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Alan Daniel Hernández Jiménez

Universidad Autónoma Metropolitana


Maestría en Comunicación y Política
Seminario Teórico: Semiosis Social y Lenguajes Audiovisuales.

El cuerpo como signo y su representación en la


Pospornografía como movimiento social.

Introducción.

El cuerpo como representación para figurarnos en el mundo material ha


desatado la aversión y el encanto oculto desde una vergüenza “moral” impuesta
por la historia y el devenir del tiempo con un peso demoledor en la vida cotidiana,
la guerra librada en nuestro cuerpo en términos de una modernidad tardía pone
en el centro de la discusión, nuevos retos y acciones colectivas para enfrentarla.

Como menciona Mangieri, “El signo nace a través del cuerpo socio-individual y
regresa a él” (2014: 232), entonces cultura y cuerpo son inseparables, desde
esta dualidad se articulan y rearticulan, los sentidos.

Es en esta relación entre sujeto y experiencia donde los sentidos se producen;


entonces es que argumentamos como imposible hablar del sujeto sin hablar
necesariamente de su cuerpo, es decir, la forma en que se está en el mundo, lo
que se entendería como estar en el mundo de las significaciones.

De este modo, la experiencia es, una compleja matriz semiótica: la experiencia


se convierte en la creadora de las significaciones, así la experiencia también nos
muestra la cohesión del cuerpo.

Cuando el sujeto genera una acción, esta segmenta su visión del mundo,
podemos decir que lo dota de sentido, y será la mirada semiótica la que genere
la problematización del cuerpo como el espacio social e individual donde este
sentido se produce, circula y es interpretado (Mangieri, 2014).
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Esta malgama de significaciones que se originan desde el cuerpo producen una


mirada propia de los sujetos interpretantes, es decir límites que es necesario
comprender en tanto a la segmentación de este mundo de sentidos en donde el
cuerpo interviene.

En el presente trabajo intentaremos analizar el cuerpo como signo en cuanto a


su representación en la pospornografía, la producción de sentidos y discursos
específicos que se generan en respuesta al mainstream pornográfico
convencional.

Para ello presentaremos un pequeño contexto donde la pospornografía genera


discursos alternos a la pornografía, la producción del sentido como protesta y
manifestación en resistencia a estos discursos heteronormativos, así como
acercarnos a la noción de representación de Stuart Hall, en tanto a los cuerpos
como signos y productores de sentido.
Alan Daniel Hernández Jiménez
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Justificación

El cuerpo inscrito en el feminismo, representa el espacio en que las verdades


histórico-políticas se materializan. Este espacio, empero, es un lugar que, a la
par de las exigencias de los movimientos feministas a partir de la década de los
setentas, se nos muestra como un sitio de confrontación en que los complejos
culturales se tambalean: la matriz heterosexual hombre-mujer, -de la que habla
Judith Butler-, o el mismo modo de vida patriarcal que se ha experimentado en
gran parte del mundo. El caso de la pospornografía va un poco más allá de esta
lucha feminista. Este movimiento busca mediante su performance, revertir, o
bien, resignificar la forma en que el cuerpo de la mujer se inscribe en la vida
social.

El cuerpo se convierte en su “arma”, y busca “romper” la normalidad protestando


con escenificaciones “sextremistas”. Ésta manera de colocar el interés feminista
en las agendas artísticas ha abierto una rica veta para el análisis de los
movimientos sociales en el siglo XXI.

El posporno es un caso en que, a partir del análisis sobre el performance, la


escenificación, el simbolismo y la iconografía, es posible construir lo social y
explicar cómo es que despliega y complejiza la relación entre la estética, la
cultura y la política, y cómo ésta relación no es limitativa, sino por el contrario,
atraviesa todo el entramado de lo social a partir de las acciones cotidianas.

Por otra parte, nos ayuda a entender la respuesta de la opinión pública de


occidente ante los grupos “radicales” que defienden los derechos humanos, y
por qué el performance visto como instrumento estético-político, es capaz de
permear al mismo tiempo, en las estructuras sociales y en nuestra forma de
convivir.
Alan Daniel Hernández Jiménez
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La rapiña que se desata sobre lo femenino se manifiesta tanto en formas de


destrucción corporal, sin precedentes, como en las formas de trata y
comercialización de lo que estos cuerpos puedan ofrecer, hasta el último límite
(Segato, 2016).

El sufrimiento y la agresión impuesta sobre el cuerpo, así como el espectáculo y


naturalización de esa violencia representan el triunfo de la propia explotación de
la vida bajo los términos de una guerra que se libra desde lo cotidiano. Desde
este enfoque el posporno como movimiento social enfrenta esta guerra desde el
cuerpo, se retoma la idea de su cuerpo como “arma”.

El auge en Europa de los nuevos movimientos sociales desde los setenta reveló
un desafío ante la reconfiguración del poder. Surgieron de esta manera las
luchas feministas, antimilitaristas, ecologistas y de la Diversidad Sexual como
parte de la “familia de movimientos sociales de la izquierda libertaria” (Rovira,
2015).

Así tomaba fuerza el feminismo como postura crítica de la actividad política y


cultural en Europa; del papel de la mujer en el entramado social. A inicios del
siglo XXI, varios grupos feministas empezaron a emerger en gran parte de este
continente. Tal aparición no fue ninguna coincidencia; las teorías que buscaban
mostrar cómo es que funcionaban los movimientos sociales disgustaban por su
ineficacia para explicar la realidad social.

Los enfoques “macros” y “estructuralistas”, se fueron agotando para adoptar una


visión más bien pragmática de la dinámica social. La pospornografía así como
otros movimientos, se basan en la acción como referente principal de su
movimiento. No es que se haya “dejado atrás” el intento por construir modelos
de explicación a acontecimientos específicos alrededor del mundo occidental.
Más bien, se halló que “acercarse” a los eventos, actores y movimientos, trae
grandes oportunidades al análisis de lo social.
Alan Daniel Hernández Jiménez
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Sobre Pospornografía

El elemento que distingue a la pospornografía de los demás colectivos y


movimientos feministas es su performance. En su forma, lo que ha hecho el
colectivo es conjuntar y amalgamar una serie de elementos estéticos traídos
desde diferentes paradigmas, como el uso de apariciones que rompen (o, al
menos eso es lo que buscan) con el estatus quo o una normativa sexual por
llamarlo de alguna manera y, en este trabajo en específico, el uso del cuerpo: de
la capacidad por generar otras posibilidades de deseo la “pinta” de ellos con
eslogans y propagandas, iconografías diversas etc.

Entendemos entonces a la pospornografía como un movimiento estético-político,


que transgrede la imagen que ha hecho de la mujer la industria del consumo
masivo de pornografía heterosexual. El posporno muestra “otros” deseos y
prácticas que se encuentran al margen del espectro heterosexual. Es un
planteamiento crítico que expresa políticamente la representación de la mujer y
de la sexualidad (Romero, 2017).

Por medio de imágenes y símbolos, el posporno articula una manifestación en


que trata de alcanzar, al menos, los siguientes objetivos:

a) Por un lado, detener el uso de la imagen de la mujer como objeto. Aquí,


el coito resulta ser la condición sine qua non de la representación de la
mujer, en que un sujeto penetra y un objeto es penetrado. Detener esa
práctica tiene que ver con la protección de la dignidad de la mujer y de la
abolición de la violencia iconográfica.
b) Hacer visible otras formas de deseo y de manifestación sexual, en que se
pone en tela de juicio la función de los roles y prácticas que no se amoldan
al esquema tradicional heterosexual, (Milano y Pauletta, 2011).
c) Una manifestación estético-política que busca la reivindicación del
reconocimiento e instrumentalización aseguradora de los derechos
sexuales de la mujer.
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Este último objetivo se fundamenta en que las identidades son, en realidad,


construcciones sociales en proceso, y que a la vez, éstos procesos se
encuentran insertos en el espacio público y generan divisiones o
segmentaciones de políticas que, tienen su basamento en la diferenciación entre
los roles de género. Como así lo advertían los movimientos feministas de los
setentas: “lo personal es político”.

En el presente trabajo se intentará hallar cómo esos instrumentos que cargan un


complejo de representaciones estéticas, se relacionan con la forma de hacer
política, y con las arquitecturas institucionales de los países europeos. Así,
también se escudriñará la importancia de las expresiones culturales con el
proceso de construcción de identidades colectivas y la sexualidad.

Se pone en relieve como un movimiento político y artístico que llama a la


reapropiación de la imagen pornográfica para visibilizar otras identidades,
cuerpos, prácticas y placeres sexuales fuera del espectro heterosexual
masculino que históricamente ha dominado en la pornografía de consumo
masivo.

Para este movimiento es su antecesor e imagen inversa: la producción


audiovisual de la industria pornográfica que creció con el proceso globalizador y
de las nuevas tecnologías de inicios del siglo XXI.

La propagación de este material en sitios pornográficos está siendo rebasada


por la adecuación de estos contenidos en redes sociales, mayoritariamente
Twitter, permeando la posibilidad de digerir este discurso de una manera mucho
más eficaz al acotar videos en unos escasos minutos de duración, pervirtiendo
así la lógica de contagio en las redes sociales, permitiendo la reproducción de
una forma de control corporal.

Sin embargo esta es la línea en que el movimiento posporno también toma


carrera, es en estas plataformas que se han viralizado y difundido los
performance de posporno como una suerte de resistencia frente a las grandes
productoras de pornografía. Es en este tipo de movilizaciones que se pierde la
fuerza como estructuradoras de la acción e incluso de la identidad grupal, pero
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que conllevan a una nueva concepción de la acción colectiva, a ellas se definen


como “comunidades sensibles no definidas por una identidad común, sino por
una sensibilidad compartida”. Y de ahí deviene la oportunidad para la acción, son
comunidades “fuera de lugar” y por ello pueden incorporarse en cualquier lugar
(Rovira, 2015).

En el mainstream del material pornográfico heterosexual, las imágenes buscan


provocar en el espectador una clase de éxtasis corporal, el cual culmina con el
orgasmo (Williams, 1991). El discurso está dirigido a mostrar en los cuerpos una
representación natural y cotidiana de la sexualidad humana; “ofrece” una
sexualidad pública. En ese sentido, tal sexualidad pública restringe otras formas
de deseo y placer sexual, “normaliza” las relaciones de poder entre los cuerpos
y cómo deben funcionar en el espacio privado. Biopolitiza en sentido Foucaltiano
los cuerpos y las sexualidades a manera de régimen disciplinar.

Siguiendo esta ruta de argumentación, tomamos como basamento la idea de


Butler (2001), respecto a que el movimiento posporno produce otra corporeidad
que va construyéndose después de la resignificación de las relaciones entre los
géneros, para que los mismos logren ser vistos y a la postre analizados, como
parte de un proceso cultural, y no natural, como en contraste lo plantea el porno
heteronormativo.

El posporno produce así, mediante su performance, códigos en constante


redefinición, que logran desplazar la imagen tradicional sobre los cuerpos y sobre
la sexualidad. Bajo esta mirada, las identificaciones corresponden a un espacio
en contante politización. Esa es la propuesta del feminismo: desenmascarar de
la normalidad lo patológico que ha sido asunto político.

El movimiento posporno busca darle un sentido diferente a la manera en que se


entiende lo político. Como proceso politizador, la línea entre lo privado y lo
público se desvanece en la medida en que avanza la cultura civilizatoria; sostén
del régimen democrático.
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El cuerpo como signo y su representación en la Pospornografía

Partimos de la idea de que todo cuerpo más allá de su construcción biológica,


se construye más que nada desde su dimensión simbólica y sígnica, esto lleva
a pensar al cuerpo como un complejo de signos.

Sin embargo pensar el cuerpo a partir de estas condiciones requiere una


construcción, es decir construir el cuerpo a partir de esta dimensión significativa,
por lo tanto entendemos que el cuerpo desde la pospornografía no es sólo un
conjunto sígnico, sino que este es un sistema dinámico de significados que
interactúan entre si y permiten la producción de sentido.

Aquí interesa entender la semiótica del cuerpo en la construcción de agencias


de deseo que permiten desarticular el discurso y producción de sentido del porno
convencional.

En el discurso de la pospornografía el cuerpo es considerado como la sede de


la experiencia sensible, como desarticulador de un deseo único y hegemónico,
sin embargo es necesario entender el discurso de la pornografía convencional
para desarticularlo desde la pospornografía.

Como ya hemos mencionado en el apartado anterior el objetivo principal de la


pornografía es la representación de los cuerpos hacia una especie de éxtasis a
través del coito que culmina con la eyaculación preponderantemente masculina,
los cuerpos como signos producen un sentido, el orgasmo, que a partir de la
penetración se hegemoniza como el fin de la erotización del acto sexual, el fin
último del sexo.

En cuanto a la efectividad de su representación Stuart Hall explica que los signos


están organizados en lenguajes comunes, que permiten traducir nuestros
pensamientos en sonidos, imágenes y palabras y al operar como lenguajes
generan un sentido propio, (Hall, 1997) frente a los destinatarios de estos textos
como material pornográfico.
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Por otro lado el objetivo del discurso de la pospornografía es desarticular ese fin
último, ese ideal construido, la lógica de la creación del sentido es un tanto
diferente.

La pospornografía por su parte no busca exclusivamente la erotización de los


cuerpos, puede buscarla pero no es su fin último, bajo esta idea en el caso de
su erotización, se busca resignificar el cuerpo en la construcción de nuevas
agencias de deseo, es decir, el orgasmo no es el sentido producido por un
proceso mecánico, sino que los cuerpos como signos producen el sentido a
través de estas agencias donde lo simbólico juega un papel aún más
fundamental estableciendo cualquier parte del cuerpo como catalizador de
placer, desmantelando la idea de los genitales como órganos exclusivos de
generación de goce.

Sin embargo el discurso principal de la pospornografía es la protesta por


visibilizar estas nuevas agencias de deseo, la existencia de esta otredad y el
desmantelamiento del sentido de la normalidad, esta protesta representa al
cuerpo como signo en la construcción de sentido pero sobre todo de un lenguaje
compartido entre colectivos y activistas feministas y de la comunidad LGBT+.

Estos signos representan los conceptos y relaciones conceptuales que portamos


en nuestra cabeza y su conjunto constituye un sistema de sentido. (Hall, 1997)

Para ejemplificar un poco sobre la producción de sentido desde el discurso de la


pospornografía retomamos un video realizado por el colectivo español Post-op
titulado “Fantasía PostNuklear”.

El performance consiste en cinco miembros del colectivo personificando robots,


intentando emular relaciones sexuales humanas, descentralizando al final el uso
de los genitales, por los brazos.

Este video pretende reflejar lo construido del acto sexual y el género dejando
patente que su aparente naturalidad es fruto de un continuo mecanismo de
repetición que lo normaliza, normativiza y regula. La manera de moverse de los
personajes de Post-op realza la mecanicidad de las prácticas sexuales y como
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se han ido naturalizando a través de esa repetición. Por otro lado se proponen
nuevas prácticas descentralizando los órganos reproductivos como únicos
órganos sexuales, ampliándolo a todo el cuerpo.

A partir de este video se puede ejemplificar la creación de nuevas identidades,


no fijas, mutables, difíciles de encasillar y definir. El sentido está en la protesta.

La perspectiva de movimiento social.

El estudio sobre los movimientos sociales puede dividirse en dos grandes


corrientes del pensamiento sobre lo social: por una parte, los enfoques micro que
buscan explicar cómo se va construyendo la realidad social desde los
acercamientos a los hechos, los actores y los movimientos, y por el otro, el
enfoque macro que explica a la realidad a través de la elaboración de complejos
modelos en que se representa y simplifica la realidad para su posterior análisis.
En el primer enfoque imperan los análisis descriptivos de la realidad, y en el
segundo se presta más atención al carácter funcional de los sistemas sociales.

El feminismo ha puesto sobre la mesa qué tan viable es para su análisis, ambas
tradiciones en el campo del pensamiento social. De acuerdo con Jasper (2012),
el feminismo ha replanteado el estudio sobre la acción colectiva. El autor plantea
que los grandes paradigmas en el estudio de lo social -relacionados con la
clasificación aquí presentada entre macro y micro-, sufrieron una serie de
anomalías que los intelectuales actualmente han buscado subsanar a través de
la revisión de los clásicos, y poniendo “parches” a esas grandes teorías para
tratar de “arreglarlas”. Tras escudriñar en movimientos pragmáticos como el
feminismo las razones por las cuales lograron no ver explicación alguna en los
grandes modelos, pensadores como el citado autor se ha ceñido estrictamente
en las pequeñas acciones y sus fundamentaciones –en una segunda
generación-, de la perspectiva desde lo micro, en donde los modelos más
amplios miren hacia la acción.
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Esta perspectiva nació con el descubrimiento, en el campo de la sociología


política de Touraine. Luego de fracasar en su intento por explicar hacia dónde
se dirigía el cambio social, protagonizado por diferentes grupos pragmáticos
enfocados en la acción, concluyó que “el rumbo” de la sociedad, -por simplificar
el concepto de alguna manera-, se da gracias a los esfuerzos de cada actor
dentro de un movimiento para expandir y proteger su interés.

Es el sujeto quien finalmente decide no con una idea de ver hacia el resultado
final del cambio, sino de ir formándolo conforme se vaya desarrollando el
movimiento. Así, la perspectiva sobre el estudio de los movimientos sociales de
desplazó y se ubicó desde un sitio en donde cada grupo expresa una
“antiposición”.

Los movimientos sociales se resisten ante la hegemonía política y cultural; saben


lo que quieren pero no cómo lograrlo exactamente, cuestión que ulteriormente
tampoco importa, puesto que la realidad y los resultados de sus acciones son
contingentes. Eso explicó por qué algunos grupos y colectivos fueron
desapareciendo o se reestructuraron con otra forma de organización, pero su
causa no.

En resumen, la superación de los micro y macro modelos se dirigieron hacia un


esquema procesual: se podía optar por el modelo de lo micro hasta lo macro, o
desde lo macro hasta lo micro. Éste último implicaría, arguye Jasper, en que se
deduzca algo que ya formaba parte de la explicación inicial, lo cual no generaba
algún resultado que fuera útil. Por el contrario, el camino de abajo hacia arriba,
resulta el más propicio para comprender cómo es que van emergiendo los
movimientos sociales.

El enfoque de abajo hacia arriba es el basamento teórico en que se asienta el


presente trabajo, y el cual no es restrictivo, sino es bastante amplio, puesto que
versa sobre cómo a través de las expresiones individuales se reconocen los
colectivos y sus causas. Aquí dicha visión se traduce en cómo las expresiones
artísticas en los cuerpos a partir de la pospornografía permean a la estabilidad
política; a la normalidad del régimen heterosexual, y a la vida pública, y en cómo
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la lucha por exhibir el mundo de opresión parte de los procesos culturales propios
de la religión o la política, transgreden la convivencia social.

Éste sentimiento de opresión, es clave para el desarrollo de esta investigación


de la teoría feminista y queer. Desde la emergencia de este nuevo modelo de
explicación de los movimientos sociales, las miradas del análisis se dirigieron
hacia los estudios etnográficos: es gracias a éstos que las emociones como
elementos subjetivos micros alcanzaron una importancia vital para las nuevas
explicaciones sobre lo social.

En gran medida esto se debe a que finalmente quienes analizan el medio social,
etiquetan a los movimientos sociales, inhibiéndoles de algún componente interno
o externo dinámico. Es por ello que, sin una teoría general sobre la historia, o
sobre información acerca de los intereses de cada grupo o colectivo, es posible
hallar con una mirada muy de cerca cómo se articula un movimiento. Cuestión
que el feminismo logró gracias a su retórica, a sus símbolos y a su lucha día con
día, con diferentes actores políticos como protagonistas.

Las emociones, aquí reflejadas en expresiones artísticas, resultan ser la base


micro para pensar y evaluar el medio a nuestro alrededor y construir modelos
eficaces.

Parte del proceso de construcción de las identidades, ya cimentadas bajo una


perspectiva micro de las emociones, en que resulta injusta la relación
heteropatriarcal, resulta necesario, desde el concepto de resistencia de los
movimientos sociales actuales, definir, o al menos esclarecer cuál es el modelo
que se busca replantear. Para el posporno es su antecesor e imagen inversa: la
producción audiovisual de la industria pornográfica que creció con el proceso
globalizador y de las nuevas tecnologías de inicios del siglo XXI.
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Conclusión.

Desde la semántica, el cuerpo es un activo que genera, organiza y transmite


continuos mensajes que van desde lo meramente pragmático a lo estético y
simbólico.

Las significaciones corporales no sólo están determinadas por este sistema


semántico sino por los diversos sistemas simbólicos que las constituyen más allá
de los límites corporales.

Todo esto se traduce en cómo las expresiones artísticas de los cuerpos dentro
del posporno permean a la estabilidad política; a la normalidad del régimen
heterosexual, y a la vida pública, esto es a lo que llamábamos enfrentar las
nuevas formas de guerra y en cómo la lucha por exhibir el mundo de opresión
parte de los procesos culturales propios de la política, de esta manera
transgreden la convivencia social y resignifican las posibilidades de los “cuerpos”
en los diferentes espacios físicos y virtuales.
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Bibliografía

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