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El Panadero

Juan Claudio Pastén Toro

Con la libertad de poder compartir y enseñar, les relataré un


pequeño cuento que aprendí de un amigo, del cual he extraído una
experiencia que me ha dado el incentivo de entregar mi aporte a esta
sociedad, por llamarlo de alguna forma.

“Cierto panadero, en cierto negocio que estaba a punto de


emprender, necesitaba un maestro de cocina para tomar a cargo una
parte del negocio, debía ser una persona de confianza para no tener
problemas de administración.

Fue así como llegó a su casa, tras un aviso que solicitaba un


ayudante de trabajo, un personaje muy sencillo, llevaba unos zapatos
rotos y una ropa un poco deshecha, un tanto descuidado para ser una
persona que cuidase de algún asunto administrativo, sobretodo si no
se cuidaba así mismo.

Fue una conversación amena, y con mucho respeto de parte del


nuevo ayudante, la que permitió a uno más obtener un trabajo
honrado.

- ¿Cuál es tu nombre?
- Alberto señor...
- Alberto... eso simplemente?
- Si... huérfano desde pequeño, pero tengo experiencia de
trabajar en esto hace bastante, si es que le interesa, por favor no se
haga imágenes por mi apariencia...
- ¡Hombre! No me he hecho ninguna mala ni buena
imagen por la apariencia que traes, solamente quiero saber si
sabes trabajar...
- Si señor, si sé hacer lo que me pide...
- Mira, mi nombre es Juan, y llámame así...
bienvenido...

Así comenzó todo, este nuevo patrón le entregó a su ayudante


una pequeña habitación y los bienes necesarios para su comodidad,
este nuevo inquilino se sintió realmente confortable y atendido como
uno más de la familia. El buen trato que tenía con cada uno de los
integrantes de esa casa, para él era algo muy bonito, su sonrisa se
hacía destacar cada vez que se comunicaba con ellos, resultó ser muy
buena persona. Todos los miembros de ese hogar le tomaron un
cariño especial, y no desconfiaban de su presencia dentro de ese
hogar y menos dentro del negocio que se la había encargado.

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Al pasar los días, este maestro enseñó a su ayudante la receta
que debía ser parte directamente de su trabajo, un kuchen que
consistía en masas de galletas con ingredientes de nueces y frutas,
un pastel realmente sabroso. Entonces, bajo la supervisión de don
Juan comenzaron las indicaciones de pastelería. Este nuevo alumno
aprendió
a preparar perfectamente esa receta, comprendió tan fácil la
medida de los ingredientes, y en la medida justa, que su sección del
trabajo comenzó a funcionar en excelentes condiciones.
Este hombre se hizo de un ambiente de trabajo muy ameno,
una función realmente perfecta con una conciencia responsable.
Cuando se le enseñó esa receta, no hubo dudas hasta un
tiempo después:

- ¡Ya! Amigo... este es el contenido de la receta que


debe aprender. ¿alguna duda?
- No señor! creo que todo lo tengo en orden...
- A ver, veamos que tal lo haces...

Fue así que este nuevo amigo comenzó a demostrar su


habilidad de cocina.
- Bueno... ¿es así verdad? No tengo problemas de seguir solo
adelante con esto...
- ¡Perfecto!... tienes el trabajo amigo...

Al cabo del tiempo, este negocio, que en un principio parecía


ser una simple sección de esa panadería, les entregó ganancias
tremendas. La buena administración de este ayudante logró su
cometido a corto plazo, lo único que aún le mantenía algo
desconcertado, dentro de los balances de cada fin de mes, era ¿por
qué tener que cortar los extremos del kuchen para ponerlo a cocción?
Esos trozos de pastel se estaban perdiendo en cada porción durante
cada día, cada mes y todo el año, lo que causaba perdidas
tremendas. Si las ganancias eran buenas, podían ser mejores si no se
tuviera que eliminar esa cantidad de masa en cada unidad.
Ahora, con la confianza que tenía ya en su maestro de cocina,
podía hablarle y consultarle...

- Don Juan, disculpe que le haga esta consulta, no quiero


pasar a llevar su enseñanza y tampoco su amistad...
- ¿Qué ocurre Alberto?...
- Don Juan, he hecho el balance de estos años acerca de mi
parte del negocio, el del Kuchen. Y he tenido buenos resultados, pero
las pérdidas han sido realmente grandes. Esto es basándome en la
cantidad de material perdido por el corte que le hacemos antes de
meterlo al horno. Si hubiéramos guardado esta cantidad de material,
la perdidas no serian tantas.
- Pero sabes Alberto, la receta es así, la que me enseñó
ese método es mi madre, y no quiero arriesgarme a cambiarle

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nada, para no cambiar tampoco el sabor, ni nuestras
ganancias.
- ¿Le molestaría que habláramos con ella, para ver la
posibilidad de hacer un cambio en esto? Pues, creo que no por cortar
el pastel este cambia de sabor... todo seguiría igual...
- Mira, nunca se me había ocurrido esto, pero al
terminar el día veremos que dice mi madre, ¿de acuerdo?

Al terminar esa labor diaria, estos amigos fueron a ver a esta


esperada señora. Al llegar a esa humilde morada, Alberto pudo ver a
una sencilla dama que cuidaba de sus plantas...

- Madre! ¿cómo has estado?


- Hola hijo...
- Te presento a un amigo que trabaja con nosotros...
- ¿Cómo está señor?
- Muy bien señora, es un alto honor conocerla...

En una extensa visita y una sencilla comida, la conversación


llegó a su final. La consulta sobre esa famosa receta, la que tenía
ganancias tremendas, quedó en una duda aún más grande.

- Bueno hijo, esa receta de la que me hablas, la misma que


aprendiste de pequeño, y la misma que aprendió tu amigo, la aprendí
de mi madre, pues ella es la que tiene la herencia de ese kuchen.
- ¡Ah! Entonces es mi abuela la que nos dio esa
enseñanza...

El rostro de Alberto se veía algo desanimado, pues oyó entre


ellos, que esa señora vivía en Alemania, la abuela de su maestro de
cocina, y no tenía dinero para gastar en visitar solamente a una dama
para hacerle una consulta sobre ese tema, todo quedó en pausa por
el momento.
El tiempo pasó, y en el negocio las ganancias permanecían y las
perdidas se mantenían, la pregunta era ¿cómo evitarlas?.
Cierta vez, en un momento de buenas ganancias, pudieron
distribuir entre ellos esas esperadas vacaciones, este ayudante que
ya era todo un maestro de cocina, tuvo la oportunidad de viajar a
Europa, y se acordó que su maestro Juan tenía a su abuela por allá.
Así es que llamó inmediatamente a Chile y le preguntó donde vivía
esa señora.
Una vez con la dirección de ella y los datos suficientes, esos
que necesitaba para llegar a ella, fue a sacar esa espina que ya hacía
una herida cada vez más grande y que tenía también a su patrón en
la incógnita.
Cuando este ayudante de cocina se acercó y se presentó a esta
dama, ella sonrió, le hizo pasar y comentaron el dilema que tenía este
ayudante de receta de kuchen, algo que debía aclararse en persona.
Con una cantidad de sonrisas interminables, esta hermosa mujer, ya

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de edad, le solicitó a este Alberto hacer uno de esos exquisitos
kuchen en su casa, con la misma receta.

- Mire joven ¿tendría la amabilidad de hacer uno de


estos pasteles ahora?
- ¡Mi señora, para mi es un honor lo que me pide!... ¡claro que
lo hago! De inmediato...
- Sabe que he observado desde que comenzó a cocinar,
y la receta se conserva tal cual se la enseñé a mi hija... ¡que
alegría saber que esto sigue igual!
- Bueno... esta es la forma y los ingredientes precisos para
este pastel. Y es aquí precisamente donde tengo mi duda ¿por qué
debo cortar los bordes?
- ¿Seguro que está completo?
- ¡Si!... si señora, seguro.
- Bueno: ahora introduzca el kuchen al horno, pero
como usted lo dice, no le corte los extremos...

Entonces, este señor, al querer introducir el pastel, tuvo una


verdadera sorpresa, una muy inesperada, ese hermoso kuchen no
entraba en el pequeño horno que esta dama tenía, y de las mismas
palabras de ella, escuchó:

- Bueno: ahora tendrá que cortar los extremos al


kuchen, ¡¿lo ve?!...
“Si la enseñanza se compartiera en forma completa, y se
detallaran los conocimientos a los nuestros, sin nada que
olvidar u ocultar, podríamos comprender la esencia de nuestra
vida sin necesidad de pérdidas en el camino, pérdidas que
afectan hasta una simple receta de kuchen”

Con este simple relato, intento explicarles que el conocimiento


se basa en la cantidad de datos que podamos compartir, debemos
entregar todo lo que tenemos, todo sin guardarnos nada, limitando lo
elemental para culminar la enseñanza de lo entregado a quien
realmente se lo merezca.
Debemos saber percatarnos de que nuestro intelecto se basa en
la cantidad de comprensión que hagamos nacer en él, por lo tanto,
debemos extraer de cada experiencia una enseñanza para nuestro
interior, así, alimentamos lo que realmente nos conviene, pues de
todo se nos es permitido en esta vida, pero no todo ayuda a crecer.

FIN

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