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El contrato

Un ruido seco lo hizo tomar conciencia y desde el sillón extendió la mano hacia la

mesa de luz. Este movimiento tan cotidiano cada día se vuelve un acto más

extraordinario, pensó. Palpó sobre la mesa los objetos hasta divisar el que buscaba,

hizo gran presión con sus dedos sobre él y lo condujo hacia su boca en un

movimiento lento y pesado. Dio un sorbo y lo bajó con cuidado hacia sus piernas.

Clavó la mirada perdida al frente, a la penumbra del comedor, donde se erigía un

reloj antiguo que había pasado generación tras generación en su familia. Había sido

invaluable en su época, y ahora seguro valdría mucho más. A medida que pasan

los años los objetos aumentan su valor, mientras que el de una vida disminuye,

concluyó. Hizo un esfuerzo mental para dejar de divagar. Debía concentrarse, pero

costaba tanto… ¿Qué debía hacer? La cocina, ahí… ¿Para qué?, dijo para sus

adentros. Resolvió levantarse mientras recuperaba el motivo. En frente el reloj

sonaba monótono con su péndulo que iba de un lado y al otro con una lentitud

inusitada para él. Se arremangó la camisa desgastada dejando ver la piel de sus

antebrazos pegada a sus huesos, apoyó las manos a los costados y dejó caer el

vaso con agua al suelo. Empezó a hacer fuerza para levantarse. Veía al péndulo ir

y venir. Quiso contar los segundos en que tardaba ejecutar la acción, pero perdió la

cuenta rápidamente. Al encontrarse de pie, trasladó con suavidad los brazos al

andador que tenía justo delante de él y se apoyó. ¿Tan lento? No importa, total

tengo todo el tiempo del mundo, pensó mientras descansaba. El tiempo es un infeliz

que pasa fugaz hasta que uno llega a la vejez. Tiempo… Creyó encontrar una pista

sobre lo que tenía que hacer y empezó a revolver en su mente. Hurgaba a la deriva

allí como un mendigo busca algo útil en la basura. Vio destellos de su juventud,

cuando después de terminar la universidad empezó a manejar la gran empresa


familiar que heredaría a futuro. Creció entre los lujos de una familia adinerada y

ahora todo ese capital estaba a su disposición para lo que él quisiera, el cual usó a

su gusto. Esos años placenteros se veían tan remotos como la respuesta que

buscaba el viejo en su cabeza. Dentro de toda esa maraña de fiestas, sexo y

mujeres había un punto de inflexión que marcaría el rumbo hacia los recuerdos que

realmente quería encontrar.

Se trajo con esfuerzo del pasado. Un ligero temblor en sus piernas le advirtió que

no poseía la capacidad de estar mucho tiempo parado. Sus tendones estaban

tensos. Luego de un giro lento emprendió su marcha a la concina. Dio un paso. Ora

otro. La lentitud y la dificultad de cada paso le hicieron pensar que tendría que hacer

varias paradas. Pasó el sillón contiguo, dio unos pasos más y se apoyó en un

mueble cercano. Mientras recuperaba el aliento, divisó en el suelo una página de

diario con cenizas de cigarros dispersas alrededor, el titular principal anunciaba:

“LIFEVER VUELVE A IRRUMPIR EN EL MERCADO” Se volvió a sumir en sus

pensamientos, ese título le trajo unos recuerdos que podrían a llegar a ser claves.

Dilucidó aquella tarde de primavera, se encontraba en su casa tirado en su cama,

como usualmente hacia los fines de semana después de sus jornadas de juerga,

mientras chateaba con su actual compañera, una chica de una belleza y erotismo

inusual, con las mismas aficiones hedónicas que él:

-Me encantó lo de anoche – escribió ella

-(Una mano con los dedos índice y medio levantados; una lengua)

-(Un beso; una banana)

-Tienes una habilidad extraordinaria. Con noches como esta le dan a uno ganas de

vivir para siempre

-Si quieres, podrías


-Qué me insinúas? Matrimonio? (Anillo)

-Ni loca. No hay porque arruinar la vida con el matrimonio. Estoy segura de que te

aterraría igual que a mi formar parte de esa escasa parte de la población patética

-Sin dudas (Cara vomitando)

-Yo me refiero a poder seguir disfrutando de la vida, seguir en este paraíso sin

necesidad de tener que abandonar este jovial sueño que es la vida. O acaso crees

que hay algo después de la muerte?

-Claro que no, no creo que haya nada, solo tenemos todas las delicias, todos los

placeres que nos ofrece este mundo… Y aún hay muchos por descubrir. Una vida

no es suficiente para explorar todo lo que tenemos a disposición

-Yo tampoco creo ninguna de esas idioteces que habla la religión, por eso me

aseguré de no tener que entrar en ese vacío existencial

-Sigo sin entender hacia dónde vas… (Cara confusa)

-Conoces Lifever?

-Obvio. Desde que todo el mundo usa sus cremas es imposible determinar a simple

vista la edad de una persona

-Es imposible no usarlas. La juventud es nuestro bien más preciado. O no?

-Por supuesto

-Bueno, hace un tiempo por ciertos lados ronda la noticia de un producto exclusivo

reservado para los círculos de la alta sociedad, como el nuestro. El costo es enorme,

pero nada que nadie de este ambiente pueda terminar de pagar

-Qué es? (cara sorprendida)

-Vida eterna, la mayor aspiración de la humanidad

-Jajajaja. Vamos, dime la verdad (Cara llorando de risa)


-Es en serio. Se basa en experimentación genética con los genes de la Turritopsis

nutricula. Identificaron los genes de la vejez y cómo funcionan, aseguran que ya

pueden aplicar sus conocimientos en nosotros

-Turripque?

-Es una medusa, boludo. Googlealo y vas a ver… Mira, a mí también me costó

creerlo al principio, pero después pude ver que es cierto. No tengas duda que atrás

de esta empresa seguro debe estar Rockefeller o algunos de esos hijos de puta.

Sino como explicas que nunca se mueren?

-No se… Tú ya lo has hecho?

-Tengo más años de los que podrías imaginar

-Cuántos? (Cara sorprendida)

-No importa. Imagina llevar una vida como la de Dorian Gray

-Mmm, sin contar el trágico final, no?

-Claro. Te interesa? Podemos juntarnos en estos días para hablar mejor

-Bueno…

Salió de a poco de la laguna mental. Luego observó de nuevo la hoja en el suelo y

pensó, la que limpia está haciendo mal su trabajo… ¡La que limpia! Desde el abismo

de su memoria recuperó ese dato fundamental, el saber que no se iba a ir por mucho

tiempo. Cada vez odiaba más esa horrible senilidad. Se apoyó sobre su andador

con prisa. Quiso apresurarse, aunque sólo logró acelerar un poco el paso. La cocina

no estaba a gran distancia y a medida que avanzaba había ciertos rasgos del lugar

que no reconocía, como si no fuese su casa. Después de unos cuantos pasos sus

piernas y brazos comenzaron a tambalear con cada movimiento. El tiempo lo volvía

a acechar con la promesa de un terror inimaginable, como a cualquier mortal.


Llegó a la cocina. Seguía su marcha veloz tambaleándose con cada paso como si

hubiera un terremoto en la sala. Pasó el lavamanos y seguido a él había un termo

metálico y varios vasos dispersos sobre la mesada, uno de ellos lleno con agua.

Estiró el brazo izquierdo para tomarlo, pero el cansancio lo superó, perdió el

equilibrio y cayó al suelo mientras hacia un barrido con su brazo sobre la mesa.

Varios estallidos agudos retumbaron en la sala junto con el correteo de los cristales

que apenas se percibió la caída del cuerpo. Aturdido, permaneció tendido un rato.

El corazón le taladraba el pecho con un compás que el del histérico segundero del

reloj que colgaba sobre la pared de la cocina. Giró su cuerpo hacia un costado y

notó como el dolor imponía su presencia. Se quedó un rato así, como si jugara a

soplar los vidrios en el suelo con su fuerte jadeo. Al recobrar, al menos un poco, la

conciencia, fijó su vista sobre el reluciente termo cercano y lo empujó hacia él con

sus dedos para que se acercara rodando. Al tenerlo próximo, pudo contemplar en

su reflejo el rostro de un adulto joven con el semblante corroído, como si estuviera

varios días sin dormir, como si estuviera varios años sin vivir. Descubrió, o

redescubrió, que el incesante intento del ser humano por evitar la muerte siempre

se centró en evitar cruzar la línea del umbral, sin prestar atención a los otros

maleficios que aplicaba su Dios destructor. Antes pensaba, como muchas personas,

que el infierno o el purgatorio lo esperaba tras la puerta de salida de la deliciosa

vida, cuando en realidad ya se encontraba allí, en medio de los sufrimientos y

penurias endulzados con un poco de felicidad, a la espera de poder cruzar el

horizonte hacia el paraíso, o hacia la paz de la nada. Cualquiera era mejor, y, poco

a poco, la humanidad había comenzado a cerrar sus puertas para que nadie más

cruce a ese terreno desconocido.


Un golpe seco proveniente del comedor lo despabiló. Buscó con la mirada un trozo

de vaso lo suficientemente grande que pueda utilizar. Descubrió uno a un par de

metros y se empezó a arrastrar hacia él.

-¿Ricardo? ¿Dónde está? – dijo una mujer mientras daba pasos rápidos con sus

tacos.

Sus zapatos resbalaban con el suelo de la cocina. Llegó y tomó con la mano

derecha el vidrio y empezó a hacer presión con él sobre su muñeca izquierda. El

vidrió se quebró, no había advertido que estaba trizado.

-¿Señor? Ah, ahí está… ¡Esperé! – exclamó la mujer.

Tomó el trozo más grande y volvió a intentar el corte. No llego a lograr mucho hasta

que la señora lo interrumpió tomándolo de la mano derecha.

-¡Déjame moo…! – Gimió el viejo con una voz áspera y ahogada.

-¡No! – Interrumpió – Además, recuerde que tiene un contrato que cumplir.

La cara joven de la mujer le resultó levemente conocida. Pudo percibir ese brutal

paso de los años sobre su mirada. Mientras era trasportado escuchaba el chasquido

de los vidrios que eran pisados y miraba resignado como se alejaba de aquel

escenario. Pronto estuvo recostado en su cama. La mujer le hizo tragar varias

píldoras y se retiró del cuarto. Se preguntó a sí mismo si no llevaba un tiempo

demasiado prolongado en esa transición atemporal entre el mundo de su mente y

la realidad. Tampoco quería saberlo. Las pastillas empezaron a hacer efecto. Cerró

los ojos para descansar con el deseo de soñar por siempre, mientras el lento reloj

marcaba el paso de un nuevo segundo, un nuevo minuto, una nueva hora, un nuevo

día, un nuevo año por vivir.

Camilo Coccia

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