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Cuando me llamaron del diario El País para hacer una columna los viernes en el EP3,
aquel era un suplemento de 16 páginas y mi extensión límite de cuatrocientas palabras.
Aquello fue en marzo de 2008. Todavía no despuntaba en Europa la crisis y las empresas
aún invertían muchísimo en publicidad. A los seis meses entró un pie de página justo
debajo de mi columna y adiós mis cuatrocientas palabras. Mi límite fue de trescientas
veinte.
No. Le quitaron un pliego al suplemento para abaratar costes. Más tarde la crisis arreció,
y adiós otro pliego. Mi última entrega, que ocurrirá mañana, son escasísimas doscientas
cuarenta palabras en un suplemento de ocho páginas. ¿Saben ustedes cuántas son
doscientas cuarenta palabras? Lo que acabo de escribir ahora, en estos cinco minutos. El
próximo punto y aparte será igual a mis columnas de El País.
Se me podrá decir que tengo suerte, porque al final del camino cobré lo mismo por
hacer la mitad del trabajo, pero ése es justamente el pensamiento rácano del
periodismo actual. Mejor sería pensar: ¿tiene sentido que un tipo que escribe tenga que
expresarse conforme avance o retroceda la publicidad? Por lo menos no se trata de
censura ideológica, es verdad, pero la decepción interna es idéntica.
No puede ser posible que cuando las cosas le van muy bien a las empresas tengas que
escribir menos —porque entra publicidad— y cuando las cosas le van mal a las
empresas tengas que escribir menos —porque le quitan páginas al diario. ¿Qué tiene
que pasar, económicamente hablando, para que los lectores leamos en paz (o para que
los periodistas escribamos en paz) un texto de mil palabras?
—No, todo bien, decime —contestaba yo con la voz seca y el lado izquierdo de la cara
con marcas de almohadón.
—Estábamos editando tu columna y nos saltó una duda. ¿Qué querés decir,
exactamente, en el párrafo sobre Ratzinger?
—Donde ponés que a “Ratzinger le gusta que le metan una lámpara de pie en el ojete”…
¿Está contrastada esa información?
—Pero es muy delicado decirlo sin un sustento. Es una información muy fuerte.
—No es una información, es un chiste. ¿Querés sacar ‘ojete’ y poner ‘ano’ Por mí todo
bien, no soy quisquilloso.
—Me preocupa más la expresión ‘lámpara de pie’… A nuestros lectores no les gustan
esas referencias lumínicas hacia la Iglesia Católica.
Si tengo que ser sincero, en estos dos años me molestaron más los recortes de El País
que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un convencimiento moral
o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de
lector. El diario español no. Los recortes de El País de los últimos años —y el de casi
todos los periódicos de este lado del charco— se basan en el impulso económico de
abaratar costes y de pensar, cada vez menos, en sus lectores.
Y ya que estamos en el tren, aviso por este medio a Random House Mondadori que
también renuncio a sacar nuevos libros con la Editorial Sudamericana de Argentina, o
con Editorial Grijalbo en México. Por contrapartida, no tengo más que agradecimientos
con Plaza & Janés de España. Pero como vengo embalado tampoco publicaré más allí.
No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más
respeto que soy tu madre” cambiando frases completas del libro sin consultarme. (Ya
una vez lo conté en este blog.) De repente, mi personaje Zacarías Bertotti no era hincha
fanático de Racing, sino del América de México. Y sin consultarme tampoco, Grijalbo le
puso a ese mismo libro una portada espantosa y una tipografía horrenda. Y sin
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consultarme, catalogó a mi novela como de “autoayuda”. No quiero saber más nada con
Grijalbo porque nunca supe si habían vendido un ejemplar. No me lo dijeron jamás, ni
telefónicamente, ni por la vía habitual de depositarme la guita en el banco. No tengo
datos al respecto.
Y no quiero tener más relación con Editorial Sudamericana porque estoy podrido de
contestar mails de los lectores argentinos diciendo que mis libros siempre están
agotados, o que no los pueden encontrar. Caminé muchas veces por Buenos Aires y lo
comprobé. Distribución espantosa, marketing desganado, mucha desidia. Si no hubiera
sido por los benditos .pdf de cada libro, que aparecen puntuales en Orsai, en mi país de
origen no me lee ni el gato.
La última vez que estuve en Buenos Aires (no fue hace mucho) el director de
Sudamericana me dijo, como al pasar, que solamente se habían vendido 975 ejemplares
de mi primer libro de bolsillo en Argentina. Me dio una grandísima vergüenza en
retrospectiva. Por suerte no supe aquello en 2005 —pensé— cuando salió aquel libro,
porque me retiraba para siempre del circuito de las letras.
—En Mercedes tus libros se venden como bizcochitos —me dijo feliz—. Tengo una lista
de cuánto vendí en la librería, año por año.
Y me adjuntó esas cifras. De aquel primer libro de bolsillo, Andrés había vendido en mi
ciudad natal 650 ejemplares. Qué extraño, pensé, recordando la cifra total de ventas en
Argentina según Sudamericana. Qué extraño. En una de las tres librerías de mi ciudad
casi se habían vendido todos los ejemplares del país. O Andrés me mentía, o me mentía
la Editorial.
La revista que estamos haciendo con el Chiri es, sobre todo, ganas enormes de volver a
leer largo y tendido, y de que cada colaborador escriba hasta que se le antoje. Queremos
tener en las manos un papel que no te venda nada, ni explícito ni subliminal. Regresar a
la crónica periodística y a la ilustración de calidad, y que las fotos te cuenten una historia,
y que cada línea y cada desglose esté hecho por personas apasionadas, y no por
burócratas, pasantes, acomodados y becarios.
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Yo me compré unos números de la XXI, y está muy bien, a pesar de ser demasiado seria.
Pero algo no me gustó. La suscripción anual sale 60 euros en Francia, 70 euros en
Latinoamérica y 80 euros en África. ¿En África, incluso en la zona africana que habla
francés, la revista sale más cara que en el resto del mundo? Algo está funcionando mal.
Nosotros estamos armando una revista que, encuadernadita y con olor a tinta fresca,
llegará sin falta a los países que hablan nuestro idioma. A todos esos países, quiero
decir, no únicamente a España, México y Argentina. A todos. Queremos que la revista
llegue a cada sitio donde haya alguien que quiera leer con serenidad, y que tenga un
precio razonable para ese sitio. No importa si ese sitio se llama Madrid o se llama
Cochabamba. Tiene que costar, en cada región, lo que cuesta un libro de tapa blanda. O
es así, o no es.
El mayor de nuestros objetivos, el que más ganas nos dará cumplir el uno de enero, es
que la revista Orsai llegue a Cuba con un precio de tapa de 4 pesos cubanos, gastos de
envío incluido. La misma que en Barcelona costará 20 euros, o 15 (ya veremos), y en el
resto de Latinoamérica valdrá 11 dólares, o 9 (ya veremos). La misma. Nuestro objetivo
es demostrar que si nadie lo hizo todavía, no fue por imposible.
Pero basta, basta, ya estoy adelantando más de lo que puedo, y hoy me senté a escribir
sobre otra cosa. Sobre La Nación, sobre El País, y sobre Random House… Hoy tenía
ganas de escribir sobre renuncias y portazos.
En este sencillo acto, entonces, y ante la aterradora mirada de Cristina, mi mujer, que es
catalana y no entiende de gestas y epopeyas, renuncio a todo lo molesto y a todo lo
incordioso y a todo lo burocrático y a todo lo extremadamente sigloveinte de mi oficio. Le
digo chau, feliz de la vida y sin rencor, a los intermediarios que me obstaculizan la charla
con los lectores. Chau publicidad, que te recorta la palabra; hasta nunca burocracia, que
te distribuye mal y pronto; adiós y buena suerte ideología, que te despierta por la noche.
—También dile adiós a la seguridad social y a que nos entre un duro en el banco —me
interrumpe Cristina—, saluda de nuestra parte a la universidad de la Nina, despídete de
comprarnos una casa y dejar de ser inquilinos, dile adiós a hacerte el tratamiento de
conducto cuando se te caigan los dientes de tanto cenar las sobras… Que lo sepas, que
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yo cojo una maleta y me marcho, si sigues con esa idea de Cuba a cuatro pesos. ¿Qué se
te ha perdido a ti en Cuba? Tú y el imbécil de tu amigo. Que desde que llegó os creéis
Batman y Robin…
—¡Silencio, mujer! ¡Con tus gritos nadie puede ser anarquista en esta casa!
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