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CASO: Hay tiempo, hable que hay tiempo

07/09/2009- Por Julieta Schneider

El caso

Una paciente, que llamaré Analía, llega a la guardia en una ambulancia que la
traslada desde un hospital general, donde se encontraba internada por el parto de su
tercer hijo. Analía es una mujer joven, que se presenta con aspecto desaliñado y
desaseado, temblorosa, y con la mirada perdida en dirección al piso. Durante la
entrevista despliega su ideación delirante. Tiene la certeza de que se encuentra
contaminada por haber ingerido semen de su pareja. Esto provocaría que sus órganos
estuvieran pegoteados. A su vez, menciona que ella contaminó con semen a su hijo
mientras estaba embarazada y que si le daba el pecho iba a continuar haciéndolo,
hecho por el cual se negaba a darle de comer. En relación a esto, dirá: “El semen
pegoteó mi cuerpo, por eso no quería darle el pecho al bebé… no por ser una mala
madre, como dice mi mamá”. Esta cuestión pareciera conformar un punto importante
de angustia para la paciente.
A lo largo de la entrevista, también referirá: “El semen me hizo enfermar,
empecé a vomitar, a no poder comer, a tener constipación y problemas en la cabeza,
lo único que quiero es que me hagan un lavado de estómago”. Otro punto importante
a situar es que, a lo largo de la entrevista, la preocupación de Analía girará en torno a
que nadie, especialmente su madre, le cree que ella está contaminada. Como
consecuencia de esto, reclama el análisis de sus heces, dado que allí ella ve el semen
ingerido y considera que ésta es la manera de demostrar la veracidad de sus dichos,
de que su madre y nosotros le creamos. Dirá: “Quería traer un frasco para que la
analizaran, pero mi mamá no me dejó”. Analía no sólo ve el semen en sus
deposiciones, sino que también lo siente en su garganta, alucinaciones cenestésicas
que le provocan vómitos reiterados y negación a ingerir alimentos.
Al momento de la entrevista, la paciente se encuentra “tomada” por su ideación
delirante, la cual tiene un gran vigor afectivo e invade el discurso de Analía en su
totalidad. En un primer momento no puede hablar de otra cosa que no sea de su
contaminación, de la falta de credibilidad por parte de las personas que la rodean y,
sobre todo, de reclamar análisis confirmatorios de lo ya sabido con certeza por ella.

Cómo pensar la situación de urgencia

En una situación de urgencia el tiempo está detenido para el paciente, y hay una
cierta premura por intervenir, por hacer algo de manera rápida. Por eso es necesario,
ante todo, no dejarse llevar por el reclamo de inmediatez de quien consulta, y tener en
cuenta que la escucha requiere de tiempo. Es imprescindible introducir allí una pausa,
pausa que por sí misma operaría como una primera intervención ante la urgencia de
resolución o de respuesta que demanda el paciente y que permitiría que algo del orden
de la palabra emergiera.
Ante el delirio de Analía, que invadía su discurso de manera “desenfrenada”,
desbordándola, se hacía notoria la necesidad de introducir allí una pausa. Ésta fue la
primera estrategia que, casi intuitivamente, vino a mi cabeza. Pausa que, cabe
destacar, no sólo tranquilizaría a la paciente, sino también a los profesionales. Como
modo de abrir allí un tiempo, le comunico a la paciente que nosotros creemos lo que
nos está diciendo y que no es necesario ningún estudio para ello, simplemente
creemos en sus palabras. Esto permite que el equipo pueda luego comenzar a
interrogarla sobre este sufrimiento que la trajo a la guardia: desde cuándo está
contaminada, si ya había ocurrido esto antes, cómo había ocurrido, qué hizo, etc.
Este interrogar lo que se sufre, en qué momento y por qué, es decir, este dar
lugar a la palabra, permitirá que Analía relate una situación similar de contaminación
vivida anteriormente, y que explique que la misma cedió gracias al tiempo
transcurrido, que permitió que se limpiara naturalmente a través de las deposiciones.
A su vez, manifiesta que es por aquella experiencia que ella solicitaba un lavaje de
estómago o el uso de algún laxante como medios para “limpiarse”. A partir de esto se
observa un movimiento: Analía se tranquiliza y su discurso se desacelera, pese a que
el mismo continúa girando alrededor de la idea delirante.
A partir de la introducción de una pausa, sostenida por la presencia del analista,
se instala un tiempo para comprender lo que allí se deposita, para escuchar y alojar la
angustia (1) de la paciente, el sufrimiento en su dimensión subjetiva, para aceptar el
testimonio del alienado haciendo las veces de secretario. Alojar al paciente implicaría
un primer reconocimiento subjetivo, hay un sujeto y este “hay un sujeto” tiene un
efecto para alguien que puede momentáneamente no estar reconocido como tal por sí
mismo.
Resulta imprescindible entonces abrir un tiempo en la urgencia subjetiva para
que algo de aquello que no se pudo tramitar simbólicamente pueda acceder a la
palabra, acompañar al paciente a que pueda decir ese sufrimiento, a que se pueda
reestablecer el decir. Inés Sotelo dirá que la presencia del analista marca una
importante diferencia; sostiene la escucha allí donde el psicótico trabaja con su delirio,
dando un autotratamiento a ese goce sin medida que todo lo inunda.
Asimismo hay que destacar que lo importante, en una situación de guardia, sería
encauzar lo que trae el paciente en la urgencia a la continuación de un tratamiento en
otro dispositivo acorde al caso particular de que se trate. En este caso se consideró
necesaria la internación de Analía, y se trató de enmarcar la misma en un objetivo de
tratamiento que siguiera de alguna manera la lógica delirante de la paciente para
poder contar de esta manera con su colaboración. Se le informó que iba a quedar
internada en la institución para que durante su estadía pudiera ir limpiándose de la
contaminación sufrida por la ingesta de semen. Estrategia que, se podría pensar, por
sostener el “te creemos” tuvo buena recepción por parte de Analía.

Algunas consideraciones finales

¿Cómo no sentirse conmovido por la situación de urgencia subjetiva por la cual


se encontraba atravesando esta paciente? Por un lado, preocupada y contrariada en
relación al destino y cuidado de su hijo recién nacido, pero por el otro tomada en la
certeza de su delirio de manera tal que se encontraba impedida de cumplir el rol de
madre de una manera socialmente adecuada pese a que lo que ella hacía era, dentro
de la lógica de su delirio, por el propio bien de la criatura.
Entonces, ¿cómo hacer para alojar la angustia de la paciente de modo tal de que
algo de su padecimiento subjetivo pueda ser puesto en palabras, pero sin que la
urgencia se traslade al profesional? Este punto resulta de gran importancia, puesto que
si en una situación de urgencia del lado del profesional también se juega este “querer
hacer algo rápidamente” que tanto pareciera demandar el paciente, se potenciaría la
situación de quien consulta. Frente a esta posibilidad, hay que tener siempre presente
que alguien en una situación así lo último que necesita es que la persona a quien
recurre se angustie también. Entonces, nuevamente se hizo necesaria la introducción
allí de la espera, de una pausa. Si la vivencia subjetiva es que no hay tiempo, la
enunciación de quien atiende es “hay tiempo”, “hable que hay tiempo”.

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