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Santa Juana de Arco

Introducción
La canonización es un acto mediante el cual la iglesia católica declara como santa a una persona
fallecida después de un proceso de investigación exhaustiva de la vida de la persona implicada.
Santa Juana de Arco, siguiendo las "voces" de Dios, fue una doncella que guió a los franceses en
su combate contra la ocupación inglesa. Capturada en 1430, sus enemigos la sometieron a un
proceso por herejía en Ruán que terminó con su condena a morir en la hoguera. Quien
posteriormente es canonizada y beatificada.

Vida
(Domrémy, Francia, 1412 - Ruán, id., 1431) Santa y heroína francesa. Nacida en el seno de una
familia campesina acomodada, la infancia de Juana de Arco transcurrió durante el sangriento
conflicto enmarcado en la guerra de los Cien Años que enfrentó al delfín Carlos, primogénito de
Carlos VI de Francia, con Enrique VI de Inglaterra por el trono francés, y que provocó la ocupación
de buena parte del norte de Francia por las tropas inglesas y borgoñonas.

A los trece años, Juana de Arco confesó haber visto a san Miguel, a santa Catalina y a santa
Margarita, y declaró que sus voces la exhortaban a llevar una vida devota y piadosa. Unos años
más tarde, se sintió llamada por Dios a una misión que no parecía al alcance de una campesina
analfabeta: dirigir el ejército francés, coronar como rey al delfín en Reims y expulsar a los ingleses
del país.

En 1428 viajó hasta Vaucouleurs con la intención de unirse a las tropas del príncipe Carlos, pero
fue rechazada. A los pocos meses, el asedio de Orleans por los ingleses agravó la delicada situación
francesa y obligó al delfín a refugiarse en Chinon, localidad a la que acudió Juana, con una escolta
facilitada por Roberto de Baudricourt, para informar a Carlos acerca del carácter de su misión.

El príncipe Carlos, no sin haberla hecho examinar por varios teólogos, accedió al fin a confiarle el
mando de un ejército de cinco mil hombres, con el que Juana de Arco consiguió derrotar a los
ingleses y levantar el cerco de Orleans (8 de mayo de 1429). A continuación realizó una serie de
campañas victoriosas que franquearon al delfín el camino hacia Reims y permitieron su coronación
como Carlos VII de Francia (17 de julio de 1429).

Acabado su cometido, Juana de Arco dejó de oír sus voces interiores y pidió permiso para volver
a casa, pero ante la insistencia de quienes le pedían que se quedara, continuó combatiendo, primero
en el infructuoso ataque contra París de septiembre de 1429, y luego en el asedio de Compiègne,
donde fue capturada por los borgoñones el 24 de mayo de 1430.

Entregada a los ingleses, Juana de Arco fue trasladada a Ruán y juzgada por un tribunal eclesiástico
acusada de brujería, con el argumento de que las voces que le hablaban procedían del diablo, con
lo cual se pretendía presentar a Carlos VII de Francia como seguidor de una bruja para
desprestigiarlo. Tras un proceso inquisitorial de tres meses, fue declarada culpable de herejía y
hechicería; pese a que ella había defendido siempre su inocencia, acabó por retractarse de sus
afirmaciones, lo cual permitió conmutar la inicial sentencia de muerte por la de cadena perpetua.

Días más tarde, sin embargo, recusó la abjuración y reafirmó el origen divino de las voces que oía,
por lo que, condenada a la hoguera, fue ejecutada el 30 de mayo de 1431 en la plaza del mercado
viejo de Ruán.

Ideal de Santidad
«Yo tenía trece años cuando escuché una voz de Dios», declaró Juana en Ruan el jueves 22 de
febrero de 1431. El hecho sucedió al mediodía en el jardín de su padre. Añadió que la primera vez
que la escuchó notó una gran sensación de miedo. A la pregunta de sus jueces, añadió que esta voz
venía del lado de la iglesia y que normalmente era acompañada de una gran claridad, que venía del
mismo lado que la voz.
La Iglesia católica y la inmensidad de fieles, reconoció como verdaderas estas apariciones.
Cuando le preguntaron cómo creía que era aquella voz, ella respondió que le pareció muy noble,
por lo que afirmó: «y yo creo que esta voz me ha sido enviada de parte de Dios». Así pues, cuando
la escuchó por tercera vez le pareció reconocer a un ángel. Y aunque a veces no la entendía
demasiado bien, primero le aconsejó que frecuentara las iglesias y después que tenía que ir a
Francia, sobre lo cual la empezó a presionar. Además esta voz la escuchaba unas dos o tres veces
por semana. No mucho después, reveló otro de los mensajes clave que le envió: «Ella me decía que
yo levantaría el asedio de Orleans».
El 27 de febrero, Juana identificó estas voces: se trataba de la voz de santa Catalina de Alejandría y
de santa Margarita de Antioquía, las santas más veneradas del momento, si nos atenemos a la
iconografía anterior a Juana. Catalina, es definida a veces como una figura apócrifa a caballo de
los siglos III y IV que murió a una edad similar a la de Juana; también erudita (patrona de muchas
especialidades intelectuales) y habiendo persuadido al emperador Maximiano de que dejase de
perseguir cristianos. Después sería condenada a morir en la rueda (un sistema de tortura que
fractura los huesos), aunque se dice de ella que, al tocar la rueda, la rompió y, finalmente, tuvo que
ser decapitada. Por otro lado, la leyenda de Margarita refiere que fue una doncella despreciada por
su fe cristiana, a la que ofrecieron matrimonio a cambio de la renuncia a esta fe. Ante su negativa
fue condenada a tortura, si bien logró escapar milagrosamente en varias ocasiones (antes de su
captura definitiva y martirio). Por ello, es venerada por la Iglesia católica como santa virgen y
mártir.
Juana afirmó que las había reconocido gracias a que las propias santas se habían identificado, algo
que ya había declarado en Poitiers, con motivo del interrogatorio sobre las visiones llevado a cabo
por la corte de Carlos VII. Se negó a dar más explicaciones, instando a los jueces a ir a Poitiers si
querían conocer más detalles.
Sobre el año en que sucedió, en un primer momento había dicho que fue cuando tenía trece años.
Posteriormente detalló que hacía siete años que estas voces le aconsejaban y la protegían. Por lo
tanto, se presume que en 1424 se le habrían aparecido por primera vez las visiones.
Juana explicaría entonces (antes de mencionar el nombre de las santas) la misión que la voz le
encomendó. Después de mencionar a estas, los jueces le preguntaron a quién correspondía entonces
la primera de las voces que había escuchado, aquella que le había causado tanto miedo siete años
atrás. Ella, que todo lo iba respondiendo con muchas reservas y ensimismamiento, se resistió varias
veces, pero finalmente respondió que fue San Miguel (considerado protector del reino de Francia),
al que vio con sus propios ojos, acompañado de los ángeles del Cielo. Fue él quien le ordenó partir
para liberar a Francia y así cumplir con la voluntad de Dios.

Muerte, beatificación y canonización


El 23 de mayo de 1430 Juana fue capturada por los hombres del duque de Borgoña cerca de
Compiègne, al norte de París, condenando a Juana como hereje, los ingleses querían demostrar que
la coronación de Carlos VII había sido obra de una endemoniada. Por ello no pararon hasta que los
borgoñones les entregaron la prisionera a cambio de un jugoso rescate y a continuación decidieron
someterla a un proceso inquisitorial, para demostrar que era una bruja o una hereje.
A finales de 1430, los ingleses trasladaron la prisionera a Ruán, capital de Normandía, ciudad que
administraban directamente y donde residían el joven Enrique VI y el duque de Bedford, regente
de Francia. Éstos pusieron al frente del proceso a un clérigo francés de su confianza, Pierre
Cauchon, obispo de Beauvais; era un antiguo servidor del duque de Borgoña que también había
sido miembro del consejo del rey de Inglaterra. Junto a él se puso a un inquisidor, el dominico Jean
Le Maître, que sin embargo pronto escurrió el bulto.
Después de una pesquisa en el pueblo natal de Juana para recoger «pruebas» de su herejía, el 3 de
enero de 1431 se formularon los cargos contra la Doncella. Entre ellos se incluían haber violado la
ley divina al vestirse como un hombre e ir armada, haber engañado al «sencillo pueblo» haciéndole
creer que Dios la enviaba, creer en supersticiones y «falsos dogmas» y, por último, haber cometido
«ofensa divina», es decir, herejía. Unos días más tarde, al abrir el juicio, Cauchon la declaró
sospechosa de realizar hechizos e invocar demonios, es decir, añadió una acusación de brujería.
El 21 de febrero Juana compareció por primera vez ante el tribunal. Junto a Cauchon, participaban
numerosos asesores –clérigos, prelados, teólogos y abogados en su mayoría–, de modo que, en
total, Juana tuvo frente a ella a un centenar de jueces durante los cinco meses que duró su proceso.
La acusada debió defenderse por sí misma, pues se la privó de abogado. Sin duda, los clérigos
pretendían intimidar a la joven e inducirla a admitir las imputaciones, reconocer su culpabilidad y
obtener una rápida condena. «Hacían a la pobre Juana interrogatorios muy difíciles, sutiles y
engañosos –dice un contemporáneo–, hasta el punto de que muchos clérigos y letrados allí
presentes habrían tenido problemas para contestar, por lo que muchos murmuraban».
Pero la joven supo defenderse. Sus réplicas cortantes desarbolaban a menudo a los jueces y
despertaban la admiración del público. «Respondía con mucha prudencia, tanto que los asistentes
se maravillaban», decía uno. Callaba cuando le convenía y evitaba las trampas dialécticas. Una vez
le preguntaron si estaba segura de estar en la gracia de Dios; si contestaba que no, reconocía ser
una falsaria, mientras que si decía que sí afirmaba estar fuera del juicio de la Iglesia; de manera
que Juana contestó: «Si no estoy en ella [en la gracia], que Dios me ponga, y si lo estoy, que me
mantenga».
Pasadas unas semanas, Cauchon cambió de táctica. En vez de multiplicar las acusaciones, dejó de
lado los cargos de brujería y se concentró en unos pocos hechos que permitieran condenar a Juana
por herejía. A principios de abril se aprobó una lista de doce artículos de acusación que a
continuación fue sometida al examen de las facultades de teología y de derecho canónico de la
Universidad de París.
Mientras esperaba la respuesta de París, Cauchon intentó convencer a Juana para que reconociera
sus errores e hiciera penitencia. Primero se ensayó la suavidad, proponiéndole que unos teólogos
la instruyeran y le mostraran sus errores. Luego vino la conminación autoritaria, mediante una
sesión solemne en la que se le ordenó someterse a la autoridad de la Iglesia. Por último, el 9 de
mayo la amenazaron con torturarla y fue llevada ante el verdugo y sus instrumentos. Todo fue en
vano.
Las respuestas de los doctores parisinos fueron conformes a lo esperado. Para algunos de ellos,
Juana era o una mentirosa o una invocadora de espíritus malignos y, en este último caso, las figuras
que se le habían aparecido no eran la del arcángel Miguel, santa Catalina y santa Margarita, como
pretendía, sino las de los demonios Belial, Satanás y Behemoth. El uso de ropa masculina la hacía
sospechosa de idolatría y de paganismo. Otros doctores aseguraban que Juana era sin más una
hereje y, si no se arrepentía, debía ser castigada como tal.
El 23 de mayo, se leyeron a la acusada las opiniones de las facultades y se le dirigió una
«exhortación caritativa» para que se retractase. Ante su negativa, a la mañana siguiente se la llevó
a un lugar en las afueras de Ruán y se la colocó frente a la hoguera. Mientras Cauchon proclamaba
el fallo final, Juana declaró in extremis que se entregaba a la autoridad de la Iglesia y aceptó firmar
una retractación. Por ello fue sentenciada a cadena perpetua, condena que podía reducirse en caso
de buena conducta. Trasladada de nuevo a la cárcel, Juana accedió a vestirse como mujer.
Sin embargo, cuando cuatro días después los jueces fueron a visitarla, la encontraron nuevamente
con ropas de hombre. No sólo eso: al preguntarle si aún creía «en las ilusiones de sus supuestas
revelaciones», Juana les anunció que la misma noche en que regresó a la cárcel había oído las voces
otra vez y le habían reprochado su «traición». La «recaída» suponía una condena segura, justo lo
que habían estado buscando sus acusadores desde el inicio del proceso. Cauchon, al salir de la
prisión, mostró su regocijo reuniéndose con gran número de ingleses a los que entre risas les dijo
en voz alta: «Farewell, farewell, podéis daros un buen festín, todo está listo». En la mañana del 30
de mayo, durante una ceremonia pública celebrada en la plaza del Viejo Mercado de Ruán, Juana
fue condenada como «hereje relapsa» y de inmediato conducida a la hoguera, donde ardió
profiriendo repetidamente, hasta el último aliento, el nombre de Jesús.

Veinticuatro años más tarde, una revisión de su juicio, el llamado procès de réhabilitation,
fue abierto en París con el consentimiento de la Santa Sede. El sentimiento popular era
entonces muy diferente, y, excluyendo algunas raras excepciones, todos los testigos estaban
ansiosos de rendir su tributo a las virtudes y a los dones sobrenaturales de la Doncella. El
primer juicio había sido llevado adelante sin referencias al Papa, más aún había sido realizado
a despecho de la apelación de Santa Juana a la Cabeza de la Iglesia. Luego, una corte de
apelación constituida por el Papa, después de largas investigaciones y exámenes de testigos,
reversaron y anularon la sentencia pronunciada por el tribunal local que presidía Cauchon.
La ilegalidad de los procedimientos anteriores fue puesta de manifiesto, lo cual habló bien
de la sinceridad de esta nueva investigación, la cual no ha podido ser hecha sin incluir algún
grado de reproche tanto sobre el Rey de Francia y la Iglesia en general, al haberse
comprobado que había sido plasmada tamaña injusticia y sufrida por demasiado tiempo como
para continuar sin reparación. Aún antes del juicio de rehabilitación, observadores mordaces,
como por ejemplo Eneas Sylvius Piccolomini (más adelante el Papa Pío II), pese a conservar
dudas en lo referente a su misión, hubo discernido algo del celestial carácter de la Doncella.
En los tiempos de Shakespeare ella era aún recordada como una bruja, ligada con los espíritus
impuros del infierno, pero una estimación más justa había empezado a prevalecer aún en las
páginas de la "Historia de Gran Bretaña" de Speed's (1611). Para los comienzos del siglo
diecinueve, la simpatía por ella, aún en Inglaterra, era general. Escritores tales como Southey,
Hallam, Sharon Turner, Carlyle, Landor, y por encima de todos, De Quincey, saludó a la
Doncella con un tributo de respeto que no ha sido superado ni siquiera en su propia tierra
nativa. Entre sus compatriotas católicos, ella había sido recordada, aún en las épocas de su
vida, como divinamente inspirada.

Por último, la causa de su beatificación fue introducida ante la Santa Sede, en 1869, por
Monseñor Dupanloup, Obispo de Orléans, y, después de atravesar por todas las instancias y
siendo indudablemente confirmada con los requeridos milagros, el proceso finalizó con el
decreto publicado por Pío X el 11 de abril de 1909. La Misa y el Oficio de Santa Juana,
extraído del "Común de las Vírgenes", con sus "propias" oraciones, fue aprobado por la Santa
Sede para ser utilizada en la Diócesis de Orléans.

Bienaventuranza de Jesucristo que vive el Santo

 Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios: Se refiere
al hecho de que Juana de Arco buscaba acabar con la guerra que según fue mandada por
los santos y por Dios para ayudar a los franceses a ganar la guerra.
 Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de
mal contra vosotros por mi causa: Se refiere al hecho de que ella siempre habla de ser
llamada por Dios para cumplir su misión, pero muchos no le creen y es matada a causa de
eso.
Conclusión
Santa Juana de Arco fue una mujer valiente quien lucha por sus ideales y por aquello a lo que fue
mandada, defiende lo que cree hasta el último momento siguiendo el llamado y las órdenes dadas
por Dios, los milagros que ella realizó al ayudar en la Guerra de los Cien Años a Francia es lo que
la hacen conocer alrededor del mundo, como ser quien salvó a Francia en su momento y es venerada
por ello.
Bibliografía
https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/juana-de-arco_8856/1

https://www.bbc.com/mundo/noticias-
47937912?fbclid=IwAR0t9Zk2gkyODnypV3jrrmyQ0HOctid1Zznn4yKmBeyHGeltUuLSxSP2HNk

https://ec.aciprensa.com/wiki/Juana_de_Arco?fbclid=IwAR20sNrb6Jum4CH6OgQQqb8tu99eP7Rmvl5U2
OerhR19Gn_ZSzdDEXJ-H_c

https://latam.historyplay.tv/hoy-en-la-historia/fue-beatificada-juana-de-arco

UNIVERSIDAD CATÓLICA BOLIVIANA “SAN PABLO”


UNIDAD ACADÉMICA REGIONAL COCHABAMBA
Pastoral Universitaria
Cristología

Santa Juana de Arco

Nombres y apellidos
Sarah Raquel Bozo Herrera

Docente
Mgr. Walter D’alia A.

Cochabamba – Bolivia
Julio 2019
Juana de Arco
En francés Jeanne d'Arc; comúnmente conocida por sus contemporáneos como la Pucelle (la
"Doncella").

Nacida en Domremy, Champagne, probablemente el 6 de enero de 1412 y muerta en Rouen,


el 30 de mayo de 1431. El pueblo de Domremy estaba situado sobre los confines del territorio
que reconocía el dominio del Duque de Burgundy, pero en el prolongado conflicto entre los
Armagnacs (el partido de Carlos VII, Rey de Francia), por un lado, y los Burgundios aliados
con los ingleses, por el otro, Domremy siempre se mantuvo leal a Carlos.

Jaime de Arco, el padre de Juana, era un pequeño campesino agricultor, pobre, pero no
necesitado. Juana, al parecer, era la menor de una familia de cinco personas. Nunca aprendió
a leer o escribir, pero tenía habilidad para trabajar cosiendo e hilando, y la tradicional idea de
que ella pasaba los días de su infancia en las praderas, sola con sus ovejas y sus vacunos,
parece ser infundada. Todos los testigos durante el proceso de rehabilitación (Veinticuatro
años más tarde, una revisión de su juicio, el llamado procès de réhabilitation, fue abierto en
París con el consentimiento de la Santa Sede), hablaron de ella como una niña singularmente
piadosa, seria más allá de su edad, quien solía arrollidarse en la iglesia absorta en la oración,
y amaba tiernamente a los pobres. Enormes intentos fueron hechos durante el juicio que se
siguió a Juana para imputarle ciertas prácticas supersticiosas, supuestamente llevadas a cabo
en torno a determinado árbol, popularmente conocido como "El Arbol de las Hadas" (l'Arbre
des Dames), pero la sinceridad de sus respuestas dejaron perplejos a sus jueces.
Ciertamente, ella jugaba y bailaba allí junto con los demás niños, y hubo tejido coronas para la
estatua de Nuestra Señora, pero desde que ella cumplió sus doce años se mantuvo distante
de tales pasatiempos.

Fue a la edad de trece años y medio, en el verano de 1425, cuando Juana tomó por primera
vez conciencia de tal manifestación, cuyo carácter sobrenatural sería ahora cuestionado
precipitadamente, y que posteriormente ella comenzó a llamar sus "voces" o su "consejero". Al
principio fue simplemente una voz, como si alguien hubiera hablado muy cerca de ella, pero
parece claro también, que dicha voz era acompañada por un resplandor; y más adelante ella
descubrió claramente, de algún modo, la apariencia de aquellos que le hablaban,
reconociéndolos individualmente como San Miguel (quien estaba acompañado por otros
ángeles), Santa Margarita, Santa Catalina y otros. Juana fue siempre reacia a hablar acerca
de sus voces. No mencionó nada acerca de ellas a su confesor, y constantemente rechazó, en
su juicio, ser embaucada en descripciones sobre la apariencia de dichos santos ni explicar
cómo los hubo reconocido.. Pese a todo, ella les dijo a sus jueces: "Los he visto con estos
mismos ojos, tan bien como los puedo ver a ustedes".

Enormes esfuerzos fueron hechos por los historiadores racionalistas, tales como M. Anatole
France, para explicar dichas voces como el resultado de condiciones de exaltaciones
religiosas e histéricas fomentadas en Juana por la influencia sacerdotal, combinada con
determinada profecía corriente en la campiña acerca de una doncella del bois chesnu (bosque
de roble), cercano de donde el Árbol de las Hadas estaba situado, quien debía salvar a
Francia por medio de un milagro. Pero el poco fundamento de este análisis del fenómeno ha
sido vastamente tratado por varios escritores no católicos. No existe ni siquiera una sombra de
evidencia para sostener esta teoría de consejos sacerdotales preparando a Juana de esta
parte, y en cambio mucha que la contradice. Es más, a menos que acusemos a la Doncella de
deliberada falsedad, cosa que nadie es capaz de realizar, fueron las voces quienes crearon el
estado de exaltación patriótica, y no la exaltación quien precedió a las voces. Su evidencia, en
estos puntos es clara.
Pese a que Juana nunca realizó ninguna declaración hasta la fecha en la cual las voces le
revelaron su misión, parece cierto que la llamada de Dios le fue dada a conocer gradualmente.
Pero, para el mes de mayo de 1428, ella no tenía ya dudas de que era conminada a ir en
ayuda del rey, y las voces se tornaron insistentes, urgiéndole a presentarse ante Roberto
Baudricourt, quien gobernaba para Carlos VII en la vecina ciudad de Vaucouleurs. Ese viaje lo
consumó un mes después, pero Baudricourt, un soldado grosero y disoluto, la trató a ella y a
su misión con escaso respeto, diciéndole al primo que la acompañaba: "Llévala nuevamente a
casa junto con su padre y propínale una buena paliza".

Mientras tanto, la situación militar del Rey Carlos y sus seguidores iba tornándose
desesperante. Orléans fue sitiada (12 de octubre de 1428), y para finales del año la derrota
total parecía inminente. Las voces de Juana se convirtieron en urgentes, y hasta
amenazantes. Era en vano que ella se resistiese diciéndoles: "Yo soy una pobre chica; no sé
montar ni pelear". Las voces sólo reiteraron: "Es Dios quien comanda esto". Rindiéndose
finalmente, ella partió de Domremy en enero de 1429, y visitó nuevamente Vaucouleurs.

Baudricourt permanecía aún escéptico, pero, dado que ella permanecía en la ciudad, su
perseverancia gradualmente causó efecto sobre él. El 17 de febrero ella profetizó una gran
derrota que padecerían las fuerzas francesas en las afueras de Orléans (la batalla de los
Herrings). Dado que dicha declaración fue oficialmente confirmada unos pocos días más
tarde, su causa ganó terreno. Finalmente ella se vio afectada a buscar al rey en Chinon, y
comenzó su camino hacia allí con una modesta escolta de tres hombres armados, estando
vestida, por propia requisitoria, con vestuario masculino - indudablemente como una
protección a su pudor en la áspera vida del campamento militar. Ella siempre durmió
completamente vestida, y todos aquellos quienes estuvieron más íntimamente cerca de ella,
declararon que había algo alrededor de ella que reprimía cualquier pensamiento impropio a su
reputación.

Ella llegó a Chinon el 6 de marzo, y dos días después fue admitida en la presencia de Carlos
VII. Para probarla, el rey se había disfrazado, pero ella inmediatamente lo saludó sin hesitar
en medio de todo un grupo de espectadores. Desde el principio una importante porción de la
corte - La Trémoille, la favorita de la realeza, la principal entre todas ellas - se opuso a ella
como una visionaria loca, pero un signo secreto, comunicado a ella por medio de sus voces,
que ella dio a conocer a Carlos, indujo al rey, sin demasiado entusiasmo, a creer en su misión.
Juana nunca reveló en qué consistía dicho signo, pero actualmente la creencia principal indica
que aquel "secreto del rey" era una duda concebida por Carlos acerca de la legitimidad de su
nacimiento, y que Juana hubo sido autorizada sobrenaturalmente para aclararla.

Aún así, antes de que Juana pudiera ser empleada en operaciones militares fue enviada a
Poitiers para ser examinada por un numeroso comité de sabios obispos y doctores. El examen
fue de un carácter profundo y formal. Es lamentable al extremo que las actas de los procesos,
a las cuales posteriormente Juana apeló con frecuencia durante su juicio, hayan desaparecido
todas. Todo lo que sabemos es que su ardiente fe, simpleza, y honestidad causaron una
impresión favorable. Los teólogos no encontraron nada herético en sus afirmaciones acerca
de las orientaciones sobrenaturales, y, sin pronunciarse sobre la validez de su misión, ellos
pensaron que ella podrías ser empleada de un modo seguro y probada adicionalmente.

De vuelta en Chinon, Juana hizo sus preparativos para la campaña. En lugar de la espada
ofrecida por el rey, ella rogó que se realizara la búsqueda de una antigua espada enterrada,
según ella aseguró, detrás del altar en la capilla de Santa Catalina de Fierbois. Esta fue
encontrada en el mismísimo punto indicado por sus voces. Fue hecha para ella en el mismo
momento en que el abanderado pronunció las palabras Jesús, María, junto con un cuadro de
Dios Padre y varios ángeles arrodillados presentando una flor de lis.

Pero tal vez el hecho más interesante relacionado con esta primera etapa de su misión es una
carta de un Sire de Rotslaer escrita desde Lyons el 22 de abril de 1429, la cual fue
transportada a Bruselas y debidamente registrada, tal como lo atestigua el manuscrito de
dicho día, antes de que cualquiera de los hechos referidos en ella tuvieran su realización. La
Doncella, reporta él, dijo "que ella salvaría a Orléans y obligaría a los ingleses a levantar el
sitio, que ella misma en una batalla previa a Orléans sería herida por una asta pero que no
moriría de eso, y que el Rey, durante el transcurso del verano venidero, sería coronado en
Reims, junto con otras cosas que el Rey conservaba en secreto."

Antes de entrar en la campaña, Juana emplazó al Rey de Inglaterra a retirar sus tropas del
suelo francés. Los comandantes ingleses estaban furiosos por la audacia de la demanda, pero
Juana a través de un movimiento rápido ingresó a Orléans el 30 de abril. Su presencia allí
inmediatamente obró maravillas. Para el 8 de mayo las fuerzas inglesas que rodeaban la
ciudad habían sido todas capturadas, y el estado de sitio levantado, pese a que el día 7 Juana
fue herida en su pecho por una flecha. Ni bien la Doncella se marchó ella deseó hacer el
seguimiento de todos esos éxitos con toda rapidez, por un lado debido a un sonoro instinto
guerrero, y por otro lado porque sus voces le habían dicho que disponía sólo de un año para
terminar. Pero el Rey y sus consejeros, especialmente La Trémoille y el Arzobispo de Reims,
fueron lentos para moverse. Sin embargo, cuando Juana elevó una súplica formal, una breve
campaña fue comenzada sobre el Loira, la cual después de una serie de éxitos, finalizó el 18
de junio con una gran victoria en Patay, donde los refuerzos ingleses enviados desde París
bajo el mando de John fueron completamente derrotados. El camino hacia Reims estaba
ahora prácticamente abierto, pero la Doncella tuvo la mayor dificultad en persuadir a los
comandantes de que no se retirasen antes de Troyes, el cual estaba al principio cerrado
contra ellos. Ellos capturaron la ciudad y luego, todavía a su pesar, la siguieron hacia Reims,
donde, el domingo 17 de julio de 1429, Carlos VII fue solemnemente coronado, con la
Doncella a su lado junto con su estandarte, porque - como ella explicó - "así como fue
compartido el esfuerzo, es justo que debiera ser compartido en la victoria".

El principal objetivo de la misión de Juana fue obtenido de este modo, y algunas autoridades
aseveraron que era ahora su deseo el regresar a casa, pero ella fue detenida con el ejército
contra su voluntad. La evidencia es hasta cierto punto conflictiva, y es probable que Juana
misma nunca haya hablado en igual tono. Probablemente ella vio claramente cuánto debió
haber sido hecho para provocar la rápida expulsión de los ingleses del suelo francés, pero por
otra parte ella fue constantemente oprimida por la apatía del rey y sus consejeros, y por la
política suicida que abarcó todos los señuelos diplomáticos desperdigados por el Duque de
Burgundy.

Un intento fallido en París fue llevado a cabo a finales de agosto. A pesar de que St-Denis fue
ocupada sin oposición, el asalto que fue realizado en la ciudad el 8 de septiembre no fue
respaldado con seriedad y Juana, mientras alentaba heroicamente a sus hombres a cubrir el
foso fue herida en el muslo con una ballesta. El Duque de Alençon la retiró casi a la fuerza, y
el asalto fue abandonado. Este traspié indudablemente debilitó el prestigio de Juana, y poco
después, cuando, a través de los cancilleres políticos de Carlos, una tregua fue acordada con
el Duque de Burgundy, ella bajó tristemente sus armas sobre el altar de St-Denis.

La inactividad del siguiente invierno, mayoritariamente gastada entre el mundanismo y los


celos de la Corte, debió haber sido una experiencia muy penosa para Juana. Debe haber sido
con la idea de consolarla que Carlos, el 29 de diciembre de 1429, ennobleció a la Doncella y a
toda su familia, quienes de allí en adelante, desde las azucenas de su escudo de armas,
fueron conocidos por el nombre de Du Lis. Llegó abril antes de que Juana estuviera en
condiciones de salir al campo nuevamente para la finalización de la tregua, y en Melun sus
voces le hicieron saber que ella sería tomada prisionera antes del día de San Juan (24 de
junio). Tampoco esta vez el cumplimiento de las predicciones resultó demorado. Parecía que
ella se hubiera lanzado a sí misma a la campaña el 24 de mayo al amanecer para defender la
ciudad contra los ataques de los Burgundios. A la noche ella resolvió intentar una retirada,
pero su pequeña tropa de unos quinientos hombres se encontró con una fuerza muy superior.
Sus seguidores fueron repelidos y abandonaron la lucha de manera desesperada. Por algún
error o pánico de Guillaume de Flavy, quien comandaba en Compiègne, el puente levadizo fue
elevado mientras aún muchos de aquellos que habían emprendido la retirada permanecían
afuera, con Juana entre ellos. Ella fue derribada de su caballo y fue hecha prisionera de un
seguidor de Juan de Luxemburgo. Guillaume de Flavy había sido acusado de traición
deliberada, pero entonces no parecía una adecuada razón para suponer eso. El perseveró en
mantener resueltamente Compiègne para su rey, mientras los pensamientos constantes de
Juana durante los primeros meses de su cautiverio consistían en escaparse y acudir a asistirlo
en esta tarea de defender la ciudad.

No existen palabras que puedan describir adecuadamente la desgraciada ingratitud y apatía


de Carlos y sus consejeros en dejar librada a la Doncella a su propio destino. Si las fuerzas
militares no habían servido, ellos aún tenían prisioneros tales como el Conde de Suffolk en
sus manos, por quien ella podría haber sido cambiada. Juana fue vendida por Juan de
Luxemburgo a los ingleses por una suma que representaría unos cuantos cientos de miles de
dólares en moneda actual. No puede dudarse de que los ingleses, por una parte debido a que
temían a su prisionera con un terror supersticioso, y por otra parte porque estaban
avergonzados del pavor que ella inspiraba, estaban determinados a tomar su vida a cualquier
precio. Ellos no podían condenarla a muerte por haberlos derrotado, pero podían sentenciarla
como una bruja o una hereje. Por otra parte, ellos tenían entre sus manos una herramienta
lista en Pierre Cauchon, el Obispo de Beauvais, un hombre inescrupuloso y ambicioso quien
era la razón de ser del partido Burgundio. El pretexto para invocar su autoridad fue hallado en
el hecho de que Compiègne, donde Juana fue capturada, estaba ubicada en la Diócesis de
Beauvais. Aún así, dado que Beauvais estaba en manos de los franceses, el juicio tuvo lugar
en Rouen - - sede que, para dicha época, se encontraba vacante. Esto sacó a flote muchos
aspectos de legalidad técnica los cuales fueron minuciosamente resueltos por los partidos
interesados.

El Vicario de la Inquisición, al principio, debido a algunos escrúpulos de jurisdicción, se negó a


asistir, pero esta dificultad fue superada antes de que el juicio finalizara. A lo largo del juicio
los asesores de Cauchon eran casi enteramente franceses, la mayoría de ellos teólogos y
doctores de la Universidad de París. Las sesiones preliminares de la corte tuvieron lugar en
enero, pero fue recién el 21 de febrero de 1431 cuando Juana apareció por primera vez ante
sus jueces. A ella no le fue permitido contar con un abogado defensor, y, a pesar de haber
sido acusada en una corte eclesiástica, ella fue, desde el principio hasta el fin, ilegalmente
confinada en el Castillo de Rouen, una prisión secular, en donde era custodiada por soldados
ingleses disolutos. Juana se quejó con amargura de esto. Ella trató de que la alojaran en la
cárcel de la iglesia, donde iría a tener asistentes femeninas. Ha sido indudablemente para
mayor protección de su pudor, ante semejantes condiciones, que ella persistió en conservar
su atuendo masculino. Antes de que hubiera sido entregada a manos inglesas, ella había
intentado escapar tirándose desesperadamente por una ventana de la torre de Beaurevoir, un
acto de aparente atrevimiento por el cual ella fue sumamente intimidada por sus jueces.. Esto
también sirvió como pretexto para la aspereza exhibida durante su confinamiento en Rouen,
donde ella fue al principio retenida en una jaula de hierro, encadenada por el cuello, manos y
pies. Adicionalmente, no le fueron concedidos privilegios espirituales - por ejemplo, asistir a
una Misa - en consideración de los cargos de herejía y los vestidos monstruosos (difformitate
habitus) que ella lucía.

Por lo que se refiere a la constancia oficial del juicio, la cual, hasta donde indica la versión en
Latín, parece haber sido preservada completa, nosotros probablemente podamos confiar en
su exactitud en lo que respecta a las preguntas realizadas y las respuestas proporcionadas
por la prisionera. Dichas respuestas son bajo todo concepto favorables a Juana. Su
simplicidad, piedad y sentido común afloraron en todo momento, a pesar de los intentos de los
jueces para confundirla. Ellos la presionaron en lo referente a sus visiones, pero sobre
muchos puntos ella se negó a responder. Su actitud siempre fue carente de temor, y para el 1
de marzo, Juana anunció enfáticamente que "dentro del espacio de siete años, los ingleses
deberán pagar un precio más alto que Orléans." En rigor de verdad París fue perdida a manos
de Enrique VI el 12 de noviembre de 1437 - seis años y ocho meses después. Probablemente
haya sido porque las respuestas de la Doncella habían perceptiblemente ganado
simpatizantes a su causa en una gran asamblea que Cauchon decidió conducir el final del
proceso ante un pequeño comité de jueces dentro de la misma prisión. Es posible remarcar
que el único aspecto del cual algún cargo de prevaricato puede ser razonablemente imputado
en contra de los argumentos de Juana han ocurrido especialmente en esta etapa del proceso.
Juana, presionada acerca del signo secreto proporcionado al rey, declaró que un ángel le trajo
a él una corona de oro, pero en preguntas adicionales ella pareció haber ganado en confusión
y haberse contradicho a sí misma. La mayoría de las autoridades (como por ejemplo, M. Petit
de Julleville y Mr. Andrew Lang) coinciden en que ella trataba de proteger el secreto del rey
mediante una alegoría, según la cual ella misma era el ángel, pero otros - por ejemplo P.
Ayroles y Canon Dunand - insinuaron que no podía confiarse en la exactitud del procès-verbal.
En otro punto, ella fue prejuzgada por su carencia de educación. Los jueces le sugirieron que
se entregase a ella misma a la "Milicia de la Iglesia". Juana claramente no entendió dicha
frase y, a pesar de su voluntad y su ansiedad por apelar al Papa, se vio desconcertada y
confundida. Más tarde fue aseverado que la renuencia de Juana a adherirse a la simple
aceptación de las decisiones de la Iglesia fue debido a algunos insidiosos consejos
traicioneramente impartidos a ella para conseguir su ruina. Pero las constancias de esta
presunta perfidia son contradictorias e improbables.

Los exámenes finalizaron el 17 de marzo. Setenta proposiciones fueron entonces preparadas,


formando una muy desordenada y desleal presentación de los "crímenes" de Juana, pero,
después de que a ella le fue permitido oír y responder a tales acusaciones, otro conjunto de
doce proposiciones fue preparada, mejor fundamentadas y con menor cantidad de palabras
extravagantes. Con todo este sumario con sus fechorías delante de ellos, una amplia mayoría
de los veintidós jueces que tomaron parte en las deliberaciones declararon que las visiones y
las voces de Juana eran "falsas y diabólicas", y decidieron que si ella se negaba a retractarse
sería entregada al brazo secular - que equivalía a afirmar que sería quemada viva. Ciertas
admoniciones formales, primeramente de índole privada, y luego públicas, fueron
administradas a la pobre víctima (18 de abril y 2 de mayo), pero ella se negó a hacer ninguna
presentación que los jueces pudieran haber considerado como satisfactoria. El 9 de mayo ella
fue amenazada con tortura, pero aún se mantuvo firme. Mientras tanto, las doce proposiciones
fueron remitidas a la Universidad de París, la cual, comportándose con una simpatía
extravagante por los ingleses, denunció a la Doncella con violentos términos. Fortalecidos por
esta aprobación, los jueces, que eran cuarenta y siete, tomaron una deliberación final, y
cuarenta y dos de ellos reafirmaron que Juana debería ser declarada hereje y derivada al
poder civil, en caso en que ella aún continuase negándose a retractarse. Una admonición
adicional le fue realizada en la prisión el 22 de mayo, pero Juana se mantuvo inquebrantable.
Al día siguiente fue colocada una estaca en el cementerio de St-Ouen, y ante la presencia de
una gran multitud ella fue solemnemente amonestada por última vez. Después de una
enérgica protesta contra las insultantes reflexiones del predicador acerca de su Rey, Carlos
VII, las connotaciones de la escena parecieron finalmente haber hecho mella sobre su mente
y su cuerpo agotados por tantas luchas. Su valor le falló por una vez. Ella consintió en firmar
una especie de retractación, pero nunca se sabrán cuáles han sido los términos precisos de
tal retractación. En la versión oficial del proceso una fórmula de retractación figura incluida, la
cual es muy humillante en cada apartado. Se trata de un extenso documento que hubiera
llevado media hora para ser leído. Lo que fue leído en voz alta a Juana y fuera firmado por ella
debe haber sido algo bien diferente, según cinco testigos en el juicio de rehabilitación,
incluyendo a Jean Massieu, el oficial que personalmente tuvo a su cargo la lectura en voz alta
de dicho documento quien declaró que se trató de sólo un tema de unas pocas líneas. Aún
así, la pobre víctima no firmó incondicionalmente, sino que llanamente declaró que ella sólo se
retractaría siempre y cuando fuera la Voluntad de Dios. Empero, en virtud de tal concesión,
Juana no fue quemada viva entonces, sino que fue conducida nuevamente a prisión.

Los ingleses y los Burgundios estaban furiosos, pero Cauchon, al parecer, los aplacó
diciéndoles "Ya la tendremos". Indudablemente la posición de Juana sería ahora, en caso de
una reincidencia, peor que antes, dado que una segunda retractación ya no podría salvarla de
las llamas. Por otra parte, dado que uno de los puntos acerca del cual ella había sido
condenada era la utilización de indumentaria masculina, una reiteración de dichos atuendos
constituirían por sí mismos una reincidencia en la herejía, y esto ocurrió a los pocos días
siguientes, obedeciendo, según fuera alegado posteriormente, a una trampa tendida
deliberadamente por sus guardias con la connivencia de Cauchon. Juana, ya sea para
defender su pudor del agravio y la indignación, o porque sus prendas femeninas fueron
alejadas de ella, o, tal vez, simplemente porque ella estaba agotada de la lucha y estaba
convencida de que sus enemigos se hallaban determinados a derramar su sangre bajo
cualquier pretexto, una vez más se colocó las vestimentas de varón que habían sido dejadas
adrede en su camino. El final llegó pronto. . El 29 de mayo una corte de treinta y siete jueces
decidió unánimemente que la Doncella debía ser tratada como una hereje reincidente, y esta
sentencia fue llevada a cabo al día siguiente (30 de mayo de 1431) bajo circunstancias de
intenso patetismo. A Juana le dicen, cuando fue visitada por sus jueces temprano por la
mañana, primero que hiciera cargo a Cauchon de la responsabilidad de su muerte,
acusándolo solemnemente ante Dios, y posteriormente que debería declarar que "sus voces
la habían engañado" Acerca de este último discurso, una duda quedará flotando para siempre.
No podemos estar seguros si semejantes palabras llegaron a ser mencionadas y aún si lo
hubieran sido, su significado no es claro. A ella le fue permitido, sin embargo, hacer su
confesión y recibir la Comunión. Su comportamiento en la estaca fue suficiente como para
conmover hasta las lágrimas aún a sus más encarnizados enemigos. Ella pidió un cruz, la
cual, luego de que fuera abrazada por ella, fue sostenida ante ella mientras continuamente
recitaba el nombre de Jesús. "Hasta el fin," -dijo Manchon, el anotador del juicio-, "ella declaró
que sus voces provenían de Dios y que no la habían engañado". Después de su muerte, sus
cenizas fueron esparcidas en el Sena.

Veinticuatro años más tarde, una revisión de su juicio, el llamado procès de réhabilitation, fue
abierto en París con el consentimiento de la Santa Sede. El sentimiento popular era entonces
muy diferente, y, excluyendo algunas raras excepciones, todos los testigos estaban ansiosos
de rendir su tributo a las virtudes y a los dones sobrenaturales de la Doncella. El primer juicio
había sido llevado adelante sin referencias al Papa, más aún había sido realizado a despecho
de la apelación de Santa Juana a la Cabeza de la Iglesia. Luego, una corte de apelación
constituida por el Papa, después de largas investigaciones y exámenes de testigos,
reversaron y anularon la sentencia pronunciada por el tribunal local que presidía Cauchon. La
ilegalidad de los procedimientos anteriores fue puesta de manifiesto, lo cual habló bien de la
sinceridad de esta nueva investigación, la cual no ha podido ser hecha sin incluir algún grado
de reproche tanto sobre el Rey de Francia y la Iglesia en general, al haberse comprobado que
había sido plasmada tamaña injusticia y sufrida por demasiado tiempo como para continuar
sin reparación. Aún antes del juicio de rehabilitación, observadores mordaces, como por
ejemplo Eneas Sylvius Piccolomini (más adelante el Papa Pío II), pese a conservar dudas en
lo referente a su misión, hubo discernido algo del celestial carácter de la Doncella. En los
tiempos de Shakespeare ella era aún recordada como una bruja, ligada con los espíritus
impuros del infierno, pero una estimación más justa había empezado a prevalecer aún en las
páginas de la "Historia de Gran Bretaña" de Speed's (1611). Para los comienzos del siglo
diecinueve, la simpatía por ella, aún en Inglaterra, era general. Escritores tales como Southey,
Hallam, Sharon Turner, Carlyle, Landor, y por encima de todos, De Quincey, saludó a la
Doncella con un tributo de respeto que no ha sido superado ni siquiera en su propia tierra
nativa. Entre sus compatriotas católicos, ella había sido recordada, aún en las épocas de su
vida, como divinamente inspirada.

Por último, la causa de su beatificación fue introducida ante la Santa Sede, en 1869, por
Monseñor Dupanloup, Obispo de Orléans, y, después de atravesar por todas las instancias y
siendo indudablemente confirmada con los requeridos milagros, el proceso finalizó con el
decreto publicado por Pío X el 11 de abril de 1909. La Misa y el Oficio de Santa Juana,
extraído del "Común de las Vírgenes", con sus "propias" oraciones, fue aprobado por la Santa
Sede para ser utilizada en la Diócesis de Orléans.

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