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Sobre Borges
Sobre Borges
La deconstrucción de la literatura
“El inmortal” es uno de los cuentos de género fantástico que
Borges incluyó en “El Aleph”, colección ésta de cuentos que, a
excepción de “Emma Zunz” y la “Historia del guerrero y la
cautiva”, gira en torno a este género de la literatura al que Borges,
con su acostumbrada ironía, hubo de incluir la Teología como una
rama de esta literatura, la fantástica.
Así, más adelante del relato, Cartaphilus oye hablar del río cuyas
aguas dan la inmortalidad en la voz de un jinete ensangrentado, al
fin se baña en el río y llega a la Ciudad de los Inmortales. Pero
este viaje resulta muy arduo, conoce a un troglodita que había
perdido la capacidad de hablar pero que luego resulta ser el autor
de la Odisea, otro inmortal. El viaje de Cartaphilus no deja de ser
un regreso a lugares comunes, una sabia deconstrucción de los
mismos, vemos el paralelismo de sus duras jordanas con las que
Dante padeció acompañado de Virgilio, Cartaphilus en este caso,
acompañado de Argos, nombre con el que decide llamar al
troglodita pues le seguía a todas partes como el perro de Homero:
“Había nueve puertas en aquel sótano; ocho daban a un laberinto
que falazmente desembocaba en la misma cámara; la novena (a
través de otro laberinto) daba a una segunda cámara circular, igual
a la primera. Ignoro el número total de las cámaras; mi desventura
y mi ansiedad las multiplicaron. El silencio era hostil y casi
perfecto; otro rumor no había en esas profundas redes de piedra
que un viento subterráneo, cuya causa no descubrí; sin ruido se
perdían entre las grietas hilos de agua herrumbrada.
Horriblemente me habitúe a ese dudoso mundo; consideré
increíble que pudiera existir otra cosa que sótanos provistos de
nueve puertas y que sótanos largos que se bifurcan. Ignoro el
tiempo que debí caminar bajo tierra; se que alguna vez confundí,
en la misma nostalgia, la atroz aldea de los bárbaros y mi ciudad
natal, entre los racimos.” Otro ‘topoi’ de la literatura borgiana es
el laberinto, la idea de múltiples bifurcaciones y la imposibilidad
de llegar al centro del mismo, como señala en otra parte del
relato: “Un laberinto es una casa labrada para confundir a los
hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, esta subordinada a
ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura
carecía de fin”. Cartaphilus, o Flaminio Rufo, para los que duden
de si el documento es apócrifo, nos describe una ciudad en la que
predomina lo infinito, lo vertiginoso: “Abundaban el corredor sin
salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a
una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los
peldaños y la balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas
aéreamente al costado de un muro monumental, morían sin llegar
a ninguna parte, al cabo de dos o tres giros, en la tiniebla superior
de las cúpulas”. Y otra vez la duda de la tergiversación: Ignoro si
todos los ejemplos que he enumerado son literales; se que durante
muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo ya saber si tal o
cual rasgo es una transcripción de la realidad o de las formas que
desatinaron mis noches”. Para Cartaphilus su conocimiento de la
Ciudad de los Inmortales resulta ser una experiencia casi terrible,
desconcertante y abismal al igual que, en otro plano, nuestro autor
real, Jorge Luis Borges, siente al recorrer una biblioteca. (léase el
relato “La biblioteca de Babel, que comienza así: “El universo
(que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número
indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos
pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas
bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y
superiores: interminablemente”.) Cartaphilus por tanto, a pesar de
un inmenso deseo de convertirse en inmortal y de llegar a la
ciudad descubre que su viaje no era tan maravilloso como
prometía, llega a decir “La codicia de ver a los Inmortales, de
tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir” pero
podríamos decir que la ciudad le supera, al igual que la inmensa
vastedad de libros supera al protagonista de “la biblioteca de
Babel”. Tal vez esta sensación pueda ser la misma que se alude
en el otro relato citado: “La certidumbre de que todo está escrito
nos anula o nos afantasma”, señala el autor implícito de “La
biblioteca de Babel”. No sería demasiado aventurado afirmar, y
esta es una interpretación personal, que la Ciudad de los
Inmortales es la alegoría de una enorme biblioteca,
milimétricamente ordenada y dispuesta pero que al entrar en ella,
al perderse el lector en sus infinitos libros, éste desordena,
desfigura, tergiversa y deconstruye.