que de frondas fragantes esta campiña desolada adornas, también al cruel poder morirás luego del subterráneo fuego, que volviendo al lugar que ya conoce avaro ha de extender su rojo manto por tu fresca espesura. Indiferente doblarás bajo el peso del destino tu cabeza inocente: mas hasta entonces no la habrás en vano doblegado con súplicas cobardes del futuro opresor, ni erguido nunca delirante del orgullo a las estrellas, sobre el desierto donde lugar y nacimiento el azar, no tu gusto, darte quiso; que más sabía que el hombre, menos necia, no creíste jamás que por el hado o por ti misma eterno tu caduco linaje fue creado. “La retama o la flor del desierto”, fragmento, en Obras, Giacomo Leopardi, trad. de Miguel Romero Martínez, Madrid, Aguilar de Ediciones, 1960, po. 232-233.