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Samuel y la monarquía en Israel (1S 8) Con 1Samuel, comienza un tema de importancia decisiva

para la historia de Israel. Se trata de la instauración de la monarquía y del juicio que emite sobre
ella un profeta del rango de Samuel. Samuel, ya anciano, constituye a sus dos hijos, Joel y Abías,
jueces en Israel. Sin embargo, ambos hijos eran de una integridad ética bien distinta a la de su
padre. Por entonces, pues, para poner remedio a esta situación, los ancianos de Israel se
congregaron junto a Samuel en Ramá suplicándole que les nombrara un rey (8,5). Samuel presentó
su petición a Yahvé y obtuvo esta respuesta: "Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no
te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos" (8,7). A continuación,
Yahvé le encarga que explique los derechos del rey al pueblo. Samuel obedece y traza la imagen
de un déspota oriental, con derecho a cualquier clase de abusos. Samuel abrigaba la esperanza de
que las perspectivas de un régimen tan absolutista haría volverse atrás al pueblo. Sin embargo, sus
esperanzas no se cumplen. El pueblo insiste en su petición. Entonces Yahvé ordena a Samuel que
les dé un rey. Desde el punto de vista literario, el juicio de los críticos sobre el capítulo no es
unitario. Mientras que algunos comentaristas opinan que 1S 8 es un relato muy antiguo, próximo a
los acontecimientos narrados, la mayoría cree que es un escrito muy posterior y marcadamente
deuteronomista. La cuestión crítico-literaria no podemos solucionarla aquí. Queda en firme, con
todo, que 1S 8 contiene una tradición antiquísima y que su ERNST HAAG forma actual se debe a
una elaboración deuteronómica. Al relator le interesa menos el transcurso fáctico de los
acontecimientos que la cuestión del reinado de Yahvé y de la realidad eficaz de su revelación en
Israel. La primera impresión que da el capítulo es la de un rechazo claro de la monarquía, sobre
todo el v 7: "Porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre
ellos". El deseo de un rey implica una alternativa: o Yahvé es el rey de Israel o un hombre ocupa su
lugar. Es verdad que ya antes habían existido caudillos en Israel, pero éstos no recibían de sí
mismos la legitimación de sus derechos. El mismo Samuel es considerado así en este pasaje. Y la
legitimación de sus funciones se funda únicamente en el dominio de Yahvé sobre Israel: "Porque
no te han rechazado...". Pero, ¿cómo debemos entender esta alternativa? Para esto no es
suficiente 1S 8. La obra histórica deuteronomista no la presenta aquí por primera vez. Las palabras
de Gedeón en Jc 8,22s ofrecen un gran parentesco temático con 1S 8,7. Por esto es recomendable
detenernos en estas palabras de Gedeón para comprender mejor el contenido teológico del
rechazo de la monarquía. Tras la victoria de Gedeón sobre los madianitas, los hombres de Israel le
piden que reine sobre ellos. Gedeón responde: "No seré yo el que reine sobre vosotros ni mi hijo;
Yahvé será vuestro rey" (Jc 8,23). Es importante precisar bien la motivación teológica. No basta -
como dijo Boecker- constatar que Yahvé dejará de reinar sobre Israel si el rey ocupa su lugar. La
cuestión es por qué y de qué modo el rey irrumpe en el ámbito de Yahvé. Para responder a esta
cuestión no hay que considerar solamente la respuesta de Gedeón; lo fundamental es el modo
como los israelitas hacen su oferta. La fundamentación que añaden nos descubre precisamente
toda la problemática. La fundamentación es: "Pues nos has salvado de la mano de Madián" (Jc
8,22). Boecker ha notado que la palabra "salvar" (jâsac) juega un papel decisivo en toda la
composición deuteronomista del tiempo de los jueces. En la historia de Gedeón se encuentra el
término otras seis veces más (Jc 6,14.15.36.37; 7,2.7). Siempre designa la acción decisiva que
libera de los enemigos, acción que puede llevar a cabo únicamente Yahvé. De ahí, opina Boecker,
la imposibilidad del ofrecimiento a Gedeón. Le ofrecen el caudillaje porque les ha salvado de los
madianitas, cuando en realidad es Yahvé el que ha mostrado su poder en aquellas acciones
salvadoras. Esta es la raíz teológica del rechazo del rey: el rey es rechazado porque, y en la medida
que, aparece con la pretensión de haber sido él quien ha salvado a Israel. Con todo, este motivo
no parece suficiente para rechazar la monarquía. Pues, ¿por qué no iba a poder asumir un rey la
tarea del salvador carismático y salvar a Israel en nombre de Yahvé? Es la respuesta de Gedeón la
que fundamenta completamente su actitud: ni él, ni su hijo, ni su nieto deben ser reyes de Israel.
El reinado de Yahvé no se contrapone al de Gedeón, sino a una dinastía de Gedeón. No se trata
simplemente de que un hombre sea promocionado a rey, sino de que su acción carismática
salvadora, que es en realidad salvación de Yahvé, sea asegurada por una institución. Y esto es lo
que no admite la fe en Yahvé. Pues la acción de Dios no puede ser canalizada por una institución
humana. Tal intento contradiría la libertad divina y, sobre todo, su iniciativa salvífica y creadora.
Gedeón hubiese llevado a cabo la teologización típica de la monarquía sacra del antiguo oriente si
hubiese aceptado la dinastía monárquica. El hombre, y no Yahvé, hubiese sido proclamado
salvador de Israel. A partir de aquí se comprenden ahora las palabras de Yahvé, en 1 S 8,7. ERNST
HAAG Pero no acaba aquí el contenido 1S 8. Se atiende también a las dificultades que implica la
monarquía en la política interna del pueblo. Este es, por lo demás, uno de los temas preferidos de
los relatos deuteronomistas del tiempo de los reyes. Los deuteronomistas se sirven del derecho
divino de Israel -orientado a los débiles- como norma y criterio de las acciones reales. Así, nos
presentan en 1S 8 -como toque de atención- una monarquía que no se busca más que a sí misma y
ante la cual el pueblo se encuentra indefenso. La monarquía que piden los ancianos, lejos de traer
la liberación del pueblo, dejará a éste en una situación de injusticia permanente (1 S 8,11-17). Por
esto el pueblo "se lamentará a gritos" (8,18). Es significativo que este término (zâ'aq) lo utilizan los
deuteronomistas cuando describen las súplicas del pueblo a Yahvé en situaciones extremas. 1S 8
no es el primer pasaje deuteronomista que rechaza la monarquía. Esta idea juega ya un papel
importante en Jc 9, especialmente en el "apólogo de Jotam" (Jc 9,8-15). El pasaje caracteriza a la
monarquía como una institución inútil. Los miembros de más valer de la sociedad -representados
por los árboles más estimados en Palestina: olivo, higuera y vid- no quieren llevar a cabo una
actividad que sólo es una carga para los demás. Cuando, finalmente, obtiene la monarquía la zarza
-que carece de todo valor e interés- se ve lo pesada que puede ser esa carga. Un rey así no puede
servir para nada. Sus requerimientos a cobijarse a su sombra son pura ironía la verdad es bien
distinta: el fuego que propagan rápidamente las zarzas es un peligro hasta para el árbol más
majestuoso del Oriente: el cedro del Líbano. Martin Buber considera este apólogo como el
documento más antimonárquico de la literatura universal. Según él es el contrapunto de 1S 8,7.
Sin las palabras de Gedeón el apólogo resultaría errático; sin embargo, inserto en el contexto del
libro de los jueces se convierte en una aclaración de aquel manifiesto de principios. El pueblo de
Dios, que reconoce a Yahvé como a su Salvador, no puede aceptar ningún orden social que haga
del hombre un señor absoluto de sus semejantes. Esto contradice a la dignidad que la fe en Yahvé
atribuye al hombre y a su llamada al reinado de Dios. Pues el sentido de la salida de Egipto (Ex 20)
fue otorgar a Israel el ámbito de libertad necesario para que se desarrollase el reinado de Dios. Un
orden social que ponga un caudillo en lugar de Yahvé sería para la sensibilidad israelita no sólo un
triunfo del que el hombre no es digno, sino también un obstáculo directo a la libertad concedida a
los hombres por Yahvé. Después de la actitud crítica de 1S 8 sorprende el versículo final del
capítulo: Yahvé le ordena a Samuel que instaure la monarquía. Como dice Boecker, el versículo
expresa una idea fundamental de la obra deuteronomista. Según ésta, la monarquía no hay que
rechazarla por principio. De ninguna manera. Más bien hay que remontarla a un establecimiento
expreso de Yahvé del que recibe su dignidad religiosa. Sobre el trasfondo negativo y crítico de 1 S
8 se insinúa también una imagen positiva de la monarquía. Ésta es servicio al reinado de Dios
desplegado en el ámbito político. Manteniendo el derecho y la justicia y defendiendo a los débiles
y oprimidos, la monarquía debe crear el ámbito de libertad que el pueblo necesita para confesar el
reinado de Yahvé. Sin embargo, dado que la monarquía, como tal, es institucional y no carismática,
y por otra parte la acción carismática es constitutiva del testimonio del reinado de Dios en el
mundo, es necesario que la monarquía escuche sin cesar el mensaje profético, si no, a la larga,
degenerará en el despotismo y en la tiranía.

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