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EL SI DE LAS NIÑAS

Una joven, doña Francisca, educada en un convento de monjas de Guadalajara, se


enamora de un gallardo oficial de dragones llamado Carlos;

su madre doña Irene, sin saber nada de estos amoríos, la saca del convento para
casarla con don Diego, acomodado y respetable anciano, al cual nunca había visto la
niña, pero cuyo yugo acepta por respeto a su madre.

La acción empieza cuando están todos juntos en una posada de Alcalá de Henares,
haciendo un alto para partir al día siguiente hacia Madrid; don diego cuenta a su
criado, Simón, sus deseo de casarse con la joven Francisca y, que si bien no le
interesa que la gente murmure en cuanto a la diferencia de edades se refiere (él tiene
59 años y ella 16), prefiere mantener el Himeneo en secreto hasta que éste se haya
consumado.

Llegan a la posada doña Irene, Francisca y la criada Rita. Doña Irene se deshace en
halagos hacia el anciano quien no puede ocultar su complacencia.

No tardan en llegar a la posada, el joven Carlos, con su criado Calamocha. Francisca


había escrito una carta al joven amante, poniéndole el tanto de lo sucedido, y este,
presuroso, partió de Zaragoza para impedir la boda.

Mientras tanto don diego confiesa a Francisca delante de su madre que él no quiere
ninguna boda con violencia, y que si su corazón le dice que no debe casarse, no debe
hacerlo por más que su madre la presione.
Rita prepara una cita y los dos amantes logran verse. Carlos manifiesta a Francisca
que en Madrid tiene un tío con gran fortuna;

que para él es como un padre, y que gustosamente los ayudará; el mencionado tío
resulta ser, ni más ni menos, que el propio don Diego.

Sobrino y tío se encuentran en otra escena, en la misma posada donde se halla


Francisca.

Don Diego se enoja por el hecho que don Carlos haya abandonado su guarnición.

Ambos esconden el motivo por el cual están allí; don Diego porque no quiere que
nadie sepa lo de su boda, y Carlos por ocultar su deserción, motivada por ir detrás de
su amada francisca.

Es así como queda aún oculto el desenlace. Don Carlos parte a solicitud de su tío y al
enterarse Francisca, e ignorando lo acontecido, cree que Carlos es un canalla que
sólo buscaba burlarse de ella.

Carlos vuelve de noche y logra entrevistarse con Francisca; la reunión es tan efímera
que Carlos da una carta a la muchacha donde le explica los motivos de su
partida. Don Diego y Simón se hallan cercad e la escena y si bien no logran identificar
al misterioso personaje, se apoderan de la carta que la muchacha, en su nerviosismo,
dejó caer.
Enterado de todo, don Diego ordena a Simón que vaya a buscar a su sobrino y lo
traiga ante él. Antes de que llegue Carlos, don Diego habla con Francisca e insiste en
que si su corazón suspira por otro hombre no debe ocultarlo.

Después se hablar con su sobrino, don Diego pone en conocimiento de doña Irene la
situación en que se hallan los hechos y doña Irene estalla en ira, y quiere castigar a su
hija que ha acudido presurosa al escuchar los gritos de su madre.

En ese instante aparece Carlos y coge de un brazo a doña Francisca y, poniéndola


delante de ella, amenaza con arremeter a quien se atreva a tocarla u ofenderla. Don
Diego interviene y calma los ánimos, logrando con su sacrifico la comprensión de la
dolida Irene.

Le hace ver el hecho de que ella y las tías de Francisca fundaban castillos en el aire y
le llenaban la cabeza de ilusiones que en ese momento, han desaparecido como un
sueño.

Le aduce que todo el problema suscitado, estriba del abuso de autoridad, de la


aprensión que la juventud padece. Doña Irene conmovida, abraza a Carlos y a su hija,
culminando así la obra en un clima de alegría.
BODAS DE SANGRE

La obra se divide en tres actos, y cada acto en cuadros. El primer acto tiene tres
cuadros y el segundo y tercero tienen dos cada uno. A continuación el resumen
del argumento por actos.

1. Acto primero

La obra inicia con una conversación entre el novio y su madre, en la que planean pedir
la mano de su novia. Cuando el novio está a punto de salir a la viña, le pide una
navaja a su madre, pero ella, asustada, se rehusa al inicio, recordando la muerte
violenta de su esposo y otro de sus hijos.

Después de salir el hijo, la madre se queda hablando con la vecina sobre la novia, a
quien aún no ha conocido. La vecina le cuenta que la señorita había tenido un
noviazgo con Leonardo Félix, hijo de la familia responsable de la muerte de su esposo
e hijo. Esta información la inquieta mucho, pero la relación ocurrió años atrás y
Leonardo ya se ha casado y tiene un hijo.

En la próxima escena, la suegra de Leonardo y su esposa están cantándole una


canción de cuna a su hijo; ésta que presagia la tragedia que está por ocurrir:

"Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Las patas heridas,
Las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaba al río.
¡Ay, cómo bajaban!
La sangre corría
Más fuerte que el agua."

Mientras que la suegra va a acostar al niño, Leonardo le dice a su mujer que ha tenido
que ponerle nuevas herraduras al caballo porque últimamente se han caído en
repetidas ocasiones. La mujer cree que es porque usa el caballo demasiado, pero él lo
niega. Ella dice esto basada en que algunas vecinas lo vieron en los secanos el día
anterior y porque el caballo había llegado muy sudado. Leonardo dice que no fue él.

A la casa de Leonardo llega una muchacha que vio al novio y a su madre comprando
cosas para la novia, pero Leonardo le contesta bruscamente que no le interesa saber
qué le han comprado y que la novia es "de cuidado". Entonces la suegra le recuerda
que tuvo un noviazgo con ella, y su mujer comienza a llorar.

2. Acto segundo

El acto segundo trata del viaje del novio y su madre. Estos viajan diez leguas para
pedir la mano de la novia, quien vive con su padre en los secanos. El padre les da su
bendición y la novia, aceptando, dice estar segura de su respuesta.

Tras la visita del novio, la criada, curiosa, quiere ver los regalos. La novia no muestra
ningún interés en abrirlos por lo que la criada le dice: "parece como si no tuvieras
ganas de casarte", y en seguida le cuenta que vio a Leonardo en su caballo fuera de
su ventana a las 3:00 de la mañana. Al principio la novia no lo cree, pero esa noche
Leonardo aparece de nuevo fuera de su ventana.

El día antes de la boda, la criada está peinando a la novia y hablándole del


casamiento, pero la novia se muestra molesta y tira su corona de azahar al suelo.
Luego dice que aunque quiere a su novio, casarse es un paso muy importante.

Esa mañana, Leonardo es el primer invitado en llegar y le pregunta a la novia: "¿Quién


he sido yo para ti?". También le pregunta por el azahar, símbolo de la pureza. La novia
le pide que se vaya, diciendo:

"No puedo oírte.


No puedo oír tu voz.
Es como si me bebiera una botella de anís y me durmiera en una colcha de rosas.
Y me arrastra, y sé que me ahogo, pero voy detrás".

La criada trata de interrumpir la conversación, pero Leonardo le asegura que ésta será
la última vez que van a hablar, porque a pesar de su atracción mutua, Leonardo no
tiene pensado, aún, interponerse entre los novios y dice: "Yo me casé. Cásate tú
ahora".

A la madre del novio no le agrada que Leonardo y su mujer vengan a la boda, pero el
padre de la novia le dice que los Félix son familia y es un día para perdonar, a lo que
la madre responde: "Me aguanto, pero no perdono".

3. Acto tercero

Los novios se casan, pero en medio de la celebración la novia le dice a su nuevo


marido que necesita descansar por un rato. Sin embargo, poco después descubren
que ha huido con Leonardo. El novio sale a caballo en busca de la pareja.

La próxima escena toma lugar en un bosque, un marcado contraste con las tierras
áridas dónde vive la novia. Mientras unos leñadores están hablando de la huída de la
pareja, aparece la luna personificada y dice:

"No quiero sombras. Mis rayos


han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante."

También llega una mendiga, representación de la muerte y dice:

"Abren los cofres


y los blancos hilos
aguardan por el suelo de la alcoba
cuerpos pesados con el cuello herido".

La luna planea iluminar la escena para que el novio descubra a la pareja y la mendiga
pueda acabar con ellos. Aparecen en la escena la novia y Leonardo, y ella le dice que
para regresar con el novio tendrá que ser a la fuerza. La novia decide quedarse con
Leonardo y ambos afirman que sólo la muerte los podrá separar. Finalmente, el novio
los encuentra y se escuchan unos gritos, pero las muertes del novio y de
Leonardo toman lugar fuera de la escena. Al final, entra la mendiga, se pone de
espaldas y abre su manto como un pájaro con alas inmensas.

En la próxima escena, una niña y unas muchachas están hablando de la boda cuando
llegan la mujer y la suegra de Leonardo, quien le dice a su nuera:

"Sobre la cama
pon una cruz de ceniza
donde estuvo su almohada".

Luego aparece la mendiga en la puerta de la casa y las muchachas le preguntan si


viene del camino del arroyo. Ella les contesta que sí y que vio a dos hombres muertos.

Al final de la obra, la vecina está en la casa de la madre del novio, y llega la novia
cubierta en sangre. La madre la golpea, y la novia le dice que ha venido a que la
maten y explica lo ocurrido. También le jura que aún es una mujer honrada, pero la
madre le contesta que no le importa su honradez ni que quiera morirse, porque su hijo
está muerto. La obra termina con una especie de adoración al cuchillo que recitan la
madre y la novia.
YERMA
El rol social de la mujer en un pueblo español a principios del siglo XX parece estar
condenada a las labores domésticas y la maternidad, delineando esta perspectiva la
estructura familiar.
La pieza teatral que da cuerpo a este libro, fue escrita por Federico García Lorca en el
año 1924 y puesta en escena por primera vez en Madrid bajo la interpretación de
Margarita Xirgu.
Su genealogía se intercala entre Bodas de Sangre (1933) y La casa de Bernarda Alba
(1936) y comparte con ellas la caracterización del universo de pasiones femeninas
inmerso en una sociedad conservadora.
En Yerma los prejuicios sociales toman cuerpo en el personaje femenino que da
nombre a la obra y van construyendo la narración a través de sus padecimientos y
reflexiones.
Yerma, tiene un único proyecto en el que se entremezclan el deseo personal y el
mandato social de ser madre.
Un matrimonio sin deseo ni amor, un marido estéril, la presencia de un antiguo
pretendiente, se combinan para desarrollar un argumento teñido de tragedia y sutil
crítica a una identidad femenina intrínsecamente ligada al orden social establecido.
Es la obra teatral a la que el mismo García Lorca calificó de poema trágico y en la que
desarrolló con mayor amplitud y relieve un tema central: el de la esterilidad y
fecundidad.
Yerma, mujer estéril, que lucha desesperadamente con su verdad, cada vez se vuelve
más conflictiva y no cede en ello hasta consumarla. El desenlace final, la muerte del
marido, es la última defensa de su sueño imposible y una afirmación rotunda de su
destino trágico ante la ciega fatalidad.

LA CASA DE BERNANDA ALVA


Tras la muerte de su segundo esposo, Bernarda Alba se recluye e impone un luto
riguroso y asfixiante por ocho años, prohibiendo a sus cinco hijas a que salgan a la
calle. Cuando Angustias, la primogénita y la única hija del primer marido, hereda una
fortuna, atrae a un pretendiente, Pepe el Romano. El joven se compromete con
Angustias, pero simultáneamente enamora a Adela, la hermana menor, quien está
dispuesta a ser su amante. Durante un encuentro clandestino de los amantes, María
Josefa, la madre de Bernarda que mantienen encerrada por su locura, sale con una
ovejita en los brazos y canta una canción absurda pero llena de verdades. Cuando
Bernarda se entera de la relación entre Adela y Pepe, estalla una fuerte discusión y
Bernarda le dispara a Pepe, pero éste se escapa. Tras escuchar el disparo, Adela cree
que su amante se haya muerto y se ahorca. Al final de la obra, Bernarda dice que
Adela se murió virgen para guardar apariencias, y exige silencio, como en el comienzo
de la obra.
JUAN TENORIO
Don Juan Tenorio realiza una vil apuesta con don Luís Mejía que consiste en
conquistar en un tiempo record a una ingenua novicia y también a la novia de su
enemigo José Mejía.

Don Juan Tenorio logra cumplir sus objetivos: engaña a la novia de su rival y rapta del
convento a la noble muchacha doña Inés de apenas diecisiete años. Pero sucede un
hecho increíble: don Juan se enamora perdidamente de la ingenua Inés y decide pedir
su mano a su padre don Gonzalo de Ulloa para casarse.

Don Gonzalo de Ulloa y don José Mejía van enfurecidos a la casa del seductor don
Juan Tenorio para encararle su vil conducta al engañar a las dos ingenuas
muchachas. Don Juan Tenorio se enfrenta a los iracundos caballeros, logrando matar
a los dos.

El mujeriego don Juan huye despavorido, abandonando a doña Inés, quien muere de
pena. A su regreso, después de muchos años, don Juan Tenorio, se encuentra con un
panteón en lo que antes había sido su hogar, allí se encuentran enterrados sus
víctimas y su adorada Inés.

Don Juan Tenorio completamente arrepentido pide perdón. Cuando las almas de sus
antiguas víctimas estaban a punto de llevárselo al infierno, apareció en ese instante el
espectro de doña Inés, impidiendo que se lo lleven y salvando su alma.
RIMA XIII
Tu pupila es azul y, cuando ríes,
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.

Tu pupila es azul y, cuando lloras,


las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.

Tu pupila es azul, y si en su fondo


como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.
RIMA XXI
¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
XXX
Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella, por otro;


pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ?¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ?¿Por qué no lloré yo?
XXXV
¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día,
me admiró tu cariño mucho más;
porque lo que hay en mí que vale algo,
eso... ni lo pudiste sospechar.
XXXVIII
Los suspiros son aire y van al aire.
Las lágrimas son agua y van al mar.
Dime, mujer, cuando el amor se olvida,
¿sabes tú adónde va?

LIII
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban


tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas


de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío


cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos


las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas


como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!
EL MONTE ÁNIMAS
Los Condes de Borges y de Alcudiel junto a sus hijos iniciaban el camino a cazar,
montados a caballo.

Con ellos iba Alonso, mientras avanzaban comenzó a relatar una leyenda acerca del
monte de las ánimas, ya que este monte pertenecía a los templarios, quienes eran
reconocidos por ser guerreros y religiosos.

Cuando en dichas fechas el rey decidió expulsar a los árabes que vivían en la ciudad
de Soria, para ello hizo que los templarios llegaran para defender la ciudad ante dicha
decisión, esto incomodo a los nobles de Castilla e hizo que se creara rivalidad entre
ellos.

Fue así como se inicio una guerra a muerte, así que el rey decidió finalizar la guerra en
el monte de las ánimas, todos murieron allí y sus cuerpos fueron sepultados en el
lugar.

Después de insistir mucho, la joven acepta una joya sin decir nada y su primo a cambio
le pidió algún obsequio suyo.

Beatriz estuvo conforme y le expuso que en el Monte de las Ánimas perdió la banda
azul y que era lo que deseaba regalarle.

Alonso se sentía muy fuerte a la hora de luchar con cualquier bestia, pero le aterrorizaba
la idea de ir a ese oscuro lugar en aquella fecha tan indicada y sintió miedo.

Entonces se vio motivado por una sonrisa de la bella dama y se dirigió, aterrorizado, a
recuperar la banda perdida para así contentar a Beatriz.

Las horas pasaron y Beatriz se desveló al creer oír su nombre en una pesadilla. Al
despertarse no pudo volver a conciliar el sueño, así que decidió ponerse a rezar muy
asustada.

Cuando amaneció se avergonzó de su comportamiento de la noche anterior al haberse


asustado, y, entonces, vio su banda azul ensangrentada y desgarrada en su mesa de
noche.

Beatriz se quedó petrificada, no podía creer lo que veía. Más tarde fueron a avisarla sus
sirvientes de una triste noticia: Alonso había sido devorado por los lobos del monte, pero
la encontraron muerta de horror e inerte.

Dicen que después de este suceso, un cazador tuvo que permanecer una noche dentro
del monte de las ánimas, y que antes de morir pudo contar que vio los esqueletos de los
antiguos Templarios y de los nobles sorianos enterrados en la capilla levantarse, y
además, pudo ver también como una mujer hermosa desmelenada, con los pies
ensangrentados daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
OJOS VERDES
Cuenta la leyenda que debajo de una fuente de agua vive una hermosa mujer, que
atrae a todos los hombres para que vivan con ella en lo más profundo.

De esa manera comienza esta historia, donde unos hombres se encontraban cazando
en lo alto de un monte, entre ellos se encontraba Fernando, quien cabalgaba un
caballo y buscaba animales para cazar.

En medio de su viaje logran avistar un ciervo, entonces comienzan acercarse al animal


para cazarlo y este logra escapar, inician los disparos y nadie logra dar con el objetivo.

En medio de los tiroteos logran herirlo, pero el ciervo ignorando el dolor sigue
corriendo hasta llegar a un lugar donde muchas personas tienen miedo a ingresar.

En ese lugar existe una leyenda, pues se dice que ahí habita un espíritu maligno y
quien se atreve a cruzar la fuente de los Álamos se expondrá a una maldición.

Tras ese misterioso hecho la cabalgata decide detenerse, pero Fernando ignorando
todas las advertencias hechas por Íñigo, quien era el más anciano y sabio de todos,
decide ir tras su presa.

Al ir a la fuente de los Álamos, pasaron muchos días y desde ese entonces Fernando
ya no volvió ir a cazar, no se le podía encontrar.

Un día se le vio mirando las tranquilas aguas de la fuente, él dijo ver unos ojos verdes
en el fondo y desde ese día no dejo de pensar en ello.

Entonces visito continuamente la fuente hasta que un día logro ver a una mujer
sentada entre las rocas, ella era hermosa y tenía los ojos verdes, eran exactamente
como los ojos que él ya había visto.

Él hablaba con ella cada vez que tenía la oportunidad, pero ella jamás decía una sola
palabra.

Durante unas de sus visitas Fernando se dirige hacia ella con un “te quiero”, entonces
la hermosa mujer responde por primera vez y cuenta que vive en la fuente, que no era
un espíritu maligno y que también sentía lo mismo, luego ella lo besa y Fernando cae
al fondo de la fuente.
LA AJORCA DE ORO

Cuenta la historia de Pedro Alfonso de Orellana, un joven valiente y apuesto, que era
capaz de dar todo por su amada novia, quien se llamaba María Antúnez, una joven
llena de lujos y caprichos, a la que no le importaba nada más que su bienestar. Un día
en uno de sus tantos encuentros Pedro encuentra a su amada María llorando
desconsolada, él ante tal situación, se acerca a ella y le pregunta la razón de su
incontrolable llanto, pero ella no le da una respuesta, y continua llorando.

Después de un rato de Pedro estarle insistiendo para que le diga la verdad, ella
termina por ceder y le cuenta el motivo de su desconsuelo. Ella le dice que al entrar a
la catedral de Toledo, vio la ajorca de oro que la virgen del sagrario portaba en su
brazo, tal virgen que se encontraba dentro de la catedral, ella le dijo que se había
quedado impresionada ante el brillo de la ajorca y que desearía que fuera de ella.
Pedro al escuchar eso y estando consiente del inmenso amor que le tenía a María, le
dijo que él era capaz de hacer lo que fuera en tal de agradarla, el sentía temor por
robarle a su santa patrona pero al ver el sufrimiento de su amada termino de
convencerse de que debía robarla.

Pedro se dirigió a la catedral con el fin de robarse la ajorca de la virgen como un


detalle para su amada María. Pedro subió las gradas de la catedral, hasta llegar a la
virgen y al estar frente a ella, sintió un miedo obscuro y extraño que se apodero de él,
pero era más grande el amor que sentía por María, que decidió cerrar los ojos para no
verle el rostro a la virgen y solamente de esa madera pudo arrebatarle la ajorca de oro
a la virgen. Pedro seguía sintiendo mucho miedo por lo que estaba haciendo, su temor
no dejaba que pudiera abrir los ojos. Cuando por fin los abrió, y contemplo su
alrededor se dio cuenta de lo que estaba pasando, el intento gritar, pero su voz se
había esfumado, observo que la catedral estaba llena de estatuas de santos, monjas,
ángeles, demonios, damas, pajes y villanos, que lentamente se estaban acercando a
él. Pedro lleno de miedo no pudo contenerse y calló de inmediato al suelo, quedando
desmayado a los pies de la virgen.

A la mañana siguiente los encargados de la catedral vieron a Pedro tendido en el


suelo ante los pies de la virgen y que entre sus brazos aun contemplaba la ajorca de
oro. Después de unos instantes Pedro reaccionó, y de inmediato, volteo su rostro
hacia la virgen y exclamo: ¡suya, suya! Dejando la ajorca de oro y de inmediato salió
de la catedral. Pedro después de lo sucedido enloqueció, tal fue su pecado que
termino quedándose loco por el resto de su vida.

EL BESO
Este libro cuenta la historia de un grupo de soldados, quienes estaban camino a la
guerra por conquistar la ciudad de Toledo. En el camino a la cuidad necesitaban
encontrar un refugio donde pudieran dormir, y mientras caminaban y caminaban, los
soldados seguían sin poder encontrar un lugar en donde pudieran pasar la noche.
Hasta que por fin encontraron una iglesia abandonada, en donde decidieron alojarse.

A la mañana siguiente el capitán de grupo se comunicó con otros integrantes del grupo
de soldados que se encontraban instalados en la cuidad de Toledo. En medio de la
charla con sus compañeros les comento que él y su grupo de soldados habían pasado
la noche en una iglesia abandonada y que allí había aparecido una mujer hermosa con
la que él había estado compartiendo durante el trascurso de esa noche. Pero
curiosamente esa mujer era la misma estatua de mármol que estaba sobre una de las
tumbas del patio trasero de la iglesia. Los soldados al escuchar lo que el capitán les
estaba contando, ellos comenzaron a burlarse de él y a decirles que eran
incoherencias lo que estaba hablando.

Él les dijo que esa noche los esperaba en la iglesia abandonada para poder beber un
poco y que él les mostraría a la mujer. Dicho así, los soldados llegaron por la noche,
ellos estuvieron bebiendo hasta quedar completamente ebrios por tanto alcohol que
habían ingerido. El capitán los llevo a la parte trasera de la iglesia y allí les mostro la
estatua de la mujer, en la inscripción de la lápida que estaba bajo la estatua, decía
llamarse la mujer Elvira y a la par de esa lapida se encontraba la de su marido. El
capitán de tan ebrio que se encontraba, se para frente a la estatua del marido de Elvira
y le escupió alcohol en la cara de la estatua y le dijo que él estaba enamorado de su
esposa Elvira, diciéndole también que la besaría.

Así que el capitán se dirigió frente a la estatua de Elvira, y cuando estuvo a punto de
besarla, de la nada el capitán cayó al suelo con la cara totalmente destrozada y
sangrando por los ojos y la boca. Los soldados que presenciaron lo ocurrido, dijeron
que la estatua del esposo de Elvira, había cobrado vida y con su mano de mármol le
había dado un puñetazo en el rostro al capitán, por haber querido besar a su amada
Elvira.

CRUZ DEL DIABLO


Todo comienza con la historia de un señor feudal, quien era conocido por todo el
pueblo por ser una persona desagradable y cruel. Todas las personas del pueblo
vivían atemorizadas por este mal hombre. Un día decidió incorporarse a un grupo de
religiosos, quienes harían una expedición a la tumba de Jesucristo. Y dicho así se
marchó, pero antes dejo vendidas sus tierras y pertenencias del pueblo. Él se marchó,
y todo el pueblo celebro que el señor feudal se había marchado del pueblo. Pero las
personas no contaban con que el señor feudal, después de su expedición por la tumba
de Jesucristo, decidió regresar al pueblo, ya que no tenía otro lugar donde vivir.

A su regreso al pueblo, las personas se aterrorizaron nuevamente, pues sus días de


paz había terminado, ya que el señor feudal llego para reclamar sus pertenencias que
había vendido. Pero las personas del pueblo cansadas del abuso del señor feudal,
decidieron oponerse y comenzaron una pelea entre ellos y el señor feudal, pero su
mala suerte término ganando la pelea el señor feudal. Este hecho fue la gota que
derramo la copa, las personas muy molestas decidieron unirse para atacar por la
noche el catillo del feudal para cobrar venganza por lo que les había hecho. Todo el
pueblo llego por la noche al catillo del señor feudal, todos armados y listos para la
batalla que desatarían. Las personas del pueblo entraron por la fuerza y sin previo
aviso, logrando matar al señor feudal y a sus trabajadores.

Solo el pueblo pudo recobrar la paz que tiempo atrás había perdido. Todo parecía
marchar bien, hasta que una noche paso algo extraño, en el castillo abandonado del
difunto señor feudal, se empezaron a ser notarias unas luces que llamo la atención del
pueblo, a partir de ese día, comenzaron a aparecer animales muertos, otros robados e
incluso hombres asesinados, sin ninguna explicación. Las personas del pueblo
llegaron a una sola explicación y era que una banda de maleantes se había instalado
en el abandonado catillo del señor feudal, y que desde el castillo realizaban sus
fechorías, utilizando las viejas armas y armaduras que el señor feudal había dejado en
el castillo.

La incertidumbre del pueblo crecía cada vez más ante las nuevas apariciones de
muertes. Para su buena suerte un día lograron capturar a uno de los integrantes de
dicha banda, al cual aprensaron y obligaron a que les dijera toda la verdad acerca de
dicha banda y quien era el jefe que la lideraba. Entre tanta amenaza al joven confeso
toda verdad y dijo que eran un grupo de jóvenes maleantes que vivían de lo que
encontraban en la calle y que habían tomado el castillo como su centro de reuniones y
como un refugio para vivir.

Él les dijo que momentos después de haberse instalado en el castillo del difunto señor
caudal, apareció un hombre vestido con una armadura muy fornida y al no tener un
líder en la banda lo nombraron como su jefe, ya que era un hombre muy cruel, malo e
insensible. Que después de un tiempo de obedecerlo, seguían sin saber quién era, ya
que no hablaba lo suficiente como para conocerlo, no comía y ninguna espada podía
atravesarlo, lo único que le interesaba era matar. Las personas al enterarse de lo que
estaba pasando, decidieron acudir por ayuda con un ermitaño para poder pedir
consejos de que hacer, para evitar más muertes. Así que el ermitaño les dijo que
debían hacer una oración, la cual tiempo atrás san Bartolomé había rezado para poder
vencer al diablo.

Un día se encontraron frente aquel hombre con la armadura, entre toda la población
lograron atarlo de manos y pies, y cuando intentaron descubrir quién era aquel hombre
malvado, le quitaron la visera, y para su sorpresa, la armadura estaba vacía y de
inmediato la armadura se desplomo en pedazos. Los pobladores quedaron perplejos y
nuevamente acudieron al ermitaño, para contarles lo sucedido, así que él les aconsejo
que encerraran la armadura, y el día que decidieron encerrar la armadura, el alcalde
del pueblo les confeso que la armadura se había escapado. Y nuevamente la lograban
atrapar y así se volvía a escapar. Hasta que se dieron cuenta de que era el espíritu
malvado del señor feudal.

El alcalde del pueblo les aconsejo que mejor fundieran la armadura y que la
convirtieran en una cruz, la cual debían colocar en medio de la montaña. Para que la
armadura no cobrara vida otra vez. Las personas siguieron el consejo, la fundieron y la
convirtieron en una cruz, solo así pudieron recuperar la paz de aquel lugar. Dado los
acontecimientos que se presenciaron, decidieron nombrarla, la cruz del diablo.
CANTO A TERESA

¿Por qué volvéis a la memoria mía,


Tristes recuerdos del placer perdido,
A aumentar la ansiedad y la agonía
De este desierto corazón herido?
¡Ay! que de aquellas horas de alegría
Le quedó al corazon sólo un gemido,
Y el llanto que al dolor los ojos niegan
Lágrimas son de hiel que el alma anegan.
¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas
De juventud, de amor y de ventura,
Regaladas de músicas sonoras,
Adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes ce oro bullidoras.
Sus alas de carmín y nieve pura,
Al sol de mi esperanza desplegando,
Pasaban ¡ay! a mi alredor cantando.
Gorjeaban los dulces ruiseñores,
El sol iluminaba mi alegría,
El aura susurraba entre las flores,
El bosque mansamente respondía,
Las fuentes murmuraban sus amores. . .
¡Ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh! ¡cuán süave resonó en mi oído
El bullicio del mundo y su ruido!
Mi vida entonces, cual guerrera nave
Que el puerto deja por la vez primera,
Y al soplo de los céfiros süave
Orgullosa despliega su bandera,
Y-al mar dejando que a sus pies alabe
Su triunfo en roncos cantos, va velera,
Una ola tras otra bramadora
Hollando y dividiendo vencedora.
¡Ay! en el mar del mundo, en ansia ardiente
De amor volaba; el sol de la mañana
Llevaba yo sobre mi tersa frente,
Y el alma pura de su dicha ufana:
Dentro de ella el amor, cual rica fuente
Que entre frescuras y arboledas mana.
Brotaba entonces abundante río
De ilusiones y dulce desvarío.
Yo amaba todo: un noble sentimiento
Exaltaba mi ánimo, y sentía
En mi pecho un secreto movimiento,
De grandes hechos generoso guía:
La libertad con su inmortal aliento,
Santa diosa, mi espíritu encendía,
Contino imaginando en mi fe pura
Sueños de gloria al mundo y de ventura.
El puñal de Catón, la adusta frente
Del noble Bruto, la constancia fiera
Y el arrojo de Scévola valiente,
La doctrina de Sócrates severa,
La voz atronadora y elocuente
Del orador de Atenas, la bandera
Contra el tirano Macedonio alzando,
Y al espantado pueblo arrebatando:
El valor y la fe del caballero,
Del trovador el arpa y los cantares,
Del gótico castillo el altanero
Antiguo torreón, do sus pesares
Cantó tal vez con eco lastimero,
¡Ay! arrancada de sus patrios lares,
Joven cautiva, al rayo de la luna,
Lamentando su ausencia y su fortuna:
El dulce anhelo del amor que aguarda,
Tal vez inquieto y con mortal recelo;
La forma bella que cruzó gallarda,
Allá en la noche, entre medroso velo;
La ansiada cita que en llegar se tarda
Al impaciente y amoroso anhelo,
La mujer y la voz de su dulzura,
Que inspira al alma celestial ternura:
A un tiempo mismo en rápida tormenta
Mi alma alborotada de contino,
Cual las olas que azota con violenta
Cólera impetuoso torbellino:
Soñaba al héroe ya, la plebe atenta
En mi voz escuchaba su destino;
Ya al caballero, al trovador soñaba,
Y de gloria y de amores suspiraba.
Hay una voz secreta, un dulce canto,
Que el alma sólo recogida entiende,
Un sentimiento misterioso y santo,
Que del barro al espíritu desprende;
Agreste, vago y solitario encanto
Que en inefable amor el alma enciende,
Volando tras la imagen peregrina
El corazón de su ilusión divina.
Yo, desterrado en extranjera playa,
Con los ojos extático seguía
La nave audaz que en argentada raya
Volaba al puerto de la patria mía:
Yo, cuando en Occidente el soy desmaya,
Solo y perdido en la arboleda umbría,
Oír pensaba el armonioso acento
De una mujer, al suspirar del viento.
¡Una mujer! En el templado rayo
De la mágica luna se colora,
Del sol poniente al lánguido desmayo
Lejos entre las nubes se evapora;
Sobre las cumbres que florece Mayo
Brilla fugaz al despuntar la aurora,
Cruza tal vez por entre el bosque umbrío,
Juega en las aguas del sereno río.
¡Una mujer! Deslizase en el cielo
Allá en la noche desprendida estrella.
Si aroma el aire recogió en el suelo,
Es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
Cruza la esfera, y que su planta huella.
Y en la tarde la mar olas le ofrece
De plata y de zafir, donde se mece.
Mujer que amor en su ilusión figura,
Mujer que nada dice a los sentidos,
Ensueño de suavísima ternura,
Eco que regaló nuestros oídos;
De amor la llama generosa y pura,
Los goces dulces del amor cumplidos,
Que engalana la rica fantasía,
Goces que avaro el corazón ansía.
¡Ay! aquella mujer, tan sólo aquella,
Tanto delirio a realizar alcanza,
Y esa mujer tan cándida y tan bella
Es mentida ilusión de la esperanza:
Es el alma que vívida destella
Su luz al mundo cuando en él se lanza,
Y el mundo con su magia y galanura
Es espejo no más de su hermosura:
Es el amor que al mismo amor adora,
El que creó las Sílfides y Ondinas,
La sacra ninfa que bordando mora
Debajo de las aguas cristalinas:
Es el amor que recordando llora
Las arboledas del Edén divinas:
Amor de allí arrancado, allí nacido,
Que busca en vano aquí su bien perdido.
¡Oh llama santa! ¡Celestial anhelo!
¡Sentimiento purísimo! ¡Memoria
Acaso triste de un perdido cielo,
Quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
¡Oh mujer que en imagen ilusoria
Tan pura, tan feliz, tan placentera,
Brindó el amor a mi ilusión primera! . . .
¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡Ah! ¿Dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días,
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh! los que no sabéis las agonías
De un corazón que penas a millares
¡Ah! desgarraron y que ya no llora,
¡Piedad tened de mi tormento ahora!
¡Oh dichosos mil veces, sí, dichosos
Los que podéis llorar! y ¡ay! sin ventura
De mí, que entre suspiros angustiosos
Ahogar me siento en infernal tortura.
¡Retuércese entre nudos dolorosos
Mi corazón, gimiendo de amargura!
También tu corazón, hecho pavesa;
¡Ay! llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!
¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
Que fuera eterno manantial de llanto,
Tanto inocente amor, tanta alegría,
Tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
En que perdido el celestial encanto
Y caída la venda de los ojos,
Cuanto diera placer causara enojos?
Aun parece, Teresa, que te veo
Aérea como dorada mariposa,
Ensueño delicioso del deseo,
Sobre tallo gentil temprana rosa,
Del amor venturoso devaneo,
Angélica, purísima y dichosa,
Y oigo tu voz dulcísima, y respiro
Tu aliento perfumado en tu suspiro.
Y aun miro aquellos ojos que robaron
A los cielos su azul, y las rosadas
Tintas sobre la nieve, que envidiaron
Las de Mayo serenas alboradas:
Y aquellas horas dulces que pasaron
Tan breves, ¡ay! como después lloradas,
Horas de confianza y de delicias,
De abandono y de amor y de caricias.
Que así las horas rápidas pasaban,
Y pasaba a la par nuestra ventura;
Y nunca nuestras ansias las contaban,
Tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
Llanto tal vez vertiendo de ternura;
Que nuestro amor y juventud veían,
Y temblaban las horas que vendrían.
Y llegaron en fin. . . ¡Oh! ¿Quién impío
¡Ay! agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío,
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.
¿Cómo caíste despeñado al suelo,
Astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
A este valle de lágrimas odioso?
Aun cercaba tu frente el blanco velo
Del serafín, y en ondas fulguroso
Rayos al mundo tu esplendor vertía,
Y otro cielo el amor te prometía.
Más ¡ay! que es la mujer ángel caído,
O mujer nada más y lodo inmundo,
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo.
Sí, que el demonio en el Edén perdido,
Abrasara con fuego del profundo
La primera mujer, y ¡ay! aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego.
Brota en el cielo del amor la fuente,
Que a fecundar el universo mana,
Y en la tierra su límpida corriente
Sus márgenes con flores engalana;
Más, ¡ay! huid: el corazón ardiente
Que el agua clara por beber se afana,
Lágrimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno.
Huid, si no queréis que llegue un día
En que enredado en retorcidos lazos
El corazón, con bárbara porfía
Luchéis por arrancároslo a pedazos:
En que al cielo en histérica agonía
Frenéticos alcéis entrambos brazos,
Para en vuestra impotencia maldecirle,
Y escupiros, tal vez, al escupirle.
Los años ¡ay! de la ilusión pasaron,
Las dulces esperanzas que trajeron
Con sus blancos ensueños se llevaron,
Y el porvenir de oscuridad vistieron:
Las rosas del amor se marchitaron,
Las flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria.
¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
Un pesar tan intenso!. . . Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío:
Para allí su carrera el pensamiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa,
Donde vil polvo tu beldad reposa.
Y tú feliz, que hallastes en la muerte
Sombra a que descansar en tu camino,
Cuando llegabas, mísera, a perderte
Y era llorar tu único destino:
Cuando en tu frente la implacable suerte
Grababa de los réprobos el sino;
Feliz, la muerte te arrancó del suelo,
Y otra vez ángel, te volviste al cielo.
Roída de recuerdos de amargura,
Árido el corazón, sin ilusiones,
La delicada flor de tu hermosura
Ajaron del dolor los aquilones:
Sola, y envilecida, y sin ventura,
Tu corazón secaron las pasiones:
Tus hijos ¡ay! de ti se avergonzaran,
Y hasta el nombre de madre te negaran.
Los ojos escaldados de tu llanto,
Tu rostro cadavérico y hundido;
Único desahogo en tu quebranto,
El histérico ¡ay! de tu gemido:
¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
Envolver tu desdicha en el olvido,
Disipar tu dolor y recogerte
En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!
¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
En ti, mezquina sociedad, lanzada
A romper tus barreras turbulentas.
Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.
Un recuerdo de amor que nunca muere
Y está en mi corazón; un lastimero
Tierno quejido que en el alma hiere,
Eco suave de su amor primero:
¡Ay! de tu luz, en tanto yo viviere,
Quedará un rayo en mí, blanco lucero,
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida.
Que yo, como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay! al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía,
Yo inocente también ¡oh! cuán ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo!
Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
En tus brazos en lánguido abandono,
De glorias y deleites rodeado,
Levantar para ti soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado,
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo, sin horas ni medida,
Ver como un sueño resbalar la vida.
¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos
Áridos ni una lágrima brotaban;
Cuando ya su color tus labios rojos
En cárdenos matices se cambiaban;
Cuando de tu dolor tristes despojos
La vida y su ilusión te abandonaban,
Y consumía lenta calentura
Tu corazón al par de tu amargura;
Si en tu penosa y última agonía
Volviste a lo pasado el pensamiento;
Si comparaste a tu existencia un día
Tu triste soledad y tu aislamiento;
Si arrojó a tu dolor tu fantasía
Tus hijos ¡ay! en tu postrer momento
A otra mujer tal vez acariciando,
«Madre» tal vez a otra mujer llamando;
Si el cuadro de tus breves glorias viste
Pasar como fantástica quimera,
Y si la voz de tu conciencia oíste
Dentro de ti gritándote severa;
Si, en fin, entonces tú llorar quisiste
Y no brotó una lágrima siquiera
Tu seco corazón, y a Dios llamaste,
Y no te escuchó Dios, y blasfemaste,
¡Oh! ¡Cruel! ¡Muy cruel! ¡Martirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado!
Sobre un lecho de espinas, maldiciendo,
Morir, el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia tu pasado,
Buscando en vano, con los ojos fijos,
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.
¡Oh! ¡Cruel! ¡Muy cruel! … ¡Ay! yo entre tanto
Dentro del pecho mi dolor oculto,
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto:
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hechos.
Gocemos, sí; la cristalina esfera
Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla ardiente el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida:
Truéquese en risa mi dolor profundo. . .
Que haya un cadáver más ¿qué importa al mundo?

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