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Altez - Historia, Antropología y Poder PDF
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Rogelio Altez
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REVISTA VENEZOLANA DE
ECONOMÍA Y
CIENCIAS SOCIALES
Caracas, mayo-agosto
vol. 18, nº 2, 2012
Rev. Venez. de Econ. y Ciencias Sociales, 2012, vol.18, nº 2 (mayo-agosto), pp. 119-152
Rogelio Altez
La “Historia”, con las mayúsculas que utiliza el autor, se hizo presente ante
los ojos de la antropología, ciertamente, como un elemento determinante. Apa-
recerá en la disciplina, de una manera nada ligera y por primera vez, como una
consideración metodológica en el estudio de la problemática política:
La crítica de Balandier resulta, al fin y al cabo, una discusión abierta con casi todas
las propuestas teóricas y metodológicas de la antropología, destacando el tema y el
caso de la historia para la disciplina de las culturas, en donde se detiene a debatir con
el estructuralismo. Este debate tampoco es una casualidad, puesto que la concepción
de la historia en Lévi-Strauss viene a ser un opuesto epistemológico a las considera-
ciones de la Antropología Política que propone su compatriota. Este debate, muy con-
creto y a la vez clarificador, se da entre lo dicho por Lévi-Strauss en El pensamiento
salvaje (publicado por primera vez en 1962) y la Antropología Política de Balandier
(que sale a la luz en 1967). Dijo el estructuralista sobre la historia en ese libro:
Historia, antropología y poder... 121
Sin embargo, es justo decir que los procesualistas en antropología han pro-
puesto observar esos procesos en el espacio y en el tiempo al unísono y como
un continuum, enseñando con ello, quizás, una herencia digna del particularis-
mo histórico de principios de siglo XX. Recuerda esto, de alguna manera, a la
idea de una historia “itineraria”, como la explicó alguna vez José Gaos (1973,
1 “The important point here is that since politics is the study of certain kind of processes,
it is essential to center our attention on these processes rather than on the groups of fields
within which they occur.” Swartz, Turner y Tuden (2002, 8).
2 Creemos que los objetivos se demarcan desde los intereses, y aunque son trazados
desde los “grupos” o asociaciones de grupos que comparten esos intereses, la cuestión
es que no se trata de lo mismo, y que si bien es posible observar o divisar a los objetivos
desde esquemas politológicos, no es posible comprender analíticamente a los intereses
sin hallarlos relacionados y determinados por el poder o las relaciones de poder propias
de una sociedad o contexto dado. En todo caso, conviene señalar que los intereses se
construyen y proyectan desde grupos sociales y en correspondencia con el beneficio de
esos mismos grupos sociales; esto significa que los intereses, en tanto que tales, jamás
han de apuntar al beneficio “público” o común al resto de la sociedad, pues por natura-
leza se hallan en contradicción con el beneficio del resto de la sociedad: sus “objetivos”
apuntan al beneficio del grupo al que representan. De no ser así, no podrían ser, preci-
samente, intereses.
Historia, antropología y poder... 123
Está claro que quienes comprenden a la historia como una secuencia lineal
de acontecimientos (en donde los primeros determinan a los que les suceden)
o un aspecto deducible de la realidad (una “clase” o “tipo” particular de proce-
sos), emplean una lógica sintética (¿reductora?) en su análisis. Perspectivas
basadas en “cronologías” o en el “continuum espacio-temporal” acaban por pre-
guntarse “qué pasó” o “dónde pasó”, reduciendo, eventualmente, sus miradas
a aproximaciones simplificadoras. Con un sentido crítico similar, el mayor de
todos los estructuralistas señala:“la concepción que se nos propone de historia
no corresponde a ninguna realidad. (...) por hipótesis, el hecho histórico es lo
que ha pasado realmente; pero ¿dónde ha pasado algo?” (Lévi-Strauss, 1964,
372).Godelier podría responderle: “Una realidad no existe como hecho científico
hasta que no ha sido reconstruida en el marco de una teoría científica y en la
práctica que le corresponda.” (1976, 289).
Aun una historia que pretende ser universal no es sino una yuxtaposición de
algunas historias locales, en el seno de las cuales (y entre las cuales) los hue-
cos son más numerosos que las partes llenas. (...)
En su análisis del sentido del tiempo y la relación de esto con la historia, Lévi-
Strauss utiliza el muy conocido razonamiento que distingue a las sociedades
“frías” de las sociedades “calientes”.4 Ambas tienen historia, tal como lo afirma
el autor, sólo que en el caso de las primeras, al poseer un tiempo “reversible”,
se trata de una historia recurrente, repetitiva. En estas sociedades la “entropía”
es negativa, y sólo se da en niveles tecnológicos, volviendo a la “homeostasis”
cada vez que los sistemas se ven amenazados, de la mano de sus caracterís-
ticas culturales. Con esta idea de una historia recurrente o repetitiva, el autor
inicia una crítica algo irónica a un trabajo publicado por Balandier en 19615, de-
dicando una larga nota al pie entre las páginas 340 y 341 de El pensamiento sal-
vaje. Quizás de allí, además de la propia discusión que el contenido se merece,
es que nace el debate que posteriormente iniciará el propio Balandier en 1969.
...una sociedad, como quiera que sea definida, no se parece a un caballo y, felizmente,
los caballos siguen siendo caballos -o al menos lo han sido en tiempos históricos- sin
convertirse en elefantes o cerdos, mientras que una sociedad puede cambiar de un tipo
a otro, a veces precipitadamente y con gran violencia. ¿Hay que hablar entonces de
una sociedad en dos momentos temporales o diremos que se trata de dos sociedades
diferentes? Excepto en unas pocas y muy remotas partes del mundo, no hay socie-
dades primitivas que no hayan sufrido grandes cambios. Nuevos sistemas sociales
han aparecido, y es precisamente con relación a cambios históricos de esa naturaleza
como han sido definidos los términos ‘sociedad’, ‘estructura’ y ‘función’. (1974, 55).
4 Luc de Heusch (1973) diría al respecto: “La división del campo histórico entre las
sociedades frías y las sociedades calientes parece impuesta por la preocupación de con-
ciliar el proyecto marxista, enteramente reservado a las segundas, y el proyecto semio-
lógico, enteramente consagrado a las segundas.” (1973, 172). Esta interesante reflexión
ha contado con poca coincidencia cuando se repasa a quienes han criticado la obra del
maestro estructuralista francés.
toria y no ser nada” (1974, 67), diría parafraseando a Maitland7. Además, el se-
ñalamiento hacia la condición semántica de las categorías sociedad, estructura
y función, resulta de una elocuencia brillante y aleccionadora. Esos cambios a
los que aducía el antropólogo inglés estaban en pleno desarrollo al momento de
publicarse estos ensayos, y tenían lugar en el mundo que las nuevas formas de
imperialismo transformaban a su medida. Lo “frío” y lo “caliente”, la “entropía”
y la “homeostasis” de las sociedades salvajes de Lévi-Strauss, pasaban a ser
cientificismos inútiles frente a estas perspectivas, modelos analíticos que real-
mente enfriaban a los procesos históricos reduciéndolos a “errores” de aprecia-
ción, a una analítica de la finitud, en palabras de Foucault.
El debate no encontrará su salida más que si se empieza por distinguir sin riesgo
alguno de confusión los medios del conocimiento histórico, las formas asumidas
por el devenir histórico y las expresiones ideológicas que recubren la historia ver-
dadera. Para la antropología política, el esclarecimiento de las relaciones existen-
tes entre estos tres registros es una condición necesaria. (Balandier, 1969, 26).
ras como del sistema de relaciones que las constituyen...”, y con estos es que simpatiza
Balandier (1969, véase la página 24).
Historia, antropología y poder... 127
...la ‘ciencia del hombre’ nos está revelando desde hace algunas décadas que a
su interior crecen y se multiplican, inexorablemente, fuerzas capaces de propiciar
su ‘descolonización’. (Rodríguez, 1991,178-179).
Quizás convenga, para hacer más visible aún esta problemática que en la
antropología ha hallado caminos sin salidas o encierros incomprensibles, citar
con mayor extensión lo que el propio Lévi-Strauss habría dicho originalmente
sobre el asunto, algo que en adelante le costaría cientos de re-explicaciones y
retornos al mismo punto:
10 Guillermo de la Peña (1995) retoma este mismo planteamiento, pero en sentido posi-
tivo, cuando plantea la “invención de la tradición”.
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previsibles sin ser nunca arbitrarios. En ese sentido, la célebre fórmula de Marx:
los hombres hacen su propia historia, pero no saben que la hacen, justifica en
su primer término, la historia, en su segundo, la etnología, ambos caminos son
indisociables. (Lévi-Strauss, 1968, 23, cursivas nuestras).11
12 Parece más pertinente llamarlos así, como corresponde históricamente, que conti-
nuar reproduciendo las mismas posturas ideológicas que asumieron que uno era “liberal”
y el otro era de “izquierda”. El liberalismo norteamericano se ha desintegrado históri-
camente detrás de su práctica genocida, mientras que los soviéticos sólo fueron de iz-
quierda en su discurso bolchevique o en la teoría leninista, pues su práctica histórica los
define mejor como totalitaristas y fascistas.
Historia, antropología y poder... 129
...o sea, una antropología que después de haberle arrancado ‘la ropa al empera-
dor’, después de haber expuesto en su desnudez ideológica las ciencias con que
el imperialismo se engalana, prosigue las investigaciones y elabora la teoría que
el movimiento político de liberación nacional exige, tanto en los centros hegemó-
nicos como en los países económica, política y culturalmente colonizados. (...)
Elaborar y desarrollar una antropología de la liberación... significa... recatar un en-
cargo social de los encargos sociales mal explicitados, estereotipados, deformados
y sofocados por la estructura colonial o neocolonial. (Lucas, 1973, 52-53).
Resumiendo, esta identidad no sólo es un hecho evidente tanto por intuición como
por reflexión, sino que estamos en el deber y en la obligación de profundizarla, de
estudiarla histórica y antropológicamente. Ello nos hará tener más razón y más
derecho de identificarnos en torno a un propósito común, para poder lograr que
cualquier acción de tipo cultural o de otra naturalezase invierta beneficiosamente
en el proceso revolucionario de liberación y de transición al socialismo que toda-
vía está por decidirse en este siglo. Pero que no puede esperar más tiempo por
razones perentorias. (Mosonyi, 1982, 114-115, cursivas nuestras).
14 Balandier (1975, 225 y ss.) habla de una “antropología de la protesta”, al respecto; y
Historia, antropología y poder... 131
Fanon, psiquiatra nacido en Martinica que entregó su vida a la lucha por los
derechos de los pueblos africanos. Su trabajo en Argelia dio la vuelta al mun-
do de los científicos sociales a través de sus dos obras emblemáticas, Peau
noire, masques blancs(1952)15, y Les damnés de la terre(1961)16, en las cuales
extendió un profundo análisis de las problemáticas de las personalidades de los
sujetos colonizados, donde el “síndrome norafricano”, como efecto de ese pro-
ceso, expresaba la “enfermedad” que de ello resultaba. Su trabajo es definido
por Omar Rodríguez (1991, 138-139) de la siguiente manera:
La vida de Fanon fue una entrega total a las convicciones por las cuales lu-
chó. Cuatro semanas antes de su muerte escribía una carta desde Washington
a su amigo Roger Taieb, mientras permanecía recluido debido al padecimiento
de una leucemia que se lo llevaría de este mundo, en la cual le decía:“No somos
nada sobre esta tierra, a menos de que seamos esclavos de una causa, la cau-
sa de los pueblos, la causa de la justicia y de la libertad.” (En: Zahar, 1970, 13).
Nchoji Nkwi (2009, 212) diría que “Ser un antropólogo marxista era políticamente correc-
to en ese momento.”
15 Versión en español: Piel negra, máscaras blancas, Buenos Aires, Editorial Abraxas, 1973.
16 Versión en español: Los condenados de la tierra, Montevideo, Editorial Aquí y Ahora, 1972.
17 “El hecho de convocar a Marx como un mesías bolchevique desempeñó un papel im-
portante para movilizar a los fieles..., pero no se deben confundir las consignas políticas
con el trabajo teórico e intelectual.” Eric Wolf (2008, 24).
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que las “clases oprimidas” expresaban como “vocación revolucionaria” (tal como
lo señala Omar Rodríguez), se cruzaba con la biografía de sus protagonistas
intelectuales. Amílcar Cabral, por ejemplo, líder “político y máximo dirigente del
Partido Africano para la Liberación de Guinea y Cabo Verde”, asesinado en
1972, precisaba lo siguiente:
las Américas pobres”, dijo Darcy Ribeiro (1971, 2). Esto no descalifica a ninguno
de esos estudios, sino que los posiciona contextualmente. Todos sus aportes se
transformaron en el señalamiento de un camino que, más allá del compromiso
intelectual o de la militancia, han precisado la necesidad de atender los procesos
de dominación. En este sentido, en el medio del mismo contexto y en total co-
rrespondencia con lo que se venía señalando anteriormente, la antropología es-
taba empezando a reflexionar sobre la dominación, más allá de observarla como
aquellas “características culturales que contribuían a mantener los sistemas”:
Lo que destaca en todo esto, finalmente, es que con ello se empezó a cons-
truir una Antropología Política sui generis que surgió de la experiencia histórica
del nuevo orden mundial, de la práctica comprometida y militante de los inte-
lectuales, de la sensibilidad que generaron las nuevas y viejas formas de do-
minación imperialista, de la cotidianidad de los propios investigadores surgidos
134 Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
en los contextos del “Tercer Mundo”, del rescate del discurso marxista y, esen-
cialmente, de una relectura crítica (aunque fundamentalmente ideologizada) de
los procesos históricos. A partir de allí se estaba retomando, inevitablemente, la
atención sobre la historia como una herramienta de conocimiento.
Estaba quedando claro, pues, ante los ojos de los antropólogos en general
y de los marxistas en particular, que no existe sistema que pueda defenderse
de las penetraciones imperialistas, ya sea dentro de la propia cultura occiden-
tal, o bien en sociedades no occidentales consolidadas y sólidas (como la ja-
ponesa, por ejemplo). Algo semejante y más dramático habría de sucederle a
las llamadas sociedades “primitivas”, pues ningún recurso o costumbre resultó
ser lo suficientemente sólido como para que las “sociedades frías” retornaran
a la “homeostasis” y se recuperaran de tanta “entropía”.19 Si esto es así, en-
tonces, no parece pertinente apreciar a las culturas como “cosas” o sistemas
independientes o separados de los contactos históricos que han sostenido
(presentes y pasados, y los que sostendrán eternamente) con otras socieda-
des o culturas a través del tiempo. Del mismo modo, no es posible observar
a esas culturas y sociedades como entes indemnes a esos contactos, pues,
ciertamente, la historia de la humanidad se escribe a partir de las transforma-
ciones estructurales que esos contactos inducen en las sociedades que los
proponen, ejecutan, asimilan o padecen.
Ya resulta imposible negar que los procesos históricos son los que trans-
forman (ahora y siempre) al mundo y a las realidades sociales. Es innegable,
también, que la modernidad misma ha sido el más desestructurante y re-estruc-
turante de todos los procesos históricos. Si se reconoce en este proceso con-
temporáneo una profunda transformación estructural en las culturas del mundo,
ello comienza por asociar tal resultado a la expansión y ambición de naciones
que viven de explotar a otras naciones. ¿Por qué no pensar que otros procesos
del pasado y de cualquier contexto, habrían transformado a otras culturas y
otras sociedades con objetivos similares? La respuesta más clara la ha desple-
gado Eric Wolf (1987, 15-16):
19 Balandier (1975, 189) diría lo siguiente con relación a África, especialmente en su
proceso poscolonial: “No hay ningún pueblo africano que no haya sido afectado por la
política de los Estados históricos – al menos bajo el aspecto de una migración de defen-
sa que permitiese romper el contacto, y de las reacciones en cadena que no dejan espa-
cios intactos. Todos han sido tocados por las diversas corrientes de la historia africana,
pero no se insertan en ella de la misma manera.”
136 Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
cebida como un sistema integrado y unido, que se contrasta con otros sistemas
igualmente integrados.
pero no necesariamente lo que ha sido en el pasado. Y lo que “es” (lo cual implica
una conjugación del existir de esa cultura en tiempo presente), no lo es porque así
fue predestinado por algún “espíritu” divino que lo dispuso de esta manera, sino
por el resultado de un proceso (simbólico, cultural, social, etc.), que “produjo” lo
que el observador advierte cuando posa su mirada en esa sociedad. Es decir, lo
que “es”, es el resultado de un proceso que tuvo lugar en el tiempo, y la compren-
sión de esto no puede alcanzarse si no se cuenta con una noción epistemológica
que funcione a su vez metodológicamente, yque atienda al paso del tiempo como
historia (y no como cronología o hechos en sucesión).
20 Y no como un objeto, como lo ha señalado Rigoberto Lanz (1980), pues se trata de
“las totalizaciones de lo real”; además, “fuera de lo real, no hay historia”.
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21 Heidegger diría, por su parte: “Si la historicidad debe ser aclarada a partir de la tem-
poreidad y, principalmente, a partir de la temporeidad propia, entonces será esencial
la tarea que sólo pueda ser realizada por medio de una construcción fenomenológica.”
(1998, 392, cursivas nuestras).
22 Resulta pertinente citar al maestro francés cuando, muy temprano en su Antropología
estructural, habría dicho: “El problema de las relaciones entre la historia y la etnología
ha sido motivo recientemente de numerosas discusiones. No obstante las críticas que
se me han hecho, insisto en que la noción de tiempo no constituye el centro del debate.”
(1968, 257, cursivas nuestras).
140 Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
El análisis de la historicidad del Dasein intenta mostrar que este ente no es “tem-
póreo” porque “esté dentro de la historia“, sino que, por el contrario, sólo existe y
puede existir históricamente porque es tempóreo en el fondo de su ser. (Ídem, 393).
23 Diría Gadamer (1997, 103): “...en todo conocimiento histórico anida un ‘comprender’.”
Historia, antropología y poder... 141
El problema del tiempo, en este caso y desde esta perspectiva, pasa por
comprenderle como proceso histórico, como fondo desde el cual se construyen
las causasconcretas, materiales y discernibles del acontecer, de lo humano, de
la cultura, de lo social. En este sentido, lo estructural, lo profundo, lo subyacen-
te, no puede desligarse de su determinante histórica, de su causalidad, en tér-
minos de Godelier. Shalins lo resume con elocuencia: “lo que los antropólogos
llaman ‘estructura’ -las relaciones simbólicas del orden cultural- es un objeto
histórico.” (1988, 9, cursivas nuestras).
24 Volviendo a Lanz (1980), se coincide con la idea que sostiene que la transcurrencia
histórica es el movimiento dialéctico de las contradicciones de lo real, pues no se trata
únicamente de una “existencia” en el puro sentido de “estar ahí”, como cualquier otra
cosa u objeto, sino en esa existencia entre seres humanos que se asocian, se vinculan,
se relacionan entre sí y frente a la naturaleza. El “estar ahí” de los seres humanos es
cualitativamente diferente al del resto de la naturaleza.
142 Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
En efecto, hallamos con frecuencia en Marx y Engels la idea de que las socie-
dades primitivas o consideradas tales se rigen por lazos de consanguinidad (que
llamamos hoy estructuras de parentesco) y no por relaciones de producción. Si
estas sociedades no resultaran destruidas desde fuera, podrían perpetuarse inde-
finidamente. La categoría de tiempo que puede aplicárseles no tiene nada que ver
con la que utilizamos para comprender nuestro propio desarrollo. (Lévi-Strauss,
1968, 304, cursivas nuestras).
Lévi-Strauss asume con ello que, si bien “La historia de toda sociedad co-
nocida hasta ahora es la historia de las luchas de clase” (citando a Marx desde
el Manifiesto comunista), “esta fórmula no significa que la lucha de clases es
coextensiva a la humanidad, sino que las nociones de historia y sociedad sola-
mente pueden ser aplicadas, con el sentido pleno que Marx les da, a partir del
momento en que la lucha de clases hace su aparición.” (Lévi-Strauss, 1968,
304). Y para ello se apoya nuevamente en el propio Marx: “...la existencia de las
clases solo está ligada a etapas históricas determinadas del desenvolvimiento
de la producción.” (Lévi Strauss, 1968, 304, cursivas originales).
25 Para subrayar este asunto, Hobsbawm (2002, 170) realiza una precisión importante
con relación a la categoría modo de producción: “El modo de producción no es idéntico
a la sociedad: la ‘sociedad’ es un sistema de relaciones humanas, o, para ser más exac-
tos, de relaciones entre grupos humanos. El concepto ‘modo de producción’ sirve para
identificar las fuerzas que guían la alineación de estos grupos; lo cual puede hacerse de
diferentes maneras en distintas sociedades, dentro de ciertos límites.”
Historia, antropología y poder... 143
Nuestras ideas, nuestros valores, nuestros actos y hasta nuestras emociones son,
lo mismo que nuestro propio sistema nervioso, productos culturales, productos ela-
borados partiendo ciertamente de nuestras tendencias, facultades y disposiciones
con que nacimos, pero ello no obstante productos elaborados. (Geertz, 1996, 56).
por su propia acción.” Y esta coincidencia se resalta aquí para subrayar el hecho
de que se trata de los “productos elaborados que parten de las tendencias, fa-
cultades y disposiciones” con las que se nace, al tiempo que son también “con-
diciones engendradas por la propia acción”: no obstante productos elaborados
por y en un contexto dado.
Godelier lo dice con claridad: se trata de “una sola ciencia”, que combine a la
historia, la antropología, la economía política, la sociología y la psicología, para
dar cuenta de las “relaciones sociales” y de la “aparición de sociedades concre-
tas en el curso irreversible de la historia”. Y Marx ya lo había dicho a su manera:
26 Quizás no resulte una exageración afirmar que en el presente ya no existen socie-
dades excluidas de la historia documental del mundo entero. En todas partes que se
encuentre un repositorio documental, de seguro se han de hallar testimonios de cual-
quier sociedad del planeta. No obstante, es innegable que en el caso de las sociedades
ágrafas o las comunidades que no han escrito ni personificado la narración de su propia
historia, el testimonio oral y la memoria colectiva plasmada en su propia cultura se vuel-
ven documentos que sólo el antropólogo puede decodificar e interpretar en favor de su
comprensión. Sin embargo, esta decodificación de los testimonios no escritos con arre-
glo a fines analíticos, no necesariamente ha de realizarse desatendiendo su resultado
como un producto indefectiblemente histórico.
146 Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
...una lectura cultural de las obras recuerda que las formas que las dan a leer, a
escuchar o a ver también participan en la construcción de su significado. (Char-
tier, 2007, 53-54).
Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc.,
pero se trata de hombres reales y activos tal y como se hallan condicionados
por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el trato que a él
corresponde... La consciencia (das Bewusstsein) jamás puede ser otra cosa que
el ser consciente (das bewusste Sein), y el ser de los hombres en su proceso de
vida real. (Marx y Engels, 1974, I-21).
...a) comprender quiere decir reducir un tipo de realidad a otro; b) la realidad ver-
dadera no es nunca la más aparente; c) la naturaleza de lo verdadero se descubre
ya en el cuidado que tiene en ocultarse.(Remotti, 1972, 61).
El proceso es una unidad indivisible, la cual sólo puede ser entendida des-
de el reconocimiento hermenéutico de tal unidad (esto implica, asimismo, un
ejercicio sistematizador, es decir: metodológico), y esta situación, asumida (a
veces a ciegas) desde la antropología, forma parte estructurante de esa matriz
epistemológica que incluye al materialismo histórico en su seno. Resulta evi-
dentemente necesario, entonces, atender la propuesta materialista de la lectura
crítica de la historia como parte de la lectura crítica de la cultura.
sociales.” (Balandier, 1969, 91). Asimismo, “Toda sociedad impone un orden que resulta
de ‘jerarquías’ complejas y superpuestas, toda sociedad asegura un reparto desigual
de los bienes, del poder y de los signos que expresan el status.” (Balandier, 1975, 117,
cursivas originales).
Historia, antropología y poder... 149
Sólo la teoría y el método que permitan pensar y analizar la forma, las funciones,
la jerarquía y el modo de articulación, las condiciones de aparición y transforma-
ción de las relaciones sociales, podrá superar radicalmente las impotencias del
funcionalismo y el estructuralismo, y poner fin al estado etéreo y de impotencia
que padecen las ciencias del hombre. (Godelier, 1976, 333).
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