fastidio del rey fue muy grande cuando se enteró la forma en que actuó el
siervo al que había perdonado. No solo lo llamó para recriminar su manera de
proceder sino que además lo trató de la misma forma que él había tratado a su
consiervo. Como solemos decir: “le pagó con la misma moneda”.
La parábola es muy ilustrativa y descubre un rasgo característico del corazón
del ser humano: Quiere recibir el beneficio, pero no quiere concederlo. Ruega
con desesperación cuando se trata de sus intereses, pero no está dispuesto a
escuchar el ruego de los demás. Espera ser perdonado pero no está dispuesto
a perdonar.

LA CONSECUENCIA DE NO PERDONAR
“Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo
corazón cada uno a su hermano sus ofensas”.

Si deseamos ser perdonados debemos 10 estar dispuestos a perdonar, porque


Dios no está dispuesto a pasar por alto nuestras ofensas: “Porque con la medida
BUSCANDO FRUTO
La higuera estéril Lc. 13:6-9

“Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su


viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí,
hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo;
córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?”

Cuando se tienen plantas frutales lo más natural es esperar obtener frutos de


ellas. Lo que despierta la atención es que este hombre vino durante tres años
seguidos a buscar frutos. Todo indica que se cansó y tomó la decisión de cor-
tarla. Esto hubiera sido lo correcto y esperado ya que era el dueño de la planta.
Pero Jesús pone en escena el diálogo entre el dueño y el cuidador para hacer-
nos ver cómo funciona el obrar de Dios en relación a nuestra manera de fructi-
ficar en beneficio de los demás.
“Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave
alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después.”

En esta parábola hay varias lecciones:


Misericordia: El cuidador dijo: “déjala, usa de misericordia y no la cortes”. Cuán-
tas veces debimos haber sido cortados por el Señor pero no lo hizo porque nos
tuvo misericordia.
Paciencia: El cuidador dijo: “todavía, demos un poco más de tiempo”.
Oportunidad: El cuidador dijo: “este año”, solo tendría una última oportuni-
dad. Siempre pienso que éste podría ser mi último año y quiero aprovecharlo
al máximo. Cuando dejamos pasar una oportunidad siempre perdemos, aun
cuando aparezca nuevamente ya es otro tiempo y las condiciones han cam-
biado.
Limpieza: El cuidador dijo: “yo cave alrededor de ella”. Para dar fruto hay que
estar limpio de malezas y eso lo sabía muy bien el cuidador. Cuando se cava se
limpia la planta permitiendo que el agua corra libremente. El fluir del Espíritu
se detiene cuando hay suciedad. Dios desea limpiar nuestras vidas para que
llevemos fruto abundante, así dijo Jesús: “Y todo aquel que lleva fruto lo limpiará
para que lleve más fruto” (Jn. 15:2)
Alimento: El cuidador dijo: “la abone”. Abonar la tierra es poner nutrientes que
alimenten la planta para que esté en condiciones de dar fruto. Solo las plantas
que reciben buenos nutrientes dan buenos frutos. Así es con la vida de los cre-
yentes: las vidas bien alimentadas con la Palabra, la oración, la comunión con los
hermanos pueden producir buenos frutos. 11
La parábola termina con la conclusión del cuidador que cree que aplicando es-
INVITADOS A SERVIR
Los obreros de la viña Mt. 20:1-16

“Asimismo el reino de los cielos se parece a un propietario que salió de


madrugada a contratar obreros para su viñedo. Acordó darles la paga de
un día de trabajo y los envió a su viñedo. Cerca de las nueve de la mañana,
salió y vio a otros que estaban desocupados en la plaza. Les dijo: “Vayan
también ustedes a trabajar en mi viñedo, y les pagaré lo que sea justo.” Así
que fueron. Salió de nuevo a eso del mediodía y a la media tarde, e hizo lo
mismo. Alrededor de las cinco de la tarde, salió y encontró a otros más que
estaban sin trabajo. Les preguntó: “¿Por qué han estado aquí desocupados
todo el día?” “Porque nadie nos ha contratado”, contestaron. Él les dijo:
“Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo.”

La obra del Señor tiene varias semejanzas con esta parábola.

- Es el Señor el que sale en busca de obreros para su viña, no somos nosotros


quienes nos ofrecemos. De la misma manera que el Señor salió a buscar a sus
discípulos nos busca a nosotros para su servicio. ¡Cuánta gratitud debemos sen-
tir por haber sido llamados a su obra!

- La viña es del Señor, nosotros somos llamados a trabajar pero no somos los
dueños y por lo tanto las reglas las pone él. Esto debe recordarnos que el control
y el manejo interno le corresponden a él o a quien él designe para esa función.

- Bien podríamos pensar que los distintos horarios en que este propietario salió
a buscar gente para trabajar se comparan con las etapas en la vida de los cre-
yentes. Algunos son llamados temprano en su niñez, otros cuando son jóvenes,
otros en su adultez y otros en su edad madura. El Señor llama y no importa cuál
sea tu edad, podés acudir a trabajar.

- Nadie debería estar desocupado, porque en la viña del Señor hay lugar para
todos. Lo que sucede es que muchas veces nos entretenemos con nuestras
cosas y proyectos y vamos postergando el llamado del Señor. Debemos tener
cuidado de no dejar pasar el tiempo porque cuando nos queramos acordar, se
nos pasó la vida.

- El trabajo tendrá recompensa segura: “él no es deudor de nadie”. Cuánta dedi-


cación y esmero debemos poner al trabajar
12 en la obra del Señor, porque un día
él recompensará a cada uno.
LA SOBERANÍA EN EL SERVICIO
Los obreros de la viña Mt. 20:1-16

“Al atardecer, el dueño del viñedo le ordenó a su capataz: ‘Llama a los


obreros y págales su jornal, comenzando por los últimos contratados
hasta llegar a los primeros.’ Se presentaron los obreros que habían sido
contratados cerca de las cinco de la tarde, y cada uno recibió la paga de un
día. Por eso cuando llegaron los que fueron contratados primero, espera-
ban que recibirían más. Pero cada uno de ellos recibió también la paga de
un día.. Al recibirla, comenzaron a murmurar contra el propietario. ‘Estos
que fueron los últimos en ser contratados trabajaron una sola hora, dije-
ron, y usted los ha tratado como a nosotros que hemos soportado el peso
del trabajo y el calor del día.’”

En esta parábola de Jesús hay algunos detalles que contradicen nuestra manera
de pensar y de evaluar las cosas. Siempre que la leo debo recordar que los pen-
samientos de Dios no son mis pensamientos. Te invito a ver estos detalles que
surgen del relato, tan sorpresivo para los actores de él como para los lectores.

El dueño de la viña había contratado a los obreros en distintos horarios y había


hecho acuerdos de formas de pago. Según Jesús, quien estaba relatando la pa-
rábola solo acordó el dinero de la paga con los primeros, de los demás grupos
no se menciona cuánto recibirían. Al momento de hacer cuentas los primeros
contratados recibieron su paga de un jornal de trabajo, como habían acordado.
La gran sorpresa fue que quienes trabajaron menos, incluso aquellos que solo
habían estado una hora, recibieron el mismo sueldo, ¡qué sorpresa para los pri-
meros!, ¡qué sorpresa para los últimos! Y ¡qué sorpresa para nosotros!

La soberanía del Señor


Sí, nos guste o no, lo entendamos o no, lo aceptemos o no, Dios es y seguirá
siendo SOBERANO. Esto quiere decir que él no da cuenta a nadie de su manera
de obrar. Como le enseñaba a mis hijos cuando eran pequeños: “Dios es Dios”
y está en su derecho de hacer lo que quiera sin tener que dar explicaciones.
Muchas veces vivimos y servimos a Dios olvidando este principio. Solemos fasti-
diarnos porque él no nos da lo que nosotros imaginamos que debería darnos, o
no nos bendice como a otros, o nos bendice como a otros que nos parece que
no están haciendo nada en la obra del Señor. Cuánta molestia nos ahorraríamos
si recordáramos y aceptáramos que el Dios al cual servimos es soberano y lo
que hace y cómo lo hace está bien. 13
La pregunta del Señor es retórica: “¿Es que no tengo derecho a hacer lo que
LA JUSTICIA EN EL SERVICIO
Los obreros de la viña Mt. 20:1-16

El servicio al Señor tiene muchas demandas, pero fundamentalmente requiere


tener convicciones claras si queremos disfrutar del ministerio. Esta parábola nos
ayuda a ver la justicia de Dios para el trato con sus siervos.
La discusión que se había generado alrededor del mayordomo que estaba ha-
ciendo los pagos fue muy áspera, a tal punto que intervino el señor de la viña.
La respuesta a la reacción de uno de los obreros fue muy clara. Repasemos el
texto:

“Pero él le contestó a uno de ellos: “Amigo, no estoy cometiendo ninguna


injusticia contigo. ¿Acaso no aceptaste trabajar por esa paga? Tómala y
vete. Quiero darle al último obrero contratado lo mismo que te di a ti.”
Mt. 20: 13,14

La justicia del Señor


La paga que estaban recibiendo los obreros que habían llegado más tarde a la
viña era igual a la que recibían los primeros en llegar y esto parecería ser una
injusticia. Pero no lo era. El arreglo con los primeros obreros fue por un valor y el
señor cumplió su palabra, así que no era una injusticia.
Si queremos disfrutar del servicio que hacemos al Señor, siempre debemos ale-
grarnos con lo que él nos da, es lo que corresponde según su mirada, es un acto
de justicia.

No aceptar lo que él nos da significa:


Rebeldía: Es como decirle a Dios que se ha equivocado, que no sabe hacer
bien los cálculos, que si nosotros tuviéramos que hacer el pago lo haríamos dis-
tinto. En definitiva, le estaríamos diciendo que no reconocemos sus actos como
justos y por lo tanto no puede ser Dios. Esto sería tremendo.
Desagradecimiento: No valorar lo que Dios nos da genera insatisfacción y nos
lleva a la tristeza y a la murmuración. Cuando dejamos de agradecer a Dios por
lo que nos da nos transformamos en personas desconformes y por lo tanto
amargadas, no somos felices ni hacemos felices a quienes nos rodean.
Ignorancia: Creer que merecemos más de lo que Dios nos da es una gran
ignorancia. Debemos vivir un poco más concientes de que no somos “plus-
cuamperfectos”, como dice el poeta pampeano Alberto Cortez. Para evitar esta
ignorancia debemos compararnos con Jesús y nos daremos cuenta de que ni
hicimos todo lo que debíamos, ni lo hicimos
14 tan bien como debíamos.
Reconozcamos la justicia de Dios y viviremos disfrutando del servicio que hace-
SEMANA 2

LA ORACIÓN
QUE ESPERA DIOS

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas


vuestras peticiones delante de Dios en toda
oración y ruego, con acción de gracias.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento,
guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos
en Cristo Jesús.”

Filipenses 4:6-7

15
LA NECESIDAD DE ORAR
La viuda y el juez Lc. 18:1-8

“También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siem-
pre, y no desmayar.” Lc. 18:1

Jesús dedicó mucho tiempo a orar a su Padre, pero quería dejar bien asentado
a sus seguidores que ellos también debían hacerlo y por eso les refiere esta
parábola.
Lucas, el escritor, nos nombra tres aspectos importantes que se deben tener
presentes al orar:
La oración es una necesidad
Si nos diéramos cuenta de que la mayor necesidad que tenemos no es de cosas
que nos faltan o de situaciones sin resolver, sino de mayor intimidad con Dios,
viviríamos mucho mejor. Porque cuando oramos estamos dejando que Dios
tenga el control no solo de lo que nos sucede sino también de nuestro corazón.
Es allí que podemos vivir seguros y en paz.

La oración debe hacerse siempre


Hace un tiempo pregunté en la iglesia acerca de cuándo les parece que oramos
más; si cuando estamos en aflicción o cuando las cosas están medianamente
bien controladas. Todos respondieron lo mismo: cuando estamos en aflicción.
Si orar es depender de Dios entonces debemos depender siempre de él y por
ello debemos mantenernos en oración constantemente. De lo contrario le esta-
mos diciendo a Dios que cuando las cosas andan bien queremos vivir indepen-
dientes de él y que solo lo llamaremos cuando las cosas no estén funcionando
bien. Esto es lo que quiso enseñarnos el Maestro cuando contó esta parábola.

La oración debe hacerse sin desmayar


Desmayar es quedarnos sin ánimo, sin fuerzas. En el relato es no tener ganas o
ánimo de seguir orando.
En ocasiones, cuando nuestras peticiones no son respondidas con la prontitud
que esperamos, solemos dejar de orar. Pero no desmayar es seguir orando aun
cuando la respuesta se tarde.
En el final de esta parábola se ve la importancia de no desmayar y Jesús quiere
que, al igual que él hizo, nunca dejemos de orar, es decir, de depender de Dios
el Padre.

Reflexión: “Oren en todo momento.”16


1 Ts. 5:18
LA ORACIÓN INSISTENTE
La viuda y el juez Lc. 18:1-8

“Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre.


Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo:
Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero des-
pués de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a
hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no
sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo
que dijo el juez injusto.”

UNA VIUDA NECESITADA


La mujer estaba en verdadera necesidad, había perdido a su esposo y tenía un
adversario que la acosaba, posiblemente queriéndole quitar algo de lo poco
que tenía. La ausencia de su marido y quizás sin hijos que la ayudaran le hacían
sentir indefensa. Por esto recurrió al juez. La tragedia se agravaba porque el
juez de turno era un hombre sin temor de Dios y sin respeto por los demás.
Esta viuda tenía pocas posibilidades de recibir algo de un juez con estas carac-
terísticas. Pero ella insistió cada día en la puerta de sus oficinas. Cada mañana
se presentaba y siempre encontraba alguna excusa para no atenderla. Su caso
siempre estaba siendo analizado pero aún sin resolución. Ella regresaba nueva-
mente y seguían faltando sellos, visados y otras notas más que nunca llegaban
a completar el expediente para que el juez se expidiera. Cualquiera de nosotros
hubiera desistido, pero no esta viuda.
Es así como espera Jesús que nos dediquemos a orar. Cada mañana, cada día,
con insistencia y sin desmayar. Nosotros tenemos muchas más posibilidades de
ser oídos y tratados con justicia por nuestro Juez que la viuda de la parábola:

Dios respeta a las personas


Este juez se jactaba de no respetar a nadie, sin embargo nuestro buen Dios
tiene gran respeto por sus criaturas y un profundo cuidado por sus hijos. Nunca
cerrará sus oídos a nuestro ruego. El gran rey David dijo: “Pacientemente esperé
al Señor y se inclinó a mí y oyó mi clamor”. Sal. 40:1

Dios no es injusto
El juez trató el caso porque la viuda lo estaba cansando, pero Dios trata nuestro
caso porque es justo y no dejará que haya abuso con sus hijos. Puede pasarnos
que nadie nos escuche, que nadie se interese por nuestro asunto. Aun puede
llegar a sucedernos que personas a las17que considerábamos honestas nos de-
frauden y cometan injusticias con nosotros. Pero con Dios nunca sucederá así;
ORACIÓN CONTESTADA
La viuda y el juez Lc. 18:1-8

“¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y no-
che? ¿Setardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero
cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” Lc. 18:7,8

El Maestro cierra su enseñanza luego de relatar esta parábola con dos pregun-
tas retóricas, una sentencia y una pregunta abierta. Veamos las respuestas natu-
rales a las dos preguntas retóricas:

Dios siempre hará justicia


Podemos caer en la tentación de pensar que, como la respuesta se tarda, Dios
se ha olvidado de nosotros. Aun cuando no viéramos la justicia del Señor aquí
en la tierra podemos quedarnos tranquilos. La historia no termina aquí abajo,
un día, como dice San Pablo, “todos compareceremos ante el gran tribunal” (Ro.
14:10) y luego agrega: “Cada uno dará razón de lo que haya hecho, sea bueno
o sea malo”.

Dios no se tardará en responder


El juez de la historia se tardó en dar respuesta a esta viuda por su condición
de injusto. Dios está dispuesto a respondernos con prontitud, solo espera que
clamemos a él, como esta viuda “de día y de noche”, que no dejemos nunca de
orar, de depender de él.

La sentencia dada por el mismo Señor es que Dios hará pronto justicia. Que
nuestro ánimo no decaiga aun cuando aparentemente no veamos el obrar de
él en nuestro peregrinaje. Tarde o temprano Dios hará justicia.

La pregunta final quedó abierta para que cada generación pueda dar su res-
puesta: “Cuando venga el Hijo del Hombre ¿hallará fe en la tierra?”
Debemos cultivar la fe cada día. Debemos decirle a Dios que creemos en su
Palabra, que confiamos en sus promesas y que dependemos de su persona.
Esto mantendrá viva nuestra fe hasta que él venga a buscarnos o nos llame a su
presencia. Te animo a decir juntos: “Señor, auméntanos la fe”.

Reflexión: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.” Mt.


7:7
18
ACTITUD EQUIVOCADA AL ORAR
El fariseo y el publicano Lc. 18:9-14

“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los


otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar:
uno era fariseo, y el otro publicano.” Lc. 18:9,10

La oración es una expresión de confianza en el ser superior al que oramos.


Cuando Jesús relata esta parábola lo hace frente a personas que no estaban
poniendo su fe y confianza en Dios, sino en ellos mismos. La parábola adquiere
mayor significado por las características de las personas a las que estaba dirigi-
da.

Confiaban en sí mismos
Cuando confiar en nosotros es tener una correcta valoración de lo que somos,
tener clara nuestra identidad y vivir bajo convicciones firmes, esto es correcto.
Pero si prestamos atención al relato, lo que Jesús quiere decir con toda la des-
cripción de las dos oraciones es que esta “confianza” refiere a otra cosa.
“Confiar en sí mismos como justos” es creer que podemos depender de lo que
hacemos y que todas nuestras obras nos acreditan bien delante de Dios. Pensar
de esta manera delata una gran ignorancia, en primer lugar del Dios al que le
oramos y, en segundo término, de nosotros mismos. Nadie que conozca un
poquito de la santidad de Dios podrá sentirse merecedor de ser escuchado.

Menospreciaban a los otros


Estos hombres se sentían demasiado buenos para ser ciudadanos de la tierra.
Posiblemente se asombraban cuando miraban a su alrededor y veían una so-
ciedad tan perversa. Imaginaban que Dios se había equivocado al ponerlos en
este planeta. Esto les generaba una valoración muy pobre de sus semejantes y
los veían muy lejanos del Dios al que ellos oraban.
La actitud de éstos era equivocada por dos razones: pensaban demasiado bien
de ellos y demasiado mal de los demás.

Cuando Jesús dice: “Dos hombres subieron al templo a orar” está dejando asen-
tado que todos pueden orar, pero no todos se acercan con la actitud correcta o
de la manera que Dios espera que nos acerquemos y por ello no todos tienen
el mismo resultado con sus oraciones.

Reflexión: “Pero él da mayor gracia,19porque dice: Dios resiste a los sober-


bios y da gracia a los humildes.” Stg. 4:6
ORACIÓN RECHAZADA
El fariseo y el publicano Lc. 18:9-14

“El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te
doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos,
adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy
diezmos de todo lo que gano.”
Lc. 18:9-11

Pocas veces aparece con tanta claridad una oración que Dios no quiso aceptar.
Veamos algunos detalles de este certificado de buena conducta que se autoex-
tiende el hombre a quien Jesús identifica como fariseo.
Su oración no es a Dios sino que “oraba consigo mismo”. Dios nunca oirá una
oración que no va dirigida a él, porque nunca viola correspondencia ajena.
Agradece por no sentirse parte de los otros. Él se siente distinto y único, por
lo tanto Dios debiera pensar de una manera especial de él y verlo con buenos
ojos. ¡Cuánta ignorancia!
No era ni ladrón, ni injusto, ni adúltero. Tenía un certificado de aprobación de
ética y moral.
No era como “este publicano”. La diferencia entre él, un hombre religioso, y este
publicano conocido como un ladrón público era muy grande. Como diría mi
padre se notaba “a la legua”. Pero estas diferencias eran solo externas, porque
en su corazón había lo mismo que en el corazón del pecador público.
Ayunaba y daba diezmo de todo. Hacía dos grandes sacrificios; uno cuando se
abstenía de comer y otro cuando daba de sus bienes. Pero esto solo era para
aumentar su currículum de “hombre piadoso” ante la sociedad. Bien se aplica
en este caso las palabras del profeta Isaías cuando dijo: “Este pueblo de labios
me honra, mas su corazón está lejos de mí”.
La sentencia final a su oración, el veredicto de quien fue escuchado y quien fue
rechazado lo dio el Maestro cuando dijo: “Os digo que éste descendió a su casa
justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado;
y el que se humilla será enaltecido.”
La oración aceptada es la que se hace con un corazón humillado delante de
Dios.

Reflexión: “Los sacrificios de Dios son un espíritu quebrantado: Al corazón


contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” Sal. 51:17

20
ORACIÓN ACEPTADA
El fariseo y el publicano Lc. 18:9-14

El publicano representa la actitud correcta para que Dios pueda oiga y acepte
la plegaria y responda a ella. El Maestro resume en una línea la oración del pu-
blicano: “Dios, sé propicio a mí, pecador”.

“Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla
será enaltecido.”

Estaba lejos del lugar al que todos querían llegar, allí donde quienes oraban
eran vistos por todo el público. Este penitente no necesitaba la aprobación ni
la mirada de la gente, él solo buscaba que Dios lo escuchara. Siguió el camino
correcto y Dios aceptó su petición.
No quería ni alzar sus ojos al cielo. La vergüenza de su condición de hombre
pecador no le permitía tener la pretensión de querer mirar el lugar de la morada
de Dios. Solo quienes toman conciencia de su condición están habilitados para
orar. Porque no pondrán su confianza en sus méritos sino en la gracia abundan-
te de Dios.
Se golpeaba el pecho. De alguna manera esta era otra forma de mostrar su
sentido de indignidad y su tremenda necesidad de ser escuchado por un Dios
santo.
Su oración es breve, muy breve. A diferencia del gran discurso del fariseo, el
publicano resume todo lo que tiene para decirle a Dios en solo seis palabras:
“Dios, sé propicio a mí, pecador”. Este pobre hombre tuvo la gran virtud de
reconocer en su oración que entre Dios y él había una sola palabra que podía
acercarlos. La misericordia y por esto clama desde lo más íntimo de su cargado
corazón: “Señor, necesito misericordia”.
El veredicto final de Jesús es: “Os digo que éste descendió a su casa justifica-
do antes que el otro”. La expresión “antes” significa “en lugar del otro”. Porque
solo quien se humilla como este publicano recibe el perdón del Señor. Qué
bueno sería que aprendiéramos a orar con esta actitud y a vivir de la misma
manera.

Reflexión: “Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y


ocultas que tú no conoces.” Jer. 33:3 21
LA ÚNICA CONDICIÓN
El fariseo y el publicano Lc. 18:9-14

Los fariseos y muchos de nosotros solemos ser tentados a pensar que lo impor-
tante de la oración es lo que decimos y cómo lo expresamos. Esta parábola nos
enseña que es otra cosa lo que importa a Dios para oír y responder nuestras
plegarias. Siempre serán bien recibidos los que se acercan a él con un corazón
“contrito y humillado”, como decía David.
Jesús deja una sentencia final como conclusión del tema que quiso enseñarles
a “unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros”.

“Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla


será enaltecido”.

El que se enaltece
Es interesante que esta expresión está llena de un autoconvencimiento, por-
que es la misma persona la que se enaltece. Esto es ignorancia, como decía
Salomón: “Que te alabe el extraño y no tus propios labios”. Hablar bien de no-
sotros siempre será una necedad. Intentar hablarle bien de nosotros a Dios es
doblemente necio. Esto es lo que hizo el pretencioso fariseo cuando hizo su
oración. Si oramos como él, no seremos escuchados, más bien rechazados, por-
que cuando nos mostramos autosuficientes en la oración, también lo somos
en la manera de vivir. Esta actitud nos aleja de Dios que queriendo ayudarnos
no puede sencillamente porque le estamos diciendo que nos valemos por no-
sotros mismos. La consecuencia es que Dios lo humilla para que aprenda que
el orgullo es pecado y que él no lo acepta de ninguna manera, porque “Dios
resiste a los soberbios” (1 P. 5:5)

El que se humilla
No es lo mismo que nos humillen a que nosotros mismos nos humillemos de-
lante de Dios. Humillarse es, como dice el dicho popular: “bajarse de caballo”,
es inclinarse. Esto incluye reconocer la superioridad ante quien nos humillamos,
si deseamos ser oídos por Dios debemos reconocer su grandeza y soberanía y
aceptar toda su autoridad sobre nuestras vidas. Eso es humillarse. Es decirle a
Dios: “Señor vos tenés todo el poder y el dominio y lo que dispongas para mí
estará bien, por eso te suplico que me mires con misericordia y perdones mis
pecados”. La consecuencia fue inmediata. El publicano despreciado por el fari-
seo fue oído por Dios y fue aceptada su oración. Que podamos aprender a orar
y a vivir con un corazón humillado delante
22 de nuestro gran Dios y Señor.

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