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UNIVERSIDAD NACIONAL DE CAJAMARCA

FACULTAD DE INGENIERIA EN CIENCIAS PECUARIAS


ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE INGENIERÍA ZOOTECNISTA

CÁTEDRA: CONSTITUCIÓN DEMOCRACIA Y CIUDADANIA.

DOCENTE: Dr. DÍAZ LEÓN, Hugo Holden.

PROYECTO DE INVESTIGACIÓN:

“ESTADO: ESTRUCTURA, CARACTERÍSTICAS, ELEMENTOS Y LA


CIUDADANIA”

CICLO: II GRUPO: ÚNICO.

POR:

 ABARCA ROBLEDO, Alexandra Soledad.


 BAUTISTA TERRONES, Gilmer.
 DÍAZ TERÁN, Joselh Yeferson.
 DURAN LINARES, Haydee Yanina.
 GOICOCHEA ROJAS, Carlos Elvis.
 LINARES VIGO, Royer Jeimen.
 OCAS VÁSQUEZ, Luis Carlos.
 PAREDES LIÑAN, Zarita Noemí.
 QUISPE ROJAS, Luis Enrique.
 RAMÍREZ LEIVA, Jhey Leison
 ROJAS VÁSQUEZ, Jennifer Lisbeth.
 SANTA CRUZ, Jessenia Nataly.

Cajamarca Noviembre del 2019

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II. DEDICATORIA

El emprendimiento, el empeño y la dedicación con la que cada uno de nosotros contamos,

se debe al gran sacrificio de nuestra familia simplemente son palabras únicas que

reflejaran para siempre

III. AGRADECIMIENTO

IV. ÍNDICE

V. INTRODUCCIÓN

El Estado no ha sido el mismo desde su origen. Es un fenómeno que ha estado en

constante evolución, desde consistir en formas de organizativas simples hasta

dimensiones más complejas. De acuerdo a historiadores, antropólogos, etc. La sociedad

humana ha pasado desde el Estado Primitivo, que data aproximadamente cinco mil años,

pasando por el Estado Feudal, hasta llegar al Estado – Nación que actualmente conforma

nuestra sociedad, que se funda en el reconocimiento de la personalidad jurídica de cada

uno y en la aceptación de la interacción con las entidades políticas autónomas del Estado.

El Estado es la forma de organización de la vida social. Es un ente jurídico - político,

invisible y supremo, constituido por tres elementos: población, territorio y gobierno.

Tiene un papel fundamental en el mantenimiento y reproducción de las formas sociales

de organización así como de las instituciones que resultan de dichos modelos.

En América Latina ese Estado surgió como expresión de la unidad en la diversidad y es

la consecuencia de continuas síntesis dialécticamente superadas. Los múltiples procesos

pre y post independentistas organizaron el territorio, la población y los poderes públicos

según las influencias de distintos patrones externos: Europa y Estados Unidos. La

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invasión europea impuso la cultura del colonizador: lengua, religión y modo de

producción. Produjo el mestizaje que, sin dudas, aportó una parte significativa de “nuestra

identidad común” que no es por cierto, ni la del colonizador, ni la del colonizado. La

cultura del mestizaje generó procesos de afirmación e identidad al expresarse “como un

modo de estar en el mundo”, el modo “del bien vivir”, que es distinto a “vivir mejor”. El

“bien vivir” ni es competitivo, ni busca felicidad en la vida material. Con el primero se

ama la vida y la naturaleza; con el otro, se ama lo material, el “american way of live”.

Por cierto, esa diferencia aparentemente insignificante es lo que alimentó y aún alimenta

la resistencia a la conquista y a la colonización. Mientras se gestó el mestizaje, apareció

otro rasgo de la identidad cultural latinoamericana: la imitación a la cultura del

colonizador, al estatus, prestigio y brillo del colonizador. Algo así como el sometimiento

de América Latina a la cultura de occidente. Son estos hechos los que se conocen como

etapa de la “Colonialidad del Poder”. La “Colonialidad del Poder” no es otra cosa que la

estructura racial como instrumento de dominación. Es decir, los conquistadores eran

superiores y los aborígenes eran inferiores. Pero no solo eso, hubo algo que hizo mucho

más daño a las mayorías mestizas. La independencia la hicieron los blancos, una minoría

que los mestizos identificaron con los europeos y que nunca admitieron como genuinos

representantes. Con esta concepción del mundo entra América Latina al siglo XIX. Entra

social, política y jurídicamente. Entra, con la necesidad de conformar el Estado

Latinoamericano. En esa misión los dirigentes se guían por el modelo de la ilustración y

por una conciencia oralmente aprendida en la cual se afirma que somos distintos y que

América es diferente a Europa. Esta concienciación, dolorosamente aceptada por unos y

negada por otros, no fue, por las razones anteriormente expresadas, recibida con la

unanimidad que debió tener en América Latina. Sarmiento, en Argentina, reniega de


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“nuestro origen”, se siente condenado al oscurantismo y al atraso, está “avergonzado” de

nuestra identidad y por ello, expiando sus conflictos, coloca su mirada hacia Europa y

especialmente hacia el Norte. José Martí, en ese desangramiento vitalicio que forma parte

de sus tormentas interiores, construye un nuevo entendimiento con la realidad americana.

Venía de las entrañas del monstruo y lo denunció “revuelto y brutal”, con un desprecio

arrogante hacia Latinoamérica. Martí, se siente orgulloso de nuestras raíces; se siente

continuador de nuestras culturas ancestrales. Así lo expresa en su obra: “… del arado

nació el norte y del perro de presa Suramérica”. Nuestra identidad no es sólo “la

reafirmación de lo propio”, sino “la defensa frente a la feudalidad que se nos impone”.

Esta dimensión es exactamente lo que, en Bolívar y Martí, se debe traducir como

“antiimperialismo”. Paradójicamente es esa conciencia dividida la que, al mismo tiempo

une y separa a los latino‐americanos. En efecto, el proceso de formación política y social

del Estado - nación trajo a América Latina elementos cohesivos y aspectos absolutamente

diferenciadores. Por ejemplo, algunas de las ideas forjadoras de nuestros Estados se

fundaron en el “progreso”, en “la ciencia del colonizador” y en los modos de producción

europeos y norteamericanos. Esas ideas impulsaron las ciudades como referente central

y construyeron conceptos nuevos tanto de “nación” como de “patriotismo” con los cuales

se ha hecho un daño enorme a la unidad de nuestro continente. Le incorporaron

artificialmente una nueva identidad “pervertida”. En efecto, tanto la conciencia dividida

como la identidad pervertida han fracturado siempre nuestra unidad mediante supuestas

“naciones independientes”. El “nacionalismo latinoamericano” concebido desde esta

identidad no es más que un Estado‐nación diseñado desde una perspectiva euro‐céntrica,

desde un “nacionalismo mal entendido que al asumirse desde la concepción capitalista y

contra los intereses de los dominados convirtió en espejismo la integración y también


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nuestras propias ideas de lo que es un Estado. Por ejemplo, el llamado liberalismo

latinoamericano construyó y conformó nuestros Estados sobre las banderas de la

“descolonización” sin revolución social. Ese Estado liberal, contradictorio es el principal

responsable de la alienación a nuestra cultura mestiza y de la inestabilidad permanente

que ha caracterizado el Estado‐nación latinoamericano. Los Estados nacionales y

nuestros “nacionalismos”, han tenido mucho que ver con la tentativa de liquidar nuestra

cultura mestiza que, equivocadamente han asociado directamente con España. No hay

dudas, el Estado liberal, extraño a nuestra identidad, decretó la existencia de ciudadanos

pero contradictoriamente mantuvo y aún mantiene las viejas agrupaciones de origen y un

trato diferenciado entre los unos y los otros. El orden social, a través del orden jurídico

continúa dividiéndonos. Esos Estados, fundados sobre estas bases no establecieron nunca

democracias reales y auténticas. En realidad después de la independencia no hubo nunca

democracias verdaderas. Los gobiernos de nuestros Estados‐nación mantuvieron las

mismas relaciones de dominación que existían y aún existen con una dimensión más

amplia, con una dimensión nacional. Así, arribamos a las postrimerías del siglo XX. Así,

arribamos a la globalización. Nadie nos preguntó “qué queríamos” y se nos vino encima

el consumo. De nuevo la disputa entre “lo que es y lo que no es”, entre “lo de adentro y

lo de afuera”. Por ello, para algunos autores, la construcción de nuestras naciones nació

de una autoridad inamovible entendida como “verticalidad masculina con violencia”,

reiterando así la idea de “violación a lo femenino”. Es interesante, como esos autores

diferencian “poder, estado y gobierno”, como elementos masculinos y las expresiones

“sociedad, democracia y participación” como elementos femeninos de la misma idéntica

sociedad. En toda esta situación juegan, hoy, un papel determinante los medios masivos

de comunicación social. Ellos proyectan las imágenes que les conviene y, además, con
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nuevas tecnologías, han logrado alguna credibilidad. Han logrado, no sé hasta cuando,

comunicar y colocar las imágenes como si de verdad ocurrieran en nuestras propias casas.

Pues bien, así como ‐sin medios‐ los colonizadores instalaron su forma de pensar en la

mente de quienes inicialmente asumieron la formación de nuestros Estados. Así como

descolonizaron y colonizaron al mismo tiempo, hoy con tecnologías de punta, la ayuda

de la electrónica y la telefonía móvil, los anteriores y los nuevos colonizadores persisten

en deformar nuestros Estados. Sólo que un despertar de amaneceres está en este momento

construyendo en América, mediante un proceso propio, su nueva sociedad y su nuevo

Estado con dignidad, independencia, soberanía y, por supuesto, el mestizaje que nos han

querido arrebatar desde otras culturas distintas a la nuestra.

El Estado es un concepto político que se refiere a una forma de organización social

soberana. Está formada por un conjunto de instituciones que tiene el poder de regular la

vida sobre un territorio determinado. El Estado Peruano es la entidad que ejerce el

gobierno en la República del Perú. La estructura del Estado está definida en la

Constitución política del Perú aprobada mediante referéndum y promulgada a finales de

1993 y vigente desde el 1 de enero de 1994. El Gobierno nacional o Gobierno Central

está compuesto de tres sectores diferenciados e independientes, llamados Poderes: el

Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo (el Congreso Nacional) y el Poder Judicial; además

de otros organismos estatales de funciones específicas independientes de los Poderes.

Aunque el concepto de ciudadanía se relaciona habitualmente con el ámbito de la

modernidad, su nacimiento se produjo realmente mucho antes, concretamente hace unos

2.500 años, en la época de la Grecia clásica. Poco a poco, tras muchos esfuerzos y

vaivenes, la idea de ciudadanía ha ido ampliando su vigencia y afectando cada vez a más

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esferas de la realidad. También ha ido ampliando los derechos vinculados al concepto en

sí, de manera que, si en un principio sólo se beneficiaba de ellos una pequeña élite, más

recientemente el marco se ha ampliado de manera notable, hasta alcanzar una igualación

considerable. En este sentido podemos hablar, incluso, de un progreso que se ha ido

encaminando, en etapas ya muy cercanas, hacia una “ciudadanía universal” que

trasciende diferencias nacionales, religiosas o culturales. De sociedades identitarias y

excluyentes, hemos pasado, principalmente en el ámbito de las democracias occidentales

(sólo una tercera parte de los países son sistemas democráticos), a sociedades plurales y

multiculturales en las que priman identidades sociales múltiples. También, de un tipo de

ciudadanía vertical hemos pasado a uno horizontal, en el que las identidades no se

heredan automáticamente, sino que se articulan individualmente de un modo reflexivo.

¿Por qué es tan importante para nuestro mundo la idea de ciudadanía? Para entenderlo,

primero sería necesario hacer un poco de antropología. Como decía Aristóteles, el

hombre es un ser social, un individuo que necesariamente debe vivir, de una o de otra

manera, en un ámbito comunitario. Por tanto, el eje de la comunidad (democrática) no

puede quedar definido por un determinado individuo o grupo, sino por el conjunto de

relaciones y vínculos interindividuales que se conforman a un nivel lo más libre e

igualitario posible. Dejando de lado, por el momento, si priorizamos en esta cuestión el

individuo o la comunidad, lo que es innegable es que lo decisivo de toda esta dinámica

es la interdependencia que se produce entre todos los seres que forman parte del medio

social; la red de interrelaciones es lo que está en la base de la necesidad de la ciudadanía,

pues el potencial de conflictividad que esas relaciones suponen hace necesario que se

establezcan medios para que las tensiones no lleguen demasiado lejos. Y, en este sentido,

la democracia es el modelo que de manera más adecuada plasma estas relaciones, dado
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que otros modelos más autoritarios reducen el efecto de estos vínculos interindividuales

a una cadena jerárquica que prioriza a determinados individuos, separándolos del círculo

de las relaciones sociales. El ámbito de la ciudadanía progresa inevitablemente en

dirección a una mayor igualación de los individuos, ya sea en cuestiones que afectan a

los derechos como también a los deberes. El ciudadano democrático ha dejado de

depender de algunos individuos determinados para vincularse a todos los demás en

condiciones de igualdad; la ley nos emancipa de poderes particulares para pasar a

participar de una universalidad en el sentido de que se igualan la relación

derechos/deberes. Siguen existiendo, qué duda cabe, las jerarquías, pero no son de

esencia tiránica y también existe una mayor posibilidad para moverse por sus ámbitos,

pasando de unas a otras con más facilidad. Antes de entrar en un recorrido histórico del

concepto de ciudadanía, y si pretendemos entender la raíz de su sentido, deberíamos tener

en cuenta cosas muy básicas referentes a ella y a la democracia. Y es que cuando

hablamos de ciudadanía también lo estamos haciendo, necesariamente, de democracia;

una cosa y la otra, aunque no sean exactamente lo mismo, resultan inseparables. Ambos

términos tienen unas características activas, dinámicas, potenciales, en el sentido de que

deben ponerse en juego constantemente; mientras que la ciudadanía es algo que a cada

momento se está jugando, la democracia tampoco es un estado inmóvil y consumado,

sino algo en continua transformación. A este respecto, en muchas ocasiones parecemos

olvidar que vivir en una democracia no es algo irreversible, es decir, que el hecho de que

exista un régimen de libertades no implica necesariamente que esa situación vaya a

mantenerse de forma automática y sin posibilidad de cambio. La democracia, que

precisamente se caracteriza por una cierta inestabilidad interna, fruto del pluralismo que

la caracteriza, por unos conflictos que, por ejemplo, en una dictadura no se dan (dado que
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no hay pluralidad alguna. Esta paradoja demasiadas veces se deja fuera de análisis

crítico), puede desaparecer si la ciudadanía no mantiene una posición fuerte y activa,

consciente de lo que se juega en cada caso. Es el ciudadano, en el uso de las libertades y

obligaciones inherentes a su condición, el que permite que la democracia se mantenga y

sea, en consecuencia, lo que la teoría dice que es. Todo esto se entiende si recordamos

algo muy básico, como es que la democracia es una construcción cultural, no algo

arraigado en nuestra base genética, y eso comporta que la educación juega un papel

decisivo en todo ello. Una educación ética del ciudadano, el ‘saber de la ciudadanía’,

como se titula un interesantísimo libro editado recientemente por Aurelio Arteta (Arteta

2008), sería, por tanto, un elemento a tener en cuenta para el buen desarrollo de un sistema

democrático. La democracia básicamente arraiga en dos ámbitos: una estructura jurídico-

constitucional, es decir, el determinado régimen político, que acondiciona el medio para

el despliegue de derechos y deberes cívicos; y, tan importante o más (dependiendo del

modelo ciudadano que se adopte), un ámbito más individualizado, el de la sociedad civil,

en el que la ciudadanía se abre al ejercicio directo de sus principios, o sea, un ideal de

acción política. El entramado del primer caso es básico para que pueda existir una

democracia, pero el segundo caso es la plasmación de eso, la puesta en práctica de lo que

se presenta de modo potencial, la realización de un proyecto emancipatorio. Y es que en

una democracia, que es una sociedad eminentemente reflexiva, los ciudadanos están

obligados a decidir constantemente y en cualquier situación; cada individuo debe ir

construyendo su posición y su identidad de una manera personalizada. En efecto, la

democracia no es un estado permanente e irreversible, sino un objetivo, una finalidad que

siempre está pendiente de realización plena, una Ítaca que, a diferencia del relato

homérico, siempre está en pos de ser alcanzada, nunca aparece completamente.


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El trabajo de investigación sobre “El Estado: estructura, características, elementos y la

ciudadanía” consta de dos capítulos en el cual, en el primer capítulo hablaremos del

estado en su totalidad desde sus inicios hasta la actualidad y el segundo capítulo

trataremos sobre la ciudadanía de como se ha ido abriendo paso en la historia aunque no

siempre de forma progresiva; su avance ha sido lento y costoso, pero de una manera o

de otra se ha impuesto una presencia decisiva en nuestras sociedades, y a determinados y

decisivos avances le han seguido no pocos retrocesos, aunque hoy en día podemos decir

que estamos en un momento positivo para la cuestión.

VI. OBJETIVOS

6.1 OBJETIVO GENERAL

6.2 OBJETIVOS ESPECIFÍCOS

VII. METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN

7.1 MÉTODO

7.2 METODOLOGÍA

VIII. MARCO TEÓRICO

IX. ASPECTO REFLEXIVO

9.1 CRÍTICA

9.2 APORTE

X. CONCLUSIONES

XI. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFRICAS

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