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Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974

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Impreso el martes 19 de noviembre de 2019

El Catoblepas · número 188 · verano 2019 · página 1

Imperiofilia y el populismo nacional-católico, de José Luis Villacañas. Un


ejemplo de “metodología negra”
José Luis Pozo Fajarnés
A propósito del libro escrito por un profesor de la Universidad Complutense

La lectura del libro de José Luis Villacañas Imperiofilia y el populismo


nacional-católico no ha supuesto para nosotros ninguna sorpresa. Pretende
continuar el “tiempo de silencio” que, desde los años setenta del pasado
siglo, afecta a España, a su mención y a sus símbolos, al papel que tuvo en
la historia universal, pero también quiere seguir silenciando a sus hijos más
relevantes, devaluando o incluso negando su pensamiento o sus hazañas.
Algo que podemos comprobar cuando leemos que la escuela de
Salamanca es un mito generado por la intelectualidad franquista de la
posguerra. Y cuando nombra a autores tan relevantes como Luis de Molina
o como Domingo de Soto, lo hace como el que se escalda con el agua
hirviendo. Gustavo Bueno ha definido estas pretensiones, tan comunes en
la España de las últimas décadas, como “metodologías negras”.

Hoy día, Villacañas se ha incardinado políticamente en el movimiento


político de izquierda indefinida con más proyección en la actualidad (el
partido Podemos, aunque la indefinición es tal que ni siquiera podemos
nombrarlo con unas solas siglas, pues en cada comunidad autónoma tiene
una denominación diferente, que tampoco es fija, pues cambia cada vez
que hay comicios), aunque nada nos atrevemos a decir de su futuro
cercano. La actitud que tiene respecto de España es la misma de esta
izquierda indefinida, y consecuentemente la misma actitud de la
denominada, en términos acuñados por Bueno, “izquierda negra”. La
izquierda que ha interiorizado la leyenda negra, tal y como la había antes
Ortega y Gasset, cuando hablaba de una “España invertebrada”, o el
krausista Gumersindo Azcárate, en el que se refleja el fruto de esa
perniciosa ideología negrolegendaria que era común a todos los
correligionarios del krausismo, y que reflejaba una gran falsedad, la de “la
asfixia o ahogamiento de la actividad científica en España durante los tres
últimos siglos, contando desde 1786” (Bueno, 1991, pág. 77). Esta interpretación retomada por el krausismo era la que define
Bueno en su artículo El español como “lengua de pensamiento”: «La interpretación “más adversa” al pensamiento español
(interpretación incorporada a la “leyenda negra”, alimentada después por hombres como Montesquieu o Voltaire) es bien
conocida: no podría hablarse propiamente de pensamiento español (tampoco de ciencia española); no existió tan pensamiento,
ni tal ciencia. Los escolásticos españoles del siglo XVI y XVII son sólo una reliquia de la barbarie medieval» (Bueno, 2003).

También es pertinente señalar que con Imperiofilia y el populismo nacional-católico reacciona contra el exitoso libro de María
Elvira Roca Barea Imperiofobia y Leyenda Negra. Una reacción muy poco “ilustrada” –disculpe el lector la ironía– , pues la
lectura propuesta no resulta ser muy “académica” sino la reacción de una fiera celosa (celosa por no vender tantos libros como
ella –aunque de este debe pensar que venderá muchos pues señala al principio que es la “primera edición”– y celosa por no
tener tanta proyección mediática). Más concretamente, y huyendo de psicologismos, en los que esperamos no volver a caer,
diremos que el libro de Villacañas es un ejercicio de lo que Jean-Paul Sartre denominó “mala fe” (Villacañas constantemente
ejercita en su libro el famoso dicho sartriano: lo que “es”, “no es”, mientras que lo que “no es”, sí que “es”). Algo que
comprobamos solo con atender a lo que considera que es el “nacional-catolicismo” del título de su libro. Con este “baci-yelmo” –
recuperado de la terminología política del franquismo– está señalando actitudes muy distintas a las que llevaron a su acuñación,
pues solo se refiere a las actitudes que tengan en cuenta las bondades de España, o también a cualquiera que muestre respeto
hacia la bandera, aunque sea simplemente por el hecho de considerar que esos colores puedan representarle, como fue el caso
de la proliferación de banderas de España, en las ventanas de toda la nación, cuando la selección española ganó el mundial de
2010, o cuando esta misma selección ganó las últimas competiciones europeas. Con este apelativo, oblicuamente denomina a
todos estos españoles “franquistas”, y entre esa gran diversidad de españoles incluidos, no ha tenido ningún problema en
señalar a los que estamos al tanto de la filosofía de Gustavo Bueno (Villacañas, 2019, pág. 228).

En esta réplica vamos a centrarnos en algunas cuestiones que vertebran todo su discurso, como son: la entronización de la
Ilustración, la negación del importante papel de España en la Historia Universal, la negación del Imperio español, la defensa a
ultranza que hace de la figura de Lutero y de la Reforma, en el apuntalamiento de las mentiras más conspicuas de la Leyenda
Negra y en su apología del nacionalismo catalán, aunque no solo este, pues de su discurso, colegimos que es amigo de
cualquiera de los nacionalismos que han surgido en España desde hace poco más de un siglo.

La Ilustración

Si tenemos en cuenta ese movimiento ideológico en su sentido radical es pertinente señalar que se caracterizó sobre todo por
su antirreligiosidad. Los ilustrados franceses querían extirpar la religión por considerarla mera superstición. Debemos tener en
cuenta que la religión más extendida en la Francia ilustrada era la católica, por lo que el foco de sus odios se dirigió hacia lo
católico, hacía su Iglesia. Otras Ilustraciones, como la inglesa, no hicieron ascos a otros cristianismos reformados, pues se dio
una importante adaptación o absorción de la doctrina racionalista por parte de muchas sectas protestantes, de manera que esa
antirreligiosidad se dirigió también hacia la religión católica (el tratado sobre la tolerancia de John Locke asevera que la única
religión que no puede tolerarse es la católica: “Los papistas no deberían disfrutar del beneficio de la tolerancia porque, si
tuvieran el poder, pensarían que deben negarles dicho beneficio a los demás”, dice el autor. Locke, Ensayo y carta sobre la
tolerancia, pág. 35).{1} En Alemania, el ilustrado por antonomasia, Immanuel Kant, sin hacer desprecio a sus orígenes pietistas,
pero siguiendo la pauta camaleónica de estos diferentes sectarismos reformados, desarrolla una filosofía que se adecuaba al
deísmo de los ilustrados franceses e ingleses.

El anticatolicismo les acercaba a las posiciones de los reformados tal y como hemos señalado, y en la mayor parte de los
casos a promover esa suerte de religión natural, deísta, que afirmaba la existencia de un ordenador del mundo, a la manera del
Primer Motor aristotélico o del “Dios relojero” de Descartes. Pero esa religión no tenía futuro, tampoco había tenido pasado. No
era ni había sido –desde los tiempos en que Aristóteles definió ese “Dios”– religión, pues no tenía fieles, como es de esperar de
una religión que no tiene un dios personal al que poder dirigirse: «La Idea de religión, ¿puede conformarse en el ámbito
“puramente filosófico”, lógico, en el que teóricamente se conformaron las Ideas de Dios (el Dios de los filósofos, el Dios de la
Ontoteología) y de Hombre? Es decir, la religión natural, ¿es propiamente una religión? ¿Cabe adorar al Primer Motor o al Acto
Puro? O bien, la idea de religión positiva, ¿no tiene fuentes también positivas, a saber, que requieren la presencia y la
revelación de un numen vivo que se manifieste a los hombres?». (Bueno, 2005)

La ilustración tanto en el sentido expresado por los jacobinos, como el expresado por los filósofos empiristas ingleses o por
Kant y el kantismo, derivó en que la influencia de la Iglesia quedara totalmente anulada de los presupuestos que dirigían la
política de los países europeos. El papa Benedicto XVI se preocupó por que, en el texto de la fallida “Constitución Europea”, se
reconociera el papel del cristianismo en la conformación de las naciones actuales, pero su empeño no fructificó, podemos decir
que su posición fue derrotada por la que ya era la más fuerte, la derivada de los “ilustrados” mencionados.

Pese a que Villacañas repita incansablemente los beneficios de la Ilustración, lo que no hace es clarificar lo que con
“Ilustración” nos quiere decir. La idea de “Ilustración” es de una borrosidad supina. La ambigüedad que supone su expresión es
tal, que sus significaciones se multiplican tanto como se habla de ella. Hoy día por ejemplo es la referencia que sirve de excusa
para justificar el laicismo que está tan extendido en España. Villacañas, sin embargo, no se postula como defensor del laicismo
ni seguidor de ningún movimiento –se jacta de que es un filósofo con “pensamiento independiente” (podría entenderse que
quiere señalar que piensa “él mismo”, algo que es una perogrullada, pues nadie puede pensar por otro). De todas maneras
entendemos a qué se referirse con esa muestra de individualismo “intelectual”{2}, pero que lo entendamos no quiere decir que
asumamos que eso pueda darse, pues ese modo individual de pensamiento desconectado de todo modo de ver el mundo es
imposible que se dé. Villacañas está inmerso en una modo de ver el mundo que lejos de ser genuino es todo lo contrario, el más
extendido en la actualidad, el del racionalismo imperante, deudor de esos autores mencionados, de los que Kant es el que se
lleva la palma. La contradicción que supone la adscripción al racionalismo, podríamos decir para el caso de Villacañas que aquí
tratamos, es que ser un filósofo racionalista implica el individualismo, pues la razón es individual, pero eso no anula lo que de
común tienen todos aquellos que militan en tal nematología.

Cuando Villacañas reconoce como modo imperialista a encumbrar al desarrollado por los ingleses es precisamente porque es
gracias a él por lo que las naciones han progresado, implicando con ello que los hombres hayan conseguido la libertad. Así
pues, según este autor, solo los hombres que han participado en Estados donde se dio la Reforma, son los que se caracterizan
por tener “libertad de conciencia”. Qué solo ellos entienden de libertad, y procuran un “progreso” (lo que no sabemos es que
entiende Villacañas por “libertad” o por “progreso”). También leemos que los que no asumen esa “realidad” son a los que hay
que vencer, pues solo cuando asuman esta realidad serán “libres”. Al parecer, él considera un hecho –que en su modo de ver
ser un hecho es lo “real”– que los europeos anticatólicos son libres y los que han traído el progreso. Pero lejos de demostrar
semejante afirmación asegura tal “certeza” diciendo que solo es preciso atender a que son libres y que se ha dado progreso,
que es lo que debía demostrar. Y eso es lo que en lógica denominamos como “falacia de petición de principio” o “argumentación
circular”.
En los últimos párrafos de su libro, a modo de sermón final, nos adoctrina de un modo tan descarado como emborronado.
Entendemos que nos dice que nosotros, los españoles, solo cuando asumamos que nuestra historia es un fiasco, o sea, cuando
asumamos su doctrina negrolegendaria, será cuando podremos considerarnos “libres”. Señala, que tenemos que tomar
distancia del relato de nuestro pasado. Dado que nos vemos incapaces de expresar de modo claro lo que es un puro delirio
borroso, es mejor citar sus palabras: “Esa toma de distancia genera el espacio propio de nosotros, de nuestra vida, de nuestra
libertad. Por supuesto, no podemos hallarlo si no colocamos el pasado en su sitio y no podremos hacerlo si nuestra historia es
una de estas dos ausencias de distancia: la formación de un pasado que nos determina de un modo inevitable, o un presente
confuso que lo determinamos con nuestro deseo (...) Una libertad para nuestra propia experiencia, eso desea ganar el que
escribe la historia y si hubiera tenido antes contacto con esta cita la habría puesto al principio de mi serie dedicada a la
Inteligencia hispana“{3} (Villacañas, 2019, 254-255). Villacañas se refiere a una frase que cita del teólogo protestante (pietista)
Guillermo Weischedel, que fiel a un modo de ver coincidente con el de “nuestro autor”, introspectivo y racionalista, señala lo
siguiente: “la despedida en su doble aspecto, como despedida del mundo y como despedida de cinismo, trae al escéptico una
libertad interna” (en Villacañas, 2019, 254). Nosotros solo podemos decir ante tal desafuero, que no nos aventuramos a
interpretar –pues demasiadas serían las posibles interpretaciones, contradictorias entre sí– lo que quiera decir ente señor con
tan oscura metáfora. Que la interpretación de Villacañas ahí se queda, pues como hemos tratado de decir, tampoco nos dice
nada. Y esto no lo decimos por animadversión, ni por vagancia “intelectual”, lo decimos porque no es “intelectualmente”
(disculpen que use aquí esta palabra tan prestigiosa para Villacañas, pero tan poco considerada por nosotros, dado el nivel de
la mayoría que se consideran como tales) honesto que se quieran expresar ideas, cuando estas ideas dependan para su
comprensión de otras ideas que son confusionarias. O sea, que lo que criticamos aquí de nuevo es que es preciso clarificar qué
sea la libertad, porque si esto no se hace, de entrada, nada clarificador podemos decir a partir de ella.

Es pertinente señalar lo que desde nuestro modo de ver entendemos cuando leemos el término “libertad” en este contexto.
Desde nuestro parámetros aseguramos que hablar de “hombres libres”, en el sentido en que habla Villacañas, no es decir nada.
Esa libertad es propia, como estamos comprobando, del modo de ver previo que se da en el mundo protestante, y que es
coincidente con otro modo de ver que se adaptó a él, como un guante se adapta a la mano que lo porta. Nos referimos al modo
de ver racionalista que se extendió primero por los territorios donde triunfo la Reforma, pero que hoy día ha “colonizado” el orbe.
Este modo de ver la libertad se resume en una frase tan oscura como las derivaciones que de ella se dan, y que en este libro
hemos leído conspicuos ejemplos: “el hombre es libre por el hecho de ser hombre”. En una afirmación como esta tienen su
fundamento las argumentaciones que hemos leído, pero tal explicación no explica nada, pues no explica por qué es libre el
hombre más que por el hecho de ser hombre, que es lo que habíamos afirmado al principio. El mito aquí implicado es que la
libertad existe desde tiempos ignotos, desde que el hombre existe. Que es lo mismo que decir, desde el dogma cristiano
original, que la libertad existía ya en la cabeza divina, que era eterna pues Dios la pensaba desde siempre. El racionalismo
derivó en la negación de Dios y de sus ideas, pero esas ideas pasaron a la cabeza del hombre que, como es un ser pensante
(en lo que no se diferencia del ser pensante anterior, Dios), pensó la libertad desde el origen también. Y si la pensó es que
existía “realmente” (esto es una reproducción del argumento ontológico anselmiano). Como estamos comprobando, la
argumentación de Villacañas y sus fuentes es tan metafísica como la de la dogmática católica. Pero esto que estamos
demostrando no es relevante para él, lo importante en grado sumo es que la jerarquía católica había anulado la libertad que
ellos consideran, y que es esa libertad que los católicos no conocen todavía. La anulación de esa libertad fue resuelta gracias a
la religión privada, por ejemplo, de los puritanos ingleses, que como sabemos es una rama del protestantismo calvinista, aunque
en esta cuestión no se distinguía de los presupuestos luteranos. Su religión les hace libres y ha hecho libres a los ciudadanos
de las naciones modernas. Villacañas incide en los puritanos porque son esos protestantes los que conforman el primer
gobierno republicano moderno, el de Cromwell de mediados del siglo XVII, aunque este solo duró una década. Esta idea de
libertad la podemos expresar, desde nuestro parámetros, como “libertad de”, que es una libertad que no tiene que ver con la
acción, y muy diferente de la libertad que sí que tiene que ver con ella, que es la “libertad para” (ejemplos de esta libertad sería,
poder elegir candidatos en unas elecciones; comprar en un supermercado, &c.). Como podemos leer en el texto de Gustavo
Bueno La ilustración, como idea fuerza del presente, la “libertad” de los protestantes y de los ilustrados, es libertad respecto de
la Iglesia católica: “Por ello solía sobreentenderse, por Hegel, por ejemplo, que el verdadero libertador fue Lutero” (Bueno,
2015).

La conciencia libre que exalta Villacañas, tiene asociada, de modo necesario, un modo de ver la religión “privado”, algo de lo
que él mismo se hace eco. Pero la “religión privada” tiene menos posibilidades de ser efectiva que la “libertad” señalada antes.
No se puede dar nunca. La “religión privada” es un mito. La religión nunca puede ser privada, ya que siempre es pública.
Presentarla como tal es la misma falsedad expresada desde los tiempos de Lutero. Un subterfugio para derrotar a la Iglesia, y
paralelamente para usarlo como arma en los distintos intereses imperialistas. Respecto de esto último, Inglaterra es la que se
llevó el gato al agua, pues fue la que conquistó un Imperio mayor. Por esa dialéctica es por lo que se hizo grande, asociándose
a otros intereses imperiales, los cuales acabarían con el imperialismo de los Estados Pontificios y con el español. El incipiente
imperialismo inglés del siglo XVII fue el impulsado sobre todo por los puritanos que apoyaron a Oliver Cromwell, y que
provocaron que otros puritanos en desacuerdo con ellos marcharan a “hacer las Américas”. Pero los puritanos que se quedaron
en el poder, como sus socios anglicanos, pero también como los presbiterianos y otras sectas menos numerosas, no “sumaban
individuos” en cada uno los cultos profesados, como sería el caso si la religión fuera privada, sino que la profesaban por estar
organizados –institucionalmente– en cada una de ellas. Ahí está la farsa de la “religión privada” invocada por Villacañas. Por
otra parte, esas distintas agrupaciones sectarias no se toleraban entre sí, pero sin embargo había una causa común que las
tendía a unificar, a solidarizarse, el odio a los católicos.

Otro importante aspecto referido a esta apología de la ilustración es que los argumentos desarrollados por el autor están
presos de otro mito incluso más potente que el de la Ilustración, del mito de la cultura. Villacañas considera que la civilización es
el grado más alto de la cultura (criterio que comparte con los antropólogos clásicos). Esta idea no aparece explicitada pero se
sobreentiende cuando leemos el ensalzamiento dedicado a la Europa de la Reforma. Lo que nos dice es que esa Europa era,
en la época de la Ilustración, la sociedad civilizada por antonomasia, frente a la Europa católica del sur. También leemos que
mientras que la tarea de España fue un modo aberrante de “colonización” la tarea de los ingleses, holandeses ilustrados fue una
tarea moral, pues se vieron impelidos a civilizar de modo muy diferente a esos “nuevos hombres”.

De manera que el texto de Villacañas es una suerte de apología del colonialismo, en el que deja de lado que ese colonialismo
era fruto de la depredación. Pese a la lectura que haga Villacañas, hay muy poca distancia de lo que hacía el mundo cristiano,
de lo que hace el mundo protestante y racionalista, o por decirlo en los términos que prefiere el autor: también ilustrado.
Decimos que es igual porque en vez de ser la justificación religiosa, la de “hacer nuevos hijos de dios”, de manera que les
llegara a ellos también la salvación, estos ilustrados querían llevar la idea de cultura a todo el orbe. La falta de desconexión
entre un modo de hacer y el otro nos lo ha hecho ver Gustavo Bueno, cuando en su libro El mito de la cultura, leímos que la
cultura es una mera secularización de la gracia. La tarea apostólica de ir por todo el mundo a llevar la palabra, se transforma en
colonización.

Esta metodología civilizadora, colonizadora, fue el modo de hacer sobre todo de los ingleses, con su “gobierno indirecto”.
Mediante el cual, con la filosofía de respetar al indígena, sus costumbres, y sus religiones, hacían, de ellos, súbditos. El jefe de
la tribu de turno iba a seguir siéndolo y por encima de él solo iba a estar la autoridad del rey inglés. De este modo, los miembros
de la tribu pasaban a ser trabajadores, que extraían las materias primas, tan golosas para el Imperio inglés. Los ingleses les
respetaban como personas, pero les arrebataban las riquezas de sus territorios como si fueran animales. La burda metodología
solidaría, expresada por el teórico del ese colonialismo Émile Durkheim, implicaba esa doble vara de medir que Villacañas
obvia, pues solo considera relevante el respeto al indígena y la libertad. Pero esa libertad no sabemos, parafraseando a Lenin,
para qué la podían precisar. A esta colonización debemos oponer la metodología conquistadora española. La “colonización”
española, como él la denomina, no tenía el fundamento de respeto que caracterizaba la inglesa. Los españoles consideraban
las costumbres de los indígenas como salvajes o bárbaras, por lo que debían “civilizarlas”, pero una modo de civilizar que era en
este caso sinónimo de cristianizar.

Para Villacañas los humanistas del norte eran lo más parecido a los ilustrados posteriores, una suerte de pre-ilustrados que
ya tenían en cuenta ese respeto. El respeto, en ese contexto más reducido, se daba entre grupos muy diferenciados también.
Por un lado, ellos, pertenecientes a una clase –en terminología marxista– con recursos económicos y que, como era el caso de
Inglaterra, iba a hacerse con el poder, y por otro lado los campesinos y los emergentes trabajadores industriales, que cada vez
eran más numerosos: “los humanistas del norte no son partidarios de los poderes imperiales unificados, sino de los naturales,
cercanos a los ciudadanos” (Villacañas, 2019, 88). No podemos entender qué quiere decir con “poderes naturales”, Al parecer,
con ellos quiere mencionar los expresados por Locke y Montesquieu, apuntalando la visión mitológica de un hombre que no ha
precisado de instituciones para llegar al grado de racionalidad que ha llegado. El poder político derivaría de un hombre racional,
portador de derechos desde tiempos ignotos, o sea, desde siempre, y trasmisor de esos derechos, que se conformarían como
poder en el gobernante o gobernantes, por mor de un contrato. Ese hombre, su idea, es tan mitológica como la explicación del
origen del poder desde el Dios de las escrituras.

Villacañas ensalza esa Europa ilustrada y protestante, apuntando sus figuras más excelsas: Locke, Bentham, Mill, Malthus,
Disraely, Spencer y Churchill (Resulta hasta raro que solo haya nombrado a estos). No menciona, como es lógico por el
discurso que desarrolla, otros que quizá ha sido mucho más relevantes que los primeros para la historia universal, dado que
influyeron en los primeros, pese a que eso se omita (tal negacionismo es parte de la leyenda negra, tal y como hemos visto;
pensemos en su afirmación de que la Escuela de Salamanca es un mito franquista). Estos son autores como Cervantes,
Calderón, Mariana, Espinosa (Pero no el Espinosa racionalista que es habitual leer en los textos de Historia de la Filosofía, sino
del Espinosa que reclamamos desde el materialismo filosófico), Suárez, Menéndez Pelayo, y aquí queremos incluir también, por
derecho propio, a Gustavo Bueno, dado que suponemos la influencia que tendrá en el futuro, dada la potencia del sistema
filosófico que inauguró.

Como la Ilustración francesa es una ideología contra la ideología que imperaba en España, en España no puede haber
ilustrados, porque necesariamente serían antiespañoles. Hasta un alumno de primero de bachillerato descubriría aquí la falacia
del argumento. Solo si se atiende al modo de ver la historia que defiende Villacañas, se podrá desarrollar una ilustración
española, en este tiempo. Claro, su impulsor es él mismo: “… se puede llenar una biblioteca con los libros que disponen de un
modo u otro las dificultades de la Ilustración, su dialéctica interna. Ninguna inteligencia alerta puede aceptar incondicionalmente
de los procesos modernos en su desarrollo histórico, pero eso no quiere decir que estos no se deban conocer y comprender. En
realidad, solo así estaremos en condiciones de impulsar una ilustración consciente de su propia dificultad, reflexiva, madura y
carente de las ilusiones que conoció el siglo XVIII” (Villacañas, 2019, 203).

Lo que supuso el fenómeno de la Ilustración en la sociedad contemporánea solo puede traer beneficios a la sociedad,
entendemos que hoy día es preciso aplicar más Ilustración, de modo similar a como los problemas de la democracia se
solventan con más democracia. La petición de principio está servida. Pero esta falacia implicada en su argumentación no la ve
ni la quiere ver Villacañas. No atiende a lo que hoy día se le dice ni a lo que otros ya habían dicho respecto de los perjuicios de
la Ilustración. Nada menos que la tradición marxista. Podríamos empezar por citar al mismo Marx, que vio en ella el idealismo
que soportaba, cuando criticó el ideario jacobino de la Revolución, pero más cercana está la crítica de los más importantes
miembros de la denominada escuela de Frankfurt. Estas críticas, pese a realizarse desde un modo de ver las cosas muy
cercanas a la actual ideología izquierdista que profesa no son por él consideradas. Los motivos de esta desconsideración son
para nosotros palpables, pues en las argumentaciones que leemos en su libro, encontramos lo que sucede, a todos los niveles,
con otras ideas fuerza que están a pleno rendimiento en la actualidad, tal como las de democracia, socialismo, paz y otras
muchas. Lo que se reconoce en ellas no permite ver sus lados más oscuros. Adorno y Horkheimer sacaron a la luz lo más
tenebroso de la idea de Ilustración: “…vienen a reconocer en el fascismo hitleriano el componente mítico racional-ilustrado
(Bueno. 2015), aunque como señala Bueno, se quedan cortos pues no se sustraen a lo mismo que no se sustrae Villacañas, de
manera que otras ideas fuerza marcan su discurso, como es la de la “lucha de clases”. Por ese motivo consideran a Odiseo
como “un burgués del mundo antiguo, es decir, un propietario que, pasado el nomadismo, forma parte del orden social
constituido sobre la base de la propiedad estable, en el momento en el cual dominio y trabajo se separan” (Bueno. 2015), o “sólo
de pasada, mentan al «Ejército rojo», que también se veía, emic, al igual que los batallones nazis, como resultado de la
racionalización ilustrada” (Bueno. 2015). De manera que el que ha demolido previamente lo que Villacañas defiende es Bueno,
pero de eso no se percata, pues su daltonismo intelectual, en combinación con un maniqueísmo exacerbado, no se lo permiten.
{4}

El Imperio español{5}

Es preciso aclarar que la historia no es el pasado, pues el pasado, pasado es y, por lo tanto, no existe. La historia es algo del
presente, algo que está influyendo en el presente. Esa influencia, es un suceder que sí está aquí, en el presente Y para
corroborar esta idea solo tenemos que pensar en lo que a día de hoy ocurre con relación al nacionalismo catalán y su modo de
interactuar con instituciones que no son españolas, aunque tuvieron mucho que ver con España en el pasado, pues eran parte
de su Imperio. Y así, vemos como las decisiones de los jueces y políticos belgas, con relación al caso Puigdemont, pueden
entenderse atendiendo a ese pasado común y a un odio atávico a España que sigue calando en los descendientes de los otrora
separatistas que tanto colaboraron en que se consolidara la Leyenda Negra. La de Puigdemont no es la primera euroorden,
lanzada por España, que rechaza la justicia belga. Es más, de todas las tramitadas no han hecho caso a ninguna. Muchos han
sido los militantes de ETA que se han refugiado en ese país, y ninguno ha podido extraditarse, pues los belgas han hecho caso
omiso a las demandas españolas.{6} Los belgas consideran, no que estemos viviendo en el mejor de los mundos posibles, sino
que estamos viviendo en el único en el que se da “buen gobierno”, o sea, en el único que se dan gobiernos democráticos, y que
cualquier otro modo de gobierno anterior o actual que no sea democrático, es o ha sido tiránico. Esta es la ideología de la
democracia actual, una ideología fundamentalista, que se asocia al modo negrolegendario de considerar a España, por parte de
belgas y otros muchos, atrasada políticamente. Así pues, podemos asegurar que lo que ha sucedido con Alemania respecto del
caso Puigdemont deriva de los mismos prejuicios. Y podríamos seguir apuntando casos muy diferentes, en esos países y en
otros, y relativos a asuntos diversos, pero todos con el mismo denominador común, el desprecio a España. Un desprecio que
depende de su historia imperial y de las mentiras atroces que de ella se han dicho. Pensar que hay que olvidar la historia, como
dice Villacañas, es no ingenuo sino burdo, pues asume que es la historia negra, la expresada en esos bulos.

En ¿Qué imperio? Un ensayo polémico sobre Carlos V y la España imperial, Villacañas mostraba un marcado europeísmo
reluctante a las tesis defendidas por Gustavo Bueno en España frente a Europa. En Imperiofilia sigue en esa misma línea, y
leemos que le parece demoníaco no ser europeísta, que si uno no defiende Europa es un iluso, un tonto, un acomplejado, que
tendría que ser tratado por Sigmund Freud (esto es lo que entendemos al leer las páginas en las que expresa sus conclusiones.
Dejamos al lector del libro que, desde su sindéresis, ponga en el lugar que se merece al autor). De todas formas es pertinente
incidir en lo que según Villacañas es “ser europeísta” pues, en base a ello, va a despreciar la política del emperador Carlos, al
que acusa de nepotismo y de chapucero, tal y como podemos aquí comprobar: “Pero debemos recordar que ser europeísta no
es precisamente querer una unidad política impuesta por la fuerza de la victoria militar, ni una unidad que solo beneficiaba a
Carlos, su casa y sus aristocracias, si no estar en condiciones de generar un poder equilibrado entre todos los intereses y
poderes en juego y lograr las instituciones que los preserven y defiendan. Desgraciadamente, eso no fue lo que impulsó Carlos”
(Villacañas, 2019, 99-100). Este modo de ver la cuestión está fuera de lugar, la lectura que hace de la política del emperador es
interesada, pues esa actitud de “falta de dialogo” que le reprocha es un modo de ver promovido por la filosofía alemana de
finales del siglo XX, por lo que no puede haber nada más fuera de lugar que tal reproche. Utilizar aquí este recurso retórico es
tan absurdo como hacerlo de la política ateniense de los siglos en que esta fue hegemonía, o de los periodos republicano e
imperial de Roma. Un signo de la “barbarie española” que tiene que ver con la política imperialista de Carlos I, fue lo que se
derivó del Concilio de Trento –promovido por el Emperador y concluido en tiempos de su hijo Felipe– fuera del interés de
España. Villacañas habla con gran aprecio de un grupo de cardenales que podía, eligiendo un papá diferente, haber marcado
una vía contraria a los intereses de España en ese concilio.{7} Pero de estas lindezas negrolegendarias nos ocupamos más
adelante, en el apartado último de nuestro trabajo. Aunque es pertinente señalar que en Trento se dialogó y mucho, y el colofón
de las discusiones no fue tan a favor de España, pues lo que Melchor Cano –defensor de los intereses de España– no tuvo el
éxito que hubiera deseado su rey. Los jesuitas dirigidos por Acquaviva, consiguieron que los intereses del papado fueran los que
se salvaguardaran: «Los argumentos esgrimidos por él en Trento fueron recopilados en 1556, en su libro Consultatio theologica.
Cano abogaba por resistir a las pretensiones imperialistas de Pablo IV (un papa siempre enfrentado a los intereses españoles).
Estas pretensiones debían ser contrarrestadas, pues debilitaban el Imperio español. Como en otros reinos, en España era el
Papa el que elegía a los obispos, también administraba los bienes de las Iglesias afincadas en ellos, algo que le daba una
solvencia económica a la que los demás estados no tenían acceso. Melchor Cano quería que Felipe II administrara los bienes
de la Iglesia española y las rentas derivadas de ellos. Tal pretensión derivaba en socavar el poder temporal. El papel jugado por
el dominico Melchor Cano en esa contienda hizo que el papa Pablo IV le atribuyera el calificativo de “hijo de la perdición”»{8}
(Pozo Fajarnés, 2018, 267-268).

Si nos preguntamos qué es lo que nos hace hoy día europeos, la única respuesta con sentido, que huye de los psicologismos
expresados por Villacañas, es la que dio Gustavo Bueno en su día: Los españoles no podemos “hacernos” europeos porque ya
lo somos. Somos además los primeros europeos. Pero no como miembros de una Europa de cuento de hadas, como es la que
se relata en este libro y en los medios de comunicación, sino la Europa diferenciada por los distintos intereses institucionales.
En esa Europa no hay que generar nuevos idiomas diferenciadores (como está sucediendo desde hace unos años en la
fragmentaria España de la actualidad) pues estos han estado siempre ahí, transformándose tal y como históricamente ha
sucedido. Tampoco es pertinente generar diferencia nuevas. Las diferencias siempre han estado ahí, y no se van a eliminar, por
mucho trasiego de personal que se dé entre los distintos países. La biocenosis europea no ha dejado de ser tal, pese a lo
generado por el espejismo derivado de la eliminación de las fronteras económicas (pero esas fronteras no son lo único que nos
separan). Eliminación que solo ha beneficiado a los intereses mercantiles, y que se ha hecho palpable por la moneda única y lo
que conlleva: facilitación del trasiego ocioso, pero sobre todo, la “fuga de cerebros” desde las naciones menos desarrolladas a
las más, que son, junto con los grandes inversores, los que se benefician de todo ello. Los intereses imperialistas no han
disminuido: Inglaterra, pese a su ruptura de facto con la “Unión” sigue dando pasos de gigante con su asociación con EE.UU., lo
podemos comprobar por el hecho de que el inglés no va a dejar de ser el idioma imperante en todo el territorio de la Unión
europea. Y también porque Alemania, de modo más destacado que Francia, está a la cabeza de los “veinticuatro”, dirigiendo lo
que podríamos denominar un “Cuarto Reich”{9}, pues la economía de los países miembros sigue el ritmo que marcan las leyes
mercantiles que impone.

Idearios, como el que él defiende, son los que han derivado en que España esté en la situación actual, pasando a ser en los
dos últimos siglos un cero a la izquierda en la historia universal que se está escribiendo. Villacañas es un negrolegendario, un
defensor del fallido imperialismo anglosajón, un apologeta del protestantismo, que guarda todas sus alabanzas para estos y
para la Ilustración: “…no es la conciencia de culpa la que nos hace querer entender a nuestros socios y amigos europeos del
norte, sino sencillamente la idea de construir un futuro de paz, seguridad y prosperidad sostenido por ideas de justicia en las
tierras de Europa. Pues solo si estamos dispuestos a comprenderlos es legítimo que exijamos de ellos comprensión”
(Villacañas, 2019, 50)

Ese modo de ver propio, a la vez que tan común a tantos, es el que le hace ser partidario, o sería mejor decir, lo que le hace
justificar las bondades de una religiosidad anticatólica, la religiosidad de los protestantes calvinistas ingleses, holandeses,
daneses, noruegos, suecos y curlandeses (Curlandia era un ducado que también tuvo colonias en América, desde el siglo XVI la
religión de los curlandeses era el luteranismo; hoy Curlandia está anexionada a Rusia) que salieron de sus naciones a
conquistar otros territorios. Villacañas no menciona que arrebataron las tierras a los indígenas y que acabaron con sus vidas. No
es que nosotros, al incidir en esto último seamos partícipes del actual movimiento indigenista, el cual expresa un modo de ver
torticero y unos derechos que nunca han tenido los indígenas. En absoluto. Nosotros sabemos que el derecho a la propiedad de
la tierra nunca puede tener razones históricas ni de ningún otro tipo que no sea el de la fuerza que ejerce la institución estatal,
para defender el territorio que les permite adquirir alimentos, y del que se aprovecharán sus descendientes, siempre que lo
sepan defender. Eso les sucedió a los distintos indígenas que recibieron la visita de los europeos desde el siglo XV en adelante.
Por otra parte reconocemos asimismo la constate “lucha por la supervivencia” que se da entre intereses estatales. Estos
Estados se mantienen o desaparecen porque están en constante conflicto, en relación dialéctica. Gustavo buenos ha
comparado a esta dialéctica con lo que pasa en una biocenosis, pues en este complejo vital se da, como sucede entre los
estados, esa lucha constante. De manera que, dado ese devenir conflictivo, algunos de ellos pueden incluso desaparecer. Eso
le pasó a los hebreos, y les ha pasado a los kurdos, a los armenios, les pasó a los polacos durante muchas décadas, aunque
desde finales de los años treinta recuperaron sus territorios (pero teniendo en cuenta la situación por la que pasó a causa de la
ocupación alemana, que duró toda la guerra mundial).

En esa lucha a muerte entre Estados se ha dado un carácter diferenciador. El carácter que los Estados adquieren en esa
biocenosis cuando sus intereses van más allá de la defensa de sus fronteras y las tienden a ampliar. En ese momento
hablaremos de dialéctica de Imperios. Por esta dialéctica se constituyó la España imperial, y por lo mismo pasó también de
tener territorios repartidos por todo el orbe a quedar restringidos a la península ibérica (compartida con Portugal, que también
fue español durante el reinado de Felipe II, por otra parte) y poco más fuera de ella. De tal manera que del Imperio a día de hoy
solo queda una impronta, aunque muy importante, el idioma español, que sigue repartido por todo el mundo. Algo parecido
sucedió con Roma, aunque hoy día del latín queda solo el estudio de los textos escritos en ese idioma, que no son pocos y que
además tienen una gran relevancia cultural e histórica. Pero también quedan sus derivaciones idiomáticas. Algo similar sucede
con Rusia a día de hoy y sucedió con Inglaterra. Pero en esta suerte de similitudes históricas que reconocemos, el sistema del
materialismo filosófico expresa en su filosofía de la historia una importante clasificación que los separa en dos grandes bloques.
Una clasificación que surge porque los modos de ampliación de territorios y de su trato con los que los habitan, pueden ser muy
distintos en unos Imperios o en otros. Es lo que denominamos como modo imperialista generador y modo imperialista
depredador.

El libro España frente a Europa de Gustavo Bueno, no es un canto del cisne al Imperio español. Lo que supone este libro,
entre otras cuestiones, es que hace justicia a la historia de España, y al papel que esta ha jugado en la historia universal.
Destruye el modo de ver negativo en que derivó la idea de “Imperio” en el marxismo, sobre todo con la obra de Lenin.
Villacañas, que no conoce este libro, pues ya hemos señalado que no le resulta de interés ninguna obra de Bueno posterior a
los años sesenta, nos dice –suponemos que por lo que le han dicho “otros”– que Bueno tiene “melancolía Imperial” (Villacañas,
2019, 228). Este burdo comentario solo puede serle de utilidad al lector de su libro que se caracterice por una marcada
“debilidad mental”, pues con solo un poco de raciocinio se percatará de que eso que lee –un vulgar psicologismo– no es
suficiente para derruir toda una teorización sistemáticas sobre la historia. Villacañas no atiende tampoco a la importante
distinción entre Imperios depredadores e Imperios generadores, y afirma que la tesis de Bueno –que no sabemos de dónde la
saca pues como hemos señalado no le interesa nada de Bueno escrito después de los años sesenta– es “la modernidad contra
España” (Villacañas, 2019, 195), que se repite de diferentes modos a lo largo de su libro, como por ejemplo cuando afirma que
se da “un combate cósmico entre el mundo anglosajón y el católico”, o que lo que Bueno ha dejado en herencia es la
continuación del “combate histórico del imperio español” (Villacañas, 2019, 228; la cursiva es nuestra, y cada vez que
señalemos ese modo de nombrar el Imperio español, con la “i” en minúscula, tal y como siempre hace Villacañas, lo
resaltaremos del mismo modo).

Sin querer extendernos mucho en este apartado, solo lo necesario para mostrar lo desafortunado de su propuesta,
señalaremos algunos datos de entre la inmensidad que deja de lado este autor. Suponemos que no por ignorancia, sino porque
no le interesa airearlos, pues irían en contra de muchas de sus mendaces afirmaciones. Dice por ejemplo que el imperio
español (recordamos aquí que él solo reconoce como tal imperio al imperio español de América) estaba apoyado solo por
ejército terrestre. Cómo es posible que no conozca –siendo tan avezado historiador, además de filósofo– la derrota naval que
los ingleses sufrieron, cuando asediaron Cartagena de Indias. El almirante español Blas de Lezo infringió a la fuerza naval
inglesa una de las derrotas más importantes de toda la historia. Derrota que los ingleses han procurado que fuera borrada de
sus libros de historia (el problema es que, por mor de la Leyenda Negra asumida por los españoles, también se ha borrado de
los nuestros). Villacañas seguro que rubricaría lo que en la enciclopedia interactiva Wikipedia se apunta: que en este caso
también los ingleses perdieron esa gran batalla debido a “los elementos” (allí podemos leer que “los elementos” que se
abatieron sobre los ingleses fueron las fiebres (la fiebre amarilla). Todo vale, antes de reconocer la gran derrota. Aunque es
suficiente con lo que nos dice en su libro respecto de esta gesta: «…contar por enésima vez la épica de la armada invencible o
la hazaña de Blas de Lezo, y la necesidad de recordarla para comprender “que glorias alcanzaron los antepasados y cuán lejos
estamos ahora de ellas”. Sinceramente, cuanto más lejos estoy de esas glorias, mejor me siento» (Villacañas, 2019, 113).

Villacañas justifica las bondades del imperialismo británico señalando que ninguna de sus antiguas colonias quiere dejar de
depender de la corona británica. No nos dice que esos que quieren seguir siendo británicos son, en su gran mayoría,
descendientes directos de británicos. Aquellos primeros británicos acabaron con la vida de los indígenas que vivían en esos
territorios, haciendo así una apropiación del territorio total. ¿Cómo no van a querer ser británicos, si son todos británicos? Por
otra parte, están los casos que niegan lo que Villacañas dice: solo hay que ver que, en la India (que consiguió su independencia
en 1927 o Irlanda (que la pequeña parte que no consiguió la independencia todavía buscan su consecución) no sucede como en
Australia. Ni tampoco tiene en consideración los que nunca quisieron formar parte de la Commonwealth (Mancomunidad
naciones británica): Egipto, Irak, Transjordania, Palestina, Sudán, Somalia, Kuwait, Baréin, Omán, Catar, Emiratos Árabes... por
otra parte, la tal mancomunidad, nada tiene que ver con lo que supone un Imperio universal generador, como son, por ejemplo,
los casos del Imperio romano o del Imperio español. El británico fue un Imperio depredador, además de efímero, lo que
contrasta con los anteriores, el romano tuvo una trayectoria de varios siglos y el español duró más de tres. La comparación de
España con Roma es patente, pero no lo quiere reconocer. En su libro apunta a las bondades de Roma, al construir ciudades
por todo su territorio conquistado. No quiere percatarse de que España hizo lo mismo en los territorios americanos. Remitimos a
las tesis defendidas por Luis Carlos Martín Jiménez, en sus conferencias sobre América, y en el artículo del número 49 de El
Basilisco: “Hispanoamérica no es un mito”.

Y otra cuestión que no hay por dónde agarrar es la de asegurar que España –aunque desde su esquema dependiente de una
España fragmentada se refiere a Castilla– no fue Imperio por no verse, así misma, como un pueblo elegido de Dios. Pero un
mecanismo tal que para nosotros es absurdo, pues en la historia universal se demuestra que las ideas no mueven nada, sino
que lo que hace que algo se mueva es lo que se hace. Solo un idealista, como es el caso de Villacañas puede asegurar una
cosa como esta. Los estadounidenses expresaron la tesis del “destino manifiesto “, pero ese modo de ver, no fue el que hizo
que Estados Unidos estuviera a la cabeza del mundo, sino lo que hicieron ellos, y lo que hicieron otras naciones para ayudarles.
Que se ajuste el “destino manifiesto” a lo que sucedió está expresado por un mecanismo parecido al del triunfo de Cristo en
estos dos mil últimos años. No fue por las ideas de un hombre, Cristo, sino por lo que hicieron sus seguidores, y la respuesta
que dieron los que recibieron el mensaje. Nos referimos al hecho de qué Roma se hiciera cristiana. Las ideas de Cristo
triunfaron, pero podrían haber triunfado otras muy similares, tal y como nos dice Gustavo Bueno en diversas ocasiones,
apuntando a Apolonio de Tiana como un sujeto de similares características a las de Jesús, pero que el decurso histórico anuló.
Ni sus ideas, ni las de Jesucristo eran potentes para mover nada. Como tampoco mueve nada el saberse “tocado de dios” o
tener un “destino manifiesto”. Las ideas no están en el principio, en el origen, las ideas derivan de las acciones, lo que no quita
relevancia al papel que juegan después. Que el pueblo judío sea el “elegido” implica que la palabra de Dios es verdadera, pero
Dios es una idea, no es un ser de carne y hueso que pueda hablar. El destino manifiesto no lo ha escrito tampoco un Dios
omnipotente que conociera de antemano la historia. Ese mito es propio de un hombre que conoce la historia de Estados Unidos
hasta la fecha en que se le ocurre esa “idea”, muy poco original, por cierto, aunque se haya mostrado tan potente.

La idea de que Castilla es un reino separado de España, y que siempre lo ha sido, es una idea que choca frontalmente con
nuestros postulados, que son los que expuso Gustavo Bueno en España frente a Europa. Para Villacañas España nunca ha
existido. Ha sido siempre una suerte de “Frankenstein”. La idea de nación de naciones de la Constitución española del 78 está
presente en su planteamiento. Bueno expresa detalladamente su postura en España frente a Europa, por lo que citando lo que
dice daremos por zanjado este asunto que precisa ser definitivamente aclarado:

«Quienes sostienen que “Castilla hizo a España y Castilla la deshizo” podrían extender el dicho al Imperio: “El Imperio
castellano leonés hizo a España y el mismo Imperio la deshizo”; quienes no admitan la tesis según la cual “Castilla hizo a
España”, se inclinarán a pensar que la Idea de Imperio, asumida a partir del siglo x por León y Castilla, habría contribuido, ya
desde el principio, a ahuyentar a los otros pueblos peninsulares y, por tanto, a frustrar una unidad más profunda que podía
haberse producido si la Idea Imperio hubiera estado ausente.
A nuestro juicio, ambos tipos de respuestas adolecen de un mismo error metodológico: referirse a la Idea de Imperio como si
fuese una Idea exenta (respecto del sistema político de los Estados interrelacionados), como una Idea de la que pudiera
hablarse por sí misma, bien sea quitándole toda su fuerza o importancia, bien sea otorgándole una fuerza excesiva, capaz,
nada menos, o bien de mantener unidas a las partes de España, o bien de producir su dispersión. Ninguna de estas opciones
nos parece defendible y ello debido a que la Idea de Imperio o, si se prefiere el Imperio a secas, nada significa si no es en
función de una multiplicidad de Reinos, Principados, Condados, Señoríos, &c. determinados, que en esta Idea han de estar
implicados. De esta multiplicidad de entidades políticas, y sólo de ellas, podrá recibir la Idea de Imperio su sentido.
El Imperio constituiría, ante todo, la expresión de las efectivas relaciones mutuas, “realmente existentes”, entre los Reinos y
Condados peninsulares de la Edad Media. La Idea de Imperio sería el modo de representarse esa unidad en un contexto
político. Cuando las relaciones entre los Reinos Peninsulares sean de solidaridad fuerte, es decir, ante terceros (el Islam, el
Sacro Imperio), entonces la Idea de Imperio alcanzará su mayor presencia e importancia; cuando las relaciones de cohesión
mutua se aflojen, entonces la Idea de Imperio experimentará también un eclipse. Esto es exactamente lo que le ocurrió con el
Sacro Romano Imperio, en relación con los Reinos alemanes. El ascenso del prestigio del Imperio dice también, por tanto,
ascenso de las fuerzas de atracción entre Reinos o Principados que comprende; el descenso de su prestigio dirá también
descenso de la intensidad de esas fuerzas, incluso de una voluntad de ruptura o de secesión, cualesquiera que sean sus
causas. En cualquier caso, hay que tratar a estos Reinos, Principados, Condados, &c., no como si fueran partes de un
mosaico o como meras continuaciones de partes prefiguradas pretéritas (como pretenden hacernos creer los historiadores
que adoptan los puntos de vista de las actuales Autonomías), sino como unidades nuevas, conformadas por neogénesis, a
partir de la fragmentación de la Monarquía visigoda. De la codeterminación de esas nuevas entidades políticas podría resultar
la realidad de un sistema que se representa bajo la forma de un Imperio.» (Bueno, 1999, 293-294).

Tras esta elucidadora cita, y para terminar con este apartado, señalaremos que Villacañas no tiene en consideración la
maquinaría filosófica que permite a Bueno extraer sus conclusiones sobre el papel de España en la Historia Universal. Y no lo
considera porque no le interesa. Afirmación que hacemos sin atisbo de duda pues él mismo así lo aseguró cuando pudimos oírle
en Talavera de la Reina, en el congreso ya mencionado en el apartado anterior. Para él, lo interesante de Bueno era lo que
había escrito en los años sesenta, lo posterior a esas fechas le parecía desechable. No conocer la obra de Bueno, posterior a
esos años, es el motivo de no percatarse de que sus propias tesis están destruidas antes de que sean expresadas.{10}

Lutero y la Reforma

Villacañas afirma que “Lutero no denigró a los pueblos católicos ni a España” (Villacañas, 2019, 89). Parece ser que de cara a
negar lo afirmado por Roca Barea en Imperiofobia, no se ha tomado muy en serio lo de consultar textos en los que se corrobore
lo que allí se afirma o se niegue. Las afirmaciones de Villacañas tampoco son del todo fidedignas, si tenemos en cuenta que
está haciendo una reconstrucción histórica, pues no encontramos citas en su libelo, y solo menciones a argumentos de
autoridad, que solo darán por buenos los lectores previamente adoctrinados. Nosotros, a poco que hemos buscado hemos
encontrado una revocación de la afirmación con que hemos abierto este apartado. Lutero llamaba a los españoles –y al lector
dejamos que juzgue si lo que dice es denigrante o no lo es– “marranos” y “mamelucos” (Sunt (Hispani) plerunque Marani,
Mamelucken).{11} Lutero no nos llama “marranos” siendo él el primero que lo hace. Lo toma de lo que ya se decía en el sur de
Italia –perteneciente por otra parte al Imperio– de los españoles. El reino de Nápoles-Sicilia fue uno de los primeros focos
originarios de la Leyenda Negra. Lutero no tiene ningún problema en ser vocero de ella. Pero no se queda allí, incluso la
refuerza, nos dice que en comparación con los turcos, enemigos de la fe cristiana, los españoles son todavía peores: «“Deinde
contulit Hispanos et Turcas et conclusit tolerabilius esse vivere sub Turca quam Hispanis, nam Turcam confirmato regno servare
iustitiam, sed Hispanos plane esse bestias, ut experti sunt Mediolanenses”,{12} die sie zu hern gehabt haben &c. [que los
tuvieron como protectores]» (Achermann, 2004, pág. 66).{13} Los españoles son peores porque son amigos –los más cercanos a
ellos, y sus protectores– de los papistas{14} que son según Lutero tan enemigos de la fe como los judíos o los turcos: “La
imagen de España y del español que resulta de los coloquios de sobremesa de Lutero está estrechamente relacionada con la
imagen del turco, del judío y del papista en el pensamiento político religioso del reformador alemán. Son dos los factores que
determinan esta constelación: para Lutero, la población española está constituida en su mayoría de “moranos” que –como
consecuencia de la cristalización forzosa– adoptó el evangelio de manera estrictamente exterior; en segundo lugar, España
aparece, junto a Italia, como el bastión político y territorial del papado, lo cual viene a significar que los españoles forman parte
de los archienemigos del Evangelio que operan en lo más hondo de la iglesia. En suma: se puede decir que, según Lutero, los
españoles reúnen las características condenables de los paganos, e. d., enemigos exteriores del cristianismo, con cualidades
aún peor que los herejes, enemigos intrínsecos de la verdadera fe del cristianismo” (Achermann, 2004, 64-65).

Villacañas tampoco parece entender que esa amistad entre el papado y España, es una amistad táctica, políticamente
hablando, pues tanto España como los Estados Pontificios son dos choques imperialistas que no pueden sustraerse a esa
dialéctica. Según podemos leer en Imperiofilia, el autor no entiende que el cardenal Carafa, luego Pablo IV, sea enemigo de
España (dice de él, en su gratuito y habitual estilo provocador, que era “inquisidor general a la española”; y para que quede claro
de que estamos hablando, esto que dice Villacañas es lo que entendemos por Leyenda Negra en sentido estricto). Villacañas
entendería ese choque de intereses si tuviera en consideración la filosofía de la historia de Gustavo Bueno. Atendiendo a ellas
es como se comprende que los intereses de los Estados pontificios y los de España son opuestos. Pero de esto no se percata
Villacañas, que dice que “Roma fue solo una potencia defensiva” (Villacañas, 2019, 90). Como si recaudar impuestos no fuera
un modo de poder. Una forma de poder al que se enfrentó el poder de diametralmente opuesto de Lutero y los príncipes
alemanes (remitimos al desarrollo de las ramas y capas del poder político que Gustavo Bueno expone en su Panfleto contra la
democracia). O el hecho de hacer la guerra terrestre o de tener naves de guerra. Por poner un ejemplo de cada una de estas:
Julio II guerreó para unificar Italia bajo el dominio de la Santa Sede y san Pío V se comprometió a participar en Lepanto con una
docena de galeras y casi cuatro mil soldados. Pero esto es solo una pequeña pincelada de lo que suponía el imperialismo
pontificio, el que Villacañas desconoce.

Para destruir la jerarquía de la Iglesia y con ello el poder que le caracteriza incide es en “alianza sinceras entre cristianos”
enfrentadas a “las órdenes religiosas arcaicas”. Esto es algo obvio, tal y como puede leerse en lo que señala el mismo autor:
con la reforma “se buscaba una nueva relación entre las dimensiones espirituales y las temporales de la vida, la religiosas y las
políticas, de tal modo que quedarán deslindadas mediante una mejor división de poderes” (Villacañas, 2019, 91).{15} Las iglesias
reformadas eran todo lo contrario de lo que sucedía con las católicas, según el autor: la reforma quería “acabar con una forma
de regir las conciencias, de hacer pagar el pecado, de atormentar a los fieles... forjar un sentido de la salvación capaz de
consolar a una humanidad sufriente y de darle ánimo para emprender un nuevo curso histórico” (Villacañas, 2019, 92). Algo que
solo podía darse al desarticular el organigrama pontificio. Por otra parte, muestra un total desconocimiento de la lucha intestina
que se dio en el seno de la Iglesia con los modernistas (abanderados de las ideas de la Reforma en el seno de la Iglesia). Los
“modernos”, que no son otra cosa que los reformadores, en un principio fueron denominados novatores, y solo tras la Pascendi
de san Pío X se les llamó “modernistas”. Ni siquiera parece saber cuál fue el resultado de esa lucha intestina en el último
concilio ecuménico. Solo teniendo en cuenta una ignorancia supina, o una doble intención (por esta segunda posibilidad nos
decantamos), puede entenderse que hable de modo descontextualizado del acercamiento del actual papa Francisco a los
reformados. Algo tan obvio como las transformaciones rituales que se han dado en el culto católico desde principios de los años
sesenta del siglo XX.

En otro orden de cosas, debemos señalar que las distintas sectas protestantes eran intolerantes las unas respecto de las
otras, el texto de John Locke Ensayo y carta sobre la tolerancia es prueba de ello. Sin embargo, Villacañas señala que la
intolerante es la Iglesia Católica: «Por ejemplo, lo que cuenta Roca Barea de la relaciones entre Zwingli y Lutero como una
persecución, o que este llamó a los seguidores de aquel “fanáticos y demonios”, solo aspira a presentar un debate firme y
sincero de varios días, que acabó en una despedida fraternal, como un acto inquisitorial, lo que en modo alguno fue. El diálogo
del Marburgo acabó con importantes acuerdos y se acotaron los desacuerdos porque Lutero defendía una variación de los
doctrina católica de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, frente a la tesis de la presencia simbólica de Zwingli” (Villacañas,
2019, 93). O esto otro: “las diferencias entre reformados fueron muchas veces intensas en el plano de la interpretación, pero
rara vez dejaron de ser debates intelectuales para pasar a persecuciones mortales” (Villacañas, 2019, 95).

La Leyenda Negra

José Luis Villacañas no tiene ningún tapujo para subirse en el carro de la propaganda inaugurada por el luteranismo: señala a
Cicerón como prorrepublicano, cosa que no es falsa, pero al señalarlo como tal está incidiendo en lo que a él más le interesa.
En el desprestigio de la idea de Imperio, y al tomar a Cicerón como excusa el foco del ataque es la demolición del primer gran
Imperio occidental, el Imperio romano. Pero ¿el periodo de la República fue mejor que el del Imperio en Roma? ¿En qué
sentido? Las preguntas que acabamos de hacer no son susceptibles de ser contestadas in extenso, pero sí vamos a hacer una
serie de aclaraciones que consideramos muy pertinentes, de cara a desenmascarar al autor de Imperiofilia. En los últimos
tiempos, se ha dado un punto de inflexión en la lectura de la historia de Roma. Tiempo atrás los emperadores romanos eran
criticados y desprestigiados por ser enemigos del cristianismo o por cuestiones morales. Pero desde la publicación de los libros
de Robert Graves sobre la vida de Claudio (el primero en 1934 y el segundo en 1935), que tuvieron una gran proyección a partir
de finales de los años setenta del pasado siglo, al ser llevados a la televisión con gran éxito mundial de público, los
emperadores romanos han sido señalados como una serie de tiranos degenerados, y toda la corte que les rodeaba peor
todavía. Debemos mencionar que después de estos textos fue muy exitoso el libro que publicó en 1964 Gore Vidal Juliano el
apóstata, que no marcaría la tendencia expresada en los de Graves. Pero la tendencia primera fue la que triunfó, y lo hizo tras el
éxito de la serie de televisión mencionada. A partir de aquí, la crítica al Imperio romano por antidemócrata, dado que era la
negación de “republicanismo”, democrático “por definición” (aquí reconocemos la nematología del fundamentalismo democrático
a toda máquina) se hizo recurrente tanto en el cine como en la televisión, y en esta última, tanto en series como en
documentales. Sin embargo, podemos asegurar, atendiendo a la historia (pensemos en emperadores como Adriano, Trajano,
Marco Aurelio, Constantino…), que los siglos del Imperio frente a los anteriores de la República no fueron lo decadentes que
señala esta nematología.

Cuando Villacañas trae a colación en su libro la figura de Fray Luis de León, no es para decirnos nada bueno –pese a ser ese
el calificativo que le da– ni de él ni de la importancia que haya podido tener para el acervo cultural del Imperio español, sino todo
lo contrario, lo trae a colación para despotricar contra España y su política. Dice de él que fue “un hombre bueno” (Villacañas,
2019, 163), pero no por nada que haya hecho y que Villacañas nos describa, sino solo porque fue condenado por la Inquisición
(parece ser que todo condenado, por el hecho de serlo, eran buenos, mientras que la Inquisición era el mal por antonomasia. El
maniqueísmo se deja ver de modo diáfano aquí también. Pero la Inquisición fue una institución que cumplió una tares tan
relevante como eficaz en la política que tenía que desarrollar el Imperio católico español. El Tribunal de la Inquisición, lejos de
tener el carácter irracional que tuvieron otros tribunales religiosos en el mudo protestante, embebidos de supersticiones, se
caracterizó por todo lo contrario.

Justifica las condenas por brujería de los tribunales de la Reforma: estos tribunales “reprobaron la brujería como blasfema
respecto de la trascendencia de Dios y como irracional respecto de los dones concedidos a los hombres, elementos centrales
de su fe” (Villacañas, 2019, 152). Pero esto es justificar lo injustificable, e implica un tergiversación de la historia pues la
racionalidad era la característica esencial de la Iglesia católica y de sus diferentes órdenes (benedictinos, agustinos, dominicos,
jesuitas…), que desarrollaron un sistema filosófico que, aunque denostado por Villacañas, es el que fue de la mano de muchos
logros científico a todas las escalas, además de que fue imprescindible para desarrollos filosóficos posteriores. Dónde se dio el
progreso de la ciencia y donde se sentaron las bases de lo que hoy día es el orden mundial, a todas las escalas, fue en el
mundo católico, y sobre todo en España:

En España hubo siempre filosofía, por ejemplo, filosofía escolástica; solamente cuando se da por supuesto que la filosofía
francesa o la filosofía alemana, que discurren al margen de la tradición escolástica (y no es el caso de Kant, un escolástico
«puro»), son algo más que ideologías, se puede hablar comparativamente de esa «debilidad de la filosofía española».
Además, podría decirse que en España, si no hubo un Descartes es porque no hacía falta: los tribunales españoles de la
Inquisición controlaban las supersticiones mucho más que los franceses en Francia; por ejemplo, bastaría comparar el
proceso de los milagros de Loudun con el proceso de las «energúmenas de San Plácido» para demostrarlo.{16}

La cuestión de la brujería que trae Villacañas a colación, de esa forma tan torticera, es todavía más flagrante, pues la usa
como un arma de doble filo. Dice que en España había tanta brujería como en el norte, pero que fue tolerante con las “brujas”
porque “no significaban peligro para el orden establecido” (Villacañas, 2019, 152). Y porque le beneficiaba tal tolerancia: “fue
tolerante con ella porque era una aliada de la empresa tiránica de hacer peor a la gente” (Villacañas, 2019, 152).{17} El caso es
que en España no se quemaron a estas personas, o mejor dicho, los casos fueron muy pocos, y sus sentencias no acababan en
la hoguera. Sin embargo, en la Europa protestante, y en los territorios americanos colonizados por ellas, mataron sin tregua a
todas las tocadas por el demonio. Gustavo Bueno en El sentido de la vida vuelve a mencionar esos mismos casos: «Célebres
son, en el pasado inmediato de nuestra cultura (en el siglo XVII, el siglo del racionalismo) los procesos en torno a la posesión
diabólica –las “brujas de Salem” en América, los “demonios de Loudun” en Francia, o las “energúmenas de San Plácido” en la
España de Felipe IV (Bueno, 1996, 275). En los dos primeros casos, los tribuales protestantes quemaron a las acusadas, como
era por otra parte lo habitual, en España, sin embargo, la posesión demoniaca, que lo que había conseguido era que las monjas
quedaran preñadas, se solvento enviando al sujeto –preciso para que tal preñez se diera, y que no era otro que el cura del
convento– a un monasterio lejano, en el que las féminas estuvieran a suficiente distancia de él.

No es lo mismo lo que ahora dice Villacañas que lo que se decía de España y de su papel en la historia en el siglo XX o en el
XIX. A finales de este último es cuando comenzó a diagnosticarse lo que se estaba cerniendo sobre España desde hacía ya
siglos. Es cuando se acuñó el término “Leyenda Negra” (que como sabemos si no se señala otra cosa, la Leyenda Negra es la
española, por un penoso “derecho propio”). Es más, cuando España era Imperio y se metían con ella a los españoles –fueran
dirigentes o ciudadanos de a pie– no le preocupo lo que decían (es el mismo caso de lo que hoy sucede en EE.UU. cuando se
les critica de tan diferentes modos). Esto no lo entiende Villacañas: “así que no veo que los EE. UU. padezcan como España por
una Leyenda Negra. Es más, tiendo a pensar que si eso pasara no harían el quejica” (Villacañas, 2019, 77). El remate de la
frase no deja lugar a dudas de lo que el autor está persiguiendo, y de las malas artes que utiliza para ello.

Respecto de la Leyenda Negra caben dos posturas, la de enfrentarse a ella críticamente o la de negar que exista, pero para
así mantenerla y multiplicarla. Este último es el caso de Villacañas, pues podemos leer en su libro que no existe: “hay opiniones
más o menos negativas sobre España (durante los más de cuatro siglos) pero no Leyenda Negra”. (Villacañas, 2019, 153). En
ningún párrafo, de las casi trescientas páginas de esta “primera edición” de su libro, dice nada que sea positivo respecto del
papel de España en la historia universal. Todo es denigración, Leyenda Negra en estado puro. A lo largo de su libro, no deja de
reiterar las afirmaciones en las que se sustenta el relato legendario antiespañol: “El imperio español se dejó sentir en Italia por
primera vez con el Saco de Roma, que no fue precisamente un paraguas. Más bien fue el más importante expolio artístico y
patrimonial del mundo moderno con anterioridad al pillaje de la codicia nazi” (Villacañas, 2019, 83). De estas afirmaciones se
podría extraer que todas las bellezas que hay en Roma, en sus calles en el museo Vaticano en los museos… deberían estar hoy
día en España. Igual que podemos ver, por ejemplo, en el museo berlinés de Pérgamo todas las maravillas arrebatadas en
territorios que hoy denominamos Oriente Medio. En ese museo podemos recrearnos viendo las murallas de Babilonia y muchos
de los tesoros artísticos de esta ciudad. Tesoros también de Mesopotamia y de Egipto; En el museo británico podemos ver salas
y salas de piezas, de valor incalculable, tomadas de las ciudades y de las distintas edificaciones mortuorias de Egipto, y también
encontramos múltiples piezas del Imperio persa, tantas como egipcias. Y, lo que no podemos dejar de señalar es que, en ese
museo podemos ver, nada menos que la mitad del friso del Partenón ateniense, aunque no solo eso, pues fue muy grande el
expolio hecho en Grecia, a principios del siglo XIX, por los ingleses; Y no digamos lo que podemos encontrar en el museo del
Louvre, adornado a partir de la conquista de tantos territorios por parte del imperialismo napoleónico. El Imperio francés duró
unos pocos años, pero la depredación artística fue inmensa (aunque lo peor fue lo que vino después, pues el control colonial
destruyó y desmanteló las riquezas naturales de los territorios ocupados, como también sucedió con los otros mencionados, y a
los que hay que sumar a Holanda). Para que nos percatemos de la diferencia entre esa depredación y lo que supuso el paso de
España, en su papel de Imperio, por otros territorios, solo tenemos que atender a que en los museos españoles no hay nada de
lo que se encontró ni en el Nuevo Mundo ni en los territorios europeos que formaron parte del Imperio. Por ejemplo, Pompeya y
Herculano fueron descubiertas cuando el reino de Nápoles pertenecía a España, siendo rey de Nápoles el que después sería el
rey español Carlos III. Si hubieran sido ingleses, franceses u holandeses los que controlaban esos territorios, ¿dónde estarían
hoy los mosaicos pompeyanos o las espectaculares improntas de las víctimas calcinadas por el volcán? ¿En los museos
señalados o dónde hoy están, que es en la misma Pompeya? La política imperialista española nunca fue expoliadora. Qué
desfachatez la de Villacañas.

Afirma que Felipe II prohibió escribir la historia de España, sin embargo sabemos que durante su reinado, que duró hasta
1598, el P. Juan de Mariana publicó la suya, concretamente en 1592, y dedicada al rey que dice Villacañas que prohibió escribir
sobre ello. Además Villacañas menciona este texto de Mariana, para decir de él maldades, como es de esperar por otra parte.
Este texto de Mariana fue de los más leídos y estudiados en todo el mundo, algo que ya sucedía en sus primeras ediciones. El
mismo Juan de Mariana se hace eco de ello: “Compuse e imprimí la Historia de España en Latín dedicada al Rey nuestro Señor
D. Felipe II de gloriosa memoria, que mucho se deseaba, y que ningún Coronista de los Reyes pasados salió con ello, si alguno
lo intentó, y no sabemos lo que fuera adelante. Dicen que puede parecer entre las de las otras naciones; de que da muestra lo
mucho que della escriben los estrangeros, y los pedazos muy grandes que della inxieren en sus libros. Aquí se podía decir
mucho, que se dexa por la modestia”.{18} Como Mariana solo llegó a narrar la historia de España hasta los tiempos de Fernando
el católico, Villacañas especula que no siguió por miedo a la crítica de los Austrias. El mismo Mariana justifica que no siguiera
por no molestar, pero nunca dijo que por miedo a la casa de Austria. Esa es una insultante especulación de Villacañas, pues él
sabe perfectamente que cuando había que enfrentarse a la injusticia de los gobernantes lo hizo: Cuando critico la política
monetaria de Felipe III, que le costó la cárcel, o cuando criticó a su general jesuita Claudio Acquaviva. Villacañas no
desaprovecha un solo momento para generar nuevos bulos negrolegendarios. Y no puede ni quiere decir nada bueno de –el
crítico con el statu quo– Mariana. Villacañas no solo no tiene en consideración lo que le ennoblece sino que al mirar los sucesos
desde su plataforma destructora, solo incide en lo da sentido a sus argumentos, pese a la obviedad que señala: la intransigencia
de los gobernantes. ¿Es que los gobernantes aceptan de buen grado que saquen a la luz sus malas gestiones? ¿No sería
propio de un crítico honesto decir qué pasó? Al parecer el calificativo que acabamos de usar es reluctante al autor de
Imperiofilia.

Villacañas continúa su infame argumento señalando que, por ese miedo, tan extendido en todo el orbe hispano, la
continuación de la historia española, la que partía desde Carlos I, hubieron de escribirla los ingleses. Esta es otra falsedad –
¿intencionada?– pues la Historia de España de Mariana la continuaron Fray José Manuel Miñana, a principios del siglo XVIII, y
otros, en este mismo siglo y en el XIX. Y, como ya hemos señalado, el éxito editorial de este libro de Mariana, continuado por los
demás autores, fue muy grande. Tendría que decir Villacañas si hubo tantas ediciones de los textos negrolegendarios que tras el
Siglo de las luces, pues ese fue el siglo en el que algunos falsarios ingleses, franceses y otros de diferentes nacionalidades
escribieron falsamente sobre España. Tampoco se para a pensar que quizá el fenómeno de que haya hispanistas fuera de
España –desde luego que no solo negrolegendarios– es porque la historia de España interesa, aunque a él no le interese nada,
tal y como afirma repetidas veces.

Según se van pasando las páginas se siguen encontrando un gran cúmulo de despropósitos: que Carlos V y Felipe II eran
tiranos, que eran unos auténticos asesinos además de prevaricadores. Pero donde cargar las tintas es en Felipe II, al que tacha
sin ningún pudor de cobarde, de psicópata. Al introductor de la Inquisición en España, que no es otro que Fernando el Católico
(aunque ya existía en Aragón desde hacía muchas décadas, dada la conexión fronteriza de sus territorios con los Estados
Pontificios), lo desprecia en todo momento: Fernando el Católico, utilizó la Inquisición para “asentar su poder en toda España sin
tener que pagar el precio de una política derogatoria” (Villacañas, 2019, 143). Lo que nos dice Villacañas es que lo hace por
interés personal, de lo que se infiere que su modo de obrar era el de los tiranos. Quizá ese desprecio tan grande se deba a que
fue el baluarte de la unidad de España junto con Isabel I de Castilla. Fernando, utilizando la Inquisición, “pudo asentar su poder
en toda España sin tener que pagar el precio de una política derogatoria” (Villacañas, 2019, 143).

La Inquisición, la define como una institución jurídica que destruyó “todo el derecho patrio”. El derecho “patrio” es para
Villacañas todo lo que sucedía antes de Fernando el Católico. Un derecho que, suponemos que es el de los fueros y los
prerrogativas de los nobles, “pasó hacer letra muerta ante esta institución regida por un derecho excepcional, sin otra ley que su
propia voluntad discrecional” (Villacañas, 2019, 143). Nos habla también de “patriotas” al referirse a los castellanos que no
querían tener al Católico como rey: “Denunciar este monstruoso tribunal no fue un asunto de luteranos ni de renegados, sino de
castellanos de bien, que vieron como su idea de patria era destruida por un tribunal regio de cuyos hilos tiraba un rey consorte
que no tenía derecho alguno a reinar sobre Castilla” (Villacañas, 2019, 144. Los castellanos católicos o que estaban de acuerdo
con Fernando, que no los nombra, no eran según parece castellanos de bien.

También dice que los españoles no fueron perseverantes ni mostraron energía ni constancia, ni se esforzaron ni se
entusiasmaron en la conquista de América. Para él los que tenían estas virtudes fueron Los que él llama “la resistencia”
(Villacañas, 2019, 244). El símil con el vocablo evocador de algunos franceses durante la ocupación nazi es más que
bochornoso, sobre todo pensando en que esa “resistencia” es una construcción mitológica que miró por expresar un prestigio
que Francia había perdido por su falta de compromiso con Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial. Villacañas también
asegura que solo los conversos podrían haber legitimado la misión de los españoles en América. Algo que no pudo suceder por
dos cuestiones que tiene muy difícil armonización, lo que no parece ser problema para Villacañas, la señalada de acabar con los
conversos y la de acabar también con el espíritu de la Reforma: España “prescindió del único sustrato que podía haberle dado
una idea imperial capaz de legitimar su misión y de configurar el paso de la protonación de hidalgos a una nación moderna
homogeneizadora de lo diferente e incluyente” (Villacañas, 2019, 245). Nos preguntamos cuál será el referente dentro de los
reformados, o las naciones en las que triunfó la Reforma, que han hecho un Imperio con esas características, la de
“homogeneización” e “inclusión”. Sobre todo pensando en que las referencias de Villacañas son las de los Imperios que
nosotros denominamos depredadores, y que tienen por característica fundamental la de acabar con los pueblos indígenas,
arrebatándoles sus territorios, y haciendo de ellos una clase inferior subyugada. Ejemplo de ello son las reservas
norteamericanas, los negros sudafricanos, los indígenas australianos, &c. No se sabe qué es lo que homogenizan ni a quien
incluyen los conquistadores justos, libres y en pro de la democracia de Villacañas. En ningún momento menciona lugares
concretos. Esos territorios que han sido colonias inglesas, holandesas, francesas o belgas. Quizás sería conveniente que se
pasara por cualquiera de los territorios africanos, o los de Indonesia, de Polinesia, incluso americanos, del que Haití es un
ejemplo clarísimo de absoluta depredación. Podría al menos estudiar la situación en la que están hoy día los habitantes
originarios de todos estos lugares conquistados. Y compararlos con la impronta que ha quedado de España en los territorios por
los que paso. Teniendo en cuenta, y esto sí es importante, como estaban a principios del siglo XVIII, cuando eran parte
constitutiva –que no colonias– de España, y como están ahora.
Villacañas afirma que España “destruyó” (en base a los decretos de expulsión y a las condenas de la Inquisición) a sus
ciudadanos judíos. Afirmaciones como estas deben de ser aclaradas, pues si después se refiere a los nazis, se sobrentiende
que en España se dio un genocidio. Y eso sería una calumnia intolerable, pues tal cosa nunca se dio.{19} A los que ha
perseguido la Inquisición –no solo a los judíos, también a los moriscos, que fueron condenados y exiliados– les llama
defensores de la justicia. La “maquinaria inhumana” (Villacañas, 2019, 167), el “monstruoso tribunal” (Villacañas, 2019, 144) de
la Inquisición estaba “especializada en extirpar todo espíritu intelectual libre en el mundo converso” (Villacañas, 2019, 144.).
Éstos argumentos, gratuitos y mendaces, van dirigidos a mostrar la unidad de España, lograda por los Reyes Católicos, como
una enemiga de los valores modernos que se iban a expresar en la Europa de más allá de los Pirineos. Esa justicia que, no se
sabe porque acción milagrosa solo se podía dar en el seno de las ciudades, que era donde los judíos vivían. El hecho de
“destruir” a los judíos y su influencia, de destruir el poder cada vez más destacado de las ciudades, fue la baza política que jugó
Fernando el Católico, valiéndose del Tribunal de la Inquisición. Villacañas en lugar de ver a este rey como lo veían las cabezas
más vivas de su tiempo, el caso de Maquiavelo es paradigmático, lo mira desde su plataforma negrolegendaria. Y la argumenta
desde dos diferentes nematologías que en su discurso se entremezclan: la del modo marxista –trasnochado– de ver el cambio
histórico, que incide en que la burguesía progresista debía tomar la dirección de la historia; y la del fundamentalismo
democrático. El mismo fundamentalismo que denunciamos al principio de este trabajo, cuando hablábamos de los jueces belgas
y alemanes, respecto del caso Puigdemont, es el que expresa Villacañas con su extemporánea llamada a la justicia, la libertad y
la democracia en los siglos en que España dirigió el mundo. Todo hubiera ido mejor, entendemos tras leer la propuesta de este
autor si los judíos españoles hubieran sido los que encabezaran una revolución ciudadana contra la monarquía española. Los
judíos españoles habrían ejercitado lo que Marx tardo cuatrocientos años en expresar, aunque gracias a haber leído la historia
de los ocurrido en esos cuatrocientos años. Que la teorización de Marx se haya demostrado fallida tampoco parece ser un
motivo para cuestionar los presupuestos de la lucha de clases. Pero esto no nos extraña, es la tónica general de lo que suele
defender lo que llamamos “izquierda indefinida”: una nematología que asume fundamentalismos, de manera que las teorías
aberrantes que emanan de tal mezcolanza son subyugadoras pero tanto como son falsas. Y demasiado peligrosas, por lo que
no es de recibo que alguien ya maduro y, lo que peor, con responsabilidades en la Administración Pública, nada menos que
como catedrático de Universidad, las vaya difundiendo como lo hace.

Con relación al Tribunal de la Inquisición, es también pertinente denunciar que por mucho que se repitan falsos testimonios,
relativos al papel que cumplió en la España imperial, siguen siendo falsos. El problema es que muchas personas de bien se lo
creen. Algunas de ellas se lo creen sin necesidad de tanta repetición, pues mensajes muy similares son habituales (es el
problema de haberse asumido, históricamente, el relato negrolegendario). Villacañas repite y repite que este Tribunal era un
instrumento de la soberanía española para quedarse con los bienes de los conversos. Sus artes mendaces son las que María
Elvira Roca Barea ha sacado a la luz con su libro Imperiofobia y Leyenda Negra: son las malas artes de la propaganda.
Propaganda fue la que inauguró Lutero contra el Papado, y contra España. Y propaganda también es la que ejercita Villacañas,
al continuar con las mismas artes del padre del protestantismo. Con las mentiras que nos cuenta consigue la meta deseada: que
cuanta más gente desprecie España, cuanta más gente desprecie su historia, mucho mejor.

Pero una cosa es la especulación torticera sobre el pasado del Imperio español y otra son las pruebas datadas que pueden
hallarse. Pruebas que al fundamentalista Villacañas no le interesan. Con relación al Tribunal de la Inquisición podemos acudir a
esas pruebas, debido a que fue el primero en Europa que tomaba nota sistemática de los procesos. Stephen Haliczer,
hispanista norteamericano especializado entre otras cuestiones en la historia de la Inquisición española, y autor de Inquisición y
sociedad en el reino de Valencia, trabajó en los archivos del Santo Oficio, descubriendo que los inquisidores usaban la tortura
«con poca frecuencia» y habitualmente sin sobrepasar los quince minutos. Haliczer señala que de siete mil casos en Valencia,
solo en dos casos de cada cien, se usó la tortura, y nadie la sufrió más de dos veces. Por otra parte, llama la atención –al
menos debería llamársela a los negrolegendarios como Villacañas– que el Santo Oficio tuviera un manual de procedimiento que
prohibía muchas formas de tortura usadas en otros sitios de Europa. Los inquisidores, que eran expertos en teología pero
también en leyes, se mostraban por regla general escépticos respecto de las virtudes de torturar para descubrir la herejía. Pero
estos enemigos de España, pues quieren y ayudan a que esta se rompa en pedazos cuanto antes, tampoco inciden en políticas
llevadas a cabo históricamente por las naciones que son sus modelos.

El caso de la Francia revolucionaria es palpable: la estrategia política de los jacobinos fue la de matar a los que hablaban en
los distintos patois, de cara a consolidar la nación política francesa. Todos ellos fueron guillotinados, una estrategia sangrienta y
despiadada, y mucho más cruenta que la Inquisición española. Desde luego que no dudamos de su eficacia, pues las ansias
separatistas –que son el actual problema de España– se vieron cercenadas como cercenadas fueron las cabezas de los
contrarrevolucionarios que iban en contra del poder central (la política española del siglo XIX, siguiendo el ejemplo de la
centralidad gubernamental emanada del modo francés es la que hoy día sigue presente). Pero la guillotina francesa no es
criticable –como tampoco, tal y como hemos podido comprobar, los tribunales de los reformados– por Villacañas, al parecer sus
atrocidades son asumibles pues emanan de la conciencia individual, tanto religiosa, pues es la propia de todos los sectarismos
reformados, como filosófica, pues es la razón de los ilustrados norte europeos. Ambos influyeron de modo abrumador en lo que
llevaron a cabo los partidarios del jacobinismo.

Respecto de las atrocidades perpetradas ahora por otro de los países de referencia de Villacañas, nada menos que Inglaterra,
debemos señalar que de cara a consolidar el trono, la reina Isabel I, hija de Enrique VIII, se enfrentó a muerte con los partidarios
del catolicismo. La religión católica fue perseguida sin miramientos, y unos de los que más la sufrieron fueron los jesuitas, orden
dedicada entre otras cosas, pero sobre todo, a contrarrestar los efectos de la Reforma. Como estos tenían mucho éxito, allí
donde organizaban sus escuelas teológicas (algo perfectamente entendible, pues la filosofía sistemática desarrollada durante
tantos años era mucho más potente que la elucubración individual que promovían los reformados), fueron el foco de los furores
asesinos de los anglicanos capitaneados por la reina. En 1585 se les dio a los jesuitas, que había recalado en Inglaterra,
cuarenta días para abandonar el país, si no querían ser juzgados y condenados a la máxima pena. Ranke denominó esa
política, con buen criterio, “Inquisición protestante” (Ranke, 1963, 307).

Villacañas viene a decir lo mismo que había señalado Marx en sus escritos sobre España. En la famosa compilación de
artículos periodísticos La revolución en España. Allí leemos que el imperio español tuvo las características de los Imperios
orientales, al estilo del Imperio persa o el egipcio. Ambos consideran que el largo tiempo que España estuvo a la cabeza de la
historia universal (y esto, por supuesto, no es expresión de Villacañas) se justifica como puede justificarse el largo tiempo que
dura un Imperio de estilo oriental: “La enorme estabilidad de la sociedad de regidas por casta sacerdotal es dotadas de
autoridad omnímoda, de tribunales de investigación de la conciencia y de control extraordinario de la opinión pública mediante
diversos procedimientos, desde la tortura reglamentaria a la censura de publicaciones, como el índice. Y, en efecto, es así:
repárese en la larga estabilidad de Egipto antiguo, de la sociedad del Nepal y de las otras zonas budistas. Es la imagen de lo
que Ortega llamó la tibetización de España, y Max Weber la formación de una sociedad de escribas. Éstas sociedades podrán
gozar de estabilidad, sin duda, pero aun coste muy alto” (Villacañas, 2019, 226).

Esta falta de criterio a la hora de tener en cuenta lo que sucedió, pues solo toma de la historia, aunque también de la literatura
escrita en estos más de quinientos años, lo que le interesa, es la tónica general en cada página de su libro. Si hay que hablar de
monarcas extranjeros, o de Lutero o de Calvino, todos son alabanzas. ¿Es posible que él crea lo que está escribiendo? Asegura
que la literatura es democrática, por no permitir “límites a la proliferación de los puntos de vista” (Villacañas, 2019, 221). Pero
esta afirmación es tan absurda como la de poner el acento en la idea de libertad. Ya le pedimos que aclarara qué entiende por
libertad. Ahora sería pertinente solicitarle aclaración de lo que entiende por “democracia”, pues si no clarifica estas cuestiones
su discurso es mera metafísica dependiente de una nematología oscurantista.

Y lo mismo que ocurre con la literatura se da en el cine. Villacañas también lo considera un vocero de la democracia y lo
quiere demostrar señalando incluso películas que ensalzan el imperialismo español (aunque solo encuentra una: La Kermese
heroica). Después de haber visto todas las películas de piratas hechas en Inglaterra o en Estados Unidos hablando de los
piratas ingleses, en los que los españoles son pintados como unos tipos de baja estatura, además de borrachos y vagos. Y
después de ver el cine que hoy día se hace en España, en el que la historia de España es la historia que hay que olvidar, pues
es todo lo contrario a los logros de las naciones punteras de los siglos XIX y XX, o son tergiversadas para encumbrar los valores
democráticos que Villacañas encumbra. Sin embargo, en Imperiofilia se señala la rara avis que hemos mencionado: La Kermese
heroica. Una película de 1935, realizada en Francia por el cineasta belga Jacques Feyder. Que es el único ejemplo de hacer
justicia a la historia de España y a lo que eran los tercios de Flandes. Lo que no dice Villacañas es que el estreno de la película
fue como no podía ser de otra manera, dada la sunción de la Leyenda Negra española en todo el mundo, escandalosa. Así lo
expresa Ángel Zúñiga: «”La Kermese heroica” se convirtió, sin quererlo el autor, en una obra de escándalo» (Zúñiga, 1948, 95).

Lo asombroso es que el mismo se muestre conforme con las atrocidades que llega a decir: para negar que exista la Leyenda
Negra, señala que a día de hoy visitan España muchos extranjeros de los lugares donde se forjó ese relato legendario. Cuando
uno lee algo así, duda de la capacidad “intelectual” (ya hemos explicado con anterioridad el motivo de resaltar este vocablo) del
que lo ha escrito. Aquí nos vamos a atrever a afirmar que la postura que adopta Villacañas es, en este escrito y en otros previos
que hemos mencionado, la del enemigo de España, la del traidor: trabaja en España, ocupa un cargo de gran responsabilidad,
es catedrático en una de la más prestigiosas universidades, y sin embargo desde su cargo desprecia el Estado que lo protege

Nacionalismo

Villacañas está haciendo, con este libro, una apología del nacionalismo catalán, y por ende, de cualquier otro nacionalismo
surgido en el territorio español: el suprematismo racial que expresa el nacionalismo catalán en estos días, similar al expresado
por el vasco en años anteriores y que ahora parece –solo parece– que está en un estado de latencia, lo contrarresta con algo
que es falso, el suprematismo castellano. La táctica de inventarse la historia y de inventar un interés del enemigo que no es tal,
es el recurso del mendaz, es el recurso del que utiliza la propaganda para destruir al enemigo. Las artes inauguradas por Lutero
y sus colaboradores, para destruir al papado, siguen estando presente en los defensores de la Reforma, que en España son los
mismos que están en disposición de destruir la idea de España y a España misma. Los actuales negrolegendarios –que se
cuentan por millares y que están ocupando cargos importantísimos en el mundo político, académico y de la cultura– tratan de
borrar la historia de España: “Pues sí, en efecto, esa imperial es la España que ella anhela, la que quiere mantener vigente,
eterna, activa, entonces ciertamente los aspectos antipáticos del nacionalismo catalán se tornan simpáticos, porque vienen
connotados como la única salida del débil ante el actor imperial renovado que impone su progreso, su homogeneidad, su
civilización y no sé cuántas cosas abstractas más, que no podrán persuadir ni a un niño de pecho. El coraje cívico consiste en
no dejarse dominar por esos fantasmas de superioridad imperial o nacional pasada, en mantener a raya en nuestras propias
ilusiones, en reducir en nuestras vidas todo sentido de lo absoluto” (Villacañas, 2019, 257).

Vemos pues que Villacañas, aparte de ser un negrolegendario recalcitrante, le hace el caldo gordo a los diferentes
nacionalismos que se están dando, desde finales del siglo XIX en España. Pero dado el contexto político actual, que es el de
estar sufriendo los embates nacionalistas del catalanismo, vemos en Villacañas un asociado de estos y de su imperialismo. Sí,
imperialismo, pues los distintos nacionalismos no tendrían sentido sin ser considerados en la dialéctica de Imperios que Bueno
definió y a la que ya nos hemos referido. Por otra parte solo es preciso atender a las noticias diarias para ver cómo se expresa
ese imperialismo catalán que quiere anexionarse parte del territorio aragonés, las Baleares y toda la comunidad valencia (igual
que el nacionalismo vasco, cuyo estado de latencia es un espejismo, quiere anexionarse los dos territorios con el nombre de
“Navarra”, la española y la que solo históricamente se llamó así en Francia): “Roca Barea silencia todo el pasado imperial de la
corona de Aragón sobre Sicilia y Nápoles, una construcción federalizante que contrasta en parte con la forma imperialista
hispana posterior, que, sin embargo, asumió su sistema de virreinatos como forma de gobierno. Éste elemento catalano-
aragonés valenciano expansivo amenazó con desequilibrar el sistema de ciudades-estado italianas desde el sur, a veces
aliándose con Milán, pero casi siempre frente a Florencia y amenazando Roma” (Villacañas, 2019, 79-80). No puede dejarse
pasar por alto el hecho de poner por delante a Cataluña cuando de la Corona de Aragón se trata. Eso es cambiar la historia,
como por otra parte está haciendo ahora el imperialismo catalán, Del que, con este tipo de argumentos, se hace cómplice. Pero
lo realmente fragrante es la toma de partido que hace Villacañas por el disparate que suponen denominar “federación” a la
Corona de Aragón. Esta nunca fue una federación. Denominarla así es una invención del nacionalismo catalán. El rechazo que
supone esta mentira histórica puede verse en la discusión abierta que hoy día se da en el artículo de wikipedia: Discusión:
Corona de Aragón.{20}

Final

Villacañas en su modo de pensar dicotomizador, vulgar por tanto, se circunscribe a un modo de ver muy común que se da en
las sociedades actuales. Maniqueo también diríamos, porque solo existe el bien y el mal, lo bueno y lo malo, la luz y la
oscuridad… se coloca dentro del bloque ilustrado, progresista, ético, en el grupo de los buenos, mientras que relega a Gustavo
Bueno al lugar de la ultraderecha. Pero que solo exista ultraderecha frente al progresismo es un mito absurdo, como las
dicotomías señaladas con anterioridad. Es más, defender la nación española, es la nematología de la izquierda negra, de las
metodologías negras cuyo modo de pensar depende de la interiorización de la Leyenda Negra, de su asunción. Un modo de
pensamiento denunciado por Gustavo Bueno, y en el que Villacañas está moviéndose como pez en el agua. Por otra parte, y
para terminar, el hecho de que la editorial hayas extraído el párrafo en que Villacañas habla de la adscripción de VOX al
pensamiento de Bueno, es un índice para que veamos el calado de esta nueva metodología de pensamiento en el seno de
nuestra nación, pues para la izquierda negra la defensa de España es solo un síntoma de fascismo. Y una vez dicho esto, y
rebajándonos a la altura intelectual que muestra Villacañas en este escrito, terminamos diciendo, educadamente, por supuesto:
¡fascista usted!

Anexo

(Aquí se tienen en cuenta algunas relevantes ideas que surgieron en el debate que, sobre Villacañas y su libro Imperiofilia,
mantuvimos Luis Carlos Martín Jiménez, Iván Vélez y José Luis Pozo Fajarnés. Este último fue el encargado de moderar y
dirigir el debate, y ahora de extractar también algunas ideas que surgieron en su desarrollo, las cuales pasamos a presentar
aquí).

Villacañas: impostura y oportunismo (1 h 29 m)


Luis Carlos Martín Jiménez, Iván Vélez y José Luis Pozo Fajarnés (Santo Domingo de la Calzada, 17 de julio
de 2019)

Villacañas, un residuo del tardo-franquismo y un baluarte del fundamentalismo democrático

Luis Carlos Martín Jiménez señala a Villacañas como uno de los últimos representantes de los que denominamos
“intelectuales” tardo-franquistas, y entre los que podemos destacar a personalidades como –todos ellos ya fallecidos– Juan
Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio o Javier Pradera. De manera que lo que Villacañas representa está bastante trasnochado,
incluso podemos denominarlo como “residuo” de ese tardo-franquismo. Un pensamiento que no tuvo réplicas importantes hasta
hace muy poco, aunque esto está cambiando, lo que comprobamos por ejemplo al atender a las diferentes denuncias de lo que
representa la Leyenda Negra. El libro de María Elvira Roca Barea es un ejemplo de ello, lo mismo que el de Iván Vélez, Sobre la
Leyenda Negra, que podemos considerarlo como el primero en marcar esta tendencia. Aunque sin olvidar que el marco
filosófico que permitió que se diera esta rebelión fue la obra de Gustavo Bueno España frente a Europa. El discurso pro-
republicano de José Luis Villacañas Berlanga, ante esta rebelión tan efectiva, es una especie de contrarreacción que se
desarrolla a lo largo de diferentes escritos, de los que algunos de ellos se han mencionado en este trabajo.

En el texto de Villacañas encontramos algunas afirmaciones que distorsionan el auténtico marco en el que se da la
confrontación ideológica. La más patente es la que pretende expresar como primera y fundamental: que la autora del texto es el
baluarte del catolicismo, del “nacional-catolicismo”, tal y como leemos en el título de su libro, pero esto es falso. Es un recurso
erístico de Villacañas con el que pretende desprestigiar, ante su público incondicional a la autora de Imperiofobia. De entrada,
señalaremos que esta última deja perfectamente claro en su libro que ella no es católica. Y si atendemos a su discurso lo
podemos corroborar. Cualquiera que lo haga se puede dar perfectamente cuenta de ello. Solo torticeramente se puede afirmar
lo contrario. Ese no es el choque ideológico de fondo entre estos dos autores. Lo que se confronta son dos modos de ver
diametralmente opuestos. Por un lado, el que ha influido en Roca Barea y que le permite elevar al Imperio Español al puesto
que le corresponde en la historia universal, y que es lo que hace que esté en deuda con el modo de ver la cuestión del
materialismo filosófico, pese a que esto no aparezca en su texto de modo explícito. Por otro lado, el modo de ver el mundo
racionalista kantiano defendido por José Luis Villacañas, que borra la impronta del Imperio español, por no ajustarse a la
metafísica que impregna ese modo de ver.
Villacañas en su libro se presenta como un pensador genuino, con “ideas propias”. Se muestra como un intelectual que se
incardina en la totalidad representada por los hombres libres, los cuales se han dado la libertada a sí mismos, aunque gracias a
la actuación heroica de individuos muy relevantes. El más importante para él es el adalid de la libertad y de la igualdad, Martín
Lutero. Villacañas se reconoce como un individuo que, sumado con todos los demás existentes (en lenguaje lógico diremos que
distributivamente), se conforma una “totalidad”, a la que denominamos la “humanidad”. Por lo tanto, él es una parte –un
individuo con su razón autónoma, independiente– de esa clase que conforman “todos” los hombres (la llamada a la lógica para
nosotros es imprescindible para poder comprender lo que él mismo expresa de modo implícito). Pero esta clase –la humanidad–
no existe, es una mera abstracción, un constructo metafísico. Este planteamiento que estamos denunciando, es el mismo
planteamiento que reconocemos en el modo de ver habitual de los protestantes, pero también, si consideramos el plano de la
filosofía, de los racionalista. Unos y otros se enfrentaron a los pensadores católicos, reluctantes a ese individualismo.

Frente a ese modo de ver individualista, que hemos representado como una clase distributiva, se da el modo de ver de los
católicos, que no puede ser representado distributivamente, como jactanciosamente se autodenominan los anteriores, sino que
los representamos lógicamente como una totalidad organizada de modo diferente, dependiente de conexiones que se dan entre
ellos, conexiones sinalógicas (entre los individuos se dan múltiples relaciones que no se dan con los elementos de otros
conjuntos), conformadoras de totalidades por tanto atributivas. Lo mismo que sucede con Villacañas y las conexiones que
reconocemos que tiene con otros elementos que han influido en él, o con otros diferentes con los que interactúa e influye. Por lo
tanto, aunque guste de autodefinirse como un pensador individual, que no se adscribe a escuela alguna o a modo de
pensamiento ya definido, no es lo que sucede. La clase en la que se debemos incluir a Villacañas no es distributiva, no puede
serlo. Es también atributiva. Su pensamiento, pese a lo que él y tantos otros consideran, no es nunca genuino, siempre depende
de otros pensadores previos, de otras ideologías previas. Para concretar algo más, el modo de ver que vertebra el ideario de
una humanidad totalizadora a partir de individuos átomos con capacidad racional es el modo de ver de la filosofía de Kant. El
modo de ver el mundo de Villacañas se circunscribe a este autor que es el que impregna la ideología dominante. Las ideas de
Kant están impregnando el modo de ver actual: la conciencia individual es la que razona, a la que elige, la que vota. Es el
individuo demócrata, que solo puede progresar, y lo hace “mejorando” constantemente la democracia. El progreso político es
sinónimo de “más democracia”. Esta es la ideología del “fundamentalismo democrático.

En Imperiofilia, como en otros libros previos, habla a los suyos, a los socialistas, a los demócratas “auténticos”, que son los
que militan en la izquierda indefinida que ha surgido en España al albor de la última crisis y de la mala gestión de los gobiernos
del presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Lo que denunciamos, es que en su discurso, cuando habla desde esa perspectiva
imposible que hemos denunciado, la de la “humanidad”, se anula otro lugar que sí es tangible, el Estado en el que vive. Anula la
“realidad” de la nación española, pues su frontera se desdibuja, como todas las demás, por otra parte. Pero esto es un mito,
pues lo que realmente ocurre es que con tal discurso se le hace el juego al Imperio que está hoy día a la cabeza, el Imperio de
los Estados Unidos de Norteamérica.

Su republicanismo es un modo de ver la política global desde la plataforma del fundamentalismo democrático. Villacañas
defiende el republicanismo como si fuera una esencia eterna que hay que recuperar. Defiende implícitamente qué tal
recuperación se ha dado en distintos momentos de la historia: en la Atenas del siglo V a. C., en la República romana, en los
Estados que surgieron en Europa paralelamente a la consolidación de las diferentes ideologías de la Reforma. Además de los
modos de ver también rupturistas como fueron el anglicanismo y el galicanismo, inglés y francés respectivamente. Frente a
estos republicanismos en España se dio solo tiranía. España para Villacañas es una suerte de modelo previo del fascismo, que,
tal y como hemos leído en su libro, ya lo era en el reinado de Fernando el Católico.

Algunas relevantes consideraciones sobre el Imperio español y los imperialismos en liza con él

En el Imperio alemán que tiene en cuenta Villacañas (el que denomina “Imperio” con mayúscula en detrimento del imperio
español), el emperador era elegido por votación, y en base a la cantidad de dinero que ponía sobre la mesa de negociación
frente a otros candidatos. Tal Imperio era una ficción política, una conjunción compleja de principados, ducados y otros territorios
desarticulados. En él, el Emperador no ordenaba ni unificaba todas esas partes diferenciadas. Hasta la política de Bismarck y el
encumbramiento del káiser Guillermo II en la mitad del siglo XIX, lo que se denomina el Segundo Reich, y después en el siglo
XX, con Hitler y su Tercer Reich, nunca hubo una cabeza directora que pudiera llamarse emperador.

Nosotros denunciamos que Villacañas no clarifica en ningún momento qué es un Imperio (no en vano Luis Carlos Martín
Jiménez denuncia que en su libro no encontramos la definición de “Imperio”, pero tampoco de otros conceptos relevantes que
en él aparecen; de manera que su discurso está totalmente emborronado). En esto se diferencia del libro de Roca Barea, que al
menos tiene en consideración, pues aparece ejercitada, la clasificación expresada por Gustavo Bueno en España frente a
Europa, y al desarrollar sus argumentos las definiciones de los diferentes modos de Imperio que considera, se clarifican. El
problema de Roca Barea es que deja de lado las otras definiciones, que son muy pertinentes, es más, que son imprescindibles
para que se sepa de qué se está hablando cuando se menciona el “Imperio”. De manera que podemos asegurar que la razón de
ser de su libro no puede entenderse si no tenemos en consideración el materialismo filosófico.

Las acepciones de Imperio que maneja son las tres primeras de las cinco expresadas por Bueno, y que aquí vamos a citar a
partir del escrito que Luis Carlos Martín Jiménez dedicó a la autora de Imperiofobia y Leyenda Negra:{21} “La analogía de
atribución que explica la idea de Imperio distingue cinco acepciones o definiciones de Imperio, de las cuales aquí han aparecido
las tres primeras prácticamente en el mismo orden y los mismos términos, a saber: una primera acepción o idea de imperio
como facultad del “imperator”, una segunda como definición del territorio por el que se extiende su dominio, y una tercera como
idea dia-política de imperio en cuanto “sistema de Estados” subordinados a un Estado hegemónico, cuando “un Estado se
constituye como centro de control hegemónico (en materia política) sobre los restantes Estados del sistema” (Ibídem, pág. 189).
Precisamente una acepción de “hegemonía informal”, que Gustavo Bueno ya encuentra en la idea de “imperio indirecto” de
Francisco Suárez” (Martín Jiménez, 2017, pág. 95). Pero las dos que faltan son fundamentales: Roca Barea no considera el
imperio meta-político, aunque lo esté ejercitando, pues está hablando de catolicismo (no en vano, tal y como ya hemos dicho, es
de esto de lo que le acusa Villacañas); y, por último, tampoco tiene en cuenta la idea filosófica de Imperio, que reconocemos
como la fundamental, pues sin esta última queda lo tratado en una suerte de limbo en el que lo relevante es el dato. Y esto es
susceptible de ser contradicho por otros datos, de manera que el discurso filosófico, que es el relevante aquí, se devalúa. Y
otros modos de ver se superponen y anulan la potencia discursiva.

Atendiendo ahora de nuevo al libro de Villacañas, tenemos que decir que lo que entendemos al leerlo es que con su modo de
presentarse, la pretensión que reconocemos es que quiere darse al lector como el libro de un filósofo. Pero los filósofos no
pueden hacer lo que él hace en este libro, como tampoco puede actuar como lo hace en otros medios. Un filósofo debe de
romper lo que analiza, debe de cribar, criticar. O, lo que es lo mismo, hacer clasificaciones que nos permitan entender de qué
está hablando. Y en el libro de Villacañas no encontramos ninguna clasificación. No es un libro serio, un libro en el que se
clarifique el asunto que se está tratando. Es un auténtico batiburrillo de datos, sin referencia a la extracción de los mismos. Un
libro en el que no hay rigor, por lo que acabamos decir y por lo que ya hemos dicho anteriormente, pues no hay ni una sola
definición de las cuestiones que está tratando. Nos referimos a conceptos tan importantes como el ya señalado con anterioridad,
el de “Imperio”, pero también a otros tan importantes como pueden ser los conceptos de “nación”, o de “Estado”. Solo llevando a
cabo esa tarea filosófica se podrán ver las dificultades que esa tarea comporta, y mostrará que el discurso es filosófico, sacando
a la luz que lo que quiere tenerse por conceptualizaciones no lo son, sino que son ideas. Unas ideas que están tomadas de
marcos más amplios, el de unos doctrinas que no se ponen en cuestión por estar aceptadas acríticamente

Si tenemos en cuenta la “nación política” y el momento en que surge, el referente más claro es España, pues antes de
constituirse, en 1812, como nación política fue nación histórica. La primera nación que surgió en Europa. Por otra parte,
debemos mencionar que, después de la nación política española, y antes de que la mayoría de naciones europeas fueran
consideradas como tales, se dieron las naciones políticas hispánicas de América. Desde nuestros parámetros, entendemos que,
cuando Villacañas habla de “España”, lo que tiene en cuenta no es la nación política sino las naciones étnicas que derivarían
más tarde en la nación histórica. Cuando habla de Castilla como imperio, eso es lo que sucede. Su modo de ver el papel de
Castilla en la conformación de la nación histórica española no es el adecuado, pues la doctrina que mueve su discurso es la de
un choque de reinos que nunca consiguieron conformar la nación histórica española. Su doctrina es la que defiende lo ya
denunciado en el apartado de este trabajo sobre el nacionalismo, que España es un “Frankenstein” en el que Castilla
subyugaba a los demás reinos. La doctrina de Villacañas es la que reafirma el discurso rupturista en España, un discurso que
surge a finales del siglo XIX, con la pérdida de los últimos territorios ultramarinos.

Pero Castilla no tuvo el papel expresado por Villacañas en sus textos antiespañoles, sino que fue la pieza fundamental de la
unidad que supuso el Imperio español. Heredera, por otra parte, del imperialismo castellano-leonés que se amplió de modo
constante en los siglos de la Reconquista. Si buscamos un referente ideológico para enmarcar los argumentos vertidos por él,
tenemos que acudir a la filosofía alemana y la idea de nación vertida por distintos autores –Herder, Fichte, Hegel y otros– ante
las circunstancias que se daban en Alemania. Pero la historia de Alemania y la de España no siguieron los mismos derroteros, y
un patrón histórico, el alemán, no clarifica el devenir español. La clave de lo que pasa en Europa en la época moderna es el
descubrimiento de América. Este descubrimiento y todo lo que conlleva es lo que catalizó todos los movimientos que se dieron
en Europa. Será lo que provoque nada menos que la transformación en naciones políticas de los reinos que la conformaban,
aunque se dé esa transformación en unos mucho antes que en otros. Y teniendo en cuenta que previamente debían
conformarse como Estados (los más tardíos serán Alemania e Italia, pues no eran todavía reinos consolidados). En el norte se
irán consolidando por mor de la Reforma y los diferentes movimientos políticos que propició. Todos estos nuevos Estados van a
tener razón de ser en su lucha contra el Imperio que se estaba consolidando y se estaba haciendo cada vez más grande y más
fuerte, el español.

La Reforma se extendió como un abanico de doctrinas, que aumentaba en número sin control, dada la reluctancia a la
organización jerárquica que expresaba su propia definición. Esas doctrinas prosperaron también por la facilidad que tenían en
adaptarse a tan diferentes intereses. Influyó en ello, además de esa potencia adaptativa que propiciaba la interpretación libre de
los textos sagrados, que todas ellas tenían en común lo más importante, el enfrentamiento con el Imperio español y el rechazo
de la ideología que con más potencia rechazaban, la del catolicismo. Aunque entre ellas también se daba este rechazo, el
enemigo común católico permitía una solidaridad efectiva entre ellas. Si el Imperio español no hubiera existido, nada de lo que
acabamos de señalar habría ocurrido.

El agustinismo de Lutero se oponía diametralmente al modo de ver el mundo que dependía del sistema tomista de los
escolásticos españoles. El individualismo de la doctrina luterana y presente también en todas las demás doctrinas en que derivó
ese luteranismo, se oponía al modo de ver comunitarista de los católicos. Un pensamiento, este último, que solo puede darse en
el templo, en diálogo entre los fieles y el que habla en el púlpito. Esta es la auténtica “asamblea”, la de la “ecclesia”. En ese
contexto es en el que se dio lo que Bueno ha denominado el “pensamiento público español”, que es un modo de ver el mundo
con tendencias actualistas, dado el contexto en el que se producía de interacción entre modos de ver. En el seno de esa
asamblea señalada eso es lo que se propiciaba, algo que puede corroborarse al atender a la historia de los concilios, aunque no
solo en su seno se desarrollaban las fecundas controversias que fructificaron en España, de manera que la filosofía que se dio
en el nuevo Imperio fue la que influiría en toda la época moderna. Esta filosofía, pese a ser la que estaba en el origen de lo que
luego se consolidó como filosofía racionalista es muy diferente en importantes aspectos, sobre todo en los que la nueva filosofía
tenía en común con el individualismo de los reformados. De entrada con el cogito cartesiano, pues el individualismo de su
propuesta es patente, pero sobre todo con la filosofía que terminó por triunfar y que hoy día está presente en el mundo
globalizado capitaneado por los Estados Unidos, que no es otra que la del imperativo categórico kantiano.

De entrada, Lutero con su reforma se situaba en una posición previa a los desarrollos científicos de la Iglesia Católica.
Regresa a la Biblia, a la literatura expresada en el texto sagrado por antonomasia. Con ello está dejando de lado las ciencias
cuadriviales que son las que se han tenido en consideración para la ampliación y consolidación del Imperio católico que se
estaba desarrollando en América (las matemáticas habían tenido por ello un auge importante, nada menos que la demostración
del teorema de la circularidad del mundo teorizada por el aristotelismo). La revolución de Lutero se hace, no en el marco de
esas ciencias cuadriviales sino desde la literatura, que pertenece al trívium. De un modo de saber que no es el de la ciencia: la
vida interior, expresada por los protestantes, se nos muestra en cada creyente, en su casa, leyendo la Biblia y sacando
conclusiones individuales.{22}

El libro de Roca Barea ¿tiene potencia para destruir a sus críticos?

Lo que criticamos de Roca Barea, igual que también en Villacañas, es que tienen una concepción historiográfica dependiente
del positivismo. En una y otro los datos son lo fundamental. Existen los datos, nos dicen. Pero esto no es así, los datos, los
hechos históricos que señalan, no existen como hechos puros debido a que estos hechos están ya cargados de ideología, pues
están expresados desde un punto de vista concreto, desde un modo de ver el mundo. Un hecho siempre está “envuelto” en
conceptos, los cuales relacionan a esos hechos con otros diferentes. De tal manera que si esto no sucediera los hechos
referidos no expresarían nada. Esos datos no son nunca reconstrucción de la historia. Son construcción. Y esto es así porque la
historia no existe. La historia la escriben, la “construyen” los historiadores. Una concepción de la historiografía así, es la que
permite que los puntos de vista opuestos puedan ser expresados, dando razones tanto de lo que una quiere expresar como de
lo que expresa el otro. Y así es como los psicologismos que denunciamos, tanto en la una como en el otro, se nos muestran, y
nada podemos decir de ellos, salvo expulsarlos. No teniéndolos por tanto en consideración.

Es por todo esto que la historia no puede ser una ciencia, en el sentido de las ciencias expresadas por metodologías α-
operatorias. En historia, como en otros saberes tan estrictos como es ella, los sujetos sin embargo no pueden segregarse, tal y
como sucede en las anteriores metodologías (pensemos en la geometría o en la física, cuyas verdades, una vez expresadas no
puede ser cambiadas por muy contumaz que se mostrase en sus afirmaciones el que las pretendiera negar). En historia, la
presencia del sujeto, el historiador, es siempre pertinente. Este sujeto es el que pone los conceptos que nos permiten entender
los hechos, el que construye, las metodologías presentes aquí son β-operatorias, reluctantes a las verdades científicas
expresadas por las otras metodologías señaladas. Además, es pertinente señalar que el pasado, expresado por esos
historiadores, no existe. Solo existe el presente, que es el momento en el que leemos lo que ha escrito ese historiador.
Pongamos por ejemplo lo que narra Villacañas en su libro, que es una actualización de la Leyenda Negra. Es en el presente, en
el que lo estamos leyendo también, cuando debemos refutar lo que dice.

Cuando leemos a Roca Barea, leemos una refutación de la Leyenda Negra. Hemos señalado que la efectividad no es la
deseada, por partir de unos hechos que considera “verdaderos”. Y como hemos demostrado, la verdad es reluctante a los
mismos. Es preciso partir de una filosofía diferente, más potente que la del positivismo o la fenomenología, las cuales
mencionamos aquí por ser las que indicen en los hechos brutos como verdaderos. La filosofía que tiene potencia es el
materialismo filosófico. En esto no estamos anulando in toto lo que Roca Barea ha puesto ante nosotros, en absoluto. Que el
método positivista de esta autora no sea el mejor tampoco lo anula. No lo anula en concreto cuando dejamos de lado la
historiografía y vamos a la historia con minúscula. Cuando Roca Barea desarrolla, a su modo de ver, ese transcurrir pasado y le
da la relevancia que le da al Imperio español, señalándolo como un modelo mucho mejor que cualquier otro anterior o posterior,
está acertando, pues lo que nos dice está en armonía con la filosofía de la historia del materialismo filosófico. Y será otra
filosofía de la historia diferente la que será precisa para contrarrestarla. Y desde luego que el modo de ver del positivismo, o el
similar de la fenomenología, no tienen esa potencia. Lo que Roca Barea defiende en su libro, cuando deja de lado esas
filosofías sí es pertinente y destruye los planteamientos negrolegendarios, incluso los que después ha esgrimido Villacañas.

Tal y como nosotros vemos la cuestión el modelo imperial español es el fundamental (esto es lo que leemos también en Roca
Barea, y lo que nos lleva a expresar su defensa ante falsarios como Villacañas), por eso es el más atacado. Es el imperio que
universaliza, que globaliza, y que explica que está sucediendo (eso es lo que hace alguien como Francisco de Vitoria). Sí, ese
es el Imperio español. Y este modo de ver no se ha hecho patente hasta que fue expresado por Gustavo Bueno en España
frente a Europa.{23}

Como dijo Iván Vélez al final de nuestra tertulia, Villacañas no tiene miedo de un texto como Imperiofobia y Leyenda Negra de
Roca Barea. De este tiene celos por su tremendo éxito, que ya quisiera para él, sobre todo sabiéndose una de las mentes
intelectuales más destacadas del acervo “cultural” español. Villacañas tiene miedo de un texto como el de Bueno, tiene miedo
de enfrentarse a España frente Europa. Le retamos, señor Villacañas, a que lo haga.

Bibliografía
Bueno, Gustavo. “La esencia del pensamiento español”, El Basilisco, 26, Oviedo 1999, págs. 67-80.
— El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996.
— “España”, El Basilisco 24, Oviedo 1998, páginas 27-50.
— España frente a Europa, Alba, Barcelona 1999.
— “El español como ‘lengua de pensamiento””, El Catoblepas 20, octubre 2003, página 2.
— “Sobre la verdad de las religiones y asuntos involucrados”, El Catoblepas 43, septiembre 2005, página 10.
— “La ilustración, como idea fuerza del presente”, El Catoblepas 156, febrero 2015, página 2.
Achermann, E. «La “España” de Lutero. Observaciones sobre algunos pasajes de los Coloquios de sobremesa». López
Abadía, J. L. y López Bernasocchi, A. Imágenes de España en culturas y literaturas europeas (siglos XVI-XVII). Editorial
Verbum, Madrid 2004.
Martín Jiménez, Luis Carlos “Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. María Elvira
Roca Barea. Siruela. 2016 (reseña)”, El Basilisco 49, Oviedo 2017, páginas. 89-97.
Pozo Fajarnés, J. L. “Juan de Mariana y la expresión del conflicto entre católicos y protestantes en su época y tras 500 años
Reforma. (Confirmación del sintagma “actualidad del pensamiento de Mariana” que aparece en el rótulo del Congreso)”,
en Actas del Congreso Internacional sobre La actualidad del padre Juan de Mariana, Editorial UFV, Madrid 2018.
Ranke, L (von). Historia de los papas en la época moderna, Fondo de cultura económica, México 1963.
Roca Barea, M. E. Imperiofobia y Leyenda Negra, Siruela, Madrid 2016.
Villacañas Berlanga, J .L. Imperiofilia y el populismo nacional-católico, Lengua de trapo, Madrid 2019.
Zúñiga, Á. Una historia de cine, vol. II, Ediciones Destino, Barcelona 1948.

Notas
{1} Locke, Ensayo y carta sobre la tolerancia.
{2} Quizá no pueda leerse lo que acabamos de mencionar aquí, pero sí puede oírse en la exposición de su ponencia en el
contexto del congreso celebrado en Talavera de la Reina sobre la figura del padre Juan de Mariana:
https://www.youtube.com/watch?v=kb4zj8oorxQ y en la mesa redonda posterior, que compartió con Iván Vélez y Carlos
Madrid: https://www.youtube.com/watch?v=Cjtdwdi52Qc&t=575s.
{3} A lo largo de todo el libro Imperiofilia, no deja de citar sus libros, suponemos que por el mero hecho de que no tiene nadie
mejor para hacerle propaganda.
{4} Las conexiones entre maniqueísmo e Ilustración fueron sacadas a la luz por Gustavo Bueno, algo que nos recuerda en el
mismo texto que acabábamos de citar, y que ve la “ilustración” como una idea fuerza del presente: “En otras ocasiones
hemos sugerido la posibilidad de vincular los movimientos de la ilustración a la herejía maniquea” (Bueno, 2015).
{5} Niega la existencia del imperio español, y además de forma insultante, señalando que el Imperio español no existente
según él es el que inauguraría con Carlos I, para mostrar su falta de aprecio por esa España imperial, nombra el
“imperio”, de esta manera que escribimos aquí, con la “i” minúscula. Cuando se refiere al Imperio romano-germánico por
el que ese mismo rey Carlos –pero por ello “V de Alemania”– es nombrado Emperador, lo hace con la “I” mayúscula.
{6} La euroorden de 1981, por la que se demandaba que fuese entregada a España Natividad Jáuregui Espina, asesina del
teniente coronel Manuel Romero, fue rechazada por Bélgica, por considerar que España era un País no democrático.
Pero ese rechazo ha derivado en que el día 9 de julio de 2019, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, considere
que el Gobierno belga se confundió, y que debe pagar una multa millonaria a los familiares de la víctima. Pero este no es
el único caso, pues hay procedimientos judiciales abiertos por casos similares a este.
{7} Afirmación sesgada, que muestra su desprecio por Carlos I y su política. El papa Pablo III no se decantó por los intereses
de Carlos I respecto de los del rey de Francia, Francisco I. Además, el emperador siempre quiso acercar posturas con los
príncipes alemanes, o sea, con los reformados, mientras que el papa era el reluctante a las mismas.
{8} Esta cita está extraída de las Actas del Congreso sobre “La actualidad del padre Juan de Mariana”, en las que también hay
un texto de José Luis Villacañas, pues fue conferenciante en él. Sus nefastas intervenciones, además de los escritos que
estamos mencionando, son el origen de las diferentes réplicas que le estamos dedicando.
{9} Con ello nos referimos a la realpolitik y no a la fantasía del resurgimiento nazi expresado por algunos insensatos, como el
novelista Jim Marrs, en la segunda mitad del siglo pasado.
{10} Si atendiera a lo dicho por Bueno, quizá podría incluso entender por qué un texto como el de Roca Barea, pese a las
deficiencias que tiene, pueda tener éxito (a día de hoy ya son veintitrés las ediciones que lleva impresas), mientras que el
suyo, tratando de destruirlo, no tenga interés, pese a la propaganda que los medios afines a su ideología le están
haciendo. Estas deficiencias están perfectamente expresadas en el comentario crítico que Luis Carlos Martín Jiménez
hace a su libro Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. en el número 49 de El
Basilisco.
{11} La frase la extraemos del texto de Eric Achermann –que a lo dicho por Lutero ha añadido entre paréntesis la referencia a
España, pues está en el contexto del texto de Lutero– titulado La “España” de Lutero. Observaciones sobre algunos
pasajes de los “Coloquios de sobremesa”. El texto es uno de los que está en la compilación publicada bajo los auspicios
de la Universidad de Berna: Imágenes de España en culturas y literaturas europeas (siglos XVI-XVII).
{12} “Después comparó a los españoles y a los turcos y concluyó que era más tolerable vivir bajo los turcos que bajo los
españoles, pues el turco guarda la justicia en el reino confirmado, pero los españoles son claramente bestias, como han
experimentado los milaneses...”
{13} La frase está extraida de los mismos “Coloquios”, para localizar estos textos remitimos a la nota 1 del texto de
Achermann, y para esta frase concreta a la nota 6.
{14} “Los papistas, que creen poseer la verdad y por eso mismo la traicionan, dado que la verdad divina, siendo un don
absolutamente gratuito, no puede pertenecer a nadie” (Achermann, 2004, 65).
{15} Esta afirmación que he citado es parte de una pregunta, pero tal y como está hecha entendemos que es la tesis que
defiende.
{16} Gustavo Bueno, “España”, publicado en El Basilisco 24, pág. 33.
{17} Leer estos exabruptos dan vergüenza ajena: solo considerar las bondades de los reformados, porque su fe solo trae
beneficios, mientras que la empresa del catolicismo es la de “hacer peor a la gente”. Sus palabras le descalifican por sí
mismas.
{18} Podemos leerlo en Pruebas y documentos de la vida de Mariana (1817, tomo I, p. XCIX).
{19} Para hacernos eco de esta cuestión, tal y como se merece, remitimos a la clase magistral impartida por la profesora
Atilana Guerrero, el 19 de febrero de 2018, en la Fundación Gustavo Bueno: Judeofilia.
{20} Discusión de la entrada Corona de Aragón en wikipedia.
{21} Luis Carlos Martín Jiménez, “Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. Un texto
que es mucho más que una reseña que podemos leer en el número 49 de la revista El Basilisco.
{22} Luis Carlos Martín Jiménez explicó con detalle esta importante lectura de lo que fue el origen de la Reforma. Solo así
puede entenderse la permisividad en la adaptación que las doctrinas reformadas tuvieron con las demandas de la
política.
{23} El hecho de que Roca Barea no lo mencione, quizás se deba a una estrategia muy bien pensada. Una estrategia que,
dado el éxito que está obteniendo su libro, podemos decir que ha sido acertada.

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