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Obsolescencia Programada
Abstract:
Introducción:
En el año 2011 salieron a la luz las actividades realizadas por el cartel que controlaba la
producción de bombillas eléctricas a nivel internacional desde los años '20: la Phoebus S.A. Los
objetivos de este cartel, tal como quedan expuestos en el documental Comprar, Tirar, Comprar, eran
intercambiar patentes, controlar la producción y, específicamente, la durabilidad de las bombillas.
Al interior de este cartel multinacional se acordó que las lamparas de incandescencia tendrían una
vida útil estándar de mil horas, incluso menor que la bombilla de Edison de 1880. Este proceso
incluyó sanciones económicas a los fabricantes que se excedían de los parámetros acordados,
logrando imponerse este parámetro de duración en menos de una década. A pesar de las acciones
judiciales iniciadas en el año 1942 contra General Electric y otros fabricantes por competencia
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desleal y la resolución, tras 11 años de litigio, que prohibió a estas compañías limitar la vida útil de
lamparas de incandescencia, la durabilidad estándar de las bombillas continuo siendo mil horas
(Barrat y Úbeda, 2011).
Junto a este, existen muchos ejemplos a lo largo de la historia de productos que han sido
afectados en su rendimiento y durabilidad por lo que se conoce como obsolescencia programada. La
obsolescencia es la cualidad de aquello que cae en desuso. La obsolescencia es programada cuando
se produce, cuando es generada artificialmente. Esto significa que hay una decisión empresarial
orientada a la selección de materiales y modos de uso de un producto para hacerlo menos resiste al
desgaste Es imposible comprender esta práctica sin analizarla dentro del marco general del modo de
producción capitalista actual.
Abordar este problema nos plantea una exigencia teórica. Es necesario hacer una revisión del
concepto de valor de uso dentro de la teoría del valor de Marx. Mantendré la posición de que es
imposible cuantificar el valor de uso de una mercancía en relación a otra, siendo que este se
determina por las características propias del producto, la capacidad del producto para satisfacer
necesidades, y el uso que se le de al mismo (Marx, 1867). Como valores de uso, las mercancías
representan, ante todo, cualidades diferentes. Los valores de uso de los distintos productos son
cualitativamente distintos. Por esto, el valor de uso es abstraído de la teoría del valor de Marx para
enfocarse en el valor de cambio de las mercancías, el cual es cuantificable y equivale al “tiempo de
trabajo socialmente necesario para su producción” (Marx, 1867, p. 29). Por lo tanto, valor de uso y
valor de cambio se encuentran en dos esferas separadas e inconexas: siendo el primero, intrínseco al
producto, objetivo, pero a la vez imposible de cuantificar sin caer en la arbitrariedad; mientras que
el segundo es absolutamente relativo, variable y cuantificable sólo en relación con otras mercancías.
La obsolescencia programada como práctica ordinaria dentro del capitalismo parece escapar a la
teorización previa realizada por Marx: lo que se produce es desvalor, disminución del valor de uso,
independiente, en principio, de lo que ocurra con el valor de cambio de la mercancía. Considero que
para realizar un análisis crítico acerca de la obsolescencia programada podemos tomar como eje el
tiempo de vida útil de los producto. El tiempo es una variable cuantificable y recurrente en la teoría
del valor de Marx (Marx, 1867), por lo cual, si bien no es posible establecer el valor de uso de un
producto en relación a otros productos, es posible comparar el cambio en el valor de uso de un
mismo producto en función del tiempo durante el cual el producto pueda ser útil para el
consumidor: la durabilidad que tenga de acuerdo a sus materiales y al modo en que se concibe su
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uso. Esto sólo es posible dentro de un sistema de producción en masa donde se crean productos
compuestos de los mismos materiales y con idénticas características y funciones. Por lo tanto, es
posible desarrollar una teoría sobre la disminución artificial del valor de uso de las mercancías en
función de la variable tiempo.
Obligados a destruir
Para retrasar esta crisis, los empresarios invierten capital en disminuir el contenido material de
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riqueza de las mercancías: dentro de las grandes empresas, hay toda una burocracia invertida en
determinar cual es la durabilidad que debe tener un producto para ser rentable. El valor de uso se
aproxima al valor de cambio al menos de forma indirecta: se destruye el valor de uso del producto
para que sea necesario adquirir un nuevo producto que reemplace el obsoleto de forma cada vez
más acelerada y así generar mayor ganancia. Pero no sólo se limita la vida útil de los productos:
toda la ingeniería, todo avance tecnológico, todo nuevo descubrimiento u hallazgo científico está
limitado a la ganancia que pueda generar. La ciencia y la tecnología están sometidas al capital desde
la formación misma del profesional. Y es que para el capitalista es una obligación controlar lo mas
posible el producto y al productor para mantener el modo de producción actual.
Pero la inminente crisis por sobreproducción no es el único factor que acentúa la tendencia a
forzar la caducidad de los productos. Según el análisis realizado por Marx en el Tomo III de El
Capital, en el capitalismo hay una plusvalía total que se reparte en base a una única tasa media de
ganancia. El capitalista recibirá una parte de ese total de acuerdo al capital invertido. La presión que
genera esta competencia obliga al capitalista a reinvertir su capital para introducir progresos
tecnológicos en el proceso de producción, por lo que el capital constante (los medios de producción)
tiende a crecer mucho más que el capital variable (la fuerza de trabajo). Pero el capital constante no
crea valor, sólo el trabajador puede crear valor. Por lo tanto, hay una tendencia decreciente de la
tasa media de ganancia, es decir, cada vez será necesario invertir más capital constante a la vez que
se obtendrá un menor porcentaje de ganancias. Esto significa que cuanto más capital se invierta, si
bien la masa de ganancia individual aumentará, el capital será cada vez menos rentable (Marx,
2006).
Lo grave de esta situación no es el efecto que tiene para el capitalista, sino los mecanismos que
estos implementan para contrarrestar esta tendencia. Marx enumera seis acciones realizadas por los
capitalistas para desacelerar la tendencia decreciente de la tasa media de ganancia. Entre ellas se
encuentra el crecimiento en la explotación a los trabajadores y la reducción del salario (Marx,
2006). Considero que la obsolescencia programada podría ser considerado un séptimo método para
retardar la caída de la tasa de ganancia, pero a la vez es un mecanismo fundamental y
paradigmático. Es fundamental porque parece inviable que el modelo de producción pueda
mantenerse sin una ingeniería que controle la vida útil de los productos. A la vez, resulta
paradigmático porque da muestra del grado de corrupción y destrucción irracional que significa
mantener el sistema capitalista actual.
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No hay que reducir la obsolescencia programada a un interés del capitalista en reducir los costos
de producción economizando el capital constante. La durabilidad del producto atenta contra los
intereses del mercado de una forma más profunda. Ya en 1928, la revista de publicidad Printers' Ink
rezaba: “un articulo que no se desgasta es una tragedia para los negocios” (Barrat y Úbeda, 2011).
Un producto que dure para siempre no sólo es una pésima inversión, pondría en jaque toda la
industria. El capitalista no puede abandonar la producción en masa por las propias leyes internas del
sistema: siempre se requerirá de mejores tecnologías para aumentar su participación en el plusvalor.
Dentro de un sistema de producción capitalista la baja en la producción sólo puede generar
desempleo, dado que si se mantienen las condiciones de explotación, la mano de obra
necesariamente disminuirá. Por lo tanto, el excedente de mercancías es el paso previo a la recesión
y la crisis. Para el capitalista no existe la posibilidad de modificar la estructura de producción para
mantener un equilibrio entre el caudal de mercancías y la cantidad de consumo porque eso sería
contradictorio a las leyes de acumulación de capital. Es algo que escapa no sólo a su interés, sino a
su conciencia, a su manera de ver la realidad. La forma de producción se arraiga a nivel
superestructural, consolidado en la “cultura del trabajo”: cambiar el sistema de producción les
resulta impensable. Muestra de esto son los planteos que realiza Bernard London posteriormente a
la Crisis del 30' (London, 1932). En su artículo Ending the depression through planned
obsolescence, la obsolescencia programada aparece como una medida de rasgo keynesiana, para
generar y mantener los empleos. Proponía hacer obligatoria la obsolescencia programada a través de
controles estatales que establezcan la vida útil de los productos y multas para quienes se excedan de
estos límites, para garantizar un flujo constante de bienes. No era una idea pensada desde la
perspectiva de la acumulación, sino desde una perspectiva social, para recuperar y mantener el
empleo.
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capitalista no respeta las leyes de propiedad privada que lo benefician. Por lo dicho, queda claro que
estamos en presencia de un sistema fraudulento de destrucción del valor de uso de las mercancías en
función de la acumulación y el mantenimiento de este modo de producción.
Bajo este modelo de producción, se agrega un factor nuevo, imposible de imaginar para la
economía clásica. Y es que ahora hay un trabajo intelectual puesto al servicio de restar valor al
producto. Existe una fuerza de trabajo contratada para alterar el producto y disminuir el valor de
uso. Por eso, la definición de Smith de “trabajo improductivo” (Smith, 1776) le queda chica a estos
ingenieros. En primer lugar porque es un trabajo que produce riqueza, y es a mi parecer, uno de los
grandes sustentos de la colosal acumulación de capital por parte de las grandes empresas. En
segundo lugar, porque el ingeniero no sólo no añade directamente valor al producto, sino que su
trabajo es disminuir el valor de uso de la mercancía.
Hay todo un trabajo intelectual que no está orientado al desarrollo de la maquinaria para reducir
el tiempo de trabajo necesario para la creación de valor, sino que se invierte en investigación e
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ingeniería para la creación de productos mas frágiles, con menor durabilidad. Obviamente, esta
disminución de la vida útil del producto no es responsabilidad del obrero, que está totalmente
enajenado del producto final, pero tampoco del ingeniero que se encuentra en la misma situación.
Los ingenieros, en tanto trabajadores asalariados, realizan un trabajo del cual el capitalista se
apropia, y en tanto propietario del producto es propietario de la responsabilidad. El trabajo
intelectual, la rama de la actividad económica donde se aplica el conocimiento científico, fue
absorbida y sometida a las condiciones del capital, sofocando parte del potencial emancipatorio del
general intellect expuesto por Marx en los Grundrisse (Marx 2002). Por otro lado, el fin de ese
trabajo no es cargar de valor de uso a la mercancía, sino por el contrario, disminuirlo, por lo que en
sentido estricto, ni siquiera representaría un trabajo para Marx (Marx, 1867).
Se ha gestado un sistema bien ordenado y jerárquico de desarrollo científico donde las empresas
determinan la frecuencia con la que debe cambiarse el producto y esa información es transmitida a
los diseñadores e ingenieros que deben crear un producto que respete estas normas, que encaje en la
estrategia de negocio de esta empresa. La ciencia es una herramienta del capital, reduciendo a la
mínima expresión la posibilidad de innovaciones independientes a sus intereses. Ningún empresario
capitalista invertiría en crear un producto que dure para siempre, dado que este no sería rentable. El
caso de Phoebus S.A. es sólo uno de los tantos ejemplos del poder de presión que tienen las grandes
empresas sobre el desarrollo tecnológico y la posibilidad de emprendimientos alternativos.
Una influencia así sobre el mercado sólo es posible en la fase imperialista del capitalismo, donde
se consolidan los oligopólicos y no existe la competencia, sino que grupos concentrados acaparan el
mercado. Esta unión y entrecruzamiento de corporaciones no es nuevo, aparece ya profundamente
descrito en el texto de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo. Desde entonces se han
reinventado las formas de actuar de los cartels, pero la lógica sigue siendo la misma: la
concentración de la producción y del capital creando monopolios que pueden decidir sobre cómo se
produce, qué se produce, cómo y a qué precio se comercializa; además de monopolizar la mano de
obra calificada, privatizar para sí la materia prima, estrangular a las pequeñas empresas y desarrollar
un sistema de especulación productiva y financiera para lograr la mayor acumulación posible
(Lenin, 1916).
Hoy en día hay acuerdos entre grandes empresas para elevar al máximo las ganancias del grupo
como un todo. Baran y Sweezy sostienen que ya no es posible pensar la teoría del valor desde la
libre competencia (Baran y Sweezy, 1982). Esto no significa que la competencia haya desaparecido.
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Otra de las dificultades para reparar los productos electrónicos son las políticas de algunas
empresas con respecto a componentes. Un claro ejemplo de esto son las baterías de los celulares.
Las empresas no venden las baterías de sus propios equipos y hoy en día, el diseño de los celulares
impide el cambio de batería directamente por el usuario dado que ya no son removibles. Para poder
reemplazar una batería de un equipo celular es necesario ingresarlo al servicio técnico. Pero los
servicios técnicos no realizan reparaciones parciales: no realizarán el cambio de batería sino que
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revisaran todos los daños y fallas que tenga el equipo y presentaran un presupuesto al cliente de
acuerdo a todos ellos. Junto a esto, existen plazos determinados para la suministrar de repuestos.
Una vez que esos plazos vencen, las empresas no tienen la obligación de proveer de los repuestos al
consumidor. Por otra parte, dentro de la tecnología informática los cambios constantes de
protocolos de los conectores de los equipos y las partes acelera la obsolescencia de las piezas.
“El antiguo enfoque europeo era crear el mejor producto y que durara para siempre. Te
comprabas un buen traje para llevarlo desde tu boda hasta tu entierro sin poder renovarlo. El
enfoque americano es crear un consumidor insatisfecho con el producto que ha disfrutado, que lo
venda de segunda mano, y que compre lo más nuevo, con la imagen más nueva” (Barrat y Úbeda,
2011).
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El objetivo es la sugestión de la sociedad para modificar el modo de consumo. Una vez que la
cantidad de consumidores no puede crecer, una vez que el mundo se ha repartido, que el mercado ha
llegado a su frontera, la única alternativa para que el capitalismo sobreviva es crear una
dependencia hacia el sistema de producción en masa. El capitalista debe estimular la demanda “so
pena de muerte” (Baran y Sweezy, 1982, p. 92). Se ha construido todo un mecanismo para la
destrucción del valor de uso de la mercancía y la creación incesante de demanda. El plusvalor que
genera el obrero sólo se hace riqueza en el intercambio, por lo que la obsolescencia programada
sirve para asegurar el intercambio constante de mercancías. Difícilmente la producción en masa
podría haber sobrevivido sin las campañas de ventas. La obsolescencia actúa en la publicidad
creando un consumidor insatisfecho con el producto que consume. A su vez, se modifican las
prácticas sobre los usos de los productos, estimulando su desgaste. Lo que se modificó en definitiva,
fue el lugar que ocupa la durabilidad en la escala de valores del comprador, primando muchas veces
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la estética sobre la funcionalidad. Hoy en día se toma como normal el desgaste de un producto, el
hecho de desechar y sustituir constantemente los bienes, sin embargo este modo de consumo tiene
su origen en los años 50' y nos ha sido impuesto con el único objetivo de mantener el consumo.
Otra parte importante de este sistema es lo que podemos llamar “segundo mercado”. Para que
una economía que expulsa personas se mantenga en funcionamiento, aquellos que no pueden
adquirir las mercancías necesarios por los canales oficiales deben poder acceder a ellas de alguna
otra forma. La compra de productos usados, las segundas marcas e incluso la caridad son elementos
complementarios a los modos de producción actuales. Aquellos que de ninguna forma podrían
acceder al producto a través del mercado oficial, podrán acceder a este producto una vez que para
otros se vuelva obsoleto. Esto permite al sistema productivo menguar la reacción de quienes
padecen el sistema. Por este mismo proceso de acceso a la mercancía también se ve como el
producto es una manifestación del estatus social de su propietario: quienes posean lo más novedoso
serán quienes puedan adquirirlo en el momento preciso y cambiarlo antes que deje de serlo. El
estatus de una persona se mide por aquello que considera basura.
Un planeta finito
La pregunta por el valor de uso es la pregunta por la utilidad. Problematizar sobre ella tiene dos
perspectivas que se relacionan mutuamente. Por un lado, mostrar la irracionalidad que domina el
sistema de producción vigente. Por el otro, la crítica al desarrollismo destructivo en vistas a una
defensa del medio ambiente.
Como señalan Baran y Sweezy (1982), el uso que una sociedad le da al excedente, a la riqueza
que ella produce, expone lo que esta sociedad es. Cuánto se re-invierte, cuánto se consume y cuánto
se desperdicia muestra lo que somos. Y somos una sociedad que invierte en producir mercancías
cada vez más frágiles, más perecederas, que desperdicia las ganancias en investigaciones para la
destrucción de lo que consumimos. Una crítica a la producción en masa del capitalismo no puede
dejar de lado su mayor logro: la destrucción del planeta. El progreso nada tiene que ver con el
avasallamiento de la naturaleza: “la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se
condicionan mutuamente” (Marx, 1968, p. 675)1. El hombre es un ser de la naturaleza y la relación
del hombre con la naturaleza no es otra cosa que la relación de la naturaleza consigo misma. La
1 Esta afirmación no está incluida en la versión definitiva de la obra. La frase fue tachada por Marx por haber sido
desarrollada en el texto.
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Las crisis económica., ecológica y social guardan estrecha relación entre sí. Son el resultado del
sistema de producción en masa capitalista actual. El crecimiento económico, tal como se lo concibe
dentro de este sistema es irracional. No hay planificación posible de un futuro de la humanidad
mientras el trabajo, las riquezas, la ciencia y la técnica, estén sometidas a los intereses de unas
pocas minorías acaudaladas. Es necesario un cambio tanto en las estructuras de producción como en
la superestructura, en la ideología que domina la sociedad.
La única opción posible para evitar que el ser humano se destruya a sí mismo es la apuesta por el
decrecimiento. Serge Latouche señala que la consigna del decrecimiento propone “abandonar el
objetivo del crecimiento por el crecimiento, objetivo cuyo motor no es otro que la búsqueda de
beneficio por los poseedores del capital y cuyas consecuencias son desastrosas para el medio
ambiente” (Latouche, 2009, p. 16). Latouche no escatima en hablar de un totalitarismo económico
que impone el crecimiento como modo de vida. Es una ideología impuesta en la conciencia social
que el crecimiento sea algo positivo para nosotros. Es necesario una reorganización total de la
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forma en que producimos nuestros medios para la vida o ya no habrá medios para la vida. Es
necesario un tipo de producción planificado y orientado, ya no a la ganancia, sino a la continuidad
de la vida humana. La producción debe tener en cuenta la naturaleza limitada de los recursos
naturales: “los límites del crecimiento son definidos a la vez por el volumen de las existencias
disponibles de recursos naturales no renovables y por la velocidad de regeneración de la biosfera
para los recursos renovables” (Latouche, 2009, p. 16).
Para lograr esto, es necesario articular el decrecimiento con la renta universal y un mejor reparto
de las horas de trabajo. André Gorz señala que el problema de la falta de trabajo no se soluciona
creando empleo, sino realizando un mejor reparto de todo el trabajo socialmente necesario y de toda
la riqueza socialmente producida, lo cual no significa otra cosa que la reducción del tiempo medio
de trabajo (Gorz, 2003). Pero reducir las horas de trabajo nos obliga a un cambio en la valoración
del trabajo. Por eso, un cambio de conciencia se vuelve cada vez más necesario.
Dominique Méda explica el problema ideológico de la centralidad del trabajo en la era actual. El
trabajo como categoría antropológica tiene una génesis. A partir de Adam Smith el trabajo paso de
ser algo concreto a ser una categoría económica: “la economía convierte al trabajo en la principal
muestra de adhesión social y en el deber de todo individuo” (Méda, 1998, p. 74). Y la teoría del
valor de Marx no puede escapar de esta misma crítica, dado que en ella el trabajo aparece como “el
cauce para la autorrealización y para el vínculo social” (Méda, 1998, p. 104). El trabajo aparece
como la relación social fundamental: a través de él se definen las formas en que nos relacionamos,
las clases sociales, los espacios de poder y los espacios de recreación. El modelo económico
convierte el trabajo en la principal fuente de adhesión social, por lo que garantizar el desarrollo y el
pleno empleo pasa a ser la política de cualquier nación. El aumento de la productividad no puede
significar nunca dentro del capitalismo una oportunidad de revisar los modos de producción. Pero el
imperativo del desarrollo económico está destinado a colisionar con la meta de preservación del
pleno empleo, por las mismas contradicciones del sistema capitalista. Las naciones necesitan
mantener una tasa de desempleo aceptable. No pueden excederla, porque eso generaría malestar
social en las masas. Pero tampoco pueden alcanzar el pleno empleo puesto que significaría el fin
del capitalismo, como señala Luis Oviedo: “ya nada podría alterar el crecimiento de los salarios y la
reducción de los beneficios, salvo que los obreros fueran sometidos a un régimen de trabajos
forzados (fascismo)” (Oviedo, 1996, p. 9).
Correr al trabajo del centro de la vida social es el giro teórico que acompaña la desintegración de
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la sociedad obligada a producir, comerciar, trabajar y consumir. Un cambio en la relación del ser
humano con el medio ambiente, en la valoración del trabajo, en los modos de producción hacia una
organización planificada, consciente, racional y justa no puede ser posible sin la toma del poder
político. La situación tal como ha quedado expuesta nos obliga políticamente a construir nuevas
formas de relaciones sociales. Es necesario que el trabajo se oriente específicamente a brindar las
condiciones de vida necesarias para la supervivencia. La ganancia debe ser apartada de la ecuación,
pero esto no ocurrirá jamás dentro del propio sistema capitalista. Es necesario un cambio en el
orden social, en las relaciones sociales, en las formas de producir, y para eso es necesario un cambio
en el orden político: que sean las masas y no el capital las que organicen la vida humana.
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Bibliografía:
– GORZ, A. (2003) Miserias de lo presente, riqueza de lo posible. Capitulo 4, Paidos, Buenos Aires.
– MARX, K. (2005) "El trabajo enajenado" en Manuscritos: Economía y filosofía, Primer Manuscrito,
Alianza, Madrid.
– MARX, K. (2006) El Capital, Tomo III, Capítulos XIII, XIV, y LI, Siglo XXI, México.
– SMITH, A., (1776) La riqueza de las naciones. Libro II, Capítulo 3, Titivilus,
https://www.memoriapoliticademexico.org/Textos/1Independencia/Imag/1776-AS-LRN.pdf
– VIRNO, P. (2003) "Algunas notas a propósito del General Intellect" en Virtuosismo y revolución,
Traficantes de Sueños, Madrid.
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