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LA DEMOCRACIA COMO CONSTRUCCIÓN MORAL DE LA SOCIEDAD

IDEAS POLÍTICAS DE JORGE MILLAS

Maximiliano Figueroa M.∗

Revista de Ciencias Sociales


Universidad de Valparaíso, nº49/50, año 20005
(volúmen homenaje a Jorge Millas)

“Las cuestiones políticas fundamentales


son de naturaleza moral”
J. Habermas

Introducción. Filosofía y amor a la vida.

El pensamiento de Jorge Millas puede ser visto como explicitación del íntimo vínculo que los
griegos creyeron que existía entre el amor y la práctica del pensar, un vínculo para ellos tan
natural como lo refleja el uso que hicieron de la palabra filosofía para nombrar esa práctica. Si el
pensar filosófico se activa como deseo de saber, como búsqueda de comprensión, suele
hacerlo respecto a realidades que el espíritu considera amables o dignas de aprecio. El bien, la
justicia, la belleza, la verdad, se reiteran en múltiples esfuerzos reflexivos como lo digno de ser
pensado. En lo que Millas nos dió una enseñanza que no debiéramos soslayar, es que esas
ideas se vuelven estimables especialmente para un sujeto arraigado en el mundo y sus
problemas; se trata de valores que interesan no como abstracciones conceptuales, sino como
referentes de sentido para la vida, son amables porque en su concreción y presencia en la vida
individual y en la convivencia social, se juega lo digno de estimación de esa vida y esa
convivencia. Es precisamente porque el pensar es siempre un interés afirmativo por la vida,
que se dirige a todo aquello que puede hacer de ésta algo mejor, más valioso, sencillamente
más amable. De esta manera, sólo quien experimente el acceso al sentido de la actividad
filosófica desde este interés, puede, como Jorge Millas, entregarse a ella considerándola como
una praxis de servicio y prolongación necesaria del amor a la vida.1

* Académico del Departamento de Filosofía y Humanidades de la Universidad Alberto Hurtado. Este estudio recoge parte de
un primer acercamiento al tema de la democracia en Millas que aparecido con el título Idea y desafío de la democracia. El legado de
Jorge Millas, en Hermenéutica Intercultural. Revista de Filosofía, Ediciones UCSH, Nº 12, Santiago, 2002-2003, pp. 201-217.
1 La vinculación entre teoría y amor puede verse en Millas, Jorge., Idea de la individualidad, Prensas de la Universidad de Chile,

Santiago, 1943, p.40, pp.91-92 y pp. 95-96. La actividad del intelectual como praxis de servicio, es una idea presente en la
totalidad de la obra de Millas, puede verse, por ejemplo, De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974. Debo, y
agradezco, a la profesora Patricia Bonzi el acceso generoso al primero de estos textos.

1
Millas creyó que en las ideas vamos tras algo más que el aseguramiento intelectual de su
verdad; buscamos también que tengan la capacidad de enriquecer nuestra experiencia y de
impulsarnos a actuar de un modo más pleno. Una idea verdadera “es una promesa de acción
posible”, sostuvo, y en sus escritos los grandes valores nunca son esencias supraempíricas y
ahistóricas respecto a las cuales podamos tener una captación directa y absoluta. Se trata
siempre de categorías que desafían a ser pensadas en su vinculación con los espacios,
instituciones, costumbres y ordenamientos que los seres humanos nos damos para materializar
nuestras expectativas de vida y convivencia, se trata de bienes implicados en esferas concretas
de la experiencia, de sentidos llamados a animar la vida desde la configuración de la cultura y la
sociedad en que ésta se realiza. Así, por ejemplo, su preocupación por el derecho2, la
universidad3, la democracia4 y los derechos humanos5 respondió a este propósito de contribuir
a la salvaguarda y promoción efectiva de todo aquello que puede ayudar a la mejor realización
del ser humano.

Este propósito permite entender la utilización del concepto “espíritu concreto” a la que
recurrió nuestro autor para identificar su postura filosófica,6 a la vez que interpretarla, como
propongo, movida por el amor a la vida. La condición espiritual significa, en Millas, el poder
que posee el ser humano de hacerse cargo de su vida, de la situación de su mundo y de la calidad
de su convivencia con otros, todo esto a través de la institución de sentidos que contribuyan a
la salvaguarda y a la promoción de la dignidad humana. Ser espiritual sería otra forma de decir
ser responsable.

Propiciar la máxima conciencia respecto a lo que nos corresponde como seres que interpretan
y valoran la realidad, y que, en consecuencia, pueden operar en ella como actores inteligentes,
libres, creativos y solidarios, constituye uno de los principales objetivos que animó la obra del
pensador chileno. Su idea de espíritu es indisociable de la experiencia concreta del mundo y de
la vida, y nada le estuvo más alejado que el uso que se hace de este término para ocultar la
indiferencia frente a la suerte del prójimo y frente a las situaciones que le impiden encarnar la
condición que le corresponde.7 Con este concepto, pretendió designar la capacidad de
“participación activa del hombre en el hacerse de su vida mediante una toma de conciencia
que, sostenida por el conocimiento y la valoración, le permita interpretarla y dirigirla.”8. Millas
se preocupó de resaltar que “lo espiritual irrumpe entre las cosas con la vida del hombre... a
partir de una posibilidad de ser que aspira a realizarse y en vista de una situación concreta que
de algún modo la detiene o perturba. Conciencia, libertad, invención, valoración son, por eso,
categorías del mundo espiritual. Pero no se trata de facultades o predisposiciones vacías, ni de

2 Millas, Jorge., Filosofía del derecho, Editorial Universitaria, Santiago, 1956, con otras ediciones en 1957, 1958, 1960 y 1961
3 Millas, Jorge., El desafío espiritual de la sociedad de masas, Editorial Universitaria, Santiago, 1962, pp. 213-218. De la tarea intelectual,
Editorial Universitaria, Santiago, 1974, pp. 66-7; Idea y defensa de la Universidad, Editora del Pacífico, Santiago, 1981.
4 Millas, Jorge., De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, pp.22-25 y pp.28-60
5
Millas, Jorge., Fundamentos de los derechos humanos, en Revista Análisis, noviembre 1982
6 Millas, Jorge., El desafío espiritual de la sociedad de masas, Editorial Universitaria, Santiago, 1962, pp.48ss. Puede verse también el

“Prefacio” a su libro Ensayos sobre la historia espiritual de Occidente. En el volumen dedicado a Jorge Millas del Anuario De Filosofía
Jurídica y Social, EDEVAL, Valparaíso, 1984, los siguientes artículos reparan en este aspecto del pensamiento del autor chileno:
Edwards, Anìbal.., El programa filosófico de Jorge Millas, a la luz de su primer libro, pp.43-61; Ciudad, Mario., La espiritualidad de
Occidente, pp.63-76; Peña, Carlos., Sobre la pregunta por la Universidad y el espíritu concreto, pp.197-206
7 Millas advierte que “la tendencia de ciertos espiritualismos a desentenderse de la vida del hombre, comienza ya en la

vaguedad con que se usa el concepto mismo de lo espiritual. El término evoca más asociaciones adjetivas que sustantivas: es lo
noble, lo inspirador, lo trascendente, lo creador, lo superior, lo eterno y... lo vago por excelencia.” Millas, Jorge., Ensayos sobre
la historia espiritual de Occidente, Editorial Universitaria, Santiago,1960, p.17
8 Millas, Jorge., El desafío espiritual de la sociedad de masas, Editorial Universitaria, Santiago, 1962, p.43

2
conceptos abstractos, ni de entidades supraempíricas, sino de situaciones concretas del hacer
humano, de un problema, en cada caso específico, de obrar libre, creadora y valorativamente
frente a tal o cual circunstancia que sale al paso de las posibilidades humanas allí puestas en
juego.”9

En definitiva, la espiritualidad representa, en sus escritos, un atributo de la vida humana que,


en cuanto tal, no depende de las cosas y situaciones con que ella se encuentra, sino de lo que
hace el hombre con las cosas y situaciones.10 En la medida que esta dimensión se traduce en
vocación humana para la libertad y el pensamiento racional, conduce al reconocimiento de que
“sólo en una comunidad cuyos miembros se traten como sujetos de interés infinito, sujetos, por
tanto, libres y pensantes, puede realizarse el proyecto humano, la posibilidad de ser que el
hombre representa.” 11

Idea de la democracia

La visión de la democracia de Jorge Millas, de la que este escrito se hace cargo, cabe entenderla
ligada a este marco general. En ella, tal sistema político representa el ámbito propicio para que
el sujeto ejerza plenamente su individualidad y despliegue lo propio de su condición a través
de la convivencia con otros, este convencimiento lo expresó claramente al señalar que “ningún
régimen de convivencia política ofrece mejores condiciones reales para la interacción de seres
racionales y libres, que la democracia, aún en sus imperfectas realizaciones históricas.”12

La reflexión sobre el sistema democrático surgió, en el caso de Millas, estrechamente vinculada


al destino de nuestro país, se articuló en el contexto de una sociedad que abusó de la franquía
que caracteriza la democracia, que pagó un alto precio por ello, que pasó, luego, a presenciar,
frente a tal franquía, una oscura desconfianza y el más prepotente de los desprecios por parte
de aquellos que tomarían el poder en su seno. La consideración prestada por Millas puede ser
entendida como la prolongación coherente de las ideas centrales que sostuvo a lo largo de
toda su obra, y, por qué no decirlo, a lo largo de toda su vida de un modo testimonial
concreto.

A pesar de que no escribió un tratado sistemático sobre la democracia y que ningún artículo
suyo trata el asunto en forma exclusiva, Millas dejó en herencia páginas en que explícitamente
se refiere al tema y que, por su lucidez y penetración, merecen ser objeto de atención y
análisis.13 Este trabajo presenta la idea de democracia del pensador chileno y propone
vincularla con tres aspectos o tópicos que aborda en otros momentos de su reflexión: los
derechos humanos, el neoliberalismo y la educación. La tesis que aquí se intenta sostener,
a partir de sus escritos, es que la democracia representa no sólo un sistema de valía

9 Ibíd., p.48
10 Ibíd., p.49
11 Millas, Jorge., De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, p.34
12 Millas, Jorge., De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, p.34
13 Millas, Jorge., De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, pp.22-25 y en el mismo libro especialmente el

texto Platón:la misión política del intelecto, pp.28-60

3
procedimental, sino también, y de modo fundamental, un régimen con implicaciones
sustanciales, un auténtico proyecto de construcción moral de la sociedad.

La idea de democracia de Jorge Millas es posible presentarla articulada en la siguiente trilogía


conceptual: a) la democracia como forma de convivencia; b) la democracia como desiderátum; c) la
democracia como riesgo.

a) La democracia como forma de convivencia

Para Millas, lo político no está ligado sólo a la necesidad de determinar las coordenadas para el
mando y la obediencia, sino, por sobre todo, al desafío de dar adecuado curso a la convivencia
humana14. Y es que se puede mandar políticamente y ser obedecido, sin convivir: “sin la
conciencia de una común situación de necesidades y posibilidades, sin la conciencia —que es
esencial para la convivencia— de un coincidir fundamental en la valoración recíproca de
quienes comparten la empresa política.”15

Al privilegiar la convivencia como el problema político fundamental, la especificidad y valía de


la democracia se hacen más nítidas y más explicable que ésta pueda llegar a representar “la
mejor forma de asociación política.”16 Lo definitorio de su valor, afirma Millas, estaría en que
ella se “aspira a alcanzar la convivencia integral, mediante el reconocimiento del derecho a ser
individuo, a realizarse cada cual como persona.”17

La dificultad de tal convivencia para hacerse posible a sí misma, se resolvería por la lógica
constitutiva que implica la democracia. Esto significa dos cosas: primero, que el reconocimiento
de los individuos como personas, que se verifica en su centro, comporta el reconocimiento de
una dignidad común y la exigibilidad del valor de trato que va aparejado a esa dignidad;
segundo, que la democracia propicia precisamente aquello que más la define, la posibilidad del
entendimiento en el ámbito compartido del discurso racional.18

Reparar en la centralidad de las ideas de reconocimiento y entendimiento abre, necesariamente, a la


conciencia de toda la hondura ética que la idea de democracia conlleva: “El entenderse –
afirma Millas– implica el acto primordial de la humanidad del hombre, que es reconocer al
prójimo, es decir, al hombre mismo. Comienza nuestro entendernos con la experiencia de ver
al otro allí, frente a nosotros, no como cosa simplemente, no como incidente de nuestro
paisaje vital, sino como hombre a una con nosotros en la experiencia común de la existencia.
Es un acto a la par metafísico y ético el de este reconocimiento: metafísico, porque mediante
él constituimos esa realidad tan singular que es la del ser compartido, propio del hombre;
ético, porque hacemos el acto primero de la justicia, si la justicia consiste en dar a cada cual lo
suyo, según lo proclamaron los romanos: damos, en efecto, al prójimo lo más suyo,
reconociéndolo como existente humano.”19

14 Ibíd., p.57
15 Ibíd., p.58
16 Idem.
17 Idem.
18 Idem.
19 Ibíd., pp.64-65

4
Esta idea de entendimiento se sustenta, en última instancia, en la percepción de la identidad
espiritual del prójimo como persona.20 Tal condición exige que nuestra convivencia consista,
primordialmente, en una relación moral y en una relación racional: “Gracias a la primera,
tratamos al prójimo como un fin en sí, como centro de dignidad y de interés, distinguiéndolo
preferencialmente de las meras cosas, que no son jamás fines en sí, sino instrumentos de
nuestros fines. Y gracias a la segunda, establecemos con el prójimo un vínculo sui generis,
propio de los entes humanos: el de la relación dialogante, el de la comunicación en sentido
estricto. El diálogo supone el empleo de nuestra capacidad racional de concebir, juzgar,
prever, en una palabra, de construir el conocimiento, en una empresa común con el
prójimo.”21

Millas concibió el diálogo como uno de los vínculos más característicos del ser humano, como
una manifestación privilegiada de la raíz de nuestra vida espiritual que supondría, como nota
especifica, la concordancia creadora de los interlocutores en tres importantes aspectos22:
“primero, en que ambos se encuentran como individuos en una situación imperfecta, por
ejemplo, en perplejidad ante un problema; segundo, en que el interlocutor puede ayudarnos a
mejorar esta situación; en que tiene, por consiguiente, un valor, por su función en la
superación del estado de precariedad con que todo auténtico diálogo se inicia; tercero, en que
hay una meta común, de conocimiento o de solidaridad, una nueva situación a la cual
tendemos y que trasciende la subjetividad de los puntos de partida.”23

Esta triple concordancia, y, sobre todo la última, hace del diálogo el instrumento por
excelencia de la comunidad democrática. Por esto, la inquietud de Millas ante el desarrollo de
una de las posibilidades más negativas de la “sociedad de masas” –consecuencia, en gran
medida, del avance entre nosotros de la banalidad24 y de la lógica mercantil25–, a saber, “la
destrucción de la estructura dialogante del ser
humano.”26 A su juicio, no sólo la experiencia ética y la libertad son relaciones intersubjetivas
o experiencias de comunicación, sino que “lo es el hombre entero en todas sus
manifestaciones y en su mismísima posibilidad de ser. Elimínese al prójimo, y desaparece, con
la extinción de la relación intersubjetiva, el dominio ontológico entero de mi posibilidad de
ser.”27

De esta manera, al propiciar la democracia la convivencia integral entre personas, se constituye


en ámbito propiciador de la humanidad misma de cada individuo.

20 Ibíd., p.65
21 Ibíd., pp.64-65. Cabe reparar que este texto, publicado en 1974, corresponde a una conferencia de 1962. Detalle interesante
para el lector, que al leerlo, haya pensado en la ética habermasiana del discurso.
22 Ibíd., p.66
23 Millas, Jorge El desafío espiritual de la sociedad de masas, Editorial Universitaria, Santiago, 1962, p.118
24 Ibíd., pp.51-53
25 Ibíd.., 98-99; Cf., La concepción de libertad-poder de Friedrich von Hayek, en Anuario de Filosofía Jurídica y Socia, EDEVAL,

Valparaíso, 1996, pp.449-467


26 Ibíd., p.55
27 Idem.

5
b) La democracia como desiderátum

No se puede pretender que esta idea opere como un concepto descriptivo de la realidad de las
democracias empíricas, señala Millas28. La democracia como sistema que aspira a lograr la
convivencia integral entre personas sería “un concepto límite y, por lo tanto, un desiderátum29.” Lo
que nos permite conocer es sólo la realidad del Estado democrático como un movimiento de
aproximación a su concepto, es decir, opera como una idea reguladora30: “este sabio régimen
de vida en común –afirma nuestro autor– es un proceso: al definirlo, determinamos, no la vida
democrática misma, sino el límite hacia el cual se mueve asintóticamente la búsqueda de la
democracia. Ser democrático no es, por consiguiente, ser utópico, pues por abstracto que sea
el principio de la democracia, su realidad es del todo concreta, y consiste en la realidad de un
esfuerzo, de un afán, de un movimiento humano de aproximación a un ideal.”31

La vida democrática encierra el no estar nunca satisfecha de sí, el buscar permanentemente la


propia rectificación, la apertura práctica constante a condiciones de mejor concreción. La in-
quietud define la democracia. La evitación del anquilosamiento, de la parálisis y de la
perpetuación del statu quo, serían parte esencial de su auto-afirmación y cabal
desenvolvimiento. La democracia –dice Millas– “no puede ser conservadora ni reaccionaria32.”
Toda su consistencia, toda la coherencia con su razón de ser, pasa por una fidelidad irrestricta
al principio que la define: ser aproximación rectificadora hacia el ideal de un mundo de convivencia integral
entre personas.33

Por tratarse de un sistema que implica la institución de sus propias formas de rectificación, es
decir, de un sistema cuya superioridad respecto a otras formas políticas descansa en el hecho
de permitir y propiciar su reforma y mejora, hace sospechar que cuando es negada en vista de
tal o cual estado empírico de cosas en una determinada sociedad, se comete la más injusta
incomprensión de su esencia34, y tal negación sólo indica, de parte de quien la ejerce, una
conciencia estrecha de la naturaleza de la democracia y, frecuentemente, una ineptitud moral
para su estimación.

c) La democracia como riesgo

Es propio de la vida humana que no podamos tomarla de una vez por todas, que al momento
de interrogar por ella nunca nos esté dada de un modo definitivo; lo propio de la vida es que
“hay que hacerla; pero hecha sigue inconclusa, ya que, en tanto haya vida, se ha de seguir
viviendo.”35 Esta apreciación de Millas es coincidente con toda la filosofía de la existencia –
desde Kierkegaard hasta Heidegger– que reconoce la categoría de la posibilidad como
definitoria de la vida humana. Vivir consiste en un permanente enfrentamiento con
posibilidades de determinación de nuestro ser. Somos posibilidad no porque nos enfrentemos

28 Millas, Jorge De la tarea intelectual, Editorial Universitaria, Santiago, 1974, p.58


29 Ibíd.., p. 59
30 Idem.
31 Idem.
32 Idem
33 Idem.
34Ibíd., p.60
35 Ibíd..

6
con posibilidades, sino que, al contrario, nos enfrentamos con posibilidades porque la vida
misma es posibilidad, es decir, realidad a determinar, a definir permanentemente. Esto significa
que la altura humana de nuestra realización no sólo es una tarea y una conquista, sino que,
siéndolo, lo es sin resultado seguro ni garantizado, implicando siempre incertidumbre y riesgo.

Pues bien, la democracia sería el sistema que “se acomoda mejor que ningún otro régimen
político a la condición humana, justo porque su esencia es el riesgo, y el riesgo va siempre
implicado por la historicidad y la libertad del hombre.”36

Esta correspondencia que Millas visualiza, se puede entender, también, si miramos la


democracia como el ámbito histórico instituido por los seres humanos para hacer posible la
vida y la convivencia en el marco de la libertad; un ámbito que se caracteriza por la apertura de
horizonte, la movilidad continua, la riqueza y variedad de posibilidades que cobija y que busca
fundir en experimentos de convivencia cada vez más vastos y complejos.37

La democracia es el sistema en el cual la condición de su posibilidad y de su valía –la libertad–


es, al mismo tiempo, la fuente de todos sus riesgos. Por lo tanto, temer el riesgo implicado en
la vida democrática, es temer la libertad misma, y éste sería, para Millas, “uno de los más
graves males de nuestro tiempo” porque puede “llenar el alma de terrores.”38

En efecto, escapando a la complejidad de los asuntos sociales y al riesgo que les va aparejado,
los seres humanos suelen llegar a considerar el orden y la seguridad como bienes sociales
máximos, y en su consecución se termina simplificando la vida, reprimiendo la libertad,
mediatizando al hombre, generando circunstancias propicias para que muchos sufran dolor y
humillación. Éste ha sido, en más de una ocasión, el derrotero seguido por el miedo a la
libertad y respecto al cual el pensador chileno supo advertirnos: “El temor irracional hace a los
hombres crueles y torpes. La Historia está llena de crueldad y torpeza antihumanas, propio de
almas a las que faltó lucidez de conciencia para dominar racionalmente sus temores. Sólo una
vida despierta, libre de sopores, puede conjurar la irracionalidad del terror y dar valor a la
democracia para afrontarse a sí misma y no perecer por miedo a su franquía.”39

Democracia y derechos humanos

El 10 de diciembre de 1978, se constituyó la Comisión Chilena de Derechos Humanos, Jorge


Millas fue parte de los doce firmantes del acta que le dio origen. Este es, entre otros, uno de
los actos testimoniales, de claro alcance político, que el filósofo realizó en momentos en que la
dignidad y la vida de muchos se vio amenazada entre nosotros. Fueron esos momentos, para
usar la acertada expresión de H. Arendt, “tiempos de oscuridad” que hicieron sentir lo
necesario de ejercer un papel en el espacio público como condición necesaria para marcar

36 Ibìd., p.24
37 Ibìd., p.60
38 Ibìd., p.20
39 Ibìd., p. 24

7
alguna diferencia en la suerte concreta que podía correr el respeto a la integridad física y moral
de las personas.40

Su lucha como ciudadano estuvo en íntima conexión con su actividad filosófica, quizás
porque, como bien hace notar H. Giannini, “en esta encrucijada, la filosofía –el pensador– no
puede menos que asumir una tarea impostergablemente mostrativa, testimonial, si quiere
alcanzar la conciencia ajena…pero esto no dispensa al filósofo de la aclaración teórica que
propiamente de él se espera.”41 Uno de sus últimos escritos, Fundamentos de los derechos
humanos,42 buscó precisamente contribuir a mostrar la valía especifica del ser humano y la
exigibilidad incondicional de respeto a su dignidad. Se trata de un breve texto redactado a
solicitud de la Academia de Humanismo Cristiano para un programa dirigido a la promoción
de los derechos fundamentales, y en el que Millas postula una cuádruple raíz para la
fundamentación de los mismos: metafísica, moral, social y práctica. El profesor Humberto
Giannini, ya citado, ha realizado un hermoso y penetrante análisis de lo ahí planteado.43 Por mi
parte, ajustándome a la brevedad de este artículo, quiero postular que es coherente con la
obra de Millas derivar la afirmación de que la democracia y los derechos humanos estarían en
estrecha y esencial vinculación. La detención que se hace a continuación en dos de estas raíces,
la moral y la social, pretende mostrar esto.

Los derechos humanos tendrían una “raíz” en la experiencia moral tomada en su sentido más
básico y decisivo, esto es, en “la consideración del prójimo como ente análogo a nosotros y
valioso en el mismo sentido en que lo es nuestro propio ser.”44 Las consecuencias que de aquí
se derivan para el trato mutuo entre individuos, es lo analizado en el punto referido a la
democracia como forma de convivencia, ahí se mostró que ella no sólo permite tal consideración sino
que la supone y reclama para su definición y viabilidad como modelo político. Pues bien, al ser
los derechos humanos la instrumentación que nos hemos dado, en el orden legal positivo, para
expresar y asegurar la experiencia del mutuo reconocimiento de nuestra condición de
personas, se muestran en una esencial vinculación con el sistema democrático en tanto éste
descansa precisamente en ese reconocimiento como pilar de la convivencia humana.

Respecto al fundamento o raíz social de los derechos humanos, Millas señala que “la
constitución, preservación y progreso de la sociedad como asociación de individuos racionales
y éticamente responsables, exigen la validez y vigencia de esas normas que tienden,
precisamente, a proteger a ese bien común que es la personalidad en su efectiva modalidad de
humana. Y ello en interés de la sociedad.”45 Pienso que el sentido de este párrafo se puede
expresar también señalando que en los DDHH la sociedad democrática instituye jurídicamente
una de las más importantes condiciones de posibilidad para su propia realización política, ya
que en tanto éstos se constituyen como resguardo y promoción legal del individuo en sus
capacidades especificas como ser humano (“ser consciente, pensante y libre”), contribuyen

40 Sobre la herencia testimonial de Millas puede verse el hermoso texto de Humberto Giannini “Jorge Millas, o del difícil ejercicio del

pensar” aparecido pocos día después de la muerte del pensador en la Revista Hoy. Por mi parte, he abordado el asunto en mi
ponencia “Filosofía chilena en tiempos de oscuridad. Jorge Millas y el valor de pensar”, presentada en el II Congreso Iberoamericano de
Filosofía organizado por la Universidad Alberto Hurtado, Santiago, mayo del 2005.
41 Giannini, Humberto., Acerca de la dignidad humana en La experiencia moral, Editorial Universitaria,Santiago, 1992, pp. 133-

134
42 Millas, Jorge., Fundamentos de los derechos humanos, en Revista Análisis, noviembre 1982
43 Giannini, Humberto., op. cit., pp. 132-144
44 Millas, J., art. cit.
45 Millas, J., art. cit.

8
directamente a habilitarlo para la realización y ejercicio de la ciudadanía, algo fundamental toda
vez que no hay democracia sin ciudadanos.

Esta conexión, descrita de modo general, entre la democracia y la base moral y social de los
derechos humanos, se hace evidente en aquellas experiencias históricas que han dado paso a la
interrupción de la vida democrática en una sociedad. Cuando esto sucede, las restricciones a
que es sometido el ejercicio de la ciudadanía, en algunas de sus formas fundamentales,
desarrollan circunstancias inhóspitas para la forma humana de la existencia que ha generado,
como expresión de sí misma y recurso para su salvaguarda, la institución de los derechos
humanos. Son momentos en los cuales los individuos quedan expuestos a condiciones de trato
como meros espectadores o súbditos en la esfera del poder político y, a la vez, a posibilidades
efectivas de atropello a su integridad.46

Estos planteamientos a que abre, en mi opinión, la reflexión de Jorge Millas, permiten sostener
que la promoción de la democracia y de los derechos humanos, representan tareas no sólo
ligadas sino inseparables, que en este hecho se patentizaría de modo especial la índole ética del
sistema democrático y lo que permite considerarlo un auténtico proyecto de construcción
moral de la sociedad.

Por lo tanto, el sujeto que reclama el reconocimiento y respeto de sus derechos por parte de la
sociedad y del Estado, queda demandado, por la lógica interna de la compenetración que
hemos descrito entre democracia y derechos fundamentales, a asumir una ciudadanía activa
como recurso insustituible para garantizar tales derechos; esto significa ubicarse más allá de
cierta tradición moderna que ha separado estas dimensiones en la famosa distinción entre
libertad negativa y libertad positiva, y que con el privilegio de la primera sobre la segunda sólo
ha nutrido la despolitización de nuestras sociedades, situándonos en el espejismo de creer que
la democracia se cuida y realiza sola, que se reduce a un asunto procedimental y puramente
administrativo, y que frente al orden social el individuo sólo tiene derechos y no deberes.47 El
resguardo de los derechos humanos no cobra su total sentido cuando es leído sólo como
condición para habilitar al sujeto en tanto propietario, productor o consumidor, sino también
cuando nos abrimos a visualizar que representan la conquista histórica que nuestras sociedades
han efectuado para garantizar que en la esfera política los individuos pueden tener
participación y decisión igualitaria en la generación de la ley y de la institución global de la
sociedad, y que ésta es la condición que nos alejaría de caer bajo autoritarismos o
paternalismos en cualquiera de las variadas formas en que pueden darse dentro del curso de la
vida social.48

46 En esta línea recojo el comentario del profesor Giannini: “Interesa a una sociedad como tal, es decir, para su propia

sobrevivencia como estructura, la validez y vigencia de los derechos de la persona humana. Se trata de un valor eminentemente
práctico-social. Una sociedad que no respeta a sus miembros no se respeta a sí misma, se disgrega o se envilece…” op. cit. p.
140-141
47 Para el tema de las dos libertades: Berlin, I., Dos conceptos de libertad, en Libertad y necesidad en la historia, Ed. Revista de

Occidente, Madrid, 1974. Sobre la discusión en torno a esta distinción recomiendo Pettit, Philip., Republicanismo,Paidós,
Barcelona, 1999. Skinner, Quentin., Las paradojas de la libertad política, en Ovejero, Gargarella, R., Nuevas ideas republicanas,
Paidós, Barcelona, 93-114. Castoriadis, C., La Montée de la Insignificance, Editiones Du Seuil, 1996. Especialmente el excelente
artículo de Longás, Fernando., El falso dilema de las dos libertades, en Persona y Sociedad, Universidad Alberto Hurtado,
Santiago, nº2, agosto de 2002, pp. 11-31
48 A este respecto, vale la advertencia –quizás pesimista, pero políticamente saludable- de que “a menos que pongamos

nuestros deberes por delante de nuestros derechos, debemos esperar un cercenamiento de estos últimos”. Skinner, Q., op. cit.,
p.114

9
Democracia y neoliberalismo

La atención prestada al neoliberalismo en la última parte de su vida, refleja, de parte de Millas,


la condición de pensador en diálogo permanente con su circunstancia y afanado por lograr
lucidez respecto a los factores que amenazaban con modelar de manera decisiva el ethos de
nuestra sociedad. La concepción de la libertad-poder de Friedrich Von Hayek49 es el único texto
conocido, hasta el momento, que nos permite saber algo de su reflexión en este ámbito, se
adjuntó como ponencia a un seminario realizado en Santiago en marzo de 1983, al que no
llegó a asistir.

Luego de un prolijo análisis, Millas desprende como conclusión general, e “inescapable”, que
los escritos de Hayek, “no parten del tema ni de los ásperos problemas de la libertad, sino del
propósito de establecer intelectualmente, armar ideológicamente, hasta las últimas
consecuencias, la sociedad de mercado.” El pensador chileno es rotundo en su juicio al
agregar: “su punto de vista no es científico ni filosófico, sino rudamente pragmático.”50

Millas señala que la doctrina de Hayek arranca de la “exclusión pseudoaxiomática” de la idea


de libertad como poder hacer al definirla como aquel “estado en virtud del cual un hombre no se
haya sujeto a coacción derivada de la voluntad arbitraria de otro u otros”, o al describirla
también como “independencia frente a la voluntad arbitraria de un tercero.”51 Todo el acento
de la concepción neoliberal de Hayek reside en ver la libertad como ausencia de coacción. Esta
visión permite justificar como no obstaculizadoras de la libertad aquellas consecuencias que se
siguen indirectamente de la acción y voluntad ajenas, por ejemplo, las que pudiesen derivar del
despliegue de la “mano invisible” en los mercados. Esto significa que de seguirse algún
obstáculo para la vida de las personas como efecto del libre juego de las leyes del mercado, eso
no podría ser tomado como una afectación de la libertad en los individuos, pues la causa no
residiría directamente en un “querer coactivo de otros.”52 Hayek llega al extremo de sostener
en un pasaje de Fundamentos de la libertad que “no puede decirse que sufra coacción si la
amenaza del hambre para mí y mi familia me obliga a aceptar un empleo desagradable y muy
mal pagado o incluso si me encuentro a merced del único hombre que quiera darme trabajo.”53

Pero el tema de libertad, a juicio de Millas, es bastante más complejo de lo que presentan los
planteamientos de Hayek, “un superficial conocimiento de la lucha por la libertad en la
historia, muestra a los hombres interesados tanto en ser libres en el sentido de que nadie
bloquee el camino que hayan podido elegir, como también en el sentido de haber podido
elegir verdaderamente algún camino.” 54

Ciertamente, el pensador neoliberal ve estas dos dimensiones, pero al respecto señala: “el que
yo sea o no dueño de mí mismo y pueda o no escoger mi propio camino, y el que las
posibilidades entre las que deba escoger sean muchas o pocas, son dos cuestiones totalmente

49 Millas, Jorge. “La concepción de libertad-poder de Friederich von Hayek” en Anuario de Filosofía Jurídica y Social, Sociedad
Chilena de Filosofía Jurídica y Social, Valparaíso, 1996, pp. 449-467
50 Ibíd., pp. 449-450
51 Ibíd., p. 451
52 Ibíd., pp. 451-452
53 Citado en Ibíd., p. 452
54 Ibíd., pp. 452-453

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distintas.”55 Con cierta ironía, Millas comenta este juicio señalando que efectivamente son
cosas distintas, como distintos son los ángulos y las rectas en la noción del triángulo, pero de
ahí no se sigue que su concurrencia sea irrelevante para tal noción, todo lo contrario, “en el
mismo sentido, mi libertad depende tanto de la independencia de mis actos posibles como de
la situación que efectivamente me permite elegir entre tales actos.”56

No parece coherente, pensaba Millas, abstraer en la noción de libertad la ausencia de coacción


y eliminar como uno de sus componente la capacidad o poder que normalmente la acompaña
en la experiencia, pues un sujeto no puede ser considerado verdaderamente libre sólo por no
encontrarse obstaculizado por la interferencia de otro para realizar una determinada actividad,
en circunstancias de que tampoco puede actuar porque carece de la capacidad o poder para
hacerlo. Millas es muy claro: “no es libre aquél a quien se le permite hacer lo que no puede.”57
“Sólo es libre, en cuanto a la ausencia de coacción, quien pudiendo hacer algo, no encuentra
trabas provenientes de la acción ajena. La noción de libertad no puede ser meramente
negativa.” 58

A Millas le interesa proyectar como consecuencia lo difícil que es mantener la defensa liberal
del mercado como garante sin más de la libertad de los individuos, pensaba que “no hay
libertad de mercado para todos los miembros de la comunidad social, aunque a nadie se le
prohiba concurrir y aunque exista una regla general de no interferencia en las posibles acciones
de concurrencia. Tales acciones son sólo lógica, pero no realmente posibles para todos”59

El análisis desemboca, así, en uno de los puntos críticos fuertes que se pueden plantear a la
idea de que el espacio del mercado implica el mejor mecanismo social para asegurar la
libertad, omitiendo por completo considerar la desigualdad en las condiciones desde las cuales
los sujetos concurren o intervienen en ese espacio. Esta omisión es especialmente grave en
sociedades como las latinoamericanas, atravesadas por una profunda desigualdad en las
condiciones materiales de vida de sus miembros. Proyectada sobre esta realidad, la lógica
neoliberal tiende a alimentar la idea falaz de que el orden social y sus diferencias sólo refleja las
capacidades y el esfuerzo de los individuos, contribuyendo a debilitar el sentido de la
responsabilidad social con todos aquellos que quedan rezagados, en condiciones de pobreza o
marginalidad, fomentando, en definitiva, un modelo social –con sus respectivas prácticas,
normas e instituciones– individualista e insolidario.

Es posible señalar, desde esta perspectiva, lo difícil que es sostener la distinción o separación
entre libertad e igualdad, dicho de otra manera, la dificultad de que puedan existir reales
posibilidades para que un sujeto se pueda desarrollar como individuo libre sin participar de
ciertas condiciones mínimas que se lo permitan, condiciones que no pueden sino ser generadas
social y políticamente y, en principio, accesibles a todos: “La lucha por la libertad humana sería
en extremo insuficiente si no atendiera a la redención del individuo, que es un aspecto positivo
de la libertad. Dicha redención se mira aquí, no como exigencia de un ideal de justicia, ni de
paz, ni de respeto a la dignidad del hombre, sino como consecuencia de reconocer en la

55 Ibíd., p. 453
56 Idem.
57 Ibíd., p. 455
58 Ibíd., p. 454
59 Ibíd., p. 455

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libertad un valor y de proponernos su realización. Redimir socialmente al individuo es
incrementar su poder, es decir, su libertad. No otra cosa hacemos cuando enseñamos a leer al
analfabeto, cuando abrimos más oportunidades para la educación profesional, cuando
difundimos las artes y las letras; pero es también lo que hacemos al buscar las mejores
condiciones posibles de salud, alimentación y vivienda para el común de los hombres,
procurando el esfuerzo social para tales servicios, o la seguridad de remuneraciones mínimas.
Las remuneraciones mínimas y la gratuidad de determinados servicios no son única ni
principalmente procedimientos destinados a evitar que la fuerza de trabajo experimente
merma; son también mecanismos de incremento de la libertad en su aspecto positivo: en su
virtud se promueve el ascenso de nivel, o siquiera el mantenimiento de un nivel básico de
expectativas, el incremento de la libertad como capacidad de hacer.”60

Este texto es especialmente interesante por la perspectiva que propone adoptar. No se


desconoce que la generación social de ciertas oportunidades para el desarrollo de los
individuos sea algo postulable desde un cierto ideal de justicia, de paz, o desde el respeto a la
dignidad del ser humano, lo que se afirma es que tal generación de oportunidades se deriva
como un imperativo necesario, y por lo tanto ineludible, al considerar la libertad como valor
central de la sociedad.

De esta manera, en su diálogo crítico con el neoliberalismo, Millas entrega la posibilidad de


someter a éste al principio de la coherencia: simplemente no se puede afirmar que se está por
un modelo de sociedad que se organiza teniendo la libertad como valor fundamental y no
hacer esfuerzos por generar, al mismo tiempo, las condiciones que habiliten a todos los
individuos para el desarrollo y ejercicio de la misma. Quien incurre en esta postura ya no
puede presentarse como defensor y promotor de la libertad, a no ser que en el fondo y todo el
tiempo, sólo haya tenido como intención o esfuerzo efectivo la defensa y promoción de la
libertad de algunos que ya están en posiciones de privilegio para “competir”. De ser así, el
cinismo pasaría a convertirse en parte importante del talante neoliberal y se haría explicable
que Hayek llegue, incluso, al contrasentido de insinuar que un modelo social que pone la
libertad del individuo como valor fundamental –que es la autoimagen del neoliberalismo–
puede darse sin democracia política.61

Concebir la democracia como el sistema político que busca propiciar la convivencia integral entre personas,
según la propuesta de Millas, supone reconocer la participación y la inclusión como propósitos
fundamentales en su desarrollo, y por lo tanto, “todo Estado que contenga divisiones que de
una u otra manera, ya en principio, ya de hecho, cierren el camino hacia el reconocimiento
recíproco del valor y dignidad de los miembros de la comunidad política en cuanto tales, es un
Estado a medio hacer, una pseudo-convivencia.”62

En esta línea, cabe sostener que sólo puede ser una pseudo-convivencia aquella que se genera
en correspondencia a la siguiente declaración de Hayek: “El problema consiste en que
numerosas libertades carecen de interés para los asalariados, resultando difícil frecuentemente
hacerles comprender que el mantenimiento de su nivel de vida depende de que otros puedan
adoptar decisiones sin relación aparente alguna con los primeros. Por cuanto los asalariados

60 Ibíd., pp. 458-459


61 Conf., F. Von Hayek, sus libros Law, Legislation and Liberty. Vol. 3, p.3-5 y New Studies in Philosophy, Politics, Economics and the
History of Ideas, p. 107. Agradezco a mi colega Diego García la ubicación de esta referencia bibliográfica.
62 Ibíd., p. 58

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viven sin preocupación de tales decisiones, no comprenden la necesidad de adoptarlas,
despreciando actuaciones que ellos casi nunca necesitan practicar.”63 El claro paternalismo de
estas palabras sólo puede acarrear, en el plano político, derivaciones autoritarias o cínicas
búsquedas de un autoritarismo cómplice. Hayek llegó a quejarse de “lo difícil que resulta
persuadir a las masas que viven de un empleo, de que en interés de la sociedad, y, por lo tanto,
a largo plazo, del suyo propio, deben conservar las condiciones que permiten que unos pocos
logren posiciones que a ellos les parecen fuera de su alcance o indignas de esfuerzo y riesgo.”64

Ante estas ideas, cabe preguntar ¿cómo puede hablarse de que se persigue una sociedad de
individuos libres, si una parte mayoritaria de sus miembros no pueden participar en la decisión
de lo que les incumbe?. “El ideal democrático” –sostuvo Millas en uno de sus más
significativos discursos– “es un ideal sencillo y permanente: es la comunidad de hombres que,
desiguales como personas, convierten sus desigualdades naturales en fuentes de dinamismo y,
corrigiendo las desigualdades antinaturales, buscan un mínimo de concordia para vivir en
común. Todo intento de innovación en esto es rechazo de la democracia misma”65

Democracia y Educación

Si existe un tema recurrente en los escritos de Millas es precisamente el de la educación. Como


pocos, fue un autor especialmente atento a la dimensión ética y política del proceso educativo.
“La educación y la sociedad –sostuvo– aunque técnicamente distintas, son ontológicamente
extensivas. Una y otra participan de la sustancia política de la vida humana. Sólo se educa el
ser político que es el hombre en cuanto pertenece a una comunidad interesada en realizarlo
qua ser político; y sólo hay una sociedad política allí donde existen seres educados para hacerla
posible. En otras palabras, el concepto de sociedad humana presupone el de un proceso
educativo correspondiente, y el de la educación, por su parte el de una sociedad que es su
objetivo y su ámbito de existencia al mismo tiempo. Una comunidad política ineducada no es
una mala comunidad, sino una comunidad inexistente; y una educación que no lo sea para la
vida en común, o mejor, para la realización intersubjetiva del hombre, no es educación en
absoluto.”66

Aceptar que la democracia es un desiderátum, implica postular que ella debe existir
primariamente en nosotros como un deseo, como un anhelo, que su posibilitación se sustenta
en una voluntad democrática, en un querer práctico que la hace posible, que la anima y la impulsa.
Esto obliga a reconocer la necesidad de una educación para la democracia. La voluntad
democrática se educa, se desarrolla, se cultiva. “La educación es, en efecto, el proceso
autorregenerativo de la sociedad, a través de la formación espiritual del individuo. Educa a sus
miembros en cuanto educa a los individuos para hacerse a sí misma. Los educa como
personas, en verdad, según una aspiración que en la sociedad democrática alcanza su apogeo:

63 Citado por Millas, op. cit. p. 450


64 F. von Hayek. Fundamentos de la libertad, Unión Editorial, Madrid, 1978, p. 35
65 Palabras pronunciadas en el Teatro Caupolicán el 27 de agosto de 1980, en vísperas del plebiscito de la Constitución del 80,

convocado por el régimen militar sin las garantías políticas y electorales debidas. En esa oportunidad, dos fueron los oradores,
el ex Presidente de la República Eduardo Frei Montalva y Jorge Millas.
66 Millas, Jorge. El desafío espiritual de la sociedad de masas, Editorial Universitaria, Santiago, 1962, p.179

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la de hacer de ellos auténticos individuos, seres formados en la plenitud de las posibilidades
humanas que cada cual ofrece como proyecto singular.”67

Es cierto que el nexo entre educación y democracia es comúnmente reconocido, sin embargo,
su real implementación suele ser débil, deficitaria, y los nuestros son tiempos que aún tienen
aquí una tarea de envergadura. Ya en la década de los sesenta, el pensador chileno veía un
fenómeno de rebajamiento del sentido ético de la educación que, al día de hoy, no ha hecho
más que acentuarse, representando un frente de preocupación más para los esfuerzos de
propiciar una sociedad democrática con el tipo de convivencia humana que le corresponde. El
diagnóstico de Millas no sólo conserva su validez sino que, lamentablemente, la ha
incrementado: “Los ideales de nuestra pedagogía –sostuvo– han tendido a exaltar el trabajo y
la adaptación pragmáticamente, como bienes útiles, aislándolos del contexto de la vida humana
total que les convierte en funciones espirituales. Siendo, así, la preocupación por el trabajo se
convierte en mero cuidado individual por la subsistencia y la adaptación social en puro
conformismo. No es extraño, por eso, ver a nuestros educandos, desde que toman conciencia
de su futuro y lo hacen problema de decisiones personales, juzgarlo en función directa de la
seguridad y del lucro. La capacitación para el trabajo y para la vida en sociedad ha venido a
significar así capacitación para el bienestar económico y el poder personal. Obviamente este
resultado es en buena medida función de los hábitos valorativos de una sociedad
mercantil…para la cual la vida es contienda de ventajas y desventajas económicas, de eficiencia
y lucro.”68

Millas tenía claro que la formación complementaria del hombre ha de darla una conciencia
afincada en zonas más profundas del querer y del sentir que las del puro utilitarismo y del gusto
por la eficiencia y que en eso se jugaría la calidad humana de la vida individual y social.69

Por último, si aceptamos que la democracia implica el riesgo como dimensión consustancial, la
consecuencia natural de ello es postular que tal régimen político no es viable sin sujetos
responsables. No hay otra forma positiva de enfrentar los riesgos más que con
responsabilidad. No hay democracia posible sin ciudadanos que ejerzan la ciudadanía como
ejercicio de responsabilidad, y ésta, como afirma Millas, “consiste en la vinculación de nuestro
hacer a la comunidad humana que lo aloja. Ser responsable es estar mancomunado. La
responsabilidad nos hace miembros reales del mundo intersubjetivo de los quehaceres
humanos dentro del cual resultan posibles nuestro ser y hacer individuales. En cuanto
responsable, el hombre se vincula al hombre, por lo cual la sustancia de la responsabilidad es
genuinamente ética.”70

Lo urgente es concretizar esta demanda, visualizar que ser responsable, que la capacidad de
hacerse cargo, es uno de los mayores poderes del ser humano, uno que le otorga dignidad y
trasluce su condición espiritual, pero, como nos mostró Millas, que sólo se articula
efectivamente en un contexto determinado, ante una situación concreta. Interesarse por la
responsabilidad significa interesarse por los espacios efectivos que reclaman su concurrencia.

67 Ibíd., p.181
68 Ibíd., p.200
69 Ibíd., p.201- 212
70 Ibíd., p.163

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Respecto a esto, me atrevo a sugerir que somos responsables de los “bienes de la tierra” –
materiales y espirituales–, a los que no se accede en soledad, sino a través de la acción social de
los hombres. Así, por ejemplo, la justicia, la libertad, la verdad, sólo son bienes posibles en los
espacios, instituciones, costumbres y ordenamientos que los seres humanos nos damos para
materializar nuestras expectativas de vida y convivencia, se trata de bienes implicados en
esferas concretas de la experiencia humana y respecto a los cuales somos responsables. Somos
responsables de la justicia que posibilita o impide nuestro ordenamiento jurídico e
institucional, de la libertad que posibilita nuestra convivencia humana, de las instituciones
abocadas a transmitir y buscar la verdad, de los niveles de equidad y solidaridad que propicia
nuestro modelo económico.

Cada vez que dejamos de implicarnos en una esfera de acción social, algún bien se ve afectado,
y cada vez que esto sucede son seres humanos concretos los que quedan expuestos a
experimentar heridas o situaciones de menoscabo.

La noción de responsabilidad que propone Millas, hace énfasis precisamente en la dimensión


positiva o afirmativa de la misma, se trata de “esa responsabilidad que nos hace solidarios del
dolor compartido por los miembros de una comunidad, trátese de la humanidad, la nación o la
familia. Esa responsabilidad que nos mueve más a pensar en el deber de poner atajo a un mal
presente, sea o no consecuencia de nuestros actos, que a buscar el culpable inmediato en el
pasado. Esa responsabilidad, en fin, que no se escuda tras la conciencia de no haber hecho
algo malo, y que afronta, en cambio, la exigencia de actos positivos de bien. La
responsabilidad, en buenas cuentas, que nos convierte en custodios permanentes del bienestar
del hombre, con el alma generosamente dispuesta en todo instante a la acción moral
creadora”71.

Con la democracia se anima la evolución a la máxima conciencia del papel activo que nos cabe
en la configuración de los asuntos humanos, la conciencia de que a nosotros corresponde la
construcción de un mundo que haga posible el aseguramiento y promoción de la libertad
humana y de las distintas esferas de la acción social en que se juegan los bienes que hacen
digna la vida. El pensamiento de Millas nos permite concluir que la existencia, y subsistencia,
de la democracia, nos remite al sujeto moral y político que es el ciudadano auténticamente
democrático como su última y radical condición de posibilidad, y, por lo tanto, como su
responsable ético y ontológico decisivo, como la fuente de su real valía y mantención en el mundo

No quiero cerrar este escrito sin explicitar mi convencimiento de que la recuperación de las
ideas de Millas reviste especial valor para el propósito de pensar y debatir nuestra realización
como sociedad. En el camino de la promoción democrática, Jorge Millas representa uno de los
impulsos de mayor valor, de mayor lucidez y dignidad que ha existido entre nosotros,
recordarlo es beneficiarnos con la hondura de su pensamiento y animarnos con el coraje moral
de su testimonio, es acrecentar en nosotros, también, la conciencia de la propia
responsabilidad en la tarea de configurar una sociedad con mayor altura humana,
auténticamente democrática, que nos evite las pruebas de la Tiranía.

71 Millas, Jorge Idea y defensa de la Universidad, Editora del Pacífico, Santiago, 1981, p.17

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