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CAPÍTULO II: LA CRISIS DE INDEPENDENCIA – TULIO HALPERIN DONGHI

El edificio colonial, que había durado varios siglos, se desmoronó en tan sólo 15 años. Este proceso de crisis de
independencia, iniciado en 1810, terminaría en 1825, año en el cual Portugal había perdido todas sus tierras
americanas, y España tan sólo conservaba a Cuba y Puerto Rico. ¿Por qué se dio tan rápido?

PRIMERA ETAPA (1810-1815): ESTALLIDO REVOLUCIONARIO Y GUERRA CIVIL

En Hispanoamérica, las reformas borbónicas, que reafirmaban -con éxito parcial- el poder de España en sus
colonias y la ubicaban como intermediadora entre éstas y las potencias industriales, tuvieron, sin duda
algo que ver, pero no hay que exagerar, dice Halperin, su importancia. Las reformas borbónicas habían
mejorado la eficacia de la administración: ello explica el malestar de los sectores criollos, que ahora se sentían
más controlados por la Metrópoli. Además, este malestar se potenciaba porque las reformas habían
otorgado los cargos burocráticos a los peninsulares, y habían propiciado el acecho constante de los mercaderes
peninsulares en los puertos coloniales, relegando a los comerciantes criollos. Pero según Halperin, el
proceso de reformas político-administrativas delas colonias no puede explicar la rapidez del proceso de
independencia política respecto delas metrópolis: más bien, las reformas prefiguran cambios y conflictos a largo
plazo.

La causa principal del fin del orden colonial tampoco radica en la renovación ideológica del siglo
XVIII que, si bien era ilustrada, no era por ello precisamente revolucionaria o anticolonial; a lo sumo, se le
achacaba al régimen colonial sus limitaciones económicas, su cerrazón social o sus características jurídico-
institucionales. Será, pues, de fundamental importancia, los hechos ocurridos en el frente externo, más precisamente
en Europa: la revolución francesa y sus consecuencias jugarían un papel fundamental para darle el golpe de gracia
a la decadente España (y a Portugal también).

Antes de la independencia, más allá de las reformas, se vislumbraba la degradación del poder español, sobre todo a
partir de 1795 y que se hacía cada vez más profunda. La Revolución Francesa había llevado a la guerra marina entre
Francia e Inglaterra, de la cual España no estaba exenta. Las consecuencias de ello fueron una incomunicación entre
España y las colonias, que imposibilitaba el envío de soldados y el monopolio comercial. Así, España adoptaría
algunas medidas de emergencia que flexibilizaban el comercio de las colonias (y eran bien vistas por los criollos).
Pero las colonias ahora no tenían mercados asegurados y se acumulaban stocks; los productores y comerciantes
criollos comenzaban a ver en España el principal obstáculo a sus intereses. Se empieza a plantear la disolución del
lazo colonial, con distintos matices.

Luego de la guerra de Independencia española, que aseguró la vuelta al trono de Fernando VII y la alianza con
Inglaterra, España pudo retomar el vínculo -ya muy transformado y sin vuelta atrás- con sus colonias. Pero
España se encuentra debilitada, militar y económicamente, y la presencia de Inglaterra daba el golpe final al viejo
monopolio. Además, a nivel local, las elites criollas y las peninsulares son hostiles entre sí. Serán los propios
peninsulares quienes darán los primeros golpes al sistema administrativo colonial.

Entre 1800 y 1810 se dan una serie de episodios, a nivel local, que prefiguran la revolución y muestran el
agotamiento del régimen colonial. En el naufragio del orden colonial, los puntos reales de disidencia eran
las relaciones futuras entre la metrópoli y las colonias y el lugar de los peninsulares en éstas, ya que aún quienes
más deseaban mantener el predominio español estaban poco dispuestos a seguir en el arruinado marco
político-administrativo colonial. En estas condiciones, las fuerzas cohesivas (que en España habían sido muy
importantes para derrotar a Napoleón), no existían en Hispanoamérica. Ni la veneración por el rey
cautivo, ni la fe en un nuevo orden español surgido de las cortes constituyentes lograban aglutinar a Hispanoamérica,
entregada a tensiones cada vez más insoportables.

En cuanto a las relaciones futuras con España, mientras duró la invasión francesa en España, sobre todo entre 1809
y 1810, no se creía en el poder de la resistencia española. Además, la España invadida parecía dispuesta a revisar el
sistema de gobierno de sus colonias, y transformarlas en provincias ultramarinas de una monarquía ahora
constitucional.

En cambio, el problema más importante era el del lugar de los peninsulares en las colonias. Las revoluciones
comenzaron por ser intentos de las elites criollas urbanas por reemplazarlos en el poder político. La administración
colonial, por su parte, apoyó a los peninsulares.

En México y las Antillas no fueron tan importantes estas pugnas entre criollos y peninsulares: en las
Antillas, la revolución social haitiana, que había expulsado a los plantadores franceses de ese país,
mostraba los peligros que podía acarrear una división entre las elites blancas. En México, la protesta india y mestiza
de la primera fase de la revolución fue derrotada por una alianza entre criollos y peninsulares.

La ocupación de Sevilla en 1810 y el confinamiento del poder real español a Cádiz estuvieron acompañados de
revoluciones pacíficas en muchos lugares, que tenían por centro al Cabildo, institución con fuerte presencia criolla
(variable según las regiones). Los cabildos abiertos establecerán las juntas de gobierno que reemplazarán a los
gobernantes designados desde España.

Una aclaración: los revolucionarios no se sentían rebeldes, sino herederos de un poder caído, probablemente para
siempre. No hay razón alguna para que se opongan a ese patrimonio político-administrativo que ahora
consideran suyo y al que lo consideran como útil para satisfacer sus intereses.

En líneas generales, la revolución es una cuestión que afecta a pequeños sectores: las elites criollas urbanas que
toman su venganza por las demasiadas postergaciones que han sufrido. Herederas de sus adversarios (los
funcionarios metropolitanos), si bien saben que una de las razones de su triunfo es que su condición de
americanas les confiere una representatividad que aún no les ha sido discutida por la población nativa, no
conciben cambios demasiados profundos en las bases reales de poder político. A lo sumo, se
limitarán a una limitada ampliación a otros sectores en el poder, institucionalizada en reformas
liberales.

Se abrirá entonces una guerra civil que surge en los sectores privilegiados (criollos versus peninsulares): cada uno de
los bandos buscará, para ganar, conseguir adhesiones en el resto de la población. La participación de las masas en
la revolución será muy variable según las regiones. Por ello, hay que tener cuidado de no reducir el proceso
revolucionario a un mero conflicto interno entre las elites del orden colonial.

Hasta 1814, España no podrá enviar tropas contra sus posesiones sublevadas.

RÍO DE LA PLATA

La junta revolucionaria envía dos expediciones militares para reclutar adhesiones: la de Belgrano, que fracasa en el
Paraguay, y otra que se extiende por el interior hasta el Alto Perú. Allí, la expedición emancipa a los indios del tributo
y declara su total igualdad, en un signo de voluntad de ampliación de la base social, pero los criollos alto peruanos se
oponen a ello y se colocan del lado del rey. Los revolucionarios de Buenos Aires procuraron conseguir adeptos en los
sectores sociales inferiores, pero en regiones lo suficientemente lejanas de Buenos Aires (como el Alto Perú), de tal
modo que no fuesen una futura amenaza a su hegemonía. En cambio, en las zonas más próximas a
Buenos Aires, los dirigentes revolucionarios serían mucho más reservados.

En la Banda Oriental, se daría un alzamiento rural que procuraría extender las bases sociales de la revolución a
sectores subalternos: el de Artigas. El artiguismo sería resistido por las elites de Buenos Aires, que veían en él una
amenaza para la cohesión del movimiento revolucionario y, sobre todo, una expresión de protesta social inadmisible y
peligrosa.

Antes de eso, la dirigencia revolucionaria de Buenos Aires se había dividido, en 1810, entre Saavedra, moderado,
más propenso a una continuidad reformada con España, y Moreno, de tendencias rupturistas y jacobinas. El triunfo
de los saavedristas sería efímero y sustituido por la dirección de los oficiales del ampliado ejército regular en 1812,
entre los que estaban Alvear y San Martín. En 1813, una Asamblea soberana, si bien no declaró la independencia,
suprimió los mayorazgos y títulos nobiliarios, el tribunal inquisitorial y proclamó la libertad de vientre. Sería la única
revolución de la Sudamérica española que aún seguía en pie hacia 1815.

CHILE

En 1810 se creó una Junta, de tendencias moderadas, pero Martínez de Rosas la fue radicalizando. Esta
radicalización fue el producto de la amenaza que representaba Perú (realista), lo que obligó a la creación de un
ejército que influiría en el desarrollo político. La revolución se institucionaliza en 1811 en el Congreso Nacional, en el
cual triunfaría el radical Carrera, por medio de un golpe militar. El radicalismo, basado en el reformismo ilustrado,
estaba dominado por la aristocracia santiaguina y funcionarios del antiguo régimen, y uno de sus exponentes fue
O´Higgins, que luego se volvería moderado. El Congreso, sin oposición moderada, creó un Estado moderno, por
medio, sobre todo, de reformas burocráticas y judiciales, supresión de la Inquisición y la abolición de la esclavitud.
Luego de un breve dominio moderado, Carrera, aristócrata terrateniente, hace otro golpe de Estado y establece una
dictadura, que buscará apoyarse en sectores más amplios (ejército, plebe urbana).
La revolución chilena moría en 1814. Como en el Río de la Plata, la división entre las facciones había frenado (o
moderado) el movimiento revolucionario.

VENEZUELA Y NUEVA GRANADA

La revolución venezolana fue muy trágica por la cantidad de matanzas que hubo. Comenzó en 1810, liderada por
Miranda, quien no era apoyado por la oligarquía del cacao. Miranda intentaría crear un aparato militar revolucionario
eficaz y radicalizado. En 1811 se proclama la independencia de España. La revolución era apoyada en el litoral del
cacao, pero el oeste y el interior eran realistas (dirigidos por Monteverde). Algunos alzamientos de los negros llevaron
a dar por finalizada la Revolución y entregado el poder a los realistas. Bolívar, quien había combatido con Miranda,
se exilió en Nueva Granada para reorganizar la lucha. Venezuela se convirtió en fortaleza realista y hacia 1815 la
revolución había sido frenada en Nueva Granada. La revolución neogranadina se vio muy afectada por
las tendencias dispersivas entre sus jefes.

SEGUNDA ETAPA (1815-1825): GUERRA COLONIAL Y TRIUNFO REVOLUCIONARIO

Para 1815 sólo la mitad meridional del virreinato del Río de la Plata seguía en revolución. En el resto, la
metrópoli devuelta a su legítimo soberano comenzaba a enviar hombres y recursos a los grupos que durante 1810-
1815 habían resistido a los revolucionarios con sólo sus recursos locales. Los realistas triunfarían, pero su alegría
sería breve. Algunos autores insisten en que la severidad de las medidas realistas a partir de 1815 habría generado
el efecto contrario de realimentar la revolución. Sin embargo, para Halperin esta explicación deja de lado que la
guerra civil no había desaparecido, sino que estaba latente, y además sus consecuencias se hacían sentir. Así, una
política menos vengativa por parte de los realistas tampoco hubiera podido evitar los rebrotes revolucionarios.

La revolución se había hecho sentir tanto en las regiones revolucionarias como realistas. Tanto los jefes
realistas como los patriotas debían formar ejércitos cada vez más amplios, para lo cual debían incorporar a sectores
subalternos a sus filas y mantenerlos satisfechos: para ello, se flexibilizó la movilidad jerárquica dentro del ejército;
los cuadros superiores ya no siempre quedaban en manos de las elites. A los nuevos jefes, provenientes de extractos
sociales inferiores, también se los dotó de recursos económicos.

Durante este período se dieron cambios económicos: el libre comercio penetra cada vez más en las regiones
hispanoamericanas, en donde ahora se importan productos ingleses que son mucho más baratos que los de las
artesanías locales, llevando a estas últimas a la ruina.

La lucha contra los peninsulares significará la proscripción, sin inmediato reemplazo, de una parte importante de las
clases altas coloniales.

Así, tras la restauración que se da hacia 1815 en casi toda Hispanoamérica, la guerra vuelve a surgir, pero ahora
con un nuevo carácter. La metrópoli se esfuerza por suprimir completamente el movimiento revolucionario, lo que
transforma la guerra civil en una guerra colonial.

Una de las características de este viraje en el proceso revolucionario es la supeditación de las


soluciones políticas a las militares; de los focos revolucionarios aislados entre sí se pasa a una organización a mayor
escala, que finalmente llevaría a la victoria. En esto, según Halperin, es clave la función que cumplieron los líderes
revolucionarios.

Para esta segunda etapa de la revolución, Gran Bretaña y Estados Unidos, que hasta ahora habían tenido una
posición ambigua, contribuirían, directa o indirectamente, a que los revolucionarios se armasen y sumaran hombres a
sus filas. Hay que tener en cuenta, además, que si bien España ahora estaba en condiciones de mandar ejércitos a
sus colonias y de mantener el orden colonial, a nivel interno las cosas habían cambiado. Si bien Fernando VII había
retornado al trono, las tendencias liberales no habían desaparecido, y mucho menos todavía en el ejército que
debería defender a las colonias. Además, la situación económica caótica hacía difícil una reconquista costosa.

Hacia 1820 se dio una revolución liberal en España que, si bien no se resignaba a perder las colonias, reconocía que
ya no se podía volver a la situación prerrevolucionaria, y que debían efectuarse reformas conciliatorias. Estas ideas
renovadoras no fueron bien vistas por algunos sectores contrarrevolucionarios hispanoamericanos, intransigentes,
que deseaban la restauración absolutista; otros intentarían una reconciliación con los patriotas, dejando afuera a la
España liberal. Lo cierto es que ambas posturas debilitarían a los realistas.

En 1823 se daría en España una restauración absolutista apoyada por Francia. Inglaterra, que era
aliada de España pero tradicionalmente hostil a Francia, no vio bien esta nueva influencia francesa sobre la
Península y lentamente comenzó a inclinarse hacia los revolucionarios hispanoamericanos. También en 1823,
Estados Unidos proclamaba la doctrina Monroe, por la cual no aceptaría una restauración española en
Hispanoamérica. Para este año, tan sólo el Alto Perú, algunas regiones del sur chileno y del sur peruano
permanecían adictos al rey. El avance de la revolución había sido, en gran medida, la obra de San Martín (de ideas
monárquicas) y Bolívar (que creía en una república autoritaria, guiada por la virtud). San Martín contaría con
el apoyo de O´Higgins en Chile y del gobierno de Buenos Aires, mientras que Bolívar, al principio no tendría ni
apoyos ni recursos. Sin embargo, hacia1823, la situación era más bien la inversa.

La guerra de independencia dejaría una Hispanoamérica muy distinta a la que había encontrado, y distinta también
de la que se había esperado ver surgir una vez terminados los conflictos. La guerra misma, su inesperada duración,
la transformación que había obrado en el rumbo de la revolución, que en casi todas partes había debido ampliar sus
bases (para ambos bandos), parecía la causa más evidente de esa notable diferencia entre el futuro entrevisto en
1810 y la sombría realidad de 1825.

RÍO DE LA PLATA

En el Río de la Plata, un nuevo congreso se reunió en Tucumán en 1816, cuyo director supremo era Pueyrredón,
quien mantendría unidas, hasta 1819, a las distintas regiones. Esto fue posible gracias a la alianza entre las elites
gobernantes de Buenos Aires y de Tucumán y Cuyo –cada vez más conservadoras y dispuestas a una
reconciliación con la España restaurada-, no afectadas por el federalismo artiguista. Sin embargo, Pueyrredón no
lograría controlar por él mismo la disidencia artiguista en el litoral: tuvo que acudir a la intervención portuguesa en la
Banda Oriental, para que mantuviera a Artigas a la defensiva. Hacia 1819, el régimen de Pueyrredón se
descomponía, y los caudillos del litoral se hacían cada vez más autónomos.

CHILE

En 1817, San Martín, con recursos provenientes de Cuyo, derrota a los españoles y en1818 se proclama la
independencia de la nueva república, cuyo Director Supremo era O´Higgins. La nueva república, que debía rehacer la
cohesión interior, iba a ser marcada por un autoritarismo frío y desapasionado, muy duro sobre todo contra los
realistas y disidentes.

PERÚ Y BOLIVIA

Durante la primera etapa revolucionaria, Perú había sido un bastión realista. La reconquista de Chile debía
ser el primer paso, pues, en el avance hacia Lima. En 1821 se crearía un Perú independiente y monárquico, con San
Martín como protector. Perú sería el estado independiente más conservador de todos; en parte, se explica este
conservadurismo extremo como maniobra para ganar el apoyo de la aristocracia limeña, clave para consolidar el
nuevo orden. Sin embargo, aún persistían importantes reductos realistas, que amenazaban seriamente a la
revolución, y que sólo podrían ser derrotados con ayuda de nuevos auxilios externos, como el de Bolívar. San Martín
se vería obligado a renunciar y a fines de 1822 se proclamó la república de Perú. Entre 1823 y 1826, se darían varios
intentos realistas por frenar la revolución, que serían finalmente derrotados.

En el Alto Perú, Sucre, aliado incondicional de Bolívar, lograría derrotar a los realistas en 1825 y fundar la república
de Bolivia, que escapaba tanto a la unión con el Río de la Plata, como con Perú.

VENEZUELA, NUEVA GRANADA Y ECUADOR

Bolívar, en ruptura con la aristocracia de Caracas, se apoyó, inicialmente, en los agricultores y pastores andinos, en
los negros de la costa y en los llaneros que en 1814 lo habían echado de Venezuela. En 1816, anuncia la liberación
de los esclavos (fundamentales en la economía de plantación de la costa venezolana) y se alía con Páez, formando
la fuerza militar que llegaría hasta el Alto Perú. Hacia 1819 se declaró la República de Colombia, que incluía a
Venezuela y Ecuador, pero con autonomías importantes. Sin embargo, la resistencia realista duraría hasta 1821,
bastante afectada por la revolución liberal en España, permitiéndole a Bolívar avanzar hacia Perú. En 1821,
se proclamó una constitución, que establecía un régimen más centralizado que el que se había pensado en 1819:
Bogotá era el centro.

Santander se ocupó de organizar el nuevo estado, pero la tarea era desde el comienzo muy difícil. La modernización
social debía enfrentar tanto a la Iglesia como a los grupos privilegiados por el viejo orden (propietarios de esclavos
del litoral venezolano opuestos al abolicionismo, grandes mercaderes y pequeños artesanos enemigos del comercio
libre). Sin embargo, la república no se animaba a excluir a estos sectores conservadores, por miedo a que ocurriese
lo que en Haití en 1804.
El nuevo orden buscaba entonces retomar el moderado reformismo administrativo, característico de las mejores
etapas coloniales. Pero se topaba con serios obstáculos: no sólo las ruinas del pasado cercano y los costos de la
guerra limitaban sus recursos, sino que no tenían una base de poder autónoma de sus gobernados. No eran
sorprendentes, entonces, tendencias localistas o centrífugas.

Así, la república de Colombia parecía tener desde su origen un desenlace fijado: el golpe de estado autoritario que
uniría, bajo la égida de Bolívar, a los inquietos militares venezolanos y a la oposición conservadora neogranadina.

MÉXICO

Aquí se dio una revolución muy distinta a las sudamericanas, en donde la iniciativa había correspondido a las elites
urbanas criollas, que ya para 1825 controlaban el proceso que habían comenzado. En México, en cambio, la
revolución empezó por ser una protesta mestiza e india en la que la nación independiente tardaría decenios en
reconocer su propio origen.

En 1810, un cura rural, Hidalgo (proveniente del noroeste), proclamaba su revolución, apoyado fundamentalmente en
sectores subalternos (peones rurales, y trabajadores mineros), pero que de tan mal organizados y mal armados que
estaban, serían derrotados.

Más allá del fracaso de Hidalgo, hacia 1812, el también cura Morelos (proveniente del sur) se convertiría en el nuevo
jefe revolucionario, con apoyo de las masas. Organiza mejor las fuerzas que Hidalgo y propone la abolición de las
diferencias de casta y la división de la gran propiedad en manos de enemigos. Pero las disensiones, que en algún
momento había logrado minimizar, terminaron por debilitar la revolución de Morelos. Sin embargo, ésta no fue su
única causa: a Morelos, que a partir de un movimiento indígena quería lograr una revolución nacional, moderada en
su estilo pero radical en su programa, los realistas oponían un frente junto con los criollos. Una vez eliminada la
herencia de rencores del pasado, atenuados por el común terror ante la revolución de Hidalgo, la unión de
peninsulares y ricos criollos en defensa del orden establecido era un programa más factible que el de
la revolución. Así, Morelos sería derrotado y ejecutado en 1815.

Los alzamientos de Hidalgo y Morelos, si bien habían llevado imágenes religiosas, amenazaban la estructura
eclesiástica. Por ejemplo, Morelos incluía entre las tierras a dividir, las de la Iglesia. Por ello, no sorprende que la
Iglesia también fuera su opositora.

Tras algunos alzamientos rurales que fueron sofocados, en los años siguientes los criollos de la capital
comenzaron a enfrentarse, poco a poco, con los peninsulares. Sin embargo, este espíritu disidente no
maduraría: la revolución liberal en España desencadenó súbitamente la independencia de México, proclamada en
1821.

Los peninsulares tenían mayor peso en México que en el resto de las colonias. Porque se creían dotados de
suficiente fuerza local, también los peninsulares podían encarar una separación política de España. Esta se produjo
cuando el vuelco liberal de España pareció afectar tanto a la Iglesia como la intransigencia en la lucha
contra las revoluciones hispanoamericanas. Las elites mexicanas temían que la España liberal los perjudicase, así
que prefirieron romper con ella.

BRASIL

Aquí la independencia de 1822 fue más pacífica. Una de las causas de esta diferencia entre la independencia de
Brasil y la de Hispanoamérica radica en que Portugal había otorgado a Inglaterra la función de metrópoli
económica de las tierras americanas. Si bien existieron intentos, por parte de la Corona portuguesa, de
aumentar la participación metropolitana en la vida portuguesa, fueron mucho más limitados que los de España.
Más allá de que existió una inmigración portuguesa importante, que se incorporó a las filas de la elite peninsular, no
logró imponerse sobre las jerarquías locales surgidas durante los siglos anteriores.

Además, Portugal estaba mucho más dominado por Inglaterra que España; por ello, no debe sorprender el cuasi-
secuestro en 1810, por parte de los ingleses, de la corte portuguesa, que la trasladaría de Lisboa a Río de Janeiro
(ante la invasión napoleónica), que ahora se convertía en la sede de la corte regia. Por otro lado, a esta altura,
Inglaterra entablaba relaciones comerciales mucho más profundas con Brasil que con Hispanoamérica.

Si bien la liberación de Portugal en 1812 no bastó para que la Corona retornase a Lisboa, la revolución liberal de
1820, sí lo haría. El rey dejó a su hijo Pedro como regente del Brasil, quien proclamaría la independencia en 1822,
desoyendo la advertencia de las cortes liberales que lo intimaban a seguir las órdenes de su padre. Sin embargo,
gracias a la presión de Inglaterra, en 1825, Portugal reconocería al nuevo estado independiente. En 1824 se
proclamó en Brasil una constitución liberal y parlamentaria.
El imperio de Brasil, surgido casi sin lucha y en armonía con un nuevo clima mundial poco adicto a las formas
republicanas, iba a ser reiteradamente propuesto como modelo para la turbulenta América española. La corona
imperial iba a ser vista como el fundamento de la salvada unidad política de la América portuguesa, frente a la
disgregación creciente de Hispanoamérica. De todos modos, la unidad brasileña también tuvo sus amenazas,
como algunos alzamientos localistas, que fueron derrotados.

Aunque la ausencia de una honda crisis de independencia aseguraba que el poder político seguiría en manos de los
grupos dirigentes surgidos en la etapa colonial, había entre éstos bastantes tensiones, que luego se harían sentir.
Aquí encontramos un factor en común con Hispanoamérica: la dificultad de encontrar un nuevo equilibrio interno, que
absorbiese las consecuencias del cambio en las relaciones entre Latinoamérica y el mundo que la
independencia había traído consigo.

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