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Pulice, G.

“Fundamentos clínicos del acompañamiento terapéutico”

CAPITULO 3 – LA FUNCION DEL ACOMPAÑANTE TERAPEUTICO Y SU INCLUSION EN LA ESTRATEGIA DE UN


TRATAMIENTO
La función del at fue cobrando características heterogéneas, de acuerdo a esos diversos ámbitos en los que se fue
plasmando su inserción. Por lo que surge el interrogante de cuales serian los rasgos distintivos de su labor y que es lo
que determina la eficacia de sus intervenciones. La idea de configurar una suerte de manual de acompañamiento
terapéutico nos conduce invariablemente al confrontarnos con la problemática de la subjetividad, con lo
irreductiblemente singular de aquello que está a la base del padecimiento psíquico en cada sujeto.
¿Qué es la ética?- ética aristotélica: la generalización de aquello que se entiende como un bien para todos los sujetos,
pero eso llevado a nuestra época está sumergido en la cultura de la globalización de consumo. Aristóteles sitúa allí la
felicidad como ese bien que todo sujeto habría de aspirar, como bien supremo: el encuentro con la felicidad. Los bienes
de los cuales nos habla Aristóteles no es uno material sino el ubica una serie de virtudes: la primera de esas virtudes
tiene que ver con una buena conversación. La buena conversación incluye la disposición del sujeto a escuchar a otro. Y la
otra en torno a la amistad. También está la ética del deseo (lacan).
Ahora bien, la ética tiene que ver con el modo que hacemos las cosas. Hay una implicación subjetiva capital que se juega
precisamente en el momento en que decidimos que es lo que ordena el modo en que hacemos las cosas. Cuando
elegimos que privilegiar en nuestro modo de hacer las cosas allí hay una puesta en juego. NO HAY ETICA SIN
IMPLICAICON.
La función que un AT desempeñara en el transcurso de un tratamiento será muy difícil definirla a priori. El lugar del
acompañante solo podrá definirse en función de la estrategia en determinado momento del tratamiento de un sujeto,
solo a partir de de cuya singularidad permitirá ordenar las intervenciones del acompañante, tanto como las de los demás
integrantes del dispositivo.
En algunas instituciones especializadas en algún área clínica del campo de la salud mental, el at suele ser indicado en
forma indiscriminada, como parte de una propuesta terapéutica diseñada especialmente para atención de tal o cual
patología. Esto lleva a una degradación de su función que tiene como una de sus mas indeseables consecuencias la
exposición tanto del at como del usuario, a situaciones de suma tención, incluso de riesgo o de maltrato.
La función del at solo puede definirse en conexión con la estrategia de tratamiento. Pero que entendemos por
estrategia: A) una de las formas de considerar el concepto de estrategia es a partir de pensar que esta supone un saber
previo por parte del terapeuta acerca de la dirección que debe seguir un tratamiento, lo que es correlativo al
conocimiento que así mismo se debería tener acerca de la evolución del que tendrá el paciente, a partir de un
diagnostico también de antemano. En el libro de Susana y Silvia: el at deberá saber cómo intervenir en cada situación,
como manejar al paciente, quien pasa a quedar situado así no como sujeto sino como objeto de un tratamiento que le
será impuesto, las funciones del at podrán ser definidas a priori. B) Otra forma de elaborar una estrategia (la posta), es
considerar al sujeto en su singularidad, y que nos priva de establecer un saber previo del lado del terapeuta acerca de lo
que padece cada sujeto, tanto como de anticipar cuál sería el modo de tratar ese malestar. De lo que va a resultar que
tampoco la función del at se podría establecer a priori, sino que se irá delineando en relación al despliegue, en el
escenario mismo del tratamiento, de la problemática singular de cada sujeto.
Susana Kuras de Mauer y Silvia Resnizky, establecen 8 funciones generales del acompañante terapéutico:
1 – “Contener al paciente”. Frente a la ansiedad, la angustia o los miedos del paciente, el at debe <<ofrecerse como
sostén, a la manera de un chaleco humano>> como alternativa a la contención por medio de psicofármacos u otros
recursos coercitivos habitualmente utilizados para tal fin. //: Si el at puede participar en forma eficiente de tal
contención, ello estará fuertemente ligado al hecho de que el vínculo establecido por parte del paciente con el
terapeuta o la institución puesto que la posición del at es la más vulnerable del dispositivo. Tal contención se hará
posible, en tanto se vayan encontrando en cada caso aquellos recursos clínicos que permitan operar algún
acontecimiento a esos momentos de desborde pulsional.
2 – “Brindarse como modelo identificatorio”. El at tendría la atribución de mostrar al paciente, en situaciones
problemáticas de su vida cotidiana, ciertos patrones de comportamiento diferentes de los que él está habituado.// Esta
modalidad de intervención por parte del at le permitiría al paciente, por vía de la identificación, pasar a disponer nuevos
y más eficaces mecanismos de defensa, los cuales propiciarían la resolución de problemas adaptativos: se trataría que el
paciente pueda aprender a esperar y postergar.
3 – “prestar el yo”. El at debería oficiar el yo auxiliar, asumiendo funciones que el yo del paciente no está en condiciones
de regular. Ej. La organización y cumplimiento de actividades.
4 – “percibir, reforzar y desarrollar la capacidad creativa del paciente” la cual tiene especial implicancia en la fase
diagnostica, en la que los acompañantes deben tratar de captar aquellas capacidades manifiestas y latentes del paciente
sobre las que luego se trabajara. Por otro lado no en todos los casos ni en cualquier momento puede el paciente
manifestar intereses o desarrollar capacidades, por lo que a veces forzar nuestras intervenciones en esa dirección puede
resultar intrusivo y contraproducente.
5 – “Brindar su información para la comprensión global del paciente” Por el contacto cotidiano, el at dispondría de
información fidedigna del comportamiento callejero, vínculos familiares y amistades, de las emociones puestas en juego,
etc., debiéndose registrar en ese espacio los datos que se considere llamativos, así como los cambios que se pudieran
observar en los vínculos más significativos del sujeto.
6 – “Representar al terapeuta” se apuntaría con ello a producir una ampliación de su campo de acción, permitiendo así
que su dominio no se vea restringido a la sesión. El at tendría que ayudar a metabolizar y reforzar las interpretaciones
realizadas por el terapeuta.
7- “actuar como agente resocializador” refiriéndose allí a pacientes severamente perturbaos desconectados del mundo
que los rodea, en donde la tarea del at sería la de paliar la distancia que separa al paciente de todo lo perdido,
facilitando su encuentro en forma paulatina y sofisticada.
8 – “servir como agente catalizador de las relaciones familiares” el at puede contribuir, dicen, a descomprimir y
amortiguar las relaciones del paciente con su familia, absorbiendo o mediatizando las descargas del padre o la madre
sobre el.
Respecto de cómo pensar las implicancias éticas de nuestro trabajo clínico se podrían situar dos vertientes que son en
definitiva confluyentes. La primera está referida a las dificultades que se nos presenta por diversos motivos, el contexto
desde y en cual somos convocados a intervenir como profesionales de la salud mental raramente esta dado de tal
manera que las cosas rueden aceitadamente por sus carriles. La otra vertiente está ligada al modo en que nos
posicionamos ante cada sujeto en el tratamiento, pues allí también se juega una decisión ética. (enfrentarnos con
objetivos del dispositivo y “sugerencias” planteados por los familiares)
En este punto se unen estas dos cuestiones, esta vertiente de la ética que tiene que ver con nuestro posicionamiento
clínico al abordar un caso, y la otra, que es como generamos el contexto adecuado para que, en esos momentos en que
se presenta una situación así, podamos contar con los recursos necesarios para organizar el dispositivo mas eficaz para
el abordaje de cada sujeto. ¿Cuándo un dispositivo es eficaz? Es cuando uno puede dar una respuesta adecuad a la
situación de crisis, seria ineficaz cualquier abordaje que desconociera esa situación. Pero también, cuando esa
intervención deja lugar para que en algún momento el sujeto pueda pronunciar al menos una palabra propia relativa a
su deseo.
¿Qué es lo que el acompañante debe saber? Cuando hablamos de la formación del at no nos estamos refiriendo a que el
deba adquirir un saber acerca de lo que le habrá de suceder a cada sujeto en tratamiento, a partir el encasillamiento del
mismo en una categoría nosografica predeterminada. No obstante, esta ignorancia, que consideramos necesaria en el
punto de partida de su intervención encuentra sus límites, por un lado en la estrategia en la que se inscribe y por otro la
inmediatez de las respuestas que le son requeridas en su práctica. Por ello consideramos que hay cierto saber que el at
deberá tener. Por ej debe estar advertido acerca de cómo NO intervenir. No intervenir desde su subjetividad. Además
que sus intervenciones no favorezcan la confusión de su lugar con las otras instancias del tratamiento.

CAPITULO 4 – DE LA HISTORIA CLINICA, A LA FORMULACION LOGICA DE LA POSICION DEL ACOMPAÑANTE EN LA


TRANSFERENCIA.
Caso clínico: en el discurso medico, la palabra caso adquiere un sentido muy diferente y hasta opuesto al sentido
psicoanalítico. Mientras en medicina la idea de un caso remite a un sujeto anónimo representativo de una enfermedad,
para el psicoanálisis un caso expresa la singularidad misma del ser que sufre y de la palabra que nos dirige.
El caso está íntimamente emparentado con LA HISTORIA CLINICA y la escritura el acompañante.
La historia clínica, en el marco de las prácticas hospitalarias e institucionales: La inserción del at, viene teniendo lugar
desde hace tiempo en los tan numerosos y diversos ámbitos del sistema de salud mental implica, habitualmente, en
cuadrar su praxis en dispositivos que no siempre están diseñados ni funcionan desde la misma lógica discursiva,
encontrando una fuerte diversidad de discursos que, por otra parte el at no puede desconocer ni desestimar.
¿Cuál es entonces la posición que del at en esa compleja trama de discursos? Si su inserción es en el ámbito hospitalario
e institucional: fue encontrando su lugar porque los remedios e intervenciones de otros discursos y prácticas no
funcionaban del todo bien.
Orientemos nuestro interés hacia un objeto institucional: LA HISTORIA CLINICA. Es ella una herramienta clínica, legal y
administrativa a la vez, una escritura institucionalizada de las prácticas e intervenciones realizadas en el hospital por
sus profesionales. Es un soporte institucional. Es un soporte escritural: la historia clínica no es lo que pensamos, lo
que hacemos, lo que dijimos de un paciente, de un grupo, de una familia, la historia clínica es lo que escribimos de
todo eso. En este sentido es un elemento vinculado a la institución, sus practicantes y pacientes, con determinados
dispositivos de trabajo, pudiendo constituirse así en un analizador institucional.
En su carácter jurídico administrativo: en la práctica de hospitalaria e institucional estamos obligados a asistir no a curar,
siendo la historia clínica el registro de que esa asistencia fue realizada. Esto eleva la historia clínica a la jerarquía de
documento público.
Implicancias subjetivas del proceso escritural: escribir permite al profesional tomar distancia, hacer ajeno aquello en lo
que implica y reflexionar sobre la clínica.
¿Qué es entonces lo que es preciso escribir en la historia clínica?: escribimos la historia de la enfermedad, sus avatares
(cambios, fases, transformaciones). Escribir la historia, historiar la enfermedad permite, obliga a sacar conclusiones,
conclusiones diagnosticas, al menos presuntivas, permite descartar organicidad o psicologicidad, si quieren, obliga a
sacar conclusiones provisorias sobre alternativas terapéuticas posibles, etc.
La escritura del acompañante terapéutico: Nuestro interés en el registro escrito de la experiencia no debe limitarse a la
mera transcripción de lo ocurrido en cada encuentro con el paciente, sería tan improductivo como impracticable
Cuando el paciente se encuentra internado, la historia clínica opera como eje de acopio e intercambio de información
escrita, facilitando a todo el equipo la redacción de su informe, luego de cada encuentro con el paciente. En tanto con
pacientes ambulatorios, al o haber historia clínica en el domicilio del paciente, se incrementa la dificultad para mantener
un registro secuencial escrito de su evolución, tendiéndose a limitar la circulación de la información a las reuniones de
equipo. El desarrollo de las últimas tecnologías, asimismo, hace posible una transmisión escrita que se recibe
sincrónicamente en la terminal de telefonía celular de cada uno de los integrantes del equipo, a partir de lo cual la
información circula en tiempo real.
Se pueden distinguir dos niveles de escritura, dos momentos distintos en el trabajo de elaboración simbólica y en la
transmisión de la experiencia. 1) la necesidad de compartir con los demás integrantes del equipo de acompañantes, u en
términos más generales, del dispositivo, lo que va sucediendo en la cotidianeidad del trabajo clínico. El mero hecho de
ponernos a escribir, nos obliga a pensar que escribir, a producir algún ordenamiento lógico en nuestro propio
pensamiento. Teniendo así una idea aproximada de elementos accesorios y cuales son verdaderamente importantes. La
secuencia de registros nos permite ir visibilizando determinadas cuestiones y solo de ese modo, es que en determinado
momento estamos en condiciones e captar como se va configurando el caso. 2) abre las puertas a una elaboración
conceptual y teorica cuyo avance y desarrollo confirió una entidad cada vez mas consistente a la figura del at.

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