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Todos estos procesos si bien parecen muy comunes hoy en día, la verdad es que
hace unos años no eran tan simples. Pero en el presente lo son, gracias al proceso
de globalización que hemos experimentado en las últimas décadas.
Un mundo unipolar se refiere a dos o más países que se unen para hacer algún
cambio, para apoyarse, luchar contra algún problema, pelear contra una batalla u otras
cosas. Pueden ser países de un mismo continente o de diferentes. Pueden basarse en
diferentes aspectos, como la economía, la sociopolítica, entre otros.
La caída del muro de Berlín en 1989, el inicio de la unificación alemana al siguiente
año, la guerra del golfo Pérsico y la desintegración oficial de la Unión soviética fueron
los sucesos que más se marcaron del nuevo orden mundial que se estableció al
terminar la década de los ochenta del siglo veinte.
Una muestra de que existe algo de unipolaridad actualmente, es que el idioma mundial
es el inglés, es el que más se habla, el que debes conocer para poder desarrollarte
más plenamente en diferentes campos. Esto, en parte, demuestra que el mundo esta
aceptando el poder absoluto de Estados Unidos, y eso a su vez, le da más poder.
Esta unipolaridad que poco a poco se va haciendo presente, no solamente se
encuentra en el idioma, sino también en la cultura. Muchas tradiciones
estadounidenses se han ido adoptando fácilmente por otros países haciéndolas ya
parte de ellos. También la música y los íconos de cine, provienen en gran parte de
Estados Unidos, y estos son seguidos y vistos por todo el mundo.
El contexto era propicio para que las oligarquías dejaran atrás las viejas disputas
faccionales y coordinar desde el Estado las tareas necesarias para la definición de una
economía orientada hacia el exterior. Esto suponía la integración del territorio nacional
y el avance sobre nuevas tierras para sumarlas a la producción exportable; además
era necesario solucionar, en algunas regiones, el problema de la escasez de mano de
obra, y resolver la necesidad de contar con capital e infraestructura para agilizar la
producción y fundamentalmente la comercialización. Si las primeras tareas podían ser
encaminadas a partir de la construcción de la gestión estatal (lo cual incluía la
administración de la violencia por parte del Estado, necesaria para la reducción o
incorporación de las poblaciones originarias al área de influencia de la “economía
europea”), y en algunos casos resultó importante el fomento de la inmigración, las
inversiones que se requerían para el transporte y la comercialización le aseguraron a
las economías imperiales algo más que el papel de compradores. Así, principalmente
el capital inglés se posicionó, fundamentalmente a través de la inversión en
ferrocarriles y del control del sistema financiero, como una presencia tutelar del
crecimiento de las economías de los países latinoamericanos y de la orientación de
sus elites gobernantes.
EEUU impulsaba ahora, en “la era del imperialismo”, una traducción de su liderazgo
continental por medio de la promoción de Conferencias que buscaban unir a todos los
Estados Americanos. La primera de esas reuniones, convocada en Washington, en
1889, puso en evidencia la intención de los norteamericanos de propiciar acuerdos
comerciales y unificar las normas jurídicas para potenciar su penetración económica
en el continente, en el marco de su proyecto “panamericano”. Esa posición de
liderazgo en la promoción de una organización de escala continental sería pronto
reafirmada a través de la participación en gestiones para dirimir conflictos entre los
países latinoamericanos y las viejas potencias imperiales europeas, que aún
conservaban su presencia en el continente. Así, la gestión diplomática en ocasión de
las disputas entre Venezuela y Gran Bretaña por el límite de la Guyana, en 1897, sería
un antecedente para que luego EEUU interviniera decisivamente en el proceso de
independencia de dos islas que constituían los últimos bastiones del viejo imperio
español. Principalmente Cuba, aquel emporio de la colonia, constituía un espacio
estratégico en el área del Caribe, de singular interés para los norteamericanos. De allí
que EEUU ofreciera, además de la diplomacia, su apoyo militar a los ejércitos rebeldes
que luchaban por la independencia. La declaración de guerra a España, en 1898, tras
un incidente con un barco de bandera norteamericana, decidió el definitivo retroceso
del colonialismo ibérico, y al mismo tiempo inauguró la era del imperialismo
norteamericano, a través de la ocupación de Cuba y Puerto Rico, botines de la Guerra
ganada. Si bien la primera de estas dos islas declararía su independencia formal, la
enmienda Platt, incorporada al texto constitucional de la nueva República, cedía a
EEUU parte del territorio y el derecho a la intervención.