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1. EL HOMBRE

1. 1. Propósito de la creación del hombre


La creación del hombre tiene un propósito trascendental. La Biblia revela que el hombre fue creado
para formar parte de la familia divina (Mal.2:15). A lo largo del texto sagrado encontramos que Dios
al crear al hombre compartió con él su imagen. El propósito que se deja ver es que Dios quería
tener a través del hombre una descendencia numerosa que compartiera con el su reino (Génesis
1:26, 27, Salmos 82:6; Isaías 61:9,10; Juan 10:34,36; Gálatas 3:26; 4:6,7; Efesios 1:5; 1 Juan
3:1,2; Apocalipsis 21:7). Una forma poco común de expresar el propósito de la creación del hombre
es decir que el hombre fue creado para llegar a ser semejante a Dios (1ª Juan 3:1,2). Tal vez
pueda parecernos atrevido afirmar lo anterior, pero las Escrituras lo expresan así. Jesús es el hijo
primogénito de Dios, Jesús es nuestro hermano mayor y nosotros sus hermanos menores, hijos
todos de un mismo Dios que es el Padre de todos (Marcos 3: 33, 34; Lucas 8: 20; 21; Romanos 8:
29). Para formar parte de la familia divina hace falta ser adoptados en ella.
¿Por qué fue necesario que Jesús viniese a la tierra? ¿Por qué fue necesario que muriera? Las
respuestas a estas interrogantes tienen que ver con el plan de Dios de adoptarnos en su familia (1ª
Timoteo 1: 15 Lucas 5: 32 y 9: 56).

1.2 El hombre ante el propósito divino


La historia del hombre sería distinta si la primera pareja humana no hubiera desobedecido a Dios.
Es necesario recapitular sobre las circunstancias en las cuales se llevó a cabo la acción que originó
el alejamiento del hombre con Dios para entender nuestra situación actual. Atendiendo a esta
razón es que haremos un análisis del acontecimiento en el cual nuestros primeros padres se vieron
envueltos.
El lugar en el que ocurre el acontecimiento es en el jardín de Edén. El Edén está descrito como un
lugar geográfico en el cual existían las condiciones más favorables para la vida en general y en
particular para la vida humana (Gn. 2:8-15). También el Edén es el lugar en el cual era posible
probar el valor moral del hombre. Ahí se encontraba el árbol de la vida y también el árbol de la
ciencia del bien y del mal: Las opciones fundamentales respecto a la conducta humana.
El Edén es el ámbito geográfico en el cual coexistieron:
• Las mejores condiciones para la vida humana (Gn. 2:8,9)
• El conocimiento necesario y suficiente para preservar la vida humana (Gn 2:16,17)
• Las condiciones únicas para que el hombre ejerciendo su facultad de libre albedrío
determinara su futuro (Gen.2:9, 16,17; 3:1).
Estar en el Edén no era garantía de vida eterna, pero tampoco era una trampa para que el hombre
hallara la muerte. El Edén simplemente reunía un conjunto de condiciones en las cuales el hombre
podía hallar la vida o hallar la muerte (Gn. 2:9 y 3:3). En el Edén el hombre podía dar lugar a la
continuidad o al término de su vida. En el Edén la vida del hombre dependía de una decisión suya,
decisión en la que dos influencias antagónicas se hacen presentes: Dios y la serpiente. El hombre
podía creerle a uno o a otro pero no a ambos.
Antes de que el hombre tomara una decisión, la vida y la muerte eran solamente dos posibilidades
para él. Pero desde el momento en que tomó la decisión de comer del árbol de ciencia del bien y
del mal (Gn. 3.6) la muerte se convirtió en una realidad.
Dios como soberano del universo tuvo conocimiento de los hechos y dictó la sentencia: el hombre
moriría y la serpiente a su vez quedaría maldita (Gn. 3: 14-19).
La mentira encontró eco en el corazón del hombre. El propósito de la creación quedaba frustrado
aparentemente.
Dios no estaría conforme con ver destruido su proyecto en relación con el hombre. Dios por amor al
hombre determinó darle una segunda oportunidad para elegir la vida y para que eso fuese posible
llevó adelante la realización del plan que hoy conocemos con el nombre de plan de salvación.
Dios logrará que su propósito en relación con el hombre se cumpla. Sin embargo eso no significa
que todos tengan la seguridad de ser adoptados en la familia divina. En esta nueva oportunidad, al
igual que en el Edén, la participación individual del hombre es decisiva.
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1.3 El hombre y el plan de salvación


Dios nos ha dado información importante sobre el origen y destino de nuestra vida. La información
se encuentra en la Biblia. En ella encontramos información acerca de aspectos como:
• El propósito de la creación de el hombre
• La condición actual del hombre
• El amor de Dios hacia nosotros
• La participación del hombre en el plan de salvación
• El resultado del plan de salvación
El hombre esta una vez más ante la alternativa de creerle o no creerle, ante la posibilidad de la vida
o de la muerte. El hombre no puede permanecer frente a esta alternativa como un observador
imparcial. Su libre albedrío y el conocimiento que tiene le obligan a tener una participación
personal.

2. OBEDIENCIA A DIOS Y VIDA ETERNA


2.1 Obediencia a Dios
Dios es poderoso sobretodo; sin embargo el sumo poder de Dios no es contrario a la bondad. Dios
se ha revelado a la humanidad como un ser infinitamente bueno y misericordioso. Esto no sólo lo
ha manifestado a través de su palabra sino también a través de sus obras. Y lo ha hecho no sólo a
través de su relación histórica con la humanidad sino con cada uno de nosotros cotidiana e
individualmente.
Por el poder de Dios las cosas fueron creadas (Gn. 1; Ap. 4:11); pero por la bondad de Dios, la
creación tiene por encima de otras cualidades, la cualidad de buena (Gn. 1:31).
El hombre, al igual que el resto de la creación, ha sido objeto del poder y de la bondad de Dios. El
Creador dio vida al hombre (Gn. 2:7), pero juntamente con la vida le dio lo necesario para que esa
vida fuese feliz, plena y abundante (Gn. 2:8-25).
La existencia de la creación entera y de cada hombre en particular depende del poder de Dios
(Sal. 96:10; Sal. 146). Que esa existencia sea buena, depende de la bondad de Dios (Sal. 136).
Entonces podemos concluir que una vida feliz, plena, abundante y permanente se obtiene
manteniendo una buena relación con Dios.
La superioridad de Dios sobre la creación lo posiciona como Soberano de la misma. Por ello, tener
una buena relación con él puede expresarse como ser obedientes a él. Obediencia a Dios es igual
a buena relación con Dios. El término obediencia es apropiado puesto que la relación de Dios con
la creación es la relación entre el Creador y las criaturas, entre el Padre y los hijos.
La obediencia a Dios es, hoy como siempre, la condición indispensable para poseer la vida eterna.
Actualmente tenemos la misma alternativa que Adán y Eva: obedecer o morir sin esperanza.
La obediencia como expresión de una buena relación con Dios y como condición indispensable
para ser salvos es un concepto aplicado de principio a fin en las Escrituras (Gn. 2:16, 17; Ex. 20:6;
Deut. 5:10; 30:8-10; Jer.42:6; Lc.27-38, Hch.5:32; Ef.5:2-5; 1ª Jn. 5:2-4; 3:24; Ap.22.14, 15).

2.2 Vida eterna


Así como el término obediencia puede ser utilizado para designar la buena relación del hombre con
Dios, la expresión “vida eterna” puede utilizarse para designar la suma de las bendiciones que de
Dios podemos recibir. En la Biblia encontramos la expresión vida eterna siendo empleada para
designar el sumo bien del hombre (Mt. 19:29: Ro.6:22,23; Tit. 1:2; 1Jn 2:25; Sal. 30:3; 71:20; Dn.
12:2). Al escribir vida eterna, los escritores bíblicos no se refieren a una vida vegetativa como la de
las plantas, tampoco a una vida como la que hoy llevamos, con penas y sufrimientos que se
prolongase por los siglos de los siglos. Por vida eterna se refieren a todo lo que Dios tiene
preparado para aquellos que han de ser salvos. Vida eterna es aquella que existe en la cercanía de
Dios y en el Reino eternal de Dios. (Mr. 1:15; Mt. 5:3; Dn. 7:18; Sal. 145:13; Mt.6:33; 11:12;
2Ts.1:5; etc.) Los conceptos “obediencia a Dios” y “vida eterna” son conceptos centrales en el
cristianismo. El concepto obediencia a Dios se refiere a la condición necesaria para acceder a la
salvación, en tanto que el concepto vida eterna se refiere al resultado de la salvación. La relación
que existe entre ambos conceptos se puede expresar de la siguiente manera: la obediencia a Dios
es condición necesaria e indispensable para acceder a la vida eterna.
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2.3 El pecado y sus consecuencias


La relación entre obediencia a Dios y vida eterna es algo que podemos entender fácilmente. Llevar
a la práctica la obediencia a Dios es lo más difícil que la humanidad ha intentado realizar.
A la obediencia se opone el pecado. La Biblia define el pecado como transgresión de la ley (1Jn
3:4). El pecado es la desobediencia a Dios en cualquier forma. La presencia del pecado significa
separación de Dios (Is. 59:29). Siendo Dios la fuente de la vida y de todas las cosa buenas, la
separación de Él tiene como consecuencia el mal en todas sus formas (Dt. 28:15 y siguientes.) El
mayor de todos los males y el que representa la suma de todos ellos es la muerte (Gn. 3:19; Ro.
6:23a).

3. OBEDIENCIA A DIOS Y LEY DIVINA


3.1 Existencia de la ley divina
Aunque existen diversas interpretaciones de la ley dada por Dios, prácticamente todas los
creyentes judíos o cristianos estamos de acuerdo en algo acerca de ella: su existencia. La
obediencia a Dios implica la existencia de una ley dada por El. Para abordar el tema de la
salvación es necesario considerar la existencia de una ley divina, independientemente de lo que
cada quien piense acerca de su contenido.
Ahora bien, la experiencia nos ha mostrado que el hombre al entrar en relación con la ley divina
puede acercarse a ella en niveles distintos: puede hacerlo solamente en el nivel del conocimiento o
puede hacerlo en el nivel del cumplimiento. A continuación nos referiremos más detalladamente a
esta situación.

3.2 Conocimiento de la ley y obediencia a Dios


La obediencia a Dios, indiscutiblemente, no se puede practicar sin el conocimiento de la ley divina.
Esta premisa ha dado lugar que muchos creyentes del ámbito judeocristiano hayan dado una
importancia absoluta al estudio de las Sagradas Escrituras, documento en el cual se puede
encontrar la ley de Dios. La importancia del conocimiento de la ley da lugar a que se considere su
estudio como el estudio por excelencia. El razonamiento desde el cual se parte es simple: Si el
conocimiento de la ley es conocimiento para salvación entonces el estudio de la ley divina es el
estudio por excelencia.
Sin embargo podemos fácilmente concluir que conocer la ley no significa alcanzar la salvación.
Aunque conocimiento de la ley no es sinónimo de salvación, algunos no se han dado cuenta de
esta realidad y continúan poniendo el énfasis en el estudio de la ley para buscar la salvación. El
énfasis en el conocimiento intelectual de la ley divina ha dado lugar a la aparición de sectas. Esto
se debe a que cada persona puede interpretar de manera diferente el contenido de la ley. La
“investigación” puramente intelectual de la voluntad de Dios seguirá produciendo nuevas sectas.
Hay personas religiosas que reconocen ignorar el contenido completo y alcances de la ley, pero
muchas creen conocerla a la perfección. Muchas, si no es que la mayoría de las denominaciones
religiosas están seguras de poseer la verdad completa respecto a la voluntad divina. La seguridad
de poseer la verdad respecto a la voluntad de Dios es lo que da cohesión a una denominación
religiosa y la distingue de las demás. Una denominación se puede acercar a otra en la medida en
que coincidan respecto a su interpretación sobre el contenido de la ley divina. Asimismo, serán tan
distantes como difieran en su interpretación.
Sería imposible enlistar los contenidos de las diversas interpretaciones de la ley sustentadas por
las sectas o religiones del ámbito judeocristiano. Basta con mencionar que en ellas el número de
mandamientos varía, así como su interpretación. En una secta o religión puede defenderse lo que
en la otra se persigue, etc.
Manteniéndonos en el principio fundamental de que la obediencia a Dios es una condición
indispensable para la salvación; podemos deducir que la investigación que lleva al conocimiento de
la ley divina es buena, totalmente buena. Sin embargo no es suficiente para acceder a la salvación.
Esto es así porque la obediencia a Dios no depende únicamente del conocimiento de la ley de Dios
sino también y esencialmente, de que se tenga la capacidad para cumplirla.
Debemos reconocer que el conocimiento de la ley no nos da la voluntad ni el poder para cumplirla.
Conocimiento de la ley no puede ser sinónimo de cumplimiento de la ley. ¿Entonces que utilidad
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tiene el conocimiento de la ley? El conocimiento de la ley es útil en la medida en que deseemos y


podamos cumplirla. Lo anterior nos lleva a concluir que si queremos salvarnos debemos hacernos
no una sino dos preguntas simultáneamente.

¿Cuál es la ley de Dios?


¿Cómo podemos cumplirla?

Si revisamos la historia nos veremos obligados a aceptar que el problema del ser humano se
encuentra más relacionado con la segunda pregunta que con la primera. Lo que separa de Dios al
hombre no es tanto el desconocimiento de la ley como la pecaminosidad. Conocemos más de la
ley, que voluntad y capacidad tenemos para cumplirla. Dice la Escritura que aún el no judío y el no
cristiano tienen en su conciencia una noción suficiente de lo que es malo y de lo que es bueno ante
Dios (Ro. 2:14, 15,16).
La reflexión que hemos hecho hasta aquí no niega la importancia del conocimiento de la ley. Solo
propone una valoración más congruente del mismo. No menospreciamos el conocimiento de la ley
solo queremos ubicarlo mejor para que nos sea provechoso y útil.
Para Dios, sin lugar a dudas, el cumplimiento de su ley es más importante que el simple
conocimiento de la misma (Ro. 2:13; Stg 1: 22-24). Por eso Dios contempla no solo el hecho de
darnos a conocer su ley sino, especialmente, el de proveernos de la voluntad y el poder para
cumplirla.
El hombre por naturaleza no tiene ni la voluntad ni el poder para cumplir la ley. Quien tiene
originalmente el poder y la voluntad para cumplirla es Dios. La ley dice Pablo, tiene una esencia
espiritual (Ro. 7:12). El plan de Dios tiene el propósito de transformarnos a fin de que podamos
cumplir la ley.
Siendo espiritual la esencia de la ley, el poder para cumplirla no puede comunicarse a través de
una experiencia material (el estudio intelectual). La comunicación del poder para cumplirla solo
puede darse a través de una experiencia espiritual. Las Sagradas Escrituras no tienen solamente el
propósito de darnos a conocer la ley divina sino también y prioritariamente el de llevarnos a una
singular experiencia en la que recibamos ese poder. Encontrar la respuesta a la pregunta de cómo
podemos ser transformados para cumplir la ley es lo prioritario en la búsqueda de nuestra
salvación. Podíamos haber llegado mucho antes a esta conclusión. Bastaba con habernos
preguntado ¿Qué es lo que Dios quiere transmitirnos a través de las Escrituras Sagradas? Quizá
no hemos buscado en las Escrituras todo lo que Dios quiere transmitirnos.
El propósito general de este documento es contribuir a la ampliación del conocimiento sobre la
experiencia espiritual que nos ofrece Dios para poder cumplir su ley.
Para conseguirlo tenemos que comenzar por mencionar que la ley ha sido dada o revelada a la
humanidad en dos formas.
Estas formas son las siguientes:
• Escrita literalmente y
• Escrita espiritualmente
En las Sagradas Escrituras encontramos que la ley divina, puede tener dos formas de expresión
que son: Escrita literalmente y escrita espiritualmente (Jer.31:33; Ex. 24:4; Dt. 31:9; Co. 3:2,3; He.
8:10). Bajo estas dos formas ha sido revelada al hombre, aunque no a todo hombre.
Las formas o modos en que la ley divina puede expresarse responden a los requerimientos divinos
para llevar a cabo el plan de salvación.

4. LA LEY DIVINA ESCRITA LITERALMENTE


Las acciones que Dios ha realizado para la salvación de la humanidad se circunscriben en dos
pactos o convenios con el hombre los cuales son conocidos generalmente con los siguientes
nombres:
• Antiguo Pacto
• Nuevo Pacto
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La Biblia cristiana, significativamente se encuentra dividida en dos grandes grupos de libros que
reciben el nombre de Antiguo y Nuevo Testamento: siendo la palabra testamento otra forma de
decir pacto, convenio o alianza.
La ley divina escrita en forma literal está relacionada completamente con el antiguo pacto. Por lo
tanto el estudio del antiguo pacto nos servirá para conocerla.
Dios celebró el pacto llamado antiguo con un pueblo de la tierra especialmente: el pueblo de Israel.
El antiguo pacto consistió básicamente en lo siguiente:
• El ofrecimiento de Dios al pueblo de Israel de ser su Dios y de considerarlo como su
especial tesoro sobre todos los pueblos de la tierra si ellos a cambio lo aceptaban
como Dios y Soberano (Ex. 19:5,6)
• La aceptación unánime del Israel a la propuesta divina (Ex. 19:7,8 y 24: 4-8)
La celebración del pacto entre Israel y el Altísimo tuvo como escenario el monte Sinaí y sus
alrededores en el desierto de Arabia. (Ex. 19: 3-8). Dios se manifestó de manera portentosa y de
manera hablada en primer lugar y después por escrito, comunico a Israel una parte de su ley, los
conocidos” diez mandamientos” (Ex. 20: 1-17). Después dio a Israel otros mandamientos y
ordenanzas por medio del profeta Moisés. Todos los mandatos dados por Dios a Israel a través de
Moisés y los profetas constituyen la ley. La ley inunda las páginas del Antiguo Testamento de tal
manera que se ha usado el término ley como sinónimo para nombrar los libros del Pentateuco, el
de los Salmos y los de los profetas. Los diez mandamientos fueron escritos en tablas de piedra
(Ex. 31: 18; 32: 15,16; Dt.4:13; 10: 1-4). El resto de la ley fue escrito por el profeta Moisés en un
libro llamado el libro de la alianza o del pacto (Dt. 31: 9,24-26).
La forma literal de la ley divina en el pacto con Israel es su característica peculiar. Cuando
hablemos de la ley escrita literalmente o materialmente nos estaremos refiriendo a esta forma de
expresión de la voluntad divina.
En la ley dada a Israel, cuyo estudio detallado no es el propósito de este documento; se distinguen
claramente tres aspectos. Estos han sido calificados o llamados de manera convencional con los
siguientes nombres: ley moral, ley ceremonial y ley nacional.

4.1 Israel y la ley escrita literalmente


El pacto de Dios con Israel fue bueno. Si tenemos en cuenta que Israel antes del pacto era un
pueblo como cualquier otro en medio de la tierra; el hecho de que Dios se acercara a él y le
ofreciera ser su Dios, fue algo muy bueno. La ley que le dio Dios le daba una ventaja real sobre
todos los pueblos de la tierra (Dt 4: 8). Moisés refiriéndose a la celebración del pacto dice lo
siguiente: “A Jehová has ensalzado hoy para que te sea por Dios, y para andar en sus caminos, y
para guardar sus estatutos y sus mandamientos y sus derechos y para oír su voz: y Jehová te ha
ensalzado hoy para que seas su peculiar pueblo, como el te lo ha dicho, y para que guardes todos
sus mandamientos; y para ponerte en alto sobre todas las gentes que hizo , para loor fama y gloria;
para que seas pueblo santo a Jehová tu Dios, como el ha dicho .” (Dt. 26:17-19).
La gloria que Israel ha tenido a través de la historia se debe indudablemente al pacto que hizo con
Dios. Pero el pacto de Dios con Israel celebrado en el desierto había de terminar. El pacto tenía
algo que lo hacía imperfecto y por lo tanto no podía durar para siempre. La imperfección del pacto
se debía a la imperfección de uno de los pactantes. Israel no podía cumplir la parte del pacto que
le correspondía. Esta situación fue la que llevo a Dios a cancelarlo y anunciar la celebración de un
nuevo pacto.
¿Por qué Israel no podía cumplir la ley que le fue dada?
La ley ordenada para el beneficio de Israel se transformó en un medio que propició su separación
de Dios (Ro.2: 14-24). Ante la presencia de la ley escrita el pecado de Israel creció enormemente
(Ro. 5:20). La conducta del pueblo elegido, es vista como casi siempre como algo desastroso, a
través de las palabras de los profetas. Desde el hombre más pobre hasta el rey todos quebrantaron
la ley (Sal: 14: 1-3; Ro. 3: 9-12). La razón: la esencia espiritual de la ley constituyó una barrera
imposible de ser superada por Israel.
Las ventajas de la posesión de la ley divina no pudieron ser aprovechadas. El esplendor de Israel
ha sido parecido al de los demás pueblos de la tierra: temporal. Esto no se debió a que Israel fuera
el peor de los pueblos sino a que era y es igual que los demás. La condición de un israelita no es
diferente a la de los hombres de otras naciones: es la misma: una condición humana. Podemos
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afirmar, por lo tanto, que cualquier pueblo de la tierra al que se le hubiese dado la ley en la forma
en que le fue dada a Israel, hubiera tenido con ella los mismos problemas. La historia de Israel es
el ejemplo de la interrelación del hombre con la ley divina.
La posesión de una buena ley no da una ventaja real a quien la posea a menos que la practique. Si
se tiene una ley buena pero no se vive de acuerdo con ella, es como si no se tuviera. Recalcamos
nuestro planteamiento: entre la posesión de una ley (entendiendo posesión como conocimiento) y
su práctica, existe una diferencia de fondo. No es lo mismo saber que hacer.
La ley divina, dada por intermedio de Moisés establece en el libro de Levítico la síntesis de los
beneficios derivados de su fiel observancia: “El hombre que los hiciere vivirá por ellos” (Lev. 18: 5;
Neh. 9: 29). Esta parte fue y sigue siendo muy significativa para el pueblo de Israel. El deseo de
obtener el beneficio de la vida establecido por la ley es válido. La intención humana de obtener ese
beneficio es encomiable en principio. Sin embargo la suerte final del hombre depende del camino
que tome para obtener tal beneficio. Los libros del antiguo testamento nos enseñan que muchos
israelitas tomaron el camino equivocado para obtener el beneficio de la vida. La condición para
obtener la vida eterna está descrita en la frase “El hombre que los hiciere…” Tan importante como
anhelar el premio lo es considerar el reto, la tarea, la condición puesta por Dios para obtenerlo. La
condición puesta “El hombre que los hiciere…” merece una atención especial, no es suficiente una
lectura superficial. ¿Quién sería el hombre que los hiciere? ¿Cualquier hombre? ¿Todo hombre?

4.2. El Legalismo
De la interrelación de Israel con la ley se originó, entre otras cosas, una interpretación de la ley que
hoy conocemos con el nombre de legalismo.
La verdad revelada por Dios a través de Moisés fue vista por muchos de los israelitas de manera
equivocada. Al intentar cumplir con lo establecido en la ley se olvidaron de su condición humana y
lo más grave, de la acción divina que los había liberado previamente. No tomaron en cuenta que el
cumplimiento de la ley requiere una condición que no tiene de por si el ser humano.
En el legalismo se tiende a creer que el hombre puede alcanzar la salvación mediante su propio
esfuerzo en el cumplimiento de la ley. El legalismo puede entenderse como la practica de vida
acorde con esa idea.
Debido a que es imposible para el hombre cumplir la ley por si mismo, el legalismo proclamado por
sus practicantes como un sistema de estricto apego a la justicia divina, es en realidad una negación
de la misma (Rom. 10: 3-10; Gal. 3: 10, 11)
El legalismo, al considerar el esfuerzo personal como el requisito para alcanzar la salvación, da
lugar a una practica egoísta de la ley. El razonamiento que lleva a esa práctica es el siguiente: si
mediante el cumplimiento de la ley, cada persona puede obtener su salvación, entonces es
correcto anteponer, en la observancia de la ley, el interés personal al colectivo.
La práctica legalista de la ley la despoja el del valor fundamental que la sustenta: el amor. La
práctica religiosa legalista, referida en los evangelios, deja ver claramente su actitud egoísta (Mt.
15: 3-6; Mr. 7: 9-13; Mt. 23:23; Lc. 16:13-14)
El cumplimiento de la ley a través del esfuerzo personal da lugar a una especie de competencia
en la cual los que logren cumplirla en mayor porcentaje serán salvos. En estas condiciones el
mayor bien que se puede hacer a los demás es invitarlos a participar en la competencia y
enseñarles los múltiples obstáculos que deben superar (los mandamientos preceptos y estatutos).
La carrera para la salvación que sugiere el legalismo es estéril. No es posible llegar a la meta
jamás. A medida que se avanza los obstáculos se multiplican y la incapacidad para superarlos se
manifiesta. El pecado aparece inevitablemente y entonces la alternativa para el legalista es
aceptar que ha pecado y por lo tanto aceptar la condenación (Lev.18:5; Dt.27:26; Ro.6:23) o negar
que ha pecado. Esta última opción es la más fácil pero no la correcta. Negar el pecado no hace
que éste desaparezca sino que por el contrario se incremente; al pecado cometido se añade el de
la mentira (1 Jn. 1:8). La opción de negar el pecado continuamente conduce a la hipocresía. Dado
que los pecados no desaparecen de la vida del legalista su necesidad de ocultarlos es cada vez
más grande e imperiosa. La práctica de ocultarlos le hará adquirir una habilidad creciente para ello:
una habilidad para el mal.
Simultáneamente con la necesidad de ocultar el pecado aparece la de confeccionarse una imagen
de justicia externa (Lucas 16: 15). Para ello es útil la práctica de destacar las obras que tengan una
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apariencia de bondad. Para que cumplan su propósito deben ser vistas por los demás ya que de
esa manera no se podrán negar. Así el legalismo se ve obligado a privilegiar la justicia externa en
detrimento de la justicia que proviene del interior, que es la verdadera justicia (Lc. 18:9-14; Mt. 6: 1-
6: Lc. 11: 38-44: Mr. 7:1-4: Mt. 23:25-28)
La autojustificación como sistema de vida engendra muchos males, entre ellos hay uno que Dios
rechaza especialmente: la soberbia. El legalista llega a pensar que son sus obras y su propio
esfuerzo quienes lo salvan y no Dios. (Ro. 3:23 y 27).
Asumir la salvación como un maratón espiritual deriva también en la interpretación de la ley divina
como algo cuantitativo. Para el legalista el juicio final será el momento en el cual se comparen las
obras buenas con las obras malas que hizo y entonces, las obras que abunden mas determinarán
su destino final. Si las obras buenas son más que las malas, se habrá salvado y si no irá a la
muerte o al castigo eterno. El cumplimiento minucioso de algunos aspectos de la ley hace suponer
al legalista que tendrá mayores posibilidades de salvación (Mt. 23: 24-24). Leyendo al profeta
Isaías en el capitulo 65:9, encontramos ya existente la idea de la justicia divina como algo
cuantitativo. La frase. “Quítate de aquí que soy mas santo que tú”, implica una interpretación
cuantitativa de la justicia divina.
La interpretación equivocada de la justicia divina deriva en la deformación de la ley. Los fariseos
legalistas hicieron de la ley algo mucho más complicado de lo que ya era de por sí. Las
enseñanzas de los fariseos, dice la Biblia, hicieron prisioneros doblemente del pecado a sus
seguidores, al ponerles cargas imposibles de llevar (Mt.23: 3, 4, 13,15; Lc. 11: 46-52). La
multiplicación de deberes torna la ley en un castigo antes que en una bendición. La idea de Dios
en un sistema legalista tiene que ser la de un padre autoritario y cruel. Todo lo contrario de lo que
Dios es en realidad.
Los legalistas ignoran el carácter cualitativo de la ley divina. (Lv. 18:5; Stg. 2:10). El ser hechos
culpables de la transgresión de todos los mandamientos, por transgredir uno solo, se debe al
carácter de la ley de Dios. Si tuviese una base numérica o cuantitativa no sería el hombre hecho
culpable de todos por infringir uno solo. Pero como su fundamento es cualitativo, ante el Padre solo
podemos ser hallados como justos o como pecadores y no como más justos o menos justos; más
pecadores o menos pecadores (Ro. 3:23; 5:18,19; Sal.53: 2,3).
Jesús en sus frecuentes encuentros con los legalistas de su tiempo los regaño duramente y los
descubrió ante los ojos del pueblo como falsos guardadores de la ley. Sin duda esta fue una de las
principales razones por las cuales se le trató de matar (Mt. 23:13-27; Jn. 7:19). Argumentos
legalistas fueron utilizados para condenarlo a muerte.
Podemos concluir que el legalismo es una forma de pensar y de actuar mediante la cual,
procurando establecer la justicia propia, se hace a un lado la justicia de Dios (Ro. 10: 3, 4,10; Ga
3:10, 11).
El legalismo ha sido uno de los más grandes obstáculos para el crecimiento de la iglesia de Dios.
Las cartas de Pablo a los romanos y a los gálatas constituyen pruebas del obstáculo que el
legalismo representó para la Iglesia del primer siglo. El legalismo subsiste hasta nuestros días y
continuara mientras existan personas que atribuyan al esfuerzo y al sacrificio personal, en el
cumplimiento de la ley, una virtud salvadora (Rom. 9:32)

5. IMPERFECCION DEL PACTO CON ISRAEL


La salvación del hombre no se daría bajo las condiciones del antiguo pacto. Israel lo demostró
(Oseas 6:6,7; Jr. 31:32;). El pacto con Israel, como ya lo hemos visto, tenía dos cláusulas
primordiales: Una se refería al compromiso de Dios para ser Dios de Israel. La otra consistía en el
compromiso de Israel para observar la ley de Dios. Durante la vigencia del antiguo pacto Dios
cumplió total y fielmente con la parte del pacto que le correspondía cumplir. Israel no lo hizo.
La relación de Israel con la ley es el factor determinante en la invalidación del antiguo pacto. El
autor de la carta a los hebreos al mencionar las causas por las cuales fue necesario anularlo dice:
• Los sacrificios y presentes, que se ofrecían bajo la ley del antiguo pacto, no podían hacer
perfecto, cuanto a la conciencia, al que servía con ellos (Heb. 9: 9).
• La sangre de los sacrificios que se ofrecían no quitaba los pecados y por lo tanto esos
mismos sacrificios se constituían en una conmemoración de los pecados (Heb. 10:3, 4).
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• Dios no se agradaba de los sacrificios y presentes que se ofrecían según la ley (Heb. 10: 5-
8; Sal. 40: 6-8).
• La ley del sacerdocio levítico no perfeccionó nada; mostrándose así como inútil para la
perfección del hombre (Heb. 7:11, 18, 19).
• La ley dada por intermedio de Moisés constituye sacerdotes a hombres imperfectos (Heb.
7:28).
• Los sacerdotes puestos como intermediarios entre el hombre y Dios, deben ofrecer
sacrificios por sus propios pecados, antes de ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo
(Heb. 7:27).
• El sacerdocio que ejercían los levitas era temporal puesto que terminaba con la muerte del
sacerdote (Heb. 7: 23).
Con relación a este mismo asunto el apóstol Pablo dice:
• Que la ley que debía ser para vida, condenaba al hombre a muerte (Ro. 7:10).
• Que el hombre no podía justificarse por medio de la ley (Ga. 3: 11).
Todas las causas mencionadas están relacionadas con la ley escrita. ¿Significa eso que la ley no
fue buena? ¿O que la ley fue la causa de la invalidación del antiguo pacto? De ninguna manera. Si
el escritor sagrado se refiere a la ley en toda esta argumentación es con el propósito de dejar claro
por un lado, que la ley escrita literalmente no puede ser un medio para la salvación y por otro, que
el hombre es incapaz de cumplir esa ley por si mismo.
Es posible que alguien pudiese argumentar que fue Dios quien falló al dar una ley imposible de
cumplir o al no haber hecho lo suficiente para que Israel se sintiera lo suficientemente motivado
para obedecer. En realidad las obras de Dios entre el pueblo de Israel fueron portentosas y
magníficas como todos lo sabemos y a través de ellas Dios proporcionó el fundamento para la fe
que Israel necesitaba. La realidad no es que Dios haya fallado ni que la ley fuera mala. La causa
fue la condición pecaminosa del hombre.

6. UN NUEVO PACTO
El anuncio de un nuevo pacto, mientras el pacto del Sinaí aún estaba vigente, es una declaración
divina que invalidaba el pacto antiguo (Jer. 31: 31; Heb. 8: 7-13). El crecimiento del pecado hizo
evidente la necesidad de un nuevo pacto para salvar al hombre. Un pacto que superara el
obstáculo que representa la ley para el hombre. Desde Adán y Eva la situación existente es que en
el hombre se encuentra la necesidad de vencer el pecado y en Dios el poder para hacerlo. Por lo
tanto la erradicación del pecado solo pueda darse bajo uno de los siguientes supuestos: llegando el
hombre a ser como Dios o viniendo Dios ha estar en el hombre.
Así que el problema de la salvación puede expresarse a través de una pregunta: ¿Cómo salvar el
abismo existente entre la divinidad y el hombre? El nuevo pacto tiene la respuesta a esta pregunta.
Al anunciar Jeremías, profeta de Dios, el nuevo pacto, lo hace con las siguientes palabras: “Más
este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley
en sus entrañas, y la escribiré en sus corazones; y seré yo a ellos por Dios, y ellos me serán por
pueblo” (Jr. 31:33). Comparando las características del antiguo pacto con las del que se anuncia,
se perciben algunas semejanzas y una sola diferencia: las semejanzas son las siguientes:
• Dios será el Dios de Israel
• Israel obedecerá a Dios
• Habrá una norma divina que obedecer
La diferencia es la siguiente: En el nuevo pacto Dios dará su ley de un modo distinto al modo en
que la dio en el Monte Sinaí y sus alrededores. La respuesta a la pregunta de cómo puede salvarse
el hombre, se encuentra en esta característica del nuevo pacto.
¿Cuál es el significado de la expresión “Daré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus
corazones”? Para determinar el significado es obvio que no debemos recurrir a una interpretación
literal de la frase. Debemos tomarla en sentido figurado. Por medio de las palabras entrañas y
corazón, Dios se refiere a la parte espiritual íntima del hombre. Por lo tanto “dar y escribir” algo en
el corazón y en las entrañas del hombre significa imprimir algo de la parte espiritual del hombre. Lo
único que se puede imprimir en el espíritu del hombre son vicios o virtudes. Tratándose de Dios
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como escritor podemos deducir que lo que imprimirá son virtudes. Podemos concluir que la
expresión “daré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones” se refiere a una
transformación espiritual del hombre merced a la acción de Dios. En el nuevo pacto la voluntad de
Dios se imprimirá en el espíritu humano y no en tablas de piedra. Por lo tanto la barrera que separa
al hombre de Dios podrá ser superada. “Escribir la ley en él corazón” del hombre es condición
suficiente para superar la imperfección del antiguo pacto. “Dar la ley en las entrañas” significa
poner al alcance del hombre la perfección moral y con ello la vida eterna.
La confirmación de que el nuevo pacto anunciado por el profeta Jeremías consiste en una
transformación espiritual del hombre la encontramos en el capítulo 36 del libro del profeta Ezequiel.
En los versos 26 al 28 se lee: “y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de
vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré
dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos, y guardéis mis derechos,
y los pongáis en obra. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres; y vosotros me seréis por
pueblo, y yo seré a vosotros por Dios”.

6.1. El hijo de Dios, sacerdote del Nuevo Pacto


Para la realización de un nuevo pacto era necesario un nuevo sacerdote. El pueblo de Israel había
reconocido la necesidad de un intermediario debido a la majestad y potencia de Dios. (Éxodo 20:
18-21). Se requería un intermediario capaz de establecer una comunicación entre la divinidad y la
humanidad: Un sacerdote capaz de realizar la obra suprema de Dios para la salvación del hombre.
Desde la fundación del mundo Dios había previsto un plan para salvar a la humanidad y había
designado a un ejecutor de ese plan (Efesios 1: 3-5; 1ª. Pedro 1: 19-21). El hijo de Dios fue elegido
para ser el sacerdote del nuevo pacto (Sal. 110:4; Lucas 24: 27, 44; Heb. 2:16,17; 7:17, 21, 28,
Apocalipsis 13: 8).
La Biblia, en el nuevo testamento, particularmente en los Evangelios, nos relata la historia de
Jesús, un hombre cuyas palabras y obras corresponden con la descripción del salvador anunciado
por los profetas. Los hechos de Jesús y sus palabras prueban que Él es el enviado de Dios para
salvarnos. La vida de Jesús en la Tierra fue una expresión continua de las virtudes divinas. Sus
obras y enseñanzas estuvieron llenas de amor, justicia, santidad, bondad, sabiduría y también de
poder. Sin embargo, Jesús no fue bien recibido por las autoridades religiosas y políticas de su país
y de su tiempo. Solo unas pocas personas creyeron en Él. Al final fue acusado injustamente
descalificándolo como hombre justo o como hijo de Dios. Las acusaciones que le hicieron carecían
de fundamento y muchas de ellas fueron refutadas por Jesús mismo o cayeron por su propio peso.
Pero al final paradójicamente, la única acusación que se mantuvo contra él fue la de llamarse hijo
de Dios. Por tal afirmación fue condenado a muerte (Mt. 26: 59-65). Jesús concluyó su vida
crucificado por soldados romanos. Después fue bajado a una tumba y permaneció ahí durante tres
días y tres noches. Jesús pudo haber evitado su sacrificio y la muerte. Pero por amor a nosotros y
por fidelidad a su Padre no lo hizo. (Filipenses 2: 8).
A través de la obra de Jesús quien vino de Dios a los hombres para salvarnos, la distancia entre
Dios y el hombre se acortaba. Pero ¿de qué manera podría esto aplicarse a la vida particular de
un ser humano para alcanzar la vida eterna?

6.2. La obra de Jesús y el nuevo nacimiento


Al encarnar Jesús en el vientre de María, recibió la naturaleza humana. Siendo Jesús humano
todos nos podemos identificar con él. (Filipenses 2: 6,7; Isaías 42: 1). Pero Jesús no es solamente
humano, también es divino (Juan 5: 18; Hebreos 1: 8-10; Sal. 45: 6, 7; 2ª Corintios 5: 19; 1ª
Timoteo 3: 16). Entonces Jesús nos puede identificar con lo divino. Jesús asegura que nos puede
llevar al Padre (En 1ª Juan 5: 1). ¿Cómo y en qué el hombre puede identificarse con Jesús para
poder llegar al Padre?
Cuándo Nicodemo, un maestro de Israel, fue a ver secretamente a Jesús, éste le declaró que para
poder estar en el Reino de Dios era preciso volver a nacer y que el nacimiento que permite el
ingreso al Reino de Dios es un nacimiento espiritual (Juan 3:3-9).
La respuesta a la pregunta de cómo el hombre puede nacer de nuevo; es decir nacer
espiritualmente, y de esta manera identificarse con Jesús enteramente, la encontramos en la obra
de Jesús.
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Volvamos por un momento a Levítico 18:5. Imaginemos una situación ideal en la cual algún hombre
se colocara en el supuesto de “el hombre que los hiciere vivirá”. Un hombre que habiendo cumplido
la ley se hiciera merecedor del beneficio prometido por la ley de Dios. Imaginemos que ese hombre
es condenado a muerte por otros hombres y tras aplicarle la sentencia, es puesto en un sepulcro.
Preguntémonos entonces ¿Qué haría Dios al respecto? Sin duda lo rescataría del sepulcro y le
daría una nueva vida. Sin embargo la ecuación: OBEDIENCIA A DIOS=VIDA ETERNA, establecida
por la ley; de algún modo quedaría afectada. La muerte del hombre, aunque temporal, sería un
hecho que merecería una compensación. Lo ideal sería que a cambio de su muerte pudiese
señalar a otro hombre, uno pecador, y pidiera para aquel la vida eterna.
No tenemos que imaginarnos nada. Todo sucedió realmente. Jesús, el hombre de Nazareth,
cumplió perfectamente con toda la ley, fue un hombre sin pecado y por lo tanto no debió haber
muerto. Pero habiendo vivido una vida santa, murió como si hubiese sido un pecador. Por eso la
justicia y el poder divinos se hicieron presentes despojando a la tumba de Jesús. El resucitó. La
muerte, según la ley del levítico, no podía retener a Cristo. Pero además, la ley obligaba a una
compensación por su muerte.
Por su muerte injusta y de acuerdo con la ley, Jesús siendo humano como nosotros, introdujo en el
ámbito humano la posibilidad de que alguien se beneficiara de su sacrificio. Pero al ser divino, la
compensación debía ser más amplia. No solo podría Jesús pedir a cambio de su vida la vida de
una sola persona. Podría pedir la de todos los seres humanos de todos los tiempos. Esta situación
es la que abre la posibilidad para todo ser humano de ser perdonado de sus pecados y salvarse.
La explicación de la justificación, que hemos manejado hasta aquí, de alguna manera gira
únicamente alrededor de la ley y particularmente con lo que se establece en Levítico 18:5. Esta
manera de explicar nuestra justificación por la obra de Cristo, de alguna manera hace aparecer a
Dios como un Dios simplemente justo, pero no misericordioso. Es necesario por ello abundar un
poco más respecto al significado del sacrificio de Cristo para la salvación del ser humano.
Significado del sacrificio
Es a través del entendimiento de lo que significa el sacrificio como podemos nosotros encontrar
detrás de todo esto a un Dios misericordioso más que a un Dios cruel o vengativo.
La ley establecía un sistema de sacrificios para que el pueblo de Israel pudiera conservar su
santidad a pesar de su humanidad que lo hacía caer en pecado. Los sacrificios se ofrecían en el
atrio del tabernáculo (después en el atrio del templo), sobre un altar.
El altar era el lugar donde se hacían los sacrificios y por lo tanto, centro absoluto del culto. Era una
plancha de piedra, cubierta de bronce, con cuatro cuernos, uno en cada esquina, que gozaba de
una santidad especial y del privilegio de protección sagrada (Éxodo 27:2; 29:12; Éxodo 24:6; 1
Reyes 1:50). En tanto que Jesús no había ofrecido todavía su propio sacrificio se refirió al altar
como santo y como santificador. (Mateo 23:18-20). Entendemos que en el Antiguo Pacto, el altar,
así como el propiciatorio en el lugar santísimo eran los lugares en donde se manifestaba la
presencia de Dios y por tal razón estaban revestidos de santidad. El arca de la alianza tenía como
tapa el propiciatorio, éste estaba labrado de una sola pieza de oro, con dos querubines en sus
extremos que extendían sus alas por encima y lo cubrían (Éxodo 25:17-22). Como lo indica la
misma expresión, propiciatorio es algo que vuelve propicio o favorable. Desde sobre el propiciatorio
Dios le hablaba a Moisés, también en él se hacía la reconciliación entre Dios y el pueblo, por medio
de la sangre de un sacrificio, la cual el sacerdote rociaba sobre el propiciatorio (Levítico 16:14).
Cuando el sacrificio se ofrecía por el sumo sacerdote o por todo el pueblo, la sangre era introducida
excepcionalmente al interior del Templo, para rociar con ella el velo del santuario, el propiciatorio y
frotar con la misma los ángulos del altar de los perfumes. En los demás sacrificios por el pecado se
frotaban sólo los ángulos del altar de los holocaustos. Y en todos los sacrificios, se derramaba el
resto de la sangre al pie del altar de los holocaustos.
Ahora bien, el hecho de que se derramara sangre sobre el altar y se esparciera también una vez al
año en el propiciatorio, de ninguna manera significa que a Dios le agradaba la sangre. Hay que
buscar en la misma escritura el significado de la sangre y la razón del sacrificio para no tergiversar
las cosas.
La explicación la encontramos en Levítico 17:10,11 donde se lee: Si cualquier varón de la casa de
Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, comiere alguna sangre, yo pondré mi rostro
contra la persona que comiere sangre, y la cortaré de entre su pueblo. Porque la vida de la carne
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en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la
misma sangre hará expiación de la persona.
Tres cosas quedan claras en estos versículos de la ley y son las siguientes:
• La vida de la persona o de un animal está en su sangre
• La sangre de los animales, que es su vida, la ha dado Dios para hacer expiación en
sustitución de la vida del ser humano.
• La vida del ser humano, cargada de pecado, representada por la sangre de la víctima, entra
en contacto sobre el altar con la vida y la santidad de Dios y de esta manera se justifica. De
alguna manera la vida de la víctima “cubre” a la del ser humano en el sacrificio y la vida de
Dios cubre a la del ser humano al aceptar la expiación.
Queda claro que la sangre es el medio de propiciación, y la propiciación misma queda vinculada
con la aplicación de la sangre sobre el altar. Pero la propiciación a favor del ser humano lleno de
culpas sólo se lleva a cabo gracias a la vida contenida en la sangre. La idea de la sustitución se
encuentra claramente en el hecho de que era el oferente quien ponía sus manos sobre la cabeza
de la víctima y luego la mataba. El sacerdote no degollaba la víctima sino en las ocasiones cuando
el sacrificio se hacía por todo el pueblo. La palabra técnica usada para significar la reconciliación y
la remisión del pecado es “kipper”, expiar (de la palabra que significa “cubrir”).
Yendo un poco más allá en el significado del sacrificio encontramos que la eficacia del mismo no
dependía de la muerte de la víctima sino del ofrecimiento de la sangre. El ofrecimiento de la sangre
sobre el altar a manos del sacerdote constituía la verdadera esencia del sacrificio cruento. La
acción de matar o destruir la víctima no era el elemento central, y ello queda también evidenciado
por el hecho de que sea el mismo oferente, y no el sacerdote, quien se encargue de dar muerte a
la víctima. La tradición judía expresamente afirma que la acción sacerdotal de rociar la sangre
sobre el altar es “la raíz y principio del sacrificio”. El punto culminante no era la muerte de la víctima
sino la aspersión de la sangre.
En relación con el sacrificio hay otro aspecto que hay que tomar en cuenta y es el de la intención
del que lo ofrecía. Como se deja ver el capítulo primero de Isaías, los sacrificios habían perdido su
eficacia en razón de la actitud con la que los presentaban los judíos. Muchos ya los ofrecían en el
mismo sentido de algunas religiones paganas. Es decir, como si el sacrificio por sí mismo tuviera la
capacidad de apaciguar la ira de Dios, quien con eso quedaba conforme, mientras el oferente
podía seguir pecando. Con esto nos queda claro que el sacrificio originalmente iba acompañado de
una actitud de arrepentimiento y de congoja por parte de quien los ofrecía. Con el sacrificio el
oferente dejaba ver su intención de no pecar más. Por otra parte el mismo sacrificio de la víctima
se constituía en una lección para alejarse del pecado. En realidad los sacrificios se realizaban por
el pecado del pueblo y no porque Dios se complaciera en ellos, como bien se menciona en Isaías
1:11-14 y en otros textos como 1 Samuel 15:22; Salmos 40:6; Oseas 6:6.
La lectura del Nuevo Testamento nos deja ver que todos estos sacrificios prefiguraban el sacrificio
perfecto de Cristo: “Los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se
le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas
conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte”. (Hebreos 8:5). “Lo cual es símbolo para el
tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto,
en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto”, (Hebreos 9:9). Solo el sacrificio de Cristo nos
descubre y cumple la intención de la ley verdaderamente. De acuerdo con el designio eterno de
Dios y por su amor tan grande, llegaría el momento en el cual la vida del hombre se uniría de
manera definitiva y única con la de Dios. No sería la sangre de un animal, lo que estaría
representando o cubriendo la vida del hombre, sino la sangre de un ser humano justo, santo,
intachable. Este acercamiento de la vida del hombre a la fuente de la vida y la santidad que es
Dios, estaría real y completamente representado en la sangre de Cristo. Pero Cristo no se ofreció
en sacrificio por sus propios pecados o para obtener la santidad, lo hizo para expiar los pecados de
todos sus congéneres, nosotros, los demás seres humanos. Su expiación es insuperable y perfecta
por cuanto su sangre humana entró en contacto con Dios mismo en el santuario celestial y no solo
con el altar del templo terreno.
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Aun así podría manejarse la tesis de que Dios, en Jesús, le cobraba al género humano la deuda
del pecado. Esto no es así si consideramos que Jesús es el hijo de Dios y que además Jesús
mismo es Dios. En la muerte de Jesús quien más sufrió fue Dios mismo.
No podemos, de esta manera, hablar de un Dios cruel, aunque si de un Dios justo, pero con un
sentido de la justicia distinto del humano. Encontramos en el sacrificio de Cristo que la justicia de
Dios consiste finalmente en pagar el mismo nuestras culpas.
Esta explicación nos permite comprender que el Dios que está detrás de la ley no es un Dios cruel
ni aficionado a los sacrificios. Fueron los pecados del hombre los que mataron a los animales del
tiempo levítico y Dios no se complacía en mirar la sangre de ellos. En cuanto al derramamiento de
la sangre de Jesús, podemos encontrar en nosotros la culpa y no en Dios. Por todo ello podemos
decir que Dios sobre todo es misericordioso y que su justicia siendo verdadera justicia, es superior
a la justicia humana.
El evangelio de Juan nos dice que la obra de Cristo es la manifestación más grande del amor de
Dios jamás realizada en cualquier otro lugar y tiempo del universo. Para darnos idea de la magnitud
del amor de Dios hacia la humanidad Juan escribe: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que
ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna.” (Juan 3: 16).
A través de Cristo Dios cumple las promesas hechas a su pueblo por amor a ellos: Por tanto, di a la
casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por
causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado.
Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en
medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea
santificado en vosotros delante de sus ojos. Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de
todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis
limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón
nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra,
y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. (Ezequiel 36:22-26). Y que de todo
aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que
cree. (Hechos 13:39).
La justificación por medio de la obra de Jesús es tan amplia y eficaz que alcanza a todos los que
verdaderamente la deseen. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos
los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de
vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. (Romanos
5:18, 19).
La justificación que da Dios, siendo que el mismo la paga, es gratuita para todo ser humano:
Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a
causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar
en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.
(Romanos 3:24-26).
La perspectiva para todo el género humano cambia definitivamente después de la muerte y la
resurrección de Cristo. La cercanía con el Padre ahora puede ser total y ello representa bienestar,
felicidad, salvación, abundancia, paz, alegría, amor, seguridad y vida eterna: El que no escatimó ni
a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas
las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que
condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la
diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (Romanos 8:32-34).
El propósito de la ley del Antiguo Pacto se entiende únicamente si se considera bajo la luz que nos
da Jesús en el Nuevo Pacto. La ley de esta manera nos muestra que su origen está en el amor
antes que en la pura justicia, entendida como dar a cada quien lo que le corresponde. “El hombre
que los hiciere” del Antiguo Pacto, por medio de la sabiduría que nos ha dado Cristo aparece ahora
ante nosotros no como un reto sino como una promesa. Una promesa que ya ha sido asegurada
para nosotros en Cristo: el primer hombre que cumplió toda la ley. Ahora nosotros estamos en
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camino de ser esos otros hombres que cumplirán perfectamente la voluntad de Dios. Ese
cumplimiento será sin duda una realidad, pero está determinada para el tiempo escatológico.
Una última palabra respecto a la ley ceremonial. Creo yo que no deberíamos pensar en ella como
si hubiese sido defectuosa de por sí. La ley ceremonial cumplió eficazmente una doble función.
Primero: la de ser el instrumento para la expiación del pecado del pueblo elegido en la antigua
alianza. Segundo: la de prefigurar el sacrificio perfecto de Cristo para que la salvación alcanzara a
toda la humanidad. Cumplidas perfectamente sus funciones, ha perdido su vigencia.

6.3. El Evangelio y la conversión


Es necesario saber que la salvación por los méritos de Jesús está solamente al alcance de quien
conozca y acepte su obra redentora. El conocimiento de la obra de Cristo, por medio de la
predicación del evangelio, es el primer paso hacia la salvación. De aquí la importancia de la
predicación del evangelio (Ro. 10: 13, 14,15).
Sin embargo, el solo conocimiento de la obra redentora de Jesús no es suficiente para la salvación.
El paso definitivo consiste en una toma de decisión por parte del hombre, aceptando a Cristo
personalmente como su Salvador (Romanos 10: 16, 17).
La esencia del evangelio es la manifestación del amor divino a través de la obra de Jesús. Por lo
tanto aceptar el evangelio es reaccionar al amor divino con amor y con fe. Cuando una persona
conoce la obra de Cristo, acepta sus enseñanzas, acepta que murió por ella en la cruz y reacciona
con amor a ese amor manifestado por Jesús:
• Los meritos de Cristo para perdón de los pecados le son atribuidos. (Romanos 5: 1; Hechos
3:19; Isaías 59:20; Hechos 10:43; Hechos 26:18; Efesios 1:7).
• Recibe la guía del Espíritu Santo en su corazón para poder obrar la voluntad de Dios
agradable y perfecta. (Hebreos 13:20, 21; Efesios 1: 13; Filipenses 2: 13)
• Nace a una nueva vida engendrada por el Espíritu Santo y simbolizada por su bautismo (1ª
Juan 5:1; 2ª. Co.5:17; 1Pedro 1:23; Gálatas 3:27; Colosenses 2:12).
Todo esto en conjunto equivale a una transformación espiritual y representa la identificación del
hombre con Cristo. La identificación espiritual necesaria para poder ser llevados a una
identificación con Dios.
En el libro de los hechos de los apóstoles encontramos que miles de judíos, después de escuchar
la predicación de Pedro, se entristecieron y preguntaron al apóstol si había alguna posibilidad de
salvarse: Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros
en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para
cuantos el Señor nuestro Dios llamare. (Hechos 2:37-39).
Ser justificados del pecado, “recibir la ley de Dios en el corazón” y nacer a una nueva vida no son
hechos separados ni ajenos. Son en realidad partes o aspectos de un mismo proceso que se
concentra en la recepción del Espíritu Santo. El nuevo pacto tiene como signo sobresaliente de su
vigencia, el don del Espíritu Santo. Pedro destaca que la profecía de Joel se cumplió en los
primeros creyentes en Jesús: “y será que después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne,
y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros viejos soñarán sueños, y vuestros mancebos
verán visiones y aún también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en
aquellos días”. (Hechos 2:16-21).
A través del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Dios, el hombre se identifica con Cristo quien fue
engendrado por El y fue lleno de El (Lucas 1: 15; Lucas 4: 18; Hechos 10: 38; 1ª Corintios 6: 17).
Si se tiene el Espíritu Santo se tiene la garantía de la vida eterna porque:
• El Espíritu Santo enseña al hombre la voluntad divina (Lc. 12:12; Jn.14:26, Juan 16: 13; 1ª
Tesalonicenses 4: 8, 9; Juan 6: 45; 1ª Corintios 2: 10; 1ª Juan 2: 20, 21).
• El Espíritu Santo impulsa al hombre a cumplir la voluntad divina (Ro. 8: 5, 6, 8, 9, 13, 14;
Gálatas 5:22,23; Fil. 2:13).
• El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios. (Hechos 5: 32; Ro. 8: 9; 1ª Corintios 2: 12 y 3: 16).
• Quien tiene el Espíritu de Dios se identifica con Dios (Gálatas 4: 6; Ro. 8: 14, 16; 1 Cor.
6:17).
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• El Espíritu Santo es garantía de salvación y vida eterna. (Juan 6: 63; Ro. 8: 11; 2ª Co. 3:16-
18; Ef. 2:18, 19; 2ª Co. 3; Sal. 51: 9-12; Ez. 36: 26, 27, 28; Ez. 11: 19, 20).
El Espíritu Santo no es en realidad una ley ni un conjunto de conocimientos. El Espíritu es el
poder de Dios que guía al hombre desde el interior moviéndole a hacer su voluntad (2 Tim. 1:7).
Cuando un hombre recibe el don del Espíritu, hace la voluntad de Dios no como movido por una
fuerza exterior a él sino como movido por una fuerza interior a él, con la cual se identifica. (Jn.
14:26; 1 Jn. 2.27; 2 Cor. 3: 3).
El don del Espíritu Santo dado al hombre, es el cumplimiento de la profecía anunciada por los
profetas Ezequiel, Jeremías y Joel: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de
vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré
dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los
pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo,
y yo seré a vosotros por Dios (Ezequiel 36:26-28). Pero este es el pacto que haré con la casa de
Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su
corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su
prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde
el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y
no me acordaré más de su pecado (Jeremías 31:33). Y después de esto derramaré mi Espíritu
sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños,
y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi
Espíritu en aquellos días. (Joel 2:28,29).
Permitiéndonos por un momento hablar del don del Espíritu Santo como “ley escrita
espiritualmente” podríamos decir que: Es espiritual (Romanos 8: 2); es útil para la santificación del
hombre (1ª Pedro 1: 2,22; 2ª Tes. 2: 13; Tito 3: 4-7); sólo Dios puede darla (Jn. 14: 26; Ef. 4: 20, 21;
1 Jn. 2: 27).

7. LA LEY DE LA FE
Todo lo necesario para salvarnos, lo hizo ya Jesucristo quien vino de Dios a nosotros predicando la
buena nueva del Reino y del perdón gratuito a quien lo aceptara (“arrepentíos que el Reino de los
Cielos se ha acercado”). Cristo vivió una vida dedicada a hacer el bien; cumpliendo la ley como
Dios quería que se cumpliese. De hecho sus obras fueron más allá de la letra de la ley. Entonces
no queda nada que hacer para obtener la salvación con excepción de una cosa: Tener fe en
Jesús.
En el Nuevo Pacto la fe tiene una importancia absoluta. Sin ella el hombre no puede aspirar a la
salvación (Romanos 1: 17; Romanos 3: 27-31; Romanos 5: 1; Romanos 10: 9; Hebreos 11: 6).
Ahora bien: la fe no es exclusiva de los hombres del nuevo pacto; sin embargo es en este pacto
cuando se revela totalmente como la condición necesaria para agradar a Dios.
Recordemos que en el antiguo pacto tenía una importancia decisiva la ley ceremonial, ya que era
la que lo hacía viable en razón de la debilidad humana. Los sacrificios de víctimas animales
significaban el arrepentimiento del pecado de la persona que los ofrecía. La sangre derramada, la
cual era ofrecida en sustitución de la sangre de la persona, entraba en contacto con la santidad de
Dios y de esta manera la santificación alcanzaba a la persona. Sin el aspecto ceremonial de la ley
hubiera sido imposible para Israel mantener su relación con Dios por un solo día (Hebreos 9: 13).
En el nuevo pacto, por un solo sacrificio, el de Cristo, son perdonados los pecados del hombre
(Hebreos 10: 9, 10; Hebreos 7: 26, 27). En el nuevo pacto a diferencia del viejo, el atributo de la
justicia y la santidad le es dado al hombre únicamente por la fe en el sacrificio de Jesús (1ª
Corintios 6:11; Gálatas 2: 16; Romanos 5:1).
De esta manera el imperativo del nuevo pacto cambia de “el hombre que los hiciere vivirá” a
“cree en el Señor Jesús y serás salvo (Mr. 16: 16; Lc. 8: 50; Jn. 1: 12; Jn. 3: 16, 18, 36). Estas
afirmaciones son muy diferentes, pero ambas señalan a un mismo propósito que es el
cumplimiento de la voluntad divina.
En el nuevo pacto creer en Cristo es la condición necesaria para:
• Recibir el Espíritu Santo (Hechos 2: 38; Hechos 10: 43, 44; Hechos 5: 31, 32).
• Agradar a Dios (Efesios 5: 9, 10; Hebreos 10: 38, Hebreos 11: 6).
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Pablo refiriéndose a la ley escrita en el corazón le llama la ley de la fe (Ro. 3: 27). Concluimos así
que sólo por la fe el cristiano vive y puede ser salvo (Ro. 1: 17; Gálatas 3: 11).

7.1. La Fe en el Antiguo Pacto


¿Cómo pueden salvarse aquellos grandes hombres de Israel que nacieron antes de que Jesús
viniese a la tierra? Por medio de la fe.
La fe en las obras de Dios es la respuesta a la pregunta de cómo los hombres de cualquier tiempo
y lugar pueden ser salvos. Y es que la fe no es un privilegio exclusivo de quienes nacieron después
de Cristo. La Biblia menciona a Abel como un hombre de fe (Heb. 11: 4). La fe que es útil para la
salvación del hombre es la que tiene su origen en las obras de Dios, las cuales han estado
presentes siempre (Heb. 12: 2) Los humanos de todos los tiempos han tenido la oportunidad de ver
las obras de Dios y por lo tanto de tener fe en El (Ro. 1: 20 y He. 11: 3).
Pero ¿es la fe en las obras de Dios del antiguo pacto tan válida como la fe en Jesús en el nuevo
pacto? La respuesta es sí. Los que creyeron en las obras de Dios para salvación y libertad, las
cuales sólo eran una imagen de la futura obra de salvación total por medio de Jesucristo; serán
salvos (Heb. 11). Abel, Noé, Isaac, Enoc, Abraham, Sara, Jacob, José; quienes vivieron antes de
que Moisés naciera, fueron justificados por su fe. Si por la ley dada por Moisés fuera la promesa de
Dios, ninguno de ellos tendría esperanza de salvación. La diferencia entre el antiguo y el nuevo
pacto es que el primero sólo es una anticipación del segundo, una prefiguración, una imagen. Por
lo tanto (Hebreos 11: 31-39) si en el primer pacto hubo sustento para la fe en el nuevo hay un
fundamento total.

7.2. Las ceremonias en el nuevo pacto


Así como la fe aparece a primera vista como un elemento ajeno al antiguo pacto, las ceremonias
no parecen tener relevancia en el nuevo. Pero no es así en realidad. El bautismo, la cena del
Señor, el descanso en el día sábado etc., son importantes dependiendo de la fe con que se
realicen. Las ceremonias del nuevo pacto tienen como función manifestar de una manera externa
nuestra fe en el sacrificio de Jesús, máxima ceremonia del nuevo pacto. Las ceremonias del
Nuevo Pacto, al igual que las del Antiguo, no tienen ningún valor inherente para limpiar o justificar
al hombre. Sólo tienen valor en tanto se hagan con fe y en cuanto son una representación o hacen
alusión al sacrificio, a la resurrección de Cristo y al fruto de ellas (la salvación) (Ro. 6: 3-5; 1 Pe.
3:21; 1 Co. 11: 23-26; He: 4: 8-11 y 10: 25).

7.3. Relación entre los dos modos de la ley


La relación que existe entre las dos formas de la ley no es de igualdad. El Espíritu de Dios inspiró
los mandamientos que le fueron dictados a Moisés. La ley dada por Moisés solo es una
representación material de la voluntad de Dios. Sin embargo ésta forma de la ley iba a ser útil para
que el hombre se diera cuenta de su necesidad de Dios.
La vida de Jesús representa de una manera clara la relación entre las dos formas de la ley. En el
inicio de su ministerio no se manifestó en contra de la ley dada por Moisés (Mt. 5: 17-19). Sin
embargo a lo largo de su ministerio y de su vida hizo una interpretación diferente de la que hasta
esa fecha habían hecho los maestros y sacerdotes que le precedieron. (Mateo 5: 21-47; 6: 1-18, y
Mateo 5: 17). La interpretación que Jesús hizo de la ley supera las interpretaciones de los escribas
y doctores de la ley. Ellos solamente podían hacer una interpretación ceñida a la letra, pero Jesús
tenía en sí mismo el Espíritu que había inspirado la ley. La interpretación que Jesús hizo de la ley
no se limitó a las palabras. Esencialmente hizo una interpretación en hechos. Jesús le dio vida a la
voluntad divina a través de su propia vida. La voluntad de Dios es un ser viviente en Jesús. La vida
de Cristo es la interpretación perfecta de la voluntad divina.
El cumplimiento de la ley hecho por Jesús es mejor que un utópico cumplimiento de la ley al pie de
la letra que alguien pudiera haber realizado. El cumplimiento que Jesús hizo de la ley es la manera
en que Dios quería que se cumpliese, para salvación del hombre (Mateo 5: 17).
Anteriormente mencionamos que en la ley dada por Moisés se distinguían tres aspectos. La
interpretación de la ley que Jesús hizo nos permite ver cual es el cumplimiento de cada uno de
ellos.
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El amor y santidad manifestados en la vida de Cristo superan en mucho la moral de cualquier judío
anterior a Él. Sus enseñanzas encierran la perfección moral, la cual va más allá de la letra de la ley
(Mt. 5, 6, 7).
En cuanto al aspecto ceremonial, el sacrificio de Jesús supera a todos los sacrificios del antiguo
pacto.
Respecto a la promesa de una tierra y un reino para los descendientes de Abraham ésta no dejará
de cumplirse. Sin embargo ha de ser modificada para ser engrandecida ya que serán incorporados
a ella los que anteriormente no habían sido considerados y entonces el descendiente de David será
soberano sobre todas las naciones de la tierra (Lc. 1: 32; Ap. 11: 15).
Por lo tanto cualquier interpretación de la ley que necesite hacerse, si se quiere que sea correcta,
debe realizarse en relación con lo que Jesús dijo o hizo (Jn. 13: 15; 1 Pe. 2: 21- 23).
Jesús no nos enseñó a ignorar la ley sino a interpretarla correctamente y a cumplirla, y nos ofrece
además el poder para hacerlo. Lo trascendente del nuevo pacto no es la desaparición de la ley
escrita, sino la posesión de un don para interpretarla y de un poder para cumplirla.
La ley dada por Moisés sigue ahí, en el libro, y puede ser útil, pero ya nunca la veremos como se
le veía antes de Jesús.
Hagamos la siguiente comparación: Teníamos hace un tiempo los planos de una casa; con el
tiempo logramos construir la casa y ahora habitamos en ella. Los planos están guardados por si
acaso se necesitaran, pero ya no tienen el valor que tenían antes de que la casa se construyera.
Nadie cambiaría su casa por unos planos.
Ahora bien: para quien todavía no tiene una casa hecha, pero tiene un terreno donde edificarla;
unos planos son sin duda de gran valor. Los planos no edificarán la casa, sino el albañil que los
sepa interpretar. Aun así son necesarios los planos mientras no se tiene la casa.
En nuestro caso el Espíritu Santo nos declara la voluntad de Dios mejor que la ley escrita
literalmente. Así que mientras el Espíritu nos guíe la ley no tienen poder sobre nosotros para
condenarnos (Gálatas 5: 18). (Esto no constituye ningún desprecio por la ley. Por el contrario,
como dice Pablo, es la única manera en que se establece la ley) (Romanos 3:31). Sin embargo
para las personas que no han creído en Cristo, (entre ellos muchos judíos) la ley mantiene su
poder de condenación y su vigencia total (Mateo 5:18). Mientras no acepten a Jesús, tendrán que
vivir intentando cumplirla, sin lograrlo. Paradójicamente, en su intento por cumplir la ley, serán los
que más la infringirán.
Hay quien sostiene que la ley escrita literalmente, fue abrogada. Pero Cristo no vino para abrogarla
sino para interpretarla perfectamente y para darnos el poder para cumplirla verdaderamente. Si
Cristo hubiese abrogado la ley entonces matar, robar y adorar ídolos no serian una ofensa para
Dios, no habría pecado alguno. También hay quienes creen que Jesús redujo la ley a dos únicos
mandamientos, los mencionados en Mateo 22: 34- 40. Jesús no dijo que fueran los únicos sino que
de ellos dependía toda la ley y las enseñanzas de los profetas. En realidad Jesús nos dio a través
de esos dos mandamientos, la clave para la interpretación de la ley.
Es significativo que los apóstoles enviados a predicar a las regiones cercanas no llegaran a la
gente con una lista de mandamientos sino como testigos de la muerte y resurrección de Jesucristo
por medio de las cuales el hombre que se convierte alcanza el perdón y la salvación (1ª. Co. 2: 1-
5). El mal comportamiento posterior, indigno de hombres salvos, en las nuevas congregaciones
fue el motivo por el cual los apóstoles tuvieron que hacer uso de la ley escrita literalmente (1ª. Co.
5: 1, 5, 11). Por el contrario, cuando algunos cristianos fueron influidos para darle a la ley un papel
que ya no tenía, los apóstoles intervinieron para corregir el rumbo (Hechos: 15: 1, 2, 28, 29).
Así concluimos que la ley dada por Moisés no desaparece pues aún tiene funciones que cumplir,
tanto entre quienes no creen en Jesús como entre los que si creen (Mateo 5: 18- 20). Para el
creyente, la ley, se convierte en un instrumento que puede ser usado para evaluar su conducta
ante Dios y para instruirse en el conocimiento de Dios (2ª Tim. 3: 14, 17). Para el no creyente
puede ejercer simplemente una función condenatoria o incluso si la escudriña atentamente, y abre
su corazón a Dios, puede hallar en ella una instrucción decisiva para su vida.

8. El propósito o fin de la ley


El antiguo pacto es una lección indispensable para la humanidad. De la enseñanza que Dios le dio
a Israel podemos aprender:
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• La santidad de Dios
• La soberanía de Dios
• La existencia del pecado
• La pecaminosidad del hombre
• La imposibilidad de que el hombre se salve por sí mismo
Estos conocimientos son necesarios porque sin ellos sería imposible hallar el camino hacia la
salvación. La ley no es la respuesta para la salvación del hombre, pero si lo prepara para
encontrarla. La función de la ley se comprende mejor cuando Dios establece el nuevo pacto:
• Por la ley es el conocimiento del pecado (Ro. 4: 15; 3: 20; Ga. 3: 19, 22). (La ley no es
mala por revelarnos malos; si nos da conocer como malos y en peligro de muerte es porque
ella es buena Romanos 7:16; 1 Timoteo 1:8).
• La ley nos revela que el pecado es malo (Ro. 7; Deut. 32).
• La ley nos hace descubrir que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Luego entonces
la función de la ley escrita no es salvarnos sino proveernos la experiencia necesaria para
buscar la salvación en Dios. Pablo, escribiendo a la Iglesia de Galacia les dice a los
hermanos que la ley nos lleva a Cristo como un tutor instruye a un niño bajo su cuidado, en
tanto que este llega a la edad adulta (Ga. 3: 24).
Nadie está en condiciones de alejarse del pecado mientras no es consciente de sus funestas
consecuencias. Nadie está en condiciones de buscar a Dios mientras no se asume como pecador,
incapaz de salvarse por sí mismo. La buena noticia del evangelio no tendría la cualidad de buena si
no se tiene previamente una mala noticia. La lección del antiguo pacto nos hace ver la malísima
noticia. Para salvarnos es preciso comenzar por asumir nuestra condición pecaminosa y nuestra
sentencia inevitable (Ro. 3: 9 – 19, 23).
No es posible aceptar el evangelio con alegría y con fe si no nos percatamos antes de nuestra triste
y baja condición al estar alejados de Dios. El evangelio sin el previo conocimiento de la condición
del hombre sin Dios, no pasa de ser una historia, quizá hermosa, pero sin fuerza, sin valor para el
que la escucha. Si uno no comprende lo que puede llegar a ser y lo deplorable de la situación en la
que actualmente se encuentra, no podrá apreciar el Evangelio.
Cuando una persona acepta a Cristo como su Salvador, la función de la ley como tutor que lo lleva
a Cristo, termina (Ga. 3: 25; Ro. 10: 4). En el desempeño de su función como tutor, la ley revela el
pecado, nos revela como pecadores y nos condena a muerte. Si entonces aparece Cristo frente a
nosotros, estamos más dispuestos para creer en él. Cuando el creyente acepta a Cristo como su
Señor y Salvador, la ley ya no lo puede condenar (1ª Jn. 9).
Actualmente, lo sabemos, no somos perfectos todavía en cuanto a la interpretación y práctica de la
ley. Estamos en la etapa conocida con el nombre de santificación. Esta situación permanecerá en
alguna medida hasta el día en que seamos transformados totalmente a la semejanza de Cristo (1ª.
Juan 3: 2). Nuestra carencia actual como creyentes solo puede ser suplida por la fe en Jesús que
nos impulsa a ser mejores cada día (1a. Jn. 5: 13- 17). Esto nos lleva a pedir perdón a Dios
constantemente y santificarnos también continuamente. La fase final del proceso de salvación es la
glorificación del hombre o sea la posesión de una imagen plenamente divina (1ª Jn. 3: 2). Para ello
será necesario ser despojados de nuestros cuerpos corruptibles.
En el juicio final la ley ejercerá por última vez su función condenatoria para quienes no creyeron en
Dios (Ro. 2: 12 – 16; Ap. 20: 11 – 15). En la Jerusalén celestial no hay pecado y cuando descienda
a la tierra no habrá allí razón de ser para ley en su forma literal (Ap. 22: 3; 1ª Co. 15: 54-57). En
ese lugar y momento la “ley escrita espiritualmente” habrá sustituido para siempre a la ley escrita
literalmente (Mat. 5: 16, 17).

8.1. El cumplimiento de la ley


Ahora sabemos que toda la ley tiene su cumplimiento en la vida y obra de Jesús. Sabemos también
que ese cumplimiento no fue conforme a la letra sino conforme al Espíritu. Fue un cumplimiento
superior, total, perfecto; de acuerdo con la voluntad divina.
Veamos algunos ejemplos.
La ley ordena: No matarás. Jesús cumplió este mandamiento no sólo no matando sino ofreciendo
vida permanente a toda la humanidad a través de su propia vida.
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La ley dice: No hurtarás. Jesús siendo dueño de todo, renunció a ello y viniendo a la tierra vivió
como un pobre, dando a la humanidad lo más valioso y todo lo que tenía: su vida.
La ley dice: Acordarte haz del día de reposo para santificarlo. Jesús hizo de su vida un sábado
permanente y nos ha abierto la entrada hacia el sábado final del hombre: la vida eterna. El nos
enseñó lo que el sábado significa (Mr. 2: 27).
La ley dice: No tendrás dioses ajenos delante de mí, no te inclinarás a ellos, ni los honrarás. Lo
ejemplificado por Jesús es “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con
toda tu mente” (Mt. 22: 37).
En este caso la regla para el cumplimiento de cada uno de los mandamientos es: “Cumple los
mandamientos como Jesús lo hizo”.
La ley dice: No matarás. Jesús dijo: “Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable del
juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable”. . . (Mateo 5: 22).
La ley dice: No cometerás adulterio: Jesús dice: Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla,
ya adulteró con ella en el corazón.
La ley dice: Ojo por ojo, y diente por diente. Jesús dice: No resistáis al que es malo; antes, a
cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a
pleito y quitarte la tunica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por
una milla, ve con el dos. (Mt. 5: 38: 47). Por lo tanto la regla para el cumplimiento de la ley es:
Cumple los mandamientos como Jesús dijo.
El cumplimiento de la ley que espera Dios de nosotros tiene su modelo en el cumplimiento perfecto
de la ley que Jesús realizó. Jesús dijo: Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la
de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Y ciertamente los fariseos eran
muy escrupulosos en el cumplimiento de la ley. Lo que Jesús pide es la perfección: “Sed pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. Mateo 5:20 y 48). El
Maestro, para que animarnos a seguir su ejemplo dijo: “mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mt. 11:
29, 30). Asumirlo así solo es posible cuando despojándose del egoísmo se le permite a Dios
habitar en uno a través del Espíritu Santo. Cuando ya no es mediante el propio esfuerzo que se
intenta cumplir la ley.
La vida eterna solo se alcanza mediante el cumplimiento perfecto de la ley de Dios, pero este
cumplimiento no se logra mediante el esfuerzo humano. La obediencia perfecta a Dios no es algo
que logramos por nosotros mismos. A través de este estudio hemos visto el camino que tenemos
que seguir si aspiramos a ser perfeccionados.
En el proceso de salvación, hay sin embargo, un solo mandamiento que depende totalmente de
una decisión nuestra y este es el mandamiento de la fe en Cristo Jesús, Salvador del Mundo
(Marcos 16:16 y Romanos 10:9). Mediante la fe es cómo podemos iniciar el tránsito del ámbito
puramente humano para trasladarnos al ámbito divino. Es necesario aclarar, sin embargo, que la fe
tiene también su fundamento en las obras de Dios y viene por el oír de la palabra de Dios. Así es
como la justicia de Dios se revela por fe y para fe: Porque en el evangelio la justicia de Dios se
revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. (Romanos 1:17).
Ahora también queda claro que formar parte de la familia divina no significa usurpar el lugar de
Dios. La imagen de Dios que nos hace divinos es la imitación del hombre Jesús. Ser hijos de Dios
es llegar a ser hombres plenos, que se amen los unos a los otros, que vivan en armonía y que
obedezcan al Padre que está en las alturas de los cielos para siempre. Amén.

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