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Seminario: Fundamentos conceptuales del capitalismo y su crítica: valor y trabajo Tropeano Nicolás

La disminución planificada del valor de uso de la mercancía:

Obsolescencia Programada

Abstract:

El objetivo de la siguiente monografía es analizar el rol que ha jugado y sigue jugando la


obsolescencia programada, no sólo como un elemento dentro del sistema de producción en masa
capitalista, sino como base y sustento del sistema mismo, como instrumento clave para la
desaceleración de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y auxilio ante las contradicciones
inmanentes del sistema. La hipótesis que se sostiene es que las contradicciones internas del modo de
producción capitalista llevarían a su propia destrucción si no se aplicaran, de forma más o menos
consciente, conocimientos científicos y técnicos sobre el proceso de producción para reducir
artificialmente el valor de uso de la mercancía. Si este modelo no es cambiado de raíz, la
contradicción entre la producción ilimitada y un planeta de recursos limitados nos llevará a nuestra
propia destrucción.

Introducción:

En el año 2011 salieron a la luz las actividades realizadas por el cartel que controlaba la
producción de bombillas eléctricas a nivel internacional desde los años '20: la Phoebus S.A. Los
objetivos de este cartel, tal como quedan expuestos en el documental Comprar, Tirar, Comprar, eran
intercambiar patentes, controlar la producción y, específicamente, la durabilidad de las bombillas.
Al interior de este cartel multinacional se acordó que las lamparas de incandescencia tendrían una
vida útil estándar de mil horas, incluso menor que la bombilla de Edison de 1880. Este proceso
incluyó sanciones económicas a los fabricantes que se excedían de los parámetros acordados,
logrando imponerse este parámetro de duración en menos de una década. A pesar de las acciones
judiciales iniciadas en el año 1942 contra General Electric y otros fabricantes por competencia

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desleal y la resolución, tras 11 años de litigio, que prohibió a estas compañías limitar la vida útil de
lamparas de incandescencia, la durabilidad estándar de las bombillas continuo siendo mil horas
(Barrat y Úbeda, 2011).

Junto a este, existen muchos ejemplos a lo largo de la historia de productos que han sido
afectados en su rendimiento y durabilidad por lo que se conoce como obsolescencia programada. La
obsolescencia es la cualidad de aquello que cae en desuso. La obsolescencia es programada cuando
se produce, cuando es generada artificialmente. Esto significa que hay una decisión empresarial
orientada a la selección de materiales y modos de uso de un producto para hacerlo menos resiste al
desgaste Es imposible comprender esta práctica sin analizarla dentro del marco general del modo de
producción capitalista actual.

Abordar este problema nos plantea una exigencia teórica. Es necesario hacer una revisión del
concepto de valor de uso dentro de la teoría del valor de Marx. Mantendré la posición de que es
imposible cuantificar el valor de uso de una mercancía en relación a otra, siendo que este se
determina por las características propias del producto, la capacidad del producto para satisfacer
necesidades, y el uso que se le de al mismo (Marx, 1867). Como valores de uso, las mercancías
representan, ante todo, cualidades diferentes. Los valores de uso de los distintos productos son
cualitativamente distintos. Por esto, el valor de uso es abstraído de la teoría del valor de Marx para
enfocarse en el valor de cambio de las mercancías, el cual es cuantificable y equivale al “tiempo de
trabajo socialmente necesario para su producción” (Marx, 1867, p. 29). Por lo tanto, valor de uso y
valor de cambio se encuentran en dos esferas separadas e inconexas: siendo el primero, intrínseco al
producto, objetivo, pero a la vez imposible de cuantificar sin caer en la arbitrariedad; mientras que
el segundo es absolutamente relativo, variable y cuantificable sólo en relación con otras mercancías.

La obsolescencia programada como práctica ordinaria dentro del capitalismo parece escapar a la
teorización previa realizada por Marx: lo que se produce es desvalor, disminución del valor de uso,
independiente, en principio, de lo que ocurra con el valor de cambio de la mercancía. Considero que
para realizar un análisis crítico acerca de la obsolescencia programada podemos tomar como eje el
tiempo de vida útil de los producto. El tiempo es una variable cuantificable y recurrente en la teoría
del valor de Marx (Marx, 1867), por lo cual, si bien no es posible establecer el valor de uso de un
producto en relación a otros productos, es posible comparar el cambio en el valor de uso de un
mismo producto en función del tiempo durante el cual el producto pueda ser útil para el
consumidor: la durabilidad que tenga de acuerdo a sus materiales y al modo en que se concibe su

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uso. Esto sólo es posible dentro de un sistema de producción en masa donde se crean productos
compuestos de los mismos materiales y con idénticas características y funciones. Por lo tanto, es
posible desarrollar una teoría sobre la disminución artificial del valor de uso de las mercancías en
función de la variable tiempo.

Cabe aclarar que en ocasiones lo que se planifica no es el tiempo de uso (o desuso) de un


producto, sino la cantidad de usos máximos de un producto, con la particularidad de que esta
información no está disponible para el consumidor. En ese caso, se podrá prescindir de la variable
tiempo. Se deberá considerar que lo que se está comercializando es un producto distinto al que el
consumidor cree que ha comprado. Por ejemplo, se ha comprobado que a ciertas impresoras se les
ha incorporado un chip que las hace inoperables a partir de una cierta cantidad de usos (Barrat y
Úbeda, 2011). Por lo tanto el consumidor no está adquiriendo el producto que cree que ha
comprado. No se adquiere una impresora: se compran x cantidad de copias y una maquina que
después de realizarlas pasará a tener un valor cuantitativa y cualitativamente inferior.

En cuanto el tiempo o la cantidad de usos límite de un producto comienza a ser objeto de


investigación e influjo de la ingeniería capitalista para su desmedro, es necesario poner el ojo sobre
los procedimientos asignados a la producción (o destrucción) del valor de uso.

Obligados a destruir

Junto con el avance de la producción en masa y el desarrollo tecnológico en las diferentes


industrias, la preocupación por la comercialización de los productos fue en aumento. Hay en el
capitalismo una contradicción entre el sistema de producción en masa y la durabilidad del producto.
La obsolescencia programada no es otra cosa que una rueda de auxilio para un sistema que contiene
en sí mismo el germen de su propia destrucción. El crecimiento desconmesurado es una
contradicción en sí misma y tiene un solo final: la crisis por sobreproducción. Este tipo de crisis
resulta inherente al modo de producción capitalista y es, en principio, inevitable. Como resultado de
la contradicción entre el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas y un mercado que ya no se
expande, hay una tendencia al exceso de mercancía en relación a la capacidad de consumo (Marx,
1867). Todo momento de prosperidad esta seguido por un momento de sobreproducción y crisis.
Pero la obsolescencia programada no es un freno a la sobreproducción, es un freno a la prosperidad.

Para retrasar esta crisis, los empresarios invierten capital en disminuir el contenido material de

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riqueza de las mercancías: dentro de las grandes empresas, hay toda una burocracia invertida en
determinar cual es la durabilidad que debe tener un producto para ser rentable. El valor de uso se
aproxima al valor de cambio al menos de forma indirecta: se destruye el valor de uso del producto
para que sea necesario adquirir un nuevo producto que reemplace el obsoleto de forma cada vez
más acelerada y así generar mayor ganancia. Pero no sólo se limita la vida útil de los productos:
toda la ingeniería, todo avance tecnológico, todo nuevo descubrimiento u hallazgo científico está
limitado a la ganancia que pueda generar. La ciencia y la tecnología están sometidas al capital desde
la formación misma del profesional. Y es que para el capitalista es una obligación controlar lo mas
posible el producto y al productor para mantener el modo de producción actual.

Pero la inminente crisis por sobreproducción no es el único factor que acentúa la tendencia a
forzar la caducidad de los productos. Según el análisis realizado por Marx en el Tomo III de El
Capital, en el capitalismo hay una plusvalía total que se reparte en base a una única tasa media de
ganancia. El capitalista recibirá una parte de ese total de acuerdo al capital invertido. La presión que
genera esta competencia obliga al capitalista a reinvertir su capital para introducir progresos
tecnológicos en el proceso de producción, por lo que el capital constante (los medios de producción)
tiende a crecer mucho más que el capital variable (la fuerza de trabajo). Pero el capital constante no
crea valor, sólo el trabajador puede crear valor. Por lo tanto, hay una tendencia decreciente de la
tasa media de ganancia, es decir, cada vez será necesario invertir más capital constante a la vez que
se obtendrá un menor porcentaje de ganancias. Esto significa que cuanto más capital se invierta, si
bien la masa de ganancia individual aumentará, el capital será cada vez menos rentable (Marx,
2006).

Lo grave de esta situación no es el efecto que tiene para el capitalista, sino los mecanismos que
estos implementan para contrarrestar esta tendencia. Marx enumera seis acciones realizadas por los
capitalistas para desacelerar la tendencia decreciente de la tasa media de ganancia. Entre ellas se
encuentra el crecimiento en la explotación a los trabajadores y la reducción del salario (Marx,
2006). Considero que la obsolescencia programada podría ser considerado un séptimo método para
retardar la caída de la tasa de ganancia, pero a la vez es un mecanismo fundamental y
paradigmático. Es fundamental porque parece inviable que el modelo de producción pueda
mantenerse sin una ingeniería que controle la vida útil de los productos. A la vez, resulta
paradigmático porque da muestra del grado de corrupción y destrucción irracional que significa
mantener el sistema capitalista actual.

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No hay que reducir la obsolescencia programada a un interés del capitalista en reducir los costos
de producción economizando el capital constante. La durabilidad del producto atenta contra los
intereses del mercado de una forma más profunda. Ya en 1928, la revista de publicidad Printers' Ink
rezaba: “un articulo que no se desgasta es una tragedia para los negocios” (Barrat y Úbeda, 2011).
Un producto que dure para siempre no sólo es una pésima inversión, pondría en jaque toda la
industria. El capitalista no puede abandonar la producción en masa por las propias leyes internas del
sistema: siempre se requerirá de mejores tecnologías para aumentar su participación en el plusvalor.
Dentro de un sistema de producción capitalista la baja en la producción sólo puede generar
desempleo, dado que si se mantienen las condiciones de explotación, la mano de obra
necesariamente disminuirá. Por lo tanto, el excedente de mercancías es el paso previo a la recesión
y la crisis. Para el capitalista no existe la posibilidad de modificar la estructura de producción para
mantener un equilibrio entre el caudal de mercancías y la cantidad de consumo porque eso sería
contradictorio a las leyes de acumulación de capital. Es algo que escapa no sólo a su interés, sino a
su conciencia, a su manera de ver la realidad. La forma de producción se arraiga a nivel
superestructural, consolidado en la “cultura del trabajo”: cambiar el sistema de producción les
resulta impensable. Muestra de esto son los planteos que realiza Bernard London posteriormente a
la Crisis del 30' (London, 1932). En su artículo Ending the depression through planned
obsolescence, la obsolescencia programada aparece como una medida de rasgo keynesiana, para
generar y mantener los empleos. Proponía hacer obligatoria la obsolescencia programada a través de
controles estatales que establezcan la vida útil de los productos y multas para quienes se excedan de
estos límites, para garantizar un flujo constante de bienes. No era una idea pensada desde la
perspectiva de la acumulación, sino desde una perspectiva social, para recuperar y mantener el
empleo.

Queda claro que el modo de producción capitalista es contrario a la organización racional de la


producción. No es posible pensar soluciones a las crisis del capitalismo, dentro del sistema
capitalista. La única solución es un cambio en los modos de producción. Tengamos en cuenta por
otro lado, que la mercancía de la que estamos hablando es la que consume el trabajador. El obrero
produce su propia estafa: no sólo se le roba el plusvalor en el proceso productivo, sino que también
se le robará el salario en el intercambio, dado que consume un producto al cual se le ha reducido
artificialmente la vida útil con el único objetivo de mantener el sistema de producción y
acumulación de capital. Es otra forma de robo a la propiedad, es decir, es otra forma en que el

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capitalista no respeta las leyes de propiedad privada que lo benefician. Por lo dicho, queda claro que
estamos en presencia de un sistema fraudulento de destrucción del valor de uso de las mercancías en
función de la acumulación y el mantenimiento de este modo de producción.

Como he señalado, mediante la producción artificial de obsolescencia, o lo que es lo mismo, la


destrucción planificada del valor de uso, se intentan saldar las contradicciones internas del sistema.
Se ha perfeccionado un régimen de creación de obsolescencia que se enfoca tanto en los procesos
productivos como en la construcción de redes de significado que alteran las formas de consumo. Por
un lado se interviene en la producción, modificando componentes y materiales en función de un
desgaste más acelerado. A su vez se realizan nuevos diseños que redefinan el tipo de uso que se le
da al producto, y se generan intencionalmente fallas o simplemente se desechan tecnologías que
podrían alargar su vida útil. Esto es lo que llamaremos obsolescencia objetiva. Por otra parte, hay
otro tipo de obsolescencia subjetiva (también llamada “obsolescencia percibida”) producida por la
mercadotecnia, enfocada a la creación de necesidades, influir sobre el imaginario colectivo y
reducir a los seres humanos a consumidores potenciales. Se actúa directamente sobre el consumidor
y el mercado aplicando todo un sistema de imposición permanente de necesidades que asegura el
permanente flujo de bienes. Estos dos engranajes, obsolescencia objetiva y subjetiva, fabricación y
venta, han adquirido una interrelación mucho más cercana y dinámica a medida que el sistema
capitalista ha evolucionado.

La destrucción material del valor de uso

Bajo este modelo de producción, se agrega un factor nuevo, imposible de imaginar para la
economía clásica. Y es que ahora hay un trabajo intelectual puesto al servicio de restar valor al
producto. Existe una fuerza de trabajo contratada para alterar el producto y disminuir el valor de
uso. Por eso, la definición de Smith de “trabajo improductivo” (Smith, 1776) le queda chica a estos
ingenieros. En primer lugar porque es un trabajo que produce riqueza, y es a mi parecer, uno de los
grandes sustentos de la colosal acumulación de capital por parte de las grandes empresas. En
segundo lugar, porque el ingeniero no sólo no añade directamente valor al producto, sino que su
trabajo es disminuir el valor de uso de la mercancía.

Hay todo un trabajo intelectual que no está orientado al desarrollo de la maquinaria para reducir
el tiempo de trabajo necesario para la creación de valor, sino que se invierte en investigación e

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ingeniería para la creación de productos mas frágiles, con menor durabilidad. Obviamente, esta
disminución de la vida útil del producto no es responsabilidad del obrero, que está totalmente
enajenado del producto final, pero tampoco del ingeniero que se encuentra en la misma situación.
Los ingenieros, en tanto trabajadores asalariados, realizan un trabajo del cual el capitalista se
apropia, y en tanto propietario del producto es propietario de la responsabilidad. El trabajo
intelectual, la rama de la actividad económica donde se aplica el conocimiento científico, fue
absorbida y sometida a las condiciones del capital, sofocando parte del potencial emancipatorio del
general intellect expuesto por Marx en los Grundrisse (Marx 2002). Por otro lado, el fin de ese
trabajo no es cargar de valor de uso a la mercancía, sino por el contrario, disminuirlo, por lo que en
sentido estricto, ni siquiera representaría un trabajo para Marx (Marx, 1867).

Se ha gestado un sistema bien ordenado y jerárquico de desarrollo científico donde las empresas
determinan la frecuencia con la que debe cambiarse el producto y esa información es transmitida a
los diseñadores e ingenieros que deben crear un producto que respete estas normas, que encaje en la
estrategia de negocio de esta empresa. La ciencia es una herramienta del capital, reduciendo a la
mínima expresión la posibilidad de innovaciones independientes a sus intereses. Ningún empresario
capitalista invertiría en crear un producto que dure para siempre, dado que este no sería rentable. El
caso de Phoebus S.A. es sólo uno de los tantos ejemplos del poder de presión que tienen las grandes
empresas sobre el desarrollo tecnológico y la posibilidad de emprendimientos alternativos.

Una influencia así sobre el mercado sólo es posible en la fase imperialista del capitalismo, donde
se consolidan los oligopólicos y no existe la competencia, sino que grupos concentrados acaparan el
mercado. Esta unión y entrecruzamiento de corporaciones no es nuevo, aparece ya profundamente
descrito en el texto de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo. Desde entonces se han
reinventado las formas de actuar de los cartels, pero la lógica sigue siendo la misma: la
concentración de la producción y del capital creando monopolios que pueden decidir sobre cómo se
produce, qué se produce, cómo y a qué precio se comercializa; además de monopolizar la mano de
obra calificada, privatizar para sí la materia prima, estrangular a las pequeñas empresas y desarrollar
un sistema de especulación productiva y financiera para lograr la mayor acumulación posible
(Lenin, 1916).

Hoy en día hay acuerdos entre grandes empresas para elevar al máximo las ganancias del grupo
como un todo. Baran y Sweezy sostienen que ya no es posible pensar la teoría del valor desde la
libre competencia (Baran y Sweezy, 1982). Esto no significa que la competencia haya desaparecido.

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El desarrollo se da de forma desigual y combinada y la competencia se articula con las grandes


organizaciones generando unos pocos oligopólicos que se disputan el grueso del mercado mientras
que las pequeñas empresas tratan de sobrevivir. Muestra de esto es que las marcas líderes no han
cambiado, algunas llevan casi un siglo de vida, y son derivadas de otras empresas aun más antiguas.
Por otra parte, aquellas empresas que logran reducir sus costos de producción y aumentar sus
ganancias, obtienen ciertas ventajas subyacentes: la posibilidad de invertir en publicidad,
investigación de mercado, investigaciones científicas y tecnológicas para incluir técnicas de
producción y reducir el tiempo y los costos; la posibilidad de desarrollar nuevas variedades del
producto, servicios extraordinarios, etc. A su vez, el prestigio de las grandes empresas acerca a ellas
a los ejecutivos y profesionales más destacados.

La profundización en el desarrollo de estrategias de mercado llevó a los ejecutivos a darse


cuenta que el surgimiento de otras empresas puede ser provechoso. Hay pequeñas empresas a las
cuales se las deja vivir, otras que serán aplastadas rotundamente y unas pocas que podrán sobrevivir
a la presión de los gigantes corporativos. Por otra parte, las grandes empresas ya no realizan
innovaciones: en vez de esto, absorben a las pequeñas empresas, las cuales en muchos casos tienen
el ser absorbidas como única ambición (Baran y Sweezy, 1982).

Otro elemento que asegura la producción de obsolescencia es el aumento del costo en la


reparación de los productos, sobre todo, los productos electrónicos; reparaciones que en los casos
donde la garantía haya vencido o quede invalidada, suelen ser tan elevados que el consumidor
preferirá adquirir un producto nuevo. En algunos casos, las políticas de los servicios técnicos es
recomendar a los usuarios no reparar el producto sino comprar uno nuevo. Por otro lado, lo primero
que debe aprender cualquier técnico que trabaje para una de estas grandes empresas son los motivos
que dejan a los productos sin garantía. Incluso algunas empresas cuentan con departamentos
destinados a revisar los productos en reparación que se encuentran dentro del periodo de garantía,
para descubrir si hay algún detalle que la invalide (Barrat y Úbeda, 2011).

Otra de las dificultades para reparar los productos electrónicos son las políticas de algunas
empresas con respecto a componentes. Un claro ejemplo de esto son las baterías de los celulares.
Las empresas no venden las baterías de sus propios equipos y hoy en día, el diseño de los celulares
impide el cambio de batería directamente por el usuario dado que ya no son removibles. Para poder
reemplazar una batería de un equipo celular es necesario ingresarlo al servicio técnico. Pero los
servicios técnicos no realizan reparaciones parciales: no realizarán el cambio de batería sino que

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revisaran todos los daños y fallas que tenga el equipo y presentaran un presupuesto al cliente de
acuerdo a todos ellos. Junto a esto, existen plazos determinados para la suministrar de repuestos.
Una vez que esos plazos vencen, las empresas no tienen la obligación de proveer de los repuestos al
consumidor. Por otra parte, dentro de la tecnología informática los cambios constantes de
protocolos de los conectores de los equipos y las partes acelera la obsolescencia de las piezas.

Por último, es necesario mencionar el contexto de producción colectiva del conocimiento. El


desarrollo de la ciencia es controlado desde su raíz, en los espacios educativos. El sometimiento de
la educación a las condiciones de producción vigentes y a la ideología dominante es tan antiguo
como la escuela misma. Las condiciones colectivas de la producción de los conocimiento se ven
absorbidas y sometidas por el capital: escuelas y universidades son espacios de reproducción de la
ideología dominante, donde el conocimiento y la investigación se orientan a la ganancia. Hoy en
día, la obsolescencia programada se enseña en las escuelas de diseño e ingeniería (Barrat y Úbeda,
2011). Diseñadores e ingenieros se vieron obligados a cambiar sus objetivos sofocando el potencial
emancipatorio del General Intellect.. Tampoco es posible determinar hoy la obsolescencia original
de un producto porque todo el aparato está diseñado para que ninguna mercancía pueda poner en
peligro el modo de producción. Sólo nos queda especular que para toda mercancía, el tiempo de
desgaste que posee es menor al tiempo de desgaste que podría tener.

La novedad como valor

La obsolescencia programada no podría ejecutarse sin la transformación social que se impusó


para garantizar su aceptación y reproducción. Ya en los años 50', el diseñador Brooks Stevens,
hablaba sobre la obsolescencia en una conferencia:

“El antiguo enfoque europeo era crear el mejor producto y que durara para siempre. Te
comprabas un buen traje para llevarlo desde tu boda hasta tu entierro sin poder renovarlo. El
enfoque americano es crear un consumidor insatisfecho con el producto que ha disfrutado, que lo
venda de segunda mano, y que compre lo más nuevo, con la imagen más nueva” (Barrat y Úbeda,
2011).

La obsolescencia programada comienza a formar parte del imaginario colectivo: se trata de


introducir en el consumidor tal como señala Brooks Stevens, el deseo de “poseer algo, un poco más
nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario” (Barrat y Úbeda, 2011). El diseñador debe
introducir en el producto un deseo que impulse a los posibles consumidores a comprarlo, creando

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nuevas necesidades o inventando nuevos productos. La producción no se fundamenta en un deseo


del consumidor, sino en la búsqueda de perpetuidad del sistema.

Los diseñadores e ingenieros se vieron forzados a cambiar su forma de fabricar el producto


porque la perspectiva del empresario ya no es hacer un mejor producto, que funcione mejor, que
dure más, sino un producto que rápidamente pueda ser reemplazado por otro similar. Esta
perspectiva de la abundancia y acumulación generó que las corporaciones pasaran a ser más bien
vendedoras que productoras. Para Baran y Sweezy “la campaña de ventas que empezó siendo un
nuevo auxiliar de la producción, ayudando a los fabricantes a deshacerse de forma mas lucrativa de
los bienes diseñados para satisfacer necesidades reconocidas del consumidor, crecientemente invade
fabricas y talleres, determinando lo que debe producirse, de acuerdo con el criterio establecido por
el departamento de ventas y sus asesores y consejeros en la industria publicitaria.” (Baran y Sweezy
,1982, p. 106). Ya no puede distinguirse trabajo productivo de improductivo, costos de ventas y
costos de producción porque el área de ventas se ha apoderado del área de producción

La mercadotecnia forma parte de las tecnologías gestadas por la competencia irracional


capitalista. Ejemplo de esto es la implementación del modelo anual de automóvil por General
Motors a principios de los años 20' para competir con el Ford T. Una estrategia orientada a la
innovación y la estética superó a un producto de mayor rendimiento. No representa un desarrollo
tecnológico en el sentido en que Marx pensaba este término, sino que hace un giro sobre el
mercado, obligando a la competencia a imitar sus estrategias comerciales para no quedar relegada.

El objetivo es la sugestión de la sociedad para modificar el modo de consumo. Una vez que la
cantidad de consumidores no puede crecer, una vez que el mundo se ha repartido, que el mercado ha
llegado a su frontera, la única alternativa para que el capitalismo sobreviva es crear una
dependencia hacia el sistema de producción en masa. El capitalista debe estimular la demanda “so
pena de muerte” (Baran y Sweezy, 1982, p. 92). Se ha construido todo un mecanismo para la
destrucción del valor de uso de la mercancía y la creación incesante de demanda. El plusvalor que
genera el obrero sólo se hace riqueza en el intercambio, por lo que la obsolescencia programada
sirve para asegurar el intercambio constante de mercancías. Difícilmente la producción en masa
podría haber sobrevivido sin las campañas de ventas. La obsolescencia actúa en la publicidad
creando un consumidor insatisfecho con el producto que consume. A su vez, se modifican las
prácticas sobre los usos de los productos, estimulando su desgaste. Lo que se modificó en definitiva,
fue el lugar que ocupa la durabilidad en la escala de valores del comprador, primando muchas veces

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la estética sobre la funcionalidad. Hoy en día se toma como normal el desgaste de un producto, el
hecho de desechar y sustituir constantemente los bienes, sin embargo este modo de consumo tiene
su origen en los años 50' y nos ha sido impuesto con el único objetivo de mantener el consumo.

Otra parte importante de este sistema es lo que podemos llamar “segundo mercado”. Para que
una economía que expulsa personas se mantenga en funcionamiento, aquellos que no pueden
adquirir las mercancías necesarios por los canales oficiales deben poder acceder a ellas de alguna
otra forma. La compra de productos usados, las segundas marcas e incluso la caridad son elementos
complementarios a los modos de producción actuales. Aquellos que de ninguna forma podrían
acceder al producto a través del mercado oficial, podrán acceder a este producto una vez que para
otros se vuelva obsoleto. Esto permite al sistema productivo menguar la reacción de quienes
padecen el sistema. Por este mismo proceso de acceso a la mercancía también se ve como el
producto es una manifestación del estatus social de su propietario: quienes posean lo más novedoso
serán quienes puedan adquirirlo en el momento preciso y cambiarlo antes que deje de serlo. El
estatus de una persona se mide por aquello que considera basura.

Un planeta finito

La pregunta por el valor de uso es la pregunta por la utilidad. Problematizar sobre ella tiene dos
perspectivas que se relacionan mutuamente. Por un lado, mostrar la irracionalidad que domina el
sistema de producción vigente. Por el otro, la crítica al desarrollismo destructivo en vistas a una
defensa del medio ambiente.

Como señalan Baran y Sweezy (1982), el uso que una sociedad le da al excedente, a la riqueza
que ella produce, expone lo que esta sociedad es. Cuánto se re-invierte, cuánto se consume y cuánto
se desperdicia muestra lo que somos. Y somos una sociedad que invierte en producir mercancías
cada vez más frágiles, más perecederas, que desperdicia las ganancias en investigaciones para la
destrucción de lo que consumimos. Una crítica a la producción en masa del capitalismo no puede
dejar de lado su mayor logro: la destrucción del planeta. El progreso nada tiene que ver con el
avasallamiento de la naturaleza: “la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se
condicionan mutuamente” (Marx, 1968, p. 675)1. El hombre es un ser de la naturaleza y la relación
del hombre con la naturaleza no es otra cosa que la relación de la naturaleza consigo misma. La
1 Esta afirmación no está incluida en la versión definitiva de la obra. La frase fue tachada por Marx por haber sido
desarrollada en el texto.

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obsolescencia programada permite retrasar el desequilibrio entre el desarrollo absoluto de las


fuerzas productivas y un mercado finito, pero no así el desequilibrio con los recursos limitados de la
naturaleza y la resistencia limitada del medio ambiente.

El modelo de producción en masa no es más que la producción ilimitada de desperdicios. El


capitalismo no es sólo un sistema de explotación, sino también, como señala Mesa, “un sistema que
destruye y mina lo que explota” (Mesa, 2004, p. 194). Los medios de producción y las mercancías
producidas están destruyendo el propio medio de vida. Existe una contradicción entre naturaleza y
capitalismo, entre los recursos naturales limitados y la explotación ilimitado, producto de la misma
ley del valor y la consecuente caída decreciente de la tasa de ganancia. El proceso de producción
permanente, la apropiación irresponsable y agresiva del medio ambiente, la búsqueda de nuevas
energías cada vez más peligrosas y contaminantes sin considerar sus consecuencias; en definitiva, la
irracionalidad del proceso productivo capitalista, está minando las condiciones mismas de la
existencia humana. La maquinaria, los avances tecnológicos, son sólo medios para la dominación
total de los recursos hasta sacarle el mayor provecho, de la forma más inmediata posible, para darle
sobrevida a un sistema ya podrido.

Una propuesta de cambio

Las crisis económica., ecológica y social guardan estrecha relación entre sí. Son el resultado del
sistema de producción en masa capitalista actual. El crecimiento económico, tal como se lo concibe
dentro de este sistema es irracional. No hay planificación posible de un futuro de la humanidad
mientras el trabajo, las riquezas, la ciencia y la técnica, estén sometidas a los intereses de unas
pocas minorías acaudaladas. Es necesario un cambio tanto en las estructuras de producción como en
la superestructura, en la ideología que domina la sociedad.

La única opción posible para evitar que el ser humano se destruya a sí mismo es la apuesta por el
decrecimiento. Serge Latouche señala que la consigna del decrecimiento propone “abandonar el
objetivo del crecimiento por el crecimiento, objetivo cuyo motor no es otro que la búsqueda de
beneficio por los poseedores del capital y cuyas consecuencias son desastrosas para el medio
ambiente” (Latouche, 2009, p. 16). Latouche no escatima en hablar de un totalitarismo económico
que impone el crecimiento como modo de vida. Es una ideología impuesta en la conciencia social
que el crecimiento sea algo positivo para nosotros. Es necesario una reorganización total de la

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forma en que producimos nuestros medios para la vida o ya no habrá medios para la vida. Es
necesario un tipo de producción planificado y orientado, ya no a la ganancia, sino a la continuidad
de la vida humana. La producción debe tener en cuenta la naturaleza limitada de los recursos
naturales: “los límites del crecimiento son definidos a la vez por el volumen de las existencias
disponibles de recursos naturales no renovables y por la velocidad de regeneración de la biosfera
para los recursos renovables” (Latouche, 2009, p. 16).

Para lograr esto, es necesario articular el decrecimiento con la renta universal y un mejor reparto
de las horas de trabajo. André Gorz señala que el problema de la falta de trabajo no se soluciona
creando empleo, sino realizando un mejor reparto de todo el trabajo socialmente necesario y de toda
la riqueza socialmente producida, lo cual no significa otra cosa que la reducción del tiempo medio
de trabajo (Gorz, 2003). Pero reducir las horas de trabajo nos obliga a un cambio en la valoración
del trabajo. Por eso, un cambio de conciencia se vuelve cada vez más necesario.

Dominique Méda explica el problema ideológico de la centralidad del trabajo en la era actual. El
trabajo como categoría antropológica tiene una génesis. A partir de Adam Smith el trabajo paso de
ser algo concreto a ser una categoría económica: “la economía convierte al trabajo en la principal
muestra de adhesión social y en el deber de todo individuo” (Méda, 1998, p. 74). Y la teoría del
valor de Marx no puede escapar de esta misma crítica, dado que en ella el trabajo aparece como “el
cauce para la autorrealización y para el vínculo social” (Méda, 1998, p. 104). El trabajo aparece
como la relación social fundamental: a través de él se definen las formas en que nos relacionamos,
las clases sociales, los espacios de poder y los espacios de recreación. El modelo económico
convierte el trabajo en la principal fuente de adhesión social, por lo que garantizar el desarrollo y el
pleno empleo pasa a ser la política de cualquier nación. El aumento de la productividad no puede
significar nunca dentro del capitalismo una oportunidad de revisar los modos de producción. Pero el
imperativo del desarrollo económico está destinado a colisionar con la meta de preservación del
pleno empleo, por las mismas contradicciones del sistema capitalista. Las naciones necesitan
mantener una tasa de desempleo aceptable. No pueden excederla, porque eso generaría malestar
social en las masas. Pero tampoco pueden alcanzar el pleno empleo puesto que significaría el fin
del capitalismo, como señala Luis Oviedo: “ya nada podría alterar el crecimiento de los salarios y la
reducción de los beneficios, salvo que los obreros fueran sometidos a un régimen de trabajos
forzados (fascismo)” (Oviedo, 1996, p. 9).

Correr al trabajo del centro de la vida social es el giro teórico que acompaña la desintegración de

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Seminario: Fundamentos conceptuales del capitalismo y su crítica: valor y trabajo Tropeano Nicolás

la sociedad obligada a producir, comerciar, trabajar y consumir. Un cambio en la relación del ser
humano con el medio ambiente, en la valoración del trabajo, en los modos de producción hacia una
organización planificada, consciente, racional y justa no puede ser posible sin la toma del poder
político. La situación tal como ha quedado expuesta nos obliga políticamente a construir nuevas
formas de relaciones sociales. Es necesario que el trabajo se oriente específicamente a brindar las
condiciones de vida necesarias para la supervivencia. La ganancia debe ser apartada de la ecuación,
pero esto no ocurrirá jamás dentro del propio sistema capitalista. Es necesario un cambio en el
orden social, en las relaciones sociales, en las formas de producir, y para eso es necesario un cambio
en el orden político: que sean las masas y no el capital las que organicen la vida humana.

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Seminario: Fundamentos conceptuales del capitalismo y su crítica: valor y trabajo Tropeano Nicolás

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